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Carlos H.

Jorge
__________________________
SIETE CRISTOS
Ensayo sobre el cristianismo católico
A la memoria de
José Miguel Jorge Carballido,
mi padre
PRÓLOGO

Mi padre fue un hombre bueno. Nacido en una gran ciudad, un día se


fue al campo, pero regresó de nuevo a la ciudad para ir a morir al campo.
En la ciudad y en el campo siempre fue un hombre bueno. Pero mi padre
no era religioso, al menos en el sentido que generalmente se le da al
término: hombre de creencias y de prácticas religiosas. Sobre la creencia
religiosa solía contar mi padre una anécdota. En cierta ocasión -refería- un
feligrés se acercó al párroco de la aldea y le preguntó: "Señor abad,
dígame usted, ahora que no hay público, sinceramente, dígame usted
cuántos dioses hay". El cura, como si desde siempre hubiera sabido la
respuesta, le contestó: "Hay tantos dioses como gente y otros tantos... y tú
también tienes dos". Esto lo contaba mi padre siempre que se planteaba el
problema religioso. La cuestión divina quedaba reducida, para él, a la
lucha entre el dios del interés personal y el dios del interés ajeno. Esto le
bastaba, porque siempre fue un hombre bueno: nunca quiso hacer daño a
nadie y procuró hacer el mayor bien posible a todos.
Para la mayoría, la cuestión religiosa no se resuelve tan fácilmente en
la cuestión moral. Esta obra tampoco pretende resolverla. El autor, más
bien, quiere plantearla en sus términos. A veces, en la vida, es preciso
echar una mirada a los libros de contabilidad de nuestras acciones y hacer
un balance. Tal es el caso. ¿El autor le debe mucho a la religión o la
religión le debe mucho al autor? Si hubiera deudas, ¿cómo se cancelarían?
El autor no lo sabe, pero no puede dejar de mostrar el estado de ganancias
y pérdidas de la verdad. No reivindica ningún mérito para su obra, porque
es su verdad.
El autor no es un erudito, sino un buen lector. Puede decir con J. L.
Borges: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo
me jacto de aquellos que me fue dado leer". Por otro lado, el autor
confiesa que es envidioso. Envidia que otros puedan hacer tantas cosas
útiles y hermosas con las manos. Él no sabe sino hacer cosas... con
palabras. La envidia -enseña la religión oficial- es un pesar del bien ajeno.
El envidioso, se dice, sufre ante su propia desgracia y ante la dicha de los
demás. Este autor confiesa su envidia y sostiene que sólo el envidioso le
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concede al otro el verdadero mérito y valor que tienen sus obras. No


pretende ser, además de envidioso, humilde. Sólo demanda del lector la
indulgencia que se debe a la sinceridad.

San Bernardino, abril de 2002


INTRODUCCIÓN

1. Jesucristo, modelo ideal

Para satisfacer necesidades de existencia, las religiones les proponen a


los hombres ciertos modelos de comportamiento Pero dice san Agustín
que los hombres que contemplamos son demasiado imperfectos para
servirnos de modelo. Por otro lado, Dios, que es la misma santidad, está
demasiado alto. Por eso el Hijo de Dios, imagen viva suya, se hizo
hombre y nos enseñó con su ejemplo cómo podemos asemejarnos a la
perfección divina.
En este sentido agustiniano, la ortodoxia cristiana1 quiere que
Jesucristo sea a) modelo perfecto, lo mismo en la vida de trabajo que en la
vida pública o de apostolado; b) lleno de atractivo, de modo que los
corazones generosos, al ver lo que hizo y padeció por los hombres, se
abracen con alegría a los trabajos y sufrimientos a fin de parecerse más a
él. Aunque Jesucristo no pudo practicar la fe, la esperanza ni la penitencia
por los pecados propios -que no tuvo- practicó y enseñó las demás
virtudes referidas a Dios, al prójimo y a sí mismo.
Lo curioso -para emplear una palabra leve- de esta visión de Jesucristo
como modelo ideal de lo humano es que éste toma de los hombres muchas
cosas, excepto el pecado. Lo cual quiere decir que el modelo se convierte
en copia, pues le falta algo, esencialmente originario de todo ser humano,
según la propia teología ortodoxa.
Un autor2, que ciertamente no puede incluirse dentro de eso que hemos
denominado ortodoxia cristiana, señala por qué, de entre todas las
filosofías y teologías existentes en el universo, es Cristo el modelo de
hombre que indica la única forma de desarrollo humano. Según esta
doctrina que bien pudiéramos llamar liberal, cumpliendo con las
enseñanzas de Cristo y llevando la forma de vida que en ellas se
proponen, el hombre, todo hombre, logrará ese crecimiento que ansiamos
todos, con la consiguiente felicidad personal y social, que no es otra cosa,
según esta visión, que el paraíso, traído a la tierra por Cristo. Es obvio
que esta elección se realiza por fe, como por fe se cree en Dios. Pero el
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creyente tiene la convicción de que Cristo es el verdadero modelo de


hombre, pues él cree que está hecho a su imagen y semejanza, y que, si se
siguen tanto sus enseñanzas como su forma de vida (teoría y praxis), se
logrará para cada persona en particular y para toda la sociedad en general
esa anhelada felicidad que tanto se busca en la tierra y que cada día parece
alejarse más. Es, por tanto, necesario conocer el modelo de hombre que
es Cristo, para que se pueda imitarlo y no seguir a ciegas por la vida. Y en
esto consiste la Filosofía o toda filosofía que pretenda ser verdadera:
convertirse en Teología. La Cristología, esto es, el conocimiento de
Cristo, nos ayuda a una mejor comprensión de lo que el ser humano es, de
forma que, conociéndose, pueda vivir mejor desarrollando su propia
esencia.
Hasta aquí, dos posiciones teológicas alrededor del mensaje cristiano
católico. Pero el teólogo, no importa el apellido que le pongamos, tiene un
interés, que es su dogma. Este dogma se puede reducir todo lo que se
quiera, pero para el observador crítico sigue conservando un peso
insoportable. El teólogo ortodoxo se comporta como un pájaro dentro de
una jaula: todo movimiento propio le está prohibido, lo que le queda es
repetir los mismos movimientos por los siglos de los siglos. El teólogo
liberal se parece más bien al pájaro que le han recortado las plumas de
las alas: parece dueño de sí mismo, y lo es, en efecto, hasta el momento en
que trata de emprender el vuelo; se ve entonces que no está hecho para el
aire.

1.1. Modelo

El término 'modelo' puede ser empleado en diversos sentidos. La


noción de modelo ha sido usada y desarrollada epistemológicamente con
el fin de poner de relieve ciertos modos de explicación de la realidad. En
este sentido los modelos pueden ser empleados, y han sido empleados, en
todas las ciencias: en la física, biología, psicología, sociología, etc. Así se
ha hablado de modelos mecánicos de movimiento, pero también de
modelos conductistas. En su sentido más primario, el modelo es una
representación pictórica.
Estéticamente, 'modelo' es un vocablo empleado en varios contextos y
con diversos propósitos. Por un lado, el modelo estético puede ser
equiparado a lo que el artista intenta reproducir. Por el otro, puede ser
equiparado a lo que el artista tiene en su mente como un ideal al cual trata
de acercarse lo más posible. En tercer lugar, el modelo puede equivaler a
un valor o serie de valores, objetivos o supuestamente objetivos, que
serían los modelos últimos de toda realización estética.
Si hablamos metafísicamente, 'modelo' puede designar el modo
de ser de ciertas realidades, o supuestas realidades, del tipo de las ideas o
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formas platónicas. Estas ideas y formas son paradigmas y, por


consiguiente, modelos de todo lo que es, en la medida en que es. Siendo el
modelo de una realidad equivalente a esta realidad en su estado de
perfección, el modelo es aquello a que tiende toda realidad para ser lo que
es, es decir, para ser plenamente sí misma, en vez de ser una sombra,
copia, disminución o desviación de lo que es. En este sentido 'modelo'
equivale a 'realidad como tal'.
Éticamente y también vitalmente y, en general, humanamente,
'modelo' designa aquella persona que por su comportamiento y hasta
simplemente por su modo de ser lo que es -por su propio ser- ejerce una
atracción sobre otras personas. La noción de modelo en este sentido ha
sido tratada modernamente por varios autores, entre los que destaca Henri
Bergson3.
En todos los tiempos -recuerda el filósofo francés- han surgido
hombres excepcionales, en quienes se encarna la moral más acabada.
Antes de los santos del cristianismo, la humanidad había conocido a los
sabios de Grecia, a los profetas de Israel, a los arahantes del budismo y a
otros más. A ellos se ha hecho siempre referencia cuando se ha querido
encontrar la moral completa o absoluta. En efecto, esta moral, para ser
plenamente ella misma, debe encarnarse en una personalidad privilegiada
que se convierta en un ejemplo.
¿Por qué los santos tienen imitadores? ¿Por qué los grandes hombres
de bien han arrastrado tras ellos a las multitudes?, se pregunta H. Bergson.
No piden nada y sin embargo obtienen todo. No tienen necesidad de
exhortar, les basta con existir. Su misma existencia es una llamada. Sólo
quienes se han encontrado en presencia de una gran personalidad moral
han conocido enteramente la naturaleza de esta llamada. Pero cada uno de
nosotros, en los momentos en que sus máximas habituales de conducta le
han parecido insuficientes, se ha preguntado lo que tal o cual persona
hubiera esperado de él en una ocasión semejante. Podía ser un padre, un
amigo, que evocábamos mentalmente; pero también podía ser un hombre
al que jamás hemos tratado, del que simplemente nos habían contado su
vida y a cuyo juicio sometíamos imaginariamente nuestra conducta,
temiendo de él una censura o recibiendo satisfechos su aprobación. A
decir verdad, esta personalidad queda trazada desde el día que se adopta
un modelo: el deseo de asemejarse, que genera idealmente una forma que
se desea adoptar, es ya semejanza; la palabra que haremos nuestra es
aquélla cuyo eco hemos oído ya en nosotros. Poco importa la persona.
Su influjo es como el de una creación musical. Mientras escuchamos,
nos parece que no podríamos querer otra cosa que aquello que la música
nos sugiere y que así es cómo actuaríamos naturalmente, necesariamente.
Cuando la música expresa alegría, tristeza, piedad, simpatía, somos en
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cada instante aquello que la música expresa. No solamente nosotros, sino


también muchos otros, todos los demás. Cuando la música llora, es la
humanidad entera la que llora con ella. A decir verdad, la música no
introduce estos sentimientos en nosotros; más bien nos introduce a
nosotros en ella, como si fuéramos transeúntes a quienes se empujara a
una danza. Así es como actúan los iniciadores de la moral. La vida tiene
para ellos resonancia de sentimientos insospechados, como los que podía
suscitar una sinfonía nueva; nos hacen entrar con ellos en esta música para
que la traduzcamos en movimiento.
La moral que el modelo ejemplifica es creación. Y es creación porque,
ante todo, es emoción, un estremecimiento afectivo del alma. No una
agitación de la superficie , sino una sacudida en las profundidades. En el
primer caso el afecto se dispersa, en el segundo permanece indiviso. En
uno, se trata de una oscilación de las partes sin desplazamiento del todo;
en el otro, el todo es impulsado hacia delante. Así se comportan quienes
siguen a los modelos de vida, a quienes los llaman. No obligados ni
forzados, sino en virtud de una inclinación a la que no pueden resistirse.
Fundadores y reformadores de religiones, místicos y santos, oscuros
héroes de la vida moral que hemos podido encontrar en nuestro camino y
que ante nuestros ojos igualan a los más grandes, todos son
conquistadores, porque han roto la resistencia de la naturaleza y elevado a
la humanidad a nuevos destinos.
¿Cómo ha surgido, por ejemplo, la justicia de la vida social?, se
pregunta el filósofo. Contesta: recordemos el tono y el acento de los
profetas de Israel. Es su propia voz la que escuchamos cuando se admite y
se comete una gran injusticia. Desde el fondo de los siglos elevan los
profetas su protesta. La idea moderna de justicia ha progresado en virtud
de una serie de creaciones individuales que han alcanzado el éxito
mediante múltiples esfuerzos animados por un mismo impulso.
Son las almas místicas -asegura el Premio Nobel- las que han
arrastrado y arrastran todavía en su movimiento a las sociedades
civilizadas. El recuerdo de lo que fueron y de lo que hicieron se ha
depositado en la memoria de la humanidad. Cualquiera de nosotros puede
revivirlo, sobre todo si lo une a la imagen, que permanece viva en él, de
una persona que haya participado de esta mística y la haya hecho irradiar
en torno suyo. Incluso aunque no evoquemos tal o cual figura, sabemos
que sería posible evocarla. De este modo ejerce sobre nosotros una
atracción virtual. Aunque nos desinteresemos de las personas, queda la
fórmula general de la moralidad aceptada hoy por la humanidad
civilizada. Esta fórmula engloba dos cosas: un sistema de órdenes dictadas
por exigencias sociales impersonales y un conjunto de llamadas lanzadas
a la conciencia de cada uno de nosotros por personas que representan lo
mejor que ha habido en la humanidad.
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Del mismo modo que ha habido hombres geniales que han ampliado
los límites de la inteligencia, así también han surgido almas privilegiadas
que se sentían unidas a todas las almas y que, en lugar de permanecer en
los límites del grupo ateniéndose a la solidaridad establecida por la
naturaleza, se han abierto a la humanidad en general por un impulso de
amor. La aparición de cada uno de éstos fue algo así como una creación
de una nueva especie compuesta de un único individuo. De esta manera el
empuje vital ha conducido, de tiempo en tiempo, en un hombre
determinado, a un resultado que no se hubiera podido conseguir de golpe
para el conjunto de la humanidad. Cada una de estas almas marcó un
cierto punto de la evolución de la vida y cada una de ellas manifestó bajo
una forma original un amor que parecía ser la esencia misma del esfuerzo
creador. La emoción creadora que levantaba a estas almas privilegiadas y
que era un desbordamiento de vitalidad se extendió en torno suyo. Al ser
entusiastas, irradiaban un entusiasmo que nunca se ha extinguido por
completo y que siempre puede renovar su llama. Hoy, cuando resucitamos
en el pensamiento a esos grandes bienhechores, cuando les escuchamos
hablar y los vemos actuar, sentimos que nos comunican su ardor y nos
arrastran en su movimiento: no se trata de una coerción más o menos
atenuada, sino de una atracción en cierta medida irresistible -concluye
Henri Bergson.
Una visión muy distinta del modelo ejemplar es la que nos ofrece M.
Eliade. Para el más famoso de los historiadores de las religiones, el
modelo ejemplar es un mito Y mito es el relato de una historia sagrada, es
decir, un acontecimiento primordial que tuvo lugar en el comienzo del
tiempo, ab initio. Mas relatar una historia sagrada equivale a revelar un
misterio, pues los personajes del mito no son seres humanos: son dioses o
héroes civilizadores. Por esta razón sus gesta constituyen misterios: el
hombre no los podría conocer si no le hubieran sido revelados. El mito es,
pues, la historia de lo acontecido in illo tempore, el relato de lo que los
dioses o los seres divinos hicieron al principio del tiempo.
Hay un aspecto en el mito que subraya el historiador de un modo
particular: el mito revela la sacralidad absoluta, porque relata la actividad
creadora de los dioses, devela la sacralidad de su obra. En otras palabras,
el mito describe las diversas y a veces dramáticas irrupciones de lo
sagrado en el mundo. Por otra parte, al ser toda creación obra divina y, por
tanto, irrupción de lo sagrado, representa asimismo una irrupción de
energía creadora en el mundo. Toda creación estalla de plenitud. Los
dioses crean por exceso de potencia, por desbordamiento de energía. La
creación se hace por acrecentamiento de sustancia ontológica. Por esta
razón, el mito que refiere esta ontofanía sagrada, esta manifestación
victoriosa de plenitud de ser, se erige en modelo ejemplar de todas las
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actividades humanas: sólo él revela lo real, lo sobreabundante, lo eficaz.


La función magistral del mito es, pues, la de "fijar" los modelos
ejemplares de todos los ritos y de todas las actividades humanas
significativas: alimentación, sexualidad, trabajo, educación... Al
comportarse como ser humano plenamente responsable, el hombre imita
los gestos ejemplares de los dioses, repite sus acciones, trátese de una
simple función fisiológica como la alimentación, o de una actividad
social, económica, cultural, militar... "Preciso es subrayarlo: desde el
principio, el hombre religioso sitúa su propio modelo a alcanzar en el
plano transhumano, en el plano que le ha sido revelado por los mitos. No
se llega a ser verdadero hombre, salvo conformándose a la enseñanza de
los mitos, salvo imitando a los dioses", escribió Eliade4

1.2. Ideal

El punto más elevado de la vida intelectual de Platón lo representa, sin


lugar a dudas, el descubrimiento de la teoría de las Ideas, dogma central
de la filosofía platónica. Esta teoría forma el contenido verdadero de su
teoría del conocimiento y de su metafísica; pero al mismo tiempo tiene
importancia extraordinaria en la Lógica, en la Psicología, en la Ética, en la
Política y en la Filosofía Natural del fundador de la Academia.
El saber real es sólo el saber conceptual. Esta frase ha sido la base del
pensamiento socrático. Pero ¿de dónde procede este saber? De las
percepciones únicamente no pudo brotar jamás. ¿Cómo se explica el
hecho realmente sorprendente de que alguien , como el esclavo del
Menón, que jamás había oído hablar de matemáticas, al ser preguntado
metódicamente por Sócrates, exponga ideas que nunca había aprendido?
Para Platón sólo hay una respuesta a esta aporía: el alma adquirió todo su
saber verdadero antes de esta vida. Entonces, se puede establecer que todo
saber tiene que ser "reminiscencia" de lo que el alma contempló en su
existencia supraterrena, pero que olvidó al encarnarse en un cuerpo
humano. Estos conocimientos se despiertan de nuevo en nosotros cuando
contemplamos objetos que presentan una cierta semejanza o desemejanza
con las Ideas (eíde, idéai) que anteriormente hemos contemplado Esta
nostalgia nos empuja, como una especie de "locura divina" y con fuerza
extraordinaria, a crear en un alma hermosa lo bello, lo justo, lo bueno, y a
elevarnos así o de cualquier otro modo, con ella, a imitar esa imagen
primitiva, por medio de una verdadera virtud en este mundo. Es éste el
origen del verdadero Eros, del "amor platónico", que no es otra cosa que
una aspiración de los filósofos hacia el conocimiento verdadero de las
esencias que hemos contemplado una vez en el reino de la verdadera
realidad. Junto con esto va un deseo ineluctable de imitar estas esencias
supremas durante toda nuestra existencia y realizarlas en nosotros. Estas
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"Formas" celestes sólo son perceptibles a un pensamiento puro, libre en lo


posible de las trabas del cuerpo. Estas formas, que carecen de cualidades
sensibles, son totalmente trascendentes. Pero este pensamiento, que en sus
primeros comienzos está movido por la percepción, sobre todo por la que
aporta el sentido de la vista, que es el más noble de todos, sólo puede
provocar clara y precisamente el recuerdo de las esencias contempladas
cuando ha sido adiestrado largamente en la dialéctica.
Según la concepción de Platón, hay algo que distingue a los objetos de
la percepción de los de la ciencia: aquéllos se encuentran en continuo
cambio; éstos, por el contrario, son inmutables. Los objetos matemáticos y
las formas geométricas ejemplifican claramente esta tesis. Además, no
solamente son estáticos, sino que están libres de cualquier influjo del
mundo corpóreo, existen fuera de esta realidad y poseen, tanto por su
forma como por su contenido, una naturaleza suprasensible. Pero esto no
quiere decir que sean el resultado de nuestros pensamientos e
imaginaciones, sino que de la misma manera que están en nuestra
conciencia independientes de nuestras percepciones y voliciones,
permaneciendo siempre idénticos a sí mismos, de la misma manera se
manifiestan ante esta conciencia como absolutamente reales. Estas
esencias inmutables existían ya mucho antes de que nosotros entráramos
en la temporalidad por nuestro nacimiento .Existieron desde siempre y
existirán para siempre. Son, en consecuencia, eternas.
De esta manera es cómo Platón deviene descubridor del mundo
inmaterial, el auténtico fundador del idealismo, que sólo atribuye realidad
absoluta a las Ideas. Pero frente al mundo invisible de lo verdaderamente
real de las esencias que permanecen eternamente inmutables, mundo que
sólo puede ser captado por el pensamiento puro, se encuentra, como punto
intermedio entre el ser y el no ser, el mundo visible de los fenómenos del
nacer y el perecer, que está continuamente en cambio. De esta distinción
fundamental de ambos mundos se sigue su distinto modo de valorarlos.
El conocimiento de las Ideas es lo único verdaderamente valioso para el
amigo de la sabiduría; ellas son las metas más elevadas de todos los
anhelos y de todas las acciones de los hombres.
El abismo entre los dos mundos parece infranqueable. ¿Cómo habrá
que concebir, entonces, la relación entre el mundo de las Ideas y el mundo
de los fenómenos, si el devenir hay que explicarlo desde el ser?. Si las
cosas sensibles, que a pesar de todo tienen una cierta semejanza con las
Ideas, deben precisamente a éstas lo que son, ¿cómo hay que concebir esta
dependencia originaria? Según la explicación platónica, los objetos de la
realidad participan de varias modos de las Ideas. Esta idea de
participación es lo que Platón llamó méthesis. Así, pues, la nieve es blanca
porque participa de la idea de blanco. De las Ideas reciben también las
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cosas sus denominaciones y sus predicados, según las Ideas de las que
participan. Platón hace que la Idea se manifieste (parousía) en la
correspondiente cosa sensible. Este presentarse sólo puede entenderse
como trascendente, como ocurre con la presencia real en el retrato, o del
cuadro original en la copia.
Los problemas que presenta tal teoría son tantos y de tal magnitud que
el propio fundador de la Academia les dedicó varios libros. No es éste el
momento ni el lugar para su abordaje. Mantenga, solamente, presentes el
lector estos pocos conceptos, si desea entender (¿?) lo que pueda ser el
seguir un modelo ideal, como nos proponen los teólogos cristianos. En
este sentido, nos atreveríamos afirmar que Platón ( 428-348 a. C.) ha sido
el primer Padre de la Iglesia, pues sin el aporte de su pensamiento gran
parte del dogma católico será impensable.

1.3. Títulos de Jesús

En Marcos 14, 61, encontramos unidos, en una sola pregunta y


respuesta, los tres títulos "oficiales" de Jesús: Cristo (Mesías), Hijo del
Hombre e Hijo de Dios. En los demás textos, cada uno de ellos suele
aparecer solo. Esto sugiere que llegaron a este texto procediendo de
diferentes tradiciones y que, tal vez, se originaron en grupos que tenían
ideas diferentes sobre la naturaleza de Jesús. Fray Luis de León escribió
De los nombres de Cristo, obra de singular belleza. Pero el problema con
Jesús-Cristo no es un problema de nombres, es un problema de confusión
de modelos, de los cuales nuestra obra va a tratar de construir siete. ¿Por
qué Siete Cristos? En realidad, hay muchos otros modelos que pudieran
ser desarrollados. Hemos elegido el número siete por las reminiscencias
cabalísticas que arrastra, esto es, así como el siete fue introducido en el
cómputo general del tiempo por los judíos, de la misma manera el nombre
y la figura de Jesús son judíos, mientras que el Cristo es una creación
grecorromana. La pregunta que nos hemos formulado es: ¿En qué creen
los cristianos? ¿Cuál es su religión? La presente investigación es parte de
la respuesta.

2. Religión

2.1. ¿Una y muchas?

Empresa difícil es definir la religión, la religión en sí, la que, según


algunos, vive bajo las apariencias diversas de las religiones particulares y
que les es común a todas, les sobrevive a todas y constituye el fundamento
indestructible sobre el que se levantan cada una de ellas, antes de
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acomodarse a las necesidades y gustos de quienes la reclaman. Pero nadie,


hasta ahora, ha logrado realizar, de manera satisfactoria para todo el
mundo, tan difícil empresa; parece que siempre, al menos por un lado, el
objeto de la definición la desborda.
Una religión, cualquiera que sea, no cae completamente hecha del
cielo. Nace de una iniciativa particular y de una necesidad general, luego
se constituye y se nutre (más bien, engorda sin nutrirse mucho), tomando
lo que necesita de los diversos medios religiosos en los que está llamada a
vivir. Se ha sostenido, no sin cierta apariencia de razón, que el medio crea
al héroe que necesita. Es también el medio el que engendra al profeta que
le hace falta. Es él, y no otro, quien hace brotar las afirmaciones de fe
cuya necesidad siente más o menos claramente. Por otro lado, cada medio
al que se transportan las afirmaciones de otro tiende a modificarlas, a
moldearlas conforme con su propia conciencia religiosa.
Algunos autores, ganados por el escepticismo, reputamos indiscutible
el siempre renovado principio ciceroniano de que el pueblo necesita una
religión porque constituye la garantía de su moral y el freno de sus
apetitos, y que perjudica a la sociedad debilitar a la iglesia establecida. En
efecto, ya sea que interpretemos la religión de un modo o de otro, que la
consideremos social por esencia o por accidente, lo cierto es que siempre
ha desempeñado un papel social. Por lo demás, este papel es complejo.
Varía con los tiempos y lugares; pero en sociedades como las nuestras, la
religión tiene como efecto primario el sostener y reforzar las exigencias
sociales. Puede llegar mucho más lejos, pero al menos llega hasta aquí. La
sociedad establece penas que pueden afectar a inocentes y ser eludidas por
los culpables; apenas recompensa a nadie, sólo repara en lo que resulta
llamativo y se contenta con poco. ¿Dónde está entonces la balanza
humana capaz de pesar rectamente penas y recompensas? Al igual que las
ideas platónicas nos revelan la realidad perfecta y completa, de la que sólo
podemos percibir burdas imitaciones, la religión nos introduce en una
Ciudad en la que nuestras instituciones, leyes y costumbres, a lo sumo, de
tarde en tarde, representan los aspectos más destacados. Aquí abajo el
orden es meramente aproximado y logrado por los hombres de un modo
más o menos superficial, allá arriba es perfecto y se realiza por sí mismo.
La religión salva, ante nuestros ojos, la distancia existente por los hábitos
entre un mandato de la sociedad y una ley de la naturaleza.
El hecho social arriba descrito se entiende perfectamente, pero ¿qué
decir del hecho individual ? ¿Por qué los hombres creen en dioses? ¿Por
miedo? Una teoría ya antigua5 hace nacer la religión del temor que nos
inspiran ciertos fenómenos naturales. Solamente el miedo permite
comprender el espectáculo de lo que han sido las religiones, y son algunas
todavía, espectáculo humillante para la inteligencia humana. ¡Qué tejido
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de aberraciones! Por más que la experiencia diga que 'es falso' y el


razonamiento que 'es absurdo', no por eso deja la humanidad de
mantenerse aferrada a lo absurdo y al error. ¡Y si al menos quedara así!
Pero se ha visto a la religión prescribir la inmoralidad, imponer la
realización de actos criminales. Cuanto más grosera, más lugar ocupa
materialmente en la vida de un pueblo. Lo que más tarde deberá compartir
con la ciencia, el arte, la filosofía, lo exige y lo obtiene en principio sólo
para sí. Hay sobrados motivos para sorprendernos de que hayamos
definido al hombre como un ser inteligente.
Nuestro asombro crece cuando vemos que la superstición más ruda ha
sido durante tanto tiempo un hecho universal y, por lo demás, aún
perdura. Encontramos en lo pasado, incluso podríamos encontrar hoy día,
sociedades humanas que no tienen ciencia, ni arte ni filosofía, pero jamás
hubo una sociedad sin religión.
Llegados a este punto, ¡cuál no tendría que ser nuestra turbación si nos
comparáramos en este aspecto con el animal! Muy probablemente el
animal ignora la superstición. No sabemos casi nada de lo que pasa en
conciencias distintas de la nuestra, pero como los estados religiosos se
traducen ordinariamente en actitudes y actos, si el animal fuese capaz de
religiosidad lo advertiríamos fácilmente por alguna señal. Nos es forzoso,
pues, extraer nuestra conclusión: el homo sapiens, el único dotado de
razón, es también el único que puede hacer depender su existencia de
cosas irracionales ¿Cómo se puede explicar el hecho de que creencias y
prácticas tan poco razonables hayan podido, y pueden aún, ser aceptadas
por seres inteligentes? ¿Cómo es posible que supersticiones absurdas
hayan podido, y pueden aún, gobernar la vida de seres razonables? Estas
preguntas siguen en pie, a pesar del fabuloso desarrollo tecnológico
alcanzado por la humanidad.
El miedo del que hablamos tiene que ver con el miedo a la
desaparición, a la aniquilación. Como el hombre es el único animal que
sabe que va a morir, la religión es una reacción defensiva de la naturaleza
(y de la sociedad) contra tal representación de lo inevitable de la muerte.
La sociedad tiene tanto interés en esta reacción como el propio individuo.
No sólo porque se beneficia del esfuerzo individual y porque este esfuerzo
llega más lejos cuando su impulso no es contrariado por la idea de un
término final, sino también, y sobre todo, porque ella misma tiene
necesidad de estabilidad y duración. Una sociedad civilizada se ampara en
leyes, en instituciones, incluso en edificios que se han hecho para desafiar
al tiempo; pero las sociedades primitivas están construidas sobre hombres.
¿Qué sería de su autoridad, si no se creyese en la persistencia de las
individualidades que la componen? Importa, por consiguiente, que los
muertos sigan estando presentes. Más tarde vendrá el culto a los
antepasados, a los santos. Entonces los muertos se aproximarán a los
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dioses, pero para ello será necesario que haya dioses, al menos en
preparación, que haya un culto, que el espíritu se haya orientado en
dirección a la mitología. En su punto de partida, la inteligencia se
representa a los muertos como mezclados, sin más, con los vivos, en una
sociedad a la que pueden todavía hacer tanto bien como mal. Los
antropólogos, psicólogos y filósofos modernos han demostrado cómo
persiste el hombre primitivo en la sociedad contemporánea.
Escribió B. Spinoza que el hombre libre en nada piensa menos que en
la muerte. Ese pensamiento de que me tengo que morir y el enigma de lo
que habrá después es el latir mismo de mi conciencia, que me susurra:
"¡Dejarás de ser?" Satisfecha el hambre, surge la vanidad, la necesidad de
imponerse y sobrevivir en otros. El hombre suele entregar la vida por la
bolsa, pero no entrega la bolsa por la vanidad. ¿Y la vanidad qué es sino
ansia de sobrevivirse? Decía Simón Rodríguez que por la gloria se
sacrifica todo6. ¿Qué diosa es ésta en cuyo altar se sacrifican reposo,
caudal y hasta la vida? La verdadera gloria es la inmortalidad que se
manifiesta en la memoria de los pueblos, en la gratitud de los pueblos. "La
Inmortalidad, escribió el filósofo caraqueño, es una sombra indefinida de
la vida que cada uno extiende hasta donde alcanzan sus esperanzas y hace
cuanto puede para prolongarlas. Se complace el hombre sensible
figurándose su existencia proyectada en el espacio interminable de los
tiempos, como se complace en ver, desde una altura, sucederse los valles,
los bosques y los montes más allá de un horizonte sin fin"7. Para muchos,
la manera posible de conquistar la inmortalidad es a través de la santidad.
Y no hay santidad sin religión. La religión, entonces, es la lucha por la
supervivencia, que puede convertir la tierra en un infierno.
Esa sed de vida eterna la sacian muchos, los sencillos sobre todo, en la
fuente de la fe religiosa. La institución cuyo fin primordial es proteger esa
fe en la inmortalidad personal del alma es, entre nosotros, el catolicismo;
pero el catolicismo ha querido racionalizar esa fe haciendo de la religión
una Teología.
Hablar del fenómeno religioso implica hablar de Dios. Pero ¿existe
Dios? Desde luego, no es necesidad racional, sino angustia vital, lo que
lleva a creer en Dios. Y creer en Dios es, ante todo y sobre todo, sentir
hambre de Dios, hambre de divinidad, sentir su ausencia y vacío, querer
que Dios exista. Y es querer salvar la finalidad humana del universo.
Y ahora viene de nuevo la pregunta racional: ¿existe Dios? Esta
persona eterna, que da sentido humano al universo, ¿es algo sustancial
fuera de nuestra conciencia, fuera de nuestro anhelo? He aquí algo
insoluble. La razón no puede probar la imposibilidad de su existencia.
Pero eso no le importa al creyente. Quien cree en Dios anhela que exista
y, además, se conduce como si existiera. Vive ese anhelo y hace de él su
16

íntimo resorte de acción. Para el creyente, de ese anhelo o hambre de


divinidad surge la esperanza; de ésta, la fe; de la fe y la esperanza, la
caridad, dicen los maestros católicos.
El hombre religioso no puede vivir sino en un mundo sagrado, porque
sólo un mundo así participa del ser, existe realmente. Esta necesidad
religiosa expresa una terrible sed ontológica. El hombre religioso está
sediento de ser y de orden. El terror ante el caos que rodea su mundo
habitado corresponde a su terror ante la nada. El espacio desconocido que
se extiende más allá de su mundo, que no está consagrado, que es simple
extensión amorfa donde todavía no se ha proyectado orientación alguna ni
se ha deducido estructura alguna, este espacio profano representa para el
hombre religioso el no-ser absoluto. Si, por desgracia, se pierde en él, se
siente vaciado de su substancia óntica, como si se disolviera en el caos.
Termina por extinguirse.
La idea de Dios de la pretendida teodicea racional no es más que una
hipótesis, que sólo tiene valor en cuanto con ella nos explicamos lo que
tratamos con ella de explicarnos: la existencia y esencia del universo, y
mientras no se expliquen mejor de otro modo. Hume trató de aclarar como
nadie la idea de que toda vía para llegar al conocimiento de Dios no es
sino una hipótesis explicativa8.
¿Qué es la religión?, volvemos a preguntar. Cada cual define la
religión según la sienta en sí, más aún, según la observe en los demás. No
cabe definirla sin sentirla de un modo o de otro. La religión, más que se
define, se describe. Y, más que se describe, se siente. Puede decirse que la
religión, desde la del salvaje que personaliza en el fetiche al universo
todo, es la manera de dar finalidad humana al universo, a Dios, para lo
cual hay que atribuirle conciencia de sí y de su fin. Y este religioso
anhelo de unirnos con Dios no es ni por ciencia ni por arte, es por vida.
Quien no posee ciencia ni arte, tenga la religión, solía decir Goethe en
sus muy frecuentes accesos de paganismo
La religión es una economía o hedonística trascendental. Lo que el
hombre busca en la religión, en la fe religiosa, es salvar su propio pellejo,
eternizarlo, lo que no consigue ni con la ciencia ni con el arte ni con la
moral, que no exigen a Dios. Lo que nos exige a Dios es la religión.
Parece que con acierto hablan los jesuitas del gran negocio de nuestra
salvación. A Dios no lo necesitamos ni para que nos enseñe la verdad de
las cosas, ni su belleza, ni nos asegure la moralidad con penas y castigos,
sino para que no nos deje morir del todo. El lector puede comprobar la
justeza de nuestras afirmaciones viendo cómo los ancianos se aferran a las
prácticas religiosas. Y es que este anhelo singular es, por ser de todos y de
cada uno de los hombres normales, universal y normativo.
Hay quienes afirman que el momento (si es que alguna vez lo hubo) de
las religiones ha pasado a la historia. Argumentan que durante miles de
17

años la religión ha tenido la oportunidad de unir a los hombres y


establecer una paz y cultura mundiales, pero ha fracasado. Las religiones
no son sino tantos motivos de enredo de los hombres como religiones hay.
Es hora, entonces, de darse cuenta de que el verdadero mensaje de la
verdadera religión está fuera de las religiones. Esta posición implica la
negación radical de todas las religiones o la forma de un agnosticismo e
indiferencia o el ateísmo. Las religiones han sido la causa de las
divisiones de la humanidad y son el opio del pueblo; por lo tanto, hay que
abolir todo tipo de rito, culto y creencias, ya que son necesariamente
concretos y limitados, mientras que los que nos hace falta es un espíritu
universal y una verdad sin límites. El hombre puede salvarse con la
verdad y la verdad es que no hay religión... sino religiones.

2.2. Fe, dogma y culto

La fe, entendida positivamente, es un sistema de enunciados


religiosos que posee una verdad para el creyente por el hecho de haber
sido establecida por una autoridad, la cual no puede rechazar y a la que
debe someter su fe. En este concepto aparece primero un sistema de
enunciados o de verdades religiosas que, independientemente de lo que se
tenga por verdadero, deben ser considerados como verdades y que,
aunque nunca hubieran sido conocidos por persona alguna y nunca
hubieran sido tenidos por verdaderos, seguirían siendo verdades. Estas
verdades, que, por lo anterior, se han llamado a menudo verdades
objetivas, deben transformarse ahora en verdades para el creyente, en
verdades subjetivas.
Las verdades que incumben al entendimiento o a la razón deben ser
aceptadas por ésta como tales, y las que contienen mandamientos para
nuestra voluntad deben ser admitidas por ésta como máximas. El primer
mandamiento de esta clase, condición de los restantes, es el que nos
ordena que estas verdades sean tenidas por tales. Esto nos lo impone una
autoridad frente a la cual la desobediencia es imposible.
La afirmación de que creer es un deber para nosotros pertenece
esencialmente al concepto de una fe positiva. La disposición para tal fe
presupone necesariamente la pérdida de la libertad de la razón, de su
autonomía y, así, la incapacidad para oponerse a un poder ajeno. En tal
caso, la cuestión de la racionalidad o de la irracionalidad es totalmente
superflua.
La fe se vuelve asunto de deber y se la confina a un ámbito
sobrenatural, lugar al que el entendimiento tiene vedada la entrada. Creer
equivale a lo siguiente: (a) por deber, mantener fija una única conexión de
acontecimientos que se brindan a la imaginación cuando el entendimiento
18

trata de hallar otra distinta; (b) obligar, además, al entendimiento a que


ponga manos en un asunto que, muchas veces, le es repugnante,
prestándole el concepto de causa; pero cuando quiere proceder más
adelante, inmediatamente se expulsan de la conciencia sus exigencias; (c)
presentar a la imaginación la conexión dada y que esta fijación no ceda el
lugar al entendimiento.
Es obvio que la falta fundamental en todo el sistema de cualquier
iglesia es el desconocimiento de los derechos que corresponden a cada
una de las facultades del espíritu humano y, sobre todo, a la primera entre
ellas: la razón. Si estas facultades han sido desconocidas por el sistema de
la iglesia, es legítimo deducir que tal sistema no puede ser otra cosa más
que un sistema de desprecio hacia los hombres.
Toda iglesia presenta su fe como el non plus ultra de toda verdad.
Parte de este principio como si a la fe se la pudiera meter en las cabezas
como se guarda el dinero en la cartera. Y, en realidad, es así como se trata
a la fe. De acuerdo con las afirmaciones de toda iglesia, nada es tan fácil
como encontrar la verdad: sólo se requiere llenar la memoria con uno de
los catecismos que están a la venta en las librerías. El río de la verdad
eclesiástica fluye ruidosamente por todas las calles: cada cual puede
bañarse en sus aguas.
Hay, sin embargo, un segundo aspecto de la fe que conviene destacar:
el aspecto subjetivo. Toda concepción racional de Dios es en sí misma
contradictoria. La fe en Dios nace del amor a Dios, creemos que existe por
querer que exista. El furioso anhelo de dar finalidad al universo es lo que
lleva a creer en Dios, a querer que haya Dios, a crear a Dios. Porque creer
en Dios es, en cierto modo, crearlo. Dios es creado de continuo por el
creyente. ¿Qué sería de Dios si no hubiera quien creyera en él!
La fe más robusta se basa en la incertidumbre. Más que adhesión
racional a principio teórico, la fe es confianza en la persona que nos
asegura algo. La fe supone un elemento personal afectivo. Más bien que
creer algo, creemos a alguien que nos promete o asegura esto o lo otro. Se
cree a una persona y a Dios en cuanto persona y personalización de
universo. Confíase en la Providencia, que concebimos como algo personal
y consciente, como creemos en quien nos dice la verdad, en quien nos da
la esperanza; no en la verdad misma, directa o inmediatamente, no en la
esperanza misma.
Nadie, como Martín Lutero, ha hablado de la fe en este sentido de la
confianza que deposita el creyente en la persona que promete o asegura
algo. Consideremos algunos de sus argumentos en contra de la eficacia de
los sacramentos. Si, como queda dicho -decía- se trata de una promesa,
no se puede acceder a ella con obras, con fuerzas, con mérito de ninguna
clase, sino con la fe sola. Donde medie la palabra de Dios que promete, se
hace necesaria la fe del hombre que acepta, para que quede claro que el
19

comienzo de nuestra salvación es la fe, una fe que está pendiente de la


palabra de Dios que promete. Él nos previene sin necesidad de nuestra
cooperación, en virtud de su misericordia, inmerecida por nuestra parte, y
que nos ofrece la palabra de su promesa. "Envió su palabra y por ella los
curó", dice el salmo 107, 20. No tuvo que aceptar nuestras obras para
salvarnos. Lo primero de todo es la palabra; le sigue la fe y a la fe, la
caridad. Después, la caridad es la que realiza todas las obras buenas,
porque no obra el mal, porque es la plenitud de la ley. El hombre es
incapaz de conectarse con Dios y actuar si no es por la única vía de la fe.
Lo que equivale a decir que no es el hombre, por más obras que haga, sino
Dios, por su promesa, el autor de la salvación, de manera que todo
depende de su palabra poderosa, todo es dirigido y conservado por ella.
Por ella nos engendró para que fuésemos como la primicia de sus
criaturas.
La Teología parte del dogma, y 'dogma', en su sentido primitivo y más
directo, significa 'decreto', lo que ha parecido que debe ser ley a la
autoridad legislativa. De este concepto jurídico parte la Teología. Para el
teólogo, como para el abogado, el dogma (la ley) es algo dado, un punto
de partida que no se discute sino en cuanto a su aplicación y a su más
recto sentido. Y de aquí que el espíritu teológico sea en su principio
dogmático, mientras el espíritu estrictamente científico, puramente
racional, es escéptico (skeptikós), esto es, 'investigador'.
Se llaman, pues, dogmas las afirmaciones fundamentales, intelectuales,
de una religión. Un rasgo característico de los dogmas de todas las
religiones es que se atribuyen un origen sagrado y divino. Un dogma no es
una verdad alcanzada por la razón, sino una verdad dada, una revelación
sobrehumana que hay que entender, tratar de razonar o darse cuenta de
ella en lo posible ( y para eso están los teólogos, esto es, los especialistas
en Dios: para explicarlos), pero cuya función y autoridad son divinas.
Nadie puede establecer dogmas excepto Dios, dicen los teólogos.
El culto, decía Hegel, consiste en procurarse el goce supremo,
absoluto, "en unirme en mí mismo con Dios, en saberme a mí en Dios y a
Dios en mí -en unidad concreta"9. Sigue un poco más adelante: "Esta
unidad, esta reconciliación, este restablecimiento del sujeto y de su
autoconciencia, el sentimiento positivo del tener parte, de la participación
en aquel Absoluto y de alcanzar, asimismo, una unidad real con él, en una
palabra, esta superación de la escisión constituye la esfera del culto"10.
Posiblemente nadie ha escrito palabras más sublimes al respecto. El lector
sabrá de nuestra opinión en el capítulo 8.
20

2.1. Religión y ciencia

El canon 129 del Código de Derecho Canónico establece que "Los


clérigos, una vez ordenados sacerdotes, no deben abandonar los estudios,
principalmente los sagrados; y en las disciplinas sagradas seguirán la
doctrina sólida recibida de los antepasados y comúnmente aceptada por la
Iglesia, evitando las profanas novedades de palabras y la falsamente
llamada ciencia". Parece ser que el camino está claramente abierto.
Newton era un creyente, profundamente religioso, que creía en la
inspiración literal de la Biblia. Manuel de Falla, músico de fina
sensibilidad, era beato y santurrón. ¿Es esto comprensible? Escribió
Federico Nietzsche:

Una religión como el cristianismo, que no tiene ningún punto de


contacto con la realidad, que se evapora en cuanto la realidad
recobra sus derechos; una religión semejante tiene que ser, por
fuerza, la enemiga de la "sabiduría del mundo", es decir, la
ciencia... ¿Se ha entendido bien la célebre historia que figura al
principio de la Biblia, el pánico de Dios ante la ciencia?... El
pánico se apodera del Dios antiguo. El hombre mismo se ha
convertido en la mayor equivocación, se ha creado un rival; la
ciencia hace igual a Dios, se han acabado los sacerdotes y los
dioses, si el hombre se ha vuelto sabio. Moraleja: la ciencia es en sí
la cosa prohibida, es lo único vedado...
El principio de la Biblia contiene toda la psicología del sacerdote.
Para el sacerdote no hay más que un gran peligro: la ciencia, la
sana noción de causa y efecto...
¡Abajo los médicos! ¡Lo que hace falta es un Salvador! La idea
de culpa y de castigo, incluyendo la doctrina de la gracia, de la
salvación y el perdón, no representa más que un conjunto de
mentiras, sin realidad psicológica alguna, inventadas para destruir
en el hombre el sentido de las causas, un atentado contra la idea de
causa y efecto...
El pecado, lo repito una vez más, esa forma de polución por
excelencia, ha sido inventado para hacer imposible la ciencia, la
cultura, la elevación y nobleza de la humanidad. El sacerdote reina
gracias a la invención del pecado"11.

Entre la religión y la ciencia hubo -y hay, sin visos de solución- un


prolongado conflicto. En los últimos años la ciencia va saliendo
victoriosa. Pero no siempre fue así. La religión considerada socialmente
es un fenómeno más complejo que la ciencia. Cada una de las tres grandes
religiones de origen semítico tiene tres grandes aspectos: (1) una iglesia,
21

(2) un credo) y (3) un código moral personal. Los credos son la fuente
intelectual del conflicto entre la religión y la ciencia, pero la acritud de la
oposición se ha debido más a la conexión entre los credos con iglesias y
códigos morales. Los que ponían en duda los credos debilitaban la
autoridad y, por tanto, podían disminuir... las rentas de los clérigos. En
una de sus obras12 recuerda Simón Rodríguez un relato español. Cuentan
los españoles -decía- que, asistiendo un clérigo a la acusación de un hereje
ante el Santo Oficio, se mostraba indulgente con cada cargo que hacían al
reo. Leía el fiscal el cuerpo del delito y acusaba: "¡Niega el misterio de la
Encarnación!". "¡Miseria humana!", comentaba el clérigo al tiempo que
tomaba un polvo. "¡Niega la pureza de María Santísima!", volvía el fiscal
a la carga. "¡Miseria humana!", repetía el clérigo y tomaba otro polvo.
"¡Niega el juicio final!", gritaba el fiscal. "¡Miseria humana!", otra vez y
nuevo polvo. Siguieron de este modo los cargos y los polvos hasta llegar
al último: "¡Niega la existencia del Purgatorio!". "¡Que lo quemen!", dijo
el clérigo en alta voz dos o tres veces. "¿De qué viviremos entonces?
¡¡¡Que lo quemen!!!". El tribunal conoció la justicia de la exclamación y
mandó quemar al hereje. Desde entonces se estableció la máxima de 'Cree
lo que te diga y dame lo que te pida; peca hasta que te canses, que yo te
absolveré'. El conflicto es, sin embargo, más hondo cuando la ciencia
discute algún dogma cristiano importante o alguna doctrina filosófica que
los teólogos consideran esencial para la ortodoxia
En la medida en que la religión consiste en una manera de sentir, más
bien que en un conjunto de creencias, la ciencia no la puede tocar. Pero
¿por qué el conflicto? El camino por el cual la ciencia llega a sus ideas es
enteramente diferente del de la teología medieval. La experiencia ha
mostrado que es peligroso partir de principios generales y proceder
deductivamente, porque los principios pueden ser falsos y porque el
razonamiento basado en ellos puede ser falaz. Podemos tomar a Tomás de
Aquino como el exponente autorizado del credo que la ciencia se ha visto
obligada a atacar. Sostenía (y sostiene la Iglesia católica romana) que
algunas de las verdades fundamentales de la religión cristiana podían ser
probadas por la sola razón, sin la ayuda de la Revelación. Entre ellas está
la existencia de un Creador omnipotente y benévolo. De su omnipotencia
y benevolencia se seguía que, hasta donde fuera necesario para obedecer
su voluntad, Él no dejaría a sus criaturas sin el conocimiento de sus
decretos. Por lo tanto, debe haber una revelación divina que, como es
obvio, está contenida en la Biblia y en las decisiones de la Iglesia. Una
vez establecido este punto, el resto de lo que necesitamos saber puede
inferirse de las Escrituras y de las declaraciones de los concilios
ecuménicos. Todo el argumento procede deductivamente a partir de
premisas aceptadas antes por casi toda la población de los países
22

cristianos. Si para el lector moderno resulta a veces defectuoso, sus


falacias no eran manifiestas para la mayoría de la gente culta de entonces.
La ciencia parte, no de amplias presunciones, sino de los hechos
particulares descubiertos por la observación o por el experimento. De un
cierto número de tales hechos se llega a una regla general, de la cual, si es
cierta, los hechos en cuestión son otros tantos casos. Esta regla no se
afirma positivamente, pero se acepta al empezar como una hipótesis de
trabajo.
El credo religioso difiere de la teoría científica porque pretende
encarnar una verdad eterna y absolutamente cierta, mientras que la ciencia
es siempre provisional, esperando que tarde o temprano haya necesidad de
modificar sus teorías presentes, consciente de que su método es
lógicamente incapaz de llegar a una demostración completa y final.
El conflicto entre la teología y la ciencia viene a ser el conflicto entre
la autoridad y la observación. El caso más paradigmático de ese conflicto
es el de Galileo Galilei (1564-1642). La Inquisición refutó las
observaciones del sabio de esta manera:

La primera proposición, que el Sol es el centro y no se mueve


alrededor de la Tierra, es necia, absurda, falsa en teología y
herética, porque es precisamente contraria a la Sagrada Escritura/.../
La segunda proposición, que la Tierra no es el centro, sino que se
mueve alrededor del Sol, es absurda, falsa en filosofía y, desde el
punto de vista teológico, opuesta a la verdadera fe.

El resultado del juicio fue que la Inquisición la emprendió contra la


Astronomía porque se oponía a ciertos textos de la Escritura. Tal
"demostración" inquisitorial llevó a Galileo a tener que abjurar de sus
"errores" ante el Papa el 29 de febrero de 1616.
Se ha señalado, con razón, que defender la antigüedad de la Teología
no es otra cosa que defender la ignorancia organizada. Esto se ve muy
claro, por ejemplo, cuando se trata de establecer el origen del universo
siguiendo las Escrituras. Si se entiende que la Creación fue un hecho
histórico, se puede conocer su desenvolvimiento tal como es relatado en la
Biblia. La fecha de la creación del mundo puede ser inferida de las
genealogías del Génesis, que dice la edad de cada patriarca al nacer su
hijo mayor. El arzobispo Usher se permitió algún margen de controversia
a causa de ciertas ambigüedades y a las diferencias entre los Setenta y el
texto hebreo; pero, al fin, propuso a la cristiandad protestante que el año
había sido el de 4004 a.C. El doctor Lightfoot, Vicecanciller de
Cambridge, que admitía esta fecha de la creación, pensó, sin embargo,
que un estudio cuidadoso del Génesis haría posible una mayor precisión:
la creación del hombre, de acuerdo con él, tuvo lugar a las nueve de la
mañana del 23 de octubre. Esto, sin embargo, nunca ha sido artículo de fe;
23

se puede creer, sin riesgo de herejía, que Adán y Eva vinieron a la


existencia en octubre 16 ó en octubre 30, siempre que las razones se
deriven del Génesis. El día de la semana se sabe que fue, naturalmente, el
viernes, puesto que Dios descansó el sábado.
El carácter cauteloso de los innovadores facilitó la extrema rapidez de
los progresos de la ciencia en el siglo XIX. Esto es patente en la teoría de
la evolución. La religión en nuestros días no ha tenido más remedio que
acomodarse a tal teoría, aunque, para no dar su brazo a torcer, deriva
nuevos argumentos de ella. En consecuencia, se nos dice que "a través de
las edades corre una finalidad creciente" y que la evolución es el
despliegue de una idea que ha estado siempre en la mente de Dios. Parece
que durante esas edades, cuando los animales se torturaban entre sí con
feroces cuernos y aguijones mortales, el Omnipotente estaba esperando
con tranquilidad la final aparición del hombre con más exquisitos poderes
de tortura y crueldad más ampliamente defendida. Por qué el Creador
hubo de preferir alcanzar su meta por un proceso, en vez de ir
directamente a él, no lo dicen los modernos teólogos ni nos dicen mucho
para calmar nuestras dudas respecto a la gloria de la consumación. Es
difícil no sentir, como el niño después de que se le ha enseñado el
alfabeto, que no valía la pena tanto trabajo para obtener tampoco. Esto, sin
embargo, es una cuestión de gusto.
Otro tanto han hecho los teólogos con la Biblia y las Eras geológicas
que la ciencia ha establecido. En su afán de acomodar la verdad religiosa
a la verdad científica, han dicho que cuando el Génesis habla de 'días', en
realidad, quiere decir 'Eras'. Claro que no se ve muy bien para qué Dios
necesitaría Eras de millones de años cuando pudiera haber creado el
mundo en días, incluso en un instante ¿Acaso no se sostiene que es
omnipotente?
En fin, cuando la autoridad escrituraria enmudece ante un fenómeno
natural, los teólogos suelen arribar a explicaciones muy graciosas. A falta
de razón suelen tener un gran sentido del humor. Así, San Agustín se
confesaba ignorante respecto a la razón de Dios para crear las moscas.
Lutero resolvió más atrevidamente que habían sido creadas por el diablo
para distraerle, a él, cuando escribía tan buenos libros. Esta última opinión
parece, ciertamente, como más plausible.
Queda un problema al que sólo hemos aludido implícitamente, de
pasada: en qué medida una existencia radicalmente secularizada, sin Dios
ni dioses, es susceptible de construir el punto de partida de un nuevo tipo
de religión, es decir, en qué medida lo profano puede convertirse, de por
sí, en sagrado. El problema radica fundamentalmente en que tal hecho
está todavía en su estado inicial. Pero conviene precisar desde ahora que
este proceso es susceptible de desarrollarse en múltiples planos y
24

siguiendo objetivos diferentes. Está, ante todo, las consecuencias virtuales


de lo que se podrían llamar las teologías contemporáneas de "la muerte de
Dios", que, después de haber demostrado hasta la saciedad la inanidad de
todos los conceptos, símbolos y los ritos de todas las iglesias cristianas,
parecen esperar que una toma de conciencia del carácter radicalmente
profano del mundo y la existencia humana sea, con todo, capaz de fundar,
gracias a una misteriosa y paradójica coincidentia oppositorum, un nuevo
tipo de experiencia religiosa.
Algunos autores están proponiendo una religión eminentemente
mística, sin dogmas y sin ritos, solamente la unión con Dios. Conceden
que es verdad que no sabemos ni sentimos nada acerca de la naturaleza
última, estructura o ser del Absoluto, pero que ansiamos, creemos,
conjeturamos, experimentamos, nos damos cuenta ... de algo de Ello,
simplemente porque somos una parte (rayo, chispa, criatura, efecto...) de
Ello. Y se felicitan de que es un buen signo el que no tengamos ninguna
palabra que exprese este tipo de conciencia que es la experiencia mística.
La realidad, nos dicen, está por encima, fuera y más allá de nosotros
mismos. Por ello nos es posible, aunque de manera impropia y negativa,
hablar de ella. La dimensión mística es una realidad, la más real -
aseguran-. Somos precisamente eso que no podemos expresar. Nuestra
lengua no es sino balbuceo y charla sin sentido. "No es lo místico como
sea el mundo, sino que sea el mundo", afirmaba L. Wittgenstein13 y
añadía: " La visión del mundo sub specie aeterni es su contemplación
como un todo -limitado-. Sentir el mundo como un todo limitado es lo
místico". El autor de estas líneas confiesa su incapacidad para estas
"experiencias". Hace propia, en este sentido, la proposición 7. del
Tractatus: "De lo que no se puede hablar, mejor es callarse". La única
religión que acepta es la de los Derechos Humanos.

3. Fuentes

3.1. Siete Cristos

Este libro no pretende descubrir nada nuevo, puesto que, desde finales
del siglo XVIII hasta hoy, decenas de investigadores han publicado
trabajos científicos que tienden a aclarar los fundamentos de la fe
cristiana. El autor se basa en algunos de ellos.
Para la confección de los siete modelos de Cristo que le propone al
lector, ha seguido dos vías. La primera sigue los datos históricos y el
análisis de textos realizado por expertos. La segunda vía persigue la
tradición y la autoridad de la Iglesia católica que se expresa, sobre todo, a
través del Catecismo y del Código de Derecho Canónico. San Agustín
tenía por axioma: "Yo no creería en el evangelio si no me moviese a ello
25

la autoridad de la Iglesia católica". En efecto, según la Iglesia no


solamente las divinas Escrituras contienen el sagrado depósito de la
Revelación. Ésta, además, se halla en la tradición viviente de la Iglesia de
Cristo, que es una fiel depositaria del divino tesoro y la intérprete
autorizada de los sagrados libros. Entonces, sólo la Iglesia puede
indicarnos con infalible certeza cuáles son los escritos y de qué manera
fueron inspirados por el Espíritu Santo. Cualquier otro criterio será del
todo insuficiente y sólo podrá servir para confirmar la verdad de la
doctrina de la Iglesia, pues siendo la inspiración de un hecho sobrenatural,
sólo una autoridad de orden sobrenatural e infalible podrá suficientemente
certificarnos de él, como quieren Eloíno Nácar y Alberto Colunga,
traductores de la versión bíblica que empleamos.

3.2. Vida de Jesús

Hay que decir algo de los documentos que se ofrecen como biografías
del fundador (¿?) del cristianismo. Nos referimos a los evangelios, tanto
los canónicos como los apócrifos. Es ésta una cuestión capital que no
puede darse por sabida.
En general, lo primero que llama la atención cuando nos acercamos al
Nuevo Testamento es lo tardío de sus textos. En efecto, no se empezaron a
componer sino en el último cuarto del siglo I y primero del II d. C., con
excepción de las epístolas de Pablo, datadas entre el año 51 y el 67. No se
ve muy comprensible que quienes tenían tanto que atestiguar no
escribieran nada o casi nada. Por el contrario, es digno de admiración que
quienes no pudieron conocer nada directamente escribieran la inmensa
mayoría del canon del Nuevo Testamento.
En segundo lugar, las incoherencias tremendas, que cualquiera puede
apreciar si compara entre sí los cuatro evangelios canónicos, resultan tanto
más chocantes y graves si tenemos en cuenta que estos textos fueron
seleccionados de entre un conjunto de alrededor de sesenta libros
diferentes. Los textos no escogidos fueron rechazados por 'apócrifos', que
quiere decir: 1)º privados, 2)º inauténticos y 3)º sospechosos de herejía
por la Iglesia. Por ello fueron condenados al olvido. Pero buena parte de
los apócrifos era más antigua que los textos canónicos. La selección de los
evangelios canónicos se realizó en el Concilio de Nicea, en 325, y fue
ratificada en el de Laodicea, en 363.
Papías, obispo de Frigia, hizo la primera referencia a los evangelios
canónicos. Pero, ¿por qué cuatro evangelios y no uno? San Ireneo (c.
130-200) les dejó a los obispos que fueron a Nicea un sólido argumento
(en tres versiones) que justifica la selección de cuatro. Escribió: "El
Evangelio es la columna de la Iglesia, la Iglesia está extendida por todo el
26

mundo, el mundo tiene cuatro regiones, y conviene , por tanto, que haya
también cuatro Evangelios /.../ El Evangelio es el soplo o relato divino de
vida para los hombres, y pues hay cuatro vientos cardinales, de ahí la
necesidad de cuatro Evangelios /.../ El Verbo creador reina y brilla sobre
los querubines, los querubines tienen cuatro formas, y he aquí que el
Verbo nos ha obsequiado con cuatro Evangelios".
¿Qué son los evangelios? Los evangelios son cuatro relatos de la vida
y enseñanzas de Jesús con que se inicia el Nuevo Testamento. Durante los
servicios religiosos de las iglesias cristianas se leen o cantan pasajes
escogidos de estos libros. La palabra evangelio tiene su origen en el
término griego evangelion ('buena nueva'). Por lo general, los
especialistas coinciden en que los cuatro evangelios fueron escritos en
griego, y que sus autores tal vez utilizaron fuentes arameas orales o
escritas más antiguas que conservaron muchas de las palabras y dichos
reales de Jesús.
¿Cómo fueron escritos los evangelios? En un principio se
compusieron, probablemente, pequeños libros en los que cada redactor
encerraba lo que juzgaba especialmente interesante: una serie de
sentencias atribuidas al Maestro; relatos de episodios de su vida,
edificantes o característicos; descripciones de los signos, es decir, de los
milagros producidos para la confusión de los incrédulos. Nadie se
preocupaba de lo que llamamos exactitud histórica, que supone
escrúpulos, desconocidos o indiferentes a hombres de fe ardiente y
desprovistos de espíritu crítico. Por el contrario, cada uno se esforzaba en
probar la solidez de las esperanzas cristianas, de convencer a los
vacilantes, de edificar a los fieles. Esos libritos, que fueron las fuentes
antiguas de nuestros evangelios, no contenían más que elementos
dispersos y ya muy mezclados de una vida de Jesús, tal como se la
representaban a fines de la generación apostólica.
Basta recorrer nuestros tres evangelios sinópticos para persuadirse de
que sus autores han realizado combinaciones sensiblemente diferentes de
los mismos hechos y de discursos análogos o parecidos, de los que es
preciso concluir que no los ha guiado la verdad objetiva, que no han
tenido una cronología segura de los sucesos. Por el contrario, cada
redactor únicamente atendió al propósito particular de ordenar su obra.
Ninguno de ellos ha hecho otra cosa, más o menos diestramente, que darle
forma a jirones de tradiciones en un conjunto artificial, pero que no
constituye un todo armónico. Es evidente que ninguno de los evangelistas
tiene gran cosa en común con la Historia.
¿Hay algo verdaderamente histórico en los evangelios? Jesús de
Nazaret fue juzgado y condenado a morir en la cruz: son datos históricos
que atestiguan autores romanos, judíos y cristianos. Pero, si bien los
evangelios nos proporcionan cierto tipo de información, no se escribieron
27

con propósitos históricos. Sus autores no se proponían un objetivo


histórico sino religioso. Así, cuando los evangelistas redactaron el juicio a
Jesús, no lo hicieron con el propósito de dejar un testimonio fidedigno de
tinte histórico, sino con el de transmitir un mensaje religioso. Claro que,
en su defensa, podían alegar precursores de esta técnica. Las
predicaciones cristianas más antiguas giraban en torno del tema de la
Pasión y la Resurrección de Jesús.
Cuando se mencionan los evangelios como nuestras fuentes primarias,
es preciso matizar lo de 'primarias'. Son fuentes primarias en la medida en
que reflejan las situaciones en que se hallaban sus autores (miembros de
determinadas comunidades cristianas primitivas) y en la medida en que
expresan las ideas imperantes en aquellas comunidades. No son fuentes
primarias en el sentido de que proporcionan datos directos de los
acontecimientos que describen. Son datos directos sólo por el significado
atribuido a las acciones, las palabras y la muerte de Jesús en la época en
que los evangelios fueron escritos. Pueden utilizarse como fuente de
información sobre determinados acontecimientos de la vida de Jesús
siempre que analicemos cómo llegó a atribuirse este significado a los
acontecimientos descritos y cómo nacieron los propios relatos. Esto es
algo que dejó claramente establecido para siempre Paul Winter.
Se ha señalado ya que ni los transmisores de la predicación primitiva
ni los evangelistas que les sucedieron tenían interés por los
acontecimientos en función de su realidad histórica. Como queda dicho
también, su interés se centraba en campos distintos. Lo que nos dicen los
evangelios, en general, de la vida de Jesús no es una relación de lo que
realmente sucedió, sino de cómo la interpretaban ciertos círculos
cristianos primitivos. Aunque los evangelios puedan tener la apariencia
externa de biografías de un mismo personaje, son, más que nada, tratados
teológicos basados en tradiciones colectivas, que incluyen las
predicaciones comunales sobre Jesús, que habían ido modelándose
durante un período de varias décadas. En la escritura de los evangelios se
pueden distinguir tres tipos de aportes al contenido, a saber: 1) la tradición
primaria, 2) la tradición secundaria y 3) la aportación del autor.
Una característica de las tradiciones evangélicas es que, en ocasiones,
adoptan en ellas forma narrativa las proposiciones teológicas y
argumentaciones apologéticas, que asumen apariencia de expresiones de
realidad. Este fenómeno se ve, por ejemplo, en las historias de
curaciones14. En cada uno de estos ejemplos, circulaba en una comunidad
determinada un proverbio atribuido a Jesús. El proverbio carecía de
situación. Para transmitir el proverbio con la situación ausente, se creaba
un marco. Las características de ese marco nos proporcionan una clave en
la tarea de determinar en qué condiciones y con qué objetivos asumió la
28

narración su forma actual. Los elementos constitutivos de los relatos, tal


como se refieren en los relatos aludidos, son los siguientes: (1) Jesús
muestra su poder de curar a distancia (2) con el hijo (en Marcos) o el
criado (en Mateo y Lucas) de un gentil. Sea cual sea la versión de los
evangelistas, la "historia" nace de una situación en la que preocupaba la
relación de los gentiles con el mensaje evangélico: había aumentado el
interés de los gentiles por el poder redentor (sanador) de Jesus, el kýrios ,
y los gentiles abrazaban la creencia en él como sotér. Los seguidores
judíos de la fe cristiana tenían que adaptarse a esta contingencia.
Aceptaron, entonces, la propuesta de admitir gentiles en sus
conventículos. El resultado, después de largas deliberaciones, cristalizó en
narraciones sencillas que se reflejaban en la vida de Jesús. Mas, pese a ser
una reinterpretación tan creadora, aquéllos, entre quienes nacieron los
relatos, fueron fieles al hecho histórico para recordar que el propio Jesús
no había establecido contacto directo con los gentiles en sus
predicaciones. Por eso los relatos evangélicos describen el hecho
mostrando a Jesús que ejerce su poder salvador, o sanador, con los
gentiles... a distancia. En fin, pocas veces vemos en el Nuevo Testamento
una diversidad tan notoria en la descripción del mismo acontecimiento
como lo muestran los relatos de la Pasión en los cuatro evangelios. Esto es
indicio de que la tradición se formó regida por motivos cambiantes
¿Cómo se escribieron los evangelios? El evangelio (entendiendo por
tal término un relato de la vida y las enseñanzas de Jesús, su muerte y
resurrección) creció hacia atrás: el final estuvo allí antes de que se hubiese
pensado el principio. Se recordaban mejor las últimas cosas. La primera
predicación de las tradiciones antiguas se centraba en el tema de los
sufrimientos y la gloria del Mesías. Fue luego, al crecer el evangelio,
cuando se prologó, como si dijésemos, la historia de la Pasión de Jesús,
con recuerdos de hechos de su vida. El punto en que el evangelio
comienza se alcanzó retrospectivamente, esto es, partiendo del período de
su muerte hasta su bautismo; luego, hasta su nacimiento; y, por último
(para empezar ya por el Principio Mismo), hasta el Verbo que estaba en
Dios.
En un muro de Kom Ombo (templo levantado en la época
grecorromana en Egipto y centro de peregrinación al que acudían los
enfermos en busca de alguna curación), coinciden las representaciones de
los evangelistas ¿Azar? Parece que no. En un mismo cuadro se ven cuatro
animales enfrentados entre sí dos a dos, cada uno de ellos en las esquinas
del cuadrilátero. En la parte superior podemos ver a la izquierda la
representación de un león y frente a él la de un buey. En la parte inferior,
se observa a la izquierda un halcón. En la esquina inferior derecha del
relieve, un desconchón en la piedra impide apreciar lo que hay frente a
este pájaro, aunque los estudiosos señalan que muy probablemente se
29

tratara de la representación de una serpiente. ¿Son estos cuatro animales


un claro antecedente de la iconografía cristiana? ¿Identifican a los cuatro
evangelistas? Si esto fuera así, el león sería Marcos; el buey, Lucas; el
halcón, Juan; y la serpiente podría ser el antecesor de Mateo, quien, según
la tradición cristiana, aparece representado como un ángel. Lo curioso del
asunto es que los cuatro animales sagrados se identifican con las columnas
de los cuatro puntos cardinales sobre los que, según la mitología egipcia,
se sustentaba el cuerpo celeste de la diosa Nut. Prometemos resolver el
enigma que suscitan estos símbolos en el último capítulo de la
investigación.

3.2.1. Evangelios sinópticos

Los tres primeros evangelios (Mateo, Marcos y Lucas) se denominan


sinópticos porque presentan la misma perspectiva general de la vida y
recogen la predicación de Jesús. Narran casi los mismos hechos,
coincidiendo a menudo en la narración de los acontecimientos. Utilizan,
asimismo, un vocabulario similar, con las mismas palabras, en ocasiones.
Hasta el siglo XIX casi todos los especialistas y teólogos creían que
Mateo era el evangelio más antiguo, que Marcos era una versión resumida
de Mateo y que Lucas era el más reciente de los tres, habiéndose inspirado
al parecer en Mateo y en Marcos. Con algunas modificaciones, éste sigue
siendo el punto de vista de algunos estudiosos conservadores. En la
actualidad, la mayoría de los conocedores del tema acepta que Marcos es
el evangelio más antiguo y que proporcionó gran parte del material
narrativo, así como el contexto, tanto para Mateo como para Lucas.
Desde hace unos treinta años el problema sinóptico, el que encierra las
diversas cuestiones relativas a los tres primeros evangelios, ha cambiado
de faz, por decirlo así. El problema paulino se ha renovado y el del cuarto
evangelio se ha modificado. Estas vacilaciones y rodeos de los críticos, la
perpetua transformación de sus puntos de vista y de sus sistemas tienen
una causa única: de los documentos solos no se desprende una historia
continuada y coherente de los orígenes cristianos; no son más que
fragmentos; la restauración de su conjunto es, con frecuencia, hipotética.
Por otro lado, no hay que olvidar que durante los primeros siglos del
cristianismo, fue absolutamente corriente falsificar todo tipo de
documentos con tal de dotarse de poder y/o legitimidad doctrinal. El
propio Pablo, acusado de emplear engaños para defender su visión del
cristianismo, se justificó diciendo: "Y si la verdad de Dios se pone todavía
más de relieve con mi mentira, ¿por qué he de ser yo encima juzgado
como un pecador?" (Rom, 3, 7). El fin justifica los medios cuando se trata
30

de imponer la fe cristiana. En aquellos siglos fueron legión los que


adoptaron en la práctica lo que Orígenes, el gran teólogo cristiano, puso
por escrito cuando formuló su teoría de la mentira económica o
pedagógica basada en el plan divino de la salvación. Orígenes defendió la
función cristiana del engaño cuando postuló la necesidad de mentir como
condición y medicamento (Contra Celso, 1V, 19).

3.2.1.1. Evangelio según Mateo

"Desde aquella noche Leví, que ahora se llama Mateo, camina tras
la túnica blanca de Jesús, y escribe los hechos y los dichos del Maestro en
las tablillas de madera que antes le sirvieron para anotar las deudas de los
tributarios, y ni una sola palabra del Hijo del Hombre deja de ser copiada
por sus manos. Leer su testimonio será como mirar la vida de Jesús
reflejada en las aguas de un pozo tan claro como profundo" . De este
modo recuerda M. Otero Silva15 la conversión del judío Leví, hijo de
Alfeo, recaudador de impuestos, en uno de los doce apóstoles. No es muy
creíble que Mateo fuera tomando apuntes de todo lo que sucedía con su
Maestro para dejarlo a la Historia.
Como se dijo, el Evangelio según Mateo encabeza el canon del Nuevo
Testamento cristiano y desde principios del siglo II se tiene a este apóstol
por su autor. Sin embargo, el redactor final del evangelio no era judío,
como se desprende del análisis del texto, y no se limitó a actuar como
mero compilador, sino que añadió de su propia cosecha todo cuanto le
pareció oportuno para "mejorar" la capacidad de convicción del escrito
original. Con esta intención, p. e., duplicó el número de personas que,
según Marcos, había sanado Jesús en Gadara y Jericó.
El origen más probable de este evangelio en su redacción griega
(continuación de la primera en arameo, datada en el año 60), se remonta
hacia el año 90 d. C., en Egipto, donde existía una numerosa población
judía, especialmente en Alejandría. Algunos autores prefieren retardarlo
hasta el año 135.
Lo más notable en Mateo es su énfasis en que Jesús es el Mesías
prometido, legítimo heredero del rey David, y en los asuntos relativos a la
Iglesia. Pueden encontrarse muchas pruebas de que probablemente fue
escrito para los cristianos judíos por la abundancia de datos, exclusivos
de este Evangelio, ya que insiste en presentar a Jesús como cumplimiento
y concreción del Antiguo Testamento. Única también es la posición
superior de Pedro, designado por Jesús como guardián de "las llaves del
Reino de los Cielos" (16,19). El profundo interés en los discípulos que
caracteriza a todos los evangelistas aparece aún más resaltado en Mateo.
El autor de este evangelio relata en detalle cómo Jesús los eligió, cómo
31

les instruyó, cómo le fallaron y cómo Cristo resucitado los perdonó y les
dio una gran seguridad en su misión.
La influencia de Mateo en el cristianismo ha sido dominante desde su
composición. Además de su importancia teológica en la formulación de la
doctrina, una importancia que comparte sólo con el Evangelio según
Juan, su versión de las secciones más célebres como las
Bienaventuranzas, el Padrenuestro y las historias de la Pasión es más
conocida y citada o leída que los relatos paralelos de los demás
evangelios.

3.2.1.2. Evangelio según Marcos

Denominado por algunos autores como “el evangelio de los milagros”,


el Evangelio según Marcos fue escrito, en realidad, por un tal Juan de
Jerusalén, de nombre latino Marcus, mencionado en Hechos 12, 12, y I
Pedro 5, 13. Este tal Juan de Jerusalén fue ayudante de Pablo y de
Barnabé, pero, a causa de una disputa con Pablo (de quien no gustó que
hablara del mesianismo de Jesús ante el gobernador de Chipre, Sergio
Paulo, que era pagano) pasó a viajar con Pedro -que le llamaba "mi hijo"-
en la función de intérprete de griego. (Lo cual, por otro lado, quiere decir
que las lecciones de lenguas extranjeras dadas de una manera un tanto
rápida por el Espíritu Santo en Pentecostés no habían servido de gran
cosa).
El evangelio actual debió de haber sido escrito para los paganos
convertidos entre los años 75-80 d. C. En una especie de epílogo piadoso
a la trágica Pasión y martirio del Mesías, Marcos pone en labios del
centurión romano la famosa -y dudosa- sentencia: “Verdaderamente era
hijo de Dios”. Por otro lado, en Mc 13, figura una revelación de Jesús a la
Iglesia de Jerusalén que tradicionalmente se supone recibida poco antes de
la guerra de los judíos contra los romanos; su inclusión sugiere que el
Evangelio según Marcos no fue redactado hasta después de finalizada
dicha guerra.
Para los especialistas, el Evangelio según Marcos es un ejemplo de
adulteración de los textos sacros del judeocristianismo. En su versión
original, termina con la crucifixión, el entierro y el sepulcro vacío, sin
mencionar escena alguna sobre la resurrección de Cristo ni las apariciones
posteriores a los discípulos; aunque muchas Biblias modernas sí incluyen
estos episodios. Los eruditos bíblicos están de acuerdo con que el
evangelio se corta bruscamente en Mc 16, 8, ignorándose cuánto texto
falta y cuál era su contenido. El resto del texto, en realidad, es un añadido
del siglo II.
El segundo evangelio relata la historia del Jesús adulto, desde el
32

momento de su bautismo por Juan el Bautista hasta su crucifixión y el


mensaje del ángel anunciando su resurrección. Los episodios iniciales,
escenificados en Judea, describen la actividad de Juan el Bautista, el
bautismo de Jesús y su tentación por Satán en el desierto. A continuación,
el escenario se traslada a Galilea (1,14), y durante la mayor parte del
evangelio el lector recorre las diversas regiones del norte de Palestina,
especialmente los alrededores del Mar de Galilea, donde Jesús predica
sobre el reino de Dios y sana a los enfermos. En 10, 1, Jesús se dirige
hacia el sur en dirección a Judea. Desde Marcos 11,11 hasta el final del
evangelio, los acontecimientos se desarrollan en Jerusalén y sus
alrededores, donde tienen lugar el arresto, crucifixión y el entierro de
Jesús. Cuando algunas mujeres de entre sus seguidores se dirigen a la
tumba para encargarse del cuerpo, descubren que está vacía. Un ángel les
ordena comunicar el hecho a los discípulos, pero no hablan con nadie por
temor.
Así, el evangelio comienza y termina en Judea, aunque entre el inicio
y el final, una gran parte de la actividad tiene por escenario Galilea. La
importancia de Galilea se indica nuevamente por una profecía,
pronunciada en dos ocasiones, de que tras su Resurrección, Jesús irá a
Galilea y que será allí el lugar en que sus discípulos lo verán (14,28;
16,7).

3.2.1.3. Evangelio según Lucas / Hechos de los apóstoles

Lucas o Lucano, el autor del tercer evangelio canónico y de los


Hechos de los Apóstoles, nació en Alejandría y fue compañero inseparable
de Pablo en sus tareas apostólicas. Pablo lo identifica como "colaborador"
(Flm 24) y "médico amado" (Col 4, 14). Parece que Lucas no compuso su
evangelio -el más extenso de los cuatro, con veinticuatro capítulos- sino
hacia finales del siglo I, especialmente para los gentiles.
En una época tan conflictiva, el Evangelio según Lucas procuró dar la
imagen menos desfavorable de los perseguidores romanos, intentó
suavizar los choques crecientes habidos entre los bandos judeocristianos
y grecocristianos, seguidores de Jesús y de Juan el Bautista o discípulos
de Pablo y Pedro, e intentó frenar el estallido de sectarismo cristiano que
se produjo tras la caída de Jerusalén cuando no se materializó el esperado
e inminente Segundo Advenimiento del Mesías Jesús. Se desconoce si
este evangelio fue escrito en Roma, en Asia Menor o en Grecia.
Tanto en el Evangelio como en los Hechos, que son la segunda parte
de aquél, Lucas abordó la historia de los orígenes del cristianismo, pero
lo hizo con fortuna desigual. Gracias a su atenta lectura de las obras del
historiador Flavio Josefo, pudo importar buena parte de los datos
33

fundamentales que le serían necesarios para ambientar el contexto


histórico en el que apareció y se desarrolló el cristianismo.
Sin embargo, para lograr su propósito narrativo "realista", con
frecuencia Lucas introdujo fragmentos sobre hechos y dichos de Jesús
fuera de su contexto original. Cuando, por ejemplo, cuenta el último viaje
de Jesús a Jerusalén. Primeramente Jesús se halla en Betania, pueblo
cercano a Jerusalén (Lc 10, 39), pero luego le hace recorrer "ciudades y
aldeas, enseñando y siguiendo su camino hacia Jerusalén" (Lc 13, 22) ; a
continuación, lo alejó de su destino ya alcanzado para situarlo en los
dominios de Herodes Antipas, en Maqueronte, a muchos kilómetros al
este de Jerusalén y más al sur (Lc 13, 31-33); poco después, Jesús tiene
que desandar lo mucho andado, cuando afirma el evangelista: "Yendo
hacia Jerusalén atravesaba por entre Samaria y la Galilea (Lc 17, 11-12),
es decir, Jesús tiene que recorrer una enorme distancia hacia el norte, en
dirección contraria a Jerusalén -donde ya estaba- con tal de poder narrar la
curación de un leproso (Lc 17, 11-19), que Marcos, la fuente de donde
tomó el hecho, había situado en Galilea (Mc 1, 40-42). Si se le echa una
breve ojeada a un mapa de la época, puede comprobarse cuán disparatada
es la narración de estos hechos.
En los Hechos de los apóstoles, Lucas describió la organización y el
desarrollo de la Iglesia primitiva en Jerusalén y continuó con su estrategia
de disimular los graves conflictos que enfrentaban los cristianos judíos y
los no judíos. El texto no habla de todos los apóstoles, ya que le cedió casi
todo el protagonismo a Pablo; de los Doce, sólo Pedro adquiere alguna
relevancia. De todo esto resulta que Hechos es, realmente, un documento
paulino normativo, en el que se sataniza a todos los que enfrentan al
Apóstol de los Gentiles, incluido Santiago, el hermano del Señor.
El contexto de Lucas es el mismo del Evangelio según Marcos. Sin
embargo, Lucas amplió el relato de Marcos mediante dos importantes
interpolaciones16. La mayoría de los especialistas coincide en que estas
inserciones fueron tomadas principalmente de una recopilación de los
dichos de Jesucristo conocida como "Q" o "Logia", y de un cuerpo de
tradiciones orales denominado a veces "L", recopiladas por Lucas o
conocidas sólo por él.
3.2.2. Evangelio según Juan / Apocalipsis
El cuarto de los canónicos, el Evangelio según Juan, es, quizás, el
texto más entrañable y querido por los creyentes cristianos por el fuerte
contenido emocional con el que impregna todo lo referente a Jesús.
(Algunos judíos de hoy señalan que fue inspirado por el diablo. No les
falta razón, como tendremos tiempo de comprobarlo).
34

Gran parte de este evangelio consta de discursos de Jesús tratados al


modo griego. En efecto, el Jesús de los evangelios sinópticos habla a la
manera judía, en cuanto a temas y construcción, tal como puede
observarse en el Sermón de la Montaña. En cambio, el Jesús del
Evangelio según Juan emplea las más de las veces un lenguaje
completamente distinto, el de un no judío, y, a menudo, un estilo que es
extranjero. Por ejemplo, al referirse a la Ley dada a Moisés, Jesús dice
"vuestra ley", en lugar de 'nuestra ley', y añade: "Todos los que vinieron
antes de mí fueron ladrones y salteadores". Incluso, Jesús alude a Dios
identificándolo consigo mismo -que para los judíos sería una blasfemia- al
decir "Yo y mi padre somos uno".
¿Quién escribió el Evangelio según Juan? En 1907, una comisión
bíblica concluyó que el apóstol Juan fue el autor del libro que lleva este
nombre, pero hoy los investigadores dicen otra cosa. Ya E. Renán , en su
hermosa Vida de Jesús , aparecida en 1863, se preguntaba cómo podía ser
posible que al lado de noticias precisas, que revelan en algunos momentos
al testigo ocular, se encuentren unos discursos en todo diferentes a los de
Mateo. Pero pueden hacerse muchas otras preguntas: ¿Cómo puede ser
que el cuarto evangelio no ofrezca una sola parábola, un solo exorcismo?
¿Pudo Juan, hijo de Zebedeo, hermano de Santiago (al que no se
menciona ni una sola vez en el cuarto evangelio) escribir en griego
lecciones de abstracta metafísica, de la que los sinópticos no ofrecen
ninguna muestra? ¿Cómo es posible que “el Apóstol de la circuncisión”
haya compuesto un escrito más hostil al judaísmo que todos los de Pablo,
un escrito en el que la palabra ‘judío’ es casi equivalente a ‘enemigo de
Jesús’?
El autor de Juan escribió en una época en que las creencias de los
cultos arcanos y del gnosticismo circulaban en la Iglesia primitiva junto
con las primeras doctrinas del cristianismo. Al parecer, su intención era
que este evangelio fuera en esencia una reinterpretación teológica de la
persona y la misión de Jesús. Presentó el mensaje en términos afines a las
corrientes filosóficas de su tiempo, en una forma quizá más comprensible
para los cristianos de la Iglesia posterior y para los gentiles helenistas que
para sus contemporáneos. Por sus características concretas, el principal
objetivo del autor fue contrarrestar la interpretación del gnosticismo
docético que afirmaba que Cristo era una divinidad que apareció en forma
humana, pero incapaz de experimentar sentimientos mortales o de morir.
El propósito explícito del evangelio se revela en 20, 30-31.
La ciencia moderna ha llegado a la conclusión de que este evangelio y
el Apocalipsis fueron escritos por Juan el Anciano, un griego cristiano que
se basó en textos hebreos y esenios y en el recuerdo que obtuvo de Juan el
Sacerdote, identificado como "el discípulo querido" de Jesús -que no es
35

Juan Zebedeo-. Juan el Anciano vivió en Éfeso hasta principios del siglo
II.
Señala Schonfield que la Revelación (o Apocalipsis) de Jesucristo es
un modelo tan excelente de literatura en cuestión que su autor sólo pudo
haber sido un especialista, familiarizado, además, íntimamente con el
templo de Jerusalén y sus misterios, a la vez que versado en la
interpretación escatológica del Cántico de Moisés (Dt 32). Muchos líderes
de sectas destructivas actuales tienen el Apocalipsis de Juan como libro de
cabecera para fundamentar muchas de sus alucinaciones. Algunos de ellos
- como Charles Manson, Jim Jones, David Koresh y otros locos- se han
basado en pasajes de este texto para desencadenar y justificar el asesinato
de centenares de seguidores

3.2.2.1. Juan y los sinópticos

Desde mucho tiempo atrás se reconoce que el Evangelio según


Juan es muy distinto de los tres evangelios sinópticos que le preceden.
Entre las diferencias más conspicuas y significativas se cuentan la
ausencia en Juan de cualquier registro o descripción de temas biográficos
e históricos tales como el nacimiento y la infancia de Jesús, sus
tentaciones, la transfiguración, la institución de la Eucaristía y la agonía
en el huerto de Getsemaní. Además, sólo Juan menciona el cambio
milagroso del agua en vino en Caná, la resurrección milagrosa de Lázaro,
el lavado de los pies de sus discípulos en la Última Cena (13,1-20), los
bautismos realizados por Jesús y sus discípulos (3,22-36; 4,1-2),
Nicodemo (3,1-21), la mujer samaritana (4,7-26) y el incidente —que en
la versión primitiva no fue parte del evangelio— de una mujer
"sorprendida en el adulterio" (7,53-8,11). También quedan en evidencia
importantes diferencias cronológicas al comparar a Juan con los
sinópticos. En Juan, el magisterio de Jesús se prolonga durante varios
años, la Última Cena tiene lugar antes de la Pascua judía y Jesús es
crucificado antes del primer día de dicha festividad.
Por último, digamos que los especialistas bíblicos modernos coinciden
en que el evangelio de Juan fue redactado después de los sinópticos. Sin
embargo, no consiguen ponerse de acuerdo en cuanto a si el autor de Juan
conocía o no los sinópticos y si, tal fuera el caso, los utilizó como fuente.
Algunos estudiosos creen que es posible que el autor haya conocido a
Marcos y Lucas, y que hizo uso de sus respectivos evangelios

3.2.3. Q, el quinto evangelio


36

El documento Q (de Quelle, ‘fuente’, en alemán) -bautizado así por


Johannes Weiss en una obra escrita en 1890- , es una recopilación de
proverbios (con unas pocas narraciones) de Jesús, al parecer escritos en
arameo, utilizada por Mateo y Lucas (no obstante, algunos especialistas
no aceptan que se tratase de un único documento). Este documento
proporcionó el material que falta en Marcos y que luego, al parecer, se
perdió. Por lo general se denomina Q, aunque también Logia (griego,
"palabras" o "dichos"). Además, los autores de Mateo y de Lucas deben
de haber recurrido a material de otras fuentes a las que cada uno de ellos
tuvo acceso.
No nos ha llegado ninguna copia de este documento que puede ser
catalogado como el quinto evangelio, por lo que ha sido necesario
reconstruirlo a partir del material perteneciente a él que aparece contenido
en Mateo y Lucas. La forma del documento Q no es la del “evangelio
narrativo”, como los del Nuevo Testamento que hemos visto, sino la del
“evangelio de dichos”, como es el caso del apócrifo Evangelio de Tomás.
El documento debió de ser redactado entre el año 50 y el 70 d. C.

3.2.4. Evangelios apócrifos

Apócrifos del Nuevo Testamento (del griego apokryphos, 'oculto') es un


título que hace referencia a más de 100 libros escritos por autores
cristianos entre los siglos II y IV d.C. Estos libros poseen dos
características en común: (a) en general su estilo se asemeja al de las
escrituras del Nuevo Testamento, pudiendo clasificarse muchos de ellos
dentro de las categorías literarias de evangelios, hechos, epístolas y
apocalipsis; (b) no pertenecen al canon del Nuevo Testamento ni a los
escritos de los Padres de la Iglesia reconocidos.
Leer a los apócrifos es regresar de un modo casi mágico a los
primeros siglos de nuestra Era cuando la religión era una pasión, dijo J. L.
Borges. Los dogmas de la Iglesia y los razonamientos del teólogo
vendrían mucho después; lo que importó al principio fue la nueva de que
el Hijo de Dios había sido, durante más de treinta años, un hombre, un
hombre flagelado y sacrificado, cuya muerte había redimido a todas las
generaciones desde Adán.
Los apócrifos no contradicen a los evangelios del canon. Narran, con
extrañas variaciones, la misma biografía. Nos revelan milagros
inesperados. Nos dicen, por ejemplo, que a la edad de cinco años Jesús
modeló con arcilla unos gorriones que, ante el estupor de los niños que
jugaban con él, alzaron el vuelo y se perdieron en el aire cantando.
También nos relatan milagros muy crueles, hechos por un niño
todopoderoso que no ha alcanzado todavía el uso pleno de la razón.
37

Algunos de estos documentos fueron escritos para destinarlos a


iniciados en grupos tales como los gnósticos, que sostenían que la
sabiduría tenía su origen en una tradición secreta; estos libros eran
auténticamente apócrifos, es decir, "libros mantenidos ocultos". Otros
fueron compuestos para su uso abierto y generalizado en las iglesias en las
que sus autores se integraban, pero no llegaron a ser aceptados como parte
del canon ortodoxo de la Biblia. Algunos de estos textos, como el
Evangelio según los Hebreos, debe de haber tenido un rango de
importancia en la vida cotidiana de los cristianos de origen judío. Otros
eran leídos en círculos gnósticos, como la Epístola de Eugnostos. Los hay,
como la Historia de la Infancia de Tomás y los Hechos de Pilatos,
elaborados para satisfacer la curiosidad de la gente común de la Iglesia al
rellenar "huecos" de los escritos bíblicos con fantásticos detalles acerca de
los aspectos desconocidos de la vida de Jesús.
Los católicos y los protestantes utilizan de manera diferente el término
'apócrifos' al referirse a la literatura bíblica (deuterocanónicos). Sin
embargo, ambas corrientes incluyen los mismos libros dentro de los
apócrifos del Nuevo Testamento.
Aunque E. Renán pensaba que los evangelios apócrifos que él conoció
eran vulgares y pueriles amplificaciones, frecuentemente basados en los
canónicos, a los que no añaden ningún valor, hoy cambiaría de opinión al
respecto. En efecto, antes del estupendo descubrimiento en 1945 y en
1946 de trece libros escritos en copto y encuadernados en cuero, en un
terreno cercano a Nag Hammadi - en el curso medio del Nilo, ceca de
Luxor- no sabíamos de la gnosis y de los gnósticos prácticamente nada. A
partir de este hallazgo se puede afirmar que el pensamiento gnóstico
inspiró de forma decisiva algunos de los más relevantes pasajes del Nuevo
Testamento.
Los gnósticos eran verdaderos disidentes en el mundo antiguo. La
materia, el Universo, era mala. Nada de la civilización material, de lo que
anhelaban los demás mortales, les importaba. En su lugar, fomentaban
valores puramente espirituales con el fin de llegar a la "patria", al
"descanso" del cielo, a la unión con el Dios misterioso. Sin embargo, no
solían retirarse a los desiertos ni vivían la existencia solitaria del monje o
del asceta ermitaño. Los gnósticos pretendían, por lo general, vivir dentro
de los grupos normales de cristianos, aunque internamente apartados,
disfrutando de sus revelaciones en una especie de exilio voluntario
interior. Para no caer en los engaños de la materia, solían llevar una
existencia ascética y de renuncia.
¿En qué temas han visto los investigadores influencias gnósticas? Por
razones de brevedad, digamos que en los escritos auténticos de Pablo y en
el Evangelio según Juan.
38

La antropología de Pablo, que distingue tres partes en el hombre:


cuerpo, alma y espíritu (Ts 5,23), encaja muy bien en el talante de la
gnosis. El Apóstol, además, efectúa una división clara entre hombres
espirituales, psíquicos y carnales (I Cor 2, 14ss), un esquema que
responde a la división gnóstica de la humanidad en tres tipos de hombres.
Pero quizá lo más profundamente gnóstico en Pablo sea el dualismo rígido
y esencial que establece entre Dios y el mundo presente (I Cor 2, 12), el
radical menosprecio de la materia y el cuerpo... El hecho de que a Pablo
no le interese para nada el Jesús carnal, el histórico, y centre su atención
en el Cristo resucitado, es decir, el preexistente, es un esquema que
corresponde a la perfección a la mentalidad gnóstica, que atiende sólo al
"revelador" gnóstico que se manifiesta después de la Resurrección. En su
conjunto, puede decirse que el estudio del pensamiento gnóstico es un
requisito para entender a Pablo. Su interpretación del mensaje y de la
figura de Jesús "venido en carne", su concepción, en general, del
cristianismo, está moldeada por conceptos de la gnosis y de las religiones
de misterios.
La correcta interpretación del origen y trasfondo ideológico del cuarto
evangelio pasa por reconocer en su autor un gnóstico primitivo. Esta vía
fue intuida por Clemente de Alejandría. Un pasaje de sus Bosquejos nos
proporciona una pista para entender este evangelio tan peculiar respecto al
resto de los canónicos, ya que nos presenta una imagen de Jesús, sobre
todo en los diálogos y en los discursos, diferente de la que se deduce de
los otros tres. El texto de Clemente de Alejandría reza así: "Juan, el último
[de los evangelistas], al ver que en los [demás] evangelios se mostraba lo
material [de la historia de Jesús], animado por algunos conocidos y
movido por la inspiración del Espíritu Santo, compuso [un evangelio]
espiritual".

3.3. Conclusión

Quisiéramos terminar esta introducción con algunas consideraciones


con las que D. F. Strauss cerraba su Nueva Vida de Jesús. Aunque escritas
en el siglo XIX, tales consideraciones son pertinentes.
Los rasgos legendarios sobrepuestos a la imagen de Jesús no han
velado solamente los rasgos históricos, de modo que bastaría borrar
aquéllos para que reaparezca la imagen verdadera. Demasiadas veces las
capas del mito sobrepuestas han roído totalmente y destruido para siempre
la realidad histórica. Hay pocos hombres en la historia sobre los cuales no
veamos tan imperfectamente como sobre Jesús. Ciertamente, los
evangelistas 1º y 4º persiguen a su manera un fin semejante, pero se
proponen, además, otro: su Jesús, más que un hombre a todo trance, debe
ser un taumaturgo, engendrado por Dios, y aun para uno de ellos el mismo
39

Verbo de Dios hecho carne humana. Así, no sólo mezclan con la


predicación de Jesús una multitud de actos y de incidentes milagrosos;
implantan este elemento del milagro hasta en la doctrina que a Jesús
atribuyen, de modo que le hace decir de sí mismo cosas que chocan con la
razón. La contradicción entre el Cristo de Mateo y el de Juan es radical.
Bajo la oscura niebla de la ilusión y de las supersticiones judías, entre las
espesas nubes del misticismo especulativo, la figura de Jesús del cuarto
evangelio pierde casi totalmente su traza humana.
El Cristo resucitado, sobre el cual fue la Iglesia organizada y fundada,
es otro Cristo distinto del hombre llamado Jesús. Esta imagen secundaria
no sólo moldeó a la Iglesia, sino que modificó por completo la idea de la
persona y de la vida de Jesús. Se puede dudar de que Jesús, si hubiese
vuelto al mundo poco después de la destrucción de Jerusalén, se hubiera
reconocido en el Cristo que se predicaba entonces. Hacer depender la
salvación del hombre de su fe en cosas cuya gran parte es ficticia de todo
punto, la otra incierta y a lo más una porción mínima averiguada, es
pretensión tan absurda, en nuestros días, que no hay necesidad de
refutarla.
El romano concebía al hombre ideal de otro modo que el griego. El
judío, de otro modo que ambos. Toda personalidad moral eminente, todo
gran pensador que ha tomado la naturaleza activa del hombre por objeto
de sus investigaciones, ha contribuido en esfera más o menos extensa a
rectificar, a completar y a desenvolver ese ideal. Entre estos promotores
del ideal humano, Jesús se coloca en primera línea de cualquier modo que
lo consideremos. Él ha introducido en el ideal humano rasgos que faltaban
antes o que al menos no habían sido desarrollados; ha limitado otros que
le impedían generalizarse; los ha agrandado y santificado por el carácter
religioso que les imprimió y, encarnándolos en sí mismo, les ha
comunicado la llama de la vida. La comunidad religiosa que salió de él ha
procurado a este ideal la más vasta extensión en la humanidad. Sin duda,
que procedió ella de otra cosa que del valor moral de su fundador y la
imagen deísta que empezó a propagar no era muy pura. En el Apocalipsis,
por ejemplo, hay un Cristo que no es susceptible de dar muchos elementos
al ideal humano. Pero los rasgos de tolerancia, de dulzura y de amor a los
hombres que Jesús ha hecho predominar, no están menos adquiridos por
la naturaleza humana. Gracias a ellos ha podido germinar y desarrollarse
todo lo que hoy llamamos humanidad.
Si se ve en Jesús al hombre-Dios, tipo absoluto y modelo único, puesto
por Dios en la humanidad, naturalmente se llega a suprimir toda adición y
todo complemento, a recibir exclusivamente este modelo tal como es. Hay
más, el hombre-Dios en Jesús, quedando él mismo superior al ideal moral
que representó, hacía necesario que el primer deber y la condición para
40

salvarse fuera creer en el hombre-Dios y no el conformarse con el ideal


moral. Por ahí el dogma queda preeminente. Lo único que, a nuestro
entender, es esencial pasa a segundo término. La grandeza moral de Jesús
es reducida en su eficacia. Las obligaciones morales, cuya verdadera
autoridad es estar fundadas en la naturaleza humana, caen bajo el falso
brillo de mandamientos divinos positivos.
El autor está seguro, tiene la convicción de no cometer ninguna
profanación. Cumple una obra útil y necesaria, rechazando como una
ilusión, desde luego bien intencionada, acaso bienhechora, todo lo que
hace de Jesús un ser sobrehumano. Restableciendo en lo posible la figura
histórica de Jesús, en sus rasgos simplemente humanos, invita a la
humanidad a esperar su salvación en la conquista de Derechos Humanos.
La realización progresiva y perfeccionamiento final no pueden ser más
que la misión y la obra de la humanidad entera

NOTAS A LA INTRODUCCIÓN
1
Juan A. Ruano Ramos, La moral católica, Ediciones Anaya, Salamanca
(España), 1960.
2
Ramón Jauregui, Ensayo sobre el cristianismo, Universidad de los Andes,
Mérida (Venezuela), 1998.
3
Henri Bergson, Las dos fuentes de la religión y de la moral , Tecnos, Madrid,
1966.
4
M. Eliade, Lo sagrado y lo profano, pag. 89. Labor, Barcelona, 1992.
5
De rerum natura, V, versos 1161-1240
6
Cf. Defensa de Bolívar, OC, t. II, pág. 312
7
Luces y virtudes sociales, OC, T. II, pág. 169.
8
Cf. Díálogos de religión natural, Breviarios del F. C. E., México.
9
El Concepto de religión, pág. 268.
10
Ídem, pág. 269.
11
F. Nietzsche, El anticristo.
12
Cf. Consejos de amigo, O.C., t. II, pág. 4-5.
13
Tractatus logico-philosophicus
14
De Marcos: 7, 24b, 25, 26b-29,30; y de Mateo: 8, 5-12, 13 (ver Lucas, 7, 1-2,
6b-9, 10; Juan, 4, 46-53).
15
La piedra que era Cristo.
16
Lc. 6,20-8,3; 9,51-18,14.
Capítulo 1
EL HIJO DEL HOMBRE

1. Identidad de Jesús

A pesar de los miles de libros que se han escrito sobre Jesús de


Nazaret, es tan poco lo que se sabe acerca de su vida real que muchos
investigadores han dudado seriamente de su existencia. A continuación el
lector puede constatar el estado de la cuestión en una página dramatizada
por G. Flaubert:

ARRIO c (con hábito de diácono) Los locos que contra mí


declararon pretenden explicar lo absurdo; y para
terminar de confundir he compuesto unos breves
p poemas tan divertidos que se los saben de
memoria e n los molinos,en las tabernas y en los
puertos
¡Mil veces no! ¡El Hijo no es coeterno del Padre,
ni de la misma sustancia! De lo contario no
hubiera dicho: “¡Padre, aparta de mí este cáliz!
¿Por qué me llamas bueno? ¡Sólo Dios es
bueno! Voy a mi Dios, a vuestro Dios”, y otras
muchas más palabras que testifican su condición
de criatura. Nos es demostrada asimismo por
todos sus nombres: cordero, pastor, fuente,
sabiduría, hijo del hombre, profeta, buen
camino, piedra angular.
SABELIO Yo afirmo que ambos son idénticos.
ARRIO El concilio de Antioquía decretó lo contrario.
ANTONIO ¿Qués es, pues, el Verbo?... ¿Quién era Jesús?
VALENTINIANOS ¡Era el esposo de Acamaroth arrepentida!
SETIANOS ¡Era Sem, hijo de Noé!
TEODOCIANOS ¡Era Melquisedec!
MERENTIANOS ¡No era más que un hombre!
APOLINARISTAS ¡Tomó su apariencia! ¡Simuló la Pasión!
MARCELO DE ANCIRA ¡Era una ampliación del Padre!
PAPA CALIXTO ¡El Padre y el Hijo son las dos formas de un solo
Dios!
METODIO Primero estuvo en Adán, luego en el hombre
CERINTO Resucitará.
42

VALENTINO ¡Es imposible, al ser su cuerpo celestial!


PABLO DE SAMOSATA No fue Dios hasta después de su bautismo.
HERMÓGENES ¡Vive en el sol!

Y todos los heresiarcas forman un corro alrededor de Antonio, que llora con
la cabeza entre las manos.

UN JUDÍO con la barba roja y la piel maculada de lepra


se acerca a él y le dice con
una horible risotada: ¡Su alma era el alma de
Esaú! Padecía la enfermedad belerefontiana y
su madre, la perfumista, se entregó a Pantero,
un soldado romano, sobre unos haces de máiz
en una tarde de siega.
ANTONIO levanta la cabeza , los mira sin decir una
palabra y luego, caminando hacia ellos,
grita: ¡Doctores, magos, obispos y diáconos,
hombres y fantasmas, atrás! ¡Todos sois
mentira!
/.../ ¡Ah, seguid hablando! ¡Hablad! ¿Cómo
era su rostro?
TERTULIANO Tenía un aspecto hosco y repulsivo, pues
había cargado con todos los crímenes, con
todos los dolores y con todas las
deformidades del mundo.
ANTONIO ¡Oh, no, no! Me figuro, por el contrario, que
toda su persona era de una belleza
sobrehumana.
EUSEBIO DE CESAREA En Paneades, junto a una vieja casa en ruinas,
entre unos matojos de hierbas, hay una
estatua suya de piedra que, al parecer, elevó
la mujer que padeció flujo de sangre. Pero el
tiempo le ha roído la cara y las lluvias han
borrad la inscripción (p. 80 ss).

Esto es: el tiempo ha roído la cara del Hijo del hombre. Pero ¿la tuvo
alguna vez? ¿Ese rostro no habrá sido esculpido por la fe de los creyentes?
"¿Qué es el Cristo histórico? Todo depende de la manera de sentir y
comprender la historia. Cuando yo suelo decir, por ejemplo, que estoy más
seguro de la realidad histórica de Don Quijote que de la de Cervantes o que
Hamlet, Macbeth, el rey Lear, Otelo... hicieron a Shakespeare más que éste
a ellos, me lo toman a paradoja y creen que es una manera de decir, una
figura retórica, y es más bien una doctrina agónica”. Esto lo escribió don
Miguel de Unamuno y creo que plantea el tema como debe ser.
43

La antítesis entre el “Cristo de la fe” y el "Jesúsde la historia” es una


grosera exageración y, a menudo, un producto que emplea la apologética
para engañar. Tanto la probabilidad en general como las pruebas
específicas nos exigen reconocer la posibilidad de que "el Cristo de la fe”
se originara durante la vida, si no en el mismo pensamiento, del “Jesús de
la historia”, y que uno de los primeros en creer en “Jesús, el Cristo” fuera
el mismo Jesús. Tanto si Jesús hizo lo que se le atribuye que hizo como si
no, lo incuestionable es que él dio origen al proceso que se convirtió en el
cristianismo. Por tanto, lo que debemos preguntar es: ¿qué clase de hombre
y qué clase de ocupación, en la sociedad palestina del siglo I, pudo haber
ocasionado las creencias, hecho surgir las comunidades y dado origen a las
prácticas, historias y frases que aparecieron después, de las cuales han
llegado hasta nosotros informes y recopilaciones seleccionadas?
Pretender encontrar al Jesús real es como si, en la física atómica,
quisiéramos localizar una partícula submicroscópica y determinar su carga.
La partícula no se puede ver directamente, pero en una placa fotográfica
podemos ver los trazos que han dejado las trayectorias de partículas
mayores que ha puesto en movimiento.
El Jesús de la historia puede resumirse en lo que sigue: Nació en
Palestina, probablemente a los ocho o diez años del comienzo de nuestra
Era. Creció en Galilea. Fue bautizado por Juan el Bautista, formó un grupo
con sus propios seguidores y viajó con ellos principalmente por Galilea. Al
fin, visitó una vez Jerusalén y allí fue detenido y crucificado. Sobre estas
materias, los evangelios están de acuerdo.
Los datos de los cuatro evangelios sobre el lugar de nacimiento de Jesús
son contradictorios. La indicación de Belén, la “ciudad de David”, es
totalmente legendaria. También la indicación de Nazaret como residencia
de la familia de Jesús, luego del “regreso” de Egipto, responde a la
voluntad de adecuarse a una profecía bíblica: “Y él será llamado nazareno”
(Mt 2, 23). Pero que el apelativo de Nazoreo, Nazoreno o Nazareno deba
referirse a Nazaret es relación por demás dudosa.
Ningún texto antiguo, ni hebreo ni pagano, hace mención de esas
localidades. La crítica estima que se trata más bien de la deformación del
término griego ‘nazir’, con el que en arameo se llama al que se ha dedicado
con voto especial al servicio de la divinidad, esto es, que es 'devoto de la
larga cabellera' o está 'consagrado a Dios'. Y dado que el nombre de
‘Jesús’ significa ‘socorro de Dios’ o ‘enviado de Yahvé’, la expresión
‘Jesús Nazareno’ puede entenderse con bastante fidelidad: ‘el enviado de
Yahvé, consagrado a Dios’.
44

1.1. Nacimiento, infancia y juventud

Para la mayor parte de los historiadores, Jesús nació en Nazaret1,


pequeña ciudad de Galilea, sin ninguna celebridad antes de él. Durante
toda su vida fue designado con el nombre de 'Nazareno'. (De ahí el nombre
de nazarenos, aplicado por los judíos durante mucho tiempo a los
cristianos, según Act 14,5). Se ignora la fecha precisa de su nacimiento.
Tuvo lugar bajo el reinado de Augusto, probablemente alrededor del año
750 de Roma, esto es, algunos años después del año 1 de nuestra Era. (El
cálculo que sirve de base a la Era vulgar fue realizado en el siglo VI por
Dionisio el Menor. Este cálculo implica ciertos datos puramente
hipotéticos).
Jesús pasó allí los años de su primera juventud. Nazaret era una
pequeña ciudad situada en un pliegue de la ancha meseta formada por el
grupo de montañas que cierran al norte la llanura de Esdrelon. La
población era, en 1990, de 52.000 habitantes, y puede que no haya variado
mucho hasta el momento de escribir estas líneas.
Los fieles cristianos siempre han querido ver, tocar, sentir aquello que
es objeto de su fe. Por eso, no sólo se han elaborado retratos del personaje
sino también se muestra todo lo que él pudiera haber tocado, visto y
sentido. Tal es el mundo de las reliquias. La Iglesia católica es, en este
sentido, una gran albacea. Los herederos de la doctrina cristiana pueden
confiar en la garante de su herencia. En efecto, la Iglesia les da todo lo que
quieren saber y tener de su fe. Si lo desean, por ejemplo, pueden visitar la
"auténtica" casa de Jesús, en Italia, pues siempre está más segura que en un
país musulmán. Entremos a la casa de manos de Teresa de Lisieux2.
"Con alegría me vi en camino hacia Loreto. ¡Qué bien eligió la
Santísima Virgen este sitio para depositar su bendita Casa! Allí todo es
pobre, sencillo y primitivo; sus mujeres no han adoptado, como las de otras
ciudades, la moda de París, sino que conservan el airoso traje italiano. En
fin, Loreto nos encantó. ¿Qué diré de la Santa Casa? Mi emoción fue muy
profunda al encontrarme bajo el mismo techo que cobijó a la Sagrada
Familia; al contemplar las paredes en que fijó sus divinos ojos Nuestro
Señor; al pisar la tierra que regó San José con sus sudores, donde María
llevó en sus brazos a Jesús, después de haberle llevado en su seno virginal.
Puse mi rosario en la escudilla del divino Niño; ¡qué recuerdos tan
encantadores!" Palabra de santa.
Sin duda aprendió Jesús a leer y a escribir (Jn, 8,6). Sería un grave error
suponer que fue lo que llamamos un ignorante, aunque no haya dejado
nada escrito.
45

No es probable que Jesús haya sabido el griego, la lengua de Sócrates,


que tampoco dejó nada escrito. Esta lengua estaba poco extendida en Judea
fuera de las clases que participaban en el gobierno y de las ciudades
habitadas por los paganos, como Cesarea. El idioma propio de Jesús era el
dialecto siríaco con mezcla de hebreo que entonces se hablaba en Palestina.
Con mayor razón careció de conocimiento de alguna cultura griega. Esta
cultura estaba proscrita por los doctores palestinos, que envolvían en una
misma maldición "al que cría cerdos y al que enseña a sus hijos la ciencia
griega"3. Ni directa ni indirectamente, pues, llegó a Jesús elemento alguno
de doctrina helénica. No conoció nada fuera del judaísmo. Su espíritu
conservó esa franca ingenuidad que da una gran ignorancia. En el seno
mismo del judaísmo permaneció ajeno a muchos esfuerzos frecuentemente
paralelos a los suyos. Por una parte, el ascetismo de los esenios y de los
terapeutas no parece haber tenido sobre él influencia directa; por otra parte,
los ensayos de filosofía religiosa intentados por la comunidad judaica de
Alejandría y de los que Filón, su contemporáneo, era ingenioso intérprete,
le fueron desconocidos.
Puede suponerse, sin embargo, que no ignoraba los principios de Hillel.
Cincuenta años antes de él, Hillel había escrito aforismos que tienen
muchas analogías con los suyos. Por su pobreza, humildemente soportada,
por la dulzura de su carácter, por su oposición a los hipócritas y a los
sacerdotes, Hillel fue el maestro de Jesús, si puede hablarse de maestro
cuando se trata de tan alta originalidad
¿En dónde estudió Jesús? ¿Qué estudió? ¿Con quién se formó? Los
evangelios no contestan esta pregunta. Lucas dice que a los doce años se
enfrentó a los doctores del Templo, para discutir en torno de las Escrituras.
“Cuantos le oían -comenta el evangelista- quedaban estupefactos de su
inteligencia y de sus respuestas” (Lc 2,40-47). Marcos anota que todo el
tiempo Jesús enseñaba en las sinagogas de Galilea. Según Juan, lo hacía en
el Templo, en Jerusalén. Es el mismo Juan el que nos relata el caso de la
acusación de la adúltera y el deseo de los acusadores de apedrearla. Jesús
se enfrenta con ellos y les dice: "El que de vosotros esté sin pecado arrójele
el primero la piedra ". Después de esto se puso a escribir algo en la tierra
(Jn 8, 3-11) ¿Qué escribió? No lo sabemos. Es más, ¿sabía escribir?
Los autores de algunos evangelios apócrifos tuvieron en cuenta estas
preguntas y otras que pueden ser formuladas sobre la formación intelectual
de Jesús. Por ejemplo, en el Evangelio del Pseudomateo, cap. XXI,
confunde con su sabiduría a su maestro Leví y le explica al maestro
Zaquías el alfabeto con otro sentido. En los capítulos VI, XIV y XV del
Evangelio de santo Tomás, el niño Jesús confunde a otros tres maestros. En
el evangelio de la Historia de la infancia de Jesús según santo Tomás, cap.
XII, Jesús es llevado a un nuevo maestro a aprender las letras porque se
46

había peleado con el primero, llamado Zaqueo (cap. VI). Jesús vuelve a
aparecer en la escuela de Zaqueo en el Evangelio árabe de la infancia, cap.
XLVIII. El profesor es castigado de muerte (cap. XLIX). En el cap. L
Jesús se ve entre los doctores. El cap. LI se refiere a la ciencia de Jesús. El
LII nos relata el encuentro del niño con "un filósofo versado en la medicina
natural", que preguntó a Jesús: "¿Posees nociones de medicina natural, hijo
mío? Y Jesús respondió con una disertación sobre la física, la metafísica,
la hiperfísica y la hipofísica, sobre las fuerzas de los cuerpos y de los
temperamentos, y sobre sus influencias en los nervios, los huesos , la
venas, las arterias y los tendones, y sobre sus efectos, y sobre las
operaciones del alma en el cuerpo, sobre sus percepciones y sus potencias,
sobre la facultad lógica, sobre los actos del apetito irascible y los del
apetito concupiscible, sobre la composición y la disolución, y sobre otras
cosas que sobrepujan la razón de una criatura. El filósofo, levantándose, se
prosternó ante Jesús y le dijo: Señor, en adelante, soy tu discípulo y
servidor". A continuación de esta escena aparecen María y José en el
Templo, que andan en busca del niño y lo encuentran "sentado entre los
doctores, preguntándoles y respondiéndoles" (cap. LIII). Según el
Evangelio armenio de la infancia, después de regresar de Egipto Jesús fue
confiado a Gamaliel para aprender las letras (cap. XX).
Es indudable que la lectura de los libros del Antiguo Testamento le
produjo mucha impresión. El canon de los libros santos se componía de
dos partes principales: la Ley, es decir, el Pentateuco, y los Profetas, tal
como hoy los poseemos. La Ley no parece haber tenido para él mucho
encanto; creyó poder realizar algo mejor. Pero la poesía religiosa de los
Salmos encontró una maravillosa consonancia con su alma lírica; aquellos
himnos mejestuosos continuaron siendo durante toda su vida su alimento y
su sostén. Los profetas, en especial Isaías, y su continuador de la época del
cautiverio, con sus brillantes sueños de porvenir, su impetuosa elocuencia,
sus invectivas mezcladas de cuadros encantadores, fueron sus verdaderos
maestros. Sin duda también leyó Jesús varias obras apócrifas. El Libro de
Daniel, en especial, le sorprendió4. Posiblemente también leyó los libros de
Enoc, tan venerados entonces como los libros santos y los demás escritos
del mismo género que mantenían tan importante movimiento en la
imaginación popular. El advenimiento del Mesías con sus glorias y sus
terrores, las naciones que se desplomaban unas sobre otras, el cataclismo
del cielo y de la tierra, fueron alimento familiar para su imaginación. Como
una multitud de personas, Jesús consideraba cercanas estas revoluciones y
trataba de calcular sus fechas. El orden sobrenatural al que nos transportan
tales visiones le pareció, en principio, perfectamente natural y sencillo.
De cada rasgo de sus más auténticos discursos se desprende que no tuvo
conocimiento alguno de la situación general del mundo. La tierra se le
presentaba aún dividida en reinos que se hacen la guerra; parece haber
47

ignorado la pax romana y el nuevo estado de sociedad que inauguraba su


siglo. Careció de ideas precisas acerca del poder del Imperio. De éste, sólo
el nombre de César llegó hasta él.
La arquitectura de ostentación emprendida por Herodes el Grande le
molestaba. Representaba lo que él llamaba "los reinos del mundo y toda
su gloria". Lo que más quería eran sus aldeas galileas, mezcla confusa
de cabañas, eras y lagares cortadas en la roca, pozos y sepulcros,
higueras y olivares. Siempre permaneció cerca de la naturaleza. La corte
de los reyes se le presentaba como un lugar donde las gentes poseen
hermosos vestidos (Mt 11,8). Las imposibilidades en que abundan sus
palabras cuando se refiere a reyes y poderosos (Mt 22,2 ss) demuestran
que siempre concibió la sociedad aristocrática como un joven aldeano
que ve el mundo con el prisma de la ingenua ignorancia.
Aunque nacido en una época en que el espíritu del helenismo estaba
derramado sobre el mundo, Jesus vivió, sin embargo, en pleno apogeo de
lo sobrenatural. Es posible que los judíos no hayan estado nunca tan
sedientos de lo maravilloso. Filón, que vivía en un gran centro intelectual y
que había recibido una educación muy completa, sólo posee una ciencia
quimérica y de baja calidad. En este aspecto Jesús no difería en nada de sus
compañeros. Creía en el diablo, al que miraba como una especie de genio
del mal ( Mt 22,2 ss) y se imaginaba, como todo el mundo, que las
enfermedades mentales eran ocasionadas por demonios que se apoderaban
del paciente y lo convulsionaban. Lo maravilloso no era para él
excepcional, era el estado normal. Así, no encuentra nada extraordinario en
el milagro, puesto que para él el curso entero de las cosas es el libre
resultado de la voluntad divina. Tal estado intelectual fue siempre el de
Jesús. Su fe tenía un profunda conciencia de las familiares relaciones del
hombre con Dios y una exagerada confianza en el poder del hombre.
Algunos autores no dejan de señalar que éstos fueron hermosos errores que
constituyen el principio de su fuerza.
Para describir el medio ambiente de Jesús, tenemos que contar con una
larga tendencia de paganismo semítico nativo en Palestina. Además de
esto, aquella tierra había estado mucho tiempo bajo la influencia de las
creencias fenicias y egipcias (allí son frecuentes los amuletos egipcios en
los hallazgos arqueológicos). La influencia persa había sido, también,
importante en el desarrollo, tanto del monoteísmo como de la demonología
(les proporcionó la noción de una contrajerarquía de demonios organizados
bajo su propio gobernante), y en la formación de creencias sobre el fin del
mundo que habría de venir. Finalmente, las creencias y las prácticas
griegas eran familiares por todas partes. De los 360 años que van,
aproximadamente, desde la conquista de Alejandro hasta el bautismo de
Jesús, Galilea había estado gobernada por los griegos, los romanos y los
48

agentes de Roma (incluyendo a Hircano II y a los Herodes), durante unos


320.
Todas estas culturas comparten la creencia de que este mundo tiene una
enorme población sobrenatural: dioses, ángeles, demonios, espíritus de la
muerte... Es verdad que los judíos ortodoxos creían que sólo existía un solo
Dios, pero, al igual que sus vecinos, creían en muchos ángeles y demonios
y, en muchos aspectos, dioses, ángeles y demonios venían a ser
prácticamente lo mismo. Fueran cuales fueran las formas que creían que
tuvieran, psicológicamente, todos aquellos seres eran como la gente
ordinaria. Y , en esto, hay una identidad de creencia con la Iglesia actual.
Así leemos en el Catecismo:
La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada
Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio
de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición ( & 328).
No sólo hay ángeles, sino que cada hombre tiene el suyo. Dice el mismo
Catecismo un poco más adelante:

Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su


custodia y de su intercesión. Cada fiel tiene a su lado un ángel como
protector y pastor para conducirlo a la vida (San Basilio). Desde
esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad
bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios (&
336).

Es de creer, también -y esto lo creía el Hijo del hombre-, que cada


uno de estos seres tiene sus propios gustos y su propia personalidad. La
gente del tiempo de Jesús pensaba que los podía irritar, aplacar, persuadir
y... ¡sobornar!, entre otras cosas. Y es que cada una de aquellas culturas
tenía su propia plantilla de grandes dioses que eran adorados públicamente
con cultos oficiales en las grandes ciudades, mientras que los seres de
menor importancia dependían de pequeñas capillas o devociones privadas.
Los espíritus de los muertos muy a menudo eran prácticamente mendigos
que suplicaban desde sus tumbas una palabra de saludo y un poco de vino a
los transeúntes. Sin embargo, hasta estos últimos tenían poderes
sobrenaturales que podían ser formidables si entraban en acción, y hasta el
mayor de ellos podía ser asequible: un hombre que conociera cómo había
que tratar con ellos podía conseguir que intervinieran a su favor. El dios de
los judíos, Yahvé, no era ninguna excepción. En realidad, era
especialmente famoso por su utilidad en la magia. En los papiros mágicos
(que están salpicados de conjuros judíos, pero que son, en su mayoría,
documentos paganos), la invocación de su nombre excede a la de
cualquiera otra deidad en una proporción superior a la de tres a uno. De
esto hablaremos en el capítulo 3.
49

Los autores espiritualistas modernos justifican sus creencias anotando


que la existencia del mundo espiritual es un hecho antropológico, pero que
la angeleología y la demonología necesitan reformarse y repensarse.
Señalan: el hombre es un ser gregario y, además, un habitante del cosmos
con el que hace intercambios muy diversos. Sin embargo, está también
inmerso en otro universo invisible y supranatural: el mundo de los
espíritus. La lucha por la salvación del hombre, que es el objeto de la
religión, es mucho más que un asunto individual, personal y cósmico: es
parte de una colosal aventura en la que también están implicados los
espíritus. La salvación religiosa del hombre es un suceso en el que actúan
ángeles y demonios, espíritus buenos y malos.
Si olvidáramos este tema, abandonaríamos la religión. La debilitación
del sentido religioso en nuestra época, de lo que algunos se quejan y otros
se alegran, encuentra aquí su definitiva piedra de toque. La forma
simbólica, mítica y acientífica con que todas las religiones tradicionales
cubren este aspecto de la realidad hace difícil para la mente moderna el
admitir in toto el cuadro religioso del cosmos invisible y espiritual, pero
ninguna religión puede prescindir de esta creencia de que el hombre no está
sólo en su lucha por la salvación y que no es el único ser espiritual. La
creencia en la existencia de seres espirituales ha sido una de las causas de
los muchos subproductos de la religión: superstición, magia, miedo,
prácticas inhumanas... Resulta innegable que la evolución humana y el
proceso, especialmente el científico, han logrado convencer al hombre de
que el mundo animista no se puede ya admitir. Sin embargo, el triunfo de
la razón, la ciencia y el moderno humanismo no es tan fuerte como para
destruir la realidad del mundo espiritual en el que el hombre ha creído
siempre y aún cree, aunque tal vez de formas diferentes.
La llamada 'teología de la liberación' explica el fenómeno angelical y
demoníaco de esta manera5. Los grandes monarcas orientales -hititas,
babilónicos, etc.- no se dejaban ver del pueblo directamente, un poco al
estilo de los monarcas chinos de principios del siglo XX. Para tratar las
relaciones entre ellos y sus súbditos, se valían de servidores o
intermediarios que cumplían dos funciones diferentes, claramente
diferenciadas, pero siempre al servicio de su señor: unos servidores se
encargaban de premiar a los lugartenientes y súbditos que eran fieles a su
señor; otros tenían como tarea probar la fidelidad de esos mismos súbditos
hacia ese mismo señor, por medio de lo que se denominaba la tentación. Si
eran infieles a su señor, eran castigados. Los primeros servidores eran
denominados “buenos” y los segundos “malos”. En ambos casos era el
mismo señor quien los enviaba. Ellos se limitaban a cumplir sus órdenes,
sin poder salirse de ellas, so pena de castigo, porque ellos, al igual que el
demonio que tienta a Jacob, no tenían poder alguno de decisión y, en sí
50

mismos, eran “buenos”, sólo que eran denominados “malos” por la tarea
que tenían que cumplir. Poco a poco, fruto de la mentalidad del tiempo, se
empieza a copiar el modo de actuar de las cortes orientales y nacen, ahora
sí, los ángeles y los demonios que irán tomando identidad personal y
actúan, incluso, sobre todo el demonio, con aparente independencia de
Dios, dando lugar al maniqueísmo, religión a la que perteneció san Agustín
en su juventud.
Señalan estos autores que si Jesús "expulsa" demonios para curar
algunas enfermedades, no quiere decir que acepte la existencia real de los
ángeles y de los demonios. Sencillamente sigue la costumbre y la
idiosincrasia de los hombres de su tiempo. Nosotros les decimos a estos
liberados que si aceptan que Jesús era verdadero hombre, debía de tener las
ideas de los hombres de su tiempo y no solamente "seguirlas".
Para finalizar esta parte sobre la infancia y juventud del Hijo del
hombre, digamos que algunos estudiosos creen que su padre putativo,
José, había muerto antes de que su hijo llegara a desempeñar ningún papel
público. De este modo, María quedó convertida en jefe de la familia, lo que
explica por qué, cuando se quería distinguir a Jesús de sus numerosos
homónimos, se le llamaba a menudo "hijo de María"6. Parece que,
sintiéndose extranjera en Nazaret después de la muerte de su marido, se
retiró a Caná (Jn 2,1; 4,46), de donde probablemente era oriunda. Caná era
una pequeña ciudad a dos horas, o dos horas y media, de Nazaret, situada
al pie de las montañas que cierran al Norte. La vista, menos grandiosa que
en Nazaret, se extiende sobre toda la llanura y queda limitada de la manera
más pintoresca por las montañas de Nazaret y las colinas de Seforis. Jesús
parece haber fijado su residencia en aquel lugar durante algún tiempo. Allí
probablemente transcurrió una parte de su juventud y tuvieron lugar sus
primeros destellos. Ejercía, como su padre, el oficio de carpintero (Mt
13,55). Uno o dos de sus discípulos eran de Caná7

1.2. La familia de Jesús

Para los evangelistas, el carácter extraordinario del que va a ser el


Hijo del hombre se manifestó muy pronto. La leyenda se complace en
mostrarlo rebelándose desde su infancia contra la autoridad paterna y
separándose de los caminos habituales para seguir su vocación (Lc 2,42
ss). En este sentido, los apócrifos están llenos de anécdotas exageradas
hasta lo grotesco. De todos modos, es seguro que las relaciones familiares
significaron poco para él. Su famila no parece haberlo querido8 mucho. En
compensación, a veces puede advertirse la dureza de Jesús para con ella9.
Y es que Jesús no es familiero como pretente la Iglesia que deben ser los
fieles cristianos. Sus expresiones, y sobre todo su comportamiento,
51

denuncian "La iglesia doméstica" (& 1655 ss) y "La familia en el plan de
Dios" (& 2201 ss) del Catecismo.
Pero hay algo más grave que la Iglesia calla. Si los habitantes de
Nazaret, que habían vivido como treinta años con Jesús y su familia, según
Lucas (3, 23), quedaron atónitos al ver el cambio experimentado en su
vecino, no es menor el pasmo que experimenta el lector de estos textos
evangélicos cuando se pone a reflexionar sobre su alcance. En primer
lugar, uno descubre que Jesús tuvo cuatro hermanos varones y un número
indeterminado de hermanas, con lo que si ya era difícil imaginar la
virginidad de María tras un parto, ahora hay que hacer lo propio tras no
menos de siete alumbramientos.
El trance de su rechazo por sus vecinos debió de ser un hecho
notable en la vida de Jesús, ya que Marcos, que no menta palabra sobre la
supuesta infancia prodigiosa del nazareno, reproduce el relato de Mateo
casi textualmente10 con expresa mención del nombre de sus familiares:
"¿No es acaso el carpintero, hijo de María, y el hermano de Santiago, de
José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?"
En los Hechos, Lucas se refiere a los lazos carnales del nazareno, a
propósito de la ascensión de Jesús: "Todos éstos [los apóstoles]
perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la
madre de Jesús, y con las hermanas de éste" (Act 1,14). Hay muchos
lugares en los que se hace mención de los familiares de Jesús11. Lucas
habla del "hijo primogénito" (Lc 2,6-7). Pablo les dice a los gálatas que en
Jerusalén había conocido a "Santiago, el hermano del Señor" (Gal 1, 18-
20). Años después se refirió a los "hermanos del Señor y Cefas" para
señalar que en sus peregrinaciones llevaban "una hermana" (1 Cor 9,3-5).
Y es obvio también que los cuatro evangelistas testificaron en sus
escritos la existencia real de no menos de seis hermanos y hermanas de
Jesús, así como que Pedro y Pablo se relacionaron directamente con
Santiago, el segundo hijo de María y presidente de la Iglesia cristiana de
Jerusalén. Nada menos que en once pasajes, inspirados por el Espíritu
Santo, se muestra la presencia de esos hermanos carnales de Jesús.
En resumen, la familia de Jesús, aunque procediese de uno o varios
matrimonios de José, era bastante numerosa. Jesús tenía hermanos y
hermanas, de los que parece haber sido el primogénito12. Aquí, sin
embargo, difieren los autores. Para algunos los verdaderos hermanos de
Jesús han permanecido en la oscuridad, porque los cuatro citados como sus
hermanos y, entre los cuales, al menos uno, Santiago, llegó a alcanzar una
gran importancia en los primeros años del desarrollo del cristianismo, eran
sus primos hermanos (esto es, Jacobo, José, Simón y Judas). En efecto,
para estos autores María tenía una hermana que también se llamaba María13
52

(Jn 19,5) casada con cierto Alfeo o Cleofás, y que fue madre de varios
hijos que representaron un papel considerable entre los primeros discípulos
de Jesús. Estos primeros hermanos se adhirieron al joven Maestro y
tomaron el título de "hermanos del Señor", mientras que sus verdaderos
hermanos se oponían a él (Jn 7,3 ss). Los verdaderos hermanos de Jesús, al
igual que su madre, no tuvieron notoriedad sino después de su muerte (Act
1,14). Incluso entonces no parecen haber igualado en consideración a sus
primos, cuya conversión había sido más espontánea y cuyo carácter parece
haber tenido más originalidad. Sus nombres eran desconocidos a tal punto
que cuando el evangelista pone en boca de las gentes de Nazaret la
enumeración de los hermanos naturales, son los nombres de los hijos de
Cleofás quienes primero se presentan en su memoria. Sus hermanas se
casaron en Nazaret14.
No deja de ser un tremendo escamoteo el que la Iglesia católica le hace
a sus fieles al ocultar la múltiple maternidad de María y al señalar el
privilegio de la virginidad "antes del parto, en el parto y después del parto"
de Jesús. ¿Qué se puede retener tocante a María, madre de Jesús, y de
José? Parece ser que, en las primeras comunidades cristianas, Jesús había
sido considerado como un hijo de María y de José, puesto que Mateo nos
da el árbol genealógico de José para probarnos que Jesús desciende de
David. Allí sin duda, como entre algunas sectas gnósticas, se veía en Jesús
un hijo dado por el Eterno en el mismo sentido que Samuel. Más tarde,
preocupado por mostrar el origen sobrenatural de Cristo, hiló su velo de
oro y azul: la historia de José y María, la Anunciación y hasta la infancia
de María en el templo son bien legendarios.
¿Y qué decir de la Pietá? Los discípulos habían huido. Sin embargo,
según una tradición, Juan (¿de qué Juan se habla?) permaneció al pie de la
cruz. Puede afirmarse con mayor certidumbre que los fieles amigos de
Galilea, que habían seguido a Jesús a Jerusalén y continuaban sirviéndole,
no lo abandonaron. María Cleofás, María de Magdala, Juana, mujer de
Khouza, Salomé y algunas otras se mantenían a cierta distancia -los
sinópticos concuerdan al colocar al grupo fiel “lejos” de la cruz- y no lo
perdían de vista. Si creemos al cuarto evangelio (Jn 19,25 ss), María,
madre de Jesús, estuvo también al pie de la cruz, y Jesús, viendo reunidos a
su madre y a su discípulo querido, dijo a éste: “He ahí a tu madre”, y a ella:
“ Mujer, he ahí a tu hijo”. Pero no se comprende cómo los evangelistas
sinópticos, que nombran a las demás mujeres, hayan podido omitir a
aquélla cuya presencia constituía un detalle tan sorprendente. Es incluso
posible que la extremada elevación del carácter de Jesús no hiciera
verosímil semejante rasgo de enternecimiento personal.
53

2. El escenario

Según nuestra apreciación, las mejores páginas de la Vida de Jesús, de


E. Renán, son las dedicadas a la descripción del paisaje, que es el
protagonista de la obra. Así, señala este autor, Galilea era un país muy
verde, muy umbrío, muy risueño, el país verdadero del Cantar de los
cantares y de las canciones del bienamado. En ningún país del mundo las
montañas se despliegan con tanta armonía ni inspiran pensamientos tan
elevados. Jesús parece haberlas amado especialmente. Los más importantes
hechos de su carrera ocurrieron sobre las montañas: era allí donde se
encontraba más inspirado15, era allí donde sostenía secretas entrevistas con
los antiguos profetas y donde se mostraba ya transfigurado a los ojos de sus
discípulos16.
Galilea carecía de grandes ciudades. Sin embargo, estaba muy poblada,
cubierta de pequeñas ciudades y de grandes aldeas, hábilmente cultivadas
en todas partes.
Jesús vivió y creció en aquel medio embriagador. Es seguro que desde
su infancia efectuaba anualmente un viaje a Jerusalén en la época de las
fiestas. Para los judíos de las provincias, la peregrinación era una
solemnidad llena de atractivos. Series enteras de salmos estaban
consagradas a contar la ventura de cantar en familia (Lc 2,42-44). Pero la
vida de Jesús estuvo siempre en su Galilea natal.
Los evangelios mencionan una serie de ciudades de Galilea que
escucharon la palabra de Jesús de Nazaret. De ellas vamos a hablar; sobre
todo, de tres.
En primer lugar, hay que hablar de Cafarnaúm, ciudad de la
antigua Palestina, en la costa noroeste del mar de Galilea (actualmente
lago Tiberíades), al noreste de la actual ciudad de Tiberíades. Fue
Cafarnaúm escenario de muchos acontecimientos de la vida de Jesús de
Nazaret descritos en los evangelios. Se cree que era el hogar de sus
primeros discípulos: Andrés, Mateo y Pedro. Hoy sólo se conservan
algunas ruinas de la ciudad antigua, entre ellas una sinagoga construida
entre los siglos II y IV d.C. Monjes franciscanos restauraron parte de la
sinagoga y construyeron un monasterio, que aún mantienen. En 1981 se
descubrieron los restos de una sinagoga del siglo I.
¿Por qué elegir Cafarnaúm? Como Nazaret, Cafarnaúm carecía de
pasado y no aparecía participando en el movimiento profano favorecido
por Herodes el Grande. Jesús se encariñó muy pronto con esta ciudad e
hizo de ella su segunda patria (Mt 9,1; Mc, 2,1). Pero hay más, pues
Cafarnaúm figura en los escritos talmúdicos como la ciudad de los minim
o herejes, que no son otros que los cristianos.
54

Lo que atrajo a aquellos lugares al discípulo del Bautista con sus


seguidores fue, entre otras cosas, la ubicación de la ciudad, de la que
apenas si hace mención la historia de antes ni de la de después.
Cafranaúm se hallaba sobre la gran calzada que conducía en una de las
direcciones a Egipto y en la otra a Fenicia. Era una estación aduanera del
Imperio romano y guarnición de un destacamento de tropas imperiales,
mandadas por un centurión. Jesús, que predicaba su doctrina en la
sinagoga, mantenía trato con los funcionarios de la aduana, a quienes los
demás judíos tenían por gente impura, y hasta con los romanos residentes
en la ciudad. No debe pensarse, sin embargo, que estas relaciones eran
para combatir el politeísmo. Jesús nunca se refiere al politeísmo, aunque
era precisamente en las sinagogas donde se acusaba aquel marcado matiz
provincial que hacía del monoteísmo algo incomprensible para los
demás. Cafarnaúm puede ser considerada como la metrópoli de una
nueva fe.
Otra ciudad importante en la predicación de Jesús fue Betsaida,
ciudad bíblica de Siria, localizada en la costa noroccidental del mar de
Galilea, en las cercanías de la desembocadura del río Jordán. Es preciso
distinguirla de otra Betsaida, ciudad griega más reciente, más alejada de
biógrafos17. Y es que el conocimiento que se tenía de su familia, la cual
era poco importante, perjudicaba demasiado su autoridad. No se podía
mirar como hijo de David a aquél cuyo hermano, hermana y cuñado se
veían todos los días. Es, además, notable que su propia familia se le
opusiese de un modo tan vivo y se negase tajantemente a creer en su
misión profética18. Durante una época, su madre y sus hermanos sotienen
que ha perdido el juicio, lo tratan como a un soñador exaltado y pretenden
detenerlo por la fuerza (Mc 3,21 y 31 ss). Los nazarenos, al parecer mucho
más violentos, quisieron matarlo precipitándolo desde una cima escarpada
(Lc 4,29). Ingeniosamente, Jesús subrayó que aquella aventura le había
pasado a todos los grandes hombres y se aplicó el proverbio: "Nadie es
profeta en su tierra".
El Nazaret actual, lugar de peregrinaciones, posee numerosos
santuarios conmemorativos de los acontecimientos bíblicos, de los cuales
algunos se reconstruyeron después de que los musulmanes los destruyeran
en la Edad Media. De entre éstos destacan la iglesia de la Anunciación (en
la que el arcángel san Gabriel se le apareció a la Virgen María), la iglesia
de San José (el antiguo taller de carpintero de san José) y el pozo de Santa
María. Desde 1995 la orilla. El Evangelio según Juan se refiere a la
primera como Betsaida de Galilea (Jn 12,21). En las inmediaciones de esta
Betsaida de Galilea, cuna de Felipe, Pedro y Andrés, tres de sus discípulos,
Jesús multiplicó los panes y los peces (Lc 9,10-17). También es una de las
ciudades que Jesús denunció por la falta de fe en su ministerio (Mt 11,21).
Delante de sus murallas, curó al ciego descrito en Mc 8,22-26.
55

Reconstruida por el tetrarca Herodes Filipo en el siglo II a.C., la ciudad


fue llamada Betsaida Julias, en honor de la casa imperial de Roma.
En tercer lugar, debemos hablar de Nazaret, ciudad situada al norte
de Israel, en la baja Galilea, cerca de Haifa. Se alza sobre una montaña
desde la que se divisa la llanura de Jezreel. Según el Nuevo Testamento,
María y José vivieron en Nazaret y Jesús pasó aquí su infancia. De aquí un
día se trasladó a Cafarnaúm desde donde llevó a cabo su misión.
Poco después de asentarse en Cafarnaúm, Jesús dirigió sobre
Nazaret una tentativa, pero sin ningún éxito19. No pudo realizar allí ningún
gran milagro, según la ingenua observación de uno de sus está bajo la
administración de la Autoridad Nacional Palestina.
Para finalizar estas consideraciones sobre el escenario de la predicación
del Hijo del hombre, digamos algo sobre el medio social. Sabemos que
cierto día Jesús abandonó a su familia para recorrer Galilea y predicar.
¿Por qué? ¿Solamente porque sintió la necesidad de hacerlo? ¿Fue una
vocación nacida espontáneamente en él, y para nosotros inexplicable, lo
que lo impulsó irresistiblemente? En parte sí, sin duda; pero a menos de
aceptar el postulado de inspiración divina, que la Historia no puede tomar
en consideración porque está fuera de su dominio y escapa a toda
discusión, una vocación de ese género no puede entenderse más que como
resultante de la acción del medio. La originalidad de un inspirado está toda
en la forma que da a la reducción, a la combinación inconscientemente
operada en él, de las influencias sufridas. El problema de la aparición de
Jesús se reduce entonces, históricamente, al de la comprensión del medio
en el que surgió.
Con toda probabilidad -sostienen la mayoría de los historiadores- Jesús
se formó exclusivamente en el medio judío, aunque algunos han lanzado la
hipótesis de una acción directa del budismo sobre él, pero esto carece
totalmente de pruebas. Para sostener esta tesis se afirma que la fe cristiana
se propagó, en un principio, fuera de Palestina por intermedio de judíos.
Así, pues, Jesús nació y creció en un país en el que las preocupaciones
religiosas se adueñaban de la mayor parte de los hombres; surgió del
pueblo en el que todos vivían en la esperanza ingenua, en la esperanza
ansiosa de un suceso milagroso, que los judíos se merecían por su sola
piedad y que los haría dueños de la tierra. Pero regían ese pueblo
sacerdotes que no compartían tal esperanza y desconfiaban de los
problemas que podría crearles con los dominadores extranjeros; estaba, en
cierto modo, encuadrada por doctores, uno de los cuales dijo que el
ignorante no podía ser piadoso, y que no sentía mucha simpatía por un
movimiento popular.
56

3. El protagonista

Elaborada en el medioevo, una de las reconstrucciones corrientes de


la figura de Jesús lo representa con el aspecto de un hombre de estatura
más bien alta y bien proporcionado, el rostro venerable coronado por largos
cabellos color de avellana madura, lisos hasta la altura de las orejas, pero
ligeramente ondulados por debajo de ellas con un leve reflejo cerúleo y
resplandeciente, esparcidos sobre los hombros y divididos en dos en la
parte superior de la cabeza. La nariz y la boca de proporciones perfectas,
frente lisa y serena sin arrugas, un leve color encarnado, una barba espesa e
intacta del mismo color que los cabellos y dividida en el mentón; los ojos
vivaces y brillantes completan el cuadro, digno de la profecía bíblica: “Eres
el más hermoso entre los hijos de los hombres, la gracia está esparcida
sobre tus labios”.
Sólo en el ánimo de los fieles ha tenido vida esta imagen ya que los
testimonios históricos sobre los que se pretende apoyarla no encuentran la
más mínima base en la realidad. Hasta el siglo IV y V d. C. fue motivo de
disputa entre los teólogos si se debía atribuir a Jesús un semblante solemne
y agradable o, si por el contrario, debía ser representado sin belleza y sin
esplendor, pequeño y semejante a un hombre común, o como un ser servil
y enfermo, para confirmar otra profecía bíblica que había anunciado al
Mesías como el “esclavo sufrido” de Yahvé.
La imagen de Jesús es, pues, una creación colectiva fantástica,
elaborada en el curso de los tiempos. Pero lo mismo ha ocurrido con cada
aspecto de su figura, con cada gesto, con cada afirmación doctrinal. La
leyenda cristiana es el fruto de una compleja obra de construcción
desenvuelta por los hombres durante siglos a través de un laborioso y lento
proceso de transformación y adaptación. Habiendo ascendido, según la fe,
al reino de los cielos donde está sentado a la diestra de Dios, Jesucristo ha
perdido toda dimensión en el mundo de la Historia20.

4. Vida pública

La vida pública de Jesús ha sido contada de muy diversa manera en los


evangelios. En esas narraciones hay divergencias, contradicciones,
soldaduras. La leyenda, recubriendo o exagerando ciertos misterios,
aparece acá y allá. La vida pública no puede estimarse según los datos del
cuarto evangelio, que permitirían atribuirle una duración aproximada de
tres años. Los sinópticos no precisan nada a este respecto, aunque su
intención parece ser agrupar todos los hechos en el marco de un año. El
comienzo de la vida pública de Jesús no fue un hecho tan definido como se
supone ordinariamente. Algunos autores actuales dicen que se redujo a
57

algunos meses, quizá a algunas semanas. ¿Cuánto duró?, no lo sabemos


con exactitud.
El hecho puede imaginarse así. Un día se vio llegar a un joven maestro.
No decía que él era el Mesías, pero discutía sobre la Ley y los profetas en
las sinagogas. La gente empezó a seguirlo. Y es que una mirada le bastaba
para sondear un alma. No necesitaba otra prueba. Cuando decía
"¡Sígueme!", le seguían.
De sus adeptos no exigía ni juramento, ni profesión de fe, sino
únicamente que le quisieran, que creyeran en él. Puso en práctica la
comunidad de bienes, no como una regla absoluta, sino como un principio
de fraternidad entre los suyos. Jesús comenzaba así a realizar en su
pequeño grupo el Reino del cielo que quería fundar sobre la tierra. El
sermón de la montaña, resumen de su enseñanza popular, nos ofrece una
imagen de ese reino, ya formado en germen.

4.1. La sinagoga

Si gran parte de su éxito futuro Jesús se lo debió a sus discípulos, no


hubiera podido actuar sobre ellos sin la institución de la sinagoga. La
primera predicación la da Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. De ahí en
adelante todas las sinagogas de Galilea fueron su púlpito y tribuna.
¿Qué es una sinagoga? La sinagoga (en griego, 'lugar de asamblea';
en hebreo bet knesset) es, en el judaísmo, casa o asamblea para la oración
comunal, el estudio y el encuentro. Es, por excelencia, institución central
de la comunidad. Los judíos de la Europa central y oriental llamaban a sus
sinagogas shuls (judeoalemán —yiddish—, 'escuelas'); a veces los judíos
reformistas usan la palabra 'templo'.
La arquitectura de la sinagoga nunca ha reflejado un único modelo,
pero los siguientes elementos son casi invariables y poseen gran
importancia: el arca que acoge los rollos de escritura de la Torá (cinco
libros de Moisés escritos en hebreo arcaico y en pergamino), la cual está
siempre en la pared orientada hacia Jerusalén; el Ner Tamid ('llama
perpetua'), luz siempre encendida ante el arca; la gran mesa en una
plataforma elevada (bimah), donde se lee la Torá ante la congregación; un
pequeño atril de lectura desde donde se preside y se anima el servicio y
desde donde reza el rabino y los asientos para la congregación. Por
tradición, los hombres y las mujeres se sientan en secciones separadas,
aunque las sinagogas reformadas no observan esta costumbre. Un
candelabro de siete brazos (menorah) es un signo habitual en el culto.
Los orígenes de la sinagoga como institución son oscuros. E. Renán
ha querido ver en la casa de Ezequiel en Babilonia, donde se reunían los
58

hombres piadosos durante la cautividad, una especie de sinagoga, la


primera que ha existido.
La muestra arqueológica más antigua que poseemos es una
inscripción egipcia del siglo III a.C. El vestigio más antiguo en Palestina es
una inscripción griega del siglo I a.C. que exalta las enseñanzas de la
sinagoga ("para la lectura de la Ley y la enseñanza de los mandamientos").
Las sinagogas más antiguas descubiertas en Palestina (en Masadá y
Herodium) son del siglo I d.C. y son anteriores a la destrucción del templo
de Jerusalén. Los vestigios literarios del siglo I (como las obras del filósofo
Philio Judeo y del historiador Flavio Josefo, así como las del Nuevo
Testamento) representan la consolidada sinagoga como una institución,
pero su verdadero origen es incierto, a pesar de las numerosas teorías
académicas. El Templo de Jerusalén constituyó el centro del culto judío
mientras se mantuvo en pie, pero la sinagoga tenía una función diferente,
puesto que servía como lugar de encuentro local para el estudio y,
probablemente, para la oración. Cuando el Templo fue destruido, la
sinagoga ocupó su lugar. Gran parte de la liturgia del judaísmo rabínico,
como durante las horas de la oración estatutaria y el número de servicios
celebrados en el Sabbath y otras festividades judías, se encuadraba en los
rituales y ritmos del culto del extinto templo de Jerusalén. Desde época
muy temprana, la sinagoga también sirvió como centro comunal e incluso
como posada para los judíos viajeros
A partir de la destruccción del Templo, se necesitaba una institución
nueva, un lugar donde reunirse, donde fortificar el espíritu nacional y
resguardarse de las influencias extrañas. Para esto sirvió al principio la casa
de algún jefe de familia venerable. El día del sábado debió ser el designado
para estas asambleas; el cielo de la vida judía, sin templo ni sacerdotes,
comenzaba a establecerse.
No cabe duda de que la sinagoga fue la creación más original y
fructífera del pueblo judío. Contribuye a conservar la religión por el
contacto entre los hombres. Los judíos de cada población pequeña y de
cada barrio en las grandes ciudades tenían su lugar de reunión en una
habitación con bancos, un asiento de honor para el presidente y una cátedra
para el orador. Todo esto se fue desarrollando. En el siglo III a. C. estaba
en sus principios la vida de la sinagoga. Luego fue tomando aspecto
profano. Se hacían allí relaciones de amistad y se hablaba de los ausentes.
El poder de asociación de los israelitas, que aún ahora es su rasgo
característico, dependía de esta vida interior. Fue precisamente por estar
desligada de la política que la sinagoga tuvo una gran intensidad en el
orden social y moral. Las sinagogas formaban una gran sociedad secreta,
como una masonería, que abarcaba la parte oriental del mundo
mediterráneo y era muy provechosa para los propagadores de ideas
religiosas. Las sinagogas fueron el mejor medio de fundación del
59

cristianismo. Se puede decir que las sinagogas fueron pequeñas repúblicas


independientes. Gracias a aquellas sinagogas, el judaísmo pudo atravesar
intacto veinte siglos de persecución. Eran como otros tantos pequeños
mundos aparte donde se conservaba el espíritu nacional y donde se ofrecía
a las luchas intestinas campo abonado.
La libertad otorgada a quien quisiera constituirse en lector y
comentador del texto sagrado daba extraordinarias facilidades para la
propagación de nuevas ideas. Aquélla fue una de las grandes fuerzas de
Jesús y el medio más habitual que empleó para fundar su enseñanza
doctrinal21: entraba en la sinagoga, se levantaba para leer; el hazzan le
tendía el libro, él lo desenvolvía; al leer la parasha o la haptara del día,
desarrollaba esta lectura de acuerdo con sus ideas. Como había pocos
fariseos en Galilea, la discusión contra él no alcanzaba ese grado de
vivacidad y ese tono de acrimonia que en Jerusalén le hubiesen atado corto
desde sus primeros pasos. Los buenos galileos jamás habían escuchado una
palabra adecuada a su risueña imaginación22. Lo admiraban, lo cuidaban,
les parecía que hablaba bien y que sus razones eran convincentes. Resolvía
con seguridad las más difíciles objeciones. El ritmo casi poético de sus
discursos cautivaba a quellas gentes
.
4.2. Los apóstoles

Muchas personas tomaron parte en la enseñanza del Maestro de


Nazaret. Pero para hacerla duradera, precisaba Jesús de un grupo de
elegidos activos que se convirtieran en los pilares del nuevo templo
espiritual que quería edificar frente al otro material. De ahí la institución de
los apóstoles.
La obra esencial de Jesús consistió en crear a su alrededor un círculo de
discípulos a los que inspiró un gran afecto y en cuyo seno depositó el
germen de su doctrina. Haberse hecho amar “hasta tal punto que después
de su muerte no se le dejó de amar”, ésa fue la obra maestra de Jesús y lo
que más impresionó a sus contemporáneos (Josefo, Ant III, 3). Su doctrina
era algo tan poco dogmático que nunca pensó en escribirla ni en hacerla
escribir. Se era discípulo suyo no por creer esto o lo otro, sino por adherirse
a él y amarlo. Algunas sentencias recopiladas según los recuerdos de los
oyentes y, sobre todo, su tipo moral y la impresión que había dejado, fue lo
que quedó de él. Jesús no es un fundador de dogmas ni elaborador de
símbolos; es el iniciador de un nuevo espíritu en el mundo. Los menos
cristianos de los hombres fueron, por tanto, los doctores de la iglesia
griega, quienes, a partir del siglo IV, empeñaron al cristianismo en una
serie de pueriles discusiones metafísicas. Los escolásticos de la Edad
Media latina, que quisieron extraer del evangelio los millares de artículos
60

de una Suma colosal, fueron menos cristianos que sus antecesores


orientales. Unirse a Jesús esperando el Reino de Dios es lo que, en un
principio, se llamó ser cristiano.
Claro que la exaltación de su fe dejaba indefensos a estos primeros
seguidores del Maestro de Nazaret contra las sugestiones, divisiones y
revelaciones particulares. Lo que cualquiera de ellos hubiera podido captar
por una comunicación directa con el Espíritu Santo se le imponía a él y a
los demás con una fuerza de certidumbre no sobrepasada -si llegaba a
igualarla- por el más inmediato de los recuerdos “históricos”. Lo que
Pablo, p. e., había aprendido “en espíritu” del Señor Jesús le parecía más
directo y aún más seguro que lo que podían contar los apóstoles Pedro y
Santiago.
Desde la primera generación de cristianos, la tradición (paradosis) que
los fieles aceptaban como historia auténtica del Maestro estaba formada
por elementos heterogéneos y de valor muy desigual. Solamente cuando
esa generación bajó a la tumba, la desaparición de uno después de otro de
los testigos directos de Jesús hizo nacer la duda acerca de la inminencia del
esperado retorno del Señor, y los cristianos prudentes juzgaron útil fijar por
escrito los recuerdos que la tradición oral pretendía haber conservado.
¿Quiénes eran esos hombres y mujeres que siguieron de cerca a Jesús
entre todos los discípulos y recibieron el sobrenombre de 'apóstoles', esto
es, de 'enviados'? Aunque sus nombres y algunos detalles de su existencia
aparecen en el Nuevo Testamento, dichos informes no son más fiables que
las numerosas tradiciones y leyendas que nos hablan de sus azarosas vidas,
sus supuestos milagros y su martirio final. Aún así, vale la pena
recordarlos.
Fue en Cafarnaúm donde encontró Jesús su verdadera familia, pues allí
se instaló como uno de los suyos. Cafarnaúm se convirtió en su ciudad23.
En medio del reducido círculo que lo adoraba, olvidó a sus escépticos
hermanos, a la ingrata Nazaret y su burlona incredulidad. Hubo
especialmente una casa en Cafarnaúm que le ofreció asilo agradable y
discípulos leales. Era aquélla la de los hijos de un tal Jonás, que
probablemente había muerto en la época en que Jesús fue a establecerse a
orillas del lago. Aquellos dos hermanos eran Simón -Céphas en sirocaldeo
y Pétros, 'la piedra', en griego- y Andrés. Nacidos en Betsaida de Galilea
(Jn 1, 40), no en la Betsaida de Siria, se encontraban establecidos en
Cafarnaúm cuando Jesús comenzó su vida pública. Pedro estaba casado y
tenía dos hijos, su suegra vivía con él24. Jesús amaba aquella casa y vivía
en ella habitualmente25. Andrés parece haber sido discípulo de Juan el
Bautista y es posible que Jesús lo conociera en las orillas del Jordán (Jn 1,
40 ss). Los dos hermanos continuaron siempre, incluso en la época en que,
al parecer, debían de estar más ocupados con su maestro, ejerciendo el
oficio de pescadores26. Jesús, que gustaba de jugar con las palabras, les dijo
61

que haría de ellos pescadores de hombres27. Otra familia, la de Zabdia o


Zebedeo, pescador acomodado y patrón de varias barcas28, ofreció a Jesús
una solícita acogida. Zebedeo tenía dos hijos: Santiago, que era el
primogénito, y un muchacho, Juan. Salomé, mujer de Zebedeo, tuvo
mucho afecto a Jesús y le acompañó hasta la muerte29. Las mujeres, en
efecto, acogían con solicitud a Jesús. Tres o cuatro galileas acompañaron
siempre al joven maestro y se disputaban el placer de escucharlo y de
cuidarlo30.
María Magdalena, que ha hecho tan célebre en el mundo el nombre de
su aldea, parece haber sido una persona muy exaltada. La Magdalena le
fue fiel hasta el Gólgota. Dos días después de la muerte de Jesús,
desempeñó un papel de primer orden, pues fue el órgano principal por el
que se estableció la fe en la resurrección.
Juana, mujer de Khouza, uno de los intendentes de Antipas, Susana y
otras que han permanecido desconocidas le seguían sin cesar y le servían
(Lc 8, 3; 14, 10). Algunas de ellas eran ricas y su fortuna permitió que el
joven maestro viviese sin ejercer el oficio que había desempeñado hasta
entonces.
Varios más le seguían habitualmente y le reconocían como maestro:
Felipe, de Betsaida; Natanael, de Caná; Mateo, el publicano; Tomás o
Dídymo; Tadeo; Simón, el celador; José Barsaba, denominado Justus;
Matías; un personaje dudoso llamado Aristión y, finalmente, Judas, de la
ciudad de Kerioth. Al parecer, era el único no natural de Galilea. Kerioth
era una ciudad del extremo sur de la tribu de Judá, a una jornada más allá
de Hebrón.
Santiago y Judas, primos de Jesús por María Cleofás, formaban ya
entonces parte de sus discípulos, y la misma María Cleofás se encontró
entre las compañeras que le siguieron al Calvario31. En aquella época no se
ve junto a él a su madre. Sólo después de la muerte de Jesús, María
adquiere una gran consideración (Act 1, 14). También entonces los
miembros de la familia del Maestro, bajo el título de ”hermanos del
Señor”, forman un grupo influyente que estuvo durante mucho tiempo a la
cabeza de la Iglesia de Jerusalén y que, después del saqueo de la ciudad, se
refugió en Batanea.
En los evangelios sinópticos, Simón Barjona o Pedro, Santiago, hijo de
Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, forman una especie de comité
íntimo al que Jesús recurre en ciertos momentos en que desconfía de la fe y
de la inteligencia de los otros32. La idea de que Jesús había comunicado a
estos tres discípulos una gnosis o doctrina secreta estuvo esparcida desde
una época antigua. Juan, a quien la Iglesia católica sigue atribuyendo el
cuarto evangelio, curiosamente... ¡ no menciona nunca a Santiago, su
62

hermano! Todos los elegidos por Jesús, y no sólo el petit comité, debían
llamarse ”hermanos”33.
Quienes sostienen que Jesús mismo fue el que eligió entre sus
discípulos a aquéllos a quienes, por excelencia, se les llamaba “los
apóstoles” o “los doce”, exhiben el argumento de que al día siguiente de la
muerte del Maestro se los encuentra constituyendo un cuerpo y llenando
por elección el vacío que se ha producido en su seno34. Claro que nada
denotaba en el grupo al colegio sacerdotal regularmente organizado. Las
listas de “los doce” que se han conservado presentan muchas
incertidumbres y contradicciones, dos o tres de los que en ellas figuran
quedarán completamente desconocidos. Algunos personajes que habían
querido mucho a Jesús y basado grandes esperanzas en él, como José de
Arimatea, María de Magdala o Nicodemo, no entraron, al parecer, en
aquellas iglesias primitivas. Tal vez prefirieron atenerse al recuerdo que
habían conservado del Maestro y guardarlo para sí.
Pero recordemos un acontecimiento, en sí anodino, de la época más
trascendental en la vida de Jesús: su muerte.
Antes de hablar de él, hay que señalar que seguramente la pequeña
comunidad que lo había acompañado desde Galilea debió de sentirse muy
desorientada en Jerusalén, a donde había subido para la celebración de la
Pascua. La agitada vida de la gran ciudad, sobre todo cerca de la gran fiesta
judía, no podía dejar de gravitar pesadamente sobre el alma ingenua y la
conciencia de estos israelitas del Norte . Por otro lado, el desprecio de los
hierosolomitas hacia los galileos hacía aún más profunda la separación.
Los galileos hablaban un dialecto bastante corrompido, su pronunciación
estaba viciada, equivocaban las diferentes aspiraciones, lo que ocasionaba
confusiones que hacían reír mucho35. En religión se les tenía por ignorantes
y poco ortodoxos; la expresión "necio galileo" había llegado a convertirse
en proverbial. El renombre de la ciudad natal de Jesús parece haber sido
particularmente malo. Se dice que había un proverbio popular: "¿Puede
venir algo bueno de Nazaret?" (Jn 1, 46). Por todo esto y por la separación
brutal que significó la crucifixión de Jesús, se recuerda la última cena
juntos36. Se la recuerda como una comida totémica, que Juan adorna con
ribetes de rococó (en su descargo debemos decir que, gracias a él, sabemos
que tal acontecimiento ocurrió "antes de la fiesta de la Pascua"). Incluso la
recuerda Pablo que no fue comensal:

Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el


Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y,
después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da
por vosotros; haced esto en memoria mía. Y asimismo, después de
cenar, tomó el cáliz diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en
mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía (I
Cor 11,23-25).
63

En su momento, seguramente, aquella cena no impresionó a nadie.


Pero después de la muerte del Maestro, se atribuyó a aquel acontecimiento
un sentido singularmente solemne. La imaginación de los creyentes
derramó sobre ella chorros de misticismo.
En efecto, para algunos autores la sencillez de esa cena contiene más
cosas que las que se dicen y comúnmente se saben. No solamente fue un
acto simbólico y místico de la conclusión y resumen de la enseñanza de
Cristo, sino que también es la consagración y rejuvenicimiento de un
símbolo muy antiguo de la iniciación. Entre los iniciados de Egipto y de
Caldea, como entre los profetas y los esenios, el ágape fraternal marcaba el
primer grado de la iniciación. La comunión bajo la especie del pan
significaba el conocimiento de los misterios de la vida terrestre, al mismo
tiempo que el reparto de los bienes de la tierra, y, por lo tanto, la unión
perfecta de los hermanos afiliados. En el grado superior, la comunión bajo
la especie del vino, sangre de la vida penetrada por el Sol, significaba la
partición de los bienes celestes, la participación en los misterios
espirituales y en la ciencia divina. Jesús, al legar esos símbolos a los
apóstoles -dicen algunos autores- los amplió, pues a partir de ellos extiende
la fraternidad y la iniciación, antes limitada a algunos, a la humanidad
entera. Añade el más profundo de los misterios, la mayor de las fuerzas: la
de su sacrificio. De este forma, la cadena de amor invisible entre él y los
suyos se materializa. La copa de amor que contiene su propia sangre es
tendida a los discípulos bienamados con la ternura inefable del adiós
supremo.
Para otros autores, las declaraciones de Jesús: "Este es mi cuerpo" y
"Esta es mi sangre"-que recuerdan todos los sinópticos a partir de
Marcos37- hacen que la acción esté más cercana a una acción religiosa, pero
no la convierte en tal. Esta declaración y la distribución del pan y de la
bebida que la acompaña llega a objetivar, en parte, la sensación. La misión
de los discípulos con Jesús, su amistad mutua y la unificación alrededor del
Maestro, se hace visible. No está representada esta unificación en una mera
imagen o a través de una figura alegórica, se la vincula más bien a algo
real, está dada como una realidad y se disfruta de ella en cuanto tal, en
cuanto pan.
"Lo que impidió que esta acción fuese una acción religiosa -anotaba el
joven Hegel- fue precisamente esta clase de objetividad que se supera por
entero, conservándose (sólo) la sensación; es precisamente esta clase de
unión, que es más bien una amalgama objetiva que una unificación, es el
hecho de que el amor se hace vivible en algo, se vincula a algo que debe
ser destruido. El pan debe ser comido y el vino debe ser bebido; por eso no
puede ser nada divino. Lo que tienen por un lado como ventaja (el hecho
de que la sensación vinculada a ellos retorna, en cierto modo, a su
64

naturaleza a partir de su objetivación, que el objeto místico se transforma


en algo subjetivo) lo pierden por el otro lado por el hecho de que el amor, a
través de ellos, no se hace suficientemente objetivo". En otros términos,
"algo divino era lo prometido y se ha desecho en la boca".
Pero ¿qué fue de las vidas de los seguidores de Jesús, después de la
muerte del Maestro galileo? Aparte de los primeros capítulos de los
Hechos de los Apóstoles, que poseemos solamente en forma de una
inquietante recomposición de la redacción primera, no nos queda ninguna
información digna de fe sobre la vida y la obra de los apóstoles directos de
Jesús. Como decimos en otro lugar, esta obra de Lucas básicamente es una
reseña de la vida y enseñanzas de un autoenviado: san Pablo.
Dicho silencio no nos dispone a creer que hayan realizado cosas muy
extraordinarias, lo que, en efecto, es muy poco probable. Creemos saber
que Pedro, los dos Santiagos y, quizá, Juan, hijo de Zebedeo, perecieron de
muerte violenta. A través de los escritos de algunos heresiólogos, como
san Ireneo, en el s. II; el autor de Philosophema, en el siglo III; san
Epifanio, en el IV, y otros, se pueden rastrear las huellas de pequeñas
comunidades judaizantes fundadas por ellos, las que, después de la rebelión
judía del 66, se refugiaron allende el Jordán. Estas comunidades se quedan
pronto rezagadas respecto de la doctrina de las comunidades de tierra
griega y a las que ya, desde el siglo II, se acusa de sostener una doctrina
errónea; su acción inmediata y directa en la historia del cristianismo es
prácticamente desdeñable. El fermento de la nueva religión viene de otra
parte, viene del fariseo Saulo de Tarso.

4.3. Mujeres

San Agustín (354-430), Padre de la Iglesia y de los teólogos -


llamado, sin embargo, patronus asinorum por su contemporáneo Juliano,
obispo de Aeclenum- nos confesó que "en la lascivia y en la prostitución
había gastado sus fuerzas". Siempre tuvo una gran necesidad de mujeres.
Vivió mucho tiempo en concubinato, tomó luego por novia a una niña de
10 años y, al mismo tiempo, a una amante más adulta. Agobiado por la
culpa de sus excesos carnales, inició una cruzada contra el placer sexual, al
que tildó de "enfermedad", “locura”, "podredumbre", "pus nauseabundo",
"monstruoso", "diabólico"... y condenó fanáticamente lo que definió como
"la concupiscencia en el matrimonio".
En esta cruzada emprendida por el obispo de Hipona, la mujer,
evidentemente, fue señalada como el ser maldito y despreciable contra el
que hay que luchar para salvarse (los varones). Y esta impronta patológica
quedó grabada a fuego, hasta el día de hoy, en el espíritu teológico y vital
de la Iglesia católica y de sus clérigos, así sean papas. Los buenos
65

conocedores de la curia vaticana afirman que el desprecio que sentía Paulo


VI por las mujeres sólo tenía parangón con su amor para los hombres.
Pero vayamos un poco más atrás en la historia del cristianismo.
Echemos una mirada a la Epístola I a los Corintios del apóstol [¿?] Pablo.
Transcribimos el marco histórico geográgico que le pusieron los
traductores en la edición empleada:

1. Corinto es una ciudad importante, de gran


comercio, a causa de su posición en el istmo de su nombre y de
sus dos purtos, el de Cencres, en el mar Egeo, y el de Lequeo,
en el golfo de Lepanto, que algo más tarde Nerón trató de unir
por un canal. La ciudad había sido levantada de sus ruinas por
Julio César en el año 44 y repoblada por gentes venidas por
todas partes. Era su vida muy licenciosa, como que su culto
religioso era el de Venus, en su suntuoso santuario situado en el
Acrocorinto. Los judíos habían también acudido allí y tenían
una sinagoga, muy frecuentada por los gentiles que más o
menos simpatizaban con el judaísmo. En tiempo de San Pablo,
Corinto era capital de la provincia de Acaya y residencia del
procónsul romano.
2. San Pablo fundó esta cristiandad en su segundo
viaje (51-53), comenzando a predicar en la sinagoga, hasta que,
expulsado de ella, se retiró con algunos israelitas convertidos y
muchos más gentiles (Act 18,6 ss). La carta fue escrita en Éfeso,
cuando en su tercera misión predicó en aquella ciudad por
espacio de tres años. Las comunicaciones comerciales entre
Corinto y Éfeso eran fáciles y frecuentes, por tratarse de dos
ciudades comerciales importantes. Por algunos fieles de
Corinto, que iban a Éfeso para sus negocios, se enteró el
Apóstol de la situación poco satisfactoria de la cristiandad.
Además, los fieles le dirigieron un largo capítulo de consultas.
Con este motivo les escribió esta larga epístola, por el 56.
Algunos extractos de la epístola:
"No escribo esto para confundiros, sino para amonestaros, como a
hijos míos carísimos. Porque aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo,
pero no muchos padres, que quien os engendró en Cristo por el Evangelio
fui yo. Os exhorto, pues, a ser imitadores míos" (4,14-16).
"Es ya público que entre vosotros reina la fornicación, y tal
fornicación cual ni entre los gentiles, pues se da el caso de tener uno la
mujer de su padre" (5,1).
"¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os
engañéis: ni los fornicarios, ni los idólotras, ni los adúlteros, ni los
66

afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni


los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios" (6,9-10).
Ante este último pasaje cabe señalar que lo que afirma el Apóstol de
los gentiles no tiene nada que ver con las enseñanzas del Maestro de
Nazaret. Es cierto que el ideal de perfección que la secta cristiana ha
tratado de realizar entre sus miembros ha sido distinto en las diferentes
épocas, además de ser, en todo tiempo, muy confuso. Esto se puede ver en
los héroes en los cuales la Iglesia ha encontrado realizado su ideal, pues si
se reúne en un solo concepto lo que hombres realmente piadosos pueden
tener en común con los vagos, lunáticos y canallas, se obtiene aquella
santidad de la voluntad que la Iglesia ha exigido de sus ideales. Para el
papa Juan Pablo II, el ideal de perfección está encarnado en curas y
monjas, pues sólo a éstos eleva a la santidad. Curiosamente, Jesús no
hablaba de levitas... Pero sigamos con la carta a los corintios del fariseo
Saulo de Tarso, convertido en apóstol. Dice, obsesionado por las llamadas
del deseo sexual:
"El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor
para el cuerpo" (6,13).
"Huid la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera
de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo"
(6,18).
En respuesta a la pregunta de los corintios acerca del matrimonio,
dice el apóstol:
"Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al
hombre no tocar mujer" (7,1)
"Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los
que tienen mujer vivan como si no tuvieran" (7,29)
"Yo os querría libres de cuidados. El célibe se cuida de las cosas del
Señor, de cómo agradar al Señor. El casado ha de cuidarse de las cosas del
mundo, de cómo agradar a su mujer, y así está dividido" (7,32-33).
"Si alguno estima indecoroso para su hija doncella dejar pasar la flor
de la edad y que debe casarla, haga lo que quiera; no peca; que la case.
Pero el que, firme en su corazón, no necesitado, sino libre y de voluntad,
determina guardar virgen a su hija, hace mejor. Quien, pues, casa a su hija
doncella hace bien, y quien no la casa hace mejor" (7,36-38).
Más claro no canta un gallo. Añade el apóstol a propósito del papel
que la mujer debe desempeñar en la iglesia (cap. 11):
"Quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza
de la mujer, el varón, y la cabeza de Cristo, Dios. Todo varón que ora o
profetiza velada la cabeza, deshonra su cabeza. Y toda mujer que ora o
profetiza descubierta la cabeza, deshonra su cabeza; es como si se rapara.
Si una mujer no se cubre, que se rape. Y si es indecoroso para una mujer
cortarse el pelo o raparse, que se vele. El varón no debe cubrirse la cabeza,
67

porque es imagen y gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón, pues
no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón; ni fue creado el
varón para la mujer, sino la mujer para el varón" (11,3-9).
Como el lector puede sospechar, Pablo no quería nada con mujeres.
No deja de ser ilustrativo el olvido que hace el fariseo de su madre en el
último pasaje. La negación de la mujer en la comunidad cristiana está
claramente expresada en la Epístola I a Timoteo.
Era este Timoteo natural de Listra , en Licaonia, hijo de padre gentil
y madre judía. Cuando Pablo pasó por Listra en su primera misión,
Timoteo, joven aún y que parece haber perdido a su padre, vivía con su
madre, Eunice, y con su abuela materna, Loida, una fervorosa judía. Toda
la familia abrazó la fe que Pablo predicaba. En la segunda misión, el
apóstol, oyendo los buenos informes que la iglesia de Listra le daba,
resolvió tomar al joven consigo, después de hacerle circuncidar, por
respeto a los judíos de aquellas regiones, que sabían era hijo de padre gentil
y no estaba circuncidado (Act 16,3 ss).
A Timoteo le enseña el fariseo Pablo el modo de orar (que no se
parece en nada a lo que enseñaba el Maestro de Nazaret38):
"Así, pues, quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando las
manos puras, sin ira ni discusiones. Asimismo que las mujeres, en hábito
honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni
vestidos costosos, sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que
hacen profesión de piedad. La mujer aprenda en silencio, con plena
sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que
se mantenga en silencio, pues el primero fue formado Adán, después Eva.
Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la
transgresión. Se salvará por la crianza de los hijos si permaneciere en la fe,
en la caridad y en la castidad, acompañada de la modestia" (2,8-15. El
subrayado es mío).
¡Pobre mujer! ¡Un remedio a la concupiscencia de los hombres!
¡Sólo se salva criando hijos que los hombres hacen! Pero el cuarto
evangelio, al que alguien llamó el evangelio femenino, nos cuenta que la
primera persona a quien se apareció el Cristo resucitado fue a una mujer,
María Magdalena, y no a un hombre (Jn 20,15-17), cuando lloraba
desconsolada la desaparición del Señor del sepulcro y no sabía adónde se
lo habían llevado.
El papel de Magdalena en los evangelios es ambiguo y parece que haya
sido oscurecido de forma premeditada, dicen M. Gaigent, R.Leigh y
H.Collins en El Enigma sagrado. Marcos y Mateo sólo se refieren a ella
durante la crucifixión, como si se tratara de una seguidora más de Jesús.
Pero Lucas explica que viajó con él, algo impensable en una época en que
la Ley y el pueblo se comportaban de manera severa con la mujer que
68

viajara con un hombre si ambos no estaban casados. Los sinópticos citan,


además, el ungimiento de los pies de Jesús, una escena que, según muchos
estudiosos, protagoniza la misma Magdalena, algo que no hubiese podido
suceder si ella no hubiera sido su esposa.
En El evangelio de Valentino, María Magdalena representa un
personaje central de la obra. El apócrifo Evangelio de Felipe ofrece datos
reveladores. Dice que Jesús “lo hizo todo en un ministerio: un bautismo y
un carisma y una eucaristía y una redención y una cámara nupcial”. Más
explícito es el párrafo que sigue: “Y la compañera del Salvador es María
Magdalena. Pero Cristo la amaba más que a todos los discípulos y solía
besarla en la boca a menudo. El resto de los discípulos se ofendía por ello y
expresaban su desaprobación. Le decían: ¿Por qué la amas más que a todos
nosotros?”
Si entendemos la doctrina paulina expuesta arriba, podemos entender
(¿entender?) lo que afirma el Catecismo de la Iglesia católica, que dice:

1. Las vírgenes consagradas


Semejantes a otras formas de vida consagradas, el orden de las
vírgenes sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el
ejercicio de la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos
y del trabajo apostólico, según el estado y los carismas respectivos
ofrecidos a cada una. Las vírgenes consagradas pueden asociarse
para guardar su propósito con mayor fidelidad (& 924).
2. Quién puede recibir el sacramento del orden
Sólo el varón ('vir') bautizado recibe válidamente la sagrada
ordenación (CIC, can. 1024). El Señor Jesús eligió a hombres
('viri') para formar el colegio de los doce apóstoles, y los apóstoles
hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores [citas de san
Pablo a Timoteo y a Tito] que les sucederían en su tarea. El colegio
de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el
sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el
colegio de los Doce. La Iglesia reconoce vinculada por esta decisión
del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la
ordenación (& 1577).
Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los
diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos entre hombres
creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de
guardar celibato 'por el Reino de los cielos' (Mt, 19,12). Llamados a
consagrarse totalmente al Señor y a sus 'cosas' (I Cor 7,32), se
entregan enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo
de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de
la Iglesia; aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante
el Reino de Dios (& 1579).
69

La Iglesia enseña que el mundo, el demonio y la carne son los


enemigos del alma. Pero el mundo es la razón, el demonio es la libertad y
la carne es el libre ejercicio de la sexualidad humana. Hace, por tanto,
imposible la justicia y se adentra en un mundo plagado de iniquidades en el
que la coacción, la inquisición, la hipocresía y el encubrimiento son la
moneda en el trato de sus sacerdotes. Hace no mucho tiempo se supo que,
en África, muchos misioneros sistemáticamente se dedicaban a violar
monjas para evitar el sida que portaban las mujeres africanas de sus
comunidades, con las que antes tenían relaciones. Es obvio que tal
comportamiento se funda en el desprecio de la condición humana.
En primer lugar, en la condición de la mujer. Se la hace sierva y
enemiga, instrumento sexual y agente provocador, en otras palabras,
mundo, demonio y carne al mismo tiempo. Casi todas las religiones
concurren a esta actitud envilecida que impide una efectiva igualdad entre
el hombre y la mujer, pero la jerarquía católica ha llegado a cumbres
insuperables. La inferioridad fisiológica, moral, jurídica y política de la
mujer ha sido y sigue siendo, abierta o encubiertamente, uno de los
principios esenciales de la "antropología católica", causa y consecuencia a
un tiempo del celibato obligatorio del clero y de la prohibición del
sacerdocio femenino. La jerarquía católica no llega ni a la proclamación
abstracta de la igualdad de la mujer ante la ley. La mujer es indigna del
sacerdocio y de ser esposa o compañera de sacerdotes. Si no hay otro
remedio, concubina; si lo hay, sólo alivio ocasional o meretriz. A ser
posible, ni una cosa ni la otra: negada para las cosas santas.
Tan habitual era hasta no hace mucho que los clérigos tuvieran
concubinas que los obispos acabaron por instaurar la llamada 'renta de
putas', que era una cantidad de dinero que los sacerdotes tenían que pagar a
su obispo cada vez que transgredían la ley del celibato. Y tan normal era
tener amantes que muchos obispos exigían la renta de putas a todos los
sacerdotes de su diócesis, sin excepción. A quienes defendían su
abstinencia se les obligaba a pagar también, ya que el obispo afirmaba que
era imposible no mantener relaciones sexuales de algún tipo.
Por tanto miedo de hablar abiertamente del derecho al matrimonio de
los sacerdotes, en algunos medios eclesiales contrarios al celibato
obligatorio se llegó a postular, en los años setenta, la llamada 'tercera vía'.
Esta consistía en proponer que un sacerdote puede mantener una amistad
absolutamente íntima, total y exclusiva con una mujer, pero excluyendo
buena parte de los deberes y derechos maritales, y permitiendo toda
expresión sexual, pero sin llegar nunca a la penetración.
Los niños39 y las mujeres adoraban a Jesús. El reproche de apartar de
su familia a estos seres era uno de los reproches que más frecuentemente le
dirigían sus enemigos. En otros términos, el nuevo movimiento religioso
70

fue, en muchos aspectos, un movimiento de mujeres y niños. Estos últimos


formaban alrededor de Jesús como una joven guardia para la instauración
de su inocente realeza y le aclamaban llamándole "hijo de David", gritando
"hosanna" y poniendo palmas a su alrededor (costumbre que existe aún
entre los israelitas en la fiesta de los Tabernáculos).
En el cortejo de Jesús las mujeres tienen un sitio aparte. Madres o
hermanas de discípulos, vírgenes tímidas o pecadoras arrepentidas lo
rodean siempre. Atentas, fieles, apasionadas, esparcen sobre sus pasos
como un reguero de amor, su eterno perfume de tristeza y de esperanza. A
ellas no hay que demostrarles que es el Mesías. Con verlo, basta. Las
persuade la extraña felicidad que emana de su atmósfera mezclada a la nota
de un sufrimiento divino e inexpresado que resuena en el fondo de su ser.
Jesús es el restaurador y el libertador de la mujer, digan lo que quieran
san Pablo y los Padres de la Iglesia que, al rebajar a la mujer al papel de
sierva del hombre, han falseado el pensamiento del Maestro de Nazaret.
Las grandes religiones semíticas organizadas (y en ellas hay que incluir
el cristianismo) son siempre para hombres y no para mujeres. Los profetas
fueron contrarios a las concupiscencias femeninas. Muy duramente trataba
el gran Isaías a las mujeres.
En contra de lo argumentan algunos, para otros Jesús nunca se casó.
Toda la fuerza de su amor se dirigió hacia lo que consideraba su vocación
celestial. El sentimiento extremadamente delicado hacia las mujeres que se
advierte en él no se aparta en nada de la ilimitada devoción que sentía hacia
su idea. Trató como a hermanas, del mismo modo que Francisco de Asís y
Francisco de Sales, a las mujeres enamoradas de su propia obra; tuvo su
santa Clara y su Francisca de Chantal. Sólo que es probable que le amasen
más a él que a la obra. De seguro Jesús amó menos de lo que fue amado.
Dice Lucas: "Yendo por ciudades y aldeas, predicaba y evangelizaba el
reino de Dios. Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido
curadas de espíritus malignos y enfermedades. María llamada Magdalena,
de la cual habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
administrador de Herodes, y Susana y otras varias que le servían de su
bienes" (Lc 8, 1-39).
En las antípodas del pensamiento del Maestro de Nazaret está el
pensamiento del profeta Mahoma, cuando señala:

1. Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las


cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a éstos por
encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en
dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas:
conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo
que Dios ha ordenado que se conserve intacto. Responderéis a
aquéllas cuya desobediencia temáis; las pondréis en lechos aparte,
71

las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les


busquéis camorra. Dios es elevado y grande
( Corán, Sura IV,38).
3. Manda a las mujeres que creen que humillen su mirada y que
observen la continencia, que no dejen ver de sus adornos más que lo
que está en el exterior [no en las piernas], que cubran sus senos con
un velo, que no dejen ver sus encantos más que a sus maridos o a sus
padres, o a los padres de sus maridos, a sus hermanos o a los hijos de
sus hermanos o a las mujeres de éstos o a sus esclavos o a los criados
varones que no necesitan mujeres o a los niños que no distinguen
todavía las partes sexuales de la mujer. Que las mujeres no agiten los
pies de manera que dejen ver sus encantos ocultos. Volved vuestros
corazones hacia Dios, a fin de que seáis felices ( Sura XXIV, 31).

A causa de su razón defectuosa, la mujer está siempre dispuesta a


buscar camorra sin motivo (cf. Sura XLIII, 17), cosa que no parece
importarle demasiado al Profeta, al punto de que se arroga ciertos
privilegios para tener más (Sura XXXIII, 49). Mahoma acostumbraba a
decir que no había más que cuatro mujeres perfectas: Asia, mujer de
Faraón; María, madre de Jesús; Kadija, primera mujer de Mahoma, y
Fátima, su hija, casada con Alí.
El Corán es particularmente cruel en el castigo del adulterio. Dice en
el sura XXIV, 2, La luz:

Aplicaréis al hombre o a la mujer adúlteros cien latigazos a cada


uno. Que la compasión no os contenga en el cumplimiento de este
precepto de Dios, si creéis en Dios y en el día final. Que el suplicio
tenga lugar en presencia de un cierto número de creyentes.

¡Qué lejos queda todo esto del comportamiento comprensivo del


Maestro de Nazaret! Leamos un pasaje de Juan (8,1-11), que, aunque se
refiera a situaciones que tuvieron mucha importancia después del año 7040,
sin embargo muestra el verdadero carácter de Jesús:

Se fue Jesús al monte de los Olivos, pero de mañana, otra vez volvió
al templo, y todo el pueblo venía a él, y sentado, les enseñaba. Los
escribas y fariseos trajeron a una mujer cogida en adulterio y,
poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la Ley nos aconseja
Moisés apedrear a éstas; tú, ¿qué dices? Esto lo decían tentándole,
para tener de qué acusarle. Jesús, inclinándose, escribía con el dedo
en tierra. Como ellos insistieran en preguntarle, se incorporó y les
dijo: El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra el
primero. E inclinándose de nuevo, escribía en tierra. Ellos que lo
oyeron fueron saliéndose uno a uno, comenzando por los más
72

ancianos, y quedó él solo y la mujer en medio. Incorporándose


Jesús, le dijo: Mujer, ¿dónde están [los que te acusan]? ¿Nadie te ha
condenado? Dijo ella: Nadie, Señor. Jesús dijo: Ni yo te condeno
tampoco; vete y no peques más.

Comentan Nácar y Colunga: "Este episodio se halla omitido en


bastantes códices y versiones antiguas, y los Padres que comentaron a San
Juan parecen ignorarlo. De los códices hay algunos que lo traen a
continuación de Lc 21,38, o de Jn 7,36. Esto no significa que no sea
auténtico e inspirado, sino que lo omitieron los copistas por temor de que
diera ocasión para abusar de la indulgencia del Salvador a favor de los
adúlteros". (El subrayado es mío).
La Iglesia católica no tiene ninguna indulgencia con las mujeres.
¿Acaso teme que abusen, como, según los enemigos de los primeros
cristianos, había abusado María, la madre de Jesús, de la buena fe de José
el carpintero, entregándose a Pantero, que sería el verdadero padre del
Maestro de Nazaret? Entre otros, eso es lo que sostenía el judío Celso,
según Orígenes (Contra Celso, 1, XXXII). Pero tendencia natural de todos
los cielos épicos ha sido dar tal origen a sus héroes. Así sucedió con Iftah o
Jefté, el más famoso de los héroes legendarios de Galaad. Jefté era un
bandido, según unos, hijo de una cortesana, y según otros, de una
concubina, hechos que le impedían compartir la herencia con los demás
hijos de su padre. Lo mismo ocurrió con Abimelek y, en cierto modo, con
David. Salomón también fue hijo adulterino. Había afición a suponer algo
irregular en la genealogía de los grandes hombres, para dar mayor
esplendor a su destino. ¿Por qué no con Jesús, hijo de Pantero?
¿Temerá acaso la Iglesia una inundación de lascivia, si considera a
las mujeres como Jesús lo hizo? 'Lascivia' (prunikos) era el apodo que los
valentinianos daban a las dos Sofías (Sofía y Acaramoth) para señalar que
son las pasiones las que las dominan. En el sistema de Simón, Prunikos se
encarna en Helena la Prostituta, cuyo culto daba lugar a ritos obscenos. Los
nicolaítas pretendían asimismo reunir la fuerza de Prunikos extrayéndola
del cuerpo mediante la voluptuosidad. No hay peligro de que algo así se
repita mientras la Iglesia esté gobernada por una gerentocracia clerical
vestida de mujer... pero en cuerpo de varón.
Dicho lo anterior, no podemos dejar de señalar, sin embargo, las
buenas razones que puede tener la Iglesia católica para no conceder lugar
alguno a las mujeres como objeto sexual en sus filas. En primer lugar, en
las masas integradas por hombres y mujeres no desempeñan papel alguno
las diferencias sexuales. Carece de todo sentido, por tanto, preguntar si la
libido que mantiene la cohesión de las multitudes es de naturaleza
homosexual o heterosexual, pues la masa no se halla diferenciada según los
sexos y hace abstracción de los fines de la organización genital de la
73

libido. En segundo lugar, las tendencias sexuales directas conservan cierto


carácter de individualidad aun en el individuo absorbido por la masa.
Cuando esta individualidad sobrepasa cierto grado, la formación colectiva
queda disgregada. La Iglesia católica tuvo los mejores motivos para
recomendar a sus fieles el celibato e imponerlo a sus sacerdotes, aunque el
amor ha inducido a muchos eclesiásticos a salir de la Iglesia. Parece
indiscutible que el amor homosexual se adapta mejor a los lazos colectivos,
incluso allí donde aparece como una tendencia sexual no coartada. Esto lo
dijo Sigmund Freud41.

5. Doctrina de Jesús

Nos parece claro que el lector debe de saber que Jesús no fue un
teólogo ni un filósofo que tuviera un sistema más o menos bien constituido.
Para ser su discípulo -hemos dicho- no era preciso firmar ningún
formulario, ni pronunciar ninguna profesión de fe; sólo era necesario una
cosa: amarlo. Nunca disputó acerca de Dios, porque lo sentía directamente
en sí mismo. El escollo de las sutilezas metafísicas del cristianismo no fue
en modo alguno establecido por el Maestro de Nazaret. Jesús no tuvo ni
dogmas ni sistema; tuvo una resolución personal fija que, todavía hoy,
influye en los destinos de la humanidad.
Ahora bien, respecto a todo lo que atañe a lo que se pretende que Jesús
enseñó, conviene no afirmar nada sino con extrema prudencia. Por
ejemplo, la mayoría de las cuestiones acerca de las enseñanzas de la Ley
por Jesús son de dudoso valor histórico y, en lo que puedan valer, indican
que esta enseñanza legal, tal como la realizó, era principalmente ad hoc. Es
decir, tales enseñanzas fueron hechas con la intención de responder a las
cuestiones surgidas a consecuencia de las prácticas, un poco heterodoxas,
del propio Jesús y de sus discípulos. No hay motivo para suponer que tales
prácticas se derivaron de la teoría legal, como tampoco se le atribuye a
Jesús teoría legal alguna, ni en los evangelios ni en ningún otro libro del
Nuevo Testamento. Más aún, no la recordaban sus discípulos, que se
habían distanciado con energía de la observancia de la Ley, ni tampoco la
tradición rabínica, que debería estar interesada en el asunto.

5.1. Idea de Dios

Un alto concepto de la divinidad (o más bien bajo, según se vea,


pues es muy humano), concepto que no debió al judaísmo y que parece
haber creado la grandeza de su alma, fue , en cierto modo, el germen de
todo su ser. Hay que colocar a Jesús a la cabeza de la gran familia de
74

auténticos hijos de Dios (porque sentían lo divino en sí mismos). Jesús no


ha tenido visiones. Dios no le habla como a cualquiera que está fuera de él,
Dios está en él. Jesús se siente con Dios y extrae de su corazón cuanto dice
su padre. Vivió en el seno de Dios gracias a una constante comunicación.
Aunque no lo ve, lo escucha, sin que le sea necesario trueno ni zarza en
llamas, como a Moisés; tempestad reveladora, como a Job; oráculo, como a
los antiguos sabios griegos; genio, como a Sócrates; ángel Gabriel, como a
Mahoma. La imaginación y la alucinación de una santa Teresa, p. e., nada
tienen que ver aquí. La embriaguez del sufí al proclamarse idéntico a Dios
es también indiferente. Se cree en relacion directa con Dios, se cree hijo de
Dios. La conciencia más elevada que de Dios haya existido en el seno de la
humanidad ha sido la de Jesús.
Dios concebido inmediatamente como padre: ésa es toda la teología de
Jesús. Y no se trataba de un principio teórico, una doctrina más o menos
demostrada y que pretendía inculcar a los demás. No hacía ningún
razonamiento a los discípulos (Mt 9, 9); no les exigía ningún esfuerzo de
atención. No predicaba sus opiniones, se predicaba a sí mismo.
Es indudable que Jesús no llegó de un solo paso a tan alta afirmación de
sí mismo. Pero es probable que, desde sus primeros pasos, se considerase
con respecto a Dios como un hijo se considera con respecto a su padre. El
Dios de Jesús es nuestro padre. Le escuchamos al oír un ligero soplo que
grita en nosotros: "padre" (Gal, 4,6). El Dios de Jesús no es el déspota
parcial que ha elegido a Israel como pueblo y lo proteje hacia y contra
todos nosotros. Es el Dios de la humanidad.
En La piedra que era Cristo, M. Otero Silva ha reproducido la siguiente
conversación entre el viejo Jacobo y el hortelano Gamaliel:
-Y para Jesús, ¿quién es Yahvé? -pregunta Gamaliel el hortelano.
- Para Jesús, Yahvé es simplemente el Padre. Un padre de ilimitada
bondad que ama por igual a todos sus hijos, aun a los ingratos y a los
perversos. Los antiguos creían que Dios era una fuerza remota y sin
contornos, ubicada más allá del azul y las estrellas, que desata su
omnipotencia para castigar a los infieles. Jesús ve a Dios como un
padre cercano y henchido de ternura que elige la misericordia como
medio de demostrar su omnipotencia. Dios como padre amoroso y
como presencia inmediata era una representación incomprensible
para la mente complicada de los doctores y escribas, pero clara y
genuina para el entendimiento de la gente sencilla. Por esto, hijo
mío, la prefirió Jesús.
Veinte pasos más allá, detenidos al borde de una alberca, dice el
viejo Jacobo:
-Al nombrar al Altísimo, Jesús lo llama Abba, papá, una expresión
infantil y familiar que jamás ha empleado antes que él ninguna
religión ni ningún sacerdote. La oración que sale de sus labios
cuando reza es ésta: “Abba, papá, padre nuestro, santificado sea tu
75

nombre, venga a nosotros tu Reino, danos cada día nuestro pan y


pérdonanos nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a
nuestros deudores”. Es así, y no de otra manera, como le habla un
niño a su padre.
El viejo Jacobo y Gamaliel el hortelano llegan a un extraño caserío
donde nadie se asoma a las puertas ni a las ventanas. Una muchacha
descalza atraviesa la plaza desierta. Un viento insperado doblega las
ramas de los sicomoros y arranca a las higueras sus brevas maduras.
La tarde se ha adueñado del cielo con su caballería de ceniza. En una
casa triste se enciende la primera lámpara. Tras haber andado la
última legua sin hablar, dice el viejo Jacobo:
Los antiguos invocaban a Yahvé para pedirle a voces que
hiciera polvo a sus enemigos. Jesús de Nazaret invoca al Padre
para rogarle que los perdone. “Perdónalos, Padre, porque no
saben lo que hacen”, dice para disculparlos.

No está demás subrayar que Jesús sólo destaca el amor del padre a los
hijos, no al revés. Tampoco está presente en él la fraternidad, aunque sea
fácil deducirla. Jesús dijo: "Amaos los unos a los otros como yo os he
amado" (¿con amor de padre, de hermano o de amigo?). En contra de las
enseñanzas de la Iglesia, no aparece para nada en los evangelios el amor de
la madre a los hijos, ni viceversa,
5.2. El reino de Dios
El nombre 'reino de Dios' o de 'reino de los cielos' -la palabra 'cielo' en
la lengua rabínica de aquella época es sinónimo de 'Dios', que se evitaba
pronunciar- fue el término de Jesús para expresar la revolución que
inauguraba en el mundo. Como casi todos los términos mesiánicos, la
palabra en cuestión procede del Libro de Daniel. Según el autor de aquel
libro, a los cuatro imperios profanos, destinados a hundirse, sucederá un
quinto imperio que será el de "los santos" y durará eternamente42. En los
últimos tiempos de su vida, al parecer Jesús creyó que ese reino iba a
realizarse materialmente por medio de una súbita renovación del mundo.
Pero indudablemente no se trataba de su primer pensamiento. La admirable
moral que extrae de la noción de Dios padre no es la de los entusiastas que
creen el mundo próximo a su fin y se preparan para el ascetismo en una
quimérica catástrofe. "El reino de Dios está entre vosotros", decía a los
que buscaban sutilmente signos exteriores de su próxima venida. Durante
algunos meses, quizá un año, Dios habló verdaderamente en la tierra. La
voz del joven carpintero cobró súbitamente una extraordinaria dulzura. Un
canto infinito emanaba de su persona y quienes hasta entonces lo habían
conocido ya no le reconocían43. El paraíso hubiera sido trasladado a la
tierra si las ideas del joven maestro no hubiesen sobrepasado con mucho
76

ese nivel de mediocre bondad más allá del cual la especie humana no ha
podido elevarse hasta el momento. La fraternidad de los hombres, hijos de
Dios, y las consecuencias morales que de ella resultan eran deducidas con
exquisito sentimiento. Esto lo vio claramente F. Nietzsche, cuando
escribió:
El Reino de los Cielos es un estado del corazón, no es un estado
fuera de la tierra o después de la muerte. En el evangelio falta toda
idea de la muerte natural; la muerte no es un puente, no es un paso a
otra cosa; está ausente, puesto que forma parte de otro mundo
aparente, útil tan sólo en concepto de signo. La idea de la muerte no
es una idea cristiana. La hora, el tiempo, la vida física y sus crisis no
existe para el Maestro del bienaventurado mensaje. El Reino de Dios
no es una cosa que se espera, no tiene ayer ni mañana, no viene en
mil años, es una experiencia del corazón, está en todas partes y en
ninguna (Anticristo, XXXIV).

5.3. Parábolas y aforismos


Las disertaciones del Maestro de Nazaret eran poco extensas y
constituían un tipo de sentencias semejantes a las del Corán, que, unidas,
han compuesto más tarde esos largos discursos elaborados por Mateo.
Ninguna transición ligaba aquellos fragmentos tan diversos; sin embargo,
una misma inspiración los penetraba y los unía habitualmente. El Maestro
destacaba, sobre todo, por sus parábolas. Nadie en el judaísmo le había
proporcionado el modelo de aquel género. Fue él quien lo creó.
Como todos los rabinos de su tiempo, Jesús, poco inclinado hacia los
razonamientos encadenados, encerraba su doctrina en aforismos concisos y
de una forma expresiva, a veces enigmática y extravagante. Los logia de
Mateo reúnen varios de estos axiomas en conjunto para formar grandes
discursos. Pero la forma fragmentaria se advierte a través de las suturas.
Algunas de aquellas máximas procedían de los libros del Antiguo
Testamento. Otras, de pensamientos de sabios más modernos,
especialmente de Antígono de Soco; de Jesús, hijo de Sirah, y de Hillel,
que habían llegado hasta él, no a consecuencia de sabios estudios, sino
como proverbios frecuentemente repetidos. La sinagoga era rica en
máximas afortunadamente expresadas que formaban una especie de
literatura proverbial corriente. Jesús adoptó casi toda aquella enseñanza
oral, pero inbuyéndole otro espíritu. Al encarecer habitualmente los
deberes señalados por la Ley y los antiguos, pretendía alcanzar la
perfección. Todas las virtudes de humildad, de perdón, de caridad, de
abnegación, de dureza para consigo mismo, virtudes a las que se les ha
denominado justamente cristianas, si con ello se quiere dar a entender que
han sido verdaderamente predicadas por Jesús, se encontraban esbozadas
77

en esta enseñanza. Respecto a la justicia, se limitaba a repetir el conocido


axioma: "No hagas a otro lo que no quieras que se haga a ti"44. Este axioma
se encuentra en el Libro de Tobías (IV,6). Hillel se servía habitualmente de
él45 y declaraba, como Jesús, que era el compendio de la Ley. Pero aquella
vieja sabiduría, todavía muy egoísta, no le bastaba. Llegaba hasta el
exceso: "Si alguno te pega en la mejilla derecha, préstale la otra. Si alguno
te pusiera pleito por tu túnica, déjale tu capa"46. "Si tu ojo derecho te
escandalizase, arráncalo y arrójalo lejos de ti"47. "Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a quienes os odian; rogad por quienes os
persiguen"48. "No juzguéis y no seréis juzgados"49. "Sed misericordiosos
como vuestro padre celestial". "Perdonad y se os perdonará"50. "El que se
humilla será elevado; el que se eleva será humillado"51. En fin, dar es más
bondadoso que recibir52.
Como se puede observar, hay una total indiferencia para las cosas
exteriores y para las vanas superfluidades en materia de artefactos y
vestidos, que en nuestros tiempos son consideradas como necesidades. Tal
enseñanza era la consecuencia de la vida sencilla que se llevaba en Galilea.
Acerca de la limosna, la piedad, las buenas obras, la mansedumbre, el
total desinterés del corazón, poco tenía que añadir Jesús a la doctrina de la
sinagoga. Pero la dotaba de un acento lleno de unción que revitalizaba
aforismos largo tiempo conocidos. La moral no se compone de principios
más o menos bien expresados. Poco original en sí misma, si con esto se
quiere dar a entender que se la podría recomponer enteramente en las
máximas más antiguas, la moral evangélica permanece como la más alta
creación que haya salido de la conciencia humana, el más hermoso código
de la vida perfecta que haya trazado moralista alguno.
Jesús no habla contra la ley mosaica, pero se percibe que advertía su
insuficiencia y lo daba a entender. Repetía sin cesar que había que hacer
más de lo que habían dicho los antiguos sabios (Mt 5,20 ss). Proscribía el
menor uso de palabra fuerte (Mt 5,22), prohibía el divorcio (Mt 5, 31 ss) y
todo juramento (Mt 5, 33 ss), reprobaba el talión (Mt 5, 38 ss), condenaba
la usura (Mt 5,42), que también la Ley prohibía (Deut XV, 7-8), pero
menos formalmente y el uso la autorizaba (Lc 7,41 ss), encontraba el deseo
voluptuoso tan criminal como el adulterio (Mt 5,28). Quería un perdón
universal para las injurias (Mt 5,23 ss). El motivo con el que apoyaba
aquellas máximas era siempre el mismo: "...Para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial que hace salir el sol sobre los buenos y sobre los malos. Si
sólo amáis -añadía- a quienes os aman, ¿cuál es vuestro mérito? Los
publicanos lo hacen. ¿Qué valor tiene que saludéis sólo a vuestros
hermanos? Los paganos lo hacen. Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto" (Mt 5,45 ss).
78

Un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas, que reposase
enteramente sobre los sentimientos del corazón, sobre la imitación de Dios,
sobre la relación inmediata de la conciencia con el Padre celestial, era la
continuación de aquellos principios. Nunca retrocedió Jesús ante esta audaz
consecuencia que hacía de él, en el seno del judaísmo, un revolucionario de
primer orden. ¿Por qué tenía que haber intermediarios entre el hombre y su
padre? Si Dios sólo miraba el corazón, ¿qué objeto tenían aquellas
purificaciones, aquellas prácticas que sólo se preocupaban del cuerpo?53
Jesús no afectaba ninguna señal externa de ascetismo y se contentaba
con rezar, o mejor dicho, con meditar sobre las montrañas y en los lugares
solitarios, donde el hombre siempre ha buscado a Dios54. La oración
fundamental era el padrenuestro55. Con ella Jesús no hace sino extraer las
consecuencias de su idea fundamental de Dios.
Gracias a Jesús, una idea absolutamente nueva, la idea de un culto
basado en la pureza del corazón y en la fraternidad humana, entraba en el
mundo. Pero esta idea tan elevada fue traicionada por la Iglesia cristiana.

6. Progreso moral
Kant afirmaba abiertamente que el progreso moral forma parte
integrante del desarrollo cultural del hombre. La transformación moral,
operada en los individuos por una ilustración creciente, ha de ir
permitiendo al hombre arrancar las riendas de la Historia de las manos de
la naturaleza para tomarlas responsablemente en las suyas propias y
construir así él, consciente y libremente, una sociedad estructurada
políticamente según los principìos morales de la justicia y de respeto a la
libertad de todo hombre. Esa transformación irá además, para Kant,
indisolublemente unida a una profunda transformación de la conciencia
religiosa: la ilustración supondrá una verdadera crítica de la religión, cuya
incidencia política quedará así subrayada.
El cambio más importante que acompañó la difusión del cristianismo
ocurrió en su forma de promover la moralidad. Al mudarse la Iglesia a
Estado, de sociedad privada que era la moralidad se transformó también y
se convirtió de asunto privado en menester del Estado, y lo que según su
naturaleza pertenece y pertenecería al libre albedrío se transformó en un
deber y, en parte, en un derecho, externo de la Iglesia. La Iglesia ha erigido
los principios de la moralidad y ha indicado al mismo tiempo los medios
para la asimilación de los mismos; ha creado también, en particular, una
amplísima ciencia, llamada casuística, sobre la aplicación de tales
principios a los casos particulares. En todas estas reglas (algunos hechos
históricos, ascetismo, etc.) de la moral y de la prudencia se ha procedido de
un manera a priori; es decir, que se ha tomado la letra muerta como
fundamento y sobre él se ha construido un sistema que prescribe cómo el
79

hombre tiene que actuar y sentir y cuáles son los efectos que tal o cual
"verdad" debe producir. En todo esto se ha concedido un poder legislativo
a la memoria sobre todas las facultades -aun sobre las más nobles- del
alma.
A la idea judía de Dios como señor y soberano, Jesús opone una
relación entre Dios y los hombres que se asemeja a la relación entre el
padre y los hijos. Lo religioso, pues, es el pléroma del amor.
Este espíritu exquisito de Jesús, que se eleva por encima de la moral
corriente, se muestra como directamente opuesto a las leyes en el Sermón
de la Montaña. Éste es un intento, llevado a cabo por medio del ejemplo de
varias leyes, de quitar a las leyes lo legal, la forma de leyes. El Sermón no
predica el respeto ante la Ley, sino que muestra aquello que la cumple,
pero que la cancela en cuanto ley, y que es superior a la obediencia frente a
ella y la hace superflua. Todo mandamiento sólo es capaz de expresar un
deber, puesto que es universal; pero su insuficiencia se descubre de
inmediato al no expresar un ser. Jesús opone a un mandamiento del tipo
"no matarás" una virtud: la disposición del amor hacia los hombres. Esto
no sólo hace superfluo aquel mandamiento en cuanto a su contenido, sino
que suprime también el mandamiento en cuanto a su forma.
Jesús opuso el hombre a la positividad de los judíos; a las leyes y a sus
deberes opuso las virtudes y en éstas se cancela la inmoralidad del hombre
positivo, comentaba el joven Hegel. Y más: tenía que aparecer, por fin,
alguien que atacara de frente al judaísmo mismo. Pero como este hombre
no halló nada en los judíos que le hubiera ayudado a combatirlo y en lo que
se hubiera podido ayudar a vencerlo tuvo que sucumbir después de no
haber fundado otra cosa que una secta más.
Jesús opuso el sujeto a la ley. ¿Opuso la moralidad a la ley? La
moralidad es, según Kant, la subyugación del individuo bajo lo universal,
la victoria de lo universal sobre la individualidad opuesta a él. Aunque más
bien es la elevación de lo individual a lo universal, unificación, cancelación
de las dos partes opuestas por la unificación. La moralidad es la superación
de una división en la vida. Jesús opone al mandamiento la disposición
sensible, la inclinación a actuar moralmente. Pero esta moralidad sólo
supera la dominación sobre el yo a cambio del desgarramiento en uno
mismo.
Jesús sufrió la pesadumbre de ver fracasar completamente su plan de
introducir la moralidad en la religiosidad de su pueblo y experimentó que
hasta sus esfuerzos para infundir esperanzas más altas y una fe mejor, por
lo menos en algunos hombres, habían tenido un resultado muy ambiguo e
incompleto. Cf. Mt, 20,20: "Di que estos dos hijos míos se sienten uno a tu
derecha y otro a tu izquierda en tu reino".
80

Jesús era el maestro de una religión puramente moral no positiva,


insistió Hegel. El propósito del Maestro de Nazaret era despertar de nuevo
el sentido moral, influir en la actitud ética. Por esto, en parábolas y en otras
formas, presentó ejemplos de acciones justicieras, sobre todo en contraste
con lo que hacía el levita, que sólo obedecía a la Ley, dejando que los
sentimientos de los oyentes juzgaran acerca de la suficiencia de esta última
actuación. En especial les mostró el contraste entre las exigencias de la
moral y las exigencias de las leyes civiles (y las exigencias de los
mandamientos religiosos, convertidos ya en leyes civiles). Lo hizo, sobre
todo, en el Sermón de la Montaña, donde habló de la disposición moral
como el complementum de las leyes. Trató de mostrar lo poco que tiene
que ver la observancia de aquellos mandamientos con la esencia de la
virtud y el espíritu, en el cual se actúa por respeto ante el deber, y luego
porque también es un mandamiento divino: es decir, que lo que trató de
inculcarles fue religión ( de re-ligare) en el verdadero sentido de la
palabra, pues a pesar de toda su religiosidad, sólo podían ser ciudadanos
del Estado judío; pocos eran ciudadanos del Reino de Dios.

7. El fracaso de Jesús
Es evidente que semejante sociedad religiosa, basada únicamente en la
espera del Reino de Dios, debía ser en sí misma muy incompleta. La
primera generación cristiana vivió completamente de esperanzas y de
sueños. En vísperas del fin del mundo, se consideraba inútil todo cuanto
servía tan sólo para la continuación del mundo. El apego a la propiedad se
consideraba como una imperfección56. Todo cuanto ata al hombre a la
tierra, todo cuanto le aparta del cielo, debía desaparecer. Aunque varios
discípulos estuviesen casados, desde el momento en que se entraba en la
secta no se contraían, al parecer, más matrimonios57. El celibato gozaba de
gran predilección (doctrina constante de Pablo). En una ocasión, el
Maestro parece aprobar a los que se mutilan en vistas del Reino de Dios58.
El cese de la procreación fue considerado frecuentemente como señal y
condición del Reino de Dios59. Jesús no hizo ninguna concesión a la
necesidad. Predicó audazmente la guerra a la naturaleza, la total ruptura
con la sangre. "En verdad os digo -decía- que cualquiera que abandone su
casa, su mujer, sus hermanos, sus parientes, sus hijos por el Reino de Dios,
sembrará el céntuplo en este mundo y, en el mundo por venir, la vida
eterna" (Lc 18,29-30).
La instrucción que, se supone, Jesús ha dado a sus discípulos respira la
misma exaltación. Él, tan complaciente para los de fuera; él, que se
contenta a veces con semiadhesiones (Mc 9,38), es para los suyos de un
rigor extremado. No quería términos medios. Se diría que formaba una
Orden con las reglas más austeras.
81

En estos accesos de rigor llegaba hasta suprimir la carne. Sus exigencias


ya no tenían límite. Despreciaba los sanos límites de la naturaleza del
hombre: quería que no se existiese más que para él, que sólo se lo amase a
él. "Si alguno -decía- viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su
mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e incluso a su propia
vida, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,26 y 33).
Al estar colocada la perfección fuera de las habituales condiciones de la
sociedad, al no poder llevarse una auténtica vida evangélica más que fuera
del mundo, quedaba planteado el principio del ascetismo y del estado
monacal. Es por ello que las sociedades cristianas tendrán dos reglas
morales: una medianamente heroica para la mayoría de los hombres; otra,
exaltada hasta el exceso, para el hombre perfecto; y el hombre perfecto
será el monje, sometido a reglas que tienen la pretensión de realizar el ideal
evangélico. ( Que, por otro lado, se lleva por delante todas las reglas; así
es de contradictoria la doctrina de Jesús). Es cierto que este ideal, aunque
no fuese más que por la obligación del celibato y de la pobreza, no podía
ser de derecho común. De este modo, el monje es, en ciertos aspectos, el
único cristiano auténtico.
Si bien es cierto que los textos evangélicos nos dejan en la
incertidumbre acerca de lo que Jesús pensaba de su misión, del carácter de
su persona y del alcance de su papel, en cambio, vemos bien que no tuvo
éxito, que sus compañeros palestinos no creyeron en la misión que se
arrogaba y no se conformaron a las sugestiones morales que les ofrecía.
Durante el breve tiempo que vivió entre ellos, lo miraron pasar con
curiosidad o indiferencia, pero sin seguirlo. Quizá -y cuando mucho-
sedujo a algunos centenares de galileos ingenuos, porque cuando nuestros
evangelios nos muestran las multitudes apretándose a su paso y encantados
con su palabra, no nos hacen olvidar que en otros pasajes, con mayor
veracidad, nos hablan de la dureza de corazón de los judíos. En verdad, el
mismo Jesús parece haber desesperado de ablandarlos. Las razones de su
fracaso se ven claramente. No le hablaba al pueblo con el lenguaje que éste
esperaba: predicaba el examen de conciencia, amar al prójimo, la humildad
de corazón, la confianza filial en Dios a gente que esperaba el llamado a las
armas y el anuncio del último combate antes de la victoria eterna. Hablaba
mucho de justicia, de paz, de aspiración al padre y también de resignación,
de paciencia; mas no de rebelión, ni del triunfo del pueblo elegido sobre las
naciones. Y todo esto, que constituye para nosotros su originalidad y su
encanto, no podía agradar a los ardientes mesianistas de Palestina
82

NOTAS AL CAPÍTULO 1
1
Nazaret: Mt, 13,54 ss; Mc, 6, 1 ss; Jn, 1,45,46. Nazarenos: Mt, 26,71; Mc, 1,24;
14,67; Lc, 18,37; 24,19; Jn, 19,19; Act, 2,22; 3,6; 10,38...
2
Historia de un alma, pág. 173-175
3
Mischna, Sanhedrín, XI, 1 y otros.
4
Cf.: Mt 14,15; Mc 13,14.
5
Cf. R. Jauregui Olazábal, Ensayo sobre el cristianismo.
6
Mc 6,3; Mt 13,55.
7
Jn, 21,2; Mt, 10,4; Mc, 3,18;. Mc, 6,3.
8
Mt, 13,57; Mc, 6,4; Jn, 7,3 ss.
9
Mt, 12,48; Mc, 3,33; Lc, 8,21; Jn, 2,4...
10
Cf. Mt, 6,1-6.
11
Mc, 3,21; 3,31-35; Mt, 12,46-50; Lc, 8,19-21; Jn, 2,12; 7, 2-10).
12
Mt, 1,25; 12,46 ss; 13,55 ss; Mc, 3,31 ss; 6,3; Lc, 2,7; 8, 19 ss; Jn, 2,12; 7:
3,5,10; Act, 1,14.
13
Se trata de alguna inexactitud originada por la costumbre de dar casi
indistintamente a los galileos el nombre de María.
14
Mt, 13,56; Mc, 6,3.
15
Mt, 5,1; 14,23; Lc, 6,12.
16
Mt, 17,1 ss; Mc, 9, 1 ss; Lc, 9,28 ss.
17
Mc, 6,15; Mt, 13,58; Lc, 14,23.
18
Mt, 13,57; Mc, 6,4; Jn, 7,3 ss).
19
Mt, 1354 ss; Mc, 6, 1 ss; Lc, 4,16 ss y 23-24; Jn, 4,44.
20
Ambrogio Donini, Historia de las religiones, Editorial Futuro, Buenos Aires,
1961.
21
MT, 4,23; 9,35; Mc, 1, 21 y 39; 6,2; Lc, 4:15,16,31 y 44; 13,10; Jn, 18,20.
22
Mt, 7,28; 13,54; Mc, 1,22; 6,1; Lc, 4, 22 y32.
23
Mt, 9, 1; Mc, 2, 1-2.
24
Mt, 8, 14; Mc, 1, 30; Lc, 4, 38...
25
Mt, 8, 14; 17, 24; Mc, 1, 29-31; Lc, 4, 38.
26
Mt, 4, 18; Mc, 1, 16; Lc, 5, 3; Jn, 21, 3.
27
Mt, 4, 19; Mc, 1, 17; Lc, 5, 10.
28
Mc, 1, 20; Lc, 5, 10; 8, 3; Jn, 19, 27.
29
Mt, 27, 56; Mc, 15, 40; 16, 1.
30
Mt, 27, 55-56; Mc, 15, 40-41; Lc, 8, 2-3; 23, 49..
31
Mt, 17, 56; Mc, 15, 10; Jn, 19, 25.
32
MT,7, 1; 16, 37; Mc, 5, 37; 9, 1; 13, 3; 14, 33; Lc, 9, 8.
33
Mt, 18,4; 20, 25-26; 23,8-12; Mc, 9,34; 10,42-46.
34
Mt, 10, 1; Mc, 3, 13; Lc, 4, 13; Jn, 6, 70; 13, 18; 15, 16; Act, 1, 15; Y Cor, 15, 5;
Gal, 1, 10;
Apoc, 21, 12.
35
Mt, 26,73; Mc, 14,70; Act, 2,7.
36
Mt, 26, 17-29; Mc, 14,12-25; Lc, 22,7 ss; Jn, 13, 1-30.
37
Mc, 14,22-25; Mt, 26,26-29; Lc, 22,19-20.
38
Cf. Mt, 6,5-8.
83

39
Niños: Mc 9,36-37;10,13-16; Mt 19,13-15; Lc 18,15-17. Revelación del Padre a
los pequeñuelos: Mt 11,25-30; Lc 10.21-24.
40
Ver El loco.
41
Psicología de las masas y análisis del yo, p. 2.608.
42
Dan, II,44; VII: 13, 14, 22, 27.
43
Mt, 13,54 ss; Mc, 6,2 ss; Jn, 6,42.
44
Mt, 7,12; Lc, 6,31.
45
Cf. Talmud de Bab., Schabbath, 31 a.
46
Mt, 5,39 ss; Lc, 6,29.
47
Mt, 5,29-30; 18,9; Mc, 9,46.
48
Mt 5,44; Lc, 6,27.
49
Mt 7,1; Lc, 6,37.
50
Lc 6,36 y 37.
51
Mt 23,12; Lc, 14,11; 18,14.
52
Parábola referida en Hechos, 20,35).
53
Mt 15,2 ss; M, 7,6 ss.
54
Mt 14,23; Lc, 4,42; 5,16; 6,12
55
Mt 6,9 ss; Lc, 9,2 ss.
56
Mt 19,21; Lc, 14,33; Act, 4,32; 5,1-11.
57
Mt 19,10; Lc, 18,29.
58
Mt, 19,12; 18,8-9.
59
Mt, 22,30; Mc, 12,25; Lc, 20,35
Capítulo 2
EL PROFETA DE NAZARET

1. Profetismo

"Israel empieza a ser Israel con los profetas... Israel ocupa un lugar
aparte en la historia del mundo, gracias a los profetas". Esto lo escribió E.
Renán. Para este escritor la institución del profetismo israelita fue una
especie de periodismo que hablaba en nombre de Dios. En efecto, ya desde
el siglo VIII, el profeta se convirtió en un periodista al aire libre que
declaraba personalmente sus artículos, traduciéndolos a veces en actos
significativos. Lo principal era llamar la atención del pueblo, reunir a las
masas. Para ello, constantemente utilizaba el profeta alguno de los ardides
que cree haber inventado la publicidad moderna. Se colocaba en un sitio
por donde pasaba mucha gente, sobre todo a la puerta de la ciudad. Allí,
para conseguir un grupo de oyentes, empleaba los medios de reclamo más
descarados, los actos de locura fingida, los carteles ambulantes que él
mismo llevaba. Formado el grupo, recalcaba las frases, las hacía vibrar,
obtenía efectos, ya con tono familiar, ya con amargas chanzas. La bufonada
asociada caprichosamente a un exterior tosco era puesta al servicio de la
piedad. Pero así nació el predicador popular.
El profetismo salvó y perdió sucesivamente a las dinastías. Los
profetas son al mismo tiempo modelo de patriotas y los peores enemigos de
la patria. Muchas veces le impidieron poseer un orden civil, alianzas
exteriores y ejército. Dirigieron contra el gobierno una oposición a la cual
no podía resistir ningún Estado. Pero, a pesar de todo, como último
resultado crearon la importancia histórica de Israel. El profetismo fue un
inconveniente para la vida política del pueblo que le confió sus destinos,
pero fundó varias religiones que perviven en el mundo. ¿Quién podría ser
severo con él?
Tuvo la profecía un significado religioso sin precedentes en el
judaísmo y en el cristianismo. Para el judaísmo, el profeta es un individuo
elegido por Dios, a menudo en contra de su voluntad, con el fin de revelar
las intenciones y los planes divinos a la humanidad. Como portador de la
revelación, el profeta siente la omnipresencia de Dios y recibe la fuerza
86

suficiente para comunicar a otros su palabra, incluso aunque ello pueda


acarrearle la persecución, el sufrimiento y la muerte.
El cristianismo heredó la noción profética del judaísmo y sus
seguidores interpretaron las obras hebreas a la luz de las enseñanzas de
Cristo, quien es considerado el profeta anunciado en el Deuteronomio. Se
reconocía la capacidad profética como un don en la época apostólica, pero,
de forma gradual, fue desapareciendo al mismo tiempo que, hacia el final
del siglo I d.C., empezó a desarrollarse la estructura jerárquica de la
Iglesia, la cual se encargó de reprimir la inspiración individual. Los
visionarios cristianos de todos los tiempos han sido con frecuencia
llamados profetas, pero no alcanzaron nunca la posición ni la influencia de
los profetas hebreos.
El islam acepta en principio la tradición profética del judaísmo y
considera a Mahoma como el último profeta, el sello o la culminación de
una línea que se extiende desde Adán hasta Cristo. A pesar de su fe, los
seguidores del movimiento islámico místico llamado sufismo han asumido,
a veces, un papel profético.
Los orígenes del cristianismo se remontan a los grandes profetas,
que introdujeron la moral en la religión, unos ochocientos cincuenta años a.
C. A su vez, el profetismo del siglo IX tiene sus raíces en el antiguo ideal
de la vida patriarcal, ideal creado en parte por la imaginación, pero que
había sido una realidad en un supuesto pasado lejano de la tribu israelita. El
destino de Israel empezó a escribirse durante la edad patriarcal. Sin ésta no
se explica la historia de Israel.
Para E. Renán, los profetas judíos, según su idea de que las
revoluciones de los imperios no tienen más objeto que el cumplimiento de
las voluntades de Yahvé respecto a Israel, son los fundadores de la
Filosofía de la Historia, es decir, del intento de sujetar todos los
acontecimientos a una finalidad providencial. No es una de las menores
singularidades del pueblo judío haber impuesto las quimeras de su
patriotismo al mundo entero. En vez de narrar, Israel predice, es decir,
sistematiza. Por eso no tiene historiadores, sino profetas. En resumen, no es
la Torá la fundadora de las tres religiones más universales, sino el
idealismo de los profetas, la afirmación de un porvenir de justicia para la
humanidad, la idea de un culto sin sacrificio, limitado a los himnos y a los
sentimientos interiores. Esta es la doctrina que, producida por los profetas
y realzada por los esenios, los terapeutas y los cristianos, ha producido la
revolución religiosa más extraordinaria. Claro que jamás se sabe lo que se
funda. Jesús creyó fundar la religión del espíritu y la suya ha resultado tan
supersticiosa como otra cualquiera. También los profetas de la gran época
habrían protestado si hubieran visto que sus ideas puritanas y austeras
acababan en un ritualismo grotesco, en cuestiones de sacrificios e
impurezas legales
87

1.1. Profecía

¿Qué es una profecía? Posiblemente nadie como B. Spinoza en el


cap. I del Tratado teológico-político ha aclarado el término. Escribió el
filósofo:
"Profecía o revelación es el conocimiento cierto de una cosa revelada a
los hombres por Dios. Profeta es quien interpreta las cosas reveladas a
todos aquellos aquellos que, no pudiendo tener un conocimiento cierto de
ellas, sólo puedan conocerlas por la fe. Entre los hebreos, efectivamente el
profeta se llamaba nabi, es decir, orador intérprete; en la Escritura designa
exclusivamente al intérprete de Dios, según puede verse en el Éxodo (7, 1),
donde Dios dice a Moisés: "Y he aquí que te constituyo Dios de Faraón", y
Aarón tu hermano será tu profeta". Como si dijera: Puesto que Aarón al
interpretar a Faraón las palabras que pronuncies hará el papel de profeta, tú
serás en cierto modo el Dios de Faraón, el que respecto a él haga el papel
de Dios"1.
"Así, pues, puesto que se llaman obras de Dios a las obras
extraordinarias de la naturaleza, y árboles de Dios a los que alcanzan
prodigiosa elevación, no es de admirar que el Génesis llame hijos de Dios a
hombres de gran fuerza y colosal estatura, aunque impíos, ladrones y
libertinos. Es costumbre antigua de judíos y de paganos la de referir a Dios
todo lo que a un objeto cualquiera le da carácter de excelencia y
superioridad. Así leemos que Faraón, apenas oyó la interpretación del
sueño, dijo a José que en él vivía el espiritu de Dios. Otro tanto dijo
Nabucodonosor a Daniel. Nada más frecuente entre los latinos que el decir
de una obra artística: "Esto está hecha por mano divina", lo que también
pudiera traducirse en hebreo (como saben perfectamente los hebraizantes):
"Esto está hecho por las manos de Dios"2.
Aclaró el filósofo holandés: "Toda nación tuvo sus profetas y... el
don de profetizar no es exclusivo de la nación judía. En este punto
convienen los historiadores sagrados y profanos, pues aunque en el
Antiguo Testamento nada dice de los profetas de otras naciones, esto poco
importa, pues los hebreos se propusieron únicamente escribir su historia.
Basta para nuestro objeto saber que hombres incircuncisos como Noé,
Henoch, Abimelec, Balaam y otros han profetizado, y que algunos profetas
hebreos fueron enviados por Dios a otras naciones, como Ezequiel y
Abdías a los idumeos, y Jonás a los ninivitas"3
El cap. XI de la obra que comentamos está dedicado a investigar De
si los Apóstoles escribieron sus cartas a título de profetas o a título de
doctores. De cuál ha sido la función propia de los Apóstoles.
88

"Nadie que haya leído el Nuevo Testamento -señala el filósofo-


puede dudar de que los Apóstoles fueran profetas. Pero como los profetas
no siempre hablaban en virtud de una revelación, sino que esto sucedía
muy raramente, como lo hemos demostrado al final del cap. I, podemos
preguntarnos si los Apóstoles escribieron sus cartas a título de profetas, en
virtud de una revelación y mandato expreso como Moisés, Jeremías y los
demás, o a título de doctores y simples particulares. Esta duda es tanto más
fundada cuanto en I Cor 14, 6, Pablo señala dos clases de predicación, una
fundada sobre la revelación y otra sobre la ciencia... Por lo demás, si nos
fijamos en el modo con que los Apóstoles nos transmiten en sus epístolas
la doctrina evangélica, veremos que es muy diferente del que emplearon
los profetas para transmitirnos sus profecías. Porque los Apóstoles razonan
tanto y de tal suerte, que más que profetizar parecen discutir. Las profecías
no contienen sino puros dogmas y decretos, porque Dios se representa
como tomando él mismo la palabra, no para razonar, sino para imponer
mandatos, según el poder absoluto que corresponde a su naturaleza. La
autoridad del profeta no debe, en efecto, sufrir la discusión, porque el que
quiere confirmar sus dogmas a la razón, los somete por este hecho al libre
juicio de todos. Así parece entenderlo Pablo que tiene la costumbre de
raciocinar, cuando en I Cor 10, 15, se expresa en estos términos: "Os hablo
como a personas sabias y prudentes; juzgad vosotros mismos de la verdad
de lo que os digo". Debe tenerse presente que los profetas percibían las
cosas reveladas sin el auxilio de la luz natural, es decir, sin el
razonamiento, como hemos demostrado en el cap. 1. Por esto, fundándome
tanto en este modo de hablar y en las discusiones de los Apóstoles, como
en el hecho notable de no atestiguar la Escritura su misión divina cuando
iban a predicar a a alguna parte como hacían con los antiguos profetas,
debo concluir que predicaban como doctores y no como profetas"4.

1.2. Profetas

Cuando se habla de profetas, ¿de quiénes estamos hablando? Antes


de contestar la pregunta, es preciso decir que, en la historia de Israel, en su
evolución religiosa y en la formación del concepto de Dios bíblico que ha
llegado hasta el judeocristianismo actual, no sólo tuvieron protagonismo y
responsabilidad directa algunos sacerdotes muy influyentes. Un colectivo,
muy especial como los nabi o profetas, resultó también decisivo a la hora
de confeccionar todo ese complicado entramado de textos llamados
revelados, ya que, entre otros méritos, a ellos se debe, en buena parte la
supervivencia del monoteísmo hebreo en territorio donde los cultos
cananeos y el sincretismo religioso, infiltrado desde los poderosos países
vecinos, gozó de un fortísimo arraigo popular. También lo hizo Jesús: le da
un nuevo color al rostro de Dios.
89

¿Cuál sería la personalidad y el carácter de un profeta? Es más que


razonable pensar que el perfil psicológico para el menester de profeta se
ha mantenido constante a lo largo de la historia. Cuando se conocen y
estudian a decenas de videntes, chamanes y profetas actuales -algunos de
ellos muy sorprendentes, pero todos sin excepción con evidentes
desórdenes de personalidad- , no podemos menos que mostrarnos muy
precavidos a la hora de enjuiciar la obra de los profetas bíblicos en cuanto a
lo que vale. No puede dejar de tenerse un cierto respeto, sin embargo, a lo
que significó para su época y, especialmente, para el mundo que heredó y
magnificó sus profecías. El lenguaje de los profetas bíblicos es similar al
que emplean los videntes urbanos actuales para sacarle dinero a su crédula
clientela.
De lo expuesto resulta que los profetas no tuvieron un espíritu superior
al de los demás hombres, sino una mayor fuerza de imaginación. Tal es el
carácter fundamental que destaca en ellos B. Spinoza. Para ello se basa en
la propia Sagrada Escritura. Recuerda el filósofo que es cierto que Salomón
aventajó a todos los demás en su sabiduría, pero no tuvo el don de la
profecía. Hernan Derda y Kalchol eran hombres de profunda erudición y,
sin embargo, no eran profetas, mientras que hombres incultos y groseros, y
aun mujeres como Agar, la esclava de Abraham, gozaron del don de
profecía. ¿Qué significa esto? Que los hombres de gran imaginación son
los menos adecuados para las funciones del entendimiento puro.
Recíprocamente, los que gozan de brillante inteligencia tienen un poder
imaginativo más templado, más dueño de sí mismo, y cuidan de sujetarla
para que no se mezcle en las operaciones intelectuales.
Añade el filósofo: "Como la imaginación pura y simple no lleva consigo
la certeza de las ideas claras y distintas, para tener seguridad de las cosas
que imaginamos es necesario que a la fantasía acompañe el raciocinio. Por
consiguiente, la profecía no lleva consigo la certeza, porque depende, como
hemos demostrado, de la imaginación exclusivamente; de donde resulta
que los profetas no estaban seguros de la revelación divina por la misma
revelación divina, sino por ciertos signos, como puede verse en el Génesis
(15, 8), donde Abraham, después de escuchar la promesa que Dios le hacía,
le pidió una señal de ella. Seguramente creía en Dios y tenía fe en su
promesa, pero quería estar seguro de que Dios efectivamente se la hacía"5.
¿De dónde sale entonces la certeza con la que los profetas adivinan?
Toda la certeza de los profetas se funda en tres cosas: 1) en la extremada
viveza con que se imaginan las cosas que revelan; 2) en que tienen un
signo para confirmar la inspiración divina; 3) y, más importante, en que su
alma es justa y sólo sienten indignación. Aunque la Escritura no siempre
menciona los signos, es de creer que los profetas tuvieron siempre alguno,
porque la Escritura, como se ha señalado varias veces, suele no mencionar
90

todas las circunstancias y condiciones de las cosas, pues las supone ya


suficientemente conocidas.
Otro tanto le pasaba a cada profeta con la revelación que hacía. Ésta
variaba según la disposición de su temperamento, su imaginación y sus
opiniones. Si el profeta era de alegre humor, no revelaba más que victorias,
paz y todo lo que conduce al hombre a la alegría, pues los temperamentos
de esta clase no suelen imaginar más que cosas de esta índole. Si el profeta
era triste, predecía guerras, suplicios y todo género de desgracias. De este
modo, según el profeta fuera de carácter dulce, irritable, severo,
compasivo, etc., así era más a propósito para tal o cual clase de revelación.
Por ejemplo, Miqueas nunca predijo nada bueno a Acab, aunque otros
profetas verdaderos lo hicieron6; por el contrario, le predijo males para toda
su vida. En conclusión, los profetas tenían, según su temperamento, mayor
o menor disposición para tal o cual clase de revelaciones. Si de la Sagrada
Escritura resulta alguna cosa indudable, es que Dios no concedía en igual
grado (y con el mismo signo) el don de la profecía a todos los profetas.
¿Cuál era el carácter y personalidad de Jesús? Al final de este capítulo
hablaremos de sus profecías y por ellas se podrá juzgar. En el capítulo que
hemos titulado "El loco" abundamos en rasgos de personalidad que se
pueden destacar de la lectura de los evangelios.
Acerquémonos a conocer a algunos de los más importantes profetas
bíblicos, pues en total hubo unos 400. Claro que el buen sentido laico
confundía a veces a estos entusiastas con los locos. Realmente la diferencia
era pequeña.
Los denominados "profetas escritores" aparecieron a partir del siglo
VIII a. C. y siempre pusieron especial cuidado en no ser confundidos con
los "profetas estáticos". Estos aprendían su oficio de un maestro, en
cofradías especializadas en técnicas oraculares y fueron señalados
despectivamente por los bíblicos como "hijos de profeta" (Am 7, 14-15).
Por orden cronológico, los principales profetas escritores fueron Amós,
Oseas, Isaías, Miqueas y Nahúm (en el período comprendido
aproximadamente entre los reinados de Ozías o Azarías y Ezequías, en el
siglo VIII a. C.); Jeremías, Baruc, Habacuc, Sofonías, Ezequiel y Daniel
(en el período comprendido entre el reinado de Josías y el fin del destierro
babilónico, en los siglos VII y VI a. C.), y Ageo, Zacarías y Malaquías (en
el período que va desde el fin del cautiverio hasta el siglo IV a. C).
A pesar de ser conocidos como "escritores", casi ninguno de estos
profetas escribió ni una sola palabra de los textos que se les atribuyen en la
Biblia, que son recopilaciones de sus supuestas prédicas y oráculos
elaborados mucho después -como en el caso de Jesús-, en algún caso hasta
dos siglos después de la muerte del profeta que los firma. Los textos
añadidos por los recopiladores posteriores son tan frecuentes e importantes
que el supuesto mensaje de los profetas ha quedado tergiversado hasta un
91

grado difícil de conocer en exactitud. Ésta es, también, la causa de los


muchos anacronismos que se dan en los libros proféticos, así, por ejemplo,
en el Libro de Isaías, tradicionalmente adscrito al profeta del mismo
nombre. Mientras es posible fechar la primera mitad del texto en tiempos
de Isaías, los capítulos 40 a 66 pertenecen claramente a uno o dos
redactores que vivieron un par de siglos después. Lo mismo puede decirse
de los evangelios de Marcos y de Juan. De Marcos se sostiene que el
capítulo 16 es un añadido. Otro tanto se dice del capítulo 21 de Juan, una
apéndice del evangelio.

1.3. Juan el Bautista y Jesús de Nazaret

Por aquella época apareció un hombre extraordinario que


indudablemente tuvo relaciones con Jesús y cuyo papel, por falta de
documentos, permanece en parte enigmático para nosotros. Alrededor del
año 28 de nuestra Era (15 del reinado de Tiberio) se extendió por toda
Palestina la fama de un tal Iohanan o Juan, joven asceta lleno de ímpetu y
de pasión. Juan era de la casta sacerdotal (Lc 1, 5) y había nacido, al
parecer, en Jutta, cerca de Hebrón, o en el mismo Hebrón (Lc 1, 39), la
ciudad patriarcal por excelencia, situada a dos pasos del desierto de Judea y
a pocas horas del desierto de Arabia
Desde su infancia Juan fue nazir, es decir, estuvo ligado por el voto
a ciertas abstinencias (Lc 1, 15). El desierto, del que, por así decirlo, estuvo
rodeado, lo llamó desde el primer momento (Lc 1, 80). Llevaba allí la vida
de un yogui de la India, vestido de pieles o de telas de pelo de camello, sin
otros alimentos que langostas y miel silvestre (Mat 3, 4; Mc 1, 6). Cierto
número de discípulos se reunía a su alrededor, compartiendo su vida y
meditando su severa palabra. Era el último descendiente de los grandes
profetas de Israel. Fuera de la atribución de los evangelios de que anunció
al Mesías, no sabemos nada de sus enseñanzas más concretas.
Puede admitirse que algunas de las prácticas exteriores de Juan, de los
esenios y de los preceptores espirituales judíos de aquella época procedían
de la reciente influencia del alto Oriente. La práctica fundamental que daba
su carácter a la secta de Juan y que le ha valido su nombre, ha tenido
siempre su centro en la baja Caldea y ha constituido allí una religión que se
ha perpetuado hasta nuestros días. Aquella práctica era el bautismo o la
inmersión total. Los mandeos o “cristianos de Juan” son una secta gnóstica
fundada en Iraq, en un área al sur de Bagdad y cercana a Irán. La secta
cuenta, hoy, con unos 6.000 seguidores. El nombre ‘mandeo’, en arameo
significa ‘gnóstico’. Los mandeos también reciben el nombre de sabianos,
esto es, bautistas.
92

En un principio se pensó que esta secta había surgido en algún lugar de


Mesopotamia o de Persia, antes del siglo IV d.C. Hoy en día se cree, más
bien, que llegó allí desde la región de Siria y Palestina, donde
probablemente se originó durante el siglo I o II d.C. o incluso durante el
periodo precristiano. Tanto en los ritos como en los textos mandeos se
pueden ver reflejadas influencias persas, judías y cristianas.
Las principales enseñanzas de los mandeos derivan de la antigua
doctrina esotérica del gnosticismo. Los mandeos creen que el alma
humana, cautiva del cuerpo y del universo material, se puede salvar sólo a
través del conocimiento revelado, de una vida éticamente estricta y de la
observancia de ciertos ritos. También creen en la mediación de un redentor
que vivió en la tierra, donde triunfó sobre los demonios, quienes lo
dominaban y trataban de mantener el alma cautiva. Por eso, sólo él puede
ayudar en el ascenso del alma a través de los mundos y esferas celestes,
hasta que al final logre reunirse con el Dios supremo. En un principio, la
idea de los mandeos de aguardar la venida de un redentor, debió estar
inspirada en la imagen cristiana de Jesucristo, y lo mismo que en otras
sectas gnósticas, debió de comenzar como una rama herética del
cristianismo. Sin embargo, desde el periodo bizantino, los mandeos han
mantenido una actitud de hostilidad hacia el cristianismo, considerando
incluso a Jesús un falso Mesías. En cambio veneran a Juan Bautista,
poniendo un especial énfasis en la importancia de repetir frecuentemente el
bautismo, pues, para ellos, representa un rito de purificación. A diferencia
de otras antiguas sectas gnósticas, los mandeos siempre han considerado el
matrimonio y la procreación como una importante obligación moral. Los
monjes mandeos reciben el nombre de nasoreos (observadores de los ritos)
y forman una casta separada de los laicos.
Las abluciones eran ya familiares a los judíos como a todas las
religiones de Oriente (Mc 7, 4). Los esenios les habían dado una extensión
especial. El bautismo había llegado a ser la habitual ceremonia de
introducción de prosélitos en el seno de la religión judía, una especie de
iniciación. Sin embargo, antes de nuestro Bautista nunca se había dado a la
inmersión aquella importancia y aquella forma. A orillas del Jordán,
considerables multitudes acudían a él y se hacían bautizar. De este modo,
en pocos meses llegó a ser uno de los hombres más influyentes de Judea y
todo el mundo debía contar con él.
El pueblo lo tenía por un profeta7 y algunos imaginaron que era Elías
resucitado. (No deja de ser curioso que se pensase tal cosa cuando se sabía
que Elías no había muerto). Otros tenían a Juan por el propio Mesías,
aunque él no alimentase tal pretensión8. Los sacerdotes y los escribas,
opuestos a aquel renacimiento del profetismo y siempre enemigos de los
entusiastas, lo despreciaban. Pero la popularidad del Bautista se imponía a
ellos y no se atrevían a hablar contra él9.
93

Por lo demás, el bautismo no era para Juan más que un signo


destinado a causar impresión y a preparar los espíritus para algún gran
movimiento. Es indudable que el Bautista se encontraba poseído en el más
alto grado por la esperanza en el Mesías. “Haced penitencia –decía- porque
se aproxima el reino de Dios”. Anunciaba una “gran cólera”, es decir,
terribles catástrofes que habían de ocurrir (Mt 2, 7) y declaraba que el
hacha amenazaba ya la raíz del árbol y que pronto el árbol sería arrojado al
fuego. Representaba con una criba en la mano, recogiendo el buen grano y
quemado la paja, predicaba fervorosamente contra los mismos adversarios
que Jesús atacaría más tarde: los sacerdotes ricos, los fariseos, los doctores,
contra el judaísmo oficial, en una palabra. Al igual que Jesús, era acogido
sobre todo por las clases menospreciadas10. El tono general de sus
sermones era severo y duro. Las expresiones de las que se servía contra sus
adversarios parecen haber sido muy violentas11. El pobre aparece como
aquel que primero debe beneficiarse del reino de Dios, una idea que será
central en la predicación de Jesús.
Jesús abandonó Galilea y se trasladó con un reducido número de
seguidores junto a Juan. Los recién llegados se hicieron bautizar, como
todo el mundo. Juan acogió a aquel enjambre de discípulos galileos y no
encontró mal que permaneciesen apartados. A Juan suele representársele
como un hombre de edad madura; por el contrario, era de la misma edad
que Jesús como lo relata Lucas 1, aunque todos los detalles del relato,
especialmente en lo que se refiere al parentesco de Juan con Jesús, sean
legendarios. Tal vez la leyenda quiso hacerlos ver como de familia de los
profetas de Israel. En el orden espiritual, Juan fue el hermano y no el padre
de Jesús. Jóvenes entusiastas los dos, llenos de las mismas esperanzas y los
mismos odios, posiblemente hicieron causa común y se apoyaron
recíprocamente. Pronto aquellas buenas relaciones se convertirían en el
punto de partida de todo un sistema desarrollado por los evangelistas y
cuyo objeto era establecer como primera base de la misión divina de Jesús
el testimonio de Juan. Era tal el grado de autoridad ganado por el Bautista
que no se pensaba encontrar mejor fiador en todo el mundo. Pero lejos de
que el Bautista haya abdicado ante Jesús, éste, durante todo el tiempo que
pasó con aquél, lo reconoció como superior y sólo desarrolló tímidamente
su propio genio.
Parece, en efecto, que a pesar de su profunda originalidad, Jesús fue
imitador de Juan, al menos durante algunas semanas. Según una
tradición12, Jesús formó el grupo de sus más célebres discípulos en la
escuela de Juan. La superioridad de Juan era demasiado grande para que
Jesús, todavía poco conocido, soñase en combatirla. Quería tan sólo crecer
a su sombra y se creía obligado a emplear, para ganar a la multitud, los
medios exteriores que habían valido a Juan tan asombrosos éxitos. Cuando
94

volvió a predicar después de la detención de Juan, las primeras palabras


que puso en su boca no son sino la repetición de una de las frases
familiares del Bautista (Mt 3, 7; 4, 17): “Arrepentíos, porque se acerca el
reino de Dios”. Otras diversas expresiones de Juan se pueden reconocer
textualmente en los discursos de Jesús13. Esas frases son ‘raza de víboras’...
contra fariseos y saduceos, y tal vez son puestas en labios de Jesús para que
diga él, también, lo que había dicho el Bautista. Las dos escuelas parecen
haber vivido en buena armonía durante mucho tiempo (Mt 21, 2-13).
Después de la muerte de Juan, Jesús, como compañero fiel, fue uno de los
primeros en ser puesto al corriente de aquel acontecimiento (Mt 14, 12).
Juan fue detenido en su carrera profética muy pronto. Como los
antiguos profetas judíos, criticaba muy duramente los poderes establecidos
(Lc 3, 19). La extraordinaria vivacidad con la que se expresaba a este
respecto no podía dejar de producirle dificultades. No parece haber sido
molestado por Pilatos en Judea; pero en Perea, más allá del Jordán, cayó en
territorio de Antipas.
Herodes Antipas (21 a.C.-c. 39 d.C.), hijo de Herodes el Grande, fue
tetrarca de Galilea y de Perea (4 a.C.-39 d.C.). Se divorció de su primera
mujer, la hija de Aretas IV (que reinó en 9 a.C.-40 d.C.), rey de los
nabateos, y se casó con Herodías, ex mujer de su hermanastro Herodes
Filipo. De este modo precipitó la guerra con Aretas en la que Herodes
Antipas fue derrotado. Su matrimonio fue criticado duramente por Juan el
Bautista, cuya ejecución ordenó Herodes Antipas, inducido por las
maquinaciones de Herodías a través de su hermana Salomé (Mc 6,14-29).
Posteriormente, a instancias de su esposa, Herodes Antipas fue a Roma y
solicitó que el emperador Calígula le concediera el título de rey. En lugar
de esto, en el 39 Calígula lo depuso y lo desterró a Lugdunum (Lyon), en la
Galia, y más tarde a Hispania, donde se cree que murió. Antipas es el
Herodes al que más se le menciona en el Nuevo Testamento. El procurador
de Judea Poncio Pilatos envió a Jesucristo ante su presencia, según Lucas
(Lc 23,7-15), cosa no muy creíble.
Tampoco es muy creíble todo el relato que se hace sobre la princesa
judía Salomé, hija de Herodías y de Herodes, uno de los hijos de Herodes
el Grande, aunque el tema ha motivado a pintores, músicos y escritores,
sobre todo. Escribió Miguel Otero Silva14:

Dijo Herodías:
-Esa historia no es verdadera, y tú lo sabes. Fuiste tú el seductor, y tú
lo sabes.
Herodes Antipas soliviantó a la mujer con nuevas invenciones
diciendo:
-La historia [del engaño con su hermano Herodes Boethos, que era
el esposo de Herodías] no es verdadera, pero él [Juan el Bautista] la
95

cuenta en todos lados. Desfoga sobre ti las mismas acusaciones


terribles que lanzó el profeta Ezequiel contra Oholá y Oholibá, las
naciones impuras. Dice que tu ambición y tu lujuria son serpientes
ponzoñosas que nos perderán a ambos. Dice que el aire de nuestro
palacio de Tiberíades es humo sofocante por culpa del hedor de tus
depravaciones. Dice que te escurres a medianoche por los callejones
del puerto para abrirle las piernas al primer marinero que topas. Dice
que te place fornicar con los egipcios de grandes miembros como
onagros, y con los sirios que te cabalgan cinco veces sin fatigarse.
Dice que no cobras el precio como las prostitutas sino sobornas con
regalos a tus amantes para que se tiendan agradecidos bajo tus
sábanas. Dice que te revuelcas desnuda en las alfombras de los
babilonios para oírlos rugir mientras te poseen y para recibir en tus
entrañas su esperma de sementales. Dice que para darles solaz a
todos ellos te maceras los senos con ungüentos perfumados, sometes
tus nalgas a los puñetazos de los masajistas, te pintas los ojos con
zumo de violetas, remojas las vergüenzas de tu cuerpo en espesos
cocimientos de mandrágora /.../
Preguntó Herodías:
-¿Qué más te dijo el profeta?
Herodes Antipas siguió mintiendo y azuzando el rencor de la mujer:
-Dice que te ocultas bajo las cortinas del aposento donde duerme el
eunuco Gazabá, y lo despiertas a medianoche para morderle las
mamas fláccidas, lamerle las piltrafas de sexo que le restan y
claverle las uñas en los ijares mantecosos. Dice que te haces llevar a
tu lecho niños idumeos para desgarrarles la virginidad con tus largos
dedos de bruja y niños sirios para circuncidarlos con tus dientes y
saborear como un néctar el bermellón que te mancha la boca. Dice
que te cuelas al amanecer en los establos niños (??) de los coraceros
romanos"

Herodías era nieta de Herodes el Grande y hermana de Herodes


Agripa I. La danza de Salomé durante el banquete de cumpleaños de su
padrastro Herodes Agripa, tetrarca de Galilea y Perea, agradó tanto al
tetrarca que le llevó a ofrecerle cualquier cosa que desease, incluida, si
fuese necesaria, la mitad de sus dominios. Por instigación de Herodías, que
deseaba la muerte de Juan el Bautista por haber éste censurado el
matrimonio con el hermanastro de su primer esposo, Salomé exigió la
cabeza de Juan, deseo que le fue concedido. Más tarde, Salomé contrajo
matrimonio con el medio hermano de su padre, el tetrarca Herodes Filipo,
gobernante de ciertos territorios de la actual Siria, y más tarde con
Aristóbulo, que gobernaba Armenia Menor. El relato sobre Salomé, que en
el evangelio de Mateo es llamada 'hija de Herodías', y la muerte de Juan el
Bautista los relatan Mateo y Marcos15.
96

Una vez hecho prisionero el Bautista, su escuela sufrió una


notable disminución y Jesús se encontró abandonado a su propia iniciativa.
La única cosa que en cierto modo debió a Juan fueron las lecciones de
predicación y de proselitismo popular. En efecto, a partir de aquel
momento predicó con una fuerza mayor y su autoridad se impuso a la
multitud (Mc 1, 14-15).
Hasta la detención de Juan, Jesús no abandonó los alrededores del
Mar Muerto y del Jordán. Se consideraba generalmente la permanencia en
el desierto de Judea como preparación de grandes cosas, como una especie
de retirada previa a los hechos públicos. Jesús se sometió al ejemplo de
sus precursores y pasó cuarenta días sin otra compañía que las bestias
salvajes, practicando un ayuno riguroso. Claro que debió de haber llevado
algunos discípulos, de otro modo ¿quién echaría el cuento?
Fue probablemente al salir del desierto cuando llegó a conocimiento
de Jesús la detención de Juan el Bautista. Regresó a Galilea16, su verdadera
patria, madurado por una importante experiencia, y después de haber
obtenido de sus relaciones con aquel hombre, tan diferente de él, la
conciencia de su propia originalidad. En definitiva, Jesús reanudaba la
tradición profética interrumpida en Israel desde el regreso del destierro y
que varios nebim antes de él, el Bautista entre otros, habían tratado de
recomenzar. Su iniciativa, por original que pueda parecer a primera vista,
no tenía en su forma nada de excepcional ni de inesperado.
Es claro que los apóstoles, tal como lo muestra Lucas, no tenían a
Jesús por persona divina, sino por profeta. Así, cuando Cleofás y otro
discípulo le relataban los sucesos de la Pasión de Jesús a un forastero (que
resultó ser el propio resucitado, aunque en un principio no lo
reconocieron), ellos le dicen: "Lo de Jesús Nazareno, varón profeta,
poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo le
entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que
fuese condenado a muerte y crucificado. Nosotros esperábamos que sería él
quien rescataría a Israel; mas, con todo, van ya tres días desde que esto ha
sucedido..." (Lc 24, 19-21).
En la famosa entrada triunfal de Jesús, relatada en los cuatro
evangelios, se lee: "Y cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se
conmovió y decía: ¿Quién es éste? Y la muchedumbre respondía: Éste es
Jesús el profeta, el de Nazaret de Galilea" (Mt 21, 10-11).
En fin, Pedro declara que Jesús fue profeta en un sermón con el que
convierte a unas 3.000 personas y las bautiza (Act 3, 30).

1.3.1. Bautismo

Hablemos del encuentro de los dos profetas y de lo que los unió: el


bautismo. Asistamos al encuentro relatado por Miguel Otero Silva.
97

Un escalofrío de indignación estremece los huesos de Juan, mas no


tiene ocasión de responder el desafío porque en ese preciso instante
se abre paso por entre las filas y se sitúa frente a él un carpintero de
nombre Jesús que ha venido caminando desde Nazaret. Es un
hombre de espaldas encorvadas, lo que le hace parecer de mediana
estatura, pero cuando eleva la mirada y la frente hacia los cielos,
como lo está haciendo ahora, su tamaño crece en forma imprevisible
y ninguno de cuantos le rodean le da por los hombros. Viste una
túnica de color blanco que no logró manchar el lodo salpicador de
los caminos ni tampoco las cenizas oscuras que arrastra el viento
[¡!]. Del cordón de la cintura le prende un trozo de madera que es
emblema testimonial de su oficio. Su cabellera negra y encrespada
se parte en dos bandas que le caen armoniosamente sobre la espalda.
Es asimismo negra su barba, y negros tal vez sus ojos pero éstos se
aclaran en casi ópalos cuando les habla a los niños, como se entintan
en casi basalto cuando oye discursear a los escribas. En rostro de
alargados rasgos y huesudos pómulos, las cejas se fusionan en una
intensa línea inalterable, y la nariz desciende en aristas severas como
talladas por el más perfecto marmolista griego. Así como el
caballerizo lleva consigo dondequiera que va un vaho de crines y
sauzales, así el carpintero de Nazaret esparce a su alrededor una
fragancia [¿después de tan larga caminata?] de listón de cedro, baya
de enebro, resina de bálsamo, leño de sándalo, o todo mezclado: Ni
tiene pecados que decir, mentiría si los dijera [¿Entonces para qué se
va a bautizar? ¿Se trata todo de una farsa?] Y cuando se despoja de
sus vestiduras para sumergirse en el río, surge de los pliegues de la
túnica un fornido torso varonil, aún más blanco que las telas que lo
cubrían...17

‘Bautismo’ viene de baptidso, del griego baptein, 'sumergir'. El verbo


arameo seba es el origen del nombre de los sabianos, de quienes ya
hablamos.
En las iglesias cristianas, el bautismo es rito universal de iniciación,
administrado con agua, normalmente en el nombre de la Trinidad (Padre,
Hijo y Espíritu Santo) o en el nombre de Cristo. Las iglesias ortodoxas y
baptistas administran el bautismo mediante la inmersión total. En otras
iglesias, verter (afusión) y rociar (aspersión) son los ritos más comunes. La
mayoría de las iglesias consideran el bautismo como un sacramento, o un
signo de gracia; algunas lo consideran simplemente como una orden o rito
mandado por Cristo.
La ley judía establecía la utilización del agua como limpieza ritual18.
Elisha ordenó al dirigente sirio Naaman que se sumergiera en el río Jordán
para ser limpiado de lepra (Re 2,5). Antes del siglo I d.C., se pedía a los
98

conversos al judaísmo que se bañaran (o bautizaran) ellos mismos como


signo de aceptación de la alianza (tebilath gerim). Algunos de los profetas
consideraron más tarde que los exiliados judíos que volvían a casa
cruzarían el río Jordán y serían rociados con su agua para ser limpiados de
sus pecados antes del establecimiento del reino de Dios (Ez 36,25). En esta
tradición, el contemporáneo de más edad que Jesús, Juan el Bautista, urgió
a los judíos a bautizarse en el Jordán para la remisión de sus pecados (Mc
1,4).
Jesús fue bautizado por Juan al principio de su ministerio público (Mc
1,9-11), sobre eso no hay dudas. No está claro, sin embargo, que el propio
Jesús bautizara, sino sus discípulos. Dice el cuarto evangelio: "Así, pues,
que supo el Señor que habían oído los fariseos cómo Jesús hacía más
discípulos y bautizaba más que Juan, aunque Jesús mismo no bautizaba,
sino sus discípulos, abandonó la Judea y partió de nuevo para Galilea" (Jn
4,1-3). Las insitución del bautismo la hace Jesús después de muerto (y
resucitado, según la fe), cuando ordenó a sus discípulos: "Me ha sido dado
todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo",
fórmula ésta de Mateo (28,19), que altera un tanto lo dicho por Marcos (16,
15-16): "Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará, mas el que no creyere
se condenará". Así, desde el principio, el bautismo se convirtió en el rito
cristiano de iniciación (Act 2,38).
Al igual que el bautismo de Juan, el bautismo cristiano se realiza para la
remisión de los pecados. Muy influido por la doctrina de san Pablo, vino a
ser entendido también como participación en la muerte y resurrección de
Cristo (Rom 6,3-11). Es también el camino sacramental por el que los
conversos reciben los diferentes dones del Espíritu Santo19. El bautismo era
con frecuencia llamado iluminación en la Iglesia primitiva. Vino a ser
considerado como la renuncia al mundo, al demonio y la carne, así como
un acto de unión a la comunidad de la Alianza.
El rito del bautismo se fue adornando gradualmente. Los primitivos
escritos cristianos, tales como el Didaké, describen un servicio muy
sencillo. Alrededor del siglo III, sin embargo, el bautismo se convirtió en
una liturgia elaborada. La Tradición Apostólica (c. 215), del teólogo san
Hipólito, describe, como parte del rito, un ayuno preparatorio y de vigilia,
una confesión de los pecados, la renuncia al demonio y un lavado con
agua, seguido de una imposición de manos o unción con aceite. En la
Iglesia occidental, la imposición de manos y la unción evolucionaron hacia
un sacramento diferente: la confirmación.
En las comunidades cristianas de hoy, sobre todo en la Iglesia católica,
el bautismo se recibe en la infancia. Probablemente también los niños eran
bautizados en la Iglesia primitiva, siguiendo la filosofía judía de que
99

incluso los niños más jóvenes pertenecen a la comunidad de la Alianza. La


Tradición Apostólica habla explícitamente de ello. Sin embargo, puesto
que los pecados eran considerados como imperdonables (o podían ser
perdonados sólo una vez), el bautismo era con frecuencia pospuesto todo lo
posible. Entre los siglos IV y VI, debido a que la actitud con respecto a los
pecados cometidos después del bautismo fue más tolerante (por el
desarrollo de la costumbre de la penitencia) y a que aumentó el miedo a
morir sin ser bautizados, el bautismo de los niños se convirtió en una
premisa obligatoria.
La mayoría de las iglesias protestantes adoptaron puntos de vista y
prácticas tradicionales con respecto al bautismo, aunque con frecuencia,
haciendo hincapié en su carácter de Alianza más que en su relación con el
pecado. Baptistas y anabaptistas, sin embargo, insisten en el bautismo en la
edad adulta, apoyándose en la doctrina de que sólo los adultos pueden ser
culpables de actos pecaminosos, de arrepentimiento, y la comprensión de la
doctrina de la salvación, punto de vista también adoptado por las iglesias
pentecostales y los grupos neopentecostales.
En resumen, el bautismo es, para el cristiano, un sacramento por haber
sido instituido por Cristo. Pero, como ha demostrado M. Eliade, no por
ello deja de recoger el material iniciático de la prueba (lucha contra el
monstruo), de la muerte y la resurrección simbólicos (el nacimiento del
hombre nuevo). No decimos que el cristianismo o el judaísmo hayan
tomado en préstamo tales mitos o símbolos de las religiones de los pueblos
vecinos; no era necesario: el judaísmo era heredero de una prehistoria y de
una larga historia religiosa donde todas estas cosas existían ya. Incluso no
era necesario que tal o cual símbolo fuera considerado descubierto, en su
integridad, por el judaísmo. Bastaba con que sobreviviera un grupo de
imágenes, aunque fuera oscuramente, desde los tiempos premosaicos.
Tales imágenes y tales símbolos eran capaces de recobrar, en cualquier
momento, una poderosa actualidad religiosa. El agua se utilizaba como
símbolo de purificación en muchas religiones desde fechas muy lejanas. En
el mundo antiguo, las aguas del Ganges en India, del Éufrates en Babilonia
y del Nilo en Egipto se utilizaban para baños sagrados, también conocidos
en los cultos mistéricos helenos.

1.3.2. Jesús, educador popular

En la Historia de Jesús, Hegel procedió a una refundición de las


cuatro evangelios para conseguir un relato unificado, aunque basado
primordialmente en el Evangelio según Lucas. El subtítulo de la obra es
elocuente: “Armonización de los evangelios según mi propia traducción”.
El escrito está enteramente dominado por la influencia de la doctrina
100

kantiana de la religión, tal y como es expuesta en la obra La religión dentro


de los límites de la mera razón, publicada en 1793. Historia de Jesús es la
obra de más estricta fidelidad kantiana. En esta obra la predicación de
Jesús se reduce a lo que puede ser considerado como un contenido
religioso racional: la religión histórica pasa a “religión moral”, la adoración
de Dios se convierte en “moralidad auténtica”.
El Hegel de Berna ve en Jesús a un “educador popular”, un
reformador que se ha propuesto la tarea de moralizar a su pueblo. La
religión, como se dijo, se reduce a moralidad y ésta no tiene otro contenido
que el puramente racional. Por ello Historia de Jesús se propone destacar
aquella parte de los relatos evangélicos que están en concordancia con la
religión racional; la figura histórica, concreta y precisa de Jesús, se
desvanece, siendo absorbida plenamente por la configuración ideal del
“maestro de moral racional”, al igual que más adelante, en la
Fenomenología o en la Enciclopedia, Cristo se convertirá en una figura
del espíritu o en un momento del silogismo absoluto. Esta abstracción es
una de las características más llamativas de la historia hegeliana. El
carácter novedoso del proyecto de escribir una vida de Jesús -proyecto que
en el siglo XIX habría de conocer una realización bien diferente en las
vidas de Strauss y de Renán- se verá afectado y empobrecido por el
esquematismo de su concepción: Jesús no es más que el predicador de la
religión racional. Todo lo que de la concepción de su figura histórica no
pueda encorsetarse en ese estrecho molde será desechado por Hegel.
El destino humano de Jesús es una tarea educativa: dar a conocer a los
hombres el verdadero concepto de Dios, enseñándoles la ley moral y
dándoles una formación virtuosa. En esta concepción del destino de Jesús,
Hegel se aparta de la consideración ortodoxa de la divinidad de Cristo: su
destino ha sido determinado por la divinidad, sin que sea una obra de la
propia divinidad. Cumpliendo su destino, Jesús responde al llamamiento
divino y no a la necesidad de su propia naturaleza. El “parentesco” entre
ambos espíritus no se resuelve en unidad, ni se eleva la naturaleza de Cristo
a naturaleza divina. Jesús no es aún, como lo será más tarde, el Hijo -un
momento necesario de la historia eterna del espíritu- sino solamente un
hombre culto y un maestro. Igualmente, su muerte no es un momento del
drama teológico de la redención, sino un sacrificio a manos de las
supersticiones judías y de sus corrompidos sacerdotes; su muerte es una
consecuencia de los riesgos inherentes al ejercicio de su labor educadora, y
no, como en la Fenomenología, la supresión de su particularidad
contrapuesta a lo universal.
Claro que, en la Historia de Jesús, Hegel sucumbe momentáneamente
a la tentativa de convertir al filósofo en un sustituto de párroco. Esto es, el
filósofo es un guía moral que, en la producción de su discurso, subordina
todo criterio al de la ejemplificación. Superado el momento de prédica o
101

exhortación moral de Historia de Jesús, Hegel siempre habrá de ser fiel


más adelante a la recomendación que él mismo hace en el “Prólogo” a la
Fenomenología: “La filosofía debe guardarse de ser edificante”. Hay más,
y aquí interviene una valoración implícita que se repetirá una y otra vez en
el texto hegeliano y que es característica de este momento de la evolución
de su pensamiento: el hombre está en posesión de una fuerza “superior” a
la naturaleza, de una facultad “sobrenatural” que, a su vez, será capaz de
señalar metas “más altas” y “más nobles” al hombre, determinar la meta
superior de su vida y de estipular los fines “más altos” del hombre, fines
que le confieren una “dignidad” superior. Esta jerarquía de fines va a
determinar toda la predicación de Jesús del joven Hegel, confiriendo a
Historia de Jesús su aire de sermón edificante. La oposición fines
inmediatos naturales / fines superiores-espirituales preside el discurso
moral del reformador Jesús, sin que la rigidez de esta oposición ni el
formalismo de esta antinomia dejen lugar para un planteamiento que se
sustraiga a su rígida contraposición. Para el joven Hegel, la vida moral no
conoce más alternativas que la opción entre una búsqueda de los “pequeños
intereses de la vida”, de “las pequeñas finalidades que los hombres se
proponen” consistentes en la preocupación por la satisfacción de las
necesidades naturales elementales y por el goce sensible en su forma más
grosera y, por otra parte, los fines espirituales.

2. Jesús y los esenios

A finales del siglo XVIII, en buena parte del XIX y aún en el XX,
estuvo de moda explicar el cristianismo únicamente por el esenismo. Según
esta visión, Jesús fue un esenio que desarrolló ciertos aspectos de la secta
judía y creó su grupo aparte. El evangelio no sería entonces más que una
redacción de la moral esenia. Escribió E. Schure:

Jesús, que sentía crecer interiormente su vocación profética, pero


que buscaba aun su camino, vino también al desierto del Jordán, con
algunos hermanos esenios que le seguían ya como a un maestro.
Quiso ver al Bautista, oírle y someterse al bautismo público /.../ Juan
no conocía a Jesús, nada sabía de Él, pero reconoció a un esenio por
su vestidura de lino/.../
Jesús pasó una serie de años entre los esenios /.../
En aquel tiempo Juan el Bautista predicaba en las márgenes del
Jordán. No era un esenio sino un profeta popular de la fuerte raza de
Judá /.../ Tomando los esenios las costumbres de las abluciones,
transformándola a su modo, había imaginado el bautismo del Jordán
como un símbolo visible, como un público cumplimiento de la
purificación interna que exigía
102

“Lo que quería saber sólo los esenios podían enseñárselo”. Así justifica
E. Schure el contacto del Profeta de Nazaret con la secta judía. Muchos
otros autores han sostenido el contacto para explicar la doctrina y el
comportamiento de Jesús. Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? El propio
Schure se pregunta: “¿Por qué él, que ataca con sin igual libertad a todos
los partidos religiosos de su tiempo, no nombra nunca a los esenios? ¿Por
qué los apóstoles y evangelistas tampoco hablan de ellos?" La respuesta
que nos ofrece es realmente desconcertante: "Evidentemente porque
consideran a los esenios como de los suyos, estaban ligados con ellos por el
juramento de los Misterios, y la secta se fundió con la de los cristianos”
En una nota del capítulo III de su obra, este autor nos ha dejado los
puntos comunes entre la doctrina de los esenios y la de Jesús: "El amor al
prójimo ante todo, como el primer deber; la prohibición de jurar para
atestiguar la verdad; el odio a la mentira; la humildad; la institución de la
Cena tomada de los ágapes fraternales de los esenios, pero con un nuevo
sentido, el del sacrificio". Pero no nos dice nada de sus diferencias que, a
nuestro entender, son más y más profundas que las afinidades. Mas antes
veremos más de cerca quiénes eran los esenios.
Los esenios eran miembros de una hermandad religiosa judía,
organizada sobre bases comunitarias profundas y de prácticas de un estricto
ascetismo. La orden, con unos 4.000 miembros, existió en Siria y en
Palestina desde el siglo II a.C. hasta el II d.C. Sus principales
asentamientos se encontraban a orillas del mar Muerto.
Como ya se dijo, a los esenios no se les menciona ni en la Biblia ni
en la literatura rabínica. Toda la información con respecto a ellos está
circunscrita a los escritos de Filón de Alejandría, un estudioso filósofo
judío helenístico, y a las obras del cronista romano Plinio el Viejo y a las
del historiador judío Flavio Josefo.
Hay distintos grupos que han sido identificados como posibles
prototipos de lo que era la comunidad u Orden de los esenios. Dentro de
estos grupos, los principales fueron los tsenium (los modestos o castos), los
hashshaim (los callados), los hasidim harishonim (los santos ancianos o
mayores), los nigiyye, los had Da 'ath (los puros de pensamiento) y los
wattiqim (los hombres rigurosos). Estos términos aluden a las
características de la orden, cuyas enseñanzas fundamentales eran el amor a
Dios, el amor a la virtud y el amor al prójimo.
Los rasgos distintivos más importantes de la organización eran la
comunidad de los bienes y propiedades (distribuidas de acuerdo con las
necesidades de cada uno), la estricta observancia del Sabat y un aseo
escrupuloso (dentro del que se incluía el lavarse con agua fría y usar
prendas de vestir blancas). Tenían prohibido jurar, emitir votos (salvo los
exigidos para ser miembros de la orden), sacrificar animales, fabricar
103

armas y participar en el comercio o hacer negocios. La orden formaba sus


grupos reclutando a niños que adoptaba o con aquellos que habían
renunciado a todos sus bienes materiales. Se exigía una prueba temporal de
tres años antes que el novicio pudiera emitir sus votos definitivos, que
requerían una total obediencia y discreción. El romper un juramento podía
significar ser expulsado de la orden. El hecho de que se prohibiera ingerir
cualquier alimento impuro constituía una ley que podía llegar a significar
la muerte por inanición.
Como comunidad, los esenios fueron los primeros en condenar la
esclavitud, considerándola una violación de los derechos consustanciales a
los hombres; se sabe que incluso compraban y luego liberaban a personas
que habían sido hechas esclavas. Los esenios vivían en pequeñas
comunidades. Su trabajo fundamental se centraba en la agricultura y en la
artesanía.
En 1947 salió a la luz con nuevo resplandor el mundo de los esenios,
cuando se descubrieron unos antiguos manuscritos hebreos -escritos en su
origen sobre cuero o papiro y que suman más de 600 en distintos estados
de conservación- cerca del mar Muerto, en Qirbet Qumran, lugar que
puede haber sido, en el siglo I d.C., el sitio de asentamiento de una gran
comunidad religiosa esenia. Los manuscritos incluyen manuales de
disciplina, libros de himnos, comentarios bíblicos y textos apocalípticos;
dos de las copias más antiguas conocidas del Libro de Isaías casi intactas y
fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, a excepción del de
Ester. Entre estos fragmentos se encuentra una fantástica paráfrasis del
libro del Génesis. Asimismo, se descubrieron textos, en sus idiomas
originales, de varios libros de los apócrifos, deuterocanónicos y
pseudoepígrafos. Estos textos, ninguno de los cuales fue incluido en el
canon hebreo de la Biblia, son Tobías, Eclesiástico, Jubileos, partes de
Enoc y el Testamento de Leví, conocido hasta entonces sólo en sus antiguas
versiones griega, siríaca, latina y etíope. Entre los manuscritos había un
manual de observancias religiosas y vida común, que puede relacionarse
con el modelo de existencia que tenían los esenios, según lo que se ha
podido averiguar en las fuentes griegas y latinas que hacen referencia a
ellos.
Los esenios se escindieron de la religión judía en el siglo II a.C.
Perseguidos por los Macabeos, huyeron al desierto, que les pareció muy
adecuado para su vida ascética. El enclave de Qumran, donde muchos
vivían en las cuevas y en los acantilados circundantes, fue probablemente
ocupado hacia el 135 a.C. Abandonado tras un terremoto en el 31 a.C., fue
finalmente destruido por los romanos en el 68 d.C.
Tras el descubrimiento de los manuscritos, Qumran fue cuidadosamente
excavada. Los arqueólogos pudieron identificar algunas habitaciones que
104

se habían utilizado para el estudio y el culto, otras aparentemente usadas


para las comidas comunales, una espaciosa cámara con tinteros (quizá el
escritorio donde se copiaron los manuscritos) y piscinas para el baño. En
un cementerio situado en las proximidades aparecieron más de mil tumbas.
Al parecer, los manuscritos fueron parte de la biblioteca de la
comunidad, cuya sede se encontraba en lo que hoy se conoce como Qirbet
Qumran, cercana al lugar de su descubrimiento. Las pruebas paleográficas
indican que la mayoría de los documentos fueron escritos en distintas
fechas, al parecer desde el 200 a.C. hasta el 68 d.C. Las pruebas
arqueológicas han resaltado la fecha más tardía, ya que las excavaciones en
el lugar demuestran que fue saqueado en el 68 d.C. Es posible que un
ejército bajo las órdenes del general romano Vespasiano saqueara la
comunidad cuando marchaba a sofocar la rebelión judía que estalló en el
66 d.C. Lo más probable es que los documentos fueran ocultados entre el
66 y el 68 d.C.
Hablemos un poco del contenido de los rollos. En primer lugar, hay
que decir que la comunidad de Qumran aparece descrita en los manuales de
disciplina como una especie de Casa de Israel modelo, organizada con el
objeto de preparar el camino para la inminente llegada del reino de Dios y
el día del juicio. La congregación estaba constituida sobre bases
comunales, imitando la organización de Israel bajo Moisés. Los miembros
debían someterse a un periodo de dos o tres años de prueba y eran
clasificados en grados ascendentes de pureza. Ascensos y destituciones se
votaban en una asamblea anual. La dirección espiritual quedaba en manos
de tres sacerdotes, ayudados por 12 presbíteros laicos (ancianos) y cada
una de las varias sedes era administrada por un supervisor cuyas funciones
semejaban las de un obispo. A su vez los supervisores dependían de un
"arzobispo" o "príncipe", de la orden íntegra. El estudio de la Ley era
obligatorio y se ha afirmado que la interpretación correcta de la misma era
obra de una serie de maestros espirituales, conocidos como "comentaristas
correctos" o "maestros de rectitud". Estaba previsto que la era en que vivió
la congregación concluiría con la aparición de un nuevo comentarista y
profeta (Dt 18,18). Uno de los rollos contiene detalles de una guerra final
entre los "hijos de la luz" y los "hijos de las tinieblas".
Las similitudes entre las creencias y prácticas descritas en los rollos
con las que el filósofo judío helenista Filón de Alejandría y el historiador
judío Flavio Josefo atribuyeron a los esenios han sugerido a muchos
especialistas que la comunidad de Qumran estaba relacionada con dicha
secta. Otras pruebas para esta identificación pueden hallarse en las obras
del escritor romano Plinio el Viejo, quien escribe que en su época los
esenios vivían en la región de Qirbet Qumran. Con todo, otros estudiosos
destacan la diferencia entre la cofradía de Qumran y los esenios, dando a
entender una afinidad genérica en lugar de una identidad específica.
105

De especial interés son los numerosos vínculos entre el pensamiento


y los modismos de los Manuscritos con los del Nuevo Testamento. En unos
y otros se hace hincapié en la inminencia del reino de Dios, en la necesidad
del arrepentimiento inmediato y en la esperada derrota de Belial, el Malo.
En unos y otros aparecen referencias similares en relación con el bautismo
en el Espíritu Santo y se encuentran caracterizaciones semejantes de los
fieles como "los elegidos" e "hijos de la luz"; pueden consultarse
referencias bíblicas en, por ejemplo, Tit 1,1; 1 Pe 1,2; Ef 5,8. Estos
paralelismos son los más llamativos, ya que la congregación de Qumran
vivió en la misma época y en la misma región que Juan el Bautista, quien
fuera un precursor de las ideas cristianas. Aunque contienen diversas
nociones que son evocadoras de la teología cristiana, los Manuscritos del
Mar Muerto no ofrecen similitudes con doctrinas cristianas tan definitorias
como el dios encarnado, la expiación interpuesta y la redención por la cruz.
Sinteticemos las características más esenciales de los esenios, tal
como nos la han descrito los autores clásicos, para ver después las
profundas diferencias con la doctrina de Jesús que se pueden deducir de los
Manuscritos del Mar Muerto.

a) Característas esenciales de los esenios

1. El esenio es un monje que tiene su regla y sus superiores; todo, menos


un Papa.
2. El traje era el de todo el mundo, pero completamente blanco.
3. La agricultura era la principal ocupación de la secta.
4. La limpieza llegaba a unos extremos que parecen pueriles; a cada paso
había abluciones.
5. El matrimonio estaba totalmente prohibido, y al principio no había
mujeres en la orden.
6. Los esenios debieron de profesar las doctrinas más puras de la filosofía
griega sobre la inmortalidad del alma. Eran tan devotos como los primeros
cristianos
Hoy en día, los estudiosos explican la mayoría de las singularidades
del esenismo como exageraciones del judaísmo ortodoxo. El puritanismo,
que quería sustituir los sacrificios con ofrendas, himnos y pureza del
corazón, es la última palabra del antiguo profetismo. Muchas niñerías
esenias que nos hacen sonreír son aún actualmente preceptos judíos o
reglas de aseo musulmán. La ley, observada farisaicamente, hacía la vida
imposible. Era lógico que, para no arriesgarse a violarla, se retiraran al
desierto, como Juan el Bautista, o a monasterios, como los esenios. En
otras palabras, el esenismo viene a ser el superlativo del fariseísmo, la
perfección del judaísmo. El mismo celibato, cosa poco judía, fue motivado,
106

seguramente, por una exageración de la idea de pureza legal, y acaso de las


ideas mesiánicas como en los primeros cristianos.
El mismo Juan el Bautista forma parte de la gran familia
verdaderamente israelita de los profetas, de los agitadores religiosos, pero
no depende de ninguna orden religiosa. Su ascetismo es el de Elías, el de
los antiguos profetas que vivían con frecuencia en el desierto, no el de un
hombre formado por una regla. Es dudoso que el esenismo y el
cristianismo tuvieran comercio directo, pero los parecidos son profundos.
Resulta que 200 años a. C hubo un intento serio para sacar las
consecuencias morales del judaísmo y para desarrollar el fruto de la
predicación profética que no realizaba el fariseísmo puro, reducido a la
observación de la Ley. Produjo esto un ascetismo conmovedor.
En los lugares donde el esenismo fracasó, surgirá en adelante el
cristianismo. El ideal del hombre dulce, “poseedor de la tierra”, fue
bosquejado por el esenismo. Jesús irá más adelante. De la Torá y los
profetas sacará el amor. Jesús no atiende gran cosa a la pureza material y le
preocupa poco el sábado.
Según parece, el esenismo sólo se desarrolló en Palestina. Los piadosos
cenobitas vivían preferentemente en las aldeas, para evitar el contacto con
la corrupción ciudadana. Su número se calculaba en cuatro mil. Había
esenios en Jerusalén, donde una puerta llevaba su nombre, sin duda, por
estar cerca de su barrio. En el siglo I de nuestra Era, vivían cerca de
Engaddi y en la ribera oriental del Mar Muerto. Allí los localizan Plinio y
Dion Crisóstomo, considerándolos el primero como casos de locura
melancólica y el segundo, como utópicos que encontraron la dicha a su
manera. Filón y Josefo se enorgullecen de ellos, como compatriotas que
han realizado en la tierra la vida perfecta, el ideal de una existencia sin
necesidades y sin deseos, la completa moderación de las pasiones, la
sobriedad absoluta. En el tiempo de las grandes persecuciones romanas,
hubo algunos que sufrieron el martirio con valor admirable. En los siglos II
y III se los encuentra todavía, pero apenas reconocibles entre las
confusiones y disfraces de los heresiólogos cristianos.

b) Diferencias con la doctrina de Jesús

En primer lugar, la idea del reino/reinado de Dios, tan absolutamente


central en el pensamiento de Jesús, desempeña un escaso papel en los
documentos de Qumrán, al igual que en el Antiguo Testamento. Se puede
afirmar con notable seguridad que Jesús no tomó de Qumrán ni de los
esenios, en general, el concepto de Reino de Dios, sino que, con ciertas
peculiaridades, este concepto se une íntimamente a la tradición profética de
Israel. Más específicamente, la atención que Jesús presta a todo tipo de
gentes -incluidos los absolutamente rechazados, como prostitutas y
107

publicanos- como potenciales miembros de ese Reino de Dios, si se


convierten, lo distancia infinitamente del ideario teológico de Qumrán.
Para estos cenobitas habría sido un rotundo escándalo la invitación que
Dios -representado en la parábola del hombre que dio una cena- hace a
todos (incluso a los teóricamente impuros) a participar en su Reino (el
banquete): “Sal -ordena el amo a su criado- a las plazas y calles de la
ciudad y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a los ciegos y a los
cojos...”. Dice el llamado Documento de Damasco : “Y todo estúpido y
loco que no entre [en la comunidad], y todo simple y trastornado, aquellos
cuyos ojos no ven, el cojo o el tambaleante, el niño menor de edad,
ninguno de éstos entrará en la congregación, pues los ángeles santos están
en medio de ella”. Para Jesús los seres humanos representados en las
parábolas de la oveja extraviada y la dracma perdida o el hijo pródigo
pueden entrar en la comunidad de los salvados del Reino de Dios. Esta
afirmación contradice esencial y directamente un concepto de pureza que
los esenios consideraban intocable y sagrado.
El contraste entre el amor a los enemigos del Nazareno y lo que
leemos en la “Regla de la comunidad” es tremendo. Según la Regla, hay
que “amar todo lo que Él escoge y odiar todo lo que Él rechaza, para
mantenerse alejados de todo mal y apegarse a todas las obras buenas” (1, 4
ss), y “amar a todos los hijos de la luz según su lote en el plan de Dios, y
odiar a todos los hijos de las tinieblas, cada uno según su culpa en la
venganza..."
En conclusión, si Jesús hubiera tenido veleidades esenias a lo largo
de su vida antes de relacionarse con Juan el Bautista (su maestro) y
lanzarse a predicar el inmediato advenimiento del Reino de Dios, se
convirtió luego en un heterodoxo respecto a la mentalidad de Qumrán. El
talante teológico del que hace gala el profeta de Nazaret le habría impedido
acercarse siquiera a las puertas de ese asentamiento esenio tan exclusivo.

2. Ricos vs. pobres o Barbastro vs. Asís

3.1. José María Escrivá de Balaguer, un santo que nació pobre,


pero que siempre quiso ser rico

El Opus Dei es una organización católica dedicada a la aplicación de


una cierta manera de ver el cristianismo en la vida secular y en el trabajo.
Fue fundada en 1928 por José María Escrivá de Balaguer, sacerdote
español beatificado en 1992 por Juan Pablo II y canonizado en este 2002
por el mismo Papa. En la actualidad la “Obra” –como también se le llama-
108

ha superado los 70.000 miembros sociales y está representada en más de 80


países procedentes de todos los estamentos.
La importancia e influencia del Opus Dei recibió un destacado
impulso a finales de la década de 1950 cuando el dictador español
Francisco Franco recurrió a sus miembros para que aplicaran reformas
económicas destinadas a estimular la economía. A la muerte de Franco más
de la mitad de los miembros del gobierno que él había nombrado
pertenecían al Opus Dei. La organización estuvo representada en Chile
durante la dictadura de Augusto Pinochet, participando en la redacción de
la Constitución de 1980 de forma activa. En otros términos, la Obra se
lleva bastante bien con el poder fuerte... de derecha.
En 1982, un decreto pontificio situó, de hecho, al Opus Dei en una
posición similar a la de otras órdenes religiosas, permitiendo al máximo
representante de la organización, que es nombrado por el Papa, cambiar su
título de presidente general por el de prelado. Sin embargo, como el Opus
Dei permanece bajo la supervisión de los obispos católicos de cada Estado,
podría argumentarse que su rango eclesiástico sigue estando subordinado a
ellos.
En el plano estructural, el Opus Dei está dividido en dos
organizaciones, una dispuesta para hombres y otra para mujeres. Las
actividades de sus miembros se realizan al margen del público general,
pero pueden, si lo desean, vivir con sus familias. No impone ideología
política alguna a sus miembros, que sin embargo deben cumplir estrictos
votos ascéticos. Aunque algunos de sus socios pertenezcan a la clase
obrera, la organización en su conjunto es muy elitista y está organizada en
una escala jerárquica muy rígida. Los miembros de más alto rango son
conocidos como numerarios mientras que los inferiores se denominan
cooperantes. Los numerarios asisten cada mes a reuniones y todos los años
pasan un tiempo determinado en retiro.
Se cree que el Opus Dei cuenta con grandes recursos económicos. Entre
las instituciones que dirige están centros de formación profesional y
agrícola en todo el mundo, escuelas, residencias universitarias, escuelas
empresariales y centros culturales, así como instituciones benéficas. Dirige
dos universidades, una en Navarra (España) y otra en Piura (Perú).
Hablemos de su fundador, san José María Escrivá de Balaguer (1902-
1975).
Nació en Barbastro, Huesca, y se ordenó sacerdote a los 23 años de
edad. En 1928 fundó en Madrid el Opus Dei, congregación católica
dedicada a alcanzar la santificación a través del apostolado y el trabajo
personal. Más tarde fundó también la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz. Ambas asociaciones serían aprobadas por la Santa Sede en 1950 y
desde entonces trabajó para extender su prelatura en numerosos países,
acogiendo a destacadas personalidades de la política y las finanzas entre
109

sus miembros. Gran orador, se preocupó incansablemente por la juventud y


consiguió acrecentar la influencia de su congregación apostólica en el
orden social y religioso. Murió en Roma.
Las virtudes milagrosas y carismáticas del futuro santo monseñor
Escrivá de Balaguer no parecen haber convencido a algunos de los jueces
de la Congregación para la Causa de los Santos, según reveló en su
momento un documento secreto, que hizo público la revista Tiempo. En
este documento se recoge la opinión de monseñor Luigi de Magistris,
regente penitenciario de la fe romana, quien señaló: "En ciertos puntos me
parecía ver algún exceso cuando, p.e., se afirma un frecuente estado de
éxtasis en el que se encontraba el siervo de Dios, incluso cuando viajaba en
tranvía" (p. 10). El arquitecto Miguel Frisac, uno de los fundadores del
Opus Dei, que, "además de financiar la Obra porque era de los pocos que
ganaban dinero en aquella época", ejerció de chofer de monseñor Escrivá
en numerosas ocasiones, no recuerda trances semejantes. "Muchas veces -
confiesa- íbamos volados, no sé cómo no nos matábamos. Lo que sí me
pedía es que mientras viajávamos le cantara canciones de Conchita Piquer
o de Imperio Argentina. Eso y hablar de todo el mundo le encantaba". Mª
del Carmen Tapia, que ejerció en Roma de secretaria personal de Escrivá,
no recuerda que éste se transportara en ninguna ocasión más allá de sus
manifestaciones habituales. "Sólo recuerdo malos modos, palabras altas y
portazos por cualquier contrariedad y muchos actos de soberbia", dice.
También se sorprende el juez romano sobre un testimonio de la madre de
monseñor Escrivá, que califica de "ingenuo", en el que insiste sobre una
misteriosa consigna que habría impartido el Niño Jesús al fundador del
Opus Dei a través de la imagen de la Virgen de los Besos. "No recuerdo
nada sobre este particular. Sólo cosas que se han escrito sobre una imagen
de plástico de la Virgen del Pilar que había en casa de su madre, a la que
Escrivá enviaba besos cuando salía a la calle. Luego, se la hizo llegar a
Roma. Creo que de ahí puede venir la recomendación de tener imágenes
sagradas en todas las habitaciones de miembros del Opus Dei y mirarlas y
pedirles algo siempre que se salga afuera", afirma su ex secretaria.
Mª del Carmen Tapia fue secretaria personal de Escrivá de Balaguer
en Roma y una de las mujeres que ha ocupado más importantes cargos en
la Obra. Dice, sin embargo, del papel de la mujer en el Opus Dei: "En
suma, intento explicar la vía del fanatismo que persigue el buen espíritu de
la Obra, cómo una persona entra con buenas intenciones y se convierte en
un loco".
Carlos Albás, sobrino de monseñor Escrivá, dice del futuro santo:
"Por ejemplo, explicaré las pésimas relaciones de mi tío con su familia, su
orgullo, la ilegítima reivindicación del marquesado de Peralta y toda mi
110

peripecia cercana en el Opus Dei, desde el punto de vista del montaje y la


manipulación"
"Escándalo" y "montaje" son términos que utilizaron
machaconamente los críticos de Escrivá de Balaguer. También las personas
que lo trataron coinciden en la inmodestia, en el afán de atesorar dinero y
honores. Escrivá es el único cura que ha solicitado un título nobiliario.
Aquellos que lo tenían renunciaron siempre.
Francisco José de Saralegui, inspector jefe del Banco de España, que
fue un hombre importante en la Obra, señala: "Todos los socios mayores de
la Obra pasamos muy malos ratos tratando de entender -y de explicar más
tarde- por qué se había hecho reconocer como marqués de Peralta, con las
consiguientes apariciones en el Boletín Oficial. Pero no nos sorprendió en
absoluto, porque, a nivel interno, le habíamos visto, al mencionar su niñez,
subrayar ciertos rasgos de bienestar familiar, dejando en penumbra siempre
las conocidas dificultades económicas de sus padres, normales y, a mi
juicio, honrosas. En Barbastro permitó que se derribase su auténtica casa
natal, sustituyéndola por otra, que copia las mansiones nobles del Alto
Aragón. En el palacete de Diego de León instaló un repostero nobiliero en
la escalera central, y en la basílica de Torreciudad, en el retablo del altar
mayor, figuran siete escudos con sus apellidos nobles. Él decía: 'Yo, que
desciendo de una princesa de Aragón...' ".

3.2. Giovanni Francesco Bernardone, un santo que nació rico,


pero se volvió pobre

San Francisco de Asís (1182-1226) fue un místico italiano,


predicador y fundador de los franciscanos. Nació en Asís con el nombre de
Giovanni Francesco Bernardone, en el seno de una acaudalada familia,
aunque parece ser no tuvo una gran formación intelectual. Durante su
juventud Francisco llevó una vida mundana y despreocupada. Tras una
batalla entre Asís y Perugia, estuvo encarcelado un año en esta ciudad.
Mientras estuvo prisionero sufrió una grave enfermedad durante la cual
decidió cambiar su forma de vida. A su regreso a Asís en 1205, ejerció la
caridad entre los leprosos y comenzó a trabajar en la restauración de ruinas
de iglesias en respuesta, según se dice, a una visión en la que el crucifijo de
la iglesia en ruinas de San Damián, en Asís, le ordenó que reparara su casa.
El cambio de carácter de Francisco y sus gastos en obras de caridad
enfurecieron a su padre, que lo desheredó de forma legal. Francisco
entonces renunció a su lujosa ropa por una capa y dedicó los tres años
siguientes al cuidado de los leprosos y los proscritos en los bosques del
monte Subastio.
Para sus oraciones en el monte Subastio, Francisco restauró la
ruinosa capilla de Santa María de los Ángeles. En el año 1208, durante una
111

misa, escuchó una llamada diciéndole que saliera al mundo y, siguiendo el


texto de Mateo 10, 5-14, que “no poseyera nada, pero hiciera el bien en
todas partes”.
Cuando regresó a Asís ese mismo año, Francisco empezó a predicar,
provocando la renovación de la espiritualidad cristiana del siglo XIII.
Reunió a los 12 discípulos que se convertirían en los hermanos originales
de su orden, más tarde llamada la Primera Orden y eligieron superior a
Francisco. En 1212 recibió en la comunidad franciscana a una joven (una
monja de Asís de buena cuna) llamada Clara; a través de ella se estableció
la orden de las damas pobres (las clarisas, más tarde Segunda Orden
franciscana). Fue después, en 1212, cuando es probable que Francisco
emprendiera camino de Tierra Santa, pero una tempestad lo obligó a
volver. Otras dificultades le impidieron cumplir gran parte de la labor
misionera cuando llegó a España a evangelizar a los musulmanes. En 1219
se encontraba en Egipto, donde pudo predicar, aunque no convertir al
sultán. Francisco viajó después a Tierra Santa y permaneció allí hasta el
año 1220. Quería ser martirizado y se alegró al saber que cinco monjes
franciscanos habían muerto en Marruecos mientras cumplían sus
obligaciones. A su regreso encontró oposición entre los frailes y renunció
como superior, dedicando los años siguientes a planear lo que sería la
Tercera Orden franciscana, los terciarios.
En septiembre de 1224, tras cuarenta días de ayuno, Francisco estaba
rezando en el monte Alverno cuando sintió un dolor mezclado con placer.
Las marcas de la crucifixión de Cristo, los estigmas, aparecieron en su
cuerpo. Los relatos sobre la aparición de estas marcas difieren, pero parece
probable que fueran protuberancias nudosas de carne, parecidas a cabezas
de clavo. Francisco fue llevado de regreso a Asís, donde pasó los años que
le quedaban marcado por el dolor físico y por una ceguera casi total. Sus
sufrimientos no hicieron disminuir su amor a Dios y a la creación, como
queda de manifiesto en su Cántico de las criaturas, que se cree fue escrito
en Asís en 1225. El Sol y el resto de la naturaleza son alabados como
hermanos y hermanas. Hay un célebre incidente, representado en
numerosas ocasiones, que lo muestra predicando a los gorriones. Fue
canonizado en 1228. En 1980 el papa Juan Pablo II lo proclamó patrón de
los ecologistas. En arte, los emblemas de san Francisco son el lobo, el
cordero, los peces, los pájaros y los estigmas. Su festividad se celebra el 4
de octubre.
¿Ser cristiano? Sí, ¿por qué no? Pero ¿de qué parte, de Asís o de
Barbastro? Jesús lo dijo claro: “Bienaventurados los pobres porque vuestro
es el reino de Dios” (Lc 5,20). En esto, creemos, no debiera haber
discusión. Como todos los grandes pobres, Jesús amaba al pueblo y se
112

encontraba a gusto con él. A su parecer, el evangelio estaba hecho para los
pobres; es a ellos a quienes trae la buena nueva de la salvación20.
Por lo demás, el cristianismo que se constituyó después de su muerte no
hacía sino seguir en este aspecto las huellas de las sectas judías, que
practicaban la vida cenobítica. Un principio comunista animaba a aquellas
sectas (esenios y terapeutas), igualmente mal vistos por los fariseos y
saduceos. El mesianismo, exclusivamente político entre los judíos
ortodoxos, llegaba a ser entre ellos exclusivamente social. Por medio de
una existencia dulce, metódica, contemplativa, que dejaba su parte a la
libertad del individuo, aquellas pequeñas iglesias -en las que se ha
pretendido ver, posiblemente no sin razón, cierta imitación de los institutos
neopitagóricos- creían inaugurar sobre la tierra el reino de los cielos. Las
almas elevadas estaban preocupadas por utopías de vida bienaventurada,
basadas en la fraternidad de los hombres y en el culto puro del Dios
verdadero, utopías que producían por doquier ensayos audaces, sinceros,
pero de poco porvenir.
Jesús, cuyas relaciones con los esenios son muy difíciles de precisar,
como ya quedó establecido, era indudablemente su hermano en este
aspecto. Durante algún tiempo la comunidad de bienes fue norma en la
nueva sociedad 21 . La avaricia era el pecado capital22; ahora bien, hay que
subrayar que el pecado de avaricia, contra el cual la moral cristiana ha sido
tan severa, era entonces el simple apego a la propiedad. La primera
condición para ser discípulo perfecto de Jesús era vender los bienes y
entregar su valor a los pobres. Los que retrocedían ante esta extremada
medida no entraban en la comunidad23. Jesús repetía con frecuencia que
aquel que ha encontrado el reino de Dios debe comprarlo al precio de todos
sus bienes, y que aún hace un negocio ventajoso con ello (Mt 13, 44-46).
"No os preocupéis por el dinero. No acumuléis ahorros. Es más fácil
para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el
reino de Dios. Así que vended todo lo que tengáis, dad (el producto) a los
pobres y venid, seguidme". Los autores de los evangelios ya estaban
tratando de bajar de tono estas enseñanzas -esto es, son para los que
quieran ser "perfectos", como dice Mt 19, 21- , por lo tanto, no fueron
compuestas por las iglesias para las cuales habían sido escritos los
evangelios. Los apologistas han explicado a menudo que Jesús no quería
decir lo que dijo. Pero estos dichos se ajustan perfectamente con el
decorado histórico. "Los pobres" son Jesús y sus partidarios. Se mantenían
con aportaciones (Lc 8, 3). Lucas tiene una tendencia muy pronunciada al
comunismo (Lc 16, 19-25).
Claro que la prohibición de Jesús de ser previsores no les impedía
llevar una bolsa para el dinero (Jn 12,6; 13,29). Incluso así, escasamente
conseguían que les alcanzara, como se ve en la petición de la oración del
Padrenuestro. En consecuencia, Jesús despreciaba la riqueza. Este
113

desprecio -explican algunos autores- es una moda filosófica de aquella


época. Es posible que se tratara del clásico "están verdes", pero esta moda
era completamente popular: consolaba a mucha gente que sufría una
pobreza parecida.
¿Pero la moda tenía raíces? Muy hondas. Entre otras, a los anavim del
Reino de Judá, de 720 a 580 a. C. El reparto ideal, hecho por Yahvé de los
bienes de la tierra entre su pueblo, no preveía que habría ricos y pobres.
Los ricos, según opinión del jehovaísta piadoso, son un inconveniente. El
fin perpetuo de la política jehovaísta era proteger al débil contra el fuerte y
reducir al mínimo las ventajas del rico sobre el pobre. La usura es un
crimen. Suele presentarse al rico como un ser violento, ocupado solamente
en despojar al débil, y el origen de la riqueza siempre es malo. El pobre es
el amigo de Yahvé. Por esta razón se establecieron sinónimos singulares.
Las palabras anav (dulce) y ani (pobre, afligido), derivadas ambas de una
raíz que indica 'humildad', se llegaron a utilizar indistintamente. Las
palabras cuya significación propia es 'pobre' equivalieron a 'gente santa,
amigos de Dios'. Obedecía esto a un sentimiento similar al que creó en la
Edad Media los nombres de 'frailes menores, pobres de Dios, humildes'...
Una democracia teocrática, una religión ocupada casi totalmente en
cuestiones sociales, era el judaísmo del siglo VII, el verdadero judaísmo
del que fue desarrollo y aplicación el cristianismo. Los anavim forman lo
más selecto de la humanidad; son los justos, los rectos, los fieles, los
tranquilos, temerosos de Dios, los que confían en Él que se ven
constituidos en una especie de cofradía o sociedad piadosa. Los anavim no
querían tener relaciones más que entre ellos para no contaminarse. Cuando
en la época asmonea se llamó 'fariseos' a esta clase de piadosos, sólo hubo
innovación en las palabras. Los anavim hacen entrever en el horizonte a los
fariseos de los evangelios.
Jesús, abandonando todo aquel mundo de corazón seco y mezquinas
preocupaciones, se volvió hacia los simples. Una amplia sustitución de
clases tendrá lugar. El Reino de Dios está hecho: 1º, para los niños y para
quienes se les asemejan; 2º, para los desheredados de este mundo, víctimas
del desdén social, que rechaza al hombre bueno, aunque humilde, y 3º, para
los herejes y los cismáticos, publicanos, samaritanos ...
El ebionismo puro, es decir, la doctrina de que sólo los pobres
(ebionim) serán salvados, de que va a llegar el reino de los pobres, fue,
pues, la doctrina de Jesús. “¡Malditos vosotros ricos –decía-, porque tenéis
vuestro consuelo! Malditos vosotros, que siempre estáis saciados, porque
tendréis hambre! ¡Malditos vosotros, que ahora reís, porque gemiréis y
lloraréis (Lc VI, 24-25).
No era aquél, por lo demás, un hecho nuevo. El más exaltado
movimiento democrático de que la humanidad haya guardado recuerdo
114

agitaba desde hacía largo tiempo al pueblo judío. La idea de que Dios es el
vengador del pobre y del débil contra el rico y el poderoso se reconoce en
cada página del Antiguo Testamento. El nombre de ‘pobre’ (ébion) había
llegado a convertirse en sinónimo de ‘santo’, de ‘amigo de Dios’. Era el
nombre que los discípulos galileos de Jesús gustaban darse; fue durante
mucho tiempo el nombre de los cristianos judaizantes de Batanea y Hauran
(nazarenos, hebreos), que permanecieron fieles tanto a la lengua como a las
primitivas enseñanzas de Jesús, y que se jactaban de poseer entre ellos a los
descendientes de su familia. A fines del siglo II, aquellos buenos sectarios,
que habían quedado fuera de la gran corriente que había alcanzado a las
demás iglesias, son considerados herejes (ebionitas) y para explicar su
nombre se inventa un pretendido heresiarca: Ebión.
Se supone que la secta de los ebionitas se originó cuando fue suprimida
la antigua Iglesia de Jerusalén por orden del emperador romano Adriano,
en el 135 d.C. Algunos de los judíos cristianos emigraron hacia el Este,
cruzando el río Jordán hasta Perea (hoy en territorio jordano),
autoexcluyéndose del cuerpo central de la Iglesia cristiana. En un principio,
adoptaron un credo farisaico muy conservador, pero después del siglo II
algunos de ellos fueron adoptando una mezcla de esenismo, gnosticismo y
cristianismo. Según los escritos de Ireneo, conocido obispo y escritor del
siglo II, se diferenciaban de los cristianos ortodoxos en su rechazo a la
divinidad de Cristo y por considerar a Pablo un apóstata, porque había
declarado la supremacía de las enseñanzas cristianas sobre las leyes
mosaicas. El escritor y teólogo cristiano del siglo III Orígenes clasificó a
los ebonitas en dos grupos: aquellos que creían en el nacimiento virginal, y
aquellos que lo rechazaban. Para ambos grupos, era sagrado tanto el Sabat
como el día cristiano del Señor, y añoraban el establecimiento del reino
mesiánico en Jerusalén. Se sabe que en el siglo V, en Siria y en Palestina,
existían aún algunos miembros de esta secta.
Sin dificultad se puede adivinar que el exagerado gusto por la
pobreza no podía durar mucho. Se trataba de uno de aquellos elementos de
utopía a los que el tiempo suele hacer justicia. Trasladado al vasto medio
de la sociedad humana, el cristianismo iba a consentir muy fácilmente que
los ricos entraran a su seno. Desde entonces, también son miembros del
reino de Dios (y van al cielo). Escribió el joven Hegel:

Sobre las exigencias que se hacen a continuación, en cuanto al


abandono de las preocupaciones de la vida y en cuanto al desprecio
de las riquezas, como sobre Mateo 19, 23, a saber, sobre la dificultad
de que un rico alcance el reino de Dios, no hay nada que decir. Es
una letanía sólo perdonable si aparece en sermones o en rimas,
puesto que tal exigencia no posee verdad para nosotros. El destino
de la propiedad se ha vuelto demasiado poderoso entre nosotros para
115

que se toleren reflexiones al respecto y para que se haga pensable su


cancelación (El espíritu del cristianismo y su destino).

4. Destrucción y palingenesia

4.1. Dos libros proféticos

No cabe ninguna duda de que Jesús conocía al dedillo las Sagradas


Escrituras, las que debió de explicar con singular gracia y encanto. Pero
hubo dos libros que lo formaron como profeta. Esos libros son el Libro de
Daniel y el Libro de Enoc, libros que en un tiempo fueron secretos, pero
que el espíritu de secta de los judíos era un excelente vehículo para estos
libros secretos se transmitieran bajo cuerda. Así se extendió el Libro de
Daniel.

a) El Libro de Daniel

Traducciones arameas y griegas lo pusieron inmediatamente al alcance


de toda clase de lectores. Todos aquellos a quienes la imaginación o las
opiniones llevaban hacia las creencias mesiánicas lo leyeron con
frecuencia. La misma sinagoga ortodoxa lo recibió entre los escritos
sagrados, sin introducirlo en el volumen de los profetas. Jesús debió de leer
mucho este libro así como el de Enoc y sacar de él sus ideas, sus
expresiones fundamentales, especialmente la expresión "hijo del hombre".
Los primeros cristianos se nutrieron de él y hallaron en sus páginas
argumentos a favor del mesianismo de Jesús.
Por ese libro extraño se abre toda una literatura que duró unos
cuatrocientos años y vivió para la expresión del pensamiento judío y
cristiano durante su período tormentoso. El llamado Apocalipsis de san
Juan no es más que un plagio del libro de Daniel. Lo mismo sucede con los
apocalipsis de Baruch y Esdras. La esencia del género es el seudónimo o, si
se prefiere, el apocrifismo. El apocaliptismo es el profetismo de una edad
en que no se creía que pudieran surgir nuevos profetas. El hombre
apasionado que tenía algo que decir no podía tomar más que un partido:
cubrirse con la autoridad de un profeta o sabio antiguo para que oyeran sus
contemporáneos lo que en sus labios habría parecido poco autorizado. Tal
era la falta de crítica que pronto se adoptó el libro. Como respondía a las
necesidades de los tiempos, hacía más efecto y se leía más ávidamente que
los escritos antiguos, de forma más hermosa, pero de más difícil
comprensión y mucho más ajenos a las preocupaciones de la actividad.
116

El Libro de Daniel es auténticamente el germen del cristianismo, el


vitellus con que empieza a alimentarse. Señala el límite en ambos
Testamentos. En él la esperanza invencible se convierte en resurrección; el
ideal del porvenir, en mesianismo. Los profetas antiguos utilizaban poco el
mecanismo de los ángeles para la preparación de sus visiones; en cambio,
los apocalipsis los usan como senda principal. El Libro de Daniel es el
preludio de la angeología y de la demonología exuberante que poseen los
escritos evangélicos.
A unos autores les gusta creer que el autor del Libro de Daniel formaba
parte del séquito íntimo de los Macabeos que dieron el asalto final. E.
Renán describe de este modo el contenido de esta obra: "Libro extraño,
mezcla rara de sublimidad y de sandez, producto al mismo tiempo de un
rebajamiento intelectual y del mayor movimiento moral conocido".
Echémosle una ojeada a este libro, fuente primigenia donde bebió el
Profeta de Nazaret.
Este libro es atribuido al profeta Daniel, descrito en el texto como
prisionero de los babilonios, pues había sido deportado desde Jerusalén a
Babilonia en torno al 606 a.C. Sin embargo, la fecha no coincide con la de
ningún ataque histórico a Jerusalén. Por ésta y por otras razones, la
mayoría de los especialistas coincide en que el libro fue obra de autor
anónimo, que lo escribiría a mediados del siglo II a.C. Fue incluido en el
canon hebreo de la Biblia en torno al año 90 d.C. y situado, quizá por su
fecha de composición tardía, en los Hagiográficos o tercera sección del
canon hebreo en lugar de hallarse en la sección segunda, Profetas. En las
modernas versiones judía y protestante de la Biblia, el libro se divide en 12
capítulos. Las versiones de la Biblia aceptadas por los católicos añaden los
siguientes apartados: Cántico de Azarías en el horno y Cántico de los tres
jóvenes (a continuación de 3,23 en la versión estándar revisada); la historia
de Susana y los dos ancianos (capítulo 13) y las historia de Bel y de "la
gran serpiente que los babilonios veneraban" (capítulo 14). Mientras que
católicos y ortodoxos incluyen estas secciones entre los deuterocanónicos,
los judíos y protestantes las consideran apócrifas, al igual que Susana, Bel
y el dragón y el Cántico de los tres jóvenes.
Los primeros seis capítulos de Daniel relatan otras tantas historias. En 5
el protagonista es Daniel y entre éstas las más conocidas son las que
cuentan de la interpretación que él, como protagonista, realiza sobre las
imágenes que aparecen en los sueños del rey de Babilonia (capítulo 4), la
lectura por Daniel de unas inscripciones en la pared del palacio real durante
un festín ofrecido por el rey babilonio Baltasar (capítulo 5) y la salvación
de Daniel en el foso de los leones. La sexta historia relata cómo tres
amigos de Daniel (Azarías, Misael y Ananías) salen ilesos del horno al que
habían sido lanzados por negarse a adorar un ídolo (capítulo 3). Los
últimos seis capítulos del libro narran las cuatro visiones apocalípticas de
117

Daniel. Añadamos que gran parte de las imágenes que pueblan estos
capítulos tienen su origen remoto en la mitología mesopotámica y persa.
El Libro de Daniel, que en síntesis es el relato de un joven que se aferra
a su fe a pesar de las tremendas presiones que recibe, quizá fue escrito para
fortalecer y consolar a los judíos oprimidos por el rey seléucida Antíoco IV
a mediados del siglo II a.C. Varios fragmentos del libro fueron hallados en
los Manuscritos del Mar Muerto descubiertos en las cuevas cercanas a
Qumrán en 1947.

b) Libro de Enoc

¿Quién es Enoc o Henok? En el Antiguo Testamento (Gén 4,17-18), fue


hijo de Caín y padre de Irad. En otro momento (Gén 5,18-21), Enoc era
hijo de Yéred y padre de Matusalén. La palabra, por tanto, parece que
corresponde al nombre propio hebreo de varios personajes bíblicos.
Es posible que la figura patriarcal de Enoc tenga su origen en un mito
solar, que más tarde asumió una considerable importancia en el
pensamiento judío. La más destacada de las leyendas tradicionales asociaba
a Enoc con su 'traslación', es decir, haber sido llevado al cielo sin haber
muerto. Esta tradición se basaba en el Génesis 5,24: "Enoc anduvo con
Dios y desapareció, porque Dios se lo llevó". Este versículo ejerció gran
influencia en el desarrollo de conceptos sobre la inmortalidad en el
Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, Enoc es mencionado en
este mismo contexto (Hebreos 11,5).
Además de lo dicho aquí queremos referirnos al Libro de Enoc, primero
y más importante de los apocalipsis apócrifos, del que existe una versión
descubierta en Abisinia, editada en Oxford en 1821 y en Leipzig en 1853 y
del que también hay una versión anacrónica, El libro de los secretos de
Enoc
El autor del Libro de Enoc cree que, después de la muerte, habrá una
recompensa para los justos resucitados y un castigo para los malos. Esto
será cuando el mundo haya cumplido las semanas de la evolución. Con el
fin del mundo vendrá el reinado de la justicia en la tierra. En lo futuro no
habrá más pecado y se borrarán las obras del impío.
Para este autor, la historia del mundo está dividida en diez semanas.
Durante la séptima surgirá una raza perversa que no hará más que
iniquidades. La octava semana será la de la justicia. Los pecadores caerán
en manos de los justos que reinarán y edificarán una casa eterna al gran
Rey. Con claridad se designa aquí la época de Juan Hircano, durante la
cual el Israel ortodoxo empuñó la espada y la utilizó para exterminar a los
que creía impíos. El autor cree que la monarquía asmonea edificada será
eterna. La novena semana revela al mundo la justicia (religión judía),
118

desaparecen las obras de los impíos, el mundo es condenado a la


destrucción y los hombres todos se portarán con arreglo a la justicia. En la
séptima parte de la semana décima, se realizará el juicio eterno y se
fundará el gran cielo eterno, desapareciendo los poderes del nuevo con luz
siete veces mayor. Luego vendrán semanas en número incalculable que
transcurrirán sempiternamente con bondad y justicia, sin que vuelva a
existir el pecado.
Las severidades de los profetas antiguos contra los ricos y los señores
del mundo se atribuirán ahora a Enoc. En este sentido el patriarca
antediluviano habla de forma tan parecida a la de Jesús que la línea
divisoria entre ambos no puede discernirse con claridad. Por ello la crítica
no ha podido averiguar si los discursos apocalípticos de Jesús se han
calcado en los de Enoc o si Enoc es un calco de Jesús. Sin embargo, la
mayoría de los autores supone que los discursos apocalípticos de Jesús
tuvieron precedentes, y que éstos hay que buscarlos en los libros atribuidos
a Enoc.
De la aglomeración de opúsculos que constituyen el llamado Libro de
Enoc, hay dos que recuerdan algunos de los discursos que se atribuyen a
Jesús sobre el fin de los tiempos y sobre las cosas oficiales. Especialmente
lo que llama las Similitudes o Parábolas ofrece en sus términos una gran
similitud con los evangelios. El 'hijo del hombre', expresión tomada del
Libro de Daniel, designa al Mesías. Probablemente el empleo de esta
expresión fue anterior a Jesús y éste la usó leyendo la parte del Libro de
Enoc en que se encuentra por primera vez.
Piensa el seudoenoc, como todos los mesianistas, que el 'hijo del
hombre' es, ante todo, un juez que pondrá fin a la deplorable promiscuidad
en que viven en el mundo el bien y el mal. El Mesías de Enoc es el
destructor de los reinos paganos, de aquellos reinos que cubren la tierra y la
destrozan. Fundará el reino de los elegidos, que será naturalmente el reino
de la justicia y se parece al ideal de los esenios. Será, por lo menos, un
reino democrático, sin lujo, sin hombres que ejerzan sobre sus semejantes
un dominio cualquiera. El advenimiento de aquel reinado nuevo será el
exterminio de los poderosos, de los gozadores. El juicio de Dios será el
terror de los ricos. Las últimas crisis serán lo más horrorosas que pueden
imaginarse: correrá la sangre como las aguas de un río y la matanza no se
interrumpirá desde la salida hasta la puesta del sol. Enoc afirma haber visto
en el cielo la solución del problema de ultratumba, dudoso aún para
muchos. Afirma, también, que la dicha, la alegría y la gloria esperan a
quienes mueran en la justicia y en la santidad. Tal será la recompensa por
los trabajos pasados. Es ocioso demostrar cuánto se parecen tales
declamaciones a los discursos evangélicos en términos violentos y,
principalmente, al gran apocalipsis, que todos los sinópticos ponen en
labios de Jesús pocos días antes de su muerte.
119

4.2. Las profecías de Jesús

Las profecías de Jesús de Nazaret pueden ser ordenadas en dos


categorías: las cumplidas y las incumplidas.

a) Profecías cumplidas

Algunas profecías de Jesús cumplidas son las siguientes:


1. “Del Oriente y del Occidente vendrán y se sentarán a la mesa con
Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos...” (Mt 8,11-12).
2. “Días vendrán en que será arrebatado el esposo...” (Mt 9,15).
3. “Seréis llevados a los gobernadores...” (Mt 10,18).
4. Ante la petición de “algunos escribas y fariseos” de alguna señal, Jesús
les da la señal de “Jonás el profeta. Porque como estuvo Jonás en el
vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el hijo del
hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra”24. [A pesar de
que el evangelista se refiere dos veces a la misma profecía, sin
embargo no cuenta bien en ninguna de ellas. Según el propio Mateo
(cap. 27), Jesús fue puesto en el sepulcro por José de Arimatea
“llegada la tarde” del día antes de la Parasceve. "Pasado el sábado, ya
para amanecer el primero de la semana”, María Magdalena y la otra
María descubren que el cadáver de Jesús no estaba en el sepulcro (Mt
28,1). Esto es, el cuerpo del Nazareno no permaneció más de 39 horas
en el sepulcro].
5. Primer anuncio de la Pasión25.
6. “Al bajar del monte les mandó Jesús, diciendo: No deis a conocer a
nadie esta visión [de la Transfiguración] hasta que el hijo del hombre
resucite de entre los muertos. Le preguntaron los discípulos: ¿Cómo,
pues, dicen los escribas que Elías tiene que venir primero? Él
respondió: Elías, en verdad, está por llegar, y restablecerá todo” (Mt
17,9-11). [El pasaje continúa, rectificando esta profecía que no se había
cumplido cuando el evangelio fue redactado: “Sin embargo, yo os
digo: Elías ha venido ya, y no le reconocieron; antes hicieron con él lo
que quisieron; de la misma manera el hijo del hombre tiene que
padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les
hablaba de Juan el Bautista” (Mt 17,12-13). ¿Y cómo se iba a
reconocer a Elías en Juan el Bautista?].
7. Segundo anuncio de la Pasión26
8. Tercer anuncio de la Pasión27
9. “... el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su
vida en redención de muchos” (Mt 20,28).
120

10. “Por eso yo os digo que os será quitado el reino de Dios y será
entregado a un pueblo que rinda sus frutos” (Mt 21,43). [¿Qué pueblo?
Misterio, como misterio es contra quién es la profecía].
11. “Por esto os envío yo profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis
y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los
perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la
sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo
Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis
entre el templo y el altar. En verdad os digo que todo esto vendrá sobre
esta generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus
hijos a la manera que la gallina reúne a los pollos bajo las alas, y no
quisiste. Vuestra casa quedará desierta, porque en verdad os digo que
no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre
del Señor (Mt 23,34-39)
12. “Y sentándose en el monte de los Olivos, llegáronse a él aparte unos
discípulos, diciendo: Dinos cuándo será todo esto y cuál la señal de tu
venida y de la consumación del mundo. Jesús les respondió: Cuidad
que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre y dirán:
Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. Oiréis hablar de guerras y de
rumores de guerras; pero no os turbéis, porque es preciso que esto
sucede, mas no es aún el fin. Se levantará nación contra nación y reino
contra reino, y habrá hambre y terremotos en diversos lugares; pero
todo esto es el comienzo de los dolores. Entonces os entregarán a los
tormentos y os matarán, y seréis aborrecidos de todos los pueblos a
causa de mi nombre. Entonces se escandalizarán muchos y unos a otros
se harán traición y se aborrecerán; y se levantarán muchos falsos
profetas que engañarán a muchos, y por exceso de la maldad se
enfriará la caridad de muchos; mas el que perseverare hasta el fin ése
será salvo. Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo,
testimonio para todas la naciones, y entonces vendrá el fin. Cuando
viereis, pues, la abominación predicha por el profeta Daniel en el lugar
santo (el que leyere entienda), entonces los que estén en Judea huyan a
los montes; el que esté en el terrado no baje a tomar nada de su casa y
el que esté en el campo no vuelva atrás en busca del manto. ¡Ay de las
que estén encintas y de las que críen en aquellos días. Orad para que
vuestra huida no tenga lugar en invierno ni en sábado (Mt 24,1-20).
[Según Eusebio de Cesárea, los cristianos huyeron al otro lado del
Jordán cuando vieron todas estas señales, librándose así de todas las
calamidades de la guerra judía, que acabó con Jerusalén y con el
templo. No deja de ser curiosa la preocupación de Jesús por la
posibilidad de tener que huir... ¡en sábado!]
13. Cuarto anuncio de la Pasión (Mt 26,1-3)
121

14. Anuncio de la traición de Judas: "Llegada la tarde, se puso a la mesa


con los doce discípulos, y mientras comían dijo: En verdad os digo que
uno de vosotros me entregará. Muy entristecidos, comenzaron a decirle
cada uno: ¿Soy, acaso, yo, Señor? Él respondió: El que conmigo mete
la mano en el plato, ése me entregará. El hijo del hombre sigue su
camino como de él está escrito; pero ¡desdichado de aquél por quien el
hijo del hombre será entregado!; mejor le fuera a ése no haber nacido.
Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y dijo: ¿Soy, acaso, yo,
Rabbí? Y él respondió: Tú lo has dicho" (Mt 26,20-25). [No se
entiende muy bien cómo los otros discípulos, que estaban "muy
entristecidos", no intentaron impedir la traición]
15. Camino del Monte de los Olivos: "Entonces les dijo Jesús: Todos
vosotros os escandalizareis de mí esta noche /.../Tomó Pedro la palabra
y le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo jamás me
escandalizaré. Respondióle Jesús: En verdad te digo que esta misma
noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces" (Mt 26,31-34).
16. En Getsemaní: "Luego vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya y
descansad, que ya se acerca la hora y el hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores" (Mt 26,45).
17. Según Lucas, Jesús profetizó que "Es preciso que el hijo del hombre
padezca mucho..." (Lc 9,22). Los discípulos nunca entienden cuando
Jesús les profetiza la Pasión. En realidad, se puede entender que tales
predicciones son a posteriori; por eso se explica que ellos no imaginen
tal cosa28. Prácticamente el capítulo 21 es de profecías a posteriori,
mezcladas con las que sí pronunció sobre la venida del Hijo del
hombre.
18. Curiosamente, Jesús, que adivina todo lo que le va a pasar, no acierta
a responder a nada de lo que le preguntan en casa del Sumo Sacerdote.
Dice ingenuamente el evangelista: "Los que le guardaban se burlaban
de él y le maltrataban, y vendándole, le preguntaban diciendo:
Profetízanos, ¿quién es el que te hirió?" (Lc 22,63-64).
19. Camino del Gólgota, profetiza. Relata Lucas: "Le seguía una gran
muchedumbre del pueblo [¿?] y de mujeres, que se herían y
lamentaban por él. Vuelto a ellas Jesús, dijo: Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros
hijos, porque días vendrán en que se dirá: Dichosas las estériles, y los
vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron" (Lc
23,28-29).
20. Juan recuerda [¡?] que dijo Jesús al comienzo de su carrera (Jn 2,19):
"Destruid este templo y en tres días lo levantaré".
21. También, según Juan, al principio de su vida pública le dice Jesús a
Nicodemo, que había ido a conversar con él durante la noche: "A la
122

manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso


que sea levantado el hijo del hombre, para que todo el que creyere en él
tenga vida eterna" (Jn 3,14-15).
22. En Jerusalén, entre otras cosas, profetiza: "Me buscaréis y no me
hallaréis y adonde yo voy vosotros no podéis venir" (Jn 7,34).
23. Juan se acuerda de una curiosa profecía condicional: "Y yo, si fuere
levantado de la tierra, atraeré todos a mí. Esto decía indicando de qué
muerte había de morir" (Jn 12,32-33).
24. Antes de la Pasión, dice Jesús a sus discípulos: "Si me persiguieron a
mí, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15,20).
27. Anuncio de la persecución judía (Jn 16,1 ss).
28. Ya resucitado, Jesús profetiza qué le sucederá a Pedro [y a todos los
mortales que, como el apóstol, envejecen]. "En verdad, en verdad te digo:
Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas,
extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Esto
dijo indicando de qué muerte había de glorificar a Dios. Después añadió:
Sígueme" (Jn 21,18-19). Un poco más adelante hay una una última
profecía sobre "el discípulo a quien amaba Jesús". "Jesús le dijo (a Pedro):
Si yo quisiera que éste permaneciese hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú
sígueme” (Jn 21,22).
Es fácil deducir que todas las profecías cumplidas son a posteriori. En
realidad esta técnica de profetizar en el futuro sobre lo pasado tiene
muchos antecedentes bíblicos. Podemos enumerar algunos.
Hoy se sabe, por ejemplo, que de los escritos deuteronómicos se
realizaron dos ediciones. La primera, redactada en el 622 a. C. en tiempo
de Josías (para darle a este rey un base de autoridad), es un relato optimista
sobre la historia de los israelitas y pletórico de esperanza ante el futuro;
pero los desastrosos gobiernos de los sucesores de Josías y la destrucción
de Jerusalén en el año 587 a.C. volvieron absurdo e inservible el texto. Así
que, ya desde el exilio de Egipto, unos veinte años después, se elaboró una
segunda edición en la que, básicamente, se añadieron los dos últimos
capítulos del libro segundo de Reyes, actualizando así el relato "inspirado"
por Yahvé, se intercalaron algunos párrafos para poder configurar
"profecías" en un momento en que ya se habían producido los hechos y se
interpolaron textos para adaptar el hilo conductor de la historia y el destino
de Israel a la nueva realidad que les tocaba sufrir29.
Un segundo ejemplo está en I Reyes, 11, 31-39. Esta profecía fue escrita
en Judá por el deuteronomista (el profeta Jeremías) en el siglo VII a. C.,
esto es, a casi tres siglos después de haberse producido la escisión de los
reinos (922 a.C.)
Y ya que hablamos de Jeremías, demos otro ejemplo tomado del libro
que lleva este nombre. La liberación del pueblo de Isarel por el persa Darío
I se produjo 67 años después de la derrota de los judíos ante
123

Nabucodonosor. Como la ocasión la pintan calva, no faltó el sacerdote


redactor que añadió al libro de Jeremías una "profecía" en la que se
anunciaban los pormenores de la invasión de los babilonios, las
condiciones del exilio, que se mantendría durante setenta años, y la llegada
de los persas30.
Si al lector le parecieran inverosímiles y exageradas las afirmaciones
que venimos haciendo, lo invitamos a leer el relato que hizo Mateo en el
capítulo 24 y lo compare con lo escrito por Flavio Josefo. Mateo dice, más
o menos, lo que sigue en palabras de Miguel Otero Silva:

Subiendo él (al Monte de los Olivos), se veía desde la altura el


templo de Herodes en toda su majestad, con sus terrazas, sus vastos
pórticos, su revestimiento de mármol blanco incrustado de jaspe y
pórfido, el brillo de su techumbre laminada de oro y plata. Los
discípulos, descorazonados, presintiendo una catástrofe, le hicieron
notar el esplendor del edificio que el maestro dejaba para siempre.
Había en su entonación una mezcla de melancolía y de sentimiento,
porque ellos habían pensado hasta el último momento verse en él
como jueces de Israel, alrededor del Mesías coronado pontífice-rey.
Jesús se volvió, midió el templo con los ojos y dijo: “¿Veis todo
esto? Ni una piedra quedará sobre otra” (Mt 24,2). Juzgaba de la
duración del templo de Jehovah, por el valor moral de aquellos que
lo ocupaban. Comprendía que el fanatismo, la intolerancia y el odio
no eran armas suficientes contra los arietes y las hachas del César
romano. Con su mirada de iniciado, que se había vuelto más
penetrante por su clarividencia que la proximidad de la muerte, veía
el orgullo judaico, la política de los reyes, toda la historia judía,
llevarle fatalmente a aquella catástrofe. El triunfo no estaba allí;
estaba en el pensamiento de los profetas, en esa religión universal,
en ese templo invisible, del cual sólo él tenía entonces plena
conciencia. En cuanto a la antigua ciudadela de Sión y al templo de
piedra, veía ya al ángel de la destrucción en pie ante su puerta con
una antorcha en la mano31.

Parece ser que hubo otro Jesús que sí profetizó la destrucción de


Jerusalén. El hecho, contado por Flavio Josefo en la Guerra de los judíos...
(libro VII, & 12), sucedió así:

Y lo que fue más horrendo y aún más espantoso que todo lo dicho,
hubo un hombre rústico y plebeyo, llamado Jesús, hijo de Anano,
cuatro años antes de comenzarse la guerra, estando la ciudad en gran
paz y en gran abundancia, habiendo venido a la fiesta que entonces
se celebraba, en la cual tienen por costumbre ataviar y adornar las
cosas sagradas del templo para honra de Dios, comenzó a dar voces
repentinamente: “Voz por Oriente, voz por Occidente, voz por las
124

cuatro partes de los vientos, voz contra Jerusalén y contra el templo,


voz contra los recién casados y las recién casadas, voz contra todo
este pueblo”. Y dando tales voces, recorría todas las plazas y calles
de la ciudad. Algunos de los varones de más nombre y más
señalados, pesándoles mucho saber la suerte adversa y desdichada
que aparejada les estaba, prendieron al hombre y diéronle muchos
azotes para que callase. No dejó él por esto de dar gritos de la misma
suerte, sin tener cuenta ni consigo ni con aquellos que le
maltrataban, ni habló algo secreto; antes perseveraba dando las
mismas voces y diciendo lo mismo. Pensando los regidores de la
ciudad, lo que en verdad así era este movimiento y voz, divinamente
enviada, trajéronle al presidente romano, adonde fue desollado hasta
los huesos con los azotes que le dieron; pero con eso no rogó jamás
que le dejasen, ni le salió lágrima alguna, sino que, como mejor
podía, a cada azote o golpe que le daban, bajaba algo su voz muy
lamentablemente y decía: “¡Ay, ay, de ti, Jerusalén!”. Como Albino,
que era entonces juez, le preguntase quién era, de dónde o por qué
razón daba tales voces, no le respondió, antes no cesó de gritar ni
llorar la desdicha de la ciudad miserable hasta tanto que, juzgando
Albino que estaba loco, le dejó libre: hasta el tiempo de la guerra, no
se le veía con ciudadano alguno, ni hubo tampoco quien le hubiese
hablar; antes se estaba cada día como elevado, orando, y, como casi
quejándose, decía: “¡Ay, ay, de ti, Jerusalén!” No maldijo a nadie
como fuese cada día maltratado, ni decía bien tampoco a los que le
traían de comer. Solamente tenía estas palabras en la boca, las cuales
eran tristes nuevas y señales para todos. Daba voces principalmente
los días de fiesta, y perseverando en esto siete años y cinco meses de
continuo, nunca enronqueció ni jamás se cansó, hasta tanto que,
llegado ya el tiempo, cuando fue la ciudad cercada, entendiendo
todos claramente lo que significaba, él se sosegó. Y rodeando otra
vez la ciudad por encima del muro, gritaba con la voz alta: “¡Ay, ay,
de ti, ciudad, templo y pueblo!” Como llegando ya el fin de sus días
dijese: “¡Ay de mí también!”, una piedra echada con uno de aquellos
tiros, luego le mató y le hizo salir el alma que aún lloraba todo el
daño y destrucción que tenía presente.

Es el mismo Flavio Josefo quien nos ha dejado una pavorosa


descripción de algunas profecías de Jesus de Nazaret que se cumplieron (a
posteriori). Está demostrado que todos los evangelios fueron redactados
después de la destrucción de Jerusalén y de su templo, de la que dejó
escrito el historiador judío:

Así, pues, fue tomada la ciudad de Jerusalén al segundo año del


imperio de Vespasiano, a ocho días del mes de septiembre; y
habiendo sido antes tomada cinco veces, ahora fue del todo
destruida. El rey de Egipto Asogeo, y después Antíoco, luego
Pompeyo, y después Sosio y Herodes la tomaron también y la
125

conservaron; pero primero fue destruida antes por el rey de


Babilonia (libro VII, & 18).

Claro que es posible pensar que tal destrucción fue para calmar la ira de
Yahvé, como quieren hacernos creer los evangelios, porque “Vino a los
suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). “Los suyos “ son “los
judíos”, como repite insistentemente el evangelista Juan. Vespasiano y
Tito, autores de la hecatombe judía, no fueron sino “azotes de Dios”, como
Nabucodonosor, Atila, las pestes de la Edad Media, Ali Agca y... ¡el sida!
de hoy. El Corán, heredero directo del judaísmo bíblico, es también
heredero de la idea de la “ira de Dios”, que se cumple: "Cuando ocurrió el
cumplimiento de la primera amenaza -dice en el Sura XVII, 5-, enviamos
a vosotros nuestros servidores, hombres de una violencia terrible;
penetraron hasta el interior de vuestro templo y la amenaza fue cumplida".
Según los comentaristas, que se preocupan por lo demás muy poco de la
exactitud cronológica en todo lo que afecta a los pueblos extranjeros, puede
referirse aquí ora Djalut el filisteo [Goliat], ora a Nabucodonosor, ora a
Senacherib el asirio, instrumentos todos de la ira de Dios.
Aunque la Iglesia no haya dicho nada en ese sentido, Alí Agca, quien el
15 de marzo de 1981 atentó contra la vida del Papa Juan Pablo II, afirmó
saber con certeza que había sido “un instrumento inconsciente de un
diseño misterioso”.
Trastornado, pero también en parte “aliviado” del peso de una
responsabilidad enorme, Ali Agca pudo hablar por primera vez con alguien
-la abogada que fue a visitarlo en la cárcel- sobre la revelación del secreto
de Fátima, que según el Vaticano, preveía el atentado contra Juan Pablo II.
Agca escuchó el anuncio del cardenal Angelo Sodano por la televisión
y, a través de las imágenes de los noticieros, conoció el “misterio” que
entrecruzó su destino de ex terrorista islámico con el del “obispo vestido de
blanco”, que -según los pastorcillos de Fátima, dijo la Virgen en 1917-
“había caído a tierra como muerto, bajo los disparos de un arma de fuego”,
caminando “fatigosamente hacia la cruz entre los cadáveres de los
martirizados”.
“Hoy Alí sabe que fue parte de un diseño y acepta mejor el error”, dijo
la abogada Marina Magistrelli, sin replicar a quien, como el magistrado
Antonio Marini, duda de una simple coincidencia con las revelaciones que
hizo Agca en 1985, cuando el ex lobo gris sostuvo que conocía el tercer
“secreto” de Fátima. Más bien sospecha la existencia de un “apuntador”32.

b) Profecías incumplidas.
126

Las profecía incumplidas de Jesús de Nazaret son las apocalípticas, que,


en su forma más completa, pueden resumirse como sigue.
El orden actual de la humanidad toca a su fin. Este fin será una inmensa
revolución, "una angustia" parecida a los dolores del alumbramiento; una
palingenesia o "regeneración" -según la expresión de Jesús (Mt 19, 28)-
precedida de sombrías calamidades y anunciada por extraños fenómenos.
En el gran día brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre. Será una
visión clamorosa y luminosa como la del Sinaí, una gran tempestad que
desgarra las nubes, una flecha de fuego que, en un abrir y cerrar de ojos,
salta de Oriente a Occidente. El Mesías llegará sobre las nubes cubierto de
gloria y majestad, al son de las trompetas, rodeado de ángeles. Los
discípulos estarán sentados sobre tronos junto a él. Los muertos resucitarán
entonces y el Mesías procederá al juicio33. En ese juicio los hombres serán
distribuidos en dos categorías según sus obras.34 Los ángeles serán los
ejecutores de la sentencia (Mt 13: 39, 41 y 49). Los elegidos entrarán en
una morada deliciosa que ha sido preparada desde el comienzo del mundo
(Mt 25, 34, comp. con Jn, 14, 2); allí se sentarán, vestidos de luz, en un
festín presidido por Abraham35, los patriarcas y los profetas. Esta será la
minoría (Lc 13, 23 ss). Los demás irán a la Géhenna, que, en el
pensamiento de Jesús, es un valle tenebroso, obsceno, una sima subterránea
llena de fuego. Los excluidos del reino se abrasarán en él y serán comidos
por los gusanos, en compañía de Satán y de sus ángeles rebeldes (Mt 25,
41). Se escucharán entonces los gemidos y rechinar de dientes36. El reino
de Dios será como una sala cerrada, luminosa en su interior, en medio de
ese mundo de tinieblas y de tormentos37 Este nuevo orden de cosas será
eterno. El paraíso y la géhenna no tendrán fin. Un abismo infranqueable
separá a uno de la otra (Lc 16, 28). El Hijo del hombre, sentado a la diestra
de Dios, presidirá este estado definitivo del mundo y de la humanidad38.
Todo esto fue tomado al pie de la letra por los discípulos y por el propio
Maestro en ciertos momentos. Si existe una creencia profunda y constante
en la primera generación cristiana, esa creencia es la de que el mundo está
a punto de acabar39 y que la gran revelación40 de Cristo va a tener lugar
muy pronto. Aquella proclamación: "¡El tiempo está cerca!"41, que abre y
cierra el Apocalipsis, aquella llamada repetida sin cesar: "¡Que aquel que
tenga oídos que escuche!"42, son los gritos de esperanza y de reunión de
toda la era apostólica. La expresión siríaca Maram Atha ("Nuestro Señor
llega", I Cor 16, 22) llegó a ser una especie de santo y seña que los
creyentes se cruzaban entre sí para fortalecerse en su fe y en sus
esperanzas. No hay que olvidar que el Apocalipsis fue escrito,
probablemente, en el año 68 de nuestra Era [Apc, 17. El sexto emperador
citado por el autor es Galba, reinante; la bestia que debe regresar es Nerón,
cuyo nombre es citado en clave, según se lee en 13, 18], fija el fin del
127

mundo en un plazo de tres años y medio43. La ascensión de Isaías (Is V, 12


y 14) adopta un cálculo muy parecido a éste.
Jesús nunca llegó a semejante precisión. Cuando se le preguntaba sobre
la fecha de su advenimiento, se negaba siempre a responder; incluso
declara una vez que la fecha de ese gran día sólo la conoce el Padre, que no
la ha revelado a los ángeles ni al hijo44. Decía que el momento en que se
acechaba el reino de Dios con una curiosidad inquieta era precisamente
aquel momento en que no vendría (Lc 17, 20). Repetía sin cesar que sería
una sorpresa como en los tiempos de Noé y de Lot; que había que estar a la
espera, siempre dsipuestos a partir; que cada uno debía velar y tener su
lámpara encendida, como para un cortejo de boda que llega de improviso45,
que el Hijo del hombre vendría del mismo modo que un ladrón, en el
momento en que no se lo aguarda46; que aparecería como un relámpago,
corriendo de un extremo al otro del horizonte (Lc 17, 24). Pero sus
declaraciones sobre la proximidad de la catástrofe no dejan lugar a ningún
equívoco47. "La generación presente -decía- no pasará sin que todo esto se
cumpla. Algunos de los que están aquí presentes no conocerán la muerte
sin haber visto llegar el reinado del Hijo del hombre48. Reprocha a quienes
no creen en él que no sepan leer los pronósticos del reino futuro. "Cuando
veis el rojo del atardecer -ilustraba- prevéis que hará buen tiempo; cuando
veis el rojo del amanecer anunciáis tempestad. ¿Cómo vosotros, que
entendéis la faz del cielo, no sabéis reconocer los signos del tiempo
venidero?"49 Estas declaraciones, tan terminantes, obsesionaron a la familia
cristiana durante cerca de setenta años. Se pensaba que algunos de sus
discípulos verían el día de la revelación final antes de venir. Juan,
especialmente, era incluido entre ellos (Jn 21, 22-23). Algunos creían que
no morirían nunca. Posiblemente fue ésta una idea tardía producida hacia
fines del siglo primero por la avanzada edad a que Juan parece haber
llegado, al haber dado esta edad ocasión de creer que Dios quería
conservarle indefinidamente hasta el gran día, con el objeto de que
realizara la palabra de Jesús. Cuando Juan el Anciano murió, a su vez, la fe
de algunos quedó quebrantada, y sus discípulos dieron a la predicación de
Jesús un sentido más atenuado, pero nunca extinguido.
No son otras las ideas de la Parusía, que las distintas iglesias cristianas
mantienen presentes (para atemorizar a sus seguidores, sostienen algunos,
y mantenerlos fieles). Incluso una de ellas se denomina ‘Iglesia de
Jesucristo de los santos de los últimos días’. Veamos algunas de esas ideas.
1. La segunda venida: “En verdad os digo que hay algunos entre los
presentes que no gustarán la muerte antesde haber visto al hijo del
hombre venir en su reino” (Mt 16,28). [Nácar y Colunga comentan:
“Este versículo, que se lee también en Mc 9,1, y en Lc 9,27, no está
ligado a lo que precede. La venida de que aquí se habla no es la última,
128

a juzgar el mundo, sino otra próxima, a juzgar a Israel, la cual tendrá


gran influencia en el desarrollo de la Iglesia entre los gentiles”.
Preguntamos: 1) ¿Y ustedes cómo saben que no es la última venida? 2)
¿Cuándo vino “el Hijo del hombre” a juzgar a Israel para “el desarrollo
de la Iglesia entre los gentiles”?.
2. La tercera venida del hijo del hombre: "Luego, en seguida, después de
la tribulación de aquellos días, se obscurecerá el sol, y la luna no dará
su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se
conmoverán. Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en
el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del
hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande. Y
enviará sus ángeles con poderosa trompeta y reunirán de los cuatro
vientos los elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro"50.
3. El juicio final: "Cuando el hijo del hombre venga en su gloria y todos
los ángeles con él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en
su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el
pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su
drecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que
están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del
reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque
tuve hambre, y me disteis de comer; peregriné y me acogisteis; estaba
desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a
verme /.../ Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al
fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve
hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis;
enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces ellos responderán
diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino,
o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo:
En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos
pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y
los justos a la vida eterna" (Mt 25,31-46). [Más claro no canta un gallo:
¡de nada valen oraciones y penitencias y mucha fe... sin las obras de
misaricordia! ¡No hay salvación cristiana de otra manera!]
Todos los pueblos, en general, incluidos los pueblos cristianos,
tuvieron siempre suficiente con una justicia bastante floja en el gobierno
del universo. Su seguridad de otra vida compensaba ampliamente las
iniquidades del estado actual. En cambio, el profeta hebreo no invocaba
nunca las recompensas y castigos de ultratumba. Estaba hambriento de
justicia, pero de justicia inmediata y terrena. Un mundo injusto era una
monstruosidad, a su parecer. De ahí una tensión heroica, un clamor
constante, una atención perpetua a los acontecimientos del mundo,
considerados como actos de un dios justiciero. De ahí, sobre todo, una fe
129

ardiente en una reparación final, en un día del juicio en que las cosas serán
como deben ser. En tal día se trastornará todo cuanto exista. Será aquello la
revolución radical, la venganza de los débiles, la confusión de los fuertes.
El milagro de la transformación del mundo se realizará en Sión, que será la
capital de un mundo regenerado, donde reinará la justicia. David será aquel
día el rey espiritual de la humanidad.
Tales ideas procedían en Israel de épocas antiguas. Como todas las
ideas fundamentales, habían nacido con el pueblo mismo. La escuela
profética, personificada en Elías y Eliseo, les dio en las tribus del Norte, el
siglo IX a. C., un relieve singular. En la primera mitad del siglo VIII,
Amir, Oseas y su escuela las proclamaron con fuerza extraordinaria en
estilo enérgico, extraño y denso. En 740, estas verdades pasaron a ser
propiedad de Jerusalén. Isaías, con el ardor de su convicción y el ejemplo
de su vida, les presta extraordinario esplendor. Por eso puede decirse que
es el verdadero fundador de la doctrina mesiánica y apocalíptica. Jesús y
los apóstoles no han hecho más que repetir a Isaías. Para estudiar sus
primeros gérmenes, la historia de los orígenes del cristianismo tiene que
empezar en Isaías.

4.3. Apocalipsis

Si en un diccionario de sinónimos buscamos 'apocalipsis', nos


encontraremos con 'hecatombe, cataclismo, catástrofe'; y si buscamos
'apocalíptico', nos dirá que es sinónimo de 'aterrador, espantoso,
catastrófico, horrendo, pavoroso, enloquecedor, espeluznante'. Estas son las
circunstancias que caracterizan el tiempo de la revelación.
El Apocalipsis de Juan es el último libro del Nuevo Testamento,
aunque, en realidad, fue el primero, el único escrito en la era apostólica.
Libro rico en alegorías y sujeto de numerosas interpretaciones, fue
relegado y ¡prohibido! por mucho tiempo. En ocasiones, la obra se
denomina 'Revelación'. Ambos nombres tienen su origen en la primera
palabra de la obra en el original griego, apokalypsis ('revelación').
El autor se llama a sí mismo ‘Juan’. La tradición eclesiástica ha
sostenido que se trata de san Juan Evangelista. Sin embargo, muchos
especialistas, tomando en consideración pruebas tales como las diferencias
lingüísticas entre Apocalipsis y el Evangelio según Juan (también atribuido
por la tradición a Juan Evangelista) se sienten más inclinados a atribuirlo a
algún otro destacado y primitivo cristiano, sugiriendo, por ejemplo, que
fuera el apóstol Juan Marcos o Juan el Anciano. Está generalizada la
opinión de que fue redactado en la isla de Patmos, una de las del
Dodecaneso en el Egeo, a la cual el autor quizá fuera desterrado "por causa
de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (1,9). Allí, quizá durante el
130

reinado del emperador romano Vespasiano (69-79 d.C.), aunque con mayor
probabilidad bajo el del emperador Domiciano, el autor oyó "una gran voz
como de trompeta" que le decía: "Lo que veas escríbelo en un libro y
envíalo a las siete Iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes,
Filadelfia y Laodicea" (1,10-11).
El Apocalipsis fue escrito para preparar a los cristianos ante la última
intervención de Dios en los asuntos humanos. Como queda dicho, la
primitiva Iglesia creía que este acontecimiento no tardaría en llegar.
Cuando se produjera, comenzaría una nueva Era en el mundo, en la que
Cristo y la Iglesia resultarían triunfantes. Sin embargo, antes se agravarían
e intensificarían los males y terrores del orden mundial existente. El autor
del Apocalipsis parece haber interpretado el empeoramiento de las
condiciones de los cristianos en el Imperio romano de Domiciano como
una señal del comienzo de este periodo catastrófico. Al parecer, escribió,
sobre todo, para alentar a los cristianos a resistir durante esta aterradora
crisis final, en la confiada esperanza del advenimiento de una inminente
Era justa para la eternidad.
Se coincide en que Juan, al comunicar a sus correligionarios cristianos
"lo que has visto, lo que ya ves y lo que va a suceder más tarde" (1,19),
eligió deliberadamente un vehículo literario que pudiese ocultar su mensaje
a los enemigos de la Iglesia. Este vehículo fue un apocalipsis, un estilo
caracterizado por una interpretación simbólica y una predicción de
acontecimientos que, por lo general, se presentaba en forma muy
elaborada. Los símbolos apocalípticos se inspiran en los libros proféticos
del Antiguo Testamento y en la tradición cristiana común. Indudablemente,
los primeros lectores del libro comprendieron sus visiones e imágenes,
pero en los siglos transcurridos desde la redacción del Apocalipsis, se ha
perdido la clave del significado original de su simbolismo. Los esfuerzos
por recuperarla han generado sistemas de interpretación muy divergentes,
aunque ninguno puede afirmar que ha acertado sin discusión en la
interpretación del sentido del autor.
En nuestros días, el Apocalipsis es altamente apreciado por su
magnífica calidad literaria, por su descripción de una crisis histórica del
cristianismo, por su sublime dramatización de la lucha contra el mal y por
sus visiones de Dios y su última redención eterna de los justos. Por eso no
es inusual leer en la prensa noticias como la que destacamos a
continuación:

Siete miembros de una familia peruana, que compartían el credo de


la Iglesia Pentecostal, se suicidaron bajo la creencia de la llegada del
fin del mundo y sus cuerpos fueron hallados en avanzado estado de
descomposición. La policía informó que al menos cinco de las
víctimas se quitaron la vida hace tres meses y que sus cuerpos
131

permenecieron en su casa, ubicada en el populoso distrito de San


Juan de Lurigancho, al este de Lima. Junto a los cadáveres se
hallaron biblias con párrafos subrayados en el Apocalipsis.51

4. ¿Fue Jesús de Nazaret un verdadero profeta?

Esta pregunta se la han hecho muchos investigadores. Morton Smith la


contestó, negativamente, en su obra Jesús el mago. Aquí hacemos un
resumen de esa posición.
Dice Marcos, 11, 27: "Llegaron de nuevo a Jerusalén, y paseándose él
por el templo, se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y
los ancianos y le dijeron: '¿Con qué poder haces estas cosas o quién te ha
dado poder para hacerlas?' Jesús contesta a la pregunta de sus adversarios
haciéndoles otras (sobre el bautismo de Juan, que no tiene nada que ver con
lo que le preguntaban), que no van a poder constestar sin peligro, y después
dice, implicítamente: 'Puesto que vosotros no queréis contestar mi
pregunta, yo tampoco contestaré la vuestra'. Así Jesús sale de vencedor; en
realidad, rehúye el problema de negarse francamente a contestar. Pero, ¿por
qué se niega en redondo? Ningún profeta de Yahvé de los clásicos en Israel
habría dudado nunca en declarar "Yahvé me ha enviado", pero nunca se
dice que Jesús hubiera dicho tal cosa, no con estas palabras... Pero,
insistimos, ¿por qué se niega? Cualquiera que explicara la historia de su
ingenio para evitar esta respuesta debe de haber pensado que tenía algo que
ocultar. ¿Cuál creería que era su secreto? En otras palabras, ¿qué creía ser
él, que le hizo tan reacio a declararlo? ¿Y por qué no dijo nunca "Así dice
el Señor"?
Los evengelios informan que los demás creían que Jesús era un
profeta52 por sus milagros, pero insisten en que los demás estaban
equivocados53; él era más que un profeta: era el Mesías, hijo de Dios.
Según el patrón de los profetas clásicos de libros proféticos del Antiguo
Testamento, Jesús no era un profeta. Un profeta -según este patrón- es un
mensajero de Yahvé enviado a declarar al rey o al pueblo "la palabra de
Yahvé". No así Jesús. En los sinópticos no se presenta a sí mismo como un
mensajero ni tampoco declara que anuncie "la palabra de Yahvé", y se
distingue de los profetas del Antiguo Testamento por muchos otros rasgos.
Los evengelios nos dicen que, cuando Jesús vivía, algunos de sus
seguidores y muchos de los que no lo eran creyeron que él era un profeta54.
La mayor parte de las veces creían que era Elías; otras, Jeremías o, tal vez,
"el profeta parecido a Moisés" que se promete en el Deuteronomio (18, 15
y 18) como guía del pueblo... Cuando los evangelios se refieren a estas
opiniones, acostumbran a corregirlas inmediatamente: Jesús no es un
simple profeta, es el Mesías55. No obstante, la extensión y diversidad de
132

estas referencias demuestran que proceden de un período anterior a la


redacción de los evangelios. ¿Compartió tal vez Jesús aquellas opiniones?
¿Se consideró a sí mismo como un profeta y se propuso representar su
papel, tal como él lo veía?
Existen dos pasajes en los que se le hace hablar de sí mismo como un
profeta56, pero es probable que ambos sean citas de proverbios, y uno de
ellos, el refrán "Un profeta no queda sin honor excepto en su pueblo de
origen", es un añadido posterior que interrumpe la historia en la que se ha
conservado.
Las pruebas según el contenido parecen más convincentes. Las historias
de Elías y de Eliseo en el Antiguo Testamento nos presentan ciertamente
personajes que se parecen al Jesús de los sinópticos: hombres que reciben
un espíritu divino que los convierte en hacedores de milagros y
reveladores, y cuya vida a partir de entonces es una serie de milagros y de
revelaciones.
Comparemos ahora las historias de Moisés, Elías y Eliseo con los textos
evangélicos. Los tres profetas tuvieron el espíritu o, más bien, éste "se posó
sobre ellos"57. Si se trata del mismo que se conoce como "la mano de
Yahvé", se dice que Eliseo provocó su venida escuchando música. Al
contrario que los evengelios y los papiros mágicos, (1) su venida no fue
precedida por ningún rito de purificación, (2) no descendió del cielo como
un ave ni tampoco fue anunciado por nadie y (3) no convirtió a quien lo
recibía en un hijo de dios ni le hizo ser adorado como un dios. El tema de
la identificación con un dios, central para los evangelios y para los papiros
mágicos, está ausente por completo del material del Antiguo Testamento
sobre estos profetas. Tampoco aparece noción alguno de "el hijo" como un
ser sobrenatural e independiente.
La salida de Jesús al desierto58 sigue el modelo chamánico, pero
también puede haberse inspirado en las experiencias de Moisés y de Elías.
Los profetas fueron a encontrase con Yahvé y recibir su poder; Jesús va a
encontrarse con Satán y vencerlo. Los cuarenta días de ayuno de Moisés59
mientras recibía la Ley los repiten Elías y Eliseo.
La llamada de Jesús a sus discípulos tiene un claro paralelo con la de
Elías o Eliseo60, pero también con una diferencia significativa: los
discípulos lo abandonaron todo y siguieron a Jesús en seguida, como las
personas encantadas por los magos. Elías le pide a su discípulo que se
despida de sus padres. Este regresa para ofrecer un sacrificio... Jesús exigía
más que Elías, porque era más sagrado que él, y sus discípulos, más
obedientes que Eliseo. Un discípulo le pidió permiso para ir primero a
enterrar a su padre, y la respuesta de Jesús fue: "Deja que los muertos
entierren a los muertos", es decir, deja que los mandamientos de la ley de
Moisés (pues enterrar a los muertos era uno de los deberes más legales) los
soporten aquellos que son incapaces de recibir la nueva vida (Lc 9, 59).
133

Los exorcismos, fundamentales en la carrera de Jesús, y muy conocidos


en el material mágico, están completamente ausentes de las historias de los
profetas.
Las curaciones seguían probablemente en importancia a los exorcismos
en la carrera de Jesús y son el tema de muchas historias de los evangelios y
de mucho material mágico (especialmente de los amuletos), pero son
escasos en las historias de los profetas. La mayor parte de las que figuran
en ellas son reparaciones de los daños que habían hecho los profetas
mismos.
Veamos los milagros de curación de lepra. La oración de Moisés curó
la lepra de Miriam; un leproso fue curado en Galilea por orden de Jesús61.
Eliseo trató a un leproso diciéndole que se lavara siete veces en el Jordán;
éste lo hizo así y quedó curado después de cumplir con la prescripción.
Jesús les dijo a diez leprosos que acudieran a los sacerdotes; ellos lo
hicieron así y quedaron curados por el camino. En los papiros mágicos no
aparecen curaciones de la lepra, por lo que sus apariciones en los
evangelios pueden ser debidas a un deseo de mostrar que Jesús podía hacer
cualquier cosa que pudieran hacer los profetas y hacerlos mejor, es decir,
que Jesús curó ¡diez veces más que Eliseo! y... antes.
De las otras muchas afecciones curadas por Jesús y por los magos
(fiebre, ceguera ordinaria, cojera, parálisis, catalepsia, hemorragia, heridas
y veneno), las historias de Moisés, Elías y Eliseo no dicen nada. Por tanto,
el Antiguo Testamento no sirvió de modelo para las numerosas curaciones
del Nuevo testamento.
Tampoco el Antiguo Testamento sirvió de modelo sobre la capacidad de
Jesús para darles órdenes a los espíritus y mandarlos por ahí, o
introducirlos en las personas. Los profetas no hacían nada de esto.
Los profetas tampoco perdonaban pecados. Los evangelios dicen que
los escribas estaban escandalizados por esta práctica de Jesús y
preguntaban: "¿Quién puede perdonar pecados, excepto sólo Dios?" (Mt
2,7). Lo que esto suponía (¡"Nadie"!) refleja la evidencia de que el Antiguo
Testamento no podía servir como modelo para este elemento de los
evangelios.
La profecía era la actividad que había hecho famosos a los profetas. En
cuanto a las predicciones específicas, incluyendo las de la propia muerte,
las historias de los profetas armonizan con las de Jesús y las promesa de los
papiros mágicos... Pero ni Moisés, ni Elías, ni Eliseo, aparecen
profetizando el fin del mundo.
Tanto Elías como Eliseo resucitaron a muchachos (uno cada uno) de
entre los muertos con el drástico método de acostarse sobre ellos y rogarle
a Yahvé.62 Jesús resucitó al menos a tres personas: a una muchacha,
tomándola de la mano (Mc 5, 41), y a dos hombres jóvenes -si no
134

consideramos el caso de Lázaro- ordenándoles simplemente (Lc 7, 14; Jn


11, 43). Esto tiene la clara intención de mostrar el poder superior de Jesús.
Las historias sobre alimentar a las muchedumbres en el desierto
demuestran también la superioridad de Jesús ( Mc 6, 32; 8, 1). Obviamente
son imitaciones de II Reyes, 4, 42 ss, incluso en su escenario y diálogo. La
cuestión es que Eliseo sólo dio de comer a cien, y Jesús...¡a cuatro y cinco
mil!
Lo de calmar tormentas y marchitar árboles, a pesar de su paralelismo
en el Antiguo Testamento, no se atribuyen a Moisés, a Elías ni a Eliseo.
Moisés transformó agua en sangre envenenada (Éx 7, 20), pero Jesús
transformó agua en vino (Jn 2, 1-11). ¿Se trata de un contraste deliberado?
Probablemente.
Moisés dividió el mar y lo cruzó ( Éx 14, 21 ss); Jesús se limitó a
caminar sobre él (Jn 6, 19): otra demostración brillante del arte de
apabullar.
Es probable que las escapatorias milagrosas, invisibilidad repentina,
etc., de Jesús y otros magos no tengan que ver nada con los profetas. Algo
parecido se esperó una vez de Elías, pero éste no desapareció (I Reyes, 18,
9 ss).
La historia de la trasfiguración de Jesús fue al principio la historia de
una iniciación mágica. La historia básica tiene importantes similitudes con
historias de los profetas63: tanto moisés como Elías acudieron a solas a una
montaña en el desierto a encontrarse con Yahvé. Moisés subió solo a una
montaña y entró en una nube en donde estaba Dios; algunas veces llevó
consigo a compañeros a quienes les reveló "el Dios de Israel". Estos
mismos elementos los encontramos en historias de iniciación mágica. El
informe sobre su brillo vuelve a demostrar su arte de apabullar: a Moisés
sólo le brillaba la cara (Éx 34, 30); Jesús brillaba por entero, incluso sus
vestidos (Mc 9, 2). Mensaje: la revelación del Hijo del hombre reemplaza a
la entrega de la Ley.
No existe nada parecido a la eucaristía en las historias de los profetas.
Elías y Jesús fueron elevados al cielo al final de sus vidas64. Elías, en un
carro llameante.
Moisés, Elías y Eliseo no dicen casi nada sobre el personal y las
actividades del mundo de los espíritus, al contrario que Jesús y los magos.
No existe nada en los profetas como los dichos con "Yo soy" de Jesús y
de los magos, ni las afirmaciones milagrosas que se hacen en ellos.
El arte de apabullar produjo algunos contrastes entre los profetas y
Jesús: Elías hizo bajar del cielo fuego sobre sus enemigos; los discípulos
le propusieron a Jesús que hiciera otro tanto, pero éste lo prohibió65. Eliseo
consiguió que Dios le diera una guardia personal de ángeles; Jesús desdeñó
hacerlo así66. Moraleja: Jesús era más sagrado que Elías y Eliseo.
135

Se dice muy poco de las enseñanzas de Elías y de Eliseo. Moisés es el


altavoz por medio del cual se da la Ley; prescindiendo de ésta, nada se
puede discernir de su propia enseñanza.
Resumiendo, no podemos suponer que el modelo profético resulte un
factor de importancia para formar las tradiciones que han dado origen a los
evangelios. Hay otras que debía hacer un profeta, pero que Jesús no hizo.

NOTAS AL CAPÍTULO 2
1
Tratado teológico-político, pág. 31.
2
Idem, pág. 37.
3
Idem, pág. 58.
4
Idem, pág. 139.
5
Tratado teológico-político, pág. 42.
6
I Reyes, 1; I Reyes, 27, 7, y II Par, 18, 7.
7
Mt, 14, 5; 21, 26 y Mt, 11, 14; Mc, 6, 15; Jn, 1, 21
8
Lc, 3, 15ss; Jn, 1, 20.
9
Mt, 21, 25ss; Lc, 7, 3.
10
Mt, 21, 32; Lc, 3, 12-14.
11
Mt, 3, 7; Lc, 3, 7.
12
Jn, 1, 35; Act, 1, 21-22,
13
Cf.: Mt, 3, 7; 12, 34; 23, 33.
14
La piedra que era Cristo. pág. 42
15
Mt,14,6-12 y Mc. 6,21-28.
16
Mt 4, 12; Mc 1, 14; Lc 4, 14; Jn, 4, 3.
17
La piedra que era Cristo.
18
Lev 11,25-40; 15,5-7.
19
Act 19,5-6; 1 Cor. 1,12.
20
Mt 10, 23; 9, 5; Lc 6, 20-21.
21
Act 4, 32, 34-37; 5, 1ss.
22
Mt, 13, 22; Lc, 12, 15ss.
23
Mt, 19, 21; Mc, 10, 21ss y 29-30; Lc, 18: 22, 23 y 28.
24
Mt 12,39 ss; 16,4.
25
Mt 16,28; Mc 8,31-39; Lc 9,22-27.
26
Mt 17,22-23; Mc 9,29-31; Lc 9,44-45.
27
Mt 20,17-19; Mc 10, 32-34; Lc 18,31-34.
28
Cf. Lc 18,31-34.
29
Cf. Dt 4, 25-30
30
Cf. Jer, 25, 8-14
31
La Piedra que era Cristo, p. 98.
32
El Nacional, A/4, Caracas, 15 de marzo de 2000
33
Mt, 16, 27; 19, 28; 20, 21; 23, 39; 24, 30 ss; Lc13. 35; 22, 30
34
Mt, 13, 38 ss; 25, 33.
35
Mt, 8, 11; 13, 43; 16, 29; Lc, 13, 28; 16, 22; 22, 30.
136

36
Mt, 5, 22; 8, 12; 10, 28; 13: 40, 42, 50; 18, 8; 24, 51; 25, 30; Mc, 9, 43, etc..
37
Mt, 7, 12; 22, 13; 25, 60.
38
Mt 3, 29; Lc 22, 69; Act 8, 55.
39
Lc, 8, 8; Act, 2, 17; 3, 19 ss; I Cor, 15: 23-24 y 52; I Tes, 3, 13; 4, 14 ss; 5, 23
40
Lc, 17, 30; I Cor, 1, 7-8; II Tes, 1, 7; I Pedro, 1, 7-13; Apoc, 1, 1
41
Apoc, 1, 3; 22,10, comp. con 1, 1
42
Mt, 11, 15; 13, 9 y 43; Mc, 14, 9 y 23; 7, 16; Lc, 8, 8, 14, 35; Apoc, 2: 7, 11, 27,
29; 3: 6, 13, 22; 13, 9
43
Apoc, 11, 23; 12, 6 y 14, comp. con Daniel, VII, 25; XII, 7.
44
Mt, 24, 36; Mc, 13, 32.
45
Mt, 24, 36 ss; Mc, 13, 32 ss; Lc, 2, 5; 10; 17, 10 ss
46
Lc, 12, 40; II Pedro, 3, 10.
47
(Mt, 10, 23; 24 y 25, enteros y, sobre todo, 24: 29, 34; Mc, 13, 30; Lc, 13, 35;
21, 28 ss)
48
Mt, 16, 28; 23, 36 y 39; 24, 34; Mc, 8, 39; Lc, 9, 27; 21, 32.
49
Mt, 16, 2-4; Lc, 12, 54-56
50
Mt 24,29-31; Mc 13,26-27; Lc 21,27.
51
El Nacional, A/9, Caracas, lunes 3 de julio de 2000.
52
Mc, 6, 15; Mt, 21, 11 y 46; Lc, 7, 16; 24, 19...
53
Mc, 8, 29; Lc, 24, 25; Jn, 4, 25; 7, 40; 9, 35.
54
Mc, 6, 24; 6, 15; 8, 28, Mt, 21, 11 y 46; Lc, 6, 16; 13, 33; 24, 19; Jn, 4, 19; 6,
14; 7, 40; 7, 52; 9, 17; Act, 3, 23.
55
Mc, 8, 28; Lc, 24, 19 y 25; Jn, 4, 19 y 25; 9, 17 y 36).
56
Mc, 6, 4; Lc, 13, 33.
57
II Reyes, 2, 9 y 15; Números, II, 25.
58
Mc, 1, 12; Éxodo, 3, 1; I Reyes, 19, 8.
59
Éxodo, 34, 28; Deut, 9, 9; 10, 10...; I Reyes, 19, 8; Lc, 4, 2.
60
Mc, 1, 16 y 19; 2, 14; Lc, 5, 8; I Reyes, 19, 19
61
Núm, 12, 13; Mc, 1, 41.
62
I Reyes, 17, 21; II Reyes, 4, 34.
63
Éx, 3, 1; 20, 21; 24, 9; 13, 15 y 18; I Reyes, 19, 8
64
II Reyes, 2, 11; Act, 1, 9; Vida, 30 final.
65
Cf.: II Reyes, 1, 10; Lc, 9, 54.
66
II Reyes, 6, 17; Mt, 26, 53.
Capítulo 3
EL MAGO

La cuestión de los milagros, que para E. Renán constituye el problema


fundamental de su Vida de Jesús, carece de sentido por completo para
Hegel, quien prescindirá de ellos sin el menor escrúpulo. Escribió E.
Renán:

Si el milagro tiene alguna realidad, mi libro no es más que un


tramado de errores. Si los Evangelios son libros inspirados y, por
consiguiente verdaderos al pie de la letra y desde el principio al fin,
hice muy mal en no contentarme componer del principio al fin los
fragmentos extraídos de los cuatro textos, como hacen los
armonistas, salvo para construir así el conjunto más redundante y
contradictorio. Mas si, por el contrario, el milagro es algo
inadmisible, he tenido razón al mirar los libros que contienen
relatos milagrosos como historias mezcladas con ficciones, como
leyendas llenas de inexactitudes, errores y prejuicios sistemáticos1.

A los ojos de los teólogos -señalará el positivista francés- los


evangelios y los libros bíblicos en general son libros como no hay otros,
libros más históricos que las mejores historias, puesto que no generan
ningún error. Pero el investigador que está comprometido sólo con la
verdad considera los evangelios como textos a los que hay que aplicarles
las reglas comunes de la crítica. La primera regla dice que todo
documento sometido a examen no tiene más que un valor relativo, que tal
documento puede ser engañoso, que puede ser derogado por un
documento mejor. Como la verdad positiva era el objeto de la
investigación de E. Renán, los milagros se van a convertir en una
obsesión, casi una persecución.
Renán parte de que los milagros son de esas cosas que no ocurren
nunca, que sólo las gentes crédulas creen en ellos. No se puede citar uno
solo que haya ocurrido ante testigos capaces de comprobarlo. Desde el
momento en que se admite lo sobrenatural, se está fuera de la ciencia, se
admite una explicación que nada tiene de científica, una explicación de las
que prescinden el astrónomo y el físico, el químico, el geólogo, el
fisiólogo, de la que el historiador debe también prescindir. Se rechaza lo
sobrenatural por la misma razón que se rechaza la existencia de los
138

centauros y los hipogrifos. La razón es que estos seres no se han visto


nunca.
Ahora bien, la cuestión de lo sobrenatural la resuelve con entera
incertidumbre, por la única razón de que no puede creer en una cosa de la
que el mundo no ofrece ningún indicio experimental. Renán no cree en los
milagros como no cree en los aparecidos, en el diablo, en la brujería ni en
la astrología. No hay experiencia de las afirmaciones de tales disciplinas.
Sin embargo, el investigador positivista se encuentra con los milagros.
Los teólogos liberales admiten que la desaparición del cuerpo de Jesús fue
una de las bases de la creencia en la resurrección. ¿Cómo refutarlos? Dirá
el historiador: el hecho aducido significa que la conciencia cristiana
estuvo dividida en aquel momento, que una mitad de esta conciencia creó
la ilusión de la otra mitad. Si los mismos discípulos hubieran arrebatado el
cuerpo y se hubiesen repartido por la ciudad gritando: "¡Ha resucitado!",
la impostura hubiese sido evidente. Pero, sin duda, no fueron los mismos
quienes hicieron las cosas. Para que la creencia en un milagro se acredite,
es preciso que alguien sea responsable del primer rumor extendido; pero
corrientemente éste no es el actor principal. Su papel se limita a no
protestar contra la reputación que se le crea. Además, aunque reclamase,
sería en vano: la opinión popular tendría más fuerza que él. Al dividirse el
fraude entre varios, se hace inconsciente o, más bien, deja de ser fraude
para convertirse en malentendido. En este caso nadie miente
deliberadamente. Todo el mundo miente inocentemente. En otros
términos, un milagro supone tres condiciones: primera, la credulidad de
todos; segunda, un poco de complacencia por parte de algunos, y tercera,
el tácito consentimiento por parte del actor principal. La leyenda nace
sola, pero... se la ayuda a crecer.
Del relato hegeliano son excluidos completamente los milagros, se
dijo. La "armonización" hegeliana incluye el contenido íntegro del
evangelio de Lucas, con exclusión de los milagros. Este rechazo del
recurso a los milagros parece ser una de las constantes de la filosofía de la
religión de Hegel. Mientras que en la Historia de Jesús se puede suponer
que es el principio ilustrado el que motiva tal exclusión, en las Lecciones
será la certeza que el espíritu tiene de su propia realidad la que excluirá la
referencia a elementos "exteriores" o no espirituales, como los fenómenos
naturales. "La divinidad de Cristo está atestiguada por el testimonio del
espíritu, no por los milagros, pues sólo el espíritu reconoce al espíritu",
asienta en las Lecciones sobre la filosofía de la religión. Igualmente se
ven traducidos a un registro mundano-natural otros aspectos del relato
evangélico, como, p.e., el de las tentaciones de Jesús en el desierto,
convertidas en un episodio fáustico en el que Cristo se ve tentado por la
magia y en el que la tentación de arrojarse por el precipicio se convierte
en un pensamiento de suicidio. Lo Otro de Dios y del hombre no es la
139

potencia maléfica, sino la necesaria dependencia de lo natural inmediato,


a cuya sujeción contrapone el hombre la elevación supranatural de su
propio principio espiritual.
La Historia de Hegel termina con el enterramiento de Jesús. Nada se
nos dice de su resurrección, el mayor de los milagros, que al "ilustrado"
Hegel tenía que resultarle tan irracional como los milagros que
consideraba totalmente independientes del estricto contenido religioso del
evangelio. Como vemos, para Hegel carece de sentido lo que a los
biógrafos de Jesús en el siglo XIX y XX les habría de aparecer como
problema fundamental: ni le interesa el contenido mítico -como a Strauss-
ni le preocupa la realidad de la figura histórica llamada Jesús, como a E.
Renán.
Argumenta Hegel: incapaces de una fe que hubiera sido
conquistada por ellos mismos y que se fundara en su propia naturaleza,
gran parte de la confianza y de la atención recabada por Jesús entre los
judíos era atribuible a sus milagros - por más que su capacidad para
hacerlos, según parece, no llamó demasiado la atención de sus doctos
contemporáneos-. Pero nada ha contribuido más que esta fe en los
milagros a la transformación de la religión de Jesús en una religión
positiva, a su fundamentación sobre la autoridad. De ahí que el abandono
tan a menudo de una religión positiva se vea acompañada, también a
menudo, por la inmoralidad. Es decir, si la fe era meramente positiva,
entonces la responsabilidad la tiene ésta y no el abandono de la misma
Constata el filósofo que es una cosa fútil discutir sobre milagros en el
terreno del entendimiento; el resultado ha demostrado siempre que con
ello nada se logra. La imaginación, por el contrario, se contenta con esta
explicación, la de que fue un ser superior el causante de tal suceso. El
entendimiento no se opone a esta operación, casi la acompaña con una
sonrisa, pero no tiene ningún interés en quitar a la imaginación su juguete,
puesto que él no tiene ninguna función que cumplir. Incluso se rebaja a
prestarle a la imaginación su concepto general de la causalidad para que
ésta lo usa, pero que no tendrá que ver nada con su aplicación.
"Si el espíritu obra en una configuración distinta, opuesta, como algo
enemistoso, algo dominador, entonces ha olvidado su divinidad. Por eso
los milagros son la representación de lo menos divino que existe, ya que
son lo más antinatural que hay; ellos conservan en sí la oposición más
dura entre espíritu y cuerpo en toda su monstruosa grandeza. El actuar
divino es la reconstrucción y manifestación de la coincidencia, el milagro
es el máximo desgarramiento", escribió el filósofo en El espíritu del
cristianismo y su destino.
En fin, para Hegel, Jesús es más una abstracción racional que una
figura histórica. Y la Historia de Jesús, más que el relato de un
140

acontecimiento histórico fechable en el tiempo y localizable en el espacio,


constituye una aproximación a ese "nuevo evangelio eterno" de que
hablara Lessing en La educación del género humano.
Buenas razones, sin duda, tenía Hegel para excluir lo que excluyó en la
Historia de Jesús. La versión que nos presentan los evangelios siempre ha
producido muchos problemas. Jesús tuvo que haber sido una de las figuras
de la antigüedad mejor conocidas, pero ninguna es tan discutida.
En primer lugar, los evangelios se contradicen mutua y repetidamente,
incluso en la sucesión de los acontecimientos: ¿desbarató Jesús el
mercado del Templo al principio de su predicación pública (Jn 2, 13-16) o
al final de ella (Mc 11, 15-17), o bien, como dirán algunos apologistas,
ambas veces? ¿Fue crucificado durante el día anterior a la cena de Pascua
(Jn 18, 28) o al día siguiente (Mc,14, 16) o en los dos días?
En segundo lugar, los evangelios no se escribieron con el simple
propósito de registrar unos acontecimientos, sino para producir y
confirmar la fe en Jesús, el Mesías (es decir, el 'Cristo'), el hijo de Dios.
No pintan una figura histórica, sino una figura mitológica: un dios que
descendió del cielo, que vivió entre los hombres haciendo milagros y
enseñando, que fue crucificado, murió, fue sepultado, resucitó de entre los
muertos, regresó al cielo y, ahora, está sentado allí arriba esperando el
tiempo fijado para regresar a la tierra para resucitar a los muertos, juzgar a
todos los hombres, destruir este mundo y crear uno nuevo.
¿Qué era lo que la gente creía, en general, acerca de Jesús? Se pensaba
que era un judío (Jn 4, 9) y un galileo (Jn 7, 41) como Pedro (Mc 14, 70).
Otros pensaban que era un samaritano (Jn 8, 48) y que tenía un demonio.
Algunos dijeron: “No sabemos de dónde viene”(Jn 7, 15). Se
maravillaban de que supiera leer, aunque no había tenido una educación
formal (Jn 7, 15). No practicaba ninguna abstinencia observable, más
bien fue acusado de glotón y borracho (Mt 11, 19). Tales informes, al
margen de su veracidad, no sirven para explicar la importancia que tuvo
Jesús. Lo importante era su capacidad para hacer milagros. Si reunimos
todas las pruebas de que disponemos sobre este aspecto, obtendremos la
imagen siguiente. Lo primero que producían los milagros de Jesús era
asombro: “Todo el mundo se maravilló”, comentan los evangelistas2.
Inmediatamente seguía la fama3, al igual que el miedo4. Todos estos
hechos aparecen principalmente en los comentarios de los evangelistas y
nos muestran lo que, en su opinión, podían ser las consecuencias de los
milagros. Conocían su sociedad. No tenemos motivo para dudar de su
juicio. Esa fama -creemos- contribuye a explicar el curso que tuvieron los
acontecimientos. Tanto la actividad pública de Jesús como el éxito que
tuvieron sus seguidores después de la muerte de éste serían inexplicables
si Jesús no se hubiera hecho famoso. Así que no hay ninguna buena razón
141

para poner en duda el informe unánime de los evangelios según el cual


Jesús llamó la atención por los milagros que realizaba.
Las curaciones, sobre todo, hicieron famoso a Jesús. Para comprender
su importancia, debemos recordar que en la Palestina antigua no existían
hospitales ni manicomios. El enfermo y el loco debían ser atendidos por
sus familias, en sus propios hogares. A menudo la carga de cuidarlos era
pesada y, a veces, especialmente en los casos de locura furiosa, superior a
lo que la familia podía soportar. Los enfermos eran echados de la casa y
se les dejaba que erraran como animales. En consecuencia, la mayoría de
la gente buscaba las curaciones con impaciencia, no sólo para ellas
mismas, sino también para sus parientes. Los médicos eran
incompetentes, escasos y caros. Cuando aparecía un curandero, un
hombre que pudiera realizar curaciones milagrosas, ¡y que las hiciera
gratis!, podía estar seguro de que iba a ser acosado por la multitud. Y
entre el gentío que se apiñaba desesperadamente a su alrededor,
pidiéndole que los sanara, se producirían seguramente algunas emociones.
Con cada una de ellas aumentaría la fama de sus poderes, las esperanzas y
las especulaciones de la muchedumbre, así como las leyendas y rumores
sobre el sanador. Estas multitudes y sus necesidades, no las comunidades
cristianas posteriores, fueron las matrices más tempranas de las historias
de los evangelios. Incluso ahora continúan produciendo historias
similares.
Marcos comienza los milagros de Jesús con las llamadas a los primeros
cuatro discípulos (1, 16-20). No antepone el evangelista introducción
alguna a estas historias, quiere que el lector crea que Jesús nunca había
visto antes a estos hombres. Sus respuestas inmediatas a unos
llamamientos inesperados e inexplicados son milagros que atestiguan el
poder sobrenatural de Jesús. Este mismo poder ("autoridad", dice el
evangelio en 1, 22) es la revelación importante que enseña su doctrina y
se manifiesta inmediatamente mediante su "expulsión de un demonio"
(tranquilizando a un lunático: 1, 23-26). En consecuencia, "las noticias
sobre él se extendieron por todas partes en toda la comarca de Galilea" (1,
28). En cuanto terminó el sábado, "le trajeron a todos los enfermos y a los
poseídos por los demonios, y estaba toda la ciudad agolpada a la puerta
[de la casa donde se alojaba]. Y curó a muchos aquejados de diversas
enfermedades, y expulsó muchos demonios" (1, 32ss). Es comprensible
que cuando abandonó la ciudad a las primeras horas de la mañana
siguiente -Cafarnaúm- todo el mundo anduviera buscándole (1, 37).
Cuando curó a un leproso y éste hizo pública la noticia, la muchedumbre
aumentó tanto que ya no pudo entrar públicamente en la ciudad, sino que
se quedó en el campo, "y venían a él de todas partes", sigue relatando
Marcos en el primer capítulo de su evangelio (1, 45). Y el capítulo
142

segundo se abre con un nuevo milagro, pues se nos dice que, cuando
regresó a Cafarnaúm, la multitud que se había congregado era tan grande
que algunos hombres que llevaban a un paralítico tuvieron que subir al
techo y bajar al enfermo, en su camilla, hasta la presencia del sanador (2,
1ss). Otra vez, cuando se hizo a la mar, la muchedumbre lo siguió desde
tan lejos como Jerusalén y Sidón, "oyendo las cosas que él hacía" (3, 8),
"pues había curado a muchos, de modo que todos los que tenían
aflicciones se le echaban encima, intentando tocarlo, y quienes estaban
[poseídos] por espíritus inmundos, cuando lo veían decían: Tú eres el hijo
de Dios" (3, 10ss). Todas las historias anteriores son las que presentan el
tema en el Evangelio según Marcos. Desde aquí en adelante, el
evangelista se refiere con frecuencia a muchedumbres de individuos que
acuden a Jesús o que desean verlo por sus milagros. Inclusos sus
enemigos, mientras lo están crucificando, declaran sus hazañas
milagrosas: "Ha salvado a otros, pero no puede salvarse así mismo" (15,
31).
Lo anterior, a propósito de Marcos. Otro tanto puede decirse de Mateo
y de Lucas. En su redacción original, el Evangelio según Juan concluía
probablemente con las siguientes palabras, que ahora cierran el capítulo
20: "Además Jesús realizó otras señales en presencia de sus discípulos,
señales que no han sido relatadas en este libro. Pero éstas han sido escritas
para que creáis que Jesús era el Mesías, el hijo de Dios, y para que,
creyéndolo, podáis tener vida en su nombre"5.
En resumen, la mayoría de los relatos evangélicos presentan a Jesús
como un milagrero que atraía a sus seguidores mediante los prodigios
relatados. Todos ellos señalan que fue por los milagros por lo que se creyó
que él era el Mesías6 y se hizo de él un dios7. En las iglesias palestinas
primitivas se recordaba a Jesús como alguien capaz de hacer milagros.
Es creencia común que un hombre que puede hacer milagros tiene
alguna clase de poder sobrenatural. Si los milagros son beneficiosos (las
curaciones, sobre todo), su poder se considera santo. Igualmente, su
persona. Como hombre santo, pues, sus frases y sus acciones serán
recordadas y los hombres lo seguirán para beneficiarse de su poder santo.
Si, además de esto, sus numerosos y entusiastas seguidores empiezan a
pensar que él es el Mesías esperado, como para asustar a las autoridades,
este hombre se va a encontrar pronto en serios apuros. Y esto fue lo que
ocurrió. Sus milagros atrajeron enormes multitudes e hicieron que muchos
pensaran que él era el Mesías y las autoridades... ¡temblaron! Juan resume
perfectamente el problema cuando dice que "los príncipes de los
sacerdotes y los fariseos" -después que Jesús hubo resucitado a Lázaro-
"convocaron a una reunión, y dijeron: ¿Qué hacemos, que este hombre
está haciendo muchos milagros? Si lo dejamos así, todos creerán en él, y
vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación"
143

(Jn 11, 47). Las autoridades de la ciudad prendieron a Jesús y lo


entregaron a Pilatos. Éste lo crucificó como a un pretendido Mesías8. "El
Rey de los judíos" fue el títulus colocado en la cruz. Puesto que Pilatos
fue gobernador de Judea, aproximadamente desde el año 26 hasta el año
36 d. C., la crucifixión debe fecharse dentro de esta década9.

1. ¡Milagro!

"Por orden del Rey, se prohíbe a Dios hacer milagros en este lugar",
rezaba un irónico cartel que fue colocado por la secta de los
convulsionarios el 27 de enero de 1732 en el cementerio de Saint-Médard,
como protesta ante las autoridades.
Nada más alejado de nuestra intención que comparar a Jesús con
ningún otro personaje histórico. Pero recordemos a un suizo llamado La
Fontaine. Nacido en 1803, tras recorrer el territorio francés, sus pasos lo
llevaron a Italia. Muy pronto sus actuaciones en aquel país comenzaron a
granjearle fama de taumaturgo. Las numerosas denuncias cursadas contra
él afirmaban que "realizaba una impía imitación de los milagros de
Cristo". Encarcelado poco tiempo después, fue puesto al fin en libertad
por el rey Fernando de Nápoles, con la condición expresa de que "no
devolviera la vista a los ciegos ni el oído a los sordos". Recibido en
audiencia por el Pontífice Pío IX, La Fontaine no solamente pudo
convencerlo de que sus curaciones no pretendían imitar las de Cristo, sino
que incluso obtuvo una declaración del Papa en la que éste expresaba su
deseo de que "para el bienestar de la humanidad, el magnetismo se
difunda por todas partes...”
En realidad, sabemos muy poco de los efectos que la mente puede
provocar sobre el cuerpo. La psicosomática es aún una ciencia muy joven
y pisa terrenos inciertos y resbaladizos. En otros tiempos los médicos
hablaban de cegueras, sorderas y parálisis histéricas. Algo no demasiado
infrecuente entre los soldados destinados a los frentes de combate. De
alguna manera, es como si las vías nerviosas que unen los órganos
sensoriales con el cerebro, en los casos de ceguera y sordera, y las zonas
motoras del córtex con la extremidades, se desconectaran. No físicamente,
pero los impulsos no pasan. Un estado semejante se puede provocar
mediante la hipnosis. Cuando a una persona la sugestionan de que no vea
si se enciende una luz ante sus ojos, la pupila se contrae, pero el sujeto no
reacciona ni se sobresalta ante el impulso luminoso. El ojo ve; pero el
cerebro, no.
"Levántate, dijo entonces Jesús al paralítico -cuenta el evangelio de
Mateo-, toma tu camilla y vete a tu casa. Él, levantándose, fuese a su
144

casa". Sabemos tan poco sobre la conexión mente-cuerpo que incluso


ignoramos si sus consecuencias pueden ir más allá de esos efectos sobre el
sistema nervioso que citábamos anteriormente. Como acaso sucediera en
Lourdes con un tal Pierre de Ruder. En 1867, este hombre se fracturó una
pierna. Ocho años más tarde, en 1875, el estado del paciente se había
agravado. Tenía aún la fractura abierta y le supuraba constantemente. La
pérdida de sustancia ósea llega a ser tan considerable que, según el doctor
Van Haustemberger, se puede hacer girar la pierna completamente sobre
su eje accionándola desde el talón. Pero ese mismo año, Pierre de Ruder
acude a Lourdes. Casi instantáneamente su herida se cura y el eje
articulador se restablece como si hubiera sido intervenido
quirúrgicamente. Años después, cuando este hombre llega al final de su
vida, se obtienen muestras de su esqueleto y se toman algunas
radiografías. En ellas se contempla una cierta regeneración ósea que, en
opinión del doctor Le Bec, resulta "muy defectuosa". Al caso, que había
sido catalogado inicialmente como "milagro", se le retira tal calificación.
El hecho da qué pensar. ¿Cómo un milagro puede ser esa chapuza a medio
terminar? Parece inconcebible creer que la energía espiritual que se
supone ha actuado sobre el miembro enfermo se haya conformado con
dejar el trabajo... ¡a medias!
"¡Milagro! He aquí uno de los conceptos más confusos, sobre todo
después que la fe en los milagros de la fe ha sido sustituida por la fe en los
milagros de la ciencia". De este modo planteaba el problema don Miguel
de Unamuno. Y tenía razón. "Los salvajes no admiran los portentos de la
aplicación de los descubrimientos científicos", se dice. Se asegura que
cuando un salvaje ve volar un aeroplano u oye un fonógrafo no se admira.
¡Claro! Está acostumbrado al milagro de que vuele un águila o que hable
un hombre o un loro. Un milagro más no lo sorprende. El salvaje vive
entre milagros, misterios y mitos. Así lo demostró M. Leenhardt en Do
Kamo, 'el hombre auténtico'10. Y el hombre, de algún modo, sigue siendo
salvaje, aunque haya nacido y haya sido criado en medio de un pueblo que
se dice civilizado. Nunca se pierde la fe en el milagro, cuando no en los de
la fe, sí en los de la ciencia.

2. Jesús, médico de cuerpos y almas. El olor de la santidad

Las historias de los milagros de los sinópticos no suelen estar


relacionadas con la enseñanza de Jesús y, cuando lo están, esta relación
suele ser secundaria. En cuanto a los milagros, se los tenía en aquella
época inseparables de lo divino y por el indicio de las vocaciones
proféticas. Las leyendas de Elías y de Eliseo estaban llenas de ellos.
Existía la convicción de que el Mesías haría muchos11. A algunas leguas
de Jesús, en Samaria, un mago llamado Simón se forjaba, gracias a sus
145

encantamientos, un papel casi divino (Act 8, 9 ss). Más tarde, cuando se


quiso instaurar la moda de Apolonio de Tiana y demostrar que su vida
había sido el viaje de un dios sobre la tierra, se creyó que sólo se podía
conseguir atribuyéndose un vasto cielo de milagros. Los mismos filósofos
alejandrinos, Plotino y los demás, son considerados como hacedores de
milagros. Por consiguiente, Jesús debió elegir entre dos partidos, o
renunciar a su misión o convertirse en taumaturgo (o porque era
taumaturgo creyó que tenía una misión).
Hay que recordar que toda la antigüedad, a excepción de las grandes
escuelas científicas de Grecia y de sus adeptos romanos, admitía el
milagro. Jesús no solamente creía en él, sino que no tenía la menor idea de
un orden natural establecido con arreglo a determinadas leyes. Sus
conocimientos sobre este aspecto no eran en nada superiores a los de sus
contemporáneos. Es más, una de sus opiniones más profundamente
arraigadas era la de que con fe y oración el hombre tiene todo el poder
sobre la naturaleza12. La facultad de obrar milagros pasaba por una
licencia que Dios regularmente distribuía a los hombres (Mt 9, 8) y no
tenía nada de sorprendente. Los fundadores del cristianismo vivían en un
estado de poética ignorancia. Sin duda, la fama popular, antes y después
de la muerte de Jesús, exageró enormemente el número de hechos de este
género: los milagros. En efecto, los milagros evangélicos no ofrecen
mucha variedad, unos y otros se repiten con arreglo a un número muy
pequeño de modelos acomodados al gusto del país (y del tiempo). Muchas
veces es imposible saber si algunos son fruto de la creencia de los
redactores de los evangelios, que estaban llenos de preocupaciones
teúrgicas y vivían, por ello, en un mundo análogo al de los
"espiritualistas" de nuestro tiempo13. Durante cerca de un siglo, los
apóstoles y sus discípulos sólo sueñan con milagros.
Casi todos los milagros que Jesús ejecutó parecen haber sido milagros
de curación. La medicina era por aquella época en Judea nada científica,
entregada absolutamente a la inspiración individual. La medicina
científica, fundada por Grecia desde hacía cinco siglos, era casi
desconocida en tiempos de Jesús entre los judíos de Palestina. En
semejante estado de conocimientos, la presencia de un hombre
excepcional, que trata al enfermo con dulzura y por medio de algunas
señales sensibles le proporciona la seguridad de su restablecimiento es,
con frecuencia, un remedio decisivo. Al igual que la mayoría de sus
compatriotas, Jesús carecía de toda idea acerca de una ciencia médica
racional; creía, como casi todo el mundo, que la curación debía efectuarse,
sobre todo, por medio de prácticas religiosas. Semejante creencia era
perfectamente consecuente. Desde el momento en que se consideraba la
enfermedad como el castigo de un pecado14 o como obra de un demonio15
146

y de ninguna manera como resultado de causas físicas, el mejor médico


era el hombre santo, que gozaba de poder en el orden sobrenatural. Curar
era considerado como una cosa moral. Jesús, que sentía su fuerza moral,
debía creerse especialmente dotado para curar. Convencido de que el tacto
de su ropa (Lv 8, 45-46), la imposición de sus manos (Lc 14, 40), la
aplicación de su saliva (Mc 8, 23; Jn 9, 6) hacían bien a los enfermos,
hubiese sido cruel si hubiera negado a quienes sufrían un alivio que estaba
facultado para concederles. Se consideraba la curación de los enfermos
como una manifestación del reino de Dios, siempre asociada a la
emancipación de los pobres16. Los esenios, que tantos puntos de contacto
tienen con Jesús, pasaban también por médicos espirituales muy
poderosos.
Muchas circunstancias, por otra parte, parecen indicar que Jesús no fue
taumaturgo hasta bastante tarde y contra su voluntad. Con frecuencia no
ejecuta sus milagros sino después de haberse hecho rogar, con una especie
de malhumor y reprochando rudeza de espíritu a quienes se los piden17.
Una particularidad, aparentemente inexplicable, es el cuidado que pone en
hacer sus milagros a escondidas y la recomendación que dirige a aquellos
a quienes cura de no decírselo a nadie18. Se diría que, en algunos instantes,
el papel de taumaturgo le es desagradable y que trata de dar tan poca
publicidad como puede a las maravillas que, en cierto modo, nacen bajo
sus pasos. Cuando sus enemigos le piden un milagro, sobre todo un
milagro celestial, un meteoro, se niega obstinadamente19. Sí, pues, está
permitido creer que se le impuso una reputación de taumaturgo, que no se
resistió mucho a ella, pero que no hizo nada para apoyarla y que, en
cualquier caso, advertía la vanidad de la opinión a este respecto. Jesús
sólo fue taumaturgo y exorcista a pesar suyo. Corrientemente el milagro
es obra del público y no de aquel a quien se atribuye. El mayor milagro
hubiera sido que no los hiciese.
Uno de los tipos de curación que Jesús lleva a cabo con más frecuencia
es el exorcismo o expulsión de los demonios. En todos los espíritus
reinaba una gran facilidad para creer en los demonios. Era una opinión
universal, no sólo en Judea, que los demonios se apoderaban del cuerpo
de ciertas personas y las hacían obrar en contra de su voluntad. Se
suponía, también, que existían procedimientos más o menos eficaces para
expulsar los demonios. La profesión de exorcista era considerada como
una profesión común, igual que la del médico20. No es dudoso que Jesús
haya poseído entre sus contemporáneos la reputación de conocer los
últimos secretos de este arte21.
Es bueno que el lector sepa que la Iglesia católica tiene una “orden
menor” llamada erxocistado en el Código de derecho canónico (949), por
la cual se adquiere un poder para arrojar diablos, no sólo de fieles y
catecúmenos, sino también de los acatólicos y excomulgados (& 1152).
147

Todos los curas católicos reciben esta orden, en otras palabras, todos ellos
están en condiciones de arrojar demonios. Claro que hay especialistas,
como el que se muestra en las exitosas películas del El Exorcista. Pero, en
realidad, “Nadie que tenga potestad de hacer exorcismos puede hacerlos
legítimamente sobre los posesos si no ha obtenido para cada caso licencia
especial y expresa del [obispo] Ordinario. Esta licencia solamente debe
concederla el [obispo] Ordinario al sacerdote que sea piadoso, prudente y
de vida irreprensible; y el sacerdote no debe proceder a hacer los
exorcismos sin antes haberse cerciorado, por medio de una investigación
cuidadosa y prudente, de que se trata realmente de un caso de posesión
diabólica” (&1151).
El lector habrá advertido la insistencia de la Iglesia en la prudencia del
exorcista. Y es que en siglos pasados, el tratamiento de las perturbaciones
mentales era con exorcismos. Este tipo de “terapia” persistió así más
tiempo que cualquiera otra rama de la medicina. Se consideraba que la
locura era debida a la posesión diabólica, una opinión que podía
reforzarse acudiendo al Nuevo Testamento. A veces una cura podía
efectuarse por exorcismo, o tocando una reliquia, o por la orden que un
hombre santo daba al demonio para que saliera. La fórmula del exorcismo
llegó a ser cada vez más grande, y más y más salpicada de oscuridades.
Por tales medios, los jesuitas de Viena en 1583 arrojaron 12.652 diablos.
Claro que cuando fallaban estos métodos mixtos, el paciente era azotado;
si el demonio se resistía todavía, era torturado... Hoy, el tiempo no ha
pasado en vano... ¡gracias a Dios!22 Aunque no tanto: ¡todavía es preciso
hacer milagros para llegar a la santidad!
El Código de derecho canónico, libro IV, parte III, trata de "De las
causas de beatificación de los siervos de Dios y de canonización de los
beatos" (& 1999-2141). Como el lector puede deducir, son 42 artículos
destinados a poner orden en el Cielo, es decir, 42 artículos que norman el
ascenso de un mortal a la inmortalidad o cómo un hombre puede volverse
un dios. En esta parte del Código se señalan los requisitos, que son: 1)
heroicidad de virtudes 2) o martirio y 3) milagros obrados por
intercesión del candidato (& 2116).
Tanto si se han practicado virtudes heroicas como si se ha sufrido
martirio, el aspirante a la santidad, como conditio sine que non, debe
hacer milagros (después de muerto), si quiere entrar al panteón celestial.
Los milagros que se exigen como pruebas de santidad son,
fundamentalmente, sobre enfermedades23.
Como requisitos de forma se exigen juramentos a todos los que
intervienen en el proceso (& 2037), lo cual fue expresamente prohibido
por el Maestro de Nazaret. Las mujeres no pueden ser actores del proceso
(2004), así estén dispuestas a jurar. El Código que estamos consultando
148

exige que “La discusión de las virtudes no comenzará antes de haber


pasado cincuenta años desde la muerte del Siervo de Dios” (& 2101).
Creemos que en la nueva versión se exigen menos años, siempre que se
hagan milagros. Por esta razón Monseñor Escrivá de Balaguer murió en
1975, en 1992 llegó a beato y en 2003 se cuenta entre los santos. El
artículo 2104 taxativamente señala de qué virtudes estamos hablando.
Después de que el candidato ha sido declarado beato, éste debe hacer
nuevos milagros para llegar a ser santo (& 2138). Claro que esto es
relativo, porque, en ultima instancia, de nada valen los milagros, porque el
que decide la santidad es el Papa (& 2140).
Como para ser santo se requieren milagros, si no los hay, es preciso
hacerlos, esto cuando se necesita el santo. Como un ejemplo, podemos
referirnos a los supuestos milagros de san Francisco Javier, el amigo de
Ignacio de Loyola, y el primero y más eminente de los jesuitas en Oriente.
San Francisco estuvo muchos años en la India, China y Japón.
Encontró la muerte en 1552. Él y sus compañeros se escribieron muchas
largas cartas, que aún se conservan, relatando sus trabajos, pero en
ninguna de esas cartas se habla de poderes milagrosos en su vida. El Padre
José de Acosta -el mismo jesuita que quedó tan desconcertado con los
animales del Perú- expresamente afirma que esos misioneros no se
ayudaban con milagros en sus esfuerzos para convertir a los paganos. Pero
después de la muerte de Javier, empezaron a aparecer relaciones de
milagros. Se decía que poseía el don de lenguas, aun cuando sus cartas
están llenas de quejas por las dificultades de la lengua japonesa y la
escasez de buenos intérpretes. Se dijo que, en una ocasión en que sus
compañeros estaban sedientos en el mar, transformó el agua salada en
agua dulce. También se dijo que cuando perdió un crucifijo en el mar, un
cangrejo se lo devolvió. De acuerdo con una versión posterior, arrojó el
crucifijo sobre la borda para calmar una tempestad. En 1622, cuando fue
canonizado, se hizo necesario probar, a satisfacción de las autoridades del
Vaticano, que había realizado milagros, porque sin tal prueba nadie puede
llegar a santo. El Papa oficialmente garantizó el don de lenguas y estaba
especialmente impresionado por el hecho de que Javier había encendido
lámparas con agua bendita en vez de aceite. Fue el mismo Papa -Urbano
VIII- que encontró increíble lo que decía Galileo. La leyenda siguió
creciendo hasta que, en la biografía publicada por el Padre Bouhours, en
1682, se nos enseña que el santo durante su vida resucitó a cuarenta
personas. Los escritores católicos aún le conceden el crédito de poderes
milagrosos; así el Padre Coleridge, de la Compañía de Jesús, reafirmó el
don de lenguas en una biografía del santo jesuita.
Es posible que el lector crea que tales prácticas corresponden a tiempos
ya idos. Se equivoca. Con la necesidad que se tenía de que José María
Escrivá de Balaguer fuera santo, se han creado milagros para su
149

beatificación. Suponemos que otro tanto ocurrió con su canonización.


Pero para aspirar a la santidad se necesita algo más que ser el fundador del
Opus Dei. Se necesita un milagro. Para que éste se produzca se precisan
personas que imploren la intercesión del futuro santo. En el caso de
Escrivá de Balaguer, con más de 75.000 socios del Opus Dei y más de mil
sacerdotes, no iban a faltar plegarias.
Esta ocasión llegó, al parecer, en la persona de Concepción Boullón,
monja carmelita de El Escorial, curada de un cáncer a finales de los años
setenta tras invocar a monseñor Escrivá. Pero sobre este momento estelar
del carisma de José Mª Escrivá parecen existir algunas sombras. La
monja, supuestamente curada, era prima hermana de Mariano Navarro
Rubio, ex ministro de Francisco Franco y destacado socio del Opus Dei,
cabeza de un gran semillero familiar de la Obra. Y Pilar Prieto, la monja
que empieza a divulgar el supuesto milagro, es hermana de un alto
directivo del Opus. Un familiar muy próximo a la monja del milagro
aporta nuevos datos: "El doctor Van Wemer, que ahora se ha vuelto mudo
sobre el caso, miró unos bultos que habían salido en la espalda de Concha,
y lo vio tan claro que lo consideró cáncer. ¿Dónde estaban las biopsias
pertinentes? Brillaron por su ausencia. Los bultos desaparecieron y
Concha murió años después, de otra cosa, y me pareció sospechoso que al
entierro acudiera tanta gente del Opus. Luego, en los informes para los
milagros, se dijo que se había invocado a Escrivá y participaron unos
médicos de Pamplona, demasiados médicos del Opus". Pero muchos,
incluido el Tribunal Eclesiástico, debieron de ver una mano sobrenatural
en el caso de la monja, pese a que la propia superiora general de la orden,
sor Catalina Serna, se enteró del caso por comentarios en la prensa…
varios años después.

3. Una explicación razonable

Argumenta la Iglesia católica a través de su Catecismo (& 156):

El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades


reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de
nuestra razón natural. Creemos 'a causa de la autoridad de Dios
mismo que revela y que no puede engañarse ni engañar'. 'Sin
embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la
razón, Dios ha querido que los auxilios exteriores del Espíritu
Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su
revelación'. Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, la
propagación y santidad de la Iglesia, su fecundidad y estabilidad
'son signos ciertos de revelación, adaptados a la inteligencia de
150

todos', 'motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento


de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu'.

Pudiéramos argüir que, habitualmente, el mundo se rige por las leyes


del universo, que son leyes divinas, aunque Dios, en su misericordia
infinita , constantemente está deshaciéndose de esas leyes para socorrer al
creyente. B. Spinoza lo dijo mucho mejor. Leamos:

Mientras la naturaleza sigue su curso, nos imaginamos que Dios


está ocioso; y recíprocamente, cuando Dios obra, el poder natural
parece quedar en suspenso y sus fuerzas ociosas, de modo que se
establecen así dos potencias distintas, la divina y la natural, siempre
determinada por Dios en cierto modo, o como ahora se cree, creada
por Dios. ¿Y qué se entiende por cada una de estas potencias, la
divina y la humana? Esto es lo que el vulgo ignora. Para el poder de
Dios es como la autoridad real, y la naturaleza es una fuerza
impetuosa y ciega. El vulgo llama milagros a los fenómenos
extraordinarios de la naturaleza, es decir, obras de Dios; y ya por
devoción, ya por antipatía a los naturalistas, se complace en la
ignorancia de las causas, y no quiere oír hablar de lo que admira, es
decir, de lo ignora24.

De esta manera clara y sencilla, planteó para la modernidad B.


Spinoza el problema y la solución del fenómeno milagroso en su
demoledor libro Tratado teologicopolítico.
Debemos, en este sentido, disculpar a los contemporáneos de Jesús. No
debe olvidarse que en aquella época los judíos -y, en general, muchos
otros hombres en el mundo- no poseían la menor noción de lo que
llamamos leyes naturales, del encadenamiento necesario e invariable de
causas y efectos. Convencidos de que Dios todo lo puede, no distinguían
ningún límite entre el fenómeno y el milagro y, en verdad, vivían en el
seno de lo maravilloso constantemente, porque todo cuanto les sorprendía
se les aparecía como la obra inmediata de Dios o... del diablo.
En vez de pronunciarse contra el nabí, el pueblo dudaba. Contábase
que Jesús multiplicaba los signos, es decir, los milagros, curando a
posesos y enfermos. Es verosímil que le atribuyesen la resurrección de
algunos muertos. Sus enemigos cultos atribuían todas esas maravillas a
Belcebú, o sea, al diablo, porque sabían que Dios se rige por las leyes que
le ha impuesto a la naturaleza. Pero los simples no creían sus palabras y
permanecían perplejos. Finalmente, si Jesús no excitaba su entusiasmo,
tampoco desalentaba su simpatía. En cambio, doctores y sacerdotes lo
detestaron desde que lo conocieron y él cometió la imprudencia de
ponerse en sus manos. Pero, hoy, no hay razón para suponer que la fe en
151

todas estas cosas es una "gracia" de Dios. Debiérase, más bien, señalar
que es una desgracia... ¡para la razón! Veamos.
Si nada es necesariamente verdadero sino por decreto divino, es
evidente que las leyes universales de la naturaleza son los decretos
mismos de Dios. Por otro lado, no existe ninguna buena razón para
imponer un límite al poder y virtud naturales, y considerar sus leyes como
apropiadas a tal fin determinado y no a todos los fines posibles. Es claro
que el poder y la virtud de la naturaleza son el poder y la virtud de Dios.
¿Cómo se puede, entonces, definir el milagro? Milagro es todo
aquello que no puede explicarse por causas naturales, tales como la razón
nos las presenta. Pero los milagros tienen otro aspecto. Hoy se mantienen
para el vulgo, ignorante por completo de los principios de las cosas
naturales. Es casi seguro que los antiguos miraban como milagros a todo
lo que no podían explicar del modo como el vulgo explica las cosas, es
decir, pidiendo a la memoria el recuerdo de algún acontecimiento
semejante que fácilmente y sin admiración se pueda recordar. El vulgo
cree comprender suficientemente una cosa cuando ya no le causa
admiración. Se deduce de todo esto que un milagro, es decir, una cosa
superior a la inteligencia humana, no puede hacernos comprender la
esencia y la existencia de Dios, ni enseñarnos absolutamente nada de Dios
o de la naturaleza. Por el contrario, cuando sabemos que todas las cosas
están determinadas y reguladas por la mano divina, que las operaciones de
la naturaleza resultan de la existencia de Dios, que las leyes del universo
son sus decretos y voluntades eternos, entonces conocemos más a Dios y
su voluntad. Cuanto más penetramos en el conocimiento de las cosas
naturales y más estrechamente vemos que dependen de su causa primera
según las leyes eternas, por él fijadas en la naturaleza, más sabemos de
Dios.
Síguese de aquí que, para nuestra inteligencia, los fenómenos que
comprendemos clara y distintamente merecen mejor ser llamados obras
de Dios. Y deben ser atribuidos a la voluntad divina. Por el contrario, los
milagros que nos dejan en ignorancia absoluta, aunque ocupen
fuertemente la imaginación de la gente y la llenen de admiración y
sorpresa, deben ser puestos entre paréntesis y esperar su explicación
racional. En conclusión: los milagros no nos dan a conocer a Dios, ni su
existencia, ni su providencia, sino que todas estas verdades se deducen
mucho mejor del orden fijo e inmutable de la naturaleza, creación divina.
Así debe entenderse por milagro todo lo que excede o parece exceder el
alcance de la inteligencia humana. Porque si se llama milagro una
alteración del orden natural, o una interpretación de su curso, o cualquier
hecho contrario a las leyes, entonces debe decirse no solamente que un
milagro no puede dar algún conocimiento de Dios, sino que llegará a
152

destruir el que naturalmente tenemos y hacernos dudar de Dios y de todas


las cosas. Si en la naturaleza se verificase un fenómeno que no fuera
conforme con sus leyes, debiera admitirse que es opuesto a ellas, que
altera el orden establecido por Dios en el universo, dándole leyes
generales para regularlo eternamente. De donde hay que concluir que la
creencia en los milagros lleva a la duda universal y al ateísmo. Un
milagro, por tanto, entiéndase como se entienda, es contrario o superior a
la naturaleza, es pura y simplemente un absurdo. Los milagros de la
Sagrada Escritura deben verse como fenómenos naturales, real o
aparentemente superiores a la inteligencia humana.
"Finalmente -señala el filósofo- ha sido un criterio muy oscuro para
todos los profetas el acuerdo que existe entre la providencia divina, el
orden natural y los acontecimientos de la vida humana. Mas este acuerdo
fue siempre perfectamente visible para los filósofos que se esfuerzan por
comprender las cosas por nociones claras y no por milagros; para los que
hacen consistir la verdadera felicidad solamente en la virtud y tranquilidad
espiritual; y, finalmente, para los que quieren obedecer a la naturaleza y
no violentarla ni imponerse a ella, porque saben perfectamente que Dios
la dirige según sus leyes universales y no según las especiales de la
naturaleza humana; en una palabra, que Dios no es solamente el Dios del
género humano, sino el de toda la naturaleza"25. "Si, pues, hallamos en la
Escritura narrados ciertos hechos, cuya causa natural desconocemos o al
parecer opuestos a las leyes naturales, esto no debe contrariarnos, y
debemos convencernos de que todo lo que efectivamente ha ocurrido se
ha verificado naturalmente. Confirma esta doctrina el ver claramente por
la narración de varios milagros, que fueron acompañados de especiales
circunstancias, sobre todo cuando está imaginado y contado poéticamente.
Estas circunstancias, precisamente, demuestran que el milagro obedeció a
circunstancias naturales"26.
Se puede demostrar que la Escritura no trata de explicar las cosas por
sus causas próximas, sino presentarlas con orden y estilo tales que exciten
la devoción de los hombres y, singularmente, la del vulgo. Esa es la razón
por la que siempre habla con cierta vaguedad acerca de Dios y de otras
varias cosas: no quiere convencer a la razón, sino impresionar a la
imaginación. De todo esto debe concluirse que todo lo que hay de verdad
en la Sagrada Escritura ocurrió según las leyes naturales que rigen a todas
las cosas. Porque lo contrario a la naturaleza es opuesto a la razón. Lo
opuesto a la razón como absurdo debe declararse. Si el absurdo se
mantiene, es lícito pensar que tal conducta oculta otros intereses, que no
tienen nada que ver... con la fe. Si ocurre algún acontecimiento contrario a
las leyes naturales o que absolutamente no puede deducirse de ellas,
entonces hay que creer que fue agregado a la Sagrada Escritura por alguna
mano sacrílega.
153

4. Un paralelo: Jesús y Apolonio de Tiana

Apolonio de Tiana fue un filósofo pitagórico, nacido en Tiana y


muerto en Éfeso en 97. Su figura se halla envuelta en un halo de leyendas.
Se le consideraba una mezcla de mago, visionario y taumaturgo. Su
reputación siguió aumentando hasta su muerte, hasta el punto de que
llegaron a convertirlo en un rival de Cristo.
Los parecidos históricos entre Apolonio de Tiana y Jesús son claros:
ambos fueron hacedores de milagros y predicadores itinerantes,
rechazados al principio por sus conciudadanos y hermanos, aunque en el
caso de este último acabaron por serle favorables. Un círculo interno de
discípulos acompañaba a cada uno de ellos. A ambos les fueron atribuidos
exorcismos, curaciones, profecías y una resurrección final de entre los
muertos. Como predicadores, ambos formularon severas peticiones
morales a los oyentes. Ambos se sirvieron de declaraciones sentenciosas
y de estilo profético; enseñaron como si tuvieran autoridad para ello y
entraron en conflicto con la clase sacerdotal de los templos que visitaron e
intentaron reformar. Ambos fueron acusados de sedición y de magia, pero
fueron juzgados principalmente por sedición.
Dados estos parecidos históricos, no es sorprendente que opiniones y
leyendas parecidas crecieran en torno de ambos. Se dijo de los dos que
habían sido engendrados por los dioses y que habían tenido una juventud
sorprendentemente precoz. A los comienzos de sus respectivas carreras,
ambos se retiraron al desierto y allí encontraron demonios y fueron
tentados por ellos. Al final de sus vidas, Apolonio escapó milagrosamente
de su juicio; Jesús, ejecutado, se levantó milagrosamente de entre los
muertos. Ambos vivieron después durante algún tiempo con sus
respectivos discípulos y se dice que, al final, ascendieron al cielo. Se les
atribuyen a ambos apariciones posteriores, incluso a los que no creían en
ellos.
Los seguidores de ambos personajes creyeron que eran hijos de dioses,
seres de un poder sobrenatural y que ambos fueron acusados por sus
enemigos de ser magos. De Apolonio como de Jesús, la mayor parte de
nuestra información procede de sus creyentes y se ha conservado en
documentos reunidos algunas generaciones después de su muerte. La Vida
de Apolonio que se conserva fue escrita por un tal Flavio Filóstrato, por
orden de la emperatriz Julia Domna, en los primeros años del siglo III. Se
completó después de la muerte del autor en el año 217.
La Vida de Apolonio presenta un problema literario muy parecido al de
los evangelios. También se les parece en su forma literaria: después de
154

enorgullecerse de la familia del héroe y de las leyendas sobre su


nacimiento, su niñez es casi completamente pasada por alto y su vida de
adulto se presenta como una serie de anécdotas relacionadas simplemente
por un marco geográfico. La narración se hace más coherente hacia el
final de la vida de Apolonio con su juicio, escapatoria y posteriores
aventuras, sólo para hacerse confusa de nuevo cuando llega a su muerte y
apariciones subsiguientes. Estas semejanzas le añaden peso a otra: al igual
que los evangelios, la Vida es, en parte, una obra apologética, escrita no
sólo para glorificar a su héroe, sino también para defenderlo de la
acusación de haber practicado la magia.
Parece ser que Porfirio fue el primero en comparar a Apolonio con
Jesús, probablemente con desventaja para el segundo. Apolonio, como
Jesús, hizo milagros, pero cuando fue detenido, ni se quedó mudo ni se
sometió a indignidades, sino que le dio una conferencia al Emperador,
como lo habría hecho un filósofo. Después... desapareció.
Ahora bien, el patrocinio filosófico no es suficiente para rescatar a
Apolonio de la tradición mágica. Al igual que Jesús, era recordado como
un mago. Un papiro mágico (PGM, XI a) conserva instrucciones para
asegurarse los servicios del demonio que se creía le había servido a él.
Hacia el final de la Edad Media, se le atribuía a Apolonio la preparación
de muchos talismanes, objetos de un poder mágico permanente para
proteger a una ciudad o una frontera de un peligro específico (como la
Iglesia de hoy, que bendice empresas, bancos, obras... ¡hasta el mar de
Puerto Cabello!). Sin embargo, la influencia de Porfirio prevaleció en los
círculos literarios. Hacia fines del siglo III, un poeta épico había escrito
una Vida de Apolonio y, hacia el año 304, un alto funcionario imperial,
Sosiano Hierocles, escribió un ataque al cristianismo en el que incluía una
comparación entre Apolonio y Jesús como base del argumento de que los
paganos que, a pesar de los milagros del héroe de Tiana, reverenciaban a
Apolonio meramente como un hombre grato a los dioses, eran más
sensibles que los cristianos, quienes, a causa de los milagros de Jesús
creían que éste era un dios. La obra de Sosiano Hierocles fue destruida,
pero contra ella escribieron Lactancio, un profesor de retórica latina, y
Eusebio, arzobispo de Cesarea, en Palestina, famoso historiador de la
Iglesia.
A las acusaciones de magia, tanto los defensores de Apolonio como los
de Jesús replican de un modo muy parecido. Aseguran que sus héroes
fueron verdaderamente divinos y, para apoyar sus afirmaciones, intentan
diferenciar a sus deidades de los magos. Los magos -dicen- utilizaban
sacrificios de animales, materias desconocidas y conjuros complicados
que contenían, a menudo, palabras bárbaras y nombres de demonios.
Trabajaban por dinero y, normalmente, eran tramposos; sus milagros
acostumbraban a ser ilusorios, por lo común eran intrascendentes y,
155

algunas veces, perjudiciales. No tenían una enseñanza moral, a menudo


ellos mismos eran notoriamente inmorales y no les podían ofrecer a los
hombres un camino de salvación. En contraposición a éstos, las
tradiciones sobre Apolonio y Jesús minimizan, en consecuencia, el
aspecto ritual de sus milagros, los presentan como indiferentes o enemigos
del dinero, acentúan la realidad, la importancia y lo beneficioso de sus
curaciones, subrayan su enseñanza moral y la presentan como causa de
salvación. Finalmente, los cristianos insisten en que, a diferencia de
cualquier mago, Jesús y su vida habían sido predichos por los profetas del
Antiguo Testamento, y sus proclamaciones habían sido confirmadas por
su resurrección de entre los muertos, apariciones después de su muerte y
ascensión al Cielo. Los seguidores de Apolonio no tenían profecías que
presentar, pero tenían el gran milagro de la historia de su muerte e
invocaban su ascensión y apariciones después de su muerte.

5. Acusación de magia contra Jesús

Jesús el mago fue la figura que vieron los más antiguos adversarios de
Jesús. Jesús el hijo de Dios fue la figura que vio aquella parte de sus
seguidores que terminó por triunfar. Jesús real fue el hombre cuyas
palabras y acciones dieron origen a estas interpretaciones contradictorias.
Jesús, el hijo de Dios, está reflejado en los evangelios; las obras que
presentaban a Jesús, el mago, fueron destruidas en la antigüedad, después
de que los cristianos se hicieron con el dominio del Imperio romano.
Conocemos las obras perdidas sólo por fragmentos y referencias, la mayor
parte de las mismas en obras de autores cristianos. De ahí que los eruditos
modernos, cuando se han propuesto descubrir al Jesús histórico existente
detrás de las leyendas evangélicas, no hayan prestado atención, por lo
general, a las pruebas sobre Jesús, el mago, y sólo hayan considerado
como fuentes válidas los evangelios. Así, pues, es comprensible que su
trabajo haya resultado tendencioso. Esto es lo que trató de demostrar
Morton Smith en Jesús el mago.
Sabemos que, en el año 326, Constantino ordenó buscar y destruir los
libros de los herejes, esto es, cristianos que sostenían opiniones
minoritarias. Evidentemente, hizo lo mismo con las obras profanas acerca
de Jesús, puesto que se refiere a la destrucción de algunas de ellas en el
edicto siguiente del año 333. Así, sabemos que se destruyó la obra de
Porfirio denominada Contra los cristianos, aunque de ella sólo nos
quedan fragmentos. De igual modo se pretendió destruir el apócrifo
Evangelio de Taciano, que pudo ser reconstruido... aproximadamente. De
esta manera, poco a poco durante los dos últimos siglos, los eruditos han
156

ido recogiendo fragmentos de informes y opiniones sobre Jesús que


contradicen los dogmas de la rama de la Iglesia triunfante.
Proclamar ser hijo de un dios no era delito procesable en la ley
romana. No obstante, los magos proclamaban a menudo ser hijos de
dioses, por lo que esta proclamación pudo ser un punto importante (y
pudo haber sido recordada por los cristianos como el más importante) de
las pruebas aportadas para demostrar las acusaciones, que eran las de
subversión política y práctica de la magia. La acusación de practicar la
magia se hace en Juan (18, 28ss) cuando Pilatos pregunta: "¿Qué
acusación traéis contra este hombre?" Los sacerdotes replican: "Si este
hombre no fuera un 'agente del mal', no te lo habríamos entregado".
'Agente del mal', como dice el Código de Derecho romano, era 'mago' en
el lenguaje común. Tanto si emplearon este término ante Pilatos como si
no lo hicieron, formularían esta acusación contra Jesús durante el tiempo
de su vida. El papel de 'agente del mal' en los evangelios demuestra que
fue importante para la hostilidad entre los sumos sacerdotes y la primitiva
Iglesia de Jerusalén.
El fenómeno de Jesús les planteaba a los rústicos galileos una crisis de
identificación, pues la persona que hacía lo que Jesús hacía bien podía ser
llamada 'divina' o 'demoníaca'. ¿En qué categoría se podría incluir a aquel
hombre extraordinario? Ellos tenían que explicarlo en sus propios
términos. Tenían que explicar su ambiente miserable (recuérdese el
nacimiento en una cueva), su bautismo por Juan, su desaparición en el
desierto, sus milagros, la devoción de sus discípulos y el apiñamiento de
las multitudes, su negligencia hacia la sagrada luz, su falta de adecuación
al modelo de los profetas, los rumores mesiánicos y sus proclamaciones
más que mesiánicas. En sus propios términos, ¿cómo podía explicarse
todo eso? Sencillamente: su ambiente y su bautismo demostraban que era
un hombre ordinario y pecador; por consiguiente, sus milagros, éxito,
comportamiento impío y poderes sobrenaturales demostraban que se
trataba de un mago. A Jesús se le acusa de que tiene (es) un demonio:
Belcebú, un inconfundible demonio palestino (Mc, 3,20-30). De ahí los
poderes que no tenía nadie de clase inferior, de ahí sus milagros, sus
partidarios, su imposibilidad de decir: "Así dice el Señor", su transgresión
de la Ley y su enseñanza de su propia autoridad. "Yo te digo a ti", dice él
a sus embaucados. ¿Y quién es yo? ¡Belcebú!27
De acuerdo con el texto de Marcos (3, 20-30), parece ser que los
exorcismos de Jesús estaban acompañados de un comportamiento anormal
por su parte. A menudo, los magos que quieren hacerse obedecer de los
demonios gritan en sus ensalmos, gesticulan e igualan a los locos en su
furia. Cualquiera que quisiera dominar a aquel espíritu (como intentaban
hacer quienes querían ponerlo bajo vigilancia) tenía que averiguar su
nombre o al menos su título. Se creía que los demonios, como los perros,
157

obedecerían si se los llamaba por sus nombres. En este caso, los escribas
de Jerusalén dijeron que el nombre era Belcebú, "el que gobierna los
demonios". El "espíritu santo" -expresión de Jesús al final del pasaje- es el
espíritu por el cual muchos cristianos creían que Jesús hizo sus milagros.
La blasfemia consiste en llamarle un demonio. La frase demuestra que al
menos algunos cristianos estaban dispuestos a admitir que Jesús "tenía un
espíritu", pero insistían en que era uno (o "el único") santo. Los otros lo
acusaban de "tiene un espíritu inmundo". Veamos las acusaciones de
magia contra Jesús fuera de los evangelios.

5.1. Acusaciones de magia por judíos

La obra no cristiana más primitiva que se refiere a Jesús es


Antigüedades, de F. Josefo. Sus últimos capítulos, donde aparecen estas
referencias, fueron escritos durante la década de los noventa del siglo I.
Por aquella época, Josefo tenía unos cincuenta años. Había nacido el año
37 ó 38, en una familia sacerdotal de Jerusalén; una familia importante, a
juzgar por su carrera: a los treinta años fue uno de los dirigentes judíos de
Galilea. Con esta experiencia, debió de estar bien informado sobre el
cristianismo primitivo. Si tenemos en cuenta que le presta escasa atención,
podemos suponer que, para él, no tuviera mucha importancia. Pero las
obras de Josefo han sido conservadas por copistas cristianos. Referencias
de F. Josefo a Jesús son las siguientes:

1. Ant XX, 200, se considera auténtica y dice "el hermano de


Jesús, el presunto Cristo, Santiago era su nombre".
2. Ant XVIII, 63, se considera falsa, pues terminantemente dice:
"Este [hombre] era el Cristo". Prosigue afirmando que su
resurrección había sido predicha por los "sagrados profetas".

Eliezer fue uno de los personajes destacados de la primera generación


de Jammia, que tendría probablemente unos 50 años el año 70 d. C. Es
rabino. Al mismo tiempo que las Antigüedades, de Josefo, hace
referencia a Jesús como "el hijo de Pantera", el nombre que suele dar la
tradición judía al padre de Jesús. Sabemos que un arquero sidonio,
llamado Tiberius Julius Abbes Pantera, estuvo sirviendo en Palestina
hacia la época del nacimiento de Jesús y que más tarde fue destinado en el
Rin. Es posible, aunque no probable, que su lápida funeraria en
Bingenbrük sea nuestra reliquia auténtica de la Sagrada Familia.
También por Eliezer sabemos de la primera acusación de que Jesús
practicaba la magia. La acusación de que había estado en Egipto y había
aprendido la magia allí fue probablemente el motivo de la historia de
158

Mateo (2, 13-21) sobre su huida a Egipto. Es ésta una historia sólo
conocida por este evangelista y contradicha implícitamente por Lucas,
quien mantiene a la Sagrada Familia cerca de Jerusalén hasta cuarenta
días después de haber presentado a Jesús en el Templo. Después lo envía
de regreso a Galilea. ¿Qué quería decir Mateo? "Sí, Jesús pasó algún
tiempo en Egipto, pero sólo cuando era un niño. No pudo, pues, haber
aprendido la magia en aquella edad". La discusión de Eliezer y del
Evangelio según Mateo son aproximadamente contemporáneas, es decir,
más o menos hacia el año 90 d. C.

5.2. Acusaciones de magia por romanos

Cuando gran parte de la ciudad de Roma ardía en el incendio del mes


de julio del año 64, los cristianos eran lo suficientemente conocidos como
para que el gobierno imperial los eligiera como chivos expiatorios. Pero,
¿por qué los eligieron a ellos?
Suetonio dice en la Vida de Nerón 16, 2: "Fueron impuestos castigos a
los cristianos, una clase de hombres que tenían una nueva y peligrosa
superstición <que presuponía> la práctica de la magia". Esto aparece en
un artículo en su lista de las laudables reformas de Nerón.
Tácito escribió lo siguiente en Anales, XV, 44, 3-8: "[Después del
incendio surgió el rumor de que Nerón lo había planeado]. Para acabar
con el rumor, Nerón proporcionó chivos expiatorios y sometió a torturas
extremadas [a aquellos] a los que el populacho llamaba cristianos y los
odiaba por [sus] delitos. El fundador de este movimiento, Christus, había
sido ejecutado durante el reinado de Tiberio por el procurador Poncio
Pilatos. Reprimida por el momento la fatal superstición, estalló de nuevo,
no sólo por toda Judea, en donde se había generado la enfermedad, sino
también en toda Roma, en donde confluían y se practicaban por todas
partes toda clase de cosas atroces o vergonzosas. Por consiguiente,
aquellos que admitían ser [cristianos] fueron primero apresados y después,
tras ser procesados, una enorme multitud de ellos fueron condenados, no
tanto por el delito de incendio premeditado, sino por su aborrecimiento de
la raza humana". Y luego sigue describiendo las torturas mediante las
cuales habían sido condenados a muerte. Concluye Tácito: "Como
consecuencia [de estas torturas], aunque [se usaban] contra malhechores
que se merecían las medidas más extremas, se produjo la compasión como
si [los acusados] hubieran sido ejecutados, no por el bien público, sino
para [satisfacer] la crueldad de un hombre". Lo del "aborrecimiento de la
raza humana" es acusación apropiada para magos, tal como los concebía
la imaginación popular.
Lucano, un poeta romano que conspiró contra Nerón y fue obligado a
suicidarse el año 65, el año siguiente del incendio, nos ha dejado un
159

retrato espeluznante de la bruja que no quería adorar a los dioses, sino que
dedicó su vida al culto de las potencias del inframundo (a cuya compañía
se consideraba que pertenecía Jesús, un delincuente ejecutado). Un
elemento importante de este mundo era el canibalismo. La bruja de
Lucano (Farsalia VI, 706-711) no se contenta con invocar un alma del
inframundo: la obliga a entrar en el cuerpo muerto y revivificarlo, para
que el hombre entero se levante de entre los muertos (como proclamaban
los cristianos que había hecho Jesús). Al comenzar su rito, en las plegarias
dirigidas a los dioses del inframundo y, entre ellos, al anónimo
"gobernante de la tierra" (un papel que los documentos gnósticos le
asignan a menudo al dios judío), hace gran parte de su canibalismo como
un servicio meritorio por el cual ella recibe la atención merecida: "Si yo te
invoco con una boca suficientemente perversa y sucia, si nunca canto
estos himnos sin haber comido carne humana... concédeme [mi] plegaria"
Plinio, 'el joven', que fue gobernador de Bitinia, al noroeste de Turquía,
investigó a los cristianos los años 110 y 111 y comprobó que eran unos
simples inocentones. Encontró en ellos nada más que una "depravada y
extravagante superstición" y una asociación aparentemente inofensiva:
ellos se encuentran en días señalados antes del amanecer, "cantan un
himno a Cristo como un dios" y se obligan a sí mismos por un juramento:
no cometer ningún delito. Más tarde, vuelven a reunirse para compartir la
comida, "pero común e inofensiva". A pesar de esto, dejó en libertad a los
acusados que negaron ser cristianos y ejecutó a los que admitieron ser
cristianos y rehusaban desistir de ello. ¿Por qué tal conducta? La carta que
envió a Trajano (X, 90) da la respuesta. Las autoridades romanas creían
que los cristianos eran una organización para la práctica de la magia. Para
averiguar la verdad , asistamos a un interrogatorio a que se somete a dos
siervas:

P -¿Qué es lo que me han dicho acerca de reuniones nocturnas?


C -Somos gente trabajadora y tenemos que reunirnos antes del alba.
Como todos
los que trabajan, tenemos que estar en el trabajo al salir el Sol.
P -¿Qué son esos versos que vosotros cantáis?
C -No son conjuros mágicos, son himnos.
P -¿Evocáis, como a un demonio, a ese delincuente crucificado?
C -No, lo adoramos como a un dios.
P -¿Cuál es el juramento que prestáis en vuestras reuniones?
C -Nosotros sólo juramos no cometer ningún delito.
P -¿Tienen lugar vuestras comidas secretas en vuestras reuniones
nocturnas?
C -No, regresamos después, al final de la jornada, como todo el
mundo.
160

P -¿Qué es lo que coméis?


C -La mayor parte de las veces, sólo pan y un poco de vino; somos
pobres.
P -¿Y qué hay acerca de que coméis un cuerpo y bebéis sangre?
C -¡Eso es mentira! Eso es lo que dicen nuestros enemigos.
Nosotros nunca
hacemos cosa como ésta.
P -Bien, bien. Atormentadla y veremos si mantiene su historia.
¿Dónde está la otra?

En su Diálogo con Trifón, escrito en Roma entre los años 150 y 165,
Justino mártir le hace a su imaginario interlocutor judío los siguientes
reproches: "[Vosotros, los judíos] habéis enviado hombres escogidos a
todos los rincones del Imperio como representantes oficiales [del Sumo
Sacerdote y del Sanedrín], proclamando: 'Una herejía impía y libertina ha
surgido de un tal Jesús, un mago de Galilea. Nosotros lo hemos
crucificado, [pero] sus discípulos lo robaron por la noche de la tumba en la
que había sido puesto [cuando] se le descendió de la cruz, y engañan al
pueblo diciendo que él ha resucitado de entre los muertos y ha ascendido
al cielo'. [También difamáis a Jesús] diciendo que él enseñó esas cosas
impías, ilegales y atroces que vosotros contáis a toda clase de gentes [en
vuestros ataques] contra aquellos que confiesan a Cristo, tanto [como a su
propio] maestro, como [en su calidad de] hijo de Dios". Las "cosas impías,
ilegales y atroces" incluían la práctica de orgías nocturnas en las cuales,
después de haber comido carne humana, se apagaban las luces y un grupo
de ellos se perseguía a tientas, animado por una relación indiscriminada y
posiblemente incestuosa.
Si se juntan las pocas preguntas de Trifón y lo dicho en las dos
Apologías que dirigió Justino al gobierno romano, tenemos: Jesús fue un
maestro poco escrupuloso ("Sofista", I Apología, 14, 15), "un hombre
nacido de los hombres, que realizó estas [hazañas] que llamamos milagros
por arte de magia y que, por tanto, se creyó que era un hijo de Dios. En
realidad, él era un "mago que llevó al pueblo por mal camino" y sus
milagros fueron "alucinaciones producidas mágicamente".
La acusación de magia presupone el rechazo de la Ley de Moisés, y
este rechazo de la Ley era, probablemente, el fundamento de las
acusaciones de "ilegalidad", "impiedad" e "inmoralidad" que dice Justino
que los judíos formulaban a Jesús.
Luciano, nacido hacia el año 120, que vivió hasta el 185,
aproximadamente, y que fue un famoso ensayista, conferenciante y
brillante hombre de mundo, escribió sobre el fanatismo, la superchería y
la superstición con un sentimiento de diversión desdeñosa. En la Vida de
Peregrinus, nos presenta un retrato de algunos cristianos palestinos,
embaucados por Peregrinus, un filósofo cínico. Escribió: "Ellos todavía
161

reverencian a ese hombre que fue puesto sobre una estaca en Palestina
porque introdujo en la vida [humana] esta nueva iniciación" (cap. 11). Por
consiguiente, "estas pobres criaturas se han convencido a sí mismas de
que serán completamente inmortales y vivirán para siempre. Además, su
primer legislador les persuadió de que todos ellos serán hermanos unos de
otros cuando, una vez se hayan pasado [a la secta], renieguen de los dioses
griegos y adoren a este mismo sofista crucificado y vivan de acuerdo con
sus leyes. Según esto, tampoco le dan importancia alguna a ninguna cosa
y piensan que todas ellas son [de propiedad] común, tomándolas [del
fondo común] sin [dar] ninguna garantía adecuada" (cap. 13).
Celso, un platónico desconocido, hizo un estudio del culto cristiano ( c.
177) y escribió un tratado, atacándolo. Cuando triunfó el cristianismo, este
tratado fue destruido. Antes de esto, hacia el año 247, el apologista
cristiano Orígenes escribió una réplica contra él y citó una gran extensión
de su texto, casi frase por frase. Gran parte del texto al cual replicaba
Orígenes lo podemos reconstruir a partir de sus respuestas. El contenido
de algunos pasajes que él no citó lo podemos deducir de sus comentarios.
Aquello que él dejó sin respuesta, probablemente los puntos más
embarazos, nunca lo conoceremos.
¿Qué decía Celso, según Orígenes? El retrato popular de Jesús que
conoció Celso era principalmente el de un hacedor de milagros. Celso
acusaba a Jesús de haberse inventado la historia del nacimiento de una
virgen, considerando que, en realidad, procedía de una aldea judía y de
una pobre mujer campesina que vivía de hilar con la rueca. Ella había sido
repudiada como adúltera por su marido, un carpintero. Deambulando en
su ignominia, dio a luz en secreto a Jesús, el cual había concebido de un
soldado llamado Pantera. Tras crecer en Galilea, Jesús fue a trabajar a
Egipto como jornalero. Allí aprendió algunos de aquellos ritos mágicos de
los cuales se enorgullecen los egipcios. Regresó a Palestina esperando
grandes cosas de sus poderes y a causa de ellos se proclamó dios él mismo
(Contra Celso, I, 28, 38).
Según Orígenes, después de esto Celso pasó a atacar , primero, la
historia de que el espíritu santo había descendido sobre Jesús, en forma de
paloma, después de su bautismo; luego, la aplicación a Jesús de las
profecías del Antiguo Testamento acerca de un salvador y, finalmente, la
historia de la estrella y de los magos (I, 40).
Informa también Celso que Jesús tuvo sólo diez discípulos que eran
"recaudadores de impuestos y marineros de la peor especie, incapaces de
leer y escribir, con los cuales estuvo corriendo, como un fugitivo, de un
lugar a otro, ganándose la vida vergonzosamente como un mendigo".
Su siguiente ataque a la historia de la huida a Egipto (I, 66) es casi
seguro que está basado en Mateo.
162

Al principio del libro III, Celso concluye tanto el ataque judío como la
defensa cristiana con un proverbio griego: "Una pelea por la sombra de un
asno", porque, teniendo en cuenta que las esperanzas de ambas partes en
la llegada de un Mesías son absurdas, es una pérdida de tiempo seguir con
la disputa de si Jesús cumplía o no con estas esperanzas.
¿Cuál era la personalidad de Jesús según Celso?
1. Jesús "cumplió todas las costumbres judías, incluso [aquéllas
sobre los sacrificios" (II, 6).
2. Era "embustero", "jactancioso" y "profano".
3. En VI, 75, Celso afirma que el cuerpo de Jesús era, "como
decían, pequeño y feo, y más bien mediocre".
4. Declara que Jesús proclamaba ser un dios (II, 9).
5. Se creyó que él era un "ángel" (II, 9, 44; V, 52).
6. "Abandonado y traicionado por sus compañeros, se escondió,
huyó y fue cogido" (II, 9-12).
7. Al llegar a los acontecimientos del proceso y la Pasión (II, 44),
Celso compara a Jesús con un "bandido" (lestés), palabra que
emplea F. Josefopara significar "revolucionario".
8. Otro rasgo peculiar es el de Jesús "lanzándose con su boca
abierta para beber" (II, 37) durante la crucifixión.
9. Que "él no convenció a nadie mientras vivió" (II, 39, 46).
10. Celso escribió: "con su propia voz, [Jesús] proclama claramente,
como vosotros mismos habéis escrito: 'Otros estarán también contigo,
haciendo milagros parecidos, hombres perversos y hechiceros', y
nombra a uno, 'Satán', como inventando estas cosa" (II, 49).
11. La resurrección, según Celso, fue atestiguada por "una mujer
histérica y tal vez algún otro [hombre] de aquéllos de la misma
camada" (II, 55).
Hacia el año 200, un importantísimo teólogo y Padre de la Iglesia,
llamado Tertuliano, resume el relato judío sobre Jesús tal como él lo
conoció: "Hijo de un carpintero y de una prostituta, profanador del
sábado, un samaritano y alguien que tenía un demonio... Comprado [por
los sumos sacerdotes] a Judas... golpeado con una caña y abofeteado,
cubierto de ignominiosos salivazos, le dieron hiel y vinagre para beber...
[Un hombre] a quien sus discípulos hicieron desaparecer [de la tumba] y
así pudieron decir que había resucitado, o a quien el hortelano se llevó de
allí para que la muchedumbre de visitantes no estropeara las lechugas"
(De spectaculis, 30).
¿Cómo enfrentaron los cristianos la acusación reiterada de que Jesús
había sido hijo de Pantera? Hacia el año 300, Eusebio intentó explicar la
historia de Pantera como una comprensión equivocada de la Escritura.
Epifanio, un siglo después, le otorgó a Pantera un lugar legítimo en la
Sagrada Familia al señalar que fue... ¡el abuelo "paterno" del Salvador!
163

Los últimos escritores cristianos encontraron otro lugar para él en la


misma genealogía. Estos difíciles ajustes demuestran que lo de "hijo de
Pantera" estaba tan firmemente adherido a Jesús que los escritores
cristianos pensaron que sería mejor explicarlo que negarlo.
En resumen, los milagros de Jesús fueron explicados, durante mucho
tiempo, por obra de la magia. Por lo tanto, también Jesús era recordado
como mago. Factores que contribuyeron a esta imagen de él y a
desarrollarla más allá de los indicios que aparecen en los evangelios
fueron: el secreto que mantenían las primeras comunidades cristianas, lo
que decían acerca del amor mutuo, su costumbre de referirse unos a otros
como 'hermano' y 'hermana' (lo cual les llevó a acusaciones de
promiscuidad e incesto), su ideal de tener todas las cosas en común (que
practicaban algunos cristianos, y gran parte de la murmuración de los
antiguos la extendían a las esposas y a los maridos) y, sobre todo, su
práctica de la eucaristía. Los informes sobre la fórmula "Éste es mi
cuerpo, ésta es mi sangre" se divulgaron y fueron tomados como pruebas
de canibalismo. Se decía que los magos practicaban canibalismo, el
incesto y la promiscuidad. Por lo tanto, los cristianos fueron perseguidos
por ser magos Se consideraba que Jesús había sido el fundador de la
asociación. Su reputación como mago y la de ellos se confirmaban
mutuamente.

5.3. El antievangelio

En un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, había una virgen


prometida a un anciano que se llamaba José; y este viejo era
carpintero, y esta virgen se llamaba María. Entristecíale empero a
ella la idea de unirse a un viejo, y en su fuero íntimo soñaba con un
centurión de raza griega llamado Pantheros, que era joven y era
bello.
También Pantheros había fijado sus ojos en María con
preferencia a las demás vírgenes del pueblo, y su pensamiento
seguíala por todas partes.
Con frecuencia solía seguirla desde lejos, pero como siempre
iba en medio de sus compañeros, no había tenido nunca ocasión de
hablarle.
Cierta tarde, envuelta en nubes de tristezas y ensueños, olvidada
de los seres presentes y de las cosas presentes, María quedóse
rezagada de las demás mujeres al retornar de la fuente.
Y habiéndose Pantheros acercado a ella, díjole: "Yo te saludo
plena de gracia y hermosura. Mi corazón está siempre contigo y las
palabras de espíritu te bendicen entre todas las vírgenes”
164

De este modo comienza El quinto evangelio, obra de Han Ryner.


Como se puede deducir, en este pasaje se dramatiza una de las principales
acusaciones contra Jesús de Nazaret. El relato continúa señalando que,
tras el primer contacto, Pantheros le promete a la doncella dejar de ser
soldado y marchar juntos, desposados, hacia las islas donde la felicidad
sonríe. Ella le replica que ya está prometida. Llora porque no ama al viejo
José, pero le está prometida. Pantheros toma su mano y la besa. Se
besaron los dos. Desde aquel día se vieron varias veces, junto a la fuente y
en otros lugares que creían secretos. Pero algunos zelotes los vieron juntos
y se escucharon ciertas frases aisladas.
Un día, María le cuenta a Pantheros que está encinta. Pantheros le
dice a María que mañana dejará de ser soldado y se embarcarán para
Cesarea de Filipos. Contento corre Pantheros por los campos pensando en
María y en el hijo que tendrán. “Así marchaba Pantheros envuelto en su
cántico de alegría, como con un nimbo celeste, sin ver a su alrededor. Y
no pudo fijarse que varios zelotes le seguían y lo rodeaban", dice el
novelista.
De pronto, un hombre se enfrentó a él diciéndole: "Has seducido a
una virgen de nuestro pueblo. Te oímos pronunciar el nombre del Señor y
hablar de la Ley, eres pues judío, y si no observas todos los mandamientos
de la Ley mereces la muerte. Por eso te digo que escojas entre ser
circuncidado o morir".
“No seduje a ninguna virgen -respondió Pantheros-, pues de quien
hablas es de la esposa de mi corazón y de mi vida. En cuanto a tu Ley me
parece tan insensata como la de Licurgo , de Solón o de Tiberio. Pues toda
ley escrita es locura como lo es también toda ceremonia religiosa. Y
rehúso ser judío, como rehúso ser griego o romano. Pero siendo hombre,
soy ciudadano del mundo, hermano de todos los hombres e hijo del
Divino, sea éste uno o múltiple".
Entonces los zelotes gritaron: "¡Ha blasfemado!" Y se echaron todos
sobre él y lo mataron.
Después de saber tan triste noticia, María fue a ver a su prima Isabel.
José, que trabajaba lejos, un día descubre que María está preñada. Quiere
dejarla. María le pide que la salve. José acepta el pedido de su prometida.
Casado con ella, llamará Salvador (Jesús) al hijo.
Hijo, pues, de un soldado llamado Pantera y una mujer campesina
casada con un carpintero, Jesús creció en Nazaret como un carpintero,
pero un día dejó su ciudad de origen y llegó a Egipto. Allí llegó a ser un
experto en magia y fue tatuado con símbolos y conjuros mágicos. De
regreso a Galilea, se hizo famoso por sus hazañas mágicas, milagros que
hizo mediante su dominio de los demonios. En consecuencia, persuadió a
las masas de que él era el Mesías y/o un hijo de un dios. Aunque pretendía
observar las costumbres judías, formó como un pequeño círculo de diez
165

discípulos íntimos a quienes enseñó a despreciar la Ley judía y a practicar


la magia. Éstos se unieron entre sí y con él mismo con lazos de "amor", en
el sentido de promiscuidad sexual, participando en los más espantosos
ritos mágicos, incluyendo el canibalismo. Tenían una especie de comida
ritual en la cual consumían carne humana y bebían sangre. Rodeado por
este círculo, viajó de ciudad en ciudad, engañando a muchos y
encaminándolos al pecado. Pero no siempre tuvo éxito. Los miembros de
su propia familia no le creyeron. Cuando regresó a Nazaret, sus
conciudadanos lo rechazaron y él no pudo hacer milagros allí. Las
historias de sus enseñanzas y de sus prácticas libertinas se divulgaron y
comenzaron a circular. Los escribas se oponían a él en todas partes y
desafiaban sus declaraciones. Al fin, cuando llegó a Jerusalén, los sumos
sacerdotes lo detuvieron y lo entregaron a Pilatos, acusándole de practicar
la magia y de sedición. Pilatos lo crucificó, pero esto no puso fin al mal.
Sus seguidores robaron su cuerpo de la tumba, proclamaron que había
resucitado de entre los muertos y, como una sociedad secreta, perpetuó
sus prácticas.
Éste es el bosquejo de la vida de Jesús el mago, tal como la
representaban aquéllos que no se habían hecho discípulos suyos.

5.4. Mago: 'goes', 'magos', ‘hombre divino’

En los tiempos de Jesús , la palabra griega que significaba 'mago' era


goes (plural, goetes). Por lo común, aunque no necesariamente , era
ofensiva. También a los goetes además de 'encantar' (con cantos de duelo,
o tal vez con descripciones de lo que veían) se les llamaba 'sofistas' por su
capacidad persuasiva fraudulenta. Los discípulos de Sócrates y Eurípides
llegan a emplear la palabra goetia (lo que hace el goes) como un término
genérico para significar 'fraude', e identifican goes con 'mendigo',
'impostor' y 'sinvergüenza impertinente'. Los textos de la época clásica
hablan de los relatos del inframundo, las prácticas de los mediums, la
necromancia, los encantamientos, las maldiciones y, por lo tanto y por
extensión, la clase de persuasión fraudulenta.
F. Josefo describe como goetes a los hombres que hacen milagros o
prometen hacerlos. La palabra tenía connotaciones de pertenencia a la
clase baja y era muy usada por los oradores políticos y similares con el
significado aproximado de 'charlatán' o francamente 'embaucador'.
Aunque Josefo quiere decir algo más que eso.
En un grado superior al goes estaba el magos (plural, magoi; latinizado
después como magus, magi).
Los magos verdaderos fueron una clase sacerdotal de Media que
entraron en la escena griega durante los años 450 a. C., cuando Ciro, rey
166

de los medos y de los persas, conquistó las ciudades griegas del Asia
Menor. Herodoto, que escribió un siglo después, nos dice que eran
intérpretes de sueños, de augurios y de portentos. También cuando un
persa quería ofrecer un sacrificio, debía tener un mago para que cantara un
relato sobre el nacimiento de los dioses. Dirigía además los sacrificios
públicos.
El poder caldeo representaba para el israelita piadoso el reino de la
idolatría, de la fuerza y del mal. Además, era una dominación de hierro,
que no dejaba libre ningún castigo y no consentía esperanzas. La dinastía
persa de Ciro, por el contrario, era más agradable a los seguidores de
Yahvé. Gentes de una moralidad relativa sustituyeron la ferocidad
conocida antes. Israel, que se rebeló contra Grecia y que se hizo quemar
por Roma, trató al Irán como país humano y quiso que participara en la
estima de Yahvé.
El lector debe saber que la dinastía de los aqueménidas gobernó
Persia aproximadamente desde el 550 hasta el 330 a.C. Aunque iniciada
durante el siglo VII a.C. por Aquemenes (Hakhamanish), soberano menor
del reino de Anzán, situado en el suroeste del actual Irán, el verdadero
fundador de la dinastía fue su biz-biznieto Ciro II el Grande, creador del
Imperio persa. En el apogeo de su poder, con Darío I el Grande, los
aqueménidas gobernaron en un imperio que se extendía desde el río Indo,
al este, hasta Libia y Tracia, al oeste, y desde el golfo Pérsico, al sur, hasta
el Cáucaso y el río Jaxartes (actual Syr Daryá), al norte. Proporcionaron a
Persia una magnífica administración basada en la división del Imperio en
20 provincias regidas por sátrapas, un extenso código legal, una moneda
solvente y un servicio postal eficaz. Aunque eran seguidores de las
doctrinas de Zoroastro, fueron tolerantes con otras religiones y durante su
mandato se desarrollaron el arte y la arquitectura, como evidencian las
magníficas ruinas de Persépolis. La dinastía acabó con la muerte de Darío
III, que fue asesinado por sus propios hombres tras su derrota frente
Alejandro Magno en el 334 a.C.
La religión irania, el siglo VI a. C, no estaba bastante unida al tronco
asirio. Ahuramazda el omnisciente (Ormuzd) era una auténtico dios
supremo, más abstracto que Yahvé. Su rival Angramaínius (Ahrimán)
no estaba muy desarrollado, de modo que la religión persa en aquella
época era como un monoteísmo. No tenía templos. Llegaba hasta las
consecuencias ordinarias del monoteísmo, a la intolerancia, al horror
exagerado a las imágenes.
Por todo esto se establecería entre Israel y los nuevos conquistadores
una gran simpatía. La institución de los magos, que puede remontarse a la
Media del siglo VII a. C., tenía sus semejanzas con el levitismo judío. Una
moral que encontramos a través de los siglos en el Avesta, graves y
verosímiles disciplinas, costumbres de compañerismo feudal muy sanos
167

para una humanidad tosca todavía, significaban entre los persas la areté
antigua, la que funda los imperios, pero los disuelve pronto.
En resumen, los magos, fue una casta de sacerdotes de la antigua
Persia. Se dice que fueron los seguidores de Zoroastro, maestro y profeta
persa. Mientras profesaban las doctrinas del zoroastrismo, practicaban un
ritual que incluía el verter libaciones de leche, aceite y miel sobre una
llama, mientras entonaban rezos e himnos. La religión de los magos fue
lentamente incluyendo elementos babilónicos, tales como la astrología, la
demonología y la magia (la cual deriva de la palabra magi). Más o menos
hacia el siglo I d.C., los magos eran reconocidos como hombres sabios y
adivinos. Por eso, los magos mencionados en la Biblia, que vinieron de
Oriente a adorar al niño Jesús (Mat 2,1-12), eran considerados unos
hombres sabios. Pero ¿qué decían de ellos los griegos?
En los dramas de finales del siglo V a. C, la palabra magos significaba
'charlatán', las 'artes de los magos' se igualaban al 'uso de drogas' y a los
'engaños de los dioses'. La palabra mageía (lo que hacían los magos)
aparece por primera vez en esa época.
Herodoto observaba que los "magos se diferencian en muchos aspectos
de los demás hombres", por ejemplo:
1. matan animales nocivos;
2. no entierran un cadáver hasta que un cuervo o ave de rapiña lo
haya arrastrado;
3. practican la endogamia.
En realidad, la endogamia y sus reglas peculiares de purificación les
ayudaban a mantenerse como un grupo aparte, lo cual aumentaba su
reputación de sus doctrinas secretas.
Historias de los magos que ofrecían sacrificios humanos a los dioses
del inframundo aparecen en Herodoto (VII, 114). Plutarco llega más lejos
al atribuirles enseñanzas sobre el próximo fin del mundo, la destrucción
de los malvados y una era de paz y felicidad para los justos. Estas ideas
persas nos han llegado a ser familiares por mediación de las adaptaciones
judías que se conservan en varios libros, tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento. No podemos estar seguros de cuánto de esto procede
de los magos en el judaísmo y cuánto en el cristianismo. Una de las
razones de esta incertidumbre es que, además de los auténticos magos,
floreció una gran cosecha de imitadores suyos a lo largo de las tierras
ribereñas del Mediterráneo durante toda la dominación romana.
Hechos (13, 6-12) nos da una breve descripción de uno de ellos, un
judío patrocinado por el gobernador romano de Chipre, hacia el año 48 d.
C. Mal aconsejado, intentó desacreditar a Pablo, que resulto ser... un
competidor más poderoso que él, y lo cegó.
168

Se les atribuía a los magos la doctrina sobre cuestiones morales, pero


también el canibalismo y la práctica de técnicas para enviar hombres
vivos al mundo de los muertos y traerlos de allí otra vez. Estas últimas
fueron parodiadas por Luciano, cuya historia es la mejor descripción que
podemos tener de un falso mago en plena labor.
Tal es la relación de significados adecuados a la palabra magus al
principio del Imperio romano. Lo mismo para significar un auténtico
sacerdote o potentado medo, que un tipo que anda vendiendo amuletos o
venenos a los supersticiosos o a las criadas desgraciadas en amores. De
un modo u otro, este término era, en general, pretencioso. Los enemigos
de un hombre dirían probablemente que era un goes; pero, aunque podían
referirse a sus prácticas de mageía, esto no era una regla fija. Incluso la
palabra magus se utilizaba a menudo en sentido despreciativo.
No obstante, los amigos de un practicante de una clase más elevada
podría proclamar que él no era un mago, sino más bien un hombre divino.
El 'hombre divino' era un dios o un demonio disfrazado, que se movía por
el mundo con un cuerpo aparentemente humano. Podía hacer todas las
cosas beneficiosas que podía hacer un mago y, también, podía maldecir
con eficacia; aunque, naturalmente, sólo maldecía a los perversos. Hacía
sus milagros por el poder divino que habitaba en él y, por consiguiente, no
necesitaba de rituales ni de conjuros. Ésta era la prueba definitiva por la
cual podía diferenciarse a un hombre divino de un mago. Al menos, esto
era lo que alegaban sus partidarios. El título de 'hombre divino' que
llevaba no tenía las connotaciones desagradables de mago -nada de
pertenecer a una secta sociedad secreta, ni de incesto, ni de culto a los
demonios malos, ni sacrificios humanos y repulsivos, ni canibalismo, ni
barbarie-. Por consiguiente ( y lo mejor de todo), no convertía al hombre
que llevaba tal título en un criminal.
Afortunadamente, tenemos el relato completo de un 'hombre divino':
Apolonio de Tiana que, probablemente, fue un contemporáneo más joven
que Jesús, aunque le sobrevivió mucho más tiempo. Aún más: tenemos un
ataque cristiano contra Apolonio, un intento de demostrar que él era un
mago , lo cual establece un paralelo con el ataque de Celso contra Jesús
En resumen, los personajes que hemos discutido hasta ahora: goes,
magos, hombres divinos, eran familiares para los círculos grecorromanos
y persas de la cultura palestina del tiempo de Jesús. Si miramos a los
círculos semíticos, veremos un panorama algo diferente. Los rabinos
definían como un 'loco' a "uno que sale solo de noche y la pasa en el
cementerio, rasga sus vestiduras y destruye cualquier cosa que se le haya
dado". Advierten que esta condición puede darse en accesos pasajeros.
Pero también distinguían entre tales locos y un 'mago', que "pasa la noche
en el cementerio para que un espíritu inmundo venga sobre él". Esta
distinción era, sin embargo, materia de disputa, y estas disputas reflejaban
169

probablemente una incertidumbre muy común acerca de si uno que 'tenía


un espíritu' era su poseedor o su poseído. Hemos encontrado esta
incertidumbre en los evangelios.
¿Cuáles eran las señales de un mago? La primera de todas era que
debía hacer milagros. Ante todo era un hombre hacedor de milagros. En
los evangelios sinópticos son los exorcismos de Jesús los que hacen decir
a los escribas: "Él tiene/es Belcebú" y "expulsa a los demonios por el que
gobierna a los demonios"28. En Juan, 8, 48, se dice: "Tú eres un
samaritano y tienes un demonio". ¿Por qué un samaritano? Porque en
Samaria había un famoso hacedor de milagros, todavía recordado como
Simón Magus (Act 8, 2-24). Se creía que Simón, al igual que Jesús, era o
tenía un "gran poder de Dios". Tuvo cierta clase de relación con Jesús -tal
vez ambos habían sido discípulos del Bautista- y había tenido un éxito
enorme, tanto en Samaria como en Roma. Cuando se escribió el
Evangelio según Juan, era el ejemplo más notorio de mago hacedor de
milagros que proclamaba ser un dios, por lo que Juan hizo que los judíos
replicaran a las pretensiones divinas y de poderes milagrosos de Jesús con
la acusación: "Tú eres un samaritano [como Simón el mago] y [al igual
que él] tienes un demonio".
Pero vayamos un poco a los hechos históricos, que conocemos, para
entender mejor la acusación. Simón el mago tropezó con los apóstoles en
Samaria y vio en ellos a unos magos de ciencia superior a la suya. Se hizo
bautizar y, con dinero, trató de conseguir el poder del Espíritu Santo.
Pedro rechazó con indignación y él no insistió, pero siguió desarrollando
y propalando su doctrina gnóstica, afirmando que la creación del mundo
se debía "a las manos de unos ángeles", y que por el mal gobierno de éstos
son depuestos por el Poder Primero. Entre este Poder Primero y los
ángeles, Simón colocaba a Ennoia-Helena, en quien veía encarnado el
Espíritu Santo, mientras que él mismo se presentaba como "el gran poder
del Ser Supremo". Según Gregorio de Nacianzo, la idea del Pleroma ya
estaba en Simón. En cualquier caso se encuentra en sus sucesores. Helena
era el nombre de la compañera de Simón el Mago, esclava prostituta que
él había comprado en Tiro. Simón la consideraba como Ennoia, esto es,
el primer pensamiento de Dios y él, Dios, el primer dios. El nombre de
Helena hace referencia, sin duda, a la heroína de la Guerra de Troya, que
era objeto de culto en diferentes lugares, como puede verse en el capítulo
8, que denominamos "Politeísmo".
La proclamación de su divinidad, por sí mismo, se consideraba una
prueba de ser un mago. Es, en virtud de esta proclamación latente, por lo
que tanto su modo de vivir como su enseñanza se consideraron pruebas
para acusar a Jesús de magia. No hay que olvidar que es típico del
170

cristianismo primitivo el representar al Anticristo como un hacedor de


milagros, un mago del mal enfrentado a Cristo.
No lejos de éste, según la ortodoxia, estaban los marcosianos,
discípulos de Marcos llamado "el mago", que basaba sus enseñanzas en la
escuela de Valentino. Conocemos sus ritos por san Ireneo: bautismos en
diversas formas, aspersiones de aceite sobre los moribundos, eucaristía
por la sangre de la Madre Celeste. Celebraban también unas "bodas
espirituales", tal vez licenciosas.

6. Hacedor de milagros

La estructura del Evangelio según Marcos muestra la vida de un mago


itinerante, que se parece a una novela picaresca sin argumento: una sarta
de incidentes relacionados principalmente con el personaje central. Los
traductores Nácar y Colunga dicen que abundan en él "rasgos
pintorescos". Su falta de argumento facilitaba la inserción de episodios
imaginarios, la supresión de los que se consideraban embarazosos y los
cambios en el orden de los diferentes episodios. Pero, concediendo que
haya alteraciones en estos detalles, la clase de vida que se refleja en los
capítulos centrales es la vida de un tipo histórico reconocible: el mago
itinerante u hombre sagrado.
El capítulo 6 de Marcos nos demuestra que la característica primaria de
un mago es la de hacer milagros. En esto es evidente que Jesús fue
excelente. En toda la antigüedad no se le han atribuido tantos a ningún
hombre. Los evangelios contienen unas doscientas menciones sobre Jesús
en las que se alude directamente a algo milagroso: historias de milagros o
dichos que expresan o presuponen poderes milagrosos. Las menciones de
la Vida de Apolonio, de Filóstrato, que pueden comparársele son unas
ciento siete; en las historias del Pentateuco sobre Moisés, ciento
veinticuatro, y en las de Eliseo (II Reyes), treinta y ocho. Hagamos una
pequeña clasificación de los milagros de Jesús de Nazaret.

a) Exorcismos.

Los paralelos mágicos con éstos nos hablan de la reputación que tenía
Jesús, y que habían extendido sus enemigos, de ser un mago que
dominaba "al que gobierna a los demonios" (Mc 3,22; Mt 9, 34). Aquellos
de sus seguidores que creían que el "espíritu santo" había descendido
sobre él y le había convertido en "el hijo" creyeron que él era capaz de
dominar por sí mismo a los espíritus, y no sólo de ordenarles que salieran
(exorcismo), sino también de enviarlos a hacer recados o enviarlos al
interior de cosas o personas. Esto se puede comprobar en la cura del
171

esclavo del centurión cuando unos amigos enviados por éste le dicen a
Jesús: "Señor, no te molestes en venir tú mismo... Di solamente la
palabra” [mágica ] (Lc 7, 6ss).
Esta manera de gastar espíritus y de dárselos a la gente para que se
sirviera de ellos se atribuía a menudo a los magos. Por ello eran muy
temidos. Era ésta la más negra de las magias, de modo que es
sorprendente que los evangelios mismos minimicen su práctica por parte
de Jesús. Él no envía la legión de demonios a los cerdos gadarenos, sólo
permite que entren en ellos y los destruyan (Mc 15, 13). De la misma
manera es explicada la traición de Judas: es permitida.
Estrechamente relacionada con la práctica de enviar espíritus malignos
está la de causar aborrecimientos. Era ésta una parte normal de las
actividades de un mago. Existía una clase de conjuros, conocidos como
"divinos". La mayoría de las veces se utilizaban en los asuntos amorosos,
pero la magia también tenía un ancho campo en las peleas familiares. Así
Jesús dice: "Yo he venido a poner al hombre contra su padre, y a la hija
contra su madre, y a la nuera contra su suegra, de modo que los enemigos
de los hombres serán aquéllos de su propio domicilio" (Mt 15, 35).
En contraste con el relato de cuando Jesús le dio Satanás a Judas, Juan
era más abierto cuando trataba del envío de espíritus buenos. Insiste en
que el espíritu no fue dado mientras Jesús vivió (Jn 7, 39). De este modo
exculpa a su héroe de la acusación de haber practicado la magia al darlo;
pero hace que Jesús prometa que, después de su muerte, le pedirá al Padre
que lo envíe (Jn 14, 16 y 26), o que él mismo enviará "desde el Padre" (Jn
15, 26) "el espíritu de verdad" para que "esté con vosotros", para
"conduciros a toda verdad" y "anunciaros las cosas que vendrán". Estos
pasajes tienen paralelos en docenas de textos mágicos en los cuales un
mago, o bien envía un espíritu, o bien le pide a una divinidad que lo haga
de vez en cuando para que entre en alguien, y más a menudo para que
revele secretos y prediga el futuro.
Además de hacer que Jesús prometiera enviar "el espíritu de verdad" a
sus discípulos, Juan dice que, tras su resurrección, les envió el "espíritu
santo soplando sobre ellos" (Jn 20, 22). Esto recuerda a los magos
egipcios de Celso que "expulsaban demonios de los hombres y
dispersaban las enfermedades soplando". La idea de que los espíritus
podían ser soplados demuestra el fondo popular de la demonología.
La descripción de Jesús no sólo dice que él tenía dominados a los
espíritus por sí mismo, sino que les había dado a doce de sus discípulos el
poder ("autoridad", dice el evangelio) de expulsar demonios, y les había
enviado fuera para que vivieran como exorcistas itinerantes. Marcos
informa de que éstos expulsaron muchos demonios (Mc, 6, 13). Lucas
tiene una historia de unos setenta y dos discípulos enviados fuera a
172

predicar y hacer curaciones; regresaron informando: "Señor, los demonios


también se nos someten cuando utilizamos tu nombre". A esto replica
Jesús asegurándoles que Satán ha perdido su poder, que nada en la tierra
podrá herirlos y que sus nombres están escritos en el cielo en la lista de
los que serán salvados (Lc 10, 17ss). Los magos hacían a menudo estas
declaraciones de conocer el mundo de los espíritus.
¿Cómo hacía el mago para que otros pudieran, también, realizar
acciones mágicas? Esa era una técnica que se podía enseñar, como puede
hacerse con la hipnosis, el arte dramático y la farmacia, probablemente
sus ingredientes más importantes.
El nombre de Jesús fue utilizado en conjuros como el nombre de un
dios. Igual sucedía con los nombres de Adán (PGM, III, 146), Abrahán,
Isaac y Jacob, y los de Moisés y Salomón, que fueron famosos como
magos.
Se suponía que Jesús, como mago y como dios, tenía o había
conseguido las llaves del reino de los cielos, y se decía que había
prometido dárselas a Pedro (Mt 16, 19). Otros magos proclamaban tener o
haber utilizado estas llaves (PCM, IV, 189). El PGM, III, 541, recuerda
que alguien se declara a sí mismo como "Guardián de las llaves del
paraíso terrenal de los tres espíritus, el reino".
Para los autores de los evangelios, puesto que Jesús dominaba a los
espíritus, también dominaba a los hombres. Así lo hicieron otros magos:
era uno de los objetivos de su arte. Sean verdad o no las historias que se
han conservado, lo que prácticamente parece seguro es que Jesús atrajo a
sus discípulos, quienes abandonaron sus negocios, hogares y familias para
seguirlo por todo el país.
De los famosos poderes de Jesús sobre los hombres, uno de los más
importantes para la historia posterior fue el de perdonar sus pecados y de
facultar a sus discípulos para hacer lo mismo. El concepto de un perdón
divino de los pecados es universal. No es específicamente mágico.
Desempeñó un papel muy importante en la religión israelita y fue
desarrollado por el Bautista, quien se consideró a sí mismo como un
profeta enviado por Dios para introducir un rito nuevo: "un bautismo de
penitencia para el perdón de los pecados". Puesto que la carrera de Jesús
comenzó con la recepción de ese bautismo, él pudo atribuirse a sí mismo
el poder que se le atribuía al rito. El requisito de penitencia del Bautista es
sustituido por otro de fe en su poder o de amor por él29.
La creencia de que Jesús conocía el pensamiento de la gente con la que
se encontraba puede fundarse en la realidad. Mucha gente es
increíblemente (¿o creíblemente?) capaz de leer los pensamientos de los
demás. A aquéllos que no tienen este don, esto les parece magia. La
llamada 'telepatía', 'percepción extrasensorial' u 'omnisciencia divina' le
añade muy poco a nuestra ignorancia. Este don es casi necesario para un
173

mago de éxito. La mayoría de ellos deben de haberlo poseído, como dicen


los evangelios que lo tuvo Jesús. Se afirmó que estas habilidades las
tuvieron Apolonio y los sabios indios, así como el impostor Alejandro.
Tanto Luciano como el antipapa san Hipólito escribieron explicaciones de
los trucos que empleaban los magos para descubrir el contenido de las
cartas selladas y para dar otras pruebas de su habilidad para leer los
pensamientos de las personas.
Según los evangelios, los poderes proféticos de Jesús van lejos.
Además de sus profecías personales, profetizó repetidamente el futuro del
mundo, su fin, que se acercaba, el juicio que le seguiría... En los papiros
mágicos no encontramos nada parecido, pero Plutarco dice que los magos
predecían la destrucción o una remodelación violenta del mundo. Celso,
por su lado, afirmaba que este aspecto de la enseñanza de Jesús era
familiar a los profetas de Siria y de Palestina. La profecía escatológica
abundaba en aquel tiempo y al menos se creyó de uno de sus
contemporáneos, Simón Magus, que era un dios. Probablemente él mismo
proclamó que lo era.

b) Curaciones.

Después de los exorcismos, eran las curaciones los milagros tangibles


más importantes en las historias acerca de los magos en general y de Jesús
en particular. La mayor parte de ellos se refieren a síntomas histéricos
(fiebre, ceguera, parálisis...), que a veces admiten curaciones milagrosas.
Las afecciones que no pueden ser curadas de este modo son mucho menos
comunes en estas historias, tanto en las de Jesús como en las de los demás
magos. No se dice de ningún mago que realizara curaciones que
necesitaran cirugía mayor o que proporcionara un órgano cuando éste
faltara. Además de realizar curaciones, probablemente se creyó que Jesús
era capaz de proteger a las personas de las enfermedades o de los
demonios, imponiéndoles sus manos sobre ellos (Mc 10, 13). Esta
creencia tiene muchos paralelos en la magia.

c) Resurrección.

Después de las curaciones vienen las resurrecciones de la


"muerte", probablemente (si es que ocurrió alguna) del coma histérico. La
resurrección que realiza Apolonio con una muchacha muerta se acerca
tanto a la historia de Lucas (7, 11ss) sobre el joven de Naím, que es digna
de que la citemos: "Una muchacha pareció haberse muerto justo antes de
su boda. El novio iba siguiendo el féretro, llorando [como hacen los
hombres] por su matrimonio frustrado, y Roma gemía con él, porque la
174

joven había sido de una familia consular. Apolonio, presenciando aquel


dolor, dijo: 'Bajad el féretro, porque yo quiero poner fin a vuestras
lágrimas por el joven'. En esto preguntó cuál era su nombre. La mayor
parte de los presentes creyeron que iba a pronunciar un discurso
fúnebre.... pero él simplemente la tocó y dijo algo sobre ella que no se oyó
con claridad, y despertó a la joven de su fingida muerte. Ella lanzó un
grito y regresó a la casa de su padre” (Vida de Apolonio, IV, 45). El hecho
de que los evangelios le atribuyan a Jesús sólo cinco de estos milagros
debe considerarse como una prueba de la relativa fiabilidad de la
tradición.
Lázaro, al que Juan designa simplemente como hermano de Marta y de
María de Betania, es el más singular y enigmático de todos los personajes
evangélicos. Sólo Juan lo menciona, los sinópticos lo desconocen. No
aparece más que en la escena de la resurrección. Operado el milagro,
desaparece como por escotillón. Y sin embargo, integra el grupo más
inmediato de Jesús, entre los que le acompañan hasta la tumba, E. Schur
dixit. Todo esto le sugiere a este autor una doble e involuntaria pregunta:
¿quién es esta vaga individualidad de Lázaro que atraviesa como un
fantasma entre los demás personajes tan definida y vivamente dibujados
en el teatro evangélico? ¿Qué significa por otra parte su resurrección?
Según la conocida tradición, Cristo no tuvo otra idea, al resucitar a
Lázaro, que demostrar a los judíos que él era el Cristo.
La tradición rosacruciana nos proporciona, respecto a este turbador
enigma, una solución tan osada como luminosa, porque simultáneamente
hace salir a Lázaro de su penumbra, revelando al propio tiempo el carácter
esotérico, la verdad trascendente de su resurrección. Y en este punto,
Schure recuerda unas líneas de Rodolfo Steiner, que escribió lo siguiente:

Para cuantos desgarraron el velo de las apariencias, Lázaro no


es más que Juan, el apóstol. Si no lo ha confesado, debido es a una
especie de delicado pudor y por la admirable modestia que
caracteriza a los discípulos de Jesús. El deseo de no sobrepujar a
sus propios hermanos, le privó de revelar a través de su mismo
nombre el mayor acontecimiento de su vida, que le convirtió en un
Iniciado de primer orden. Ello justifica el antifaz de Lázaro con que
se encubre en aquella circunstancia el apóstol Juan.
Por lo que a la resurrección se refiere, toma por este mismo
hecho un carácter nuevo y se nos revela como la fase capital de la
antigua Iniciación correspondiente al tercer grado.
En Egipto, después de hallarse el iniciado sometido a
prolongadas pruebas, lo sumía el hierofante en letárgico sueño,
permaneciendo durante tres días yacente en un sarcófago, en el
interior del templo.
175

Durante este período el yerto cuerpo físico denotaba todas las


apariencias de la muerte, mientras el cuerpo astral, por completo
liberado, se expandía libremente en el Cosmos. Desprendíase
asimismo el cuerpo etéreo, asiento de la memoria y de la vida a
semejanza del astral, aunque sin abandonarlo completamente,
porque ello implicaría la inmediata muerte.
Al despertar del estado cataléptico provocado por el hierofante,
el individuo que salía del sarcófago ya no era el mismo. Se había
convertido en un verdadero Iniciado, en un engranaje de la mágica
cadena asociándose según una antigua inscripción al ejército de los
Dioses.
Cristo, cuya misión consistió en divulgar los Misterios a los
ojos del mundo, engrandeciendo sus umbrales, quiso que su
discípulo favorito trascendiera a la suprema crisis que libra al
directo conocimiento de la Verdad. Todo en el texto evangélico
conspira para predisponerle al acontecimiento.
María envía desde Betania un mensajero a Jesús: 'Señor, se
halla enfermo Aquel a quien tú amas' (¿No designa claramente la
frase al apóstol Juan, el discípulo amado de Jesús?).
Pero en lugar de acudir Jesús al llamamiento, aguarda dos días
diciendo a los discípulos: 'No conduce esta enfermedad a la muerte,
sino a la divina gloria, para que el Hijo de Dios sea glorificado...
Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo le despertaré'.
Así sabía Jesús con antelación cuanto iba a ejecutar. Y llegó el
preciso momento para realizar el fenómeno previsto y preparado.
Cuando en presencia de las hermanas desconsoladas y de los judíos
acudieron frente a la tumba tallada en la roca, retírase la piedra que
ocultaba al durmiente en letárgico sueño, que creían muerto,
exclama el Maestro: '¡Levántate, Lázaro!'
Y aquel que se yergue ante la multitud no es el legendario
Lázaro, pálido fantasma que ostenta todavía la sombra del sepulcro,
sino un hombre transfigurado, de radiosa frente. Es el apóstol
Juan... y ya los fulgores de Patmos llamean en sus ojos porque ha
contemplado la divina lumbre. Durante su sueño ha vivido en lo
Eterno. Y el pretendido sudario ha devenido el manto de lino del
Iniciado. Ahora comprende el significado de las palabras del
Maestro: 'Yo soy la resurrección y la vida'. Verbo creador:
'¡Levántate, Lázaro!' ha vibrado hasta la médula de los huesos y lo
ha convertido en un resucitado del cuerpo y del alma. Juan
comprende ahora por qué es el discípulo más amado; porque sólo él
le comprende en verdad. Pedro continuará siendo el hombre del
pueblo, el creyente impetuoso y cándido que desmayó en los
últimos instantes. Juan será el Iniciado y el vidente que acompañará
al maestro al pie de la cruz, en la oscuridad de la tumba y en el
esplendor del Padre 30
176

Este relato es tan fantástico que uno estaría dispuesto a creerlo,


si no fuera porque el hecho narrado no sería una resurrección sino
un gran embuste. En otros términos, la obra de un mago.

d) Alimentación.

Jesús hizo dos veces que aumentara el alimento, de modo que una
pequeña cantidad sirviera para una gran congregación (Mc 6, 32 ss; (,
1ss). Estas historias de Jesús están moldeadas sobre su próximo paralelo
de II Reyes, 4, 42ss. Sólo que allí Eliseo alimentó a cien personas; Jesús lo
hizo con cuatro o cinco mil. Sobre la multiplicación de los panes y los
peces escribió M.Otero Silva:

Y en verdad sumaban más de cinco mil los hombres y mujeres


que yacían tumbados en la arena viendo ponerse el sol. Entonces el
Maestro se dirigió a ellos y les mandó dividirse en partidos de ciento
y de a cincuenta, y les pidió que cada uno depositase sus provisiones
en un claro de hierba verde que se extendía al pie de la colina más
cercana, y nosotros sus apóstoles fuimos los primeros en poner
nuestros dos peces y nuestros cinco panes, y lo mismo hicieron los
tenderos y los artesanos con sus envoltorios de viandas, y los
viñadores con sus odres de vino nuevo, y los comerciantes con sus
cestos repletos de víveres, y sólo los miserables (que eran los más)
no aportaron nada porque nada tenían. El Maestro alzó los ojos al
cielo y bendijo aquel acopio de alimentos, y nosotros comenzamos a
repartirlos entre la multitud, y las cinco mil personas comieron y se
hartaron, y con las sobras llenaron doce cestos.
Dice Nicodemo:
-Tal como tú lo cuentas, Simón, la multiplicación de los panes
y los peces no sería propiamente un milagro sino un ingenioso
artilugio igualitario31.

e) Milagros naturales

Tempestad. La historia de Jesús calmando una tempestad (Mc 4, 39)


apunta alto. Para este milagro deben de haber existido paralelos en la
magia: fue un milagro del que nos hablan los antiguos griegos, Pitágoras y
Empédocles. Pero también la historia del evangelio puede ser un
desarrollo del Antiguo Testamento (Salmos, 107ss). Su propósito es el de
indicar la divinidad de Jesús. La conclusión lo aclara : "¿Quién es éste, a
quien incluso le obedecen el viento y el mar?" (Mc 4, 41).
Higuera. Marchitando la higuera (Mc 11, 12 y 20ss), Jesús parece dar
una demostración de que tenía un poder y una severidad no menor que las
de Yahvé.
177

Agua en vino. La historia de Juan (Jn 2, 1-11) sobre Jesús de que


transformó el agua en vino estaba modelada sobre un mito de Dionisos
que se contaba en un festival dionisíaco que se celebraba en Sidón.
En resumen, de los cinco milagros naturales atribuidos a Jesús, dos de
ellos muestran un intento indiscutible de adecuarlo a la tradición del
Antiguo Testamento; tres tienen relaciones importantes tanto con el
Antiguo Testamento como con los temas de la magia; uno de ellos
muestra una interpretación dionisíaca de la eucaristía, motivada, en parte,
por su rivalidad con un culto fenicio vecino

d) Milagros con su propio cuerpo.

Caminar sobre las aguas32 es una de las hazañas atribuidas a un mago


hiperbóreo por los embaucadores de Luciano.
Hacerse invisible o intangible eran las hazañas favoritas de los magos:
existen docenas de conjuros para conseguir la invisibilidad y un surtido
generoso para escaparse de ser capturado o para librarse de las ataduras33.
Transfiguración. Además de hacerse invisibles, los magos podían
transformarse en cualquier cosa que eligieran, pero no hay que considerar
la transfiguración de Jesús34 como una muestra de ese poder. Se parece
más a las historias de dioses disfrazados que, al fin, se revelan a sus
favoritos en sus verdaderas formas.
Al contrario de la compleja historia de la transfiguración, la de la
eucaristía35 es un simple relato de una operación mágica conocida: la de
una comida encantada para producir amor. El alimento se suele identificar
a menudo con el cuerpo y/o sangre de un dios con el cual se ha
identificado el mago; así el alimento se convierte también en el cuerpo y
la sangre del mago; quienquiera que lo coma se quedará unido con él y
lleno de amor por él. El intento de hacer que este rito procede del ritual de
la Pascua o de cualquier otro rito judío es absurdo. Por extraños que
puedan ser algunos ritos del judaísmo, no incluyen comerse a la gente. Es
más, uno de los rasgos más marcados de la tradición israelita es su tabú
contra la sangre: la sangre estaba estrictamente prohibida en la comida
(Gén 9,4). El que la sangre del sacrifico del pacto tuviera que beberse es,
para las costumbres tradicionales judías, una atrocidad que sólo podía
haberse concebido en un círculo empeñado en demostrar su libertad con
respecto a la Ley.
Conjuros de amor. Estrechamente relacionados con la eucaristía, hay
unas cuantas afirmaciones que presuponen que Jesús es un ser
sobrenatural cuyas relaciones con el Padre y con sus discípulos son
esencialmente milagrosas. Así, afirma estar unido con sus seguidores de
tal modo que él está con ellos y ellos con él: "Permaneced en mí y yo en
178

vosotros... Permaneced en mi amor" (Jn 15, 49). Esta es la unión


prometida por los encantamientos de amor en los papiros mágicos36. En
los sinópticos se hace que Jesús prometa a sus discípulos que estará con
ellos en cualquier sitio en que dos o tres de ellos le invoquen, "siempre,
hasta el fin del mundo" (Mt 18, 20; 28, 20). Promesas parecidas las hace
al mago su espíritu familiar respecto de sí mismo.
Los milagros que siguieron a la muerte de Jesús, sus apariciones post
mortem a sus seguidores, haciéndose irreconocible e invisible,
atravesando puertas cerradas, facultando a sus seguidores para manejar
serpientes y beber veneno sin sufrir daño alguno y alentando en ellos el
espíritu santo, tienen, sin excepción, sus paralelos en el material mágico.
La ascensión de Jesús a los cielos37 es especialmente significativa, ya
que era el asunto de mayor importancia en aquellos tiempos. Se dice que
Apolonio declaró que era la verdadera prueba de la divinización (el
objetivo de la magia). Tal milagro lo encontramos en los papiros como el
medio de conseguir la inmortalidad. "Hoy estarás conmigo en el paraíso"
(Lc 23, 43), le dice a uno de los bandidos crucificado a su lado. "Sus
ángeles (de los niños) ven de continuo en el cielo la faz de mi padre, que
está en los cielos" (Mt 18, 10). "Yo vi a Satán cayendo desde el cielo
como un rayo" (Lc 10, 18). "Cuando un espíritu inmundo ha salido de un
hombre, va errante por los lugares sin agua buscando reposo y no
encuentra ninguno" (Mt 12, 43ss). Todas estas expresiones demuestran
que Jesús era un conocedor del mundo de las cosas celestiales y de las
costumbres de los espíritus. Pero este conocimiento era el que afirmaban
conocer los goetes. Los chamanes también eran famosos por sus
ascensiones a los cielos. El ascenso de Jesús a una familiaridad con los
cielos explica su naturaleza milagrosa y, al mismo tiempo, es explicado
por ésta, que se anticipa notablemente a lo que comienza con "yo soy".
Estas afirmaciones están entre los elementos más característicos del
material mágico, aparecen como el punto culminante en muchos conjuros.

7. Enseñanza y magia

La religión inmadura, en el niño o en el adulto, está impregnada de


pensamiento mágico y busca satisfacción de la propia comodidad. La
religión inmadura está al servicio de los motivos, las pulsiones y los
deseos corporales, escribió alguien. H. Bergson sostenía que hay una
lógica del cuerpo, prolongación del deseo, que se ejerce mucho antes de
que la inteligencia le haya encontrado una forma conceptual.
Supongamos, por ejemplo, un "primitivo" que quisiera matar a su
enemigo; pero éste se encuentra lejos, por lo que le es imposible
alcanzarlo. ¡No importa!, nuestro hombre está furioso y hace el ademán de
lanzarse sobre el ausente. Una vez que se ha lanzado, va hasta el final:
179

aprieta con sus manos a la víctima que él cree tener o que querría tener y
la estrangula...
La magia es, pues, innata al hombre, no siendo más que la
exteriorización de un deseo que llena su corazón. Si ha parecido artificial
y ha sido reducido a asociaciones de ideas superficiales, es porque se ha
estudiado en las operaciones que son realizadas, precisamente, para
dispensar al mago de poner en ella su alma y para obtener sin fatiga el
mismo resultado. El actor que estudia su papel se penetra de verdad de la
emoción que debe expresar, anota los gestos y las entonaciones que
surgen de ella y más tarde, delante del público, sólo reproducirá la
entonación y el gesto, pudiéndose ahorrar la emoción. Es lo mismo que
ocurre con la magia. Las "leyes" que se han encontrado en ella no nos
dicen nada del impulso natural del que ha surgido. No son más que la
fórmula de los procedimientos que la pereza ha sugerido a esa magia
original para imitarse a sí misma. Parece, por tanto, que se resuelve en dos
elementos: el deseo de actuar sobre algo, sea lo que sea, incluso sobre
algo que no puede alcanzarse, y la idea de que las cosas están cargadas o
se dejan cargar de lo que llamaríamos un fluido humano. Hay que
remitirse al primer punto para comparar entre sí la magia y la ciencia, y al
segundo para relacionar la magia con la religión.
Al igual que otros magos, a Jesús se le ha presentado como un hombre
sagrado y también como un dios encarnado. En su calidad de ambas cosas
se esperaba que enseñara sobre todos los temas religiosos, desde los
deseos de los dioses hasta las prácticas de los hombres.
Es extraño que casi ninguna de las enseñanzas de Jesús sobre sus
curaciones se haya conservado, a parte de su famosa frase "Tu fe te ha
curado". Tal vez las iglesias primitivas tuvieron menos éxito con
curaciones objetivamente determinables que con los exorcismos. En
consecuencia, perdieran su interés por el tema. Lo mismo pudo suceder
con Jesús. Teniendo en cuenta la antigua ignorancia de la medicina, lo
mejor que uno podía hacer era meterse en la cama y rezar, de ahí que los
cristianos informaran cuidadosamente de las enseñanzas de Jesús sobre la
oración.
La oración era una especialidad de los magos antiguos. La mayor parte
de las instrucciones de Jesús están dentro de la tradición mágica. Ya
hemos mencionado su insistencia en la fe. Algunos de sus dichos para
inculcar la fe tienen paralelos mágicos próximos. Su promesa "Pedid y se
os dará" aparece tanto en los evangelios como en los papiros mágicos.
Éstos últimos también aconsejan al mago que sea breve cuando esté
hablando con los dioses. Otra consecuencia de la práctica mágica puede
haber sido la advertencia que hacía Jesús a sus seguidores de que oraran
180

en privado (como lo hacían los magos) "a vuestro Padre escondido que ve
lo que está escondido" (Mt 6, 6).
Escribió Bergson que, en la religión que denomina "dinámica", la
plegaria es indiferente a su expresión verbal, puesto que es una elevación
del alma capaz de prescindir de la palabra. Pero, en su grado más bajo, no
deja de tener relación con el hechizo mágico. Tiende, si no a forzar la
voluntad de los dioses y sobre todo de los espíritus, por lo menos a ganar
su favor. Consideremos el Padrenuestro.
Cuando examinamos "la oración del Señor" (para todo uso), tal como
figura en Mateo (6, 9ss) y en Lucas (11, 2ss), encontramos que
1. Su referencia a Dios como "padre" y su colocación "en los cielos"
son muy conocidos del material mágico.
2. "Santificado" el nombre, en Mateo y Lucas, y "glorificado", en
Juan, significan la misma cosa: hacer famoso el nombre del dios,
demostrando su poder mediante milagros, obediencia... para que
los que no crean en él lo conozcan y reverencien.
3. "Venga tu reino" no tiene paralelo mágico claro; procede,
naturalmente, del pensamiento escatológico judío.
4. "Tu voluntad sea cumplida" era una plegaria utilizada por los
magos (PGM, XII, 189).
5. "Sobre la tierra como ocurre en el cielo" expresa el objetivo más
general de la acción mágica: cambiar el orden natural mediante las
influencias de lo sobrenatural (en este caso, como a menudo, la
voluntad del dios).
6. "Danos hoy el alimento que nos mantenga hasta mañana" (Lc 11,
3) nos devuelve a la tierra, a la vida real del actuante vagabundo:
actor mago, hombre sagrado o lo que fuera, que depende, tía tras
día, de las contribuciones del público que pueda encontrar en la
aldea siguiente. La patética combinación de esta plegaria de unas
pretensiones mágicas con una genuina pobreza habla a favor de su
autenticidad: la paradoja del mago pobre, que fue ridiculizada por
Celso y por Luciano.
La popularidad no es comestible. La supervivencia de una compañía
errante como aquélla -una docena de hombres, con numerosos adheridos-
presupone que tenía algo que vender: una actuación de alguna clase en la
que se pudiera confiar que aportaría contribuciones.
Si podemos creer en los evangelios, la actuación consistía en los
milagros de Jesús. Todo se centraba en él, los demás eran tramoyistas.
Lucas ofrece una descripción de su llegada a Jericó (Lc 19, 1ss). Todo el
mundo daba vueltas alrededor para ver al que hacía milagros. Un hombre
llegó a trepar en un árbol. Jesús le dijo: "Zaqueo, baja en seguida; hoy
pararé en tu casa". "¡Milagro! Nunca antes había puesto sus ojos en mí y
en seguida supo mi nombre!" Pero los discípulos (¡72!) habían sido
181

enviados fuera delante de él a cada pueblo y aldea a los cuales él iba a


llegar (Lc 10ss). Así, Zaqueo, que resultó ser "rico", "lo recibió a él [y
compañía], alegrándose". No cabe duda de que la alegría fue recíproca.
Una descripción similar nos la da el texto más largo de Marcos: Jesús
levantó a un joven de entre los muertos, así que "fueron a la casa del
joven, porque era rico". Allí se estuvieron durante una semana. Fue una
buena semana. Al final de la misma, el joven acudió a Jesús por la noche,
"llevando un vestido de lino sobre su cuerpo desnudo, y se quedó con él
aquella noche, porque Jesús le enseñó el misterio del reino de Dios". A la
mañana siguiente, Jesús y compañía se fueron a Transjordania. Tal vez la
lección no había sido completamente satisfactoria.
"No os preocupéis por el dinero. No acumuléis ahorros. Es más fácil
para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el
reino de Dios”38. Así que “vended todo lo que tengáis, dad el producto a
los pobres y venid, seguidme"39. Los autores de los evangelios ya estaban
tratando de bajar de tono estas enseñanzas. Es decir, son para los que
quieran ser "perfectos", como dice Mt 19, 21. Por lo tanto, no fueron
compuestas por las iglesias para las cuales habían sido escritos los
evangelios. Los apologistas han explicado a menudo que Jesús no quería
decir lo que dijo. Pero estos dichos se ajustan perfectamente con el
decorado histórico. "Los pobres" son Jesús y sus partidarios. Se mantenían
con aportaciones (Lc 8, 3). La prohibición de Jesús de ser previsores no
les impedía llevar una bolsa para el dinero (Jn 12,6; 13,29). Incluso así,
escasamente conseguían que les alcanzara el dinero, como se ve en la
petición de la oración del Señor. En consecuencia, Jesús despreciaba la
riqueza. Este desprecio es una moda filosófica de aquella época, que
afectó también a Apolonio. Es posible que se tratara del clásico "están
verdes", pero esta moda era completamente popular: consolaba a mucha
gente que sufría una pobreza parecida.
En conclusión, los evangelios dicen que, cual otros "hombres divinos",
Jesús fue engendrado por un dios y que nació de una virgen. Sus
adversarios dijeron que era el hijo ilegítimo de una campesina galilea y de
un soldado romano llamado Pantera. Ambas historias, las del evangelio y
la de sus adversarios, aparecen hacia finales del siglo I, pero pueden ser
más antiguas. La fuente de Marcos, 6, se refiere a Jesús como el hijo de su
madre, María.
Mateo dice que fue llevado a Egipto cuando era un niño pequeño (por
una razón burdamente imposible) y que fue traído a Nazaret cuando era
un muchachito. Sus adversarios dicen que fue a Egipto en busca de
trabajo cuando ya era un joven y que allí aprendió magia. Los elementos
más primitivos de los evangelios no dicen nada acerca de que hubiera
estado en Egipto, pero contienen descripciones de muchos procedimientos
182

mágicos que tienen sus paralelos más próximos en textos egipcios. El


informe rabínico de que Jesús fue tatuado en Egipto con conjuros mágicos
no aparece en el material polémico, pero es citado como un hecho
conocido en la discusión de una cuestión legal que hace un rabino, nacido
probablemente en la época de la crucifixión. Este informe rabínico señala
que Jesús era "un loco", es decir, maníaco o histérico de vez en cuando.
La vieja fuente utilizada por Marcos (3, 21) le atribuye la misma opinión a
su familia.
Marcos cuenta que Jesús fue bautizado por Juan. La historia de los
evangelios sobre el descenso del espíritu se empareja con la acusación de
sus adversarios: "él tiene un demonio".
La mayor parte de los paralelos mágicos de los detalles que aparecen
en las historias de los exorcismos y las curaciones demuestran que, por lo
general, estas historias las había concebido alguien que conocía las
prácticas mágicas. La prueba más clara de que Jesús conocía y utilizaba la
magia es la eucaristía, un rito mágico de especie muy conocida.
Celso describe la carrera de Jesús como un vagabundo con un grupo
de discípulos ("recaudadores de impuestos y marineros de la peor
especie"), la traición final y su ejecución. La coincidencia general de
Celso con los evangelios, y su discrepancia con ellos en los detalles, le
hacen aparecer como un testigo parcialmente independiente que
demuestra la exactitud, en sus líneas generales, de las narraciones sobre su
vida y su Pasión, y por eso es importante. Los paralelos aislados, incluso
aunque exista un número considerable de ellos, no serían significativos si
los elementos a los cuales se refieren no encajaran unos con otros,
ofreciendo una descripción coherente de la vida y obra de un mago.
No son pocos los que afirman que, al lanzar Jesús aquella exclamación
interrogativa: "Eloy, Eloy, lama sabachtani?" 40, no hizo más que repetir
el primer versículo del Salmo 22. El Salmo 21 había dicho: "En tus manos
encomiendo mi espíritu". Por tanto, lo que hizo Jesús fue recitar de
memoria esta oración justo antes de fallecer. Pero esas palabras
pronunciadas por Jesús, según el apócrifo Acta Pilati, son parecidas a una
invocación... mágica.

NOTAS AL CAPÍTULO 3
1
Vida de Jesús, p. 18.
2
Mc 1, 27; 2, 12; 5, 20; Mt 9, 33; 12, 23; 15, 31; Lc 9, 43; 11, 14; Jn 7, 21
3
Mc 1, 28 y 45; 3,8; 6, 14...; Mt 4, 24; 9, 26 y 31; Lc 7, 17; Jn 12, 17 y ss...
4
Mc 5, 15; Mt 9, 8; Lc 5, 26; 7, 16; 8, 37....
5
Jn 20, 30-31
6
Mc 10, 10, 47ss; 11, 10; 15, 31ss; Lc 7, 18-23 y Mt 11, 2-6; 12, 15-21; 21, 14ss;
183

Lc 4, 18-21; (Jn 1, 48ss; 4, 29; 7, 31; 20, 30ss


7
M, 3, 11; 5, 7; 15, 39; Mt 14, 33; Lc 4, 41; Jn 1, 49; 20, 31...
8
MC 15, 26; Mt 27, 37; Lc 23, 28; Jn 19, 19; Tácito, Anales, XV, 44.
9
Para ampliar esto aconsejamos leer el capítulo denominado "El Mesías".
10
Cf. Maurice Leenhardt, DO KAMO La persona y el mito en el mundo
polinesio, Ediciones de la Biblioteca, UCV, Caracas, 1974.
11 Jn 7, 34; IV Esdras, XIII, 50.
12 Mt 17,19; 21, 21-22; Mc 9, 23-24.
13 Act 2, 2ss; 4, 31; 8, 15ss; 10,44ss.
14 Jn 5, 14; 9: 1ss, 34
15 Mt 9, 32-33; 12, 22; Lc 13 y 2,16.
16 Mt 9, 5; 15, 30-31; Lc 9, 1-2, 6.
17 Mt 12, 39; 16, 4; 17, 16; Mc 8, 17ss; 9, 18; Lc 9, 41; 11, 29.
18 Mt 8 4; 9, 30-31; 12, 16ss; Mc 1,44; 7, 24ss; 8, 26.
19 Mt 12, 38ss; 16, 1ss; Mc 8, 11; Lc 9, 29ss.
20 Mt 12, 27; Mc 10, 38; Act 19, 13.
21 Mt 27, 20; Mc 9, 24ss.
22 El lector puede consultar sobre los exorcismos en el Catecismo (& 517,

550, 1237, 1476).


23 Cf. Código de derecho canónico.
24 Tratado teológicopolítico, p. 81-82.
25 Ídem, pág. 87.
26 Ídem, `pág. 88.
27
Cf. Mc 3, 20-30; 6, 14ss; 8, 28; 9, 38; Lc 11, 19; Jn 7, 12 y 20; 8, 48 y 52; 10,
20 y 33; 18, 30; 19, 7; Mt 9, 34; 10, 25; 27, 63 Lc 4, 23.
28
Mc 3, 22; Mt 9, 34; Lc 11, 19.
29
Mc 2, 5; Lc, 7, 47.
30
Jesús. Jesús y los esenios, p. 192-199.
31
La piedra que era Cristo, p. 85.
32
Mc 6, 45-52; Jn 6, 19.
33
Lc 4, 29; 24, 31; Jn 7, 30 y 44; 8, 20 y 59; 10, 39; 12, 36.
34
M, 9, 2ss; II Pedro, 1, 17ss.
35
Mc 14, 22; I Cor, 11, 23.
36
Cf., por ejemplo, PGM, XXX, 11
37
Lc 24, 51; Act 1, 9.
38
Esta expresión es, posiblemente, una confusión de algún copista. Es muy
probable que el término original griego kámilos, que equivale a ‘cuerda gruesa,
cable’ , fuera tomado por kámelos ,‘camello’. De otro modo no tiene sentido la
expresión. Es decir, el copista puso una eta donde iba iota.
39
Mt 6 19-34; Mc 10, 17-25; LC 12, 33...
40
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34).
Capítulo 4
EL VARÓN DE DOLORES

1. El crucificado

El diseño de la virtud redentora del sufrimiento, que será un pilar del


cristianismo, logra su espaldarazo definitivo en el llamado deuteroisaías,
esto es, el texto que se atribuye a Isaías, pero que fue escrito por el
redactor deuteronomista dos siglos después. En el texto denominado
Cantos del siervo de Yahvé1 ya se presenta como aceptado por Yahvé el
sacrificio expiatorio de los sufrimientos del siervo (personificación de la
comunidad exiliada y, por representación, del verdadero pueblo de Israel);
de esta manera, la élite sacerdotal afirmaba asegurar la "salvación" de
todo el pueblo - aunque éste no hubiese hecho nada para merecerlo- ya
que “el Justo, mi Siervo, justificará a muchos" (Is 53, 11) y será "puesto
por alianza del pueblo y para luz de las gentes" (Is 42, 6). En este texto,
absolutamente fundamental para el futuro nacimiento del cristianismo, se
deja sentada para lo porvenir la posibilidad de ver en el "varón de dolores"
(Is 53, 3) el anuncio del papel del Mesías sufriente que se hará encajar, a
posteriori, con la historia de Jesús de Nazaret.
Cualquier lector puede comprobar que, en su ingenuidad, los
evangelios están escritos de modo que se vaya creando un modelo, bien
sea de Mesías, de Profeta o de Varón de dolores, que ciertamente no es el
menos patente. En efecto, entre el nacimiento y la muerte de Jesús se
quiere dar la impresión de que un trágico hado, al que no se opone, lo
empuja al sufrimiento.
La persecución de Jesús por las fuerzas del mal se manifiesta en un
edicto de César Augusto. “José -escribe Lucas- salió de Galilea, de la
ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por
ser de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su
esposa, que estaba en cinta. Estando allí, se cumplieron los días de su
parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 4-
7). El nacimiento del Mesías no puede ser menos humilde ni humillante:
entre animales.(Aunque también puede compararse con el de Zeus, padre
de los dioses y de los mortales, que fue amamantado por la cabra
186

Amaltea). Pero aquí no terminan las penas del nazareno. Días después se
presentan a Herodes el Grande unos magos que vienen del Oriente y le
preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque
hemos visto su estrella al Oriente y venimos a adorarle. Al oír esto el rey
Herodes se turbó y con él toda Jerusalén” (Mt 2, 2-3). Los magos
prosiguen su camino a Belén. Después de haber adorado al niño que había
turbado a Herodes -verdadero rey de los judíos, en ese momento- “y con
él a toda Jerusalén” y advertidos en sueños, los magos regresan a su tierra
por otro camino. Y sigue el relato: “Partido que hubieron, el ángel del
Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a
su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes buscará al niño para quitarle la vida” (Mt 2, 1). Aquella misma
noche, José toma al niño recién nacido y a su madre, recién parida, y se
los lleva para Egipto. “Entonces Herodes, viéndose burlado por los
magos, se irritó sobremanera y mandó a matar a todos los niños que había
en Belén y en sus términos de dos años para abajo, según el tiempo que
con diligencia había inquirido de los magos” (Mt 2, 16). (“Un niño
inocente de los que mandó a degollar el rey Herodes” duerme el sueño
eterno en la iglesia metropolitana de Valencia en un relicario. De esto no
hablan ni Mateo ni Lucas, pero lo aseguran las autoridades eclesiásticas
de la ciudad española. Un rey mago hace lo propio en la catedral de
Colonia, Alemania).
Investigaciones actuales, basándose en las fechas que aparecen en el
Nuevo Testamento y en documentos de la época, han llegado a la
conclusión de que Herodes no fue el infanticida que retrata el Nuevo
Testamento y que nunca pudo ordenar la ejecución de los niños inocentes.
Como argumento de peso se puede esgrimir el hecho de que Flavio
Josefo, el historiador romano de origen judío (+ en el 100 d. C.), no
reflejó en su detallada obra Antigüedades judías este trascendental
episodio, a pesar de que se encargó de anotar y recordar -uno por uno-
todos los crímenes cometidos por Herodes. (Herodes subió al trono en el
año 716 del calendario romano, lo que equivaldría a decir que lo ocupó
allá por el 37 a. C.; reinó durante treinta y tres años y falleció en la
primavera del año 4 a. C. ). Realmente nada dice la Historia sobre la
matanza de niños ordenada por Herodes en Belén, lo cual no es óbice para
que algunos grupos religiosos se hayan atrevido a ofrecer números de
víctimas en la masacre. Los etíopes en su liturgia y los griegos en su
calendario hablan de... ¡catorce mil niños degollados!
Claro que a Herodes le sobran méritos de crueldad: hizo matar a dos de
sus esposas y a tres de sus hijos. Su mala fama debió de ser tal que se
atribuye a Augusto el siguiente epigrama satírico: "Valía más ser cerdo
que niño en la casa de Herodes". No obstante, hubo un acontecimiento en
su vida que pudo dar origen a esta leyenda. En el año 7 a. C. hizo
187

estrangular a sus hijos Alejandro y Aristóbulo tras descubrir que uno de


ellos se conjuró en su contra. Para Weddig Fricke, autor del Juicio contra
Jesús, este hecho pasó a la memoria popular como la matanza de los
inocentes, convertida luego, por mor de la exageración, en un degüello
masivo, ya que además logró Herodes que la plebe de Jericó linchase a
unos trescientos jóvenes seguidores de sus hijos.
Pero sin lugar a dudas, el hecho doloroso par excellence es la Pasión.
Para los evangelistas es tan trascendental que quieren que el propio Jesús
la haya “anunciado”... ¡cuatro veces!2. Veamos. El primer anuncio dice
así: “Desde entonces -cuenta Mateo- comenzó Jesús a manifestar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los
ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto
y al tercer día resucitar”. En el capítulo siguiente, el mismo Mateo anota:
“Estando reunidos en Galilea, díjoles Jesús: El Hijo del hombre tiene que
ser entregado en manos de los hombres, que le matarán, y al tercer día
resucitar”. Comenta el evangelista que los discípulos “se pusieron muy
tristes”. Se deduce que todavía no habían aprendido a huir hacia el futuro.
Cuando Jesús subía a Jerusalén para el holocausto, “tomando aparte a los
doce discípulos, les dijo por el camino: Mirad, subimos a Jerusalén, y el
hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los
escribas, que le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para
que le escarnezcan, le azoten y le crucifiquen, pero al tercer día
resucitará”. Este fue el tercer anuncio relatado por Mateo. Pero dos días
antes del hecho, el mismo evangelista recuerda el cuarto anuncio que
Jesús hizo a sus discípulos (pues parece que lo habían olvidado): “Sabéis
que dentro de dos días es la Pascua y el hijo del hombre será entregado
para que lo crucifiquen”. A pesar de saber lo que le iba a ocurrir, Jesús
sigue su destino de sufrimiento. Los discípulos, por su lado, no entienden
nada de lo que les ha anunciado.
Muchos católicos -el Papa incluido- creen que Jesús, después de
haber sufrido la Pasión, fue envuelto en la Santa Sábana que se conserva
en Turín, Italia. Este lienzo fue confeccionado con lino del Medio Oriente,
con algunas hebras de algodón. En él aparece la imagen impresa del
cuerpo desnudo de un hombre, de frente y de espaldas, en actitud
durmiente y con los brazos cruzados sobre el abdomen. El tipo sanguíneo
es AB, también típico del Medio Oriente. Por el tamaño de la impronta,
aquel hombre debió de medir 1.80 m de altura y pesar alrededor de 80 Kg.
En definitiva, junto a otros datos que poseemos, todo nos hace pensar que
poseía unas medidas antropométricas perfectas. No podía ser de otro
modo, si el “varón de dolores” de Isaías era el Mesías que el pueblo de
Israel había esperado. Y no tiene nada de extraño que los hombres del
siglo XIV , cuando hubo una verdadera epidemia de reliquias, hayan
188

querido tener un retrato "auténtico" de Jesús. Si como ha demostrado la


prueba del carbono 14 la Sábana Santa es de ese siglo, entonces ¿quién
está en ella? ¿Y a quién se le ocurriría mandar a matar a otro con las
características anatómicas señaladas -el que está en la Sábana Santa de
Turín- para reproducir la Pasión?
Desde hace décadas, médicos, forenses, especialistas en anatomía e
historiadores han tratado de encajar con precisión todas las piezas que
disponemos para reconstruir las ultimas horas de vida de Jesús de Nazaret,
fundamentalmente a partir de la Sábana Santa de Turín. Estos son sólo
algunos de los autores de la "autopsia":
1. Luigi Fossati analizó cada una de las heridas causadas en el rostro por
los agresores del Nazareno.
2. Los investigadores V. D. Millers y S. F. Pellicori, del Brook Institute,
obtuvieron imágenes de la Sábana con fluorescencia ultravioleta para
analizar con detalle cada una de las heridas que presenta el hombre
cuya impronta aparece allí reflejada.
3. Los científicos Pierre Barbet y Judica Cordiglia examinaron las
causas que pudieran haber generado las heridas y las características
del casco de espinas, los látigos y los clavos empleados.
4. El físico Sam Pellicori analizó los residuos en la Sábana alheridos al
cuerpo que sirvieron, por ejemplo, para descubrir qué partes de éste
tropezaron contra el suelo camino del Gólgota.
5. El médico radiólogo Hermann Moedder examinó experimentalmente
las reacciones orgánicas y corporales ante un castigo similar al que
recibió el hombre de la Sábana.
La Sábana Santa de Turín es un negativo fotográfico. Extremadamente
detallada, la imagen permite analizar cada fragmento del cuerpo y
examinar las alteraciones que sufrieron la piel y los músculos. El análisis
de todos estos detalles ha llevado a los científicos a confirmar que el
hombre cuya imagen aparece impresa en la Sábana padeció una pasión y
muerte muy parecida a la de Jesús de Nazaret narrada en los evangelios.
Aunque hay distintas teorías al respecto, la mayor parte de ellas parecen
coincidir en la afirmación de que la muerte en la cruz se produce por
asfixia. El reo, clavado por las manos y los pies, no resistió el dolor que
soportaba al apoyarse en el clavo de los pies para inspirar y cayó agotado.
Hoy la cruz es el símbolo del cristianismo. De instrumento infamante de
tortura ha pasado a ser órgano de bendiciones divinas.
Un soneto ascético del siglo XVI, de autor anónimo, destaca el valor
de la imagen del Crucificado que mueve al creyente:

No me mueve , mi Dios, para quererte,


el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
189

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte


clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,


que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,


porque, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

2. El protomártir y los que le siguieron

Cuentan los Hechos de los Apóstoles que los príncipes de los


sacerdotes quedaron sorprendidos al enterarse de las numerosas
conversiones a la nueva secta que estaban realizando los discípulos del
Jesús que Pilatos había crucificado y que ellos decían que había
resucitado. Después de haberlos metido en prisión, los apóstoles fueron
obligados a comparecer ante el Sanedrín. Este les intimó a "no hablar
absolutamente ni enseñar en el nombre de Jesús”. Pero Pedro y Juan
respondieron y dijéronles: Juzgad por vosotros mismos si es justo ante
Dios que os obedezcamos a vosotros más que a Él; porque no podemos
dejar de decir lo que hemos visto y oído". Tras el discurso, el Sanedrín los
dejó ir. Cerca de tres mil personas le creyeron a Pedro. Días después, a las
puertas del Templo, Pedro curó a un paralítico. Ante la gente que vio el
prodigio, el apóstol improvisó un nuevo sermón, con tan buen resultado
que se convirtieron a la nueva fe unas cinco mil personas. Como por el
número siempre creciente de fieles no bastaban ya los doce apóstoles para
atender las necesidades de la comunidad, surgieron murmuraciones de los
"helenistas contra los hebreos" (Act 6, 1). Eligieron entonces a siete
auxiliares: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás.
Parece ser que el más activo era Esteban por lo que fue llevado ante el
Sanedrín acusado de blasfemia. Igual que Pedro, improvisó Esteban un
largo sermón contenido en el capítulo 7 de los Hechos. Esta vez el fogoso
cristiano fue apedreado fuera de la ciudad. "Los testigos depositaron sus
mantos a los pies de un joven llamado Saulo", dice Lucas. "Aquel día
comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos,
fuera de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y de
190

Samaria. A Esteban le recogieron algunos varones piadosos e hicieron


sobre él gran luto. Por el contrario, Saulo devastaba la iglesia, y entrando
en las casas, arrastraba a los hombres y mujeres y los hacía encarcelar"
(Act 8, 1-3). (No se sabe que el Apóstol de los gentiles se haya arrepentido
de estas gracias de crueldad. Sospechamos que estas acciones eran
bienvenidas para los seguidores del Nazareno).
A partir de la muerte de Esteban, el protomártir de la nueva secta, los
cristianos se van a enfrentar (muchas veces con alegría) a numerosas
persecuciones. Por lo demás, no hubo género de violencia a que no se
acudiese para doblegar su voluntad de creer en el crucificado que había
resucitado de entre los muertos: unos eran desterrados; otros, arrojados en
oscuros calabozos; algunos fueron condenados a trabajar en los pozos de
las minas como miserables esclavos; aquí se los despojaba de sus bienes,
allá se les quitaba la vida con los más crueles tormentos.
Comúnmente la Iglesia recuerda diez grandes persecuciones generales
-así llamadas porque, decretadas o autorizadas por los emperadores
romanos, se hacían extensivas a la mayor parte de las naciones que
estaban bajo su dominio- y muchas persecuciones locales que afectaban
sólo a tal o cual provincia. Las persecuciones generales fueron:
1ª En tiempo de Nerón, tras el incendio de Roma en el año 64. El menú
de los tormentos era variado: unos, envueltos en pieles de animales,
fueron devorados por los perros; otros, en cruces y embadurnados de pez
y azufre, ardieron como antorchas en los jardines del Emperador...
Después, Nerón se suicidó.
2ª La de Domiciano, año 95. Aunque no persiguió a los cristianos en
sus primeros años, más tarde se empeñó en ser adorado como un dios, y
porque los cristianos se negaron a ello, ordenó que se cumpliesen
rigurosamente por todas partes los antiguos edictos de persecución. Claro
que de la matanza no se salvó ni el Emperador. Domiciano murió
asesinado.
3ª Trajano, en el año 106, regularizó la persecución, pues decretó que
nadie buscase a los cristianos para matarlos y que no se admitían
acusaciones anónimas. Pero todos los acusados debían ser castigados si no
renegaban de su fe.
4ª Bajo Marco Aurelio, año 166. Prevenido contra los cristianos, este
emperador renovó los edictos de persecución. Entre los más ilustres
mártires de Roma se cuentan San Justino, apologista de la nueva religión,
y Santa Cecilia, virgen, hoy patrona de la música.
5ª Bajo Septimio Severo, año 203. Al principio se mostró Septimio
Severo favorable a los cristianos, mas duró poco este buen comienzo. Tan
general y sangrienta fue la persecución que alcanzó la Península Ibérica,
donde apenas se habían dejado sentir las anteriores, la Galia -sobre todo
Lyón- y Cartago. En esta ciudad y en vísperas de esta persecución,
191

Tertuliano había publicado una elocuente apología para refutar las


acusaciones contra los cristianos. Entre otras cosas escribió: "Siendo,
como somos, numerosos, podríamos recurrir a las armas, sobre todo
nosotros que no tememos la muerte, si no fuera porque, según nuestras
máximas, debemos antes morir que matar... Atormentadnos, torturadnos,
aplastadnos; vuestra más refinada crueldad no os servirá de nada, porque
cuanto más seguéis más nos multiplicaremos. La sangre de los mártires es
semilla de cristianos".
6ª y 7ª. Los emperadores Maximino y Decio dieron sus nombres a
estas dos persecuciones que tuvieron lugar, la primera en el año 237 y la
segunda, en el 250. El edicto de Maximino fue dirigido, principalmente,
contra obispos y sacerdotes. Decio ordenó que todos los súbditos debían
sacrificar a los dioses y comer de las víctimas inmoladas. Muchos
cristianos fueron descubiertos por esta vía y... se arrepintieron. La Iglesia
los declaró apóstatas , es decir, ‘colocados afuera’.
8ª y 9ª. La octava persecución fue decretada por Valeriano en el año
257 y la novena, por Aureliano, el 274. Terminó esta persecución porque
el Emperador se murió ocho meses después de haberla decretado. En ella
fue asado el diácono Lorenzo porque se negó a entregar al emperador los
tesoros de la Iglesia. Colocado en la parrilla, quedó en oración, sin que
saliese de su boca la menor queja. Pasado un rato, le dijo tranquilamente
al prefecto que lo atormentaba: "Ya estoy bastante asado de este lado,
vuélveme del otro y come, si quieres".
10ª En 303 decreta Diocleciano la décima y última persecución
general, la más larga y más sangrienta de todas. Entre los mártires más
renombrados se cuenta san Sebastián, capitán de una compañía de la
guardia pretoriana, que fue asaeteado.
Del martirio y el testimonio de la verdad, Nietzsche escribió lo
siguiente:
“Tan lejos está de ser verdadero el que un mártir pueda demostrar la
verdad de una cosa, que podría afirmarse que los mártires no han tenido
nada que ver jamás con la verdad... Los suplicios de los mártires, dicho
sea de paso, fueron una desgracia histórica, han seducido. Deducir, como
lo hacen todos los pobres de espíritu, incluyendo a las mujeres y al
pueblo, que una causa que puede conducir al martirio (o que provoca una
epidemia de sacrificio voluntario como el cristianismo primitivo), tiene
por eso algún valor, discurrir así impide el libre examen, paraliza el
espíritu de examen y de precaución. El mártir perjudica a la verdad...
¿Cómo? ¿Es que el valor de una causa puede ganar porque alguien le
sacrifique su vida? Un error que se vuelve honroso es un error que posee
un hechizo más con que seducir...” ( El anticristo, LIII).
192

3. De los locos del desierto y sus descendientes

Además de la construcción del Mesías sufriente, los evangelios nos


quieren hacer ver que Jesús recomendaba el sufrimiento. En realidad,
alguien que se dedica a mitigar el dolor -como hizo Jesús de Nazaret
durante toda su vida pública- no puede recomendar tal cosa. Pero los
evangelios dicen lo contrario. Así, Mateo recuerda que dijo Jesús: “El que
no toma su cruz y sigue en pos de mí no es digno de mí” (Mt 10, 38). Más
adelante repite la receta: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo y tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). En el siglo III, muchos
entendieron que el Cielo, literalmente, debía ser ganado a punta de dolor
... ¡en el desierto! Y allá se fueron a buscar su cruz.
La vida cristiana eremítica comenzó en Egipto. En respuesta a la
persecución del emperador romano Decio, los cristianos huyeron al
desierto para orar y conservar su fe. Según la tradición, el primer
ermitaño cristiano fue Pablo de Tebas, que huyó al desierto hacia el año
250. La vida eremítica se fundaba en la austeridad. Algunos eremitas
vivían en cuevas. En el siglo IV la vida eremítica pasó a Europa
occidental, donde los ermitaños fueron formando grupos de discípulos
bajo un eminente director espiritual. De esta forma la vida eremítica
rigurosa dio paso a una vida comunitaria menos exigente que fue la base
del monacato, en el que un grupo de monjes (esto es, 'solitarios') llevaba
una vida en común según la regla establecida. La doctrina eremítica se
mantiene todavía en la Iglesia ortodoxa.
En las iglesias occidentales no quedan ermitaños, pero sí hay gente
destinada a ganarse el Cielo recluida en monasterios y conventos. En las
páginas que siguen echaremos una ojeada al que pudiera denominarse
manual de santidad, por Tomás de Kempis: De la imitación de Cristo y
menosprecio del mundo.
El autor parte de un axioma bíblico (Eccl 1, 2): Vanidad de vanidades
y todo vanidad . ¿Y qué es vanidad? Enumera: vanidad es buscar riquezas
perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honores y
ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear
aquello por donde después sea necesario ser castigado gravemente.
Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena. Vanidad es mirar
solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar
lo que tan presto pasa y no buscar con solicitud el gozo perdurable. ¿Qué
hacer? Desviar el corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, en
otras palabras: amar y servir solamente a Dios (aunque se esté en medio
de otros).
El programa, como se ve, parece muy amplio. Sin embargo, el autor de
la nueva propuesta ascética o devotio moderna lo reduce a dos puntos por
193

los que debe guiarse el candidato a santo. Uno, ya lo conocemos, es el


modelo que hay que imitar: Cristo crucificado. "Porque si te acoges
devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo
sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los
hombres, y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes. Cristo fue
también en el mundo despreciado por los hombres, y entre grandes
afrentas y en suma necesidad, desamparado de amigos y conocidos" (I,
cap. 1, 4-5). En el cap. 18 del libro I están los modelos más cercanos: De
los ejemplos de los Santos Padres. Se admira Tomás Hemerken: "¡Oh,
cuán estrecha y retirada vida hicieron los Santos Padres en el yermo!
¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron
atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones
ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran
celo y fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes
peleas pasaron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención
tuvieron con Dios!
"De día trabajaban, y por la noche se ocupaban en larga oración;
aunque trabajando, no cesaban de la oración mental.
"Todo el tiempo gastaban bien; las horas les parecían cortas para darse
a Dios, y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de la
necesidad del mantenimiento corporal.
"Renunciaban a todas las riquezas, honores, dignidades, parientes y
amigos; ninguna cosa querían en el mundo; apenas tomaban lo necesario
para la vida, y les era pesado servir a su cuerpo aun en las cosas más
necesarias.
"De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y
virtudes" (I, cap. 18, 2-33) (¿Cuáles? ¿Qué sentido tiene hablar de virtud
en la soledad?).
La presencia constante de la muerte es el otro punto luminoso que guía
la vida oscura del santo. "Verdadera miseria es vivir en la tierra",
sentencia; por eso es bienaventurado el que tiene siempre la hora de su
muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir. "Si has visto
alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar"
(I, cap. 23, 2). Morir es negarse a sí mismo y seguir el camino real de la
santa cruz. Esta palabra parece dura a muchos: 'Niégate a ti mismo, toma
la cruz y sigue a Jesús' (Lc 9, 23). Pero mucho más duro será oír aquella
postrera palabra: 'Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno' (Mt 25, 41).
Pues los que ahora oyen y siguen de buena gana la palabra de la cruz, no
temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación. "¿Por qué, pues,
temes tomar la cruz por la cual se va al Reino? En la cruz está la salud, en
la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz
está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del
194

corazón, en la cruz está el pozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud,
en la cruz está la perfección de la santidad" (II, cap. 12, 1-2).
El maestro asceta de los santos modernos propone una ciencia y un
método. La ciencia no es tanto el clásico conocimiento de sí mismo, sino
el autodesprecio, porque ya se sabe que no tenemos ningún valor. El
método es la mortificación, que, etimológicamente, quiere decir 'dar
muerte'.
Veamos esto con más detenimiento. En primer lugar, el hombre
necesita saber: le va en ello la vida. Pero, ¿cuál es el conocimiento que
importa?, ¿el que nos da la ciencia? ¿De qué ciencia se trata? Responde
Tomás de Kempis: Es cierto que todos los hombres, naturalmente, desean
saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios? Mejor es el
místico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de
conocerse, considera el curso del cielo. El que bien se conoce tiénese por
vil y no se deleita en alabanzas humanas. Si yo supiese cuanto hay en el
mundo y no estuviese en caridad, ¿qué me aprovecharía delante de Dios,
que me juzgará según mis obras? Por eso recomienda: "No tengas deseo
demasiado de saber, porque en ello se halla que es turbio y engaño. Los
letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay que, al
saberlas, poco o nada aprovechan al alma; y muy loco es el que en otras
cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación" (I, cap. 1, 1-2).
Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te
conozcan ni te estimen. El verdadero conocimiento y desprecio de sí
mismo es altísima y doctísima lección. "Absolutamente necesario es que
tengas verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la
sangre" (III, cap. 13, 1)."Y si llegares al perfecto menosprecio de ti
mismo, sábete que entonces gozarás de abundancia de paz, cuanto cabe en
este destierro" (III, cap. 25, 3).
Para alcanzar la libertad del corazón encamina todas tus fuerzas,
deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego, para seguir así
desnudo a Jesús, desnudo morir para ti y vivir para Dios eternamente. "El
verdadero aprovecharse es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí
mismo es muy libre y está seguro" (III, cap. 40, 4). Reza así: "Señor, Dios
mío, Tú eres todo mi bien. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?
Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo y gusanillo desechado, mucho más
pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir. Pero acuérdate ,
Señor, que nada soy, nada tengo y nada valgo" (III, cap. 3, 5). [Si
hablamos con sinceridad, esto es... ¡el colmo de la humildad!].
Verdaderamente es sabio el que hace la voluntad de Dios y deja la
suya, sostiene el maestro del ascetismo. Pero ¿cómo saber cuál es "la
voluntad de Dios"?. La respuesta es obedecer. Gran cosa es estar en
obediencia, vivir debajo de un superior y no tener voluntad propia,
asegura el autor de la Imitación. "Mucho más seguro es estar en sujeción
195

que en mando" (I, cap. 9, 1). Es decir, lo único que importa saber es la
voluntad del superior. A esto se reduce todo el conocimiento. Por tanto,
nuestro negocio no es más que desear vencerse a sí mismo, cada día
hacerse más fuerte, aprovechar en mejorarse, cumpliendo siempre la
voluntad de Dios, que es la voluntad del superior.
"Hay gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y devoto y la
ciencia del letrado y del estudioso clérigo. Mucho más noble es la doctrina
que emana de la influencia divina que la que se alcanza con trabajo por el
ingenio humano" (III, cap. 31, 2). En resumen, en el día del Juicio se verá
que "el verdadero sabio en este mundo fue aquél que aprendió a ser necio
y menospreciado por Cristo" (I, cap. 24, 5). Suma sabiduría es, por el
desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.
Consideremos ahora el método: mortificación. "El hábito y la corona
(de los religiosos) poco hacen, mas la mudanza de las costumbres y la
entera mortificación de las pasiones hacen al hombre verdadero religioso"
(I, cap. 17, 2).
Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios y no
quieras ser demasiado libre; por el contrario, refrena con severidad todos
tus sentidos y no te entregues a vanos contentos. Maravilla es que el
hombre pueda alegrarse alguna vez en esta vida, si considera su destierro
y si piensa en los muchos peligros en que está su alma. "Si con más
frecuencia pensases en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay duda
de que te enmendarías con mayor fervor" (I, cap. 21, 1, 5), recuerda el
manual. Por amor de Dios, entonces, debe padecerse todo de muy buena
gana: trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades,
dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones,
confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la
virtud, todas estas cosas prueban al nuevo soldado de Cristo, todas estas
cosas fabrican la corona celestial. "Yo daré eterno galardón por breve
trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera"(III, cap. 35, 2),
promete Jesucristo según el autor de la Imitación.
¿Qué enemigo debe vencer el "soldado de Cristo"? La pregunta se ve
como muy ambigua. Dos cosas -dice nuestro autor- ayudan especialmente
a enmendarse, a saber: desviarse con esfuerzo de aquello a que
viciosamente le inclina la naturaleza y trabajar con fervor por el bien que
más le falta.
"Oh, si nunca tuvieses necesidad de comer, beber y dormir, y
solamente ocuparte en cosas espirituales" (I, cap. 25, 9), se lamenta el
asceta. La comida, la bebida, el vestido y todas las demás cosas necesarias
para sustentar el cuerpo son muy embarazosos para el espíritu ferveroso.
Por eso la oración a Dios debe ser: "Concédeme usar de todo lo necesario
templadamente y que no me ocupe en ello con sobrado afecto. Ruégote,
196

Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas, para que en nada me
exceda" (III, cap. 26, 4). No es lícito dejarlo todo, porque se ha de
sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo
que más deleita, porque de otro modo la carne se rebelaría contra el
espíritu.
Ocuparse de cosas espirituales implica alejarse de las materiales,
aunque éstas, también, sean criaturas de Dios hechas a su imagen y
semejanza. "Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre,
cuanto el amor desordenado de las criaturas. Si desprecias los consuelos
de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales y gozarte muchas veces
dentro de ti" (II, cap. 1, 8)
Si se desea paz y unión verdadera con Dios, solamente nosotros
debemos estar delante de nuestros ojos. Debe tenerse por vana cualquiera
consolación que venga de alguna criatura. "El alma que ama a Dios,
desprecia todas las cosas debajo de Dios" (II, cap. 5, 2-3). No querer
consuelo de criatura alguna, señal es de gran pureza y de cordial
confianza.
El cap. 8 del libro I se titula: Que se ha de evitar la mucha
familiaridad. Propone: en primer lugar, no hay que tener familiaridad con
ninguna mujer. A las mujeres sólo queda encomendarlas a Dios. Por otro
lado, hay que ser familiar únicamente con Dios y con sus ángeles, y huir
de ser conocido de los hombres. "Justo es tener caridad con todos; pero no
conviene la familiaridad" (I, cap. 8, 1-2), asienta.
Cuando el hombre llega al punto de no buscar su consuelo en ninguna
criatura, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente y se contenta
con todo lo que le sucede.
"No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal,
aunque sea inútil y bien querido; ni hay que tomar mucha pena si alguna
vez fuere contrario o enemigo" (II, cap. 1, 3).
Por eso es recomendable la soledad, el quedarse a solas con Dios. Los
mayores santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres y
elegían el vivir para Dios en su retiro. Dijo Séneca: 'Cuantas veces estuve
entre los hombres volví menos hombre'. Por esto, el que quiera llegar a las
cosas interiores y espirituales, le conviene apartarse con Jesús de la gente.
[¿A Jesús le gustaba la soledad? ¿Qué sentido tiene entonces que insistiera
en el amor al prójimo?]
Y así, el que se aparta de sus amigos y conocidos, estará más cerca de
Dios y de sus santos ángeles. Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con
descuido propio hacer milagros. "Muy loable es al hombre religioso salir
fuera pocas veces, huir de que le vean y no querer ver a los hombres" ( I,
cap. 21, 1-6).
197

"Ama a todos por amor a Jesús, mas a Jesús por Sí mismo; sólo a
Jesucristo se debe amor singularísimamente, porque sólo Él se halla bueno
y fidelísimo, más que todos los amigos.
"Por Él y en Él debes amar a amigos y enemigos, y rogarle por todos
para que le conozcan y le amen.
"Nunca codicies ser loado y amado singularmente, porque eso a sólo
Dios pertenece, que no tiene igual; ni quieras que algún otro ocupe
contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el amor de nadie; mas sea
Jesús en ti y en todo hombre bueno
"Sé puro y libre interiormente, sin ocupación de criatura alguna" (II,
cap. 8, 4-5)
El enemigo no sólo está afuera, está muy bien instalado adentro. El
deseo desordenado es el enemigo que importa vencer (lib. I, cap. 6: De los
deseos desordenados). ¿Por qué? Cuantas veces desea el hombre
desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego. El soberbio y el
avariento nunca están quietos, el pobre y el humilde de espíritu viven en
mucha paz. El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto
es tentado y vencido por cosas pequeñas y viles. El flaco de espíritu y que
aún está inclinado a lo animal y sensible con dificultad se puede abstraer
totalmente de los deseos terrenos. Y cuando se abstiene, recibe muchas
veces tristeza, y presto se enoja si alguno lo contradice. Pero si alcanza lo
que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia
porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha para alcanzar la paz que
busca. En resistir, pues, a las pasiones se halla la verdadera paz del
corazón, y no en seguirlas. No hay paz en el corazón del hombre carnal, ni
en el del que se entrega a lo exterior, sino en el del que es fervoroso y
espiritual
"¿Cuál fue la causa por que muchos de los santos fueran tan perfectos
y contemplativos?
"Porque estudiaron en mortificarse totalmente a todo deseo terreno; y
por eso pudieron con lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse
libremente en sí mismos. /.../
"Si estuviéramos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo
interior desocupados, entonces podríamos gustar las cosas divinas y
experimentar algo de la contemplación celestial.
"El impedimento mayor y total es que no somos libres de nuestras
inclinaciones y deseos, ni trabajamos por entrar en el camino perfecto de
los santos" (I, cap. 11, 2-3).
De entre todos los deseos que deben ser vencidos, el más fuerte es, sin
duda, el del amor propio. Muchas veces juzgamos según nuestro gusto de
las cosas, y fácilmente perdemos el verdadero juicio por el amor propio.
198

Nos engañamos a nosotros mismos por el amor desordenado que tenemos


de nuestra carne.
Aunque se tenga toda la ciencia, aún se está lejos de la perfección; y si
se tuviese gran virtud y muy ferviente devoción, aún falta mucho, falta la
cosa que es más necesaria. Y ésta ¿cuál es? “Que, dejadas todas las cosas,
deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor
propio" (II, cap. 11, 3), pues el amor de uno mismo es el que daña más
que ninguna otra cosa en el mundo.
El libro IV de la Imitación de Cristo trata del Santísimo Sacramento.
Es muy comprensible: el vaciamiento del hombre que se ha hecho en los
libros anteriores se rellena ahora con la comida totémica.
Después de la lectura de este áspero, agrio y chirriante manual de
santidad -y, sobre todo, monótono y monocromo, como debe de ser la
vida en un convento-, es muy legítimo que nos preguntemos cómo es
posible que haya personas que busquen alegremente la humillación, el
desprecio y el dolor. Sigmund Freud y Theodor Reik nos ayudarán en la
comprensión del fenómeno.

4. Placer y dolor

¿Cómo se les pudo ocurrir a algunos filósofos considerar que el


hombre es un animal que busca el placer y escapa al dolor? En su
Análisis de la mente, B. Russell pone énfasis en el hecho de que el
impulso primitivo va más en la dirección de ser liberado del dolor real que
en la de buscar placer, siendo, por tanto, este impulso, "un empuje y no
una tracción". Pero ¿cómo se ajusta en este esquema un fenómeno
instintivo como el masoquismo? El dolor, ordinariamente evitado, es la
mismísima meta del masoquismo. No sólo no es una "huida a la molestia
y al dolor" sino que es exactamente lo opuesto, un deseo de ellos, un
empuje real hacia ellos. Muchos ascetas, muertos de sed de dolor y
sufrimiento, alcanzan el orgasmo después de haber sufrido las torturas
más horribles: "Sólo el dolor hace soportable la vida", dice santa
Margarita María. "¡Hay demasiada lujuria y goce!". Ese círculo de
excitación sexual -ansiedad, sufrimiento, aumento de excitación y
aumento de sufrimiento- es responsable del carácter orgiástico del
masoquismo.
En las páginas que siguen hablaremos indistintamente de masoquismo
sexual y de masoquismo social, en especial de su versión ascética.
Digamos algo más sobre este último.
El masoquismo social (y ascético) puede reemplazar al sexual. Los
casos característicos prueban que la formación es de origen posterior y
apta para reemplazar otra sexual previa. Estos mismos casos parecen
testimoniar, también, que una forma de expresión excluye la otra. Esto
199

está probado. El modelado de la vida social sobre la sexual, como se va a


presentar aquí, no parece existir para el masoquista o para el carácter
masoquista. En este sentido podemos afirmar que las obras de los grandes
poetas y pensadores religiosos contribuyen más a la comprensión del
masoquismo espiritualizado que la lectura de trabajos de psiquiatras o
psicoanalistas. San Pablo y san Agustín, Teresa de Ávila, san Juan de la
Cruz y Catalina de Siena, Tomás de Kempis y Teresa de Lisieux parecen
estar todos mejor informados de ese oscuro reino que muchos psicólogos
de nuestro tiempo.
Por masoquismo se tiene el sentido restringido de una aberración
sexual que obtiene satisfacción en una posición pasiva frente al
compañero. Según Freud, el masoquismo aparece en tres formas: como
una cierta actitud hacia la vida, como una expresión de feminidad y como
una peculiaridad de la excitación sexual. Como se ve, Freud extiende la
noción de masoquismo más allá de la perversión descrita por los
sexólogos: por una parte, al reconocer elementos masoquistas en
numerosos comportamientos sexuales y rudimentos del mismo en la
sexualidad infantil; y, por otra, al descubrir formas que de él derivan,
especialmente el masoquismo moral, en el cual el sujeto, a causa de un
sentimiento de culpabilidad inconsciente, busca la situación de víctima,
sin que en ello se halle directamente implicado un placer sexual.
¿Cómo puede un hombre encontrar placer en sufrir desgracias y
humillaciones? Freud denomina al masoquismo "la más frecuente y
significativa de todas las perversiones". Por ser las inclinaciones
masoquistas muy difundidas, la Iglesia explota esta condición natural para
su propio beneficio. Y hasta tiene un sacramento por el que el dolor que
sufre el pecador lo santifica. Pero antes debe confesar sus pecados.
En efecto , el segundo mandamiento de la Iglesia católica obliga a
“confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de
muerte, y si se ha de comulgar” (Catecismo, & 1422 ss). No deja de ser
este mandamiento un poderoso (y humillante) instrumento de sujeción del
creyente, aunque algunos lo consideren terapéutico, como el protestante
Lutero: “...la confesión secreta, tal como se practica, y aunque no pueda
probarse por la Escritura, es algo estupendo y digno de aprobación. Es
útil, yo diría que hasta necesaria y no me gustaría que desapareciera. Es
más, me alegro de que exista en la Iglesia, porque es el único remedio
para las conciencias atribuladas. Porque al descubrir nuestra conciencia al
hermano y revelarle familiarmente el mal que estaba oculto, recibimos de
sus labios la palabra divina que consuela. Si la recibimos con fe,
encontraremos la paz en la misericordia de Dios que nos habla por medio
del hermano"
200

Nos preguntamos nuevamente: ¿cómo es posible que algunos hombres


se afanen inconscientemente por el dolor físico y psíquico, sometiéndose
voluntariamente a privaciones, aceptando vejaciones deliberadamente,
vergüenza, humillación y desgracia? Es éste realmente un problema
fascinante que trata de resolver Masoquismo en el mundo moderno , la
obra clásica sobre el tema, de Theodor Reik. Ilustraremos la explicación
del fenómeno con textos tomados de la Historia de un alma, autobiografía
de santa Teresa del Niño Jesús o Teresa de Lisieux (1873-1897), monja
carmelita francesa, llamada 'La florecilla de Jesús', y una de las
adoraciones más populares del santoral católico.
Mª Teresa Francisca Martin nació en Alençon y desde la infancia
destacó por ser muy piadosa. Ingresó en el convento carmelita de Lisieux
a los 15 años, donde en 1893 fue nombrada profesora de novicias. Allí
viviría el resto de su vida. Ejemplificó lo que ella llamaba el "caminito",
una devoción a Dios tan profunda como infantil y buscó la santidad a
través del desempeño de pequeñas acciones y tareas humildes. Sus
superioras le pidieron que escribiese un relato de su vida. Así las
Memorias fraternales fueron escritas para la Madre Inés de Jesús, su
hermana Paulina, esto es, los capítulos I al VIII de la Historia de un alma
; el capítulo IX y el X fueron escritos para la Madre Mª de Gonzaga,
nueva priora del convento, en 1897; el capítulo XI fue redactado para su
hermana mayor, Hermana Mª del Sagrado Corazón. El capítulo XII fue
compuesto por las religiosas carmelitas del convento de Lisieux que
asistieron a su muerte. Esta obra se convirtió al poco tiempo en una de las
autobiografías espirituales más leídas de todos los tiempos. Pronto se le
atribuyeron a la monja fallecida muchos milagros que dieron sentido a su
misteriosa promesa: "después de mi muerte dejaré caer una lluvia de
rosas". Canonizada en 1925, es la santa patrona de los misioneros y los
aviadores y, con Juana de Arco, la santa patrona de Francia. Su festividad
se celebra el 1 de octubre.
La fuerza inconsciente que impele a la gente a negarse a sí misma el
gozo y el éxito, a arruinar sus oportunidades en la vida o a no
aprovecharlas, puede ser definida con más exactitud como la necesidad de
un castigo. En la niñez, se espera el castigo de los padres. En la edad
adulta, Dios o las fuerzas ocultas del destino toman su lugar. Estas gentes
se infligen inconscientemente un castigo al que han sido sentenciadas por
un juez interior. El significado de este factor psíquico justificó que Freud
hablara de 'masoquismo moral'. Pero en tal actitud, ¿dónde está el placer
oculto? La respuesta es que está en la satisfacción de un inconsciente
deseo de castigo, que es una reacción contra los deseos prohibidos del yo.
Veamos esto en los recuerdos infantiles que tiene Teresa de Lisieux de su
padre. "Apenas despertaba -le recuerda a su hermana-, encontraba
vuestras caricias y hacía mis oraciones a vuestro lado. Me tomabais en
201

seguida la clase de lectura. Recuero que la palabra cielo [¿?] fue la


primera que pude leer sola. Cuando terminaba la lección, subía al mirador,
donde estaba habitualmente papá. ¡Qué feliz era cuando podía anunciarle
que tenía buenas notas!
"Todas las tardes iba con él a dar un pequeño paseo, visitando el
Santísimo Sacramento cada día en una iglesia. En una de estas ocasiones
fue cuando entré en la capilla del Carmen por primera vez. 'Ves, reinecita,
detrás de esas rejas hay santas religiosas que siempre están rezando a
Dios'. Estaba yo lejos de pensar que nueve años más tarde estaría entre
ellas; que allí, en el bendito Carmelo, recibiría gracias tan grandes.
"Después del paseo entraba en casa, donde hacía mis deberes.
Después, todo el resto del tiempo saltaba en el jardín en torno a mi
querido padrecito. No sabía jugar a la muñeca. Mi placer consistía en
preparar tisanas con semillas y cortezas de árboles. Cuando mis infusiones
tomaban un tinte agradable, las ofrecía en seguida a papá, en una hermosa
taza que, verdaderamente, invitaba a saborear el contenido. Aquel tierno
padre dejaba al punto su trabajo y, sonriente, hacía como que bebía.
"También me gustaba cultivar flores.
"Me encantaba aderezar altarcitos en un hueco que había, casualmente,
en medio de la pared del jardín. Cuando estaba todo preparado, corría
hacia papá que, para hacerme placer, se extasiaba ante mis maravillosos
altares, admirando lo que para mí era una obra maestra. No terminaría
nunca si quisiera contar mil rasgos así que recuerdo. ¿Cómo sería capaz
de decir todas las delicadezas que mi incomparable padre prodigaba a su
reinecita?
"Para mí eran hermosos días aquellos en que mi rey querido -como me
gustaba llamarle- me llevaba con él de pesca. Yo misma ensayaba pescar
con un pequeño sedal. Pero más a menudo prefería sentarme a un lado
sobre la hierba florida. Eran entonces mis pensamientos muy profundos y,
sin saber lo que era meditar, mi alma se sumergía en verdadera oración.
Escuchaba los ruidos lejanos, el murmullo del viento. A veces la música
militar me enviaba de la villa algunas notas indecisas, y "melancolizaba"
dulcemente mi corazón. La tierra me parecía un lugar de destierro y
soñaba en el cielo" ( p. 53 y 56).
Lo que permanece confuso, más confuso que todo lo demás, es que
este placer deba ser de naturaleza sexual, que deba satisfacer no sólo una
secreta necesidad de castigo, sino también una necesidad sexual secreta. Y
sin embargo no puede negarse la participación secreta de fuerzas sexuales
en el origen de este placer.
¿Por qué desea ser castigado el masoquista? ¿Por qué ansía sufrir dolor
y malestar?
Trataremos de contestar estas preguntas en las líneas que siguen.
202

5. Elementos del masoquismo

Hay tres elementos constitutivos que pueden ser individualizados en el


masoquismo, tanto en su forma de perversión como en su forma asexuada.
Ellos son: la significación especial de la fantasía (a), el factor de suspenso,
es decir, la necesidad de un cierto curso en la excitación (b) y la
característica demostrativa (c).
De los tres factores anotados, sin duda alguna el más importante es la
fantasía. Ella es la fuente. Al comienzo no hay más que fantasía
masoquista. La importancia de este factor se prueba por el hecho de que los
individuos de imaginación pobremente desarrollada no muestran
inclinación a ser masoquistas. Esta característica intelectual está muy
desarrollada en la santa de Lisieux. "¡Ah! Si tuviera que dejar un día mi
cuna religiosa, no lo haría sin sentirlo. No tengo el corazón insensible y es
por ser capaz de sufrir mucho, por lo que deseo dar a Jesús todo género de
sufrimientos que pueda soportar. Aquí soy querida de vos, Madre mía; de
todas mis hermanas, y me es muy dulce este cariño: he aquí por lo que
sueño en un convento donde fuera desconocida y tuviera que sufrir el
destierro del corazón. No es con intención de atender al Carmelo de Hanoi
por lo que yo dejaría éste, que tanto quiero. Conozco mi incapacidad. Mi
finalidad sería cumplir la voluntad de Dios sacrificándome por Él en el
grado que quiera. Creo que no sufriría decepción alguna; porque cuanto
más se espera un refinado sufrimiento, sorprende más la menor alegría, y
hasta el sufrimiento mismo se convierte en la alegría más pura cuando se le
busca como a un precioso tesoro" (p. 274)
Las prácticas masoquistas no son más que una corporización de
fantasías precedentes, ensueños que son transferidos a la realidad. Todo
análisis profundo demuestra que la perversión masoquista es una
reproducción de situaciones imaginadas con anterioridad, bien familiares
al individuo. En un principio, entonces, no hay acción, sino solamente
fantasía. En ninguna otra perversión juega el ritual un papel tan
importante. Así el ritual masoquista aparece como la representación de las
fantasías. Lo que la persona ha imaginado tiene que ser puesto en acción
en escenas ante espejos y frecuentemente en prácticas pervertidas con una
compañía más tarde. Un rasgo particular es la tendencia a la
sincronización.
El factor más importante para la selección de las imágenes y escenas a
que nos hemos referido es su propensión a evocar la excitación sexual;
pero éste no es el único factor determinante. Influyen también otros, tales
como la conformidad con la situación real. Con frecuencia la imaginación
actúa sobre los detalles hasta que éstos parecen conformarse a la realidad.
203

La imaginación arregla y altera la situación hasta que ésta no presenta


contradicciones serias con otros detalles.
La segunda característica de la curva-tensión masoquista es la
tendencia a prolongar la tensión, mientras que en la vida sexual normal
nos encontramos con la intención opuesta de resolver la tensión. Visto
superficialmente, esto sólo significaría que el masoquista quiere perpetuar
el placer en el sentido de una frase de Nietzsche en Así hablaba
Zaratustra: "Pues todo gozo quiere eternidad". Pero sólo en apariencia;
cualquier investigación crítica demuestra que su meta es prolongar el
preplacer o, cosa más importante, evitar la culminación del placer. Aquí
se puede diferenciar al masoquismo de todas las otras perversiones que
también se aferran al preplacer: en el masoquismo se esquiva la
culminación porque incluye ansiedad
La extensión y desplazamiento de la ansiedad hace que finalmente
aparezca como indeseado todo incremento de la excitación. Este
resultado, sin embargo, se parece al obtenido por los ascetas de la
primitiva cristiandad que no permitían a su voluntad moral enfrentar la
prueba de la tentación, sino que evitaban cuidadosamente cualesquiera de
tales ocasiones. El orgasmo y la satisfacción sexual no han de ser evitados
por sí mismos, sino porque llevan a un misterioso castigo.
El masoquista no se caracteriza, como se sospechaba hasta ahora, por
el placer en el dolor, sino por el placer en la expectativa del dolor. "La
víspera de esos afortunados días me preparaba María, como lo había
hecho para mi primera comunión. Recuerdo que una vez me habló del
sufrimiento, diciéndome que en vez de conducirme por ese camino, sin
duda me llevaría siempre en brazos como a un niño. Me vinieron estas
palabras a la memoria después de la comunión al día siguiente, y
encendieron mi corazón en ardentísimos deseos de sufrir, con la íntima
convicción de que me estaban reservadas muchas cruces. Vióse entonces
mi alma de tan grandes consuelos como jamás volvería a experimentar en
mi vida. El padecer trocóse en atractivo, descubrí en él hechizos que me
arrobaron sin conocerlos bien todavía" (p. 112-113).
El énfasis, que originalmente se acentuó sobre el placer del clímax
final y del orgasmo, se trasladó a la expectativa ansiosa. Este
desplazamiento privó a la ansiedad de su carácter específico. La ansiedad
misma se transformó en un elemento del placer, situación que se puede
verificar en la "prueba" a que es sometida Teresa del Niño Jesús. "Cuando
quiero hacer descansar mi corazón, fatigado por la oscuridad que lo rodea,
mediante el fortificante recuerdo de mi vida futura y eterna, se dobla mi
tormento. Me parece que las tinieblas piden la voz a los impíos riéndose
de mí: 'Sueñas con la luz, con una patria embalsamada, con la eterna
posesión del Criador de esta maravilla; salir un día de estas tinieblas en
204

que languideces: ¡adelante!, ¡adelante!; alégrate de la muerte que te dará y


no de lo que tú esperas, sino una noche más densa aún: ¡la noche de la
nada!' " (p. 267)
"Cuando canto la dicha del cielo, la eterna posesión de Dios, no lo
hago sintiendo gozo alguno; canto, sencillamente, lo que quiero creer; de
vez en cuando, lo confieso, ilumina mi oscura noche un pequeñito rayo de
sol, y entonces la prueba cesa un momento; pero, en seguida, el recuerdo
de ese rayo, en lugar de consolarme, hace todavía más densas mis
tinieblas" (p. 269).
"¿Qué va a ser de mí? ¿Moriré de dolor viéndome tan impotente? ¡Oh,
no; ni siquiera apenarme! Con audaz entrega, voy a quedar así mirando
hasta la muerte a mi divino Sol. Nada podrá asustarme, ni el viento ni la
lluvia. Si espesas nubes vienen a ocultarme el astro del amor, si me parece
no creer que exista otra cosa que la noche de esta vida, entonces ha
llegado el momento del gozo perfecto, el momento de llevar mi confianza
hasta los últimos límites teniendo cuidado de no cambiar de puesto,
sabiendo que detrás de las nubes sombrías sigue luciendo mi dulce Sol"
(p. 363).
El predolor asume de esta forma el papel de protector contra un shock
o trabaja contra el aumento de la ansiedad. Tal, se puede decir, es el caso
del asceta que evita el infierno porque sabe que iría a él.
Para escapar al temor, al castigo y a la humillación, los dispone él
mismo. Sin embargo, la apreciación del factor suspenso nos lleva más
lejos: a la revelación de una preparación mental para el dolor como un
factor importante en el masoquismo. Puede afirmarse que el placer
masoquista depende más de la expectación del dolor que del dolor mismo,
dijimos ya. Esta expectación es la que empuja a Teresa Martín a la
búsqueda del lugar donde el dolor se expende. "Ese lugar a donde me
guiaba era el Carmelo, pero antes de descansar a la sombra de Aquel que
yo quería (S. J. de la Cruz, Cántico, 2-3), debía pasar por muchas pruebas.
Y muchas veces el llamamiento divino era tan urgente que si hubiese sido
menester atravesar llamas, me hubiera lanzado para responder a Nuestro
Señor" (p. 143). Esa expectativa es más que satisfecha. "Sí, puedo decir,
no sólo por lo que he escrito, sino por pruebas más sensibles, que el
sufrimiento me extendió los brazos, desde mi entrada, y yo, a mi vez, le
abracé con amor. Lo que yo había venido a hacer al Carmelo era esto" (p.
202).
El rasgo demostrativo –tercera característica del masoquismo- nos
indica que la molestia, el sufrimiento, la humillación y la desgracia deben
ser demostrados, es decir, puestos en un escaparate. Celia Guerin, madre
de Teresa de Lisieux escribió en una carta que recoge su hija, cuando ésta
no había cumplido los tres años, lo siguiente:
205

Tan pronto como ha hecho la nueva falta, tiene que saberlo todo el
mundo. Habiendo rasgado sin querer una esquina del empapelado,
se puso que daba lástima. En seguida iba a correr a contárselo a su
padre. Cuando éste entraba en casa, cuatro horas después, ya no
pensaba nadie en ello; pero ella corría hacia María para decirle:
Cuéntale pronto a papá que he roto el papel. Y se quedaba como
un criminal que espera la sentencia; pues tiene en su cabecita que si
se acusa se la perdonará más fácilmente (p. 32)

Llegada la noche, la pobre debía subir sola la escalera del dormitorio,


deteniéndose Parecería como si se quisiera demostrar al mundo entero la
completa insignificancia. Sin embargo, es llamativo que repetidamente se
señale la falta de atractivo, como si se estuviera orgulloso de ella. Aquí el
espectador u oyente es conditio sine que non. (Simón Rodríguez decía
que, a veces, "alguna humildad GIGANTESCA se presenta probando que
en decirse miserable gusanillo hay menos amor propio que en tenerse por
GRANDE HOMBRE"3).
Aun en casos de autodesprecio y autohumillación, de seudodebilidad y
ostensible estupidez, se reconoce claramente el mismo deseo de
demostración y de ostentación de los propios defectos y debilidades.
(Recuerde el lector la oración del siervecillo, anotada en la página 163). Es
muy llamativo que tantos masoquistas no se avergüencen de sus
debilidades y malas cualidades, sino que alardeen de ellas. Estos tipos
masoquistas que gozan disminuyendo sus cualidades, señalando sus
defectos y vicios, son hipócritas al revés. En realidad, están orgullosos de
ellos mismos y hasta de su autodegradación y autohumillación. Todos
conocemos seres que hacen exhibición de sus sufrimientos. El sufrimiento
en el masoquismo es un aspecto externo claramente destinado a enfrentar
el medio ambiente, una fachada destinada al mundo exterior. Sin la
atención de los demás, el sufrimiento pierde mucho de su carácter
placentero. "Esta ensalada me la presentan las novicias cuando menos lo
espero. Nuestro Señor levanta el velo que les encubre mis imperfecciones,
y mis queridas hermanitas, viendo la verdad, ya no me encuentran tan de su
gusto. Con una sencillez que me encanta, me dicen las luchas que levanto
en ellas; lo que en mí les desagrada; en fin, hablan con la misma libertad
que si se tratase de otra, sabiendo que me dan mucho gusto obrando así.
¡Ah!, verdaderamente es más que un gusto; es un festín delicioso, que llena
mi alma de alegría".
El rasgo demostrativo es esencial e inseparable del masoquismo.
Cuando este rasgo es acentuado, frecuentemente suena a algo falso o
hipócrita. El masoquista social (entre otros, el asceta del convento)
aparece entonces como actor de su propia desgracia, alabando y
proclamando su sufrimiento. Se entiende que este rasgo es efectivo aun en
206

la manera demostrativa en la cual el sufriente Job muestra sus desgracias a


sus amigos.
Los mártires del cristianismo primitivo atribuían gran importancia al
hecho de que fueran presenciados sus sufrimientos ad majorem Christi
gloriam. Estos testigos de la fe deseaban testigos de su propio martirio.
Amaban mostrar sus heridas y sus desgracias. Querían que el mundo
entero conociera su apasionado celo. Pero también los ascetas -como san
Simeón Estilita, que vivió en lo alto de una columna durante más de 35
años, en el siglo V- exhibían sus privaciones y penitencias a gran altura
para que todos los vieran. Los contraejemplos de ascetas o mártires
solitarios resultan ser aparentes contradicciones. Pero hasta para los
monjes solitarios, el pío san Jerónimo en el desierto, san Antonio en la
Tebaida y todos los ermitaños que se sometían a las más terribles
flagelaciones, había uno y más importante testigo: Dios. A él querían
mostrarle cuánto sufrían por su causa, probarle cómo se castigaban por
sus pecados. Dicen las monjas de los últimos días de la santa de Lisieux:

en cada escalón para tomar aliento; iba penosamente a la celda,


donde llegaba de tal modo aniquilada que necesitaba a veces -más
tarde lo manifestó ella misma- una hora entera para desnudarse. Y
después de tantas fatigas, tenía que pasar su tiempo de descanso
sobre su duro jergón.
Así pasaba muy mal las noches, y cuando se le preguntaba si
necesitaba alguna ayuda para aquellas horas de sufrimiento,
contestaba: “¡Oh, no!, al contrario, me considero muy feliz en
habitar una celda bastante retirada para no ser oída de mis
hermanas. Gozo en poder sufrir sola. Desde que me compadecen y
colman de delicadeza, yo no gozo “(p. 385)

En resumen, no importa cuán genuina sea la penitencia, cuán


voluntario sea el sufrimiento, no puede ser sin público. En muchos casos
tiene los caracteres de una representación y frecuentemente no está
privado de un cierto tinte teatral. Escribió en este sentido Teresa Martín:
"Un día, durante la recreación, la portera vino pidiendo una hermana para
un quehacer que señaló. Yo tenía un deseo pueril de emplearme en él y,
justamente, la elección cayó en mí. En seguida empecé a doblar la labor,
pero bastante despacio para que mi vecina terminara antes, pues sabía el
gozo que le causaba dejándole mi sitio. La hermana que pidió mi ayuda,
viéndome tan poco dispuesta, me dijo riendo: 'Ya pensaba yo que no
pondríais esta perla en esta corona, pues vais tan despacio'. Y toda la
comunidad creyó que había obrado según la naturaleza. No sabré decir
cuánto me aprovechó este pequeño suceso para hacerme indulgente. Me
impide aún tener vanidad cuando me juzgan favorablemente porque me
digo: ‘Puesto que mis pequeños actos de virtud pueden ser tomados por
207

imperfecciones, también pueden engañarme llamando virtud a lo que es


imperfección’. Repito entonces con San Pablo: No me importa ser
juzgado por ningún tribunal humano. Ni siquiera me juzgo a mí mismo. El
que me juzga es el Señor" (I Cor 4, 3-4).
Otros rasgos, que pudiéramos denominar secundarios, caracterizan el
masoquismo. Entre ellos cabe mencionar la provocación, el escape hacia
el futuro y la anticipación.Veamos.
El masoquista usa todos los medios posibles a su alcance para inducir
a su compañero a crearle esa molestia que necesita para alcanzar su
placer. Fuerza a otro a forzarle a él. Se pregunta sor Teresa del Niño
Jesús: "¿Cómo una cosa que tanto desagrada a la naturaleza puede
proporcionar semejante dicha? Si no lo hubiese probado, no podría
creerlo. Un día en que deseaba ardientemente ser humillada, sucedió que
una joven postulante se encargó tan bien de satisfacerme, que me vino al
pensamiento Semeí maldiciendo a David, y repetí interiormente con el
Santo Rey: 'Sí, el Señor es el que le ha mandado que me diga todas estas
cosas' (II Rey 6, 1). Otra vez me encontraba en el lavadero delante de una
hermana que, lavando los pañuelos, me echaba agua sucia a cada paso. Mi
primer impulso fue echarme para atrás, secándome la cara, a fin de dar a
entender a la que me asperjaba de aquella suerte, que le agradecería se
estuviese quieta. Pero, en seguida, pensé que sería muy tonta si
desperdiciaba aquellos tesoros, y me guardé bien de dar a entender mi
fastidio. Me esforcé, al contrario, en desear mucho agua sucia; tanto, que
a la media hora le tomé gusto a este nuevo género de aspersión y me
prometí volver siempre que pudiese a aquel sitio afortunado donde se
repartían gratuitamente tantas riquezas" (p. 326). Como Teresa existen
muchísimos masoquistas exasperados que torturan a sus acompañantes
hasta obtener el castigo o venganza esperados. En su modo de apartarse -
"...supe, por experiencia, que la única felicidad que existe para el hombre
en la tierra consiste en ocultarse, en permanecer en completa ignorancia
de las cosas creadas" (p. 240), dice la santa de Lisieux- el masoquista
recuerda al niño mal educado que cansa a su madre o niñera hasta que es
castigado. Desde el placer sexual al ser azotado pasando por la doctrina de
Cristo de ofrecer la mejilla derecha cuando te han golpeado la izquierda,
hasta la doctrina de la no violencia de Ghandi, hay una larga, pero directa
línea recta.
Al considerar la obstinación e inquietud de la provocación, uno se
siente inclinado a adscribir al masoquista que se porta de esta forma un
carácter tiránico y despótico. Se sospecha una fuerte voluntad en esta
instigación que se niega a ser rechazada y no toma un si por respuesta...
¿Será que este carácter despótico no es más que el reverso de la
humillación y sumisión del masoquista?
208

El ansia secreta de despertar envidia y celos, odio e ira en los demás,


de crearse una horda de enemigos es parte de la técnica provocativa del
masoquismo social (y ascético), situación que ilustra muy bien el
comportamiento de Jesús contra los fariseos.
Consideremos ahora el rasgo del escape hacia el futuro en varios
lugares de la Historia de un alma, en el orden en que aparecen en la obra.
"Más tarde, en el cielo, gozaremos entreteniéndonos en estos días
sombríos del destierro. Sí, los tres años del martirio de nuestro padre nos
parecerán los más amables, los más fecundos de nuestra vida; no los
cambiaría por los más sublimes éxtasis. Mi corazón, en presencia de este
inapreciable tesoro, exclama reconocido: Seáis bendecido, Dios mío, por
los años en que nos humillasteis y en los que vimos los males" (Salmo 89-
51).
"¡Con qué alegría veía llegar cada año la distribución de los premios!
Aunque era yo sola en un concurso, la justicia, como siempre, no era
menos guardada. Mis recompensas eran absolutamente merecidas. Me
latía fuertemente el corazón al escuchar la sentencia, recibiendo de manos
de mi 'Rey', delante de toda la familia reunida, los premios y las coronas.
Era para mí como una imagen del Juicio" (p. 68).
"A los 14 años, con todos mis deseos de ciencia, juzgó Dios necesario
añadir a 'la harina más fina', 'miel y aceite en abundancia'. Es la miel y el
aceite que me hizo gustar en las conferencias del abate Arminjon sobre el
fin del mundo presente y los misterios de la vida futura. La lectura de esta
obra sumergió mi alma en una felicidad que no era de la tierra. Presentía
todo lo que Dios reserva a los que le aman. Y, viendo las eternas
recompensas en tanta proporción con los ligeros sacrificios de esta vida,
quería amar, amar apasionadamente a Jesús, darle mil muestras de ternura
en cuanto aún me fuera posible" (p. 138-139).
"¡Oh, Madre querida, qué dulce y preciosa fue nuestra cruz, tan
amarga, pues de todos nuestros corazones no salieron sino suspiros de
amor y de reconocimiento! No andábamos; volábamos por los senderos de
la perfección" (p. 215)
"Como antaño en los Buissonnets, nos sumergíamos enteras más allá
del espacio y del tiempo; y para gozar pronto de una dicha eterna,
escogíamos aquí abajo el sufrimiento y el desprecio. Mi deseo de
sufrimiento estaba colmado" (p. 216).
El suspenso es un intento de detener la ansiedad mediante el no
acercarse demasiado a lo que se teme. Es la expresión de una huida y
luego de una nueva aproximación -algo entre dos aguas, pero más que
nada una especie de escape-. Cuando la necesidad de placer se hace más
intensa y es seguida por un aumento de ansiedad, entonces se encuentra
otra salida, a la que T. Reik denomina ‘escape hacia el futuro’.
209

El escape hacia el futuro no va en primera instancia en busca de


molestia o de dolor. El escape hacia el futuro es en sí mismo una
indicación de impaciencia. Constituye la remoción de un obstáculo que
impide la satisfacción. Se abre el camino al goce instintivo mediante la
anticipación del temido castigo. Cuenta Teresa de Ávila que, siendo niña,
deseaba morir como los mártires, pues parecíanle que "compraban muy
barato el ir a gozar de Dios". Su seguidora y también santa, Teresa del
Niño Jesús, refiere el sentimiento que la embargó en la visita al Coliseo
romano, cuando lo visitó en compañía de su hermana y padre. "Celina,
más previsora que yo, había escuchado al guía. Recordando que acababa
de señalar cierto empedradito en cuadro como el lugar en donde
combatían los mártires, se puso a buscarlo. Habiéndolo hallado pronto,
nos arrodillamos sobre aquella tierra bendita confundiéndose nuestra alma
en una misma plegaria... Mi corazón latía violentamente cuando acerqué
los labios al polvo empurpurado con la sangre de los primeros cristianos.
Imploré la gracia de ser también mártir por Jesús, y sentí en lo íntimo de
mi corazón que era escuchada" (p. 178)
El masoquista no es adepto a los golpes y humillaciones. Los busca
para evitar que el pensar en ellos le turbe la búsqueda de su meta. Sólo
secundariamente, por un desplazamiento del acento psíquico, se
transforma en placer la incomodidad que es el signo del cercano clímax.
Por lo tanto, el acto o fantasía masoquistas se dividen en dos partes
que deben ser claramente discriminadas psicológicamente y que sólo en la
parte final forman una unidad. Primero, incomodidad, humillación,
castigo; luego, placer y satisfacción de los instintos. Para decirlo
teológicamente: primero la penitencia, luego el pecado. La flagelación,
que originariamente sirviera de autocastigo a los primitivos monjes y
ascetas cristianos, más tarde se transformó en un medio de excitación
sexual. El aumento del dolor produjo éxtasis. Por último, la Iglesia se vio
forzada a prohibir tales prácticas expiatorias tan severas porque
frecuentemente llevaban a la satisfacción sexual. Aunque de manera
sublimada, no expresa otra cosa el hermoso poema de san Juan de la Cruz
denominado Noche oscura del alma. Los versos 21 a 25 -escritos entre
signos de admiración por el autor- describen dramáticamente el clímax
orgásmico del encuentro del "Amado con Amada". El lector puede
comprobarlo en la página 182.
El curso psíquico tal como ha sido descrito puede encontrarse en la
vulgar práctica masoquista y en la más sublimada fantasía. Cubre todas
las etapas desde el orgasmo resultante de ser azotado por una mujer, hasta
el celestial sentir de un mártir, que exhala su alma mientras es hecho
pedazos por los leones. Lo que en un caso aumenta el placer sexual, en el
otro acerca el camino al Cielo y a la infinita riqueza del Reino de Dios. El
210

masoquista agradece los latigazos que recibe de la prostituta con tanta


fuerza como el mártir el final liberador. Se funde la sucesión de placer
dolor. Los que una vez fueron hostiles, opuestos, se mezclan y se hacen
idénticos. "Está condenada", dice Mefistófeles a la pobre Margarita. Pero
una voz celestial responde: "Está salvada". En el masoquismo también el
más severo castigo se transforma en la coyuntura para la bienaventuranza
y la salvación. La asceta del Carmelo de Lisieux, devorada por la
enfermedad, la agradece: "El jueves, por la noche, no habiendo obtenido
permiso para quedarme velando el Monumento la noche entera, me retiré
a las doce a mi celda. Apenas asenté la cabeza en la almohada, sentí que
un borbotón subía hirviendo hasta mis labios. Creía que iba a morir, y mi
corazón se partió de alegría. No obstante, como tenía que encender mi
lamparilla, mortifiqué mi curiosidad hasta la mañana siguiente y me dormí
apaciblemente" (p. 262).
Hablemos de la anticipación. ¿A qué teme verdaderamente el
masoquista? En general puede afirmarse que los castigos o humillaciones
a que se somete el masoquista -o mejor, que desea-, no son en realidad lo
que teme y que además está consciente de este temor y de su naturaleza.
Lo que parece temer es una especie de sustituto o trastocamiento de lo que
está oculto. Podría compararse a una indulgencia. Es bien sabido que las
indulgencias fueron una especie de impuestos o multas eclesiásticas a las
cuales el creyente se sometía voluntariamente para evitar los castigos que
le traerían aparejados sus pecados el día del Juicio Final. Contra el temor
que le amenazaba, cualquier indulgencia, aún la más onerosa, era una
nimiedad. Los psicoanalistas han descubierto que la calamidad, por cuya
indulgencia se somete el pervertido a tanta incomodidad y humillación, es
en muchos casos la mutilación del miembro masculino, en otras palabras,
la castración.
El masoquista, se dijo, abandona una parte, sacrifica un trozo para
obtener el todo. En otras palabras, el masoquista parece encontrar que el
placer bien vale el sufrimiento. Muestra una tenacidad, una obstinación,
una adhesión, que no es característica de ninguna otra perversión. "Es
mucha verdad que el amor no manda imposibles, porque lo cree todo
posible y permitido” -leyó Teresa en la Imitación-. "Efectivamente, sólo el
amor de Jesús podía hacerme vencer aquellas dificultades y las que
siguieron, porque debía comprar mi felicidad a costa de grandes
sacrificios. Hoy, sin duda, encuentro haberlo pagado muy barato, y estaría
dispuesta a soportar penalidades mil veces más amargas para adquirirla, si
todavía no la tuviera" (p. 157)
Debe señalarse repetidamente que el masoquista no sabe ni que tiene
miedo ni de qué lo tiene, por lo tanto, no sabe que al corporeizar sus
perversiones está haciendo un escape hacia el futuro. Cualquiera
explicación psicológica del masoquismo tendrá que responder a dos
211

preguntas: ¿qué se teme ?, ¿qué se ansía? Estas preguntas son forzadas


inevitablemente en quienquiera que reconozca la vacilación característica
entre la ansiedad y el placer en el suspenso masoquista. ¿Qué peligro se
teme, qué placer se busca? ¿Cuál es el castigo y cuál el premio que
justifica tanto sufrimiento, tantos sacrificios? ¿Qué constituye la amenaza
que origina el escape hacia el futuro y cuál es la promesa? ¿Cuál, el
premio que corresponde a aquellos que abrazan la incomodidad y la
humillación?.

6. Mecanismos

6.1. Significado de la provocación y demostración

Los masoquistas necesitan testigos de su dolor y degradación, se dijo.


Ahora bien, ¿tiene algún sentido mostrar al mundo el propio dolor,
sufrimiento y castigo? Como tantas otras del masoquismo, esta
característica parece paradójica. ¿Quiere mostrarse algo o es que se
quiere ocultar algo haciendo esto?
La necesidad de amor en su forma más notoria es un signo de que la
seguridad del yo está turbada por una inconsciente sensación de culpa.
Quien tanto ama necesita saber si merece ser amado. Ansía la prueba de
que es amado a pesar de todo. La inseguridad del yo está condicionada
por la percepción anterior que ha reconocido impulsos hostiles y agresivos
reprimidos. Los analistas han reconocido en el masoquista esa creciente
necesidad de amor. Dice Teresa de Lisieux de su necesidad de tomarlo
todo: " Este rasgo de mi niñez es como el resumen de mi vida entera. Más
tarde, cuando se me hizo presente la perfección, comprendí que para ser
santa era menester sufrir, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí
misma. Comprendí que hay numerosos grados en la santidad; que es libre
cada uno para responder a la ayuda de Nuestro Señor, de hacer poco o
mucho por su amor; en una palabra, de escoger entre los sacrificios que
pide. Y entonces, como en los días de mi niñez, yo me dije: '¡Dios mío, lo
escojo todo! No quiero ser santa a medias. No me arredra sufrir por Vos.
Sólo temo una cosa: guardar mi voluntad. Tomadla, porque escojo todo lo
que Vos queréis' " (p. 43). El día del juramento de los votos, la santa
llevaba "esta esquelita, que contenía todo cuanto deseaba para mí: ¡Oh,
Jesús, divino esposo mío, haced que mi vestidura bautismal no se manche
jamás! Llamadme a Vos, antes de permitir que manche mi alma, en la
tierra, la más ligera falta voluntaria. Que sólo busque a Vos y sólo a Vos
encuentre. Sean nada para mí las criaturas, y yo nada para ellas. Que
ninguna cosa de la tierra me quite la paz. ¡Oh, Jesús, no os pido más que
la paz!... La paz y, sobre todo, el Amor; un amor sin límites, sin medida.
212

Haced que muera mártir por Vos, dadme el martirio del corazón o del
cuerpo. ¡Dadme mejor entrambos!
“Haced que cumpla con toda perfección mis votos, que nada se
acuerde de mí, que sea pisoteada, olvidada como un granito de arena. Me
ofrezco a Vos, Amado mío, para que cumpláis perfectamente en mí
vuestra santa voluntad, sin que jamás las criaturas puedan poner
obstáculos" (p. 226)
El comportamiento provocativo debe entenderse como una confesión
inconsciente: "¡Mira cuán malo soy!" continúa así: "¡Pero debes
perdonarme todo esto!". Esta confesión, seguramente, da por resultado un
maltrato para el masoquista, que satisface su necesidad de castigo. Así se
desarrolla el círculo vicioso que tan a menudo encontramos en los
fenómenos del masoquismo.
Si la primera emoción debió ser interpretada por las palabras: "Mira
cómo soy castigado y cómo sufro", así esta última debe traducirse en las
palabras: "Mira cómo gozo hasta este castigo". La primera es una
concesión a los poderes de la educación y al prohibitorio mundo exterior;
la última, una declaración en contra. La demostración en sus comienzos
prueba la eficiencia de las reglas educativas y morales, pero termina en la
exposición de su bancarrota. Durante la primera fase del desarrollo
masoquista se muestra el éxito de esas fuerzas; durante la segunda, se
demuestra cómo ese éxito se transforma en fracaso. Todos conocemos el
caso del muchacho que, castigado severamente, sin embargo grita: "¡Me
río, me río!" Es obvio que desea probar a su castigador que no le
importan los fuertes golpes, que, por el contrario, goza con ellos.
El masoquista requiere un testigo de su molestia, de su dolor, de su
degradación; alguien a quien mostrar su castigo y su pecado. Sin embargo,
necesita del mismo testigo para demostrar que su castigo no tiene sentido,
que es vano y hasta se torna placer. Exhibe el castigo, pero también el
fracaso de éste. Muestra su invencible rebelión, demostrando que obtiene
placer a pesar de la molestia. Prueba que obtiene placer de resistir al
dolor. El propósito de obtener satisfacción a pesar de todas las amenazas
se transforma en la tendencia a obtener satisfacción en razón de ellas.
Claramente lo expresa Teresa de Lisieux: "Mi primera victoria no fue
grande, pero me costó mucho. Un vasito, dejado por no sé quién detrás de
una ventana, apareció roto. Nuestra Madre, creyéndome culpable de
haberlo dejado caer, me dijo que otra vez tuviera más cuidado porque era
muy desordenada; en fin, que se descontentó. Sin decir nada, besé la tierra
y prometí tener más cuidado en adelante. Por mi poca virtud, estas
pequeñas prácticas, ya lo he dicho, me costaban mucho, y tenía necesidad
de pensar que el Día del Juicio se revelaría todo" (p. 220). [El subrayado
es nuestro].
El texto anterior muestra cómo el masoquista es un revolucionario del
213

autosufrimiento. La piel de oveja que viste oculta un lobo. Su abandono


incluye desafío; su sumisión, oposición. Debajo de su suavidad hay
dureza, detrás de su obsequiosidad se escucha el grito de rebelión.
Habiéndose vuelto más orgulloso por las humillaciones, más valiente por
la represión, el masoquista se vuelve un rencoroso burlón.
La descripción del carácter masoquista como débil, dependiente, fácil
de influenciar, desvalido, continúa sorprendiéndonos. Todos estos rasgos
tienen por objeto ocultar la mayor determinación y terquedad. Lo que el
masoquista tiene que decir a las fuerzas regentes existentes suena como
una sumisión de esclavo. Es, sin embargo, un rencoroso no al mundo de
las apariencias que se ha hecho dominante. Se somete... para no ceder
jamás. Permanece en la oposición, especialmente cuando es más
servilmente devoto. Escribe la madre cuando Teresa Martín tenía casi tres
años y Celina (su hermana), seis y medio:

Mi Celina es muy dada a la virtud. En cuanto al huroncito , no


sabemos cómo será. Es tan pequeñín como atolondrado. Es una
niña muy inteligente; pero menos pacífica que su hermana y, sobre
todo, de una terquedad casi indomable. Cuando dice no, nadie la
hace ceder. Estaría un día entero en el sótano sin obtener de ella un
sí. Antes se echaría allí a dormir.

La santa añade: "Tenía otro defecto, del que no habla mamá en sus
cartas: un gran amor propio /.../ Mas velaba Jesús por su pequeña
prometida. Supo sacar provecho de todos sus defectos que, en buena hora
dominados, le sirvieron para crecer en perfección. Efectivamente, como
tenía tanto amor propio y tanto amor al bien, bastaba que una vez se
dijera: 'No debe hacerse tal cosa', para no volver a recaer" ( p. 39).
La inversión está destinada a decir: "Sufriré todo dolor, sufrimiento,
humillación y desgracia, pero no renunciaré a mi satisfacción". La
anticipación del castigo con el subsecuente placer sexual permite sólo una
interpretación: "¡Aunque me azotes, ates y humilles, aún así alcanzaré el
placer!". Ordenando su propio castigo, el masoquista se ha hecho señor de
su destino.

6.2. Origen

En el verdadero masoquismo, la escena de perversión no es más que la


reproducción de la fantasía, la puesta en escena en el escenario de la
realidad de un drama que existía en la imaginación del poeta. Ya hemos
establecido en los párrafos que anteceden dos procesos esenciales: la
inversión de los impulsos originariamente contra el otro y la entrega de
214

estos impulsos al otro, quien se encarga de ejecutarlos contra el yo. Éste


se vio obligado a ceder a aquél una parte de sus instintos de violencia. Lo
hizo, pero sin embargo participa: los goza como si fueran suyos propios
En forma similar se supone que el hombre primitivo transfirió su
creencia original de su propia omnipotencia a los demonios y deidades de
su imaginación. Ya no es más todopoderoso, pero el dios a quien reza, sí.
Mediante su plegaria, participa del poder del dios, siendo de esta forma
todopoderoso. De la misma manera, un niño considera la fuerza de su
hermano mayor, que lo defiende de los agresores superiores, como una
extensión de su propia fuerza. La esperanza de retribución contra el más
fuerte, tan pronto como uno crezca, tiene algo que ver con todo esto. Es
una suerte de anticipación del propio poder. El sentimiento de poder unido
al sadismo no se ha desvanecido en la metamorfosis masoquista.
Solamente está ubicado en otra parte. La persona activa no es más que un
sustituto de la pasiva, sólo obedece órdenes, es el instrumento y el
ejecutor de los impulsos instintivos del otro. Parece como si el masoquista
quisiera demostrar pasivamente a su atormentador que él tendrá que sufrir
a su turno. Uno goza con la imaginación del castigo y humillación futura
del otro.
Para demostrar el desarrollo descrito lo más corta y exactamente
posible, sólo tenemos que cambiar los pronombres personales en la misma
frase. Comienza con el sadismo, que pretende hacer al objeto del amor -la
madre- lo que ella le ha hecho a él. Lo que tú me haces, te lo hago yo:
frase sádica. Lo que yo te hago a ti, tú me lo haces: frase intermedia,
transición al masoquismo. Sin ningún rubor le cuenta Teresa de Lisieux a
su hermana la manera de demostrar su afecto a sus padres. He aquí la
palabra de la madre: "La nena es un duende como no hay otro, que me
acaricia deseándome la muerte; ¡deseo mucho que te mueras, mamaíta! Se
la reprende, y se excusa, toda extrañada, diciendo: Es para que vayas al
cielo, pues tú dices que hay que morir para ir allá. Y de la misma manera
desea la muerte a su padre en estos excesos de amor" (p. 30). [La madre
morirá el 28/08/1877. Los recuerdos de la santa sobre su madre se
extinguen un poco más adelante]. En otras palabras, el objeto externo es
sustituido por el yo. Fantasía: se refiere a lo que el yo hará al objeto y lo
que entonces el objeto hará al yo. Lo que yo me hago, tú me haces:
masoquismo real. El yo ahora es pasivo; un nuevo objeto ha reemplazado
al activo. Fantasía inconsciente: ¡Lo que quiero hacerte o por anticipado
lo que te haré!
El conocimiento que hemos obtenido del origen del masoquismo ha
provisto detalles destacables para su comprensión: no se trata de un
impulso original, sino de una formación instintiva secundaria. Surge de la
negativa que encuentran los impulsos sádicos instintivos y se desarrolla
partiendo de la fantasía sádica, agresiva o desafiante que reemplaza a la
215

realidad. Permanece incomprensible mientras uno supone su derivación


directa del sadismo por un enfrentamiento contra el yo.
Sin duda, el lugar de nacimiento del masoquismo está en la fantasía.
Pero la afirmación de que el masoquismo se origina en la fantasía no
quiere decir que nace en el vacío. Surge de la representación, del ensayo
en la imaginación de las acciones violentas y agresivas, que son alteradas
y reformadas mediante un cambio de roles. Sin la fantasía como factor
preparativo y anticipador, no es posible la consecución del masoquismo.
Retiene su carácter sádico en las fases intermedia y final del desarrollo,
cuando la agresión se vuelve contra el yo y cuando se cede a otra persona
su ejecución. Aun si la satisfacción sádica se retira a la oscuridad o puede
desaparecer, está aún latente en todas las formas del masoquismo. Su
desarrollo prueba que el sadismo es poderoso. Pero también prueba
simultáneamente que no es todopoderoso. Dice Teresa de Lisieux: "A
medida que crecía amaba más a Dios, y a menudo le entregaba mi corazón
sirviéndome de la fórmula que me había enseñado mamá. Me esforzaba
por agradar a Jesús en todos mis actos, y ponía gran atención en no
ofenderle nunca. Con todo un día cometí una falta que bien vale la pena
que la cuente aquí. Se me presenta una buena ocasión de humillarme y
creo tener de ella perfecta contrición. Era en el mes de mayo de 1878.
Como me teníais por muy pequeña para ir a los ejercicios del mes de
María, todas las tardes me quedaba con la niñera y con ella hacía mis
devociones ante el altar, arreglado a mi manera. Era todo tan pequeño,
tiestos, candelabros, etc., que dos cerillas bastaban para que estuviera todo
perfectamente iluminado. Alguna vez Victoria, para economizar mi
provisión de cerillas, me daba la sorpresa con dos velas de verdad. Pero
rara vez. Una tarde, cuando íbamos a ponernos a rezar, le dije: 'Empezad
el Acordaos mientras enciendo'. Hizo ademán de comenzar y después me
miró, riéndose muy fuerte. Yo, que veía mis cerillas consumirse por
momentos, le supliqué dijera en seguida el Acordaos. El mismo silencio.
Los mismos estallidos de risa. Entonces, como colmo de indignación, me
levanté y, saliendo de mi calma habitual, di un golpe fuerte con el pie,
diciendo muy alto: 'Sois muy ruin, Victoria'. La pobrecita no se rió más.
Me miraba muda de sorpresa y, más tarde, me enseñó sus dos cabos de
vela escondidos bajo el delantal. Después de llorar de ira, ¡oh!, lloré de
arrepentimiento. Estaba toda desconsolada y avergonzada, y tomé la firme
resolución de no recaer jamás" (p. 59-60).
Se ha demostrado hasta la saciedad que el masoquista es una persona
de una fuerte disposición sádica, que ha sido desviada de su mira
instintiva por la visión del castigo. Esta ansiedad le inhibe de obtener
satisfacción y en su conflicto entre la ansiedad y el ansia de placer,
finalmente decide liberarse de la ansiedad mediante el escape hacia el
216

futuro. En consecuencia, no busca el castigo y la incomodidad como tales.


Los pide porque marcan el único camino posible hacia el placer sin
molestias. Del mismo modo, un hombre que ansía volver al hogar cruzaría
tierras pantanosas y bosques si no hubiera otra ruta. Lo que marca la
senda al masoquista no es un anhelo original de dolor y tormento, sino la
ansiedad que se levanta del placer. Por el contrario, su impaciencia se ha
hecho tan grande que elige el camino más incómodo, si así puede llegar
antes. Su ansia de castigo y vergüenza es signo de un deseo ingobernable
del placer sexual.
El placer es la meta. El acto masoquista es nada más que una forma
tortuosa de llegar a ella. El ansia de placer es tan poderosa que la ansiedad
y la idea de castigo mismas son atraídas finalmente como metas
placenteras; como para burlarse de toda amenazadora intimidación.
"¡Ah!, sobre todo quisiera el martirio.¡El martirio! Este es el sueño de mi
juventud; este sueño ha crecido conmigo en mi celdita del Carmelo. Pero,
es otra locura porque no deseo un solo género de suplicio. Para
satisfacerme me harían falta todos... Como Vos, ¡oh Esposo adorado!,
quisiera ser azotada, crucificada... ¡Quisiera morir desollada como San
Bartolomé; como San Juan, quisiera ser sumergida en aceite hirviente;
deseo, como San Ignacio de Antioquía, ser molida por los dientes de las
fieras, a fin de convertirme en pan digno de Dios. Como Santa Inés y
Santa Cecilia, quisiera presentar mi cuello al cuchillo del verdugo; y como
Juana de Arco, en una hoguera, murmurar el nombre de Jesús! Si pienso
en los tormentos inauditos, que padecerán los cristianos en los tiempos del
Anticristo, mi corazón se estremece; quisiera que estos tormentos me
fueran reservados. Abrid, ¡oh Jesús mío!, vuestro libro de la vida donde
están escritas las acciones de todos los Santos: esas acciones hubiese
querido haberlas llevado acabo por Vos" (p. 353).
El asceta sabe que el gozo llegará. Llegó también para Teresa
fundiéndose con el sufrimiento: "Algunos días después de mi ofrenda al
Amor misericordioso, comenzaba en el coro el ejercicio del Vía Crucis,
cuando de repente me sentí herida por un dardo de fuego tan ardiente que
pensé morir. No sé cómo explicar este transporte; no hay comparación
que pueda dar a entender la intensidad de aquella llama. Parecíame que
una fuerza invisible me sumergía enteramente en el fuego. ¡Oh, qué
fuego, qué dulzura!" (p. 371)
Las prácticas y fantasías masoquistas no son sólo inversiones de ideas
sádicas, sino recriminaciones y reproducciones de lo que los niños
imaginaron que sería la vida sexual de los adultos. Inconscientemente la
gente regresa a esas ideas infantiles de sexualidad que una vez tuvieron
cuando niños respecto al curso de la relación sexual. La grotesca mezcla
de verdad y error que surge de esas teorías sexuales infantiles reaparece
aquí en la teoría y práctica. El carácter infantil, al cual se aferra el adulto,
217

frecuentemente se traiciona en detalles de tales fantasías y acciones. La


parte importante jugada allí por excrementos, la orina y la materia fecal, al
igual que la falta de reserva o disgusto que ha sido construida como
barrera educativa sólo en un tiempo posterior, apuntan en la misma
dirección. Así el elemento de parodia se origina en ya olvidadas ideas
infantiles, como, por ejemplo, ésa de la mujer que es tratada cruelmente
por el hombre, el que la orina o la defeca, y cosas así. El deseo de
permanecer en la infancia llevó a Mª Francisca Teresa Martín a escoger el
nombre de 'Teresa del Niño Jesús'. Oigamos cómo lo expresa ella misma a
propósito de la visita que hizo al convento para ver a una monja, hermana
suya: "De pronto pensé en el Niño Jesús a quien tanto amaba y me dije:
¡Qué feliz sería si pudiese llamarme Teresa del Niño Jesús! Pero me
guardé muy bien siempre de manifestar este deseo. Más he aquí que la M.
Priora me dice en el curso de la conversación: "Cuando esté entre
nosotras, hijita, se llamará Teresa del Niño Jesús". Mi alegría fue grande.
Aquella feliz coincidencia de opinión me pareció una delicadeza de mi
amadísimo Niño Jesús" (p. 98).
Pero ¿por qué, precisamente, del Niño Jesús? Para ser su juguete sin
mucho valor (rasgo eminentemente masoquista). La santa lo dice con
claridad meridiana: "Hacía ya algún tiempo que me había ofrecido al Niño
Jesús para ser su pequeño juguete. Le había dicho que no se sirviera de mí
como un juguete de valor al que los niños se contentan con mirar sin
atreverse a tocarlo, sino como una pelotita sin valor alguno, que podía
tirar al suelo, empujar con el pie, taladrarla, abandonarla en un rincón o,
bien, estrecharla contra su Corazón, si esto le causaba placer. En una
palabra, quería divertir al Niño Jesús y entregarme a sus caprichos
infantiles " (p. 186). En la página 212 nos dice que se convirtió en la
esposa del Niño Jesús y que éste hizo un "pequeño milagro" al hacer
nevar, a pesar de que había "una temperatura contraria".

6.3. Homosexualidad

Como se dijo más arriba, para Freud el masoquismo aparece en tres


formas: como una cierta actitud hacia la vida, como una expresión de
feminidad y como una peculiaridad de la excitación sexual. Hablemos
ahora un poco de la segunda forma.
No puede existir duda alguna respecto a la existencia y eficacia de la
idea de la homosexualidad pasiva en el masoquismo, pero sí la hay, y
mucha. Veámosla en la Noche oscura del alma, poema de san Juan de la
Cruz, del cual ya hemos hablado. El poeta adopta el papel de la Amada
en busca de su Amado, que la espera. Como en todas las poesías místicas,
san Juan de la Cruz expone en forma de alegoría las tres fases del ir del
218

alma al encuentro con Cristo, esto es, la "vía purgativa", la "vía


iluminativa" y la "unión" del proceso místico, de que hablan los
entendidos. Leámosla y consideremos el impresionante final:

En una noche oscura,


con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

A escuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste,


oh noche, amable más que el alborada
oh noche que juntaste
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
219

cesó todo, y dejéme


el rostro recliné sobre el Amado,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

El masoquista es un hiperidealista y un romántico. El sufrimiento le es


dulce, no en sí mismo, sino como anticipación de un premio. Goza del
sufrimiento como Don Quijote- en aras de su dama- gozaba de sus
derrotas. En las formas más sublimadas del carácter masoquista, una idea
abstracta toma el lugar de la mujer deseada. Así, san Francisco de Asís
sufrió de buen grado en aras de su amada Dama Pobreza.

6.4. Superioridad del derrotado

Quien no enfrenta la violencia, quien está a merced de la brutalidad sin


tomar venganza, quien de buen grado soporta los males del destino, en
realidad parece ser un hombre mejor, comparado con todos los que
luchan impaciente y vengativamente. El sufrimiento y el modo de
soportarlo, el renunciamiento a la crueldad y a la satisfacción de los
instintos se transforman en pruebas definidas de la superioridad humana.
Sin paliativos lo expresó la santa de Lisieux varias veces:
"... abierto el Santo Evangelio, pasaron mis ojos sobre estas palabras:
'Habiendo subido Jesús a un monte, llamó hacia Él a los que quiso' (Mc 3,
13). He aquí la maravilla, el misterio de mi vocación, de toda mi vida; el
misterio, sobre todo, de las preferencias de Jesús para con mi alma. Jesús
no llama a los dignos, sino a los que Él prefiere /.../ Durante mucho
tiempo me pregunté por qué tendría Dios preferencias; por qué todas las
almas no recibirían con igual medida sus gracias. Me extrañaba ver
prodigar favores extraordinarios a grandes pecadores, como San Pablo,
San Agustín, Santa Magdalena y tantos otros como, por así decir, obligaba
Él a recibir sus gracias" (p. 22-23).
"Hacia las ocho iba a buscarme papá. Recuerdo que entonces miraba
las estrellas con un arrobamiento inefable. Había, sobre todo, un grupo de
perlas de oro en el firmamento abisal [constelación de Orión] que yo
señalaba con deleite, hallándole en forma de T..., y decía, según íbamos
andando a mi padre querido: '¡Mira, papá, mi nombre está escrito en el
cielo! '. Después, no queriendo ver nada de la tierra vil, le pedí que me
llevara. Y, sin mirar dónde ponía los pies, fijaba bien mi cabecita en el
espacio para no dejar la contemplación del estrellado azul" (p. 65-66).
"Pensando entonces que había nacido para la gloria, y buscando el
modo de alcanzarla, me fue revelado interiormente que mi gloria no
aparecería jamás a los ojos de los mortales, sino que consistiría en llegar a
220

ser una santa. Este deseo parece un temeridad, si se considera cuán


imperfecta era yo entonces y cuánto lo soy todavía después de tantos años
pasados en religión. A pesar de esto, siento siempre la misma confianza
audaz de llegar a ser una gran santa. No cuento con mis méritos, puesto
que no tengo ninguno; mas espero en Aquél que es la Virtud y la Santidad
misma. Él sólo es quien, contentándose con mis débiles esfuerzos, me
levantará hasta Él, me cubrirá con sus méritos y me hará santa. No creía
entonces que era necesario sufrir mucho para llegar a la santidad, mas
Dios no tardó en descubrirme este secreto por medio de las tribulaciones
relatadas anteriormente" (p. 101).
De esta forma se destaca como un oscuro fondo el carácter masoquista.
El santo que exhibe su humildad parece echarnos en cara su orgullo de ser
humilde. Hay familias enteras que no sólo se ven perseguidas por la mala
suerte, sino que secundariamente desarrollan una especie de orgullo
familiar por este hecho. Parece ser así con los Kennedy.
Una dificultad adicional de asociación con los caracteres masoquistas
se encuentra en el hecho de que ellos se consideran mejores, más capaces
de autonegación, más tolerantes y más resistentes que quienes le rodean.
Siddharta le contestó a la bella Kamala a la pregunta "¿Qué sabes
hacer?": "Sé pensar. Esperar. Ayunar". Más aún, los masoquistas
infectan secreta y sin embargo perceptiblemente su medio ambiente con
esta creencia. El reverendo Padre Pichón le dijo después de una confesión
general de la santa:

En presencia de Dios, de la Santísima Virgen, de los Ángeles y de


todos los Santos, declaro que nunca ha cometido un pecado mortal;
agradeced al Señor esto que tan gratuitamente ha hecho con ella,
sin mérito alguno de mi parte (p. 204)

Claro que la santa le da poca importancia al juicio del sacerdote: "No


es porque haya sido preservada del pecado mortal, por lo que me elevo a
Dios por la confianza y el amor" (p. 339). Parece decir que es por esfuerzo
personal.
El orgullo de los santos y mártires, el mismo orgullo y arrogancia que
descubrimos como factor extremadamente importante en el masoquismo
social, también es esperado en el despliegue de su superioridad con
respecto a sus compañeros cristianos de lucha. Gustavo Flaubert, con
profunda comprensión psicológica, hace expresar a su san Antonio que
eso fue inconscientemente efectivo en muchos santos. El ascético desafío
atesora sus autocastigos y autoprivaciones. Se compara con los grandes y
alardea de sus logros. "Más de treinta años he vivido en el desierto. Como
Eusebio he llevado treinta libros sobre mis espaldas; como Macario he
expuesto mi cuerpo a los insectos y como Pacomio he pasado cincuenta y
221

tres noches sin pegar los ojos. Mártires que han sido decapitados,
atravesados con hierros o quemados, quizá tengan menos méritos que yo".
También goza de su miseria porque es causa de su orgullo y satisfacción
de su amor propio. La comparación de su miseria con los lujos de los
Padres de la Iglesia en Nicea, que surge de apasionados sentimientos de
rivalidad, casi lo hacen dudar del único camino de salvación. Teresa del
Niño Jesús se pone al lado, como amiga, de grandes santas: Cecilia e
Inés. Leamos el relato. "Antes de este viaje no sentía por la Santa [Cecilia]
devoción particular; pero al visitar su casa, el lugar de su martirio, al oír
proclamarla 'reina de la armonía' por el canto virginal que hizo escuchar a
su esposo virginal en el fondo de su corazón, sentí por ella algo más que
devoción: una verdadera ternura de amiga. Vino a ser mi santa predilecta,
mi confidente íntima. Lo que sobre todo me cautivaba en ella era su
ilimitada confianza y santo abandono, que la hicieron virginizar almas
que nunca habían deseado otra cosa que goces de la vida presente" (p.
179). "Muy agradable fue para mí también la visita a la iglesia de Santa
Inés. Me encontré allí con una amiga de la infancia. Procuré, sin éxito,
obtener una reliquia suya para llevársela a mi madrecita Inés de Jesús. Los
hombres me la negaron, pero Dios se puso de mi parte: despegóse una
piedrecita de mármol rojo de un mosaico cuyo origen se remontaba al
tiempo de la mártir y delicada, viniendo a caer e mis pies. ¿No era aquello
encantador? La misma Santa Inés me daba un recuerdo de su casa" (p.
180). Incluso llega a compararse ... ¡con la Magdalena!, a pesar de que
nunca cometió pecado mortal, como acabamos de leer. "Jesús me ha
perdonado más que a la Magdalena" (p. 118), le confesó a las monjas.
"Quiere que le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. Sin
esperar a que le ame mucho, como la Magdalena, me ha dado a conocer la
inefable previsión con que me amó, a fin de que ahora le ame con locura"
(p. 119).

7. Éros y thánatos

Las bases de la estructura de la concepción freudiana más avanzada


son dos instintos que dominan la vida orgánica y determinan la vida y la
muerte de todo ser viviente: el impulso sexual, el Éros, y el instinto
mortal, la agresión, Thánatos. Las tendencias constructivas,
productivas, concordantes de una de las corrientes, se oponen a las
tendencias destructivas, disolventes, aniquiladoras de la otra. Los dos
instintos antagónicos fundamentales, que luchan uno contra el otro en toda
la creación, continúan la batalla en la vida del individuo. El instinto
mortal quiere conducir de vuelta a todo ser viviente hacia el eterno
descanso, hacia el no-ser. El instinto erótico, sin embargo, quiere crear
222

nueva vida y reunir a todo ser viviente en mayores unidades. El instinto


mortal es el más antiguo, precede a la vida tal como el silencio eterno
precede al sonido. Es la manifestación más precisa de la tendencia
conservadora original del instinto, el impulso de regresar a una etapa
anterior. Pero la misma fuerza motriz reside en su antagonista, en Éros.
No es mucho más joven que el instinto de destrucción, pues es tan viejo
como el origen de la vida. Debe de haber comenzado a actuar al primer
bullir de la vida sobre la tierra. Desde entonces su meta ha sido crear y
mantener la vida.
Esta titánica lucha se desarrolla en cada ser viviente desde el primero
al último suspiro y determina procesos orgánicos. El impulso mortal
empuja todo lo creado de vuelta hacia la fría inmovilidad y el rápido no-
ser. Éros lo conduce hacia la vida, la luz, el calor y el movimiento. En la
batalla contra su antagonista primario que intenta destruir el yo, Éros
triunfa en parte desviando sus efectos destructivos del yo hacia el mundo
exterior. El resultado de esta desviación del instinto, cuyo primer objetivo
es el yo, es un impulso de abolir el mundo exterior, de destruir sus
objetos. En un caso especial, Éros consigue incluso emplear astutamente
este inmenso poder productivo en su propio servicio. Éste es el origen del
sadismo que con toda claridad, en su esencia y en su efecto, revela su
descendencia de impulsos mortales.
Otra parte del instinto mortal permanece dentro del organismo. Su
eficacia nos conduce a todos a la aniquilación. También esta muerte
introvertida dirigida contra el yo puede experimentar el poder del Éros en
el masoquismo. Los impulsos masoquistas, como el sadismo, ya no son
más expresiones puras del instinto mortal, sino presiones combinadas. En
el masoquismo, la fusión del impulso mortal y Éros se vuelve contra el
yo. El poder de la destrucción que aparece en el yo se amalgama con los
instintos sexuales. El yo, por cierto, continúa siendo el objeto del instinto
mortal tanto como el objeto de la libido. Se ha convertido en objeto de un
amante cruel. Veamos tres ejemplos de Éros al servicio de Thánatos.
El primero es el del montanismo, movimiento herético cristiano
fundado en el siglo II d.C. por el profeta Montano en la región de Frigia,
ahora parte de Turquía. Hacia el año 156, Montano apareció en un
pequeño pueblo, entró en trance y empezó a profetizar en lo que él decía
era la voz del Espíritu Santo. Acompañado de dos jóvenes mujeres,
Priscila y Maximila, predicó su doctrina por toda Asia Menor. El
montanismo sostenía que el Espíritu Santo (o Paráclito) aparecía a través
de Montano y sus seguidores. Los montanistas enseñaron que la segunda
venida de Cristo era inminente y que un alejamiento de la gracia no podía
redimirse. Los discípulos fueron instruidos para buscar, y en ningún caso
eludir, la persecución e incluso hasta el martirio. La secta encontró pronto
adeptos, pues surgió en un momento en que el Imperio romano ejercía una
223

dura persecución sobre la Iglesia. Los montanistas evitaban lo secular,


concentrándose, en cambio, en la preparación para la parusía de Cristo.
Alrededor del 177, los jerarcas de la Iglesia, temiendo los potenciales
efectos disgregadores del movimiento, excomulgaron a los montanistas.
Desde entonces, convertida en una secta separatista, el montanismo
alcanzó su culminación en el siglo III en Cartago, donde recibía el apoyo
del teólogo romano Tertuliano. Hacia el siglo VI, este movimiento tan
severamente ascético alcanzó la cima de su influencia, pero fue el punto
en el que empezó a extinguirse.
El segundo ejemplo, histórico, del servicio de Éros a Thánatos es el de
los valesianos. Estos fueron miembros fanáticos de una secta fundada por
Valesio. No comían carne y llevaban la exigencia de la pureza hasta el
extremo de castrarse, pues consideraban pecado la perpetuación de la
especie.
Como tercer ejemplo podemos señalar la vida de santa Teresa del Niño
Jesús, de quien hemos hablado largamente. El relato de su muerte hecho
por las monjas del Carmelo de Lisieux ilustra muy bien la servidumbre de
Éros. A las siete y algunos minutos, volviéndose hacia la Madre Priora, le
dijo:

-Madre mía, ¿no estoy ya en la agonía?... ¿No voy a morir?...


-Sí, hija mía, es la agonía, pero quizá quiere Jesús prolongarla
algunas horas.
-Bien..., vamos..., vamos..., no quisiera padecer menos.
Mirando después su crucifijo:
-¡OH!... ¡LE AMO!... ¡¡¡DIOS MÍO..., OS AMO!!!

Éstas fueron sus últimas palabras.


Una fórmula psicológica, que es válida tanto para la versión sexual
como para la social ascética, pues incluye tanto las manifestaciones
crudamente sexuales como las más espiritualizadas y caracteriza el
núcleo de la perversión sexual y de esa actitud general ante la vida que
hemos llamado masoquismo, puede sintetizarse en estas palabras: A la
victoria por la derrota. ‘La palma del martirio’ para muchos es una
expresión contradictoria y sin sentido.
Pero frente a la necesidad psicológica de sufrimiento como
precondición del goce, no es sorprendente que la mayoría de los
masoquistas considere desagradable cualquier atenuación o abstracción de
la molestia. Esto no sólo se debe al peligro de que la ansiedad los arrolle.
Tenemos que creer las afirmaciones de estos seres cuando dicen que
sienten que sus vidas se vuelven vacías, pobres, sin color y menos
satisfactorias. Esta misma combinación de desafío, imposición de la
voluntad, placer en el castigo y en la victoria anticipada, otorga a las
224

experiencias masoquistas una cualidad cuya falta sería notada. Ésta es en


verdad la expresión correcta: algo falta si no hay sufrimiento, algo a lo
que, por así decirlo, se tiene derecho.
La idea de acercarnos a este modelo de cristianismo, posiblemente el
más extendido, no fue para condenarlo, sino para comprenderlo. Hay tres
escenas de la vida de Jesús de Nazaret en las que este modelo se expresa
con profundo arraigo popular. La primera es la del Cristo azotado.
Imitadores de esa escena 4 han sido los flagelantes de todos los tiempos.
Los primeros que registra la historia son unos fanáticos religiosos
europeos del siglo XIII, que proclamaban la inminencia de la ira de Dios
contra la corrupción y como rito religioso se autoinfligían azotes. La secta
surgió en Perugia, Italia central, en 1259-1260 y se dice que el número de
miembros ascendía a diez mil. Los miembros solían correr por las calles
de un pueblo flagelándose las espaldas y llamando a los espectadores a
arrepentirse y a unirse a ellos en este autocastigo. Manfred, rey de
Nápoles y de Sicilia, alarmado por el gran número de flagelantes y con
temor ante la posibilidad de que llegaran a amotinarse en un país
desgarrado por los conflictos políticos, trató de eliminarlos. Sin embargo,
sus intentos por detener el movimiento fallaron, ya que había grupos de
discípulos esparcidos por toda Europa. En un principio, los flagelantes
eran reconocidos por su piedad, pero, a medida que pasó el tiempo, se
agregaron a la secta elementos de dudosa fama. Atacaron a los judíos en
muchos pueblos de Alemania y los Países Bajos. La Iglesia hubo de
aliarse con autoridades laicas para estar prevenida ante los arranques de
cólera de la secta.
La brutal expansión de la peste, también llamada la peste negra, que
se extendió a través de toda Europa desde 1347 hasta 1349, ayudó a
incentivar e intensificar el resurgir del movimiento de los flagelantes,
quienes además estaban convencidos de que el fin del mundo iba a tener
lugar en breve. Viajaban en grupos organizados, unidos por votos que los
obligaban a abstenerse de todo placer físico y les incitaba, en cambio, a
soportar torturas y flagelaciones durante 33 días, en memoria de los 33
años que vivió Cristo. En 1349, el papa Clemente VI los declaró herejes e
hizo grandes esfuerzos por eliminarlos. A comienzos del siglo XV, el
movimiento de los flagelantes revivió en muchos estados alemanes, lo que
llevó a que la secta fuera de nuevo perseguida. En el Concilio de
Constanza (1414-1418) recibió la condena absoluta.
En tiempos más recientes y de forma repentina, han reaparecido
algunas sectas de flagelantes. Una de ellos apareció en Lisboa en 1820; en
los estados de Colorado y Nuevo México (EEUU), la secta de Americanos
Cristianos Nativos, los Hermanos Penitentes, hasta finales del siglo XIX
continuaron practicando la autoflagelación. En España se mantienen los
flagelantes en San Vicente de la Sonsierra (Logroño). Los miembros de la
225

cofradía de la Vera Cruz se flagelan cuando sacan su reliquia en


procesión. Lo hacen varias veces al año, cargándose más de significado y
de número de flagelantes, hasta la sangre, el día de Viernes Santo.
La segunda imagen del “varón de dolores”, sin duda, es la del Mesías
escarnecido, después de azotado. Claro que en los evangelios hay nada
menos que… ¡cinco descripciones de la escena!, aunque todas contienen
básicamente el mismo motivo, a saber, el maltrato y escarnio de Jesús en
el curso de los acontecimientos que preceden a su crucifixión. La
descripción de Marcos (15,16-20) muestra los rasgos típicos de una
práctica del mundo circense. Los legionarios se divierten en el `audé del
praitórion con el “Rey de los judíos”. Como ha demostrado P. Winter,
repiten una pantomima popular, una comedia bufa que han visto ejecutar a
actores callejeros en algún otro sitio y que imitan ahora a expensas del reo
rey.
La tercera imagen es la del crucificado. La cruz, atroz suplicio creado
por el genio más atroz de los fenicios –Schure dixit- , fue adoptada por la
implacable Roma y adaptada como símbolo de salvación por el papado.
Muchos cristianos la cargan como amuleto, y casi todas las familias
creyentes en el Profeta de Nazaret tienen colgada una cruz en las
habitaciones de la casa. En el silencio de la noche y en la quietud de la
alcoba, el hijo de Dios crucificado cuida el sueño de los durmientes. A
veces, el crucificado sale del silencio de su quietud y no sólo acompaña a
sus fieles en su descanso sino también en su ajetreo. Así tituló El
Universal, de Caracas, una noticia: “Detenido un Cristo que lloraba”. El
periodista reseñó el insólito caso de la siguiente manera:

Sólo esporádicos gritos empañaban esa guardia "calichosa"


de los funcionarios de la PTJ de La Vega. Ni siquiera un solo
muerto se había reportado y los funcionarios se dedicaban a
poner sus expedientes al día y a engrasar sus armas.
El teléfono sonó. Al otro lado del auricular un detective informó
que una turba pretendía allanar un apartamento. El investigador
aclaró que los vecinos no deseaban linchar a ningún delincuente.
Sólo querían ver y tocar a un Cristo que lloraba.
En el interior de una habitación resguardaban la imagen que
todos deseaban adorar. Numerosos fieles habían rodado por
las escaleras. Otros presentaban aporreos y algunos se habían
quemado con las velas que rendían culto a la efigie.
El jefe de guardia se presentó al lugar del suceso para calmar a la
turba y tomó una decisión de la cual horas más tarde se arrepentiría.
Ordenó que le leyeran sus derechos al Cristo y que se lo llevaran
preso. Pasada la medianoche los místicos devotos se congregaron
frente a la sede policial de La Vega. Rezaron el rosario y exigían
226

ver la figura. Los detectives solicitaron refuerzos y consultaron a


sus superiores hasta que uno de los jefes les ofreció la solución.
"Liberen a ese preso y caso cerrado", ordenó. Sacaron la imagen
envuelta en una sábana.. Los fieles destrozaron el Cristo y se
llevaron los pedazos.

Don Miguel de Unamuno se ha preguntado seriamente: ¿por qué no


una eternidad de dolor, aunque esto subleve nuestros sentimientos? ¿Por
qué no un Dios que se alimenta de nuestro dolor? ¿Es acaso nuestra dicha
el fin del universo? ¿O no alimentamos con nuestro dolor alguna dicha
ajena?¿No es que la redención arranca de las manos de los dioses a los
hombres, su progreso y su juguete, con cuyos dolores juegan y se gozan
como los chiquillos atormentando a un escarabajo? Sí, ¿por qué no una
eternidad de dolor? El infierno es una eternización del alma, aunque sea
en pena. ¿No es la pena esencial a la vida? Que se lo pregunten a los
masoquistas.
El placer y el dolor son dos ingredientes que dan sabor a la vida. Los
nicolaítas (de Nicolás , Antioquía, siglo II) eran una secta que profesaba
el libertinaje moral, proclamando que hay que entregar el cuerpo a la
voluptuosidad para liberar el alma de las ataduras del mundo corporal. De
modo similar pensaban los paternianos, herejes del siglo IV. Estos
afirmaban que la carne es obra del demonio y por ello había que
entregarse a toda suerte de libertinajes. Por el contrario, los discípulos de
Taciano, apologista gnóstico del siglo II, fundador de la secta de los
eucráticos o al menos el más ilustre representante, condenaban el
matrimonio y todos los placeres de los sentidos.
So pena de perecer, el cristianismo primitivo tuvo que hacerse una
religión individual, una religio quae non religat, lo cual es una paradoja.
Porque los hombres vivimos juntos, pero cada uno se muere solo y la
muerte es la suprema soledad.
Dolor y placer. Vida y muerte. Nietzsche ha condenado el cristianismo
por ser una religión del dolor, una religión para la muerte. Dijo:

El concepto cristiano de Dios -Dios, el Dios de los enfermos; Dios,


la araña; Dios, el espíritu- es uno de los conceptos divinos más
corrompidos que ha habido en el mundo; quizá está al más bajo
nivel de la evolución descendente del tipo divino; es un Dios
degenerado hasta el punto de estar en contradicción con la vida, en
vez de ser su glorificación y su eterna afirmación. ¡Declarar la
guerra en nombre de Dios, a la vida, a la Naturaleza, a la voluntad
de vivir! ¡Dios, la fórmula de todas las calumnias contra lo de aquí
abajo, de todas las mentiras de más allá! ¡La nada divinizada en
Dios, la voluntad de la nada santificada! ( El Anticristo, XVIII).
227

El mismo solitario de Sils-Maria defendió el budismo:

El budismo es cien veces más realista que el cristianismo. Tiene,


como herencia recibida, la facultad de saber objetivamente y de
plantear fríamente los problemas; vino después de un movimiento
filosófico de muchos siglos; la idea de Dios, en su génesis, estaba
ya fijada cuando llegó esa religión. El budismo es la única religión
verdaderamente positiva que nos muestra la historia; hasta en su
teoría del conocimiento (un riguroso fenomenalismo) no dice
“lucha contra el pecado”, sino que, reconociendo los derechos de la
realidad, dice: lucha contra el dolor. Deja detrás de sí, y esto lo
distingue profundamente del cristianismo, la ilusión voluntaria de
los conceptos morales; está colocado, expresando la idea en mi
lenguaje, más allá del bien y del mal (XX)

El cristianismo es un valor del espíritu universal que tiene sus raíces en


lo más íntimo de la individualidad humana. Los jesuitas dicen que con él
se trata de resolver el negocio de nuestra propia salvación individual y
personal. Aunque sean los jesuitas quienes principalmente lo digan,
tratando lo divino como un problema de economía, parece que hemos de
aceptarlo así, como un postulado previo. Por eso cabe la pregunta: ¿no
tendrá alguna justificación la moral eremítica, cartujana , carmelitana o la
de la Tebaida? ¿No se podrá, acaso, decir que es menester se conserven
estos tipos de excepción para que sirvan de eterno modelo a los otros?
¿No crían los hombres caballos de carrera, inútiles para todo otro
menester utilitario, pero que mantienen la pureza de la sangre equina?
¿No hay, acaso, un lujo ético, no menos justificable que el otro? Pero por
otra parte, ¿no es esto, en el fondo, estética y no moral y mucho menos
religión? ¿No es que será estético y no religioso, ni siquiera ético, el ideal
monástico contemplativo medieval?
Aquellos solitarios que nos han contado sus coloquios a solas con Dios
han hecho una obra eternizadora: se han metido en las almas de los
demás. Era el ansia de libertad, de libertad interior, en efecto, lo que en
aquellos revueltos tiempos de Inquisición llevaba a las almas escogidas al
claustro. Encarcelábanse para ser mejor libres. “¿No es linda cosa que una
pobre monja de San José pueda llegar a enseñorear toda la tierra y
elementos?”, decía en su Vida santa Teresa. Era el ansia pauliniana de
libertad, de sacudirse la ley externa, que era bien dura y, como decía el
maestro fray Luis de León, bien cabezuda entonces. Además, lo que no es
directamente ordenado o prohibido se vuelve importante en el ascetismo,
que no concede libertad a pensamiento alguno y no deja sin control
ninguna acción, ninguna mirada involuntaria, ningún placer, ya sea de la
alegría, del amor, de la amistad o el de la sociabilidad, sino que reclama
228

para sí toda emoción anímica, toda asociación de ideas, todo pensamiento


que pasa, momento tras momento, por la mente humana.
¿Pero lograron los ascetas de ayer la libertad de este modo? Es muy
dudoso que la lograran. Hoy es imposible. Porque la verdadera libertad no
es cosa de sacudirse la ley externa, la libertad es la conciencia de la ley.
Es libre no el que se sacude de la ley, sino el que se adueña de ella. La
libertad hay que buscarla en medio del mundo, que es donde vive la ley, y
con la ley la culpa, su hija. De lo que hay que liberarse es de la culpa, que
escolectiva

NOTAS AL CAPÍTULO 4
1
Cf. Isaías, 42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13; 53, 12.
2
Primer anuncio: Mc 8, 31-39; Mt 16, 21; Lc 9, 22-27. Segundo anuncio: Mc 9,
29-31; Mt 17, 22-23; Lc 9, 44-45. Tercer anuncio: Mc,10, 32-34; Mt 20, 17-19;
Lc 18, 31-34. Cuarto anuncio: Mc 14, 1-2; Mt 26, 1-4; Lc 22, 1-2
3
Sociedades Americanas en 1828.
4
Cf. Mt 27,26; Mc 15,15; Jn 19,1.
.

Capítulo 5
EL MESÍAS

Señaló el joven Hegel1 que, en la época en que Jesús apareció en


medio de la nación judía, ésta se hallaba en el estado que es siempre la
condición previa de una revolución más o menos inminente y que tiene
siempre los mismos caracteres generales. En otras palabras, cuando el
espíritu se ha retirado de una constitución y de las leyes y si, en virtud de
su metamorfosis, no concuerda con ellas, surge una búsqueda, una
aspiración hacia algo diferente.
El pueblo judío en la época de Jesús no ofrece la imagen de un
todo. Por un lado, bien que mal, el universal de la religión lo sigue
uniendo. Al mismo tiempo subsisten tantos elementos ajenos y
diversos, tanta vaciedad de vida y de ideales, tantas inspiraciones
insatisfechas, tanto conato sucesivo de curiosidad por lo nuevo que
cualquier reformador que se presente seguro de sí mismo y
aportando esperanzas, de antemano tiene asegurado tanto su
grupo de adeptos como su partido enemigo.
La independencia exterior del Estado judío se había perdido; por eso
los romanos y los reyes impuestos o tolerados por ellos concentraban
sobre sí el odio secreto -casi general- de los judíos. Si la exigencia de la
independencia estaba tan profundamente enraizada en su religión, que
apenas toleraba la existencia de otros pueblos a su lado, ¿cómo hubiera
podido considerar tolerable el dominio de uno de ellos?
Determinar exactamente qué condiciones imperaban en Judea cuando
regían el país procuradores romanos, es tarea preñada de dificultades.
Antes del año 70 de la Era cristiana, Judea (o Palestina) no estaba
integrada del todo en el Imperio romano. Los asuntos militares y las
relaciones exteriores se hallaban en manos del poder soberano. El
mantenimiento del orden público era responsabilidad en parte romana y
en parte judía; la mayoría de los otros asuntos de carácter puramente
interno seguían en manos de las autoridades locales judías. Esta
distribución del poder no estaba explícitamente formulada en una
constitución escrita o un acuerdo contractual entre las dos naciones. Pero,
en términos generales, los romanos, maestros en el arte del control
230

indirecto, se contentaban con permitir que las autoridades locales


instituidas, encabezada por el Sanedrín Supremo, siguieran actuando sin
interferencias en cuestiones que no afectasen a los intereses romanos.
El Imperio romano era, a principios de nuestra Era, una
asociación de Ciudades-Estado, todas ellas con instituciones
jurídicas propias. Judea no era una excepción. Los judíos gozaban
de autonomía en cuestiones legales, excepto en el caso de delitos
políticos. Los romanos, indiferentes a las preocupaciones religiosas
de las poblaciones sometidas o asociadas, evitaban
meticulosamente intervenir en el ámbito jurisdiccional que
abarcaba el derecho religioso judío. Roma procuró, en realidad, que
siguiese aplicándose el derecho ancestral judío y que estuviese
protegido por el representante legal.
A los romanos no les interesaba la jurisdicción interna judía. Cuando
enviaron, muy a regañadientes, un gobernador a Judea, lo hicieron sólo
con el propósito de pacificar el territorio y salvaguardar la ruta terrestre de
Siria a Egipto. Al no lograr el sucesor de Herodes mantener el país en paz,
y dado que el descontento popular amenazaba con desembocar en una
alteración del orden público, se envió un gobernador a Judea. Sus poderes
no estaban definidos punto por punto frente a los de las autoridades
locales, pero se esperaba que respetase las costumbres judías y que
procurase no intervenir en cuestiones de derecho religioso.
En los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo el Sanedrín resuelve
casos legales: todos ellos delitos religiosos. Cuando se acusa a Pablo en
Corinto y el procónsul decide que se trata de una cuestión religiosa, se
niega a intervenir en el caso; pero cuando le acusan de un delito político
en Filipos, interviene el pretor. Los funcionarios romanos se mostraban,
en general, muy dispuestos a respetar la autonomía de los peregrini en las
provincias. Entonces, ¿quién y por qué mató a Jesús de Nazaret? ¿El
Sanedrín, por razones religiosas? ¿Los romanos, por causa políticas? En
este capítulo trataremos de contestar estas preguntas, no sin hacer antes un
largo viaje al pasado de Israel.

1. David

David (1000-961 a. C.), rey de Judá e Israel, fue el fundador de la


dinastía de Judá. Los libros de Samuel, Reyes y Crónicas del Antiguo
Testamento recogen numerosos relatos de sus hazañas. Pero ¿quién fue
realmente David?
David era el hijo más joven de Jesé, un pastor de Belén, región en la
que pasó su juventud cuidando los rebaños de su padre. Adquirió fama por
sus aptitudes musicales y por su valentía, que alcanzó visos legendarios
231

por su enfrentamiento contra el gigante filisteo Goliat. A medida que


crecía su reputación, fue convocado a la corte. Saúl, primer rey de Israel,
lo nombró su escudero. Tras cubrirse de gloria en las guerras contra los
filisteos, desposó a Mikal, hija de Saúl, y se ganó la amistad de Jonatán,
su cuñado. Sin embargo, su creciente popularidad despertó la envidia del
monarca, quien lo expulsó de la corte. David pasó el siguiente período de
su vida en el exilio, a la cabeza de una banda de guerreros que cobraban
tributo a los terratenientes de Judá. Tras una estancia en la ciudad de
Abullam, cercana a Jerusalén, y en los desiertos de Judá, entró al servicio
de Akis, rey de la ciudad filistea de Gat. Como recompensa a su
colaboración con Akis, éste le nombró gobernador de la ciudad de Siklag.
Tras la muerte de Saúl, de Jonatán y de otros dos de los cuatro hijos
del rey en una batalla contra los filisteos, David regresó a su país natal.
Coronado rey de Judá en Hebrón, gobernó allí durante siete años, hasta
aproximadamente el 993 a.C., cuando fue ungido rey de Israel. A partir de
entonces, David derrotó en rápida sucesión a filisteos, moabitas, arameos,
edomitas y ammonitas. Consolidó con ello el Estado nacional
independiente de Israel y amplió enormemente sus dominios. Una de sus
principales conquistas fue la de la fortaleza jebusea de Sión, a la que
convirtió en núcleo de su ciudad capital, Jerusalén, a menudo llamada
Ciudad de David. Allí construyó su palacio e instaló, bajo un tabernáculo,
el Arca de la Alianza, con lo que Jerusalén pasó a ser el centro religioso y
político de los territorios unidos bajo su persona.
Los últimos años del reinado de David estuvieron marcados por los
problemas familiares, sobre todo por la disputa con Adonías, el mayor de
sus hijos sobrevivientes, disputa que surgió por haber designado a
Salomón (su hijo con Betsabé) heredero del trono.
David fue un guerrero valiente y un líder notable. Mostró una devoción
religiosa a toda prueba, de ahí que sea el símbolo del coraje y de las
aspiraciones religiosas y políticas de su pueblo, cuyos profetas le
consideraron el modelo del Mesías prometido. Tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento (Lc 1,32), se hace referencia al Mesías como hijo
de David. El islam, también, venera a David como profeta.
Hasta aquí algunos datos escuetos sobre este legendario personaje,
pero echémosle a su historia menuda una mirada más detenida.
Por haber fundado Jerusalén y por haber sido el padre de una dinastía
asociada íntimamente a la obra de Israel, David entró en las leyendas
futuras. De siglo en siglo se puede ver la transformación de su vida. Poco
a poco el bandido de Abullam y de Siklag toma el aspecto de un santo y
de un... ¡intelectual! La tradición le atribuye la autoría de 73 poemas de
Salmos, aunque los especialistas de hoy sostienen que se trata de una
afirmación dudosa.
232

Por esta transformación que sufrió la vida de David, para los


cristianos... ¡Jesús tendrá que ser su nieto! Por la idea de que la vida del
Mesías debe ser análoga a la de David, se falseará la biografía evangélica
en muchos puntos. Los cristianos postularán una justicia final por el
testimonio de David, que jamás se acordó de ella, y de la Sibila, que no ha
existido nunca. ¡Teste David cum Sybylla...!, canta el himno católico.
Consideremos algunas de las acciones del legendario personaje.
Notamos, en primer lugar, que a David le gustaba parecer obligado a
ejecutar las actos que más deseaba. Por política, acostumbraba a mostrarse
vengador de Yahvé, aunque fuese por crímenes en los que él mismo había
participado, con lo que sacaba la doble ventaja de servir a Yahvé, como le
convenía, y deshacerse de la gente que le molestaba.
Aunque David había sido un bandido y nunca fue un santo, sin
embargo, algunos historiadores quieren librar su memoria del asesinato,
atrozmente concertado, de su servidor Urías, el hitita.
Cuenta el Antiguo Testamento que desde su tejado vio un día el rey
David a Betsabé que se estaba lavando. Admirado por su belleza, la
sedujo mientras su esposo, Urías, uno de sus soldados, estaba ausente.
Cuando Urías negó su paternidad sobre el hijo que ella estaba esperando,
David ordenó que muriera en la batalla (2 Sam 11, 2-26), para poder así
casarse con ella. David y Betsabé fueron castigados por Dios con la
muerte del niño. Pero más tarde Betsabé le dio otro hijo, Salomón, que
sucedió a su padre en el trono. En la genealogía de Jesucristo en el Nuevo
Testamento (Mt 1,6), Betsabé no aparece mencionada por su propio
nombre, sino que es citada como la “esposa de Urías”.
Pero si no fue David directamente responsable de la muerte de Urías
durante el sitio de Rabbat (hoy Ammán, Jordania), la capital ammonita,
mientras cometía adulterio con Betsabé, sí lo fue de crueldades sin freno
en otros hechos. Por ejemplo, en la guerra contra Moab obró David de
manera cruel con una población que estaba muy emparentada con él, pues,
por un lado de su genealogía, él parece que fue oriundo de este pueblo.
Los soldados de David acostaron a todos los moabitas en el suelo en
hilera, se midió la hilera con un cordel, se mató a los que ocupaban los
dos tercios de su longitud y se dejó vivir a la otra tercera parte. Moab fue
reducido al estado de vasallaje y obligado a pagar tributo a Israel.
Consideremos su comportamiento con los amonitas. Vencidos los
arameos, ya no ayudaron a los amonitas. Por eso, el año siguiente envió
David a Joab más allá del Jordán con todo el ejército de Israel contra este
otro pueblo. Joab asoló el país de Amón y puso sitio a Rabbat-Amón.
Tomó fácilmente la ciudad baja, situada a orillas del agua. Quedaba aún
por tomar la ciudad alta con la residencia real. Joab, impulsado por
adulaciones, mandó avisar a David para que no se nombrase en esta
hazaña a Joab. David acudió y tomó la ciudad, quitó la corona de oro,
233

enriquecida con piedras preciosas, de la cabeza del rey bencido y se la


puso él. El botín fue grande. Se mandó salir al pueblo y se efectuó una
matanza de las más crueles: a unos se les aserró, a otros se les puso bajo
carros con hoces de hierro que se pasearon por sus cuerpos, a otros se les
arrojó a hornos encendidos. Todas las ciudades de Amón fueron tratadas
de igual manera.
¿Por qué, entonces, la admiración (de los judíos y de los cristianos) por
David? Esta puede ser perfectamente entendida si se piensa que el reinado
de David significó un paso considerable en el proceso del yahveísmo.
David parece que fue un servidor de Yahvé más exclusivo que Saúl.
Yahvé era su protector y no quería tener otro. Hizo un pacto con Yahvé,
que debía darle la victoria sobre sus enemigos a cambio de la constancia
en su culto. No nació un movimiento puro de piedad en aquella alma
esencialmente egoísta, cerrada a toda idea desinteresada. Entre David y
Yahvé no hay nada más que un toma y daca de absoluta exactitud. Yahvé
era un dios fiel, sólido, seguro; David, un servidor seguro, sólido, fiel. La
fundación del nuevo reino se tomó, pues, como obra de Yahvé. De este
modo el yahveísmo y la dinastía davídica se encontraron íntimamente
entrelazados. Por esta razón, los descendientes del pastor de Belén
ocuparon el trono durante cuatro siglos.
Esencialmente, en este sentido, tuvo importancia religiosa el reinado
de David. Su fortuna fue la primera fortuna grande en el nombre y por
influencia de Yahvé. El triunfo de David, confirmado por el hecho de que
sus descendientes le sucedieron en el trono, fue la demostración evidente
del poder de Yahvé. El buen éxito de los servidores de Yahvé es del
mismo dios. El dios fuerte es el que triunfa. Esta idea casi no se diferencia
de la del islam, cuya apologética no tiene más que una base: el éxito. El
islamismo es verdad "porque Dios le da la victoria". Yahvé es el
verdadero dios por prueba experimental, porque ha dado la victoria a sus
fieles. Pero ¿qué pasará cuando el servidor de Yahvé sea atacado y
perseguido por la adhesión al dios? La crisis de la conciencia israelita se
adivina ya desde aquí.
Siguiendo las fórmulas empleadas por los escribas egipcios y
mesopotámicos para referirse a sus reyes, los escritores bíblicos
presentaron al rey David como algo más que un vasallo o un protegido de
Yahvé: le hicieron Mesías -un título ya usado por Saúl- e hijo de Dios.
Así, en el oráculo de investidura real se dice: "Voy a promulgar un
decreto de Yahvé. Él me ha dicho: 'Tú eres mi hijo, yo te he engendrado
hoy. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los
confines de la tierra. Las regirás con cetro de hierro y las romperás como
vasija de alfarero" (Sal 2,7). En Sal 89,4, se le ratificó como elegido de
Dios y en Sal 89, 28, se le hizo primogénito de Yahvé, al tiempo que se
234

empleó a Dios como excusa para imponer de un golpe el principio de la


monarquía hereditaria (muy ajena a la tradición anterior de los hebreos) y
se garantizó el régimen teocrático de cara al futuro.

1.1. Hijo de David

Sólo gracias a un rodeo bastante forzado, la leyenda consiguió hacer


que Jesús naciera en Belén. Esta suposición era consecuencia obligada
del papel mesiánico atribuido al Maestro de Nazaret. Veamos.
El empadronamiento llevado a cabo por Quirino y del que la leyenda
hace depender el viaje a Belén es posterior, por lo menos diez años, al
que, según Lucas y Mateo, debería haber nacido Jesús. Los dos
evangelistas, en efecto, colocan el nacimiento de Jesús bajo el reinado
de Herodes el Grande2. Ahora bien, el empadronamiento de Quirino no
tuvo lugar sino después de la deposición de Arquelao, es decir, diez
años después de la muerte de Herodes, el año 37 de la era de Actio3. En
conclusión, el viaje de la familia de Jesús a Belén no tiene nada de
histórico. Tal “viaje” es debido al motivo que se le atribuye: ser Mesías.
Pero Jesús no era de la familia de David (lo cual se puede comprobar
comparando las genealogías y los relatos sobre su concepción). Por si
esto fuera poco, al parecer la familia de David estaba extinguida desde
hacía mucho tiempo.
Puesto que se esperaba que el Mesías iría de Belén a Judea, sin
ninguna explicación Mateo hizo que Jesús naciera en Belén,
aunque el hogar de sus padres se encontrase en Galilea. Lucas
deseaba ser objetivo, más objetivo que Mateo, por eso se dispuso a
apropiarse de cualquier dato que pudiera contribuir al logro de su
propósito. Si conoció o pasó por alto el relato de Mateo, no
importa. Se las ingenió para sacar partido del primer censo romano
de Judea, referido por Josefo y tan aborrecido por los judíos,
haciendo viajar a José con su esposa embarazada desde Galilea
hasta Belén, la ciudad de David, a fin de efectuar la inscripción.
Lucas trató de armonizar misterio y ciencia.
Esta misma armonía la declara Orígenes cuando defiende la veracidad
del anuncio del nacimiento del Mesías mediante una estrella. Dijo este
Padre de la Iglesia:

Yo creo que la estrella que apareció en Oriente era de una especie


nueva y que no tenía nada en común con las estrellas que vemos en
el firmamento o en las órbitas inferiores, sino que, más bien, estaba
más próxima a la naturaleza de los cometas (...) He aquí las pruebas
235

de mi opinión. Se ha podido observar que en los grandes


acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre
la Tierra siempre han aprecido astros de este tipo que presagiaban:
revoluciones en el Imperio, guerras u otros accidentes capaces de
trastornar el mundo (...) Así pues, si es cierto que se vieron
aparecer cometas o algún otro astro de esta misma naturaleza con
ocasión del establecimiento de alguna nueva monarquía, o en el
transcurso de algún cambio importante en los asuntos humanos, no
debemos extrañarnos de que haya aparecido una nueva estrella con
ocasión del nacimiento de una persona que iba a originar un cambio
tan radical entre los hombres (...) Por lo que se refiere a los
cometas, podría decirse que nunca se vio que ningún oráculo haya
predicho que aparecería tal cometa en tal ocasión, o con el
establecimiento de tal imperio; mientras que, en lo que respecta al
nacimiento de Jesús, ya Balam lo había predicho (Contra Celso, I,
58 s).

Contra este pío deseo de armonizar razón y fe, hay que decir que, en la
mayoría de los relatos acerca del nacimiento de dioses o héroes, se refiere
la aparición de estrellas u otras señales celestes que anuncian la calidad
sobrenatural del recién nacido. Así, por ejemplo, en la leyenda china de
Buda se habla de una milagrosa luz celeste que anunció su concepción; en
el Bhâvata-Purâna se cuenta cómo un meteoro luminoso anunció el
nacimiento de Krisna; el historiador cristiano Justino refiere cómo la
grandeza futura del rey Mitrídates ya había sido anunciada por la
aparición de un cometa en el momento de su nacimiento y en el de su
ascensíón al trono; el día que Julio César nació, la estrella Ira apreció en el
firmamento y, según Suetonio, no volvió a aparecer hasta la víspera de la
batalla de Farsalia; según recogió Servio del marino Varrón, Eneas, tras su
salida de Troya, vio a diario la estrella Venus y, al dejar de verla, llegado
ya a los campos laurentinos, supo así que ésas eran las tierras que le
asignaba el destino. Muy claro lo dijo el romancero:

Amenábar, Amenábar,
moro de la morería,
el día que tú nacieste
grandes señales había...

Por otro lado, la narración de Lucas (2, 8-14) ya tenía antecedentes


bien ilustres y conocidos en todo el mundo de entonces cuando el
evangelio cristiano incorporó un tipo ya clásico de mito al personaje de
Jesús. Así, por ejemplo, cuando nació Buda (c. 565 a. C.), según el texto
del Lalita Vistara, la tierra tembló, oledadas de lluvias perfumadas y de
flores de loto cayeron de un cielo sin nubes, mientras que los devas -que
236

equivalen a los ángeles y arcángeles cristianos-, acompañados de sus


instrumentos, cantaban en el aire: "Hoy ha nacido Bodhisattva sobre la
tierra para dar paz y alegría a los hombres y a los devas, para expandir la
luz por los rincones oscuros y para devolver la vista a los ciegos".
En el nacimiento de Krisna, todas las divinidades resplandecientes
(devas) dejaron sus carros en el cielo y, haciéndose invisibles, fueron
hasta la casa de Mathura en la que estaba el divino niño. Uniendo sus
manos, se pusieron a recitar los Vedas y a cantar alabanzas en honor de
Krisna. Aunque nadie los vio, según apunta la leyenda, todo el mundo
pudo oír sus cantos; después del nacimiento, todos los pastores de la
región llevaron felicitaciones y regalos a Nanda, el criado encargado de
cuidarlo.
Parece muy evidente que el mito evangélico sobre el nacimiento de
Jesús está tomado de antiguas tradiciones paganas, pero con intercalados
de Mateo que tienen una función concreta: reforzar la credibilidad del
mito básico del cristianismo, dando cumplimiento a dos supuestas
profecías sobre el Mesías, una de las cuales dice:

Y tú, Belén, tierra de Judá,


no eres ciertamente la más pequeña
entre los príncipes de Judá,
porque de ti saldrá un jefe
que apacentará a mi pueblo, Israel (Miqueas, 5,2)

Pero si Jesús nació en Belén como estaba profetizado es porque era el


Mesías y el Mesías era "hijo de David". ¿Cómo se demuestra esto? Con su
genealogía. Mateo y Lucas se encargaron de confeccionarla. Así comienza
el Evangelio según Mateo:

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham


engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá
engendró a Fares y a Zara en Tamar; Fares engendró a Esrom. Esrom a
Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón
a Booz en Rahab; Booz engendró a Obed en Rut; Obed engendró a Jesé,
Jesé engendró al rey David, David a Salomón en la mujer de Urías;
Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asa, Asa a
Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatam, Joatam a Acaz,
Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías,
Josías a Jeconías y a sus hermanos en la época de la cautividad de
Babilonia. Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías engendró a
Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Ebiud a Eliacim,
Eliacim a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Equim a Eliud, Eliud a
Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob y Jacob engendró a José, el
237

esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Son, pues, catorce
las generaciones desde Abraham hasta David, catorce desde David hasta
la cautividad de Babilonia y catorce desde la cautividad de Babilonia
hasta Cristo" (Mt 1,1-17).

Los traductores4 del texto bíblico van comentando el pasaje con


algunas notas que destacamos por el gran sentido del humor que
encierran. Así dicen que "Las mujeres no entran de ordinario en la
genealogía; pero el evangelista menciona algunas recordadas en las
Escrituras, por ser extranjeras y para mostrar cómo el Mesías no era
extraño a los gentiles". El lector puede encontrar nuestra explicación en el
capítulo 3, que dedicamos a "El Mago". Digamos aquí, solamente, que
estas mujeres mencionadas son de las que tienen "mala" fama. La nota
ocho apunta que entre los reyes Asa y Josafat, de acuerdo con 2 Re 8 ss,
"hubo otros tres, que el evangelista omite, sin duda por obtener el número
catorce". ¡Realmente, la genealogía es de una gran objetividad! Una nota
mucho más graciosa dice que "José, 'hijo de David', como esposo de
María, es el que transmite a Jesús el título y los derechos inherentes a la
filiación davídica". Falta añadir: de mentirillas. Leamos el texto de Mateo,
que no tiene desperdicio:

La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su


madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido
María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no quiso
denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba sobre
esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo
concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados (Mt
1,18-21).

Veamos ahora qué dice el Evangelio según Lucas:

Jesús, al empezar, tenía unos treinta años, y era, según se creía, hijo de
José, hijo de Helí, hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melqui, hijo de
Janai, hijo de José, hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Nahúm, hijo de
Esli, hijo de Nagai, hijo de Maat, hijo de Matatías, hijo de Semein, hijo de
Josec, hijo de Joda, hijo de Joanan, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo
de Salatiel, hijo de Neri, hijo de Melqui, hijo de Addi, hijo de Cosam, hijo
de Elmadam, hijo de Er, hijo de Jesús, hijo de Elizer, hijo de Jorim, hijo
de Matat, hijo de Leví, hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de
Jonam, hijo de Eliaquim; hijo de Melea, hijo de Menna, hijo de Mattata,
238

hijo de Natam, hijo de David, hijo de Jesé, hijo de Jobed, hijo de Booz,
hijo de Sala, hijo de Naassón, hijo de Aminadab, hijo de Amín, hijo de
Arni, hijo de Esrom, hijo de Fares, hijo de Judá, hijo de Jacob, hijo de
Isaac, hijo de Abraham, hijo de Taré, hijo de Nacor, hijo de Seruc, hijo de
Ragau, hijo de Falec, hijo de Eber, hijo de Sala, hijo de Cainan, hijo de
Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec, hijo de Matusalá, hijo
de Enoc, hijo de Jaret, hijo de Meleleel, hijo de Cainan, hijo de Enós, hijo
de Set, hijo de Adam, hijo de Dios (Lc 3,23-38).

Comentan los traductores del pasaje: "La genealogía es aquí, como en


San Mateo, la de San José, pero en orden ascendente y prolongada hasta
Adán, para mostrar que Jesús no sólo era hijo de Abraham, sino también
de Adán y Salvador de todo el género humano, que es criatura de Dios, no
menos que el pueblo de Israel (Rom 3, 29). La discordancia de las dos
genealogías hasta David es manifiesta. Varias soluciones se han propuesto
para resolver la dificultad. La más fundada y más sencilla es la que
considera la de San Mateo como la genealogía legal y dinástica, que
señala la transmisión de los derechos mesiánicos desde David hasta Jesús,
y la de San Lucas la genealogía natural, que va de padres a hijos desde
San José hasta David". ¡Es una lástima que los antropólogos no hayan
sabido de esto porque se ahorrarían muchos trabajos en las llanuras de
África, Australia o China! Para otros teólogos, la de Mateo sería la
genealogía humana y la de Lucas la divina, ya que se remonta hasta los
tiempos de Adán; pero, según Mateo, José nada tuvo que ver con el
embarazo de María. Se deduce que Jesús no pudo ser, con palabras de
Mateo, descendiente de la casa de David.
Permítasenos echarle una ojeda a estas genealogías, así sea muy
rápida. Como el lector ha comprobado, la genealogía de Mateo contiene
cuarenta y dos nombres listados en orden descendente, desde Abraham
hasta Jesús, agrupados en tres períodos de catorce generaciones:
1. el período premonárquico, de Abrahan a David (750 años);
2. el período monárquico, de David al exilio babilónico (400 años);
3. el período posmonárquico, de la deportación babilónica hasta Jesús
de Nazaret (575 años).
Para mantener el plan de las catorce generaciones, Mateo tuvo que
eliminar cuatro reyes entre Salomón y Jeconías. Ahora bien, sólo
aparecen trece nombres en el tercer grupo generacional. Como parece
indudable que Mateo sabía contar, hay que buscar una explicación
convincente. Algunos especialistas creen que un nombre se le "cayó" de la
lista a algún copista y... se perdió para siempre.
La genealogía de Lucas va en orden ascendente desde Jesús hasta
Adán, pasando por David. Mientras que la genealogía de Mateo consta de
cuarenta y dos nombres, la de Lucas incluye setenta y siete (treinta y seis
239

de los cuales son totalmente desconocidos), organizados en siete grupos


de siete, salvo los dos primeros. El último nombre de cada serie (David,
Josué, José... ) constituyen una especie de referencia que nos remite a
importantes acontecimientos bíblicos (y para algunos, también históricos),
como la salida de Abraham de la ciudad de Ur, la esclavitud en Egipto, la
primera monarquía, el largo período de esperanzas mesiánicas, el exilio
babilónico, la segunda monarquía y la era del auténtico Mesías.
Tanto para Mateo como para Lucas, el número 7 ocupa un lugar
predominante en sus disposiciones genealógicas, por lo que debieron de
basarse en un modelo numerológico imperante en su época.
En fin, las dos genealogías que nos dan de Jesús de Nazaret los
evangelios han suscitado tanta polémica que no pocos investigadores
piensan que hubo... ¡dos Mesías!

2. Jesús, ¿Mesías?

Se lee en El Corán:

Los que dicen que Dios es el Mesías, hijo de María, son infelices.
Respóndeles: ¿quién podría, de cualquier manera que esto sea,
impedir a Dios si quisiera aniquilar al Mesías, hijo de María, y a su
madre y a todos los seres de la tierra? (Sura V, 19).
El Mesías, hijo de María, no es más que un apóstol; otros apóstoles
le han precedido. Su madre era justa. Se alimentaba de manjares...
(Sura V, 79).

El Evangelio según Mateo -como no tiene reparos en aceptar la Iglesia-


está concebido esquemáticamente en plan apologético: pretende presentar
a Jesús como el Mesías esperado por los judíos. Veamos algunas profecías
que anunciarían su vida y que llegan hasta anunciar el final del traidor que
lo entregó a la muerte, a quien ¿deliberadamente? se le puso el nombre de
'Judas', esto es, 'judío' -Renán dixit-.
1."Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había
anunciado por el profeta (Is 7, 14 ss), que dice: 'He aquí que una virgen
concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere
decir Dios con nosotros" (1,22-23).
2.[Herodes] "preguntó dónde había de nacer el Mesías. Ellos [todos los
príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo] contestaron: En
Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta (Miq 5, 2): 'Y tú, Belén,
tierra de Judá, no eres ciertamente la más pequeña entre los príncipes de
Judá, porque de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel" (2, 4-
6).
240

3."Levantándose de noche, [José] tomó al niño y a la madre y partió para


Egipto , permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes, a fin de que se
cumpliera lo que había pronunciado el Señor por su profeta (Oseas 11,1),
diciendo: 'De Egipto llamé a mi hijo" ( 2, 14-15).
4."Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó
sobremanera y mandó a matar a todos los niños que había en Belén y en
sus términos en dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia
había inquirido de los magos. Entonces se cumplió la palabra del profeta
Jeremías, que dice: 'Una voz se oye en Ramá, lamentación y gemido
grande; es Raquel, que llora a sus hijos y rehúsa ser consolada, porque no
existen" ( 2,16-18).
5."Mas habiendo oído que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre
Herodes, [José] temió ir allá, y, advertido en sueños, se retiró a la región
de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret, para que se
cumpliese lo dicho por los profetas, que sería llamado Nazareno" ( 2, 22-
23). [Guignebert corrige la apreciación del evangelista cuando señala:
"Jesús Nazareno, es decir, con toda probabilidad, no ‘el hombre de
Nazaret’, sino el nazir, ‘el santo de Dios"].
6.De Juan el Bautista señala el evangelista que "Éste es aquel de quien
habló el profeta Isaías (40,3) cuando dijo: 'Voz del que clama en el
desierto: Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas" ( 3,3).
7."Dejando a Nazaret, [Jesús] se fue a morar en Cafarnaúm, ciudad
situada a orillas del mar, en los términos de Zabulón y Neftalí, para que se
cumpliese lo que anunció el profeta Isaías (9, 1 ss), que dice: "¡Tierra de
Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles! El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz
y para los que habitan en la región de mortales sombras una luz se
levantó" (4,14-16).
8."Ya atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con
una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para
que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías (53,4), que dice: 'Él tomó
nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias" (8,16-17).
9."Jesús, noticioso de esto [de que los fariseos querían perderle], se alejó
de allí. Muchos le siguieron, y los curaba a todos, encargándoles que no le
descubrieran, para que se cumpliera el anuncio del profeta Isaías (42,1-4),
que dice: "He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien mi alma
se complace. Haré descansar mi espíritu sobre él y anunciará el derecho a
las gentes. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. La caña
cascada no la quebrará y no apagará la mecha humeante hasta hacer
triunfar el derecho; y en su nombre pondrán las naciones su esperanza"
(12,15-21).
10."Por esto les hablo en parábolas -explica Jesús a sus discípulos- ,
porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden; y se cumple con
241

ellos la profecía de Isaías (6,9 ss), que dice: "Cierto oiréis y no


entenderéis, veréis y no conoceréis. Porque se ha endurecido el corazón e
este pueblo, y se han hecho duros de oídos, y han cerrado sus ojos, para
no ver con sus ojos y no oír con sus oídos, y para no entender en su
corazón y convertirse, que yo los curaría" ( 13,13-15).
11."Todas estas cosas dijo Jesús en parábolas a las muchedumbres, y no
les hablaba nada sin parábolas, para que se cumpliera el anuncio del
profeta (Sal 78,2), que dice: 'Abriré en parábolas mi boca, declararé las
cosas ocultas desde la creación" ( 13,34-35).
12."Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta (Zac 9,9):
'Decid a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado
sobre un asno, sobre un pollino hijo de borrica" (21,4-5).
13."Y dichos los himnos, salieron camino del monte de los Olivos.
Entonces les dijo Jesús: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta
noche, porque está escrito (Zac 13,7): 'Heriré al pastor y se dispersarán las
ovejas de la manada" (26,30-31).
14."Entonces dijo Jesús a la turba: ¿Como a ladrón habéis salido con
espadas y garrotes a prenderme? Todos los días me sentaba en el templo
para enseñar, y no me prendisteis. Pero todo esto sucedió para que se
cumpliesen las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos le
abandonaron y huyeron" ( 26, 54-56).
15."Viendo entonces Judas, el que le había entregado, cómo era
condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los
príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo: He pecado entregando
sangre inocente. Dijeron ellos: ¿A nosotros qué? Viéraslo tú. Y arrojando
las monedas de plata en el templo, se retiró, fue y se ahorcó. Los príncipes
de los sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: No es lícito
echarlas al tesoro pues son precio de sangre. Y resolvieron en consejo
comprar con ellas el campo del Alfarero para sepultura de peregrinos. Por
eso aquel campo se llamó Campo de la Sangre hasta el día de hoy.
Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías (Jer 32,6 ss; Zac
2,12 s): 'Y tomaron treinta piezas de plata, el precio en que fue tasado
aquel a quien pusieron precio los hijos de Israel, y las dieron por el campo
del Alfarero, como el Señor me lo había ordenado" ( 27,9-10).
Marcos comienza su evangelio echando mano de un recurso que Mateo
perfeccionó: las Escrituras. Dice el autor del segundo evangelio al abrir y
cerrar la vida de Jesús de Nazaret:
1. "Principio del evangelio de Jesucristo, hijo de Dios. Como está
escrito en el profeta Isaías: 'He aquí que envío delante de ti mi ángel, que
preparará tu camino ( Mal 3,1). Voz de quien grita en el desierto: Preparad
el camino del Señor, enderezad sus senderos' ( Is 40,3). Apareció en el
242

desierto Juan el Bautista, predicando el bautismo de penitencia para


remisión de los pecados" (Mc 1,1-4).
2. "Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la
izquierda, y se cumplió la escritura que dice: Fue contado entre los
malhechores" (Mc 15,27-28).
Lucas no se queda atrás a la hora de aportar profecías sobre el
Nazareno:
1.[Juan] "vino por toda la región del Jordán predicando el bautismo de
penitencia en remisión de los pecados, según está escrito en el libro de los
oráculos del profeta Isaías (4, 3-5): ' Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será
rellenado, y todo monte y collado allanado, y los caminos tortuosos
rectificados, y los ásperos igualados. Y toda carne verá la salud de Dios"
(Lc 3,3-6).
2. [Jesús] "Vino a Nazaret, donde se había criado, y, según costumbre,
entró el día de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le
entregaron un libro del profeta Isaías, y desenrollándolo, dio con el pasaje
donde está escrito (Is 61,1 ss): 'El espíritu del Señor está sobre mí, porque
me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos
la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a
los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor. Y enrollando el
libro, se lo devolvió al servidor y se sentó. Los ojos de cuantos estaban en
la sinagoga estaban fijos en él. Comenzó a decirles: Hoy se cumple esta
escritura que acabáis de oír" (Lc 4,16-21).
3. Jesús hace un panegírico de Juan el Bautista para testimoniar su propia
grandeza. "Cuando se hubieron ido los mensajeros de Juan comenzó Jesús
a decir a la muchedumbre acerca de él: ¿qué habéis salido a ver en el
desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un
hombre vestido con molicie? Los que visten suntuosamente y viven con
regalo están en los palacios de los reyes. ¿Qué salisteis, pues, a ver? ¿Un
profeta? Sí, yo os digo, y más que profeta. Este es aquel de quien está
escrito: 'He aquí que yo envío delante de tu faz a mi mensajero, que
preparará tu camino delante de mí" (Lc 7,24-27).
4. Una profecía que había empleado Marcos para justificar un hecho,
Lucas la emplea para justificar otro. Veamos. "Y les dijo: Cuando os
envié sin bolsa, sin alforjas, sin sandalias, ¿os faltó alguna cosa? Dijeron
ellos: Nada. Y les añadió: Pues ahora el que tenga bolsa, tómela, e
igualmente la alforja, y el que no la tenga, venda su manto y compre una
espada. Porque ha de cumplirse en mí esta escritura: 'Fue contado entre
los malhechores" (Lc 22,35-37).
5. "Y les dijo [a los caminantes de Emaús]: ¡Oh hombres sin inteligencia y
tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era
preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Y
243

comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando en
cuanto a él se refería a todas las Escrituras" (Lc 24,25-27).
6. "Les dijo: Esto es lo que yo os decía estando aún con vosotros, que era
preciso que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en
los Profetas y en los Salmos de mí. Entonces les abrió la inteligencia para
que entendiesen las Escrituras, y les dijo: Que así estaba escrito, que el
Mesías padeciese y al tercer día resucitase de entre los muertos..." (Lc
24,44-46).
Y por último, Juan:
1. "Encontró Felipe a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel
de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de
Nazaret" (Jn 1,45).
2. "Respondió Jesús y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Nadie
puede venir a mí si el Padre , que me ha enviado, no le trae, y yo le
resucitaré en el último día. En los Profetas está escrito: 'Y serán todos
enseñados por Dios" (Is 54,13).
3. "Aunque había hecho tan grandes milagros en medio de ellos,
no creían en él, para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías , que
dice: 'Señor, ¿quién prestó a nuestro mensaje?, y el brazo del Señor, ¿a
quién ha sido revelado?' Por esto no pudieron creer, porque también había
dicho Isaías: 'Él ha cegado sus ojos y ha endurecido su corazón, no sea
que con sus ojos vean, con su corazón entiendan y se conviertan y los
sane'. Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló de él" (Jn 12,37-41).
4. "En verdad, en verdad os digo: no es el siervo mayor que su
señor, ni el enviado mayor que el que le envía. Si esto aprendéis, seréis
dichosos si lo practicáis. No lo digo de todos vosotros; yo sé a quienes
escogí; mas lo digo para que se cumpla la Escritura: 'El que come mi pan
levantó contra mí su calcañar" (Jn 13,16-18).
5. "Si no hubiera hecho entre ellos obras que ninguno otro hizo,
no tendrían pecado; pero ahora no sólo han visto, sino que me
aborrecieron a mi y a mi Padre. Pero es para que se cumpla la palabra que
en la Ley de ellos está escrita: 'Me aborrecieron sin motivo" (Jn 15,24-25).
6. "Dijéronse, pues, unos a otros: 'No la [túnica] rasguemos, sino
echemos suerte sobre ella para ver a quién le toca', a fin de que se
cumpliese la Escritura: 'Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica
echaron suertes'. Es lo que hicieron los soldados" (Jn 19,24).
7. "Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba consumado,
para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed" (Jn 19,28).
8. "Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al
primero y al otro que estaba crucificado con él; pero llegando a Jesús,
como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de
los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre
244

y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe


que dice verdad para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se
cumpliese la Escritura: 'No romperéis ni uno de sus huesos'. Y otra
Escritura dice también: 'Mirarán al que traspasaron' (Jn 19,32-37).
9. "Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al
monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la
Escritura, según la cual era preciso que él resucitase de entre los muertos"
(Jn 20,8-9).
Muchas anécdotas concibieron los evangelistas para probar que las
profecías consideradas mesiánicas se habían visto consumadas en Jesús.
Pero tal procedimiento, al que no hay que negar importancia, no es
suficiente para explicarlo todo. Ninguna obra judía de la época
proporciona una serie de profecías exactamente redactadas que el Mesías
debiera verificar. Varias de las alusiones mesiánicas resaltadas por los
evangelistas son tan sutiles, están tan desfiguradas, que no se puede creer
que todo ello respondiese a una doctrina generalmente admitida. Unas
veces se razona así: El Mesías debe hacer tal cosa; ahora bien, Jesús es el
Mesías; luego, Jesús ha hecho tal cosa. Otras veces se razona a la inversa:
Tal cosa le ha sucedido a Jesús; ahora bien, Jesús es el Mesías, luego tal
cosa debía sucederle al Mesías (cf. Jn 19,23-24).
¿Se creyó Jesús el Mesías? Se ha dudado y se duda todavía, por
razones importantes. En primer lugar, jamás se autocalificó abiertamente
de Messiah (en griego Christos). Un estudio atento de los pasajes de
nuestros evangelios en los que aparece la palabra no permite relacionar
uno solo con alguna de sus fuentes fundamentales: la recopilación de las
sentencias o logia y el primer evangelio, atribuido a Marcos. Y las más
probatorias, en apariencia, son las que menos resisten la crítica; por
ejemplo, la famosa confesión mesiánica ante el sumo sacerdote Caifás
(Mc 14,61). Nada hay que garantice la letra de tal "confesión", pues
parece no responder a ninguna realidad histórica. Pero en los tiempos en
que los textos evangélicos de que disponemos recibieron su forma última,
era inevitable que la fe en el mesianismo de Jesús, convertida en el
fundamento del cristianismo posterior, se afirmara en ellos de manera
notable y pareciera autenticada por el Maestro en persona. No obstante,
'palabra de evangelio' y 'palabra de Jesús' siguen siendo dos para el
exégeta. Es conclusión firme de los estudiosos que Jesús no proclamó su
mesianidad.
Preguntó un día Jesús a sus discípulos : "¿Qué dicen los hombres que
soy yo, el hijo del hombre?" Y ellos le respondieron: Unos dicen que eres
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías u otro de los
profetas. Y él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Tomando la
pabra Simón Pedro dijo: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo" (Mt
16,13-16). Explica E. Schure: en boca de Pedro y en el pensamiento de
245

Jesús, esa frase no significa como lo quiso más tarde la Iglesia: Tú eres la
única encarnación del ser absoluto y todopoderoso, la segunda persona de
la Trinidad; sino sencillamente, eres el elegido de Israel. El término de
'hijo de Dios' significaba una conciencia identificada con la verdad divina,
una voluntad capaz de manifestarla. Según los profetas, aquel Mesías
debía ser la mayor de las manifestaciones. Sería el hijo del hombre, es
decir, el elegido de la humanidad terrestre; el hijo de Dios, es decir, el
enviado de la humanidad celeste, y, como tal, contendría en sí al Padre o
Espíritu, que por ella reina en el universo.

2.1. ¿Mesías de gentiles y samaritanos?

Dice Mateo (10,5-6):

A estos doce los envió Jesús, después de haberlos instruido en estos


términos: No vayáis a los gentiles ni entréis en ciudad de
samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel,
y en vuestro camino predicad diciendo: El reino de Dios se acerca

¿Fue Jesús también el Mesías de los gentiles y samaritanos? Parece


que no conocía bastante a los gentiles para establecer con ellos algo sólido
sobre su conversión. Es verdad que Galilea contaba con un gran número
de paganos, pero no con un culto público y organizado de sus dioses. De
todos maneras, lo que molesta a Jesús de los paganos no es su idolatría
sino su servilismo5. A veces parece tener más esperanzas en ellos que en
los judíos6. El reino de Dios les será transferido. "Cuando un propietario
está descontento de aquellos a quienes ha arrendado su viña, ¿qué hace?
La arrienda a otros que le reportan mayores beneficios"7. Jesús debía de
tener tanto más afecto a esta idea, cuanto que la conversión de los gentiles
era, según las ideas judías, una de las señales más seguras de la venida del
Mesías. En su reino de Dios hace sentarse en el festín junto a Abraham,
Isaac y Jacob a los hombres venidos de todas partes, mientras que los
herederos legítimos del reino son rechazados8. Es cierto que contó entre
sus discípulos con algunas de las personas que los judíos llamaban
"helenos". ¿Pero estuvo Jesús realmente en tierra de gentiles, como
quieren los evangelios? Parece ser que no. La referencia que hacen a Tiro
y Sidón parece negar tal contacto9 , aunque en un pasaje de Marcos (7 24
y 31), que repite Mateo (15,21), se le obliga a realizar un viaje muy rápido
a estas ciudades.
Aclarado el punto del contacto de Jesús con los gentiles, ¿qué se puede
decir de su relación con los samaritanos?
246

Samaria, antigua ciudad de Palestina, capital del reino de Israel,


estaba situada sobre una colina que dominaba una ruta importante hacia
Jerusalén, la capital del rey David. Fue fundada por el rey Omri (que reinó
en 876-869 a.C.), quien la convirtió en la capital de su reino. Los asirios
conquistaron la región a finales del siglo VIII a.C. (según se registra en 2
Re 17, 1-6, 24) y deportaron a muchos de sus pobladores. Los habitantes
de la región, después denominada Samaria, siguieron practicando una
forma de judaísmo y preservaron el denominado Pentateuco samaritano.
Con la caída del Imperio asirio (609 a.C.), Samaria pasó a poder de los
babilonios y después a los sucesivos conquistadores de Palestina. Bajo el
gobierno de Herodes el Grande, la ciudad se denominó Sebaste (que
quiere decir Augusta), en honor del emperador romano. La primera
sublevación judía (66-70) supuso la decadencia de la ciudad.
Encerrada como un islote entre las dos grandes provincias del
judaísmo (Judea y Galilea), Samaria formaba en Palestina un especie de
enclave donde se conservaba el antiguo culto del Garizim, hermano y
rival del de Jerusalén. Aquella pobre secta era tratada con extraordinaria
dureza por los hierosolomitas (cf. Jn 8,48).
Jesús tuvo, al parecer, varios discípulos en Sebaste y pasó allí, al
menos, dos días según quiere Juan (4,39-43), aunque algunos autores
niegan este recorrido. De todos modos, una de sus más bellas parábolas es
la del hombre herido en el camino de Jericó. Un sacerdote pasa, lo ve y
continúa su camino. Un levita pasa y no se detiene. Un samaritano tiene
piedad de él, se aproxima, derrama aceite en sus heridas y las venda (Lc
10,30 ss). Jesús deduce del suceso que la verdadera fraternidad se
establece entre los hombres por la compasión, no por la fe religiosa. El
"prójimo", que en el judaísmo era sobre todo el correligionario, es, para
Jesús, el hombre que tiene compasión por su semejante, que padece con
él, sin importarle la secta a la que pertenece. La fraternidad humana, en el
más amplio sentido, se desprendía de todas sus enseñanzas.
Hay una anécdota que retrata el trato de lejos de Jesús con los
samaritanos (lo cual significa que, históricamente, no hubo contacto con
ellos). La anécdota la cuenta Juan (4, 4 ss), siempre deseoso de mostrar el
trato de Jesús con gentiles y samaritanos.
Jesús regresaba de Jerusalén a Galilea. Pero el camino le quedaba a
media hora de Sebaste, ante la abertura del valle dominado por los montes
Ebol y Garizim. Estaba prohibido comer y beber con los samaritanos10.
Era un axioma de ciertos casuistas que "un trozo de pan de un samaritano
era como carne de cerdo". Jesús no compartía ni aquellos escrúpulos ni
aquellos temores. Envió a sus discípulos a la ciudad a comprar
provisiones, mientras él se sentó cerca del "pozo de Jacob", frente al
Garizim. Era cerca de mediodía. Una mujer de Sebaste vino a sacar agua.
Jesús le pidió de beber, lo que produjo en aquella mujer un gran asombro,
247

porque los judíos se prohibían ordinariamente todo trato con los


samaritanos. Cautivada por la conversación de Jesús, la mujer reconoció
en él a un profeta y, esperando que le hiciese reproches sobre su culto,
tomó la delantera: "Señor -dijo-, nuestros padres han orado sobre esta
montaña, mientras que vosotros decís que es en Jerusalén donde se debe
orar". "Mujer, créeme -respondió Jesús- que ha llegado la hora en que ni
en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que
no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud viene
de los judíos; pero ya llega la hora, y es ésta, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los
adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran han de
adorarle en espíritu y en verdad. Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el
que se llama Cristo, está por venir, y que cuando venga nos hará saber
todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla"(Jn 4,21-26).
No hay que insistir demasiado sobre la realidad histórica de la
conversación que hemos transcrito, puesto que sólo Jesús o su
interlocutora podían haberlo hecho. En todo caso, este pasaje muestra la
fundación del culto puro, sin fecha, sin lugares, sin patria, pero que la
Iglesia obliga a realizar en sus templos.
Se pueden abrigar muchas dudas respecto de Lucas y Juan que narran
los encuentros de Jesús con paganos y samaritanos, pues los dos son
antijudaizantes y tratan de demostrar que Jesús fue favorable a los
paganos. Ambos son los únicos que nos hablan de las relaciones de Jesús
con los samaritanos y con los gentiles, y están, por tanto, en
contradicción con Mateo en este aspecto, pues les dice a los doce después
de haberlos instruido: "No vayáis a los gentiles ni entréis en ciudad de
samaritanos" (Mt 10,5).

2.2. Ungido de Yahvé

Del apego de Isaías a la casa de David, a la que servía como asesor de


Ezequías, nació su “profecía” en la que Dios promete que “brotará un
retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago sobre el que
reposará el espíritu deYahvé...” (Is 11,1-2). Es decir, que del linaje de
Jesé, padre de David, nacerá un Mesías que conocerá y temerá a Dios,
“juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra”, y,
en suma, hará reinar la paz en todas partes y entre todas las criaturas, ya
sean humanas o animales. Tal como sostiene el profesor Andrés Caquot11,
“aquí se encuentran planteadas para las generaciones posteriores las bases
del mesianismo davídico, que no es, como se ha creído, ni mucho menos,
un producto espontáneo de la conciencia popular, sino la reación de un
pensador religioso que ha querido conciliar su apego a las tradiciones de
248

Jerusalén con su sentido de la justicia divina, ofendida por las maniobras


de los reyes”
La fórmula del futuro de Israel quedó completamente fijada en
Babilonia. Los santos dispersos por las orillas del Éufrates tuvieron el
sueño tenaz que inspirará desde entonces todos sus actos y escritos.
Jerusalén será reedificada y restaurado el culto a Yahvé. Un David ideal
hará que reine la justicia en Israel. Se cumplirá lo vaticinado por los
antiguos videntes. Resplandecerá el día de Yahvé y será una espantosa
realidad para los paganos. Al contrario, Israel, recobrando la vida
agrícola y pastoril, disfrutará en sus montañas, fertilizadas de nuevo, el
colmo de la dicha. Desde entonces, el mesianismo, a cada nueva visión,
tomará mayor grado de claridad y energía.
Un contemporáneo de Zacarías, el profeta Daniel, que, según la
tradición vivió en la corte del rey Nabucodonosor sin pasar estrecheces
económicas, postuló también el mesianismo escatológico, pero lo hizo a
tono con el ambiente que respiraba, esto es, sin sello alguno de miseria.
En el capítulo séptimo del Libro de Daniel se descubre la futura victoria
del pueblo hebreo sobre las demás naciones (que están simbolizadas
mediante cuatro bestias monstruosas) de la mano de un “como hijo de
hombre” (Dan 7,13).
Pero lo que para Daniel fue un símbolo dentro de una visión, el “hijo
de hombre” que pretendía denotar a un personaje de porte real, acabaría
por transformarse en una fundamental cuestión de fe cuando empezó a
identificarse a ese “hijo de hombre” con un personaje divino que vivía
junto a Dios desde el principio de los tiempos y que sería el llamado a
ocupar la presidencia en el Juicio Final. Esa interpretación errónea y
caprichosa de un símbolo onírico será empleada por los primeros
cristianos para ayudarse a fundamentar el discurso de la personalidad
divina de Jesús de Nazaret.
Fue en Samaria, probablemente, donde por primera vez se reconoció
a Jesús como el anunciado Mesías, idea vinculada, a su vez, por muchos
lados, con el sentido y el contenido de las doctrinas judaicas y de la
Sagrada Escritura. Desde su recatada posición, los judíos habían confiado
siempre, como hemos dicho, en su salvación por obra de un hombre
divino, que sería, al mismo tiempo, enviado de Dios y rey de su pueblo.
La proclamación de que él era el Mesías llegó a hacerse un asunto de
importancia relativamente menor. Josefo la conocía, pero los rabinos no la
mencionan hasta el final del siglo III, en cuya época la hizo célebre el
cristianismo. La recordaba el judaísmo de la diáspora, pero sin el papel
preponderante que tienen las respuestas a la polémica judía que se ha
conservado. Justino le ruega a Trifón que no se deje “persuadir por los
maestros fariseos” para “burlarse del Rey de Israel”. Probablemente, la
proclamación mesiánica de Jesús apareció en las acusaciones de los judíos
249

ante los romanos, pero no hay señal de que los romanos llegaran ni
siquiera a tomársela en serio. No tenían motivo para ello. En la práctica,
estas pretensiones habían muerto con Jesús. Celso sabía que los cristianos
y los judíos todavía estaban discutiendo sobre esta cuestión. Gran parte de
su material polémico lo obtuvo de una obra escrita desde el bando judío
sobre este asunto, pero puso fin con desprecio a las reclamaciones de unos
y de otros, considerándolas absurdas. Evidentemente, el mesianismo de
Jesús no era un asunto de importancia para los paganos, a los que él
esperaba desalentar de su conversión al cristianismo.
Y parece que tampoco para los judíos, pues Jesús predicó a los judíos
que su esperanza mesiánica no tenía nada que ver con el Estado, sino que
afectaba solamente a la religión. La religión, como tal religión, salvaría a
la humanidad; para ello era necesario que el monoteísmo, libre de todo
ceremonial, restaurado plenamente en el espíritu de los primeros tiempos,
se convirtiera en la religión del mundo. El Mesías es el fundador del reino
de Dios, el cual consiste precisamente en que el hombre se entregue a él y
viva y muera en él. Puede, así, formar el mantillo espiritual en el que,
junto a la existencia política del hombre, se nutra y exalte el sentimiento
de una elevada y universal comunión de la humanidad.
En realidad, si Jesús se creyó Mesías, siempre supo que era un ungido
de otro tipo. Dedicado hasta su edad viril a su propia formación, libre de
la enfermedad contagiosa de su época y de su nación, libre de la inercia
restrictiva que limita su actividad a las necesidades comunes y a las
comodidades de la vida y libre también de la ambición y de otros deseos
cuya satisfacción le hubiera compelido a participar en los acuerdos de los
prejuicios y de los vicios, se propuso elevar la religión y la virtud y
restaurar la libertad de ésta, que es su esencia.
Sólo a la ley moral, y no a la descendencia de Abraham, le asignó
Jesús un valor ante la humanidad; solamente a esta obediencia le concedió
la dignidad merecedora de la bienventuranza en la otra vida. Jesús
encontró establecidos los más altos principios de la moral, no estableció
otros nuevos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”12; “Sed,
pues, perfectos”, “Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres,
hacédselo vosotros a ellos13”. Este último, también utilizado como
máxima prudencial, tiene una amplitud demasiado grande como para
poder constituirse en principio moral. Hubiera sido realmente extraño que
una religión como la judía, que puso a la divinidad como su legislador
político, no hubiera contenido también principios puramente morales.
Obsesionado, pues, por su idea cada vez más imperiosa, Jesús
marchará en adelante con una especie de impasibilidad fatal por el camino
que le habían trazado a su asombroso genio las circunstancias en que
vivía. Tenía alrededor de treinta años (Lc 3,23). El pequeño grupo de
250

oyentes que le habían acompañado cerca de Juan el Bautista se había


incrementado, sin duda, y algunos discípulos de Juan se le habían sumado
(Jn 1,37 ss). Con este primer núcleo de iglesia es con el que el que
anuncia la "buena nueva del reino de Dios" desde su regreso a Galilea.
Ese reino iba a venir y era él, Jesús, aquel "hijo del hombre" que Daniel
en su visión había percibido como el ministro divino de la última y
suprema revelación.
En el Libro de Daniel, en medio de la representación de los imperios
representados por animales, en el momento en que comienza la sesión del
gran juicio y se abren los libros, un ser "semejante a un hijo del hombre"
se adelanta hacia el Anciano de los días, que le confiere el poder de juzgar
al mundo y de gobernarlo eternamente (Daniel 7,4). 'Hijo del hombre' es
en lenguas semíticas, sobre todo en los dialectos arameos, un simple
sinónimo de 'hombre'. Pero aquel capital pasaje de Daniel impresionó los
espíritus; la expresión 'hijo del hombre' llegó aser, al menos en ciertas
escuelas, uno de los títulos del Mesías considerado como juez del mundo
y como nuevo rey de la nueva Era que iba a abrirse. Al aplicárselo a sí
mismo, Jesús no hacía sino proclamar su mesianismo, un mesianismo de
otro tipo, y afirmar la próxima catástrofe en la que debía figurar como
juez, investido con los plenos poderes que le había delegado el Anciano
de los días (Jn 5,22 y 27).
El éxito de la palabra del nuevo profeta fue decisivo. Como el Mesías
debía ser hijo de David, se le concedía naturalmente este título, que era
sinónimo del primero. Para él el título preferido era el de 'hijo del
hombre', título humilde en apariencia, pero que se relacionaba
directamente con las esperanzas mesiánicas. Este título se repite ochenta y
tres veces en los evangelios y siempre en los discursos de Jesús, pues él
mismo se designaba a sí con él, hasta el punto que en sus labios 'hijo del
hombre' era sinónimo del pronombre 'yo', que evitaba utilizar.
Pero en su tiempo otros muchos sí se proclamaron Mesías, aunque no
de su misma índole. Por ejemplo, los zelotes, facción religiosopolítica
judía, conocida por su resistencia fanática al dominio romano en Judea
durante el siglo I. Los zelotes surgieron como grupo político durante el
reinado (37-4 a.C.) de Herodes el Grande. En el año 6 d.C., cuando Judea
pasó bajo dominio directo de Roma y las autoridades ordenaron elaborar
un censo para aplicar impuestos, los zelotes, dirigidos por Judas de
Galilea, convocaron a la rebelión. Aducían que reconocer la autoridad del
emperador pagano de Roma significaría repudiar la autoridad de Dios y
someterse a la esclavitud. Un grupo extremista de zelotes, denominados
sicarios ('los hombres de la daga') adoptaron una resistencia violenta,
asesinando romanos y judíos notables que promovían la cooperación con
la autoridad de Roma. La rebelión llevada a cabo por los zelotes ese año
fue sofocada enseguida y muchos de ellos (quizá también Judas de
251

Galilea) murieron, pero otros continuaron preconizando la resistencia


inflexible a los romanos. Uno de los discípulos de Jesús, Simón, era un
zelote (Lc 6,15). Según el historiador judío Flavio Josefo, los zelotes
desempeñaron un papel importante al promover y apoyar la sublevación
general judía contra los romanos que comenzó el año 66 d.C. Aunque
siguieron atacando a otras facciones judías, lucharon con valentía en
defensa de Jerusalén hasta su caída en el año 70 d.C. Otro grupo de
zelotes defendió la fortaleza de Masada ante el asedio de las tropas
romanas hasta el año 73 d.C., cuando prefirieron el suicidio antes que
rendirse.

2.3. ¿Rebelde o creador?

"¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no...", tal es la


definición que del rebelde nos dejó A. Camus en una de sus obras más
polémicas14. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno
mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. De cierta manera
(como el esclavo), el rebelde opone al orden que le oprime una especie de
derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir.
Pero la revolución conquistadora, en el desvarío de su nihilismo,
amenaza a quienes, contra ella, pretenden mantener la unidad en la
totalidad. Uno de los sentidos de la historia actual, y más todavía de la de
mañana, es la lucha entre los artistas y los nuevos conquistadores, entre
los testigos de la revolución creadora y los constructores de la revolución
nihilista.
Se puede rechazar toda la historia y aceptar, no obstante, el mundo de
las estrellas y del mar. Los rebeldes que quieren ignorar la naturaleza y la
belleza se condenan a desterrar de la historia que desean hacer la dignidad
del trabajo y del ser. Todos los grandes reformadores tratan de construir
en la historia lo que Shakespeare, Cervantes, Molière y Tolstoi supieron
crear: un mundo siempre dispuesto a saciar el hambre de libertad y de
dignidad que siente el corazón de cada hombre. Es indudable que la
belleza no hace revoluciones (inmediatas), pero llega un momento en que
las revoluciones la necesitan. Su regla, que niega lo real al mismo tiempo
que le da su unidad, es también la de la rebelión. ¿Se puede rechazar
eternamente la injusticia sin dejar de proclamar la naturaleza del hombre y
la belleza del mundo? Esta moral, al mismo tiempo insumisa y fiel, es, en
todo caso, la única que ilumina el camino de una revolución
verdaderamente realista. Manteniendo la belleza preparamos ese día de
renacimiento en el que la civilización pondrá el centro de la reflexión
lejos de los principios formales y de los valores degradados de la historia,
252

esa virtud que fundamenta la común dignidad del mundo y del hombre y
que tenemos que definir ahora frente a un mundo que la insulta.
¿Hay que renunciar, por lo tanto, a toda rebelión, bien sea porque se
acepte, con sus injusticias, una sociedad que se sobrevive, o bien sea que
se decida, cínicamente, servir contra el hombre a la marcha frenética de la
historia? ¿Pero vivimos todavía en un mundo rebelde? ¿La rebelión no se
ha convertido, por el contrario, en la coartada de los nuevos tiranos: los
terroristas?
Si este mundo no tiene un sentido superior, si el hombre no tiene sino
al hombre como fiador, basta con que un hombre excluya a un solo ser de
la sociedad de los vivos para que se excluya a sí mismo. Cuando Caín
mata a Abel, huye al desierto. Y si los asesinos forman multitud, la
multitud vive en el desierto y en esa otra especie de soledad que se llama
promiscuidad...
"Mucho más fuerte y positivo que la más fuerte y positiva de las
manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar",
pronunció Ernesto Che Guevara en un discurso a las juventudes
latinoamericanas el 28 de julio de 1960. Pero la libertad más extrema, la
de matar, no es compatible con las razones de la rebelión. La rebelión no
es de modo alguno un reclamación de libertad total. Niega, justamente, el
poder ilimitado que autoriza a un superior a traspasar la frontera
prohibida. Lejos de reclamar una independencia general, el rebelde quiere
que se reconozca que la libertad tiene sus límites en todas partes donde
hay un ser humano, siendo el límite, precisamente, el poder de rebelión de
ese ser. Cuanto más conciencia tiene la rebelión de que reclama un límite
justo, tanto más inflexible se muestra. El rebelde exige, sin duda, cierta
libertad para sí mismo, pero en ningún caso, si es consecuente, el derecho
de destruir el ser y la libertad del prójimo. No humilla a nadie. Reclama
para todos la libertad que reclama para sí mismo; y prohíbe a todos la que
rechaza. Por lo tanto, es posible decir que la rebelión, cuando va a parar a
la destrucción es ilógica. Al reclamar la unidad de la condición humana,
es fuerza de vida, no de muerte. Su lógica profunda no es la de la
destrucción, sino la de la creación. La lógica del rebelde consiste en
querer servir a la justicia para no aumentar la injusticia de la situación , es
esforzarse por emplear un lenguaje claro para no esperar la mentira
universal, y es apostar, frente al dolor de los hombres, a favor de la dicha.
La pasión nihilista, al aumentar la injusticia y la mentira, destruye en su
ira su exigencia anterior y se despoja así de las razones más claras de su
rebelión. Mata, enloquecida al sentir que este mundo está entregado a la
muerte. La consecuencia de la rebelión consiste en negar su justificación
al asesinato, puesto que, en su principio, es protesta contra la muerte. Si
mata, aceptará la muerte. Fiel a sus orígenes, el rebelde demuestra con su
sacrificio que su verdadera libertad no lo es con respecto al asesinato, sino
253

con respecto a su propia muerte. ¿Cómo creer a los que dicen que Jesús de
Nazaret fue un rebelde? Fue un creador, aunque para ello tuviera que
destruir.
Si algún pensamiento llevó Jesús en su último viaje a Jerusalén fue
éste: no hay que pensar en ningún pacto con el antiguo judío. La abolición
de los sacrificios, que tanta repugnancia le habían producido; la supresión
de un sacerdocio impío y altivo, y, en un sentido general, la derogación de
la Ley, le parecieron de una necesidad absoluta. A partir de este momento
no se presenta ya como reformador judío, sino como un destructor del
judaísmo. Algunos partidarios de las ideas mesiánicas habían admitido ya
que el Mesías traería una nueva Ley, que sería común en toda la tierra.
“No se concilia –decía- lo viejo con lo nuevo. No se guarda el vino nuevo
en odres viejos” 15. He aquí, en la práctica, sus credenciales de maestro y
de creador. El templo reconstruido por Herodes el Grande excluía de su
seno a los no judíos con edictos desdeñosos.
Jesús es un revolucionario universal, si se me permite usar esta mala
palabra. Convoca a todos los hombres a un culto basado únicamente en la
condición de hijos de Dios. Proclama los derechos del hombre, no los
derechos del judío. Predica la religión del hombre, no la religión del judío.
Arenga a las masas para la liberación del hombre, no la liberación de los
judíos.

3.El reino de Dios

La expresión 'reino de Dios' o 'reino de los cielos' era familiar a los


judíos desde hacía much tiempo. Pero Jesús le dio un sentido moral, un
alcance social que el mismo autor del Libro de Daniel apenas había
entrevisto en su entusiasmno apocalíptico. Dice Jesús: en el mundo, tal
como es, reina el mal. Satán es el "rey de este mundo"16 y todo le obedece.
Los reyes matan a los profetas. Los sacerdotes y doctores no hacen lo que
ordenan hacer a los demás. Los justos son perseguidos y el único partido
de los buenos es el llanto. Así, pues, el "mundo" es enemigo de Dios y de
sus santos17. Pero Dios despertará y vengará a sus santos. Se acerca el día,
porque el horror ha llegado al límite.
Sigue diciendo: el reino del bien conocerá su turno. El advenimiento
de este reino del bien tendrá lugar gracias a una gran y súbita revolución.
Una serie de parábolas, frecuentemente oscuras, estaban destinadas a
expresar las sorpresas de este súbito advenimiento, sus aparentes
injusticias, su carácter inevitable y definitivo18.
Pero ¿quién establecerá este reino de Dios? El convencimiento de que
él haría reinar a Dios se apoderó del espíritu de Jesús de una manera
254

absoluta. Él se miraba a sí mismo como el reformador universal, el


creador de un nuevo mundo. El cielo, la tierra, la naturaleza en conjunto,
la locura, la enfermedad y la muerte no son, para él, más que
instrumentos. En un determinado momento se cree todopoderoso en su
arrebato de heroica voluntad. Si la tierra no se prestase a esta suprema
transformación, la tierra sería triturada, purificada por la llama y el soplo
de Dios. Un nuevo cielo será creado y el mundo entero se verá poblado de
ángeles de Dios (Mt 22,30).
Una revolución radical (Act 3,21), que comprendiese hasta la misma
naturaleza, tal fue el pensamiento fundamental de Jesús. Siempre había
renunciado a la política (de un cierto tipo); el ejemplo de Judas Galaunita
le había enseñado la inutilidad de las sediciones populares. Por eso nunca
soñó en rebelarse contra los romanos y los tetrarcas. En el desierto de
Judea, Satán le había ofrecido los reinos de la tierra. Se dice que un día las
gentes de Galilea quisieron raptarle y hacerle rey (Jn 6,15). Jesús huyó a
las montañas y permaneció allí durante un tiempo, solo.
La revolución que quiso hacer fue siempre una revolución moral, pero
aún no había llegado a confiar su ejecución en los ángeles y en la
trompeta final. Quería actuar sobre los hombres y por los hombres
mismos. La reforma de todas las cosas querida por Jesús no era más difícil
que muchas transformaciones naturales y sociales que se han hecho.
Aquella nueva tierra, aquel nuevo cielo, aquella nueva Jerusalén que
desciende del cielo, aquel grito: "¡He aquí que reconstruyo todo de
nuevo!" (Apoc 21: 1,2,5) son los rasgos comunes de los reformadores.
Lo que distingue a Jesús de los agitadores de su época y de los de
todos los siglos es su perfecto idealismo. "Dando cierta latitud al
concepto, se podría llamar a Jesús un librepensador", dijo alguna vez F.
Nietzsche. Y es verdad. Jesús no se cuida de lo que tiene fijeza; la letra
mata, todo lo que es fijo mata. La idea válida es la experiencia de la vida
como él sólo la conocía. A su espíritu repugna toda clase de palabra
estática, de fórmula, de ley, de fe, de dogma. Sólo habla de lo más íntimo
que hay: vida, verdad, luz. Tales son los vocablos que emplea para
designar esa cosa interior. Todo lo demás, toda la realidad, no tiene para
él otro valor que el engañarse en este punto. Por grande que sea la
atención que envuelven las preocupaciones cristianas, es decir,
eclesiásticas es un fraude. Ese simbolismo por excelencia está fuera de
toda religión, de toda noción de culto, de toda ciencia histórica y natural,
de toda sabiduría de la vida, de todo conocimiento, de toda política, de
toda psicología, de todos los libros, de todo arte. Su sabiduría consiste
precisamente en la ignorancia completa de semejantes cosas. A Jesús la
civilización no le es conocida ni aún de oídas. No necesitaba luchar con
ella. No lo niega. Lo mismo le sucede respecto del Estado, de las
instituciones civiles y del orden social, con el trabajo, con la guerra. No
255

tuvo jamás motivo para negar el mundo, ni se le ocurrió la idea


eclesiástica del mundo. En muchos aspectos, Jesús era un anarquista
(como quiere Nietzsche), porque no tiene ninguna idea del gobierno civil.
Este gobierno le parece, pura y simplemente, un abuso. Habla de él en
términos vagos y a la manera de una persona de pueblo que no tiene
ninguna idea de la política. Todo magistrado le parece un enemigo natural
de los hombres de Dios; anuncia a sus discípulos altercados con la política
sin pensar un solo momento que haya en ello motivo para avergonzarse19.
Pero nunca se manifiesta en él el intento de sustituir a los poderosos y a
los ricos. Quiere aniquilar la riqueza y el poder, no apoderarse de ellos.
Predice a sus discípulos persecuciones y suplicios, pero ni una sola vez
deja entrever la idea de una resistencia armada. La idea de que se es
omnipotente por el sufrimiento y la resignación, de que se triunfa de la
fuerza gracias a la pureza del corazón, es una idea muy propia de Jesús.
Es decir, lo único que le interesa a Jesús es la política, pero por otros
medios.
¿A quién dirigirse, de quién reclamar ayuda para fundar el reino de
Dios? Jesús nunca vaciló en este punto. Lo que es grande para los
hombres es abominable a los ojos de Dios (Lc 16,15). Los fundadores del
reino de Dios serán los simples. Ni los ricos, ni los doctores, ni los
sacerdotes; las mujeres, los hombres del pueblo, los humildes, los débiles.
La gran señal del Mesías es "la buena nueva anunciada a los pobres" (Mt
9,5). La inversión es total20.
Jesús comenzó su prédica con el anuncio de que había llegado el
Reino. Los judíos esperaban el reino de la teocracia; se pretendía que ellos
creyeran que el Reino de Dios era capaz de existir en la fe. Pero lo que
existe en la fe está opuesto a la realidad y a su concepto. Lo universal
expresa un deber ser, porque es algo pensado, porque no es, por la misma
razón por la que la existencia no puede ser probada.
El Reino de Dios es el estado que se produce cuando reina la
divinidad, es decir, cuando todas las determinaciones, todos los derechos
han sido cancelados. De ahí las palabras de Jesús al joven: "Vende lo que
tienes", porque difícilmente entrará un rico en el Reino de los Dios. Jesús
renuncia a toda propiedad, a todo honor, a toda relación. Las relaciones
con el padre, con la familia, con la propiedad, no podían convertirse en
relaciones bellas; por lo tanto, no debían existir en absoluto, para que, por
lo menos, no existiera su contrario. Sea por un salto, sea por la superación
sucesiva de las determinaciones particulares, Jesús lo intentó por la
primera de estas vías, a través del entusiasmo. Aseguraba que el Reino de
Dios estaba ahí. Anuncia su existencia.
Los judíos esperaban grandes acontecimientos del Reino de Dios: su
liberación de la dominación de los romanos, el restablecimiento de su
256

Estado sacerdotal en su antiguo esplendor... Es decir, esperaban que


sucedieran grandes cambios fuera de ellos. Estos judíos no podían creer
que el Reino de Dios estuviera ahí cuando Jesús lo anunció. Aquellos, sin
embargo, que se basaban en sí mismos, que habían llegado a la
perfección, sí pudieran creerlo.
Lo que Jesús llama "el reino de Dios" es la armonía viviente de los
hombres, su comunidad en Dios; es el desarrollo de lo divino en el
hombre, es decir, al convertirse en sus hijos y vivir en la armonía de su ser
y carácter entero, de su propia multiplicidad desarrollada. En esta
armonía, la conciencia diversificada de los hombres entra en consonancia
con un espíritu y las variadas estampas de sus vidas concuerdan en una
vida. Pero lo que es más: se cancelan así también los muros de división
levantados contra los otros seres diviniformes. Es el mismo espíritu
viviente el que anima los diferentes seres que entonces, ya no meramente
iguales entre sí, sino concordantes; que ya no forman una asamblea, sino
una comunidad, puesto que están unidos no por un concepto, sino por la
vida, por el amor."Un mandamiento nuevo os doy -dice Jesús- : Que os
améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos21".
Esta amistad del alma, que para el lenguaje de la reflexión es una
entidad, un espíritu, es el espíritu divino, es Dios que rige la humanidad.
¿Existirá una idea más bella que la de un pueblo formado de hombres
cuya relación mutua es el amor? ¿Habrá una idea más enaltecedora que la
de pertenecer a una totalidad que, en cuanto abarcante y una, es el espíritu
de Dios, siendo los miembros individuales sus hijos?
Los amigos de Jesús se mantuvieron juntos después de su muerte,
comían y bebían en común. Algunas de sus hermandades cancelaron todo
derecho de propiedad entre sí; otras lo hacían parcialmente, por la gran
profusión de limosnas y contribuciones a los bienes de la comunidad.
Conversaban entre sí de su amigo y maestro ausente, oraban en común y
se fortalecían mutuamente en su fe y en su valor. Sus enemigos acusaban
a algunos de las sociedades cristianas de que tenían también sus mujeres
en común; estas sociedades, sin embargo, o bien carecían del valor y de la
pureza para merecer tal acusación o bien del valor y de la pureza de no
avergonzarse de ella. Muchos se encaminaron conjuntamente para hacer
participar a otros pueblos en su fe y en sus esperanzas. Porque ésta es la
única acción de la comuniad cristiana, el proselitismo constituye un
carácter esencial. Porque es un Reino, éste va a la conquista de otros. Es la
voluntad de poder.

2.4. Rey de los judíos

No se ve claramente qué decidió a Jesus a ir a Jerusalén.


Probablemente no fue sólo el deseo de celebrar la Pascua en la Ciudad
257

Santa. Firmemente seguro de que poseía y anunciaba la verdad, se


persuadió tal vez de que se manisfestaría en Jerusalén y de que
únicamente allí resplandecería el Gran Día. Esto es lo que deberíamos
creer si pudiéramos confiar en el relato de su entrada mesiánica en la
ciudad, entre aclamaciones populares; pero yo, por mi parte, como otros,
dudo de su veracidad, al menos, tal como está descrita en los evangelios.
Tal entrada en Jerusalén, montado en un asno, será reproducida por
Jesús de Nazaret, sin duda alguna, para dar a entender a los judíos que él
era el Mesías profetizado en Zac 9,9-10, que decía: “Alégrate
sobremanera, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu Rey, justo y
victorioso, montado en un asno, en un pollino hijo de asno”.
Abre Marcos la segunda parte de su evangelio con el siguiente relato
del hoy llamado Domingo de Ramos:

Y cuando se aproximaban a Jerusalén, a Betfagé y Betania, junto


al Monte de los Olivos, envió a dos de los discípulos y les dijo: Id a
la aldea que está enfrente, y luego que entréis en ella, encontraréis
un pollino atado, sobre el que nadie montó aún; soltadlo y traedlo.
Si alguno os dijere: ¿Por qué hacéis esto?, decidle: El Señor tiene
necesidad de él; y al instante os lo dejará traer. Se fueron y
encontraron el pollino atado a la puerta, fuera, en el camino, y le
soltaron. Algunos de los que allí estaban les dijeron: ¿Por qué
desatáis el pollino? Ellos les contestaron como Jesús les había
dicho, y los dejaron. Llevaron el pollino a Jesús, y echánlole
encima sus vestidos, montó en él. Muchos extendían sus mantos
sobre el camino, otros cortaban verde de los campos, y los que le
precedían y le seguían gritaban: ¡Hosanna! Bendito el que viene en
el nombre del Señor. Bendito el reino que viene de David, nuestro
padre. ¡Hosanna en las alturas! Entró en Jerusalén, en el templo, y
después de haberlo visto todo, ya de tarde, salió para Betania con
los doce22

Cualesquiera que fueran las intenciones o las esperanzas de Jesús, fue


una mala inspiración la de trasladarse a quel medio que no era el suyo y
en el que sus enemigos naturales eran los amos. ¿Cometío allí alguna
imprudencia, como la de entregarse a actos contra los mercaderes de las
palomas o los cambistas establecidos en el atrio? Puede ser. En todo caso,
el procurador romano había aprendido a desconfiar de los "inspirados"
judíos. No les fue difícil a los sacerdotes y doctores persudirlo de que , en
interés del orden, debía poner fin a las agitaciones de un galileo
cualquiera. Pilatos hizo detener a Jesús, lo juzgó y lo puso en la cruz. El
pueblo le dejó hacer. Según todas las apariencias, los esfuerzos de
nuestros evangelios para declarar inocente al romano y arrojar sobre los
judíos la entera responsabilidad del crimen, no se inspira en la verdad de
258

los hechos, sino en un deseo de congraciarse con las autoridades romanas


en un tiempo en que sólo en ellas encontraban apoyo los cristianos contra
la animosidad de las sinagogas.
Jesús no había previsto lo que le sucedió; el espanto y la fuga de sus
discípulos son la prueba evidente de ello; el golpe de fuerza de Pilatos lo
hería en pleno sueño y parecía arruinar su obra. Es verosímil que, en sus
último días, la inquietud por lo porvenir, la incertidumbre del presente y -
¿quién sabe?- la duda de sí mismo se hayan apoderado de él y que el
pensamiento de su muerte próxima haya pesado sobre su espíritu; pero
nada nos autoriza a creer que haya juzgado entonces que su sacrificio era
necesario para la realización de su misión. Todo nos obliga a pensar que
no dijo nada parecido. En verdad, puesto que el milagro anunciado no se
producía, que Yahvé no se manifestaba, ¿qué más podía hacer sino huir a
Galilea precipitadamente o inclinar la cabeza y sufrir su destino? Tal vez
pensó en regresar a su país; esta suposición se apoya en que, según el
Evangelio de Mateo, citó a sus discípulos en Galilea. De todos modos, le
faltó tiempo para cumplir su propósito... si lo tuvo.
El "escándalo de la cruz", como dirá san Pablo, puso término a la
tentativa de Jesús. Él había aparecido para anunciar un acontecimiento
que no se produjo; había perecido; sus discípulos se habían dispersado,
presas de pánico; ¿no debían abandonar hasta las esperanzas que había
puesto en su corazón, y lamentar o maldecir su error y el de ellos mismos?
No lo olvidemos, Jesús no había fundado nada. No había traído una
religión nueva, ni siquiera un rito nuevo, sino una concepción personal -
más que original- de la piedad en la religión judía, de la que no pretendía
cambiar ni la fe, ni la Ley, ni el culto. En el centro de su enseñanza se
situaba la idea mesiánica que compartía con casi todos sus compatriotas,
idea que sólo él concebía de una manera distinta. Atribuirle la voluntad de
crear una iglesia, su Iglesia, de proveerla de ritos, de sacramentos, signos
sensibles de su gracia y de prepararle la conquista del planeta, son otros
tantos anacronismos. Más: son otras tantas deformaciones de su
pensamiento que, de conocerlas, lo hubieran escandalizado. Pero
entonces, ¿qué podía quedar de él, aparte de algunas máximas morales,
seguramente provechosas, pero menos originales de lo que ordinariamente
se afirma, aparte del recuerdo de su encanto personal? La lógica responde:
nada. Y sin embargo, la serie de acontecimientos que siguieron pareció
desmentir la lógica.

2.5. Mesías, un líder político

El segundo evangelio conserva tradiciones que indican una


actitud muy poco contemporizadora con Roma. Pese a los esfuerzos del
evangelista, pueden percibirse tendencias antirromanas en la piara de
259

Gerasene, sobre quien cae, por la orden de Jesús, el demonio llamado


"legión" (Mc 5,1-13). Otro indicio de sentimiento antirromano se advierte
en la denominación "fariseos y herodianos" aplicada a los adversarios de
Jesús. Esto último refleja la situación que se produjo durante el gran
levantamiento contra Roma, cuando Agripa II y varios representantes del
fariseísmo intentaron llegar a un entendimiento con los romanos, cuyas
fuerzas estaban por entonces estacionadas en Galilea.
El mismo hecho de que Jesús de Nazaret perviva en la historia como
Christos, es decir, Messiah, demuestra claramente que un importante
grupo de seguidores suyos tenían objetivos políticos, y atribuían
significado político al segundo advenimiento, pues un Mesías es el
caudillo político de Israel, un caudillo que realiza sus funciones dentro de
la vida social de la nación. El vocablo 'messiah' indica un dirigente
mundano, un hombre entre hombres, no un caudillo de seres celestiales.
Los evangelios afirmaron claramente el hecho de que algunos de sus
discípulos hicieron una proclamación de soberanía a favor de Jesús y que
éste fue juzgado y ejecutado por ese hecho.
A diferencia del Cristo de Marcos y Lucas, que predicen su muerte,
pero no la forma de la misma23, el Cristo del cuarto evangelio, como el
Jesús de Mt 20,19, predice, concretamente, que morirá en la cruz. Las
palabras atribuidas a los judíos en Jn 18, 31, están destinadas a mostrar
que se cumple la predicción de Jesús y a permitir subrayar, al mismo
tiempo, al evangelista la responsabilidad judía en la crucifixión. No había
dificultad alguna para demostrar que la profecía contenida en Jn 12,33-34,
se había cumplido: Jesús había muerto crucificado. Pero la crucifixión era
una forma de ejecución romana. El sistema judicial judío no incluía tal
pena. De ahí que el evangelista tuviera que demostrar de algún modo que,
pese al hecho de que Jesús había muerto de la manera cómo había muerto,
no habían sido los romanos, sino los judíos, quienes habían conspirado
para matarlo de aquel modo. Los judíos de Juan están destinados como
pueblo a matar a Jesús24
Aunque Jesús fuese crucificado, para achacar a los judíos la
responsabilidad de su muerte se afirma que no tenían a mano más que la
crucifixión. Impotentes para realizar sus designios mediante la lapidación,
deben recurrir a Pilatos, y así resulta que Jesús es crucificado. Se cubren
así dos objetivos al mismo tiempo: se cumple la profecía y se culpa de
ello a la maldad de "los judíos". Veamos un resumen de la pasión y
muerte de Jesús de Nazaret hecha por la escrutadora mirada de P. Winter.
Puede afirmarse con seguridad que Jesús fue detenido por personal
militar romano (Jn 18,12), por motivos políticos (Mc 14,18) y conducido
luego ante un funcionario administrativo judío del lugar25 en la misma
noche. A la mañana siguiente, tras breve deliberación con las autoriades
260

judías26, fue entregado de nuevo a los romanos para que lo juzgasen27. El


gobernador lo condenó a morir en la cruz28. La sentencia se ejecutó según
el procedimiento penal romano29.
Resulta bastante razonable la conclusión de que Jesús fue interrogado
la noche de su prendimiento (durante el intervalo entre su envío a un
funcionario judío y la deliberación matutina en la sala del Consejo), por
un miembro del cortejo del Sumo Sacerdote, que también interrogó a
algunos testigos y redactó un acta de acusación que los magistrados judíos
aprobaron la mañana siguiente al prendimiento30. Tras haber sido
condenado por Pilatos, el reo fue escarnecido por los soldados del pelotón
de ejecución (Mc 15,16-20).
No puede darse respuesta segura a las siguientes cuestiones:
Primera, ¿cuál fue la causa inmediata que indujo a las autoridades a
emprender una acción oficial contra Jesús?
Segunda, ¿quién tomó la iniciativa de ordenar la detención de Jesús?
Tercera, ¿qué hizo Jesús exactamente para provocar una acción
policial contra él? Se puede sospechar que sus actividades hubieron de
tener un tinte político para algunas personas, antes incluso de que se
produjera su muerte, puesto que fue crucificado por considerársele
culpable de tumulto o sedición
Si los seguidores de Jesús hubieran aspirado a entronizar a su maestro
como Mesías, y si hubiera llegado a oídos del gobernador aspiraciones de
tal género, éste no habría tolerado tales maquinaciones. Habría intentado
aplastar el movimiento de inmediato, liquidando a su caudillo. El pequeño
grupo que se reunía en torno de Jesús tenía claras tendencias que aún no
habían ganado tanta fuerza como la que tenían en otros movimientos
judíos contemporáneos. Los dirigentes del Sanedrín quizás fueron más
hábiles que Pilatos en la tarea de apreciar la posibilidad de implicaciones
políticas en el movimiento promovido por Jesús. Inquietos por las
repercusiones que pudiera tener el movimiento, quizás informasen a
Pilatos del peligro latente. En tal caso, Pilatos no habría tardado en decidir
los medios que había que tomar. En este sentido el Evangelio según
Marcos contiene referencias31 a ciertos acontecimientos que, es muy
posible, provocasen una acción preventiva de las autoridades.
Analicémoslas.
Aunque considerásemos Mc 8,27-30, un fragmento biográfico (o un
reflejo de una discusión posterior), no sería más que una declaración del
mesianismo de Jesús hecha por seguidores, y en modo alguno una
manifestación de pretensiones mesiánicas del Maestro mismo. Si Jesús
hubiese proclamado su mesianismo, habría significado enarbolar, en
realidad, la bandera de la rebelión. No se trataba de lo que Jesús
entendiera por la palabra 'messiah', sino de lo que entendían los otros.
261

La segunda de las referencias es la de la llamada "entrada triunfal en


Jerusalén" (sin palmas, porque allí no las había). Tal como se relata en el
evangelio, el acontecimiento tiene la apariencia de una manifestación
mesiánica inconfundible, aunque la historia entera de este relato está
extrañamente desconectada de lo que sigue. Todas las manifestaciones
evangélicas, sin embargo, nos dan los rasgos de una manifestación
política. Es evidente que la tradición vio la entrada de Jesús en la capital
de Judea como una toma simbólica de las riendas del gobierno.
El último de los tres relatos a que nos referimos es el de un incidente
que puede designarse con las palabras de "expulsión de los mercaderes del
Templo". La interrupción violenta e ilegal de la actividad mercantil
legítima de vendedores y banqueros autorizados, que posiblemente
causase daños en sus propiedades, ultrajaría su sentido de la propiedad. Si
los propietarios indignados informaron del incidente a sus familias
influyentes, el informe tuvo que contribuir sin duda a predisponer a las
autoridades contra Jesús.
En cuarto lugar, destaquemos que la época de Pascua era,
evidentemente, un período de agitación política. La gran masa de
peregrinos que acudían a Jerusalén para celebrar la festividad con que se
conmemoraba la liberación de Israel de la servidumbre egipcia era muy
propicia a la revuelta. Había en ella elementos políticamento
descontentos. Los gobernadores, conscientes de ello, estaban ojo avizor.
Aunque normalmente residían en Cesarea, acudían para Pascua a
Jerusalén, acompañados de refuerzos militares.

3. Drama mesiánico

De acuerdo con la visión de E. Schure, la vida de Jesús de Nazaret es


un drama mesiánico en tres actos: la tentación, la transfiguración y la
resurrección, que representan la iniciación de Cristo, la revelación total y
la coronación de la obra, esto es, corresponden a los misterios del Hijo,
del Padre y del Espíritu Santo.
Según nuestra visión, el verdadero drama es todo lo que corresponde a
la Pasión. Hasta ahí no es sino tragedia: el encuentro con el destino. No
olvidemos la manera cómo fueron escritos los evangelios. El evangelio
(entendiendo por tal término un relato de la vida y las enseñanzas de
Jesús, su muerte y resurrección) -hemos dicho en otro lugar32- creció hacia
atrás: el final estuvo allí antes de que se hubiese pensado el principio. Se
recordaban mejor las últimas cosas. La primera predicación, las
tradiciones antiguas, se centraban en el tema de los sufrimientos y la
gloria del Mesías. Fue luego, al crecer el evangelio, cuando se prologó
con recuerdos de hechos de su vida la historia de la Pasión de Jesús. El
262

punto en que el evangelio comienza se alcanzó retrospectivamente, esto


es, partiendo del período de su muerte hasta su bautismo; luego, hasta su
nacimiento; y, por último (para empezar ya por el Principio Mismo), hasta
el Verbo que estaba en Dios, como quiere Juan. Y justamente es este
evangelista el que le da el aspecto más (melo)dramático a los hechos de la
Pasión. Sin lugar a dudas esto fue lo que vio con toda claridad J. S. Bach
para escribir su más famosa cantata, la Pasión según san Juan, que ,
además del relato bíblico, incluye textos profanos.
Las rudas y obsesivas semicorcheas del coro inicial ("Cristo, fe de los
ángeles") forman un fondo de inquietud sobre el que se destacan las
dolorosas disonancias de los oboes. Las numerosas vocalizaciones
ejecutadas por el coro contribuyen a crear una atmósfera de dolor
desesperado, que no concuerda siempre con la marcha sublime del texto.
El primer recitativo nos enseña que , en esta Pasión, no hay distinción
entre la música que subraya las palabras pronunciadas por Jesús y la que
acompaña la de las palabras del evangelista y de los personajes
secundarios. La traición de Judas y el prendimiento de Jesús están apenas
mencionados; solamente la resistencia de Simón Pedro tiene algún detalle.
Viene a continuación el segundo coro. Aquí nos encontramos por primera
vez ante un texto y un ambiente en que la comunidad participa de lleno en
la acción, inyectándole a ésta su propia vida. Al decir Jesús que acepta los
sufrimientos que debe padecer, el coro consiente con estas palabras: "¡Que
tu santa ley reine en todo lugar!". Cuando el evangelista termina de relatar
que Jesús fue conducido ante el Gran Sacerdote, la contralto considera
cómo las cadenas que aprisionan a Jesús nos han liberado de la esclavitud
del pecado.
La palabra 'cadenas' sugiere a Bach imágenes de una plasticidad
admirable en la parte del continuo y en el canto. De lejos, Pedro y Juan
siguen al Salvador cautivo. Entonces, la soprano confiesa: "Quiero seguir
mi vida". Para acompañar estas palabras, el compositor escribió una
música admirablemente alegre, que no parece ilustrar cabalmente la
situación tan dramática del Salvador abandonado por sus discípulos.
El interrogatorio del Gran Sacerdote, así como la triple negación de
Pedro, apenas están esbozados; sin embargo, la pregunta formulada por
los demás: "¿No eres tú uno de sus discípulos?" y el arrepentimiento de
Pedro, están tratados por la orquesta con mayor amplitud. El cromatismo
y las síncopas con la música que subraya la frase "Y lloró amargamente"
hacen de este episodio uno de los más emotivos de la obra. Sigue el aria
del tenor, que parece tener menos profundidad cuando se la compara con
el recitativo anterior. La melodía coral "Pedro después de haber caído en
la tentación" cierra sobriamente la primera parte y constituye el leit motiv
de la Pasión según san Juan.
263

La segunda parte abre con un coro: "Rey siempre alabado". La


condenación por Pilatos está tratada con muchos más detalles que las
demás escenas. Pilatos pregunta qué es lo que los enemigos de Jesús
hacen valer en contra de su prisionero. Un odio implacable, que hacen
suponer las palabras "Si este hombre no hubiera hecho mal", destaca al
final del coro, que termina con un "no" cuatro veces repetido, cada vez
con mayor brutalidad. Cuando Pilatos invita a los judíos a juzgar a Jesús
según su propia ley, Bach, haciendo gritar al coro "Nosotros no tenemos
derecho para condenar a muerte a los culpables", evoca por medio de este
grito los instintos asesinos que agitan a las masas.
El diálogo, en el que Pilatos pregunta a Jesús si se considera rey de los
judíos, tiene también cierto atractivo a causa de la naturaleza del texto: "Si
de este mundo fuera mi reino, mis ministros lucharían". Cuando Pilatos
propone perdonar a Jesús en la fiesta de Pascua, el pueblo reacciona
dando una respuesta negativa más larga: "¡A ése no, a Barrabás!".
El evangelista, al relatar cómo fue flagelado Jesús, sugiere a Bach unas
vocalizaciones a este pasaje: "Contempla, corazón mío, a tu Jesús", con
dos violas de amor obligadas. Por primera vez el lirismo alcanza el
apogeo en la obra. La ignominiosa coronación de espinas inspira a la
muchedumbre el insultante grito: "¡Salud, rey de los judíos!", henchido de
odio.
Un coro paralelo de sacerdotes y sus seguidores vocifera:
"¡Crucifícale!". Los gritos prolongados que alternan con el breve y
entrecortado estallido de las voces producen un punzante efecto dramático
sin igual en ningún otro sitio de la obra. Pilatos accede: Jesús será
crucificado. No obstante, su declaración de que considera al reo inocente
provoca en la masa una cólera infernal: "Nosotros tenemos una ley, la que
tú representas, y según esta ley debe morir, pues se hizo pasar por hijo de
Dios". Pilatos duda aún, a pesar de que ya había dado su conformidad. La
muchedumbre le advierte y le amenaza: "Si sueltas a éste, no eres amigo
del César". Diríase que Pilatos quiere librarse de su responsabilidad,
cuando señalando a Jesús con el dedo provoca a la muchedumbre con sus
palabras: "¡He aquí vuestro rey!". Esta frase no hace más que excitar las
pasiones del populacho. "¡Basta, crucifícalo!", gritan. Pilatos se ve
obligado a acceder y Jesús es conducido al Gólgota. El bajo solista
advierte: "¡Almas dolientes, apresuraos!", lanzando una exclamación
repetida con angustia. El coro pregunta: "¿Adónde?". Se contesta: "¡Al
Gólgota!"
La crucifixión está descrita con sencillez. Sin embargo, los sacerdotes
que discuten sobre la inscripción que quieren poner sobre la cruz y los
soldados que se reparten las vestiduras del reo inspiran magníficos coros
al compositor. Después que Jesús ha encargado a uno de sus discípulos
264

que cuide de María como de su propia madre, el coro canta la melodía leit
motiv, con estas palabras: "Entre todos los dolores...". La contralto repite
la última palabra de Jesús en la cruz, en el aria con viola de gamba
obligada: "Todo ha sido consumado". Este es el segundo lugar de gran
lirismo de la obra. El aria tiene una parte central de carácter triunfal: "Así,
pues, Judá, todo ha terminado, tu Héroe Santo ha vencido". Después de la
narración, más bien concisa, de la muerte de Jesús, sorprende el aria para
bajo con acompañamiento de coral: "¡Oh, mi Salvador!", una siciliana con
himnos maravillosamente extraños en el que el coro canta paralelamente
el leit motiv. Es probable que la descripción de la muerte del crucificado,
tal como la encontramos en el Evangelio según Juan, pareciera a Bach
demasiado monótona, pues en este lugar intercaló varios versículos de
Mateo: "El velo del templo se rasgó..." y "La tierra tembló". Sigue un
emotivo arioso para tenor que se adapta a la descripción anterior; no así el
aria para soprano de acentos dolorosos: "¡Estalla en sollozos, oh triste
corazón!", que presenta muy poca trabazón con el texto precedente.
El final de la adaptación musical del texto evangélico es la simple
mención de la sepultura de Jesús. Con una ardiente oración, el coro ruega
por el descanso de los restos sagrados: "Descansa en paz, ¡oh dulce
Salvador!". También el coro ejecuta el epílogo: "¡Que el ángel que no
espero... aparezca en los últimos instantes...", que reconcilia, gracias a la
Pasión y Muerte de Jesús, a los fieles con la idea de la muerte. Hasta aquí
un recorrido, a vuelo de pájaro, por la Pasión según san Juan de J. S.
Bach33.
Hay, en los evangelios, una serie de personajes activos y otros pasivos.
Muchos de los activos son históricamente discutibles. Entre los personajes
activos, José de Arimatea es un personaje histórico. No fue miembro del
gran Sanedrín (pese a lo que diga el tercer evangelista) ni discípulo de
Jesús. Era miembro de un Beth Din inferior (había tres tribunales judíos
en Jerusalén) que tenían encomendada la tarea de asegurar que los
cadáveres de los ejecutados tuviesen un entierro digno antes del oscurecer.
Cumplió este deber de acuerdo con el derecho judío y se recordó este acto
con piedad. La tradición transformó a José de Arimatea en cristiano.
Otro personaje activo, que parece ser histórico, es Simón de Cirene.
Era un transeúnte que pasaba por la vía dolorosa cuando Jesús se dirigía
al Gólgota. Fue requerido para llevar la cruz. El hecho lo resgistran los
evangelistas sinópticos34. ¿Cómo se pudo retener el nombre de alguien
que fue obligado a realizar un servicio y que simplemente pasaba por ahí?
Nos aventuramos a una respuesta: sus hijos se hicieron cristianos. Esto lo
deducimos de la cita de Marcos que dice: "Le sacaron para crucificarle, y
requisaron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, que venía del
campo, el padre de Alejandro y de Rufo, para que llevase la cruz" (Mc
265

15,20-21). Parece que tales eran dos adeptos bien conocidos por la iglesia
de Roma.
Según los evangelios, hay tres grandes personajes pasivos en el drama
mesiánico: hacen porque se dejan hacer. Esos personajes son Barrabás,
Poncio Pilatos y Jesús de Nazaret . Hablemos de los dos primeros.
Los cuatro evangelios contienen incoherencias en sus diversas
versiones de la liberación de Barrabás. Por si no bastase esto, relatan
todos el supuesto suceso de distinta forma. No hay, por último, ninguna
mención aparte de la suya de que existiese la costumbre, judía o romana,
de conceder el perdón a un preso la víspera de la fiesta de Pascua o
durante la Pascua.
Lo que nos cuenta el segundo evangelista y repite el primero es que
Pilatos tenía la costumbre de congraciarse con la población provincial,
concediendo en esta fecha la liberación de un preso, el que eligiesen35.
Pero los evangelistas no nos explican cómo podía haber adoptado tal
“costumbre” un gobernador romano, obligado por su cargo a respetar el
Derecho romano. Los judíos, que suelen ser muy meticulosos en la
recopilación de todos los detalles de los usos y costumbres nacionales,
tampoco han conservado ningún rastro ni hacen referencia alguna de tal
costumbre. Por tanto, el privilegium paschale es sólo fruto de la
imaginación. No existió tal costumbre. Sin embargo, no parece que haya
sido todo invención. A continuación, P Winter ofrece una hipótesis de
solución del problema, en un intento de explicar lo que pudo haber
sucedido.
Había dos personas llamadas ‘Jesús’ que estuvieron al mismo tiempo
cautivos de Pilatos: Jesús de Nazaret y Jesús el hijo de ( R)Abba(n).
Pilatos había ordenado la detención de uno de ellos: Jesús, el hijo de José.
A este Jesús lo detuvo, en el Monte de los Olivos, un destacamento de
soldados romanos, ayudado por la policía del Templo. De allí lo llevaron
a la residencia del Sumo Sacerdote para que lo interrogase (Jn 18, 12-13).
El Sumo Sacerdote había sido avisado para que tuviese dispuesta un acta
de acusación para una sesión matutina en la corte del prefecto. El otro
Jesús, el hijo de (R)Abba(n), quizás fuese detenido aproximadamente al
mismo tiempo y puesto de inmediato bajo custodia romana. Cuando
llevaron a presencia del prefecto al primer Jesús (Jesús de Nazaret) de la
sala de sesiones del Sanedrín, Pilatos pudo no haber advertido la identidad
de los dos presos que ahora estaban bajo custodia romana, que se
llamaban ambos ‘Jesús’. El gobernador no podía tener un conocimiento
muy profundo del funcionamiento interno de los asuntos judíos y en su
círculo de conocidos no es probable que hubiese individuos del status de
Jesús (de Nazaret). Si le informaron que habían sido detenidos dos
hombres en vez de uno, ambos con el nombre ‘Jesús’, no podía estar
266

seguro de la identidad de la persona a quien quería procesar. De ahí que


formulara la pregunta “¿Cuál de los dos?” a la gente que hubiera fuera del
palacio o a los custodias que acompañaban al preso. La dramática escena
de los evangelios en la que se describe el clamor de la multitud pidiendo
liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús de Nazaret es posible,
pero la realidad histórica podría haber consistido sólo en una declaración
respecto a la identidad de los dos ‘Jesús’ detenidos. Por ella, habría sabido
Pilatos que Yeshu bar (R)Abba(n) no era la persona a la que se había
ordenado detener. Por tanto, lo puso en libertad e inició el juicio de Jesús,
“el rey de los judíos”.
Yeshu bar (R)Abba(n) parece haber sido un individuo que existió
realmente y que estuvo detenido en una cárcel romana de Jerusalén en la
época en que fue presentado Jesús de Nazaret a Pilatos. Quién era
exactamente, la causa de su detención y lo que hizo después de que lo
pusieron en libertad no podemos saberlo.
Son totalmente inaceptables las tesis de quienes dicen que Barrabás era
un caudillo rebelde y que llevaba de seis a doce meses preso, esperando la
ejecución, cuando lo dejaron libre el día del juicio de Jesús de Nazaret. Si
Barrabás hubiese sido detenido y juzgado culpable de un acto
revolucionario, habría sido ejecutado de inmediato.
Escribió F. Nietzsche en El Anticristo de Poncio Pilatos:

En todo el Nuevo Testamento no hay más que una sola figura


honorable: Pilatos, el gobernador romano. No podía resolverse a tomar
en serio una disputa de judíos. Un judío más o menos, ¿qué importaba?
La noble ironía de un romano ante el cual se ha hecho un descarado
abuso de la palabra ‘verdad’ ha enriquecido el Nuevo Testamento con
la única frase que tiene valor, que es su crítica y hasta su
aniquilamiento: ¿Qué es la verdad?

La verdad respecto a Pilatos está, en el entender de los estudiosos


modernos, muy lejos de lo que prejuiciosamente en contra de los judíos
escribió el filósofo de Sils-María. Veamos.
Por fuentes romanas (Tácito, Anales), sabemos que fue Pilatos quien
ordenó matar a Jesús, pero de los trámites legales que condujeron a la
condena a muerte no sabemos prácticamente nada. Desde luego, no debió
de ser el procedimiento que se utilizaba en Roma, capital del Imperio,
sino un procedimiento militar sumario, como era característico en la
administración de justicia que realizaban los gobernadores provinciales
romanos36.
Pilatos estaba preocupado por el descontento generalizado que había
en la población y quizás hubiese advertido del peligro al Sumo Sacerdote
267

y le hubiera aconsejado tomar medidas para impedir la propagación del


descontento, amenazando al mismo tiempo con actuar él mismo si las
autoridades judías seguían sin hacerlo. Es imposible saber si Pilatos tenía
noticias de Jesús y si pensaba que sus predicaciones contribuían a agitar al
pueblo. ¿Tomó Pilatos directamente la iniciativa de actuar contra Jesús?
¿Se limitó a expresar su insatisfacción con las condiciones del país y a
insistir en que debía hacerse algo al respecto? No hay posibilidad de
responder a esto.
Es muy poco probable que el autor del cuarto evangelio, cuyas
simpatías se inclinaban más por los romanos que por los judíos (cf. Jn 19,
11), les hubiese asignado a aquéllos un papel en la detención de Jesús de
no mediar un informe que sostuviese tal participación romana. Las
tendencias del cuarto evangelista en el relato de la Pasión se caracterizan
por una actitud conciliadora hacia Pilatos y hacia Roma, mientras que su
actitud hacia los judíos es de amargura (¿resentimiento?) y rencor. Si no
hubiese habido ningún informe, ninguna tradición anterior que afirmase
que personal romano había detenido a Jesús, difícilmente Juan, por
iniciativa propia, habría acusado a los romanos asignándoles el papel de
fuerza principal en la detención.
Marcos se escribió, probablemente, en Roma, poco después del año 70
de la Era cristiana, cuando el recuerdo de la lucha entre judíos y romanos
estaba aún en el pensamiento de todos. Los romanos seguían considerando
el cristianismo como un movimiento apocalíptico judío, cuya propagación
produciría una alteración del orden público y desembocaría en sucesos
como los acaecidos en fechas no muy lejanas. Para el autor del Evangelio
según Marcos, que escribía en la capital del Imperio, era claramente
embarazoso rememorar la participación romana en el suceso de la
detención y condena de Jesús.
De los análisis de los textos se deduce que, en la detención de Jesús,
participaron tanto soldados romanos como miembros de la policía del
Templo de Jerusalén. Es probable que esto figurase en la tradición
originaria. Un juicio similar cuadra con el informe de los evangelistas de
que Jesús fue conducido a la residencia del Sumo Sacerdote, de acuerdo,
al parecer, con una orden de que se preparase una acusación para un juicio
ante el prefecto.
¿Causas de la detención? Hay afirmaciones significativas en Marcos
(14,18-49). Jesús reconviene a los que han llegado a detenerlo en la
oscuridad de la noche diciéndoles: “Como contra un rebelde habéis salido
[armados]con espadas y palos para detenerme. Estuve entre vosotros
enseñando de día en el recinto del Templo y no me detuvisteis”. A un
caudillo rebelde quizás hubiera que detenerlo en su refugio de la noche,
pero a un maestro se le puede hallar entre sus discípulos a cualquiera hora
268

del día. En este lugar de Marcos tenemos un leve rastro de una tradición
que indicaba de modo implícito que la detención de Jesús se realizó con
ciertas precauciones por temor a posibles actividades insurgentes.
“Y con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su
izquierda”37. Esto es historia.
El delito por el que lo ejecutaron se proclama implícitamente en el
títulus de la cruz. Sin embargo, aunque Marcos 14, 48, nos indique el
motivo preciso de la detención de Jesús, refuta también la veracidad de la
acusación. Pues Jesús de Nazaret no era, en ningún sentido del término,
un lestés . No era un revolucionario, impulsado por ambiciones políticas
de poder; era un maestro que exponía abiertamente su doctrina. No
proclamó el advenimiento de su propio reino, sino que predicó el Reino de
Dios que llega sin ocultaciones ni cautelas. Aunque la detención fuese
absurda, aunque la sentencia fuese cruel, el evangelio más antiguo nos
indica la razón de ambas cosas. Jesús fue detenido, acusado, condenado y
ejecutado por el delito de rebelión, entre revolucionarios.
Jesús no era un rebelde político (lestés) que quisiese transformar las
condiciones sociales en el mundo por medios violentos. Pero la religión
sin política era tan inconcebible como la política sin religión. Lo primero
habría significado “fe sin obras”, lo otro “juicio sin caridad”. Para Jesús,
como para el pensamiento judío, en general, religión y política son
inseparables.
Sabemos más de Poncio Pilatos por fuentes externas que de ninguna
otra manera, aunque su nombre aparezca en los evangelios. Sin embargo,
no podría haber mayor discrepancia entre el Pilatos que conocemos por la
historia y esa figura débil que juega un papel tan vacilante en el drama de
la Pasión: el Pilatos descrito en los evangelios. Tenemos descripciones
bastante detalladas del Pilatos real en las obras de Filón de Alejandría y de
F. Josefo.
Hay motivos para suponer que el testimonio más fidedigno sobre el
carácter de Pilatos es el de Filón. En primer término, Filón -
contemporáneo de Pilatos- se hallaba en mejor posición que todos los
autores posteriores para dar una imagen exacta; en segundo lugar, en el
juicio de Filón no influía en absoluto el papel que hubiese podido jugar
Pilatos en la Crucifixión. Hay más: Filón no parece tener noticia de la
existencia de Jesús. Nos describe a Pilatos como un hombre de carácter
inflexible, duro y obstinado. En un determinado momento aporta
información que, prima facie, parece prestar un cierto apoyo a un pasaje
del cuarto evangelio. En concreto, nos dice que Pilatos tenía miedo de que
los dirigentes judíos se quejasen al Emperador de su conducta. Pero el
incidente que menciona Filón se relaciona con la instalación de escudos
dorados ornamentales en Jerusalén. Filón, en este sentido, es más explícito
que el cuarto evangelio. Explica que Pilatos temía que los dignatarios
269

judíos enviasen una delegación a Tiberio para denunciar sus prácticas


arbitrarias de gobierno en Judea, el tratamiento altanero de que hacía a sus
súbditos y su tendencia a la crueldad, que le movió en numerosos casos a
ordenar la ejecución de individuos sin juicio previo. En la descripción que
hace Filón de la época en que Pilatos fue gobernador, le reprocha sus
arbitrariedades y su responsabilidad en innumerables atrocidades.
Josefo nos informa más ampliamente que Filón del gobierno de Pilatos
en Judea, relatando varios sucesos que ocurrieron durante su época. Nos
suministra pruebas sobradas de la actitud despectiva de Pilatos hacia los
habitantes de la provincia. Un punto importante para valorar la veracidad
de tales informes es que Josefo menciona también la conducta cruel de
Pilatos con los samaritanos, pueblo por el que Josefo no sentía ningún
afecto especial.
Hay un pasaje del Nuevo Testamento que ratifica el retrato que hacen
Filón y Josefo del carácter de Pilatos. No aparece en ninguna de las
versiones del juicio de Jesús. En Lucas 13, 1-2, se habla de un acto de
Pilatos que concuerda con las alusiones de nuestros escritores seculares a
la desmedida crueldad del gobernador. El tercer evangelio no nos dice en
qué ocasión cometió el acto de “mezclar la sangre de los galileos con sus
sacrificios”. En su contexto actual, la alusión queda dislocada. Ha habido
numerosas conjeturas o tentativas de fijar el momento de la matanza de
peregrinos galileos decretada por Pilatos. Si bien no puede fecharse con
exactitud el incidente, no hay razón para dudar de que Lc 13, 1-2, alude a
un hecho histórico y que el acontecimiento ocurrió siendo Pilatos
gobernador. Podría haber ocurrido antes e, incluso, después de la
Crucifixión. La referencia de Lc 13,1-2, podría haber sido atribuida a
Jesús retrospectivamente. Si Josefo no menciona el hecho, probablemente
se deba esto a que fue sólo uno de los diversos incidentes de este género
que proliferaron durante el período de Pilatos. Josefo lo consideró menos
importante que los otros.
La casualidad o el accidente de la Historia, que relacionó la vida de
Pilatos con la de Jesús en un momento crítico, permitió que sobreviviese
el nombre de un oscuro gobernador de una provincia romana de escasa
importancia, mientras otros se hundieron en el olvido.
Los autores seculares acusan a Pilatos de mezquindad, avaricia,
crueldad y menosprecio altanero hacia los sentimientos ajenos. Los
evangelistas lo describen de un modo distinto: lleno de intenciones más
humanas y honorables hacia los sometidos a su gobierno, hace lo posible
por intentar convencerlos para que desistan de su locura y, cuando la
necesidad le fuerza a cumplir un deber que le repugna, se lava las manos
antes de entregar al reo... ¡para que lo ejecuten! (Lavarse las manos era
270

una costumbre judía, no romana, para indicar su no participación en un


acto sangriento).
Los cuatro evangelios se muestran reacios a afirmar claramente que
fue el gobernador quien dictó la sentencia de muerte, pero... Es Pilatos
quien ordena que se coloque la inscripción en la cruz. En Juan 19, 23, el
evangelista afirma explícitamente que fueron soldados (romanos) los que
realizaron la crucifixión. José de Arimatea pidió permiso a Pilatos para
descolgar el cuerpo de Jesús de la cruz y sepultarlo.
Hay una conexión definida entre dos hechos: cuanto más perseguidos
son los cristianos por el Estado romano, más generosa resulta la
descripción de Poncio Pilatos como testigo de la inocencia de Jesús. No es
nada sorprendente que hubiese una correlación de este género. La
estratagema de pintar a Pilatos como un individuo reacio a condenar a
Jesús se ajusta a la pauta general de la apologética judía y, posteriormente,
cristiana, dirigida a las autoridades romanas.
Los romanos de más alto rango consideraban el movimiento cristiano,
en una época tan tardía como la de Tácito, como un semillero de agitación
política en todos los lugares del Imperio donde había población judía. La
excitabilis superstitio de la que habla Tácito -que había brotado en Judea
y se había propagado a Roma- era una fuente de problemas. Tácito creía,
al parecer, que el cristianismo estaba tras la rebelión judía de los años 66 a
70. Su diagnóstico era erróneo, pero el hecho de que él lo emitiese (y el
que pudiera hacerlo casi medio siglo después de que estallase la rebelión)
muestra que la agitación revolucionaria y la especulación apocalíptica se
asociaba a la fe cristiana en círculos romanos influyentes.
Fuera de los evangelios, hay abundantes pruebas de este recurso de
subrayar los favores o la benevolencia desplegados, supuestamente, por
los gobernantes anteriores hacia comunidades cristianas... para propiciar
la tolerancia religiosa contemporánea.
El gobernador que había condenado a morir en la cruz a Jesús se
convirtió, por obra de la apologética, en un instrumento de defensa de la
fe cristiana, a través de un proceso de carácter gradual. El riguroso Pilatos
fue suavizándose de evangelio en evangelio. A medida que va
separándose de la Historia, va convirtiéndose en un personaje cada vez
más agradable. Bruscamente, en el siglo IV se cierra el círculo. No debe
sobrentenderse que el cambio de opinión se produjera inmediatamente
después de 312 d. C. La imagen de Pilatos como amigo de Jesús se
inmoviliza bajo Constantino y no evoluciona más. ¿Por qué?
Las condiciones históricas que vivieron las comunidades cristianas del
siglo I al IV son el trasfondo y la base de este retrato evolutivo de Pilatos.
Pilatos fue víctima en su carrera póstuma del emperador Constantino. Si
el cristianismo se hubiera convertido en una religio licita una generación
después, o quizás dos, Poncio Pilatos figuraría hoy, sin duda, en el
271

santoral cristiano, lo mismo que figura , hoy, su mujer en el santoral de la


Iglesia Griega. Pero el Edicto de Milán (312) permitió a la Iglesia
prescindir de Pilatos como funcionario autorizado que testificase que “no
encontraba culpa en este hombre”, indicando implícitamente que la
profesión de fe cristiana y la asistencia a las prácticas culturales cristianas
eran actividades no subversivas desde el punto de vista de la razón de
Estado del Imperium Romanum.
272

4. Muerte del Mesías

Como el lector puede suponer, el objetivo de los evangelistas al hacer


sus relatos no fue dar descripciones objetivas de acontecimientos
concretos, vistos a través del prisma de la Historia. Por otro lado, tampoco
se hallaban en condiciones de dar una relación tal, aunque hubiese sido su
intención hacerlo. Lo que se propusieron -y lo que hicieron de manera
muy eficaz- fue exponer el significado de la muerte de Jesús a través del
prisma de la fe religiosa.
Es entonces comprensible cómo, a propósito de la Pasión, raras veces
ofrecen los evangelios una variedad tan amplia de versiones divergentes y
repetidamente contradictorias de los mismos hechos en tal número como
en los relatos que describen la detención, el juicio, la crucifixión y la
resurrección de Jesús. Esto puede parecer paradójico... pero, ¿debe
sorprendernos en realidad? La Pasión, como preludio de la Resurrección,
era un tema de fundamental importancia en el mensaje cristiano. Todo lo
relacionado incluso remotamente con ese acontecimiento era tema de
meditación de los fieles, se contaba y se repetía muchas veces. Al
reformular mentalmente el acontecimiento, surgían nuevos significados y
una nueva interpretación exigía una reformulación progresiva de la
narración primitiva original.
No se disponía ya de testimonio alguno de testigos presenciales. La
ausencia de datos directos de primera mano llevó por sí sola a una
expansión de las versiones que estaban circulando. Cuando cada uno de
los evangelistas recogió lo que iba a contar y emprendió la tarea de
ordenar el material para proporcionar un marco a sus propias
concepciones teológicas, no halló una tradición principal, sino varias.
Junto a lo que podemos llamar tradición primaria, había ya una serie de
tradiciones secundarias nacidas de aquélla. En vez de omitir elementos
que consideraban importantes, los evangelistas ensamblaron cuantas
pudieron recoger, mezclando tradiciones primarias y secundarias,
sazonando, al mismo tiempo, la narración para ejemplificar, exponer,
exhortar y adoctrinar.
Coordinaron así etapas sucesivas del desarrollo de la tradición, en la
que habían nacido de la forma primera otras posteriores. Así, los
evangelios contienen siete descripciones diferentes, nada menos, de una
escena de carácter judicial o semijudicial, junto con cinco descripciones
de una escena del maltrato y escarnio de que Jesús es objeto. Cada
evangelista retuvo lo que había hallado él y lo amplió con su aportación
específica. De este modo nacieron las discrepancias entre los diversos
relatos evangélicos. La fecha concreta de determinado acontecimiento en
un evangelio no corresponde a la que se le asigna en otro.
273

El orden de los acontecimientos que leemos hoy en los cuatro


evangelios no pudo producirse, sin duda, en el espacio de seis o de siete
horas, que fue el período concreto transcurrido entre la detención y la
crucifixión de Jesús. En consecuencia, algunos autores modernos
intentaron estirar este espacio de tiempo propugnando un período de
varios días, esperando así encajar en ese lapso todo los detalles que del
proceso contienen los evangelios. Pero es imposible entretejer tanto dato
inconexo en un relato armónico del juicio de Jesús, asignémosle unas
horas o varios días. Los autores que han intentado hacer un sitio a todas
las escenas y detalles de las diversas versiones pasan por alto el propósito
de los evangelios: todos querían dar una versión completa y continuada de
los acontecimientos del proceso. No es lícito, entonces, interponer un
intervalo de dos días ante los acontecimientos que se refieren en los
versículos sucesivos de un determinado evangelio y llenar este intervalo
con descripciones tomadas de otro evangelio distinto.
La versión de Marcos y la de Juan del juicio de Jesús son
completamente distintas. El Jesús de Marcos no es el mismo que el Jesús
de Juan: hablan de un modo distinto, actúan de una manera diferente,
mueren de forma distinta. Al Jesús de Marcos lo detienen en el 15 de
Nisán, lo condenan a muerte de noche, lo atan después del juicio, lo
condenan por segunda vez, lo clavan en la cruz a las nueve y muere a las
tres de la tarde. Al Jesús de Juan lo detienen el 14 de Nisán, lo encadenan
inmediatamente, lo condenan hacia el mediodía, lo conducen al lugar de la
ejecución por la tarde y muere hacia el crepúsculo. Al Jesús de Marcos le
lleva la cruz Simón de Cirene, el de Juan la lleva él sólo. Uno clama desde
la cruz: “¿Por qué me has abandonado”?; el otro conversa con los
circunstantes y muere satisfecho con el convencimiento de que “todo se
ha consumado”.
Llegados a este punto, caben algunos comentarios sobre las últimas
palabras que los diversos evangelistas atribuyen al Jesús agonizante. Hay
tres declaraciones que pasan por tales38. Las versiones lucasiana y juanina
de las últimas palabras de Jesús no tienen base sólida de veracidad
histórica. Lucas y Juan no podían aceptar la idea de que Jesús pudiese
haber entregado su alma con palabras que cupiese interpretar como un
grito de desesperación y desamparo.
El segundo evangelio contiene una referencia de las últimas palabras
de Jesús que es una mezcla de dos versiones distintas de la tradición.
Según Mc 15, 37, Jesús murió con un gran grito inarticulado. Un poco
antes, el mismo Marcos sustituye el grito inarticulado por una cita del
Salmo 22, 2 (21,2, en el Salterio griego), una cita del Antiguo Testamento
que tenía que parecerles a los autores más adecuada para el Jesús
agonizante que un grito sin palabras: "Eloy, Eloy, lama sabachtani? Que
274

quiere decir -traduce el evangelista- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?" (Mc 15,34).
Los cuatro evangelios nos informan de una inscripción en la cruz de
Jesús, pero hay variantes respecto al contenido de la inscripción39. La
forma más simple es la de Marcos: “El rey de los judíos”. El segundo
evangelio no incluye ninguna información sobre el idioma, o idiomas, en
que se hizo la inscripción, pero como la lengua que se hablaba en Judea
era el arameo, éste parece ser el lógico candidato.
El cambio es completo en el cuarto evangelio, donde las palabras del
titulus (Jn 19, 19), en vez de ser indicación de por qué se había emitido un
veredicto judicial, adquieren un sentido profético: "Jesús Nazareno, Rey
de los judíos", escrito en hebreo, en latín y en griego. Igual que Caifás,
contra su deseo, se ve obligado a anunciar el cumplimiento de un plan
providencial (Jn 11, 51), así Pilatos, cuando ordena que se fije en la cruz
una inscripción , no indica la causa de la muerte de Jesús, sino que
proclama su realeza. Esto corresponde con el carácter general de la
versión juaniana de la crucifixión de Jesús. El títulus no indica ya el delito
del condenado; es una confirmación profética de la soberanía de Jesús
sobre las gentes de todas las lenguas [pareciera que a Jesús lo ajustició un
pelotón de los cascos azules de la ONU] lo que Pilatos
(¿voluntariamente?) ordena fijar en la cruz, y allí permanece pese a la
oposición judía. La cruz no se identifica ya con la mayor humillación del
ser humano, se ha convertido en símbolo de la exaltación de Jesús. Si hay
algo sobre la Pasión de Jesús en Juan que figure en los cuatro evangelios y
esté de acuerdo con la historia, es precisamente el dato de que fue
crucificado y que de la cruz de que colgó su cuerpo torturado una
indicación sumaria de la causa por la que había sido condenado Jesús de
Nazaret al servile supplicium. Las palabras del titulus de Pilatos eran, en
cierto modo, ofensivas, hasta para la visión cristiana de la persona de
Jesús. Lejos de nacer de un deseo de buscar confirmación profética en las
palabras de Mc15, 16, fue precisamente este versículo el que indujo a
algunos cristianos a alterar la redacción del Salmo 95, 10 GK (96, 10 MT)
a fin de que el Antiguo Testamento coincidiera con lo que el Nuevo
pretendía. La “historia” es aquí anterior a la “profecía”
Probablemente la muerte de Jesús ocurrió al principio del mando de
Pilatos, quizás hacia el año 28 d.C. Se ha propuesto incluso una fecha tan
temprana como el 27 d. C., y no sin fundamento. Averiguar cuándo fue
crucificado Jesús es una labor ardua y sin muchas esperanzas de éxito. La
primera referencia cronológica sobre la fecha de la muerte de Jesús
aparece (que sepamos) en Clemente de Alejandría40. Este Padre de la
Iglesia fechaba la crucifixión 42 años y tres meses antes del día en que los
romanos destruyeron a Jerusalén. Esto correspondería la año 28 de la Era
Cristiana. Si la referencia a ‘tres meses’ se interpreta como expresión
275

exacta de tres meses del calendario judío (de cualquier calendario judío),
el día de la crucifixión de Jesús no coincidiría ni con el 14 ni con el 15 de
Nisán, sino con el día 9 de dicho mes. No se sabe de dónde tomó su
información Clemente. Quizás se basase en una información del informe
de F. Josefo de la toma de Jerusalén con la mención del año 15 de Tiberio
de Lc 3, 1. La prestigiosa revista científica Nature ha dedicado un amplio
espacio al asunto. Los británicos Colin Humpherys y W. G, Waddington,
de la Universidad de Oxford, presentaron una interesante tesis basada en
una investigación deductiva que centraron entre los años 26 y 36 de
nuestra Era, durante los cuales Poncio Pilatos fue el procurador romano en
Judea. A partir de ahí, sabiendo que , según el calendario de la época , el
día de la Pasión fue el 14 de Nisán y además viernes, nos quedan dos
posibilidades: 7 de abril del año 30 y 3 de abril del 33. La segunda fecha
es demasiado tardía -dicen estos investigadores- , así que podemos
concluir con seguridad que la crucifixión de Jesús tuvo lugar el 7 de abril
del 30.
Pero, ¿murió solo o acompañado, no sólo por los dos revolucionarios
y los soldados romanos?
El libro III de Los Reyes, cap. 1, empieza así:
"1. Ahora, como el rey David era viejo y de edad muy avanzada,
aunque se lo arropara mucho no se lo podía calentar.
"2. Y sus servidores se dijeron: Busquemos para el rey nuestro señor
una doncella a fin de que esté junto a él y durmiendo sobre su seno le
caliente al rey nuestro señor.
"3. Y buscaron en todas las tierras de Israel una moza hermosa y se la
llevaron al rey.
"4. Era una moza muy hermosa, que dormía junto al rey y le servía y el
rey no la conoció... "
El texto bíblico no nos lo dice, pero David debió de morirse en brazos
de Abisag la sunamita, su última esposa, que calentaba su agonía con
besos y con abrazos. David no la conoció sino en deseo. En realidad, fue
Abisag la última madre del gran rey, aunque virgen.
Jesús no tuvo una sino un grupo de mujeres que lo acompañaron en
su muerte. Entre ellas "estaba María Magdalena, y María la madre de
Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando él estaba en
Galilea, le seguían y le servían, y otras muchas que habían subido con él a
Jerusalén" (Mc15,40-41). Lucas escribió: "Todos sus conocidos y las
mujeres que le habían seguido de Galilea estaban a distancia y
contemplaban todo esto" (Lc 23,49. Surayado mío). Juan se puso él en la
escena y a la propia madre de Jesús. Dice el texto: "Estaban junto a la cruz
de Jesús su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María
Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que
276

estaba allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al


discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió
en su casa" (Jn 19,25-27). Si la escena fuera verdadera, Jesús no mostró
mucho cariño por su madre en momento tan crítico. Pero desde aquí
puede entenderse que María fue virgen, incluso siendo madre del Mesías.
Escribió F. Nietzsche:

Aquel santo anarquista que excitaba al populacho, a los réprobos y


a los pecadores, a los parias del judaísmo, a la resistencia contra el
orden etablecido, con un lenguaje que en la actualidad llevaría a
Siberia, si hemos de creer lo que dicen los evangelios, aquel
anarquista era un delincuente político, en cuanto podía haber
delincuentes políticos en una sociedad tan absurdamente impolítica.
Eso lo condujo a la cruz; la inscripción puesta en la cruz lo prueba.
Murió por sus pecados, y no hay razón alguna para pretender, como
se ha pretendido, que muriese para redimir los de los demás
(Anticristo, XVII)

Jesús apareció entre los judíos con el valor y la fe de un hombre


inspirado por Dios. La gente razonable hoy lo hubiera llamado un
soñador, un Quijote. Apareció como algo nuevo, con un espíritu propio.
Como el manchego ante los molinos de viento, en su mirada, el mundo
delante se le presenta tal como debía ser después de su transformación. La
primera relación que entabló con ese mundo fue intimarlo a que cambiara.
Empezó con el llamado dirigido a todos: cambiad porque el Reino de Dios
está cerca.
Para cambiar el mundo, Jesús se aisló de su madre, hermanos y
parientes. Para cumplir con su misión no podía amar a mujer alguna, no
podía ser padre de familia o un conciudadano que gozara de una vida
comunitaria. El destino lo esperaba. Debía, sin saberlo, sufrir por su
pueblo, el pueblo del Reino de Dios. O bien tenía que aceptar este destino
como destino suyo, soportar su necesidad y participar en su gozo uniendo
su espíritu con el de su pueblo, sacrificando su propia belleza, su conexión
con lo divino, o bien tenía que rechazar el destino de su nación y
conservar su vida propia en sí mismo, pero sin desarrollarla y gozarla...
Jesús eligió separarse del mundo y huir hasta al Cielo. Su existencia
fue un intento de restaurar la vida defraudada en la idealidad, un
acordarse de Dios, un elevar la mirada hacia él ante toda oposición. Sin
embargo, parcialmente su existencia era una activación de lo divino y en
este sentido, en parte a través de la propagación del Reino de Dios (que, al
ser expuesto, llevaba al derrumbe y a la desaparición de todo reino del
mundo), en parte en la reacción inmediata contra sectores particulares del
destino en la medida en que éstos chocaban con él. Una parte del destino,
sin embargo, se exceptuaba de esta lucha: el Estado. Frente a este sector
277

del destino Jesús se mantuvo pasivo. Será la fuerza del Imperio romano la
que lo aplastará.

Permíteme, lector, antes de cerrar este capítulo que haga una última
consideración. Si Jesús no fue el Mesías en el sentido en que era esperado,
¿cómo pudieron creer eso de él sus seguidores? Sencillamente, por su
discurso apocalíptico. Si se mezclan esas dos ideas en el cóctel de las
esperanzas de la época, tendremos la tremenda borrachera que se dieron
los cristianos apostólicos.

NOTAS AL CAPÍTULO 5

1 Esbozo para el espíritu del cristianismo.


2 Mt 2, 19-22; Lc 1,5.
3
Josefo, Antigüedades, XVII, XIII,5; XVIII, Y,1; II,1.
4 Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga.
5 Mt 20,25; 15,22; Lc 22,23.
6 Mt 8,5; 15,22; Mc 7,25; Lc 4,25.
7 Mt, 21,41; Mc, 12,9; Lc, 20,16.
8 Mt, 8,11-12; 21,33; 22,1 ss.
9 Mt, 11,21-22; Lc,10,13-14.
10 Lc, 9,53; Jn, 4,9.
11 Historia de las religiones, S.XXI, vol. 2, p. 183.
12 Comparar Mt, 22,37 con Dt, 6,5; Lv, 19,18; Lv, 18,5
13 Mt, 5,48; 7,12.
14 Cf. El hombre rebelde.
15 Mt 9, 16-17; Lc, 5, 36ss.
16Jn, 12,31; 14,30
17 Jn, 1,10; 7,7; 14:7,22,27; 15,18 ss; 16: 8,20,33; 17:9,14,16 y 25. Este matiz de

la palabra 'mundo' es muy característico de los escritos de Pablo y del


cuarto evangelio. ¿Influencias gnósticas?
18 Cf. Mt, 13 entero; 18,23 ss: 20,1 ss; Lc, 13,18 ss.
19 Mt, 10,17-18; Lc, 12,11.
20 Cf. Mt, 5:3,10; 18,3; 19,14; 20,16; 21,31; 22,2 ss; Mc, 10,14-15; 23,25; Lc,

1,51-53; 4,18 ss; 6,20; 13,30; 14,2; 18: 14,16-17,24-25.


21 Jn 13,37
22
Mc 11,1-11. Cf. también: Lc 19,20-40; Jn 12,12-19.
23 Mc 8,31; Lc 9,31; Mc 10,34; Lc 18,33.
24 Cf. Jn, 8: 37,40,42,43,44.
25 Mc, 14,53; Lc, 22,54; Jn, 18,13.
26 Mc, 15,1; Lc, 22,66.
278

27 Mc,15,1; Lc, 23,1; Jn, 18,28.


28 Tácito; MC, 15,15 y 26.
29 Mc, 15: 15, 24, 27.
30 Josefo; Mc, 15,1; Lc, 22,66.
31 Esas referencias de Marcos están en: MC, 8: 27 y 30 (ver 33); Mc, 11 (1-

7),8-11 y Mc, 11,15-17.


32 Cf. Introducción, "Fuentes".
33 Las anotaciones musicales corresponden a Casper Höweler, "Bach

(obras)" en Enciclopedia de la música, Editorial Noguer, Barcelona, 1977.


34 Mt, 27,32; Mc, 15,21; Lc, 23,26.
35 Mt, 27, 15 y 21; Mc, 15, 6 y 8.
36 Cf. Tácito, Agrícola, IX, 2.
37 MC 15, 27, ver Mc, 27, 38; Lc 23, 32; Jn 19, 18. No es buena la traducción

de lestes por 'bandido'; sería preferible haberlo hecho por 'revolucionario'


38 Mc, 15, 34; Mt, 27, 46; Lc, 23, 36 y Jn, 29, 30.
39 Mc, 15, 26; Mt, 27, 37; Lc, 23, 38; (Jn, 19, 19).
40 Stromateis I, cap. xxi, 145, 5.
Capítulo 6
EL LOCO

Algunos quieren hacer de Jesús de Nazaret un sabio. Otros, un


filósofo. Aquél, un patriota. Ése, un hombre de bien. Éste, un moralista.
Casi todos, un santo. Últimamente se lo quiere poner al servicio de la
revolución, de cualquier revolución. No fue nada de todo ello. Fue un
loco, un loco encantador... ¡al que le creyeron!. Como nos aconsejó, E.
Renán, no reconstruyamos el pasado a nuestra imagen. Asia no es
Europa. Entre nosotros, por ejemplo, el loco es un ser fuera de la
normalidad, se le atormenta para hacerle regresar a ella. Pero en el
Oriente de los tiempos de Jesús, el loco es un ser privilegiado que entra en
los más altos consejos sin que nadie ose detenerlo. Se lo escucha, se lo
consulta. Es un ser al que se cree más cerca de Dios porque, extinguida su
razón individual, participa de la razón divina. ¿Qué tipo de loco fue Jesús
de Nazaret? ¿Fue loco, en verdad? ¿En qué loco se convirtió el Cristo con
el correr de los siglos? Tales son algunas de las preguntas que trataremos
de contestar en el presente capítulo.

1. La locura de Jesús

Jesús de Nazaret fue considerado un alienado por sus parientes, como


lo recuerda Marcos (3,20-21), opinión que era compartida por los
nazarenos (Mc, 6,1-6) y por los escribas que decían: "Está poseído por
Belcebú" (Mc 3,22). En ese tiempo, poseso quería decir loco, como lo
aclara Juan en el capítulo 8. San Pablo reconoce que "nosotros
predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los
gentiles" (1Cor 1,23). En otras palabras, la religión cristiana proviene de
un loco. ¿De qué locura se trata?
El término 'paranoia' es una palabra griega que significa 'locura',
'desorden del espíritu'. Su empleo en Psiquiatría es muy antiguo. Para el
Psicoanálisis, es la paranoia una psicosis crónica caracterizada por un
delirio más o menos sistematizado, el predominio de la interpretación, la
ausencia de debilitación intelectual y que generalmente no evoluciona
hacia el deterioro. Freud incluye en la paranoia no sólo el delirio de
280

persecución, sino también la erotomanía, el delirio celotípico y el delirio


de grandezas. Para este autor la paranoia se define, en sus distintas
modalidades delirantes, por su carácter de defensa contra la
homosexualidad, como trató de demostrar en el muy famoso Caso
Schreber (1911). En las líneas que siguen trataremos de abordar la
paranoia de Jesús de Nazaret en sus rasgos más sobresalientes.

1.1. Delirio de grandeza

La idea fija o, mejor, el error fijo primordial sobre el cual la paranoia


edifica su delirio no es más que la expresión del carácter, del
temperamento de este tipo de personalidad. Es un principio indiscutible,
un a priori absoluto: el enfermo no admite que tal idea tenga necesidad de
ser discutida.
Pero en las paranoias, en la teomegalomanía en particular, la
personalidad no se aliena de un golpe: su transformación es lenta y
progresiva. ¿Cómo se sistematiza el delirio? Una vez absorbido, el error
va a convertirse en los cimientos de un edificio prodigioso. Una multitud
de errores se van a enlazar y ajustar sobre él. Este edificio extraño es la
nueva personalidad, la personalidad mórbida, teratológica, construida con
los residuos de la antigua y materiales del azar. El hombre de ayer no es
más, se ha borrado en las brumas de lo pasado: otro (alienus), un héroe de
cuentos de hadas tomó su lugar y han caído nubes de ensueño sobre el
realismo de la vida. Psicológicamente hablando, se puede comparar al
paranoico con un autor dramático que toma para sí la mentalidad de uno
de sus personajes y actúa en sociedad el drama por él imaginado. Este
drama está sólidamente construido, es correcto, armonioso... Es un error
pensar que no hay locura sin incoherencia. No hay nada más coherente
que la paranoia. La lógica del paranoico no difiere de la del hombre
normal. Razona racionalmente, sus operaciones intelectuales son
regulares, sus deducciones son a la vez lógicas aunque... insensatas.
Pudiera decirse que es una geometría exacta construida sobre un
postulado absurdo.
Veamos la sistematización del delirio de Jesús de Nazaret.
1. El MESÍAS.- Él se creía, sin haber razonado su creencia, el personaje
imaginario que era entonces el objeto de todas las prédicas, de todas las
controversias, de todas las conversaciones. Tal fue su error primordial.
Este error, grato y querido, encontró pocos obstáculos para desarrollarse
en este artesano de pocos conocimientos y de pocas ideas. Con el favor de
un egocentrismo apasionado, este error germina, crece, invade el campo
de su conciencia, atrae a él los otros todos, los acerca, los estratifica, los
coordina y hace con ellos un todo homogéneo, un bloque indestructible
que el tiempo no debe gastar, y que debe resistir todas las presiones y
281

todos los choques. Desde los doce años, tal vez, su primera personalidad
(hijo de carpintero de pueblo) deja lugar a una segunda personalidad:
Mesías, hijo de Dios. Desde entonces, como lo ha dicho Edmond Stapfer1,
él tiene "el sentimiento profundo, invencible, todopoderoso de su
vocación especial". Le contesta a sus padres que lo buscaron durante tres
días: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe
de las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).
Andando los años, confiesa a sus discípulos: "Yo soy el Mesías". A la
samaritana que le comenta: "Yo sé que el Mesías debe venir", Jesús le
responde: "Soy yo, el que contigo habla" (Jn 4,25-26). Por tanto, si él es
el Mesías todos los demás que pretendan serlo serán impostores (Mc 13).
Por ello repasa y rumia sin cesar los pasajes del Antiguo Testamento
relativos a este personaje fantástico2. En Nazaret, en plena sinagoga,
proclama su mesianismo. De ello dan cuenta los tres sinópticos3.
Recordemos el hecho, con su desenlace, relatado por Lucas:

Vino a Nazaret, donde se había criado, y, según costumbre, entró


el día del sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le entregaron un libro del profeta Isaías, y desenrollándolo, dio
con el pasaje donde está escrito: "El espíritu del Señor está sobre
mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a
predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la
vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año
de gracia del Señor".
Y enrollando el libro, se lo devolvió al servidor y se sentó. Los
ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Comenzó a
decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Todos le
aprobaban, y maravillados de las palabras llenas de gracia que
salían de su boca, decían: ¿No es éste el hijo de José? Él les dijo:
Seguro que me diréis este proverbio: Médico, cúrate a ti mismo;
todo cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaúm, hazlo aquí
en tu patria. Él les dijo: En verdad os digo que ningún profeta es
bien recibido en su patria. Pero en verdad os digo también que
muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró
el cielo por tres años y seis meses y sobrevino una gran hambre en
toda la tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta
de Sidón, a una mujer viuda. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue limpiado sino el
sirio Naamán. Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en
la sinagoga, y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad, y le
llevaron a la cima del monte sobre el cual está edificada su ciudad,
para precipitarle de allí; pero él, atravesando, por medio de ellos, se
fue.
282

Sin cesar, Jesús les recuerda a sus oyentes que Moisés "ha escrito
sobre mí" (Lc 5); que las Escrituras hablaron sobre él (Lc 24) y que en él
se ha cumplido lo dicho por todos los profetas (Lc 18). Y es que en todo
lo que le sucede, Jesús ve el cumplimiento de una profecía. Relaciona
cada incidente de su vida con una pasaje de la Biblia y se esfuerza en
seguir las indicaciones de cada recuerdo místico.
2. REY.- ¿Cómo concibe Jesús al Mesías? Para él, el Mesías es un rey,
un ungido, el rey de los judíos. La tercera alucinación (tentación) del
desierto muestra que él acarició la idea de alcanzar la dominación
temporal del mundo (Mt 4,8-9). Más adelante prometerá a sus discípulos
que pronto ellos serán ricos feudales, además de que alcanzarán la vida
eterna (Mc 10,29-31). De entre ellos escogió doce para juzgar a las doce
tribus de Israel. Es sobre un asno, montura de los reyes en tiempos de paz,
cómo él hace su última entrada en Jerusalén, mientras la multitud grita:
"Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor. Paz en el cielo y
gloria en las alturas" (Lc 19,38). Pilatos le preguntó: "¿Eres tú el rey de
los judíos? Y Jesús le respondió diciendo: Tú lo has dicho" (Mc 15,2).
Tras su condena, los soldados de Pilatos lo saludan irónicamente: "Salve,
rey de los judíos" (Mc 15,18). En fin, Pilatos manda colocar en la cruz el
títulus de "El rey de los judíos" (Mc 15,26).
Por lo demás, no hay nada en común entre él y los conspiradores de
aquel entonces, los zelotes. Jesús de Nazaret no es republicano ni
legitimista, la opresión romana casi no le incomoda, el ideal davídico no
le preocupa. Jesús tiene un deseo: reinar, pero como hijo de Dios, en la
tierra si es posible; pero si la tierra se rehúsa a dejarse mandar por él, esto
es, en Judea, entonces reinará en las alturas del cielo. El progreso de su
ambición explica que llegue a negar la ascendencia davídica que le había
sido prestada. Jesús prefería una filiación divina a una filiación real. En
un curioso pasaje, en el que se creía el Mesías, llega afirmar que el
Mesías no descendía de David y para ello se basa en este último. Veamos.

Reunidos los fariseos, les preguntó Jesús: ¿Qué os parece de


Cristo? ¿De quién es hijo? Dijéronle ellos: De David. Les replicó:
Pues ¿cómo David, en espíritu, le llama Señor, diciendo: "Dijo el
Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus
enemigos por escabel de tus pies"? Si, pues, David le llama Señor,
¿cómo es hijo suyo? Y nadie podía responderle palabra, ni se
atrevió nadie desde entonces a preguntarle más4

3. HIJO DE DIOS.- La Psiquiatría destaca la tendencia de los


megalómanos a repudiar su verdadero origen y a pretender, en la
organización de su delirio, un nacimiento ilustre. Jesús no se creía el hijo
de su verdadero padre, el hijo del carpintero de Nazaret. Tampoco se creía
283

el hijo de María, sino el hijo de Dios. Es ésta una característica que no


pertenecía al Mesías tradicional, es ésta una concepción que marca la
locura de Jesús con un sello inconfundible. Esta concepción venía desde
su pubertad, pero tomó una vivacidad particular y dio lugar a ciertas
alucinaciones verbales después del período de agitación que marcó su
visita a Juan el Bautista. En efecto, en el instante en que salía de las aguas
del Jordán "se dejó oír de los cielos una voz: Tú eres mi hijo amado, en
quien yo me complazco" (Mc 1,11). En el desierto, Satanás se dirigió a él
para tentarle en estos términos: "Si eres hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en pan" (Mt 4,3). En otra alucinación durante la cual él se
creía en el pináculo del templo de Jerusalén, Satanás insiste: "Si eres hijo
de Dios, échate de aquí abajo" (Mt 4,6). Jesús le recordó al maligno: "No
tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7). Éste es el paso que faltaba: Jesús es
Dios. Desde entonces su convicción es inquebrantable y ardientemente la
proclama: "Si Dios fuera vuestro padre me amaríais a mí; porque yo he
salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, antes es Él
quien me ha enviado" (Jn 8,42). Si Yahvé habitaba el Cielo, Jesús
lógicamente deducía que él había sido enviado a la tierra impura. Es decir,
está en una misión, aunque permanece como ciudadano del Reino de los
Cielos. Les decía a los judíos: "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba;
vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo" (Jn 8,23).
Tampoco son de este mundo sus discípulos (Jn 17,16).
El Padre no tiene secretos para su hijo (Mt 11,27). Estos secretos le son
comunicados de viva voz por el Padre en el curso de conversaciones entre
ambos y Jesús guarda sus palabras (Jn 8). Y más: Yahvé habla y profetiza
por su boca (Jn 7; 12; 14). Es éste un síntoma frecuente en los locos
místicos: el verbalismo patológico. Cuando el sujeto tiene alucinaciones
auditivas verbales y repite que él las oye, él se figura que otro ser, otro
que no es él, articula sus palabras. En todo caso, él se cree intérprete de un
dios. Decía Jesús: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado"
(Jn 7,16). Aclara: "la palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me ha
enviado" (Jn 14, 24). Y el Padre está siempre cerca de él o en él. Juan
recuerda que Jesús dijo para espantar el miedo: "He aquí que llega la
hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno por su lado y a mí
me dejaréis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn
16,32).
Intérprete de Yahvé, Jesús es también su enviado, su agente. Por eso se
queja: "Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me recibís"
(Jn 5,43; 8, 16 y 18). Pero ¿de dónde vino? "...he bajado del cielo no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6,38). Con esto
se alimenta: hacer la voluntad del que lo envió y "acabar su obra" (Jn
4,34). Parte de esa obra es curar y arrojar los demonios, como dice
284

cuando le vuelve la vista a un ciego (Jn 5). También por la voluntad del
Padre los discípulos harán milagros (Lc 10). Claro que muchos que le
escuchaban no podían entender lo que oían, "y decían: ¿No es éste Jesús,
el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Pues cómo dice ahora
yo he bajado del cielo?" (Jn 6,42). (Estos buenos galileos no sabían que
estaban ante uno de los mayores misterios del universo, misterio que ha
empezado a dejar de serlo desde que la Psiquiatría ha puesto sus ojos
sobre él).
Intérprete y agente del Padre, Jesús es el amado de Dios, incluso "antes
de la creación del mundo". Y Dios ama también a sus discípulos, porque
son sus discípulos y en la medida en que ellos aman a su maestro (Jn
14,21). En revancha, Yahvé detesta a los que detestan ser sus discípulos.
Por eso amenaza: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador. Todo
sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará." (Jn 15,1-2). No hay
posibilidad de salvación si no se ama a Jesús, que es amar a Dios, pues
"nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Con razón decían algunos de
sus discípulos: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?" (Jn
6,60). De seguro, nadie que tenga sana la razón.
4. DIOS.- Muy a menudo el teomegalómano termina por confundirse
con aquel que habla por su boca. A esto llegó Jesús, según Juan. Por eso
creyó que los bienes de Yahvé eran sus propios bienes: "Todo cuanto
tiene el Padre es mío..." (Jn 16,14); y los suyos, de Yahvé. "Todo lo mío
es tuyo, y lo tuyo mío" (Jn 17,10), le recuerda ingenuamente Jesús al
Padre con la familiaridad que lo caracteriza. El Reino de Dios es su
propio reino (Mt 13, y Lc, 22). Por esta razón expulsa a los mercaderes
del templo de Jerusalén. "Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa
de mi Padre casa de contratación", les grita (Jn 2,16).
Como hijo de Dios, tiene a su disposición a los ángeles de Yahvé: le
sirven en el desierto, lo reconfortan la noche de su detención. Es más, en
ese momento le dice a Pedro que guarde su espada, pues, si quisiera,
podría rogar a su Padre para que le envíe doce legiones. Lo cual sería una
desmesura, aunque tuvieran que enfrentar "una gran turba, armada de
espadas y garrotes" (Mt 26,47-56).
Si los ángeles son sus servidores, Satán, el enemigo tradicional de
Yahvé, es su enemigo. Por eso en el desierto Jesús le recuerda: "No
tentarás al Señor tu Dios" (Mt 4,7). Es decir, el Padre y Jesús son una
misma cosa (Jn 10,30), hecho que a muchos les cuesta creer. Mas bien
piensan que quien dice tal es porque está endemoniado, esto es, porque ha
perdido el juicio (Jn 10, 20). "Por esto, dice el evangelista, los judíos
buscaban con más ahínco matarle, pues no sólo quebrantaba el sábado,
sino que decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18).
En resumen, no se conoce en la historia de la Psiquiatría un delirio
teomegalomaníaco más resplandeciente... ¡ni mejor camuflado!
285

5. EL HIJO DEL HOMBRE.- Jesús se confesó Mesías en cinco


ocasiones. No confesó ser hijo de Dios y aún Dios mismo sino en su crisis
final. El resto del tiempo no se designaba sino por una expresión discreta
y oscura: "el hijo del hombre", expresión que se repite 32 veces en los
sinópticos y 13 en Juan. Gracias a esta precaución, pudo, sin inquietarse,
pasear su locura durante casi tres años. Pero esta expresión no era sino la
abreviación de una expresión más completa, expresión que sólo una vez
Juan pone en boca del teómano cuando le dice a Nicodemo: "Nadie sube
al cielo sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo"
(Jn 3,13). De este modo, designándose como "hijo del hombre", el
megaloteómano satisfacía completamente su orgullo, se abandonaba sin
riesgo a su locura, se hacía comprender por su fieles y dejaba a los
adversarios en la incertidumbre.
El empleo constante que hace el megaloteómano de esta expresión
singular, sobre la que él nunca explicó, que sus discípulos jamás
emplearon y que no se encuentra en las partes narrativas de los
evangelios, concuerda con los datos de la clínica psiquiátrica. En efecto,
los alienados crónicos condensan a menudo en una palabra, que forjan
con ayuda de elementos tomados prestados del lenguaje usual, la parte
esencial y característica de su delirio. Considérese, en este mismo sentido,
la expresión el "asesinato del alma" del paranoico Schreber.
Jesús no disimulaba solamente su mesianismo y su filiación divina.
Disimulaba también sus sueños, sus esperanzas, sus proyectos. Con esta
intención empleaba un género retórico muy de moda en ese tiempo: la
fábula, la parábola. El Nazareno había adoptado este género porque
respondía, sobre todo, al talante simbolista de su espíritu. Un día sus
discípulos, lejos de la multitud, le plantearon esta cuestión: "¿Por qué les
hablas en parábolas?" (Mt 13,10-17). La respuesta que les dio es absurda,
pues se cuidó muy bien de confesar el móvil muy poco digno de un
Mesías, de un hijo de Dios. El motivo que invoca no sólo es absurdo sino
totalmente falso.
Cuando Jesús consentía en responder, lo hacía tomando un desvío.
Veamos un ejemplo paradigmático: "Habiendo oído Juan en la cárcel las
obras de Cristo, envió por sus discípulos a decirle: ¿Eres tú el que viene o
hemos de esperar a otro? Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y referid a
Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los
pobres son evangelizados; y bienaventurado aquel que no se escandalizare
de mí" (Mt 11,2-6).
La disimulación es muy frecuente en los megalómanos y no es menos
frecuente en los paranoicos místicos, de tal modo que muchas veces los
mejores alienistas no los descubren. El móvil de este disimulo es, a
286

veces, el orgullo, pues el enfermo ya se figura que todo el mundo está al


corriente de su situación, ya estima que sus interlocutores son indignos de
conocer nada. Pero, más a menudo, es el miedo, el miedo de enfrentar una
defensa imaginaria, el miedo a las burlas que no pueden faltar por
afirmaciones sobre las que no puede aportar pruebas. "Mi Padre sigue
obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5,7), le respondió Jesús a
los que le preguntaron por qué había curado a un paralítico en sábado.
El disimulo de los megalómanos es muy marcado al comienzo de la
enfermedad, cuando el sujeto empieza a suponer que es algo grande. Así
se explica que los padres de Jesús no comprendieran nada de las
declaraciones que les hizo, a la edad de doce años, que tocaban a su
filiación divina. Pero en todos los períodos la idea fija es traicionada bajo
la influencia de las emociones.

1.2. Delirio de persecución o los enemigos de Jesús.

El miedo es muy pronunciado en ciertos alienados ¿Es valiente el


megaloteómano? Puede decirse que se cuida de la tormenta. ¿Es
pusilánime, entonces? Disimula su delirio y goza solitariamente de su
sueño, esperando la hora propicia de su realización. Por esta razón Jesús
disimula su filiación divina y su mesianismo. ¡Prohíbe que las proclamen,
las envuelve en locuciones oscuras, arroja el velo de las parábolas sobre el
Reino de los Cielos, se insinúa, se oculta, huye, huye sin cesar él, que se
dice rey, él que se siente hijo de Dios! Recomienda a los suyos la
prudencia de la serpiente. El miedo era el único freno de su orgullo, que
aumentaba con el orgullo mismo5.
Desde el día en que el megaloteomaníaco habla a sus padres de su
padre Yahvé hasta el día en que su locura entra en la fase activa, es decir,
desde los doce hasta los treinta años, no sabemos nada de la vida de Jesús.
El prohibía rigurosamente a los enfermos publicar su curación. No quería
que lo dijeran a nadie (Mc 7,36). Tampoco quería que los discípulos
divulgaran los misterios que sólo a ellos les habían sido revelados, por
ejemplo, el de la transfiguración (Mc 9,9). ¿Por qué tanto secreto? Porque
los enfermos de delirio religioso buscan a menudo negar sus
alucinaciones. Temen prestarse al ridículo, o su interés exige silencio
sobre ese asunto. Es sabido que el ataque de éxtasis va acompañado de
alucinaciones.
Teme Jesús más por él mismo que por sus discípulos, a quienes envía
como ovejas en medio de lobos, aunque les recomienda la disimulación y
la hipocresía (Mt 10,16-27). Por temor, Jesús no es claro. Cuenta Juan:
"Se celebraba entonces en Jerusalén la Dedicación; era invierno, y Jesús
se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Le rodearon, pues, los
287

judíos y le decían: ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el


Mesías, dínoslo claramente" (Jn 10,22-24).
Pero como se sabe importante, Jesús teme a sus enemigos. El miedo lo
obliga a huir. Cuando envió a sus apóstoles a anunciar el Reino de Dios,
Jesús les dio esta recomendación: "Cuando os persigan en una ciudad,
huid a otra; y si en ésta os persiguen, huid a una tercera. En verdad os
digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el hijo del
hombre" (Mt 10,23). Este consejo era seguir su ejemplo. Su ministerio no
fue sino una eterna hégira, una serie de escapadas y huidas. Se decía Dios
hecho hombre, se creía el Rey de los judíos, pero no fue más que el rey de
los caminantes y el dios de los vagabundos. A este respecto, d'Holbach
recuerda que el apologista cristiano Lactancio, reprochándoles a los
paganos el carácter de uno de sus dioses, les preguntaba si era posible
"tomar por un dios a un hombre acosado, obligado a huir, forzado a
ocultarse. Nadie es bastante loco -decía él- , pues aquel que huye o se
oculta es porque teme la violencia o la muerte".
Hablemos, ahora, de los enemigos reales e imaginarios de Jesús de
Nazaret. Pero antes debemos hacer algunas precisiones. En otros lugares
hemos hablado ampliamente de la manera cómo se escribieron los
evangelios. Se dijo que el orden de las etapas anteriores de la vida de
Jesús se rigió por la idea de que fuesen fases del desarrollo de un plan
literario que culminase en la crucifixión. El final estaba allí antes de que
se hubiese pensado en un principio. La crucifixión era la culminación que
daba sentido al conjunto. Los elementos tradicionales de la historia
relacionados con los acontecimientos primeros están dispuestos de modo
que proporcionen al lector una explicación razonable de la Pasión
En Marcos vemos, casi desde el principio, que se habla de disputas
entre Jesús y sus contemporáneos, y de la actitud hostil de éstos hacia él.
Tales referencias no sirven para determinar el curso real de los hechos
históricos. En el plan del evangelista, los actos de hostilidad de los judíos,
situados en pasajes anteriores del relato, explican, en cierto modo, el final
en la cruz. En otras palabras, la muerte de Jesús ilustra la versión que da
el evangelista de los conflictos anteriores.
Es demostrable que algunas de las disputas relatadas en los
evangelios no pueden referirse a acontecimientos que tuvieron lugar
realmente en la vida de Jesús de Nazaret, p. e., 1) las lustraciones, 2) la
licitud del divorcio y 3) la resistencia a aceptar la predicación6. Hay casos
en que las referencias a un debate u otro podían retrotraerse hasta un
acontecimiento real de la vida de Jesús; pero la forma de exposición
evangélica no permite ninguna deducción histórica del debate
correspondiente como causa o marco.
288

Los autores de los evangelios aluden repetidas veces a judíos que


albergaban sentimientos de hostilidad hacia Jesús. Los adversarios
parecen ser miembros de un grupo, o partido, y no se les nombra
individualmente. No son en realidad personas sino representantes de
determinadas clases. No son enemistades individuales las que afloran
aquí, sino antagonismos de grupo contra grupo. Entre las narraciones de
los diferentes evangelios, hallamos una compleja interrelación. A veces
un evangelista se basa en la obra de otro. Cada evangelista designa
rigurosamente a los adversarios de Jesús por etiquetas de grupos de
diferentes.
Los evangelistas vivieron todos en situaciones históricas concretas.
Esas circunstancias influyeron en su descripción de la vida y muerte de
Jesús. Una de esas circunstancias históricas fue la hostilidad de los
círculos dirigentes judíos hacia la Iglesia apostólica y el recelo romano
hacia el cristianismo, como un movimiento judío destructivo de
tendencias apocalípticas. Después de la muerte de Jesús, sus seguidores se
constituyeron como grupo diferenciado dentro del mundo judío. Este
grupo, que predicaba la inminente disolución del orden natural y social y
su sustitución por un orden nuevo regido por Dios, despertó la hostilidad
tanto de Roma como de Jerusalén. Los romanos, incapaces aún de
distinguir la "Iglesia apostólica" de otras sectas judías, aplicaron medidas
restrictivas a todos los judíos, estuvieran o no contaminados de ilusiones
mesiánicas. Las medidas que tomó el gobierno imperial fueron
consecuencia de la agitación cristiana. Así, pues, inducidos por la actitud
romana hacia la propaganda mesiánica, los dirigentes judíos responsables
de la administración de los asuntos comunitarios consideraron prudente
restringir la predicación de Jesús de Nazaret como Cristo, el Rey que
había de sustituir a todos los demás reyes y principados.
Éste era el contexto histórico general en que vivían y escribían los
autores de los evangelios. Para poderlos entender históricamente, hay que
leerlos contra este telón de fondo temporal. Por ejemplo, los evangelistas
intentaron desvanecer en su relato la descripción del juicio a Jesús. Esto
fue hecho para combatir la hostilidad que asediaba a los cristianos en el
mundo que los rodeaba. En otros términos, la situación histórica concreta
determinó el rumbo que habría de tomar la predicación y la enseñanza del
evangelio: el contenido del mensaje venía determinado por la forma de
recepción que alcanzaba.
Incluso antes de emprender su tarea de componer el evangelio, con
base en las tradiciones transmitidas a través de la predicación, el autor de
Marcos, por ejemplo, identificaba a sus contemporáneos judíos como
gentes que permanecían sordas en la fe que él había abrazado. Y es por
causa de su propia polémica (con los judíos de su época) por lo que
describe a los judíos de la época de Jesús como gentes que habían
289

rechazado a éste desde el principio y habían sido causa de su muerte.


Alegatos y réplicas corrientes en la vida comunal de la comunidad
cristiana primitiva se retrotraían y atribuían ingenuamente a Jesús y a sus
compatriotas contemporáneos. Las discusiones y disputas, de las que el
segundo evangelista tenía conocimiento por su contorno, se describen
como si hubiesen tenido lugar durante la vida de Jesús.
Entre los años treinta y setenta, en que se produjo la formación de las
tradiciones evangélicas, eran frecuentes las disputas. Estas disputas fueron
entonces remitidas al pasado, relatándose como episodios de la vida de
Jesús. En nuestros evangelios hallamos no sólo la trayectoria del Jesús
histórico, sino también la trayectoria de Cristo en la Iglesia apostólica. El
tema de nuestros evangelistas no es sólo la época de la vida de Jesús; a
ellos no les interesa el Jesús histórico, sino el Señor vivo de la Iglesia. La
imagen de Cristo en los evangelios no sólo pertenece a la época de la
historia de Jesús de Nazaret. Y no tiene fundamento la hipótesis de que
existiese entre sus contemporáneos un plan concertado para quitarlo de en
medio. Es sólo delirio.
1. Las masas.- Si Jesús no hubiera tenido un gran número de
seguidores, no habría sido crucificado ni la predicación acerca de su
resurrección habría tenido tan pronta y amplia aceptación. El curso de los
acontecimientos presupone un éxito popular. Dicho éxito está de acuerdo
con las historias de los milagros. Tanto estas historias como los milagros
corroboran las frases que prometen la salvación a los pobres, al igual que
éstas contradicen las amenazas de condenación general. Por consiguiente,
las frases hostiles hacia el mundo no pueden usarse impunemente para
demostrar que el mundo le era hostil a él. Algunos grupos lo eran.
Algunas frases reflejaban dicha hostilidad, pero no existen pruebas
suficientes de una hostilidad general, mientras que sí existen de lo
contrario. Por consiguiente, las frases que presuponen esa hostilidad entre
el mundo y Jesús son probablemente falsas, aunque son verdaderas
después de la muerte de Jesús. Entre otras, esas frases son "Corderos entre
lobos", "Generación malvada", "Mundo perverso destinado a la
destrucción"...
2. La familia.- En Juan (7,8) se ve con claridad la descripción de la
hostilidad existente entre Jesús y sus hermanos. Dicha descripción no
contradice el hecho de que sus hermanos aparecieran más tarde en la
Iglesia. No tenían otra alternativa. Jesús había sido ejecutado como
pretendido Mesías, es decir, un rey ungido. Este título era hereditario y él
no tenía hijos, de modo que sus hermanos se encontraron con la
responsabilidad de asumir aquella reivindicación. Además, una vez
comenzó a prosperar, la Iglesia ofreció a los hermanos de Jesús unas
oportunidades insólitas.
290

Las historias de las relaciones de Jesús con su madre presenta un


aspecto parecido. A los pies de la cruz, Jesús la encomienda al cuidado
del "discípulo que amaba" (Jn 19,25), pero no se dice que Jesús la amara a
ella. Cualquier héroe que hablara sólo dos veces con su madre y en ambas
ocasiones se dirigiera a ella llamándola "mujer" (Jn 2,4; 19,26), sería un
personaje difícil para los biógrafos sentimentales. La tradición de Juan
sabía que las relaciones de Jesús con su madre habían sido frías.
Para explicar esa frialdad, debemos recordar que, en las historias de
Marcos sobre el rechazo de Jesús por sus conciudadanos, éstos se refieren
a Jesús como "el hijo de María" (Mc 6,3). En el lenguaje semítico,
referirse a un hombre como el hijo de su madre indicaba que la identidad
de su padre era incierta. Mateo (12,55) refunda esta referencia para evitar
tal complicación. Lucas (4,22) sustituye "María" por "José". En la otra
versión de la frase, en Juan (6,42), también figura "José". La explicación
acostumbrada de que Marcos escribió "hijo de María" porque creía que
Jesús había nacido de una virgen la contradice el hecho de que él no
menciona en absoluto tales circunstancias de su nacimiento, mientras que
tanto Mateo como Lucas, que escribieron historias acerca de ello, se
refieren a Jesús en este pasaje como el hijo de su padre.
Estos hechos permiten suponer que Jesús no fue hijo de José. Si lo
hubiera sido, la expresión "el hijo de María" no habría aparecido nunca en
un texto cristiano, pues es ofensiva. Esta probabilidad viene confirmada
por unos cuantos detalles curiosos. (1) Según Mateo (1,2-16), la
genealogía de Jesús sólo menciona a cuatro mujeres además de María:
Tamar (Gén, 38), cuyos hijos nacieron de unas relaciones incestuosas;
Rahab (Jos 2 y 6), la madame de un burdel; Ruth, una no israelita que
consiguió su segundo marido por medio de la incitación, si no por la
fornicación, y así llegó a ser la bisabuela de David (Ruth 4,21 ss); y
Betsabé, la esposa de Urías, cuyas relaciones con David comenzaron con
un adulterio, aunque llegó a ser la madre de Salomón. Es evidente que se
necesita una explicación del hecho de que el autor de la genealogía de un
Mesías hubiera escogido mencionar sólo a estas cuatro mujeres. La más
verosímil es la de que Mateo quería excusar a María mediante lo que
implicaban las genealogías que exponía. (2) En esta genealogía se dice
que cada uno de los hombres mencionados engendró a su hijo, hasta
llegar a José, de quien se dice que fue "el esposo de María, de quien nació
Jesús" (Mt 1,16). La genealogía de Lucas dice que Jesús era, "según se
creía, el hijo de José" (Lc 3,23. Subrayado mío).
Si el nacimiento de Jesús fue verdaderamente irregular, debió de ser
un niño de quien se burlaron en el pueblo donde creció. Con facilidad
podríamos imaginar sus razones para abandonar Nazaret7. También
podríamos comprender la sorprendente falta de noticias de su familia en
los evangelios, incluyendo el tono frío e incluso desfavorable de lo poco
291

que existe en ellos. La expresión "si alguno... no aborrece a su padre y a


su madre, y a su esposa, y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, y
también a sí mismo, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,26) refleja mejor
la actitud de Jesús hacia su familia que la de sus seguidores.
Es probable que el contraste entre la importancia de la familia de Jesús
en la Iglesia primitiva y su insignificancia en los evangelios resulte del
hecho de que la familia fue más importante en la Iglesia de Jerusalén, que
había hecho amistades con los fariseos y seguía una observancia pública
de los mandamientos, al menos los más conspicuos, de la Ley de Moisés8.
Esta Iglesia de Jerusalén fue arrinconada con la destrucción de la ciudad
el año 70, precisamente antes de que comenzaran a tomar su forma
definitiva los evangelios. Con esto, la familia de Jesús perdió mucho de su
importancia. Por ello los compiladores de los evangelios no incluyeron
historias sobre sus miembros.
3. Los fariseos.- El fariseo era el devoto judío. Lo eran casi todos
excepto los tibios (poco numerosos) y los hombres ilustrados. Fueron los
que se opusieron encarnizadamente al helenismo e impidieron la
dominación siria. En el fondo el fariseo es el hasid del tiempo de los
Macabeos, pero, después de la victoria, los hasidim tomaron el aspecto de
una burguesía no muy rica, pero llena de orden, regular en sus
costumbres, obediente a los preceptos religiosos con el mayor escrúpulo,
gobernando su vida práctica con la cordura de Jesús, hijo de Sirach.
Los nuevos dogmas que penetraban en el judaísmo los aceptaban los
fariseos sin fijarse en que carecían de fundamento en los libros antiguos.
Admitían la resurrección, las penas y recompensas futuras, el papel
exuberante de los ángeles, la intervención perfecta de Dios en las cosas
humanas. Eran el judaísmo vivo y en desarrollo. Flavio Josefo destacó las
siguientes características en su Guerra de los judíos y destrucción del
templo y ciudad de Jerusalén:

a) Vigilancia y conocimiento de la ley


b) Atribuyen todo lo que hacen a Dios y a la fortuna.
c) Está en manos del hombre hacer bien o mal, pero en todo puede
ayudar la fortuna.
d) Las ánimas son incorruptibles.
e) Las ánimas buenas pasan a los cuerpos, las malas son
atormentadas con suplicios eternos.
f) Ámanse entre sí, deséanse bien, júntanse con amor.

En pocas palabras, se puede decir que la masa del pueblo era farisea.
La asignación a los fariseos del papel de enemigos implacables de Jesús
tiene su explicación histórica en la situación que se creó cuando los que
292

creían en la condición mesiánica de Jesús fueron expulsados de la


sinagoga. Para algunos autores, Jesús fue un fariseo, como lo será su
principal "apóstol": Pablo. Las decepciones de los predicadores en su
relación con los fariseos, a los que se habrían dirigido con la esperanza de
ganarlos para su causa, se convirtieron en hostilidad. Esta situación
histórica la produjo la proclamación de Jesús como Mesías, una situación
completamente distinta de la existente durante la vida del propio Jesús.
Los fariseos constituyen el grupo más mencionado como adversario de
Jesús. Se puede demostrar que casi todas las referencias que se hacen a
los fariseos en los evangelios proceden de los 70, 80 y 90, los últimos
años en que se escribieron los evangelios. De las pruebas resulta que
algunos fariseos pudieron haber tenido algunas diferencias con Jesús, pero
el conflicto serio entre cristianos y fariseos surgió en Jerusalén después de
la muerte de Jesús. Se agudizó muy pronto cuando Pablo y probablemente
otros fariseos se dedicaron a perseguir a aquella nueva secta. Llegó a su
punto crítico durante los años 41 a 44, cuando los fariseos consiguieron el
apoyo de Herodes Agripa I (Act 12). El enfrentamiento decreció después
de la marcha de Pedro, a la muerte de Herodes, y el ascenso de Santiago,
hermano de Jesús, a la dirección de la Iglesia (Act 21,18). Cuando Pablo
visitó Jerusalén a finales de los años 50, encontró que la Iglesia,
gobernada por Santiago, mantenía excelentes relaciones con sus vecinos,
los fariseos, de los cuales existían muchos conversos (Act 21,20). Cuando
Pablo fue juzgado allí, los fariseos lo defendieron ante el Sanedrín (Act
23,9). Hacia el año 62, cuando Santiago fue ejecutado por un sumo
sacerdote saduceo, parece ser que los fariseos protestaron por la ejecución
y se aseguraron de que el Sumo Sacerdote fuera depuesto. No volvemos a
tener más noticias de hostilidad entre ellos y los cristianos hasta después
de la revuelta de los judíos en los años 66-70, que culminó con la caída de
Jerusalén. Probablemente los antiguos dirigentes, tanto de los fariseos
como de los cristianos, fueron desterrados o destruidos. Después del año
70, un grupo de fariseos profundamente reorganizados se encargó, con el
apoyo de los romanos, de forjar un nuevo judaísmo rabínico "de
coalición", pero excluyó deliberadamente a los cristianos de dicha
coalición. Prueba de ello es la maldición contra los cristianos incluida en
la oración rabínica diaria. Tal inclusión se hizo en tiempos de Gamaliel II,
que probablemente ocupó el poder hacia los años 80 a 120. La "coalición"
provocó un período de agudo conflicto entre las sectas. Ese conflicto lo
reflejan la mayoría de las referencias a los fariseos que aparecen en los
evangelios.
En efecto, la relación de Jesús con los fariseos muestra, en los
evangelios, cómo estos fueron escritos para dar cuenta de las dificultades
que tenían las nacientes iglesias cristianas en sus momentos históricos,
sobre todo en los años 80 del siglo I d. C. Mateo y Lucas contienen
293

muchas referencias a los fariseos9. La mayor parte de las referencias


"amistosas" de Lucas, que presentan a Jesús visitando a fariseos y
cenando con ellos, sirven de introducción a frases hostiles en las cuales
reprende o insulta a sus anfitriones. También es verosímil que estos
informes, probablemente falsos, fueran reacciones ante el crecimiento de
la influencia farisaica en la comunidad judía de la diáspora, de la cual
formaba parte la iglesia judeocristiana de Lucas, y que tuviera el
propósito de proporcionar a los feligreses unos precedentes que pudieran
mostrar a sus amigos judíos para contrarrestar las enseñanzas de los
fariseos que querían excluirlos. Como se dijo, hacia el año 100 d. C. los
fariseos introdujeron una maldición contra los cristianos en la oración
diaria que se rezaba en las sinagogas. La intención de tal inclusión fue la
de mantener a los cristianos fuera de ellas. Las referencias genuinamente
amistosas que son propias de Lucas y de Mateo deben ser reliquias del
período de buenas relaciones que tuvieron bajo Santiago.
De las once referencias a los fariseos en Marcos, parece verosímil que
sólo las de 2, 24; 3,6; 8,15; y 12,13, procedan de sus fuentes. Las restantes
fueron probablemente añadidas por Marcos mismo o por sus copistas y,
por lo tanto, son de alrededor del año 75, quizás más tarde. El añadido de
estas referencias, y su hostilidad, muestran el comienzo del asunto
polémico que Mateo y Lucas desarrollarán después.
Hay que destacar que ni Marcos ni Lucas atribuyeron a los fariseos
ningún papel en la historia de la Pasión. Por consiguiente, Juan 18,3, que
los muestra suministrándole a Judas hombres armados para detener a
Jesús, es probablemente una invención hostil, como también lo son Juan
7: 32, 45 y 47, que los muestran organizando un intento de detención
anterior, pero que fracasó porque sus agentes se habían quedado
pasmados con el discurso de Jesús. Puesto que la lista anterior de pasajes
anacrónicos de Juan contiene la gran mayoría de las referencias de su
evangelio a los fariseos, y teniendo en cuenta que ninguna de las que se
han omitido contiene prueba clara alguna de su antigüedad, es juicioso
pensar que la descripción de los fariseos que hace Juan refleja casi
exclusivamente el judaísmo de su propia época. En resumen, nunca puede
ser utilizado con confianza como prueba de los conflictos de Jesús con los
miembros de esta secta.
Existen pruebas evidentes de que prácticamente no hubo fariseos en
Galilea mientras vivió Jesús. Por consiguiente, la descripción de los
sinópticos de una Galilea plagada de fariseos es un anacronismo. Todos
los fariseos de Juan están en Jerusalén, y Jesús va a Galilea para ponerse
lejos de su alcance (Jn 4,1 ss).
Los rabinos heredaron las tradiciones de los fariseos. Los estudiosos
sostienen que, entre estas tradiciones, no había ninguna acerca de Jesús.
294

La explicación más natural y fácil es la de que pocos fariseos se


encontraron con él, y que estos pocos no consideraron memorables estos
encuentros. El lector debe saber que todos los textos rabínicos sobre Jesús
han sufrido más o menos en la tradición manuscrita. Muchos de ellos han
sido suprimidos por completo en la mayor parte de las ediciones
corrientes y de los manuscritos.
Si fuera verdad que existieron disputas importantes entre Jesús y los
maestros fariseos de su época, se habrían conservado algunos ecos de
ellas en la tradición rabínica. Conclusión: los adversarios originales de
Jesús fueron otros. Ya veremos quiénes. Los fariseos entraron primero en
conflicto con los miembros de la Iglesia de Jerusalén después de la
resurrección. Las historias en las que ellos intervienen fueron
introducidas más tarde, durante los años medios y últimos del siglo I d. C.
4. Saduceos y otros grupos menores.- Después de la revuelta macabea,
la vida en el nuevo régimen de sacerdotes y ancianos era ardiente y las
divisiones hondas. Los partidos siempre han sido muy animados en el
mundo judío. Con la derrota de los seléucidas por los asmoneos, había
disminuido mucho la gran distinción entre helenistas y nacionales. Es
más, casi ya no había helenistas en Palestina, por haber sido exterminados
o expulsados. Habían triunfado los haridim, pero entre éstos existían
varios matices.
Unos permitían las nuevas creencias sobre resurrección y recompensas
futuras; otros se atenían estrictamente a la vieja doctrina judía y negaban
la resurrección y los ángeles. Unos complicaban la Ley con muchas
explicaciones tradicionales. Otros querían conservar la Torá con su añeja
sencillez; los demás eran aristócratas altivos y desdeñosos. El motivo de
las diferencias estaba en las clases y en la riqueza, más que en los
artículos de la fe. Pero la riqueza no tenía más origen entonces que el
sacerdocio. En casos raros, en la asociación con los ladrones nabateos.
Los saduceos reproducían en gran medida a los antiguos helenistas del
tiempo de Antíoco. Eran hombres ilustrados, medianamente patriotas,
nada fanáticos y enemigos de éstos. De familia sacerdotal (sadoki), el
saduceo se convirtió en aristócrata conservador
El auge del helenismo en tiempo de Antíoco Epifanio fue obra del alto
clero de Jerusalén. Muchos sacerdotes consintieron en ofrecer sacrificios
a Júpiter Olímpico. Más hábiles que los helenistas, los saduceos no
quisieron que se tocase el culto establecido. Eran hombres de civilización,
refinados, que simpatizaban poco con los piadosos atrasados. Como las
modas griegas se extendían por el mundo, los saduceos parecían
helenistas, pero en el fondo eran judíos de la antigua escuela muy
ocupados de lo presente, poco del más allá y de lo porvenir, negadores de
la resurrección y de los ángeles. El saduceo no formaba parte del progreso
religioso, pues negaba los dogmas en formación. Su situación era igual a
295

la de los católicos viejos, de ahora. El saduceísmo representaba la


oposición a los nuevos dogmas que habían introducido los tiempos
macabeos y, sobre todo, el Libro de Daniel. Eran hombres mundanos y
poco religiosos. Su sabiduría era muy profana. En resumen, la gente rica y
constituida en dignidad pertenecía al partido saduceo. Flavio Josefó
destacó estas características del pensar y hacer de los saduceos:

a) La fortuna no tiene poder.


b) Dios no hace mal ni tampoco lo ve.
c) Cada cual escoge hacer el bien o mal que le es propuesto.
d) No hay honras y penas de las almas, y tampoco reciben gloria
ni tormentos.
e) Difieren entre sí con costumbres muy finas.
f) No ven con buenos ojos a los extranjeros, antes son muy
inhumanos para con ellos.

Pero no se sabe que los saduceos tuvieran relación alguna con Galilea.
No tienen importancia en los evangelios (ninguna, al menos, como
grupo). Es casi seguro que algunos de los dirigentes sacerdotales fueron
saduceos, pero los evangelios no los juzgan dignos de mención. Sin
embargo, hay que decir que si hubo judíos que ejercieron una influencia
efectiva en los acontecimientos que condujeron a la muerte de Jesús,
habrían de ser éstos miembros de la aristocracia sacerdotal, individuos de
la secta saducea.
Si buscamos una época en que los fariseos fueron intensamente
partidarios de Herodes y durante la que uno de ellos se dedicó a perseguir
a los cristianos en Jerusalén (Act 12,1 ss), la encontraremos diez años
después de la crucifixión, durante el reinado de Herodes Agripa I, que
gobernó Jerusalén desde el año 41 hasta el año 44 d. C. Por consiguiente,
podemos conjeturar que los 'herodianos' de Marcos10 son un anacronismo
menor. Esto, por otro lado, permite fechar una de las fuentes de Marcos,
esto es, data de los años cuarenta o más tarde. No deja de ser irónico que
los libros de paganos y judíos, como F. Josefo, nos ofrecen más
credibilidad que los evangelios, "inspirados" por el Espíritu Santo. Pero
esto ya lo hemos dicho en otras ocasiones.
Los 'ancianos' aparecen sólo asociados a los sumos sacerdotes,
excepto en Lc 7,3, en donde es posible que se trate de los ancianos de una
sinagoga. Los 'gobernantes' es un término visiblemente impreciso y no
técnico. Los 'jefes' de Lc 22,4 y 52, son los oficiales encargados de la
guardia del Templo.
5. Judas y el Sumo Sacerdote.- En el versículo 3 de Juan 18, se dice
que Judas iba al mando de la cohorte que apresó a Jesús. En el versículo
296

12 , es un oficial romano quien prende al Maestro. Aunque es mencionado


dos veces, Judas no juega prácticamente ningún papel relacionado con la
detención de Jesús. En lo que respecta a la composición literaria del
relato, la mención del nombre ‘Judas’ es algo secundario. Desde el punto
de vista histórico, es inconcebible que Judas estuviese a la mando de una
smeîra o, en realidad, ni siquiera de un destacamento más pequeño de
soldados imperiales. El nombre se insertó después de compuesta la
primera versión. Lo insertó, casi con toda seguridad, la misma persona
que insertó el nombre de ‘Caifás’ en el relato siguiente del interrogatorio.
Jorge Luis Borges escribió en Ficciones un magnífico cuento que tituló
"Tres versiones de Judas". Así se encuentra el estado de la cuestión.
¿Qué decir del Sumo Sacerdote? Leamos:

Este Caifás, sumo sacerdote judío, elevado a la suprema


dignidad, no como lógica secuela de haber sido antes jefe del
templo sino en virtud de un soborno de doscientos talentos
que su suegro Anás fraguó y llevó a cabo (el procurador
Valerio Graco, que era el representante de Roma para aquel
entonces, recibió la suma del cohecho con la mano izquierda
y extendió el nombramiento de Caifás con la derecha: Anás
seguirá gobernando a los judíos por intermedio de su yerno,
tal como los había gobernado sin testaferro durante nueve
años). Este José Caifás, autoridad máxima de la comunidad
hebraica, a quien obedecen y adulan más de veinte mil
hombres que trabajan en el templo o viven a su sombra:
sacerdotes, levitas, liturgistas, sacristanes, músicos, cantores,
porteros, guardias armados que ahuyentan a los intrusos,
cobradores de diezmos, mercaderes con permisos sellados,
limosneros hereditarios. Este José Caifás que guarda bajo sus
llaves los fondos del templo y dispone de ellos sin rendirle
cuentas a nadie, y rige en provecho propio el comercio de los
animales destinados a los sacrificios, y percibe un tanto por
ciento de los mercachifles que venden palomas y cambian
monedas en los atrios sagrados. Este José Caifás, empresario
de naves que atraviesan los estrechos y surcan los mares
llevando desde Tiro púrpuras y cristales y trayendo a su
regreso las bodegas colmadas de esclavos que serán vendidos
a las puertas del mar Grande. Este José Caifás cuyo palacio
edificado en una colina de Jerusalén abriga una mezcolanza
de jardines babilónicos y columnas helénicas. Este José
Caifás, único ser humano a quien le está permitido penetrar
en el recinto del Sancta Santorum, saduceo intolerante por
razones de progenie y de conveniencia. Este José Caifás,
297

ondulatorio y malquiriente, envidioso y autoritario,


rezandero y maligno, ha logrado al fin lo que con tanto
empeño se proponía: que sea condenado a muerte Jesús de
Nazaret, un carpintero de Galilea que anda por ahí
predicando el amor y la igualdad entre los hombres.
Mas no fue victoria fácil para los altísimos magistrados del
judaísmo oficial conseguir la inmolación de Jesús que ahora
se vislumbra tan ineludible y tan inmediata. José Caifás era
capaz y suficiente para unificar contra la vida de Jesús a toda
la gente influyente de Jerusalén, incluso a los ocupantes
romanos, pero ¿de qué argumentos se valdría para
desengañar a las bandadas de miserables que cruzaban las
aldeas en seguimiento del Nazareno?
Esto lo escribió M. Otero Silva11, pero gran parte de lo señalado es
propaganda. El evangelio más antiguo, Marcos, menciona en varios
pasajes al gobernador romano por su cognomen, pero ni en solo caso nos
da el nombre del Sumo Sacerdote en funciones entonces. El tercer
evangelista supuso que había sido Anás el sumo sacerdote del año 15 del
reinado de Tiberio. Posteriormente un corrector escribió el nombre Kaiafâ
sobre ´Anna, sin borrar este último. De este modo hace su aparición
Caifás en el tercer evangelio. No está claro en condición de qué figura
allí. Mientras que las funciones de las otras personas mencionadas en
Lucas 3, 3, se formulan explícitamente, no se aclara la de Caifás. Lo
mismo sucede en Hechos 4,6. También aquí se alude a una sola persona
como Sumo Sacerdote. Esa persona es Anás.
Así, pues, en el tercer evangelio y en los Hechos de los apóstoles, el
Sumo Sacerdote en funciones durante la época en que Jesús vivió y poco
después de su muerte se llama Ana(s). ¿De dónde procede esta
información? Puede decirse que el Anás aludido difícilmente pudo ser el
Sumo Sacerdote nombrado bajo Quirino y al que depuso Valerio Graco,
pues Anás había dejado de desempeñar ese cargo antes de que Caifás le
sucediese, y mucho antes de que iniciase su actividad pública Jesús
El autor del primer evangelio da el nombre de 'Caifás' como el del
Sumo Sacerdote (Mt 26,3). A diferencia de la información utilizada por el
tercer evangelista, la suya es correctamente histórica
En resumen, en un evangelio el Sumo Sacerdote es Anás, en el otro es
Caifás. ¿Cuál dice la verdad? Sabemos que un tal Anano (Anás) fue
Sumo Sacerdote desde el año 6 al 15 d. C.; José, llamado Caifás.,
desempeñó el cargo del año 18 al 36 d. C.
No hay ninguna tradición que se remonte a los contemporáneos de
Jesús que transmitiese a la posteridad el nombre de la persona que
298

ocupaba el sumo sacerdocio en tiempos de Jesús. Tampoco está


demostrado, ni mucho menos, el que existiesen relaciones familiares entre
Caifás y alguien que llevase el nombre de Anano o Anás. Sólo más tarde,
despertado ya un interés histórico en algunos cristianos individuales, que
estimuló investigaciones en anales no cristianos, quedó establecido la
identidad de Caifás como "el Sumo Sacerdote de aquel año".
El que no hubiese, en principio, un interés por la identidad del Sumo
Sacerdote fortalece considerablemente el argumento de que el papel real
del dignatario en el proceso contra Jesús no fue tan decisivo como los
evangelios lo sugieren.
Los evangelios nos informan que Jesús pasa el período que media
entre su detención y la sesión matutina en la residencia del Sumo
Sacerdote. No hay razón alguna para dudar de que este informe se basa en
recuerdos históricos. El Sumo Sacerdote, como jefe de la administración
local judía, era responsable ante el gobernador del mantenimiento del
orden público. Formaba parte de su tarea colaborar en la detención de los
sospechosos políticos y en la preparación de procesos contra delincuentes
políticos, aun en casos en que debieran comparecer a juicio ante la
autoridad romana. Es posible que ésa sea una explicación de por qué
Jesús permaneció detenido en el palacio del Sumo Sacerdote. Podemos
hallar un apoyo a esta tesis en Juan (18,11-27).
No tenía por qué ser toda una speîra (o cohorte) al mando de un
tribunal militar la que detuviera a Jesús, ni tenía por qué ser el suegro del
Sumo Sacerdote el que realizase el interrogatorio posterior. Estos detalles
son añadidos por el evangelista. Pero la tradición que utilizó el autor del
cuarto evangelio, es decir, que Jesús fue detenido por los romanos e
interrogado por un funcionario judío antes de ser entregado de nuevo a los
romanos para que lo juzgasen, es muy probable que se basara en un hecho
histórico.
Reconstruyamos, racionalmente, los hechos. Al mando de su
jefe, un destacamento de soldados romanos y la policía de los
judíos detuvieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron a Anás, el Sumo
Sacerdote. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus
discípulos y doctrinas. Jesús afirmó que había predicado
abiertamente sus doctrinas y que nunca había tenido secretos.
Durante el interrogatorio, un policía (auxiliar del cortejo del Sumo
Sacerdote) golpeó a Jesús. La historia de la negación de Pedro, que
lo había seguido, sucede en la casa de Anás. Por la mañana,
llevaron a Jesús de la casa de Anás al palacio del gobernador. El
destino del Mesías de Nazaret queda en manos de Poncio Pilatos.
299

6. El Sanedrín.- El Sanedrín fue la institución con poderes judiciales y


de otro género de mayor antigüedad del judaísmo. Era más antiguo que la
monarquía, continuó existiendo con ella y sobrevivió a reyes y etnarcas.
Durante todo el período de soberanía herodiana, el Sanedrín siguió
ejerciendo ciertos poderes, incluido el de jurisdicción. Es más, se hallaba
en posición de enviar delegados a Roma y expresar deseos contrarios a los
del dignatario regio o a los del aspirante del poder regio. Así, cuando
murió Herodes el Grande, en el año 4 a. C., el Sanedrín envió delegados a
Roma para informar a los romanos que los dirigentes judíos preferían la
autonomía bajo soberanía romana que ser gobernados por un hijo de
Herodes. “Estaban deseosos de alcanzar su libertad y someterse a un
gobernador romano”, dijeron.
Existen abundantes pruebas de que, incluso después de la muerte de
Jesús, el Consejo Supremo de la nación ejerció funciones de tribunal
judicial procesando a judíos por delitos de pena capital y aplicando dicha
pena. Pero el Sanedrín no juzgó a Jesús.
Todas las fuentes, a excepción de Marcos y Mateo, concuerdan en que
el Sanedrín celebraba sus sesiones en un edificio dedicado especialmente
para tal fin.
Los evangelios dicen que Jesús fue conducido del lugar del
prendimiento a la casa del Sumo Sacerdote12. Su unanimidad en este
punto resulta especialmente notable, considerando el hecho de que
discrepan en sus descripciones de ciertos eventos posteriores. No
hallamos en parte alguna de los escritos de Josefo ni en la literatura
rabínica ningún dato que indique que el Sanedrín se reuniese en la
residencia del Sumo Sacerdote.
Según el segundo evangelio, Jesús fue considerado reo de blasfemia
(lo que choca con Misná San, VII, 5: El blasfemo no es culpable a menos
que pronuncie claramente el nombre divino). El Consejo proclamó
unánime que merecía la muerte. La muerte por blasfemia prevista en Lev
24, 26, y Misná San VII, 4, es muerte por lapidación. En tercer lugar, es
imposible deducir de Marcos por qué Pilatos había de juzgar a Jesús si ya
lo había juzgado el Sanedrín y había dictado sentencia.
El relato marcosiano del juicio a Jesús ante el Sanedrín lleva
intercalada la historia de la negación de Pedro. Ambas cosas se relatan de
modo que parecen dos acontecimientos que ocurren de modo simultáneo
en partes distintas de la residencia del Sumo Sacerdote. Es algo parecido a
esa vieja técnica del cine en que se divide la pantalla por el centro y se
despliegan ante los ojos del espectador dos escenas distintas para que éste
pueda percibir la conexión fatal de dos series de acontecimientos. Las
intercalaciones de este género no son raras en el segundo evangelio. Es la
combinación, la confrontación de las dos series lo que encierra la
300

moraleja y nos da la clave de los propósitos del narrador. Quiere que


percibamos que, mientras los domésticos de un personaje influyente
importunaban a Pedro y éste sucumbía a un interrogatorio hostil, Jesús,
por su parte, mantenía firmes la fe y la compostura frente a la suprema
autoridad del nación, sin que le importasen las consecuencias. La
discrepancia entre las necesidades cronológicas de ambas series de
sucesos revela que su intersección en la narración del juicio de Marcos
no tiene carácter histórico. La yuxtaposición refleja un propósito
exhortativo en el narrador, muy comprensible en la época del segundo
evangelio, cuando profesar la fe cristiana podía acarrear consecuencias
graves al creyente. El evangelista exhorta aquí a sus lectores a seguir el
ejemplo que da Jesús, no el que da Pedro. La firmeza trae el sufrimiento,
pero también la gloria.
El segundo evangelio (escrito probablemente en Roma) pretende
destacar que la nación judía es la culpable de la muerte de Jesús, sobre
todo de sus dirigentes. Ellos, no los romanos, son los culpables de la
crucifixión. Por eso llegó a la conclusión de que debería omitir todo lo
que pudiese sugerir al lector que el caso de Jesús, que había sido
condenado a muerte por un gobernador romano de Judea, pudiera
compararse a cualquiera otro de los casos de pena capital (fueron
innumerables) de autoridades romanas en los años 66-70 d. C. No debía
darse pie a la deducción de que Jesús estuviese relacionado en algún
sentido con actividades subversivas como las que habían provocado el
levantamiento reciente. El evangelista procuró, en consecuencia, ocultar
que Jesús había sido condenado y ejecutado por considerársele culpable
del delito de sedición.
Conclusión: antes del año 70 d. C., el Sanedrín tenía plena jurisdicción
sobre los judíos acusados de delitos contra el derecho religioso judío.
Tenía, también, autoridad para dictar y ejecutar abiertamente sentencias
de muerte de acuerdo con las normas de la legislación judía. Sólo después
de la caía de Jerusalén se vio privado el Sanedrín de su derecho a ejecutar
personas a las que había juzgado y condenado a muerte. Pero el Sanedrín
ni juzgó ni condenó a Jesús de Nazaret.
7. Escribas.- Al eliminar a los fariseos, saduceos y a los grupos
menores, sólo nos queda un grupo que pudo haber conocido los hechos
acerca de la parentela de Jesús y su correspondiente trasfondo y el
carácter alienado del Maestro. Este grupo debió de haber seguido
repitiéndolos en la polémica anticristiana a la cual, como ya hemos visto,
intentaron responder los cristianos. Este grupo era el de los escribas.
Aparecen éstos tanto en Galilea como en Jerusalén. Aunque Juan nunca
alude a ellos, son frecuentes en todos los sinópticos y fueron nombrados
probablemente en una de las fuentes de Q. Parece ser que todos los
301

escribas tuvieron un papel más importante en la primitiva tradición


cristiana que el que tienen en los textos actuales de los evangelios.
¿Quiénes eran los escribas? No fueron un partido, como el de los
fariseos y el de los saduceos, pero sí una clase profesional. La mayor
parte de ellos se ganaba la vida como maestros de escuela superior, otros
tal vez dieron consejos legales y algunos otros eran escribientes
profesionales y copistas de documentos. En resumen, podemos suponer
que la mayor parte de sus miembros eran los maestros de escuela de las
clases media y media baja, abogados y notarios de las ciudades de
Galilea.
Parece muy verosímil que este grupo fuera el que, durante la vida de
Jesús, sirviera de red de comunicación para que las historias en un pueblo
galileo sobre su entorno familiar, su rechazo y todo lo demás, llegaran a
Jerusalén para formar parte de la persistente polémica cuya existencia
tuvieron que reconocer los evangelios y a la cual intentaron responder.
La hostilidad de los escribas se centra en tres temas. El primero de
ellos es la transgresión de la Ley cometida por Jesús: comer con
publicanos y pecadores13, sus discípulos no se lavan las manos antes de
comer14 y hace curaciones los sábados15. Los cristianos replican a estas
críticas con una oleada de ataques a los escribas por su escrupulosidad y
su despiadada pedantería en la observancia de la Ley (Mc 6,23). El
segundo tema del ataque de los escribas contra Jesús es la pretensión de
éste de poseer un poder sobrenatural: asume prerrogativas divinas para
perdonar pecados. Dice que un profeta daría una señal, pero él no ofrece
ninguna No afirma haber sido enviado como profeta, por lo que su poder
queda sin explicación. No les hace reproches a sus seguidores cuando lo
aclaman como Mesías y enseña que el Mesías es hijo de un ser más
grande que David, es decir, Dios16. Podemos relacionar todo esto con la
afirmación cristiana de que él enseñó con "autoridad y no como los
escribas" o, lo que es lo mismo, con un poder sobrenatural para mandar
tanto a los hombres como a los espíritus y, por consiguiente, para hacer
milagros17. La tercera acusación de los escribas es que Jesús es un mago,
"tiene" el demonio Belcebú, y hace sus milagros mediante el dominio de
los demonios. Hemos dicho ya que estar poseído por el demonio es
sinónimo de loco.

1.3. ¿Era Jesús de Nazaret homosexual?

Generalmente se figura que los homosexuales son lujuriosos, aunque lo


oculten. Esto no siempre es así. Ciertamente muchos hombres, en razón
de su indiferencia ante las mujeres, pasan por hombres muy castos (tal el
caso de Carlos XII, rey de Suecia, que los uranistas reivindican como de
302

los suyos) y ocultan bajo una apariencia puritana una lubricidad extrema.
Pero existen otros que ignoran completamente el apetito sexual. El amor
platónico, con su cortejo de abnegación, devoción e imaginación
romántica, también se da entre los homosexuales. En otras palabras, hay
homosexuales vírgenes.
Pero desde el punto de vista psíquico, en el homosexual, virgen o no, el
amor es tan exaltado como en el heterosexual. "El amor del uranista, dice
un autor, reviste a menudo una forma totalmente excéntrica; noche y día,
piensa en el hombre que ama, le sigue paso a paso y lo asalta con
declaraciones y demandas de citas". Como el amor heterosexual, el amor
homosexual es, a veces, exclusivo. El homosexual se siente impotente a la
vista de otros hombres que no sean su amante.
Hagamos la pregunta nuevamente: ¿Era Jesús de Nazaret homosexual?
A continuación presentamos a consideración del lector algunos
argumentos.
1º Las mujeres que le seguían estaban en minoría y jugaban un papel
difuso.
2º No se entretenía con mujeres. Por esta razón los discípulos "se
maravillaban de que hablase con una mujer", la Samaritana (Jn 4,27). Hay
que decir, por otro lado, que algunas de ellas lo adoraban. Pero su actitud
con las mujeres no era la de un varón. Con ellas Jesús se muestra casi
tímido y las trata como hermanas, ya fuesen ellas viejas cortesanas, así
como ellas lo tratan como a un hermano, a quien se puede seguir y
acercarse sin temor.
3º No quería siquiera que se las codiciara y desaconsejaba el
matrimonio, abolido en el Reino de los Cielos, donde todos serán como
los ángeles (Mc 12,25).
4º Por ellas sentía una gran compasión.
5º Ensalzaba la estirilidad. Claramente Jesús desaconseja el matrimonio
sobre la tierra18 y aconseja la automutilación: "hay eunucos que a sí
mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos".
6º No se sabe que tuviera mujer. El celibato pasaba en el judaísmo por
un desorden, tanto desde el punto de vista moral (Gén, 2,18) como desde
del punto de vista de la naturaleza de las cosas. Una de las razones que
hacían imposible el matrimonio era la alienación mental, escribió
Maimónides.
7º Tampoco dejó hijos.
8º Pero tenía Jesús por ciertos hombres verdaderos movimientos de
amor. Marcos recuerda un "flechazo" sobre un joven rico que vino a
decirle que deseaba ser su discípulo. "Jesús, poniendo en él los ojos, le
amó y le dijo: Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme" (Mc 10,21).
303

9º Por sus discípulos sentía una ternura particular. En este sentido es


muy gráfica la razón para intentar la resurrección de Lázaro en Judea, a
pesar de que los judíos querían apedrearle (Jn 11,1-44).
10º Quería ser amado de sus discípulos de un modo exclusivo. Quería
asimismo que se amasen entre ellos: tal era el nuevo mandamiento (Jn
13,34).
11º Ciertos hombres sufrían, cuando estaban en su cercanía, una
atracción súbita y singular (Mc 2,14).
12º Este soltero sin mujer se comparaba a un "novio", a un "esposo" (Mt
9,15).
13º "Los compañeros del novio" son doce amigos íntimos que lo rodean
todo el tiempo. A causa de tal hecho se decía "con mentira" "todo género
de mal" (Mt 5,11).
14º Hubo tres discípulos que fueron sus favoritos, sus confidentes, los
satélites que giraban a su alrededor. Tales eran Simón Pedro que, casado,
había sacrificado a su mujer y se declaraba presto a sacrificar su vida por
Jesús; Santiago y Juan, los hijo de Zebedeo.
15º Es comprensible el suicido de Judas Iscariote después de haber
entregado al Maestro como suicidio por celos, como también se hace
comprensible la delación por la misma razón: por amor. La escena de la
prisión en Getsemaní es ilustrativa: "En aquel instante, cuando aún estaba
él hablando, llegó Judas, uno de los doce, y con él un tropel con espadas y
garrotes, de parte de los escribas y de los ancianos. El traidor les había
dado esta señal, diciendo: A quien besare yo, ése es; cogedle y conducidle
con seguridad. Al instante llegó y se le acercó, diciendo: Rabbi, y le besó"
(Mc 14,43-45)
16º Hay un discípulo a quien amaba Jesús de manera especial. Con las
memorias de este discípulo amado de Jesús se va a componer el cuarto
evangelio. Dejamos al lector que saque las implicaciones de esta
expresión: "amado de Jesús" o "a quien amaba", repetidas cinco veces en
el cuarto evangelio19.

1.4. Retrato de Jesús, el loco

Hagamos el retrato de Jesús de Nazaret20 desde la perspectiva de la


paranoia.
En primer lugar, debemos referirnos a sus ideas de castración, que
permiten suponer el erotismo, ideas de amputación de la mano, que hacen
suponer la masturbación, un alejamiento de las mujeres y un afecto
apasionado por sus apóstoles, que aproximados por ciertas actitudes y por
ciertos actos, hacen suponer la homosexualidad.
304

Su pasión dominante era el orgullo, orgullo desmesurado, que engendró


la locura. Por otro lado, era triste, sombrío, pesimista y pusilánime. Una
de los hechos que más llama la atención es su falta de sentido del humor.
Jesús no quería, fuera de a sí mismo y al Padre, con quien se
identificaba, sino a los que creían en él. Se sentía más atado con todos
aquellos que se mostraban dóciles, serviciales y amorosos, aunque era
accesible a la compasión. Por todo ello execraba a los incrédulos, entre los
que se contaban sus parientes, así como a los discípulos indóciles y a los
que se avergonzaban de él. Tenía celos de los otros profetas y despreciaba
a los que no eran judíos. Sumamente irritable, en los accesos de cólera
llegó hasta ir en contra de objetos inanimados.
Sumido desde la infancia en las sugestiones religiosas de su entorno,
con gusto por sermones y lecturas piadosas, en la pubertad presentó, bajo
la influencia de la fatiga y la exaltación de una peregrinación, una crisis
de hebefrenia mística con fuga y acceso de hipermnesia. En el curso de
esta crisis se declaró el hijo del dios de los judíos. Entre los treinta y
treinta y cinco años, se declaró, no sólo el hijo de Yahvé, sino su
confidente, su intérprete, su agente, su ungido, es decir, el Mesías
anunciado por los profetas, el rey teocrático de los israelitas y del
universo. A veces llegó a confundirse con el mismo Dios.
Cuando sintió que su detención era inevitable, se imaginó ser una
víctima expiatoria destinada a sellar la nueva alianza entre Yahvé y su
pueblo, alianza predicha por los profetas judíos. Pensaba resucitar después
de su muerte, remontarse en el cielo y aparecer, envuelto en gloria, a la
derecha de su padre.
Este delirio, injertado en una idea mística de dominación, fue, después
de su primera manifestación (doce años), es decir, durante dieciocho años,
enriquecido por concepciones secundarias, deducidas del error primordial
o impuestas por los hechos. Su delirio era fijo, estable, homogéneo,
circunscrito, sin vegetación parásita. Aunque la transformación de su
personalidad fue completa, Jesús de Nazaret tenía conciencia del medio
donde vivía y sabía plegarse a las necesidades sociales, excepto en sus
paroxismos.
Tan cuidadosamente como se lo permitía su orgullo, también disimulaba
delante de sus adversarios su filiación divina, su mesianismo, sus éxtasis...
ocultando su pretendida identidad bajo un neologismo oscuro, arrojando
sobre sus propios proyectos los velos de las parábolas, respondiendo de
una manera ambigua, huyendo sin descanso de sus perseguidores. No era
menos fiel a su idea fija al esforzarse en responder a las objeciones de sus
adversarios y al defender tercamente sus concepciones delirantes.
Tuvo, sobre todo en el primer período de su psicosis, alucinaciones de
naturaleza religiosa. Cándido con estas alucinaciones, las tomaba por
305

sensaciones reales. Una de ellas estuvo acompañada de un ataque de


éxtasis con transfiguración.
La memoria de Jesús se especializaba en cosas de religión. El recuerdo
en él era relativamente exacto y rápidamente evocado.
Poseía el gusto por la alegoría y el símbolo. Pensaba por analogía, con
una cierta continuación que agotaba el asunto.
La mayor parte de sus ideas eran ideas religiosas y la mayor parte de sus
imágenes eran imágenes visuales relacionadas con la vida campesina y
obrera.
En él la asociación de las representaciones se distinguía por el
predominio de las relaciones de subordinación, la frecuencia de las
asociaciones verbales, las incoherencias del lenguaje y, sobre todo al fin
de su vida, las incoherencias de pensamiento.
Era débil su imaginación constructiva. Sólo era puesta en juego por su
pasión vesánica. Razonaba por entimemas, partiendo de premisas falsas, y
sólo empleaba el razonamiento de justificación. A sus réplicas no les
faltaba propósito. A veces eran astutas y sagaces. Durante el tiempo en
que fue observado por sus biógrafos, su inteligencia permaneció siendo la
misma.
Su actividad estaba en relación estrecha con su delirio. Puede
constatarse en ella la misma fuerza, la misma continuidad, la misma
cohesión. Jesús de Nazaret no tuvo sino un solo objetivo en la vida:
hacerse reconocer como el hijo de Yahvé y el soberano del universo en la
capital del mundo judío. Para realizar este sueño, abandonó su oficio, su
familia, su pueblo y se volvió un vagabundo. Cuatro campañas de
propaganda alrededor del lago de Tiberíades, una tentativa sobre Nazaret,
cinco tentativas sobre Jerusalén, tres huidas lejos del radio de acción de
sus perseguidores son el resumen de su vida.
Tuvo tres impulsos ambulatorios: uno a la edad de doce años y los otros
dos a los treinta.
Ejecutó siete actos vesánicos, de los cuales seis formaban parte de un
paroxismo juvenil y tuvieron por teatro el lugar donde él pensaba realizar
su sueño. De estos seis actos, cinco no fueron más que la ejecución de su
delirio. El sexto fue un acto de fetichismo homosexual: lavatorio de los
pies de sus discípulos.
Tuvo insomnios delirantes, sobre todo durante el período alucinatorio de
su locura y un acceso de narcolepsia histeroide en el curso de una
tormenta.
El lenguaje de Jesús de Nazaret era el de un alienado. En él puede
observarse el monólogo en la soledad y el monólogo en público. Al
principio se trató de una lalomanía variada y relativamente coherente.
Después, el pronombre yo viene sin cesar todo el tiempo y habla de sí en
306

tercera persona y no habla sino de sí. Su logorrea monótona y sin


secuencia rezuma los ecos de su delirio y testimonia, en conjunto, un
egocentrismo absoluto. Hablaba con un tono de autoridad y con una
elocuencia puramente emocional. Fueron recogidas 28 explosiones
verbales, provocadas por las emociones, principalmente por la cólera.
Jesús se vio compelido a hablar mucho de sí mismo, de su persona. De
eso no queda duda. F. Hegel señala que la circunstancia que lo obligó a
ello fue la manera en que su pueblo era influenciable. Su pueblo tenía la
íntima convicción de haber recibido su constitución entera, todas sus leyes
religiosas, cívicas y políticas de la divinidad misma. Este era su orgullo.
Un maestro que quería tener más eco en su pueblo de lo que podía lograr
un comentario nuevo de las mismas fuentes debía necesariamente apoyar
sus afirmaciones sobre la misma autoridad. Por eso Jesús exige que
escuchen sus enseñanzas, porque expresan la autoridad de Dios. Esta
correspondencia de lo que decía con la voluntad de Dios, sus afirmaciones
de "quien cree en mí, cree en el Padre", le dieron la autoridad según la
cual Jesús no habría podido ejercer ninguna influencia sobre sus
contemporáneos, por más elocuentes que hubieran podido ser sus
conceptos. Pero esta identificación con la autoridad divina es locura.
También recuerda Hegel otra causa para hablar de la manera como
hablaba Jesús. Era la espera de un Mesías que, revestido de poder y como
plenipotenciario de Yahvé, debía fundar el nuevo Estado judío. Una
enseñanza diferente de la que los judíos ya poseían en sus documentos
sagrados se aceptaría en este pueblo sólo si proviniese de este Mesías. La
aceptación que el pueblo mismo dio a Jesús se apoyaba, en su mayor
parte, en la posibilidad de que fuese ese Mesías y que se mostrara pronto
en su grandeza. Jesús sabía que bajo ninguna otra condición tendría
acceso al pueblo si no era mediante esta suposición. Pero él realmente
creyó ser el Mesías elegido. Intentó, sin embargo, conducir la esperanza
mesiánica hacia la moral y fijó el momento de la manifestación de su
gloria en el tiempo posterior a su muerte.
Las concepciones delirantes de Jesús de Nazaret, aceptadas como
artículo de fe por los campesinos y pescadores que le seguían, se
transmitieron a través de más de 65 generaciones. Repartidos por los
cinco continentes, más de mil millones de hombres las guardan como
verdades que no se discuten. Un número incalculable de vidas humanas y
una cantidad inapreciable de trabajo humano fue sacrificado con el objeto
de propagarlas y defenderlas. Los más grandes artistas del mundo
consagraron una parte importante de su existencia a exaltarlas. ¡Fenómeno
único en la Historia!

2. El perseguidor
307

Son muchos los lugares en los que se puede constatar que Jesús de
Nazaret es un furibundo perseguidor. Como muchos enfermos que
padecen su misma enfermedad, el odio que lo consume está siempre bajo
presión, presión dolorosa que exige una descarga, como la presión sexual.
Es tan frecuente la inclinación al odio de estos enfermos que este hecho
constituye uno de los principales síntomas del delirio de persecución. En
el megalómano, el odio es provocado por las heridas del orgullo. Se ve en
él una negación de la justicia debida a la acción de enemigos poderosos,
esto es, el megalómano se cree víctima de una trama hostil. Ciego por su
orgullo, convencido de que todo el mundo debe eclipsarse ante él, el
megaloteómano se ve estrujado, herido, humillado por las personas con
las que entra en contacto. De ahí las impaciencias, brusquedades,
amenazas, maldiciones y violencias que se encuentran en todos los casos
y que los evangelistas no ocultan en el caso de Jesús de Nazaret.
Aunque sus apologistas hacen de él un dios de amor21, sin embargo el
odio está muy presente de muchas maneras y en muchas ocasiones. Por
ejemplo, contra los incrédulos, contra aquellos que no creían en su
naturaleza divina, en su poder sobrehumano. "El que no está conmigo está
contra mí"(Mt 12,30), dijo. Lo que se dice 'manso', el hijo del carpintero
de Nazaret no lo fue sino cuando las masas le gritaban "¡Tú eres el
Mesías! ¡Tú eres el hijo de Dios!" que emborrachaban su orgullo. El dios
de amor elevó el odio a la altura de una regla moral: "Nadie puede servir a
dos señores, pues, o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien,
adheriéndose al uno, menospreciará al otro" (Mt 6,24).
Era tal la intolerancia de Jesús que alcanzaba a los objetos inanimados,
como una tempestad22 o una higuera (M 11,11-14). Pero los accesos de
cólera de Jesús alcanzaban a sus discípulos (Mc 8, 17 y 33), a quienes
curaba (Mc 1,40-45). No soportaba la menor contradicción (Mc 8,31-33),
tanto que los suyos terminaron por no preguntarle a causa del temor que
les infundía (Mc 9,32).
Jesús era racista. Se mofa de los paganos (Mt 6,7), a quienes compara
con perros
( Mc 7,23), de los samaritanos (Mt 18,15-17) y de todas las razas de la
tierra, que se lamentarán de la venida del hijo del hombre (Mt 24,30)
Entre los animosos que se habían dejado arrastrar en la aventura galilea,
varios titubeaban en mostrarse en compañía de este vagabundo hirsuto,
andrajoso y sucio que se llamaba sí mismo "hijo del hombre" con
propósitos un poco incoherentes. Jesús detestaba a estos seguidores
vergonzosos y los amenazaba con avergonzarse de ellos cuando llegara en
su gloria (Mc 8,38).
308

Ya se ha dicho que no era suficiente con creer en él, que no bastaba


proclamar en voz alta ser su discípulo; era preciso tener una fe gigante y
plegarse a sus instrucciones. Por eso no aceptaba discípulos indóciles, así
se trate de Simón Pedro, como parece sugerir la parábola del siervo infiel
(Mt 24).
Cristo persigue a los paganos romanos. Esto se ve claro en el segundo
evangelio. La tendencia antirromana del Evangelio según Marcos, a pesar
de que fue escrito en Roma, es perceptible en el uso del término legión
como el nombre de la entidad demoníaca. Para el lector moderno, la
palabra sólo indica 'multitud', pero tengamos presente que el lector
moderno está familiarizado con el relato marcosiano. Lo notable es que se
utiliza una expresión latina. Tanto en arameo como en griego hay palabras
que transmiten el significado de 'tropa' o 'gran horda'. El uso del vocablo
latino constituye un ataque verbal directo a las fuerzas de ocupación en
territorio judío. La intención del relato se encierra en la referencia de que
los demonios entraron en los cerdos y se ahogaron con ellos. Durante los
años del gran levantamiento contra Roma, la legio decima fretensis estuvo
estacionada en Galilea, cerca del lugar donde sucede el relato de Marcos
5, 1-13. El emblema de la décima legión romana era un jabalí. Aunque
sería absurdo hacer afirmaciones taxativas, es muy posible que el relato de
la piara de Gerasene asumiese su forma actual durante los años de la
guerra romano-judía. ¿Pudo derivarse de un incidente en el que algunos
legionarios se dieron un baño en el lago Tiberíades y resultaron ahogados?
Aunque no pueda darse una solución definitiva a esta cuestión, es
inconfundible un tono de alegría malévola ante el destino desdichado de la
legión. El nombre latino no fue elegido por accidente.
Pero a modo de introducción al tema, traigamos algunos pasajes de los
evangelios en los que se puede constatar la intolerancia del Profeta de
Nazaret. Consideremos, en primer lugar, la maldición de una higuera que,
obviamente, no tenía culpa de las necesidades de los viandantes. Leamos
el relato:

A la mañana siguiente, saliendo de Betania, [Jesús] sintió


hambre; viendo de lejos una higuera, se fue por si encontraba
algo en ella, y llegándose a ella, no encontró sino hojas,
porque no era tiempo de higos. Tomando la palabra, dijo:
Que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti. Los discípulos le
oyeron.

El desenlace del relato continúa unos versículos más adelante:


309

Pasando de madrugada, vieron que la higuera se había secado de


raíz. Acordándose Pedro, le dijo: Rabbí, mira; la higuera que
maldijiste se ha secado. Y respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en
Dios. En verdad os digo que si alguno dijere a este monte: Quítate
y arrójate al mar, y no vacilare en su corazón, sino que creyere que
lo dicho se ha de hacer, se le hará. Por esto os digo: todo cuanto
orando pidiereis, creed que lo recibiréis y se os dará23.

Además del pensamiento mágico, está muy claro en el pasaje la


intemperancia y el mal humor de Jesús, que arremete sin sentido contra
una higuera que no podía tener frutos, como inocentemente acota el
evangelista. Bueno, los traductores dicen que "esto pone de relieve el
sentido parabólico del hecho". Santo comentario.
El Jesús dulce, encantador y perdonador a veces huye. Es muy difícil
conciliarlo con el Jesús que insulta, agrede sin motivo e introduce
divisiones en los núcleos más íntimos, en contradicción con su propio
Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán
llamados hijos de Dios" (Mt 5,9). Mateo le hace decir:

No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a


poner paz sino espada. Porque he venido a separar al hombre
se su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su
suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt
10,34-36).

Despiadadas son sus agresiones verbales contra escribas y fariseos.


Recordemos algunas de ellas: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas...!". Tal es el ritornello de una largo discurso que concluye con
"Serpientes, razas de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehenna?"
(Mt 23,13-33). Es obvio que tales expresiones están en contra de una
enseñanza de Jesús que recuerda el propio Mateo (5,21-22):

Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el que


matare será reo de juicio. Pero yo os digo que todo el que se
irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere
'raca' será reo ante el Sanedrín y el que le dijere 'loco' será
reo de la gehenna del fuego.

Y el que a sus adversarios llama 'hipócritas', 'serpientes', 'razas de


víboras', 'sepulcros blanqueados' y otras lindezas, ¿de qué será reo?24
310

Si dejamos de lado la escena de la expulsión de los mercaderes del


Templo, posiblemente en ningún otro pasaje se ve una persecución de
Jesús en contra de las ciudades que lo oyeron y lo acogieron con amor.
Nos confiesa Mateo: "Comenzó entonces a increpar a las ciudades en que
había hecho muchos milagros, porque no habían hecho penitencia. ¡Ay de
ti, Corazeín; ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran
hecho los milagros hechos en ti, mucho ha que en saco y ceniza hubieran
hecho penitencia. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con
menos rigor que vosotros en el día del juicio. Y tú, Cafarnaúm, ¿te
levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en
Sodoma se hubieran hecho los milagros hechos en ti, hasta hoy subsistiría.
Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que
tú el día del juicio" (Mt 11,20-24).

2.1. La persecución interior

"No nos pongas en tentación" es la petición que cierra la oración


del Padrenuestro (Mt 6,13). Es, posiblemente, este concepto el que mejor
expresa la persecución de Cristo en el creyente. ¿Pero puede evitarse la
tentación?
En el Prólogo a la obra, escribió J. L. Borges: "De los muchos libros de
Flaubert, el más raro son Las tentaciones de San Antonio. Una antigua
pieza de títeres, un cuadro de Peter Breughel, el Caín de Byron y el
Fausto de Goethe fueron su inspiración. En 1849, al cabo de un año y
medio de trabajo tenaz, Flaubert convocó a Bouilhet y Du Camp, sus
amigos íntimos, y les leyó con entusiasmo el vasto manuscrito, que
contaba de más de quinientas páginas. Cuatro días duró la lectura en voz
alta. El dictamen fue inapelable: arrojar el libro a las llamas y tratar de
olvidarlo". Afortunadamente, el autor no acató la sentencia. Después de
haber corregido y abreviado el manuscrito, Flaubert lo dio a la imprenta
en 1874.
Según él mismo nos dice, la acción transcurre en la Tebaida en lo alto
de una montaña, encima de una explanada en forma de media luna, a la
que cercan unas gruesas piedras. San Antonio, con la barba grande,
cabellos largos y una túnica de piel de cabra, está sentado con las piernas
cruzadas, haciendo esteras. Dice:

¡Vaya existencia la mía! Se reduce a torcer, mediante el fuego,


ramos de palmera para hacer cayados; fabricar cestos y coser
esteras, para luego trocar todo esto a los nómadas por un pan duro,
tan duro que al morderlo se rompen los dientes. ¡Ay mísero de mí!
¿No acabará nunca esto? ¡Más valdría la muerte! ¡No puedo más!
¡Basta, basta! (p. 17)
311

No obstante... me había parecido sentir que se acercaba (una


sombra)... Aunque, ¿por qué iba él a venir? Además, ¿acaso no
conozco yo muy bien sus artimañas? Rechacé al monstruo
anacoreta que me ofrecía, riendo, unos panecillos calientes; y al
centauro que trataba de hacerme montar en su grupa; y a ese niño
negro que apareció en medio de la arena, que era muy hermoso y
que me dijo llamarse espíritu de fornicación (p. 20)

Más adelante, dice Valentino, vestido con una túnica,


con voz sibilante y cráneo puntiagudo:

El mundo es obra de un Dios delirante.

Antonio agacha la cabeza :

¡La obra de un Dios delirante! (p. 67).

"El mundo es obra de un Dios delirante", escribió Flaubert dos veces.


Y no le faltaba razón. Lo que sigue muy bien podía confirmarlo. Orígenes
fue un maestro, teólogo y célebre escritor cristiano. De apellido
Adamantius, había nacido en Alejandría. Fue educado como cristiano y se
dice que tuvo que ser refrenado para no ir al martirio cuando en el 202
asesinaron a su padre durante una persecución. Según la tradición, fue
discípulo de Clemente de Alejandría y durante 28 años enseñó en la
ciudad tanto a paganos como a cristianos. Allí escribió sus principales
tratados dogmáticos y emprendió sus numerosas obras críticas.
En 216 viajó a Palestina y fue invitado como laico por los obispos de
Jerusalén y Cesarea a dar conferencias sobre las Escrituras en las iglesias.
Hacia el 230 los obispos lo ordenaron presbítero sin consultar al propio
obispo de Orígenes, Demetrio de Alejandría, que se opuso. Se celebraron
dos sínodos en Alejandría: en el primero se prohibió a Orígenes enseñar y
en el segundo se le privó de su sacerdocio.
Después se estableció en Cesarea y fundó una escuela de literatura,
filosofía y teología. En el 250, durante las persecuciones del emperador
Decio, fue torturado y encarcelado durante un año. Muy debilitado por las
heridas sufridas, murió hacia el 254, probablemente en Tiro.
Con toda seguridad es uno de los eruditos bíblicos más destacados de
la época, pues sus logros como exégeta y estudioso del Antiguo
Testamento fueron notables. Escritor prolífico, sus obras incluyen cartas,
tratados de teología dogmática y práctica, apologías, exégesis y críticas de
textos. Contra Celso es una larga y razonada obra apologética que refuta
los argumentos de Celso, influyente filósofo platónico de Alejandría del
312

siglo II y quizá el primer crítico serio del cristianismo, de quien hemos


hablado largamente.
Además, Orígenes está considerado como el padre del método
alegórico de interpretación de las Escrituras. Enseñó el principio del
sentido triple, que se corresponde con la división triple de la persona en
cuerpo, espíritu y alma, entonces un concepto unitario. Como filósofo de
orientación platónica trató de combinar la filosofía griega y la religión
cristiana. Desarrolló la idea de Cristo como el Logos o Palabra encarnada,
que está con el Padre desde la eternidad, pero también enseñó que el Hijo
se encuentra subordinado al Padre en poder y dignidad, doctrina que,
además de otras como la de la preexistencia del alma, fueron criticadas
con severidad por muchos de sus coetáneos y autores posteriores. Las
teorías que se desarrollaron a partir de sus doctrinas fueron el eje de
controversias importantes durante la Edad Media. La Iglesia lo declaró
hereje, a él y a los que piensan como él, los origenistas.
Pero no recordamos a Orígenes como Padre de la Iglesia. Lo
recordamos porque el historiador Eusebio de Cesarea afirmó que su
ascetismo y castidad eran tan inflexibles que incluso se castró para huir de
la tentación.
La importación de la religión de Jesús en las sociedades antiguas fue la
señal de una epidemia de eunuquismo voluntario. Fundada en Palestina
por el heresiarca árabe Valesio, apareció en el siglo III la secta de los
valesianos, secta compuesta exclusivamente por eunucos. La
automutilación se volvió tan frecuente que los emperadores Cayo
Constantino, Flavio Justiniano, Constantino II, el concilio de Nicea (325),
los papas León I (395), Nicolo Sfondrati (s. XVI) y Giovanni Ganganelli
(s. XVIII) insisten en proscribirla por edictos y bulas severas.
Pero la automutilación religiosa es muy frecuente y no hay bulas y
edictos que valgan. Un caso: un genovés de 25 años, ayudante de un
capellán, esperando cegar sus deseos sexuales, pidió a un cirujano-barbero
que le segara sus órganos sexuales. Como éste se rehusara, él mismo se
castró. Más tarde, este hombre se hizo ermitaño. Cuando se le preguntaba
si no sentía más los aguijones de la carne, ingenuamente respondía: "Lo
mismo en cuanto a los deseos".
La Psiquiatría registra que la mayor parte de los automutiladores
sexuales tienen de 20 a 40 años. Dos tercios son solteros; la mitad de
éstos son monjes o curas. Estos castradores religiosos aceptan la idea,
común a todas las religiones, de que el dolor o la privación de un placer es
dulce al corazón de los dioses y, para serles agradables, tienen preferencia
por mutilar las partes de su cuerpo que les proporcionan los placeres más
vivos. Como lo decía un alienado de Armentieres, que se había
introducido un tornillo en el pene para mortificarse, "porque es por ahí
por donde se peca más a menudo".
313

El hecho es que la mayoría de las mutilaciones místicas dañan los


órganos sexuales. Y es que, como enseña Krafft-Ebing, "la excitación
religiosa a menudo va acompañada de una viva excitación sexual y con un
impulso a la masturbación". Menciona las orgías de ciertas sectas
religiosas, las tentaciones carnales relatadas en las hagiografías, la
alternancia en ciertos maníacos del delirio erótico y del delirio religioso.
Según él, a menudo se ve "la voluptuosidad no satisfecha buscar y hallar
una compensación en el éxtasis religioso"25. Por su lado, Murisier destaca
que el deseo sexual es, para el devoto, la tentación por excelencia y que
"la literatura mística se distingue por un carácter particularmente lascivo".
Los místicos cristianos tienen sobradas justificaciones para sus
mutilaciones. Según la Iglesia católica, tientan el diablo y la
concupiscencia para inducir al creyente al pecado. Para esta afirmación se
apoya en textos de Mateo y en cartas de san Pablo y de Santiago26.
Aunque, afirma también la Iglesia, que Dios no consiente sobre nuestras
fuerzas27, así como no le gusta que lo tienten a Él28. Veamos qué decía
Jesús de la tentación y del escándalo, sobre todo:

Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que


todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su
corazón (sic). Si, pues, tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y
arrójalo lejos de ti, porque mejor te es que perezca uno de tus
miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si
tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala lejos de ti,
porque mejor te es que uno de tus miembros perezca que no que
todo el cuerpo sea arrojado a la gehenna (Mt 5,27-30)

Solamente alguien con problemas graves de locura puede decir lo


anterior. La ablación de la mano o de los dedos es muy frecuente en los
locos religiosos y parece ser también, muy a menudo, de origen sexual. El
enfermo es un onanista que suprime el instrumento de su placer y de su
pecado. El enfermo padece ardientes deseos sexuales y los satisface con el
onanismo. Pero cree que haciendo esto comete un pecado. Esclavo de esta
creencia y de sus pecados, le llega, a veces bajo la influencia de una orden
de Dios, de una alucinación auditiva de naturaleza teomaníaca, la idea de
amputar el órgano de la voluptuosidad o de amputar la mano
masturbadora o de arrancarse el ojo que se place en la visión de las
mujeres y en espectáculos voluptuosos.
A propósito del escándalo de la mano derecha, entendemos el rechazo
de la masturbación que hace la Iglesia católica. ¡Cuántos adolescentes no
han sufrido en sus almas por haber quebrantado este mandamiento que la
Iglesia calificó de pecado mortal, que, definitivamente, es mandamiento
de un loco!
314

El pasaje que hemos reproducido de Mateo es, a su vez, una


reproducción de otro, más amplio, de Marcos (9, 43-48). Pero la cita de
Marcos no dice la barbaridad rigorista con la que empieza la cita de
Mateo: "... yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya
adulteró con ella en su corazón". Sólo alguien que haya anulado el deseo
en su pecho puede decir tal cosa. ¿Es ello posible? San Antonio en la
Tebaida no lo consiguió. Cuanto más se mortificaba más deseaba.
Oigámoslo, mientras se apoya desfallecido en la cabaña:

-Esto me pasa por haber ayunado tanto. Mis fuerzas me


abandonan. Si comiese... tan solo una vez, un pedacito de
pan...

Entorna los ojos con languidez:

-¡Ah, carne roja!... Un racimo de uvas e hincar los dientes en


él... ¡Leche cuajada temblando en un plato!...
Pero, ¿qué me está pasando? ¿Qué es lo que me pasa?... Siento
crecer mi corazón como el mar antes de que llegue la tempestad.
Me invade una flojedad infinita y el aire cálido trae en sus efluvios
el perfume de una cabellera. Sin embargo, ¿no hay aquí ninguna
mujer?

Y ahora, con desbordante alegría:

-¡Qué felicidad: he visto nacer la vida, he visto comenzar el


movimiento! La sangre me late tan fuerte en las venas como si
fuera a romperlas. Siento anhelos de andar, de ladrar, de mugir, de
aullar... Quisiera tener alas, un caparazón, una corteza como los
árboles; quisiera echar humo, tener una trompa, retorcer mi cuerpo,
dividirme en muchas partes, estar en todo, emanar mi esencia junto
con los olores, desarrollarme como las plantas, fluir como el agua,
vibrar como el sonido, brillar como la luz, acurrucarme en todas las
formas, penetrar en cada átomo, bajar hasta el fondo de la materia,
¡ser materia!

Tiene razón Hilarión cuando increpa a san Antonio:

-¡Hipócrita es el que se adentra en la soledad para mejor


entregarse al desenfreno de sus apetencias! ¡Tú te privas de
carne, de vino, de baños calientes, de esclavos y de honores,
pero permites que tu imaginación te ofrezca banquetes,
perfumes, mujeres desnudas y multitudes que te aplauden!
Tu castidad se convierte así en una corrupción más sutil y tu
315

desprecio del mundo es debido a la impotencia de tu odio


contra el mundo. Esto es lo que vuelve tan lúgubres a los que
son como tú, o tal vez sean porque dudan. La posesión de la
verdad lleva consigo la alegría.

La verdad es que estamos hechos de deseo. ¿Y qué tan lejos iremos


que no nos acompañe? Dijo Spinoza: "Cada cosa, en cuanto es en sí se
esfuerza en perseverar en su ser"29. Y este esfuerzo no es nada exterior a
la esencia de cada cosa, esto es, ese esfuerzo es parte de su esencia, y
esfuerzo que no envuelve tiempo definido: todo el tiempo, de manera
indefinida, cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser. Ahora bien,
cuando el esfuerzo por perseverar se relaciona sólo con el alma -continúa
diciendo Spinoza- lo llamamos voluntad. Cuando, a la vez, se relaciona
con el alma y con el cuerpo lo llamamos apetito. Si el esfuerzo por
perseverar en el ser es un elemento constitutivo esencial de cada cosa, el
apetito (de ser) pertenece a la esencia misma del hombre, pues está al
servicio de su conservación. De donde se deduce que el hombre está
determinado a satisfacerlo, que no puede dejar de realizar ese apetito, que
constituye su propia naturaleza, que es naturaleza deseadora. Porque no
hay diferencia ninguna entre apetito (de ser) y deseo (de ser), únicamente
que el deseo se relaciona generalmente con los hombres, en cuanto tienen
conciencia de sus apetitos. De ahí la definición: “el deseo es el apetito con
conciencia de sí mismo"30.

2.2. Instituciones perseguidoras

No sin razón quedó dicho por quien pudo decirlo aquello de la locura
de la cruz. Locura, sin duda, locura. El humorista Oliver Wendell Holmes,
por boca de uno de su personajes, dijo que se formaba mejor idea de los
que estaban encerrados en un manicomio por monomanía religiosa que de
uno de los que, profesando los mismos principios religiosos, andaban
sueltos y sin enloquecer. Pero, ¿es que no viven realmente éstos, también,
enloquecidos? ¿Quién no ha visto en nuestras ciudades los inofensivos
savonarolas predicando en las plazas para reformar el mundo?
Afortunadamente para ellos, no les pasará lo que al italiano Girolamo
(1452-1498), quien por el intento entusiasta de eliminar la corrupción de
su tiempo terminó martirizado... sin poder ir al Cielo.
Los piadosos son, en cualquier religión, esencialmente perseguidores.
Se quejan mucho cuando se les persigue, pero les parece muy mal que se
les impida perseguir a los demás. ¡Están convencidos de tener la razón!
Los fanáticos acostumbran quejarse de verse oprimidos cuando no son los
316

dueños. Lo que más aborrecen es la tolerancia. Prefieren ser molestados a


ser igualados con los que creen en el error. Siempre se hace mal en
perseguirlos, pero normalmente corresponde a sus provocaciones gran
parte de culpa en las desgracias que les ocurren. Si unimos piedad y
poder, tendremos algunas de las instituciones que siguen.

2.2.1. Excomunión

La excomunión es una pena eclesiástica por la que un miembro de una


iglesia se ve privado de los beneficios y privilegios de la pertenencia a la
institución. La excomunión es la censura eclesiástica más grave. Se dice
que tiene el propósito de ser más una forma correctiva de castigo que
vindicativa.
En tiempos de Jesús de Nazaret, la excomunión era una pena
reconocida entre los judíos. En el Misnah (compilación de la ley bíblica
judía) se distingue entre dos grados de excomunión. El menos riguroso
(niddui) implicaba la exclusión de la vida de la comunidad durante un
período de 7 a 30 días, con la obligación de cumplir penitencia y vestirse
de luto. Se enumeraron 24 pecados que conllevaban esta pena, la mayoría
de ellos de naturaleza civil. La condena más dura (cherem) era más formal
e implicaba un solemne ritual de anatematismo indefinido. Tal vez no esté
de más recordar la escalofriante fórmula de expulsión de la Sinagoga de
Amsterdam que se le aplicó, en 1656, a B. Spinoza:

Excomulgamos, maldecimos y separamos a Baruch


d'Espinosa, con el consentimiento de Dios bendito y con el
de toda esta comunidad; delante de estos libros de la Ley, que
contienen trescientos trece preceptos; lo excomulgamos con
la misma excomunión que Josué lanzó sobre Jericó, con la
maldición que Elías profirió sobre los niños y con todas las
maldiciones escritas en el libro de la Ley; maldito sea de día
y de noche; maldito sea al acostarse y cuando se levante;
maldito al salir de su casa y cuando a ella regrese; que Dios
no le perdone jamás; que la airada cólera de Dios se inflame
contra tal hombre y le envíe todas las maldiciones que en el
libro de la Ley hay escritas; que Dios borre su nombre del
Cielo y lo aparte de las Tribus de Israel, con todas las
maldiciones que están escritas en el libro de la Ley. Los que
permanecéis en el Señor vuestro vivid eternamente. Nadie
tenga trato con él, ni escrito ni hablado; nadie permanezca
con él bajo el mismo techado, y nadie lea lo por él escrito
317

Una expulsión de esta calaña, tan barrocamente sucia, influyó sobre


quien la recibió. B. Spinoza, que hoy leemos contra los deseos de la
Sinagoga de Amsterdam, le contestó con el Tratado teologicopolítico, su
vengativa respuesta.
Desde los comienzos de la Iglesia cristiana se reconoció una pena
similar. Se establecieron dos grados de excomunión: una mayor y otra
menor. La menor implicaba la exclusión del sacramento de la eucaristía y
de los privilegios de la Iglesia. La mayor se aplicaba a los pecadores
obstinados, a los apóstatas perseverantes y a los herejes. Su forma era
más solemne y era muy difícil de revocar. La duración de la excomunión
era decidida por el obispo. En África y en España, la absolución de los
individuos lapsos (aquellos que en tiempos de persecución se habían
alejado de su fe cristiana y habían adorado a ídolos paganos) estaba
prohibida excepto en el momento de la muerte.
En los primeros tiempos de la Iglesia, la excomunión no implicaba
ninguna incapacidad civil, pero conforme los gobiernos abrazaron el
cristianismo con carácter oficial, la excomunión mayor conllevó la
pérdida de los derechos políticos y la exclusión de funciones públicas. Las
capitulares del siglo VIII u ordenanzas de Pipino el Breve, rey de los
francos, ordenaban que la excomunión mayor tenía que ir seguida de
destierro. Otras leyes nacionales ampliaron la censura eclesiástica. La
excomunión aplicada a los gobernantes les privaba de sus derechos para
gobernar y, por lo tanto, liberaba a sus súbditos de vasallaje. De este
modo, la Iglesia se convirtió en un importante poder temporal.
Los líderes de la Reforma también reclamaron el poder de la
excomunión. Martín Lutero insistió en el derecho inherente de los
ministros de la Iglesia para su aplicación. El reformador francés Juan
Calvino afirmaba que la excomunión es la esencia del ministerio. La
incapacitación civil siguió a la excomunión en aquellas comunidades a las
que había llegado la Reforma, pero esta práctica dejó de ser la norma. No
obstante, hasta el año 1813 en Inglaterra, las personas que habían sido
excomulgadas tenían prohibido realizar acciones legales en los tribunales,
ser jurado o testigo en cualquier procedimiento legal y ejercer como
abogado en los tribunales de justicia del reino. Todas estas incapacidades
fueron suprimidas por decreto y las personas excomulgadas fueron
declaradas libres de pena, excepto "el encarcelamiento, no superior a seis
meses, que el tribunal pueda ordenar por declarar a una persona
excomulgada". Sin embargo, esta pena nunca fue solicitada.
El libro quinto del Código de Derecho canónico trata "De los delitos y
de las penas". La primera parte está a dicada al estudio y definición de los
delitos. La segunda parte corresponde a las penas. El título VIII de esta
segunda parte trata "De las penas medicinales o censuras" (& 2241 ss).
318

Según el & 2255, las censuras son 1º la excomunión, 2º el entredicho y 3º


la suspensión.
En la Iglesia católica, el poder de la excomunión pertenece a aquellos
prelados que poseen jurisdicción ordinaria o delegada en el forum
externum, esto es, el tribunal que se ocupa de los asuntos relacionados con
la vida corporativa de la Iglesia. Los curas parroquiales, que sólo tienen
jurisdicción en el forum internum (en materia de conciencia), no tienen
potestad para excomulgar. El poder de excomunión no puede ser nunca
delegado a los seglares. La excomunión puede también darse, sin
necesidad de una sentencia formal, cuando se viola una ley que conlleva
la pena de "excomunión ipso facto". En algunos casos, la absolución de
algunos tipos de excomunión se reserva al obispo que tiene jurisdicción
sobre el pecador; la absolución de un número menor de casos más graves
está reservada al Papa. El anatema, la forma más dura de excomunión,
difiere de los otros procedimientos disciplinarios en que engloba algunas
ceremonias formales características.

2.2.2. La Inquisición

Hoy en día la Iglesia católica habla de inquisición sólo para referirse a


la inquisición judicial en sus procesos judiciales, según lo establecen los
cánones 1939 al 1946 del Código de Derecho canónico. Pero,
históricamente, la Inquisición fue una institución judicial creada por el
pontificado en la Edad Media, con la misión de localizar, procesar y
sentenciar a las personas culpables de herejía.
En la Iglesia primitiva la pena habitual por herejía era la
excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión
estatal en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes
empezaron a ser considerados enemigos del Estado, sobre todo
cuando habían provocado violencia y alteraciones del orden
público. San Agustín aprobó con reservas la acción del Estado
contra los herejes, aunque la Iglesia, en general, desaprobó la
coacción y los castigos físicos.
1. Orígenes.- En el siglo XII, en respuesta al resurgimiento de la
herejía de forma organizada, se produjo en el sur de Francia un cambio de
opinión dirigida de forma destacada contra la doctrina albigense. La
doctrina y práctica albigense parecían nocivas respecto al matrimonio y
otras instituciones de la sociedad y, tras los más débiles esfuerzos de sus
predecesores, el papa Inocencio III organizó una cruzada contra esta
comunidad. Promulgó una legislación punitiva contra sus componentes y
envió predicadores a la zona. Sin embargo, los diversos intentos
destinados a someter la herejía fueron relativamente ineficaces.
319

La Inquisición en sí no se constituyó hasta 1231, con los estatutos


Excommunicamus del papa Gregorio IX. Con ellos, el Papa redujo la
responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los
inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado y estableció severos
castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los
franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor preparación teológica
y su supuesto rechazo de las ambiciones mundanas. Al poner bajo
dirección pontificia la persecución de los herejes, Gregorio IX actuaba en
parte movido por el miedo a que Federico II, emperador del Sacro Imperio
Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con objetivos políticos.
Restringida en principio a Alemania y Aragón, la nueva institución entró
enseguida en vigor en el conjunto de la Iglesia, aunque no funcionara por
entero o lo hiciera de forma muy limitada en muchas regiones de Europa.
Dos inquisidores con la misma autoridad —nombrados directamente
por el Papa— eran los responsables de cada tribunal, con la ayuda de
asistentes, notarios, policía y asesores. Los inquisidores fueron figuras que
disponían de imponentes potestades, porque podían excomulgar incluso a
príncipes. En estas circunstancias sorprende que los inquisidores tuvieran
fama de justos y misericordiosos entre sus contemporáneos, aunque
algunos de ellos fueron acusados de crueldad y de otros abusos.
2. Procedimientos.- Los inquisidores se establecían por un periodo
definido de semanas o meses en alguna plaza central. Allí promulgaban
órdenes solicitando que todo culpable de herejía se presentara por propia
iniciativa. Los inquisidores podían entablar pleito contra cualquiera
persona sospechosa. A quienes se presentaban por propia voluntad y
confesaban su herejía, se les imponían penas menores que a los que había
que juzgar y condenar. Se concedía un periodo de gracia de un mes, más o
menos, para realizar esta confesión espontánea. El verdadero proceso
comenzaba después.
Si los inquisidores decidían procesar a una persona sospechosa de
herejía, el prelado del sospechoso publicaba el requerimiento judicial. La
policía inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los
requerimientos. No se les concedía derecho de asilo. Los acusados
recibían una declaración de cargos contra ellos. Durante algunos años se
ocultó el nombre de los acusadores, pero el papa Bonifacio VIII abrogó
esta práctica. Los acusados estaban obligados bajo juramento a responder
a todos los cargos que existían contra ellos, convirtiéndose así en sus
propios acusadores. El testimonio de dos testigos se consideraba por lo
general prueba de culpabilidad.
Los inquisidores contaban con una especie de consejo, formado por
clérigos y laicos, para que les ayudaran a dictar un veredicto. Les estaba
permitido encarcelar testigos sobre los que recayera la sospecha de que
320

estaban mintiendo. Bajo la influencia del renacimiento del Derecho


romano, el papa Inocencio IV (¡qué ironía, no?) autorizó en 1252 la
práctica de la tortura para extraer la verdad de los sospechosos. Hasta
entonces este procedimiento había sido ajeno a la tradición canónica.
Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran declarados
culpables se pronunciaban al mismo tiempo en una ceremonia pública al
final de todo el proceso. Era el sermo generalis o auto de fe. Los castigos
podían consistir en una peregrinación, un suplicio público, una multa o
cargar con una cruz. Las dos lengüetas de tela roja cosidas en el exterior
de la ropa señalaban a los que habían hecho falsas acusaciones. En los
casos más graves, las penas eran la confiscación de propiedades o el
encarcelamiento. La pena más severa que los inquisidores podían imponer
era la de prisión perpetua. De esta forma, la entrega por los inquisidores
de un reo a las autoridades civiles equivalía a solicitar la ejecución de esa
persona.
Aunque en sus comienzos la Inquisición dedicó más atención a los
albigenses y en menor grado a los valdenses, sus actividades se ampliaron
a otros grupos heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a los
llamados brujos y adivinos. Una vez que los albigenses estuvieron bajo
control, la actividad de la Inquisición disminuyó. A finales del siglo XIV
y durante el siglo XV se supo poco de ella.
3. El Santo Oficio.- Alarmado por la difusión del protestantismo y por
su penetración en Italia, en 1542 el papa Pablo III hizo caso a
reformadores, como el cardenal Juan Pedro Carafa, y estableció en Roma
la Congregación de la Inquisición, conocida también como la Inquisición
romana y el Santo Oficio. Seis cardenales, incluido Carafa, constituyeron
la comisión original, cuyos poderes se ampliaron a toda la Iglesia. En
realidad, el Santo Oficio era una institución nueva vinculada a la
Inquisición medieval sólo por vagos precedentes. Más libre del control
episcopal que su predecesora, concibió también su función de forma
diferente. Mientras la Inquisición medieval se había centrado en las
herejías que ocasionaban desórdenes públicos, el Santo Oficio se
preocupó de la ortodoxia de índole más académica y, sobre todo, la que
aparecía en los escritos de teólogos y eclesiásticos destacados.
Durante los doce primeros años, las actividades de la Inquisición
romana fueron modestas hasta cierto punto, reducidas a Italia casi por
completo. Cuando Carafa se convirtió en el papa Pablo IV en 1555,
emprendió una persecución activa de sospechosos, incluidos obispos y
cardenales, como el prelado inglés Reginald Pole. Encargó a la
Congregación que elaborara una lista de libros que atentaban contra la fe
o la moral. Así se aprobó y publicó el primer Índice de libros prohibidos
en 1559. Aunque papas posteriores atemperaron el celo de la Inquisición
romana, comenzaron a considerarla como el instrumento consuetudinario
321

del gobierno papal para regular el orden en la Iglesia y la ortodoxia


doctrinal; por ejemplo, procesó y condenó a Galileo en 1633. En 1965 el
papa Pablo VI, respondiendo a numerosas quejas, reorganizó el Santo
Oficio y le puso el nuevo nombre de Congregación para la Doctrina de la
Fe.

2.2.2.1. El manual de los inquisidores31

El Directorium inquisitorum o Manual de inquisidores, en su versión


romana, es, simultáneamente, código, interpretación del código e índice
prospectivo de la institución. Fue escrito por Nicolau Eimeric en Aviñón
hacia 1376.
Este Nicolau Eimeric nació en 1320 en Gerona (reino de Aragón-
Cataluña). Con sólo 14 años, ingresó en 1334 en la orden dominica, vistió
el hábito en el convento de Santo Domingo de su ciudad natal. En 1357
fue nombrado Inquisidor general de Cataluña, Aragón, Valencia y
Mallorca, sucediendo en el cargo al dominico Nicolau Rosell que
ascendió al cardenalato en 1356. Ejerció el cargo desde 1357 a 1392, con
dos largas interrupciones: de 1360 a 1365 y de 1375 a 1387. En dos
ocasiones, de 1377 a 1378 y de 1393 a 1397, se vio obligado a exiliarse
del reino de Aragón-Cataluña debido a que su celo inquisitorial y sus
posiciones políticas y teológicas se hicieron insoportables para la casa real
barcelonesa. Pero Eimeric nunca llegó a considerarse verdaderamente
depuesto de su cargo. En 1362 se convirtió en Vicario general de su orden
en las tierras de la Corona. En 1371 se le concedió el título de capellán del
Papa en Aviñón y, en ejercicio de sus funciones, siguió a Roma al
pontífice Gregorio IX. En 1391 presidió el capítulo general de su orden.
Regresó en 1397 al convento de Santo Domingo de Gerona, en donde
murió en 1399.
El Manual de Eimeric ha sido el único libro en su género que mereció
los honores de la imprenta desde los albores del siglo XVI. Se imprimió
en 1503. Entre 1578 y 1607, el Manual se reedita cinco veces (en Roma y
en Venecia). Lo que transforma el libro de Eimeric en monumento
histórico es precisamente el trabajo de la reedición romana. Es como si
Roma reconociese -dos siglos más tarde- la tarea de Eimeric como su
propia obra, la orientación del autor como su propia orientación, la trama
teológica del texto del inquisidor de Aragón como su verdadera
orientación teológica frente a una nueva estirpe de modernos cátaros.
La Inquisición española triunfa fortalecida con sus propias
instrucciones. Las inquisiciones europeas... no tanto: el procedimiento se
diversifica al límite y se desmorona por todas partes. La Santa Sede
advierte que ya es hora de ordenar un poco la institución inquisitorial y
322

encarga al canonista español Francisco Peña la reedición del Manual de


inquisidores de Nicolau Eimeric y, sobre todo, que lo enriquezca con todo
lo que la historia de la institución haya acumulado en textos, leyes,
disposiciones, reglamentos, instrucciones... después de la muerte de su
autor. El canonista español emprende el trabajo concienzuda y
escrupulosamente, esto es, para hacerlo bien se requiere un buen manual
y... puesto al día (1578).
El Manual de inquisidores es un manual para erradicar la herejía. Por
ahí empieza N. Eimeric. Pero "¿Qué hay que entender por 'herejía'?", se
pregunta el inquisidor. A través de análisis etimológicos que hace de San
Isidoro y de Hugo, el autor llega a la conclusión de que "la noción de
herejía abarca los tres conceptos de elección, adhesión y división". En
efecto, haeriticus es el que escoge por sí mismo una doctrina, el que opina
libremente -¿libremente?-, el que crea de nuevo el dogma que dicen
profesar los demás. En algún pasaje dijo san Pablo que respecto a cierta
doctrina él es herético. "En esto soy herético", dice al pie de la letra. ¿Qué
quiere decir? "En esto profeso una opinión particular, personal, no la
corriente". Pero la Iglesia no admite opiniones personales. Por eso sin
aditamentos se puede decir que herejía es todo lo que se opone a la fe de
la Iglesia del modo que sea. Esto es, son herejes todos los que, del modo
que sea, se hallen en oposición a la doctrina cristiana entendida en su más
amplia acepción, la que incluye el dogma y el uso, la intención evangélica
y el código jurídico concebido con este fin.
¿Y quiénes son los herejes? Tal es el segundo punto que abordan
Eimeric y Peña. Esta parte no es una summa contra haereticos, sino "de
hereticis", esto es, 'los herejes'. Leamos en la introducción las palabras del
propio autor:

Esta segunda parte trata de los herejes, de los que creen en


ellos, de quienes los ayudan o favorecen o los protegen. Trata
también de los sospechosos, los difamados, los valdenses o
pobres de Lyon, los seudoapóstoles, los limosneros, los
fraticelli de la orden terciaria de San Francisco o los
hermanos penitentes, los magos, los adivinos, los blasfemos,
los excomulgados, los apóstatas, los judíos, los sarracenos,
todos los infieles y todos los delincuentes en materia de fe.

Eimeric establece una impresionante lista de herejías expresamente


condenadas "en el derecho canónico", "los herejes nombrados en el
derecho civil", "los herejes condenados por legados papales, en la curia
romana o fuera de ella"... La lista es larga y tediosa, pero conviene
recorrer algunos títulos, aunque no sea más que por pura diversión.
323

Aunque otros, al saber de ella, seguro que han temblado antes de


enfrentarse al procedimiento y a su rigor. Se desconocen los criterios del
orden. Nosotros tampoco los damos.
Los menandrinos, discípulos del mago Menandro, afirmaban que el
mundo no era obra de Dios, sino de los ángeles.
Los nicolaítas, discípulos de Nicolás, nombrado diácono de la Iglesia
de Jerusalén, al mismo tiempo que san Esteban, por el apóstol Pedro,
tenían la costumbre de intercambiarse las esposas, siguiendo con ello el
ejemplo de Nicolás que ofrecía su hermosa mujer a quien la deseara.
Los carpocratianos proclamaban que Cristo era tan solo un hombre,
procreado por un hombre y una mujer.
Los nazarenos conservaban la antigua Ley y reconocían a la vez la
divinidad de Cristo.
Los ofitas (del griego ophis, serpiente) adoraban la serpiente, por la
que, según ellos, había entrado la inteligencia en el paraíso.
Los valentinianos decían que Cristo no se había encarnado en el
vientre de la Virgen María, sino que se había alojado en ella, como en un
tubo.
Los adamitas, imitando la desnudez de Adán y Eva, rezaban desnudos
y vivían en comunidad desnudos hombres y mujeres.
Los setitas adoraban a Set, hijo de Adán, en quien veían al auténtico
Cristo.
Los artotiritas ofrecían al cielo queso y pan, pues decían que la
primera ofrenda de los primeros hombres eran frutos de la tierra (el pan y
el rebaño).
Los acuarios no consagraban vino en el cáliz, sino sólo agua.
Los severianos no bebían vino y rechazaban el Antiguo Testamento y
la resurrección de Cristo.
Los tacianos detestaban la carne.
Los alogos (del griego alogoî, 'sin palabra') negaban que Cristo fuera
el verbo divino y se oponían al Evangelio según Juan y al Apocalipsis.
Los cátaros se atribuían dicho nombre para enaltecer su pureza.
Infatuados de su méritos negaban que se perdonaran los pecados a los que
se arrepentían. Declaraban adúlteras a las viudas que volvían a casarse y
se proclamaban más puros que los demás.
Los maniqueos, discípulos de un persa llamado Manes, admitían dos
naturalezas y dos sustancias: la del bien y la del mal. Como Manes,
proclamaban que las almas emanan de Dios, como las aguas de una
fuente. Rechazaban el Antiguo Testamento y aceptaban parte del Nuevo.
Los hieraquitas eran todos monjes. No tenían contacto con mujeres y
negaban que los niños pudieran entrar en el Reino de los Cielos.
Los novacianos rebautizaban a los bautizados.
324

Los fotinianos afirmaban que Cristo fue engendrado por el coito entre
María y José.
Los antidicoramitas decían las mismas barbaridades que los fotinianos.
Los patricianos sostenían que el diablo era el creador de la sustancia
de la carne humana.
Los colucianos proclamaban que Dios no es autor del mal,
oponiéndose con ello a las palabras de Isaías: "Yo, el Señor, he creado el
mal".
Los florienses, por el contrario, decían que Dios había creado el mal,
contradiciendo lo que está escrito en el Génesis: "Dios contempló lo que
había creado. Y era bueno".
Los circonceliones, llamados también escotópicos, se suicidaban por
amor al martirio.
Los priscialinistas difundieron en España una especie de gnosticismo y
maniqueísmo.
Los jovianistas osaban afirmar que no existía la mínima diferencia
entre una mujer casada y una virgen, entre un juerguista y un abstinente.
Los tesaresdecatitas (del griego tessarès y déka, cuatro y diez) decían
que había que celebrar la Pascua en la luna decimocuarta.
Los pelagianos atribuían al libre arbitrio rango superior a la gracia
divina.
Los acéfalos, llamados así porque no tenían jefe, se oponían a la
doctrina del concilio de Calcedonia.
Y otros muchos cuyas características conviene recordar. Dice Eimeric:

Existen aún innumerables herejías sin heresiarcas y sin


nombre. Entre ellos, hay algunos que dicen que Dios es
triforme, otros que la naturaleza de Cristo ha sufrido la
pasión, otros pretenden que Cristo fue engendrado por el
Padre en el origen de los tiempos, algunos niegan que Cristo
descendiera a los infiernos para librar a los justos y otros
dicen que el alma no está hecha a imagen de Dios. Otros
pretenden que las almas se transforman en diablos o en
animales. Los hay que dicen que el mundo es inmutable o
que hay mundos incontables o que el mundo es eterno como
Dios. Los hay que van descalzos y otros que no comen con
los demás...

Es suficiente. Lo que más llama la atención es lo varipinto del rebaño.


¡Al fuego los descalzos, los obscenos nicolaítas o los farsantes ofitas!
Después de la lista de la que hemos seleccionado algunos títulos, viene
el recordatorio de otras condenas. Con ello se añaden a la piara Juan de
325

Poliac, los limosneros, Pierre Jean (por sí solo veinte veces hereje),
Raimundo Lull ("cuya doctrina contiene más de quinientos errores,
aunque sólo transcribo cien, por mor de brevedad") y los lullistas (que con
generosidad aportan otros veinte errores a los de su jefe), Arnaldo de
Vilanova y los arnaldistas, Segarelli, Dolcino y los seudoapóstoles...
Además de los herejes, la Inquisición se ocupaba de los blasfemos (p
75 ss), los videntes y adivinos (p. 78 ss), los demonólotras o invocadores
del diablo (p. 80 ss), los cristianos adscritos al judaísmo, judíos
convertidos y ulteriormente rejudaizantes (p. 85 ss), los cristianos
adscritos a la secta de los sarracenos (p. 88 ss). Se preguntan los autores
de la obra: "¿Se considerará herejes -y penables, como tales, con los
rigores inquisitoriales- a los judíos y a los infieles, a los demonólatras, a
los propagadores de herejías, a los culpables de cualquier delito contra la
fe cristiana?". Después de una larga disertación llena de distingos,
asientan: "Nosotros creemos que el Papa, vicario de Cristo, no sólo
ostenta poder sobre los cristianos, sino sobre todos los infieles" (p. 89).
Las deducciones que se pueden sacar de esta premisa están patentes. Claro
que Mahoma no reparó en muchos distingos. Veamos algunos versículos
del Corán:

“Las bestias peores cerca de Dios son los ingratos, que no


creen” (Sura VIII,57).
“... Anuncia el castigo doloroso a los que no creen” (Sura IX,3).
“Haced la guerra a los que no creen en Dios ni en el día último,
a los que no consideran prohibido lo que Dios y su apóstol han
prohibido y a aquellos hombres de las Escrituras que no profesan la
creencia de la verdad. Hacedles la guerra hasta que paguen el
tributo, aunque estén humillados” (Sura IX,29).
“¡Oh creyentes! combatid a los infieles que os rodean; que
hallan siempre en vosotros una acogida muda. Sabed que Dios está
con los que le temen” (Sura IX,124).
“Los que no creen sufrirán un suplicio terrible” (Sura
XXXIII,7).
“Cuando encontréis infieles, matadles hasta el punto de hacer
con ellos una carnicería y estrechad fuertemente las trabas de los
cautivos” (Sura XLCVII, “Mahoma”,4 ).
"¡Desgraciados de los infieles, a causa del día que les está
reservado!” (Sura LI,60).

Pero sigamos con El manual de los inquisidores. Dicen sus autores:


"Tras examinar las actas del acusado y de sus explicaciones, y teniendo la
opinión de los expertos, resultará:
326

1. Que el acusado debe ser absuelto y declarado absolutamente limpio de


herejía;
2. O bien que sólo es "difamado de herejía" en sentido general;
3. O bien que debe sometérsele a preguntas y torturas;
4. O bien que es levemente sospechosos de herejía;
5. O bien que es fuertemente sospechoso de herejía;
6. O bien que es gravemente sospechoso de herejía;
7. O bien que es difamado y suspecto;
8. O bien que había confesado y hecho penitencia y no era relapso;
9. O bien que había confesado y purgado, pero es relapso;
10. O bien que había confesado y no había purgado y que no es
realmente relapso;
11. O bien que había confesado y no había purgado, pero es relapso;
12. O bien que no ha confesado, pero ha sido convicto de herejía por
testigos válidos, y
judicialmente;
13. O bien que es convicto de herejía, pero se halla en rebeldía o es
contumaz.
"Estos trece tipos de veredicto valen perfectamente para todos aquellos
que actualmente defienden, protegen o favorecen a los herejes" (p. 178-
179).
Digamos algo sobre estos veredictos con palabras del Manual. Por
ejemplo, el tercero es llamado "la cuestión". Dice: "Se aplica la cuestión
de tormento al denunciado que no confiesa y al que no se ha podido
declarar convicto de herejía durante el proceso. Si el acusado no confiesa
nada bajo tortura, se le considerará inocente /.../ La forma de veredicto de
tortura es la siguiente:

"Nos, inquisidor, etc., considerando el proceso que te


seguimos, considerando que varías en tus respuestas y que
existen contra ti indicios suficientes para someterte a tortura;
para que la verdad salga de tu propia boca y no ofendas más
los oídos de tus jueces, declaramos, juzgamos y decidimos
que tal día, a tal hora, seas sometido a tortura" (p. 184).

Apunta el propio Manual: "Hay que señalar que el inquisidor no debe


mostrar prisa en llegar a la tortura, pues los indicios por los que se llega a
la tortura son, por definición, arbitrarios. Por lo tanto los inquisidores
evitarán recurrir continuamente a ella" (p. 186). Pero más adelante,
especifica: "Se dice que se puede 'reemprender' el suplicio si, durante la
tortura, se obtienen nuevos indicios /.../ Sin embargo, no hay que abusar
de esta posibilidad de 'reemprender' la tortura, no vaya a ser que el
327

torturado entregue su alma durante los tormentos...". "¿Pero cuántas


veces se pueden volver a aplicar toda la serie de torturas por no
ratificación de declaraciones? No hay unanimidad de los doctores al
respecto. Otros piensan que se puede repetir la serie entera tres veces y
más. Yo, personalmente, creo que habría exceso de crueldad (sic) y que
no se debería pasar de dos series completas de tormentos" (p. 189). La
serie estaba compuesta por cinco tipos de tormento, que constituyen otros
tantos grados diferentes de suplicio. Eran palo, cuerdas, caballete,
desplome, brasas. A continuación, el suplicio del agua, los zapatos de
hierro... y libre curso a la imaginación del juez (cf. pág. 244).
Veamos ahora el "Sexto veredicto: abjuración por sospecha violenta".
"Al hereje que no abjure y que no quiera expiar se le entrega al brazo
secular para que lo ejecute; de igual modo el que es violentamente
sospechoso, si no quiere abjurar y volver al seno de la Iglesia, ni expiar
conforme a las disposiciones del obispo y del inquisidor, será entregado al
brazo secular para ser ejecutado. Si abjura y acepta la expiación, se le
condenará a prisión perpetua" (p. 195). Una vez terminada la abjuración,
dice el inquisidor:

Hijo muy querido, acabas de abjurar de las herejías de que


eras violentamente sospechoso. Con ello te sometes a los
deseos de la Iglesia, y está muy bien. Pero presta atención en
el futuro a no reincidir, a no merecer sospechas de ninguna
clase de herejía, pues, sabe y no lo dudes ni un instante, que,
como tú mismo acabas de comprometerte, serías entregado
sin ninguna misericordia al brazo secular para ser ejecutado

"Después de esto el inquisidor absuelve al abjurante de la


excomunión, si estaba excomulgado. Luego se lee la sentencia de
penitencia.
"El abjurante llevará el sambenito durante uno o dos años.
Permanecerá vestido de esta guisa a la puerta de la iglesia o en las
escaleras del altar durante las misas de tales o cuales fiestas. Sufrirá
prisión perpetua o por un tiempo a determinar según la índole de la
sospecha. El inquisidor recuerda que él puede, según su criterio, reducir o
agravar la penitencia. Luego le exhortará a ser paciente, prometiéndole
aliviar la penitencia si es sumiso, y amenazándole con entregarle por
impenitente al brazo secular para que le ejecuten, si protesta. Finalmente
concede las indulgencias de costumbre: diez o veinte días a los presentes
y tres años a los delatores y colaboradores" (p. 197).
328

No vale de mucho abjurar cuando se va camino de la hoguera, aunque


se sea inocente. Pero ello tiene su premio... ¡en el Cielo! Dice el Manual:
"...aunque sea duro conducir a la hoguera a un inocente, no se aceptará
que un acusado confiese para librarse de la muerte. Corresponde al
confesor y a los teólogos que le acompañan consolarle y reconfortarle en
su verdad: no confieses lo que no has hecho, le dirán, y no olvides que si
soportas con paciencia la injusticia y el suplicio, recibirás la corona del
martirio" (p. 215).
Hasta después de muerto persigue la Inquisición al hereje. La cuestión
dimanante de la práctica del Santo Oficio de la Inquisición nº 22
pregunta: "¿Puede el inquisidor 'proceder' contra los muertos que, antes o
después del óbito, hayan sido denunciados por herejes?" La respuesta es:
"Sí, conforme a lo establecido por nuestros señores los papas Urbano IV y
Alejandro IV". Nuevamente se pregunta: "¿Pero cuánto tiempo después de
la muerte del hereje puede juzgarle un inquisidor?" La respuesta tiene
distingos: 1) Si la condena es para confiscar sus bienes, "no se podría
perseguir al cadáver transcurridos cinco años del fallecimiento del hereje:
es la opinión de algunos doctores. Pero en realidad se le persigue hasta
cuarenta años después de muerto. Y los herederos del difunto, aunque
sean católicos, incluso aunque posean con buena fe los bienes del hereje,
quedan desposeídos en beneficio del fisco eclesiástico o civil, según las
leyes y las regiones". 2) Si se quiere lanzar anatema sobre la memoria del
difunto, declarando que ha muerto en herejía, "no hay límite de tiempo"
para perseguirlo. "Y si la condena de la memoria del difunto se hace más
de cuarenta años después de la muerte de éste, sus herederos conservan,
naturalmente, los bienes, pero se les aplicarán las penas previstas
especialmente para los hijos de herejes: se les declarará infames e ineptos
para cualquier función pública y cualquier beneficio".
Otra pregunta: "¿Cómo se 'procede' contra un difunto?" Bueno, la
respuesta es larga y, también, con muchos distingos. Sin embargo, el
Manual los reduce a esto: "En caso de proceso póstumo se recurre a la
práctica de las efigies... También se entregará al brazo secular la efigie del
acusado que se suicide durante el proceso, ya que el suicidio constituye la
más clara confesión de culpabilidad".
Fin del proceso de culpabilidad: "Finalmente, conforme a lo
establecido en el concilio de Toulouse en 1229 se demolerá la casa del
hereje condenado y quemado (haya sido condenado vivo o después de
morir) y se arrasará el solar para que no quede vestigio /.../ Conforme a la
tradición inquisitorial, se cubrirá con sal el solar nivelado para que sea
para siempre estéril. Luego se erigirá una estela en la que se irán grabando
el nombre del dueño de la casa demolida, la sentencia de demolición y la
fecha de ejecución (bajo qué reinado, en qué pontificado). Puede verse
una estela de estas en la ilustre ciudad de Valladolid, en donde, en 1559,
329

Agustín Cazzala, pese a ser converso y penitente, fue entregado al brazo


secular por dogmatista y su casa fue arrasada" ( p. 234).
Uno no puede transcribir tal barbarie sin horrorizarse. Pero el
inquisidor no debía de sentirse mal. Al contrario. La última cuestión (70)
dimanante pregunta y contesta: "¿Gana el inquisidor durante su vida o a
la hora de la muerte indulgencia plenaria? Sí. Así lo han establecido los
papas Clemente IV, Alejandro IV y Urbano IV que extendieron a los
inquisidores el beneficio de indulgencia plenaria concedido durante la
vida y a la hora de la muerte a todos los que luchan por la conquista de
Tierra Santa" (p. 280). A quien esto transcribe le asalta el deseo de que a
tales papas (poco clementes y mucho menos urbanos) los hayan puesto
en el ... ¡infierno IV!
Para descargo de la Iglesia católica española digamos que solamente
en Alemania, entre l450 y 1550, fueron muertas cien mil brujas, la cuarta
parte quemadas. La locura es una enfermedad bastante extendida.

2.3. La intolerancia sigue

Hegel ha señalado que tenía que aparecer alguien que atacara de frente
al judaísmo mismo. La raíz del judaísmo es lo objetivo, es decir, el
servicio, la servidumbre frente a algo ajeno. Era eso lo que Jesús atacaba.
Por lo general, Jesús opuso el sujeto a la ley. ¿Opuso la moralidad a la
ley? La moralidad es, según Kant, la subyugación del individuo bajo lo
universal, la victoria de lo universal sobre la individualidad opuesta a él.
Es más bien la elevación de lo individual a lo universal, unificación,
cancelación de las dos partes opuestas por la unificación. Moralidad es la
superación de una división en la vida. El principio de la moralidad es el
amor. Querer es la exclusión de lo opuesto. Jesús opone al mandamiento
la disposición sensible, la inclinación a actuar moralmente.
Pero Jesús no halló nada en los judíos que le hubiera ayudado a
combatirlo. Tuvo, pues, que sucumbir él después de no haber fundado otra
cosa que una secta más que se refugia en lo imaginario.
La creación resultante de las predicaciones del Maestro de Nazaret es
un reino imaginario. En el cristianismo, ni la moral ni la religión están en
contacto con la realidad. No hay más que causas imaginarias: Dios, alma,
yo , el espíritu, el libre albedrío o el albedrío no libre. También los efectos
son imaginarios: el pecado, la salvación, la gracia, la expiación, el perdón
de los pecados. Las relaciones entre los seres son, asimismo, imaginarias:
Dios, los espíritus, el alma. La ciencia natural que se postula es
imaginaria, antropocéntrica, con carencia absoluta del concepto de causas
naturales. Una psicología imaginaria que emplea un lenguaje figurado de
las idiosincrasias morales y religiosas: el arrepentimeineto, la voz de la
330

conciencia, la tentación del diablo, la presencia de Dios. La teología, que


pudiera creerse lo más propio de la secta, no deja de ser imaginaria: el
Reino de Dios, el juicio final, la vida eterna... Todo este mundo de
ficciones tiene sus raíces en el odio contra lo natural, contra la realidad. El
cristianismo, dijo F. Nietzsche, es la expresión de una profunda aversión a
la realidad. Por eso la persigue. Le resulta intolerable.
Muchos historiadores han registrado con sombro que toda iglesia, al
volverse dominante, se hace también intolerante. La memoria de sus
sufrimientos pasados se borra. Claro que la intolerancia no es
característica casual, abstraída de la historia y de la experiencia, sino una
necesidad que se deriva forzosamente del derecho de toda iglesia. Se trata
del derecho de toda sociedad de excluir de su seno a aquél que no se
someta a sus leyes y ordenanzas. Después de siglos de persecución furiosa
en contra de los que se desviaban, la Inquisición pasó. ¿Pasó también la
intolerancia de siglos de la Iglesia católica? Creemos que, como muchas
fieras, ha perdido algunas lanas, mas no... las mañas. Veamos.
Leamos lo que el Catecismo dice sobre "Castidad y homosexualidad",
en primer lugar:

2357. La homosexualidad designa las relaciones entre hombres


o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o
predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy
variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico
permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada
Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición
ha declarado siempre que los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural (sic).
Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una
verdadera complementación afectiva y sexual (sic). No pueden
recibir aprobación en ningún caso.
2358. Un número apreciable de hombres y mujeres presentan
tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición
homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica
prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza.
Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta
[¿?]. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios
en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del
Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición
2359. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad.
Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad
interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada,
de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse
gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
331

Si un homosexual creyente acepta estos argumentos de la Iglesia


católica y decide renunciar a su condición sexual para alcanzar "la
perfección cristiana", es su libertad. Pero el hecho no justifica la
intolerancia eclesiástica para con él y con muchos otros que, como él,
desean ser cristianos dentro de la Iglesia católica. Una noticia que recorrió
el mundo ilustró más, si ello es posible, la intolerancia papal:

Importantes editorialistas y políticos italianos reaccionaron


abiertamente contra las críticas del Papa Juan Pablo II a la marcha
del Orgullo Homosexual (Gay Pride), a la que calificó de afrenta al
Jubileo, desatando un verdadero debate nacional sobre los derechos
de los homosexuales en Italia. Pocas veces se había visto en Italia
una toma de posición tan dura y abierta contra las palabras del
Papa, pronunciadas el domingo durante el Angelus, al expresar su
disgusto por lo que calificó de ofensa a una ciudad como Roma,
"especialmente querida por los católicos", y de "afrenta" al Gran
Jubileo del 2000, al referirse la víspera a la manifestación de miles
de homosexuales de todo el mundo32

Otro índice de intolerancia es el referido a la decisión tan humana de


divorciarse. La oposición es, incluso, a la separación decidida por ambos
cónyuges. Y es que para la Iglesia "El divorcio es una ofensa grave a la
ley natural" (sic) (& 2384).
Tampoco le gusta al Vaticano la unión libre de un hombre y una mujer
que deciden probar vida en común. Los distintos matices de esa unión
libre son contrarios para la ley moral, pues "el acto sexual debe tener lugar
exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un
pecado grave y excluye de la unión sacramental" (& 2390).
Si esa intolerancia es para con la gente "del siglo", ¿qué esperar
para los que deciden vivir "en religión"? La Iglesia católica impone a sus
sacerdotes un estándar de pureza tan elevado, inalcanzable e inhumano,
que una parte de ellos sólo son capaces de enfrentarse a él desde su propia
derrota. Aplicándose en la anulación de su persona mediante la
humillación y el sufrimiento, pretenden hacerse acreedores del más alto
perdón. Esos sacerdotes masoquistas aprendieron en el seminario que no
importa cuán grande pueda llegar a ser un pecado mientras la penitencia
consiguiente sea igualmente ciclópea. Por eso, en la dureza de su caída
puede el arrepentido encontrar la medida de su virtud y la vía de su
perdón. Remitimos al lector al capítulo 4, “Varón de dolores”.
Pero hay mucho más que el masoquismo que cada quien pueda
gozar. La Iglesia católica estimula verdaderas aberraciones morales. Por
ejemplo, de todos es sabido que la delación/castigo es un mecanismo
habitual de control en el seno de instituciones y sociedades de corte
332

autoritario. La Iglesia lo es, sin duda alguna. Al ser alentado por sus
dirigentes, este sistema delación/castigo acaba implantándose como una
dinámica compensatoria cotidiana entre los elementos más frustrados,
mediocres y ambiciosos de la comunidad religiosa.
Pero al margen de ser un instrumento fundamental para lograr el
dominio y el control del clero, la ley del celibato religioso es una
estrategia fundamentalmente economicista, que permite abaratar los
costos de mantenimiento de la plantilla laboral de la Iglesia católica y, al
mismo tiempo, incrementar su patrimonio institucional. El obligado
carácter célibe del clero lo convierte en una gran masa de mano de obra
barata y de alto rendimiento, dotada de una movilidad geográfica y de una
sumisión y dependencia jerárquica absoluta33.
La ley de celibato obligatorio es fuente de problemas psicológicos y
sociales. Un superior jesuita pone el dedo en la llaga cuando afirma que,
“para muchos, el voto se confunde más o menos con la obligación de
luchar contra el pecado de la carne. Se les ha presentado la castidad como
puramente negativa y como una renuncia a todo amor humano profundo.
Pero algunos se preguntan si esto agrada a Dios. Algunos tienen miedo de
amar, pensando que esto es contrario al voto de castidad. Ven en el amor
conyugal sólo el placer de los sentidos. Otros han fundado la castidad
sobre el desprecio a las mujeres y no ven que se pueda amarlas sino por
pasión. Ellas son objeto de tentación y son peligrosas”34
Álvaro Jiménez sostiene que “en ningún área de la personalidad se
encuentran tantos residuos infantiles como en el aspecto religioso.
Muchas personas cultas, universitarias y profesionales quedan estancadas
en una religiosidad juvenil, mientras la maduración intelectual, emocional
y social se desarrolla de una manera más o menos satisfactoria /.../ Hay
que conceder que no sólo son frecuentes los casos de religiosidad
inmadura, sino que en muchos pacientes se presentan elementos
patológicos de carácter religioso /.../ Este hecho es de extrañar, dada la
profundidad religiosa de la personalidad humana; la religión, lo mismo
que el sexo y la agresividad, por su papel decisivo en la psicología
humana, son energías potentísimas, que lo mismo pueden canalizarse para
la autorrealización del individuo y el bien de la sociedad, o desviarse para
el daño o destrucción propia y ajena35”.
Pero hay algo mucho más grave: los abusos sexuales del clero. En
Estados Unidos, país donde se ha abierto públicamente la caja de Pandora
de los abusos sexuales de sacerdotes católicos a menores, los datos que ya
han sido comprobados son terribles. Tras verificar que en 100 de sus 186
diócesis hubo denuncias por violencia sexual, a principios de la década de
los noventa, la Conferencia Episcopal norteamericana tuvo que solicitar al
Vaticano la posibilidad de reducir al estado laical a los sacerdotes
implicados.
333

El papa Wojtyla, en una carta pastoral dirigida a la iglesia


norteamericana, fechada el 11 de junio de 1993, tuvo que reconocer la
gravedad y dimensión del problema de los abusos sexuales a menores
cometidos por sacerdotes católicos. Y no podía ser ya de otra manera: en
ese momento se había juzgado y condenado por abuso sexual de menores
a unos... ¡400 curas! Por casos aflorados en los nueve años anteriores, las
diócesis norteamericanas habían pagado alrededor de 400 millones de
dólares en indemnizaciones por daños morales causados a las víctimas. En
los procesos judiciales en curso se jugaban otros mil millones de dólares
en nuevas indemnizaciones.
En Gran Bretaña, para intentar cubrirse de las responsabilidades
económicas de los abusos sexuales del clero sobre menores, la jerarquía
de la Iglesia católica ha suscrito una póliza específica de seguridad con la
compañía Lloyd’s de Londres36.
El cinismo de la Iglesia católica en lo referente al quinto
mandamiento no tiene parangón. Dice el Catecismo en el & 2258: "La
vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el
Creador, su único fin. Sólo Dios es dueño de la vida desde su comienzo
hasta su término..."
Sentado lo anterior, no podemos dejar de sonreír cuando la propia
Iglesia justifica la pena de muerte. Dice el mismo Catecismo: "La
preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en
estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza
tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y
deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a
la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el
recurso a la pena de muerte..." (& 2266). Es comprensible: la Iglesia
católica es gobernada por el Antiguo Régimen. Los Derechos Humanos
todavía no fueron promulgados en el Vaticano.

NOTAS AL CAPÍTULO 6

1 Citado por Ch. Binet-Sanglé en La folie de Jésus.


2 Cf. Lc, 7, y Mt, 9.
3 Mt 23,53-58; M, 6,1-6; Lc 4,16-30.
4 Mt 22,41-45; M, 12,35-37; Lc 20,41-44.
5 Mt 16,21 y 24; 9, 30-31; Lc 9,22, 18,31-33; Mc 10,32-34.
6 Mc 7,3-4; 10,2-9; 12,1-2.
7 Mc 6,1-6; Lc 4.16-30; Mc 1,9; Jn 1,45; Mt 2,23; Lc 2,39 y 51; Mt 21,11; Act

10,38; Jn, 1,46.


334

8 Act 15,1-29; 21,15-26; 23,6-10; Mt 23,1 ss.


9 Cf.: Mt 5,20; 23, 2 y 15; 27,62; Lc 7,36; 11, 37 y 53; 13, 31; 14, 1 y 3; 16,14;
17,20; 18,10.
10 Mc 3,6; 12,12 ss.
11 La piedra que era Cristo.
12 Mc, 14,53; Mt, 26,27; Lc, 22,54; Jn, 18, 31.
13 Mc, 2,6; Lc, 15,2.
14 Mc 7,2.
15 Lc 6,7 ss; 14,3 ss.
16 Mc 2,6; Mt 12,38; Mc 11,27; Mt 21,15; Mc 12,35.
17 Mc 3,22; Lc 11,59; Mt 10,25
18 Mt 9,10-12; M, 10,1-12.
19
Jn 13,23; 19,26; 20,2; 21 7 y 20.
20
La folie de Jésus, Ch. Binet-Sanglés, Maloine editeur, Paris, 1910 (4
volúmenes)
21 Mt 11,29; 5,4 y 44.
22 Mc 4,35-41; Mt 8,23-27; Lc 8,22-25
23 Mc 11: 12-14 y 20-24; Mt 21,18-19 y 21-22
24 Ver en Lc 11,37-54 las reprensiones que Jesús hace a fariseos y doctores

cuando un fariseo lo había invitado a comer a su casa.


25 Psycopatia sexualis, p. 10.
26 Mt 4,1; 1 Cor 7,5; Gál 6,1; 1 Tes 3,5; Sant I,13-14.
27 1 Cor 10,13; 2 Pe 2,9, Ap 2,10 (v. Mt 6,13; 26,41).
28 Mt 4,7; 1 Cor 10,9.
29 Ética, parte III, prop. VI.
30 Ética, parte III, prop. IX, esc.
31 Nicolau Eimeric y Francisco Peña, El manual de los inquisidores, Muchnik

editores, Barcelona, 1983.


32 El Nacional, Caracas, 4/8, 11 de julio de 2000
33 Ésta es una tesis desarrollada por Pepe Rodríguez en La vida sexual del
clero.
34 Citado por Pepe Rodríguez en La vida sexual del clero.
35 Ídem.
36 Para toda esta información ver La vida sexual del clero.
Capítulo 7
EL HIJO DE DIOS

1. ¡Resurrexit!

1.1. La mañana de la Pascua cristiana (o el sepulcro vacío)

Cuenta Mateo: "Pasado el sábado, ya para amanecer, el día primero de


la semana, vino María Magdalena con la otra María a ver el sepulcro. Y
sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y
acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su
aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De
miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel,
dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a
Jesús el crucificado. No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho.
Venid y ved el sitio donde fue puesto. Id luego y decid a sus discípulos
que ha resucitado de entre los muertos y que os precede a Galilea; allí le
veréis. Es lo que tenía que deciros. Partieron ligeras del monumento,
llenas de temor y de gran gozo, corriendo a comunicarlo a los discípulos.
Jesús les salió al encuentro diciéndoles: Dios os salve. Ellas, acercándose,
le cogieron los pies y se postraron ante él. Díjoles entonces Jesús: No
temáis; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me
verán"(Mt 28,1-10).
Cuenta Marcos: "Pasado el sábado, María Magdalena, y María de
Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a ungirle. Muy de
madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol
vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra
de entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba
removida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron un joven
sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron
sobrecogidas de espanto. Él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús
Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en que
le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá a
Galilea; allí le veréis, como os ha dicho. Saliendo huían del monumento,
336

porque el temor y el espanto se habían apoderado de ellas, y a nadie


dijeron nada; tal era el miedo que tenían. Resucitado Jesús la mañana del
primer día de la semana, se apreció primero a María Magdalena, de quien
había echado siete demonios. Ella fue quien lo anunció a quienes habían
vivido con él, que estaban sumidos en la tristeza y el llanto; pero oyendo
que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron"(Mc 16,1-11).
Cuenta Lucas: "Pero el primer día de la semana, muy de mañana,
vinieron al monumento, trayendo los aromas que habían preparado, y
encontraron removida del monumento la piedra, y entrando no hallaron el
cuerpo del Señor Jesús. Estando ellas perplejas sobre esto, se les
presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. Mientras
ellas se quedaron aterrorizadas y bajaron la cabeza hacia el suelo, les
dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha
resucitado. Acordaos cómo os habló estando aún en Galilea, diciendo que
el hijo del hombre había de ser entregado en poder de pecadores, y ser
crucificado, y resucitar al tercer día. Ellas se acordaron de sus palabras, y
volviendo del monumento, comunicaron todo esto a los once y a todos los
demás. Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás
que estaban con ellas. Dijeron esto a los apóstoles, pero a ellos les
parecieron desatinos tales relatos y no los creyeron. Pero Pedro se levantó
y corrió al monumento, e inclinándose vio sólo los lienzos, y se volvió a
casa admirado de lo ocurrido" (Lc 24, 1-12)
Cuenta Juan: "El día primero de la semana, María Magdalena vino
muy de madrugada , cuando aún era de noche, al monumento, y vio
quitada la piedra del monumento. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro
discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del
monumento y no sabemos dónde le han puesto. Salió, pues, Pedro y el
otro discípulo y fueron al monumento. Ambos corrieron; pero el otro
discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al monumento, e
inclinándose vio las bandas; pero no entró. Llegó Simón Pedro después de
él, y entró en el monumento y vio las fajas allí colocadas, y el sudario que
había estado sobre su cabeza, no puesto con las fajas, sino envuelto a
parte. Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al
monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la
Escritura, según la cual era preciso que él resucitase de entre los muertos.
Los discípulos se fueron de nuevo a casa. María se quedó junto al
monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el
monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados a la
cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le
dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi
Señor y no sé dónde le han puesto. En diciendo esto, se volvió para atrás y
vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús" (J 20, 1-14).
337

Cuando un profano en misterios teológicos se pone a leer los pasajes


que relatan la resurrección de Jesús -episodio fundamental en el que se
basa el cristianismo para demostrar la divinidad de Jesús- , espera
encontrar una serie de relatos pormenorizados, sólidos, documentados y,
sobre todo, coincidentes unos con otros. Pero los textos de los cuatro
evangelistas nos dan justamente la impresión contraria. Basta comparar
los relatos de todos ellos para darse cuenta de la fragilidad de su estructura
interna y, por tanto, de su credibilidad.
Si resumimos la escena tal como lo "atestiguan" los cuatro evangelistas
inspirados por el Espíritu Santo, obtendremos el siguiente cuadro.
En Mateo, van dos Marías a ver el sepulcro, se produce un terremoto,
baja un ángel del cielo, remueve la piedra de entrada de la tumba y se
sienta en ella, y deja a los guardias "como muertos". El ángel les avisa que
Jesús las verá en Galilea, pero éste, resucitado, decide aparecérseles antes.
En Marcos, las mujeres (que ya no sólo son las dos Marías, puesto que
se suma Salomé) van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay terremoto; la
piedra de entrada ya estaba quitada; los guardas se han esfumado;un joven
está dentro del monumento sentado a la derecha; y les dice a las tres
mujeres que Jesús Nazareno les precederá a Galilea. El resucitado , ahora,
decide aparecerse sólo a la Magdalena.
En Lucas, las mujeres, que siguen llevando ungüentos, son las dos
Marías, Juana, que sustituye a Salomé, y "las demás que estaban con
ellas"; tampoco hay terremoto ni guardias; se les presentan dos hombres,
aparentemente procedentes del exterior del sepulcro, “vestidos de
vestiduras deslumbrantes”. Pedro da fe del hecho prodigioso. No hay
mención de verse en Galilea. Más adelante, el resucitado se les aparece a
dos discípulos que caminan a Emaús.
En Juan sólo hay una mujer, María Magdalena, que no va a ungir el
cadáver. Como no ve a nadie en el sepulcro, corre a avisar, no a uno, sino
a dos apóstoles, que certifican el suceso. Después de esto, mientras María
llora fuera del sepulcro, se aparecen dos ángeles, sentados en la cabecera
y los pies de donde estuvo el cuerpo del crucificado. En ese mismo
momento Jesús se le presenta a la mujer, aunque ella no lo reconoce como
tal. A los discípulos, el resucitado se les aparecerá en la tarde, pero no les
dice nada de verse en Galilea.
En lo único en que coinciden todos los evangelistas es: 1) en la
desaparición del cuerpo de Jesús, 2) en la vestimenta blanco/luminosa que
llevaba el ángel/ joven/ dos hombres/ dos ángeles, 3) en que la
resurrección es... ¡cosa de mujeres! y 4) en verse en Galilea (en Mateo y
Marcos).
No hace falta ser un agnóstico malicioso para llegar a la evidente
conclusión de que estos pasajes no pueden tener la más mínima
338

credibilidad. No hay explicación alguna para la existencia de tantas y tan


graves contradicciones en textos supuestamente escritos por testigos
directos y redactados dentro de un período de tiempo de unos treinta a
cuarenta años entre el primero (Marcos) y el último (Juan) e... ¡inspirados
por Dios!
Los relatos se vuelven comprensibles si la historia del Domingo de
Pascua es entendida como una elaboración mítica para completar el
diseño de la personalidad divina de Jesús, asimilándola a las hazañas
legendarias de los dioses solares jóvenes y expiatorios que le habían
precedido, entre los cuales estaba Mitra. Éste, como veremos más
adelante, era su competidor directo en esos días, pues no sólo había tenido
una natividad similar a la adjudicada a Jesús, sino que, también, había
resucitado al tercer día. En otras palabras, la redacción de este "hecho"
crucial pone de manifiesto la manera cómo el politeísmo empezó a entrar
por todas las ventanas del edificio monoteísta judío. Pero esto es el tema
del próximo capítulo.
Si leemos entre líneas los versículos citados1, encontraremos algunas
pistas interesantes que nos permiten comprender mejor el ánimo de sus
redactores. Marcos, el primer texto evangélico escrito, obra del traductor
del apóstol Pedro, esbozó el relato mítico con prudencia y evitó las
alharacas sobrenaturales innecesarias. Mateo, por el contrario, a pesar de
que se inspiró en Marcos para escribir su obra, siguió siendo fiel a su
estilo y se regocijó en adaptar leyendas paganas orientales al mito de
Jesús. Ya fuese obra del verdadero Mateo o del redactor que puso a punto
la versión de su actual evangelio en Egipto, en su texto aparecen los
típicos terremotos y seres celestiales bajados del cielo, narraciones propias
de las leyendas paganas .
Anotemos otra cosa sobre el relato de la mañana de la Pascua cristiana.
Parece que el testimonio de María Magdalena no era muy de fiar. Había
buenas razones, pues "había sido curada (¿?) de espíritus malignos, de la
cual habían salido siete (¡!) demonios" (Lc 8, 2). Los evangelistas tuvieron
buenas razones para poner también a Pedro y “al otro discípulo a quien
Jesús amaba” de testigos.
La inexplicable incredulidad de los apóstoles ante la noticia de la
resurrección de Jesús resulta aún mucho más alarmante cuando leemos el
testimonio de Mateo acerca del suceso que siguió a la muerte del Mesías
judío:

Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. La cortina del


templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se
hundieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos
cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y salieron de los
sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la ciudad
santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él
339

guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido,


temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente este era el hijo
de Dios (Mt 27,50-54).

Ante este testimonio de Mateo, un autor un poco tremendista2 saca, sin


embargo, dos conclusiones muy pertinentes: 1) o el relato es una absoluta
invención, con lo que también se convierte en una invención el resto de la
historia de la resurrección; 2) o la humanidad de esa época presentaba el
nivel de cretinez más elevado que jamás pueda concebirse. Una
convulsión como la descrita, no sólo hubiese sido "la noticia del siglo" a
lo largo y ancho del Imperio romano, sino que, obviamente, tendría que
haber llegado a todo el mundo, judíos y romanos incluidos. Si ello hubiera
sido el caso, el Sumo Sacerdote y el Emperador al frente irían a peregrinar
ante la cruz del suplicio para aceptar al ejecutado como el único y
verdadero "hijo de Dios", tal como supuestamente apreciaron, con buen
tino, "el centurión y los que con él guardaban a Jesús". En lugar de eso,
nadie se dio por aludido en una sociedad hambrienta de dioses y
prodigios, ni cundió el pánico entre la población, en una época en que
buena parte de los judíos esperaba el inminente final de los tiempos, cosa
que también había creído y predicado el propio Jesús. Tal "hecho" ni
siquiera logró que los apóstoles sospecharan que allí estaba a punto de
suceder algo maravilloso y por eso les pilló fuera de juego la nueva de la
resurrección. El creyente es libre de aceptarla o no.
Es creencia común entre los cristianos actuales que Jesús posee
el poder de resucitar a los muertos en el día del Juicio Final.
Sorprendentemente, ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas dijeron palabra
alguna a este respecto. Únicamente el místico y esotérico Juan, en la
primera década del siglo II d. C., vino a llenar este incomprensible
vacío con versículos como los siguientes:

Porque esta es la voluntad de mi Padre; que todo el que ve al hijo y


cree en él tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día
(Jn 6,40).
Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae,
y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,44).
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le
resucitaré en el último día (Jn 6,54).

Contra Juan, Pablo, que era judío, reservaba a Dios la capacidad de


resurrección, no al Jesús divinizado o a cualquier otro (Act 24,14-15). En
realidad, la creencia en una resurrección limitada a las personas que
habían vivido de acuerdo con los mandamientos de Dios lo atestigua la
340

literatura de la época. Pero no todos los hombres se alzarían de entre los


muertos... sólo los justos participarán en el mundo futuro. Un sector de
opinión considerable niega la resurrección de los inicuos. Los pecadores
no serán resucitados. Esta creencia excluía claramente a los individuos a
los que por sus actos criminales se les aplicaba la pena de muerte por
veredicto de un tribunal judío. La creencia de que sólo los justos serán
resucitados y habitarán la nueva tierra pervive mucho tiempo

1.2. Resurrección

E. Schure ha señalado que se puede no conceder ningún valor objetivo


a la resurrección y considerarla como un fenómeno de alucinación pura.
Pero en ese caso, sostiene este autor, hay que aceptar que la más grande
revolución religiosa de la humanidad se funda sobre una aberración de los
sentidos y sobre una quimera del espíritu.
La desaparición del cuerpo de Jesús -sigue diciendo E. Schure- puede
explicarse por causas naturales y hay que notar que los cuerpo de varios
adeptos han desaparecido sin dejar rastro y de un modo tan misterioso
como éste, entre otros los de Moisés, Pitágoras y de Apolonio de Tiana,
sin que se haya podido jamás saber qué ha sido de ellos. Quizás los
hermanos conocidos o desconocidos que velaban sobre ellos hayan
destruido por el fuego los despojos del Maestro, para sustraerlos a la
profanación de sus enemigos. Sea de ello lo que quiera, la grandeza
espiritual de la resurrección sólo aparece si se la comprende en sentido
esotérico, anota este autor.
Entre los egipcios, como entre los persas de la religión mazdiana de
Zoroastro, antes y después de Jesús en Israel, como entre los cristianos de
los primeros siglos, la resurrección fue comprendida de dos maneras, una
material y absurda, otra espiritual y teosófica. La primera es la idea
popular finalmente adoptada por la Iglesia después de la represión del
gnosticismo; la segunda es la profunda idea de los iniciados. En el primer
sentido, la resurrección significa la vuelta a la vida del cuerpo material, en
una palabra, la reconstitución del cadáver descompuesto o dispersado, que
se figuraban debía tener lugar al advenimiento del Mesías o en el Juicio
Final. Inútil es hacer resaltar el materialismo grosero y lo absurdo de esa
concepción. Para el iniciado, la resurrección tenía un sentido muy
diferente y se relacionaba con la constitución ternaria del hombre. El
significaba la purificación y regeneración del cuerpo sideral, etéreo y
fluídico, que es el organismo del alma y en cierto modo la cápsula del
espíritu. Esa purificación puede tener lugar desde esta vida por el trabajo
interno del alma y cierto modo de existencia; pero no tiene más que
después de la muerte para la mayor parte de los hombres, y sólo para
aquéllos que de uno u otro modo han aspirado a lo justo y a lo verdadero.
341

En el otro mundo la hipocresía es imposible. Allí las almas aparecen tal


como en realidad ellas son; ellas se manifiestan fatalmente bajo la forma y
el color de su esencia: tenebrosas y repugnantes si son malas, radiantes y
bellas si son buenas. Tal es la doctrina expuesta por Pablo en la Epístola a
los Corintios (15, 39-46) donde formalmente dice: "Hay un cuerpo animal
y un cuerpo espiritual". Jesús lo anuncia simbólicamente, pero con más
profundidad para quien sabe leer entre líneas, en su conversación secreta
con Nicodemo. Cuanto más espiritualizada está un alma, más grande será
su alejamiento de la atmósfera terrestre, más lejana la región cósmica que
la atrae por su ley de afinidad, más difícil su manifestación a los
hombres.
Para el joven Hegel, considerar la resurrección de Cristo como un
evento es adoptar el punto de vista del historiador, que no tiene nada que
ver con la religión. Creer en tal acontecimiento o no creer en él, sin interés
religioso, es asunto del entendimiento cuya obra, la fijación de lo objetivo,
es precisamente la muerte de la religión. Pero, naturalmente, el
entendimiento parece tener derecho a intervenir, puesto que el lado
objetivo de Dios no es meramente una configuración del amor, sino
también algo que subsiste para sí, algo que, en cuanto realidad, reivindica
un lugar en el mundo de las realidades. Por eso es difícil aprehender el
aspecto religioso de Jesús resucitado, aprehender el amor configurado en
su belleza. Puesto que sólo se transformó en Dios a través de su apoteosis,
su divinidad es la deificación de algo que existe también en cuanto
realidad. Jesús vivió como una individualidad humana, murió en la cruz y
ha sido sepultado. Esta tacha de humanidad es algo enteramente diferente
de la configuración que es propia de Dios. El aspecto objetivo de Dios, su
configuración, es objetivo sólo en la medida en que esta manifestación del
amor que unifica a la comunidad, en que es la contraparte pura de este
amor. Tal configuración objetiva no contiene nada que no existiera ya en
el amor (sólo que, en este caso, en cuanto opuesto), nada que no fuera, al
mismo tiempo, sensación3.
Guignabert explica el "hecho" argumentando que la fe-confianza
(esperanza) de los apóstoles triunfó de la propia muerte. Y aquí tocamos
el más oscuro de los problemas. Volvieron a encontrarse en Galilea, en el
marco familiar donde habían vivido con Jesús; creyeron verlo de nuevo y
se persuadieron de que no estaba muerto. Éste es el hecho, aunque los
detalles se nos escapan. Como era inevitable, la leyenda quiso aclararlo y
lo ha tornado más ininteligible, mezclándolo con episodios maravillosos,
inverosímiles, imposibles de verificar dadas las contradicciones de los
textos. Los relatos de la Resurrección de que disponemos hoy se le
ofrecen al crítico como agregados compuestos de recuerdos confusos,
exactitudes inventadas, de viejas historias, triviales ya en el mundo
342

oriental. Pero, ¿qué tienen como fundamento, por cuanto seguramente


tienen algo de exacto? De toda evidencia, una visión de Pedro, seguida de
visiones colectivas, fenómeno de contagio mental, común en la historia de
las religiones. No olvidemos que si los apóstoles vuelven de Jerusalén
horrorizados, perplejos, momentáneamente desalentados porque lo que
esperaban no se ha producido y han recibido un golpe tan rudo como
inesperado, pueden sin embargo no estar desesperados. Han confiado
demasiado en la promesa de Jesús para desprenderse de ella. Pasado el
primer momento de confusión, en el medio donde antes los conmoviera
tan profundamente, influye de nuevo sobre ellos y especialmente sobre
Pedro. Pero la promesa de Jesús está, para ellos, ligada a la persona de
Jesús. Admitir que esa persona ha desaparecido para siempre es
abandonar toda esperanza (y, por otro lado, la idea de la resurrección de
los muertos está muy presente en el mundo judío de la época). Esta idea
fija su fe; por decirlo así, la hipnotiza: no es posible que nos haya
abandonado, que su muerte sea definitiva. El resultado seguro de esa
tensión constante en el cerebro de los hombres a la vez rudos y místicos,
exaltados por la espera y el deseo, es la visión. Por eso Pedro ve a Jesús y
luego otros lo ven como él lo ha visto (pero no pueden tocarlo). Que se
trata de francas alucinaciones usuales, o de interpretaciones alucinadas de
cualesquiera apariencia, poco importa; los pescadores del lago de
Genesaret estaban igualmente desarmados ante uno y otro fenómeno.
Las visiones convencen a los apóstoles de que Jesús vive, que vive por
lo menos en su espíritu glorificado por Dios. Pero para vivir es necesario
que ya no esté muerto, y si ya no está muerto -para los judíos de aquel
tiempo no había vacilación posible- es que ha resucitado. No se dice
resucitado en su cuerpo enterrado, sino resucitado con su cuerpo.
Suponiendo que los apóstoles hayan pensado al principio sólo en
apariciones de su espíritu, no han podido, indudablemente, mantenerse
mucho tiempo en esa opinión, porque la creencia popular les representaba
la resurrección como una repetición literal de la vida terrestre.
Recordemos, p. e., que durante su vida, Jesús había pasado por ser, para
ciertas gentes, Juan el Bautista resucitado (Mc 6,14). Además, varios
textos de la Escritura, en los que buscaron el anuncio y la justificación de
la resurrección de Jesús, les impusieron la convicción de que había salido
de su tumba al cabo de tres días, o al tercer día. Así Oseas ( 6,2)
profetizaba: "Él nos dará vida a los dos días, y al tercero nos levantará y
viviremos ante él". En Jonás 2, 1, seguramente leyeron: "Y Jonás estuvo
en el vientre del pez por tres días y tres noches" (cf. Mt 12,40). O
recordaron también el salmo 16, 10 (cf. Act 2, 27-31). La leyenda, pues,
se fundó en el convencimiento de los apóstoles, pero fue en tierra griega
donde se constituyó en su mayor parte, en la tierra donde había nacido y
predicado Saulo de Tarso.
343

Y es que san Pablo es el primer gran místico, el primer cristiano


propiamente dicho. Aunque a san Pedro se le hubiese antes aparecido el
Maestro, san Pablo vio al Cristo en sí mismo, se le apareció. Si no
hubieran tenido los apóstoles esa fe en la resurrección de su Maestro, no
habría habido cristianismo y, desde este punto de vista ha podido decirse
que, sin su muerte, Jesús no tendría ningún lugar en la Historia. San Pablo
dice: "Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana" (1 Cor 15,17).
Sostiene Renán que la historia de Israel es un esfuerzo de diez siglos
para llegar a la idea de las compensaciones más allá de la muerte. El judío
rico se creía bastante recompensado con su riqueza, y el judaísmo, en el
medio de la triste vida de la antigüedad, proporcionaba tanta ventura, que
se perdonaban muchas oscuridades.
No sucedió lo mismo cuando empezó la persecución de Antíoco IV
Epífanes (c. 215-164 a.C.), rey de la dinastía Seléucida (175-164 a.C.),
hijo de Antíoco III. Desde el 171 hasta el 168 a.C. estuvo en guerra contra
Egipto y derrotó a su rey Tolomeo VI. Después de tomar Jerusalén,
prohibió el judaísmo e intentó establecer el culto a los dioses griegos.
Bajo el liderazgo del sacerdote judío Matatías (fallecido hacia el 166 a.C.)
y sus hijos, los Macabeos, los judíos se revelaron (167-160 a.C.) y
expulsaron a Antíoco de Jerusalén.
En la persecución de Antíoco se vieron recompensados los apóstatas,
mientras que, por no renegar de la Ley, los fieles debían morir entre
atroces suplicios. Las explicaciones de este hecho tremendamente injusto,
que hasta entonces sólo habían parecido defectuosas, se tornaron
completamente vacías. De ningún modo se podía alegar que aquellos
justos habían encontrado recompensa en la vida presente. El mártir es
recompensado sin duda, pero no en la tierra, sino en otro mundo. Hay otra
vida en la que se realiza la recompensa de Dios. Los santos, ahora
oprimidos, serán los reyes del mundo. Los mártires que hayan contribuido
a fundarlo resucitarán también, pero en el valle de la Gehenna donde no
muere el gusano ni se extingue el fuego. Claro que, como se dijo ya,
algunos opinan que el malo no resucita y que su castigo es la nada.
Gracias, pues, a esta afirmación heroica salió vencedor Israel de una
situación sin salida. Nunca se produjo un dogma de manera más
ineluctable. La fe en la resurrección procede de un sistema tan lógico en el
desarrollo de las ideas judías que es totalmente superfluo buscarle origen
ajeno. Persia creía en la resurrección antes que Israel, y hay que confesar
que el Libro de Daniel, en el que figura por primera vez el dogma judío,
está lleno de influencias persas; pero el mártir fue el verdadero fundador
de la creencia en la segunda vida. El vidente de Patmos no imagina su
reino de mil años más que para los mártires. Daniel no concibe la
necesidad de la resurrección más que para los mártires.
344

Por fin, Israel ha llegado al último resultado de su esfuerzo secular, al


Reino de Dios, sinónimo de lo porvenir, y a la Resurrección. Extraño a la
idea de un alma distinta, superviviente al cuerpo, Israel sólo podía llegar a
este dogma haciendo revivir al hombre entero. Las almas de los justos han
de acompañar a sus cuerpos. Esas almas no irán a un Paraíso metafísico,
que el aburrimiento haría tan insoportable como el Infierno: se quedarán
en la vida, para reinar con los santos, para gozar del triunfo de la justicia,
para formar parte del reino eterno en el seno de una humanidad
regenerada. No deja de ser una paradoja que la fe en lo porvenir haya sido
fundada por el pueblo que menos creyó en la inmortalidad del individuo.

2. San Pablo

El tipo del Salvador, su doctrina, su muerte, hasta lo que siguió


a su muerte, nada de esto se mantuvo intacto, nada conservó ni
semejanza con la realidad. San Pablo traslada sencillamente el
centro de gravedad de la existencia detrás de la existencia,
poniéndole la mentira de Jesús crucificado. Él no podía valerse, en
realidad, de la vida del Salvador: necesitaba la muerte en la cruz, y
todavía le era indispensable otra cosa. Creer en la sinceridad de un
san Pablo, que venía de la sede principal del racionalismo estoico,
cuando por medio de una alucinación se preparó la prueba de la
supervivencia, o creer en el relato de que fue él quien tuvo esa
alucinación, sería una verdadera sandez en un psicólogo: san Pablo
quería también los medios. Lo que él mismo no creía, los idiotas
entre los cuales lanzó su doctrina, lo creyeron. Lo que él buscaba
era el poder. No podía valerse más que de ideas, de enseñanzas, de
símbolos que tiranizan a las multitudes y hacen de ellas rebaños.
¿Qué fue lo que Mahoma tomó después del cristianismo? La
invención de san Pablo, su procedimiento de tiranía sacerdotal para
formar rebaños: la fe en la inmortalidad, es decir, la doctrina del
Juicio final (F. Nietzsche, El anticristo, XLII).
San Pablo es el mayor apóstol de la venganza (ídem, XLV).

Pero, ¿quién fue san Pablo? San Pablo vio la luz en una familia judía
acomodada, establecida en Tarso (Turquía). Era ésta una ciudad con
mucha vida, situada a la salida de las Puertas cilicianas, por las que se
descendía de la meseta del Asia Menor a Siria. Además, estaba en el cruce
de importantes rutas comerciales que llevaban a la vez ideas y las
influencias de Grecia e Italia, de Frigia y de Capadocia, de Siria y de
Chipre, de Fenicia y de Egipto. Pese a una tentativa bastante reciente de
los reyes de Siria, y especialmente de Antíoco Epifanio (en 171 a. C.),
para helenizarla, Tarso continuaba siendo una ciudad oriental, al menos
345

por sus creencias dominantes; pero poseía florecientes escuelas griegas y,


como diríamos nosotros, una universidad que, según testimonio de
Estrabón, era famosa en el mundo grecorromano, sobre todo por lo que
hace a los estudios filosóficos.
Algunos autores sostienen, siguiendo los Hechos de lo apóstoles (Act
22,3), que Saulo de Tarso, siendo adolescente, fue enviado a estudiar a
Jerusalén con Gamaliel el Viejo, rabino reconocido y doctor de la Ley,
fariseo, de quien aprendió la exégesis bíblica al modo rabínico de la
escuela de Hillel. Y sostienen, también, que en esos días nació su gran
interés por el ocultismo y el misticismo fariseo -con muchos puntos de
encuentro con las doctrinas de los esenios-, que marcaría el resto de su
agitada existencia.
Otros autores, entre ellos Guignebert, creen que probablemente Saulo
(Saúl) de Tarso recibió una sólida instrucción en la Ley y una enseñanza
religiosa profunda, pero no en Jerusalén. Esta opinión se asienta en el
hecho de que no sólo en Palestina había doctores judíos; existían también
en Alejandría y en Antioquía, la poderosa metrópoli de Siria. Según estos
autores hay motivos para creer que fue allí donde Pablo completó sus
estudios.
Según una primitiva tradición cristiana, Pablo era un hombre más bien
feo, calvo, de nariz ganchuda y piernas arqueadas, corto de vista y con un
defecto en el habla. Poseía, sin embargo, un alma ardiente, al mismo
tiempo que un sentido práctico muy despierto y una energía indomable
para hacer aceptar su misión y sus ideas.
Insultado en todas partes incluso por los suyos, los judíos; atormentado
por sus males físicos y emocionales; acomplejado por su aspecto poco
agraciado, Pablo puso su máxima energía en hacerse reconocer ante sus
seguidores como apóstol, un título que confería la máxima autoridad y
poder a quien lo llevara, ya que significaba ser representante de Jesús de
Nazaret. Resulta obvio que Pablo mentía, ya que nunca conoció a Jesús ni,
mucho menos, fue discípulo o apóstol suyo. Sin embargo, él poseía la
convicción -que en la jerga psiquiátrica actual podría denominarse como
“trastorno delirante paranoide de tipo grandioso”- de ser intérprete de la
voluntad de Dios y de Cristo. De ahí su personalismo y autoritarismo y la
forma perentoria en que están redactadas sus epístolas. Pablo, haciendo
gala de un egocentrismo y de una presunción inaudita, llegó a situar su
conocimiento revelado acerca de la “voluntad de Cristo” por encima del
testimonio que los apóstoles habían recibido directamente de Jesús
mientras predicó. Es más, pretendió adoctrinar a los mismísimos apóstoles
con enseñanzas que eran totalmente contrarias a las difundidas por Jesús.
No es de extrañar, pues, que Pablo fuese un personaje odiado por los
primeros responsables de la Iglesia cristiana, para quienes era poco más
346

que un advenedizo sin escrúpulos. Por esta razón, cuando Pablo fue
detenido por los romanos no recibió el menor apoyo o ayuda por parte de
las iglesias de Jerusalén o de Roma. Después de haber pasado unos tres
años retenido por los romanos en la capital imperial, murió en Roma
probablemente en torno de los primeros meses del año 64 d. C.
El estudio atento de las grandes epístolas paulinas revela una
combinación, a primera vista audaz y singular, de las afirmaciones
fundamentales de la fe de los Doce, de ideas judías (antiguas y recientes),
de concepciones familiares al medio pagano helenístico, de recuerdos
evangélicos y de mitos orientales. Vamos a insistir un poco en este punto,
porque tocamos el fondo mismo del más grave problema planteado por la
historia de las creencias cristianas: el de la transformación de la misión de
Jesús en religión universal.
A la primera mirada que se arroje sobre la vida religiosa del Oriente
asiático, desde el mar Egeo a Mesopotamia, se ve que en los albores de
nuestra Era ocupan el primer lugar cierto número de divinidades muy
parecidas, tanto que a veces se confunden: Atis en Frigia, Adonis en Siria,
Melcarte en Fenicia, Tamuz y Marduc en Mesopotamia, Osiris en Egipto,
Dionisos en tierra griega, para limitarnos a las principales. También se
debería nombrar al dios persa Mitra, que comienza por aquel entonces a
hacer su futuro en el Imperio romano. Los hombres, al circular de un país
a otro, llevan consigo sus creencias y las implantan fácilmente fuera de su
patria, porque encuentran en todas partes, en aquel mundo del Asia
Anterior, preocupaciones análogas a las suyas, expresadas en mitos del
mismo género, y buscan su satisfacción en ritos estrechamente
emparentados, lo que conduce al sincretismo.
A consecuencia de la evolución del sentimiento religioso, el mito de la
muerte y la resurrección del dios ha dejado de exponerse únicamente
como una historia dramática y conmovedora, ha llegado a convertirse,
comúnmente, en la expresión sensible del gran misterio del destino
humano.
He aquí cómo se representa que esta misión ha sido cumplida: el dios
ha sufrido, como puede sufrir el hombre; ha muerto, como muere el
hombre, pero ha vencido el sufrimiento y la muerte puesto que ha
resucitado. Si sus fieles simbolizan y renuevan de alguna manera cada año
el drama de su existencia terrestre, creen también que gozan, desde la hora
de su resurrección real de otro tiempo, de una vida bienaventurada en la
inmortalidad divina.
El destino del salvador divino, porque ésta es la calidad que reviste el
dios que muere y resucita, es a la vez prototipo y garantía del fiel. No
sabemos bien cómo se establecía materialmente, en todos los cultos de los
diversos dioses de la salvación, esa asimilación del fiel con el sóter, pero
estamos seguros de que era en todos la finalidad de ciertos ritos, de los
347

cuales dos llaman nuestra atención: el bautismo de sangre y la cena de la


comunión. ¿Es necesario hacer notar las notables semejanzas de estos
ritos, aun considerados superficialmente, con el bautismo y la eucaristía
de los cristianos? Dicha semejanza no la ignoraron los Padres de la
Iglesia, pues desde el siglo I al IV, de san Pablo a san Agustín, abundan
los testimonios en ese sentido. Pero explicaban tales ritos a su manera: ¡el
diablo había tratado de imitar a Cristo y las prácticas de la Iglesia habían
servido de modelo a los Misterios! Esto ya no puede sostenerse hoy. Es
muy posible que, en más de un caso, el cristianismo haya obrado sobre los
cultos paganos que, como él, se preocupan de asegurar a los hombres la
salvación eterna por intercesión de un ser divino; pero los mitos
esenciales, las ceremonias litúrgicas principales, los símbolos y los ritos
eficaces de aquellos cultos son anteriores al nacimiento del cristianismo y
encontraban en el mundo helenístico, en los tiempos en que vivía san
Pablo, realizaciones de culto muy numerosas.
Y no se trata únicamente de ritos, recordémoslo; se trata de una cierta
representación del destino humano y de la salvación, de la confianza
depositada en un señor divino, intermediario entre el hombre y la
divinidad suprema, que ha consentido en vivir, en sufrir como hombre,
para que el hombre, lo bastante afín a él como para asimilársele, pudiera
salvarse, ligándose, por así decirlo, a su muerte. Y ésta es, precisamente,
la doctrina de san Pablo sobre la misión y el papel del Señor Jesús. Ni
siquiera el elemento moral, es decir, la prescripción de una vida no
solamente piadosa, sino pura, digna y caritativa, fue de su cosecha, pues
los Misterios tenían asimismo, aunque en menor grado, exigencias de
orden similar para sus iniciados.
Pregunta: ¿estaba Pablo en situación de conocer las ideas esenciales y
los ritos fundamentales de los Misterios y pudo sufrir su influencia? No
estamos perfectamente informados sobre la vida religiosa de Tarso, su
patria, en el tiempo en que vivió allí. Conocemos, sin embargo, la
veneración particular de dos dioses: uno se llamaba Baal Tarz (Señor de
Tarso), que los griegos comparaban con Zeus, y el otro se llamaba
Sandan, y los griegos lo comparaban con Heracles. El primero es, con
toda probabilidad, una antigua divinidad rural, señora de la fecundidad de
la tierra. Al hacerse urbana y confundirse poco a poco con Zeus, ascendió
de grado y tomó el aspecto y el carácter de un dios celestial, señor de los
dioses y de los hombres, situado tan por encima de sus fieles que les
parecía casi inaccesible. Sandan, por el contrario, era para ellos una
divinidad muy próxima y casi tangible. De los raros documentos que
poseemos y de las discusiones e hipótesis por ellas provocadas, surgen
algunas certidumbres provechosas. Sadan es también, originariamente,
dios de la fertilidad y, más ampliamente, de la vegetación; todos los años
348

se celebraba en su honor una fiesta en la que debía morir sobre una


hoguera y subir al cielo. Representa, pues, en Tarso lo que representaban
en la misma época Atis en Frigia, Adonis en Siria, Osiris en Egipto,
Tamuz en Babilonia y otros dioses análogos en distintas partes. Hasta es
verosímil que haya imitado en algo a uno o dos de éstos.
Ningún documento nos habla positivamente de los Misterios de
Sandan ni lo califica de sóter. Por lo demás, con sólo que Sandan le
hubiera dado a Pablo el espectáculo anual del dios moribundo, ya le
habría dado mucho. Es, pues, muy posible que la infancia de Pablo haya
transcurrido en un medio completamente empapado en la idea de
salvación, obtenida por la intercesión o el intermedio de un dios que
muere y resucita y cuyo destino comparten los fieles asociándose a él, no
solamente por una fe inquebrantable, sino también por ritos simbólicos
muy poderosos.
Por otro lado, al leer las epístolas paulinas se puede encontrar, a veces,
en cuanto al fondo, y a menudo en cuanto a la forma, las huellas de
influencia estoica. Pablo vivió en un ambiente totalmente impregnado de
preocupaciones y terminología estoicas. Y este segundo ejemplo de la
influencia del medio en que vivió durante su infancia, y por lo menos
durante su adolescencia, aclara el otro y termina por hacernos comprender
cómo ese judío de la diáspora pudo, casi inconscientemente, recibir y fijar
en el fondo de su espíritu representaciones cuya fecundidad no se le
revelaría a sí mismo sino mucho más tarde.
Una verdad: Tarso fue la cuna del Apóstol de los Gentiles, del hombre
que contribuyó tan poderosamente a difundir con el nombre del Señor
Jesús una religión nueva de salvación, no por azar sino como una
resultante. Desde otro punto de vista, el de sus aptitudes generales para
una obra de propaganda al modo grecorromano a favor de una doctrina de
origen judío, se encontraba en situación excepcionalmente ventajosa,
porque reunía la triple calidad de griego, judío y romano.
Como griego respiró, junto con el aire de Tarso, algo del alma
helenística, sin advertirlo siquiera. Al asimilar la lengua griega, adquirió
el más precioso instrumento de acción y pensamiento, y asimismo el
vehículo de ideas más cómodo que existiese en aquel tiempo. Palabras
como 'dios', 'espíritu', 'señor', 'salvador', 'razón', 'alma' o 'conciencia'
revestían para él un sentido conocido.
Ahora bien, parece estar confirmado que si no recibió la gran cultura
griega, que hubiera podido encontrar en las escuelas de su patria, se elevó
hasta la más alta cultura judía de su época, que lo cifraba todo en el
estudio profundo de las Escrituras.
Su calidad de ciudadano romano le reportaba, en fin, varias ventajas
preciosas: lo ponía al abrigo del nacionalismo estrecho y rencoroso del
349

palestino y lo inclinaba a la universalidad. Por eso se lo puede calificar de


obrero de lo porvenir.
No es posible determinar qué contactos se establecieron entre Pablo y
los fieles de Jerusalén antes de la crisis de paranoia que lo convirtió en el
más ferviente de todos. ¿Conoció a Jesús, según el texto de 2 Cor 5,16?
Parece ser que no. Los textos más seguros de sus propias epístolas (Gal
1,13 y 1 Cor 15,9) nos lo presentan como un perseguidor de "la Iglesia de
Dios", antes del milagro del camino de Damasco (Act 7,58; 8,1-3; 9,1-2).
Con razón se ha escrito que Pablo no procede de Jesús a través de la
comunidad primitiva, sino por intermedio de otro eslabón más. El orden
de sucesión sería así: Jesús, la comunidad primitiva, el cristianismo
helenístico, Pablo.
La primera comunidad de Jerusalén es puramente judía. Sus miembros
se distinguen de los demás judíos piadosos sólo por la creencia de que
Jesús Nazareno fue elevado por Dios a la dignidad de Mesías y que las
promesas se cumplieron en él.
Casi al día siguiente del nacimiento, un elemento extraño a su espíritu
fundamental se introdujo en la primera comunidad cristiana con los
adeptos que los Hechos de los apóstoles llaman "los helenistas". Con toda
probabilidad, éstos son judíos establecidos en tierra griega desde tiempo
atrás, que volvieron a su patria para acabar sus días, y también y sobre
todo, judíos de la diáspora que acudieron a Jerusalén en ocasión de alguna
gran fiesta.
Ahora bien, estos helenistas expulsados o evadidos de Jerusalén
fueron, muy probablemente, los primeros misioneros en tierra pagana, es
decir, en las comunidades judías de Fenicia, Chipre y, sobre todo, de
Antioquía. Escribió Renán en Les Apôtres: "El punto de partida de la
Iglesia de los gentiles, el hogar primordial de las misiones cristianas fue
verdaderamente Antioquía. Fue allí donde se constituyó, por primera vez,
una iglesia cristiana desligada del judaísmo, donde se estableció la gran
propaganda de la edad apostólica, donde se formó definitivamente Pablo".
La expresión 'hijo del hombre' no la encontramos en Pablo. Él la ha
sustituido por otra que encontraremos en seguida y que no pertenece a la
comunidad judaizante. Para los Doce, la muerte de Jesús no es un
sacrificio expiatorio; para Pablo sí lo es, pues "el Cristo ha muerto por
nuestros pecados". Para los Doce, Jesús no podía ser calificado de 'hijo de
Dios', sino solamente de 'servidor de Dios'; para Pablo, 'hijo de Dios' es un
título corriente de Jesús. Así, pues, nociones esenciales para la comunidad
primitiva le son indiferentes o desconocidas al Apóstol de los Gentiles. Es
preciso creer que las que le son propias no las tomó del medio cristiano
apostólico ni las forjó él, sólo perfeccionó lo que estaba en el medio de
350

una comunidad helenística. Es muy posible que haya sido de la de


Antioquía.
Un título significativo, propio no sólo de las epístolas de Pablo, sino de
todos los escritos del Nuevo Testamento de origen helenístico, es el de
'señor' (kyrios) atribuido a Jesús. Esta palabra es la que emplean los
esclavos griegos para demostrar respeto por su amo y, en efecto, indica la
relación entre "los esclavos de Cristo" y el propio Cristo (cf. 1 Cor 7,22).
Kyrios es un título ajeno a los dioses clásicos, a los auténticamente
griegos -o romanos, si se considera su equivalente dominus-, pero se
aplica particularmente a las divinidades de salvación en Asia Menor, en
Egipto, en Siria, cuando se habla de ellos en griego; y de ellos, además, se
extiende a los soberanos.
Las primeras comunidades helenísticas nacieron y crecieron en Siria.
Allí, en torno a su cuna, el título de kyrios y las representaciones
culturales que en él se apoyan están corrientemente difundidas. Es en este
medio donde la joven comunidad helenística, que tiende ya, casi sin
sospecharlo, a alejarse del judaísmo y que no sufre tan rigurosamente
como los palestinos la sujeción del monoteísmo bíblico, se establece como
un culto a Cristo. Es allí donde recibe el nombre que expresa la posición
dominante de Cristo en su servicio divino. Es entonces natural que le
hayan dado el título característico de 'señor', empleado corrientemente a
su alrededor, a lo que un pagano hubiera llamado su héroe cultural.
En el terreno de la piedad helenística, lo que nosotros llamamos
cristianismo toma la forma de una fe en el Señor y de un culto al Señor,
mientras que los apóstoles galileos se mantienen en la fe en Jesús, en lo
que ha dicho, y son asiduos al culto del Templo judío.
Si colocamos frente a frente las nociones de 'hijo del hombre' y de
'señor', podemos reconocer dos concepciones tan diferentes que llegan a
oponerse. El porvenir le está reservado a la concepción helénica, porque
surge, sin duda alguna, de las profundidades de la vida religiosa del
medio que la engendró. La otra, la más antigua, queda congelada en los
textos. Poco a poco se reduce a fórmula incomprensible e inoperante para
los fieles no judíos.
En resumen, esencialmente sobre esta doble base de la fe en el Señor y
del culto del Señor Jesús reposa la cristología de Pablo. La adquisición de
nociones que se relacionan con ella constituye el hecho capital de su
formación cristiana. Dichas nociones son anteriores a él y las tomó de un
medio que, por su educación en tierra griega, le resultaba mucho más
comprensible que la comunidad judeocristiana de Palestina.
Pablo quedó convertido el día en que se convenció de la razón que
tenían los cristianos al atribuir a Jesús Nazareno el cumplimiento de la
obra de salvación que los paganos sospechaban, y que su ceguera les hacía
atribuir a sus demonios, pero que las Escrituras habían prometido a Israel
351

desde hacía tiempo. Ingresó, pues, en el cristianismo como se penetraba


en una religión de Misterios, no por un cálculo y por una conclusión
razonada (¿entra alguien a una religión de esa manera?) sino por un
impulso irresistible.
Desde el punto de vista de la Psicología moderna, se puede afirmar que
su conversión fue preparada por un trabajo psíquico probablemente
bastante prolongado. Sus componentes son: 1) el temperamento mismo
del Apóstol, que lo predispone a las sacudidas y a las alucinaciones
místicas; 2) las influencias de los Misterios de Tarso y de Antioquía, que,
lentamente depositadas en el fondo de su subconsciente, lo familiarizan
con la idea del sóter; 3) las de sus maestros que lo vinculan a la esperanza
mesiánica; 4) las del medio de su infancia que lo habitúan a no despreciar
a priori todo lo que procede del paganismo; 5) y, sobre todo, las de una
profunda inquietud religiosa que nos deja entrever en un pasaje de la
Epístola a los romanos (7,7 ss).
La conversión de Pablo se operó por un relámpago de misticismo, por
un golpe de inspiración inesperado. Este brusco viraje de todo ser no es
raro en los grandes místicos, el primer místico del cristianismo lo llamó
Unamuno. La visión de Francisco de Asís en el camino de Espoleto, la
aparición de la Virgen a Ignacio de Loyola, para limitarnos a dos ejemplos
muy conocidos, pueden situarse en el mismo orden que el milagro del
camino de Damasco.
Pablo es fariseo de la diáspora. Aun cuando combate por su fe nueva y
contra la Ley, sigue siendo judío como antes. Esto lo expresaba Renán
acertadamente al decir que Pablo no hacía más que cambiar de fanatismo4.
Señalemos que todo lo esencial de la instrucción cristiana estaba
contenido, ciertamente, en algunas frases y que Pablo las conocía, con
toda probabilidad, sobre poco más o menos, antes de su visión decisiva,
de suerte que no experimentó ninguna dificultad en enseñar enseguida lo
que al presente creía. Por eso, fácilmente puede autoproclamarse apóstol
(Gál 1,10 ss).
Pablo comprendió pronto que la idea mesiánica no le interesaba a los
griegos; no era, en verdad, inteligible más que confundida con las
esperanzas nacionalistas de los judíos. Para que los gentiles pudieran
aceptar (además de no pasar por la circuncisión), hacía falta,
imprescindiblemente, ampliarla. Al unirla a una concepción familiar a la
enseñanza de los Misterios, puede presentar a Cristo, no ya como un
hombre armado por la fuerza de Yahvé, para sacar al pueblo elegido de su
infortunio y arrojar a sus opresores, sino como el enviado de Dios, el
encargado de llevar a todos los hombres la salvación, la certidumbre de
una vida futura bienaventurada, en la que el alma, sobre todo, cumpliría
plenamente su destino.
352

Vio, además, Pablo que los conversos de la gentilidad no se


acomodaban fácilmente al "escándalo de la cruz", la muerte ignominiosa
de Jesús, sobre la que los incrédulos no dejaban de insistir. Este hecho
debía recibir una explicación satisfactoria, que pudiera tornarla edificante,
explicación que él encontró en las representaciones usuales de los
Misterios. El Apóstol meditó sobre este doble problema, ya planteado y
probablemente orientado como lo encontró en la comunidad de la
dispersión, y le dio una solución de incalculable valor. Totalmente
indiferente al Nazareno, tan caro a los Doce, no quiso reconocer más que
al Crucificado y se lo presentó como un personaje divino, anterior al
mundo, especie de encarnación del espíritu de Dios, "hombre celestial"
largo tiempo retenido en el Cielo al lado de Dios. Había descendido a la
tierra para dar origen a una verdadera humanidad nueva, en la cual él sería
el Adán. Esta especulación culminó, por así decirlo, en una expresión que
no deja de sorprendernos: el Señor Jesús nos ha sido dado como el hijo de
Dios.
Esta expresión, "hijo de dios", no aparece más que una vez en los
Hechos (Act 9,20) y se da como característica de la enseñanza de Pablo.
Recordemos que Pablo se aprovecha de la confusión del término griego
'país', que puede traducirse por 'siervo' y por 'hijo', a la vez. Jesús no se
llamó "hijo de Dios", expresión que, por otra parte, a juicio de un judío,
sólo podía representar un escandaloso contrasentido y una grosera
blasfemia. Además, ni un solo texto evangélico permite atribuirle con
seguridad, pues pertenece al lenguaje de los cristianos helenizados, a san
Pablo y al autor del cuarto evangelio, para quienes tenía un sentido
profundo y suficientemente claro.
Un judío podía llamarse "servidor de Yahvé", pero no su "hijo". Con
verosimilitud Jesús debió de haberse considerado y presentado, en efecto,
según el salmista, como "servidor de Dios". La palabra hebraica Ebed, que
significa servidor, se traducía frecuentemente al griego por la palabra
país, que, a la vez, significa servidor y niño. El paso verbal de país (niño)
a niós (hijo) ha sido muy fácil, pero la noción de "hijo de Dios" procede
del mundo helenístico.
Ningún rito de los Misterios paganos encerró nunca más sentido ni
más seductoras esperanzas que la eucaristía paulina (1 Cor 11,23 ss), pero
era de la familia de los Misterios y no del espíritu judío; introducía en la
Iglesia apostólica un trozo de paganismo. Al mismo tiempo, el baño
bautismal adquiere una significación igualmente profunda. "Porque
cuantos en Cristo habéis sido bautizados -escribe Pablo a los Gálatas
(3,27)- os habéis vestido de Cristo", es decir, que por el bautismo cristiano
se asimila a Cristo.
Por otro lado, resulta revelador el profundo desprecio que Pablo siente
por el cuerpo físico y la defensa que hace en favor del “cuerpo espiritual”,
353

que carece de límites... Para cualquiera que haya estudiado la estructura


del discurso en sujetos con delirios, el rechazo del cuerpo físico tiene
origen en la propia experiencia, en la vida repleta de sufrimientos a la que
le ha forzado un organismo enfermizo, nido de achaques dolorosos de
todo tipo, que está cerca de la ceguera... y en el que permanece prisionero
un espíritu poderoso y sin límites, que es capaz de construir
razonamientos teológicos supremos y volar hasta el Cielo en medio de
arrebatos místicos. Leemos en Romanos (7,4): "Así que, hermanos míos,
vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo de Cristo, para ser
de otro que resucitó de entre los muertos, a fin de que deis fruto para
Dios”. Observamos que Pablo diferenció dos hombres distintos en el
Cristo físico y en el Cristo posterior a la resurrección, con lo que el
creyente, según él, debe tomar el papel de la esposa del nuevo hombre
espiritual a fin de darle hijos espirituales. (El paranoico Schreber no
hubiera expresado mejor su homosexualidad).
No debe olvidarse que no fue sólo Pablo quien inventó todo esto, que
las iglesias helenísticas anteriores a él, y antes que ellas, tal vez grupos de
judíos sincretistas y gnósticos, habían preparado su obra y expuesto los
temas principales de su especulación. Por eso es exagerado sostener que él
ha sido el verdadero fundador del cristianismo. Los auténticos fundadores
del cristianismo son los hombres que establecieron la Iglesia de
Antioquía. Pero, a parte de la superioridad de una acción mucho más vasta
y más precisa, Pablo tiene respecto de ellos, incontestablemente, la de la
conciencia de su acción y de su alcance. No fundó el cristianismo, si se lo
debe definir como la adaptación del mesianismo judío a la doctrina
helénica de la salvación, pero, sin él, tal vez no existiera el cristianismo.

3. Sol invictus

Prestémosles, ahora, atención a algunos hechos alrededor del


nacimiento del Salvador, tal como los relata Lucas (2,8-19):

Había en la región unos pastores que moraban en el campo y


estaban velando las vigilias de la noche sobre su rebaño. Se les
presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió con
su luz, y quedaron sobrecogidos de temor. Díjoles el ángel: No
temáis, os anuncio una gran alegría, que es para todo el pueblo: Os
ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de
David. Esto tendréis por señal: encontraréis al niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre. Al instante se juntó con el ángel
una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:
'Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad'.
354

Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores


unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha
anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al
Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les
habían dicho acerca del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban
de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo
meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y
alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les
había dicho.

El erudito Pierre Saintyves, al comparar los mitos relatados por Lucas


a propósito del nacimiento de Jesús, no pudo menos que exclamar: "Cómo
es posible no señalar el papel destacado que juegan los pastores en estas
leyendas. ¿Acaso no es su auténtica fiesta la epifanía del Sol naciente que
anuncia el próximo retorno a la tierra?" Tras muchos tanteos, la Iglesia, al
situar la fiesta de Navidad en el solsticio de invierno, creyó poder
concretar las alegrías de esta gran solemnidad con las antiquísimas
prácticas religiosas; remozando, con cada retorno del Sol y en una
universal solidaridad, la alegría de los siglos pasados. Por eso, cuando los
cristianos entonan el himno de Navidad, nadie puede escucharlo sin sentir
una profunda emoción. Parece como si los viejos gritos paganos
resucitasen de los siglos pasados. Es la voz de nuestros hermanos y
también la de millones de nuestros antepasados, que se levantaría de
nuevo para unírseles a su coro cantando: ¡Navidad, Navidad, nos ha
nacido un dios, el joven Sol sonríe en su cuna!
El dios que Saintyves identifica como "el joven Sol" es, naturalmente,
Jesús-Cristo, en cuya concepción mítica intervinieron todos los elementos
simbólicos y legendarios característicos de desarrollos religiosos muy
anteriores, que, evolucionando desde los primeros cultos agrícolas,
divinizaron todas aquellas fuerzas y manifestaciones de la naturaleza de
cuya acción dependía su supervivencia sobre el planeta.
Si repasamos algunos de los símbolos que aún permanecen unidos a la
conmemoración de determinados aspectos fundamentales de la
personalidad divina de Jesús-Cristo, nos daremos cuenta fácilmente de
que, como divinidad solar que es, está identificado con el Sol de
primavera que se despierta en toda su gloria después de su cíclica muerte
invernal. Este aspecto está simbolizado en la muerte de Jesús-Cristo y su
permanencia en el sepulcro. Al igual que la vida latente en el huevo -y en
la naturaleza toda-, eclosiona o resucita radiante, tras el período de tres
días de dolor y oscuridad, despertando al mundo a la nueva vida.
También sobreviven claros restos de origen pagano en las fechas en
que los cristianos actuales celebran la Navidad y la advocación de los
"Reyes Magos". La elección del 25 de diciembre como fecha del
nacimiento del Cristo no obedeció, ni mucho menos, a que ése hubiese
355

sido el día en que nació el Jesús de Nazaret histórico; este día no fue
adoptado por la Iglesia como tal hasta el siglo IV (entre los años 354-
360), de la mano del papa Liberio (352-366), y su finalidad fue la de
cristianizar el muy popular y extendido culto al Sol invictus.
En la Navidad, solsticio de invierno en el hemisferio norte, el Sol
alcanza su nadir en la esfera celeste y desde ese momento el día comienza
a alargarse progresivamente, hasta llegar al solsticio de verano (21 de
junio), cuando invierte su curso porque ha llegado a su cenit. Para los
antiguos, el solsticio de invierno era, pues, el auténtico nacimiento del
Sol. Con él, toda la naturaleza empezaba a despertar lentamente de su
letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de
supervivencia gracias a la fertilidad de la tierra que garantizaba la
presencia del divino Sol invictus. El 25 de diciembre era el día de la
conmemoración del natalicio de dioses solares jóvenes, precedentes claros
del Jesús-Cristo, como Mitra o Baco/Dionisos, también llamado el
Salvador. En todas las culturas, básicamente agrarias, esa fecha alcanzó
una importancia indiscutible mucho antes de la época cristiana.
Está documentado que hasta el propio emperador Constantino (306-
337) ordenó sacrificios en honor del Sol, acuñó monedas con la frase "Soli
Invicti Comiti, Augusti Nostri" e impuso que cada domingo -día del Sol-
sus ejércitos recitaran al "Dios que da la victoria". Al llegar al poder su
segundo hijo, Constancio II (337-361), se proscribió todo culto a las
divinidades paganas y el papa Liberio sobrepuso la celebración del
nacimiento de Jesús al del Sol invictus Mitra. Constancio murió cuando se
disponía a enfrentar a Juliano (361-363), que había sido proclamado por
las legiones y al que la Iglesia, ya poderosa, le puso el sobrenombre de "el
Apóstata", por haber intentado restablecer la heliolatría.
Desde esos días, el mito solar de Jesús-Cristo desbancó al Sol invictus .
De éste todo lo había plagiado aquél, que tomó el lugar del otro,
adaptando su propia forma externa al sólido molde de creencias
legendarias que había dejado el culto pagano. Está suficientemente
documentado que Mitra nació de virgen un 25 de diciembre, en una cueva
o gruta, que fue adorado por pastores y magos, que fue perseguido, que
hizo milagros, que fue muerto y resucitó al tercer día... y que el rito
central de su culto era la eucaristía con la forma y fórmulas verbales
idénticas a las que acabaría adoptando la Iglesia cristiana.
A tal punto son iguales el ritual pagano de Mitra y el supuestamente
instituido por Jesús que san Justino (c. 100-165 d. C), en su I Apología,
cuando defiende la liturgia cristiana frente a la pagana, se ve forzado a
invertir la realidad y a encubrir el plagio cristiano afirmando que "a
imitación de lo cual [de la eucaristía cristiana], el diablo hizo lo propio
con los Misterios de Mitra, pues vosotros sabéis o podéis saber que ellos
356

toman también pan y una copa de vino en los sacrificios de aquéllos que
están iniciados y pronuncian ciertas palabras sobre ello".

4. Egipto

Es hora de echarle una ojeada a Egipto que ofreció al mundo


judeocristiano de los primeros siglos un vasto influjo cultural hasta el
punto que, para muchos investigadores, los cuatro evangelios forman una
auténtica pasarela por la que han desfilado multitud de textos sapienciales
egipcios.

4.1. Osiris y Jesús

La identificación en una sola figura de Jesús y Osiris no es nueva,


hasta el punto de que es más probable que los autores del Nuevo
Testamento tomaran para sí elementos de la tradición egipcia de forma
literal. Por ejemplo, tanto Osiris como Jesús fueron traicionados al final
de sus días por alguien muy cercano a ellos (su hermano Seth, en caso de
Osiris, y el apóstol Judas, en el de Jesús) y ambos resucitaron al tercer día
después de morir de forma trágica (Jesús en una cruz y Osiris en un
sarcófago en el cual había sido enterrado vivo).
No menos interesante es el análisis de la llamada confesión negativa,
que, según los textos funerarios egipcios, el difunto debía enumerar ante
el tribunal de Osiris. Por medio de esta confesión, que aparece detallada
en el capítulo 126 del famoso Libro de los muertos (1500 a.C.), desfilan
algunas de las bienaventuranzas expresadas por Jesús ante sus discípulos5
Dentro de este corpus de textos religiosos, deberíamos incluir una
tradición: la que hace referencia a la curiosa similitud entre los Reyes
Magos y la leyenda que acompaña el nacimiento del dios Horus, hijo de
Isis y Osiris. Según la tradición egipcia, el dios con cabeza de halcón fue
visitado pocos días después de nacer por cuatro extraños reyes, que
representaban a cada uno de los pilares externos -los cuatro puntos
cardinales- sobre los que se sustentaba el cuerpo celeste de la diosa Nut.
Cada uno de los magos traía consigo ricas ofrendas para regalar al recién
nacido. Eran cuatro en total, al igual que señala el apócrifo Evangelio
armenio de la infancia, que cita la existencia de cuatro ofrendas; la
última, el misterioso libro de Seth. Nombre que también hace pensar en
Egipto...
Más insólito es el resultado que podemos extraer de la comparación de
algunos pasajes bíblicos de la vida de Jesús, más concretamente de los
cuentos, con la más pura tradición popular egipcia. El que relata la vida de
Si-Osire y su padre Setón es quizá el que más paralelismo posee con la
propia vida del Nazareno. Sólo ha llegado hasta nosotros una copia, el
357

papiro BM 604, que se encuentra en el Museo Británico de Londres. La


narración del protagonista, Si-Osire (el hijo de Osiris, es decir, el hijo de
Dios), se hunde en una enrevesada trama onírica en la que el personaje,
utilizando el mundo de los sueños, anuncia a sus padres el futuro
nacimiento de un niño que será universalmente conocido por los
extraordinarios prodigios que llevará a cabo. ¿No recuerda este relato la
anunciación del ángel a la Virgen María y la confirmación del nacimiento
a su esposo José en otro sueño?6
El pasaje más revelador en cuanto a su influencia en la tradición del
Nuevo Testamento es uno que bien podemos reconocer en el relato del
comportamiento del Nazareno ante los doctores en el Templo cuando sólo
contaba doce años de edad7. Según el cuento egipcio, Si-Osire, con la
misma edad, maravilló por su elocuencia a los escribas de la Casa de la
Vida del templo de Ptah, considerándosele desde entonces un auténtico
niño prodigioso.
En fin, no olvidemos que no son pocos los filósofos y sabios que
pasaron por Egipto en busca del origen de un pensamiento milenario y
universal. Entre los siglos VII y IV a. C., Egipto fue visitado por hombres
de la talla de Tales de Mileto, Pitágoras, Platón y Aristóteles, que abrieron
una nueva vida al pensamiento, que el cristianismo, apoyándose en la
figura de Jesús, transmitió al resto del mundo.

4. 2. La diosa sale de viaje

Durante la antigua civilización egipcia, la celebración del nacimiento


del niño divino Horus se conmemoraba con el inicio del nuevo año,
cuando la estrella Sirio (Isis) hacía su ascensión helíaca al amanecer.
Unos trescientos años antes del nacimiento de Jesús, Egipto había
caído bajo los Ptolomeos, dinastía griega que gobernó Egipto desde el 305
a. C. hasta el 30 a. C., y cuya última reina fue la famosa Cleopatra VII.
Durante este período la capital de Egipto se trasladó a Alejandría, donde
se instaló el culto seudoegipcio a Serapis, un dios de síntesis basado en el
dios egipcio Asarhapi (Osiris-Apis), cuyo nombre significa ‘Osiris del
Nilo’. Isis pasó así a convertirse en la consorte de Serapis, y su culto
floreció en Alejandría y en toda la cuenca mediterránea, siendo adoptado
por muchas legiones romanas y encontrando, con ellas, su camino hacia
Europa occidental. Junto con el culto a Isis se difundió la celebración del
nacimiento de Horus (Harpócrates o Apolo, para los griegos, y Sol
Invicto, para los romanos). Curiosamente, cuando Julio César introdujo el
calendario juliano, fue el astrónomo alejandrino Sosigenis el que se ocupó
de convertir el antiguo calendario lunar en otro solar, tomando la idea de
los egipcios, que tenían un calendario solar desde 3000 a. C.
358

Este calendario hacía coincidir el Año Nuevo con la ascensión helíaca


de Sirio que, en la época de Sosigenis, empezaba en julio. Se cree que ésta
es la razón por la que este mes en particular fue nombrado en honor de
Julio César, cuya consorte, la reina egipcia Cleopatra, fue una alta
sacerdotisa de Isis.
Después de la muerte de Cleopatra, Egipto se convirtió en una
provincia romana en la que convivía una gran comunidad griega y romana
en Alejandría y, más importante, un gran número de judíos que había
huido de Judea.
Al surgir la nueva cristiandad en Egipto, el antiguo culto mistérico de
los faraones, que se había mezclado con los cultos griegos y romanos, se
uniría a las ideologías judeocristianas. Los principios de estos antiguos
cultos mistéricos recaían en la creencia de que la inmortalidad podía ser
alcanzada a través de las enseñanzas iniciadoras de un “hijo de dios
muerto y resucitado” y en la representación simbólica de su muerte y
resurrección. El dios fenicio Adonis, el frigio Attis, el egipcio Osiris y el
alejandrino Serapis se convertían así en contendientes para una doctrina
de semejantes
Por si fueran pocos, los romanos habían exportado a Egipto el culto
mistérico de Mitra, cuyo nacimiento se celebraba en el ocaso del 25 de
diciembre. No es sorprendente, por tanto, que la primera comunidad
cristiana celebrara el nacimiento de su “hijo de dios muerto y resucitado”,
Jesús, el 25 de diciembre y con la idea de una “estrella de Oriente” de la
natividad para marcar este suceso sobrenatural.
Sólo uno de los evangelios, el de Mateo, habla del nacimiento de Jesús
en relación con la aparición de una estrella y unos Magos procedentes del
Oriente, además de ser el único que narra el viaje a Egipto emprendido
por la Sagrada Familia. Desde hace mucho tiempo los eruditos han
estimado que el Evangelio según Mateo fue escrito probablemente entre
los 80 d. C. en la ciudad de Alejandría. Ahora bien, en Alejandría la
celebración del nuevo día y el Año Nuevo no se realizaba ya al amanecer,
sino en el momento del ocaso, para adaptarse así a ambas tradiciones, la
judeocristiana y las tradiciones romanas, que solían celebrar tales
acontecimientos a la puesta del Sol. Pensando en esta circunstancia,
examinemos el cielo durante el ocaso mirando al Este el día 25 de
diciembre del año 50 d. C., que sería el mismo que se observaría desde el
antiguo Egipto en el año 3300 a. C. durante el amanecer, cuando el
”nacimiento” de Horus de la matriz de Isis era celebrado por la ascensión
helíaca de Sirio:
1. En torno a las 4:28 (GMT), el Sol empieza a ponerse 28º Noroeste.
2. Unos 35 minutos más tarde, en torno a las 5:03 horas, el Sol se ha
puesto totalmente por el Oeste. Al mismo tiempo, aparece el cinturón de
Orión en el horizonte, por el Este.
359

3. A las 5:54, el Sol se ha ocultado a unos 10º bajo el horizonte y se


observan las estrellas a simple vista.
4. Mirando al Este, Sirio se ve ascendiendo. El cinturón de Orión está
a unos 25º por encima del horizonte, dando la ilusión de que ha
“anunciado” la ascensión de Sirio.
La imagen celeste, por tanto, nos muestra que el 25 de diciembre, tras
el ocaso, se veían las tres estrellas del cinturón de Orión ascendiendo en el
Este como si anunciaran la llegada de la estrella del nacimiento, Sirio, que
tenía lugar una hora después. Sería poco probable que un signo celestial
tan poderoso, que se sabía marcaba el “nacimiento del divino niño” en
Egipto, pasara inadvertido a Mateo.
Parece evidente que la introducción en Egipto y en el mundo
grecorromano de un nuevo niño divino (Jesús) resultaría beneficiosa, ya
que incorporaba la poderosa mitología de Isis y Sirio. Por tanto, cabe
deducir que Isis y el niño Horus fueron metamorfoseados en la Virgen y el
Niño Jesús. La estrella Sirio se convirtió en la “Estrella de Oriente”.
Es más, los tres reyes tendrían su simbolismo estelar, siendo
identificados con las estrellas del cinturón de Orión. El mitólogo cristiano
Alvin Bsyd Khun escribió: ”Existe la leyenda de los Tres Reyes de
Oriente que vinieron en Navidad para adorar al Dios recién nacido...
desde los días de la antigüedad. Los Tres Reyes fueron las tres estrellas
visibles en el Cinturón de Orión”.
El relato de la “huida a Egipto” de la Sagrada Familia8 parece ser un
claro indicador de hacia dónde hay que mirar para encontrar uno de los
orígenes de la fe cristiana. Se sabe, en este sentido, que la imagen de Isis
con Horus en el regazo fue adoptada y adaptada en Europa como la de
María con el recién nacido Jesús.
Sirio -esto es, la “Estrella de Belén” de los cristianos- era identificada
con Isis, de quien nacerá Horus, el nuevo dios. El Dr. Ed Krupp puso de
relieve la importancia del nacimiento anual de Sirio sobre Egipto, pues
indicaba la llegada de la inundación. En su libro Ecos de los cielos
antiguos, el arqueoastrónomo Krupp escribe que “después de desaparecer
del cielo nocturno (durante setenta días), Sirio reaparece finalmente con el
alba, antes de que el Sol nazca. La primera vez que ocurre esto cada año
se denomina la ascensión helíaca de la estrella, y durante ese día Sirio
sólo permanece visible por un corto espacio de tiempo. En el antiguo
Egipto esta reaparición anual se producía cerca del solsticio de verano y
coincidía con la inundación del Nilo. Isis, como Sirio, era la ‘Señora del
comienzo del Año’, pues para los egipcios el nuevo año estaba marcado
por este evento. Sirio hace revivir al Nilo, al igual que Isis hace revivir a
Osiris. El tiempo que Isis pasa ocultándose de Seth es el tiempo que Sirio
desaparece (setenta días) del cielo nocturno. Ella da a luz a su hijo Horus,
360

al igual que Sirio da a luz al Año Nuevo, y en los textos Horus y el Año
Nuevo se equiparan. Ella es el vehículo para la renovación de la vida.
Brillando por un momento, en una mañana de verano, estimula al Nilo y
comienza el año”.
Huyendo de las posibles consecuencias de un edicto de Herodes I el
grande (73-4 a. C.) que decretaba la matanza de los recién nacidos (Mt
2,16-18), María, José y Jesús no regresarán a Palestina hasta la muerte del
tiránico gobernante. Curiosamente, este dato proporciona una fecha
absoluta para datar cronológicamente el nacimiento de Jesús antes de
nuestra Era, de donde se deduce que el ya conocido como Mesías debió de
haber nacido en algún momento en torno al año 7 ó 6 a. C. Todo este
tiempo, casi tres años, implicó un largo peregrinar por tierras de Egipto.
Para muchos investigadores, esta ruta de la Sagrada Familia supone el
comienzo de un gigantesco camino iniciático hacia las fuentes de la
sabiduría antigua, difundidas más tarde en la etapa pública del Nazareno
por medio de parábolas.
Con el paso de los siglos han sido muchas las tradiciones que han
nacido en torno de la figura de Jesús y su paso junto a María y san José
por tierras de los antiguos faraones. Y como ocurre en otros lugares de la
geografía cristiana, muchas de ellas se hunden en el lodo de la leyenda,
perdiendo gran parte de su credibilidad. Parece poco probable que un niño
de apenas unos meses de vida pudiera protagonizar fenómenos milagrosos
que -según cuentan- allí ocurrieron hace dos mil años. También nos
podríamos preguntar qué fin buscaba la Sagrada Familia en su
interminable periplo por tierras del Nilo, en vez de detenerse en un único
lugar a la espera de nuevas noticias sobre el reinado de Herodes.
¿Dónde nació Jesús, realmente? ¿En Belén, como quieren Mateo y
Lucas? ¿En Nazaret, como afirman otros autores? Mateo añade: “... de
Egipto llamé a mi hijo” (Mt 2,13-15). Es posible que María y José, con el
niño, hubieran podido estar en Egipto, como muchos otros judíos de la
época. Jesús pudo haber nacido en Belén en tiempos de Herodes y se fue a
Egipto unos años. Lo de los inocentes, definitivamente, es un toque
melodramático para destacar que el hijo de Dios fue perseguido... desde el
nacimiento.
361

5. Anunciación y fecundación virginal

Cuenta Mateo:

La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María,


su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber
concebido del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no
quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras
reflexionaba sobre esto, he aquí se le apareció en sueños un ángel
del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa
a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús,
porque salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para
que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta,
que dice: "He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y le
pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios con
nosotros'.
Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le
había mandado, recibiendo en casa a su esposa. No la conoció
hasta que dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús (Mt 1,18-
25).

Relata Lucas:

En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a


una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María. Entrando a ella le dijo: Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y
discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y
concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará
el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de
Jacob por siglos, y su reino no tendrá fin.
Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco
varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el
hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu
parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el
mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para
Dios. Dijo María: He aquí a la sierva del Señor: hágase en mí según
tu palabra. Y se fue de ella el ángel (Lc 1,26-38).
362

Quisiera rogar al lector que haga a un lado, por un momento, las


imágenes de las hermosas pinturas que, sobre el hecho narrado, vienen a
su mente. Por ejemplo, aquella magnífica de Fra Angelico. Así despejado,
venga el lector a recorrer los pasajes para identificar ciertos hitos, que nos
permitirán guiarnos en la comprensión del misterio.
En primer lugar, destacamos lo del Espíritu Santo. Para los
traductores del texto, este 'Espíritu Santo' no se refiere a la Tercera
Persona de la Santísima Trinidad, nos dicen. ¡Oh sorpresa! Aclaran: este
'Espíritu Santo' es "la acción carismática de la virtualidad divina". ¿Cómo
se come esto? Esta expresión es corriente en el Antiguo Testamento,
recuerdan. Con ella el evangelista quiere indicar que se trata de una acción
milagrosa, debida a una acción especialísima de Dios. En otras palabras,
no sabemos si el progenitor fue Dios Padre o Dios Espíritu Santo. ¿Tal
vez los dos? El Símbolo de los apóstoles dice: "Creo en Jesucristo, su
único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen...". Por su parte, el Credo de
Nicea-Constantinopla aclara (¿?): "Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo
único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios,
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de
la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra
del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre9...".
Confesamos que no se aclaran mucho más nuestras dudas. Aventuramos a
preguntar: ¿no será que ese 'Espíritu Santo' es un duplicado, una réplica de
Dios? Si es así, desaparecen las dificultades con la Tercera Persona de la
Trinidad.
Nuestra duda tiene fundamento bíblico. En efecto, Maleak era un ángel
o mensajero en el Antiguo Testamento encargado, al principio, de llevar
las órdenes de Yahvé. Más tarde se convirtió en gran visir que compartía
el poder con... ¡el propio Yahvé! Desde los tiempos más remotos tenía
Yahvé consigo una especie de duplicado llamado Maleak Yahvé, que era
como su alter ego. Los estudiososs creen posible que el Moloch o Miek
de la religión cananea tuviera un origen similar, procedente de la teología
egipcia, según la cual todo dios tiene un duplicado, al que se puede acudir
como al mismo dios. En Tebas se han encontrado invocaciones al
duplicado de Amón. En el caso de Maleak es a veces un hombre de Dios
enviado por Yahvé con un fin determinado, pero en la mayoría de los
casos no se distingue del propio Yahvé.
Los samaritanos y judíos alejandrinos, Josefo y los judeocristianos, sin
duda, exageraron esta manía teológica. En los antiguos relatos incluso
sustituyeron a Dios con esa especie de segunda persona de Dios. El
nombre hizo análogo papel, el nombre de la persona fue la persona
misma. Fácilmente se ve cómo habían de nacer de tales hábitos de
363

lenguaje las teorías del Verbo y de la Trinidad. Era éste el principio de la


teología de la hipóstasis buscada por el monoteísmo cristiano para sacar
de su seno la variedad y la vida que le faltaban por no tener mitología.
Si el lector no cree mucho en lo que le estamos diciendo, veamos lo
que asegura la Iglesia católica: "El misterio de la Santísima Trinidad no
está claro en el Antiguo Testamento. No pertenecía este misterio a la fe
del pueblo hebreo, aunque algunos ya entrevieron el misterio. Cuando
Dios creó al hombre dice: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza'. Isaías (6,3) dice que los serafines cantan en el cielo 'Santo,
Santo, Santo, Señor de los ejércitos'. El salmo mesiánico 109 dice: 'Dijo el
Señor a mi Señor, siéntate a mi diestra'. Se suele ver una sombra de este
misterio en la aparición de Yahvé a Abrahán, a quien se aparecieron tres:
Abrahán lo adoró y se inclinó ante ellos (Gén 18,2 ss)"10.
De lo anterior cabe recordar que nada dicen al respecto los judíos ni el
Corán. Mahoma no se cansa de señalar el monoteísmo. Para ello, critica a
judíos y a cristianos. Oigámosle:

¡Oh vosotros los que habéis recibido las Escrituras! en vuestra


religión no poseéis la medida justa, no digáis de Dios más que lo
que es verdad. El Mesías, Jesús, hijo de María, es el apóstol de
Dios, y su verbo, que echó en María, es un espíritu que proviene de
Dios. Creed, pues, en Dios y en sus apóstoles y no digáis: Hay
trinidad. Cesad de hacerlo. Esto os será más ventajoso, pues Dios
es único. Gloria a él. ¿Cómo tendría un hijo? A él pertenece todo lo
que hay en los cielos y en la tierra. Su patronato basta, basta tener a
Dios por patrono (Sura IV, 169).
El Mesías no desdeña ser el servidor de Dios, como tampoco
los ángeles que se acercan a Dios (Sura IV, 170)
¡Oh creyentes! no toméis por amigos a los judíos y a los
cristianos que son amigos unos de otros. El que los tome por
amigos acabará por asemejárseles, y Dios no será la guía de los
perversos" (Sura V, 56)
Los judíos dicen: Ozair es hijo de Dios. Los cristianos dicen: El
Mesías es hijo de Dios. Tales son las palabras de sus bocas, y al
decirlas se asemejan a los infieles de otro tiempo. ¡Que Dios les
haga la guerra! ¡Qué embusteros son! (Sura 9, 30).

Entendemos perfectamente la crítica de Mahoma. La censura más


grave dirigida a los cristianos es la de haber interpretado o alterado las
Escrituras... con el objeto de quitar toda alusión a su llegada (cf. Sura V,
17).
Según algunos, el monoteísmo es una creación de Moisés.
Recordemos, en este sentido, la obra de S. Freud llamada Moisés y la
364

religión monoteísta: tres ensayos, de 1939. Pero, según otros, Moisés


nunca pudo ser el fundador del monoteísmo judío, tal como se afirma,
porque Moisés, fiel a la religión semítica de los patriarcas, practicó el
henoteísmo, la monolatría, es decir, no creía que existiese un solo dios,
sino varios, aunque él se limitó a adorar al que creyó superior a todos
ellos. Sólo en ese sentido pueden interpretarse frases como la del canto
triunfal de Moisés: "¿Quién como tú, ¡oh Yahvé!, entre los dioses?" (Éx
15,11).
No tengo la culpa de que Moisés, a la distancia que está, parezca un
cuerpo informe, como la estatuas de sal de la mujer de Loth. Si Moisés
existió, como es de creer, fue 1400 ó 1500 años antes de Jesús. A éste lo
conocemos por un testimonio de un contemporáneo que no lo conoció, el
de san Pablo. La leyenda que lo envuelve es obra de la segunda y tercera
generación cristianas. Las leyendas más antiguas sobre Moisés nacieron
500 años o más después de él.
Pero volvamos sobre los pasajes del comienzo del apartado. Sabemos
que el de Mateo fue un texto inicialmente destinado a la evangelización
cristiana en las comunidades helenizadas de ciudades egipcias, como
Alejandría. Sabemos, también, que el origen auténtico del cristianismo tal
como ha llegado hasta nosotros salió del Asia Menor. Pero ésta era la
región más crédula de todo el Imperio romano en lo tocante a todo tipo de
leyendas y supersticiones magicorreligiosas. En el substrato legendario
popular de las culturas griegas y oriental de esos días, era aún habitual la
atribución de un nacimiento virginal a todos los personajes muy
relevantes. Resulta, por lo que antecede, que el episodio de la virginidad
de María es de origen mítico tardío. Es decir, se trata de una inclusión
forzada por los requerimientos legendarios básicos del contexto pagano al
que se intentaba imponer un nuevo “hijo del Cielo”. En cualquier caso, el
relato del nacimiento virginal se adoptó como un rasgo demostrativo más
en favor de la ascendencia divina de Jesús, pero bajo ningún concepto
pudo pretenderse ensalzar o construir el personaje que llegará a ser María,
la Virgen.
En la versión griega de la Biblia de los Setenta, se tradujo la palabra
hebrea almah, que significa ‘muchacha’, por ‘virgen’, hecho que
reconocen Nácar y Colunga. Sobre este grave error de traducción, Mateo
apeló a una profecía (Is 7,14) que apoyaría la supuesta veracidad de su
narración mítica acerca del nacimiento de Jesús. Pero la almah de Isaías ni
era virgen ni preconizaba el milagro de la Virgen María. Si se lee la cita
bíblica en su contexto, se deduce que la almah es una joven profetisa que
ya ha parido un hijo, nacido necesariamente durante el período que va
entre los años 735 a.C.(fecha más probable) y 721 a.C.(año de la
conquista asiria de Samaria).
365

Veamos ahora qué sabemos de Emmanuel, el hijo de la virgen. Isaías


designa con dos nombres sucesivos al hijo de la profetisa. El primero,
ciertamente, es 'Emmanuel', que quiere decir 'Dios o la alegría está con
nosotros', anuncio tranquilizador para el reino de Judá. El segundo no es
nada tranquilizador: 'Maher-salal-jas-baz', que quiere decir 'la desgracia
está con nosotros', "porque antes que el niño sepa decir "padre mío, madre
mía", las riquezas de Damasco y el botín de Samaria serán llevados ante el
rey de Asiria" (Is 8,3-4). En otros términos, Emmanuel fue algo
absolutamente ajeno a cualquier anuncio del nacimiento prodigioso de
Jesús.
Tratemos de aclarar, racionalmente, el hecho narrado por el primero y
el tercer evangelista. Tanto en el Antiguo Testamento como fuera de él, el
relato de la concepción por intervención divina, de que da cuenta el
Nuevo Testamento, no era ninguna novedad11. Nacer de una virgen
fertilizada por Dios fue un mito pagano habitual en todo el mundo antiguo
anterior a Jesús. Este tipo de leyendas paganas también se incorporaron a
la Biblia en relatos como los del nacimiento de Sansón, Samuel o Juan el
Bautista y culminaron con su adaptación, bastante tardía, a la narración
del nacimiento de Jesús. Por regla general, desde muy antiguo, cuando el
personaje anunciado era de primer orden, la madre siempre era fecundada
directamente por Dios mediante algún procedimiento milagroso,
conformando con toda claridad el mito de la concepción virginal,
especialmente asociado a la concepción del dios-sol, una categoría a la
que pertenece la figura de Jesús-Cristo.
Casi todos los fundadores de dinastías de Asia oriental fueron
presentados como nacidos de virgen que, a fin de cuentas, era la forma
más gráfica de hacerse reconocer como verdaderos hijos del Cielo, esto
es, de dios. Justino (100-165 d. C.), el influyente escritor grecocristiano y
mártir, que conocía perfectamente la tradición pagana de la madre virginal
embarazada por Dios para engendrar un ser prodigioso, se tomó la
molestia de recoger esta historia en su 1 Apología. Califica de "fábula" el
nacimiento de Perseo, hijo de Dánae, que fue fecundada por Zeus en
forma de lluvia de oro, e identifica a éste con un diablo. No niega la
leyenda griega. De hacerlo, debería cuestionar también su propia creencia
en el nacimiento idéntico de Jesús. Sólo la califica de "milagro infernal"
en el Diálogo con el judío Trifón. Defiende a Jesús señalando que era el
Mesías profetizado en el Antiguo Testamento.
Todos los grandes personajes, ya fueran reyes o sabios: Pitágoras o
Platón, o aquellos que devinieron el centro de alguna religión y que
acabaron siendo adorados como "hijos de Dios": Buda, Krisna, Confucio,
Lao-Tse... fueron mitificados por la posteridad como hijos de una virgen.
Jesús, aparecido mucho después que ellos, aunque sujeto a un papel
366

equivalente al de sus antecesores, no iba a ser menos. De esta forma,


budismo, confucianismo, taoísmo y cristianismo quedaron impregnados
con el sello indeleble de haber sido resultado de la obra de un "hijo del
Cielo", encarnado a través del acceso directo y sobrenatural de Dios al
vientre de una virgen, especialmente apropiada y escogida.

6. Cristo

La palabra 'Cristo', hemos dicho en otro lugar, significa 'ungido'. Este


término se empleaba primeramente para indicar a toda persona marcada
por el sello de lo divino en razón de alguna importante misión. Aplicado a
Jesús por sus primeros fieles (los cristianos), este título acabó por estar
únicamente referido a él. Pero varias sectas gnósticas distinguían entre el
hombre Jesús y el Cristo que, en su doctrina, era uno de los Eones del
Pleroma, principio divino que mantenía con Jesús unas relaciones que
variaban según los sistemas.
El texto de Juan, escrito por el griego Juan el Anciano a principios del
siglo II d. C., presenta a Jesús absolutamente deformado. Este Jesús habla
con prepotencia y descaro, contrariamente a la humildad que caracteriza al
personaje en los relatos de los tres sinópticos; por ejemplo, en Mc 10,18,
Jesús dice "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios".
Sin embargo en Juan, ante la pregunta de "¿Qué señales haces para que
veamos y creamos?", Jesús contesta: "En verdad, en verdad os digo:
Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan
del cielo; porque el pan es el que bajó del cielo y da la vida al mundo.
Dijéronle, pues, ellos: Señor, danos siempre ese pan" (Jn 6,30-34). El
pasaje no puede ser más piadoso, pero la expresión de 6,32 es ácidamente
contraria a la que emplearía un judío, que es lo único que sabemos con
certeza que fue Jesús, cuando se dirige a otros judíos. Esta autoatribución
de ser hijo de Dios carece de credibilidad histórica. Se deriva claramente
de la filosofía platónica, un contexto que influyó decisivamente en el
desarrollo de la cristología tal como la conocemos actualmente, tema que
continuaremos en el capítulo 8.
Cuando Jesús habló: "El Padre está en mí y yo en el Padre; quien me
ha visto ha visto al Padre; quien me conoce sabe que lo que digo es
verdadero; yo y el Padre somos uno", los judíos lo acusaron de blasfemia,
porque él, que había nacido hombre, se convertía en Dios. ¿Cómo
hubieran podido reconocer algo divino en un hombre, ellos, los pobres,
que sólo llevaban en sí la conciencia de su miseria y de su profunda
esclavitud, de su oposición frente a lo divino; la conciencia de un abismo
infranqueable entre el ser humano y lo divino? Ellos veían en Jesús sólo al
hombre, al nazareno, al hijo del carpintero, cuyos hermanos y parientes
vivían entre ellos. Para ellos él era solamente eso, no era posible que fuera
367

algo más, era tan sólo alguien como ellos y ellos mismos sentían que no
era nada.
Al Maestro de Nazaret le hubiera horrorizado recibir sacrificios como,
en su tiempo, aún se daban a los dioses. Ni siquiera ofrendas, como se
daban en el Templo de Jerusalén. Ese horror lo pintó muy bien Flaubert,
así como la desaparición de los dioses hambrientos:

Y ante estos dioses se hacen sacrificios cruentos


degollando a unos hombres sobre altares de piedra;
otros son triturados en cubas, aplastados por carros,
clavados en árboles. Hay uno todo él de hierro
candente, con un cuerpo de toro, que devora a unos
niños.
ANTONIO ¡Qué horror!
HILARIÓN Pero ya sabes que los dioses siempre reclaman
suplicios. El tuyo incluso quiso...
ANTONIO (Antonio échase a llorar) ¡Oh, no sigas! ¡Cállate! /.../
HILARIÓN ¿Qué es lo que te entristece?
ANTONIO (Tras buscar dentro de sí un buen rato) ¡Pienso en
todas las almas que se han perdido por culpa de estos
falsos dioses!
HILARIÓN ¿Y no te parece que, en ocasiones, tienen algún
parecido con ... el Dios verdadero? /.../
ANTONIO ¡Ay, cómo se me ensancha el corazón ante tanta
belleza! ¡Una alegría desconocida me inunda hasta el
fondo del alma! ¡Qué hermoso es esto, qué hermoso!
(los dioses griegos)
HILARIÓN Los dioses se asomaban a las nubes para guiar las
espadas; uno podía tropezar con ellos a las orillas de
los caminos o en la propia casa, y esta familiaridad
confería a la vida un aspecto divino.
Lo único importante en la vida era que fuese libre y
que fuese bella. Las holgadas vestiduras facilitaban la
nobleza de los pastores. La voz del orador, que se
ejercitaba oyendo el mar, azotaba con ondas sonoras
los pórticos de mármol. El efebo, ungido de aceite,
luchaba completamente desnudo a pleno sol. La acción
más religiosa consistía en exponer unas formas puras.
Y aquellos hombres respetaban a sus esposas, a los
ancianos y a los suplicantes. ¡Detrás del templo de
Hércules habían erigido un altar a la Piedad!
Inmolaban a las víctimas con flores en torno a los
dedos. Hasta el recuerdo mismo se hallaba exento de la
putrefacción de los muertos. Sólo quedaban de ellos
unas pocas cenizas. El alma, tras mezclarse con el éter
sin límites, partía hacia los dioses.
368

(Se agacha para hablarle a Antonio al oído)


¡Y aún siguen viviendo! El emperador Constantino
adora a Apolo. Te encontrarás con que hay una trinidad
en los misterios de Samotracia, un bautismo en los de
Isis, una redención en Mitra y el martirio en un dios en
las fiestas de Baco. ¡Proserpina es la Virgen!... ¡Aristeo
es Jesús! /.../
ANTONIO Creo en un solo Dios Padre, y en un solo Señor Jesucristo,
hijo primogénito de Dios, que se encarnó y se hizo
hombre, que fue crucificado y sepultado, que subió al
cielo, que vendrá para juzgar a vivos y muertos y cuyo
reino no tendrá fin; creo en el Espíritu Santo, y en un
solo Bautismo de arrepentimiento, y en una sola , santa
Iglesia católica y en la resurrección de la carne, y en la
vida eterna /.../
VOZ ¡Nosotros ya lo sabíamos! Los dioses tienen que morir.
Urano fue mutilado por Saturno, Saturno por Júpiter y
éste mismo será aniquilado. A cada cual le va llegando
su turno. ¡Es el destino!12

Cuando Jesús murió, la forma bajo la cual aparecía a los piadosos


recuerdos de sus discípulos era la de presidente de un banquete místico,
sosteniendo el pan, bendiciéndolo, partiéndolo y presentándolo a los
asistentes13. Puede admitirse que aquélla fue una de sus costumbres y que
en aquel momento se mostrase especialmente amable y afectuoso. Pero
hay otro elemento en las primeras comunidades cristianas: el pez. La
circunstancia material de la presencia del pez sobre la mesa es indicio
sorprendente que demuestra que el rito nació en la orilla del Lago
Tiberíades. Este ingrediente, casi sacramental, llegó a formar parte
indispensable de las imágenes del festín sagrado. Y es que las comidas
habían llegado a ser en la comunidad naciente uno de los momentos más
entrañables. En aquel momento todos se reunían. El Maestro hablaba a
cada uno y sostenía una conversación llena de jovialidad y de encanto.
Jesús amaba aquel instante y se complacía viendo a su familia espiritual
así agrupada a su alrededor (Lc 22,15).
Hoy ha desaparecido el pescado en los ritos de todos los cristianos.
Sólo se mantiene como costumbre piadosa de comida preferida en
aquellas ocasiones cuando la Iglesia prohíbe la carne de res, esto es, la
abstinencia. El canon 1252 del Código de Derecho canónico establece: "&
1. La ley de sola la abstinencia se ha de observar todos los viernes del año.
& 2. Obliga la ley de la abstinencia con ayuno (una sola comida al día) el
miércoles de Ceniza, los viernes y sábados de Cuaresma y los tres días de
las Cuatro Témporas, las vigilias de Pentecostés, de la Asunción de la
369

Madre de Dios, de la fiesta de Todos los Santos y de la Natividad del


Señor".
La eliminación del pez como ingrediente del festín cristiano es
significativo. Esa comida primitiva fue sustituida por un ritual pagano.
Así lo entendió Lutero. Por eso gritaba el fraile agustino que, para retornar
de veras y con acierto al verdadero sacramento del pan, lo primero que se
impone es volver los ojos y el alma a la sola, pura y prístina institución de
Cristo. Para ello hay que despojarla de todas las adherencias que le han
ido añadiendo las aficiones y fervores humanos, como son las vestiduras,
ornamentos, cánticos, preces, órganos, velas y todas esas pompas visibles
restantes. Sólo debemos estar atentos a la palabra de Cristo, en virtud de la
cual instituyó, perfeccionó y nos confió el sacramento, puesto que en esta
palabra, y en nada más, radica la fuerza, la naturaleza y la sustancia entera
de la misa. Todo lo demás no pasa de ser excrecencia humana, accesorios
que se han ido poniendo a la palabra de Dios y sin los cuales muy bien
puede existir y perdurar la misa. Lo que llamamos misa, seguía diciendo
el fraile rebelde, es la promesa que Dios nos hace de la remisión de los
pecados; pero una promesa de tal magnitud que ha sido sellada con la
muerte del Hijo14. En esa promesa se funda la libertad del cristiano.
Le interesa que en Roma se den cuenta de ello. Con ese fin escribió La
libertad del cristiano. Con base exclusivamente en la Escritura, casi sólo a
base de san Pablo, Lutero expone su pensamiento claro y vigoroso. De
entrada lanza dos tesis paradójicas: el cristiano es el hombre más libre y -a
la vez- el más siervo de todos. Para deshacer la antítesis, parte, como buen
representante de la estirpe agustiniana, de la visión humana dual: el
hombre, como ser espiritual, es interno; pero como ser corporal, es
externo.
En primer lugar, el cristiano como ser espiritual, interno, en su relación
directa con el pecado, es un hombre libre; mejor, liberado. El factor de la
liberación no son las acciones, los esfuerzos individuales, sino la palabra
de Dios predicada por Cristo y tal como se contiene en el evangelio. Esta
palabra exige al cristiano la fe, y sólo opera si y cuando éste otorga su
confianza a la promesa divina.
¿Por qué entonces las obras, ritos, mandamientos de la Escritura? Para
convencer al hombre de su impotencia y de su incapacidad radical para
cumplir esas obras que, en realidad, son viejo testamento. El hombre
aniquilado, desalentado y desesperado de una justificación y salvación a
fuerza de sus obras, entra en la segunda fase del proceso: la fe en Cristo,
con la seguridad de que en él ofrece Dios la “gracia, la justificación, la
paz, la libertad”. Quien tenga esa fe provocada por la humillación -no
cabe decir por la humildad- es señor de todo, y en ella cumplirá todo, pues
370

no es él, sino Cristo, quien lo cumple. Ésta es promesa salvadora y


liberadora: el nuevo testamento, la nueva alianza.
La fe, además de liberar de las obras y de cubrir el pecado, transfigura.
Se produce un intercambio gozoso forjado en el encuentro de la promesa
y de la aceptación fiduciaria: Cristo y el alma se identifican y se
intercomunican cuanto son y tienen. Acuden a él expresiones de la más
entrañable mística nupcial. Cristo acepta la mísera dote del alma, una
prostituta que apenas si puede presentar más ajuar que su pecado, que
pervive, pero que Dios no tiene en cuenta al haber sido absorbida por
Cristo. En el trueque desigual, el alma recibe cuanto Cristo posee.
Siempre en virtud de la fe y sólo de la fe sin obras que lo merezcan,
además del perdón, de la justificación el cristiano, recibe la dignidad de
rey y de sacerdote, con todo el poder y señorío espiritual que entraña. No
existe el sacerdocio jerárquico. El sacerdocio, dice, es una gloria derivada
del bautismo. No obstante, hay funciones exclusivas de un determinado
sector, pues "aunque todos seamos igualmente sacerdotes, no todos
podemos servir, dispensar y predicar". Lo cual no quiere decir que el
servicio y la función pública se trueque en señorío tiránico "por el
cautiverio romano".
A despecho de interpretaciones, la liberación es puramente interna,
espiritual. No pertenece a la esfera de lo social, mucho menos de lo
político y económico, y sólo se consumará en el día postrero. Ahora, en
este mundo, ese cristiano es un siervo "al servicio de todos y a todos
sometido". En esta dimensión, en el hombre exterior, tiene que obrar,
actuar incansablemente. Hasta las clásicas mortificaciones monacales
adquieren su sentido.
Las obras son efecto y exigencia de la servidumbre externa: a) porque
es imprescindible la ascesis personal, la disciplina del propio cuerpo; b)
porque, aunque se esté liberado por la fe, se está necesitado de obras por
urgencias de la caridad (aunque las obras no entrañan ningún mérito, no
contribuyen a la justificación, carecen de valor sinergético).
Para terminar, digamos que el cristiano es libre. En cuanto ser libre no
tiene necesidad de las obras, pero también es siervo. En cuanto siervo está
obligado a obrar. "De todo lo dicho se concluye que un cristiano no vive
en sí mismo, vive en Cristo y en su prójimo; en Cristo por la fe, en el
prójimo por amor". Claro que nunca hay que perder de vista que "sería
una locura mayúscula desconocer la vida cristiana y la fe, empeñarse en
lograr la justificación y la salvación a base de obras y prescindiendo de la
fe"15.
Pero como el cristiano es hombre en sociedad, es hombre civil, es
ciudadano, ¿puede desinteresarse de la vida social y civil? La cristiandad
pide una sociedad perfecta. El ideal de la cristiandad es un cartujo que
deja padre y madre y hermanos por Cristo y renuncia a formar familia, a
371

ser marido y a ser padre. Lo cual, si ha de persistir el linaje humano, si ha


de persistir la cristiandad en el sentido de comunidad social y civil de
cristianos, si ha de persistir la Iglesia es imposible. Y esto es lo más
terrible de la agonía del cristianismo, la tragedia luterana.
Lutero concibió la relación entre moral y política de manera trágica.
En efecto, el hombre se ve solicitado, a la vez, por las exigencias de la
moral y por los requerimientos ineludibles de la política. Pero siente que
no puede satisfacer ni a la una ni a la otra. No puede preferir ni puede
prescindir. La moral es vivida así, en la política, como imposibilidad
insuperable y, por tanto, trágica. En otros términos, el hombre tiene que
ser moral y tiene que ser político, pero no puede serlo conjuntamente. No
hay salida para él. Zarandeado por estas dos fuerzas -el tirón de lo ético y
la resistencia de lo político- se ve desgarrado y escindido. Esta actitud
trágica no puede renunciar a ninguna de las dos exigencias: la moral y la
política. Quiere afirmar ambas a la vez. Quiere, por un lado, alcanzar una
eficacia política; pero, por el otro, alcanzar la justicia desde el punto de
vista ético. Este tipo de relación puede ilustrarse con el imperativo "no
puedes, pero debes"16.
El cristianismo puro, el cristianismo evangélico, quiere buscar la vida
eterna fuera de la historia en el silencio del universo, que aterraba a
Pascal. Para los sumos sacerdotes, escribas y fariseos del judaísmo, Cristo
fue un judío antipatriota. La democracia, la libertad civil o la dictadura,
tienen poco que ver con el cristianismo.
No es misión cristiana resolver problemas economicosociales, como el
de la pobreza y la riqueza, el del reparto de los bienes de la tierra. Cristo
llama lo mismo a pobres y a ricos, a esclavos y a tiranos, a reos y a
verdugos. Ante el próximo fin del mundo, ante la muerte, ¿qué significan
pobreza y riqueza, esclavitud y tiranía, ser ejecutado o ejecutar una
sentencia de muerte?... La cristiandad, la cristiandad evangélica, nada
tienen que hacer con la civilización. Ni con la cultura.
Las religiones paganas, religiones del Estado, eran políticas; el
cristianismo es apolítico. Pero desde que se hizo católico y romano, se
paganizó, se hizo político, convirtiéndose en religión de Estados.
Recuerde el lector que hubo... ¡un Estado Pontificio! Esta es la tragedia
llevada hasta la locura.
En septiembre de 1870, las tropas de Víctor Manuel de Saboya
entraron a espada en la Roma pontificia. No se agravó por ello la agonía
contemporánea del catolicismo, pues había comenzado el día que en se
proclamó en el Concilio del Vaticano el dogma jesuítico de la infalibilidad
pontificia.
Es el dogma de la infalibilidad pontificia dogma militarista por
excelencia. Pues fue un dogma engendrado en el seno de una milicia, de
372

una Compañía fundada por un antiguo soldado, por un militar que,


después de herido e inutilizado para la milicia de espada, fundó la milicia
de crucifijo. Y dentro de la Iglesia romana, la disciplina obliga a recibir
pasivamente la orden, el dogma; no la doctrina, no la enseñanza del
Maestro.
El cristianismo está más allá de la guerra y la paz. O mejor, más acá
que la paz y la guerra. La Iglesia romana, digamos el Opus Dei, predica
una paz que es la paz de la conciencia, la fe implícita, la sumisión pasiva.
Porque el cristianismo es el individualismo radical
Los más radicales individualistas fundan una comunidad. Los eremitas
se unen y forman un monasterio, es decir, un convento de monjes, de
solitarios. Solitarios que tienen que ayudarse unos a otros. Y dedicarse a
enterrar a sus muertos. Y hasta tienen que hacer historia, ya que no hacen
hijos.
Para seguir a Cristo, hay que dejar padre y madre y hermanos y esposa
e hijos. Y así se hace imposible la continuación del linaje humano. Mas el
monasterio universal también es imposible, es imposible el monasterio
que albergue a todos. Y de aquí dos clases de cristianos. Unos son los
cristianos del mundo, del siglo, los cristianos civiles, los que crían hijos
para el Cielo; y los otros son los puros cristianos, los regulares, los del
claustro. Aquellos propagan la carne y, con ella, el pecado original; éstos
propagan el espíritu solitario. Pero cabe llevar el mundo al claustro, el
siglo a la regla, y cabe guardar en medio del mundo el espíritu del
claustro.
Unos y otros, cuando son religiosos, viven en íntima contradicción, en
agonía. El monje que guarda virginidad, que se reserva la simiente de la
carne, que cree ha de resucitar y se deja llamar padre o madre, si es
monja, sueña con la inmortalidad del alma, en sobrevivir en la Historia.
San Francisco de Asís pensaba que se hablaría de él. Bien que san
Francisco de Asís no era propiamente un solitario, un monje, sino un
hermanito, un fraile. Y, por otra parte, el cristiano civil, ciudadano, padre
de familia, mientras vive en la historia piensa si acaso no peligrará su
salvación. Y si es trágico el hombre mundano que se encierra en un
monasterio, es más trágico el monje del espíritu, el solitario, que tiene que
vivir en el siglo.
El estado de virginidad es para la Iglesia católica, apostólica y romana
un estado en sí más perfecto que el del matrimonio. Que aunque haya
hecho de éste un sacramento, es como una concesión al mundo, a la
historia. Pero los vírgenes y las vírgenes del Señor viven angustiados por
el instinto de paternidad y de maternidad. En un convento de monjas hay
el culto frenético al Niño Jesús, al Dios niño.
En los pueblos católicos son los monjes y las monjas, son los tíos
paternales y las tías maternales los que mantienen la tradición religiosa
373

cristiana, los que educan a la juventud. Pero como tienen que educarla
para el mundo, para el siglo, para ser padres y madres de familia, para la
vida civil, política, de aquí la contradicción íntima de su enseñanza. Una
abeja podrá enseñar a otra abeja a construir una celda, pero no puede
enseñar a un zángano a fecundar a la reina.

7. De la parusía a la soterología.

La razón, lo que llamamos tal, el conocimiento reflejo y reflexivo, el


que distingue al hombre es un producto social. Debe su origen acaso al
lenguaje. Pensamos, articulada, o sea, reflexivamente, gracias al lenguaje
articulado. Este lenguaje brotó de la necesidad de transmitir nuestro
pensamiento a nuestros prójimos. Pensar es hablar consigo mismo. Y
habla cada uno consigo mismo gracias a haber tenido que hablar los unos
con los otros. En la vida ordinaria acontece con frecuencia que llega uno a
encontrar una idea que buscaba, llega a darle forma, sacándola de la
nebulosa de percepciones oscuras que representa, gracias a los esfuerzos
que hace para presentarla a los demás. El pensamiento es lenguaje
interior. Pero el lenguaje interior brota del exterior. En realidad, es social
y es común. Hecho preñado de consecuencias.
La razón, razón social, es, por otro lado, el elemento común a
Dios y al hombre, el terreno de su encuentro, el fundamento de la
afinidad, su parentesco. Se dice que el género humano es de origen divino.
La razón es la chispa, el destello de la divinidad. La razón es la verdadera
manifestación de Dios al hombre, la verdadera revelación, que hace
posible que al hombre no sólo le resulte patente su propio ser sino también
el ser de Dios. Al conferir al hombre la razón, Dios hace que su esencia no
permanezca oculta para él, sino que le sea perfectamente accesible. Este
conocimiento se efectúa sin necesidad de una mediación técnica,
eclesiástica o teológica. Este conocimiento se logra por un contacto
inmediato entre el ser racional y su objeto divino.
Mediante la razón, Dios comunica al hombre lo que de él espera. La
conciencia moral es la comunicación de Dios al hombre, la auténtica "voz
del cielo". La razón es, pues, la única guía práctica del hombre. La razón
es la medida del alma, la única medida posible y el único criterio posible
para determinar el valor moral de las acciones y, por tanto, la medida
común a todos los hombres y a los hombres y a Dios. Esta guía es una
ayuda que Dios otorga al hombre en su desamparo para que pueda tener
un criterio en su acción terrenal y acceder a la conciencia de la meta final
de la vida, que no tiene meta.
A nuestro entender, el camino de la salvación no consiste en un
asentimiento a un elenco de verdades propuestas por la institución
374

eclesiástica o en el conocimiento detenido y preciso de tales verdades,


sino en el obrar moral. Para hallar gracia a los ojos de Dios, no hace falta
siquiera la adscripción a la enseñanza cristiana en una cualquiera de sus
formas. Dios es el verdadero “hijo del hombre”, en la medida en que es
creado y recreado por la especie humana a lo largo de los tiempos.
Jesús nunca pensó en hacerse pasar por una encarnación del propio
Dios. Esto no se puede dudar. Semejante idea era profundamente ajena al
espíritu judío. No hay ningún vestigio de ella en los evangelios sinópticos.
Ciertos pasajes de Hechos, como 2, 22, lo excluyen explícitamente. Tal
afirmación sólo se encuentra esbozada en aquellos pasajes del cuarto
evangelio que menos pueden ser aceptados como un eco del pensamiento
de Jesús. Él se cree superior a un hombre corriente, pero separado de Dios
por una distancia infinita. Es hijo de Dios, pero todos los hombres lo son o
pueden llegar a serlo en diversos grados17. Todos, cada día, deben recurrir
a Dios, su padre; todos los resucitados serán hijos de Dios (Lc 20,36). En
el Antiguo Testamento la filiación divina se atribuía a seres que no
pretendían en modo alguno igualar a Dios. La palabra 'hijo' tiene en las
lenguas semíticas y en la lengua del Nuevo Testamento los más amplios
sentidos figurados. De este modo, el título de 'hijo de Dios', o
simplemente de 'hijo', llegó a ser para Jesús un título análogo al de 'hijo
del hombre'. Pero no parece haberse llamado a sí mismo 'hijo de Dios'.
Creemos que la crítica de Mahoma es pertinente:

Creador del cielo y de la tierra, ¿cómo ha de tener hijos, Él que no


tiene compañera, que ha creado todas las cosas y que conoce todas
las cosas (Sura VI, 101).
Ellos dicen: 'El Misericordioso tiene hijos'. Acabáis de proferir ahí
una enormidad. Poco falta para que los cielos se hiendan al oír estas
palabras, que la tierra se entreabra y que las montañas se
desmoronen porque atribuyen un hijo al Misericordioso. A él no le
acomoda tener un hijo (Sura XIX, 91-93).

Como sostienen bastantes teólogos e historiadores de las religiones,


resulta muy plausible que las primeras comunidades cristianas, para
justificar el persistente retraso de la parusía, esto es, presencia o segundo
advenimiento de Cristo al mundo para juzgar a los hombres, desplazaron
su punto de mira del futuro al presente. De ese modo transformaron sus
esperanzas escatológicas, esto es, del fin, muerte y salvación, en
soterológicas. Ello supuso un cambio del papel hasta entonces atribuido a
Jesús. De un Mesías que regresaría físicamente, por otro menos
comprometido y que, por ser indemostrable hasta el fin de los tiempos,
podía sostenerse con fe ante los incrédulos. Jesús-Cristo, hijo de Dios,
con su propia pasión y muerte, redimió y liberó a todo el género humano.
375

La cristiandad se constituyó por el culto a un hombre-Dios, que nace,


padece, agoniza, muere y resucita de entre los muertos para transmitir su
agonía a sus creyentes. La pasión de Cristo fue el centro del culto
cristiano. Y como símbolo de esa pasión, la Eucaristía, el cuerpo de
Cristo, que muere y es enterrado en cada uno de los que con él comulgan.
Hay que distinguir, como muchas veces hemos dicho y repetido, el
cristianismo del evangelismo. En lo que se ha llamado por mal nombre
cristianismo primitivo, en el cristianismo supuesto antes de morir Cristo,
en el evangelismo se contiene acaso otra religión que no es la cristiana,
una religión judaica, estrictamente monoteísta, que es la base del teísmo.
El supuesto cristianismo primitivo, el cristianismo de Cristo era, se ha
dicho mil veces, apocalíptico. Jesús de Nazaret creía en el próximo fin del
mundo y por eso decía: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos" y
"Mi reino no es de este mundo". Y creía acaso en la resurrección de la
carne, a la manera judaica, no en la inmortalidad del alma, a la manera
platónica, y en su segunda venida al mundo. Por todo ello, no es muy
comprensible la idea católica de la Redención.
Para entender esta idea hay que referirse al pecado, sin duda alguna
concepto central en el cristianismo. Las definiciones que se nos dan del
término son distintas, incluso por los mismos autores. Por ejemplo, es
definido como "un acto humano moralmente malo" y como "la libre
transgresión de la ley de Dios"18. No vamos a entrar en disquisiciones
teológicas sobre la justeza de estas definiciones. Digamos solamente sobre
la primera que no pensamos que "un mal deseo", como quiere la Iglesia,
sea un acto humano moralmente humano. Menos aún, el comer carne en
Viernes Santo.
Hagamos algunas observaciones sobre el concepto de 'ley divina'. La
palabra ley, en sentido general, significa lo que impone un modo fijo y
determinado de obrar, a alguno, a varios o a todos los individuos de una
especie. Esta ley depende de una necesidad natural o de la voluntad de los
hombres: de una necesidad natural, si resulta necesaria de la naturaleza
misma o de la definición de las cosas; de la voluntad de los hombres, si
éstos establecen para comodidad y seguridad de la vida o por otras
razones análogas. En este último caso constituye propiamente el Derecho.
En un sentido más particular, la ley es una regla de conducta que el
hombre se impone a sí y a los demás para conseguir un fin determinado.
Pero esa regla de conducta es humana, pues sirve para la seguridad de la
vida y sólo se refiere al Estado.
B. Spinoza llamaba 'ley de vida' a la que se refiere únicamente al bien
supremo, es decir, al conocimiento verdadero y al amor de Dios. Lo que
hace que a esta ley se llame divina es la naturaleza misma del bien
supremo. Explicaba el filósofo. Para la mayor parte de nosotros mismos
376

esa ley no es otra cosa que el entendimiento. Si queremos saber lo que


más verdaderamente nos conviene, debemos esforzarnos por dar a nuestro
entendimiento la mayor perfección posible, puesto que en esta perfección
consiste el buen entendimiento. Por consiguiente, todo el conocimiento
humano, es decir, el bien supremo del hombre, no sólo depende del
conocimiento de Dios sino que en él todo completamente se contiene. Tal
es nuestro bien supremo, tal el fondo de nuestra felicidad: el conocimiento
y amor de Dios. En otros términos, toda la ley divina está contenida en
este precepto: amad a Dios como vuestro bien supremo. Esto quiere decir
que no debe amársele por temor ni por esperanza, porque la idea de Dios
nos enseña que es nuestro bien supremo. Pero este bien no consiste sino
en el pensamiento y en la pura inteligencia.
La ley natural nada nos exige que no sea capaz de hacérnoslo
comprender y que nos muestra claramente como bueno en sí o como
medio de conseguir la beatitud. El premio de la estricta observancia de la
ley divina es esta misma ley, es decir, conocer a Dios, amarle con espíritu
verdaderamente libre, con amor puro y perdurable. Sólo para ponerse al
alcance del vulgo y acomodarse a la imperfección de su conocimiento-
aclara el filósofo- se representa a Dios como legislador o príncipe, y se le
llama justo, misericordioso, etc. En realidad, Dios obra y dirige todas las
cosas por la sola necesidad de su naturaleza y de su perfección; sus
decretos y voluntades son verdades eternas, y siempre envuelven absoluta
necesidad.
Pero el pecado no sólo es desacato de la supuesta ley divina. Es motivo
de regocijo para el cristiano. Esto aparece claro en el cántico que se
entona en Semana Santa: “Oh feliz culpa...”. La Iglesia católica alaba
cantando un pecado, una culpa enorme, porque supuestamente, sin ese
pecado, sin ese mal, Cristo jamás se hubiera encarnado y no tendríamos
actualmente la gracia sobrenatural, ni podríamos ser llamados hijos de
Dios e ir al cielo tras la muerte. Gracias a ese pecado, dicen los teólogos,
Dios nos da la gracia sobrenatural y nos hace hijos suyos. Gracias,
también, a ese pecado aparecen dos ciencias: Filosofía y Teología, y el
ordo sacerdotalis. Pues, en verdad, el sacerdote es el único que redime.
Considerados psicológimente, los pecados son necesarios en toda
sociedad ordenada sacerdotalmente. Son instrumentos del poder; el
sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que se peque. Axioma:
Dios perdona al que se arrepiente, en otros términos, al que se somete al
sacerdote.
Cuando se tienen deberes sagrados, p.e., el de hacer mejores a los
hombres, el de salvarlos, el de procurar su bien, cuando se lleva a la
divinidad en el corazón y se es vocero de imperativos supraterrenos,
semejante misión coloca al que se la atribuye fuera de las evaluaciones
derivadas exclusivamente en el corazón. De este modo se santifica a sí
377

mismo con semejante misión y se convierte en tipo de una jerarquía


superior para determinar el concepto de lo verdadero y lo falso, de lo
bueno y de lo malo. De todas formas, la Iglesia católica ha establecido
toda una casuística por la que puede guiarse. Veamos la división del
pecado19:

Pecado original

Según Pecado personal Actual

el principio

Habitual

Según el precepto violado De comisión

De omisión

Según la causa excitante De ignorancia

De debilidad

De malicia

Según el modo Interior

Exterior

División del Dios

pecado actual Según el objeto: contra El prójimo

Sí mismo

Según el efecto Mortal

Venial

Según el conocimiento Material

Formal

Según que sea o no Capital


origen de otro
No capital

Propio
378

Según el que lo comete Ajeno

Pero veamos cuántos pecados enumera Jesús, por boca de Marcos:


Se le acercó uno de los escribas que había escuchado la disputa [sobre
la resurrección], el cual, viendo cuán bien había respondido, le preguntó:
¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús contestó: El
primero es: "Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas". El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Mayor que éstos no hay mandamiento alguno (Mc
12,28-31).
Si sólo hay dos mandamientos, sólo hay dos pecados, esto es, contra
Dios y contra el prójimo, que es contra uno mismo, contra la humanidad.
En realidad, enseñó el Maestro de Nazaret, todos los pecados se reducen a
uno: el pecado contra la naturaleza humana. Jesús encontró que la
conexión entre el pecado y el perdón de los pecados, entre la enajenación
de Dios y la reconciliación con él, no se establece fuera de la naturaleza.
Jesús situó la reconciliación en el amor y en la plenitud de la vida y se
expresó sobre esto en todas las ocasiones que tuvo. Allá donde encontró fe
(en el otro) pronunció osadamente las palabras: "Tus pecados te son
perdonados". Y los pecados son siempre contra los hermanos, que son
hijos de Dios. No hay otros pecados, como lo asegura Marcos. Por eso el
perdón de las faltas, la disposición de reconciliarse con el prójimo era,
para Jesús, la condición expresa para el perdón de las propias faltas, para
la cancelación del propio destino hostil. En la reconcialición con el
ofensor, el corazón ya no insiste en el derecho que ha adquirido contra él
mismo en la oposición. Al renunciar al derecho del ofendido, se ha
reconciliado con el destino y ha ganado en el ámbito de la vida cuanto de
vida le había sido hostil. En otros términos, ha reconciliado lo divino
consigo y el destino que había armado contra sí mismo a través de la
propia acción.
No cabe duda de que es un poco grueso tragarse lo del pecado original.
La Teología de la liberación lo explica de otra forma, más cónsona con
los tiempos. Este primer pecado, al igual que el pecado de hoy -dicen los
teólogos de esta corriente del pensamiento católico-, fue un problema de
crecimiento, de elección dentro de la necesidad de crecer (Gén 26). El
hombre prefirió su propia sabiduría a la de Dios. Por eso, cada pecado es
un querer ser “como dioses” y, por eso mismo, de idolatría (Gén 3,3 ss). Y
es pecado porque se desconfía de lo que Dios enseña en relación al
crecimiento humano, creyendo el hombre que, si sigue su parecer, será
379

más feliz que de la otra manera. Es un pecado de soberbia (Gén 2,17),


aunque, más bien es de falta de inteligencia. Claro que se puede
argumentar que Dios le dio al hombre la razón suficiente para que la siga.
En resumen, de acuerdo con la Teología aggiornata, la manera de actuar
pecaminosa consiste en fiarse más de la sabiduría humana que de la de
Dios, lo que equivale a la idolatría, a querer ser “como dioses”. Hilando
más fino, pecar no es otra cosa que el rechazo consciente del "escándalo
de la Cruz", de que hablaba san Pablo, y preferir, en el desarrollo
humano, la sabiduría de los hombres a la de Cristo, aunque esto conlleve
la propia destrucción. Como según todas las teologías Jesús es Dios,
debemos pensar que, no obstante las apariencias, él ha organizado,
durante su existencia terrestre, la religión perfecta. De este modo, la vida
cristiana no es más que el desenvolvimiento necesario de los principios
sentados por él. Así el establecimiento y la elevación del cristianismo en
el transcurso del tiempo son fruto enteramente de su voluntad; en el
dominio de las cosas visibles, y poniendo aparte el misterio de la
salvación, él ha encarnado, sufrido y muerto para fundar la catolicidad de
un credo.
Pero ya el joven Hegel apuntaba que 'salvación' es una expresión poco
conveniente para el lenguaje del espíritu, pues designa la completa
impotencia de aquel que está en peligro frente al peligro mismo. En ese
sentido la salvación es la acción de un extraño frente a otro. El efecto de
una acción de lo divino se puede tomar como salvación solamente si
consideramos que el hombre salvado se hizo ajeno frente a su situación
anterior, pero no frente a su esencia. Su esencia es animal. El hombre no
desciende del espíritu ni de la divinidad. Claro que es el animal más fuerte
porque es el más astuto. Su espiritualidad es una conciencia de ello. Como
sostenía F. Nietzcshe y hoy aceptan muchos pensadores, el hombre es
relativamente el más fracasado de los animales, el más enfermizo, el que
se desvía de sus instintos, pero, con todo eso, resulta... ¡el animal más
interesante!

NOTAS AL CAPÍTULO 7

1 Mt 28,1-6; Mc16,1-5; Lc,24,1-12; Jn 20,1-18.


2 Cf. Pepe Rodríguez, Las mentiras fundamentales de la Iglesia católica.
3 Cf. El espíritu del cristianismo y su destino.
4 Les Apôtres, pág. 183.
5 Cf. Mt 5,1-11.
6 Cf. Mt 1,18-25.
7 Cf. Lc 2,40-52.
380

8 Cf. Mt 2,13-15).
9 Cf. Catecismo, pág. 50.
10 Juan A. Ruano Ramos, El dogma católico, Anaya, Salamanca, 1959.
11 Cf. Jue 13; 1 Sam 1; Gén 21,1-4.
12 Las tentaciones de san Antonio, p. 134-166.
13 Lc, 24,30; Jn, 21,13.
14 La cautividad..., p. 41-42
15 Notas de Teófanes Egido a La libertad del Cristiano, 1520.
16 J. L. Aranguren, Ética y política, Orbis, Barcelona, 1986.

17 Mt 5:9,45; 6,35; 20,36; Jn 1,12-13; 10,34-35.


18 C.f. La moral católica, pág.40, Anaya, Salamanca, 1960.
19 Ídem, pág. 40.
Capítulo 8
POLITEÍSMO

1. Sincretismo católico

Desde muy temprano se manifiesta la vocación del cristianismo por la


extensión de su cuerpo ideológico a todas las comarcas de la tierra. Esto
es obvio por la evangelización de sus apóstoles y misioneros de todos los
pueblos a todas las regiones del planeta. La llama que enciende ese motor
es el Espíritu Santo, de quien hablaremos más adelante.
El cristiano ecumenismo, la vocación de universalidad, se expresa
desde el comienzo en el arreglo del conocido tema de la fallida
construcción de la Torre de Babel. El tema de Pentecostés fue entendido
desde temprano por los comentaristas y exégetas cristianos como la
oposición o rectificación, querida por Dios, de lo planteado en la historia
de la Torre de Babel.
En efecto, conocida es la historia relatada en el Génesis (11,1-9) acerca
de la construcción de una torre que debía llegar al cielo. Esta obra
ambiciosa, producto del ilimitado orgullo humano, intentaba
soberbiamente poner al hombre al nivel de Dios, pero termina en fracaso.
El indignado Creador, celoso de su papel y de sus prerrogativas, siembra
la confusión de lenguas entre los constructores, provocando el olvido de la
lengua única que hasta entonces hablaban los hombres según el texto
bíblico, que no era otra, por supuesto, que el hebreo. Desde entonces cada
pueblo y cada grupo humano debe hablar un lenguaje diferente al de los
demás. Se deduce que la variedad de lenguas, más que riqueza humana,
será fuente permanente de distancia e incomunicación entre los hombres.
Leamos el relato bíblico:

Era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras. En


su marcha desde Oriente hallaron una llanura en la tierra de Senaar,
y se establecieron allí. Dijéronse unos a otros: "Vamos a hacer
ladrillos y a cocerlos al fuego. Y se sirvieron de los ladrillos como
de piedra, y el betún les sirvió de cemento; y dijeron: "Vamos a
edificarnos una ciudad y una torre, cuya cúspide toque a los cielos
382

y nos haga famosos, por si tenemos que dividirnos por la haz de la


tierra". Bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo
los hijos de los hombres, y se dijo: "He aquí un pueblo uno, pues
tienen todos una lengua sola. Se han propuesto esto, y nada les
impedirá llevarlo a cabo. Bajemos, pues, y confundamos su
lengua, de modo que no se entiendan unos a otros". Y los dispersó
de allí Yahvé por toda la haz de la tierra, y así cesaron de edificar la
ciudad. Por eso se llamó Babel, porque allí confundió Yahvé la
lengua de la tierra toda, y de allí los dispersó por la haz de toda la
tierra.

Superado el viejo mundo hebreo del Antiguo Testamento y su


limitadora confusión de lenguas en la historia de Pentecostés, el nuevo
dios, el dios cristiano bajo la forma del Espíritu Santo, desciende sobre los
apóstoles, herederos y mensajeros de Cristo y depositarios de su evangelio
o buena nueva. Éstos adquieren desde entonces el don de lenguas, la
capacidad de hablar las lenguas de todos los pueblos de la tierra. Con ello
se hacen de un instrumento esencial para comunicarse directamente con
cada uno de ellos y poderles llevar directamente el mensaje cristiano sin
necesidad de traductores o de intermediarios. Pero asistamos al
acontecimiento de la mano de los Hechos de los apóstoles (2, 1-13):

Cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos juntos en un


lugar, se produjo de repente un ruido como el de un viento
impetuoso, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron,
como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno
de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a
hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les daba. Residían
en Jerusalén judíos, varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo
el cielo, y habiéndose corrido la voz, se juntó una muchedumbre
que se quedó confusa al oírlos hablar cada uno en su propia lengua.
Estupefactos de admiración, decían: Todos estos que hablan, ¿no
son galileos? Pues ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra
propia lengua, en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, los
que habitan la Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia,
Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra
Cirene, y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y
árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas
de Dios. Todos, atónitos y fuera de sí, se decían unos a otros: ¿Qué
es esto? Otros, burlándose, decían: Están cargados de mosto ( Mt
18,8).

Para atestiguar que su ebriedad no era de vino, después de esto Pedro


se larga con un sermón, aunque el texto no especifica en qué lenguas para
que entendieran todos. Cabe pensar que habría sido quizá más sencillo y
383

eficaz volver al sistema anterior de hablar todos una sola lengua. Sin
embargo, el Espíritu Santo, el dios del cristianismo, prefirió aplicar una
solución un tanto más complicada y efectista, pero de todos modos capaz
de revertir el problema generado por el orgullo de los constructores de la
Torre de Babel. Se dotó así a los apóstoles, mensajeros del evangelio, del
don de lenguas que les hizo posible llevar aquél a todos los pueblos del
planeta, viajando a los confines del mundo, sede de pueblos desconocidos
y a menudo extraños y monstruosos, para comunicarles el mensaje
cristiano llamado así a imponerse por todas partes. No sólo se sirvieron
del don de lenguas. Gran parte de su eficacia predicadora se apoyó en una
ilimitada capacidad de impresionar y de hacer milagros convincentes y
oportunos1. Otros predicadores, como los de América, posteriormente se
ayudarán con la espada.
Introducido por los apóstoles en el mundo grecorromano en el siglo I,
el cristianismo no será sólido sino hasta el siglo II, para expandirse
ampliamente en el III. Pero ¿cómo era la religión de los grecorromanos?
En el momento en que el Imperio reemplaza a la República, la religión
oficial de los grecorromanos es ya un sincretismo, una combinación
hecha, después de la conquista del Oriente griego por Roma, con los
dioses de los vencedores y de los vencidos. Los hombres ilustrados han
perdido su fe en ella, pero la respetan en público. Cuando es menester,
participan en sus ritos, porque siguen creyendo que es necesaria para el
pueblo, cuyos apetitos e instintos peligrosos refrena. La clase dirigente no
olvida que la antigua Ciudad se apoyaba sobre la religión en otro tiempo,
que dio sostén a los esfuerzos fecundos de sus antepasados y que
constituye aún, en lo que tiene de especialmente romano, el lazo sensible
que une a los ciudadanos de la Ciudad. Esto lo dijo sin igual Fustel de
Coulanges2.
Desde el siglo I, el cristianismo se presentó como una religión oriental,
a la vez mística y práctica. Por un lado, se apoyaba en la revelación divina
y prometía la salvación eterna por un Mediador todopoderoso. Por el otro,
pretendía instaurar en la tierra una vida nueva, toda de amor y de virtud.
En apariencia, se mostraba rebelde a todo sincretismo; pero era todavía
muy simple en sus dogmas y en sus prácticas, por lo tanto muy plástica.
Por esta razón pudo recoger y asimilar, casi sin cuidarse de ello, las más
difundidas aspiraciones religiosas y costumbres rituales con las que se
encontraría en el terreno grecorromano. Si en el siglo III el cristianismo se
halla en capacidad de hacerle frente, victoriosamente, a todo el
sincretismo pagano, es porque él mismo se ha convertido en un
sincretismo, en el que se reúnen todas las ideas fecundas, todos los ritos
esenciales de la religiosidad pagana. Y, de ahí en más, nunca volverá a
parecerse al monoteísmo judío enseñado por el Maestro de Nazaret.
384

Este capítulo trata de algunos aspectos del politeísmo que se conoce


como catolicismo apostólico y romano. Y aquí estriba la tragedia. Porque
la verdad es algo colectivo, social, hasta civil; verdadero es aquello en que
convenimos y con que nos entendemos. Y el cristianismo es algo
individual e incomunicable. De este modo agoniza en cada uno de los
creyentes, como quería don Miguel de Unamuno. Agonía quiere decir
‘lucha’. Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma. Y
contra la muerte. Es la jaculatoria de santa Teresa de Jesús: “Muero
porque no muero”. Porque aquello que es individual e íntimo, la Iglesia lo
ha convertido en un espectáculo.

2. Origen de la Iglesia

Aunque parezca absurdo, Jesús no fue cristiano. No es baladí recordar


que los cristianos de las primeras generaciones eran judíos de lengua
semítica. Tres siglos después de la muerte del Profeta de Nazaret, en el
concilio de Nicea -verdadero origen del catolicismo- los obispos ya sólo
hablaban griego y un poco de latín. La anécdota habla por sí sola si
recordamos que el contexto sociocultural hebreo estaba en las antípodas
del helénico. El cristianismo que elaboraron los gentiles y judíos
helenizados se apartó del judeocristianismo que, desde Jerusalén y de la
mano de Santiago, el hermano de Jesús, y del apóstol Pedro propagó el
mensaje del Nazareno después de su ejecución. Ganaron los griegos. La
estructura mítica de Jesús alcanzó cotas insospechadas al fundir en un
crisol las creencias paganas más ilustres, algunas de las cuales fueron
consideradas en el capítulo anterior. Posteriormente, habrá una segunda
transformación al volverse romana. Veamos.
Como lo dijo sin ambages Ch. Guignebert, es difícil establecer con
certeza de qué rito pagano deriva tal rito cristiano, pero es indudable que
el espíritu ritualista de los paganos se impuso poco a poco en el
cristianismo, hasta el punto de volverse a encontrar, enteramente, en sus
ceremonias. La necesidad cristiana de desarraigar usos antiguos y muy
tenaces precipitó la asimilación a partir del siglo IV. Además, el poder del
clero se vio notablemente acrecentado por el derecho casi exclusivo que
adquirió desde temprano y por disponer de la fuerza mágica de los ritos, a
los que llamó sacramentos. En otros términos, si consideramos la Iglesia
cristiana a principios del siglo IV, nos será difícil reconocer a la
comunidad apostólica. A decir verdad, no la reconoceríamos en absoluto.
En otros términos, el cristianismo se convirtió en la religión más
poderosa y la más completa del Imperio porque tomó de todas las que
entraron en contacto con ella lo que tenían de mejor. Aunque no
comprenda, el simple no tiene más que creer en ella y obedecer a sus
autoridades sin razonar para estar seguro de su salvación eterna. El
385

filósofo, por su parte, encuentra en sus dogmas amplia materia de


razonamiento. No en balde se confeccionaron con los mejores retazos de
la Academia.
Por una especie de colaboración inconsciente de influencias, bastante
disímiles en su origen, pero convergentes en su acción, una religión muy
diferente del cristianismo, que ya se entrevé en los umbrales del siglo III,
se constituye en el siglo IV y se encuentra prácticamente en todo el
mundo romano al iniciarse el siglo V.
El cristianismo de la Edad Media: universalista y guerrero,
exclusivista, violentamente intolerante y particularmente terrible para los
judíos, está erizado de dogmas absolutos que irritan la razón, de ritos
minuciosos y múltiples, poderosos y misteriosos. Tal cristianismo está
cargado de incontables devociones particulares, que se dirigen a dioses
prácticamente distintos y a infinidad de santos especializados. Tal
cristianismo está regido por un clero, amo de la fe y de la conciencia de
los laicos. Estrictamente jerarquizado, tiende cada vez más a recibir
órdenes de un centro único impulsado por el formidable ejército de los
monjes y contenido por la tropa porfiada y sutil de los teólogos. Cuando
se contempla este cristianismo en las innumerables y suntuosas catedrales
que habita, en las espléndidas ceremonias que celebra y en los símbolos
que lo animan y se lo compara con la religión del Maestro galileo,
humilde y dulce, que pretendía únicamente anunciar a sus hermanos la
Buena Nueva de la llegada del Reino y hacerlos dignos de recibirlo, casi
no se ve qué haya de común entre una y otra. La religión de Jesús, cuya
piedad se elevaba hacia el Dios de sus padres, era la expresión de un
confiado impulso filial. Parecería, entonces, que, con el nombre de Cristo,
la vida religiosa y filosófica del paganismo, con todos sus contrastes y
todas sus incoherencias, hubiera recuperado vigor y triunfado de la
religión del espíritu y de la verdad que el Rabí judío había vivido.
Sin duda, fueron las necesidades históricas las que determinaron e
hicieron indispensable la evolución, cuyo punto de partida está señalado
por la aparición de Jesús y de la cual el tomismo, tanto como la fe de un
cruzado, la teología de san Agustín, la gnosis de Orígenes o el evangelio
de san Pablo sólo son etapas. No es menos cierto que el triunfo del Iglesia
en el curso del siglo IV, con el edicto de Milán (312), solamente fue
posible por el fracaso de la fe primitiva, llamada la fe de los Doce. No hay
que olvidar que la principal desgracia del cristianismo apostólico fue la de
haberse apoyado, fundamentalmente, sobre la gran esperanza de la
parusía.
A comienzos del siglo V, el principal resultado sensible es el triunfo
aparente del cristianismo. Desde cualquier punto de vista, tal triunfo sólo
fue una apariencia. Lejos de transformar al mundo grecorromano, quedó
386

realmente absorbido por él, adaptado a sus necesidades atávicas y a sus


costumbres, en todos los dominios del espíritu y del cuerpo. Sin paradoja,
puede decirse que la Iglesia católica romana jamás comprendió
verdaderamente, en la antigüedad, los dogmas cristianos. Tampoco los
comprendió mejor después. La religión, que con su propio esfuerzo ha
construido sobre esos dogmas, ha sido cosa diferente, en espíritu y en
esencia, del cristianismo oriental, es decir, otra cosa surgida
esencialmente de su propio fondo, de acuerdo con sus propios
sentimientos y vaciada en fórmulas latinas inadecuadas para contenerla.
En rigor, los occidentales jamás han sido cristianos
¿De dónde salió la Iglesia? Puesto que no procede de Jesús ni de sus
Apóstoles, su origen hay que buscarlo en la elaboración de un proceso
histórico que desembocó en donde nadie había podido prever. Veamos
algunos ejemplos de lo afirmado.
El concepto de la misa es contrario a la mentalidad del Jesús del Nuevo
Testamento. Cuando Jesús indicó de qué manera podía ganarse la vida
eterna, no habló para nada de ir a misa, ni de celebrar actos rituales de
ninguna clase. La reunión eucarística de los primeros cristianos se
transforma en misa en el curso del siglo II. Jesús puso todo su empeño en
eliminar el ritualismo vacuo y burocrático de la religión que profesó, esto
es, del judaísmo.
Desde el punto de vista histórico, el concepto de 'iglesia’ como lugar
físico destinado al culto divino -equivalente, por tanto, a los templos
paganos- es bastante tardío. Hacia finales del siglo III, como resultado de
los intentos anteriores de alcanzar una organización eficaz para las
iglesias cristianas en expansión y producto de la tolerancia con que el
Imperio romano trataba a la nueva religión, en las grandes ciudades
comenzaron a surgir lugares de reunión, repartidos por barrios, destinados
a la formación religiosa de los fieles bajo la dirección de un presbítero.
Con el paso del tiempo, estos centros acabaron por convertirse en lugares
de culto donde se celebraba la eucaristía, bajo la presidencia de un
presbítero -una función que hasta entonces sólo podía recaer en los
obispos-, y fueron denominados tituli en Roma y paroikiai (parroquias) en
otros lugares. De este modo el culto cristiano empezó a concebirse cada
vez más como una ceremonia pública, con lo que comenzó también a
aumentar el número de sacerdotes en las ciudades, al tiempo que las
parroquias iban extendiéndose por todos los barrios.
A partir de los días del emperador Constantino, comenzó a producirse
la metonimia de la palabra ‘iglesia’, que pasó a designar tanto a la
comunidad de creyentes -ekklesía- como al local en que éstos se reunían,
antes denominado templum, aedes...
Hablemos, en segundo lugar, de la figura central del Papa, que se
apoya en el supuesto primado de Pedro sobre los otros apóstoles. Con
387

evidencia cegadora, los textos prueban que la primacía del apóstol Pedro,
proclamada por Jesús según un pasaje de Mateo (16, 18-19), no existió.
Los hechos constatan que los discípulos que se agruparon alrededor de él,
de Juan y de Santiago, "hermano del Señor", solamente lo honraron y
escucharon como a un hombre engrandecido por la confianza y la amistad
del Maestro.
El versículo de Mateo aludido, que según la Iglesia instituyó el papado,
es una impostura. Si comparamos Mt 15, 15-20, con los pasajes
equivalentes de los otros evangelistas3, observaremos que, aunque la frase
se repite textualmente en Marcos y Lucas (pero con añadidos diferentes) y
el sentido se conserva en Juan, en ninguno aparece rastro alguno del
presunto nombramiento que Pedro recibe de Jesús. Ese texto fue añadido
muy posteriormente y contradice radicalmente el fundamento del Nuevo
Testamento. Si la fe y base del cristianismo radica en las creencias
aparejadas con la aceptación de la divinidad de Jesús, resulta obvio que la
respuesta atribuida a Pedro no suponía más que la proclamación de un
credo sólido frente a quienes no tenían al Nazareno por 'hijo de Dios vivo'.
En esas palabras radicaba, no en quien las dijo, la "piedra" sobre la que
edificar la iglesia. Tal como debería ser de sentido común (y como se
confirma en otros pasajes notables del Nuevo Testamento4), el
fundamento, la piedra, sobre la que se edifica la fe es Jesús-Cristo, no
Pedro, ni mucho menos el Papa o la Iglesia católica. Pero esto es opinión
de teólogos protestantes que sostienen que el famoso versículo de Mateo
fue introducido en el texto durante el siglo II para justificar el poder
político de la Iglesia católica y atribuir su fundación al mismo Jesús
Hablando en serio, Cristo ni fundó ni deseó la Iglesia. Ésta es, quizás,
la verdad más segura que se impone a todo aquel que estudie los textos
evangélicos sin una opinión preconcebida. La suposición contraria
configura históricamente un absurdo. Contra él todo el genio de los
teólogos no puede nada. Por mal que conozcamos las enseñanzas de Jesús,
se nos aparecen, primero, como una reacción contra el legalismo estrecho
y el ritualismo absorbente, de los que no se podría sostener que no sean
los cimientos indispensables de toda vida propiamente eclesiástica.
Luego, se nos aparecen como una estimulación enérgica del esfuerzo
personal. El individuo debe elevarse hacia el Padre, que está en los cielos,
por la confianza y el amor, sin duda, pero también por el arrepentimiento,
la enmienda decisiva de sus vicios y, por decirlo así, por la purificación de
su conciencia tanto como por la exaltación de su voluntad. Esto es,
precisamente, todo lo contrario de la psicastenia eclesiástica, que
Nietzsche denunciara con palabras ásperas.
De los Doce no hizo Jesús “sacerdotes”, pues, en verdad, no los
necesitaba. Por lo demás, si observamos cómo actúan los apóstoles
388

después de la muerte de su Maestro, comprobaremos que tampoco ellos


piensan en fundar la Iglesia. Permanecen estrechamente unidos a la
religión judía y practican su culto muy exactamente. Lo porvenir, también
para ellos, es el Reino, no la Iglesia.
La idea de iglesia nació, puede decirse, del trasplante de la esperanza
cristiana de Palestina a terreno griego. En las postrimerías del siglo I ya se
pueden ver, al menos en algunas iglesias, un Obispo, un 'vigilante' de toda
la comunidad que parece tener poder absoluto sobre la totalidad de las
funciones y, a su lado, Presbíteros ('antiguos') especializados en las
funciones espirituales y Diáconos ('servidores') investidos de funciones
materiales.
El advenimiento y el triunfo del episcopado monárquico constituye la
primera gran etapa de la organización de la Iglesia y ha tenido
consecuencias incalculables para su existencia a través de los siglos, es
decir, para el establecimiento de un orden moral y un orden sacerdotal.
¿Qué significa el orden moral? Que existe de una vez y para siempre una
voluntad que decide todo lo que el pueblo debe hacer y no hacer; que el
valor de un pueblo o de un individuo se mide según obedece peor o mejor
la voluntad de Dios; que en los destinos de un pueblo o de un individuo la
voluntad de Dios influye de un modo preponderante, es decir, que castiga
o recompensa según el grado de obediencia. Esto implica que los clérigos
abusan en nombre de Dios. Llaman reino de Dios a un estado de cosas en
que el sacerdote es quien determina los valores. Llaman voluntad de Dios
a los medios que emplean para alcanzar o conservar este estado de cosas.
Con un frío cinismo miden los pueblos, las épocas, los individuos según
hayan sido propicios a la preponderancia sacerdotal o se hayan resistido a
ella.
Entre el 130 y el 150 d. C., aproximadamente, la monarquía episcopal
se impone sucesivamente a todas las iglesias y su triunfo se ve favorecido
y fortalecido por las crisis de distinto orden por las que atraviesa la Iglesia
a partir de aquel momento. Entre ellas cabe recordar las persecuciones que
diezmaron el "rebaño" y las herejías que nacieron de combinaciones
sincretistas de las afirmaciones fundamentales de la fe, de viejos mitos
orientales y de las especulaciones filosóficas griegas.
El símbolo de la antigüedad del obispo es el púlpito, la cáthedra
('asiento en alto') de la que se considera que toda la serie de sus
predecesores ocupó antes que él. El obispo-monarca es elegido por el
pueblo y ordenado, es decir, instalado en el ordo sacerdotalis, por los
obispos vecinos. Por poderoso que sea, el obispo no es nada en la iglesia
vecina, sólo un hermano a quien se recibe con honor, pero que ni siquiera
puede hacer uso de la palabra sin la expresa invitación del obispo local. Es
así como la autoridad del obispo-monarca, tanto de hecho como de
389

derecho, constituye el fundamento esencial de la organización católica,


mucho antes de que se piense en el Papa.
Otra cosa. Al iniciarse el siglo III, los textos no nos revelan la
existencia, en ningún grado, de los otros cuatro sacramentos que el
transcurso del tiempo le impondrá a la Iglesia: la confirmación, el orden
sacerdotal, el matrimonio, la extremaunción... Solamente el bautismo, la
penitencia y la eucaristía. Pero desde entonces, el cristianismo queda
constituido en religión original: tiene su dogmática, su liturgia, su
disciplina que, por elementales que sean todavía, poseen ya sus
fundamentos esenciales.
La conversión del Estado romano, en el siglo IV, marca una etapa
importante de la evolución del cristianismo. Testimonia su triunfo
aparente, se dijo. Pues la victoria fue comprada. El precio fue tan caro que
se puede afirmar, sin mucha audacia, que los fieles de los tiempos
apostólicos lo hubieron considerado un desastre. La disculpa de los
cristianos de la época de Constantino sería la de que no pudieron elegir las
condiciones. De esto hablaremos más adelante.

3. La religión de los griegos

Incapaz de echar raíces en terreno judío, la esperanza apostólica se


vio trasladada a terreno griego. Allí arraigó y prosperó. Hablando con
propiedad, es allí donde debe buscarse el primer eslabón de la evolución
del cristianismo.
El geógrafo Estrabón (c. 63 a.C.-c. 24 d.C.), contemporáneo de Jesús
de Nazaret, tenía la impresión de que había judíos por todas partes. En
verdad, se habían diseminado por todo el ámbito del Mediterráneo, pero
sólo formaban grupos compactos en las grandes ciudades del mundo
griego, en Mesopotamia y en Roma, en la que durante el reinado de
Augusto podía contarse una docena de miles. Y van a ser los judíos, y
especialmente los semijudíos de la dispersión, los que van a mostrarse
mucho más accesibles a las afirmaciones apostólicas, referentes a Jesús,
que los de Jerusalén y Palestina.
Para los grandes espíritus de la antigüedad, los dioses jamás fueron
otra cosa que una expresión poética de las fuerzas jerarquizadas de la
naturaleza, una imagen parlante de su organismo interno. También como
símbolos de las fuerzas cósmicas y anímicas, esos dioses viven
indestructibles en la conciencia de la humanidad. Puede decirse que la
descomposición moral y política de Grecia fue la consecuencia de su
descomposición religiosa, moral e intelectual. Pero en ese medio va a
crecer el cristianismo. Por eso es conveniente echarle una mirada a la
390

religión de los griegos. Lo haremos de la mano de J. Burckhardt5, autor de


la poco convencional Historia de la cultura griega.
Hay que decir, en primer lugar, que los griegos no poseían una
revelación escrita. Ninguna doctrina religiosa obligaba. Desde siempre
faltaron a su religión estos dos trazos fundamentales de la Teología.
Tampoco los dioses revelaban nada. El mismo oráculo de Delfos, que dio
tantas recomendaciones sobre el culto de divinidades diversas, jamás
pronunció la verdad de tipo general. Ningún consultor, por lo menos en
los tiempos auténticamente griegos, se interesó por nada semejante.
La creencia griega es pura creación de la nación en cuanto tal y
múltiple como ella en su doble sentido: por la riqueza enorme de figuras y
por la diversidad de leyendas acerca de las mismas figuras y los mismos
acontecimientos. Es un politeísmo, junto al cual apenas si merecen
atención los intentos singulares en busca de una unidad del ser divino.
Pero su religión era nacional. Nada acerca de sus dioses había sido
impuesto desde afuera. La única divinidad extraña (no aria) que tuvo
acogida como tal en Grecia es la Astarté-Afrodita, fenicia o semítica, que
poseyó sus santuarios en bosques costeros de Grecia cuando el pueblo
vivía muy arcaicamente. De seguro la acompañaría Adonis. Lo que
importa es que todo era nacional y que los dioses, cualquiera que fuese su
procedencia, pasaban por griegos o se hicieron griegos como el mismo
pueblo. Cosa que le sucederá al cristianismo apostólico.
La elaboración de la religión griega nada debió a los sacerdotes.
Siempre existieron, hasta los tiempos tardíos, pero nunca hubo una casta
sacerdotal ni menos un sacerdocio. Sólo con éste comienza la Teología, el
saber de cosas espirituales, el Derecho Canónico y una transcripción de
las revelaciones. Es más, la idea de destino es irreconciliable con
cualquier teología. Esta concepción poderosa de la necesidad de todo lo
que ocurre, y a la que también se hallan sometidos los dioses, los griegos
la consiguieron por su propio pensar y propia disposición y jamás se
dejaron arrebatar esa creencia.
Toda la religión griega, con toda su riqueza de figuras y mitos, da la
impresión de haber nacido y de haberse transmitido laicamente. Podemos
distinguir dos etapas. En la primera, las figuras y los mitos se hallan
próximos a su significación natural (ríos, montañas, mar, astros, las
tormentas, las lluvias, las nubes, el huracán, la vegetación, el fuego del
hogar...) y hasta se corresponden con ella. En la segunda etapa, todo esto
se ha convertido en un mundo personal y animado épicamente. Es decir,
ha cambiado su sentido primario.
Los dioses griegos no existen desde siempre. Lejos de haber creado el
mundo, han surgido del sueño oscuro de las fuerzas naturales. La teogonía
surge de la cosmogonía, los elementos engendran al dios, p.e., el Ponto
crea a Nereo. Tampoco los hombres han sido creados por los dioses.
391

La desdicha y el mal comienzan en la vida humana luego del gran


crimen que tiene efecto en el mundo de los dioses: la castración de Urano
por Cronos. Entonces es cuando la Noche, atemorizada del género, pare la
Muerte fatal y el demonio de la muerte violenta, la burla y el llanto, los
tres dioses del Destino, la venganza y el engaño y la disputa, la edad
provecta; finalmente, la Eris, que será madre de una segunda generación
de rencores y crímenes.
Lo que suele llamarse fe entre los griegos tenía que ser necesariamente
del tipo muy distinto que en los pueblos de teología y documentos
sagrados, según los cuales hay una obligación literal de concebir lo divino
así y no de otra manera. Entre los griegos se trata más bien de una visión.
Firme era la existencia de los dioses, pero su vida y milagros eran
producto libre de un sentir visionario. Dentro de este mundo ideal, no
podía dejar de seguir inventando sin embarazo alguno. Tales dioses no
deseaban ser mejores que los hombres mismos. Tampoco podían ser
reducidos a la obediencia mediante una santidad inherente al dios de las
religiones monoteístas.
Numerosas divergencias, no sólo en los hechos exteriores de la historia
de los dioses, sino también en los motivos de su actuación y en su
carácter, no producen la menor perturbación. En general, cada templo y
cada rapsoda ofrecen cada uno su versión y sus leyendas en cada Ciudad.
Nunca se produjo disputa por ello, como si hubiera regido la vieja
sentencia: "que ésta sea tu opinión y ésta la mía". Teniendo todo esto en
cuenta, hay que admirar más bien el grado de unanimidad que alcanzó la
teoría de los dioses, a pesar de sus orígenes tan diversos. Para gloria de los
griegos, esta coincidencia se producía en la línea de la belleza. Veamos
esto más detenidamente.
Según todas las probabilidades, al principio los dioses griegos se
presentan como potencias terribles, salvajes, demoníacos, fueran
elementos naturales o bien dueños de los destinos humanos. Sigue el
antropomorfismo total de los dioses. A las generaciones posteriores les
parecerá tan natural que lo suponen en todos los pueblos. "Porque -dice
Cicerón en De natura deorum, I, 18-, naturalmente, ninguna nación
conoce otras formas de dioses que los humanos. ¿A quién se le ha
aparecido otra forma, despierto o en sueños? ¿Qué figura puede ser más
bella que la humana?"
En cuanto el mito lo permite, extraordinariamente libre, los dioses son
de talla mayor que el hombre. Se sientan con él a la mesa. Su alimento es
ambrosía (inmortalidad) y néctar. Antes solían vivir de los sacrificios,
cuya falta les es dolorosa. Su naturaleza es una eterna juventud, aun de
aquellas divinidades no concebidas jóvenes. Viven una vida "fácil" y será
culpa suya si, por su propia actuación olímpica y la consiguiente
392

participación en las disputas de los hombres de la época heroica,


dificultan aquélla.
Su morada puede ser espacialmente imaginada. Pero dondequiera que
habiten los dioses, los alrededores se transfiguran, como ocurre en el
Gárgaro, la cúspide el Ida. Cuando Zeus la habita con Hera, entonces la
tierra da fresca hierba, lotos, cracos, jacintos, blanda espesura que los
llevan en andas. Como dosel, nubes de oro. Como rocío, una brillante
fragancia.
Los dioses griegos se trasladaban de un lugar a otro, a lo que parece
con pasmosa celeridad. Rápidos como el pensamiento, según las
concepciones más antiguas, no actúan a distancia por mera voluntad y
mandato, sino que tienen que presentarse personalmente. Pueden oír desde
la mayor lejanía y el que los invoca puede tener la seguridad de que lo
escuchan.
Se les atribuyen a los dioses un lenguaje especial, del cual los griegos
creen saber algo. Teóricamente, los dioses son omniscientes y también
prevén el futuro, sin poder desviarlo. Pero, de hecho, nada suelen saber de
cosas que les atañen de cerca y se engañan a mansalva.
Los dioses politeístas pueden gozar de santidad si son concebidos como
reposados dioses protectores de la existencia terrena y moral. Los dioses
griegos no han poseído jamás esta cualidad, ni aun cuando los filósofos
han tratado de atribuírsela. Es más, profundos pensadores griegos de todas
las épocas han lamentado la falta de santidad de los dioses y descrito su
influencia sobre la moralidad con los más negros colores.
Sea lo que fuere lo que en principio sirvió de base a cada figura
divina, el caso es que el Olimpo refleja la contradictoria naturaleza
humana. A la divinización de cualidades positivas también se le une la de
las pasiones. Muy humano resulta que, por su parte, los griegos no
quisieran traslucir en qué grado envidiaban ellos a los dioses, los que
"nunca envejecían". El griego se sentía infeliz en cuanto dejaba de ser
joven. No hablemos del peso de la ancianidad, para no mencionar otros
contrastes con la dicha de los dioses.
Si se exige a los dioses griegos la suprema justicia y se lamenta su
descuido, parece que había que atribuírselo a la omnipotencia. Pero ésta
estaba muy condicionada. Los griegos conservaron, desde los primeros
tiempos, una gran convicción fundamental que reducía el gobierno de los
dioses a muy poca cosa: la fe en la fatalidad, en la Moira. Este poderoso
supuesto, el Destino, que compromete la cuestión de la libertad humana,
entre los griegos había recibido una vieja forma popular tal como la acuñó
el epos. De antemano tenemos que estar preparados para toda clase de
incongruencias: los dioses existen, prestan oído, pero el Destino es algo
implacable.
393

La gran fuerza de esta religión residía seguramente en la naturaleza e


injerencia de su culto, que era una potencia objetiva, una costumbre
arraigada. De haberse tratado de una religión magistral, los griegos la
hubieran emprendido con ella desde un principio; pero su religión era
puro culto, no enseñaba nada y no cabía, por tanto, contradecirla. Por eso,
tampoco una Polis desenfrenadamente democrática podía entrar en
conflicto con ella y menos que nada por la cuestión de la enseñanza.
Esta religión, ante todo, no era patrimonio de los sacerdotes. Una de
las causas principales de su fuerza y duración fue que no existiera casta de
sacerdotes ni sacerdocio, ya que griegos y griegas eran, desde los más
remotos tiempos, celosos sacrificadores. Por su casa, todo griego se halla
acostumbrado a gobernar santuarios o a verlos gobernados. No es muy
fácil para nuestra época imaginarse sacerdotes que nada tuvieron que ver
con la edificación de una comunidad, con sermones, doctrinas y con la
instrucción de los muchachos, sino que fueron meros sacrificadores. En
algunos santuarios hubo sacerdotes desde los tiempos más remotos,
cuando el rito tradicional reclamaba una práctica especial. La regularidad
del servicio divino exigía una persona familiarizada con él. Había
sacerdotes porque había culto y no al revés; pero, de una manera general,
tenía disposición para ello cualquiera que en su casa supiera sacrificar y
rezar a cabalidad.
En el nombramiento de sacerdotes, cuando no es de uso la herencia,
opera, sobre todo, la elección popular. Una consecuencia de la extremada
democracia fue el sorteo. En tiempos de decadencia, se nos habla de venta
y hasta de subasta. En la verdadera época griega, se era sacerdote tan sólo
de un determinado templo de una divinidad. Cada templo no disponía sino
de un solo sacerdote o de una sacerdotisa, diferencia considerable con los
cortejos sacerdotales de los santuarios egipcios y orientales. Para las
cuestiones de administración del templo y de su tesoro y para cuidar de las
fiestas, había empleados. Para el servicio exterior del culto estaban los
oportunos auxiliares, criados para los sacrificios, sacristanes, etc. Pero lo
que no existió entre los griegos fueron sacerdotes que se dedicaran a otros
ejercicios. Su existencia hubiera sido totalmente incomprensible para el
pueblo griego. Los sacerdotes no pasan de ser ciudadanos de una ciudad a
quienes se confía la recepción de ofrendas victimarias en su templo y el
elevar ritualmente al solio de los dioses las preces de los devotos, a veces
de todo el pueblo. Están muy lejos de formar una clerecía en la Ciudad y
no hace falta que guarden entre sí conexión ninguna.
Tampoco un culto ha llegado entre los griegos a poseer tierras y gentes
en sentido señorial, si hacemos excepción del pequeño templo-polis de
Delfos, al que había que asegurar de este modo una sagrada neutralidad.
Si algunos templos, como el de Hera Lacinia en el golfo de Tarento o el
394

del dios solar en la Apolia ilírica, poseyeron grandes extensiones de


terreno, no se trataba sino de ricas dotaciones para el sostenimiento de
poderosos rebaños de animales sagrados.
Lo que inspira fundamentalmente al culto es el propósito de mantener
propicios a los dioses con sacrificios, ya que, por lo menos, eran temidos.
Su forma primaria habrá sido espantosa, hemos dicho. Todavía encierra
mucho de verdad la afirmación del romano Petronio: "Primus in orbe
deos fecit timor". Para nuestro uso, podemos clasificar los sacrificios que
ordinariamente ofrecían los griegos en sacrificios impetratorios y
sacrificios de acción de gracias, según las circunstancias. En la época
histórica, los grandes sacrificios públicos (en Atenas, hasta hecatombes
triples) no son sino festines del pueblo. Es muy posible que tan sólo en
esas ocasiones probaran la carne los pobres. Se comprende que, con el
tiempo, se multiplicaran ocasiones semejantes, olvidando poco a poco el
debido respeto.
El silencio respetuoso debió de ser desde siempre muy penoso entre los
griegos. En las grandes fiestas victimales (y no sólo en las de Dionisos) se
daba al final, como reacción o licencia, una serie inacabable de réplicas y
contrarréplicas que llegaban a las burlas de coros enteros. A veces eran
desde los carros, cuando el tropel no iba a pie. En los coros, dirigidos por
hombres, intervenían hombres contra mujeres o mujeres contra hombres.
No es menester hablar del frenesí de las fiestas nocturnas.
Es imposible suponer, por lo menos en lo que respecta a la esfera
puramente griega, que se atribuyesen a los sacrificios algún género de
fuerza coactiva sobre los dioses. De todas maneras, el pueblo, en general,
nada ha sabido de forzar a los dioses. En otros asuntos, especialmente en
los de amor desesperado, le eran familiares suertes diversas de
encantamientos. El forzar a los dioses no cabe imaginarlo sin un ritual
especializado, difícil y tremendo. El griego sencillo sabía que no poseía
un ritual de este género y el sacerdote corriente no habría osado intentar
algo parecido. ¿Quién podría determinar con justeza dónde empieza o
cesa la secreta intención de obligar a los dioses cuando los sacrificios son
especialmente costosos o terribles? En este caso estarían el lanzamiento al
agua de magníficos caballos, en el mar o en el río, pero sobre todo los
sacrificios humanos que inundan de espanto el mito y que se dieron, como
sabemos, algunas veces en la época histórica. Se trata de una especie de
trueque que se propone a la divinidad y que la vincula en cierto modo. Se
trata de derivar hacia uno solo la perdición que amenaza a muchos, a una
población entera. A veces era menester aplacar la cólera de la divinidad,
manifestada por alguna calamidad pública de cierta especie, ofreciéndole
una víctima inestimable. En las fundaciones de ciudades, por ejemplo, se
cree prevenir de este modo, provisionalmente, la envidia de los dioses.
Pero el sacrificio humano auténtico es el que se ofrece a una determinada
395

divinidad. Teniendo en cuenta la terrible personalidad de los dioses


arcaicos, podemos imaginárnoslo como bastante frecuente. ¡Y tanto más
lamentable si tenía efecto sin motivo alguno! La Polis griega, en la época
más florida, ha sabido sacrificar a sus más importantes en gran número, si
bien con maneras muy diferentes. A esto cabe añadir la matanza de todos
los varones al conquistar otras ciudades. Destacando su inocencia, el
griego localizaría después los sacrificios humanos en las márgenes
táurica, cólquica y egipcia como prácticas de pueblos bárbaros.
Desde el primer momento, una religión como la griega pudo vincular
sus devociones a aquellos lugares privilegiados donde se sentía
especialmente la proximidad de algún dios. Cuando se quiso tener en
cuenta a todos los dioses y no olvidar ninguno, se erigieron panteones.
Los templos se hallaban muy decorosamente equipados y, a veces,
disponían de una gran dotación de tierras, rentas y servidumbre. Además
de los templos con culto regular, se erigieron, con el tiempo, todo un
cúmulo de santuarios (hierâ) de todos los tamaños. Hasta el más pequeño,
fueron, en parte, fundaciones arbitrarias, personales, producto de historias
oníricas, lo mismo en la ciudad que en el campo entre labradores y
pastores.
Difícilmente podemos hacernos una idea adecuada de la cantidad y
diversidad incalculable de cultos, a pesar de la investigación detallista más
agotadora. Los griegos, desde los primeros tiempos, disponían de una
capacidad especial para la creación de cultos, cuyas ceremonias y
símbolos se le presentaban al pueblo con evidente satisfacción.
La mayoría de los templos, especialmente los de los dioses particulares
de la Ciudad, tenían sus grandes fiestas anuales u otras fiestas periódicas
y, en ellas, no sólo se daban grandes procesiones y comilonas, sino
también competiciones musicales y gimnásticas. Pausanias, historiador,
geógrafo y viajero griego de fines del siglo II d. C., pudo encontrar
todavía vivas esas competiciones en las pequeñas ciudades. Estas
competiciones fueron lo último en desaparecer, así como fueron lo
primero que surgió.
¿Cómo era el culto? Toda reunión pública se inicia con un sacrificio o,
por lo menos, con una devoción ritual. En las asambleas populares de
Atenas, el heraldo pronuncia no sólo las invocaciones a los dioses, sino
también las maldiciones (araí) contra los enemigos malignos, venales y
otros del Estado. Podemos formarnos una idea de tales por una parodia
bastante exacta en Aristófanes (Tesmof, 295 y 332). Pero este culto, sobre
todo, era entretenido como el mito mismo. El pueblo, y especialmente los
jóvenes, participaban como nadie. Desde la infancia, y aun entre la gente
más pobre, el culto era lo más bello que existía. El canto, la música y la
danza, hasta donde llegan nuestras noticias, contenían inseparables el
396

humor profano y la celebración de figuras divinas o míticas. Luego viene


la forma solemne del himno, del peán, del ditirambo. Los epitalamios y
lamentaciones fúnebres pudieron carecer de algún contenido religioso,
porque no cabe pensar en ninguna celebración común sin él. El coro que
danzaba, acompañado del canto, desde un principio presenta una forma
que sólo se puede explicar por su regular relación con el servicio divino.
Homero llama a algunas ciudades "la de la ancha, bella plaza de baile".
Los movimientos tradicionales de muchas danzas eran pantomimas que
figuraban mitos: la espatadanza de los curetes como cuidadores de Zeus,
la salida de los niños salvados del Laberinto... Platón supone de una
manera general que el origen de la danza había sido la imitación de algún
suceso.
Desde la juventud probablemente, toda la población era adiestrada
para cantar en los coros y danzar. El pueblo griego era amante de la
música y de la danza desde joven y, naturalmente, entendido en toda clase
de virtuosismos.
Cada fiesta comenzaba con una procesión. Esta procesión la
componían los auxiliares del culto, servidores y servidoras escogidos; el
coro, cuyo canto ensalzaba a la divinidad; los citaristas y los flautistas; los
portadores de símbolos y adminículos sagrados, que llevarían en bandejas
o cestas magníficas. Una procesión semejante, que acompañaba a las
blancas becerras a través de la calle mayor entoldada de una pequeña
ciudad, con el júbilo de las flautas y de las invocaciones, camino del
templo principal, podía ser un espectáculo envidiable.
Las ceremonias más solemnes (sobre todo de Dionisos) se ornaban de
ribetes cómicos y burlescos. Pero lo que mantuvo a su altura a la
procesión fue, seguramente, la voluntad de la Polis de que la gran fiesta
del dios de la ciudad, en la que ésta se adoraba en realidad a sí misma, se
celebrara con la mayor pompa. Lamentablemente, conservamos muy
pocas descripciones de procesiones, como ocurre con todas aquellas cosas
obvias para los coetáneos. A veces debió de ocurrir, aunque no haya sido
lo corriente, que el sacerdote o la sacerdotisa apareciesen con el
indumento del dios y marcharan en esta figura en la procesión.
Un elemento importante del culto griego era el drama sagrado que se
representaba en las fiestas anuales, fuera del templo y ante el pueblo
entero. Parece un rasgo primitivo de diversas religiones la necesidad de
ofrecer plásticamente en las fiestas algún acontecimiento importante
escogido en la mitología del dios del templo, ya sea en público, ya sea
misteriosamente. En escenas de este tipo, p. e., en loor de Dionisos, pudo
abrirse directa y respectivamente el camino al teatro. La representación
debió de ser mímica, sin palabras.
Hubo, además, una serie de celebraciones no públicas como las
fiestas trietéticas, fiestas bianuales de Dionisos; las triádas áticas; las
397

tesmoforias, sólo para mujeres; las adonías y la religión órfica. Los


orfetelestas se dirigían preferentemente a algunas almas inquietas por la
suerte de ultratumba. En este culto tenía cabida hablar de penitencia y de
sus formas prácticas, un ejercicio ascético cualquiera, mientras que el
pueblo griego, pesimista y nada propicio a la penitencia, creía que ya
había bastante mal en el mundo.
Cuando el cristianismo, cuyo misterio constituyó desde muy pronto
una competencia consciente de los misterios paganos, se convirtió en
religión de Estado, Eleusis siguió siendo mucho tiempo el lugar donde la
paganía helénica se sentía vivir más que en ninguna otra parte, y hasta
donde hacía su recuento. La última suerte reservada al santuario y a los
misterios nos es desconocida; no podemos seguir las huellas más allá de la
campaña griega de Alarico (395-396), aunque no se le deba considerar
como el devastador que se ha supuesto.
En todo lo que alcanza la vida griega, sobre ciudades y campiñas, se
ven, además de templos, sepulcros de héroes que gozan de un culto
regular, anual, no raras veces aliados al temor, siempre de una
superstición fantástica, y que en ocasiones reclama también expiaciones
extraordinarias. Podían ser tumbas corrientes, pero también edificios
propiamente dichos (herôa), con columnario en la parte alta y rodeados de
vegetación, de árboles venerables y hasta con un pórtico alrededor de todo
el conjunto. A veces se encontraban en los patios de los templos, o en el
ágora, o en el centro del Pritaneo o del Buleuterión. Se veían también en
el campo, frecuentemente alejados de la ciudad, hasta en medio de los
bosques. Los pocos bosques conservados, el llamado monumento de
Harpago en Xantos (conservado en el Museo Británico) y el santuario de
la colina sobre Milasia, en Caria, nos da una idea aproximada de lo que
debían de ser.
A partir de Pitágoras, parece que entre los filósofos adquirió
aceptación general la jerarquía corriente de dioses, demonios, héroes,
hombres y seres irracionales. Si nos preguntamos ahora lo que fueron los
héroes para los griegos, las diferencias serán considerables según los
tiempos, aunque no tengamos en cuenta sino la circunstancia de que al
principio el oráculo tuvo gran participación en el culto de los héroes y
luego ninguna, si bien es verdad que el mismo se vio reemplazado por
otras muchas maneras de adivinar el porvenir. El pueblo, no obstante,
seguía venerando a sus héroes. Todavía en tiempo de los Antoninos
encuentra Pausanias viva la fe en los héroes en todas las localidades, por
lo menos en los términos que denotan que los pueblos se ocupaban, y a
veces se preocupaban, por la cuestión. Mucho más se van a preocupar los
cristianos con su culto a los santos, los héroes de los nuevos tiempos.
398

Se ha dicho, y al parecer bastante razonablemente, que el paganismo


helénico es, más bien que politeísta, panteísta. La creencia en muchos
dioses, tomando el concepto de Dios como hoy lo tomamos, no se
entiende que haya existido en cabeza humana. Y si por panteísmo se
entiende, no que todo y cada cosa es dios, sino que todo es divino, sin
violencia cabe decir que el paganismo era politeísta. Los dioses, no sólo
se mezclaban entre los hombres, sino que se mezclaban con ellos.
Engendraban los dioses en las mujeres mortales. Los hombres mortales, a
su vez, engendraban en las diosas a los semidioses, esto es, semihombres.
En otros términos, lo divino y lo humano eran caras de una misma
realidad. La divinización de todo era su humanización. Decir que el Sol
era un dios equivalía a decir que era un hombre, una conciencia más o
menos agrandada y sublimada. Y esto vale desde el fetichismo hasta el
paganismo helénico.
En lo que propiamente se distinguían los dioses de los hombres era en
que aquéllos eran inmortales. Un dios venía a ser un hombre inmortal.
Divinizar a un hombre, como lo hace la Iglesia con sus santos, es
considerarlo como a un dios, es estimar que, en rigor, al morirse no ha
muerto. De ciertos héroes se cree que fueron vivos al reino de los muertos.
La Virgen María, según declara el Dogma de la Asunción decretado por
Pío XII en 1950, pasó al Cielo sin pasar por la aduana de la muerte. Y
éste es un punto muy importante para estimar el valor de lo divino.
Recuérdese que Cristo, en cuanto Dios, tampoco murió.
Al igual que en el catolicismo, el verdadero dios del paganismo
helénico, más bien que Zeus Padre (Júpiter), es la sociedad toda de los
dioses y semidioses, esto es, lo divino. Y de aquí la solemnidad de la
invocación de Demóstenes cuando se dirigía a todos los dioses y a todas
las diosas. Cuando los razonadores sustantivaron el término theós, que es
propiamente un adjetivo, una cualidad precedida de cada uno de los
dioses, y le añadieron un artículo, forjaron 'el dios' (o theós), una cualidad
sustantivada y falta de personalidad, por lo tanto. Porque el dios no es más
que lo divino. Tanto en el politeísmo grecorromano como en el
catolicismo apostólico de la Iglesia de Roma.
Debemos anotar, sin embargo, que la Iglesia católica habla del culto y
de sus clases6. El culto consiste en manifestar con palabras y acciones la
idea que tenemos de la dignidad de Dios o de sus santos. Puede ser interno
o externo; de latría, de hiperdulía o dulía; absoluto o relativo. Es interno o
externo, según se haga con las facultades interiores o exteriores. Recibe el
nombre de privado o público, según se preste en nombre propio o en
nombre de la comunidad por un representante suyo o ministro del culto.
Será absoluto o relativo, según se dirija directamente a las personas
(divinas) o se dé a las imágenes o reliquias.
399

El culto que se da Dios por su excelencia infinita es denominado de


latría. De hiperdulía es el profesado a la Virgen Santísima, por su
dignidad casi infinita de Madre de Dios. El proferido a los santos y
ángeles, por ser amigos de Dios e intercesores nuestros, recibe el nombre
de dulía. Creo que los creyentes no hacen esas distinciones nominales en
la práctica de sus supersticiones.
Decía B. Spinoza que si los hombres fueran capaces de regirse
constantemente por una regla preconcebida, si constante les favoreciese la
fortuna, tendrían el alma libre de supersticiones. Mas como suelen
hallarse en situaciones tan difíciles que les impiden adoptar resolución
alguna racional, como casi siempre fluctúan entre el temor y la esperanza,
por bienes que no saben desear moderadamente, su espíritu está siempre
abierto a la más exagerada credulidad. Vacilan en la incertidumbre, el
menor impulso los mueve en mil rumbos diferentes y a su inconstancia se
agregan las fatigas del temor y la esperanza. La verdadera causa de la
superstición, lo que la conserva y entretiene es el temor, que la Iglesia
suele destacar en la idolatría que propone.
En el lenjuaje puro de Jonia y Atenas, eídolon y latreía eran palabras
antiguas y familiares. La primera expresaba una semejanza, una
aposición, una representación, una imagen, creada por la imaginación o el
arte. La segunda denotaba cualquiera especie de servicio o esclavitud. Los
judíos de Egipto que tradujeron las Escrituras hebraicas limitaron el uso
de estas palabras (Éx XX, 4,5) al culto religioso de una imagen. El idioma
peculiar de los helenistas o judíos griegos fue adoptado por los escritores
sagrados y eclesiásticos. La tacha de idolatría (eidololatreía) ha señalado
el modo visible y abyecto de superstición que algunas sectas del
cristianismo no debieran imputar precipitadamente a los politeístas de
Grecia y Roma.
Abusando de la necesidad humana de estar fuera de sí, pues la
existencia es una carga insoportable, la Iglesia católica ha convertido los
actos de culto en verdaderos espectáculos, en motivos de distracción. ¿En
qué puede diferenciarse una misa con el Santo Padre y un concierto de
rock? ¿Qué es lo distinto de la Semana Santa de Valladolid o Sevilla y los
carnavales de Río? La autenticidad. Complejas alegorías culturales y una
sensualidad desenfrenada desfilan al mismo tiempo en Río de Janeiro, la
ciudad brasileña cuyo Carnaval es la fiesta al aire libre más grandiosa del
planeta, si no consideramos las misas papales como fiestas. La
celebración, llena de erotismo y samba, es fiel al espíritu que
originalmente le dieron los antiguos griegos: se permite absolutamente
todo, como en la Grecia lujuriosa.
400

4. Triunfo del logos

Lo que impresiona al observador menos avisado en el triunfo del


cristianismo es, primero, el poder del sacerdocio: parece que la vida de la
Iglesia de Cristo se cifra toda en la conciencia de los obispos. En segundo
lugar, impresiona el desarrollo monstruoso de la Teología. El fermento de
toda esta especulación sigue siendo el pensamiento griego, que reacciona
sobre la fe como el siglo sobre las costumbres o el Estado sobre la Iglesia.
Los Padres griegos del siglo IV pensaban, razonaban, hablaban y
escribían según las reglas, procedimientos y costumbres de la retórica
profana que se enseñaba en las escuelas de elocuencia. La retórica, define
el diccionario, es el arte de bien decir, de embellecer la expresión de los
conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para
deleitar, persuadir o conmover.
Hay en música acordes de notas de tres, de cuatro o más, frente a
notas simples, puras o limpias, esto es, filtradas mediante analizadores.
Del mismo modo, recordaba J. D. García Bacca, hay en el lenguaje
palabras que son, realmente, acordes de significaciones, frente a palabras
que pretenden decir una sola cosa, esto es, de una sola significación.
Ambas clases resaltan frente a palabras de ruido significador, verdadera
algarabía de conceptos.
Debe admitirse que el paso de ruido a sonido, esto es, de lo
insignificante a lo significante, constituye un progreso en el orden del
hablar. El paso siguiente consiste en transformar palabras de acorde
significador en palabras unisignificadoras.
Pero las palabras-acorde, ¿existen? Tales palabras deben hacernos
pensar, a la vez, en muchos conceptos racionalmente independientes, cual
las notas del acorde musical. 'Logos', sostiene el filósofo español, es
palabra que parecería ruido, en caso de atenerse al diccionario. Así se dice
que significa, entre muchas otras cosas, “razón, discurso, dicho, leyenda,
relato, cuento, disertación, proposición, definición, razonamiento,
fórmula, ley, consideración, proporción..." Pues bien, cuando un griego
emplea insistentemente una palabra, cual 'logos', para los, según nosotros,
tan variados, diversos y aun incoherentes significados es que percibe un
“acorde” rico de notas consonantes, biensonantes y biensignificantes.
Nosotros empleamos la palabra 'logos' cuando empleamos las de 'lógica' y
'lógico'. Con 'logía' háblase de 'ser' (onto-logía), de 'dios' (teo-logía), de
'naturaleza' (fisio-logía), etimo-logía, geo-logía... y de otras cosas que
fuera cruel o inurbano mencionar antepuestos a logía, a logos. Pero los
griegos Sócrates y Platón, al igual que todos los demás, percibían vocal y
mentalmente la unitaria palabra 'logos' cual un acorde. Para los griegos,
401

'hablar' (légein), 'logos', les sonaba mientras hablaban y dialogaban y


recordaban, persistentemente, a todo esto: razonamiento-cuenta, “cuenta -
y-razón”, razón resonante a cuenta, cuenta resonante a razón, todo ello
perceptiblemente resonante además y a la una a leyendas, a teología...
No nos es posible, hoy, oír-pensar-decir 'logos' como acorde. Los
griegos hablaban en dos, tres, cuatro... dimensiones significadoras.
Nosotros hablamos, en general, de manera unidimensional, como en una
línea recta de palabras, de la cual cada palabra es un punto de tal recta.
Recorremos la línea de palabra en palabra, pasando de un significado a
otro un significado.
Si ya no es, históricamente posible, percibir positivamente la lengua, el
'logos' griego cual acorde, es posible percibir tal acorde negativamente,
cual negación determinada de nuestro lenguaje, de nuestra manera de
hablar-pensar-y-leer7. Entendiendo esta característica de la lengua griega,
podemos entender el misterio del Prólogo del cuarto evangelio:

Al principio era el Verbo (logos), y el Verbo (logos) estaba en


Dios, y el Verbo (logos) era Dios.

Si queremos averiguar el proceso que llevó al judío Jesús, una vez


muerto y mitificado por los evangelios, a convertirse en consustancial con
Dios, debemos abandonar los textos del Nuevo Testamento. Después
tenemos que dirigir nuestros ojos a los documentos históricos que
conservaron memoria de las enconadas luchas doctrinales que, tras casi
siete siglos de enfrentamientos, acabaron conformando la ortodoxia
católica. La figura resultante de Jesús es tan distorsionada que ni la
mismísima María podría reconocerlo.
En este proceso de configuración del cristianismo, ajeno por completo
al pensamiento, mensaje e intenciones del Jesús histórico, fue capital la
tensión que aportaron algunas importantes herejías. De ese maridaje e
hibridación entre las corrientes del pensamiento judío y platónico,
finalmente se moldeó una nueva religión, a partir de aquello que no había
sido más que una secta judaica. El docetismo, los gnósticos, Marción, el
adopcionismo; Orígenes, Arrio, Nestorio y el papa León I, entre otros,
son los peldaños fundamentales que conforman la escalera a los cielos
para que por ella Jesús de Nazaret llegara a ser dios. Y también Platón
con... ¡el idioma griego! Hablemos de Platón.
En La escuela de Atenas, fresco alegórico de la Filosofía, Rafael
Sanzio de Urbino nos presenta a Platón llevando en sus manos el texto del
Timeo. Al representar a Platón de esta manera, el pintor no hizo sino pagar
su tributo a la tradición que le llegaba a través de los artistas bizantinos y
los miniaturistas de los manuscritos, quienes, a su vez, habían dependido
402

de una valoración secularmente remota, perdida en la mismísima


Academia. El Timeo fue, en efecto, el diálogo más significativo del
platonismo. Aristóteles, que lo cita a menudo, lo considera una de las más
fieles y completas expresiones del modo de pensar de su maestro.
Espeusipo, sobrino de Platón, y Jenócrates le prestan a algunos pasajes de
esta obra atención especial , pasajes que se vuelven objeto de sus
discusiones. Muchos son los estoicos que lo estudian. Epicuro le consagró
todo un libro para refutarlo. (¡Así le fue a Epicuro: de él no nos queda casi
nada, a pesar de haber sido uno de los autores más prolíficos de la
antigüedad!). Alejandrinos y eclécticos le tributan un culto y veneración
particulares. Plutarco discute extensos pasajes de la obra al tiempo que
escribe sobre ella un comentario parcial. No disminuye lo más mínimo
este interés el paso de la civilización antigua a la cristiana medieval.
Sabios cristianos, árabes y judíos veneran este texto casi con el mismo
fervor que a sus libros canónicos. En realidad, trataron de ver cómo se
adecuaba la exposición platónica a las descripciones del Génesis. Así,
cuando la erudición y el estudio del siglo XIX se enfrenta al Timeo, se
encuentran ante un vasto conjunto de tradiciones que, a través de
numerosos intermediarios, se remonta hasta la misma Academia de
Platón.
El Timeo es el trabajo más teológico y abiertamente monoteísta de
Platón. Muchas veces se ha señalado que en varios momentos su lenguaje
se parece al lenguaje cristiano. En él se encuentra la famosa frase "el
padre y creador de todas las cosas, difícil de encontrar y, cuando uno lo ha
encontrado, imposible de transmitir a los demás hombres". También están
las palabras con las cuales Timeo finaliza, hablando del Universo como de
un Dios visible, "la única imagen engendrada de lo comprensible". Sin
embargo, quizás se haya hecho menos hincapié en lo superficiales que son
estas semejanzas, señaló I. J. Crombie, un estudioso de Platón.
"El nombre de Platón, impuesto por sus propias meditaciones, o por las
tradiciones de los sacerdotes de Egipto, se aventuró a explorar la
naturaleza misteriosa de la Divinidad", escribió E. Gibbon . En efecto, un
siglo antes del nacimiento de Cristo, salió a la luz, en griego, un tratado
filosófico de los judíos alejandrinos, que está a las claras manifestando el
estilo y los conceptos de la escuela de Platón. Unánimemente fue recibido
como reliquia preciada y genuina de la sabiduría inspirada por un rey
judío con el título de Sabiduría de Salomón. Hermandad semejante de la
fe mosaica y de la filosofía griega asoma en las obras de Filón,
compuestas la mayor parte bajo el reinado de Augusto.
Es así como se empieza a aplicar el logos al Yahvé de Moisés y de los
patriarcas, a pesar de que el alma material del universo pudiera lastimar la
religiosidad de los hebreos. A partir del logos, el Hijo de Dios habitó la
tierra bajo apariencia visible, y aun humana, para desempeñar aquellas
403

faenas tan familiares que parecen incompatibles con la naturaleza y los


atributos de la Causa Universal. Hay que decir, sin embargo, que "el
teólogo cristiano Atanasio confiesa candorosamente que, en esforzando su
entendimiento para cavilar sobre la divinidad del Logos, todos sus
violentos conatos se doblegaban sobre sí mismos; que cuanto más
recapacitaba, menos entendía, y cuanto más escribía, menos acertaba a
expresar sus conceptos. A cada paso de esta maleza, tenemos que palpar y
reconocer la desproporción inapelable de la grandeza del objeto y el
alcance humano"8. ¡Si Atanasio no entendía qué quedará para los demás
mortales!
Tanto ortodoxos como herejes abusaron del nombre de Platón en
apoyo común de la verdad y del error. Fue necesario acudir a la autoridad
de sus agudos comentadores y a la ciencia dialéctica para abonar las
lejanas consecuencias de sus opiniones y suplir el silencio discreto de los
escritores inspirados. Las cuestiones sobre la naturaleza, la generación, el
deslinde y la igualdad de las tres personas divinas de la misteriosa Tríada
o Trinidad fueron ventiladas en las escuelas filosóficas y en las cristianas
de Alejandría. "Un flujo desatinado de curiosidad los arrebataba a
explorar los arcanos del abismo, y el oráculo de los catedráticos y oyentes
se daba por pagado con la ciencia de las palabras", escribió E. Gibbon.
Algunos dicen que fue Teófilo, obispo de Antioquía, el primero que se
sirvió de la palabra 'tríada' o 'trinidad', pero este término abstracto ya era
familiar en las escuelas de filosofía. Sin embargo, debe de haber sido
admitido en la teología de los cristianos a fines del siglo II. Algunos
quieren descubrir la trinidad teológica de Platón en un tratado dedicado a
explicar las oposiciones de los filósofos antiguos tocante a la naturaleza
de los dioses. Pero Cicerón confiesa honradamente que, a pesar de haber
traducido el Timeo, nunca pudo entender aquel misterio teológico.
Hay, sin embargo, diferencias entre platonismo y cristianismo.
La primera particularidad que diferenciaba a los cristianos de los
platónicos era la devoción individual. La segunda, sin duda, la
autoridad de la Iglesia. Los alumnos de la Filosofía veneraban los
derechos de la libertad intelectual. Su respeto a los dictámenes del
maestro era un tributo liberal y voluntario ofrecido a la razón
superior. Pero los cristianos constituían una sociedad crecida y
disciplinada, leyes y magistrados ejercían estrecha jurisdicción
sobre los fieles. Actos de fe y confesiones enfrentaban los extravíos
de la fantasía, la sabiduría pública de los sínodos avasallaba las
opiniones privadas, la jerarquía eclesiástica guiaba la autoridad de
un teólogo. En fin, los sucesores episcopales de los apóstoles
aplicaban las censuras de la Iglesia a cuantos se desviaban de la
404

creencia ortodoxa.
La llamarada de la discordia religiosa voló rápidamente de las escuelas
al clero, del clero al pueblo. Empezó a ventilarse en contiendas
eclesiásticas la cuestión abstracta de la eternidad del logos. Trascendió a
los sermones. Las opiniones heterodoxas de Arrio salieron luego a la luz
por su propio celo y el de sus contrarios. Sus enemigos más implacables
reconocieron la sabiduría y la vida irreprensible de aquel presbítero
esclarecido, que había generosamente declinado sus pretensiones a la silla
episcopal. Alejandro, competidor de Arrio, se apropió del cargo de su juez
y falló su sentencia definitiva, como regla absoluta de fe. El denodado
presbítero, que arrastró y resistió a su airado obispo, quedó separado de la
comunión de la Iglesia. Pero un bando crecido vitoreó y sostuvo la osadía
de Arrio. Se contaron entre sus secuaces inmediatos dos obispos de
Egipto, siete presbíteros, doce diáconos y... ¡700 vírgenes!, cosa que
parece casi increíble.
La mayoría de los obispos de Asia se mostró parcial y favorecedora de
la causa, acaudillada por Eusebio de Cesarea, el primer sabio de los
prelados cristianos, y luego por Eusebio de Nicomedia, que se había
granjeado la nombradía de estadista sin merecer la de santo. Los sínodos
de Palestina y Bitinia se pusieron en contra de los de Egipto. Esta disputa
teológica embargó la atención del Emperador y del pueblo. Después de
seis años (318-325), se remitió la decisión a la autoridad suprema del
concilio de Nicea, primer concilio ecuménico (325). Éste condenó tres
sistemas acerca de la Trinidad Divina: (1) El logos es una producción
dependiente y voluntaria, compuesta de la nada por la voluntad del Padre;
el Hijo, hacedor de todo, fue engendrado antes que todos los mundos. (Tal
era la posición de Arrio y secuaces). (2) Bajo el segundo concepto, poseía
el logos todas las perfecciones inherentes e incomunicables, que la
religión y la filosofía colocan en el Dios Supremo. Tres entendimientos o
sustancias diversas e infinitas, tres entidades iguales y coeternas,
componían la Esencia Divina. (3) Tres seres que, por la necesidad
intrínseca de su existencia, están atesorando todos los atributos divinos en
sumo grado, eternos en duración, infinitos en espacio, íntimamente
presentes entre sí y con todo el universo, se internan irresistiblemente en
los ánimos atónitos como único e idéntico Ser, que en la economía de la
gracia, así como en la de la naturaleza, puede manifestarse bajo formas
diferentes y considerarse por diversos aspectos. En esta suposición una
trinidad efectiva y sustancial viene a reducirse a trinidad de nombres y a
modificaciones abstractas que permanecen solamente en el entendimiento
que la concibe. Ya no es el logos persona alguna.
El concilio niceno decretó la consustancialidad (de homoousíon, voz
corriente entre los platónicos) del Padre con el Hijo y se admitió luego
como artículo fundamental de fe cristiana. Pero la controversia no
405

termina, pues comienzan a aparecer sutilezas. Al fin, cesa la pugna


sustituyendo homoiousíos en vez de homoousíos y se abre otra, que será
llevada al concilio de Rímini.
Ratificó el emperador Constantino el Credo niceno. Declaró, además,
que cuantos contraviniesen al juicio divino del sínodo tenían que
disponerse para un inmediato destierro. A la escasa oposición le dio un
ataque de mudez. De dieciséis, al final sólo dos protestaron. Tributó
Eusebio de Cesarea su anuencia repugnante y ambigua al homoousíon. La
conducta vacilante del nicomediano Eusebio sólo le sirvió para dilatar por
tres meses su desgracia y su destierro. El impío Arrio fue confinado a una
de las provincias lejanas del Ilírico. La ley tiznó a su persona y a sus
discípulos con el odioso apodo de 'porfirianos'. Sus escritos fueron
condenados al fuego, mandándoles entregar, so pena capital contra
cuantos los encubriesen.
A los tres años escasos del concilio de Nicea, se conmovió el corazón
del Emperador por la secta proscrita. Se levantaron los destierros. Eusebio
recobró su solio episcopal. Arrio fue tratado con el respeto debido a un
inocente atropellado. Aprobó el concilio de Jerusalén su fe. Pero el mismo
día en que iba a ser admitido solemnemente en el redil en la catedral de
Constantinopla, muere el triunfante Arrio. Comenta el irreverente E.
Gibbon en el voltairiano estilo ácido que le es propio: "Los que admiten la
narración literal de la muerte de Arrio (al que se le rompieron súbitamente
los intestinos en una secreta) deben optar entre el veneno y un milagro"9.
Hay dos personajes históricos que están muy unidos en el triunfo del
misterio de la Trinidad, esto es, en el triunfo del politeísmo: Atanasio y
Constantino,
"Nunca se apartará el nombre del inmortal Atanasio de la doctrina
católica de la Trinidad", escribió Gibbon. A pocos meses de regreso de
Nicea, el diácono Atanasio se vio sentado en el solio arzobispal de Egipto.
Desempeñó aquel esclarecido cargo más de 46 años, empleados todos en
lid incesante contra el poderío del arrianismo. Hasta cinco veces arrojado
de su solio, pasó veinte años como desterrado o fugitivo. Casi todas las
provincias del Imperio romano presenciaron su mérito y sus
padecimientos por la causa del homoousíon, que conceptuó como la única
fruición y negocio, como la obligación y el timbre de su vida. Siempre fue
reverenciado en la escuela católica como uno de los maestros más
esclarecidos de la teología cristiana, aunque se le supone poseedor de
ciencias profanas un tanto ajenas al carácter episcopal, a saber, la
jurisprudencia y la adivinación. Algunas conjeturas acertadas de sucesos
venideros, que todo juez imparcial atribuiría a la experiencia y a tino de
Atanasio, se conceptuaban por los amigos inspiraciones celestes; los
enemigos los achacaban a magia infernal. Por ejemplo, se cuenta una
406

profecía, o un chiste, que prueba, evidentemente si los cuervos hablan


latín, que Atanasio entendía la lengua de los cuervos.
Desde un principio, Constantino el Grande, nacido en Serbia c. 274, se
arrogó el poder de cuestionar las decisiones conciliares que no convenían
a su gobierno (306-337) y se dotó de la facultad de convocar él mismo, a
su antojo, los concilios generales de los obispos. La jerarquía católica no
levantó, sin embargo, protesta alguna. La razón hay que buscarla en la
generosidad de sus donaciones y en el trato a cuerpo de rey que hacía
dispensar a los obispos convocados a sus concilios, no sólo al niceno. De
esta manera el Emperador compró voluntades, apoyos, decretos
conciliares a la medida y hasta toda una Iglesia, la católica, cuyos
serviciales jerarcas comenzaron a acumular rápidamente poder y riquezas
sin límite, el famoso patrimonium Petri.
El que fuera tenido por la Iglesia católica como "caudillo amado de
Dios", "obispo de todos, nombrado por Dios" o "ejemplo de vida en el
temor de Dios, que ilumina a toda la humanidad", fue en realidad un
emperador que frecuentaba prácticas paganas, cruel y sanguinario,
responsable de masacres de poblaciones enteras, de juegos circenses en
los que hacía destrozar a cientos de enemigos por fieras u osos
hambrientos, que degolló a su propio hijo Crispo, estranguló a su esposa y
asesinó a su suegro y a su cuñado. En fin, Constantino fue un... ¡auténtico
Princeps christianus! (como Francisco Franco, caudillo de España por la
gracia de Dios).
Su madre pasó por princesa británica, pero en realidad había sido una
pagana que había trabajado como tabernera (stabularia) en los Balcanes.
Después vivió en concubinato con Constancio Cloro, padre de
Constantino, un pagano que comenzó su carrera como guardaespaldas
imperial. Más tarde cohabitó en situación de bigamia cuando Constancio
se casó con la emperatriz Teodora. La aristocracia conocía a Constantino
como "el hijo de la concubina" y el mismísimo san Ambrosio escribió que
Jesucristo había elevado a Elena del fango al trono. La Iglesia católica
hizo más, la alzó hasta el Cielo al convertirla en santa Elena. Sobre todo
para pagarle el favor de haber encontrado en Palestina la Vera Cruz en la
que se crucificó a Jesús, cuyas astillas fueron repartidas entre las iglesias
de la cristiandad. Su festividad se celebra de 18 de agosto de cada año.
De la mano de tan meritorio personaje comenzó realmente su andadura
la Iglesia católica, transformada en una institución de poder temporal, que
se arrogó la representación exclusiva y ortodoxa del mensaje de Jesús. Por
un decreto, Constantino vedaba absolutamente el culto pagano. Tras un
preámbulo acalorado y denigrante, prohíbe absolutamente las juntas de los
herejes y confisca sus fincas para el uso del fisco o de la Iglesia católica.
Parece que las sectas sobre las que se sentaron los rigores imperiales
fueron la de Paulo de Samosata y sus allegados; la de los montanistas de
407

Frigia, que tenían en planta una serie de profecías entusiastas; la de los


horacianos, que desaforadamente desechaban la eficacia temporal del
arrepentimiento; la de los marcionitas y valentinianos, bajo cuyas
banderas predominantes se habían ido sucesivamente alistando los varios
gnósticos de Asia y de Egipto; y, quizá, también la de los maniqueos,
recién llegados de Persia, con otra teología más enmarañada para
entretejerla con la cristiana. Llevó adelante Constantino el intento con
tesón, de tal modo que casi logró exterminar hasta el nombre de aquellos
odiosos herejes. De lo que no cabe duda es de que, al menos, alcanzó a
atajar los progresos de la herejía, antes de que lo sorprendiera la muerte en
337.
Siguieron los hijos de este emperador las huellas del padre, pero con
más ahínco y menos tino. Fueron creciendo los pretextos de saqueo y
opresión. Se soltó la rienda a todo procedimiento ilegal de los cristianos.
Toda duda se zanjaba en detrimento del paganismo. La demolición de los
templos fue celebrada como uno de los acontecimientos más venturosos
del reinado de Constante y Constancio. Claro que las desavenencias del
cristianismo fueron dilatando la ruina de la religión pagana, que quedó
reducida al campo y a las aldeas. No deja de ser curioso que Jesús predicó
en el campo, pero el cristianismo es una religión urbana. Por eso la lucha
de la Iglesia contra el paganismo, esto es, contra la religión de las aldeas.
Es interesante ver las extrañas revoluciones de los términos 'pagano' y
'paganismo'. 1. Páge, en dialécto dórico, tan familiar a los italianos,
significa una fuente; los campestres moradores que acudían a ella
recibieron la apelación común de pagus y pagans. 2. Por una fácil
extensión de la palabra, pagano y rural llegaron casi a ser sinónimos ; los
campesinos adquirieron este nombre, que se ha corrompido en las lenguas
romances de Europa en el de paisanos. 3. El sorprendente aumento de la
clase militar introdujo la necesidad de un término correlativo. Todos los
que no estaban alistados al servicio del príncipe recibieron el despreciable
epíteto de 'paganos'. 4. Los cristianos eran los soldados de Cristo. Sus
adversarios, que rehusaban su sacramento, esto es, el juramento militar
del bautismo, podían merecer el nombre metafórico de 'paganos'. Esta
tacha popular fue introducida en las leyes imperiales en el reinado de
Valentiniano (365 d. C.) y en los escritos teológicos. 5. El cristianismo
ocupó las ciudades del Imperio. La religión antigua, en tiempos de
Prudencio y Osorio, se retiró y fue decayendo en oscuras aldeas. La
palabra pagans, con su nueva significación, volvió a su origen primitivo.
6. Desde que expiró el culto de Júpiter y de su familia, el título sin
aplicación de 'paganos' ha sido dado a todos los idólatras y politeístas del
antiguo y el nuevo mundo. 7. Los cristianos latinos lo aplicaron, sin
escrúpulos, a sus mortales enemigos los mahometanos. Pero también los
408

puros unitarios fueron mancillados con la injusta tacha de idolatría y


paganismo. Y es que los unitarios, antiguos y modernos, coinciden por lo
general en el rechazo de la visión cristiana ortodoxa. Niegan el dogma de
la Trinidad, la expiación delegada, la divinidad de Jesucristo, el pecado
original y el castigo eterno, considerándolos irracionales y no bíblicos.
Celebran la eucaristía, no como sacramento, sino como recuerdo de la
muerte de Jesús y como expresión de la comunión espiritual con él. Se
adhieren al rito del bautismo de los niños, aunque algunas iglesias
unitarias bautistas restringen el bautismo a los adultos, según la práctica
común y extendida entre los bautistas.
Escribió F. Nietzsche, y tal vez no le falte razón:

...la historia del cristianismo -después de la muerte de Jesús


en la cruz- es la historia de una gradual interpretación del
simbolismo primitivo, cada vez más falsa y más grosera. A
medida que el cristianismo se extendía entre masas más
compactas y más groseras, que iban comprendiendo cada vez
menos las condiciones primeras de su nacimiento, se hacía
más y más necesario vulgarizar el cristianismo, barbarizarlo.
Así absorbió los dogmas y ritos de todos los cultos
subterráneos del imperio romano, y la insensatez de toda
clase de enfermedades mentales.10

5. Trinidad, cuaternidad y quintunidad

Fue el sentir a Dios como a padre lo que trajo consigo la fe en la


Trinidad. Porque un Dios padre no puede ser un Dios soltero, esto es,
solitario, un padre es siempre padre de familia. Y el sentir a Dios como
padre ha sido una perenne sugestión a concebirlo andromórficamente, esto
es, no ya antropomórficamente, como a hombre, sino, como a varón. A
Dios Padre, en efecto, la tradición popular cristiana lo piensa varón. Y es
porque el hombre no se nos presenta sino como varón o como mujer. A lo
que puede añadirse el niño, que es neutro. Y de aquí, para completar con
la imaginación la necesidad sentimental de un Dios, hombre perfecto, esto
es familia, el culto al Dios Padre, a la Virgen María y al Niño Jesús.
En efecto, la mariolatría, esto es el culto a la Virgen, que ha ido poco a
poco elevando en dignidad a María hasta deificarla, no responde sino a la
necesidad sentimental de que Dios sea hombre perfecto, de que entre la
feminidad en Dios. Desde la expresión 'Madre de Dios', la piedad católica
ha ido exaltando a la Virgen María hasta declararla 'Corredentora' y
proclamar dogmática su concepción sin mancha de pecado original. Esto
la pone entre la humanidad y la divinidad, y más cerca de ésta que de
409

aquélla. Alguien ha manifestado su sospecha de que, con el tiempo, acaso


se llegue a hacer de ella algo así como una persona divina más. Y tal vez
por esto la Trinidad se convierta en Cuaternidad. Si pneûma, 'espíritu' en
griego, en vez de ser neutro fuese femenino, ¿quién sabe si no se hubiese
hecho ya de la Virgen María una encarnación o humanización del Espíritu
Santo? El texto del Evangelio según Lucas (1, 25), donde se narra la
Anunciación por el ángel Gabriel que le dice: "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti", habría bastado para una encendida piedad que sabe siempre
plegar a sus deseos la especulación teológica. De este modo se habría
hecho un trabajo dogmático paralelo al de la divinización de Jesús, el
Hijo, y su identificación con el Verbo. De todos modos, el culto a la
Virgen, a lo eterno femenino, a la maternidad divina, acude a completar la
personalización de Dios dándole familia.
M. Unamuno sostenía que "Dios era y es en nuestras mentes
masculino. Su modo de juzgar y condenar a los hombres, modo de varón,
no de persona humana por encima de sexo; modo de Padre. Y para
compensarlo hacía falta la Madre, la madre que perdona siempre, la madre
que abre siempre los brazos al hijo cuando huye éste de la mano levantada
o del ceño fruncido del irritado padre; la madre en cuyo regazo se busca
como consuelo una oscura remembranza de aquella tibia paz de la
inconsciencia que dentro de él fue el alba que precedió a nuestro
nacimiento y un dejo de aquella dulce leche que embalsamó nuestros
sueños de inocencia; la madre que no conoce más justicia que el perdón ni
más ley que el amor. Nuestra pobre e imperfecta concepción de un Dios
con barbas largas y voz de trueno, de un Dios que impone preceptos y
pronuncia sentencias, de un Dios amo de casa, pater familas a la romana,
necesitaba compensarse y completarse; y como en el fondo no podemos
concebir al Dios personal y vivo, no ya por encima de rasgos humanos,
mas ni aun por encima de rasgos varoniles, y menos un Dios neutro o
hermafrodita, acudimos a Dios a darle un femenino, y junto al Dios Padre
hemos puesto a la Diosa Madre, a la que perdona siempre, porque como
mira con amor ciego, ve siempre el fondo de la culpa y en ese fondo la
justicia única del perdón11".
De la conjunción del politeísmo pagano con el monoteísmo judío, que
había tratado por otros medios de salvar la personalidad de Dios, resultó el
sentimiento del Dios católico, que es sociedad. Sociedad era el dios
pagano. Sociedad acabó siendo el dios de Israel. Tal es la Trinidad, la
Cuaternidad y la... ¡Quintunidad! . Veamos.
Las Letanías de María llaman desde el siglo V a la Virgen "Hermana
del Espíritu Santo". Y los Papas, en calidad de representantes de Cristo,
son a la Virgen lo que Cristo es a ella, es decir, son de alguna manera sus
hijos y, en consecuencia, los sobrinos del Espíritu Santo. Un parentesco
410

tan próximo con las personas divinas, aun sobre todo si se trata de un
parentesco propiamente espiritual, es impensable sin la posesión de
atributos divinos. Luego los Papas son de naturaleza divina.
San Alfonso María Ligorio (1696-1787) llama expresamente a María
"Hija de Dios Padre" 12. De donde se sigue que los Papas son nietos de
Dios, cualidad suficiente para conferirles la divinidad. El mismo santo
autor, cuya festividad se celebra el 2 de agosto -canonizado en 1839,
nombrado Doctor de la Iglesia en 1871 y declarado patrón de los
confesores y moralistas en 1950, - llama a María "Novia y esposa de la
tercera persona". Este doble parentesco de María recuerda las relaciones
de parentesco entre Zeus y Juno. Pero dice más. El grado de parentesco
hace que los Papas sean hijastros, en sentido místico, del Espíritu Santo.
En opinión de algunos autores, esto basta para reivindicarles los atributos
divinos. Por ejemplo, relata la Historia de la Iglesia que en la elección del
Papa Fabián (236-250) se posó una paloma sobre su cabeza. Se dijo que
"era el Espíritu Santo".
El Papa elegido en nuestra época es la 306ª encarnación del Espíritu
Santo. Karol Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice
(Polonia). Tras la muerte de Juan Pablo I, fue elegido el 16 de octubre de
1978 para sucederle en el solio pontificio. Tomó el nombre de Juan Pablo
II. Claro que el Espíritu Santo también se equivoca, pues a veces
reencarna en antipapas, de los cuales la Iglesia tiene una larga lista. Por
ejemplo, San Hipólito (217-235) fue antipapa bajo Calixto I, Urbano I y
Ponciano. Exiliado a Cerdeña por Ponciano, se reconcilió con este papa.
Hay que decir, no obstante, que Hipólito no es santo por haber sido
antipapa, sino porque murió mártir. Sin embargo, no hay trescientos seis
Papas, pues el Papa es uno. Hay, en realidad, 306 encarnaciones. Por
tanto, no hay trescientas seis autoridades papales, sino una Autoridad
Papal en el cielo y en la tierra y 306 hombres que fueron Papas. Y este
Papa es una de las personas de la divinidad. Y es que el Papa es Dios.
En sus definiciones, en sus proclamas, en sus órdenes y en sus
excomuniones, los Papas comienzan con estas palabras: "Placuit Nobis et
Spiritui Sancto". Esta fórmula reconoce voluntariamente la colaboración
del Espíritu Santo, pero la disposición de los términos muestra bien que la
participación del Papa no es la menor y afirma perentoriamente su
carácter divino. La expresión literalmente dice: "Nos plugo a Nos y al
Espíritu Santo..."
Entonces, el Papa que vive sobre la tierra constituye la quinta persona
de la divinidad, pero estas cinco personas, aunque separadas por una
distancia bastante grande, no hacen más que una. La ausencia -más o
menos prolongada- de las personas divinas en el Cielo es, y siempre ha
sido necesaria, tanto en la nueva como en la antigua Alianza. Dios Padre
mismo abandonó el Cielo en varias oportunidades: se entrevistó con
411

Moisés en el zarzal ardiente sobre el monte Sinaí; mantuvo relaciones


continuas con Noé y con Abraham. Cristo permaneció treinta años en la
tierra. María, indudablemente algo más. En cuanto al Espíritu Santo, no
hace sino pasar, para decirlo de algún modo, por el cónclave cardenalicio.
El Papa permanece toda su vida sobre la tierra. Así todo se armoniza y se
funde en una feliz unidad: la Quintunidad.
Escribió un maestro espiritual católico: "Haber ahogado un
movimiento (de la naturaleza) es haber ganado más que la posesión de
cien mil mundos para la eternidad /.../ Hay pocas almas perfectas porque
son pocas las que siguen la guía del Espíritu Santo /.../ La causa de no
llegar más que muy tarde o de no llegar nunca a la perfección es porque se
sigue casi en todo solamente a la naturaleza y al sentido humano. Y no se
guía más que muy poco o nada por el Espíritu Santo13". Para muchos
cristianos no existe la devoción al Espíritu Santo. No sabemos siquiera
que hay Espíritu Santo, como decían algunos de los primeros discípulos
(Act 19,2). Si conocen su existencia teórica, no conciben en qué puede y
debe consistir concretamente su culto efectivo. Para ellos, se trata de una
devoción adventicia, secundaria, de segundo plano o de una devoción
pasajera en el tiempo litúrgico de Pentecostés. En parte tienen excusa,
escribió otro maestro, estos buenos cristianos. ¿Por qué? En primer lugar,
el Espíritu Santo no es fácilmente representable. En tiempo de Benedicto
XIV, la Iglesia prohibió figurarlo. Sólo es posible por la paloma o por
lengua de fuego. En segundo lugar, se lo menciona de último en la señal
de la cruz. En tercer lugar, el Espíritu Santo es una realidad puramente
invisible; sus dones, una realidad puramente interior. Por todas estas
razones los catecismos no hablan de él, por decirlo así. Apenas si tratan de
él los predicadores. Un superior de un colegio católico, que había invitado
a un predicador profesional a predicar a sus jóvenes en Pentecostés, creyó
útil advertirle: "¡Y sobre todo no les hable usted del Espíritu Santo!" Se
comprende que quería decir: "No entre usted en la cuestión abstrusa del
problema de la Trinidad..."
El papa León XIII (1810-1903) tuvo que escribir una encíclica sobre
la misión del Espíritu Santo. Su Santidad Pío XI, el 5 de diciembre de
1922, publicó un breve del cual tomamos estas líneas: "Nos nada
estimamos tanto como ver a los fieles aplicarse cada día con nuevo
cuidado a conocer, amar e invocar al Espíritu Santo". Pero parece que los
fieles católicos siguen sin mostrar mucho interés en el asunto. Por esta
razón Pío XII escribió su encíclica Inspiración del Espíritu Santo (1943).
Claro que los fieles tienen sus buenas razones para negarse a las
inspiraciones. "Con frecuencia, el Espíritu Santo sugiere el deseo de una
cosa cuya realización, sin embargo, no quiere; pide a David que le
edifique un templo, a Abrahán que inmole a su hijo. Persigue la sumisión
412

interior del alma; pero no reclama la ejecución interna", escribió un autor


católico14. Si los doctores católicos lo dicen, debe de ser verdad.
Digamos ahora algo de la Virgen María. Los coliridianos fueron unos
herejes del siglo IV que consideraban a la Virgen como una diosa. Su
nombre proviene de la clase de pasteles (en griego collyra) que le ofrecían
en sacrificio. Los helvidianos, discípulos de Helvidio, otro hereje del siglo
IV, negaban la virginidad perpetua de María y sostenían que la virginidad
no era un estado superior al del matrimonio. Fueron condenados por san
Jerónimo. Esta misma posición es la que adopta la Teología de la
liberación. Pero en honor a la verdad, estos teólogos no huyen del nudo
gordiano que es la Virgen María, madre de Cristo, esto es, madre de Dios.
De un certero tajo, lo cortan, como en su tiempo hiciera con la espada
Alejandro, llamado Magno.
Es de fe, por lo menos para los católicos, que María fue Virgen
físicamente, antes, durante y después del parto. Este es el dogma de la
Virginidad de María. Pero estos teólogos de nuevo cuño sostienen que la
virginidad de María es espiritual, no física. Las razones que dan para
apoyar la virginidad espiritual y no la física, tanto de María como de
José, son los siguientes: 1) Como medio normal para la perpetuación de la
especie humana, al crear el mundo instituyó Dios la unión del hombre y
de la mujer en el matrimonio y esta unión no sólo es buena, porque todo
lo que Dios ha hecho, incluido el acto del amor, es bueno, sino que es
necesaria para procrear normalmente. 2) Resulta, pues, un tanto absurdo
el que cuando el modelo de hombre, Cristo, se va a encarnar, a mostrar
cómo tienen que ser los hombres, Dios tenga que salirse de su misma
creación e instrumentar otro medio, como el de ser concebido por una
virgen, sin la intervención material y espiritual de varón alguno. 3) Hay
que concluir, pues, que los evangelios no quieren, al hablar de este asunto,
enseñar nada sobre María y José, sino sobre Cristo. 4) Además es
imposible que María y José, dada la intimidad de las relaciones
matrimoniales, se hayan puesto a contar a todo el mundo, y menos a unos
evangelistas a quienes no pudieron conocer, lo que había sucedido en su
matrimonio. Un secreto de esa índole no anda por los cuatro vientos.
Conclusión: Cristo nace de José y de María, siendo los dos vírgenes, no en
el sentido trivial, material, de físico, sino en el verdadero de fidelidad a
Dios. Y con esto Cristo es un hombre como los demás hombres, y el
matrimonio de José y la María, el prototipo de todos los matrimonios15.

6. El poder del Papa

El Gobierno ruso lamentó que el Vaticano haya decidido crear cuatro


diócesis en Rusia sin lograr un acuerdo con la Iglesia Ortodoxa. "Es
lamentable que una decisión tan importante haya sido adoptada sin tomar
413

en cuenta la opinión de la parte rusa", señalaba un comunicado de la


cancillería rusa, para quien esta decisión podría provocar "serias
complicaciones" en las relaciones entre la Santa Sede y la Iglesia
Ortodoxa rusa. El Papa Juan Pablo II decidió elevar al rango de diócesis
las cuatro administraciones apostólicas existentes en Rusia. Esta noticia
recorrió el mundo el 13 de febrero de 2002. Pero no manifiesta una
situación extraordinaria.
La Iglesia, en los primeros siglos de su expansión, era una república
representativa, pero ahora no lo es. En esto se puede ver la solución a un
notable conflicto entre dos principios: el principio de la libertad de
opinión de cada congregación y de sus representantes y el principio según
el cual es un deber someterse a la mayoría de los votos. Así, al surgir las
divisiones (las cuales, según es notorio, no faltaron en ninguna época) las
dos partes apelaron a un concilio libre y general. Lo hicieron porque
admitían de antemano el principio que obligaba al sometimiento a la
opinión mayoritaria y porque cada parte tenía la esperanza de salir
ganando por razones convincentes, por su elocuencia (y más todavía por
intrigas y por apoyo del poder). La facción victoriosa exigió entonces la
aplicación de este principio y el sometimiento de la minoría; ésta, en tales
casos, se acogía generalmente bajo la protección del otro principio y
denunciaba la violencia que se hacía a la libertad de sus convicciones.
Con gran frecuencia, para conseguir determinados fines, se formaban
coaliciones especiales, cuyos miembros se unían, constituyendo una sola
persona jurídica. En tales casos, las resoluciones del concilio no se pueden
considerar más que como decisiones de una mayoría libre, sino como
victorias de una facción, que se permitía engaños y violencias de toda
clase para ganar su causa y que maltrataba espantosamente, como a
rebeldes, al partido perdedor. A uno de estos concilios sus opositores lo
llamaron "una banda de ladrones". Esta dura expresión puede ser aplicada
a muchos otros eclesiásticos, pero hoy no tendría sentido.
Desde entonces los laicos perdieron el derecho de ser representados en
sus opiniones de fe. Desde entonces los obispos y los dignatarios de la
Iglesia cristiana se convirtieron en meros funcionarios. Es indiferente para
el pueblo que su constitución eclesiástica sea una monarquía o una
aristocracia: sus derechos en ambos casos son iguales, es decir, iguales a
cero.
Con respecto a la fe, en la Iglesia católica no hay ningún contrato
social. Por cierto, una persona puede asociarse tanto para respetar la fe de
los otros como para respetar los derechos de propiedad, pero el honrar el
derecho que tiene otra persona de estar libre en cuanto a su fe es
propiamente una obligación civil. No es posible que una persona se
obligue -y menos que obligue a sus descendientes- a querer creer algo. En
414

último término, el contrato se fundaría en la voluntad (lo único, sin


embargo, que no se puede querer es creer algo), y la fe de la Iglesia tiene
que ser, en el sentido más estricto, una fe común de esta Iglesia, es decir,
de todos sus miembros individuales. De su establecimiento y
mantenimiento se encarga el Papa.
Uno de los temas más gloriosos que conoce la Historia, más glorioso
que la genealogía de los príncipes y los reyes, de las ideas y las leyes, y
que, por eso mismo, demuestra necesariamente su carácter sobrenatural,
es la historia y la naturaleza de los Papas.
Es en virtud de unas pocas palabras simples, pero grávidas de sentido:
Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam, tibi dabo
claves regni coelorum, proferidas por el hijo de María, que los Papas son
reconocidos en Roma, casi contra su voluntad, como sucesores de san
Pedro, príncipe de los apóstoles. Por esta causa se han encontrado
rápidamente en el centro de todos los acontecimientos políticos y
religiosos de Occidente desde hace muchos siglos. Todo el mundo acude
al trono de san Pedro para encontrar allí luz y determinación. Se
equivocaba J. Stalin cuando quería saber la cantidad de divisiones con las
que contaba el Romano Pontífice. Debieron haberle contestado: cuenta
con el Espíritu Santo.
Los obispos, cuyo título pareciera superior, que tienen el mismo poder
que el obispo de Roma, son los primeros en considerarse sus
subordinados. Del Japón y del Canadá, de España y de la verde Irlanda o
del negro Camerún, concurren todos a someterse al obispo de Roma. En
los concilios, sus delegados tienen tanto peso como lo tendría su propia
persona, incluso más, porque el Espíritu Santo parece acompañar también
a los enviados del Papa. Bajo el efecto de una fuerza secreta, todos y cada
uno se inclina ante este poder inexplicable y besa el anillo en señal de
acatamiento. Claro que la envidia por una influencia tan sobrenatural no
puede dejar de manifestarse. Pero ante el menor rechazo del Papa,
inclusive su muda reprobación y con mayor razón la desaprobación
expresa, acallan los celos, la rebelión, la herejía y los devuelven a la tierra.
Y si no que lo diga el arzobispo Milingo y la novela que protagonizó en el
verano de 2001. Los conductores de estos movimientos dirigidos contra el
papado, como los arrianos y los pelagianos, se encuentran perdidos no
sólo en la tierra, sino también en el Cielo: reprobados, destrozados,
abandonados a la condena eterna. Y es que el Papa opera, también, sobre
el más allá. Veamos.
Una vez que el Papa hubo baqueteado la tierra entera y decidido crear
o suprimir territorios, sólo le faltó para adquirir nuevas comarcas
arriesgarse fuera de nuestro mundo, en el vasto universo. Los hombres ya
estaban bajo su dominio, desde el Emperador al menor sirviente, desde el
Sultán hasta los chinos; le faltaba sólo esforzarse para someter a otros
415

seres en otros lugares. Por ello es que el Papa creó un nuevo reino fuera
de la Tierra. ¿Un nuevo reino? El nuevo reino creado por el Papa fue el
Purgatorio, habitado por animae, por maniquíes salidos por la boca de los
moribundos, que habitualmente el vulgo llama 'almas en pena'. Las otras
almas, que no están en sus cuerpos, se hallan en el Cielo o en el Infierno.
Como ha podido comprobar el lector, la doctrina del Infierno le fue tan
desconocida al Dios del Antiguo Testamento como al propio Jesús. No así
la del Cielo. El Corán destaca la existencia de esos reinos de manera muy
marcada:

Aquéllos que se nieguen a creer en vuestros signos, los


acercaremos al fuego ardiente. Tan pronto su piel sea consumida
por el fuego, los revestiremos con otra para hacerles probar el
suplicio. Dios es poderoso y prudente (Sura IV, 59).
Los que crean y obren el bien serán introducidos en los jardines
regados por corrientes de agua; permanecerán allí eternamente;
hallarán allí mujeres exentas de toda mancha y deliciosas sombras
(Sura IV, 60).

En el sura LXXVI, 12 ss, especifica el Profeta cómo será el premio en


el paraíso: vino y mujeres "de redondos senos" (sura LXXVIII, 32 y 33
ss). Es decir, el Cielo es... sólo para hombres.
Pero hoy la idea de Infierno posee un sentido familiar. Para los autores
del catolicismo aggiornato, el infierno es una advertencia de lo
trascendental que es el hoy y la seriedad que la oferta de Dios nos hace a
través de Cristo. El infierno no es una amenaza teórica, externa al ser
humano, sino una posibilidad que ahora, en este mismo instante, está
dentro de cada uno de los hombres.
También sostienen estos autores que el infierno, además, no es un
castigo impuesto por Dios desde afuera del hombre, al estilo de lo que se
dice del pecado original, sino un fracaso interno, personal, de ese hombre
que no quiso ser hombre conscientemente durante su vida y que, por eso
mismo, ni se amó a sí mismo lo suficiente como para hacerse hombre y
adquirir la felicidad en la tierra, ni amó al prójimo que le rodeaba para
dejarlo ser, también, hombre feliz. No es, pues, un castigo externo, sino
un dolor interno, cuando se toma conciencia del fracaso en el amor hacia
uno mismo y hacia los demás.
El infierno, por tanto, no es un lugar que existe únicamente después de
la muerte; es, más bien, un estado de vida que empieza en esta vida y
continúa, si se muere, siendo infierno en la otra para toda la eternidad.
Pero después de tantos rodeos explicativos, venimos a caer en los...
¡Estados Pontificios!
416

Muchas veces se ha dicho que Isaías fue el fundador del cristianismo,


más que ningún otro de los héroes religiosos del antiguo Israel. Tuvo la
suerte de hallar un continuador digno de él (el profeta anónimo de 536 a.
C.), que en cierto modo lo puso en la carrera del tiempo y le hizo decir lo
que habría dicho 50 años después de su muerte. Las aspiraciones de
aquellas dos almas, tan fuertemente unidas, serán realzadas por los
sibilistas de Alejandría, por Jesús, por los evangelistas, por el autor del
Apocalipsis de Patmos, por Joaquín de Fiore y los sectarios del evangelio
eterno. Fueron el humo del incienso que embriagó a la humanidad durante
siglos. Estos poderosos narcóticos consuelan al hombre con paraísos
imaginarios de las tristezas de la realidad.
Pero, además de narcóticos y de terror, de Cielo e Infierno, la Iglesia se
enfrenta a problemas teórico reales como los de quienes pecaron y
murieron y los de quienes no pecaron y se mueren también, pero sin
haberse bautizado.
Después que muchos Papas, según parece, hubieran reflexionado
durante muchos siglos sobre estas cuestiones, la construcción del
Purgatorio fue puesta en marcha, luego impulsada activamente.
Finalmente, el 4 de diciembre de 1563, en la 25ª sesión del Concilio de
Trento, el papa Pío IV anunció al mundo perplejo que había sido
terminada. De inmediato, el Purgatorio fue puesto en servicio. La
humanidad estremecida tuvo, para su gran sorpresa y terror, la revelación
de que este reino penitenciario, creado fuera de la Tierra, no era pura
imaginación, tal como algunos espíritus frívolos dejaban entender y hasta
osaban sentar como principio. Efectivamente, su existencia podía ser
demostrada: varios hombres habían regresado de ese reino incluso antes
del 4 de diciembre de 1563. Los que regresaron dieron cuenta de lo que
habían visto, a pesar de que en su tiempo tal territorio no estuviera muy
habitable. Entre ellos, hay que hablar de San Salvio, obispo de Albi; del
abate Walafried, de Reichenau, y del monje Vettin desde el año 840.
Después siguieron viniendo otros: el gentilhombre Owain, en 1153, un tal
Tundalus, en el siglo XII, y en la misma época un monje irlandés, el
hermano Marcus, del convento de los monjes de San Pablo, en Ratisbona,
y, por fin, el sacerdote bávaro Alberus... Es exacto que un cierto número
de los nombrados han aportado un relato bastante fiel con respecto al
Purgatorio. Otros se han contentado con poner por escrito los relatos de
sus hermanos. Pero acerca de mucho de estos últimos hay que pensar
siempre que han podido engañarse, a menos que no hayan sido cegados
por el Maligno.
Fácilmente podrá comprenderse qué temblor, qué temor se apoderó del
mundo cuando tomó conciencia de la potestad ilimitada que el Papa
ejercía sobre todos los hombres, no sólo durante su vida, sino después de
su muerte. Además, el Santo Padre se esforzó caritativamente por
417

establecer un vínculo entre los vivos y las almas del Purgatorio. Las
oraciones, particularmente fervorosas, hechas en forma concentrada y en
número suficiente, podían activar la ebullición de la grasa en las lejanas
calderas, y la consiguiente sublimación de las malas acciones de sus
ocupantes, acelerando así la entrada de estos últimos al Cielo.
En lo que concierne al Cielo, su existencia es anterior a la de los
Papas. En lo esencial es una creación de Dios Padre, pero numerosas
disposiciones, p. e., el orden de las precedencias, la organización de los
coros angélicos, presumiblemente también la música y, con seguridad, la
vigilancia en la puerta de entrada, se deben a las ordenanzas papales.
Claro que un creyente ingenuo puede preguntarse: Si Dios es eterno, pero
vive en el Cielo; si el Cielo fue creado por Dios, ¿dónde vivía antes Éste?
El Papa supera a todos los creyentes y por mucho. ¡Antiguamente era
un simple diácono de Roma! ¡Hoy, jefe de todos los obispos, arzobispos,
cardenales, patriarcas, jefes de gobierno y de Estado, sean presidentes,
reyes o emperadores! Y el Espíritu Santo, del que es dilecta criatura, lo
ayuda en todas las cosas, lo impulsa a crear sin interrupción. Él mismo no
sabría cómo abstenerse, aunque lo quisiera, porque es necesario que su
potencia no deje de crear. No ha cesado de crear febrilmente desde el
siglo XVI. Nadie puede saber cuáles son sus intenciones para lo porvenir,
pero una cosa es segura: él siempre será igual a sí mismo, esto es, creador.
Una de las operaciones más brillantes que ejecutó con respecto a lo
pasado fue la de enviar a los paganos y judíos que vivieron antes de la Era
Cristiana a un reino que él no había creado por sí mismo: el Limbo. El
Limbo era el único lugar del universo en el que verdaderamente no tenía
nada qué decir, pues pertenecía a la jurisdicción natural del diablo. Sin
embargo, el poder papal permitió colocarlo al borde (limbus, 'borde',
'canto') del Infierno. Allá envió a esa masa humana, presa de la órbita de
su poder. ¡Y, cosa comprensible, allí fue recibida! Aproximadamente
treinta años más tarde, el Santo Padre recuperó un cierto número de estas
personas para trasladarlas al Cielo. Entre los rescatados estaban, según
afirmaciones dignas de fe, Aristóteles, Platón y Sócrates, la reina de Saba,
David, Eva y Adán...
Sobre el Limbo, los niños católicos de hace unos años aprendían que
"es el lugar donde van las almas de los que antes del uso de la razón
mueren sin el bautismo. A él van los que mueren con pecado original y
sin ningún otro pecado personal. En él no se sufre pena de sentido, porque
ésta corresponde a las faltas personales, pero tampoco gozan de la visión
de Dios. Se encuentran, sin embargo, en un estado feliz, en un estado que
podemos llamar felicidad natural imperfecta, o sea, la que gozarían los
hombres, si Dios no los hubiera elevado al orden sobrenatural, y en él
conocerán a Dios y gozarán, no como en el Cielo"16. En el Catecismo del
418

Papa Wojtyla, el Limbo queda en el limbo, pero permanece el "Seno de


Abrahán", adonde bajó Jesús a buscar a los justos para llevarlos al Cielo.
En efecto, según el Credo, versión "Símbolo de los Apóstoles", Jesús
descendió a los infiernos17. "En cuanto a los niños muertos sin bautismo -
señala el Catecismo-, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia
divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran
misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la
ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se
acerquen a mí, no se lo impidáis", nos permiten confiar en que haya un
camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo" (& 1261).
Estas palabras nos permiten ver que la silla de Pedro se está
desarticulando. ¡Dejar a los inocentes sin un lugar en que refugiarse?
Se entiende por papado la misión del Papa, cabeza suprema de la
Iglesia católica. La palabra 'papa' se deriva del latín medieval papa (papa
o padre), término que en su primitiva acepción se aplicaba para referirse a
los obispos en general. Los católicos creen que el Papa es el sucesor de
san Pedro. El Papa tiene muchos títulos oficiales: obispo de Roma, vicario
de Cristo, sucesor del Príncipe de los Apóstoles, supremo pontífice de la
Iglesia universal, patriarca de Occidente, primado de Italia, arzobispo y
metropolitano de la diócesis de Roma, soberano del estado de la Ciudad
del Vaticano y... ¡siervo de los siervos de Dios! El título de obispo de
Roma representa la base para los demás: un individuo es Papa porque es
obispo de Roma (y de ahí que sea sucesor de Pedro). No viceversa.
Como representantes del más alto poder en la Iglesia, los papas hacen
públicas declaraciones doctrinales de autoridad, convocan concilios,
resuelven cuestiones legales, establecen diócesis, eligen obispos y
desempeñan otras funciones. Nunca en la historia se han ejercitado estos
poderes de forma tan extensa como hoy.
El Papa es asistido por una elaborada burocracia conocida como curia.
Después de muchas reorganizaciones, la curia de hoy todavía tiene la
misma estructura tripartita que se le dio en el siglo XVI: (1)
congregaciones (comités administrativos), cada una encargada de un área
específica de gobierno; (2) tribunales, para dirimir los asuntos legales; (3)
oficios, consultorías y secretariados, de los cuales el más importante ahora
es el secretariado de Estado, que funciona como órgano principal de
gobierno al cual se suman el resto de las instituciones.
El Papa es elegido por el colegio cardenalicio en las semanas
posteriores a la muerte de su predecesor. Los cardenales se reúnen en un
cónclave bajo juramento de mantener el voto secreto. Este sistema,
modificado muchas veces, se ha mantenido desde el siglo XI, cuando el
enmarañado sistema que le precedía fue sustituido con carácter definitivo.
Aunque en teoría cualquier hombre bautizado puede ser elegido Papa,
desde el siglo XVI la elección siempre ha recaído sobre alguno de los
419

cardenales presentes en el cónclave. El Espíritu Santo prefiere tener juntos


a los candidatos.
Todo el mundo sabe que las formas de gobierno pueden ser monarquía
(poder de uno), aristocracia (el poder de los mejores; de hecho, el
gobierno de una clase escogida) y democracia (poder del pueblo en
república). La Iglesia católica es lo más alejado de una república. Y es
que, según sus teóricos, Jesucristo escogió para su Iglesia una forma de
monarquía especial. En efecto, el poder monárquico de Pedro que
directamente el Espíritu Santo traspasa a cada Papa está mezclado con la
aristocracia de los obispos, sucesores de los apóstoles, entre los que
destacan los cardenales, "príncipes de la Iglesia".
El gobierno de la Iglesia es jerárquico. Jerárquica (de hierós, 'sagrado',
y arché, 'poder') es aquella sociedad cuyos socios no disfrutan de iguales
derechos y deberes, sino que unos están subordinados a los otros,
habiendo también orden entre los que ejercen la autoridad.
"En este aspecto la Iglesia se compone de clérigos y fieles o legos.
Clérigos (de kleros, 'herencia') son los que han sido aplicados a los
divinos misterios, a lo menos por la recepción de la tonsura clerical (Can.
108).
"Fieles, legos o laicos (de laos, 'pueblo') son los que constituyen el
pueblo de la Iglesia; los fieles que creen y odedecen a la Jerarquía.
"Los clérigos se agrupan formando una doble Jerarquía: de orden y de
jurisdicción.

obispo
Por derecho divino sacerdote
diácono
De orden
subdiácono
acólito
Por derecho eclesiástico exorcista
lector
ostiario
Jerarquía
Por derecho divino R. Pontífice
obispo

cardenal
420

Auxiliares nuncio
De del Papa patriarca
jurisdicción.
primado
Por derecho arzobispo
eclesiástico
vicario
general
Auxiliares vicario
del obispo capitular
canónigo
párraco
abad

A la vista del cuadro18, todo fiel cristiano debiera preguntarse: ¿Y qué


tiene que ver todo este tinglado con lo que enseñaba el Maestro de
Nazaret? Todavía hoy está vigente la protesta de Martín Lutero de 1520.
La Iglesia católica sigue cautiva, cautiva de su jerarquía que ordena, del
culto que distrae y del sistema sacramental que administra.
Demoledoramente escribió el protestante Lutero al principio de La
cautividad babilónica de la Iglesia: “Comenzaré por negar la existencia
de siete sacramentos y, por el momento, propondré sólo tres: el bautismo,
la penitencia y el pan. Todos ellos se han reducido por obra y gracia de la
curia romana a una mísera cantidad, y la iglesia ha sido totalmente
despojada de su libertad. Aquilatando mis palabras al uso de la Escritura,
en realidad tendría que admitir que no admito más que un sacramento y
tres signos sacramentales”19. El único sacramento que aceptará el
protestante será la palabra de Dios (palabra de la promesa) realizada en
Cristo.
A los mandamientos que exigían mero servicio al Señor, servidumbre
inmediata, obediencia sin alegría, sin placer y sin amor, es decir, a los
mandamientos del culto, Jesús opuso precisamente lo contrario: el
impulso y hasta la necesidad humana. Para él los actos religiosos son lo
más espiritual, lo más bello de todas las cosas, pues son el intento de
unificar hasta las separaciones que se hacen necesarias por el desarrollo
humano. En otros términos, para el Maestro de Nazaret los actos
religiosos auténticos expresan y refuerzan esta unificación en un hacer.
Por esto mismo, si a los actos religiosos les falta este espíritu de belleza,
son las prácticas más vacías que hay; representan entonces la servidumbre
más carente de sentido, que exige la conciencia de que deben ser
421

suprimidas, o son un hacer en que el hombre expresa su no-ser, su ser


pasivo.
Siguió escribiendo el príncipe de los protestantes respecto al culto:

Lo primero que se impone para retornar de veras y con acierto al


verdadero y libre conocimiento de este sacramento (del pan) es
volver nuestros ojos y nuestra alma a la sola, pura y prístina
institución de Cristo, despojándola de todas las adherencias que le
han ido añadiendo las aficiones y fervores humanos, como son las
vestiduras, ornamentos, cánticos, preces, órganos, velas y todas
esas pompas visibles restantes. Sólo debemos estar atentos a la
palabra de Cristo, en virtud de la cual instituyó, perfeccionó y
nos confió el sacramento, puesto que en esta palabra, y en nada
más, radica la fuerza, la naturaleza y la sustancia entera de la misa.
Todo lo demás no pasa de ser excrecencia humana, accesorios que
se han ido poniendo a la palabra de Dios y sin los cuales muy bien
puede existir y perdurar la misa /.../ lo que llamamos misa es la
promesa que Dios nos hace de la remisión de los pecados; pero una
promesa de tal magnitud que ha sido sellada con la muerte del Hijo
20

Se preguntaba el rebelde agustino alemán: “¿Hay algún Padre antiguo


que sostenga que los sacerdotes fueron ordenados en virtud de las palabras
citadas ["Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todos los
hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo"21]?¿De dónde proviene entonces esa interpretación novedosa? Muy
sencillo: con este artificio se ha intentado plantar un seminario de
implacable discordia, con el fin de que entre sacerdotes y laicos mediara
una distinción más abisal que la existente entre el cielo y la tierra, a costa
de injuriar de forma increíble la gracia bautismal y para confusión de la
comunión evangélica. De ahí arranca la detestable tiranía con que los
clérigos oprimen a los laicos. Apoyados en la unción corporal, en sus
manos consagradas, en la tonsura y en su especial vestir, no sólo se
consideran superiores a los laicos cristianos -que están ungidos por el
Espíritu Santo-, sino que tratan poco menos que como perros a quienes
juntamente con ellos integran la iglesia. De aquí sacan su audacia para
mandar, exigir, amenazar, oprimir en todo lo que se les ocurra. En suma:
que el sacramento del orden fue -y es- la máquina más hermosa para
justificar todas las monstruosidades que se hicieron hasta ahora y se
siguen perpetrando en la iglesia. Ahí está el origen de que haya perecido
la fraternidad cristiana, de que los pastores se hayan convertido en lobos,
los siervos en tiranos y los eclesiásticos en los más mundanos”22. Añadir
algo sería dañar el texto.
422

7. El porvenir de una ilusión

"Israel llevaba en sí el porvenir religioso del mundo", escribió E.


Renán. Estamos de acuerdo con él si hacemos ciertas precisiones. En
efecto, desde la invención del nombre de Yahvé, atribuida a Moisés, se
estableció un monoteísmo muy sólido. La idea de que los sucesos del
mundo tienen una sola causa: la voluntad de un ser único, que en todo
interviene, salió robustecida con ese invento. Esta idea de una providencia
permanente tuvo una eficacia moral que no podían tener las voluntades
caprichosas de los dioses paganos. Además la superstición podía
extenderse menos con este monarca absoluto que con innumerables
diosecillos. Pero más adelante, por necesidad, la superstición se introdujo
de nuevo en la religión con el Hijo, el Espíritu Santo, la Virgen y la
infinidad de santos, que son, también, diosecillos. En realidad, nunca ha
habido un monoteísmo.
El monoteísmo traía, bajo su forma abstracta y única, la categoría
universal que oculta la complejidad y las diferencias que allí estaban
contenidas. Primero hubo diosas, posteriormente llegaron los dioses. Gaia,
la madre tierra no engendraba sin unión sexual, sin padre, como sus
dobles y sus contrarios, como lo diferente en sí mismo. El contenido
abigarrado de figuras amadas y temidas, de todos los anhelos y fantasmas,
queda simplificado cuando aparece el dios único, jerarca masculino y
abstracto. El monoteísmo masculino pretende ser el emblema del triunfo
de un combate milenario entre las fantasías de hombres y mujeres que las
diosas y dioses expresaban. Bajo la ley del Padre único masculino, el Dios
perseguidor y racional se impone. Pero oculta el monoteísmo a los dioses
destronados, bajo la apariencia de haber conquistado el pensamiento
abstracto y verdadero. Como si su figura contuviera un padre único, padre
y madre de mujeres y de hombres. Pero en el patriarcado monoteísta
desaparece la función-Madre de los dioses vencidos. El monoteísmo
religioso es un engaño absurdo del racionalismo extremo, que desconoce
las diferentes sustancias humanas. Las fantasías enconadas que produce el
Dios-Padre de los hombres, y también su imagen, no corresponden a las
fantasías encarnadas que tiene el Dios-Padre para las mujeres y la Diosa-
madre para los hombres23.
El cristianismo católico es, como se dijo, politeísta por necesidad. Y el
dios más poderoso en su panteón es la acumulación de la riqueza, según la
acertada descripción de Max Weber. Por algo el Opus Dei es la mano
derecha del Vaticano. Carlos Marx afirmó que el cristianismo con su culto
del hombre abstracto es la forma de religión más adecuada al "trabajo
indiferenciado" que requiere un sistema productor de mercancías. El
trabajo indiferenciado procede del cuerpo desvalorizado, despedazado y
cuantificado. Es el cristianismo quien prepara ese desprecio hacia el uso
423

de los cuerpos que el capital expropia. Se requirió primero que el cuerpo


de la madre progenitora, con cuya imagen cada hombre anima aún el
suyo, fuese excluido en la Virgen como cuerpo de vida. Esta negación
tuvo que penetrar, para ser eficaz, hasta lo inconsciente. Por eso el cuerpo
de la madre virgen es la primera máquina social abstracta productora de
cuerpos convocados por la muerte. Como si el capital religioso cristiano,
espiritual y patriarcal, engendrara por sí mismo, adelantando el uso que el
capitalismo habría de darle, al hijo crucificado como mercancía sagrada
para negar su materia viva que va al mercado: construirlo en tanto
físicamente metafísico, asesinado y resucitado, moneda de cambio para
que cada hombre sometido pueda ponerse a salvo del terror social que
anuncia su aniquilamiento necesario. Aunque del Hijo crucificado por el
capital económico sólo conocemos su historia final profana: la historia de
su engrandecimiento industrial en el usufructo y el martirio productivo de
los hombres que fabrican cosas.
En su economía libidinal teológica, el santo obispo de Hipona nos
propuso,24 desde muy antiguo, la inversión originaria más rentable para
acumular capital sagrado. "Mediante el ahorro en carne podréis invertir en
Espíritu", dejó escrito. En otras palabras, el espíritu cristiano y el capital
tienen premisas metafísicas complementarias.
¿Qué metamorfosis se produce desde el origen del deseo y las ganas en
la corporeidad, que tiene al cuerpo de la madre, primer objeto de amor,
para que ese ímpetu haya podido culminar en anhelo de acumulación
cuantitativa del "cuerpo" numérico del capital, pero también para que
necesite cobijarse en el cuerpo místico de la burocracia de la Madre
Iglesia?25
El cristianismo católico expresa la profundización en las relaciones de
la esclavitud antigua. Logró alcanzar una técnica subjetiva de dominio
preparada por el conocimiento de los mecanismos psíquicos. Con el
cristianismo, la muerte misma en tanto sentimiento subjetivo se convirtió
en una técnica objetiva de dominio. Apoyándose en el modelo paulista-
agustiniano, penetró en la historia hasta un límite antes desconocido. Ese
cuerpo nuevo así fraccionado, invadido por un terror diferente, es aquel
del cual el capital se apropia. En momentos en que se alza la sociedad
global y el capitalismo triunfa, ¿no será la matriz helada del modelo
arcaico cristiano, la materia espiritual idónea de reemplazo que la Iglesia
le deja disponible al hombre? Al concederle en usufructo y sustituto de su
cuerpo, perdido y aterrorizado, el cuerpo materno como cuerpo místico,
¿no se busca con ello realizar el encuentro entre la Ciudad del Capital y la
Ciudad de Dios? Por eso la Iglesia católica, apostólica y romana es la
institución religiosa que se presenta con un futuro más sonriente en la
sociedad global. Parece ser cierta la aseveración de que el Espíritu Santo
424

la guía. Aunque algunos hayan creído que, cuando triunfara la


racionalidad científica, la vigencia social de los mitos y de las religiones
se desvanecería.

NOTAS AL CAPÍTULO 8

1 Cf. Vladimir Acosta, Viajeros y maravillas, Monte Avila Editores


Latinoamericana, 1992 (3 tomos).
2 Cf. La ciudad antigua.
3 Mc 6,68-27-30; Lc 9,18-22, y, en cierta medida, Jn 6, 68-70.
41Pe 2,4-8; Ef 2,20; 1Cor 3,11 y 10,4.
5 Jacob Burckhardt, Historia de la cultura griega, t. II, Iberia, Barcelona, 1974.
6 La moral católica, Juan A. Ruano Ramos, Anaya, Salamanca, 1960.
7 J. D. García Bacca, Platón. Obras completas, tomo I.
8 Citado por E. Gibbon, Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano,

pág. 142.
9 Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano, p. 164, nota 83.
10 El Anticristo, XXXVII.
11 Vida de don Quijote y Sancho, II, 67.
12 Alfonso di Liguori, Glorie di María, Venecia, 1784.
13 Padre Luis Lallement, citado en La fidelidad a la gracia.
14 La fidelidad a la gracia.
15 Cf. R. Jáuregui, Ensayo sobre el cristianismo.
16
Dr. Juan A. Ruano Ramos, El dogma católico, pág. 127-133, Ediciones Anaya,
Salamanca, 1959
17 Catecismo, pág. 50.
18 El cuadro y el texto que le precede están tomados de El dogma católico,

pág. 98 y 99.
19 Martín Lutero, La cautividad babilónica de la Iglesia, pág. 29, Orbis,

Barcelona, 1985.
20 La cautividad babilónica de la Iglesia, pág. 41 y 42.
21 Mt 28,19;Mc 16,15;Lc 24-47.
22 La cautividad babilónica de la Iglesia, pág. 98.
23 Esta tesis es desarrollada ampliamente por León Rozitchner en La cosa y

la cruz.

25 Esta pregunta está contestada en la obra apuntada de León Rozitchner.


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WINTER, Paul: El proceso a Jesús, Muchnik, Barcelona, 1983.
.
ÍNDICE GENERAL

PRÓLOGO ................................................................................. 3

INTRODUCCIÓN ...................................................................... 5

Capítulo 1
EL HIJO DEL HOMBRE ........................................................... 41

Capítulo 2
EL PROFETA DE NAZARET .................................................. 85

Capítulo 3
EL MAGO .................................................................................. 147

Capítulo 4
EL VARÓN DE DOLORES ...................................................... 185

Capítulo 5
EL MESÍAS ............................................................................... 229

Capítulo 6
EL LOCO ................................................................................... 279

Capítulo 7
EL HIJO DE DIOS ..................................................................... 335

Capítulo 8
POLITEÍSMO ............................................................................ 381

BIBLIOGRAFÍA ........................................................................ 425


430

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