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ID: 245824
NÚMERO DE PROCESO: 5577
NÚMERO DE PROVIDENCIA: 5577
CLASE DE ACTUACIÓN: RECURSO DE CASACIÓN
TIPO DE PROVIDENCIA: SENTENCIA
FECHA: 14/08/2000
PONENTE: CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
TEMA: CONTRATOS / CONTRATOS - interpretación del juzgador / PROMESA DE
COMPRAVENTA - interpretación / PROMESA DE COMPRAVENTA -
requisitos /CONTRATOS - coexistencia de acuerdos / INTERPRETACION
CONTRACTUAL .
FUENTE FORMAL: Código de Comercio art. 904 / Código Civil art. 1500 / Código Civil art.
1501 / Código Civil art. 1740 / Código Civil art. 1741 / Código Civil art. 1618 / Código Civil
art. 1619 / Código Civil art. 1621 / Código Civil art. 1622 / Código Civil art. 1501 / Ley 153
de 1887 art. 89 / Código Civil art. 1621
ASUNTO:
TITULACIÓN:
CONTRATOS
Ahora bien, resulta meridiano que, en no pocos casos, el simple y escueto consentimiento
no basta para la formación de un determinado vínculo negocial, siendo necesario, además,
el cumplimiento de alguna formalidad especial que, en tal virtud, a manera de plus, lo
torna solemne -o de forma específica- (art. 1500 C.C.), de suerte que para la floración del
negocio, es indispensable que la voluntad de las partes converja y, por ende, se
exteriorice de la manera señalada por la ley -o por ellos mismos si la formalidad es de
origen convencional-, en defecto de la cual el contrato, en línea de principio, estará
condenado a la oscuridad negocial, como quiera que no podrá producir efectos en
derecho. Pero de ese defecto congénito -o si se prefiere patológico- no se puede deducir
más que la nulidad absoluta (arts. 1740 y 1741 C.C.), a menos que, "considerando el fin
perseguido por las partes" -he aquí nuevamente evidenciada en el ordenamiento patrio la
sublimación del elemento volitivo-, se juzgue que puede "producir los efectos de
un contrato diferente, del cual contenga los requisitos esenciales y formales", que
aquellas, "de haber conocido la nulidad, habrían querido celebrar" (art. 904 C. de Co.), o,
en el lenguaje empleado por el Código Civil, cuando por adolecer el negocio de una de "las
cosas que son de su esencia … degenera en otro contrato diferente" (art. 1501), hipótesis
éstas rotuladas por la ciencia jusprivatista moderna como "conversión del negocio
jurídico"."
"…y, por ese camino, no reconocer los efectos que su declaración judicial apareja,
haciéndole narrar al contrato, por fuerza de la anunciada distorsión hermenéutica,
ciertamente lo que las partes no acordaron o desearon, señalando unas obligaciones que
ellas no quisieron asumir y, por contera, no asumieron, o avalando un efecto que no fue el
deseado.
No en vano, como bien lo ha recordado esta Corporación, "el contrato es un concierto de
voluntades que por lo regular constituye una unidad y en consecuencia sus estipulaciones
deben apreciarse en forma coordinada y armónica y no aislando unas de otras como
partes autónomas, porque de esta suerte se podría desarticular y romper aquella unidad,
se sembraría la confusión y se correría el riesgo de contrariar el querer de las partes,
haciendo producir a la convención efectos que éstas acaso no sospecharon""
"…la intención de los contratantes prevalece sobre el texto (art. 1618 C.C.); que los
términos de un contrato no pueden desligarse de la materia contratada (art. 1619 ib.);
que si no aparece acreditada una voluntad contraria, "deberá estarse a la interpretación
que mejor cuadre con la naturaleza del contrato" (art. 1621 ib.), cuyas cláusulas, además,
deben contextualizarse para conocer su verdadero sentido (art. 1622 ib.), pues si "el
método indicado para la interpretación de un contrato es el que tenga en cuenta la
totalidad de su texto, de ningún modo resulta aceptable aquel que apartándose de dicha
norma pretenda hacerle producir a la convención efectos contrarios a los que de su
conjunto se concluyen" (LXXVI, pág. 220), doctrina jurisprudencial que condujo
igualmente a la Corte a resaltar "que cuando el pensamiento y el querer de quienes
concertaron un pacto quedan escritos en cláusulas claras, precisas y sin asomo de
ambigüedad, tiene que presumirse que esas estipulaciones así concebidas son el fiel
reflejo de la voluntad interna de aquellos... Los jueces tienen facultad amplia para
interpretar los contratos oscuros, pero no pueden olvidar que dicha atribución no los
autoriza, so pretexto de interpretación, a distorsionar o desnaturalizar pactos cuyo sentido
sea claro y terminante, ni menos para reducir sus efectos legales o adicionar los que le
son propios..." (CLXXVI, pág. 254)."
"…Cuán cauteloso entonces debe ser el fallador, para evitar que la intención real de los
artífices del negocio respectivo, sea fidedignamente interpretada -y de paso respetada- y
de ninguna manera mancillada, o sea, adulterada o falsificada, so capa de buscar,
equivocada y forzadamente, la supuesta intención de los que han contratado o de
identificar el tipo contractual y de fijar su hipotético alcance, sin percatarse que
procediendo de esa cuestionada manera la conculcan y, por consiguiente, a modo de
irresoluta secuela, distorsionan el acuerdo negocial, ora porque recortan su extensión, ora
porque la aumentan o, incluso, porque lo truequen…"
CONSIDERACIONES:
En este último sentido, como antaño se acotó en el Derecho Romano Clásico y también en
el Justinianeo, “En los contratos se debe atender más bien a la verdad de la cosa que a la
escritura” (In contractibus rei veritas potius quam scriptura perspici debet), criterio éste
igualmente vigente en el Derecho Medieval, a la par que en el Derecho Francés histórico,
de suerte que R.J. Pothier, con gran precisión, otrora puntualizó respecto de la primera
regla de interpretación negocial -objeto de exégesis-, que “Débese buscar en las
convenciones cuál ha sido la común intención de las partes contratantes, mejor que no el
sentido gramatical de los términos” , somera excursión histórica que evidencia la génesis
de los artículos 1156, 1560 y 1618 de los Códigos Civiles de Francia, Chile y Colombia,
respectivamente, en este tópico muy afines, a la par que íntimamente ligados.
En este orden de ideas, importa reconocer que todo individuo, en el ámbito contractual y
como corolario de su preciada libertad, es libre o no de comprometerse, motivo por el
cual, al participar en una determinada convención, bien puede estructurar
autónomamente, en asocio con su cocontratante o cocontratantes, el contenido del
acuerdo -salvo que se trate de negocios por adhesión a condiciones generales-, sin más
restricciones -por regla- que las que imponen la ley, el orden público y las buenas
costumbres. Bajo este entendimiento, el contrato se erige -para las partes- en un
prototípico instrumento de la autonomía privada, en la medida en que, ex voluntate,
deciden regular sus respectivos intereses. De ahí que en acatamiento del axioma de la
libertad contractual, rectamente entendido, no puede el intérprete del contrato,
arbitrariamente, desconocer el alcance, así como la teleología del negocio jurídico por ellas
celebrado, so pretexto de la mediación de cláusulas ayunas de la claridad deseada, en la
medida en que deben contextualizarse y, por contera articularse, en guarda de establecer
la real naturaleza de aquel y para determinar, con apoyatura en el prenotado escrutinio,
las obligaciones o derechos que los contratantes quisieron contraer o adquirir, según las
circunstancias.
Ahora bien, resulta meridiano que, en no pocos casos, el simple y escueto consentimiento
no basta para la formación de un determinado vínculo negocial, siendo necesario, además,
el cumplimiento de alguna formalidad especial que, en tal virtud, a manera de plus, lo
torna solemne -o de forma específica- (art. 1500 C.C.), de suerte que para la floración del
negocio, es indispensable que la voluntad de las partes converja y, por ende, se
exteriorice de la manera señalada por la ley -o por ellos mismos si la formalidad es de
origen convencional-, en defecto de la cual el contrato, en línea de principio, estará
condenado a la oscuridad negocial, como quiera que no podrá producir efectos en
derecho. Pero de ese defecto congénito -o si se prefiere patológico- no se puede deducir
más que la nulidad absoluta (arts. 1740 y 1741 C.C.), a menos que, “considerando el fin
perseguido por las partes” -he aquí nuevamente evidenciada en el ordenamiento patrio la
sublimación del elemento volitivo-, se juzgue que puede “producir los efectos de un
contrato diferente, del cual contenga los requisitos esenciales y formales”, que aquellas,
“de haber conocido la nulidad, habrían querido celebrar” (art. 904 C. de Co.), o, en el
lenguaje empleado por el Código Civil, cuando por adolecer el negocio de una de “las
cosas que son de su esencia … degenera en otro contrato diferente” (art. 1501), hipótesis
éstas rotuladas por la ciencia jusprivatista moderna como “conversión del negocio
jurídico”.
Por eso es que la ley señaló como primer criterio en punto a la hermenéutica contractual
-siguiendo el señor Bello el referido plan desarrollado por R.J. Pothier-, que la intención de
los contratantes prevalece sobre el texto (art. 1618 C.C.); que los términos de un contrato
no pueden desligarse de la materia contratada (art. 1619 ib.); que si no aparece
acreditada una voluntad contraria, “deberá estarse a la interpretación que mejor cuadre
con la naturaleza del contrato” (art. 1621 ib.), cuyas cláusulas, además, deben
contextualizarse para conocer su verdadero sentido (art. 1622 ib.), pues si “el método
indicado para la interpretación de un contrato es el que tenga en cuenta la totalidad de su
texto, de ningún modo resulta aceptable aquel que apartándose de dicha norma pretenda
hacerle producir a la convención efectos contrarios a los que de su conjunto se concluyen”
(LXXVI, pág. 220), doctrina jurisprudencial que condujo igualmente a la Corte a resaltar
“que cuando el pensamiento y el querer de quienes concertaron un pacto quedan escritos
en cláusulas claras, precisas y sin asomo de ambigüedad, tiene que presumirse que esas
estipulaciones así concebidas son el fiel reflejo de la voluntad interna de aquellos... Los
jueces tienen facultad amplia para interpretar los contratos oscuros, pero no pueden
olvidar que dicha atribución no los autoriza, so pretexto de interpretación, a distorsionar o
desnaturalizar pactos cuyo sentido sea claro y terminante, ni menos para reducir sus
efectos legales o adicionar los que le son propios..." (CLXXVI, pág. 254).
Así mismo, en la cláusula tercera el “promitente vendedor” declaró cómo adquirió “el
inmueble que vende”, garantizando que ese bien “no ha sido prometido en venta ni
enajenado a ninguna otra persona”, "que lo promete en venta con todas sus anexidades,
usos, costumbres y servidumbres", y que "se compromete a adelantar por su cuenta la
pronta tramitación de la resolución de adjudicación del inmueble en referencia en favor del
Promitente Comprador para registrarla y presentarla a éste para la cancelación del saldo
del valor de la negociación”. Por último, en la cláusula cuarta, el “promitente vendedor” se
obligó al saneamiento, rematando las partes el contrato con una cláusula penal a cargo de
quien incumpla “esta promesa de venta” (Se subraya).
B. Siendo este el contenido del escrito contentivo de ese acuerdo, no puede menos que
verse claramente, sin hesitación alguna, que en él aparece en forma expresa la intención
contractual especificada en el título de celebrar una promesa de venta, e igualmente el
consentimiento expreso de que es este el contrato convenido, en el cual se precisaron las
calidades de las partes como promitentes vendedor y comprador, así como el objeto del
mismo: prometiendo el uno vender y el otro comprar el derecho de dominio sobre un
bien.
Pero adicionalmente, en dicho negocio se precisaron los elementos esenciales del contrato
prometido, el de venta, esto es, la cosa (predio Campoalegre) y el precio ($5’500.000,oo)
- art. 1857 C.C.-, identificándose aquel por su nombre, “paraje o localidad” y linderos,
según lo reclama el artículo 31 del Decreto 960 de 1970, cumpliendo además con el
requisito de indicar cómo se “adquirió” por el promitente vendedor, según lo reclama el
artículo 32 del mencionado estatuto notarial, quedando así determinado “de tal suerte el
contrato (prometido), que para perfeccionarlo” sólo faltaba la respectiva formalidad (nral.
4 art. 89 ley 153 de 1887, e inc. 2º art. 1857 C.C.), lo que devela, sin lugar a dudas, que
el negocio celebrado o, si se prefiere, el tipo contractual pertinente, fue el de promesa de
compraventa.
Más aún, como para que no quedara duda, en él se contemplaron condiciones anticipadas
como la forma en que habría de pagarse del precio, la mención a la obligación de
saneamiento que tiene el vendedor (art. 1880 C.C.) y la alusión al incumplimiento de "esta
promesa de venta" como causa del pago de una cláusula penal.
3. Siendo así las cosas, el yerro en que incurrió el Tribunal es paladino, lo que provocó
que indirectamente violara la ley sustancial.
Tal como quedó expuesto en párrafos precedentes, la calificación jurídica dada al tipo
contractual por las partes: contrato de promesa, es fidedigna, como quiera que se
acompasa, cabalmente, con el contenido del acuerdo negocial respectivo, al punto que
aquella no es más que el corolario obligado de éste. En este sentido, como bien lo realza
el profesor Francesco Galgano, rememorando un conocido fallo de la Corte Italiana, “La
denominación que las partes den a un instituto contractual tendrá relevancia en el
procedimiento de hermenéutica del negocio jurídico en tanto que tal denominación
corresponda con el contenido jurídico de los pactos que las partes creían manifestar…”
Cuando el ad quem concluyó que todo lo pactado en ese acuerdo fue el trámite en favor
de otro de “una adjudicación del Incora” (fl. 34, cdno. 4), cuyos derechos debía ceder el
promitente vendedor al promitente comprador (fl. 36, ib.), ciñéndose así al reducido tenor
de una de sus cláusulas, no solo supuso -ora directa, ora indirectamente- la existencia de
un negocio jurídico de cesión que, como se observó, no podía darse, sino que, además,
supuso que ese puntual acuerdo absorbió y diluyó el de promesa de venta, interpretación
contraevidente en consideración a lo que devela la intención de las partes y a lo que
refleja el escrito que contiene tales acuerdos. Luego cometió el sentenciador error
evidente de hecho que lo llevó a concluir que no existió el negocio jurídico cuya nulidad se
demandó, en contravía de lo querido y expuesto por los propios contratantes.
B. En adición a lo anterior, pasó por alto el sentenciador de segundo grado que para las
referidas partes siempre fue claro que el contrato que celebraron fue el de promesa de
compraventa. Su comportamiento procesal no deja duda al respecto, tanto así que el
demandado respondió afirmativamente el hecho segundo de la demanda en el que se
predicó por el demandante la suscripción del mencionado contrato (fls. 13 y 29, cdno. 1).
Más aún, el señor Sánchez, como promitente comprador, formuló demanda de
reconvención contra su promitente vendedor, el señor Llanes, “para que otorgue la
escritura pública de venta” (fl. 12, cdno. 2), aduciendo que esa fue la obligación contraída
(hechos 4º y 5º, fl. 7, ib.), sin que el reconvenido lo hubiere negado al pronunciarse sobre
dicho libelo (fl. 18, ib.).
Siendo ello así, erró de hecho el Tribunal al dejar de apreciar tales escritos, con
fundamento en los cuales debió abrirle paso a la interpretación del contrato con
fundamento, entre otros criterios, en la aplicación práctica que de él hicieron las partes,
según la regla de hermenéutica contractual contenida en el inciso final del artículo 1622
del Código Civil, para concluir que, en realidad, independientemente de su validez, el
negocio jurídico celebrado fue el de promesa de compraventa, como lo demostraba el
documento visible a folios 5 y 6 del cuaderno principal.
4. Sin embargo, antes de proferir sentencia sustitutiva, debe la Corte decretar la pruebas
de oficio que se precisarán en la parte resolutiva, para poder pronunciarse sobre algunos
asuntos inherentes a la cuestión litigiosa y dar cumplimiento al inciso 2º del artículo 307
del Código de Procedimiento Civil (arts. 375 y 180 ib.).
JURISPRUDENCIA RELACIONADA:
Fecha: 15/03/1965
Fecha: 15/06/1972
Fecha: 27/03/1998
Rad: CCLII, pág. 651
Rad: LXXVI, pág. 220; CLXXVI, pág. 254