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Fernando y los Rugbiers

La Víctima
Por Diego Flores y Denise Tognolotti

El día 19 de enero los portales informativos nos traían la noticia del asesinato de Fernando Báez Sosa a
manos de una patota de varones, integrada casi en su totalidad por practicantes de rugby. Con el correr
de las horas y los días nos fuimos enterando de la atrocidad del caso. La ferocidad, la saña y la violencia
con la que fue perpetrado el ataque: un grupo de jóvenes fornidos ataca en grupo y por la espalda a un
muchacho que solo atina a defenderse. Lo golpean en el piso. Se vanaglorian. Lo filman. Lo matan. El
asesinato de Fernando se volvió un suceso mediático y nacional. Todas y todos nos vimos implicados en
tomar posición y alinearnos en algún tipo de reflexión para intentar explicar las causas de esa violencia,
si esa violencia forma parte de una ontología salvaje o todo lo contrario, tiene un orden significativo
hacia dentro de determinados grupos sociales.
Por lo tanto, fue indefectible al interior del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias, en los pasillos,
en los almuerzos, en las oficinas, de manera formal e informal, que se aborde el caso, su problemática
leída en clave de género, de la construcción y los dispositivos de las masculinidades ¿Es Fernando
también víctima del patriarcado? ¿Era Fernando un varón “débil”? ¿Estaba fuera de los parámetros de la
masculinidad hegemónica impuesta?

La muerte de Fernando nos interpelaba además porque el Programa Las Víctimas Contra Las Violencias,
trabaja desde los tres últimos años con clubes de fútbol e instituciones deportivas (e insistimos en la
importancia de extender este trabajo a la mayor cantidad de clubes posibles) , entre otras, con el fin de
poder ayudar a pensar a las y los jóvenes deportistas, sobre ciertas prácticas naturalizadas, ciertas
formas de ser y habitar el mundo que portamos sin siquiera detenernos a pensarlas y cuestionarlas.
Prácticas, expresiones lingüísticas que acarreamos y que nos atraviesan. Sobre todo en ámbitos donde
las formaciones sobre la masculinidad (y la femeneidad) tienen un arraigo histórico fuertemente
hegemónico.

El proyecto modernizador, el nacimiento de los estados nación y la maquinaria cultural- institucional


que éste despliega pone de relieve la importancia de los clubes sociales como formadores de sujetos.
Entramos, como sostiene Foucault, en la etapa de la ortopedia social. Hombres, mujeres, niñas y niños
son moldeados de determinada manera, se adiestran comportamientos, deseos, formas de decir y de
estar. Se estima una trayectoria. Y dentro del proyecto de la modernidad también el cuerpo es objeto y
blanco de poder. Un cuerpo que es explorado, desarticulado y recompuesto, asistimos al nacimiento de
la anatomo- política, del cuerpo-máquina. El cuerpo, entonces, como un arma. Cuerpos entrenados para
la fuerza, para el ejercicio de la violencia, para extender sus potencias, de ejercicio y resistencias.

Asimismo también nos preguntamos en cómo leer la violencia ejercida por esos cuerpos: ¿es una
violencia irracional? ¿Animal, pulsional, desbocada? ¿Sin sentido? ¿O por el contrario la violencia
ejercida ante ese otro es un capital simbólico que se enlaza con lógicas de aguante, poder y un orden
taxonómico “entre machos? ¿Los rugbiers le pegan a otros rugbiers? ¿Le pegan a cualquiera? ¿Hay
componentes de clases? ¿Xenófobos? ¿Homofóbicos? ¿Se extendieron los límites para ejercer la
violencia contra otro?

Decir que el problema es el rugby, además de ser un reduccionismo es una hipótesis falaz, puesto que
no todos los grupos de rugbiers salen a asesinar y golpear chicos por la calle. El rugby también es un
amalgamador social: por caso tenemos el ejemplo de “Los espartanos”. Aun así no podemos
desentendernos de los casos en los que se repiten hechos violentos donde los protagonistas vinculados
son justamente grupos de rugby. No de futbol, no de natación, hockey o karate. Es decir el campo del
rugby tiene en su interior particularidades: dominantes-dominados, practicas legitimadas, sancionadas,
cuestionadas, códigos, lenguajes, conductas consolidadas etcétera. Y a ellas debemos atender ¿Y
entonces, qué es lo que pasa en el rugby? ¿Qué tipos de masculinidades propone? Y qué tipo de
femeneidad? ¿Cómo se construye la otredad? ¿Quién es el otro? ¿Ese otro es vital para una afirmación
identitaria propia?

¿Por dónde comenzamos a cartografiar estas manifestaciones violentas, complejas y multicausales sin
caer en la tentadora y nimia justificación de decir: es cultural?

El camino a seguir parece ser el de deconstruir este tipo de masculinidades propuestas y arraigadas
desde añares. Poder cuestionar a partir de distintas disciplinas la conjunción de prácticas formadoras
que hacen de la construcción del “macho” un sujeto peligroso. Hacer nuestro mayor esfuerzo posible
para efectuar, parafraseando a Bourdieu, una vigilancia ontológica permanente. Atendiendo a todas
esas variables deconstructivas que hoy notamos, y siendo receptivos para llevar como estandarte un
sentido crítico que nos permita incorporar todas aquellas que solo serán producto del devenir de una
militancia cuestionadora y activa.
En esas charlas de entre pasillo que mencionábamos anteriormente, Eva Giberti intervino: “Los asesinos
de un joven sorprendido de espaldas convocan a la víctima sacrificial que el patriarcado les ofrece para
su placer. La satisfacción que obtuvieron les permite disfrutar del trofeo que los viriliza como grupo y los
consagra como campeones de la crueldad.”
Estas son algunas de las reflexiones y lineamientos que abren el camino para pensar al interior del
Programa en las victimas más allá de nuestra especificidad: mujeres niñas, niños y adolescentes. Por la
resonancia del caso, y sobre todo por la brutalidad y el modo en que se produjo la victimización. Con
sadismo y por placer.

*Este artículo fue escrito por los responsables de Prensa del Programa Las Victimas contra las Violencias
del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación (El Programa sólo se ocupa de
mujeres,niñas,niños y ancianas)

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