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2 Caporaso y Levine El Enfoque Clásico
2 Caporaso y Levine El Enfoque Clásico
El enfoque clásico
La economía política en la tradición clásica
En este capítulo exploraremos el enfoque clásico de la economía política. Los
economistas clásicos de los siglos XVIII y XIX fueron los primeros en utilizar el
término «economía política» 1 . El periodo estudiado por la economía política clásica no
puede concretarse de forma exacta. Una definición restringida iría desde la publicación
de The Wealth of Nations (La Riqueza de las Naciones) de Adam Smith en 1776, a los
Principles of Political Economy (Principios de Economía Política) de John S. Mill en
1848. Una periodización más amplia abarcaría desde los fisiócratas de mediados del
siglo XVIII hasta la muerte en 1883 de Karl Marx, al que muchos consideran el último
economista político clásico importante. A él se le atribuye la acuñación del término
«economía política clásica» (Dasgupta, 1985: 12), que considera existe desde los
tiempos de William Petty.
Dividiremos nuestra consideración de la economía política clásica en dos partes:
el argumento de la autorregulación del mercado y la teoría del valor y la distribución. La
primera parte se centra en la naturaleza del sistema de mercado y su relación con el
Estado. La segunda se refiere a la producción y el uso del excedente económico. La
segunda parte recoge contribuciones mas recientes dentro de la tradición económica
clásica. Aunque utilizan elementos del marco analítico clásico, estas teorías recientes
sugieren un enfoque de economía política que, en algunas cosas, difiere del de los
economistas clásicos.
El enfoque clásico formula los temas centrales de la economía política de una
forma característica. Fundamentalmente, los economistas clásicos jugaron un papel muy
importante en la introducción y elaboración de dos ideas clave: la de la separabilidad de
la economía y la de la primacía de lo económico. La primera parte de este capítulo
enfatiza este aspecto de la teoría clásica, que tiene una relevancia especial para los
temas de este libro.
Los teóricos modernos inscritos en la tradición clásica (ver Walsh y Gram,
1980), sin embargo, no han formulado los temas de la economía política de esta forma.
En la segunda parte de este capítulo, consideraremos las implicaciones de la teoría del
valor y la distribución para las preocupaciones centrales de la economía política tal
como las definimos en este libro.
Los fundadores de la economía política observaron un cambio en la relación
entre la vida política y las actividades no políticas, llamadas imprecisamente la
satisfacción de los deseos privados. Esta percepción condujo a una redefinición y
reordenación de los términos utilizados para hablar del orden social, términos como
sociedad política y sociedad civil; privado y público; economía y Estado. Esta
reordenación acarreó un cambio de énfasis, acercándose a la idea de que la sociedad se
organiza a sí misma y se desarrolla de acuerdo a sus propias leyes, procesos e
imperativos. Las instituciones sociales de vital importancia no se desarrollan de acuerdo
a planes articulados e instituidos a través de decisiones políticas, sino que lo hacen de
acuerdo a imperativos subyacentes e involuntarios de la vida en grupo. Si esto es
1
Para un debate histórico sobre el término «economía clásica» o «economía política clásica», ver Roll
(1953: cap. 4) y Walsh y Gram (1980: caps. 2-4)
verdad, entonces la historia constituye menos un relato de los procesos políticos, los
conflictos y las deliberaciones, y se convierte más en un relato de las consecuencias
involuntarias de las actividades privadas. El libro de Adam Ferguson, Essay on the
History of Civil Society, publicado en 1773, marcó un momento importante es este
cambio de perspectiva. Ferguson expresó nuestra idea en las siguientes palabras:
«Si Cromwell dijo que el hombre nunca llega tan lejos como cuando no sabe adónde va;
esto se puede afirmar aún con más razón de las comunidades, que permiten las mayores
revoluciones cuando no se pretende ningún cambio y que los políticos más refinados no siempre
saben si están liderando el Estado con sus proyectos» (p. 205)
«el gran arte del gobierno es despojarle a uno de los perjuicios y ataduras a opiniones
particulares, a clases especificas y, sobre todo, a personas particulares; consultar el espíritu del
pueblo, cederle el paso en apariencia, y, al hacerlo, darle un giro capaz de inspirar esos
sentimientos que pueden inducirle a desear el cambio, que una alteración de las circunstancias ha
hecho necesario» ([1767] 1966: 26).
Steuart intenta combinar dos ideas importantes. En primer lugar, expresa la idea
(que hemos enfatizado) que el cambio surge de fuerzas y procesos inmanentes en la
sociedad y no decididos por el Estado. En segundo lugar, y a la vez, vislumbra un papel
principal para el Estado al reconocer de la necesidad de estos cambios y liderar a la
sociedad a través de ellos. Los cambios en lo que Steuart llama el «espíritu del pueblo»
son graduales e inmanentes y no planificados. Debido a que estos cambios son
graduales e inmanentes, pueden escapar a la percepción del pueblo. Este error puede
llevar a los individuos a juzgar mal sus propios intereses y los de la sociedad. El Estado
debe asumir un papel de liderazgo en la educación de los individuos sobre sus intereses
reales, tanto los privados como los públicos.
Smith y Steuart, aunque escribieron aproximadamente durante la misma época,
valoraron la funciones posibles y deseables del gobierno de forma bastante diferente.
Steuart no participó directamente en la devaluación de la política, aunque su aceptación
de la necesidad de leyes de economía política le orienta en esa dirección. Smith recorrió
todo el camino, pero su valoración de los políticos, a quienes consideraba «animales
insidiosos e ingeniosos» ([1776] 1937: 435), le llevó a hacerlo de forma mucho más
rápida. Esta diferencia es importante para entender el significado de la economía
política y la trascendencia de su aparición a finales del siglo XVIII.
El juicio de Smith se basa en su ahora ampliamente conocida solución al
problema del orden económico. La solución tiene dos partes. Primeramente, la vida de
grupo no política (la sociedad civil) deber organizarse y perpetuarse más o menos
independientemente de la toma de decisiones políticas. La unidad que incorpora la tarea
de satisfacer los deseos privados es una unidad política, pero dentro de esta unidad, la
producción y distribución de las cosas necesarias para perpetuar la vida privada no es
política. En segundo lugar, tal como vemos que argumenta Steuart, las leyes e
imperativos de la sociedad deben dominar la política. Las leyes económicas limitan al
hombre de estado o político. Llevadas al límite, estas leyes reducen al hombre de estado
a un papel de vigilante (por ejemplo, que la administración de justicia se centre en la
protección de los derechos de la propiedad).
En el enfoque clásico, el término economía política se refiere a un sistema de
satisfacción de deseos privados constituido por agentes privados independientes. En la
economía política clásica se han utilizado términos diferentes pero relacionados para
referirse a este sistema de satisfacción de deseos: sociedad civil, economía de mercado,
sociedad burguesa, capitalismo, etc. Cada término describe la forma en la que la
sociedad se convierte en un sistema básicamente económico y no político. A medida
que se fortalece, este sistema tiende a desplazar a la política, a pesar de que inicialmente
aparezca bajo una designación política. Establece un principio ordenador para la
sociedad que, al no ser político, desafía la idea de la sociedad entendida como un
sistema político. En la próxima sección exploraremos con más detalle la idea clásica de
un sistema de relaciones económicas.
La sociedad civil
«La sociedad civil es el ámbito del egoísmo universal, donde trato a todo el mundo
como un medio para mis fines. Su expresión más aguda y típica es la vida económica, donde
vendo y compro no para satisfacer los deseos del otro, su hambre o su necesidad de refugio, sino
que utilizo la necesidad sentida por el otro como un medio para satisfacer mis propios fines. Mis
propósitos están mediatizados por las necesidades de los demás: cuantas más otras personas
dependan de un recurso que yo puedo proporcionar, mejor es mi posición. Este es el ámbito en el
que todo el mundo actúa de acuerdo con lo que percibe como su inteligente interés propio»
(1972: 134).
El mercado autorregulado
2
Para un debate sobre el concepto de sociedad civil, ver los artículos recopilados en The State and Civil
Society (Pelczynski, 1984, y Avineri, 1972: 141-54).
3
Ver, por ejemplo, Weintraub (1979) y Sowell (1972).
(comprando y vendiendo), cada persona trabaja para las demás. Cada uno proporciona
productos a los demás y dinero con el que los otros pueden comprar productos. Cuando
este circuito funciona adecuadamente, la venta de mercancías lleva a la compra de otras
mercancías. Al mismo tiempo, no existe ninguna garantía de que una mercancía
concreta encontrará un comprador. De forma que un vendedor individual que no
encuentre demanda para sus productos no podrá adquirir las cosas que necesite. Esto es
así también en el caso de los trabajadores. No existe ninguna garantía de que un
trabajador individual o un grupo de trabajadores encuentren un empleo. Pueden no
existir compradores para el tipo de trabajo que ellos venden. Si sólo disponen de ese
tipo de trabajo, y nada más, no podrán conseguir los salarios necesarios para comprar
sus medios de consumo.
Al no tener ningún otro recurso al que recurrir más que el mercado, el
sufrimiento individual es inevitable. Los economistas clásicos no consideran esto como
un factor negativo del mercado. Sin este sufrimiento, el mercado no podría crear
incentivos para estimular a los individuos a adaptar sus habilidades y medios de
producción a las necesidades de los demás.
Los economistas clásicos afirman que el mercado sólo puede provocar el
sufrimiento individual. Es decir, que la renta y el bienestar de un vendedor pueden sufrir
debido a la falta de demanda de su producto, pero que no es así en el caso de la renta y
el bienestar del conjunto de vendedores. Los economistas clásicos también afirman que
los problemas individuales son temporales, y duran sólo el tiempo necesario para que el
individuo adapte sus habilidades y su capital a la producción de productos con
demanda. David Ricardo, una de la s figuras más importantes de la economía política
durante la primera mitad del siglo XIX, resumió lo que hemos dicho hasta ahora sobre
el mercado:
«Puede ser que se produzca demasiado de una mercancía concreta, de la que exista tal
exceso en el mercado que no llegue a reembolsar el capital empleado en ella; pero esto no puede
producirse con respecto a todas las mercancías; la demanda de maíz está limitada por el número
de bocas que lo pueden comer, la de zapatos y abrigos por las personas que los pueden llevar;
pero aunque una comunidad, o parte de una comunidad, puede tener tanto maíz y tantos
sombreros y zapatos como pueda o quiera consumir, esto no puede decirse de todas las
mercancías producidas por la naturaleza o por el arte» (Ricardo, [1821] 1951: 292).
«Pero no sólo el capricho, sino los imprevistos, las condiciones físicas y factores
debidos a circunstancias externas pueden reducir a los hombres a la pobreza. Los pobres siguen
teniendo las necesidades típicas de la sociedad civil, pero como la sociedad les ha quitado los
medios naturales de adquis ición y ha roto el vínculo familiar ... su pobreza les deja más o menos
desprovistos de todas las ventajas de la sociedad, de la oportunidad de adquirir educación de
ningún tipo, así como de la administración de justicia ... etcétera. La autoridad pública toma el
lugar de la familia en lo que se refiere a los pobres, y no sólo en relación a sus deseos
inmediatos, sino también a su falta de disponibilidad por holgazanería, su malignidad, y los otros
vicios que resultan de su difícil situación y de su sentido de agravio» ([1821] 1852: 148-9).
Para Smith, el beneficio mide la ventaja que suponen para el individuo los
diferentes usos de su capital:
«Pero es sólo por el beneficio que un hombre utiliza un capital para apoyar a la
industria; y por lo tanto, siempre intentará utilizarlo para apoyar aquella industria cuyo producto
es probable que sea mayor en términos de dinero o de otros bienes» (p. 423).
«El individuo busca sólo su propio beneficio, y en este, como en muchas otros casos,
está guiado por una mano invisible para promover un fin que no forma parte de su intención» (p.
423).
El Estado y la sociedad
«Según el sistema de la libertad natural, el soberano tiene sólo tres deberes que atender;
tres deberes de gran importancia, evidentemente, pero sencillos e inteligibles para el
entendimiento común: primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia y la invasión de
otras sociedades independientes; segundo, el deber de proteger, tanto como sea posible, a todos
los miembros de la sociedad de la injusticia y la opresión por parte de cualquier otro de sus
miembros, o el deber de establecer una administración de justicia exacta; y tercero, el deber de
erigir y mantener ciertas obras públicas y ciertas instituciones públicas, que nunca pueden
erigirse ni mantenerse según el interés de un individuo, o de un pequeño grupo de individuos;
porque el beneficio jamás podrá devolver el gasto a ningún individuo o pequeño número de
individuos, aunque frecuentemente sí puede hacer mucho más que devolverlo a una gran
sociedad» ([1776] 1937: 651).
En este último apartado, el de las obras y las instituciones públicas, Smith tiene
en mente básicamente aquellas orientadas a facilitar el comercio (carreteras, puentes,
canales) y a «promover la instrucción de la gente» (p. 681).
Imaginemos un Estado preocupado exclusivamente por la defensa nacional, la
administración de justicia, las obras públicas y la educación. Tomando una definición
de justicia lo suficientemente limitada, y asumiendo que esta definición estuviera bien
establecida y ampliamente aceptada, la s decisiones políticas se centrarían como máximo
en un abanico limitado de temas referentes a la amplitud de estas actividades. De hecho,
un Estado así financiaría y mantendría un ejército permanente, algunas escuelas, los
tribunales y las autopistas. No se preocuparía por las formas apropiadas de vida en una
sociedad bien ordenada; no se ocuparía de los razonamientos colectivos sobre la
naturaleza del bien público; no se responsabilizaría del bienestar de aquellos cuyas
actividades privadas no pudieran mantenerlos adecuadamente. De la misma forma en
que la sociedad civil desplaza a la sociedad política, la administración sustituye a la
política.
Y sin embargo, los economistas clásicos no llegaron tan lejos como a negar la
existencia de una bien público irreducible a (por ejemplo la suma de) los fines privados.
Smith identificó este bien público con la magnitud (y la tasa de crecimiento) del
producto nacional. Clarame nte, un producto nacional amplio y creciente normalmente
beneficiará tanto a los individuos como al Estado. Con todo, el beneficio de un gran
producto nacional es tanto para los individuos como para el Estado en su conjunto. Si
consideráramos más que solamente el volumen del producto, entonces la ecuación de
los fines públicos con los privados sería menos evidente. Incluso con esta división,
todavía se puede afirmar, para ciertas definiciones del bien público, que una economía
de mercado privada consigue ese bien (aunque sea inintencionadamente). Este es el
argumento que definimos como claramente clásico.
El argumento clásico ha cedido el paso recientemente a otro (asociado al
enfoque neoclásico) que define el bien público equiparándolo a una suma (u otro
agregado) de intereses privados. Sin embargo, no deberíamos lanzarnos demasiado
rápido a adoptar una interpretación del enfoque clásico de la economía política que la
equipare con este método más reciente. Hacerlo es perder de vista una tensión
importante en el enfoque clásico que está ausente en el moderno. Esta tensión existe en
el esfuerzo por mantener una versión más antigua del bien público, a la vez que se niega
la necesidad de un agente público responsable de asegurar que los temas privados
contribuye n a la agenda pública. A Smith le gustaría ver los fines públicos realizados
sin (o con un mínimo de) vida pública. Esta aspiración es una parte importante del
pensamiento clásico. Presenta un problema para las teorías subsiguientes, uno que lleva
a direcciones diferentes.
Recordemos el contraste esbozado anteriormente en este capítulo entre Smith y
Stewart. El primero es partidario de la degradación de la política mientras que el último
intenta mantener la idea de que la política y el Estado tienen un papel importante más
allá de la administración pública y la defensa nacional. Para Steuart, el Estado tiene un
papel de liderazgo en el ámbito privado: modelando los intereses privados, limitando el
egoísmo, educando a las personas para que tengan un punto de vista «más elevado» (el
interés público). Tal como veremos en los capítulos siguientes, ninguno de los enfoques
modernos de la economía política se encuentra completamente cómodo con esta idea.
Algunos la rechazan totalmente, y esto es típico de la economía política. Otros le
conceden sólo un papel muy limitado. En esto, la economía política se inscribe en gran
medida en el temperamento moderno, que, siguiendo a Smith, duda tanto de la
necesidad de que el Estado asuma un papel de liderazgo como de su capacidad de
hacerlo. La economía política ve al Estado más y más como un agente actuando al
servicio de los intereses privados, más que como un agente al que se le confía la
responsabilidad de un bien público irreducible a los intereses privados. ¿Cómo puede el
Estado, actuando como agente de los intereses privados, responsabilizarse de la
elevación de los individuos hacia un estadio superior? Evidentemente, no podemos
esperar que lo haga.
Valor y distribución
La división del trabajo y el intercambio
4
Para una discusión más completa de la teoría del valor trabajo, ver Meek (1973)
5
Staffa (1960) ha analizado la relación entre el precio y la estructura técnica de la producción; ver
también Walsh y Gram (1980).
uno entre muchos mecanismos sociales para satisfacer una necesidad material de la
vida. Esto significa que lo económico (entendido como el abastecimiento material)
existe exista o no el mercado, y por lo tanto, aunque nuestras actividades económicas se
produzcan en una esfera separada a la que podemos llamar o no economía.
La distribución de la renta
La versión de la teoría clásica trazada brevemente en los párrafos anteriores mantiene el
supuesto clásico que el nivel de los salarios depende de la especificación de los bienes
que comprende el nivel de subsistencia. Bajo esta suposición, la magnitud del excedente
depende de la tecnología, que determina la productividad del trabajo, y del importe de la
subsistencia. El excedente es un tipo de residuo, el importe que queda una vez se han
cubierto los costes de producción. Este excedente es, entonces, el fondo del cual sale el
beneficio y la inversión.
La idea de que los salarios se determinan de esta forma ha perdido la
credibilidad desde la publicación de los grandes textos de los economistas clásicos en el
siglo XVIII y principios del XIX. Los teóricos modernos han modificado este elemento
de la teoría, y al hacerlo han llegado a una conclusión sorprendente.
Si tratamos el salario como una variable y no como una magnitud fija, esto
significa que el sistema de mercado contiene un elemento de indeterminación. La
variabilidad del salario implica la variabilidad del excedente y, por consiguiente, del
beneficio para una estructura productiva dada. Así, dada la productividad del trabajo y
la división social del trabajo, la distribución del producto entre el trabajo y los
propietarios del capital aún está por determinar.
Sería posible, entonces, considerar la distribución de la renta como el resultado
de una lucha entre solicitantes que compiten por ella, y no como algo que forma parte
de la estructura de reproducción misma, tal como planteó originalmente el modelo
clásico. Esta estructura establece límites a la distribución marcados, por un lado, por el
nivel de beneficio o excedente si el salario fuera cero, y, por el otro, por el nivel del
salario real si el excedente fuera igual a cero. Pero entre estos niveles, las condiciones
de reproducción no fijan la distribución de la renta.
La siguiente etapa es identificar a quienes compiten por la renta como clases
sociales definidas por su relación con los medios de producción. Hacer esto encaja bien
en el espíritu del enfoque clásico. Y entonces, la distribución de la renta se convierte en
una materia de lucha entre clases sociales por el producto del trabajo.
La atención a esta lucha lleva a la economía política a un terreno diferente al
destacado en la primera sección de este capítulo. Allí, la representación de la economía
política en el sentido clásico se refería al estudio de la capacidad de la economía de
automantenerse. Lo económico nos lleva a una realidad institucional, el mercado; lo
político nos lleva al Estado, también una realidad institucional. La economía política se
centra en la lógica de la relación entre estas dos instituciones. El tema de la
separabilidad es fundamental.
Cuando pasamos al terreno de la lucha entre clases sociales por la distribución
de la renta, la idea de qué es la economía política cambia. Aquí lo económico no es
primeramente un ámbito, la economía; es el proceso de reproducción material de bienes
y de aprovisionamiento de necesidades. Lo político nos lleva primeramente no al
Estado, sino a la configuración de las clases sociales y las relaciones de clase. Maurice
Dobb (1936) puso un énfasis especial en esta interpretación de lo político en la
economía política clásica.
Evidentemente, se puede plantear una cuestión sobre en qué sentido la
interrelación de clases puede ser la dimensión política. De hecho, en las aportaciones
más recientes de aquellos influidos por el modelo clásico, el elemento explícitamente
político raramente aparece de manera sistemática. El tema se deja colgado.
En muchos casos, la identificación de lo político con las relaciones de clase es
más una alusión a un debate que un debate en sí. En el Capítulo 3, sobre el enfoque
marxiano, veremos como puede desarrollarse este debate. De hecho, el problema
planteado aquí no puede sino guiarnos hacia la teoría marxiana como heredera de la
clásica. De momento, sólo plantearemos el tema e identificaremos sus raíces clásicas: el
sentido en que depende de la teoría clásica y el momento en el que va más allá de esa
teoría.
Es sorprendente que los economistas más próximos a la escuela clásica en su
marco analítico, utilicen este marco para apoyar un enfoque de la economía política
muy diferente al de los economistas clásicos. Este fue el método de Marx. Él examinó el
marco analítico de la economía política clásica y lo utilizó para llegar a conclusiones
radicales, implícitas seguramente en ese marco, pero muy alejadas de las intenciones y
el espíritu de los economistas clásicos.
Para nosotros, una de las dimensiones del cambio tiene una importancia especial.
Los economistas clásicos utilizaron su marco para defender la separatividad de la
economía. Los economistas modernos influenciados por ese marco analítico lo utilizan
tan frecuentemente para minar esta separación como para apoyarla. En sus trabajos, la
dimensión política identificada con la distribución de clase de la renta forma parte del
propio mecanismo de mercado.
Tal como hemos visto, la magnitud y distribución del excedente está relacio nada
con la determinación de los precios de las mercancías. Cuando esta magnitud y
distribución dependen de la lucha entre grupos sociales, la economía no está
lógicamente separada del sistema político. Por lo tanto, hay mucho en juego en la
afirmación de que la distribución de la renta depende del conflicto de clases y que la
lucha de clases es un proceso político y no económico.
En consecuencia, el pensamiento moderno tiende a invertir la dirección del
movimiento asociado a los economistas clásicos. Donde los economistas clásicos
alzaron a lo económico a un nivel preeminente, algunos economistas modernos han
utilizado el marco clásico para erosionar la separación de la economía y elevar la lucha
política a la preeminencia en el ámbito económico.
Hay que mencionar que esto sólo es así para un grupo de economistas clásicos
modernos. Otros utilizan el enfoque clásico del valor y la distribución sin tratar el
problema de la distribución entre clases como parte de la lucha, patente o abiertamente
política (ver Robinson, 1962). El enfoque clásico también se ha fundido con
percepciones keynesianas para producir una teoría moderna con un toque clásico no
orientada a la politización de la economía.
Muchos caminos salen de la economía política clásica. Los principales que
estudiaremos seguidamente son el marxiano, el neoclásico y el keynesiano. Cada uno
trata los problemas de la separabilidad de la economía de forma diferente. Cada uno
despliega nociones diferentes de lo económico y de lo político, combinándolos de
formas que llevan a diferentes enfoques de la economía política.