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Spregelburd El Panico 1 PDF
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HIERONYMUS BOSCH:
5. EL PÁNICO
de Rafael Spregelburd
PERSONAJES:
Emilio Sebrjakovich
Betiana, bailarina
Terapeuta
1
El elenco de la primera versión –presentada como work in progress en El Teatrito, de la ENAD- contó además
con las actuaciones de Eugenia De Filippis, Verónica Del Vecchio y Cecilia Savoia.
2
En la versión 2004.
3
En algunas funciones fue reemplazada por Laura Lópey Moyano (Elyse) y Marina Lovece (Roxana).
4
Mucho antes de la moral, digamos hace miles de años, los dioses instauraron la muerte.
Lo hicieron con el único fin de diferenciarse de los hombres. Y sobrevivir al ateísmo.
La condición de la muerte sería su irreversibilidad.
Fue un razonamiento sencillo, elemental. El mundo fue dividido en dos. Los vivos
quedaron separados de sus muertos desde entonces.
Y el pacto se selló con una llave, que no debía usarse. Un dios egipcio, atormentado de
amor, ideó la estrategia para esconder esta llave.
Pero aunque los dioses son eternos, ninguna llave es infalible. Y menos aquí. Y ahora.
Ahora que todo el mundo es ateo, y que los dioses ya no se manifiestan, la fe es
reemplazada por su sucedáneo más cercano: el terror.
El horror al reencuentro entre vivos y muertos es enorme; no hay palabras para entender la
muerte, ni sus cosas. Es el mismo miedo de Orfeo: el miedo de poder recuperar,
súbitamente, todo lo que se amó y estaba perdido.
Los muertos tienen terror, terror de ese momento aciago de lucidez en el que entienden que
están muertos, y que eso es para siempre.
Y los vivos simplemente temen a todo.
A todo.
Sin prioridades ni certezas.
Rafael Spregelburd
Octubre de 2002
5
EL PÁNICO
1. Alquiler
2. Miami
3. Bailarinas
4. Banco Tornquist
5. Tenedor
6. Terapia familiar
7. Cárcel
8. Bailarina reemplazada
9. Fiesta
10. Termotanque
11. Chucky
ESCENA 1
ALQUILER
ROSA:
¿Hola? (...) Sí, estoy esperando. (...) Sí, Betiana, una tal Betiana García. (...) Ah, pero...
¿llamó ahí? ¿A la inmobiliaria? (...) ¿Y le diste bien la dirección? Es el quinto H. (...)
Debe estar por llegar, entonces. (...) Ah, ¿vos decís que entonces yo puedo cobrar la
comisión completa si lo alquilo hoy? (...) Bueno, lo voy a pensar. (...) Bueno, esperame que
lo pienso bien. Chau.
Una voz en off. Es la voz de Rosa, es lo que piensa Rosa.
VOZ DE ROSA (OFF):
Uy, qué bueno, la comisión. Lo voy a pensar.
ROSA:
A ver... con calma.
Rosa intenta concentrarse en esta cuestión de máximo interés. Pero no siempre las cosas
salen como uno se las propone.
VOZ DE ROSA (OFF):
Bajo protesta de decir verdad, manifiesto que he recibido el reglamento interior, en el cual
se me explican los riesgos y normas que regulan la actividad en la que voy a participar.
Tampoco me encuentro bajo el influjo de medicamentos o sustancias tóxicas de ninguna
especie, que agraven o compliquen mi participación en la actividad en la que voy a tomar
parte, en su caso declaro no estar embarazada.
Suena el timbre del departamento.
Debe ser ella, la tal Betiana. Qué nombre estúpido.
ROSA:
¿Betiana?
VOZ DE ROSA (OFF):
Porque es una mezcla de Beti (como Beatriz) y Ana.
ROSA:
¿Betiana García, sos vos?
VOZ DE ROSA (OFF):
¿Habré dejado la puerta sin llave?
ROSA:
A ver, fijate si está abierto.
VOZ DE ROSA (OFF):
Y si los padres le querían poner Beatriz, o Ana, o algo así, y no se decidieron, y le pusieron
Betiana, también le podrían haber puesto Betina, o cualquier cosa.
BETIANA:
Hola, vengo de la inmobiliaria, a ver el departamento.
ROSA:
Sí, pasá.
VOZ DE ROSA (OFF):
Betiana. Seguro que es sucia. Bah… como yo, que mucho no me importa la limpieza.
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Entran juntos Betiana y Emilio. A primera vista deberá parecer que se trata de una pareja.
Pero veremos que nada es tan sencillo. La entrada de éstos viene acompañada de un
sonido helado, quejumbroso, el silbido de viento, algo no muy legible.
ROSA:
Hola, soy Rosa. Hablamos por teléfono.
BETIANA:
Betiana García.
EMILIO:
Emilio Sebrjakovich.
Ninguna de ellas le habla directamente, pero él no se dará cuenta hasta mucho después.
ROSA:
Me dijeron en la inmobiliaria que llamaste para confirmar la dirección, a lo mejor es que...
BETIANA:
Es que no me habías dado el número de departamento.
ROSA:
No. Puede ser. No sé en qué estaría pensando cuando hablamos. A mí me das cuerda y
pienso en cualquier cosa. Bueno, ¿te muestro un poquito?
BETIANA:
Sí. Bah, todo lo que hay para ver está a la vista, ¿no?
ROSA:
¿Ah, querés verlo sola? No hay problema. Yo te dejo verlo que tengo que pensar unas
cositas. (Se sienta como al principio. Y piensa.)
ROSA:
No, no es chico. Es más grande que el estándar medio, porque fijate cómo tiene
aprovechadas las mochetas.
BETIANA:
¿Las qué?
EMILIO:
Claro, empotraron las mochetas y parece más grande.
ROSA:
Las... mochetas. O sea, no sé, me lo marcaron como una ventaja grande, y te lo digo por si
sos arquitecta, o diseñadora... O si te interesa la estética, la estética de la decoración, de la
ambientación. ¿A qué te dedicás?
BETIANA:
No, soy bailarina.
ROSA:
¿En serio?
BETIANA:
Sí.
ROSA:
Yo hice unos años de clásico, y de patín, pero no se pudo en su momento, y después ya los
huesos te sueldan de otra manera.
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BETIANA:
Sí. ¿Ésa es la única ventana?
ROSA:
Sí, ahí arriba.
Betiana sube a ver la ventana, seguida de Emilio. Todo el ascenso recuerda a las escenas
de terror en las que la futura víctima –pletórica de inocencia- sube al ático maldito.
EMILIO:
Uy, esta escalerita me da un miedo.
ROSA:
(Se queda abajo. Tiene unas palpitaciones, algo así como un principio de ataque de asma,
que trata de ocultar.) Es enorme, ¿no?¿Y estás bailando en algo, ahora?
BETIANA:
(Ya arriba.) Sí. ¿Qué orientación tiene?
ROSA:
Noroeste, la mejor.
EMILIO:
Nor-noroeste, Díaz Vélez acá es diagonal.
BETIANA:
Bueno, estoy ensayando, en realidad. Es algo para dentro de unos meses... ¿Qué es eso?
¡¿Qué es eso?!
ROSA:
¿Acá abajo? El club. Lo que ves es la pileta del club. Es olímpica.
Betiana reaparece en lo alto de la escalera.
Bueno, media olímpica. Si la nadás ida y vuelta es como si fuera olímpica. Te digo porque
la conozco bien, yo soy del barrio y fui a esa pileta.
EMILIO:
A mí me parece un lujo tener el gimnasio cerca...
BETIANA:
(Por un libro que está al pie de la escalera. Es “El libro de los muertos”, pero todavía no
tenemos por qué saberlo.) Se te cayó un libro.
ROSA:
(Sin mirar lo que Betiana insiste en señalarle.) No.
EMILIO:
Claro, un gimnasio con pileta... pero, ¿sabés que ahora pienso en la pileta y no me dan
ganas de nadar?
BETIANA:
¿Pero el club es del edificio?
EMILIO:
Rarísimo...
ROSA:
No.
EMILIO:
Porque nadar me encanta, pero ahora lo pienso y no me dan ganas. Qué fiaca. Tenés que
cambiarte en pleno invierno, y aunque esté climatizada te da frío.
ROSA:
Es climatizada.
BETIANA:
Ah… Pero, ¿pago la cuota con las expensas?
ROSA:
No.
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BETIANA:
Ah... Entonces, ¿por qué me lo decís?
ROSA:
Te lo digo porque está entre las ventajas de este departamento. Este departamento es
interesante porque tiene más ventajas que las estrictamente aparentes. Mirá los pisos.
EMILIO:
¿Son entarugados?
BETIANA:
¿Los pisos?
ROSA:
Claro, si sos bailarina podés correr los muebles y acá mismo, sin necesidad de barra, o de
otra cosa, o de otras bailarinas, podés practicar los pasos. No tiene astilla, no hace mugre,
admite tapete. Son entarugados.
EMILIO:
Ah.
BETIANA:
Sí, está bueno.
ROSA:
Probalo, si querés. Descalzate y probalo. Y cuando entra el solcito de la tarde, ni te cuento.
Te digo, ayer lo estuve mostrando, y en la pausa del almuerzo aproveché la luz y me di una
depilada. Estaba un poco sucio, pero seguro que a vos no te importa, tampoco, ¿no? Es un
departamento en el que te podés amodorrar. Yo me enamoré de este departamento.
EMILIO:
Pero, ¿vos nos querés alquilar este departamento? ¿Qué es lo que está pasando, acá? Yo no
quiero alquilar.
BETIANA:
Como yo vivo en San Isidro, me queda lejos, así que si ensayo hasta tarde me gustaría
tener un lugar así en Capital, grande... como para quedarme.
EMILIO:
Yo no quiero alquilar este departamento.
BETIANA:
Claro... Lo que pasa es que me sorprende la falta de terminación. Las paredes...
ROSA:
Es tipo loft. Esto lo vas a ver en las casas hermosas.
BETIANA:
Y acá, en la cocina, hay una mancha de humedad.
ROSA:
No, ¿sabés lo que pasó ahí? Es una prueba de la pintura, estaban por pintar y probaron
color. Se hace así, siempre.
Emilio no comprende lo que pasa. Se apoya en una pared, sobre el interruptor de la luz, y
la luz se apaga para sumirlos en la lela oscuridad tan típica de este género.
ROSA:
¿Qué tocaste?
BETIANA:
Nada, ¿qué pasó?
ROSA:
No sé, una falla a nivel general, a nivel Edesur.
EMILIO:
No, tranquilas, me parece que fui yo, me apoyé en el interruptor. (Prende la luz.) Ya está.
BETIANA:
Volvió. ¿Qué habrá sido?
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EMILIO:
Perdón, me apoyé sin querer. ¿No ven?
ROSA:
Te digo una cosa, no es porque te lo esté mostrando, pero esto te puedo pasar acá, en San
Isidro donde vos vivís, en Nueva York, son impredecibilidades. La instalación eléctrica es
a nuevo, y como los caños de luz los dejaron por afuera, cualquier desperfecto te los
arregla hasta un chico de seis años, dale un buen destornillador y fijate.
EMILIO:
No, no, ¿no ven? Fui yo que me apoyé. (Vuelve a apagar y a prender la luz.)
BETIANA:
Ahí, de nuevo, ¿ves?
ROSA:
¿Ves? Pará que te averiguo. (Finge una llamada telefónica.) ¿Hola, Edesur? Mire, llamo
para preguntar por un desperfecto, en la zona de... Ah, ¿están haciendo arreglos? Ah... ¿va
a llegar el Subte J? Ah, muchas gracias. (Corta.) No sabés el notición que tengo para darte,
Betina.
BETIANA:
Betiana.
ROSA:
Betiana, perdoná. Hay toda una generación de chicas de tu edad que los padres les pusieron
Betiana, no por indecisas sino por la Blum, Betiana Blum. Bueno, te decía que... Me
olvidé.
BETIANA:
¿Y las expensas cuánto valen?
ROSA:
¿Eh? Cinco pesos.
BETIANA y EMILIO:
¿Cuánto?
ROSA:
Noventa y cinco pesos. (Pausa.) Me quebré. Lo que pasa es que yo soy nueva en esto, o
sea: vendo, pero no por vocación... Y de las cosas que te dije no estoy muy segura de que
sean así. Yo espero que vos sepas pasar por alto mis falencias, mis errores... Si firmás la
seña yo cobro hoy, y como. Y me compro unos medicamentos que necesito. Si no, quién
sabe. Perdoná. Pero así las cosas.
Emilio está muy cerca de Betiana, y al oír la súbita confesión de Rosa ríe con un
resoplido. Betiana siente el aire en su cuello, y se da vuelta, muy asustada. Sólo ahí se nos
hace evidente, muy evidente, que no lo ven.
BETIANA:
¡Ay!
ROSA:
¿Qué pasa?
BETIANA:
Sentí algo... sentí un viento.
ROSA:
Claro, es que dejaste arriba abierto y hace correntada porque...
BETIANA:
No, hay algo extraño, en este departamento... Siento algo extraño... Desde que entré.
ROSA:
Mirá que está muy en precio...
BETIANA:
Hay algo... ¿Quiénes son los dueños?
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EMILIO:
(Dudando.) Eso. Porque yo conozco este departamento...
ROSA:
No sé, una señora Regina... que casi no lo usaba...
EMILIO
¿Regina? ¿Regina?
ROSA:
Fijate que hay vajilla intacta en la cocina, poca vajilla, alguien que venía poco...
EMILIO:
¿Regina?
ROSA:
¿Te sentís mal? Te traigo un café. Necesitás azúcar. O sal.
BETIANA:
No. Yo sé muy bien lo que necesito. Soy bailarina, tengo mi cuerpo muy bien entrenado,
percibo mucho, ¿sabés?, yo sé lo que sentí.
EMILIO:
Hablando un poco de eso, ¿vos quién sos?
ROSA:
Bueno, te traigo un café cargadito, te sentás y lo pensás.
EMILIO:
¡Ey! ¿No me oís?
BETIANA:
Mirá, Rosa, prefiero irme... Yo...
EMILIO:
¿No me oyen?
BETIANA:
Yo igual tengo tu teléfono y me lo pienso mejor.
EMILIO:
¿Ustedes me ven? (Hace señas.) ¿Me ven?
ROSA:
Sí, claro, Beti. Vos no te sentís bien ahora.
EMILIO:
¿Te traigo café? Acá en la cocina hay, dejá que yo lo traigo.
ROSA:
Si vos te vas yo lo voy a anotar en mi agenda como una desgracia.
EMILIO:
(Desde la cocina.) Uy, hay palmeritas. ¿Te llevo una con el café?
ROSA:
Porque vos me decís que lo vas a pensar mejor, ¿pero yo qué prueba tengo? ¿Yo qué sé si
ahora no salís corriendo y te comprás el Clarín y te buscás otra cosa?
BETIANA:
Me voy. Gracias. Me voy. (Se acerca a la puerta.)
ROSA:
Yo no digo que no lo hagas, a lo mejor el departamento no te viene bien, pero yo te fui
honesta, y ordenada, y te respeté, que ya es mucho más de lo que se puede decir de los de
la inmobiliaria, que por ejemplo seguro que ni te dijeron que la semana pasada acá
asesinaron a un tipo. (Señala por primera vez la silueta en el piso.) Mirá. Un tal Emilio.
Betiana grita y sale corriendo. Apagón.
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ESCENA 2
MIAMI
ESCENA 3
BAILARINAS
Un escenario de ensayo. Cuatro chicas con ropas normales: Betiana, Jessica, Dudi y
Anabel. Pronto habremos de notar que son bailarinas. Contemporáneas. Se escucha un
piano angustioso, y una canción en italiano, una voz belicosa, triste y despiadada.
La coreografía es un misterio. Prácticamente no se mueven.
Betiana parece aterrada, mueve la boca, como si fuera ella quien recita el texto italiano de
la canción.
En un momento nunca muy preciso, Betiana deja de hablar y se apoya, muy
amaneradamente, muy danzarinamente, sobre una pared.
Jessica toma entonces la posta, y ahora es ella quien balbucea el texto en italiano.
A una señal nunca exacta, las cuatro se tapan los oídos.
Dudi extiende una mano como si recibiera algo, cierra el puño y se lo lleva al pecho.
Anabel se aleja unos pasos, y mira hacia la nada.
Nada de esto es muy precisable, ni en tiempos, ni en ritmo, ni en valor.
Luego Betiana se va, con dos o tres pasos de danza, y se esconde tras una puertita
inverosímil. Dudi y Anabel no han hecho gran cosa salvo esperar su turno. Se besan en la
boca.
La música culmina.
Elyse Bernard aparece desde la platea. Es la coreógrafa. Está muy despeinada. Siempre.
Pero tiene talento. Dicen. Jamás levanta la voz. Si pudiera, de hecho, no diría nada. Las
cuatro la respetan y le temen de un modo del que no se puede hablar.
ELYSE:
Mal. No. (A Betiana.) Tarde tu momento del padre, te atrasaste.
BETIANA:
(Aterrada y respetuosa en partes iguales.) ¿Qué momento del padre?
ELYSE:
No llegaste a “tu” momento del padre.
BETIANA:
¿Qué momento?
ELYSE:
El momento del padre.
BETIANA:
No entiendo qué momento es el del padre
ELYSE:
Revisalo. (A Jessica.) Tu postura, revisala.
JESSICA:
Sí, es cierto.
BETIANA:
Si yo no hago el momento del padre, ¿de dónde parte ella? O sea, si yo soy el padre...
ELYSE:
Vos no sos el padre
BETIANA:
Eso lo entiendo.
ELYSE:
Al padre hay que evocarlo...
JESSICA:
Claro. Eso es un poquito responsabilidad de todas.
DUDI:
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Betiana está al borde del llanto: nunca antes le habían gritado tanto en su corta vida.
Trata de desplazar a Anabel, que ocupa su sitio sin querer, insistiendo en obtener
respuestas que nadie le dará jamás. Como no se han podido poner de acuerdo, la música
las toma por sorpresa. Hacen lo mismo, de antes, sólo que ahora acentúan más ciertos
signos bailarinísticos. Anabel no puede más, hasta ahora se ha venido conteniendo, así
que hace un intenso torso de Cunningham, bastante introspectivo pero muy evidente, en un
momento en que sólo se suponía que debía estar allí, apoyada contra la pared como una
gata perezosa.
La música termina. Largo silencio de Elyse. Luego:
ELYSE:
Bien, muy bien. Ahora, muy bien. (Pero no suena muy convencida. Sale.)
Apagón.
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ESCENA 4
BANCO TORNQUIST
La oficina de Cecilia Roviro, gerenta del banco Tornquist. Ya están allí Lourdes, Guido y
Jessica.
CECILIA ROVIRO:
Así que ustedes querían verme.
LOURDES:
Sí. Ya le explicamos a su secretaria...
CECILIA ROVIRO:
¿A Roxana? ¿Ya la conocieron?
LOURDES:
No sé, su secretaria, ahí afuera...
CECILIA ROVIRO:
¿Una chica como de esta altura, rubia, muy poco iluminada...? ¿Y ustedes para qué quieren
verme? Porque ustedes son muchísimos. A ver, esperen: ustedes son una familia.
GUIDO:
Somos... tres.
CECILIA ROVIRO:
Sí. Cecilia Roviro, encantada, mi tiempo de punta en blanco para recibirlos. (Los invita a
sentarse con un simple gesto de la mano. Pero hay una sola silla, lo cual es decisivo para
que Lourdes estalle en un llanto que venía reprimiendo desde la muerte de Emilio.)
LOURDES:
Es que hay una sola silla, qué desgracia, nunca sale nada bien... (O algo así: en realidad no
le entendemos bien qué dice, pero es evidente que así no se va a solucionar nada.)
JESSICA:
Sentate vos, mamá.
LOURDES:
Bueno, a ver... Nosotros tenemos un problema terrible, ya se lo explicamos a la señorita.
Hace unos días se nos murió mi marido y él tenía la llave de la caja de seguridad, y ustedes
deben tener una copia.
CECILIA ROVIRO:
(Anota todo en papelitos, con un encanto excesivo.) Entonces, su marido murió. ¿Cuándo?
JESSICA:
Perdimos la llave.
CECILIA ROVIRO:
¿Qué profesión tenía... su marido?
LOURDES:
No. (A sus hijos, otra vez sumida en llanto.) ¿Qué profesión? (A Cecilia.) No, Emilio...
¿Qué le digo? Emilio estaba haciendo un video, ahora, ¿cómo se dice que es...? ¿Videasta?
¿Es para los papeles? ¿Es formal?
CECILIA ROVIRO:
(Los mira, como si entendiera, un largo rato. Demasiado largo. Un estéril rato. De
pronto.) ¿En qué tema estamos ahora?
JESSICA:
A nosotros se nos...
CECILIA ROVIRO:
Sí, la llave. A ver, un momentito. ¡Rox! ¿Podés venir un minuto? (Aparece Roxana, una
secretaria rubia y lánguida, en un diminuto uniforme de oficina que deja al descubierto
mucho más de lo estrictamente necesario. De hecho, el uniforme carece de falda. Por lo
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demás, ¿cómo describir a Roxana? Es como si una enorme máquina le hubiera succionado
toda lo que asociamos con lo vital.)
Tenemos copias. O llaves. Tenemos.
ROXANA:
No, perdón, yo les expliqué... tenemos una llave que le damos al cliente y otra que tenemos
nosotros y las dos juntas, en combinación, abren esa caja.
CECILIA ROVIRO:
¿Ustedes tienen la llave?
GUIDO:
No, nosotros la buscamos.
LOURDES:
Nosotros necesitaríamos una copia.
CECILIA ROVIRO:
¡Ah! ¿Su nombre?
LOURDES:
Lourdes.
CECILIA ROVIRO:
El otro día viajé con una señora que se llamaba Lourdes. ¿Apellido?
LOURDES:
Grynberg.
CECILIA ROVIRO:
¿Ustedes, chicos? ¿Cuántos años tenés?
JESSICA:
Jessica, 23.
CECILIA ROVIRO:
Rox, sacame el año.
ROXANA:
¿Qué?
CECILIA ROVIRO:
Sacame en qué año nació, así hacés algo.
JESSICA:
En el...
CECILIA ROVIRO:
No, no, es el trabajo de ella. ¿Y vos?
GUIDO:
Yo soy Guido, 19.
CECILIA ROVIRO:
19, Rox. (Suena el teléfono.) Perdón. (Atiende.) ¿Pájaro? ¿Qué hacés? (...) Ah, ¿te contó
Mili? ¿Viste qué raro? (...) No sé qué hacer. (...) Es que ya los vi en las heladerías y en los
locales de Gucci, los de Alto Palermo. (...) Sí, unos corazones negros. (...) Parece que los
diseñé yo, pero no me acuerdo. ¿Qué hago? ¿Reclamo, o me mando a guardar? (...) ¡Y si
sabés que tengo este temita que no me acuerdo de nada! (...) Son unos corazones negros,
con ribetitos, los diseñé yo, tienen mi firma, dicen “Cecilia Roviro”, y los están usando en
los papeles con los que envuelven los helados, y los productos Gucci. (...) Yo no creo que
tenga un contrato firmado con ellos. (...) No, no, si yo no diseño nada. Fue eso sólo. Y mirá
cómo me fue. (...) ¿Me puede perjudicar en algo? ¿Hay alguna ley? (...) Bueno, te dejo que
estoy super estresada. (...) Bacio! (Corta.) Bueno, a ver... Necesitamos más datos. ¡Ah, va
a tener que ir a sucesión!
JESSICA:
No, pero eso tarda mucho.
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CECILIA ROVIRO:
Datos. ¡Denme datos!
LOURDES:
¿Datos? ¿Qué datos? Por acá tengo unos números... (Es ilegible, y llora.)
CECILIA ROVIRO:
Yo conozco la historia de las lágrimas. La conozco de cerca. Acabo de perder a mi padre,
¿saben?
LOURDES:
Lo siento.
CECILIA ROVIRO:
Uno se llena de problemas tontos para olvidarse que cuando la hora llega... Lo internaron
en el Durán, por una pavada... Él mismo me mandó decir: “Ceci, no vengas, es una pavada,
me mordió un perro”...
VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO:
(Superpuesto a Cecilia.) “Ceci, no vengas, es una pavada, me mordió un perro”...
CECILIA ROVIRO:
Como sabe que yo vivo al límite de mis posibilidades, me dijo: “No vengas”. Y yo, como
una tonta, le hago caso y me ocupo de mis cosas, y no voy. “Un perro chiquito”, me dijo,
“¿qué me va a pasar?”
VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO:
(Superpuesto a Cecilia.) Un perro chiquito, Ceci... ¿Qué me va a pasar?
CECILIA ROVIRO:
A los dos días amanece sin vida. Un misterio. Los médicos me dicen que una mujer lo
cuidó, no saben quién, que le tuvo la mano mientras él se iba yendo. ¡Pero me dicen cada
cosas!
ROXANA:
Sí, después le dijeron que vinieron dos cubanas, que correteaban por la habitación, y no
sabemos quiénes eran.
CECILIA ROVIRO:
Sí, dos cubanas. ¡Qué memoria, Rox! ¡Y qué paradoja! Porque uno piensa en Cuba, en el
Caribe. ¿Y? ¿Qué Caribe? Tablada. ¿Entonces? Mi padre, y el papá de ustedes también, el
que hacía videos, la misma tierra negra, y nosotros acá, con Roxana, el sol que sale, se
emiten cheques, los gusanos que empiezan a hacer lo suyo... ¿A nombre de quién está la
caja?
GUIDO:
Eh, la cuenta está a nombre de Emilio...
CECILIA ROVIRO:
Emilio... Grynberg.
JESSICA:
No. Emilio Sebrjakovich.
CECILIA ROVIRO:
¿Cómo lo escriben?
JESSICA:
(Lo deletrea.)
ROXANA:
Yo lo escribo...
CECILIA ROVIRO:
(Abrumada por el nombre, detiene a Roxana.) No, no se va a poder. Ahá. Kalakovich.
Igual nos guiamos por el número de la cuenta que tiene menos dígitos y no tiene haches.
GUIDO:
Sí, Sebrjakovich.
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CECILIA ROVIRO:
Entonces usted es Lourdes Kalakovich.
LOURDES:
No, Grynberg. Es mi apellido de soltera.
CECILIA ROVIRO:
(A los chicos.) ¿Ustedes son Grünbergs, también, con dos puntitos como “ungüento“?
JESSICA:
No, nosotros somos Sosa.
CECILIA ROVIRO:
Pero ustedes son una familia. (Todos asienten.) ¿Cómo son familia?
LOURDES:
No, ¡es que yo ya le expliqué a la señorita!
ROXANA:
La señora es la mujer del titular de la llave, y ellos son los hijos de la señora.
CECILIA ROVIRO:
(Como si recién los viera.) Hola, ¿qué tal? ¿Y entonces? Ah, ojalá pueda hacer algo por
ustedes. (Cierra la agenda.) Entonces quedamos así.
LOURDES:
Así, ¿cómo?
CECILIA ROVIRO:
Tenemos el número de la cuenta. Los nombres... Es decir, ¿usted qué es lo que quiere?
LOURDES:
Tenemos que abrir la caja.
CECILIA ROVIRO:
¿Pero por qué quieren sacar sus cosas? ¿Tienen humedad, las cajas? (A Roxana.) ¿Dónde
está esta caja?
ROXANA:
Acá, abajo.
CECILIA ROVIRO:
Ah, ¿en el banco?
LOURDES:
Sí.
CECILIA ROVIRO:
¿En esta sucursal del Tornquist?
LOURDES y JESSICA:
Claro.
CECILIA ROVIRO:
Ah, los felicito. Son clientes. ¿Entonces?
LOURDES:
Necesitamos la llave.
CECILIA ROVIRO:
¡Ah! Entonces volvemos para atrás. (Abre la agenda nuevamente.) Yo ya les dije que no se
puede.
ROXANA:
Teóricamente no se puede dar la llave.
GUIDO:
Nosotros queremos ver si prácticamente se puede abrir porque necesitamos cosas que hay
adentro de la caja.
CECILIA ROVIRO:
A ver, Kalakovich. (Disca un número.) ¿Pájaro? (...) Estoy acá con una familia y lo tendría
que ver el abogado de acá. (...) Ah, ¿sos vos, justo? Genial, vamos quemando etapas. (...)
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Sí, es una familia que tiene varios apellidos, no me los acuerdo, y perdieron la llave
original. (...) Sí, del banco. (...) De acá, del Tornquist, de nosotros. (...) Sí, unos
tarambanas. (...) ¡Ah! (A la familia, como si trajera una gran novedad.) Acá me dicen que
no hay copia.
JESSICA:
Ya lo sabemos.
CECILIA ROVIRO:
Ya lo saben... Uy, Pájaro, ¿te conté lo de los corazones en Gucci? (...) Ah, OK. Buenísimo,
nos mantenemos al habla, yo voy a ver cómo hago. (Corta.) Listo.
LOURDES:
Mire, estamos acá sentados, estuvimos como media hora afuera... Mi marido se murió. ¿A
usted le parece que es grato hacer estos trámites con la casa tan vacía?
CECILIA ROVIRO:
Yo sé de lo que me habla. Yo también haría trámites de buena gana, si con eso pudiera
aliviar el dolor. Ahora: ¡qué horror!, no poder disponer de sus cosas, en un momento así.
Es feo. Es feo perder un ser amado. Su drama no me es indiferente. Acá con mi asistente,
Roxana, todos, con ustedes, conmigo, vamos a hacer la VISTA GORDA. ¿No, Rox?
GUIDO:
¿Qué quiere decir? ¿Que podemos ir a abrir la caja?
CECILIA ROVIRO:
Sí, claro. Ustedes van como si nada, van con la llave y la abren, aunque no sean los
titulares, nosotras vamos a estar mirando para otro lado, ¿no, Rox?
ROXANA:
Podemos hacer que leemos unas revistas, o que ordenamos los folletos de créditos
hipotecarios, que hablamos con el vigilancia...
CECILIA ROVIRO:
¿Quién es el vigilancia, hoy?
ROXANA:
Campoamor.
CECILIA ROVIRO:
(Sonríe y anota en un papel amarillo.) Campoamor. (A Jessica.) Fijate cuando salgas, un
bombón.
GUIDO:
Es que nosotros no encontramos la llave de la caja de seguridad.
CECILIA ROVIRO:
Ah. Nosotros no tenemos copia.
LOURDES:
¿Entonces?
CECILIA ROVIRO:
Hagamos una nota de pedido.
LOURDES:
¿Dirigido a quién?
CECILIA ROVIRO:
A mí.
LOURDES:
Pero, ¿no hay un superior, alguno que nos pueda solucionar esto?
CECILIA ROVIRO:
No, a mí... No se me van a caer los anillos por darles una mano con esto.
LOURDES:
¿La nota la tenemos que hacer ahora?
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CECILIA ROVIRO:
Sí, salvo que quieran volver en otro momento.
LOURDES:
No, no.
CECILIA ROVIRO:
La nota va dirigida a mí, señorita Cecilia Roviro. (Anota.) Bueno. ¿Qué me quiere decir?
LOURDES:
Que por favor nos abra la caja de seguridad...
CECILIA ROVIRO:
(Repite y anota tal cual.) “Que por favor”... (A Roxana.) ¿Soy zurda yo?
ROXANA:
Sí.
CECILIA ROVIRO:
“Nos abra la caja”... Porque escribo cómoda así... Acá pongo el número. ¿Qué más?
LOURDES:
Que nos autorice usted misma...
CECILIA ROVIRO:
“Que nos autorice”... Acá va el número de cuenta... Muy bien. Fírmela. Me la entrega. La
recibo. Y le doy un comprobante de que la recibí, pongo mi fecha, y mi firma. Listo. (Se
pone de pie para despedirlos.)
LOURDES:
¿Y ahora?
CECILIA ROVIRO:
Hay que esperar. Lo único que puedo hacer es acelerar la nota para que me llegue más
rápido.
LOURDES:
¡No! ¡La llave!
GUIDO:
Lo que pasa es que no tenemos la llave.
CECILIA ROVIRO:
Yo les voy a dar un número.
LOURDES:
¡No! ¡No! ¡No! ¡Rox, por favor ! ¡Rox!
GUIDO y JESSICA:
¡Rox!
LOURDES:
Ningún número, dame la llave, yegua, dámela...
CECILIA ROVIRO:
Es el número de Susana Lastri, una psíquica que encuentra cosas.
Silencio sepulcral. Lourdes acepta el número. Todavía no saben en lo que se están
metiendo.
LOURDES:
¿Y es de confianza suya?
CECILIA ROVIRO:
Mh. Hoy en día.
Apagón.
23
ESCENA 5
TENEDOR
SUSANA LASTRI:
No puedo doblarlo, no sé qué pasa. (Llora.) No quiere venir. El muerto no quiere venir.
LOURDES:
¡Jessica!
GUIDO:
(Sale gritando.) ¡Jessica! ¡Jessica!
Lourdes toma el tenedor e intenta doblarlo, pero no puede. Lo deja con cuidado.
Luego toma el teléfono y disca un número. Casi no se oirá nada, porque la música sigue
estando a un nivel insoportable.
LOURDES:
Ya me desocupé. (...) ¿Te fijaste a qué hora empieza? (...) ¿Y será buena, ésa? (...)
¡Jessica! ¿Podés bajar la música? (...) Yo no tengo mucha concentración. (...) ¡Jessica! ¡La
música! (El volumen de la música baja, ésta venía del cuarto de Jessica, y no de la nada,
como el teatro suele hacer creer.) (...) Bueno, está bien. Nos vemos ahí. (Corta.)
Afuera se escucha una discusión.
GUIDO (OFF):
¿Qué nos estás haciendo?
JESSICA (OFF):
Nada, ¿yo qué tengo que ver? No traigan esta gente a casa. Después pasan cosas raras.
Lourdes le devuelve el tenedor a Susana. Ella lo tira violentamente contra la pared.
GUIDO (OFF):
¿Qué decís, Jessy?
JESSICA (OFF):
El otro día puse diez pesos debajo de la almohada y me desaparecieron.
GUIDO (OFF):
¿Para qué los pusiste? ¿Para el Ratón Pérez?
JESSICA (OFF):
Los puse para probar que es trucha.
GUIDO (OFF):
No, no confundas las cosas. Los habrás usado y te olvidaste. Habrás pagado un taxi, alguna
cosa. Y te olvidaste.
24
JESSICA (OFF):
¿Cómo voy a poner diez pesos y olvidarme que no los tengo que tocar? ¿Te creés que soy
tarada?
JESSICA (OFF):
Además, no es lo único que pasa. Se volvió a tapar el depósito del baño.
GUIDO (OFF):
¿Y qué tiene que ver?
JESSICA (OFF):
Eso. Se volvió a tapar, y antes nunca se había tapado.
GUIDO (OFF):
¿Y qué? Si ella ni siquiera fue al baño.
JESSICA (OFF):
Y bueno, pero estas cosas pasan.
LOURDES:
(A Susana.) Yo creo que podemos probar mañana. Valió la pena igual. A lo mejor él se
tiene que acostumbrar a la idea de que está muerto... y ahí te contesta, ¿no?
SUSANA LASTRI:
No se va a acostumbrar.
LOURDES:
Ah... Mirá... No te podés quedar acá, yo me tengo que ir, porque si me quedo me deprimo.
Ya arreglé y voy a ir al cine a ver una.
SUSANA LASTRI:
Ya me voy.
LOURDES:
Nos vemos.
Lourdes se va. Entra Emilio.
EMILIO:
¿Salís, Lourdes? ¿Vos me llamabas? ¿Me podés comprar un cassette Super VHS?
(Lourdes, obviamente, no lo oye y sale.) ¿Sabés cuáles son? Los del tamaño igual que los
VHS pero que tienen una cajita... OK. (A Susana.) ¿Te atendieron?
SUSANA LASTRI:
(Que merced a sus incontables habilidades sí puede verlo, pero no reconoce que es el
convocado.) No, ya me iba. A lo mejor mañana... hoy me fue imposible, imposible. Estoy
agotada.
EMILIO:
¿Qué hacían?
SUSANA LASTRI:
Tratando de hablar con un muerto...
EMILIO:
¿En serio?
SUSANA LASTRI:
¿Podés creer? Yo, que apenas me entiendo con los vivos. Perdoná, no te quiero enrollar,
pero yo no pedí este don, ¿sabés? ¿Vos vivís acá, también?
EMILIO:
(Mira la casa, como reconociéndola por vez primera.) ¿Eh? Sí... ¿Querés un café?
SUSANA LASTRI:
Sí.
Emilio sale a buscar el café, ve a la muñeca en el piso y trata de recogerla, en vano.
EMILIO:
Uy, Ñaña. (Sale sin la muñeca.)
Entra Guido, vestido sólo con una toalla alrededor de la cintura.
25
SUSANA LASTRI:
Ah, voy a probar otra cosa. Traeme el teléfono.
Guido sale a buscar el teléfono y entra Emilio nuevamente con el café.
EMILIO:
Acá te traigo el café, y las palmeritas que estaban en la cocina.
GUIDO:
(Vuelve a entrar, pero no parece ver ni oír a Emilio.) ¿Quién te trajo el café?
SUSANA LASTRI:
Un cafecito y me voy. Tengo trabajo, cuido una nena.
EMILIO:
Claro, con un trabajo solo no alcanza, ahora. ¿Querés azúcar?
SUSANA LASTRI:
Sí.
Guido mira el lugar para dónde habla Susana. Emilio sale a buscar el azúcar.
SUSANA LASTRI:
(Acepta el teléfono de manos de Guido, se cambia ceremonialmente un anillo de dedo y
marca un número mágico en el teléfono.) ¿Emilio? (...) Ah, hola, ¿no está Emilio? (...) No,
normalmente marco este número y me aparece un guía, un Antiguo, que me da con...
¿Quién habla? (...) ¿Mamá? Ay, marqué cualquier cosa, no sé qué estoy haciendo. (...) No,
no te preocupes, mamá, no es nada, es que marqué de memoria. (...) No, es un número que
no se anota, se ve que me lo olvidé. (...) Ya volverá. Sí. Puede ser. Estoy cansada, no me
salen bien las cosas. A veces no los distingo. (...) No, por hoy ya está, ahora me voy a
cuidar a la nena de Caballito, así que no me esperes a cenar. (...) Sí, mamá, yo llevo los
siete pesos, no te preocupes. Chau.
GUIDO:
¿Salimos a tomar un café... fuera de casa?
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
¿Me das tu teléfono?
SUSANA LASTRI:
Sí. Cuatro... ocho, seis, tres...
GUIDO:
Sí... uy, ya lo tengo en el... acá, el directorio. ¿El viernes que tenés que hacer? (Susana se
encoge de hombros.) Porque mi hermana Jessy hace una fiesta, cumple los... (no tiene idea
fija del motivo de la fiesta). Y... una fiesta universitaria, con amigas, y amigos, juntan
plata, y no sé si te cabe, hacen esas fiestas... de ácido. Se prueban cosas que...
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
...pero son buena gente. ¿Qué? ¿Te cabe la onda?
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
Bueno, no sé si te gusta ir a fiestas, igual, no sé si querés venir a la fiesta del viernes.
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
Buenísimo. (Señalando los juguetes que han rodado durante la invocación al más allá.)
Qué impresionante cómo... Entonces te llamo y te paso a buscar, arreglamos todo bien...
SUSANA LASTRI:
26
Sí.
GUIDO:
Bah, te paso a buscar... Es acá mismo. Ah, ¿y lo del café? ¿También me aceptás lo del
café? ¿Lo de ir a tomar un cafetico?
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
¿Y eso cuándo sería?
SUSANA LASTRI:
Cuando quieras.
GUIDO:
Sí. Hace un rato me hice pis encima. Con tanto lío... acá en casa...
SUSANA LASTRI:
Sí.
GUIDO:
Igual, ya me lavé, me cambié el pantalón... me voy a poner un pantalón... de corderoy.
¿Vos… o sea… quién sos? Quiero decir… estos poderes... ¿hace cuánto que los tenés?
SUSANA LASTRI:
No sé. Bah. Ojalá no supiera.
GUIDO:
Yo de chico creía que tenía poderes. A veces me ponía a mirar una maceta con mucha
bronca, con odio por alguna cosa, y casi siempre después la planta se moría. A lo mejor no
la regaba nadie. Tampoco quiero decir que tenía poderes, pero… ¡Qué odio! Yo era un
chico que sentía mucho odio, ¿sabés?
SUSANA LASTRI:
Sí. Tu mamá.
GUIDO:
No, no sabés.
SUSANA LASTRI:
Es que sé.
GUIDO:
No te das una idea. Yo tendría cinco años, seis, había escrito unos versos, se los llevé a
mamá, que estaba cocinando, ni los leyó, los dejó por ahí,
SUSANA LASTRI:
(De manera casi inaudible, en un breve trance, recita los versos que Guido ha perdido en
la infancia.) “Cuando quieran saber de mí / no me busquen entre mis cosas / entre las
figuritas, los autitos, mi oso. / No voy a estar para nadie.”
GUIDO:
(Que no ha reparado en el sencillo trance poético de Susana, sigue con su relato.)
...Después le pregunté dónde estaban, si los había leído... ¿Vos sabés lo que hacía? Me
decía que tuviera amigos, era “progre”, me invitaba chicos de la calle y me los ponía en el
living a ver los dibujitos, se tomaban el Nesquick, se comían mis pepas...
Ella se para, lo besa en la boca, le da una tarjeta y sale hacia la puerta de calle.
Bueno, te llamo, Susana. ¿Es tu número? Ah, no.
SUSANA LASTRI:
No. Es un psicólogo. Barato. Hagan terapia. Tienen bloqueo.
GUIDO:
¿Vos creés que yo te dije lo que te dije porque...?
SUSANA LASTRI:
Ustedes saben dónde está la llave en un estadío inconsciente. Hagan terapia. Vuelvan a
saber. (Sale. Apagón.)
27
ESCENA 6
TERAPIA FAMILIAR
LOURDES:
Papa.
GUIDO:
El Papa.
JESSICA:
Papa.
LOURDES:
No... Vino en el ‘85, era el Papa, me pidió unos anteojos...
GUIDO:
Sí, el Papamóvil...
TERAPEUTA:
Yo entiendo eso, pero... ella, cuando habló, ¿qué quiso decir cuando dijo “Papa”?
LOURDES:
¿Vos hablaste del Papa por papá? ¡No demores todo mil horas, nena!
JESSICA:
En este momento preciso quise hablar del Papa, pero si quieren hablo de papá.
GUIDO:
(Por el cable.) Mamá, me están tirando...
LOURDES:
¡No cuestionen todo, todo lo que hago! ¿No ven que estoy desesperada? Ya les expliqué,
ya nos explicó la psíquica: tenemos un bloqueo, toda la información que teníamos en el
consciente se fue al inconsciente, y entre esa información a lo mejor uno de nosotros
recuerda dónde puso Emilio la llave...
JESSICA:
Mamá, te acompañé al banco... Y hasta la psíquica entiendo... ¡Pero esto...!
LOURDES:
¿Qué decís? ¿Qué entendés? Si a vos no te interesa entender nada, no me entienden, nunca
me entendieron.
TERAPEUTA:
Saque todo, señora.
LOURDES:
Me humillan, ¿para qué, doctor? (Arroja los cables y se va.) En este momento de mi vida
necesito alcohol, así que voy y me lo procuro, y si les parece raro piensen que no hay otra
vida para tomar lo que uno necesita. (Sale a por un trago, se topa con hojas secas, caídas
durante la experiencia Lastri.) ¡Qué hojarasca! ¡Qué tengo que dar tantas explicaciones!
JESSICA:
¿Cómo es esto? ¿El que quiere se puede ir?
TERAPEUTA:
Técnicamente, no. (Bajando la voz, e invitándolos a cierta confidencia.) Ey, chicos... ¿Por
qué se puso así? ¿Fue algo que yo dije?
JESSICA:
No sé. Mamá es así.
LOURDES:
¿Qué? (Vuelve con un vodka, muy relajada. Al menos por un rato.) Ya estoy mejor. Ahora
que me relajé un poco y fui a buscar un trago me acordé de algo: mañana tenemos el
cumpleaños de Gachi. ¿Puede servir como asociación?
TERAPEUTA:
No sé. ¿Quién es Gachi?
JESSICA:
(Desestimando la relación entre esto y la llave perdida.) Es un vecino.
30
LOURDES:
¿Qué sabés si no tiene nada que ver? ¿Qué sabés si no puede ser un detonante? Que lo
decida él.
GUIDO:
Yo no lo conozco.
JESSICA:
Sí, Gachi... Es el 26, mañana.
TERAPEUTA:
A ver. Ustedes dicen que mañana es el cumpleaños de Gachi. Y él no lo conoce.
JESSICA:
(Tratando de hacerle recordar a Guido.) Gachi...
LOURDES:
Gachi...
TERAPEUTA:
Ahá. A ver. ¿Cómo funciona esta familia? Ustedes creen que todos tienen la misma
información y no es así. Esto puede ser clave para encontrar esa llavecita.
GUIDO:
(Súbitamente, recuerda.) ¡Ah, Gachi! Sí lo conozco. ¿El... bicicletero?
TERAPEUTA:
Entonces volvamos mejor sobre Emilio. (Tira del cable.)
JESSICA:
Emilio se paraba en la puerta de casa, cuando yo llegaba de la escuela, me esperaba en la
verja, y no me dejaba entrar... Le tenía que decir mi nombre: Jessica Sosa, y recién ahí me
dejaba pasar...
LOURDES:
Era una broma que te hacía tu hermano.
JESSICA:
Claro, mi hermanastro. Yo tenía que decirle mi nombre y mi apellido, porque él tenía otro
apellido, era adoptado.
LOURDES:
¿Qué tiene de malo adoptar a un chico? Nosotros les consultamos, tu padre y yo lo
hablamos con los dos, y ustedes estuvieron de acuerdo...
JESSICA:
Yo tenía seis años. Y Guido, tres, mamá.
LOURDES:
¿Y? Los que son sensibles entienden de esas cosas de chiquitos, incluso de antes de nacer,
desde que están en la panza, ¿no, doctor?.
JESSICA:
Emilio era enorme, cuando lo adoptaron ya tenía 25 años, y un aspecto...
LOURDES
Bolchevique.
JESSICA:
A un muchacho a esa edad ya no le hace falta una familia, sino otra cosa. Y se iba
agrandando con la enfermedad, con la elefantiasis.
LOURDES:
No, Emilio se curó rapidísimo con los masajes, casi no le quedó secuela...
JESSICA:
Sí, los masajes... Con esa excusa hubo que hacerle masajes, ¿no? Todo tipo de masajes...
LOURDES:
Basta, Jessica.
31
JESSICA:
¿Basta, qué? ¿Me querías hacer hablar? Muy bien. ¡Vos te casaste con tu hijo, mamá! ¡Con
tu hijastro! Murió papá y te casaste con él. ¿Ya estaba en los planes, o fue amor de madre,
eh? Nosotros... Guido y yo... tuvimos que vivir con eso, pasar por las noches y ver a Emilio
en tu cama, oírlos hacer la lista de compras para ir al Coto, todo, todo eso, ¿entendés?
LOURDES:
¿Eso me querías decir, todos estos años? (A los dos.) ¿Era eso? ¡Emilio tenía 25 años
cuando tu papá y yo lo adoptamos! ¡Somos adultos! ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio entre
gente grande? Nada de esto viene al caso. Esto no es un tema inconsciente, y nosotros
estamos tratando de sacar del inconsciente algo que nos importa a todos...
JESSICA:
¡Claro, la llave! ¡Lo único que nos importa a todos? ¿No, mamá?
LOURDES:
(Terminal.) Yo tomé una decisión: me salga o no me salga la ciudadanía, me voy a vivir a
Miami. Como familia fracasamos, lo estamos asumiendo acá, ahora, ya somos todos
grandes, todos tenemos profesiones...
GUIDO:
Mami, yo no tengo.
LOURDES:
Les pido por favor un poquitito de memoria para encontrar la llave y no nos vemos el pelo
nunca más, si es lo que quieren.
JESSICA:
No es que no queremos encontrarla... es que no está.
LOURDES:
No la querés encontrar, nunca quisiste nada ni de Emilio, ni de mí, la llave era de Emilio,
ergo: no la querés encontrar. ¿Necesito yo un terapeuta para entender eso?
JESSICA:
Está bien, mamá: hagamos otra jornada.
TERAPEUTA:
Sí, estoy de acuerdo. Ahí saltó la necesidad, y está bien.
JESSICA:
No, otra jornada de búsqueda. De buscar la llave.
TERAPEUTA:
Aquí hay problemas disfuncionales. (A Jessica.) Vos tenés problemas. (Los señala uno por
uno.) Y vos. Y vos. Son distintos... y son todos problemas.
GUIDO:
Ahá... Yo querría... preguntarle algo, pero es mío, no tiene que ver con esto de, lo
disfuncional... es algo medio privado, a lo mejor después podemos...
TERAPEUTA:
¿Algo vinculado a tu identidad sexual?
LOURDES:
Yo escucho agregar problemas, en vez de ponerse a solucionarlos. Vengo a hablar de una
llave, que es un objeto chiquitito, concreto, y tengo que escuchar de mis hijos acusaciones
retrógradas, vengo a ver cómo agregan problemas... Y yo quiero sacarme problemas de
encima. Me quiero sacar un problema. Paguemos.
GUIDO:
¿Pero cómo es esto? ¿Tenemos que pagar entre todos? Chicas, yo no tengo plata.
JESSICA:
Yo no tengo cambio, tengo 10 pesos.
TERAPEUTA:
Sí, son 10 pesos.
32
LOURDES:
Dáselo, yo después te lo doy.
TERAPEUTA:
El problema de la plata arréglenlo entre ustedes.
LOURDES:
No puede ser indiferente al tema de la plata. Ella no confía en mí para prestarme cinco
pesos.
JESSICA:
No es que yo no confíe, es que llego tarde a mi ensayo, me tengo que tomar un taxi y no
puedo quedarme sin plata.
JESSICA:
¡No confiás! ¡No creés en mí!
LOURDES:
¿Ve? A todo reacciona así, no se le pude decir nada.
GUIDO:
Es una mujer imposible.
JESSICA:
Es el reino del revés.
GUIDO:
O... se baña y deja los pelos en la rejilla.
JESSICA:
Es sucia.
GUIDO:
Nunca nos apoyó en nada, ella si puede te boicotea.
JESSICA:
Y ni lo registra.
GUIDO:
Cuando misionaba para los católicos nos creaba confusiones horribles, éramos chicos, yo
era chico...
JESSICA:
Es inconstante... Todo le cansa entonces no hace nada, no termina nada.
GUIDO:
Y me metió el miedo del infierno. Y me asoció la idea del infierno a la idea del sexo, del
sexo, que es algo... normal, y bueno.
La crisis termina en un silencio sepulcral, y largo, en el que Guido resuena más de lo
necesario, al menos para su gusto.
JESSICA:
¿No tiene dos de cinco?
TERAPEUTA:
No, yo no tengo un peso. Yo hago esto porque me gusta y me recibí y todo, pero la plata la
saco de otro lado. Estuve trabajando acá, en una escuela, levantándoles números a las
maestras, y ahora no me pagaron, me tuve que pelear... Parece que adoctrinan a los chicos
para que no jueguen a la clandestina. Y eso te arruina. Esos chicos lo aprenden así, de
chicos, y nunca van a ir a ponerle un cinco pesos a ningún número. Si se lo dice la
maestra... “No le juegues a la clandestina, no le juegues a la clandestina”... “Lo dice la
seño, lo dice la seño, lo dice la seño...” Te funden.
LOURDES:
(Sin emitir ningún juicio.) ¿Cómo? ¿Quiniela?
TERAPEUTA:
33
Vamos hacer una cosa: vos me das ese billete, yo me considero cobrado, pero de paso te lo
apuesto a un número y así salimos ganando todos. Y si sale el número, ni te cuento. Vamos
en sociedad.
JESSICA:
(A todos les parece muy bien el arreglo.) Bueno, sería cuestión de ver el número.
TERAPEUTA:
El que quieras.
JESSICA:
El veinticuatro.
TERAPEUTA:
Bueno.
JESSICA:
¿Qué es?
TERAPEUTA:
El borrico.
JESSICA:
¿Cómo “el borrico”?
TERAPEUTA:
El borrico, el asno.
JESSICA:
No, entonces no.
LOURDES:
Claro, no merece la pena. Doctor, tiene la farmacia abierta.
TERAPEUTA:
El ochenta y ocho es bueno, tiene posibilidades.
JESSICA:
¿Qué es?
TERAPEUTA:
El Papa.
LOURDES:
Ah... como un... nada.
JESSICA:
Está bien. Saco algo de plata del Banelco, espero encontrar alguno con plata.
LOURDES:
¿A dónde vas?
JESSICA:
A un ensayo.
LOURDES:
¿De qué? ¿Qué estás ensayando?
JESSICA:
Lo de Elyse.
LOURDES:
¿Qué Elyse?
JESSICA:
La coreógrafa, la que vino de Berlín. Mamá, yo tengo plata. (Se va.)
LOURDES:
¡Qué barbaridad, no me cuentan nada! Yo no sé si es abogada, dónde duerme, cómo gana
la plata, qué pasó con el guarango ése del pelirrojo, lleno de granos, que una vez lo vi que
se masturbaba en el sofá del living. ¿Y vos, Guido?
GUIDO:
¿Eh?
34
LOURDES:
Decís que no tenés profesión: ¿qué pasó con lo que habías empezado?
GUIDO:
No... Se complicó, en un momento empezaron a querer tomar parciales... y finales, a mí me
gustaba lo de los cables, lo técnico...
LOURDES:
¿Y por qué no lo seguiste, si te gustaba?
GUIDO:
Se me complicó, ma. (Se quiebra emocionalmente.) Se complicó todo.
Apagón.
35
ESCENA 7
CÁRCEL
(Melina niega con la cabeza.) ¿Qué me quieren demostrar? ¿Que porque alguien rechace la
palabra de dios va a ser un asesino? ¿Quieren que lo discutamos? Miren que los puedo
hacer mierda, ¿eh? En primer lugar...
TERAPEUTA:
Esa historia... que usted ve acá, ¿la ve acá, o es su historia?
REGINA:
¿Qué? ¿Así funciona la psicología? ¿Eso piensa usted? Ah. Me quieren ver violenta.
MELINA:
A lo mejor, la señora (señalándola en la lámina) no rechaza la Biblia...
REGINA:
(Le da vuelta la lamina.) ¡Ésta es la leña!
MELINA:
Claro... lo que dice es “ahora no, estoy cansada”.
REGINA:
¿Y qué diferencia hay?
MELINA:
A los efectos de convencer de la inocencia de uno, a uno le conviene mostrarse pío...
Piadoso... Católico... o cristiano, no sé. Uno tiene que...
REGINA:
¿Por qué decís “uno”? ¿Te referís a mí? ¿Sos tonta? (Pausa, en la que se verifica que la
respuesta a esa pregunta es afirmativa.) Ay, sos tonta. (Señalando a Melina.) ¡Ese test
saca lo peor de cada uno afuera! (El Terapeuta la mira fijo.) ¿Qué? A ver. ¿Cómo esperan
probar que yo maté también a ese señor de las cubanas?
TERAPEUTA:
¿Las cubanas?
REGINA:
Sí, el hombre del hospital. El Señor Roviro. La semana pasada. ¿Qué pasó? También había
discutido con Emilio. ¿Qué hice? Salí a caminar. ¿Por dónde bajé? Por Díaz Vélez.
¿Llevaba alguna cosa en especial? Sí, llevaba al perro.
(Suena el aparatito de Melina.) ¿Podrías apagar eso?
MELINA:
No, es que son normas de seguridad. Mirá si vos me decís “mirá ese pajarito”...
REGINA:
¿Cómo te voy a decir que mires un...?
MELINA:
“Mirá un zorzal en la reja”, yo miro, y me agarrás el arma y nos pegás un tiro a cada uno...
y te vas disfrazada de proveedora. Me tengo que comunicar a intervalos...
REGINA:
Doctor, estoy en manos de subnormales.
TERAPEUTA:
¿Qué pasó esa noche, Regina?
REGINA:
Seguí caminando, y para mi desgracia, yo andaba medio boleada y casi me pisa un micro.
¿Qué micro? Un micro lleno de egresados que volvían de Bariloche. ¿Qué hacen los
chicos? Me empiezan a gritar por las ventanas: “¡Conchuda, conchuda!” Eran las dos de la
mañana, ni un alma, y ellos a los gritos, el perro se alteró mal, se me soltó de la correa, ¿y
qué hizo?, mordió al primer tipo que pasaba, ¿qué iba a hacer, pobre? Un perrito de raza,
así chiquito, ahora sacrificado.
VOZ DEL PADRE DE CECILIA ROVIRO:
(Superpuesto a Regina.) Un perro chiquito, Ceci... ¿Qué me va a pasar?
REGINA:
37
Era un vie... un señor mayor. Bueno... yo les dijo “viejos”, ustedes perdonen. Le mordió la
pierna, un sangral. Me digo: “¿Qué hago?” Porque otra turra lo hubiera dejado en la vereda
mandándose a mudar. Pero yo dije: “Lo llevo al Durán”. Lo llevé a la guardia, quedó en
terapia intensiva, no por la mordida, que era algo superficial que se cosió enseguida, sino
por otras cosas. La gente muere de muchas cosas, Melina, y lo del perro fue un accidente
que puede pasar.
MELINA:
Sí, puede pasar...
TERAPEUTA:
¿De qué murió el señor?
REGINA:
Yo lo cuidé unos días. La culpa, la angustia, qué sé yo. A veces es bueno hacer cosas sin
esperar recompensa...
TERAPEUTA:
(Tomando nota de algunas frases que le parecen dignas de atención, y que repetirá en voz
alta). “Qué sé yo”.
REGINA:
Cosas que uno -por pereza- por ahí no hace. Yo iba todos los días de tres a seis, en el
horario de visitas, él estaba inconsciente, ¿sentía mi compañía? (A Melina.) Yo no lo sé...
MELINA:
Lo de las cubanas...
REGINA:
Ah, sí. Ahí aparecieron dos cubanas, jovencitas, de tez... ¿cómo se dice?... ¿morena?
MELINA:
¿Negras villeras?
REGINA:
No... Dos mulatas, llenas de ritmo. Yo les pregunté quiénes eran, y ellas me preguntaron a
mí quién era. Yo no les dije que era la dueña del perro, me dio miedo. La cosa es que yo ya
no le tomaba la mano al viejo mientras estaba en la pieza. Miraba la tele, me hacía la tonta,
y ellas hablaban de sus cosas con toda normalidad, con ese acento... cosas banales, ni
siquiera hablaban de cosas en Cuba, ¡todo el tiempo una boludez tras otra! Yo no sé
quiénes eran, pero ¿por qué no van y buscan a las dos cubanas en vez de detenerme a mí,
que no tengo nada que ver? ¡Y que ya expliqué todo esto, Melina!
TERAPEUTA:
Y el viejo...
REGINA:
Un día voy y me dicen que no pasó la noche, que le desconectaron no sé qué, que todo el
hospital está investigado, médicos, visitadores, todos. Les pregunto por las cubanas, ¿qué
cubanas?, ¿qué tambores?, nadie sabe qué cubanas, ahora. ¡Dos negras con unos culos de
este tamaño, por favor!
TERAPEUTA:
Me imagino.
REGINA:
No, imagíneselo, porque le aseguro que no es una imagen... evanescente. Que las busquen.
Pero no. ¿Qué hace la policía en cambio?
MELINA:
Y, Regina... Sumamos dos más dos... Muere el señor que cuidás en el hospital, acusás a
unas chicas que no existen... Muere tu novio en tu casa...
REGINA:
Mi amante.
MELINA:
38
Nosotros no tenemos rencores pero sabemos que usted era la amante de mi papá, de mi
hermano, Emilio, y él está muerto.
REGINA:
Sí, ya sé. Si él no estuviera muerto, ¿ustedes se creen que yo estaría acá?
GUIDO:
No es que usted lo haya matado pero…
REGINA:
¡Yo no lo maté!
LOURDES:
¿Y por qué estás presa?
GUIDO:
Nosotros necesitamos la llave de la caja que está en el banco Tornquist.
REGINA:
¿Ves? A vos no te importa nada Emilio, lo único que querés es la plata.
LOURDES:
¿Cómo no me va a importar? ¿Vos pensás que yo soy una idiota? ¿Que no veía cómo lo iba
perdiendo, día a día? ¿Que no olía tu Anaïs-Anaïs en su saco? ¿Que no veía tu mugre
debajo de sus uñas? ¿Sabés hasta qué límites tuve que sufrir yo? ¡Criar un hijo para amarlo
como a un esposo, y perderlo todo así!
REGINA:
Él llegó a mí como un hombre libre, Lourdes. No podés revisar ese tema conmigo, que
estoy arruinada.
LOURDES:
Yo no quiero revisar nada. Vos tenés que entender que te vas a pudrir acá y mientras vos te
pudrís acá yo quiero rehacer mi vida, soy joven todavía. Me arruinaste una vida y ahora me
querés arruinar otra vez.
GUIDO:
Mamá, no podés pasarte la vida tratando de empezar otra vez... quedate con algo... en
algo... Doctor, dígale que se comporte como... como la madre que nunca fue.
JESSICA:
Nosotros queremos saber si sabés algo de una llave y nada más.
REGINA:
¿Y cómo no lo voy a saber? Emilio no hacía más que hablar de eso todo el tiempo.
JESSICA:
¿De la llave?
REGINA:
Claro, de la llave. Estaba leyendo ese libro, una y mil veces, parecía que se lo quería
aprender de memoria. Decía que lo quería filmar, me pedía plata para los VHS...
MELINA:
¿Qué libro?
REGINA:
Ese libro... El “Libro de los muertos”. No sé para qué se lo regalé. Para nuestro aniversario.
LOURDES:
¿Un año?
REGINA:
Dos. Una oferta, lo agarré entre los libros de Sueiro, los de las velas artesanales. Y a la
semana no hacía más que hablar de la llave. “La llave que abre el mundo de los muertos”,
decía. “La llave que reconcilia a los vivos con los muertos.” (Se oyen voces raras, en
lenguas, algunas casi inútiles en estas latitudes, otras ya olvidadas.)
LOURDES:
No, ¿qué mundos? Yo te hablo de la llave de la caja de seguridad del Tornquist.
40
REGINA:
¿Qué sé yo?
JESSICA:
¿Te dijo algo de dónde la había puesto?
REGINA:
No sé. Él habló de una caja, de una plata, que con eso nos íbamos a ir a Cancún, pero
nunca se decidió. No se decidía a dejarte, Lourdes. Tenía miedo de que pudieras cometer
una locura.
LOURDES:
¿Qué locura? ¿Tengo cara de estar loca, yo, doctor?
TERAPEUTA:
No. En ciertas sociedades organizadas alrededor del capitalismo extremo ya no deberíamos
hablar de locura, sino de mera adaptación.
REGINA:
Él decía que si te dejaba y se venía a vivir conmigo vos ibas a suicidarte. Que vos lo habías
amenazado con eso un par de veces. Que una vez tomaste Kaotrina.
GUIDO:
¿Mamá?
Lourdes llora.
JESSICA:
Vení, mamá, vamos a casa.
Guido y Jessica sacan a Lourdes de la celda y se van. Mientras salen, se escucha
murmurar a Lourdes algo ininteligible, mientras señala al Terapeuta.
JESSICA:
No, mamá, ¿cómo le voy a preguntar si salió el número que le jugamos?
GUIDO:
Vamos, mami, vamos a casa que te hago un té.
Salen. Pausa. Regina escruta a Melina y al Terapeuta alternativamente.
REGINA:
No, no me miren así, como si yo también tuviera la culpa. Ella por lo menos se deprime y
va a su casa, y si quiere se inyecta una esponja en las venas, pero yo ni siquiera puedo
volver a mi casa. (Se sienta pesadamente, Melina siempre a su lado, algo en sus posiciones
es idéntico a Dudi y Anabel en la coreografía, de hecho, empezamos a escuchar la música
de ésta, ya que la escena luego se funde en la próxima: un nuevo ensayo de las bailarinas).
Mi casa. Todavía deben estar en la cocina las palmeritas que tanto le gustaban. Se deben
haber muerto todas las plantas. Los de la inmobiliaria no las van a andar regando, ya nadie
hace nada por nadie. Sólo yo, como una pelotuda, por el viejo del Durán.
MELINA:
¿Querés que pase a regar las plantas?
REGINA:
¿Podés?
MELINA:
Sí.
REGINA:
¿Y me traés la correspondencia?
MELINA:
Sí.
REGINA:
Acá te anoto la dirección. ¿Sabés cuál es Díaz Vélez?
No. Melina no sabe. Apagón.
41
ESCENA 8
BAILARINA REEMPLAZADA
Un escenario de ensayo, el mismo de la ESCENA 3. Todo está igual que entonces, sólo que
ahora Anabel ha sido reemplazada por otra: Marcia, vestida con tacos altos, ropa de
calle, cartera y una bolsa del supermercado con mandarinas de oferta. Daría la impresión
de que Marcia ha venido al grupo por primera vez, y se la está probando para la
coreografía. Y es verdad.
Marcia hace lo que puede, pero las otras tres no la ayudan mucho para entender que no
hay coreografía, que hay un supuesto –e incierto- Momento del Padre, y que básicamente
no se puede hacer nada. Han ido progresando, un poco, en la complejidad inane de la
coreografía. Ahora, por ejemplo, cuando Betiana huye hacia el cuartito en el que se
encierra, musita: “¡Abajo no! ¡Abajo no!”. O Dudi tiene un momento intenso en el que
grita “¡Jujuy!”. Pero fuera de eso, están lejos de entender. Luego del beso final entre
Dudi y Marcia, un beso escueto, Dudi –que amaba en silencio a Anabel- mira hacia donde
supuestamente está Elyse y estalla en llanto.
DUDI:
¿Dónde está Anabel?
ELYSE:
(Aparece desde la platea, las observa en silencio.) Bien. Muy bien lo de “¡Abajo no, abajo
no!” Bien. (Se toma la cabeza y se va.) Yo ahora me tengo que ir volando... A una
retrospectiva. (Sale.) ¡Taxi!
MARCIA:
Sí, yo me sentí bien. Rara, pero bien. Es un laburo muy intimista, al borde. Esta Elyse es
super-extrema, ¡qué intuición para lo trascendente! Veo que se mandaron todas en una y...
¿Trabajaron los cuatro elementos? (A Dudi.) ¿Vos sos tierra? ¿Me podrían dar la partitura?
(Las tres niegan apenas con la cabeza, algunas ni la miran a la cara. No son malas, es
sólo que están agotadas de las incertidumbres del arte del gesto virtual.) ¿Cómo
empezaron ustedes? (A Betiana.) ¿En qué parte te vas, vos? Vos, la de medias rojas.
¿Tenés un pie de música? ¿O hay un conteo? (A Dudi.) No entendí bien lo que me querías
decir, Dudi. ¿No tienen una partitura? (Dudi se va.) OK, yo quiero laburar, pero no
tenemos por qué ser amigas.
JESSICA:
No hay. (A Betiana.) ¿Viniste en auto?
BETIANA:
Sí, te llevo.
MARCIA:
La estructura estuvo copadísima. (Nadie la mira.) Bueno, chicas, me dicen que es un
trabajo, yo tengo que vivir de algo, y si es de la danza, bueno, sí, a mí me gustaría bailar...
BETIANA:
Sí, a nosotras también.
MARCIA:
Me llaman y acá estoy, acá vine, punto. Tengo cuentas que pagar... así que... O sea, el
laburo se va hacer igual, ¿no?
BETIANA y JESSICA:
Sí.
MARCIA:
Ah. Nos vamos a ir de gira, ¿no?, y eso está bueno. Es platita, y son paisajes. (Betiana y
Jessica empiezan a irse.) Nos vemos el martes.
JESSICA:
42
ESCENA 9
FIESTA
ROSA:
A ver si la entiendo bien, señora. ¿Usted quiere vender más o menos bien o desesperada?
LOURDES:
No, chiquita, no me entendés lo que te digo: yo estoy desesperada, pero quiero vender
bien. ¿Sabés lo que yo quiero? Que mires bien a tu alrededor, que veas los valores reales
de este departamento, y que me tases. Que me digas si con esto yo liquido mis cuestiones
acá y me voy a Miami con toda la guita.
ROSA:
Bueno, yo tomo nota de lo que me parece
que puede ser atractivo para un potencial
comprador,
JESSICA (OFF):
¡Guido! ¿Te fijás en el cuartito si hay un
cable VCR de pin chico?
pero la verdad es que no se vende mucho.
GUIDO (OFF):
Pará, me cambio y voy.
¿Acá hay un cuarto más?
LOURDES:
Sí, cuidado al entrar, está lleno de material
tecnológico de videocasetes.
JESSICA (OFF):
No podemos conectar el karaoke.
GUIDO (OFF):
¿Y ahora te fijás?
Emilio hacía películas, quería hacer, bueno,
un gastadero de plata.
Es tardísimo, va a empezar a caer la gente.
JESSICA (OFF):
Por eso, quiero instalar algo de música, y
Anabel alquiló este karaoke.
Yo no sé qué voy a hacer con todo esto
porque me permiten irme sólo con 20 kilos.
(Entran al cuartito, donde habita sempiterno ANABEL (OFF):
el espíritu de Emilio.) Pará, Jessy. ¿Por qué no terminamos con
esto de la desgrabación y usamos el cable
del grabadorcito?
Uy, mirá éste...
EMILIO:
Éste es un buen boceto. Le estoy tratando de
dar forma.
JESSICA (OFF):
LOURDES: ¿Qué pin tiene?
Son cientos de cintas.
44
(Suena el timbre.)
ANABEL (OFF):
Es standard. Multi-pin.
ROSA:
Ay, me encantaría ver los videos, pero como
estoy tasando...
JESSICA (OFF):
Bueno, dame que lo pruebo.
LOURDES:
No, además no te los ofrezco... (Nuevo
timbrazo) ¡Timbre! Lo que quiero es que
veas las dimensiones del cuarto per se, sin
tanta cosa. ¡Guido! ¿Abrís?
GUIDO:
¡Va!
También tiene un bañito, mirá.
JESSICA:
¿Cuánto falta?
ANABEL (OFF):
Nada, la conferencia de Mayenburg, está en
alemán, te dicto y lo liquidamos, mañana las
paso en limpio y la vendemos en la puerta
de la Facultad.
JESSICA:
Bueno, dale, apurate mientras me cambio.
Rosa y Lourdes salen del cuartito. Mientras,
Guido abre la puerta. Es Susana Lastri.
ROSA:
¿Me mostrás ahora la distribución de los
dormitorios?
LOURDES:
Vení, es arriba. Hay lío porque mi hija hace
una fiesta.
¿Esta pollera te gusta?
ANABEL:
(Aparece y vemos que está vendada de mil y
GUIDO: una formas, el brazo en cabestrillo, después
Hola. de la sangrienta pelea con Marcia.)
Sí, es diminuta.
SUSANA LASTRI:
Hola.
LOURDES:
A ver, Jessy, ¿pueden hacer eso en otra parte
de la casa, que estamos tasando?
Perdón. Llegué temprano.
GUIDO:
Todo bien, no te preocupes. Pasá, pasá que
todavía no terminamos, me voy poniendo
una camisa.
ANABEL:
No te preocupes, es un segundo y te ayudo a
ordenar.
45
JESSICA:
Bueno, a ver, bajamos todo. (Bajan, ve a
Susana, que no le cae nada bien.)
SUSANA LASTRI:
(A Jessica.) Hola. Traje un Cinzano.
Sube. Con Guido.
Anabel, con enorme dificultad y con su única mano libre, instala el grabador. Lo
manipula, y se escucha una voz en alemán, la voz de un tal Mayenburg, que da una
conferencia. Parece que Jessica y Anabel de vez en cuando trabajan desgrabando clases
de la facultad para vender los apuntes a los estudiantes.
Anabel traduce y le dicta a Jessica, que trata de pasar el apunte en limpio, mientras se
termina de pintar y de vestir para la fiesta.
VOZ DE MAYENBURG:
Was ist ein Paradigma? Wie dem auch sei; ist es etwas Gutes?
ANABEL:
“¿Qué es un paradigma?”
JESSICA:
(Anota.) “¿Qué es... un paradigma?”
ANABEL:
Ponelo como título. “Y en todo caso, ¿es ello algo bueno?”
JESSICA:
¿Lo anoto o lo decís vos?
ANABEL:
Como subtítulo. “Qué es un paradigma / algo bueno / algo malo”. Sigo. (Prende el
grabador.)
VOZ DE MAYENBURG:
Stellen wir uns vor, daß die Idee, die an sich formlos ist, die Form eines Strudels hätte. Das
hilft.
ANABEL:
“Imaginemos que la idea, que es informal, tuviera forma de torbellino. Esto ayuda.”
JESSICA:
...de torbellino... ayuda...
ANABEL:
Torbellino como... O sea, “Strudel”, no se refiere al viento en sí, sino a la generalidad,
como remolino, como caos... Pero no es “Wirbel”, dice “Strudel”. Ponele torbellino.
JESSICA:
Ya lo puse. ¿Pero Strudel no es eso que se come...? Bueno, dale.
VOZ DE MAYENBURG:
Stellen wir uns nun, nur für einen Augenblick, einen Hund vor. Oder eine Hündin. Mitten
im Strudel.
ANABEL:
“Imaginemos ahora, sólo por un momento, un perro”... una perra, poné, “al medio del
torbellino”.
JESSICA:
...En medio del torbellino... ¡Guido! ¿Ponés la cerveza en el hielo?
VOZ DE MAYENBURG:
Stellen wir uns vor, daß dieser Hund/Hündin bellen könnte ...
ANABEL:
46
Ahora las luces van y vienen, como si eso hiciera de las fiestas algo mucho más atractivo.
La música no permite escuchar casi nada de lo que se dicen. Durante el tema musical, se
producen algunos brevísimos silencios, en los que se escuchan, a los gritos, los textos de
Susana.
SUSANA LASTRI:
No... Es que vos, como todos los hombres... (la música la tapa)
y seguro que pensás la concha como una totalidad en bruto... (la música la tapa)
No es un pack. (Música.)
Tenés que pensarla en partecitas. (Música.)
Si manoteás como si fuera un monedero no voy a acabar nunca. (Música.)
GUIDO:
(No se lo escucha, por la música.)
SUSANA LASTRI:
No me hables de la penetración como si fuera la gran ciencia del hombre, ¿sabés?
(Música.)
O sea, está bueno, cada especie hace lo que puede, (música)
pero te aclaro –porque parece que no te lo dijo nadie- (música)
y que sólo un 5% de las mujeres realmente tienen orgasmos vaginales, el 95% somos
clitóricas. Así que no manotees a lo bestia. (Música.)
La concha no es una argolla de goma para que te apriete mejor la pija, ¿viste? (Música.)
Sos de sagitario, ¿no?
GUIDO:
¿Qué, te vas a ir?
SUSANA LASTRI:
Al baño, voy al baño. ¿Me hacés otro Cinzano con eso que le pusiste? (Sale.)
GUIDO:
Claro. (Queda en su sitio, muy confundido.)
Bajan Lourdes y Rosa.
48
LOURDES:
Vos pensalo, sacá las cuentas que tengas que sacar… lo que yo te digo es que vendo todo y
me las tomo.
ROSA:
Bueno, la verdad es que es un cálculo difícil, es una ecuación inmobiliaria, llena de
factores.
De la oscuridad aparece Emilio, que va directo hacia ellas.
EMILIO:
Acá está lo que les quería mostrar. Es una fábula egipcia, viejísima, pero la quiero
presentar en un ámbito urbano, contemporáneo, sin la boludez de la pirámide y todo eso.
¿Ya te vas? ¿De dónde te conozco?
ROSA:
Bueno, yo la llamo en la semana, cuando haya menos ruido.
EMILIO:
Claro, está a full, la fiesta. (Por el video.) ¿Lo vemos?
LOURDES:
No, pero mirá que esto no es así siempre, es hoy porque resulta que hay una fiesta, si no el
edificio es super tranquilo, anotalo... eso, pará que bajo con vos y te abro.
Salen. Emilio intenta seguirlas, pero por algún motivo descubre que no puede hacer girar
el picaporte y queda adentro.
EMILIO:
(A Guido.) Está a full, la fiesta... (música)
...bueno, un libro buenísimo, egipcio, antiguo, y de ahí saqué la idea base... (música)
...la llamamos a Jessy y se los muestro... (música)
Te pregunto si no la viste a Jessy. (Música, se escucha sonar un timbrazo.)
¡A Jessica! ¿No me oís? (Guido y Emilio salen y se cruzan con Jessica, que reaparece
corriendo.) Ah, Jessy, dale, venite que les muestro unas escenas piloto.
Jessica baja a abrir la puerta a una eufórica Betiana.
JESSICA:
¡Betiana! ¡Hola!
BETIANA:
¡No me vas a creer lo que te traje! ¡Abrilo! ¡Abrilo! ¡Me lo hice traer de Berlín! ¡Te vas a
morir!
Jessica abre el regalo, es un poster magnífico del estreno de “Bongos y canillas”, de Elyse
Bernard. Aparece Anabel.
JESSICA:
¡Ay, me muero! ¡Gracias!
BETIANA:
Uy, Anabel, estás hecha mierda.
ANABEL:
No, lo llevo bien. No me enyesaron porque tengo calcio hasta para regalar.
Se van para adentro, donde la fiesta arde. Reaparece Susana.
¿Terminamos con lo de Mayenburg, Jessy, o lo hago yo sola? Mirá que no me importa...
JESSICA (OFF):
Pará que se lo damos a leer a Betiana, para que veas que yo no te lo digo de jodida que soy,
pero no se te entiende nada...
SUSANA LASTRI:
¿En qué estábamos? ¿Querés que nos sentemos ahí, que vamos a estar más tranquilos?
GUIDO:
Dale.
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¿Que yo simplifico? ¿Quién piensa en platitos voladores, vos o yo? ¿Te creés que me
gusta, a mí, esto que me pasa? ¿Te creés que no me gustaría tener una relación normal?
(Muy enojada.) ¿Sabés qué? Vamos a suponer por un momento que vos me gustaras... Me
siento a charlar con vos y, ¿qué escucho?
GUIDO:
No, yo pensé el veintiuno, pero todo esto que vos decís...
SUSANA LASTRI:
(Alarmada.) ¿Cómo? ¿En serio pensás eso?
GUIDO:
No. ¿Qué pensé?
SUSANA LASTRI:
“¿Pensará ella que soy puto?” Ay, sos lo mismo que todos los hombres
GUIDO:
¿Qué?
SUSANA LASTRI:
No te hagas el que no entendés.
GUIDO:
¿Y ahora qué estoy pensando?
SUSANA LASTRI:
“¿Cuál es la mejor manera de ser macho? Gustarle a todos, hombres, mujeres, niños,
fenómenos de circo, reino vegetal. Ayer vi una cala en un florero y pensé: ¡Qué bárbaro,
qué bueno, qué macho!”
GUIDO:
¿Cómo voy a pensar eso? ¿Qué es una cala?
SUSANA LASTRI:
¿Vos sabés quiénes son los mejores clientes de los travestis? ¿Eh? Los milicos, los canas,
¡supermachos!. ¿Sabés por qué?
GUIDO:
No, no, eso es un mito.
SUSANA LASTRI:
No, ¡qué mito! ¿Sabés por qué? Se creen tan machos que lo que quieren es cogerse a un
macho, ¿entendés? ¡Soy un macho, y entonces los machos más machos quieren que se las
ponga, yo y sólo yo! Pero hete aquí que después descubren la reversibilidad de este
razonamiento silogístico, y si se pueden hacer garchar también, bueno, mucho mejor, ¿no?
Ahí tenés, una fila de travas en Godoy Cruz. Y todos, TODOS tienen trabajo. Canas,
milicos, los tipos de la seguridad privada de los bancos, de los countries. ¿Me vas a decir
que no estás pensando en eso? Dame un beso, dame un beso.
GUIDO:
No estoy pensando en eso. Es horrible, lo que me decís.
SUSANA LASTRI:
El miedo del puto que hay en vos. Y es típicamente masculino. Todo bien. Yo en otras
vidas fui cosas peores.
GUIDO:
No, no me hables de lo que es típicamente masculino, porque...
SUSANA LASTRI:
A ver, ¿hacemos un trato? ¿Vos querés coger conmigo?
GUIDO:
Estás simplificando todo de una manera que...
SUSANA LASTRI:
¿Querés o no? Sí, querés. Muy bien... Porque sos bien macho. Ah, ¿cómo? ¿Que tenés
52
dudas?... Yo te digo esto: cogete a un travesti y fijémonos qué te pasa. Porque por un lado
me decís que no, pero mirá lo que acabás de pensar...
GUIDO:
¿Qué?
SUSANA LASTRI:
“Cuando me lo esté cogiendo, bien caliente, a lo mejor me tienta la posibilidad de que me
la pongan a mí...”
GUIDO:
¿Vos estás loca?
SUSANA LASTRI:
Ay, mirá, me cansé. Todo lo negás, todo, sin fundamento. ¡Yo necesito un hombre, no un
proyecto de inseguridades! (Se va, Guido la sigue. Salen por la puerta que da al interior de
la casa. Se cruzan con Jessica y Anabel, que todavía trae el grabador para terminar el
trabajito universitario.)
GUIDO:
¡Susana! ¡Vení, hablemos! (Sale tras ella.) ¡Me preguntás y te contestás vos sola! (Sale.)
JESSICA:
Escuchame una cosa, Anabel. ¿Vos entendés bien el alemán?
ANABEL:
Sí, o sea, yo... por ahí no lo puedo hablar, así, pero cuando lo escucho lo...
JESSICA:
Porque no se te entiende.
BETIANA:
(Volviendo del baño.) Perdoná, Jessy... El baño no... La... El... no dispensa, así que tuve
que usar un...
JESSICA:
Sí, un balde que está al lado, llenalo en la bañadera, todo bien.
BETIANA:
Sí.
JESSICA:
(A Anabel.) No se te entiende nada. ¿Por qué pensás que Elyse se cansó de vos?
ANABEL:
No seas así. ¿Qué no se me entiende?
JESSICA:
Nada. A ver, dale.
Anabel prende el grabador.
VOZ DE MAYENBURG:
So, wie heißen Sie? Mario? „Mario, Mario, Mario“, das Lachen von beiden verändert sich,
sowie die Glotzaugen...
ANABEL:
“Mario, Mario, Mario, cambia la risa de ambos, y los ojos de huevo, los ojos saltones...”
JESSICA:
¿No ves? ¿Qué Mario? ¿Dónde dice “Mario”? ¿Cómo querés que anote esto? ¿Vos
escuchás lo que me estás dictando?
ANABEL:
No, yo interpreto, no puedo pensar en lo que digo.
JESSICA:
¿No ves? Si no pensás en lo que decís, ¿cómo querés que...?
ANABEL:
Ay, pero esto es así siempre, cuando...
53
JESSICA:
No, no, así es siempre cuando lo hacés VOS. No es la primera clase que desgrabo en mi
vida, ¿entendés? Y no se te entiende.
BETIANA:
(Mientras muerde una lapicera, en media lengua.) No se te entiende nada.
ANABEL:
Pero en contexto, los alumnos... lo van a entender...
JESSICA:
¡No me parece, sabés? Y dudo mucho que este tipo Mayenburg se haya tomado un avión
desde Munich para venir hasta acá, con lo que cuestan aviones, hoteles, dietas, a decir esto
que vos decís que dijo, ¿me entendés? Además, quiero estar en una fiesta, en mi fiesta.
ANABEL:
Perdón, voy al toilette. (Sale.)
BETIANA:
¿No podés recuperar nada?
JESSICA:
¿Qué? ¿Qué querés que recupere? “La perra está en el torbellino, si pudiera ladrar sería un
paradigma, pero las ideas son indemostrables”. ¿Qué querés que recupere?
BETIANA:
Mh. Mejor si lo hablan...
JESSICA:
¿¡Hablarlo!? ¿Quién carajo apagó la música? (La música se vuelve a encender.)
BETIANA:
A mí me parece que a lo mejor no sabe alemán y no se animó a decírtelo.
JESSICA:
No sabe alemán, pero eso es aparte, no le entiendo. Me habla y yo veo lucecitas, no le
entiendo lo que me dice. Yo no sé si esto se medica, nadie dice nada, nadie pregunta... No
le entiendo yo, no le entiende nadie. ¿O vos le entendés?
ANABEL:
(Volviendo del baño.) Jessy, ¿sabés qué raro, lo del baño?
JESSICA:
¿Qué pasa ahora?
ANABEL:
Que estaba trabado, por eso no cargaba, metí la mano y lo destrabé, estaba trabado con una
llave.
JESSICA:
Escuchame una cosa, Anabel. Para que no perdamos más tiempo, con esto. ¿Vos hablás
alemán?
ANABEL:
Sí, pero lo que te digo es que metí la mano en la mochileta, saqué esta llave que trababa la
báscula, y ahora carga bien.
JESSICA:
A ver, ¿cómo decís “metí la mano en la mochileta”?
ANABEL:
“Ich habe die Hand in die, in den, in das...” Bueno, la mochileta, no sé cómo se dice, o sea
si es muy técnico no sé decirlo, pero si lo dice otro en alemán yo lo traduzco, lo que no sé
lo deduzco, lo completo...
JESSICA:
Pero ahí está el problema, ¿ves? Vos creés que la mochileta es algo técnico, y no es, ¡no
es! ¡No hay tal cosa en mi baño! ¡Te lo inventás y me decís que lo deducís! No se te
54
entiende lo que deducís, y me lo presentás como algo que dijo otro, y querés que lo
vendamos a los pobres que cursan la materia...
ANABEL:
¿Pero no se me entiende cuando hablo en alemán o ahora, en castellano?
JESSICA:
(Crisis.) ¡Nunca! ¡Nunca se te entiende! ¡Nadie te entiende!
BETIANA:
Sorry.
ANABEL:
Perdonen, chicas. Yo me voy.
JESSICA:
Sí, sorry.
ANABEL:
Yo lo termino sola.
JESSICA:
(Sinceramente conmovida.) No me hagas caso. ¿Te quedás?
ANABEL:
Sí. No te preocupes. Yo lo termino. (Recoge el cassette y los apuntes.) Ah, esperá que
guardo la cassettica en el bolso. Que no se pierda. (Agarra el cassette y sube al cuarto.)
Se abre la puerta del departamento, Lourdes regresa de abrirle a Rosa. Lourdes queda
apoyada contra la puerta, muy desencajada.
JESSICA:
¿Qué me dijo que se pierde? ¿Qué cosa me dijo del bolso? No se le entiende... ¡vivir así!
¿Nos tomamos otra?
BETIANA:
Dejá que yo traigo. (Sale, mientras Jessica ordena el grabador y termina de pintarse y
vestirse. Reaparece Emilio.)
LOURDES:
(A Jessica.) Tenemos que hablar.
EMILIO:
Sí.
JESSICA:
¿Ahora?
LOURDES:
No. No tiene por qué ser ahora.
EMILIO:
Estoy muy confundido. Es como si escuchara voces, todo el tiempo.
LOURDES:
No me querés hablar.
EMILIO:
Ya pasó, Lourdes. Ya pasó... Déjenme que haga memoria... Yo... no deseo las cosas... me
gustaba ir a nadar, Lourdes, y ahora... pensar en el frío... Quiero agua fresca y no puedo
abrir la canilla, tenía razón. ¿Quién es la alta? (Por Susana.)
LOURDES:
(A Jessica.) Si no me querés hablar está bien.
EMILIO:
¡Está bien! ¡Está bien! (Voltea sin querer un vaso, Lourdes y Jessica lo registran.) Fui yo.
Sí. Lo del trabajo de edición de Díaz Vélez no es un trabajo. Tengo una amante.
LOURDES:
Está bien. Pero yo no me olvido.
EMILIO:
55
No... eh, Regina... No me interrumpas que me olvido... Regina es... Estos momentos de
lucidez... que me vienen...
JESSICA:
OK.
EMILIO:
Pará. Si yo me veo. Regina. Y la malla. Y la canilla...
JESSICA:
¿De qué no te olvidás?
EMILIO:
¿Yo les dije que me olvidé?
LOURDES:
De todo. Todo lo que me dijiste, lo que me hiciste sufrir.
EMILIO:
¿Quieren tomar algo?
JESSICA:
(A Lourdes.) Ahora no.
EMILIO:
¿No? Hay de todo, hay Gancia. ¿Una Sprite... con Granadina?...¿Vino?
LOURDES:
Está bien.
EMILIO:
¿Un vinito?...
LOURDES:
Ahora no.
EMILIO:
No. ¿Y yo? ¿No quiero nada? No. Me voy a encerrar en mi cuartito. Algo pasa. (Se va.)
LOURDES:
(Pausa. Súbitamente estalla en una crisis de llanto.) ¡Ya tasé! ¡Ya voy cortando cada vez
más lazos! (Señala el vaso derramado.) ¡Y ahora la casa se me manifiesta! Yo no sabía
que se podía sufrir tanto. ¿Qué quieren de mí? (Corre a su cuarto, Jessica sale detrás de
ella, sin muchas ganas de consolarla.)
Se abre la puerta violentamente, y reaparecen Susana y Guido, discutiendo de lo mismo.
GUIDO:
¡Yo no tengo...!
SUSANA LASTRI:
¿No tenés?
GUIDO:
¡No, yo no creo tener... ningún problema con mi sexualidad!
SUSANA LASTRI:
¿No ves que escuchás lo que querés escuchar? ¿Quién dijo que fuera un problema?
GUIDO:
Me resultaría muy problemático si me pedís que me coja a un travesti.
SUSANA LASTRI:
Para nada. Y si te das cuenta que no había nada que probar, que sos un hombre, bien
hombre, con el culo bien cerrado, me llamás y lo hacemos.
GUIDO:
¿Cómo me voy a coger a un travesti? Son horribles los travestis.
SUSANA LASTRI:
¿Ése es todo el asunto? Yo te puedo mandar a uno que no está mal. Se acabó esta
discusión.
56
Susana le cierra la puerta de un golpe. Guido se queda de este lado, pensativo. Luego baja
la escalera y se sienta. La música tecno ha cedido terreno a un bolero encantador. La
puerta se reabre, y de la oscuridad surge Úrsula, totalmente a merced de algunas pastillas
que parece haberse tomado. Se acerca a Guido. Se sienta cerca de él. Lo mira, se miran.
Guido asume que Úrsula es el travesti que le envió Susana.
GUIDO:
Hola.
ÚRSULA:
Hola.
GUIDO:
Eh... Supongo que hablaste con... Que te dijo Susana que... Yo soy Guido.
ÚRSULA:
Úrsula, ¿qué tal?
GUIDO:
Bien. ¿Vos?
ÚRSULA:
Bien.
GUIDO:
¿Querés tomar algo?
ÚRSULA:
Bueno.
GUIDO:
¿Querés que lo tomemos acá... o directamente vamos a...? No sé, como quieras. A mí me
parece rarísimo, pero como quieras vos, yo estoy... Bueno, no es usual.
ÚRSULA:
¿Qué querés? ¿Que nos vayamos?
GUIDO:
No sé. Como quieras.
ÚRSULA:
Lo que pasa es que yo no conozco a casi nadie, pensé que iban a estar las chicas...
GUIDO:
(Con intención.) Claro, las “chicas”...
ÚRSULA:
Unas chicas amigas, pero no vinieron. Ya me iba. Estoy con auto.
GUIDO:
¿Lo dejaste cerca? ¿Querés que lo hagamos en el auto?
ÚRSULA:
(No lo escucha bien, la música ha empezado a subir nuevamente.) ¿Qué?
GUIDO:
A mí me da lo mismo. (No se le escucha lo que le dice durante un largo rato.)
ÚRSULA:
No sé si te entiendo bien. ¿Qué miedo a la reversibilidad?
GUIDO:
No, te digo para que sepas que yo... (Música.)
O de los milicos, ¿viste cómo son? Que por eso... al final son todos putos. (La música se
detuvo de golpe.)
ÚRSULA:
Ay, qué suerte, no te escuchaba nada.
GUIDO:
Hay una cosa, en el hombre, que la mujer no entiende, y que es puramente física, y que no
tiene que ver ni con el amor, ni mucho menos con ninguna fantasía homosexual,
57
¿entendés? Es así desde la Edad del Hierro, de las cavernas. La mujer piensa mucho más
en eso, y le da una importancia que la cosa no amerita. Es decir: por la forma de los
genitales de unos y de otros, ¿entendés?
ÚRSULA:
¿Vos no sos el hermano de Jessica?
GUIDO:
Sí.
ÚRSULA:
¿Vos no te acordás de mí, no? De la escuela de Jessy.
GUIDO:
No.
ÚRSULA:
De danza...
GUIDO:
Ja, de danza.
ÚRSULA:
Bueno, no me extraña... Yo cambié mucho, mucho, en este tiempo.
GUIDO:
(Ríe.) Sí, claro, me imagino. ¿Vamos?
ÚRSULA:
Bueno, vamos, si querés. Yo no sé qué tomé. Agarré una pastillita así de este tamaño de
una caja y veo todo flúo. Igual lo que me decís me parece super interesante. Vamos a dar
una vuelta, si querés. O a tomar algo.
GUIDO:
Buenísimo. Pará que le aviso a Susana. Bueno dejá, no importa.
ÚRSULA:
¿Qué? Te espero abajo. (Sale.)
JESSICA:
(Que desde hace un rato se prepara para hacer karaoke de Patricia Sosa.)
Anabel, ¿estás segura que ésta es la letra de la canción?
ANABEL:
Sí, dale que ya empieza. Seguí la bolita saltarina.
JESSICA:
Es que no se entiende. ¿De dónde la copiaste?
ANABEL:
La desgrabé del recitalaje.
JESSICA:
Ahí voy. (Canta. Algo debe estar muy mal, porque se parece peligrosamente a un tema de
Patricia Sosa, pero...)
Esta noche no me endilgues nada,
Sólo lústrame los oídos,
Esta noche publiquemos todo
¡Sólo háblame de honor!
GUIDO:
(Busca a Jessica, la interrumpe un segundo.) Jessy, ¿me podés prestar cinco... o diez
pesos?
JESSICA:
Agarrá de mi latita.
Sigue cantando. Se le cae el pie del micrófono. Emilio, que andaba por ahí trata de
recogerlo para dárselo, pero sus dedos traspasan la materia sólida. Tiene un momento de
lucidez, empieza a comprender que está muerto.
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ÚRSULA:
Me vestí y me fui. No le digas que te dije. Pobre.
JESSICA:
No, no le voy a decir.
ÚRSULA:
Bueno, pensé que me había dejado el saquito... qué raro que no aparezca... Bueno, si lo
encuentran... Chau. (Sale.)
ANABEL:
¿Qué pasó?
JESSICA:
Nada.
ANABEL:
¿Cómo nada? ¿Qué te dijo?
JESSICA:
Nada.
ANABEL:
Pero...
JESSICA:
¿No entendés el significado de la palabra nada?
BETIANA:
¿Por qué no sacás la basura, Anabel? (Se acerca a Jessica, para averiguar qué pasó.)
ANABEL:
Bueno. ¿Es esta bolsa del Coto? Dejá que yo la cierro.
BETIANA:
Y andá y comprá facturas. Tenés plata, ¿no?
ANABEL:
Sí, creo que tengo como setenta y cinco centavos. ¡Chicas, chicas!, no puedo meter la
mano en el bolsillo, se me trabó en el jean. Es que no sé qué tengo acá. Monedas... ¡Chicas,
chicas!, con esta mano mocha tendría que tener esos monederitos de los colectiveros,
verticales... a dedo. (Saca la mano del bolsillo, y tiene la llave en ella.) ¿Y esta llave? ¡Ey,
chicas!... Bah, yo la tiro a la mierda. (La tira a la basura.) ¿Vieron que ahora hay unas
bolsas verdes para tirar la basura que les puede ser útiles a los pobres? ¿Alguien entiende
cómo funciona eso?
JESSICA y BETIANA:
No.
ANABEL:
Yo... a veces me gustaría dedicarme a la cuestión de la ecología, pero acá eso es un lujo, y
además la danza, que es mi pasión, no me deja espacios personales.
JESSICA:
¿Qué espacios personales?
ANABEL:
Espacios... personales.
Jessica tiene un ataque. Ha llegado a su límite de tolerancia con Anabel. Tira la bolsa de
la basura al suelo, no puede articular palabra, pero lo haría gustosa, le diría a Anabel
cuán irritante es no entenderle nada, le diría que la odia, que la quiere ver muerta. Pero
eso es porque Jessica está en un momento de su vida que no le resultaría fácil a nadie.
Anabel empieza a recoger la basura y la mete en la bolsa. En primer plano, entre latas
caídas, la llave.
En un instante que podría llamarse mágico, Jessica la ve. Pero no la reconoce.
JESSICA:
Quedó esto.
61
ANABEL:
Sí, es basura.
Jessica le empuja la llave a Anabel con un dedito para que la meta en la bolsa, se
recompone. Se abrazan. Lloran juntas, se quieren, son amigas. Todo es patético.
Apagón.
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ESCENA 10
TERMOTANQUE
Rosa Lozano entra al departamento de Regina. Viene hablando por teléfono, y trae una
alfombrita enrollada bajo el brazo.
ROSA:
Mire, señor Cocuzza, en algún momento a mí me gustaría discutir esa cuestión con usted
en persona. Porque yo no tengo la culpa si me dan a alquilar los departamentos con
mayores dificultades. (…) Sí, sí que es. ¡Éste es un departamento difícil! ¡No es un sitio
bello para vivir! (…) Y ahora voy a poner un tapete donde quedó la marca del muerto,
porque mucha gente pregunta, y si ustedes no se lo dicen en la inmobiliaria, para atraerlos,
igual termino diciéndoselo yo, me lo sacan a mentira-verdad. (…) Bueno. Adiós.
Rosa desenrolla la alfombrita, y se dispone a colocarla sobre la silueta dibujada del
muerto, al pie de la escalera. Su acción se lentifica, como si sintiera algo extraño en la
casa, mira en todas direcciones, cuando está por hacerlo, aparece en lo alto de la escalera
Melina, vestida de uniforme, con una regadera en una mano y el arma reglamentaria en la
otra.
MELINA:
¡Alto ahí! ¡Alto ahí! Soy... policía. ¿Qué hace acá?
ROSA:
Vengo de la inmobiliaria.
MELINA:
Ah, perdón. Me asusté. Escuché ruidos, voces.
ROSA:
Si está haciendo otra pericia me siento por acá, y me quedo calladita, con mis cosas.
MELINA:
No, no, está bien, yo ya me iba. Yo… soy una conocida de Regina.
ROSA:
Ah, ¿la señora que vivía acá?
MELINA:
Sí.
ROSA:
¿Le puede preguntar si la vajilla la va a dejar o no? ¿Y si puede hacer arreglar el ventiluz
de arriba?
MELINA:
¿Cuál?
ROSA:
Acá arriba, que se filtra viento, se oyen ruidos, mire…
MELINA:
¡Con razón! ¡Qué julepe! Yo oía ruidos, pensé que había fantasmas. (Desaparecen
escaleras arriba.)
Emilio y Elyse salen del cuartito, charlando, y tomando un café.
ELYSE:
Estaba apurada, me tomé un taxi antiguo, un 404, creo, salía de un ensayo, las bailarinas
me hacían planteos tontos, yo llegaba tarde a mi propia retrospectiva, (ríe, es evidente que
Emilio le gusta) ...la armaron en la loma del culo, en Mataderos...
EMILIO:
¡No! (Ríe también. Luego.) No... No te estoy escuchando.
ELYSE:
63
...De pronto siento un impacto y veo que estamos arrollando a una tropilla. ¿Qué hacía un
grupo tan compacto de percherones y tordillos en medio de la avenida Juan Bautista
Alberdi?
EMILIO:
Eh...
ELYSE:
No, yo te lo voy a decir.
EMILIO:
Ah, qué bien.
ELYSE:
¡La feria de Mataderos! La Feria del Gaucho, gritos de doma, fuerza, color, por donde
quieras ver... ¡La pampa, que no respeta semáforos! Por suerte no me hice nada. Ni un
rasguño. ¿Dónde estamos, es tu casa?
EMILIO:
Ah, claro... No sé. Si te digo te miento. (Entra en la cocina.)
ROSA:
(Apareciendo.) Deberías pensarlo, porque éste es un departamento con más ventajas de las
estrictamente necesarias.
MELINA:
Claro, el tema es el precio, ¿no?
ROSA:
Ventajas a nivel mochetas, a nivel ubicación, a nivel entarugados. Vení que te muestro el
termotanque, dan ganas de chuparlo. Yo creo que además le podés pedir a la señora Regina
alguna rebaja. Total, en esa celda en la que está, con cualquier cosa a cambio la conformás.
Llevale chiches viejos.
ELYSE:
Claro, y ¿querés saber en qué pensaba? Pensaba... Me olvidé. (Sopla la vela de Melina.)
MELINA:
¿Ves?
ROSA:
¿Qué veo? La corriente.
MELINA:
¿Vos decís?
ELYSE:
Con el choque pensaba... sentía dos pelotitas rojas en la garganta, pensé: “han de ser mis
aretes, creo que me los tragué”.
EMILIO:
¿Qué es un arete?
ELYSE:
Ah, yo pienso en alemán, trabajé un tiempo en Berlín, me marcó mucho.
EMILIO:
(Soplando otra vez.) ¡Pará con la velita esa! (A Elyse). ¿Vos qué sos?
ELYSE:
¿Qué soy? Yo… trabajé en… Berlín. Yo soy… (No se acuerda.)
MELINA:
Allá no pasaba, es por acá, por donde… (Señala el tapete que oculta la figura del muerto.)
ELYSE:
No me sale la palabra.
EMILIO:
¿Ves? (A todas.) ¿Ven? Qué momento. Entonces a vos también te pasa. (A todas.) ¡A ella
también le pasa! Viene y va, ¿no? La lucidez… Un deseo enorme de comprender, y al
mismo tiempo una fiaca…
MELINA:
¿Vos pensás que después de lo que pasó…?
MELINA:
Dejame pensarlo mejor…
ROSA:
¿Querés que te diga lo que pasó con todos los anteriores que me dijeron eso? Lo pensaron
mejor. Y no llamaron más. (Melina insiste con su prueba de la vela, que ahora sí
permanece encendida.) ¿Qué hacés? ¿Qué tiene este departamento, la peste? ¡Si la gente
vive en cada pocilgas! Yo... vivo en una pocilga, todos hacinados, madre, familia, cuñado,
dos perros siempre húmedos...
MELINA:
Bueno, está bien. Está bien.
ROSA:
Bueno. ¿Está bien, qué?
MELINA:
Sí, lo alquilo. Es... lindo.
ROSA:
¿Es lindo, qué? Vení. Vení. (Melina se le acerca.) Vamos a firmar con Cocuzza. (Le da un
beso tierno.) Y no me creas lo que te dije de los policías, yo los admiro mucho.
MELINA:
Yo también. (Salen. Apagón.)
66
ESCENA 11
CHUCKY
GUIDO:
¿Cómo la hacés pasar? ¡No me avisás nada!
JESSICA:
Viene subiendo en el ascensor.
GUIDO:
¡Y no me avisaste! ¡No la quiero ver!
JESSICA:
Mamá tiene que hablar con ella. Ya probamos todo. Y la llave no aparece. No jodas,
Guido.
GUIDO:
¿Ustedes no ven cómo estoy yo? ¿A ustedes no se les ocurre preguntarse si yo quiero verla
o no a Susana? (Suena el timbre.) Me voy a esconder acá. (Se esconde en el cuartito.)
LOURDES:
Que pase.
JESSICA:
Pasá, Susana, está abierto.
SUSANA LASTRI:
Hola.
LOURDES:
¿Entonces?
SUSANA LASTRI:
Creo que hoy vamos a tener suerte. Cuando venía para acá conté siete Fititos, y ya no se
están haciendo más. ¿Hiciste lo que te pedí, Lourdes? Lourdes, te estoy hablando.
LOURDES:
Sí, te dije, sí, te contesté. Decile que vaya a buscar la muñeca.
JESSICA:
Está ahí, con las cosas de Emilio.
SUSANA LASTRI:
OK, yo voy. ¿La dejaron a la vista? ¿A la vista del muerto? (Abre la puerta, y descubre a
Guido.)
GUIDO:
Hola, Susana.
SUSANA LASTRI:
Hola.
GUIDO:
No... no te llamé.
SUSANA LASTRI:
No.
JESSICA:
Dejala, Guido, dale la muñeca.
GUIDO:
Tomá.
Susana lleva mecánicamente la vieja muñeca a la mesa. Es la misma muñeca que cayó
rodando en la escena del tenedor.
SUSANA LASTRI:
67
LOURDES:
¿Vos decís donde se guarda el rollo por usar, o el rollo que se está usando?
SUSANA LASTRI:
Ése.
LOURDES:
Sí, portarrollos.
SUSANA LASTRI:
Ya ven a dónde voy, ¿no? (Pausa.) ¿Cómo le decía Emilio a esta muñeca?
LOURDES:
Chucky.
GUIDO:
Ñaña.
LOURDES :
¿Qué?
GUIDO:
Ñaña, le decía.
LOURDES:
Chucky. Decía que era horrible. Pero la guardaba. Se la había regalado Nazareno. (La
miran como si estuviera loca.) Un político en campaña en el orfanato. Cuando lo
sacamos...
GUIDO:
Se llamaba Ñaña.
LOURDES:
Pero ahora él le dice Chucky. Le decía...
SUSANA LASTRI:
No. Sigamos en el baño. Donde va el jabón, ¿cómo le dicen?
JESSICA:
Jabonera.
SUSANA LASTRI:
¿Y donde se hace correr el agua del water?
JESSICA:
¿Qué es el water?
GUIDO:
El inodoro.
SUSANA LASTRI:
No. Yo no digo el inodoro. Yo digo donde está el agua, que después se lleva los... lo que
está en el inodoro.
JESSICA:
La... el... Era algo con “ch”.
GUIDO:
Ah, es el... la...
LOURDES:
La... ¿cómo es? La... Lo tengo en la punta de la lengua...
JESSICA:
Basta, Susana, por favor. ¿Qué es esto?
SUSANA LASTRI:
¿Y se tapó el baño?
JESSICA:
Sí, hace unos días.
SUSANA LASTRI:
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¡Como a todos!, ¿no? Decilo. ¡Como a todos! Claro: una es demasiado mujer... los hace
hombres y después me dejan. (Agarra sus cosas y sale corriendo, para nunca más volver,
se la escucha aún unos segundos más llorando en sánscrito, escaleras abajo.)
Guido se suma a Lourdes y Jessica, los tres sollozan en la escalera, como perritos
abandonados.
LOURDES:
Mis chiquitos, mis pobrecitos. Cuánto han tenido que sufrir. Yo ahora les voy a hacer la
leche. ¿Quieren? ¿Quieren que mamá les haga la leche? ¿Quieren?
Los tres un nudo de llanto.
¡Hay tantos caminos, tantos... que no conducen a ninguna parte! Ahora mamá se va a parar,
va a entrar en esa cocina, y les va a hacer la leche. Ahora mamá lo va a hacer. Ahora sí.
Apagón.
71
ESCENA 12
EL LIBRO DE LOS MUERTOS
Antes de que los textos finales de Lourdes se dejen de oír, volvemos a escuchar la música
de la coreografía que prepara Elyse. De manera más o menos caótica, las bailarinas
toman sus posiciones de siempre (Jessica, Betiana, Dudi y Marcia), y la pobre Elyse,
muerta sin saberlo, corrige sutilmente una u otra posición, uno u otro gesto, este o aquel
ritmo.
Lo que ocurre en esta cuarta versión de la coreografía es difícil de describir: la música ya
no es tan clara; voces de todos lados, en lenguas ignotas, como un conciliábulo de brujas
y hechiceros, se dejan oír aquí y allá, aclarando las cuestiones fundamentales de “El libro
de los muertos”.
En cuanto al baile en sí, básicamente se trata de los mismos gestos, los mismos
movimientos que ya hemos visto, pero ahora, extrañamente, y de un modo bastante idiota,
empiezan a cobrar sentido en la convivencia con los muertos que pululan sobre el
escenario: Emilio y Elyse.
Elyse grafica posiciones en un pizarrón, y el chirrido de la tiza, que como todos sabemos
es insoportable, es lo que hace que las bailarinas se tapen los oídos en el momento justo.
O más o menos en el momento justo..
Más tarde, la salida danzarinística de Betiana, que se encierra en el cuartito, coincidirá
con el momento del texto en off en el que se explica el encierro de Kahimi tras la temible
puerta. Y así con todo: aquello que antes era pura forma, frívola pretensión de bailarinas
sucias, ahora encaja en un plan que ni ellas mismas conocen.
El “momento del padre”, por ejemplo, es efectivamente el momento del padre: Emilio se
apoya en la pared y le habla a Jessica. Y he aquí más o menos lo que le dice:
EMILIO:
Te digo lo del libro, Jessy, ¿me oís? Lo del Libro de los Muertos. Es genial. Me gustaría
hacer un corto, un video, con esta trama de base. Una historia de bajo presupuesto.
Parece ser que una vez, el gran dios Seth se enamoró de una mortal, Kahimi.
La amó sobre la tierra, sobre la arena tibia.
Y fueron felices.
Pero Kahimi era mortal.
Y murió, picada por un áspid. Una serpiente.
DUDI:
(Es esa parte del texto que ella nunca entendió, en la que debe gritar: ) ¡Jujuy!
EMILIO:
Claro, yo acá lo haría en Jujuy, y con una vinchuca, pero eso es mi visión de un tema
clásico. De un tema que ocurre en una civilización muy antigua, donde se habla un idioma
muy rústico hecho sólo de las palabras fundamentales.
Entonces Kahimi descendió al mundo de los muertos.
Según la costumbre, dos altas mujeres etíopes, dos negras de alegres rostros rodeadas de
tambores, son las encargadas de guiar a los muertos con su canto hacia el mundo
subterráneo. Al pasar la puerta, el mortal, confundido por el canto y el tambor, firma un
pacto, y según este pacto los piadosos dioses del Egipto te privan de todo deseo, y de toda
memoria. Y así fue con la pobre Kahimi.
Pero los dioses no pudieron privar al dios Seth del amor que aún sentía por ella.
Y el dios enloqueció, y enfermó de pena. Y ahí empezó todo. Porque el sufrimiento de un
mortal no significa nada, carece de significación, pero cuando un dios sufre, el mundo deja
de ser.
72
La voz de un señor, el padre muerto de Cecilia Roviro, sigue con el relato en off, sumada a
las tantas otras voces que desde recónditos lugares y en cientos de lenguas, dicen lo suyo.
Mientras tanto, Emilio abandona la posición del “momento del padre” y va a ocupar su
lugar en el piso, al pie de la escalera, donde está dibujada con tiza su propia silueta,
muerto y aún sosteniendo el libro en la mano.
Cuando la música cesa, Elyse, sonriendo satisfecha por primera vez, murmura para sí:
“Bien, va muy bien, nos vamos acercando. Todavía un poco amanerado”. Y la devoran las
sombras.
VOZ DEL PADRE DE CECILIA De vez en cuando oímos a Marcia, que una
ROVIRO (OFF): vez terminada la coreografía, comenta en
voz baja cosas imprecisas, del tipo:
Seth, que era el dios de los lenguajes, MARCIA:
prometió esconder muy bien la llave. Sí, yo hoy me sentí más suelta, pero más
“No os preocupéis, queridos dioses”, les ubicada. Cómo me gustaría que Elyse
dijo. pudiera vernos. ¿Ustedes no creen que ella
“Les daré a los hombres cientos de palabras. nos ve, desde una estrella? Este homenaje le
Miles, si es necesario. hubiera encantado, y a nosotras nos puede
Pero no les daré nunca la palabra que venir bien, en términos de guita. O sea, a lo
designa al lugar donde esconderé la llave”. mejor al principio hay que moverse como en
Y dicho esto, escondió la llave. un formato más independiente, pero
Y entregó a los egipcios tantos jeroglíficos después... Yo digo: las primeras semanas
como pudo. tratemos de traer gente. Si cada función
Y a los celtas entregó runas. traemos cinco personas cada una, pero que
Y a los súmeros, cuñas. paguen, y ponele que cobramos tres pesos, o
Y a los chinos, cosas. tres con sesenta, no sé, digo por decir, tres
Y a los judíos, un alfabeto. sesenta por cinco por cuatro, somos
73
Y a los griegos, otro. cuatro... veinte... por tres, por tres con
Y a los bárbaros les dio el alemán. sesenta, no sé.”
Emilio se incorpora apenas, sopla por última vez la vela de Melina. Ella grita, asustada.
Silencio. Y oscuridad.
Rafael Spregelburd