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EL JARDÍN EN EL EGIPTO FARAÓNICO

Los jardines egipcios son los más antiguos que conocemos.


Hay referencias de cultivos, estructurados en jardines, del año 2750 a.C. en una inscripción
de la tumba del funcionario Metjen, en Saqqara. Dice:
“Un dominio edificado con muros, equipado y plantado con bellos árboles. Tiene un
estanque y está sembrado de higueras y de un viñedo”.
Esta inscripción refleja el diseño básico que tendrá el jardín egipcio durante siglos: un
espacio protegido por un muro perimetral en el que se construye un estanque y se plantan árboles
frutales y viñedos.
Las primeras evidencias de jardines ornamentales se encuentran en las pinturas de tumbas
egipcias del año 1500 a.C.
Las fuentes iconográficas y epigráficas indican que los egipcios construyeron numerosos
jardines asociados a palacios, templos, villas de recreo y grandes viviendas. Las grandes villas
ajardinadas -residencia de faraones, nobles y administradores- se situaban en las principales
ciudades del país -Menfis, Tebas, Amarna- generalmente junto al Nilo, pero algunas se
encontraban en zonas más alejadas del río, en los límites con el desierto.
Las maquetas de viviendas en madera y barro conservadas en las tumbas de los faraones y
las excavaciones arqueológicas han mostrado que las casas de nobles y administradores tenían
patios descubiertos, con columnas en los cuatro lados, que podrían considerarse precursores del
atrio romano. En el jardín de las viviendas solía haber un gran pozo para el abastecimiento de
agua.
El jardín faraónico -elemento importante en la sociedad egipcia- era un auténtico vergel,
con estanques destinados al riego, con árboles frutales y ornamentales, con flores y viñedos.
Los jardines tenían planta rectangular o cuadrada, y estaban rodeados por un gran
muro de adobe de hasta tres metros de altura. Además de los accesos comunes desde la
vivienda, en muchos jardines de Tebas y Amarna, el recinto ajardinado presentaba una puerta
monumental, de unos catorce metros de altura, que comunicaba directamente con el exterior.
El cerramiento era un elemento esencial en la concepción del jardín egipcio pues, además
de protegerlo físicamente del exterior, constituía una barrera simbólica: el mundo ordenado y
acogedor del jardín frente a un desierto hostil e infinito.
El jardín tenía un estanque central rectangular (a veces en forma de T) o, si era de
grandes proporciones, varios estanques rectangulares para garantizar el riego de todos los
cultivos. En el agua crecían lotos azules, lotos blancos y papiros, con peces y aves acuáticas.
En algunos casos los estanques eran de grandes dimensiones y estaban unidos al Nilo.
El estanque estaba bordeado de un arriate o franja de limo negro donde se sembraban
amapolas, acianos, mandrágoras.
Alrededor del estanque se cultivaban árboles que se disponían en hileras perfectamente
alineadas. Desde el estanque hasta el muro del recinto, los árboles formaban calles paralelas
que se cortaban perpendicularmente. Se utilizaban tanto árboles utilitarios, que suministraban
frutos, como especies ornamentales, que proporcionaban sombra.
En los jardines se construyeron pérgolas en las que crecían parras para formar galerías
que producían uva para elaborar vino y sombra que, en un medio tan árido, resultaba
imprescindible.

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El jardín egipcio es, pues, resultado de un diseño claro, de una forma propia de entender el
espacio ajardinado: las plantas se distribuyen de forma geométrica y la vegetación tiene más
protagonismo que los elementos arquitectónicos.
El jardín refleja el modelo del universo egipcio: un mundo ordenado y seguro, aislado
del mundo exterior por altos muros, que ofrecía a sus propietarios un refugio fresco contra el
clima desértico y productos hortofrutícolas para alimentarse. Crean un paraíso cerrado,
geométrico, protegido y muy diferenciado del medio árido hostil que los envolvía. Frente al
caos de la naturaleza desértica, organizan y aíslan el jardín mediante el trazado de la línea recta.
Este universo paradisiaco y protector queda reflejado en las paredes de sus tumbas que son
pintadas con jardines, que renacerán para que el difunto los recupere y disfrute eternamente. En
la mitología egipcia, los árboles sagrados -sicómoro, palmeras- que aparecen en estas pinturas,
son esenciales para proporcionar alimento y protección al difunto, y permitir su tránsito a la otra
vida. El jardín en la tumba egipcia se constituye en elemento necesario para salir del
inframundo y alcanzar la inmortalidad.
Entre estas pinturas destaca la realizada en la tumba de Sennefer (1450-1425 a.C,
administrador visir de Amenofis II, alcalde de la ciudad de Tebas. Se trata de una vivienda con
amplios jardines. El jardín presenta en el centro una parcela plantada con vides, cuatro estanques
con patos, flores de loto y plantas de papiro, y alineaciones de sicómoros, palmeras datileras y
palmeras dum. En la zona izquierda del plano se encuentra la vivienda.

Tumba de Sennefer

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Las pinturas murales de la tumba de Nebamún (hace 1400 años a.C.) en Tebas, muestran
las características de aquellos jardines: estanque con peces y aves, árboles frutales (higos de
sicómoro) y palmeras datileras.

Tumba de Nebamún (Museo Británico de Londres)

Maqueta de casa con jardín


hallada en la tumba de Meketre
(Museo de El Cairo)

Reconstrucción idealizada de
jardines egipcios.

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El jardín egipcio es un espacio de recreo y esparcimiento, pero también tiene carácter
funcional pues en él se cultivan árboles frutales y hortalizas para el consumo. El espacio está
estructurado geométricamente: árboles frutales y ornamentales, vides y hortalizas se plantan y
distribuyen en parcelas definidas y diferentes.
Aunque tienen carácter de huerto, se trata de jardines en sentido estricto pues están
perfectamente definidos por su trazado geométrico.
Existen algunos textos que hablan de la presencia de pabellones en los jardines egipcios, en
los que se podía comer, descansar o incluso constituirse en lugar de encuentro amoroso.
El mantenimiento del jardín se realizaba mediante una serie de cargos de progresiva
importancia, desde el jardinero jefe que tenía una gran autoridad hasta el horticultor, que era un
siervo o un esclavo.
Al principio del imperio el abastecimiento de agua se producía de una forma muy
rudimentaria: los horticultores debían traer el agua del río o de un canal próximo en dos tinajas
que colgaban de una pértiga. Posteriormente se desarrolló un sistema que canalizaba el agua
hacia la zona más alta y desde allí discurría por un sistema de zanjas hasta los cultivos.
Para realizar la plantación, en los hoyos excavados se depositaban los esquejes en
recipientes de barro poroso, que quedaban enterrados en la tierra. Se practicaba una cuidadosa
elección de las especies a sembrar según sus necesidades hídricas: las que precisaban mayor
humedad se situaban cerca del estanque, en hoyos más profundos; las más resistentes se
sembraban en zonas más alejadas, de forma que pudieran dar sombra a las más vulnerables.

Los árboles.
Rodeados por un desierto infinito, los egipcios sentían un gran respeto por los árboles. En
aquella aridez, el árbol creaba sombra, refrescaba el ambiente, proporcionaba frutos y embellecía
el territorio. En un medio tan inhóspito, la arboleda del jardín era un auténtico privilegio. En
aquella sociedad, el árbol se constituyó en elemento simbólico y las especies más importantes
fueron estrechamente relacionadas con diferentes dioses de la mitología egipcia. Algunos árboles
se convirtieron en símbolos religiosos y, como tal, no se podían talar. Otras especies sólo se
podían cortar con autorización previa de propio visir.
Algunas inscripciones funerarias describen de forma pormenorizada los tipos de árboles y
el número de ejemplares plantados en los jardines:
- En la tumba de Ineni, Visir durante los reinados de Tutmés II-Tutmés III, está representa su
villa y se enumeran 350 árboles plantados: 73 sicomoros, 31 perseas, 170 palmeras dum, 5
higueras, 12 viñedos, 5 granados, 16 algarrobos, 5 azufaifos, 8 sauces, 10 tamariscos, y otros
árboles no identificados.
- En la de Anna, escriba de Tutmosis I, se indican veinte especies de árboles diferentes,
ornamentales y frutales, plantados en su jardín, entre ellos, sauces, acacias, palmeras datileras,
sicomoros, viñas, higueras, azufaifos y granados.
Los antiguos egipcios naturalizaron muchas especies de plantas que cultivaban en las
orillas del Nilo, en los jardines de palacios, templos y villas.
En los jardines se cultivaban especies autóctonas e importadas de países vecinos.
La cultura egipcia manifestó un enorme interés por conocer y naturalizar plantas
procedentes de otras regiones. Así, durante el reinado de Hatshepsut (1501-1480 a.C.) se
organizaron diferentes expediciones comerciales, como la enviada a Punt (posiblemente
Somalia) para traer al árbol de la mirra. La expedición enviada por la reina Hatshepsut se
encuentra documentada en su templo en Deir- el-Bahari:

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“Cargando los barcos pesadamente con las maravillas del País del Punt: todas las
buenas maderas aromáticas de la Tierra del Dios, montones de resina de mirra,
jóvenes árboles de mirra, ébano, marfil puro, oro verde de Amu, madera de
cinamomo, madera-hesyt, incienso, pintura de ojos, monos, babuinos, perros,
pieles de pantera del sur, y (en fin) siervos y sus hijos. Jamás se trajo nada igual a
esto para ningún (otro) rey desde el principio del tiempo."
Y no fueron las únicas expediciones.
Tutmosis III (1480-1425 a.C.) introduce en Egipto el cidro, el granado y la mandrágora tras
sus campañas militares en Asia. Perales y melocotoneros llegaron mucho más tarde, en el
periodo greco-romano.
Entre los árboles cultivados en los jardines egipcios destacan el sicómoro, las palmeras, la
higuera común (Ficus carica), la persea, la acacia (Acacia nilotica), el tamarisco, el azufaifo,
el sauce (Salix subserrata), el granado, el olivo (Olea eropaea) y el algarrobo (Ceratonia
siliqua). Los antiguos egipcios no conocían ni el naranjo, ni el limonero.
- Sicómoro (Ficus sycomorus). Fue uno de los árboles más frecuentes en los jardines egipcios.
Se trata de una higuera, muy apreciada por sus frutos -pues produce numerosos higos de
pequeño tamaño aunque de menor calidad gastronómica que los de la higuera común- y por
su madera que -dada su resistencia- se utilizaba en la construcción de muebles y
sarcófagos. En los jardines también se plantaban para proporcionar sombra.
El sicómoro tenía un gran significado religioso, por lo que aparece frecuentemente en los
contextos funerarios. Se creía que este árbol proporcionaba alimento y sombra a los
muertos, y que dos sicómoros escoltaban la Puerta Este del Cielo: He abrazado al
sicómoro y el sicómoro me ha protegido (Libro de los Muertos, capítulo 64).
El Libro de los Muertos, o Libro para salir a la Luz del Día, es un texto funerario en el que
se describen las formas en que el difunto puede abandonar el inframundo, superar el juicio
del dios Osiris en el Más Allá para alcanzar la vida eterna. Expresa la religiosidad del
pueblo egipcio y su concepción de la muerte como un renacer a una nueva vida, de igual
manera que lo hace el sol todos los días tras la noche.
Los egipcios, por este significado místico, mostraban que gran admiración por el
sicómoro. Existen representaciones en las que el pueblo se congrega ante este árbol y le
ofrece comida y agua.
En Menfis se consideró al sicomoro como el representante vivo de Hathor, diosa del amor
que protege a los muertos y les ofrece alimentos en su tránsito al Más Allá.
- Palma datilera (Phoenix dactylifera). Es otro de los árboles emblemáticos en la cultura
egipcia.
Elemento esencial del paisaje natural de Egipto, tuvo extraordinaria importancia económica
por sus troncos, hojas y fibras que se utilizaban en la construcción de casas, asientos,
mesas, esteras, cestos y sandalias. Y dátiles, que eran recolectados trepando por los troncos
o mediante monos amaestrados que realizaban el trabajo; además de ser ingeridos sin más
transformación, eran fermentados para obtener vino.
No es de extrañar que la palmera datilera -que crece espontáneamente en las tierras más
áridas caracterizadas por la escasez de agua y las durísimas temperaturas diurnas- se
constituyera en símbolo del triunfo de la vida sobre la muerte. De hecho Heh, dios del
espacio infinito y la eternidad, aparece representado acompañado por hojas de palmera.
- Palma de dum (Hyphaene thebaica). Se consideraba árbol sagrado, asociado Thot, dios de la
escritura y la sabiduría.
La palmera de dum prolifera en el Alto Egipto y en los oasis de los desiertos. A diferencia

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de otras palmeras, presenta un tronco ramificado que se bifurca varias veces. Los frutos,
comestibles, se depositaban en la tumbas para que sirvieran de alimento a los muertos.

- Persea (Mimusops laurifolia, Mimusops schimperi). Es un árbol originario de Etiopía que fue
ampliamente cultivado en los jardines del antiguo Egipto.
Utilizaban sus frutos, pequeños, en la dieta, y con sus hojas y flores hacían ramos y collares
con los que adornaban a los difuntos y sus tumbas.
Según el Libro de los Muertos, la persea crecía en la morada de los dioses, y estaba
protegida por el “Gran Gato” de la ciudad de Heliópolis, que lo defendía de los ataques de
la serpiente Apofis.
- Cedro (Cedrus libanis). Procedía de la región en la que actualmente se asienta Líbano.
Su madera se empleó en la construcción de muebles, sarcófagos y barcos.
No está claro si se utilizó su resina en el proceso de momificación o fue resina de enebro
pues el vocablo egipcio original podría hacer referencia a ambas especies.
- Azufaifo (Ziziphus spinachristi). Es una especie espinosa de frutos comestibles.
Crecía espontáneamente en el valle del Nilo y en los oasis de la región. Fue ampliamente
utilizado en los jardines
- Tamarisco (Tamarix nilotica, Tamarix aphylla). En forma arbórea o arbustiva, se utilizó como
planta ornamental.
Se extraían sus aceites para utilizarlos en el proceso de momificación.
- Granado (Punica granatum). Esta especie aparece, en las composiciones líricas escritas
durante el Reino Nuevo, relacionado con el amor. Un papiro conservado en el Museo Egipcio de
Turín dice:
El granado deja oír su voz: mis semillas son como sus dientes y mis frutos son como
sus senos. / Soy el árbol más bello del jardín / porque en toda estación estoy
presente... / todos los árboles del jardín enmustian menos yo / que completo los
meses del año y subsisto. / Si una flor se me cae, otra sale en su lugar. / Soy el árbol
más importante del jardín... /.
- Mirra (Commiphora myrrha). Esta especie crece de forma natural al noreste de África
(Somalia), Arabia y Anatolia (Turquía), en forma arbórea o arbustiva.
La mirra se obtiene rasgando la corteza del árbol: exuda una resina gomosa, de color
amarillo que al secarse tiene formas irregulares y tonalidad pardo-rojiza. La mirra, muy
aromática, está formada por resina (25-45%), aceites esenciales (3-8%) y goma (40-60%).
Fue extraordinariamente valorada en la antigüedad, pues se utilizaba en la elaboración de
perfumes, incienso, ungüentos, medicinas y para diluir tinta en los papiros. Se usaba
también en el embalsamiento de los muertos.

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Las flores y otras plantas.
Los antiguos egipcios fueron grandes cultivadores de flores, utilizando numerosas especies
para embellecer sus jardines.
La descripción de la vida egipcia en papiros, pinturas murales e inscripciones en piedra nos
ha permitido conocer qué especies cultivaban y qué utilidad le daban.
Confeccionaban arreglos florales, ramos y guirnaldas, con flores y hojas unidas con tallos
de papiro. Se utilizaban para decorar las casas, como regalos, en los festejos y en los actos
funerarios. Las mujeres las prendían en su pelo y los invitados frecuentemente eran coronados
con guirnaldas.
Las empleaban como ofrenda a los dioses y como ajuar funerario. De algunas extraían
perfumes, de otras principios medicinales.
Entre las flores utilizadas se encontraban lotos, amapolas (Papaver rhoeas), acianos
(Centaurea depressa), lirios, narcisos, crisantemos, malvas y jazmines.
Entre ellas, la más importante era el loto o nenúfar (Nymphaea lotus, Nymphaea
caerulea), planta acuática que se encontraba a lo largo de todo el Nilo.
Se convirtió en símbolo del Alto Egipto y se constituyó en la reina de las flores de aquella
cultura.
Los egipcios utilizaron dos tipos de lotos, el blanco (Nymphaea lotus) y el azul (Nymphaea
caerulea).
El loto azul -que abre sus flores al amanecer y las cierra al atardecer- fue considerado
símbolo del sol, del renacer tras la oscuridad, de la creación.
Por su carácter simbólico se depositaban dentro de los
sarcófagos.
Con lotos se hacían ramos de flores para decorar las
viviendas y las mujeres egipcias los prendían en el pelo.
Su perfume era muy apreciado por los egipcios, hasta tal
punto que aparecen oliéndolo en las pinturas murales de
muchas tumbas.
Sus raíces, cocidas, formaban parte de la dieta egipcia. Loto azul, Nymphaea caerulea

Los nenúfares tienen efectos sedantes y alucinógenos por los alcaloides (apomorfina,
nuciferina, nornuciferina) que contienen en sus flores y rizomas, que además macerados en vino
forman una bebida narcótica. Teniendo en cuenta que las mujeres durante los funerales aspiraban
el aroma de los lotos, que además portaban en el pelo, y que los médicos recomendaban la
ingestión de macerados de rizomas de loto en vino, parece que los antiguos egipcios utilizaban,
en funerales y festejos, esta planta precisamente por sus poderes alucinatorios.
Al final del imperio, Alejandro Magno (356 a.C.- 323 a.C.) introdujo la rosa, que,
sustituyó progresivamente a la flor de loto como adorno funerario y en la ornamentación de los
festejos, donde los invitados eran coronados con esta flor.
La importancia de las flores en la cultura egipcia se pone de manifiesto en algunos escritos
griegos. El texto de Ateneo en su Banquete de los eruditos, aunque corresponde al final del
periodo faraónico cuando ya se han introducido nuevas especies, nos describe un pabellón de
Ptolomeo Filadelfo en Alejandría de la siguiente manera:
El contorno del pabellón había sido cubierto por la parte exterior con ramas de
mirto y de laurel y otros renuevos apropiados. El suelo estaba enteramente

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sembrado de flores de todas clases. En efecto, Egipto, ya sea debido a la buena
temperatura de la atmósfera que lo envuelve, ya gracias a sus jardineros, produce
copiosamente y sin interrupción las plantas que en otros lugares crecen con
dificultad y en épocas determinadas, y no es fácil por lo general que falten jamás ni
la rosa, ni el alhelí blanco, ni otras flores. Por ello, puesto que la recepción de
entonces tenía lugar en pleno invierno, la escena que se presentaba ante los
extranjeros era increíble. Pues las flores que en otra ciudad no habrían podido
encontrarse fácilmente para hacer una sola corona, se le habían suministrado
generosamente a la muchedumbre de los comensales para las coronas, y estaban
profusamente esparcidas por el suelo del recinto, produciendo verdaderamente la
impresión de una pradera maravillosa.
Una de las plantas más importantes en Egipto fue el Papiro
(Cyperus papyrus), que entonces proliferaba ampliamente en el
delta del Nilo, formando densas poblaciones que podían superar los
tres metros de altura.
Su papel en la historia ha sido trascendental: la pulpa de sus
tallos era transformada en el papel egipcio, que nos ha trasmitido
gran parte de aquella cultura.
Frente al loto -símbolo del Alto Egipto- el papiro se convirtió
en la planta emblemática del Bajo Egipto.
La importancia del papiro y del loto ha quedado reflejada en las pinturas murales y en la
arquitectura egipcia pues los capiteles de los templos frecuentemente tenían forma de papiro o de
loto.
Muy diferente era el papel que desempeñaba la mandrágora (Mandragora autumnalis):
sus frutos y raíces se utilizaban por sus propiedades somníferas, alucinógenas y afrodisiacas.
Los lotos y la mandrágora pudieron tener, por sus propiedades alucinógenas, un importante
papel durante los festejos y en los actos funerarios.
La mandrágora contiene en todas sus partes, y especialmente en frutos y raíces, alcaloides
(hiosciamina, escopolamina, norhiosciamina, mandragorina y atropina) que tienen un fuerte
poder alucinógeno, además de afrodisiaco. No es de extrañar que los egipcios ingirieran sus
frutos, como tales, y las raíces (maceradas en vino) para caer en un profundo misticismo durante
los funerales.

La huerta.
El jardín egipcio tenía carácter de huerta pues parte del mismo se dedicaba al cultivo de
hortalizas y de plantas aromáticas. Las pinturas murales muestran una huerta perfectamente
estructurada en parcelas cuadrangulares separadas por un sistema de zanjas perpendiculares.
En la huerta se cultivaban plantas autóctonas y especies procedentes de la India, Persia y
Mesopotamia que habían sido aclimatadas por los jardineros egipcios.
La huerta egipcia proporcionaba las siguientes hortalizas: lechugas (Lactuca sativa y
Lactuca virosa), habas (Vicia faba), lentejas (Lens culinaris o Lens esculenta), garbanzos
(Cicer arietium), guisantes (Pisum sativum), ajos (Allium sativum), puerros (Allium porrum),
cebollas (Allium cepa), pepinos (Cucumis melo var. Chates, Cucumis sativus) y rábanos
(Raphanus sativus).
Eran productos se utilizaban cotidianamente en la dieta egipcia. Uno de los alimentos más
consumidos era la lechuga pues creían que tenía propiedades afrodisiacas.

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Entre las plantas aromáticas cultivadas se encontraban: albahaca (Ocimun basilicum),
mejorana (Origanum majorana), romero (Rosmarinus officinalis), tomillo (Thymus sp), perejil
(Apium petrosolinum), cilantro (Coriandrum sativum), hinojo (Foeniculum vulgare), eneldo
(Anhetum graevolens) y trébol oloroso (Melitotus officinalis). Y especias: canela
(Cinnamonium zeylanicum), comino (Cumin cyminum), falso azafrán (Carthamus tinctorius),
pimienta (Piper nigrum), sésamo (Sesamum indicum), anís (Pimpinella anisum).
Además de ser utilizadas para condimentar la comida, muchas plantas se empleaban como
fármacos. Con algunas se fabricaban pomadas, de otras se obtenían perfumes. Algunas especies
eran utilizadas en el proceso de momificación.

Las vides.
La vid (Vitis vinífera) se cultivaba, desde los inicios del imperio faraónico, en pérgolas o
parrales.
Las parras se situaban en las zonas soleadas, habitualmente junto al muro perimetral del
jardín.
Toda la cosecha se destinaba a la elaboración de vino. Los racimos, transportados en
cestos, eran pisados para obtener un mosto que fermentaba en recipientes de arcilla, en bodegas
destinadas a tal fin. En las vasijas se inscribía el nombre del propietario del viñedo, la zona de
cultivo y el año de la vendimia.
El vino era una bebida exclusiva de faraones, nobles y administradores.
Junto a las flores, se ofrecía como regalo a los dioses.
Además, los antiguos egipcios elaboraban vino dulce con dátiles y granadas.
Una de las numerosas inscripciones murales dedicadas a la vendimia, la de la tumba de
Petosiris -gran sacerdote de la ciudad de Hermópolis- nos cuenta:
Los jardineros del viñedo dicen: “Ven señor, mira tus viñas y regocija tu corazón,
mientras los jardineros pisan la uva ante ti. Muchos son los racimos en sus
sarmientos y abundante el zumo de éstos, más que ningún otro año. Bebe,
embriágate, haz tu voluntad y que el vino resulte como tú lo deseas.
La extensísima etapa faraónica -que comenzó 3000 años a.C.- concluyó el año 332 a.C.
cuando Alejandro Magno conquista estas tierras. Comienza así el Periodo Helenístico que acaba
el año 30 a.C. con la muerte de Cleopatra. Egipto, entonces, se convierte en una provincia del
Imperio Romano.
Gran parte de los conocimientos en jardinería de los antiguos egipcios se transmitirán a
griegos y romanos.

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