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El Modelo OSAR: observador, sistema, acción y resultados

Sostenemos que los resultados que obtenemos en la vida, sea en el trabajo, en la familia, o en
cualquier otro lugar, son consecuencia de las acciones que emprendemos (o, lo que es
equivalente, de las acciones que no emprendemos). Nuestras acciones determinan nuestros
resultados. Si deseamos, por lo tanto, modificar los resultados que obtenemos es importante
modificar las acciones que realizamos. Toda modificación de nuestras acciones que conduce a un
mejoramiento de nuestros resultados, la llamamos aprendizaje. Cuando estamos en condiciones
de actuar recurrentemente de manera más efectiva, decimos que hemos aprendido.
Lo dicho coloca una gran importancia en la acción. En ella parecieran resolverse muchos de los
misterios de nuestra vida, nuestros éxitos y fracasos, nuestras frustraciones, etc. Sin embargo es
importante reconocer que los seres humanos no actúan de manera arbitraria. Así como los
resultados remiten a la acción, la acción, por su parte, remite a su vez al tipo de observador que
somos. Actuamos de una u otra forma de acuerdo al tipo de observador que somos.
¿A qué apuntamos con el término del observador? De hecho, a algo muy simple. El observador es
un término que usamos para referirnos a la manera como hacemos sentido de las situaciones que
enfrentamos. En la medida que diferentes individuos le confieren sentidos distintos a una misma
situación, decimos que son observadores diferentes. El sentido que le conferimos a una situación
particular nos llevará a actuar de una u otra forma, lo que nos conduce a obtener diferentes
resultados con nuestro actuar. De lo dicho, nos interesa, sin embargo, extraer algunas
consecuencias que nos parecen de importancia.
La primera consecuencia, consiste en sostener que en la relación que establece el tipo de
observador que somos con las acciones que este observador emprende, definimos nuestra forma
de ser. Los seres humanos somos diferentes, tenemos formas de ser distintas. Pues bien, estas
diferencias en nuestras formas de ser remiten al tipo de observador que somos y a las acciones
que este observador lleva a cabo. Si deseamos entender la forma de ser de una persona, es
preciso examinar el tipo de observador que esa persona es y las acciones que realiza. Allí residen
muchos de los misterios del alma humana. Y cuando hablamos del alma humana apuntamos,
simplemente, a la particular forma de ser de una persona. No estamos hablando de una sustancia
particular.
La segunda consecuencia que deseamos extraer guarda relación con el aprendizaje. A partir de lo
dicho, el aprendizaje lo entendemos como una expansión de nuestra capacidad de acción efectiva.
Esta expansión, sin embargo, puede realizarse, por lo menos, de tres maneras diferentes.
La primera, que llamamos aprendizaje de primer orden, es aquella modalidad de aprendizaje que
busca expandir nuestra capacidad de acción, manteniendo constante el tipo de observador que
somos. Así, podemos aprender muchas cosas por la vía de expandir nuestros repertorios de
acción, como lo hacemos cuando, por ejemplo, aprendemos un programa nuevo de computación,
un nuevo baile, nuevas técnicas de marketing, etc. Con ello, añadimos nuevas acciones a nuestros
repertorios pasados. Esta es la forma de aprendizaje a la que estamos más habituados.

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La segunda modalidad de aprendizaje la llamamos aprendizaje de segundo orden. En este caso,
en vez de intervenir buscando una modificación directa en nuestra capacidad de acción, nos
concentramos en transformar el tipo de observador que somos. En este caso, el aprendizaje no
mantiene constante el tipo de observador que somos sino busca cambiarlo. Ello conducirá a la
modificación posterior de las acciones que emprendemos, aunque ello acontezca como un efecto
indirecto de los cambios registrados a nivel del observador.
En la medida que esta modalidad conduce a transformar nuestras acciones podemos seguir
hablando de aprendizaje, pues éste sigue expresándose en una expansión de nuestra capacidad de
acción efectiva, sólo que indirectamente. Se trata de una estrategia de aprendizaje diferente de la
anterior y mucho más profunda. De alguna forma, con ella estamos alterando los elementos
constitutivos básicos de nuestra forma de ser. Por ser así, decimos que esta segunda modalidad de
aprendizaje es una transformación ontológica. Con este término sólo queremos decir que en ella
se compromete y transforma nuestra forma particular de ser.
La tercera modalidad de aprendizaje, corresponde al aprendizaje transformacional. En el
observador que somos podemos diferenciar capas más o menos profundas. Las capas
superficiales, pueden ser cambiadas con relativa facilidad. Sin embargo, todo observador tiene un
núcleo duro, compuesto de supuestos “incuestionables” para ese observador en particular. Son un
conjunto de presuposiciones que no está dispuesto a poner en cuestión tan rápidamente. Por
ejemplo, la forma de criar a los hijos, la forma de trabajar, la forma de ver el mundo, al final, la
forma profunda de ser, lo que llamamos “mi forma de ser” o “así soy yo”. Ello incluye lo aceptable
y lo inaceptable. También se compone de nuestros juicios maestros. Nuestros valores.
El coaching ontológico busca también generar aprendizajes transformacionales. A veces, las
dificultades de un coachee para resolver aquello que está llamando un problema, tiene que ver
con esas capas profundas de su observador. Un coach que opera desde la Ontología del Lenguaje,
puede ayudar a ese coachee a modificar ese núcleo de su forma de ser. Logrando cambiar sus
comportamientos, porque cambiaron sus supuestos básicos.
Finalmente, este observador, opera en un sistema. En rigor en un sistema de sistemas. Más
adelante haremos referencia a esta fundamental dimensión del Modelo OSAR. Pero por ahora,
solo ubiquemos la importancia que tienen los sistemas a los que pertenecemos en el presente en
la determinación de nuestros comportamientos. Y la influencia innegable que los sistemas de los
que hemos formado parte, en el camino de devenir el observador que hoy somos.
Un coach ontológico trabaja con ambos componentes ocultos de la conducta humana: el
observador, en sus capas superficiales y profundas, y en el sistema.

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Esta es la forma como graficamos lo que hemos dicho:

El observador como restricción al aprendizaje de primer orden


El tipo de observador que somos no sólo delimita nuestras posibilidades de acción, de la misma
forma restringe nuestras posibilidades de aprendizaje por cuenta propia. El aprendizaje de primer
orden tiene límites y éstos remiten al tipo de observador que somos. De allí que sea importante
reconocer que nuestras posibilidades de aprendizaje de primer orden no están sólo sujetas
nuestra motivación y buena voluntad por aprender. Por mucha motivación al aprendizaje que
tengamos, habrá algunas cosas que no podremos aprender a menos que revisemos y pongamos
en cuestión el tipo de observador que somos y optemos por iniciar un proceso de aprendizaje de
segundo orden o un aprendizaje transformacional.
Todos hemos tenido la experiencia de sentir que los resultados que obtenemos en alguna área de
actividad no son los que deseamos y, sin embargo, no sabemos qué podemos hacer para
corregirlos e, incluso, para no seguir repitiéndolos. Ello nos pasa frecuentemente con algunas
relaciones personales. Puede tratarse de un subordinado, un colega en el trabajo, el jefe, un hijo,
la pareja, un padre, etc. El tipo de relación que establecemos con ellos no es la que quisiéramos y
no sabemos qué podemos hacer para modificarla. Muchas veces intuimos que algo debemos estar
haciendo mal, sin embargo, no logramos precisar lo que es.
Pero ello no sólo sucede en torno a nuestras relaciones personales. Muchas veces se trata de la
manera como encaramos determinadas situaciones. Nuevamente, sucede que no estamos
satisfechos de la manera como nos comportamos bajo esas circunstancias y no encontramos una
salida distinta. No sólo no sabemos por qué terminamos comportándonos de la forma como lo
hacemos, no sabemos tampoco que otras acciones podríamos emprender y cual sería el camino de
aprendizaje que podríamos tomar. Cuando ello sucede es pertinente sospechar que nuestro
problema reside al nivel del tipo de observador que somos.
Creemos que el coaching ontológico es una alternativa distinta. No sólo se funda en supuestos
muy diferentes a lo de las terapias tradicionales, sino por sobretodo no descansa en el juicio inicial
de enfermedad, inadecuación o de invalidación personal. El coaching ontológico no es un proceso
terapéutico, sino un proceso de aprendizaje. Optar por el coaching no significa suponer que algo
anda mal conmigo, sino simplemente reconocer que hay cosas que no sé. No hay nada extraño o
especial en ello. No hay persona que lo sepa todo. No se trata, por lo tanto, de ser defectuoso,
sólo se trata de reconocer que somos incompetentes.

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Lo que sabemos es siempre finito, lo que no sabemos es siempre infinito, por lo tanto somos
siempre infinitamente ignorantes. Y perdemos demasiada energía diaria en tratar de demostrar lo
contrario. Desde la Ontología del Lenguaje, buscamos rescatar el espacio de la ignorancia, como
un territorio fértil para el aprendizaje, y conectado con su motor emocional principal: la
curiosidad.
Concebir al coaching ontológico como terapia lo malinterpreta. Sin embargo, es comprensible que
inicialmente pueda ser visto así. Muchas personas acuden a prácticas terapéuticas para abordar
varios de los problemas para los cuales el coaching ontológico es una alternativa eficaz. Es más
para cierto tipo de problemas, la terapia ha sido vista tradicionalmente como “la” alternativa. No
es extraño, por lo tanto, que cuando surge una práctica alternativa, como sucede con el coaching
ontológico, ella sea vista como una modalidad terapéutica diferente. Esta es otra forma de
distorsión del carácter del coaching ontológico, similar a la que acontecía alrededor del coach
deportivo.

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