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UNIDAD IV (II): La Revolución Industrial

La palabra “revolución” nos remite a un cambia radical, es decir, de raíz: un cambio en


todo el sistema, afectando a todas sus partes. En el caso de la revolución industrial, se le llama
así porque supuso un cambio total en el modelo económico y social, acorde a los cambios
políticos que se estaban dando (la Revolución Gloriosa en Inglaterra -1688-, la Revolución
Americana -1774-, la Revolución Francesa -1789-) y un cambio en el orden intelectual (la
Revolución Científica, la Ilustración...). La Revolución Industrial es, pues, mucho más que el
mero cambio tecnológico con la incorporación de máquinas al proceso productivo. Éste fue un
elemento importante, pero sólo vino después de otros cambios, como respuesta tecnológica
ante unas nuevas circunstancias y problemas.
Por tanto, en esta unidad no vamos a centrarnos tanto en los cambios tecnológicos en sí
(que nos llevaría más que nada a una enumeración de inventores, máquinas y fechas) como a
los problemas de fondo que suscitaron que surgieran dichos inventos. Sí cabe resaltar que en la
época de la Revolución Industrial (siglos XVIII y XIX) se crea la Ingeniería moderna, fruto de la
confluencia de los avances científicos y la técnica de los artesanos. El ingeniero, a partir de
entonces, se va a convertir en una de las figuras claves del desarrollo social, y de ahí su prestigio
hasta nuestros días.

- El cambio de la mentalidad: Un nuevo sistema económico.

Algunas corrientes historiográficas (como el marxismo) supeditan las ideas y


convicciones de los seres humanos a las circunstancias materiales: la defensa de unas creencias
tradicionales tiene que ver con el deseo de perpetuar unas estructuras de poder, el
ensalzamiento de determinados valores no tiene que ver tanto con la convicción moral como
con estrategias de poder (por ejemplo, la defensa de la libertad por parte de una burguesía que
solo desea enriquecerse sin medida), etc.
Sin embargo, otras corrientes consideran que las ideas son las que, si se dan las
circunstancias apropiadas, introducen cambios en las mentalidades colectivas y promueven los
cambios. Si nos atenemos a dicha postura, podemos decir que la Revolución Industrial
(entendiéndola como el cambio que se dio en el modelo económico y social) vino precedida por
un cambio en las ideas y el enorme desarrollo de una disciplina de saber como era la economía.
¿Por qué el cambio en el pensamiento económico fue tan importante? Si los ingleses no
se hubiesen percatado del potencial que tenían gracias a las nuevas ideas económicas,
difícilmente hubiesen liderado el cambio que tranformó el mundo. La cuestión clave era dónde
reside la riqueza de una nación.
Antes del siglo XVIII predominó lo que los historiadores de la economía han llamado
mercantilismo. Según esta doctrina económica, la riqueza del país se medía fundamentalmente
por el metal precioso que acumulase, gracias al cual podía obtener los bienes y servicios
necesarios. Así, los países debían de fomentar, por ejemplo, las exportaciones e impedir las
importaciones, con el fin de obtener cada vez más oro y plata. España sería, en los siglos XVI y
XVII, el país más rico según estos pensadores, gracias a las minas de América. Sin embargo, los
profesores de Salamanca se percataron pronto del enorme riesgo que suponía la llegada
abundante de oro y plata a España: cuanto más metal precioso hubiese, menos valor tendría, y
la moneda se devaluaría. Ello redundaría en perjuicio del país, pues la balanza comercial sería
negativa, ya que los productos españoles tendrían difícil salida en el exterior y dentro de la
propia España se preferiría comprar productos extranjeros, al ser más barato, lo cual afectaría
al tejido productivo. En el orden práctico, España viviría un proceso de decadencia económica
respecto a otros países europeos pese a las remesas de metal precioso, aunque su moneda
siempre fuese la más valorada.
En el siglo XVIII, se dio la llamada fisiocracia, que ponía en la tierra y las materias primas
el elemento esencial de la riqueza. Ciertamente, es un factor importante, pero no el único, ya
que hoy día encontramos países cuyos recursos naturales son abundantísimos y sin embargo
se encuentran entre los más pobres. También en la Europa de esa época podía constatarse tal
cosa. Los fisiócratas, frente a los mercantilistas (que defendían que el Estado debía dirigir la
economía), sostenían que era beneficioso dejar libertad económica (sobre todo comercial) ya
que ello llevaría al enriquecimiento de los agentes económicos (comerciantes, productores
industriales...) y dicha prosperidad beneficiaría a la nación. Dicha idea se contiene en la célebre
máxima de uno de los más importantes fisiócratas, Quesnay: laissez faire, laissez passer, “dejad
hacer, dejad pasar (el comercio)” que se convertiría en un principio del liberalismo económico.
Partiendo de esta idea de libertad, el siguiente gran paso lo dio Adam Smith, quien
publicó en 1776 Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones las
ideas básicas de lo que hoy conocemos como capitalismo. Para Adam Smith, en efecto, la riqueza
del país residía en su capital. Podríamos definir capital como todo aquello que interviene en el
proceso productivo, tanto las materias primas, locales y herramientas empleadas (capital
físico), la mano de obra (capital humano, que varía según su cualificación y circunstancias) y
capital financiero (la inversión necesaria). Por ello Gran Bretaña se estaba convirtiendo en la
primera potencia económica mundial: gracias a su capital. Siendo una isla físicamente más
desfavorecida que otros países, los ingleses eran conscientes de estar llevando a cabo un
proceso de cambio que les beneficiaba, al menos a las élites y al Estado. Precisamente, esa
valoración del capital es lo que les condujo al desarrollo industrial y al fomento del comercio.

- Los cambios demográfico y agrario en el Reino Unido:

Pero, para el desarrollo industrial de Inglaterra, eran necesarios otros factores además
del de cambio de mentalidad económica. En primer lugar, tanto en Inglaterra como en otras
zonas de Europa, se estaba dando un crecimiento demgráfico, fruto sobre todo de una mejor
alimentación y la “actuación normativa de los poderes públicos”1, que mejoraron con medidas
de higiene pública y abastecimiento las condiciones de vida de la población.
También fueron imprescindibles algunos cambios en la mentalidad social. Inglaterra fue
un país que llevó a cabo cambios políticos profundos en época muy temprana. La Revolución
Glorisa dio paso a un nuevo modelo político donde la nobleza y el rey no tenían el poder
absoluto, con un Parlamento donde los principales poderes del reino (incluida la burguesía)
podían influir. Así, fueron dándose cambios que permitirían la evolución del modelo económico,
de una época donde imperaban los latifundios de los nobles, las tierras comunales de los
campesinos y los grupos artesanos con estrictas reglas de producción, a otra época donde todo
esto cambiaría y llegaría a ser la sociedad industrial. Reino Unido fue un país donde nobleza y
burguesía eran económicamente activos, y del ideal de vida no era, como en otros países, el de
una nobleza terrateniente que disfrutara de la ociosidad que le permitía el cobro de rentas. Los
principales poderes económicos británicos eran emprendedores, y esto era el ideal social del
momento.
Un primer paso para que se diera el cambio en la producción industrial fue lo que se
conoce como las enclosure acts o leyes de cercamiento que fue aprobando el Parlamento desde
el siglo XVII. Mediante dichas leyes, las tierras comunales de los campesinos (que se usaban
para dar de pastar al ganado y desarrollar una agricultura extensiva, con poco rendimiento por
hectárea, y dejando zonas en barbecho, es decir, sin cultivar para que la tierra nos se malograra)

1TORRES SÁNCHEZ, Rafael, “El despegue económico de Europa en el siglo XVIII”, en FLORISTÁN, Alfredo
(coord.), Historia moderna universal, Barcelona: Ariel, 2004 (primera edición de 2002), pp. 711-740, p.
712.
fueron cercándose y parcelándose, de modo que los nuevos propietarios podían llevar a cabo
una agricultura intensiva que incrementase los rendimientos y la variedad de la producción.
Ello dejó sin recursos a los sectores campesinos más desfavorecidos, y muchos de estos
campesinos hubieron de emigrar a los centros urbanos en busca de trabajo. Se iba así
generando una incipiente clase obrera, que sería la mano de obra de la industria. Por otro lado,
esta nueva clase ya no se autoabastecía, como hacían en la época en que eran campesinos, sino
que demandaban tanto el alimento como los utensilios de uso cotidiano. Ello hizo que se
incrementara la demanda de productos manufacturados (ropa, objetos de diverso tipo...), lo que
incentivó la producción industrial. De este modo, “a lo largo del siglo XVIII se asistió al ascenso
de una sociedad de consumo. No se trató de un aumento del consumo sólo porque hubiera más
población, sino porque fue una población más dependiente del mercado”2.
Hasta el siglo XVII, lo que hoy conocemos como sector industrial (o sector secundario)
consistía en los artesanos, por un lado, y en la propia clase campesina, por otro. Los artesanos,
desde la Edad Media, se agrupaban en gremios, de manera que podían ayudarse mutuamente y
defenderse frente a posibles perjuicios que pudieran sufrir (legislación en su contra, impuestos,
precios injustos...). En los gremios primaba, sobre todo, la protección de sus miembros y el
desarrollo de un producto de máxima calidad, que estaba destinado, generalmente a las clases
adineradas. Ello se debe a que los campesinos solían hacer sus propias manufacturas, para uso
propio o venta en los mercados locales. Lo hacían para completar sus escasos ingresos, evitar
dispendios y porque el ciclo agrario les exigía tiempos de parón forzoso, que cubrían con estas
actividades. Ni para los gremios ni para los campesinos la eficiencia productiva era la prioridad,
sino la solidaridad y la justicia entre sus miembros, aunque los maestros de los gremios a veces
trataran de explotar a los simples trabajadores.
En Inglaterra los gremios fueron perdiendo fuerza paulatinamente. Por otro lado,
comenzó a darse lo que se ha llamado protoindustria (protos sinifica “primero” en griego), una
industria incipiente cuya producción se hacía enteramente con trabajo humano y se hacía en el
ámbito doméstico 3 . Así, los comerciantes de manufacturas llevaban a las casas de los
campesinos la materia prima (lana, algodón...) y al cabo de un tiempo volvían a recoger las
manufacturas (telas, utensilios) que los campesinos habían fabricado. Es lo conoce como el
putting out system. Con ello, la protoindustria rural crearía, a su vez, una mano de obra
cualificada y un sector empresarial con experiencia, lo que sería muy provechoso para la
industrialización.
El paso de producción a domicilio a factoría se daría en el momento en que fuera más
rentable a los empresarios centrar la producción (es decir, a los trabajadores, las materias
primas y las herramientas) en un solo punto. Este cambio se dio a lo largo del siglo XVIII. Ya
solo bastaba que, ante la creciente demanda de productos debido a una nueva sociedad de
consumo y al crecimiento demográfico se incorporaran las máquinas que pudieran satisfacer la
demanda a un precio más barato.

- El desarrollo industrial: de la primera a la segunda revolución industrial.

La revolución industrial afectó a tres sectores fundamentales: el textil, la siderurgia y la


energía térmica. El primero de ellos en transformarse fue el textil, pues es el que estaba más
demandado. Surgieron así diversas máquinas que permitían el hilado o tejido más rápido, como
la célebre spinning jenny (1762) que permitía el hilado de decenas de husos de hilo en una sola
vez (una persona sólo podía hilar un huso). Ello abarató el precio, con la consecuencia negativa

2Ibídem, p. 713.
3ARDIT LUCAS, Manuel, Agricultura y crecimiento económico en la Europa Occidental moderna, Madrid,
1992, § 6.2
de que no se requerían tantos trabajadores y a los existentes
se les bajó el salario, pues no estaban en condiciones de exigir
mejoras. Se dio entonces el llamado ludismo, un movimiento
en contra de las máquinas por amenazar los puestos de
trabajo. Cuando estas innovaciones llegaron a Francia,
comenzó también el sabotaje (del francés sabot, “zueco”, ya
que los artesanos franceses introducían los zuecos de madera
en las máquinas para romper los engranajes). Sin embargo, el Spinning Jenny
capitalismo era imparable, y pese a los perjuicios y las
protestas, el avance tecnológico siguió cambiando el sistema
productivo. Poco a poco, estos artesanos que se quedaron sin empleo irían encontrando otro
medio de vida.
Junto al sector textil, muy pronto comenzaron a darse importantes cambios en la
siderurgia. Esto fue esencial, pues el hierro y el acero se convertirían en los materiales por
excelencia en el mundo moderno. Ello permitiría la construcción de puentes, edificios y otras
estructuras que antes no podían llevarse a cabo con la madera, la piedra, el ladrillo o cualquier
otro material. Inglaterra se llenaría pronto de puentes y edificios de hierro, y las propias
máquinas (de madera en un principio) empezarían a fabricarse en este material.
Por último, la revolución industrial sólo pudo darse con nuevas fuentes de energía.
Hasta entonces, el ser humano había utilizado su propia fuerza y la de los animales, así como la
energía del agua y del viento. Las primeras máquinas eran accionadas por un operario o por
molinos hidráulicos. Ello suponía grandes limitaciones, puesto que máquinas de mayor tamaño
no podían moverse con la fuerza humana, y la hidráulica estaba limitada a la proximidad de una
corriente de agua con potencia suficiente. La revolución vino con el vapor.
Ya los griegos se dieron cuenta de la capacidad del vapor para mover un objeto, pero
nunca le dieron un sentido práctico. En los siglos XVI y XVII algunos inventores propusieron el
empleo del vapor para mover barcos u otros aparatos, pero con un resultado incierto (al ser los
primeros pasos) y recibiendo el rechazo general. Sería en Inglaterra dónde se desarrollaría la
tecnología necesaria que llevaría al motor atmosférico de Newcomen, la máquina de Watt
(ambos en a principios y finales del siglo XVIII, respectivamente) y finalmente a la locomotora
de Stephenson (1816) y el barco de vapor de Fulton (1803). Así, “las escasas decenas de
kilómetros de vías de ferrocarril que estaban en explotación en 1810 se habían transformado
en casi 10.000 km hacia 1850”4 y el barco de vapor se impuso en la navegación fluvial, sobre
todo en los Estados Unidos. Con el tiempo, cuando la regularidad del viaje y su rapidez primaron
sobre el coste económico, se fueron sustituyendo los veleros por barcos de vapor en los viajes
oceánicos. No obstante, “para el año 1854 se estima en 6 millones el tonelaje de la marina
mecanizada, aunque hasta 1880 la flota de vapor no alcanzaba a igualar en tonelaje a los veleros
de los países más adelantados”5. Fueron los barcos que usaban calderas de vapor para mover
los motores, o ya combustible fósil (petróleo) los que se impusieron a finales del siglo XIX.
Para 1850 Reino Unido había cambiado totalmente su modelo económico y era la
principal potencia mundial, en buena medida gracias a su hegemonía económica, derivada de
su potente industria, que le permitía vender sus productos en Europa, América y en todas sus
colonias. Sin embargo, esta hegemonía comenzaría a ser disputada por otros países que
imitaron el modelo británico, adaptándolo a sus condiciones particulares. Surgirían nuevas
naciones que, en cuestión de poco tiempo (gracias a la laboriosidad de su habitantes y las
decisiones políticas de sus dirigentes) llegarían a las más altas cotas de desarrollo tecnológico
e industrial. En la década de los 1860 nacieron los estados de Italia y Alemania (tras la

4 VILLAS TINOCO, Siro, Las claves de la Revolución Industrial, 1733-1914, Barcelona: Planeta, 1990, p. 86.
5 Ibídem, p. 88.
unificaciones de sus regiones respectivas), llegando a ser grandes potencias en la industria.
Especialmente lo fue Alemania, que llegaría a ser el país líder en desarrollo científico y
tecnológico.
Fuera de Europa surgieron
dos potencias industriales: Japón y
Estados Unidos. Con la revolución
Meiji (también en dicha década),
Japón salió de una época feudal y
muy conservadora para convertirse
en un país unificado bajo la
autoridad del emperador y un
gobierno que decidió incorporar
todos los avances científicos y
culturales de Occidente para poner a Japón en un puesto relevante en el mundo. Para principios
del siglo XX, era una de las grandes potencias industriales y económicas del mundo. Por otro
lado, los Estados Unidos empezaron a desarrollar una potente industria, que ya venía de la
época colonial (aunque Reino Unido siempre prefirió importar materia prima americana -
algodón- y exportar a la colonia el producto industrial, para favorecer su economía) pero
comenzó a desarrollarse autónomamente a lo largo del siglo XIX. Así, se fue haciendo cada vez
más palpable la diferencia entre un sur eminentemente agrícola (donde se usaban miles de
esclavos de origen africano) y un norte industrial con una economía financiera. Las diferencias
entre ambas zonas (a nivel económico, cultural, social...) llevó a la sangrienta guerra civil
americana, que se saldó con la victoria del norte, debido en buena medida a su mayor
capacitación tecnológica e industrial, ya que el sur contaba también con mucho armamento,
hombres y excelentes mandos como el general Robert E. Lee, considerado uno de los mejores
generales de la historia americana.
Este periodo (de 1850 a 1900, aproximadamente) se conoce como segunda revolución
industrial, ya que dejó de tener un carácter local (Reino Unido y algunos países europeos, como
Francia y Países Bajos) y se extiendió por amplias áreas del mundo. Así, todas las ptencias
mundiales avanzados desarrollaron la industria a gran escala y cambiaron el modelo económico
de una economía tradicional (basada en la producción agraria y posesión de metal precioso) a
una economía capitalista. En esta época, en el sector textil no se hicieron los progresos que se
habían hecho previamente, sobre todo porque el desarrollo tecnológico era ya muy avanzado.
Sí se avanzó enormemente en la industria química y la siderurgia (con inventores como
Bessemer o Siemens). Gracias a ello, se pudo obtener acero de enorme calidad con mucha
facilidad, permitiendo avanzar en infraestructuras, fabricación de medios de locomoción,
aparatos de precisión, maquinaria, armamento, etc.
Un cambio significativo en la segunda revolución industrial vino con las nuevas fuentes
de energía. En 1859, en Pennsylvania (Estados Unidos) se comenzó a extraer masivamente
petróleo para obtener todo tipo de materiales y combustibles, iniciándose así una época de
mayores posibilidades y a la vez de mayor dependencia energética de los países productores,
lo que perdura hasta el día de hoy. Por otro lado, comenzó a producir electricidad para el
suministro de energía, gracias a los avances tecnológicos como la pila de Volta, la dinamo, etc.
El vapor ya no era la fuente de energía por excelencia en la industria.
Para principios del siglo XX, como hemos dicho, amplias áreas del mundo habían
cambiado su modelo de producción, medían su riqueza por el capital financiero obtenido del
capital físico y humano. Se había pasado a una sociedad de clases donde todos los individuos
eran teóricamente iguales ante la ley, pero donde existía una amplia clase trabajadora
marcadamente diferenciada de la burguesía adinerada. Como dice Siro Villas a este respecto,
existen dos posturas entre los historiadores ante este fenómeno. Por un lado, habría una
tendencia “optimista” que recalca que, a largo plazo (y pese al empobrecimiento inicial de los
campesinos emigrados a la ciudad, las mujeres y niños explotados enlas fábricas con menores
salarios...) “la Revolución Industrial posibilitó los actuales niveles de bienestar social que hoy
disfruta la clase obrera de los países industrializados, aunque no oculta que esa tendencia
(positiva a largo plazo) encubre situaciones coyunturales anteriores en las que los obreros lo
pasaron muy mal”6. Por otro lado, la tendencia pesimista “parte de la consideración de que la
explotación humana fue la base de la industrialización y, sin negar los beneficios actualmente
conseguidos, afirma que este relativo bienestar presente (siempre discutible en su comparación
con los beneficios capitalistas) se fundamenta en un progresivo empeoramiento de las
condiciones de vida de la clase trabajadora tras la aparición del capitalismo industrial, como un
subproducto (no deseado peno ineludible) de la revolución”7.
Sea como fuere, ambas posturas coinciden en que una buena proporción de los
trabajadores asalariados en la Revolución Industrial pasaron por condiciones de vida muy
penosas. En el Antiguo Régimen, donde se establecía que los seres humanos no eran iguales por
nacimiento (y en el que nunca se dio un proceso de proletarización -empobrecimiento hasta
convertirse en clase proletaria- como si dio durante la Revolución Industrial) la desigualdad
podía aun aceptarse. Sin embargo, en una sociedad alumbrada por la Revolución Científica y al
Ilustración este hecho generó mucho malestar entre los más desfavorecidos, unido
naturalmente al malestar generado por las deplorables condiciones de trabajo y de vida. En el
mundo nunca se había generado tanta riqueza como entonces pero la desigualdad había crecido
casi al mismo ritmo. Ello dio lugar a una crítica al capitalismo y la sociedad de clases y al
surgimiento de los sindicatos y movimientos obreros. En una primera fase (coincidente con la
primera revolución industrial) se dio el llamado socialismo utópico, en el que se buscaba una
mejora de las condiciones de vida de los trabajadores invocando ideales cristianos o
filantrópicos. Ya en el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial Friedich Engles y Karl
Marx plantearían el llamado materialismo científico (socialismo y comunismo), que abogaba
por la supresión de las clases sociales mediante la conquista violenta del poder por parte de la
clase trabajadora. Igualmente, el anarquismo surgió entonces como una alternativa al
socialismo y el comunismo.
La crisis de esta sociedad que había surgido con
la Revolución Industrial se manifestó de manera
dramática en 1914, cuando estalló la Primera Guerra
Mundial. En dicho conflicto intervinieron los
principales países industrializados del mundo y se
aplicaron todos los avances científicos y tecnológicos
posibles para incrementar la capacidad mortífera de las
armas. La industria de cada nación se volcó en la llamada
“guerra total”, ya que junto al esfuerzo de los soldados
en la guerra se daba todo el esfuerzo de la nación en la retaguardia, produciendo para el frente.
Este desarrollo tecnológico e industrial llevó a una capacidad nunca antes vista de destrucción.
Así, con las mejoras tecnológicas en armamento (invención de la ametralladora, lanzallamas,
carro de combate, aviones, submarinos...), avance químico (explosivos de enorme potencia,
gases venenosos...) y otros desarrollos tecnológicos se llevó a cabo una guerra cuyo resultado
fueron millones de muertos, algo nunca antes visto y que no se esperaba cuando se inició la
contienda. De esa hecatombe surgió además la Revolución Rusa (1917) que llevaría la práctica
los postulados marxistas, iniciando así una nueva era de totalitarismos.

6 Ibídem, p. 76.
7 Ibídem, p. 76.

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