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Diferencia de estilo

(en la prosa del siglo XVIII)

Prólogo al lector
Benito Jerónimo Feijoo

Lector mío, seas quien fueres, no te espero muy propicio, porque siendo verosímil que estés
preocupado por muchas de las opiniones comunes que impugno, y no debiendo yo confiar tanto, ni en
mi persuasiva ni en tu docilidad, que pueda prometerme conquistar luego tu asenso, ¿qué sucederá sino
que, firme en tus antiguos dictámenes, condenes como inicuas mis decisones? Dijo bien el padre
Malebranche que aquellos autores que escriben para desterrar preocupaciones comunes no deben poner
duda en que recibirá el público con desagrado sus libros. En caso que llegue a triunfar la verdad,
camina con tan perezosos pasos la victoria, que el autor, mientras vive, sólo goza el vano consuelo de
que la pondrán la corona de laurel en el túmulo. Buen ejemplo es del famoso Guillermo Hartúmulo,
contra quien por el noble descubrimiento de la circulación de la sangre, declamaron furiosamente los
médicos de su tiempo, y hoy le veneran todos los profesores de la Medicina como oráculo. Mientras
vivió le llenaron de injurias, ya muerto, no les falta sino colocar su imagen en las aras. Aquí era la
ocasión de disponer tu espíritu a admitir mis máximas, representándote con varios ejemplos cuán
expuestas viven al error las opiniones más establecidas. Pero porque ése es todo el blanco del primer
discurso de este tomo, que a ese fin, como preliminar necesario, puse al principio, allí puedes leerlo.
Sin nada te hiciera fuerza, y te obstinares a ser constante sectario de la voz del pueblo, sigue norabuena
su rumbo. Si eres discreto, no tendré contigo querella alguna porque serás beningno y reprobarás el
dictamen, sin maltratar al autor. Pero si fueres necio, no puede faltarte la calidad de inexorable. Bien sé
que no hay más rígido censor de un libro que aquel que no tiene hablidad para dictar una carta. En ese
caso di de mí lo que quisieres. Trata mi opiniones de desencaminadas por peregrinas, y convengamos
los dos que tú me tengas a mí por extravagante; yo a ti, por rudo. (...)

A mis amigos los lectores


Diego de Torres Villaroel

Yo, lector de mi alma, bastante sabía para ser racinero (que es ciencia que se estudia a coros y se sabe
al primer camino). Yo podía ser prebendado, que tengo buena traza para engordar a palmos. O pudiera
(como otros muchos) haberme acomodado para marido, que (a Dios gracias) no lo desmerecería; y ya
que tengo como todos mi cruz, fuera con Dios la del matrimonio, que esta se lleva a medias. Pero soy
un pobre donado del estado eclesiástico, sin más capellanía ni vínculo que esta pensión de escribirte,
que es una admirable prebenda para volverme loco. Y si, como te han dado que reír, los disparates de
mi humor te causan enojo, mira qué fuera de mí. Y si algún día (como lo temo) te cansan, me será
preciso ver si me quieren para ermitaño. Aunque estoy tan de mal gesto con mi fortuna que, si lo
pretendo, los pasos que me arrastran para intentarlo serán sendas para no conseguirlo. (…)

(prosa del siglo XVII)

Prólogo
Miguel de Cervantes

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del
entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse. Pero
no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así,
¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco,
avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como
se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido tiene su
habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el
murmullo de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se
muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece
tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para
que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por
grandezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero
irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con lágrimas en los ojos, como otros, como otros hacen,
lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni
su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa,
donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que “debajo
de mi manto, al rey mato”, todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligación, y, así,
puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal, ni te
premien por el bien que dijeres de ella.

A quien leyere.
Gracián Baltasar

Esta filosofía cortesana, el curso de tu vida en un discurso, te presento hoy, lector juicioso, no
malicioso, y aunque el título está ya provocando ceño, espero que todo entendido se ha de dar por
desentendido, no sintiendo mal de sí. He procurado juntar lo seco de la filosofía con lo entretenido de la
invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica, por más que el rígido Garcián lo censure
juguete de la traza en su más sutil que provechosa Arte de ingenio. En cada uno de los autores de buen
genio he atendido a imitar lo que siempre me agradó: las alegorías de Homero, las ficciones de Esopo,
lo doctrinal de Séneca, lo juicioso de Luciano, las descripciones de Apuleyo, las moralidades de
Plutarco, los empeños de Heliodoro, las suspensiones del Ariosto, las crisis del Boquelino y las
mordacidades de Barclayo. Si lo habré conseguido, siquiera en sombra, tú lo has de juzgar. Comienzo
por la hermosa naturaleza, paso a la primorosa arte y paro en la útil moralidad. He divido la obra en dos
partes, treta de discurrir lo penado, dejando siempre picado el gusto, no molido; si esta primera te
contentare, te ofrezco luego la segunda, ya dibujada, ya colorida, pero no retocada, y tanto más crítica
cuanto son más juiciosas las otras dos edades de quienes se filosofa en ella.

(prosa del siglo XVI)

Dedicatoria
(La Lozana Andaluza)
Francisco Delicado
Ilustre señor:
Sabiendo yo que vuestra señoría toma placer cundo oye hablar en cosas de amor, que deleitan a todo
hombre, y máxime cuando siente decir de personas que mejor se supieron dar la manera para
administrar las cosas a él pertenecientes; y porque en vuestros tiempos podeís gozar de persona que
para sí y para sus contemporáneas, que en su tiempo florido fueron en esta alma cibdad, con ingenio
mirable y arte muy sagaz, diligencia grande, vergüenza y conciencia, “por el cerro de Úbeda” ha
administrado ella y un su pretérito criado, como abajo diremos, el arte de aquella mujer que fue en
Salamanca, en tiempo de Celestino segundo: por tanto he derigido este retraro a vuestra señoría para
que su muy virtuoso semblante me dé favor para publicar el retrato de la señora Lozana. Y mire vuestra
señoría que solamente diré lo que oí y vi, con menos culpa que Juvenal, pues escribió lo que en su
tiempo pasaba: y si, por tiempo, alguno se maravillare que me puse a escribir semejante materia,
respondo por entonces que epistola enmi non erubescit, y asimismo que es pasado el tiempo que
estimaban los que trabajaban en cosas meritorias. Y como dice el coronista Fernando del Pulgar, “así
dare olvido al dolor”, y también por traer a la memoria munchas cosas que en nuestros tiempos pasan,
que no son laude a los presentes ni espejo a los a venir. Y así vi que mi intención fue mezclar natura
con bemol, pues los santos hombres por más saber, y otras veces por desenojarse, leían libros fabulosos
y cogían entre las flores las mejores. Y pues todo retrato tiene necesidad de barniz, suplico a vuestra
señoría se lo mande dar, favoreciendo mi voluntad, encomendando a los discretos letores el placer y
gasajo que de leer a la señora Lozana les podrá suceder.

Argumento en el cual se contiene todas las particularidades que ha de haber en la presente obra
Francisco Delicado

Decirse ha primero la cibdad, patria y linaje, ventura, desgracia y fortuna, su modo, manera y
conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará d’este retrato quien todo lo leyere.
Protesta el autor que ninguno quite ni añada palabra, ni razón, ni lenguaje, porque aquí no compuse
modo de hermoso decir, ni saqué de otros libros, ni hurté elocuencia, porque “para decir la verdad poca
elocuencia basta”, como dice Séneca; ni quise nombre, salvo que quise retraer munchas cosas
retrayendo una, y retraje lo que vi que se debría retraer, y por esta comparación que se sigue verán que
tengo razón.
Todos los artífices que en este mundo trabajan desean que sus obras sean más perfectas que ningunas
otras que jamás fuesen. Y vese mejor esto en los pintores que no en otros artífices, porque cuando
hacen un retrato procuran sacallo del natural, e a esto se esfuerzan, y no solamente se contentan de
mirarlo y cotejarlo, mas quiere que sea mirado por los transeúnetes e circunstantes, y cada uno dice su
parecer, mas ninguno toma el pincel y emienda, salvo el pintor que oye y ve la razón de cada uno, y así
emienda, cotejando también lo que ve más que lo que oye; lo que munchos artífices no pueden hacer,
porque después de haber cortado la materia y dádole forma, no pueden sin pérdida emendar. Y porque
este retrato es tan natural, que no hay persona que no haya conocido a la señor Lozana, en Roma o
fuera de Roma, que no vea claro ser sacado de sus actos y meneos y palabras; y asimismo porque yo he
trabajado de no escrebir cosa que primero no sacase en mi dechado la labor, mirando en ella o a ella. Y
viendo, vi muncho mejor que yo ni otro podrá escrebir, y diré lo que dijo Eschines, filósofo leyendo
una oración o proceso que Demóstenes había hecho contra él; no pudiendo expremir la mucha más
elocuencia que había en el dicho Demóstenes, dijo: “¿Qué haría si oyérades a él?” (Quid si ipsam
audissetis bestiam?). Y por eso verná en fábula mucho más sabia la Lozana que no mostraba, y viendo
yo en ella munchas veces manera y saber que bastaba para cazar sin red, y enfrenar a quien muncho
pensaba saber, sacaba lo que podía, para reducir a memoria, que en otra parte más alta que una picota
fuera mejor retraída que en la presente obra; y porque no le pude dar mejor matiz, no quiero que
ninguno añada ni quite; que si miran en ello, lo que al principio falta se hallará al fin, de modo que, por
lo poco, entiendan lo muncho más ser como dedución de canto llano; y quien el contrario hiciera, sea
siempre enamorado y no querido, amén.

Prólogo
Lazarillo de Tormes
Anónimo

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oídas ni vistas vengan a noticia de
muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo
que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite. Y a este porpósito dice Plinio que no hay
libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena. Mayormente que los gustos no son todos
unos, más lo que uno no come, otro se pierde por ello; y así vemos cosas tenidas en poco de algunos,
que de otros no lo son. Y esto para que ninguna cosa se debría romper, ni echar a mal, si muy detestable
no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin prejuicio y pudiendo sacar della
algún fructo; porque, si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y
quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras, y si
hay de qué, se las alaben. Y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes”.
¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala, tiene más aborrescido el vivir? No por cierto;
mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro. Y así en las artes y letras es lo mesmo. Predica
muy bien el presentado y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten a su
merced si le pesa cuando le dicen: “¡Oh qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!” Justó
muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán porque le loaba de haber llevado
muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad?
Y todo va desta manera: que confesando yo no ser más sancto que mis vecinos, desta nonada, que en
este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelgen con ello todos los que en ella
algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.
Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio d mano de quien lo hiciera más rico si su poder y
deseo se conformaran. Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso,
parescióme no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y
también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue
con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando
salieron a buen puerto.

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