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Bajo la dirección de Fernanda Gil Lozano,

Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini

Historia de las mujeres


en la Argentina
2 Siglo XX
Historia de las mujeres
en la Argentina
Historia de las mujeres
en la Argentina

Bajo la dirección de
Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini

Coordinación editorial: Mercedes Sacchi

Tomo II
Siglo XX

taurus UNA EDITORIAL DEL GRUPO


SANTILLANA QUE EDITA EN:

ESPAÑA PORTUGAL
ARGENTINA PUERTO RICO
COLOMBIA VENEZUELA
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MÉXICO COSTA RICA
ESTADOS UNIDOS REP. DOMINICANA
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© De esta edición:
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000
Beazley 3860 (1437) Buenos Aires
www.alfaguara.com.ar

Directoras: Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini
Autores: Donna J. Guy, Pablo Hernández, Sofía Brizuela,
Victoria Álvarez, Mirta Zaida Lobato, Karin Grammático,
Raúl Horacio Campodónico, Fernanda Gil Lozano, Karina Felitti,
Alejandra Vassallo, Marcela María Alejandra Nari, Fernando Rocchi,
Débora D’Antonio, Mabel Bellucci

• Grupo Santillana de Ediciones S.A.


Torrelaguna 60 28043, Madrid, España
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Río de Janeiro 1218, Asunción, Paraguay
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Avda. San Felipe 731 - Jesús María, Lima, Perú

ISBN obra completa: 950-511-645-4


ISBN tomo II: 950-511-649-7
Hecho el depósito que indica la ley 11.723

Han colaborado:
Valeria Satas (investigación y coordinación iconográfica)
Florencia Verlatsky y Luz Freire (corrección)
Ruff’s Graph (tratamiento de imágenes)

Cubierta: Claudio A. Carrizo


Ilustración de cubierta: Composición, 1938,
óleo sobre arpillera de Antonio Berni,
Museo Municipal de Bellas Artes
Juan B. Castagnino, Rosario, Santa Fe

Impreso en la Argentina. Printed in Argentina


Primera edición: octubre de 2000

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de
recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,
magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Edición digital

ISBN: 950-511-649-7
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Introducción
Fernanda Gil Lozano
Valeria Silvina Pita
María Gabriela Ini

Reconstruir históricamente el siglo XX es una tarea ardua y casi im-


posible de realizar de manera aislada. La variedad y complejidad de los
procesos sociales, económicos y políticos que atraviesan este cercano y
a la vez distante período impone a la escritura histórica una serie de de-
safíos que trascienden la propia mirada disciplinaria al cuestionar los
marcos analíticos tradicionales. Las dificultades son mayores si intenta-
mos recuperar las voces, presencias y acciones de las mujeres, quienes
han sido y continúan siendo invisibilizadas por la Historia. Con este ob-
jetivo, los análisis y las interpretaciones acerca del pasado cobran un
nuevo sentido, transformando el oficio de la Historia en desafío y obli-
gándonos, también, a uno de los más interesantes y, al mismo tiempo,
excitantes ejercicios de reflexión.
¿Cuales son las dificultades que debemos sortear para pensar el si-
glo XX desde una perspectiva histórica?; ¿cómo definir “objetiva y pro-
fesionalmente” aquello que nos es tan cercano?; ¿cómo incorporar al re-
lato histórico las variadas experiencias femeninas en un siglo plagado de
ambigüedades en torno a sus derechos y su autonomía?; ¿son las crono-
logías tradicionales, caracterizadas por su visión androcéntrica, permea-
bles a la inscripción de las prácticas protagonizadas por mujeres? Los
interrogantes podrían continuar en una larga lista, revelando las diferen-
tes inquietudes profesionales y personales de quienes intentamos abor-
dar desde el quehacer histórico este período.

Al aproximarnos al siglo XX descubrimos que pocos momentos his- El siglo de las tensiones
tóricos reunieron contrastes tan drásticos y violentos. Grandes tensiones
lo atraviesan; dos guerras mundiales se entrecruzan y combinan con nu-
6 INTRODUCCIÓN

merosas revoluciones políticas y sociales. A las matanzas en masa, a las


bombas atómicas arrojadas sobre poblaciones civiles, se opusieron rea-
les voluntades individuales y colectivas en busca de la paz, que se con-
virtió en el ideal de varias generaciones. Sistemas políticos autoritarios
y totalitarios confrontaron con otros de características pluralistas y de-
mocráticas. Los movimientos emancipatorios nacionales y civiles trans-
formaron –tanto como la guerra y la muerte– las relaciones sociales y
políticas entre las personas. Nos hallamos frente a un siglo atravesado
por períodos efímeros de crecimiento seguidos de crisis económicas,
que sin embargo logró consolidar el acceso de grandes mayorías a la
educación y a los sistemas de salud pública, al tiempo que surgían Esta-
dos de Bienestar que después desaparecerían. El descubrimiento de los
antibióticos y las vacunas convive, paradójicamente, con la tuberculosis,
la fiebre amarilla y otros padecimientos que parecían cuestiones del pa-
sado, mientras aparecen nuevas enfermedades como el SIDA.
Las mujeres fueron partícipes de todos estos fenómenos, y atravesa-
ron el siglo desplegando una multiplicidad de roles y prácticas jamás
imaginados en las centurias precedentes. Sin embargo, las raíces de la
opresión, la desigualdad y la discriminación persisten, reforzadas en al-
gunos casos por la pobreza, las carencias formativas y los sistemas ideo-
lógicos y políticos imperantes. Avances y retrocesos parecen ser la sín-
tesis de este siglo en que la humanidad pudo contemplar la llegada del
hombre –de los hombres– a la Luna y, tres décadas después, fue impo-
tente e incapaz de detener la guerra en Bosnia.1
Para Occidente, el siglo XX fue el período en que el desarrollo capi-
talista, contra todos los augurios de derrumbe, sobrevivió y reforzó las
formas más brutales de desigualdad. La concentración del capital en
manos de unos pocos grupos económicos atravesó las fronteras de los
Estados nacionales para consolidar un modelo de acumulación que ex-
cluyó a las grandes mayorías de los bienes y servicios indispensables
para su sobrevivencia.2 Complementariamente, los avances científicos y
tecnológicos transformaron de manera radical el mundo y las formas de
relación entre éste y millones de personas. La generación –a escala in-
ternacional– de grandes proyectos científicos logró que los obstáculos
visibles y concretos de la ciencia en el siglo XIX no pudieran oponerse
al ansia humana de investigación. La estructura más íntima de la mate-
ria, el funcionamiento y origen de la vida o los viajes interplanetarios se
presentan hoy como puntos de una agenda a cumplimentar más que co-
mo utopías o sueños inalcanzables.
Pero esta centuria también podría ser recordada como la de las ma-
yores catástrofes mundiales. Es incontable la cantidad de vidas huma-
nas segadas por decisión de personas o grupos en el poder. Términos
INTRODUCCIÓN 7

como “guerra mundial”, “holocausto”, “genocidio”, “limpieza étnica”,


se han ido acuñando desde las primeras décadas y nos acompañaron en
forma constante a lo largo de casi todo el siglo. “Jamás en la historia
se buscó con tanto ahínco combinar los ideales de la libertad con los de
la igualdad y la justicia; jamás esa empresa sucumbió con tanto estré-
pito en manos del crimen político, de la tortura, de la organización del
poder total y de las matanzas sin fin.”3 Por primera vez, los avances
científicos y tecnológicos condujeron a la posibilidad cierta de destruc-
ción total del planeta. La agresión sistemática y permanente al ambien-
te, sobre todo en aquellas áreas geográficas empobrecidas, es una de
las graves consecuencias del desarrollo del sistema capitalista. Esta si-
tuación profundiza aun más la brecha entre los países del Primer Mun-
do y los del tercero: para limpiar sus aguas y su biosistema, aquéllos
reubican sus industrias contaminantes en lejanas geografías, en países
pobres, dependientes del crédito extranjero y carentes de autonomía
política.4
En este siglo de grandes tensiones, sin embargo, la toma de decisio-
nes se amplió a un gran número de personas. La centuria nos abandona
dejándonos la democracia con sufragio universal (es decir, de varones y
mujeres, independientemente de su clase social, etnia u ocupación) co-
mo un sistema prácticamente aceptado a escala mundial. No obstante, es
innegable que en estas últimas décadas las decisiones parecen ser toma-
das por un grupo cada vez más reducido de personas.
El siglo XX abrió grandes ilusiones que él mismo se encargó de se-
pultar. Vimos la bandera del socialismo en alto en una parte importante
del mundo, y la vimos arriada décadas más tarde. Heroicas luchas anti-
coloniales llevaron a un significativo número de países a conquistar su
independencia nacional. Sin embargo, esos mismos países quedaron so-
metidos en el terreno económico a los poderes de los cuales se habían
emancipado políticamente.
Las paradojas también abarcan el campo de las ideas. El ideal del si-
glo XIX, centrado en el progreso material y científico y en la difusión
de los productos de ese avance al mayor número de personas, se cum-
plió en gran medida, pero desde 1914 –guerra mundial mediante– cual-
quier idea de “progreso indefinido” fue abandonada. Más aún, hacia fi-
nes de siglo la idea de un mundo organizado en torno a una pretendida
razón fue crecientemente observada con sospecha. Finalmente, se po-
dría afirmar que, si en algún momento se pensó que la razón y las cien-
cias eliminarían los enfrentamientos violentos entre las personas, el si-
glo XX fue el contraejemplo: se mató en nombre de la razón y aplicando
todos los avances de la ciencia. Como expresa Pierre Vilar: “Por encima
del bien y del mal. Cualquier medio era justificado. Si las causalidades
8 INTRODUCCIÓN

diabólicas podían engendrar Auschwitz, la conciencia del buen derecho


justificaría Hiroshima. La evolución de la humanidad no ha conllevado,
de momento, una adecuación correcta de la ciencia a la moral”.5

“Otra vez sopa” Si hacia fines del siglo XIX las mujeres fueron ocupando con timi-
dez espacios en los ámbitos públicos –antes designados exclusivamente
para los varones–, el siglo XX representó una eclosión de las mujeres en
la sociedad. Desde las primeras décadas, Occidente fue recorrido por
movimientos feministas que lucharon por obtener sus derechos civiles y
políticos. Intelectuales, militantes y luchadoras fueron delineando dife-
rentes estrategias de acción y denuncia contra las estructuras de poder
que las habían excluido o las consideraban ciudadanas de segunda cate-
goría. Sin embargo, estos heterogéneos agrupamientos no pudieron es-
capar a los vaivenes de la sociedad en su conjunto. Las guerras mundia-
les, los conflictivos períodos de posguerra, las transformaciones
políticas y económicas fueron incorporadas, sufridas y resignificadas
por las mujeres.
“La Gran Guerra” fue el primer punto de inflexión. La movilización
de millones de ciudadanos dejó puestos de trabajo vacantes que no po-
dían ser cubiertos por quienes quedaban sin alistarse. De este modo, las
mujeres asumieron nuevos roles en bancos, oficinas y fábricas. Ámbitos
estos que, para muchas, se transformaron casi en una liberación: por fin
podían salir de los espacios privados y marginales que el orden burgués
había establecido como afines a las mujeres.
La irrupción de la Segunda Guerra Mundial repitió en versión am-
pliada lo vivido treinta años antes. Las mujeres estuvieron en las fábri-
cas, integraron los movimientos de resistencia al terror nazi, acudieron
al frente como enfermeras, fueron apresadas y enviadas a los campos
de exterminio, padecieron el exilio y también fueron militantes activas
de organizaciones dirigidas por los nazis. Pero la guerra y la posgue-
rra significaron para ellas penurias y más violencia. No sólo tuvieron
que hacerse cargo de la manutención familiar y de su soledad sino que,
como prisioneras de guerra, fueron en muchos casos objeto de viola-
ciones, mutilaciones y torturas, y, más de una vez, padecieron el repu-
dio familiar y el abandono. El cuerpo de las mujeres durante la guerra
se convirtió en un botín perfecto, donde enemigos o aliados de uno u
otro bando sembraron su propia “pureza racial”, sus odios y sus ven-
ganzas.
Frente a lo que Eric Hobsbawm definió como “los años dorados”6 de
la posguerra, caracterizados por la recuperación económica y los avan-
ces sociales, debemos preguntarnos: ¿fueron realmente “dorados” esos
INTRODUCCIÓN 9

años para ellas? Otra vez, los cincuenta se iniciaron con una gran decep-
ción. Las mujeres pagaron su parte de la cuota de “sangre, sudor y lágri-
mas” prometida a todos por Winston Churchill, pero no bebieron el dul-
ce vino de la victoria. Con el retorno de los héroes de la guerra, las
mujeres fueron compulsivamente “invitadas” a regresar al calor del ho-
gar. Era hora de parir, de servir la mesa y de cuidar enfermos. Otra vez
sopa, mucha sopa y en casa.
La masificación de nuevas tecnologías irrumpió en los hogares urba-
nos y de sectores medios: lustradoras, batidoras y televisores se transfor-
maron con rapidez en nuevas formas de sujeción femenina. Lo que a
simple vista se presentaba como una forma de facilitar las “naturales”
ocupaciones de las mujeres, acabaría por transformarse, en muchos ca-
sos, en una suerte de apéndice del cuerpo femenino, indispensable para
sus quehaceres y único objeto de deseo. La maternidad y los electrodo-
mésticos iniciaron un camino común que aún hoy sigue vigente, encar-
nando las inconsistencias y ambigüedades de una arbitraria condición de
género.
Con el correr de los años, la radio, la televisión y las publicaciones
dirigidas específicamente al público femenino se han dedicado, en for-
ma casi atemporal, a promover modernas prácticas de belleza, publici-
tar productos para el buen mantenimiento del hogar, recomendar recetas
de cocina y enseñar el correcto cuidado de los hijos. Así, aún en la ac-
tualidad se ocupan de reproducir los valores más anquilosados del pa-
triarcado. Hoy los mensajes combinan diferentes estereotipos para for-
jar una “mujer moderna”: la que apuesta a la familia sin perder de vista
su “feminidad y coquetería”. Del trabajo a la casa o de la búsqueda de
empleo al hogar, las mujeres son nuevamente invitadas a preparar sopa
y más sopa.

Escrbir una historia de las mujeres desde un país latinoamericano El sur del Sur
implica desafiar una constelación de conceptos y prácticas. No hace tan-
tos años Henry Kissinger afirmaba: “Usted nos habla de América latina.
No es importante. Nada importante puede venir del Sur. No es el Sur el
que hace la Historia, el eje de la Historia va de Moscú a Washington, pa-
sando por Bonn. El Sur no tiene importancia”.7
Esta idea, tan claramente expresada en 1983 por el ex secretario de
Estado de los Estados Unidos, es una opinión respaldada por muchos po-
líticos y cientistas sociales del Norte y también del Sur. Incluso el con-
cepto de una región llamada América latina es cuestionado, aduciendo
que se pretende integrar una identidad regional y específica que en reali-
dad no existe. Sin embargo, los pueblos europeos llaman “sudaca” a cual-
10 INTRODUCCIÓN

quier integrante del Sur y los ciudadanos estadounidenses reconocen co-


mo “latinos” a los diferentes grupos hispanoparlantes. Si consideramos
las inversiones que empresas como las petroleras o las de servicios reali-
zan en Latinoamérica, también resulta poco creíble la intrascendencia y
negación regional que muchos atribuyen a esta porción del globo.
En estos vastos y cuestionados territorios, las mujeres no ocupamos
siquiera el centro de la escena: doble exclusión, doble periferia, doble
experiencia, ¿doble conocimiento?...
En la Argentina, las mujeres vivieron la experiencia de ser la perife-
ria de la periferia. Todo les llegó con retraso, y deteriorado. El siglo XX
en nuestro país también vio la eclosión de la mujer como colectivo, pero
en el marco de un proceso particular, que, aunque influido por los suce-
sos europeos, se emparentaba también con lo que ocurría en otras regio-
nes de Latinoamérica. La visibilización de las mujeres por parte de la so-
ciedad patriarcal se dio en la Argentina de manera casi accidental. En
efecto, la última parte del siglo XIX estuvo orientada por el positivismo,
que jerarquizó los hechos sobre las ideas, las ciencias experimentales so-
bre las teóricas y las leyes de la física y la biología sobre las construccio-
nes filosóficas. Estas ideas llevaron el germen de lo que después conoce-
ríamos como estadísticas. El positivismo sembró una verdadera manía de
“contar” y “medir”. Se contaba y se medía “todo”, incluso mujeres. Así
aparecieron, por ejemplo, la Encuesta Feminista y el Informe Bialet Mas-
sé, que demostraron que la idea de mujeres viviendo en su casa y con su
familia era, más que una realidad concreta, una expresión de deseos.8 En
estos registros se encuentra a las mujeres en espacios públicos no conven-
cionales: frigoríficos, curtiembres, calles, prostíbulos y talleres.
Más aún, investigadoras e investigadores de la Historia nos advier-
ten desde hace tiempo que los sectores subalternos de principios de si-
glo deben ser revisados a la luz de otras fuentes, ya que las cantidades
expresadas en los porcentajes de algunos estudios sobre fuentes prima-
rias no contemplaban, por ejemplo, la integración del trabajo de las mu-
jeres en talleres domiciliarios, como las obreras que confeccionaban to-
cados de novia o las camiseras que terminaban detalles de prendas
finas.9
Las luchas y resistencias sociales de principios de siglo, como la
huelga de inquilinos de 1907, tuvieron a las mujeres del campo popular
a su frente. Fueron ellas quienes, con sus cuerpos, armadas con palos y
escobas o arrojando agua, detuvieron a la policía y a quienes intentaban
romper la huelga. Durante ese conflicto también tomaron la palabra, y
sus voces quedaron inscriptas en las consignas: “A raíz de la huelga
contra los altos alquileres, todos los habitantes de esta casa nos plega-
mos al movimiento”; “Muy bien, salud y ¡viva la huelga!”.10 Estas si-
INTRODUCCIÓN 11

tuaciones, más allá de éxitos o fracasos, constituyeron la fuente de una


rica experiencia y fueron la base de una conciencia incipiente de géne-
ro y de clase, clave para entender el desarrollo conflictivo de las déca-
das siguientes.
Las mujeres de la elite tuvieron experiencias diferentes a las de sus
congéneres pobres. Por caso, pudieron acceder a altos niveles de educa-
ción. A pesar de esto debían permanecer solteras si deseaban adminis-
trar sus bienes; aquellas que se casaban tenían que renunciar a sus ape-
llidos patricios para adoptar el apellido, también patricio, del marido.
No obstante, algunas de estas mujeres supieron apropiarse de ciertos es-
pacios extrahogareños, como las entidades de bien público, y enfrenta-
ron las burlas, los reproches y el rechazo masculino en cada oportuni-
dad. Al negociar con los representantes del Estado el financiamiento
público para sus obras de caridad, demostraron que también ellas eran
artífices de la nación.11 Por esos años, algunas mujeres pudieron acce-
der a la universidad. Antes de la Primera Guerra, Elvira López obtuvo
su diploma de doctora en Filosofía, Cecilia Grierson y Alicia Moreau
fueron médicas reconocidas y, en el otro extremo, socialistas sin instruc-
ción formal como Carolina Muzzilli ganaban premios internacionales.12
Las anarquistas y socialistas, inmigrantes o hijas de inmigrantes,
empezaron a luchar desde sus diferentes perspectivas ideológicas por los
derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres argentinas.13 Tam-
bién desde otros espacios sociales e ideológicos comenzaron a alzarse
voces que denunciaban el sometimiento de las mujeres. Esas primeras
feministas mantuvieron una idea de identidad que homogeneizó el cam-
po discursivo: la maternidad. Esta idea, también traída en los barcos y
organizada por nuestros intelectuales, partía de la reflexión unívoca de
una diferencia biológica como destino e identidad entre varones y mu-
jeres.14 Dentro de esta concepción, para la cual ser mujer es ser madre,
se unificaron expresiones tan opuestas como las voces de la Iglesia y las
de las socialistas, anarquistas y sufragistas, entre otras. Todas las muje-
res “naturalizaron la maternidad” y, a partir de esa concepción, empren-
dieron sus luchas.
Los sectores dirigentes, para quienes la maternidad asumió una im-
portancia vital, desarrollaron diferentes intervenciones políticas e ideo-
lógicas. Por un lado, asociaron el paternalismo con la medicina: las mu-
jeres debían ser protegidas para poder ser madres. Médicos higienistas
y políticos comenzaron a impulsar y dictar leyes “protectoras” funda-
mentadas en esa posición. Por el otro, dieron fundamento a la represión:
las mujeres debían recluirse en el hogar, pues sus funciones específicas
eran la maternidad y el cuidado de los hijos. En estas intervenciones,
conceptos de clase, raza y género se entrecruzaron con otros menos evi-
12 INTRODUCCIÓN

dentes como el de nación. Las mujeres debían ser custodiadas y prote-


gidas, porque ellas portaban la clave del destino del país: los futuros ciu-
dadanos. Los intelectuales argentinos supieron apropiarse de ideas euro-
peas como las escritas por el filósofo francés Gustavo Le Bon, quien
insistía sobre los peligros de instruir a las mujeres, pues si éstas se ago-
taban en el acto de pensar y reflexionar perderían la fuerza para procrear
seres fuertes y sanos, con el riesgo de ir degenerando la raza.15 No obs-
tante, el concepto de maternidad fue materia de resignificación perma-
nente por parte de las mujeres, que se apropiaron de él y, en cierta me-
dida, lo politizaron. Así, la maternidad resultaría la clave para acceder a
la ciudadanía y “maternizar” la política.16 Insertas en el mercado labo-
ral, debieron negociar y cambiar sus posiciones, apropiándose de los
ideales de igualdad frente a la ley y, por supuesto, adquiriendo una con-
ciencia cada vez más definida de la opresión.
La crisis económica y social de los años treinta golpeó doblemente
a las mujeres. En lo económico, la “década infame” las dejaría fuera del
mercado laboral “oficial”, y muchas se verían obligadas a reemplazar el
“trabajo honesto” por el ejercicio de la prostitución como forma de ga-
narse la vida. Son varios los relatos literarios y los estudios históricos
que acreditan este triste aspecto de nuestra historia.17
En el terreno social, la crisis trajo luchas obreras, y en muchas de
ellas las mujeres jugaron un papel importante. Sin embargo, su partici-
pación fue secundarizada. La categoría de clase, usada de manera incon-
veniente para analizar la experiencia y participación de las mujeres, sim-
plemente las sumió en el anonimato.
Recién con la aparición de un movimiento tan complejo como el pe-
ronismo, los trabajadores y las trabajadoras accedieron a sustanciales
mejoras a través de las leyes de protección del trabajo, el aguinaldo, las
vacaciones, los servicios sociales, la extensión y modernización de las
prestaciones de salud, etcétera. Las mujeres obtuvieron el derecho al
voto y el reconocimiento de la ciudadanía. La contradictoria Eva forjó
una nueva “biblia” para las mujeres argentinas. Si bien muchas asumie-
ron la militancia política dentro del peronismo, su participación no mo-
dificó sustancialmente las relaciones de género y de subalternidad vi-
gentes. La maternidad continuó siendo la función primordial de las
mujeres hacia la patria.18
A mediados de la década del cincuenta, a partir de la caída del go-
bierno de Juan Domingo Perón, las mujeres peronistas, obreras en su
mayoría, participaron activamente del movimiento de resistencia. Mu-
chos de los sabotajes realizados en las fábricas, la circulación de men-
sajes, el sostén y contención de los compañeros, fueron tareas realizadas
por esas mujeres.
INTRODUCCIÓN 13

En aquellos años, las presiones de las empresas multinacionales pa-


ra radicarse en los países periféricos hicieron que los sucesivos gobier-
nos comenzaran a suprimir las medidas tomadas en favor de la clase tra-
bajadora durante la gestión peronista. Los sindicatos fueron acallados, y
aquellos que se manifestaron intransigentes a la negociación con el go-
bierno fueron directamente intervenidos; las comisiones internas de las
fábricas fueron disueltas.
La sucesión de gobiernos autoritarios, sólo interrumpidos por prác-
ticas democráticas débiles y condicionadas, hizo que los años sesenta
presentaran tardíamente la rebelión juvenil que sacudía por entonces a
los países centrales. Si bien llegaron la música, las ropas, los peinados y
las nuevas costumbres promovidas por la juventud norteamericana, un
oscuro manto hizo que la palabra “revolución” en la Argentina asumie-
ra la forma de una dictadura militar: la Revolución Argentina proclama-
da por el general Juan Carlos Onganía. Los cabellos largos, las flores,
los intentos vanguardistas y el proyecto de capital cultural fueron vistos
como formas de una penetración “subversiva” que alejaba al país de su
tradición “occidental y cristiana”.
Algunas mujeres, con mayor grado de conciencia, comenzaron a for-
mular un replanteo de sus libertades y su autonomía, pero fueron las me-
nos. Sólo un centenar de ellas, reunidas mayoritariamente en la Unión
Feminista Argentina, entre otras organizaciones –como Nueva Mujer y
el Movimiento de Liberación Femenina–, trajeron los aires de la “segun-
da ola del feminismo” a estas tierras.19
Los setenta encuentran a las mujeres luchando por el cambio radical.
Insertas en los grupos revolucionarios y en los partidos políticos, levan-
taron la consigna “¡Socialismo o Muerte!”. El cambio social parecía tan
cercano que ellas aceptaron el desafío, sin cuestionar los mandatos pa-
triarcales –como el de la maternidad–, a los que sumaron sus tareas de
militantes.
Las características patriarcales de los diferentes grupos de izquierda
y derecha hicieron que las reivindicaciones específicas de las mujeres
quedaran relegadas. Para la izquierda, los reclamos feministas fueron
modalidades burguesas: las mujeres dejarían de ser un grupo oprimido
una vez que la revolución triunfase. Para la derecha, las cosas eran más
“simples”: reclamos y reclamantes, todos eran subversivos.
En el mundo, los años setenta marcaron el inicio de una crisis eco-
nómica generalizada que reformularía estructuralmente todas las rela-
ciones sociales, económicas y políticas. En la Argentina, de la mano de
la dictadura instaurada en 1976, se llevaron a cabo las primeras medidas
neoliberales que desindustrializarían y descapitalizarían al país. La into-
lerancia y el terror polarizaron nuestra sociedad. Nuevamente, la opre-
14 INTRODUCCIÓN

sión produjo su propio enemigo: la resistencia adoptó múltiples formas


y las mujeres formaron e integraron casi todas ellas.
Años después, muchas de las sobrevivientes de las cárceles y cen-
tros de tortura del Proceso llevaron a cabo reflexiones críticas de la ex-
periencia vivida. Concluyeron que sus organizaciones políticas, por es-
tar impregnadas de los mandatos naturalizados del patriarcado, no las
habían preparado para enfrentar su rostro más cruel y siniestro. La Tri-
ple A primero, y los grupos de tareas después, secuestraron y tortura-
ron a centenares de mujeres embarazadas, sus hijos padecieron tormen-
tos prenatales y muchos de ellos quedaron como “botín de guerra” de
sus captores.
El gobierno militar se dedicó a propagandizar a través de los medios
masivos que las madres debían permanecer atentas al cuidado de sus hi-
jos. Los dictadores lograron su objetivo, aunque no como ellos lo espe-
raban. Un grupo de mujeres comenzó a reunirse, primero secretamente
y luego a la vista de todos, en plena Plaza de Mayo, para practicar aque-
llo que las juntas militares propugnaban: cuidar a sus hijos. La resisten-
cia de las madres de Plaza de Mayo puede ser considerada una de las lu-
chas más importantes de nuestra historia. Con la apertura democrática
se sumó la organización Abuelas de Plaza de Mayo, única en el mundo,
que buscaba y busca a sus nietos desaparecidos. La historia se trastocó:
esta vez, los hijos parieron a sus madres.

Fragmentos para un balance Pareciera que el siglo XX se aleja dejándonos varias cuentas pen-
dientes. La disolución de identidades sociales y políticas, la permanen-
cia de formas de violencia, las guerras y las desigualdades, nos hacen to-
mar conciencia de las batallas que debemos encarar.
Sin embargo, en nuestro país la participación pública y política fe-
menina durante el siglo XX significó un hecho positivo. El ejercicio de
una ciudadanía plena hizo que, en los últimos cincuenta años, las muje-
res alcanzaran puestos en lugares impensables: directorios de empresas
multinacionales, jefaturas de bancos, puestos en el ejército y hasta una
presidencia. No obstante, cuando medimos estos avances a escala mun-
dial, o cuando segmentamos localmente por clases sociales, también
percibimos la mezquindad cuantitativa de los logros. La mayor parte de
las mujeres argentinas son víctimas de discriminación, violencia, abusos
y malos tratos tanto en el ámbito público como en el privado.
La tensión vuelve a presentarse, como al inicio de esta introducción:
sería tan injusto desconocer los avances como minimizar los conflictos
persistentes.
Esta ambivalencia de la lectura nos obliga a reflexionar y focalizar
INTRODUCCIÓN 15

la mirada en las herramientas que las mujeres mismas implementaron.


La presencia femenina en los partidos políticos no garantizó sensibili-
dad hacia las demandas de diferentes sectores del “colectivo” mujer.
Muchas legisladoras y cuadros políticos ocupan diferentes puestos gu-
bernamentales gracias a la ley del “cupo”,20 pero actúan acatando la au-
toridad partidaria y no responden a su conciencia como mujeres. Plan-
tearse estos problemas y buscarles una solución es el desafío de las
actuales y futuras generaciones de mujeres.
Finalmente, nos guía la premisa de que la historia de las mujeres es
un relato en crisis y también una batalla a ganar: a la propia Historia, a
la realidad y al peor de todos nuestros enemigos: la resignación.

* * *

Hay en este volumen ausencias importantes: las nuevas tecnologías


reproductivas, las prácticas de aborto, la contracepción, las madres ado-
lescentes, los vínculos lésbicos, los sujetos nómades (travestis y transe-
xuales, entre otros), las enfermedades cuyas marcas de género no pue-
den evadirse (anorexia, bulimia), etcétera. Estos temas están siendo
analizados por especialistas de las disciplinas respectivas; queda pen-
diente el trabajo de historizar la producción resultante de estos análisis
para publicar los resultados de esas síntesis disciplinarias.
16 INTRODUCCIÓN

Notas
1 Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Crítica, Barcelona,
1997.

2 Harman, Chris, “Globalisation: a critique of a new orthodoxy”, en International So-


cialism, nº 73, Londres, 1996, págs. 3-33.

3 Botana, Natalio, El siglo de la libertad y el miedo, Sudamericana, Buenos Aires,


1998, pág. 10.

4 Existen muchos estudios nacionales e internacionales que advierten sobre el peligro


de los desechos nucleares, las industrias contaminantes y los riesgos que significan
tanto para las poblaciones cercanas como para los trabajadores y trabajadoras que
se desempeñan en esas plantas.

5 Vilar, Pierre, ob. cit, pág. 153.

6 Hobsbawm, Eric, Age of Extremes. The Short Twentieth Century. 1914-1991, Aba-
cus, Londres, 1994.

7 Citado en Rouquié, Alain, Extremo Occidente. Introducción a América latina, Eme-


cé, Buenos Aires, 1990, pág. 353.

8 Para un análisis de la encuesta feminista véase Nari, Marcela, “Feminismo y dife-


rencia sexual. Análisis de la Encuenta Feminista Argentina de 1919”, en Boletín del
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, nº 12,
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras - Fondo de Cultura
Económica, 1995.

9 Para conocer una perspectiva historiográfica cuestionadora, véanse Wainerman, Ca-


talina y Recchini de Lattes, Zulma, El trabajo femenino en el banquillo de los acu-
sados. La medición censal en América latina, Terranova, México, 1981; Nari, Mar-
cela, “De la maldición al Derecho. Notas sobre las mujeres en el mercado de trabajo,
Buenos Aires, 1890-1940”, en Temas de Mujeres. Perspectivas de Género, Univer-
sidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 1998. Para abordar en términos generales la
cuestión del trabajo femenino puede verse Recalde, Héctor, Mujer, condiciones de
vida, de trabajo y salud/1, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988;
Falcón, Ricardo, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Centro Editor de Amé-
rica Latina, Buenos Aires, 1986.

10 Suriano, Juan, La huelga de inquilinos de 1907, Centro Editor de América Latina,


Buenos Aires, 1983, págs. 61-67.

11 En este aspecto nos distanciamos de las visiones historiográficas tradicionales, que


analizan la participación de las mujeres de la elite desde los enfoques del discipli-
namiento y el control social, porque esos enfoques no permiten señalar la autono-
mía y el activismo de estas mujeres en la consolidación de un modelo de país y las
muestran como simples ejecutoras de las decisiones tomadas por los varones.

12 Carolina Muzzilli se hizo acreedora al reconocimiento internacional en 1912, a raíz


de un trabajo sobre la niñez, el alcoholismo y la familia obrera. Cfr. Cosentino, Jo-
sé Amagno, Carolina Muzzilli, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1984.

13 Cfr. Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad” en Armus, Diego (comp.), Mun-


do urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990; “Mujeres de
Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”, Mora, n° 2, Universidad de Bue-
nos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1996; Anarquismo, educación y costum-
INTRODUCCIÓN 17

bres en la Argentina a principios de siglo, Contrapunto, Buenos Aires, 1990; Be-


llucci, Mabel, “Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alre-
dedor del 900”, Nueva Sociedad, 109, Caracas, 1990.

14 Existen diversos estudios que han abordado el feminismo de este período. Algunos
de ellos son, Carlson, Marifran, Feminismo. The Woman’s Movement in Argentina
from Its Beginnings to Eva Perón, Academy of Chicago Publishers, 1988; Feijoo,
María del Carmen, “Las luchas feministas”, en Todo es Historia, nº 128, Buenos Ai-
res, 1978; Sosa de Newton, Lily, Las argentinas de ayer a hoy, Zanetti, Buenos Ai-
res, 1967. Sobre las construcciones de la maternidad en el período abordado, cfr.,
por ejemplo, Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la na-
talidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médi-
cos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Biblos, Bue-
nos Aires, 1996; Guy, Donna, “Madres vivas y muertas. Los múltiples conceptos de
la maternidad en Buenos Aires”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna (comps.), Se-
xo y sexualidades en América latina, Paidós, Buenos Aires, 1998; Nari, Marcela,
“¡Libertad, igualdad y maternidad! Argentina en la entreguerra”, en Mujeres en es-
cena, Universidad Nacional de la Pampa, Instituto Interdisciplinario de Estudios de
la Mujer, julio de 2000.

15 Gustavo Le Bon, Piscología de las masas y Psicología de la educación, Ruiz Her-


manos Sucesores, Madrid, 1912.

16 Véase en este volumen el trabajo de Marcela Nari, “Maternidad, política y feminis-


mo”.

17 Véanse, por ejemplo, Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Eudeba, Buenos Aires,
1999; Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-
1955, Sudamericana, Buenos Aires, 1994, con un excelente estudio preliminar de
María Gabriela Mizraje.

18 Al respecto, Daniel James rescata la voz de María Roldán, delegada de un frigorífi-


co de la zona de Berisso, en uno de sus discursos pronunciados en el Partido Labo-
rista: “El hogar es el sitio donde se nutren los grandes principios nacionales... el ho-
gar es la imagen misma de la Patria, la fortaleza de la Nación misma, donde las
madres cantan a sus hijos la esperanza de un mundo mejor. En él la fuerza invenci-
ble es la mujer, es la mujer que en su sacrificio silencioso entrega la sangre de su
sangre, sus hijos, para la defensa de la soberanía nacional. Ella es pueblo frente a
cualquier Estado que persigue, aterroriza y mata [...]”, en James, Daniel, “Historias
contadas en los márgenes. La vida de Doña María: historia oral y problemática de
géneros”, en Entrepasados. Revista de Historia, Buenos Aires, año II, nº 3, 1992,
pág. 11.

19 Cfr. Calvera, Leonor, Mujeres y feminismo en la Argentina, Grupo Editor Latinoa-


mericano, Buenos Aires, 1990.

20 Esta ley obliga a que las listas partidarias cuenten con 30 por ciento de mujeres.
Aunque en la práctica no se cumple, esta disposición brinda la base legal necesaria
para legitimar eventuales reclamos.
Encierros y sujeciones
Donna J. Guy
Pablo Hernández - Sofía Brizuela
Victoria Álvarez
Los grandes cambios políticos y sociales sobrevenidos a partir de
las últimas décadas del siglo XIX no trajeron modificaciones significa-
tivas respecto de los roles adjudicados a las mujeres. Instalados sobre
diferencias de clase e ideológicas, los poderes político y eclesiástico
mantuvieron su tradicional acción destinada a asegurar la permanencia
femenina en sus ámbitos y funciones “naturales”.
El nacimiento del siglo nos pone frente a la realidad del desamparo
infantil y la política estatal destinada a “resolver” una de las manifes-
taciones de esa situación: las “niñas de la calle”. Encarceladas en la
Casa Correccional de Mujeres para ocultar esas “zonas tenebrosas en
medio del paisaje urbano”, su educación se limitaba escasamente al
aprendizaje de los trabajos domésticos. Junto con el objetivo proclama-
do de alejarlas del camino de la delincuencia y la prostitución se evi-
denciaba también una política destinada a mantener su origen de clase
a través de la servidumbre y consolidar el concepto de hogar como es-
pacio “natural” de la mujer.
La relación entre vida religiosa y condición social no siempre fue
armónica, así lo demuestra el análisis de la vida interna en la congre-
gación tucumana de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo
Nombre de Jesús. Las religiosas de la orden, a la vez damas de la elite,
reprodujeron en su vida cotidiana, tanto con sus pares como con muje-
res de baja condición social, los comportamientos propios de su clase;
desde su posición social privilegiada, también encararon sus relaciones
con la jerarquía eclesiástica.
Violencia política y violencia de género pasan a un doloroso primer
plano a través de la represión ejercida en los campos de concentración
de la última dictadura militar argentina. El objetivo de la “pacificación
nacional” proclamado por las juntas militares tuvo en las mujeres se-
cuestradas expresiones particulares que no se limitaron a las formas es-
pecíficas de tormento; también transitaron desde una “reeducación”
que devolviera a las militantes sus atributos “occidentales y cristianos”
de madres y esposas convencionales hasta la apropiación de los hijos
nacidos en cautiverio como modo de perpetuar una de las formas más
crueles del encierro.
Niñas en la cárcel
La Casa Correccional de Mujeres como
instituto de socorro infantil

Donna J. Guy*

En 1910, el historiador legista argentino Roberto Levillier publicó


un extenso ensayo sobre la criminalidad en Buenos Aires. Cuando abor-
dó el tema de la criminalidad femenina, observó que las niñas y las jó-
venes eran alojadas en la cárcel de mujeres, pero él centró su atención
en las delincuentes adultas. Sostenía que los criminalistas habían igno-
rado a estas mujeres y que la delincuencia femenina no había desperta-
do el menor interés en Buenos Aires. Los especialistas consideraban que
el porcentaje de mujeres delincuentes era estadísticamente insignifican-
tes, que las causas no eran importantes ni de larga duración y, en conse-
cuencia, no estudiaron la evolución, la prevención ni el índice de reinci-
dencia. Además, las religiosas que dirigían la cárcel de mujeres de
Buenos Aires manejaban las instalaciones sin tener en cuenta principios
científicos: la institución funcionaba como una escuela-taller y carecía
de orientación.1 Levillier se preguntaba por el destino de estas mujeres
y hacía varias sugerencias para reformar las cárceles.
Aun cuando en la cárcel de mujeres había más niñas que adultas, Le-
villier y muchos de sus contemporáneos ignoraron este drama infantil.
Sin embargo, sus críticas sobre el funcionamiento de la cárcel estaban
directamente relacionadas con la presencia de esas jóvenes. La cárcel de Cuando carecían de familia que se
mujeres no podía funcionar siguiendo principios científicos porque és- ocupara de ellas, las niñas eran
recluidas. Pobreza, abusos y abandono
son las marcas de origen de muchas de
* Esta investigación fue patrocinada por la Fundación Nacional de Humanidades, las internadas.
Universidad de Arizona, el Profesorado de Investigaciones de Ciencias Sociales Niñas del Patronato de la Infancia,
y del Comportamiento y una beca del SBSRI (Social and Behavioral Sciences 1923. Archivo General de la Nación,
Research Institute) de la Universidad de Arizona de Investigaciones de Verano. Departamento Fotografía.
23 ENCIERROS Y SUJECIONES

tos contaban con pocas normas sobre el encarcelamiento de mujeres me-


nores de edad.
Una detención, dice Michel Foucault, puede ser una simple privación
de la libertad, pero el encarcelamiento que lleva a cabo esta función siem-
pre involucra un proyecto técnico.2 El proyecto técnico estudiado por
Foucault se refería a detenidos varones y a cárceles de hombres, pero no
toda la población carcelaria de la Argentina entre 1890 y 1940 estaba acu-
sada de crímenes, y había muchas niñas, algunas de tan sólo cinco años,
en ella. ¿Cuál era el propósito de privar a estas menores de su libertad?

Políticas de rehabilitación Rehabilitación o redención eran ideales sociales y religiosos que


asumían diferentes significados según se refirieran a hombres o a muje-
res, a adultos o a niños. Sin embargo, los funcionarios públicos aplica-
ban a todos el mismo tratamiento inicial: el encarcelamiento. No todas
las niñas que habitaban las prisiones eran consideradas delincuentes, pe-
ro aun así la policía abogaba por su encarcelamiento. Como el jefe de
Damas de la elite y religiosas de
Policía de Buenos Aires hacía notar en su informe anual de 1913-1914:
diversas órdenes fueron las encargadas “La vagancia, la mendicidad, la pederastía, los menores abandonados,
de alojar y educar a niñas y niños son plagas sociales que mis antecesores han hecho conocer en oportunas
abandonados. comunicaciones [...] y sin que todavía se manifieste la profilaxis de sa-
Anuario de la Sociedad de namiento social que requiere el adelanto de esta Capital tan evidenciado
Beneficencia donde se muestran las
en las demás actividades de su desarrollo y movimiento general. La le-
instalaciones de los distintos asilos y
hospitales de la institución, 1910. gislación sobre tutela oficial de los menores ha sido ya iniciada y corre-
Archivo General de la Nación, lativamente con las medidas adoptadas por el Superior Gobierno respec-
Departamento Fotografía. to de la habilitación y ampliación de locales para albergarlos, permite
esperar que ese problema de los menores [...] encuentre en breve la so-
lución que se pretende”.3 Sin embargo, al año siguiente habían sido de-
tenidas 574 niñas, en su mayoría por huir de su hogar o de su trabajo.
Entre ellas había 73 empleadas domésticas.4
El problema no se resolvía simplemente agrandando las cárceles. En
el caso de los adultos varones, la rehabilitación suponía reformar sus há-
bitos laborales, para inducirlos a trabajar en lugar de cometer crímenes.
Las mujeres adultas, en cambio, debían volver bajo la custodia de pa-
triarcas masculinos. Para las menores, la rehabilitación implicaba edu-
carlas por varios años y así mantenerlas fuera de las calles, con lo cual
no tenían que trabajar. Entonces, o bien las cárceles se transformaban en
instituciones educativas o bien las niñas eran transferidas a instalaciones
de ese tipo. Pero los funcionarios no adoptaron ninguna de estas políti-
cas hasta la década de 1930. Los conceptos tradicionales de reforma y
rehabilitación tenían poco sentido para la mayoría de las menores encar-
celadas.
NIÑAS EN LA CÁRCEL 24

En Buenos Aires, las niñas eran generalmente enviadas a prisión por- En una ciudad en constante
que no tenían familia que pudiera ocuparse de ellas. A la deriva por las transformación y crecimiento, como era
la Buenos Aires de entonces, los niños
calles de una ciudad en crecimiento, niños y niñas eran considerados pe-
y niñas a la deriva en las calles eran
ligrosos si permanecían en lugares públicos. Muchos no tenían hogares considerados peligrosos.
a los cuales pudieran regresar. No todos los padres podían alimentar, Huérfanos y huérfanas en el Patronato
alojar, educar y vestir a sus hijos biológicos; otros habían muerto o ha- de la Infancia. Archivo General de la
bían abandonado a sus hijos. Algunas niñas eran encarceladas por ejer- Nación, Departamento Fotografía.
cer la prostitución o cometer una amplia gama de delitos que iban des-
de el infanticidio hasta hurtos, pero la gran mayoría eran chicos de la
calle: sin hogar, huérfanos o fugitivos de sus padres o de empleadores
que los explotaban. En una sociedad que definía claramente los derechos
de patria potestad para los padres o madres solteras, no existían medios
legales de adoptar niños y había pocos establecimientos para mayores de
seis años; las cárceles de mujeres –ya fuera en Buenos Aires o en las ciu-
dades del interior– se usaban como refugios temporarios para las niñas
cuyos padres no podían ocuparse de ellas.
Este proceso, sin embargo, demandaba más que un mero lugar de de-
pósito. Los bebés abandonados y los chicos de la calle no tenían la pro-
tección de sus familias. Como no se conocían sus verdaderos orígenes, se
presumía que pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas
más serviles. Cuando estos niños eran capturados en redadas, se los en-
viaba ante los Defensores de Menores, hombres de la alta sociedad en-
cargados por el municipio del cuidado de los niños desamparados. Y era
entonces cuando su desprotección social se confirmaba, pues se los ubi-
caba en hogares de familias extrañas a ellos, o en la cárcel de mujeres –o
en la penitenciaría, si eran varones–. En resumen, su entrada en la cárcel
confirmaba la desaprobación que su presencia en los espacios públicos
25 ENCIERROS Y SUJECIONES

suscitaba en la sociedad. Del mismo modo, salir de la cárcel significaba


ubicarlos en un hogar ajeno, en el que ingresaban como trabajadores, no
como niños bajo custodia. En ese nuevo hogar no tenían padres, sólo em-
pleadores. No tenían parientes y no recibían herencia alguna.
Al parecer, el proyecto técnico subyacente al encarcelamiento de las
niñas menesterosas consistía en crear un rito de pasaje que les asignaba
una nueva identidad, la cual estigmatizaba los orígenes y confirmaba los
limitados derechos de las niñas dentro de sus familias adoptivas. Hubo
algunos proyectos tendientes a rehabilitarlas, pero sólo mancharon la re-
putación de las niñas inocentes al asociarlas con el mundo del crimen y
el deshonor.
Los niños y las niñas de la calle alteraban el sentido de orden social
de Buenos Aires. Existían en un estado liminar, protegidos dentro del
hogar y acusados de crímenes en los lugares públicos. Frecuentemente,
esto se convertía en una profecía que se autocumplía. Era evidente que
sus padres, si los tenían, los habían abandonado moral y materialmente.
Los niños eran más temidos que las niñas, porque se los tomaba como
potenciales criminales o anarquistas. Se presuponía que las niñas serían
prostitutas.
Algunos observadores de la época decían que esos niños eran zonas
tenebrosas en medio del paisaje urbano. Para los políticos, los niños va-
gabundos eran delincuentes juveniles y había que encarcelarlos. En agos-
to de 1892, el presidente Carlos Pellegrini sostuvo que los pillos calleje-
ros, especialmente los varones, eran criminales en potencia, y sugirió que
se construyera una cárcel dedicada sólo a jóvenes delincuentes masculi-
nos. Hacía notar que los edificios existentes estaban superpoblados de
adultos y niños, y dado “el número creciente de niños culpables de pe-
queños delitos enviados allí a diario por los Defensores de Menores y los
jueces”, serían siempre insuficientes.
Lo que el Presidente no decía es que muchos de estos niños habían si-
do arrestados porque no tenían hogar.5 Los diputados autorizaron fondos
especiales para construir un edificio especial para niños delincuentes: el
reformatorio de Marcos Paz, que se inauguró en 1903, pero vacilaban en
proveer instalaciones similares para niñas sin hogar o delincuentes. Tam-
poco desafiaron la autoridad de las órdenes de religiosas a cargo de las
cárceles de mujeres.

La Casa Correccional Las monjas deseaban rehabilitar a las niñas delincuentes por medio
de Mujeres de la educación y las labores domésticas. Esto requería separar a las ni-
ñas de las delincuentes adultas y mantenerlas fuera de las calles en un
marco institucional donde pudieran ser educadas. Como no estaban en
NIÑAS EN LA CÁRCEL 26

condiciones de brindarles esto, las monjas se limitaron a proveerlas de El estigma de la pobreza marcaba
una educación elemental y organizarles talleres. Pero tanto las niñas co- de manera perenne a los niños y
niñas abandonados.
mo las adultas permanecían prisioneras por lapsos breves, por lo cual to-
El “día de los niños pobres” en los
da esperanza de rehabilitación era ilusoria. En sus informes anuales, las jardines del Palacio Miró, 1909.
monjas sostenían la necesidad de transformar las cárceles en otro tipo de Archivo General de la Nación,
instituciones, donde niñas y adultas fueran alojadas en instalaciones se- Departamento Fotografía.
paradas y pudieran quedarse durante períodos largos.
Como lo señala Lila Caimari,6 la historia de los primeros años de la
Casa Correccional de Buenos Aires o Asilo Correccional de Mujeres es
difícil de reconstruir. Desde 1873 hasta 1888, las religiosas habían diri-
gido el Asilo del Buen Pastor, una cárcel controlada por la Sociedad de
Beneficencia –formada por señoras de la alta sociedad, que, subsidiadas
por el Estado, se encargaban de proveer hospitales, colegios y varios asi-
los para mujeres y niños– y la Casa de Ejercicios, un convento dedica-
do a la rehabilitación de mujeres delincuentes. Las niñas eran enviadas
al Buen Pastor si se las consideraba incorregibles; en caso contrario,
iban a la Casa de Ejercicios.7
En algún momento durante la década de 1870, el Asilo del Buen Pas-
tor se mudó a la vieja penitenciaría. Este edificio era un monasterio
construido originalmente por los jesuitas en 1735; después los betlemi-
27 ENCIERROS Y SUJECIONES

tas tomaron a su cargo el edificio hasta que en 1822 fue expropiado y


convertido en el Hospicio de Locos. Después del gobierno de Rosas, se
usó como cuartel para los soldados y en 1860 se convirtió en cárcel de
hombres.8
Cuando la Casa Correccional de Mujeres comenzó a funcionar con
las religiosas de la orden del Buen Pastor –alrededor de 1890–, la ma-
yoría de las niñas bajo su cuidado habían sido enviadas a los Defenso-
res de Menores. Oficialmente, sus edades iban de los cinco a los veinte
años, pero hay evidencias de que varios bebés acompañaron a sus ma-
dres (además, los investigadores ponían en duda los datos estadísticos
sobre las edades). Las niñas permanecían allí solamente hasta que se las
ubicara en hogares adoptivos y, de acuerdo con el Código Civil argenti-
no, los niños recibían un salario acorde con su edad y obligaciones la-
borales.9
La Cárcel de Mujeres de Buenos Aires se inauguró oficialmente en
1892. Durante los primeros años, los arreglos elementales de pintura y
remodelación hicieron habitable el edificio. Más tarde, se lo amplió. Pa-
ra 1906, cuando se llevó a cabo el primer censo nacional carcelario, el
edificio tenía capacidad para cien adultos y ciento cincuenta menores; se
dictaban clases de primer y segundo grado de la escuela primaria para
mujeres analfabetas y niños, y había talleres de lavado y costura.10 Des-
pués, en la cárcel se dictaron clases hasta cuarto grado.
La cantidad de niñas que pasaban por la Casa Correccional variaba
enormemente. En 1889, por ejemplo, hubo 466 detenciones y la mayor
parte de las internadas salió ese mismo año. En 1892, 694 estuvieron de-
tenidas allí, y en 1893 hubo 317. La gran mayoría eran enviadas por ór-
denes judiciales o por uno de los tres defensores. Esta tendencia conti-
nuó, ya que la cantidad de menores se elevó a 1138 en 1911 y tuvo su
pico máximo en 1917, con 1874 admisiones. De ahí en más, hasta me-
diados de la década de 1920, la cantidad decreció, aunque sólo en 1922
fue inferior a 1400. En cambio, las prisioneras adultas raramente exce-
dían las 400 hasta la década de 1930, y la tendencia era que se mantu-
viera una población media de entre 200 y 300.11
A los defensores, al igual que a la policía, no les atraía la idea de en-
viar niñas de corta edad a la Casa Correccional de Mujeres. El 7 de ma-
yo de 1901, el defensor José M. Terrero pidió al Ministro de Justicia que
intercediera ante el Ministro de Relaciones Exteriores para obligar a la
Sociedad de Beneficencia a aceptar niños desamparados de seis a ocho
años. La Sociedad, sin embargo, raramente accedía a cumplir los pedi-
dos estructurales de los defensores, porque esas señoras manejaban sus
instituciones de acuerdo con sus propias reglas. Además, otro grupo de
Buenos Aires, el Patronato de la Infancia, no podía ayudar porque sólo
NIÑAS EN LA CÁRCEL 28

contaba con escuelas diurnas. Los defensores tenían pocas alternativas


de solución frente al problema.12
La población de Buenos Aires creció mucho durante este período. A
medida que la ciudad crecía, muchas familias pobres se encontraron con
que no sabían cómo enfrentar las presiones de la vida urbana, a pesar de
que Buenos Aires ofrecía nuevas oportunidades. Para muchos niños, es-
to significó ser abandonados, no tener hogar y caer en la tentación de
participar en actividades delictivas.
En 1895, la Madre Superiora de la Casa Correccional de Mujeres es-
cribió al presidente Uriburu ofreciendo alojar un mayor número de ni- ¿Más que un mero lugar de depósito?
ñas de la calle. Sostenía que muchas necesitaban un hogar; pedía permi- Los bebés abandonados y los chicos de
so para admitirlas simplemente porque eran pobres y para brindarles la calle no tenían la protección de sus
educación.13 Los tres Defensores de Menores opinaron que esta petición familias. Como no se conocían sus
infringiría el derecho de los padres a la patria potestad y además afec- verdaderos orígenes, se presumía que
pertenecían a las clases bajas y se los
taría los poderes que ellos mismos ejercían.14 Por esta razón los Defen-
destinada a las tareas más serviles.
sores quedaron a cargo de los niños de la calle. Dormitorio de un asilo del Patronato.
Como los Defensores de Menores carecían de refugios donde alojar- Archivo General de la Nación,
las, la mayor parte de las niñas terminaban en la Casa Correccional. Los Departamento Fotografía.
29 ENCIERROS Y SUJECIONES

bebés abandonados podían ser enviados a la Casa de Expósitos de la So-


ciedad de Beneficencia. A veces, niñas de menos de seis años eran acep-
tadas por la Sociedad en su Asilo de Huérfanas, pero siempre había es-
casez de vacantes. El resto de los niños que recibían debían ser enviados
a trabajar, eran devueltos a sus familias o bien languidecían transitoria-
mente en las cárceles.15
Los Defensores de Menores tenían una tarea inmensa por realizar.
En 1898 estuvieron a cargo de 1878 niños y niñas, cuyo número, en ade-
lante, disminuyó.16 Inicialmente, pudieron restituir a casi todos a sus fa-
milias biológicas, pero hacia 1888, cuando se cerró el Asilo del Buen
Pastor, la situación se agravó, y los Defensores fueron enviando cada vez
más niños y niñas a las cárceles.
Sin embargo, algunos mostraban mayor habilidad que otros para
mantener a los niños fuera de la cárcel. En 1897, por ejemplo, el defen-
sor Pedro de Elizalde llegó a ubicar 342 niños y niñas con sus familias
–biológicas o no–, mientras que envió sólo 31 niñas a la Casa Correc-
cional, y tres a la Casa de Ejercicios.17 Era un éxito en un sentido y un
peligro en otro: los niños ingresaban en esas casas, pero como sirvien-
tes, lo cual conllevaba el riesgo de que, en lugar de ser protegidos, se los
explotara.
El riesgo al que se exponían las menores empleadas se hizo eviden-
Las niñas debían ser educadas en los te en 1899 cuando el médico de la Casa Correccional de Mujeres, Abra-
valores cristianos, el respeto a las
ham Zenavilla, presentó su informe a la Madre Superiora poniéndola al
jerarquías y a la religión.
Asilo de niñas de San Vicente de Paúl,
tanto de la situación existente entre junio y diciembre de 1899. Hacía
en Devoto, 1925. Archivo General de hincapié en el hecho de que las dos dolencias más frecuentes fueran las
la Nación, Departamento Fotografía. respiratorias y las ginecológicas. Como él decía, las últimas eran más
frecuentes en las niñas mayores y las causas eran el abandono y el tra-
tamiento desconsiderado de las personas que las empleaban. Es decir,
sus empleadores abusaban sexualmente de ellas.18
Para los defensores, el problema era evidente. En 1908, redactaron
una carta conjunta al Ministro de Justicia sosteniendo que la situación
era tan desastrosa que cuando una mujer pedía una niña como emplea-
da doméstica, siempre se le preguntaba: “¿Tiene usted hijos varones, se-
ñora?”. Si la respuesta era afirmativa, no permitían que una niña traba-
jara para esa familia. Ésta era la razón por la cual querían asegurarse de
que las niñas no fueran entregadas directamente a las familias por el juez
o las cárceles.19
Aun cuando los Defensores evitaran mandar niñas a la cárcel, el edi-
ficio simplemente no tenía capacidad para alojar el número de menores
que allí se enviaban. En ese momento, la superficie destinada a los me-
nores podía alojar 110, pero, a veces, las monjas eran obligadas a man-
tener 200 niños en ella. En junio de 1900, la Madre Superiora hizo la su-
NIÑAS EN LA CÁRCEL 30

gerencia de que las religiosas podían brindar mejores cuidados a las ni-
ñas vagabundas. Alentaba al gobierno nacional a autorizar la construc-
ción de instalaciones separadas para las jóvenes donde éstas pudieran
quedarse por lo menos tres o cuatro años; podrían, de esta manera, reci-
bir una moderada educación y así ser útiles a familias ofreciendo servi-
cios apropiados a su condición, tales como cocineras, mucamas o lavan-
deras.20 Su pedido reconocía las limitaciones de uso de las instalaciones
existentes y al mismo tiempo su lenguaje reafirmaba el proyecto técni-
co del estigma que marcaría a las niñas pobres.
Los puntos de vista de la Madre Superiora eran ocasionalmente apo-
yados por algunos de los defensores. En 1903, un nuevo defensor, B.
Lainez, sugirió una serie de reformas. Entre otras, la transformación de
la Casa Correccional de Mujeres en una escuela de comercio para mu-
jeres adultas, con sectores para separar a las niñas delincuentes de las
que sólo se alojaban allí. También pensó en una escuela para madres jó-
venes que formara parte de la escuela de comercio. Pero las ideas de
Lainez no fueron escuchadas y no permaneció mucho tiempo más en el
cargo.21 “En clase de labor, las presas dan
En ocasiones, algunos padres pedían al Estado que encarcelara a sus expansión a las múltiples prolijidades
de su alma” (oración escrita en el
hijas porque ellos ya no podían hacerse cargo de ellas. Por medio de es-
dorso de la foto de archivo).
te pedido, podían renunciar voluntariamente a sus derechos de patria po- Asilo Correccional de Mujeres. Archivo
testad por un mes. Luisa Gigena de Saldazo quiso hacer esto en 1920. General de la Nación, Departamento
Era tan pobre que sólo podía dar como domicilio legal la dirección del Fotografía.
Defensor de Pobres. Decía Luisa que su hija Juana Isabel se aprovecha-
ba del hecho de que su padre estaba en la provincia de Tucumán: había
abandonado a su familia para hacerse prostituta. Luisa estaba tan enfu-
recida que la hizo encerrar por la policía y, como carecía de recursos
propios, peticionó a la corte para que la mantuviera así por el lapso es-
tipulado por la ley. Después de que varios testigos confirmaran la histo-
ria de Luisa, el juez ordenó que Juana fuera encarcelada.22
Jueces y defensores encarcelaban niñas de muy corta edad junto a
adolescentes. En 1907, por ejemplo, se encerró a 42 niñas menores de
diez años, mientras 320 niñas de entre diez y quince años también se en-
contraban entre rejas. En total, el número de niñas de entre seis y quin-
ce años constituían más del 38 por ciento de los detenidos jóvenes. Ha-
cia 1912, esta proporción había disminuido al 33 por ciento.23
En general, a los defensores no les gustaba que tantos niños langui-
decieran en las cárceles. Uno de ellos, el doctor Agustín Cabal, sugirió,
en 1910, una nueva política para mantener a las niñas fuera de las calles.
Como muchas de ellas se negaban a permanecer en el hogar de sus em-
pleadores, propuso que la policía tomara las impresiones digitales de to-
das las que estaban a su cuidado. Así, pensaba Cabal, sería más fácil
31 ENCIERROS Y SUJECIONES

capturarlas, y además funcionaba como un incentivo, ya que, cuando se


hicieran adultas, si en el legajo policial sólo figuraban sus impresiones
digitales, podían ofrecer esto como patente de honestidad.24 Si no, ter-
minarían en la cárcel y luego se reintegrarían a la sociedad con una nue-
va pero cuestionable identidad.
El creciente número de niñas menores de edad y la falta de recursos
empeoró las condiciones de vida dentro de la cárcel. Las monjas recla-
maron más de 4000 pesos para proveer los elementos básicos para los
chicos. Su pedido fue otorgado, pero éstos y otros documentos revelan
que los fondos les llegaban ad hoc.25 A veces, niñas con deficiencias
mentales o físicas eran alojadas junto con otras en perfectas condiciones.
En 1911, el defensor Cabal envió a Gregoria Gutiérrez a la Casa Correc-
cional, por el “crimen” de ser sordomuda. Dos años más tarde, un em-
pleado estatal se enteró y comenzó a hacer investigaciones sobre su ca-
so. Le informaron que la niña había ingresado a los quince años, y que
el médico a cargo había determinado que era sordomuda y tenía una
edad mental de tres o cuatro. A pesar de que se notificó al Instituto de
Sordomudos, nada se hizo, y la niña continuó en la Casa Correccional.
En este caso, ya había quedado marcada y, por lo tanto, no necesitaba
reingresar en la sociedad para ser identificada.26
Durante su corta permanencia en la cárcel de mujeres, las niñas de-
bían trabajar. Anualmente, más de mil niñas trabajaban en comercios co-
siendo y como lavanderas. Sus salarios eran magros, en el mejor de los
casos, porque no permanecían largo tiempo en sus trabajos, pero tam-
bién porque debían pagar los materiales que usaban.27
El estallido de la Primera Guerra Mundial encontró a Buenos Aires
carente de combustibles y de artículos de consumo. Los Defensores de
Menores tuvieron más dificultades para ubicar a las niñas en hogares de
guarda como empleadas a sueldo; el informe anual de 1914 señalaba
que la crisis en curso afectaba estos proyectos. Las familias achicaban
sus presupuestos; no sólo disminuían la cantidad de trabajadores a su
cargo sino que bajaban los salarios. Aunque las estadísticas no lo corro-
boran, según los defensores, como resultado de esta situación ingresó
un mayor número de niñas en la Casa Correccional. Propusieron redu-
cir los salarios de las niñas bajo su amparo como incentivo para las fa-
milias adoptivas. Además, sugirieron que se enviara a las niñas más re-
beldes a trabajar en las estancias del interior del país, práctica que se
había llevado a cabo con delincuentes juveniles varones para alejarlos
de la ciudad.28 No hay constancia de que se enviaran niñas a trabajar en
el campo.
Si, en opinión de los defensores, las niñas o jóvenes eran cargas que
debían ser separadas de la sociedad, las religiosas, en cambio, continua-
NIÑAS EN LA CÁRCEL 32

ban creyendo que ellas podían rehabilitar, aun a las más difíciles, por
medio de la educación y el trabajo. En un extracto del informe anual de
1919 de la Cárcel de Mujeres, la Madre Superiora manifestaba que las
niñas a su cargo eran dignas de compasión: la mayoría de ellas no podía
aspirar al bienestar que deriva del conocimiento de las artes y las cien-
cias por la simple razón de que carecían de medios, no tenían familia ni
posición social. Inevitablemente tendrían que arreglárselas por sí mis-
mas y así deberán aprender a trabajar como obreras o sirvientas. Las re-
ligiosas querían educarlas para que vivieran vidas honestas y practica-
ran sus deberes cristianos.29 Una vez más, de las palabras de la Madre
Superiora se desprendía su convicción de que las niñas que iban a la cár-
cel tenían pocos contactos sociales que pudieran brindarles otra cosa
que trabajo para los carentes de educación y protección, y una vez más,
no fue escuchada.

En 1919, el Congreso debatió largamente sobre el problema de la La política estatal


delincuencia juvenil. Los defensores de los derechos de los niños siem-
pre habían abogado por una reforma al Código Penal que introdujera
una diferenciación entre crímenes de menores y crímenes de adultos y
la creación de tribunales juveniles especiales basados en el modelo es-
tadounidense pionero, elaborado en Chicago en 1899. Ya el diputado
conservador Luis Agote había intentado autorizar al gobierno nacional a
asumir la guarda legal de todos los delincuentes y abandonados menores

El Estado demoró varias décadas en


dar una respuesta al problema del
alojamiento y la educación de las
niñas abandonadas.
Hora de recreo en el Asilo del Buen
Pastor. Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
33 ENCIERROS Y SUJECIONES

de diecisiete años. Para justificar su propuesta, Agote sostenía que entre


1905 y 1910, de 1312 varones que habían ingresado en las cárceles na-
cionales, 520 eran reincidentes. Más de mil niños trabajaban como ca-
nillitas y una cantidad aun mayor vivía en la calle, sólo para terminar
uniéndose a las bandas anarquistas. Agote se oponía a tratar a los jóve-
nes como criminales y sugirió que se ubicara a los niños de la calle en
una ampliación del reformatorio-escuela de Marcos Paz, o una filial que
podría habilitarse en la antigua colonia de leprosos de la isla Martín Gar-
cía. Estimaba que 10.000 niños podrían ser rehabilitados en esos luga-
res.30 Otros proyectos continuaron con sus esfuerzos, como el presenta-
do al Ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1916 por Eduardo
Bullrich y el doctor Roberto Gache, que auspiciaba el reemplazo del tra-
bajo por la formación de tribunales especiales y educación obligatoria
para jóvenes abandonados y delincuentes.31
En junio de 1918, Luis Agote volvió a presentar, sin éxito, su pro-
puesta. Pero en enero del año siguiente, el presidente Hipólito Yrigoyen
dio prioridad a las reformas de los derechos de los niños. El 20 de ese
mes, envió al Congreso un mensaje apoyando la formación de una nue-
va asociación para la protección del menor, el Patronato de Menores.
Ese mismo año se promulgó una versión corregida del proyecto de ley
de Agote, pero no se adjudicaron fondos para financiar la nueva institu-
ción.32 En los debates, no se mencionó ni el drama de los niños pobres
encarcelados sin haber cometido ningún crimen, ni las especiales cir-
cunstancias de las niñas.
En 1921, una nueva reforma del Código Penal cambió las nociones
sobre delincuencia juvenil vigentes desde 1880. La nueva ley disponía
que los niños menores de catorce años estuvieran exentos de castigo,
aunque bajo ciertas condiciones se podía remitir al delincuente a insti-
tuciones hasta que cumpliera los dieciocho años. Sin embargo, después
de 1921, se anularon muchos de esos casos y los delincuentes no fueron
enviados a la cárcel. Sin embargo, nuevamente estas disposiciones no al-
canzaban a los jóvenes que estaban encarcelados por no tener hogar.33
A pesar de que los legisladores encubrían el drama de los que no te-
nían hogar, un artículo de 1910 trataba específicamente el tema. Ponía
de manifiesto que en toda la provincia de Buenos Aires, incluyendo la
ciudad de Buenos Aires, los defensores municipales se ocupaban de los
niños abandonados y sin hogar ubicándolos como sirvientes en casas de
familia y señalaban la dudosa eficiencia del sistema, ya que pocos patro-
nes cumplían con sus responsabilidades a conciencia, con el resultado
de que los niños vivían en la miseria y con hambre. Si bien este informe
estimaba que la protección del Estado era el único medio de salvación
de estos niños y niñas, no explicaba dónde debían ser alojados.34 En
NIÑAS EN LA CÁRCEL 34

1913 se había creado el Departamento Nacional de Menores Abandona- ¿Por qué esconden sus rostros estas
dos y Encausados, para ubicar a menores, acusados y no acusados, de- jóvenes mujeres?
tenidos en reformatorios o escuelas, pero los varones fueron los únicos Presas del Asilo San Miguel para
mujeres contraventoras. Archivo
beneficiarios de esos esfuerzos.
General de la Nación, Departamento
Fundado en 1918, el Instituto Tutelar de Menores continuó el loable Fotografía.
aunque discriminatorio esfuerzo del Departamento, centrado exclusiva-
mente en niños condenados por crímenes.35 El resultado fue que las ni-
ñas continuaron ingresando en la Casa Correccional de Mujeres.
Había varias alternativas para albergar a esos niños. La solución más
costosa era la de construir instalaciones especiales para los niños delin-
cuentes sin hogar, como lo sugerían las monjas del Buen Pastor. Otra,
más económica, era la adopción legal.
En la década de 1920, legistas especializados, junto con la Sociedad
de Beneficencia y el Museo Social Argentino –un grupo de reformistas
de la alta sociedad–, comenzaron a investigar una serie de cuestiones
concernientes a los niños de la calle. Alentados por la organización de
dos congresos, uno nacional y el otro internacional, sobre los derechos
del niño realizados en Buenos Aires en 1913 y 1916, como también por
los encuentros de Montevideo en 1919, Río de Janeiro en 1922 y San-
tiago de Chile en 1924, los defensores de los derechos del niño publica-
35 ENCIERROS Y SUJECIONES

ron varios artículos y dieron conferencias sobre el tema. Se sugirió la


adopción como solución. Para cuando la adopción se legalizó en la Ar-
gentina, durante la década de 1940, era evidente que los bebés, más que
los jóvenes, serían los beneficiados por esta reforma legal.36
En 1929, Buenos Aires fue la ciudad anfitriona de la primera confe-
rencia latinoamericana de especialistas en psiquiatría y medicina legal,
dirigida por el doctor Gregorio Bermann. En ella se trató el tema de los
niños delincuentes y abandonados, y los participantes sostuvieron que se
los debía ayudar más que castigar, y que era el Estado el que debía asu-
mir esa responsabilidad. Sin embargo, cuando Bermann analizó la situa-
ción de las niñas abandonadas, todo lo que pudo hacer fue reiterar lo que
ya se conocía: que el único lugar para estas niñas, sobre todo las acusa-
das de algún delito, era la cárcel de mujeres, mientras que los varones
tenían a su disposición más instalaciones estatales.37 Nada podía hacer-
se mientras los funcionarios del gobierno no decidieran construir insta-
laciones para las niñas sin hogar.
En la coalición de partidos políticos que apoyó la elección del gene-
ral Agustín P. Justo en 1931, muchos estaban a favor de que el Estado
promoviera la asistencia a los niños. Conscientes del impacto de la De-
presión en Buenos Aires, comprendían cómo afectaba esto a los niños y
lo usaron como justificación para cambiar el enfoque de la política esta-
tal hacia los menores abandonados. En 24 de enero de 1931, un decreto
autorizó finalmente la creación del Patronato Nacional de Menores, di-
rigido por especialistas en delincuencia juvenil y autorizado a reorgani-
zar ese aspecto del sistema de justicia. Entre los nombrados en el Patro-
nato había prominentes especialistas en derechos de los menores que,
con el apoyo de Justo, convocaron una importante conferencia para reu-
nir a las autoridades nacionales y provinciales interesadas en la reforma
de las leyes de minoridad.
En setiembre de 1933 se reunió la Primera Conferencia sobre Me-
nores Abandonados y Delincuentes, que atrajo la atención del público
en general no sólo por el tema, sino también por la presencia del Presi-
dente y su gabinete y la de los jueces de la Corte Suprema. Fue signifi-
cativa también la presencia femenina, ya que concurrieron integrantes
de la Sociedad de Beneficencia y las damas de la Sociedad de San Vi-
cente de Paúl.
El 28 de setiembre, durante la tercera sesión, los especialistas co-
menzaron a debatir sobre la rehabilitación de niñas. La diferencia entre
los géneros se hizo evidente cuando se debatió si la orientación vocacio-
nal debía ser diferente para los varones y para las niñas. Algunos soste-
nían que ellas no debían recibir enseñanza profesional sino preparación
para las tareas del hogar. Nadie los refutó.38 Además, la representante
NIÑAS EN LA CÁRCEL 36

de las damas de la Sociedad de San Vicente de Paúl reiteró el desafío es-


pecial de ayudar a las niñas encarceladas, y ofreció sus servicios, de la
misma manera que lo habían hecho muchos años atrás las monjas del
Buen Pastor, para ocuparse de ellas. Hicieron notar que habían aceptado
niñas recomendadas por los tribunales especiales creados en 1919, y se-
ñalaron que las pocas que pudieron aceptar vivían en grupos compues-
tos por treinta niñas donde aprendían las tareas del hogar y el cuidado de
niños, y recibían una educación básica.39 Como por año aún ingresaban
muchas niñas en la Casa Correccional de Mujeres, Buenos Aires nece-
sitaba más que unos pocos hogares modelo para resolver el problema de
las niñas y jóvenes de la calle. Aun así, la unión entre el Patronato de Recién en la década de 1930 las
Menores y las instituciones de caridad condujo a la formación de hoga- autoridades comenzaron a reconocer
res para niñas bajo la vigilancia de los penalistas y sociólogos por sobre que el trabajo femenino en los
la de las monjas del Buen Pastor. comercios y la industria era “digno”.
Presas realizando trabajos de
Hasta que esta transformación se puso en práctica durante la déca-
encuadernación. Asilo San Miguel para
da de 1940, la Casa Correccional de Mujeres continuó sirviendo como mujeres contraventoras, primeros años
auxiliar de los Defensores de Menores. Para 1914, las religiosas habían del siglo XX. Archivo General de la
conseguido, finalmente, instalar a las niñas que les enviaban los defen- Nación, Departamento Fotografía.
37 ENCIERROS Y SUJECIONES

sores en un ala separada, para alivio de los defensores, siempre reacios


a mezclar a los niños a su cargo con la población general de las cárce-
les –aunque no hicieron grandes esfuerzos para cambiar la opinión de
la clase estrechamente ligada a sus pupilos–.40 En 1921, las monjas
consideraban que todo funcionaba bien en la cárcel, y que sus cuida-
dos entrenaban a niñas y mujeres en las tareas domésticas básicas. La
experiencia, decían, demuestra que “la indolencia y el lujo son las cau-
sas principales de las caídas tanto de las mujeres delincuentes como de
las niñas mayores de edad [...] es forzoso por lo tanto formarlas en el
amor al trabajo la mayoría de [...] ellas sólo cuentan con el trabajo de
sus manos que para aspirar a una vida decorosa. No se alentaba a nin-
guna de ellas a sobrepasar las limitaciones que su clase y género les
imponían”.41
Sin embargo, para 1932, la situación económica dificultó la ubica-
ción de las niñas como empleadas domésticas, y un número mayor de
ellas fueron enviadas a la cárcel de mujeres. Por esta razón, el presiden-
te Justo decretó que el Patronato Nacional de Menores estableciera una
institución para niñas en la Casa Correccional, de manera que pudieran
conseguir trabajo en la industria o el comercio. Con este propósito, se
donó una propiedad del gobierno al Patronato.42 Cuando ese año la Ma-
dre Superiora presentó su informe al Ministro de Justicia, observó que
la cárcel estaba abarrotada con una población diaria de 331 mujeres y ni-
ños que, algunas veces, llegó a 371. Había que reducir la población de
la cárcel si los talleres se expandían en cumplimiento de las leyes nacio-
nales. Las clases que se dictaban poco brindaban a las internadas, por-
que éstas se quedaban durante un lapso corto y, una vez más, la Madre
Superiora reclamaba la construcción de un colegio pupilo separado.43 Al
año siguiente, se quejaba de que la población adulta de la cárcel había
aumentado aun más, y pedía fondos para incorporar más religiosas.44 No
se mencionaba a las menores en la cárcel, ni hubo ninguna mención pos-
terior directa, a pesar de que había referencias a las presas madres o de-
tenidas que cuidaban de sus bebés.45 La época de encarcelar a las meno-
res había pasado.
La desaparición de este sistema presagiaba el debilitamiento de la
institución de los Defensores de Menores. Reemplazado por el Patrona-
to de Menores y por el sistema de hogares institucionales para las me-
nores sin hogar, había mucho menos necesidad de que estos señores de
la alta sociedad se ocuparan de las menores. Para entonces, ya había un
incipiente Estado Benefactor, que diferenciaba a los delincuentes jóve-
nes de los adultos y no ubicaba menores en hogares de extraños. Estos
niños continuaron portando su estigma social, pero desde un nivel infor-
mal (el de sus familias o sus potenciales empleadores) y ya no dentro del
NIÑAS EN LA CÁRCEL 38

esquema oficial institucional. Las monjas del Buen Pastor habían estado
acertadas al abogar por la necesidad de tratar a estos menores de mane-
ra diferente y de asegurarles educación, pero no tomaron parte alguna en
el proceso de esa transformación.

La historia de las niñas en la cárcel muestra las distintas maneras en Conclusiones


que la criminalidad real o potencial de mujeres y niñas se percibía en
Buenos Aires. Si eran visibles dentro del paisaje urbano, se las consi-
deraba criminales en potencia, y particularmente peligrosas si trabaja-
ban en lugares públicos. A diferencia de los hombres, su lugar de rege-
neración era el hogar, no el lugar de trabajo. Recién con el decreto
presidencial de 1932 los funcionarios señalaron que era apropiado y ho-
nesto para las mujeres trabajar en el comercio y la industria. Significa-
tivamente, este mensaje coincidió con el enorme crecimiento de la in-
dustria textil en la Argentina en la década de 1920, la cual requirió a
gran número de mujeres. De hecho, durante ese período las mujeres se
colocaban en la industria con mayor facilidad que sus pares masculinos,
y aun cuando algunos intelectuales, como el economista Alejandro E.
Bunge, se preocupaban por la capacidad reproductora de las obreras y
de las mujeres argentinas, en general, los funcionarios del gobierno to-
davía admitían la demanda de trabajadoras industriales.46 Las jóvenes
La “otra cara” de la reclusión forzosa.
pobres, educadas y solteras podían servir a la nación tanto en el traba- Puerta de celda en el Asilo del Buen
jo como en el hogar. Pastor. Archivo General de la Nación,
El drama de los huérfanos y el de los niños de la calle continuó ob- Departamento Fotografía.
sesionando a los funcionarios públicos. El trágico terremoto de San Juan
en 1944 renovó los pedidos para que se promulgaran leyes de adopción.
También reunió a Juan y a Eva Perón. Para cuando ellos se casaron, ella
ya había comenzado su búsqueda de un poder extraoficial actuando co-
mo agente entre los niños pobres y el Estado. La renovada importancia
de grupos como la Sociedad de Beneficencia y las damas de San Vicen-
te de Paúl, a cargo de las instituciones para los niños pobres, presagió un
gran choque entre clase social y poder político, entre la alta sociedad y
Evita. En ese momento, ya la imagen de los niños pobres se había trans-
formado en un peón político en una lucha de clases que condujo a elimi-
nar estigmas sociales relacionados con clase, estatus de los padres y ni-
vel de legitimidad.
Lamentablemente, estos esfuerzos políticos no terminaron con la
presencia de niños de la calle en las ciudades argentinas. Su visibilidad
aumentó o disminuyó según los altibajos de las condiciones económicas
y sociales. El desmantelamiento del peronismo durante la década de
1950 eliminó muchas instituciones para niños pobres mantenidas por el
39 ENCIERROS Y SUJECIONES

Estado, sin remplazarlas con otras alternativas, y surgieron algunas or-


ganizaciones privadas para llenar el vacío. La historia de las técnicas
carcelarias para resolver este problema, entre 1880 y 1940, constituye
un importante segmento de una más extensa historia de los niños de la
calle en la Argentina.
NIÑAS EN LA CÁRCEL 40

Notas
1 Alberto Martínez, Censo general de la población, edificación, comercio e industrias
de la ciudad de Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Bue-
nos Aires, 1910, vol. III, págs. 418-9.

2 Foucault, Michel, Discipline and Punish; The Birth of the Prison, trad. Alan Sheri-
dan, Vintage Books, Nueva York, 1979, pág. 257.

3 Policía de Buenos Aires, Memoria, 1913-14, págs. 13-4.

4 Ibídem, 1915-16, pág.18.

5 República Argentina, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1º de agosto de


1892, pág. 524. La presencia de huérfanos entre estos niños se reconoció en una se-
sión posterior, el 16 de setiembre, a pesar de que no hubo sugerencias que mejora-
ran la situación. Ibídem, pág. 918.

6 Lila M. Caimari, “Whose Criminals are These? Church, State, and Patronatos and
the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)”, The Americas
54:2 (octubre 1997):185-208.

7 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, Infor-


me de los Defensores de Menores, 1886, 1:65.

8 Martínez, Censo general..., ob. cit., ibídem.

9 Es evidente que los niños no tenían obligación de trabajar. República Argentina, Mi-
nisterio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, 1903 T. De acuerdo con el in-
forme anual del Defensor de la Zona Sud, las embarazadas menores de edad eran
enviadas con frecuencia a la Casa Correccional. Después de haber dado a luz, vol-
vían con sus bebés a la cárcel. Sin embargo, no hay mención de que en la Cárcel de
Mujeres se hayan alojado bebés. En el informe anual de 1909, el defensor Carlos
Miranda Naón declaraba que había 24 niños y 31 niñas a su cuidado en la Casa Co-
rreccional.

10 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Resultados gene-


rales del Primer Censo Carcelario de la República Argentina, Talleres Gráficos de
la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires, 1909, págs. 94-5.

11 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario estadístico de la Ciudad de Buenos Aires,


1897, págs. 265 y 509; 1903, pág. 275; 1915-1923, pág. 250.

12 Archivo General de la Nación [AGN], Fondo Ministerio de Justicia e Instrucción


Pública [Fondo MJeIP], MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106,
Carta del defensor José M. Terrero, 7 de mayo de 1901. El Patronato de la Infancia
fue creado por el intendente Bollini en 1892. Con frecuencia recibía fondos de los
recursos públicos, pero se autoconsideraba una institución privada dirigida por se-
ñores de la alta sociedad.

13 AGN, Fondo MJeIP, letra C, División Expedientes Generales, legajo 38, 1895, expdte.
308, foja 1, 21 de mayo de 1895, Madre Superiora al presidente J. E. Uriburu.

14 Ibídem, foja 2, respuesta de los defensores a través del Departamento de Justicia, 4


de febrero de 1896.

15 Había otros orfanatos de caridad en Buenos Aires, pero con frecuencia cobraban
por las clases en sus colegios y además estaban, en su mayor parte, destinados a los
varones.
41 ENCIERROS Y SUJECIONES
16 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, Infor-
mes de los Defensores de Menores, 1886, 1:69, 72; 1889, 1:131, 136; 1899, págs.
120, 141.

17 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, 2 de abril
de 1898, Informe anual del Defensor de Menores Pedro de Elizalde.

18 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra C, 1900, legajo 46, Car-
ta del doctor Abraham Zenavilla a la Madre Superiora, 20 de marzo 20 de 1900.

19 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, 1908, legajo 110,
Carta de los Defensores Figueroa, De Elizalde y Cabal, 25 de febrero de 1908.

20 AGN, Fondo MJeIP, División de Expedientes Generales, letra C, legajo 47, expdte.
314, Carta de la Madre Superiora, 4 de junio de 1900.

21 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria,


1904, tomo I, págs. 134-5.

22 AGN, División del Poder Judicial, Fondo de Tribunales Civiles, letra G, 1920, Gi-
gena de Saldazo, sobre reclusión de su hija menor Juana Isabel, fojas 1-5, 23 de
agosto de 1920 al 1° de setiembre de 1920. El juez ordenó que Juana fuera admiti-
da en el Asilo del Buen Pastor.

23 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires,


1906; 1907; 1912.

24 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1911,


pág. 130.

25 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra A, 1910, legajo 11,
expdte. 46, Asilo Correcional de Mujeres, 12 de abril de 1910.

26 AGN, ibídem, legajo 14, expdte. 194, Respuesta de la Casa Correccional de Muje-
res a la indagación del Subsecretario, 9 de setiembre de 1913.

27 AGN, ibídem, legajo 16, expdte. 40, Asilo Correccional de Mujeres. Cuadros del
movimiento habido durante 1913.

28 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1914,


tomo I, pág. 365. La práctica de enviar niños a trabajar en las estancias databa de
1906. No hay evidencia, sin embargo, de que se enviaran niñas a trabajar allí.

29 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria,


1920, pág. 413.

30 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesio-


nes, 1910, tomo I, 8 de agosto de 1910, págs. 909-10.

31 Eduardo Bullrich, Asistencia social de menores, Jesús Méndez, Buenos Aires, 1919,
págs. 300-407.

32 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesio-


nes, 1918, tomo I, 3 de junio de 1918, pág. 262; 1919, tomo V, 10 de enero de 1919,
pág. 214.

33 República Argentina, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, La Prevención de


la Delincuencia Juvenil en el Campo de la Legislación y el Trabajo Social en la Ar-
gentina. Una Encuesta ordenada por el Dr. Antonio Sagarna, Secretario de Justicia
NIÑAS EN LA CÁRCEL 42

e Instrucción Pública en ocasión del Primer Congreso del Niño de Ginebra, agos-
to 24-28, 1925, Cía. General de Fósforos, Buenos Aires, 1925, pág. 4.

34 La Prensa, 10/8/1910, pág. 12.

35 Véanse los informes de estas instituciones en la República Argentina, Ministerio de


Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1916, 1:35-37, 279-82; 1918, 1:154-
9; 1920, 1:267-75; 1923, 1:299-305; 1926, 1:232-5.

36 Guy, Donna J., “Congresos Panamericanos del Niño 1916-1942; Pan Americanis-
mo, Reforma de Protección Infantil y Asistencia Social en América Latina”, Jour-
nal of Family History, 23:3 (Julio 1998):171-191.

37 Bermann, Gregorio, “Direcciones para el estudio de menores abandonados y delin-


cuentes”, Actas de la Primera Conferencia Latino-americana de Neurología, Psi-
quiatría y Medicina Legal, 3 vols., Imprenta de la Universidad, Buenos Aires, 1929),
tomo III, págs. 317-23; 334-5.

38 Patronato Nacional de Menores, Primera Conferencia Nacional sobre Infancia


Abandonada y Delincuente, Imprenta Colonia Hogar “Ricardo Gutiérrez”, Buenos
Aires, 1933, págs. 138-9.

39 Ibídem, págs. 140-2.

40 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, tomo I,


pág. 365.

41 Ibídem, 1921, Informe de la Madre Superiora, 1:500-1.

42 Decreto del 28 de diciembre de 1932, ibídem, 1932, 1:333.

43 Informe de la Madre Superiora al Ministro de Justicia e Instrucción Pública Dr. Ma-


nuel M. de Yriondo, 13 de marzo de 1933, ibídem, 1:334-5.

44 Informe de la Madre Superiora, 7 de febrero de 1934, ibídem, 1:464-5.

45 Informe de la Madre Superiora, sin fecha, ibídem, 1937, 1:530.

46 Alejandro E. Bunge, “Nuevas normas sociales”, cap. 17 de Una nueva Argentina,


Kraft, Buenos Aires, 1940, págs. 410-7.
Conflictos con la jerarquía eclesiástica
Las dominicas de Tucumán*

Pablo Hernández
Sofía Brizuela

La Congregación de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísi-


mo Nombre de Jesús presenta ciertas singularidades. Fue fundada en
Tucumán en 1887 por mujeres de la elite cuyas redes de sociabilidad les
permitieron entablar desde una posición de poder su relación con la je-
rarquía eclesiástica. Las dificultosas relaciones entre esta comunidad
dominica y el vicario local se encuadran dentro de patrones de conflic-
to que históricamente entablaron la jerarquía eclesiástica y las congre-
gaciones religiosas femeninas.

Desde sus comienzos, la vida religiosa femenina fue objeto de regu- Transformaciones
laciones por parte de la jerarquía eclesiástica, que intentó recluirla en un de la vida religiosa femenina
espacio cerrado, separado del contacto con el mundo cotidiano. Las mon-
jas tenían que estar encerradas entre las paredes de su monasterio para
salvaguardar su virginidad y evitar los peligros, las tentaciones y los es-
cándalos.1 El aislamiento debía garantizar la pureza y la “no contamina-
ción”, y reforzaba el lugar de subordinación que tanto en la Iglesia cató- A partir de la intervención de la
lica como en la sociedad civil ocupaban las mujeres. Ese lugar se congregación, las pautas de
fundamentaba en una concepción esencialista que consideraba al “sexo sociabilidad se ajustaron estrictamente
femenino” naturalmente incapacitado para realizar tareas y ocupar roles a las previstas en los cánones; las
vinculados con el ejercicio del poder. La vida religiosa femenina evolu- religiosas debieron someterse al nuevo
ordenamiento, ante el riesgo de la
desaparición del instituto.
* El presente trabajo se realizó en el marco del programa de investigación Monjas alineadas en el claustro.
“Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la Uni- Archivo gráfico de la Congregación de
versidad Nacional de Tucumán, dirigido por Daniel E. A. Campi. las Hermanas Dominicas de Tucumán.
45 ENCIERROS Y SUJECIONES

cionó en sentido contrario de la masculina; mientras los monjes se acer-


caron cada vez más a la sociedad, las monjas fueron excluidas de la acti-
vidad apostólica y confinadas al ámbito de la clausura. Así se explica que
en la estructura de las órdenes mendicantes fundadas en el siglo XIII, cu-
ya característica distintiva fue su inserción y estrecho contacto con la so-
ciedad, las mujeres conservaran su condición de “separadas del mundo”.
La Iglesia, por medio de sucesivas bulas y constituciones, fue acotan-
do y delimitando al ámbito de lo privado el rol de las mujeres consagra-
das: debían permanecer alejadas del espacio público y de la acción direc-
ta sobre éste, es decir, no podían realizar obras ni difundir la “palabra de
Cristo”. El ámbito de lo privado en clave católica es el monasterio, el
convento; según la tradición medieval, la monja no era una “mujer-sin-
marido” sino una “mujer-desposada-con-Cristo”, su lugar estaba donde
estuviera su esposo, y Cristo siempre estaba en su “casa”: la clausura.
Sin embargo, estas reglamentaciones y restricciones no pudieron im-
pedir el surgimiento de numerosas congregaciones de vida apostólica fe-
menina que se esforzaron por mantenerse fieles a sus propuestas de tra-
bajar en el terreno asistencial mediante una evangelización directa. La
jerarquía eclesiástica las combatió duramente, ya que sus objetivos desa-
fiaban la clausura impuesta por la Iglesia. En su mayoría fueron obliga-
das a realizar votos solemnes y sometidas a la “clausura papal”, que les
exigía un estricto encerramiento; las que se resistieron fueron relegadas
y sus integrantes dejaron de ser consideradas verdaderas religiosas. En
este sentido, el siglo XIX constituyó un punto de inflexión importante pa-
ra las mujeres que pugnaban por integrarse al cuerpo de la Iglesia me-
diante una opción que combinaba la vida de oración y la de apostolado.
La secularización y el avance del liberalismo exigieron a la Iglesia
decimonónica que replanteara su rol y su inserción en la sociedad. En
esta coyuntura, implementará una nueva política centrando sus esfuer-
zos en agentes capaces de producir una transformación en el nivel de las
“mentalidades”. Las mujeres, tradicionalmente ausentes de la vida pú-
blica, se convertirán, desde la célula doméstica, en los nexos indiscuti-
dos entre lo secular y lo sagrado.
En ese marco de resignificación del lugar de la mujer católica, ad-
quirió singular protagonismo el tratamiento de la religiosidad femenina
destinada a confirmar su función moralizadora y a promover su nuevo
rol “evangelizador”. La incorporación de las mujeres como nuevas pro-
tagonistas en la vida activa de la Iglesia las convertirá en un elemento
clave para el proyecto de recuperación de fieles perdidos por el avance
del secularismo. Las mujeres serán las encargadas de formar a los nue-
vos prosélitos a partir de los valores de “orden” y “moralidad” estable-
cidos por la jerarquía. “El alma femenina, distinta y complementaria de
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 46

la masculina, se convierte para la Iglesia de la restauración –dice Miche-


la de Georgio– en una reserva de recursos civilizadores y posibilidades
de conversión”.2
En la esfera de la vida religiosa, esta política se reflejó en la funda-
ción masiva de nuevas congregaciones, caracterizadas por la apertura
hacia terrenos más comprometidos con la realidad social. A la tradicio-
nal opción por una vida de clausura y oración se sumó la posibilidad de
“consagrarse a Cristo” abocándose a tareas estrictamente seculares co-
mo la atención de enfermos, la educación y la crianza de huérfanos. Y
con la aceptación de la jerarquía eclesiástica, que a partir de la segunda
mitad del siglo XIX legitimó este tipo de instituciones –tan combatidas
durante los siglos anteriores– mediante la validación de los votos sim-
ples, que se elevaban a la categoría jurídica de religiosos. Así, estas aso-
ciaciones se incorporaron a la estructura de la Iglesia combinando la vi-
da de oración y apostolado o “vida activa”. Los votos simples obligaban
a una clausura menos estricta, pues las actividades derivadas de los ob-
jetivos de estas congregaciones así lo exigían.

Doctor en filosofía y teología e


inscripto en el catolicismo social
europeo, Ángel María Boisdron tenía
un importante predicamento en el
conjunto de la sociedad tucumana. Su
sólida formación y su capacidad para
gestar relaciones sociales con personas
destacadas de la elite lo convertían en
una alternativa dentro de la
conservadora Iglesia tucumana.
Boisdron en el noviciado. Archivo
gráfico de la Congregación de las
Hermanas Dominicas de Tucumán.
47 ENCIERROS Y SUJECIONES

Los efectos de esta política se materializaron a partir de la década de


1870 con la incorporación masiva de religiosas y la proliferación de
congregaciones femeninas de vida “activa” en el continente europeo,3 la
expansión de filiales en el resto del mundo cristiano y la fundación de
nuevas congregaciones locales. La Argentina no estuvo ajena a este fe-
nómeno: entre 1870 y 1890 ingresaron institutos religiosos femeninos
de origen europeo y se fundaron en el país decenas de congregaciones
femeninas.4

Elite y religiosidad Tucumán formaba parte de la diócesis de Salta, una de las más anti-
guas del país y de marcada tradición conservadora. Contaba con la pre-
sencia de las órdenes dominica y franciscana desde el tiempo de la Colo-
nia, lo que le reportaba mayor prestigio, puesto que dichas comunidades
se habían configurado como centros de difusión y ordenamiento de la re-
ligiosidad. En este sentido, fue significativa la formación de numerosas
hermandades que congregaban especialmente a las mujeres de la elite; se
trataba de asociaciones de fieles que se reunían bajo una advocación y
cuyo principal objetivo era estimular la devoción. Eran ámbitos de prác-
tica religiosa regulada, que adoptaban actividades afines a las caritativas,
destinadas a asistir a los sectores populares. Las actividades benéficas en
Tucumán se canalizaban especialmente a través de dos instituciones, la
“Sociedad de Beneficencia” y la “Sociedad San Vicente de Paúl”, que a
pesar de poseer una impronta secular eran básicamente de signo religio-
so. Estas asociaciones devotas y caritativas estructuraron un sistema de
sociabilidad que integraba a los miembros de la elite y se proyectaban a
un espacio público fuertemente impregnado por la cultura católica. Las
ceremonias sacramentales, las exequias, misas de acción de gracias y
conmemoraciones contaban con la presencia y el auspicio de prominen-
tes miembros de la clase política. Incluso ceremonias de carácter cívico,
como las fechas patrias, incluían rituales religiosos, manifestando el
ejercicio de la catolicidad en ese espacio.
En este contexto se destacaban por la sistematización de las prácti-
cas las “damas” tucumanas. La generalización de la dirección espiritual
o “guía de almas” y la adopción de un confesor que asumía en forma in-
tegral la regulación de la vida espiritual y material de la creyente sugie-
ren la vigorosa devoción de las mujeres tucumanas. Elmina Paz de Ga-
llo, por ejemplo, le pidió a su confesor un “reglamento de vida”,5 un
instructivo que pautaba minuciosamente la organización diaria del tiem-
po de su dirigida. Fue significativa en la configuración de esta geografía
católica la influencia del dominico francés Ángel María Boisdron.
Esta catolicidad, predominante en la esfera femenina, no se mani-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 48

festaba homogénea ni uniforme con respecto a los hombres. Sin embar-


go, podemos afirmar que la religiosidad masculina se caracterizaba por
una amplia participación de las ceremonias y obras destinadas a la pro-
moción del culto católico, pero su compromiso con la institución se re-
ducía al plano de lo retórico y con un alto componente de sociabilidad.
La activa participación de la elite tucumana en el proceso de construc-
ción del Estado liberal no les implicaba renegar de su catolicidad; la tra-
dicional “antinomia” liberal-católico –enfatizada por la historiografía–
no se ajustaba al clima ideológico de la provincia. El diario El Orden,
de marcada tendencia liberal, delimitaba los alcances de esta supuesta
oposición: “...una cosa es el catolicismo y otra cosa el clericalismo o ul-
tramontanismo... Tucumán es católico pero no clerical, creyente pero
nunca ultramontano”.6
La epidemia de cólera que afectó a Tucumán en 1886 fue la coyun-
tura en la que convergieron las esferas de lo liberal y lo católico, lo lai-
co y lo religioso, para enfrentar la reconstrucción del tejido social desar-
ticulado por la enfermedad. Tucumán no contaba con la infraestructura
adecuada para afrontar la magnitud del flagelo y ante estas circunstan- Elmina Paz pertenecía a una
cias los diferentes sectores de la sociedad tucumana se movilizaron pa- tradicional familia de la provincia. Se
ra controlar los estragos de la epidemia. había casado con Napoleón Gallo,
político e industrial azucarero de linaje
El Estado provincial recibió los aportes de distintas instituciones lai- santiagueño y marcada tendencia
cas y religiosas de la ciudad como la “Cruz Roja”, la “Sociedad de Be- liberal. Ese enlace estaba encuadrado
neficencia”, la “Asociación San Vicente de Paúl”, etc. Surgieron nuevos en los patrones clásicos de la época
nucleamientos, como la agrupación de “Damas Josefinas” y la “Socie- que vinculaban a hombres liberales
dad Protectora de Huérfanos y Desvalidos”, creada por el gobierno pa- con mujeres de ferviente catolicidad.
El matrimonio sólo tuvo una hija, que
ra controlar el cumplimiento de las medidas sanitarias. También colabo-
murió a los tres años de edad. En 1876
raron en las tareas un grupo de religiosos –que se hicieron cargo de la Elmina conoció a Boisdron, quien se
atención de los lazaretos instalados para atender a las víctimas–, y algu- convirtió en su confesor y director
nos particulares como Elmina Paz de Gallo, quien, respaldada por el espiritual; en este sentido, se podría
fraile Boisdron, se hizo cargo de los huérfanos. afirmar que Elmina Paz de Gallo
Elmina Paz dio inicio a su obra transformando su vivienda en asilo. respondía plenamente al ideal
mariano de mujer.
Los miembros de la elite tucumana reaccionaron de diversas maneras.
Archivo gráfico de la Congregación de
Hubo quienes consideraban que tal desempeño era indigno de una mu- las Hermanas Dominicas de Tucumán.
jer de su clase; tradicionalmente, las obras caritativas no contemplaban
la ejecución directa de las tareas, menos aún el contacto personal con
enfermos en situaciones de riesgo como la que planteaba la epidemia.
Pero la resolución de Elmina Paz de hacerse cargo de la atención de los
huérfanos despertó también la admiración y adhesión de un sector im-
portante de la sociedad. Un grupo de mujeres jóvenes de la elite secun-
dó la iniciativa, incorporándose a las tareas del asilo.
En pocos meses, este emprendimiento tomó tal magnitud que supe-
ró las previsiones planteadas al inicio de la obra; la casa ya no daba
49 ENCIERROS Y SUJECIONES
Calle 24 de Septiembre, arteria
principal de la ciudad de Tucumán. Allí
se hallaba la casa donde Elmina Paz
de Gallo recibió a los primeros
huérfanos. Posteriormente, una cuadra
más adelante se edificó la primitiva
casa del Colegio Santa Rosa.
Archivo gráfico de la Congregación de
las Hermanas Dominicas de Tucumán.

abasto, por lo que Elmina Paz decidió comprar un terreno y construir un


edificio adecuado para los fines que se proponía. Para la realización de
esta obra contó con numerosos donativos de miembros de la elite local,
de la Iglesia y los Estados provincial y nacional, en gran parte gestiona-
dos por su hermano Benjamín Paz. La creación de este asilo en los pri-
meros meses de 1887 constituyó el primer paso para la fundación de la
Congregación Dominica.

Las dominicas de Tucumán Menos de seis meses después de fundado el Asilo de Huérfanos, se
solicitaron los permisos eclesiásticos ante el obispado de Salta para fun-
dar la congregación y el 17 de junio de 1887 comenzó el período de
prueba y formación de doce postulantes bajo la dirección de Boisdron,
en la misma casa en que se asilaban los huérfanos. El 15 de enero de
1888 realizaron los primeros votos, que revestían carácter temporal, y
tres años más tarde, los votos perpetuos.
El raudo viraje de la actividad caritativo-asistencial a la opción con-
ventual es, por lo menos, sugerente; los documentos de la Congregación
lo presentan como un único proceso. Sin embargo, esta versión sobre los
orígenes pareciera ser una construcción posterior puesto que la prensa
de la época menciona la intención del grupo de dejar el orfanato en ma-
nos de unas monjas dominicas residentes en Montevideo.7 La particula-
ridad del vuelco religioso es singular y evidente, más aún si tenemos en
cuenta que la decisión no sólo incluía la incorporación en una institu-
ción regular, sino también la creación de la misma. Los documentos de
la congregación demuestran que la figura de Boisdron desempeñó un rol
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 50

fundamental en la decisión y orientación de la opción. Sin embargo, re-


sultaría una simplificación otorgar todo el peso de la decisión al accio-
nar del fraile dominico. La personalidad de Elmina Paz reunía rasgos se-
mejantes a la de otras mujeres que en este período asumieron empresas
semejantes, estimuladas por el movimiento de espiritualidad que carac-
terizó al siglo XIX. El binomio “confesor-mujer piadosa” era un patrón
de asociación recurrente en la historia de las congregaciones femeninas.
Siguiendo este modelo, Boisdron fue reconocido como cofundador de la
congregación y además se lo designó director espiritual.
Elmina Paz ocupó el cargo de Superiora; las demás funciones a de-
sempeñar fueron establecidas de acuerdo con la edad, el prestigio y la
capacidad de las religiosas, destinándose para las hermanas de coro las
de mayor importancia y para las de obediencia las referidas a la atención
de las tareas de la casa.
En los vienticuatro años siguientes a su fundación, la congregación
había ampliado considerablemente sus servicios a la comunidad y conta-
ba con seis casas filiales distribuidas en distintos puntos del país. Su acti-
vidad caritativo-asistencial se había diversificado; a la crianza de huérfa-
nas habían sumado la educación de niñas, tanto humildes como de la elite.

Para que una comunidad pudiera incorporarse a la vida de la Igle- Normas de la vida conventual
sia, era fundamental que se determinase la normativa a la cual se some-
tería, acorde con la misión que se proponía. En el caso de las congrega-

Al principio, las monjas recibieron


tanto varones como mujeres; luego,
por disposición del obispo, sólo se
encargaron de las huérfanas, que
recibían educación e instrucción
en las labores “femeninas”.
Huérfanas cardando lana con sus
manos. Archivo gráfico de la
Congregación de las Hermanas
Dominicas de Tucumán.
51 ENCIERROS Y SUJECIONES

ciones, esta ley se plasmaba en las constituciones, que regulaban todo


lo concerniente a la vida, la organización, el gobierno y los rituales a
los que las religiosas debían someterse, obligando a su cumplimiento
en las disposiciones establecidas por la jerarquía; la desobediencia se
consideraba pecado grave o leve según la materia. Las transgresiones
consideradas menores eran las referidas a las ordenanzas propias de la
congregación. De esta manera, las constituciones se ajustaban a los cá-
nones establecidos por la jerarquía y reproducían el verticalismo y los
principios de autoridad y obediencia que vertebraban la estructura ins-
titucional de la Iglesia.
Conforme al modelo jerárquico, la clase social definía la incorpora-
ción de las aspirantes básicamente en dos categorías: religiosa de coro y
religiosa de obediencia. La primera estaba reservada a las mujeres que
reunían las condiciones de hijas legítimas, familias decentes, raza blan-
ca y buena educación e instrucción; en la segunda categoría eran admi-
tidas las mujeres virtuosas y pías con aptitudes físicas y morales que pu-
dieran ser útiles a la comunidad, aun cuando pertenecieran a las “clases”
de indias, negras y mulatas. La dote era uno de los elementos jerárqui-
cos más importantes, puesto que definía las funciones que podrían de-
sempeñar en la comunidad. La eximición de este pago en las legas les
significaba “dedicarse con mayor humildad al trabajo constante y mo-
lesto que les corresponde”.8
La vida en el convento reproducía, con características propias, la re-
presentación de la estructura social. La jerarquización y la subordinación
femenina se evidenciaban en las prescripciones y obligaciones propias de
la vida religiosa. La confesión, uno de los mecanismos de control más
importantes para la Iglesia católica, revestía especial sentido en la vida
regular, por lo que el nombramiento del confesor era de absoluta compe-
tencia del obispo; la frecuencia de esta obligación era semanal.
Otra práctica obligatoria era el “Capítulo de Culpas”, que consistía
en la autoacusación pública por las faltas exteriores y manifiestas con-
tra la observancia regular. La priora era quien debía presidirlo y deter-
minar la penitencia de acuerdo con la envergadura de la falta. Esta obli-
gación disciplinaria, en cierto sentido complementaria de la confesión,
refirmaba la autoridad de la priora; también reforzaba el ejercicio de la
obediencia y de la sumisión por cuanto las inobservancias debían ser re-
conocidas personalmente y en presencia de las pares.

Clausura, autoridad y control La clausura se definía como “el espacio vital que facilita la realiza-
ción de un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mun-
do exterior”.9 La monja era esposa de Cristo y el lugar donde se desa-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 52

rrollaba esta unión debía garantizar una absoluta exclusividad; el con- La opción conventual que obligaba a
vento era el ámbito propicio. respetar la castidad, la obediencia y la
pobreza representaba para las
En el caso de las congregaciones de votos simples, dada la misión
religiosas de coro la renuncia a un
asistencial que las convocaba, la relación con el mundo era inevitable, pe- conjunto de comportamientos,
ro bajo ningún punto de vista se las dispensaba del rigor del aislamiento costumbres y valores que estructuraban
y la observancia de la clausura. Si bien ésta era menos rigurosa, las sali- su identidad. Descartando el aspecto
das debían ser las estrictamente necesarias, y la vida en el interior del espiritual, el convento no ofrecía a las
convento debía respetar el clima de silencio necesario para no perturbar mujeres de la elite beneficios diferentes
de los que su propia clase les otorgaba.
el recogimiento y el orden propios de la vida consagrada a Dios.
Para las hermanas de obediencia, en
El “espíritu de clausura” significaba la ruptura de todo vínculo pro- cambio, el convento representaba una
fano, incluso el trato con los familiares directos. Las salidas y ausencias opción muy atractiva, pues les ofrecía
temporarias debían estar justificadas por motivos de extrema gravedad la posibilidad de una vida más holgada
y/o necesidad, y siempre sometidas al discernimiento de la autoridad y cierto prestigio social.
prioral. Mandaba también evitar todo contacto o conversación super- Grupo de fundadoras con Boisdron.
Archivo gráfico de la Congregación de
fluos, especialmente con el sexo opuesto, al punto de que tenían prohi-
las Hermanas Dominicas de Tucumán.
bido mirar directamente a los ojos de un hombre.10 Los únicos autoriza-
dos para traspasar el terreno cerrado eran los obispos y, eventualmente,
para casos de urgencias o gravedad, los clérigos. En consecuencia, la re-
lación con el mundo exterior estaba intermediada por mecanismos de
control y espacios de transición o espacios filtro. Todo lo que provenía
53 ENCIERROS Y SUJECIONES
A la tarea de la atención de huérfanos
y huérfanas se sumó la educación de
niñas humildes y también de la elite.
En este sentido, el Colegio Santa Rosa,
destinado a la educación de niñas de
las principales familias tucumanas, fue
fundado para sostener el resto de las
obras de la congregación.
Formación de niñas. Archivo gráfico de
la Congregación de las Hermanas
Dominicas de Tucumán.

del exterior, incluso la correspondencia privada, era estrictamente fisca-


lizado por la priora.
El ejercicio de la autoridad y el control del cumplimiento de las nor-
mas en la estructura jerárquica, vertical y masculina de la Iglesia admitía
como única contrapartida válida la obediencia irrestricta de las religiosas.
En el caso de las congregaciones femeninas, el obispo, representante di-
recto del Papa en su jurisdicción, tenía atribuciones de carácter tanto es-
piritual como temporal, participaba de la selección y aprobación de las
postulantes y del minucioso control de todos los asuntos referentes al go-
bierno y a la vida de la congregación.
Esta relación de autoridad-sometimiento se reproducía en las estruc-
turas internas de la congregación, en las que la representante de la jerar-
quía era una mujer. Máxima autoridad de la institución, la priora debía
hacer cumplir todo lo que exigían las leyes; el resto de las religiosas es-
tab sometido a su supremacía por el voto de obediencia. Por debajo de
la superiora no todas eran iguales: además de las evidentes diferencias
entre las hermanas de coro y las de obediencia, las diversas funciones
otorgaban un rango diferente a quienes las ocupaban, ya que constituían
espacios de poder.

Comportamientos y conflictos Las disfunciones entre las normas prescriptas por la Iglesia y los
con la jerarquía eclesiástica comportamientos cotidianos de las dominicas generaron una relación
conflictiva con el prelado diocesano, la que en reiterados episodios ad-
quirió un sesgo de rebelión y enfrentamiento con la autoridad. Las ten-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 54

siones se generaron en las obligaciones de la vida de observancia en una


congregación con fuertes patrones de sociabilidad a la manera de la elite.
La historia de las dominicas tucumanas se desarrolló desde sus co-
mienzos en circunstancias reñidas con las disposiciones canónicas. Por
ejemplo, el hecho de que Boisdron actuara como maestro de novicias re-
presentaba una irregularidad importante, y en el pedido de aprobación
pontificia (1909) esta información fue alterada, al consignarse que las
primeras enseñanzas las habían recibido de unas hermanas dominicas
que se habían trasladado desde Montevideo. A pesar de estas circunstan-
cias y quizá sopesando la importancia que revestía la fundación de una
congregación para la Iglesia local, Ignacio Colombres, vicario foráneo
de Tucumán, escribía al vicario capitular de la diócesis de Salta, Pablo
Padilla y Bárcena, avalando el pedido de autorización para la instalación
de las Terciarias Dominicas: “El plantel no puede ser más precioso, por-
que todas ellas son niñas ya formadas y pertenecientes a las primeras fa-
milias del País [...] tienen ya un terreno adecuado y el plano consiguien-
te para el edificio que debe construirse con este objeto”.11
A pesar de la condescendencia de los comienzos, las primeras tensio-
nes no tardaron en hacerse presentes. En mayo de 1888, con motivo de
enviar las constituciones para su aprobación, el mismo vicario foráneo
que un año antes respaldaba la institución, escribía al obispo expresán-
Portada de las Constituciones de la
dole su descontento, advirtiéndole que en las constituciones había encon-
Congregación de Hermanas Dominicas
trado “algunas contradicciones que pueden traer conflictos al Prelado, del Santísimo Nombre de Jesús.
siendo invadida su jurisdicción en algunos casos”12 y poniendo en duda Archivo gráfico de la Congregación de
la viabilidad de la misión que se proponían dadas las exigencias propias las Hermanas Dominicas de Tucumán.
de las “religiosas claustradas”. Esta advertencia contenía el germen de un
conflicto recurrente; el clero secular y el regular se habían enfrentado
históricamente por problemas jurisdiccionales; las órdenes regulares se
resistían a perder su autonomía y someterse al poder y autoridad de los
obispos. Si bien en este caso la sujeción de la nueva congregación a la je-
rarquía diocesana no se discutía, la presencia e influencia de Boisdron
–clérigo regular– socavaba abiertamente la autoridad del vicario, repre-
sentante del obispo en Tucumán.
Colombres reiteró su opinión en otros escritos en los que se quejaba
de la poca intervención que tenía como representante episcopal en las ac-
tividades de la congregación y denunciaba los “abusos” cometidos por
las hermanas y por Boisdron. Asimismo afirmaba que el fraile dominico
participaba de manera “impropia” en la vida de la comunidad presidien-
do todos los actos del culto, hasta el “Capítulo de Culpas”, incluso auto-
rizándolas a “salir cuando y donde quieran sin motivos justificados”.13
Evidentemente, la presencia de Boisdron constituía un obstáculo insalva-
ble para la imposición de la autoridad episcopal en la comunidad. Estos
55 ENCIERROS Y SUJECIONES

conflictos parecieran ser los que inspiraron a las autoridades dominicas


a decidir el traslado del fraile a Suiza en 1890.
Sin embargo, el alejamiento del dominico no modificó los términos
en que se planteaba su relación con la comunidad; desde Europa conti-
nuaba marcando el rumbo de la institución.14 Las dominicas mantuvie-
ron altos niveles de sociabilidad, conforme a la concepción atenuada
que el director tenía de la vida de observancia, quien aconsejaba: “De-
ben nuestras hijas [...] alimentarse bien, con las comidas humildes del
convento, hacer ejercicio corporal en las tareas de la casa o con algunas
salidas a pasear para las que tienen menos ocasión de ejercitarse y más
necesidad de distraerse”.15 Estos comportamientos eran vistos como
“relajados” por el vicario capitular y lo llevaron a poner en duda la ca-
pacidad de la comunidad de autogobernarse.
Tampoco faltaron actitudes que, aunque eran sensatas, no resultaban
menos “insolentes”, a juicio del obispo, como negarse a firmar la solici-
El convento de las dominicas contaba tud de aprobación pontificia de la congregación en otro idioma que no
con los espacios comunes a todos los fuera el castellano, por parecerles “poco racional el hacer firmar a per-
conventos de la época, y con una
sonas lo escrito en un idioma que ignoran”.16
estructura espacial que resolvía el
aislamiento necesario para la vida
La disfunción entre las normas y la práctica continuó siendo moti-
religiosa. La clausura constituía el vo de dificultades y malestares. En el fondo, se trataba de dos visiones
espacio vital que facilitaba un estilo de diferentes de la vida religiosa: mientras la jerarquía diocesana exigía
vida caracterizado por el corte radical una rígida disciplina amparada en los cánones vigentes y consideraba
con el mundo exterior; era el “huerto como “relajación” todos los comportamientos que no se ajustaban a lo
cerrado donde el Esposo se encuentra
previsto, las dominicas proponían una disciplina más flexible. Boisdron
con la esposa”.
Claustro del convento. Archivo gráfico las justificaba, entendiendo que algunas circunstancias merecían espe-
de la Congregación de las Hermanas cial atención. En una carta a las dominicas explicitaba su visión:
Dominicas de Tucumán. “Nuestro Señor [...] hasta cierto punto se acomoda a las debilidades.
Así vemos que San Francisco de Sales fundó una Orden mucho más
suave que otras que existían [...] Yo miro así nuestra pequeña fundación
de Tucumán”.17
Los problemas se agravaron a partir de 1911 con la muerte de la fun-
dadora, quien por su prestigio social y autoridad dentro de la institución
actuaba como moderadora y garante de las relaciones, tanto entre las re-
ligiosas como en el vínculo con la jerarquía. A las “inobservancias regu-
lares” se sumaron los reñidos conflictos de poder en el interior del con-
vento surgidos a raíz de la elección de la sucesora. En una carta dirigida
a las religiosas en 1912, Boisdron expresaba: “Todas las cosas que veo
en medio son desconsoladoras y no sé a dónde irán a parar. La observan-
cia claudica por todas partes. En primer lugar lo que desapruebo es el
modo de tratarse las hermanas unas a otras. Se debe evitar de reprender
una superiora a otra superiora ante las demás religiosas; y una hermana
a otra hermana ante personas seglares, personas asiladas y personas de
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 56

afuera de la Comunidad. [...] Yo juzgo que [...] el procedimiento algo es- A pesar de la vida de clausura prevista
tricto [de la priora] proviene de los abusos que ha habido antes, y que en las Constituciones, las dominicas
quiere remediarlos”. El conflicto interno por la sucesión había transfor- conservaban los altos niveles de
sociabilidad establecidos con
mado sustancialmente las relaciones dentro de la comunidad; la deses- anterioridad a su ingreso en el
tructuración del sistema jerárquico de mandos relajaba la observancia, convento, lo que se convirtió en un
pues la obediencia indiscutida de las religiosas sostenía la autoridad de motivo permanente de tensiones con la
la priora. En este contexto de anarquía resultaba imposible controlar el jerarquía diocesana.
cumplimiento de las normas y evitar la relajación de los comportamien- Grupo de monjas con una mujer de la
elite, a la salida de la iglesia de Santo
tos. Boisdron señalaba: “Que la clausura sea estricta y de monjas, o me-
Domingo. Archivo gráfico de la
nos estricta, media clausura de algunas instituciones religiosas, es clau- Congregación de las Hermanas
sura, se entiende privación de recibir o hacer visitas como dicen las Dominicas de Tucumán.
Constituciones; y si las cosas son dudosas que se pueda o no se pueda la
autoridad superior resuelve [...] el alejamiento y destrucción de las pre-
venciones que desgraciadamente se ha formado en los espíritus [...]”.18
Esta crisis interna se convirtió en la piedra de toque de la autoridad
diocesana para justificar su censura a la Congregación. En 1913, fun-
dándose en las graves situaciones que afectaban a la institución, el obis-
po de Tucumán solicitó la primera “visita canónica”; en esta oportuni-
dad, Boisdron, por sus influencias, consiguió la designación pontificia
como “visitador apostólico” para la comunidad tucumana. Esto redun-
57 ENCIERROS Y SUJECIONES

daba en beneficio de las dominicas, ya que evitaban de esta forma la in-


tervención de otro prelado que seguramente no hubiera actuado con la
misma “benevolencia” y “comprensión”. En el Auto de Clausura de es-
ta visita, el dominico recomendaba la observancia más estricta de las
prescripciones relacionadas con el espíritu de clausura: las visitas, las
salidas, el silencio; y hacía especial hincapié en evitar la división, el
maltrato y maledicencia. Asimismo exhortaba a las hermanas a confe-
sarse con el prelado designado por el obispo, y a evitar el artilugio de
hacerlo en otras iglesias de la ciudad con otros sacerdotes; les recomen-
daba también no pernoctar en casas que no fueran de la comunidad, ni
tomar vacaciones en fincas o quintas de familiares. Termina su consejo
recomendado la observancia del “espíritu profundo de caridad sobrena-
tural [que] destruirá los resentimientos, antipatías, inculpaciones y mi-
serables rencillas de nuestro corazón, deshará y prevendrá los partidos
[...] para reinar el orden, la paz, la perfección”.19
Con posterioridad a 1914, es escasa la información con la que se
cuenta; sin embargo, resulta importante señalar dos sucesos que gravita-
ron en el destino de la congregación; por un lado, en 1921 moría Padilla
y Bárcena, quien había ocupado la sede episcopal desde los tiempos de
la fundación. La llegada del obispo Piedrabuena significó un nuevo de-
safío para las dominicas, en tanto les exigía replantear sus códigos de re-
lación con la autoridad. Por otro lado, en 1924 moría Boisdron, quien ha-
bía actuado como sostén y protector de la comunidad poniendo al
servicio de ésta todo su prestigio, autoridad e influencias. La ausencia
del dominico representó para la comunidad una nueva situación de de-
samparo, exposición, vulnerabilidad, ante la jerarquía eclesiástica.
A pesar de que en este período las crónicas de la congregación no re-
gistran conflictos con las autoridades eclesiásticas y tampoco existen
documentos en el Archivo del Obispado en este sentido, se puede infe-
rir que la conducta de las religiosas no se había modificado sustancial-
mente, puesto que en 1925 se solicita una nueva visita apostólica, y el
Auto de Clausura de la misma, fechado en 1926,20 recomienda tener en
cuenta los consejos dados por Boisdron en la visita de 1914. En 1928,
una tercera visita canónica reiteraba minuciosamente todos los compor-
tamientos que atentaban contra la vida religiosa; les ordenaba una serie
de cambios y ajustes referentes a la organización y atención de los asi-
los y escuelas, y les prohibía severamente las relaciones con el mundo
exterior, que debían restringirse a lo estrictamente necesario, “máxime
[en relación con] los parientes no comprendidos en las Constitucio-
nes”.21 Evidentemente, la no observancia de la clausura y el alto grado
de sociabilidad de las religiosas continuaba siendo el problema más im-
portante. Si bien la displicencia en el respeto a las normas se agravaba
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 58

por las reiteradas advertencias y recomendaciones realizadas, el punto


más álgido de la visita fue el argumento esgrimido por las religiosas pa-
ra justificar sus frecuentes salidas y el trato libre con el mundo: “no so-
mos monjas”. Esta afirmación que no sólo desconocía las Reglas, sino
que además desafiaba a la autoridad, escandalizó al Visitador y se con-
virtió en una clara sentencia de censura y desaprobación hacia todas las
comunidades de la congregación que “posponiendo la modestia religio-
sa y el recogimiento interior, revelan un espíritu relajado”.22
Las consecuencias se hicieron sentir un año más tarde, cuando se in-
tervino la congregación, con la consiguiente reestructuración y recam- La concepción que Ángel Boisdron
bio de autoridades ordenada desde Roma. Este acontecimiento marcó transmitía de la observancia regular
profundamente la organización posterior de la vida conventual; los cri- permitía el esparcimiento necesario
terios de disciplinamiento aplicados desde entonces señalaron una rup- para sostener un estilo de vida
marcado por las renuncias y sacrificios
tura con la dinámica fundacional. Las pautas de convivencia y sociabi-
propios de la vida religiosa.
lidad se ajustaron estrictamente a las previstas en los cánones, y las Grupo de monjas en el jardín. Archivo
religiosas debieron someterse al nuevo ordenamiento ante el riesgo de la gráfico de la Congregación de las
desaparición del instituto. La rigidez de las generaciones posteriores re- Hermanas Dominicas de Tucumán.
59 ENCIERROS Y SUJECIONES

flejó la internalización de estos cambios a partir de los cuales la opción


por la vida religiosa implicó fundamentalmente la opción por una vida
de clausura y de obediencia.

Conclusiones Si bien el siglo XIX representó una “evolución” en el tratamiento de


la vida religiosa femenina, ésta no se correspondió con una revisión pro-
funda de los fundamentos de la clausura ni, lógicamente, con un replan-
teo de la condición de las mujeres. Las religiosas siguieron ocupando un
lugar periférico en la Iglesia, sin acceder a los espacios clave de la es-
tructura clerical, puesto que los lugares de poder siguieron estando reser-
vados a los hombres. A pesar de estas contradicciones, que originaron
múltiples conflictos, la nueva opción representó en la práctica una im-
portante apertura, puesto que posibilitó a las mujeres el acceso al espa-
cio público retaceado incluso en la sociedad civil.
La congregación de las dominicas tucumanas surgió inmersa en este
proceso de reestructuración como resultado de la revitalización de las
devociones femeninas y la urgencia de cubrir espacios y necesidades pa-
ra los que el Estado no poseía medios específicos. La pertenencia a in-
fluyentes redes parentales en las que se sustanciaban la preeminencia so-
cial y el poder político-económico de la época signó la peculiaridad de
la institución en tanto reflejó, desde sus orígenes, a este sector social en
su sociabilidad y sus códigos de relación. Para un grupo de “damas” tu-
cumanas, la fundación de la congregación significó la posibilidad de ca-
nalizar su fervor religioso, ingresar directamente en el espacio asisten-

Aparentemente incompatible con las


prácticas de la vida regular, la
sociabilidad de las religiosas se
mantuvo, favorecida por la pertenencia
de muchas de ellas a la elite. Dicha
ubicación social les permitió
constituirse en base del sustento
económico de la Congregación.
Miembros de la elite y religiosas
firmando el acta de donación de un
terreno. Archivo gráfico de la
Congregación de las Hermanas
Dominicas de Tucumán.
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 60

cial y convertirse en un nuevo sector activo para la sociedad. Esta incur-


sión se operó a partir de la incorporación en una institución jerárquica y
patriarcal como la Iglesia, en la que lo previsto para las mujeres seguía
siendo la renuncia, el aislamiento y la sumisión. Paradójicamente, el en-
cierro voluntario posibilitó a las mujeres de la elite el ejercicio de cuo-
tas de poder, prerrogativa propia de su clase pero no de su género.
Los comportamientos de las dominicas eran pragmáticos en su me-
todología y eficaces en sus resultados, pero a los ojos de la jerarquía es-
taban colmados de inobservancias a las reglas y a los votos a los que las
religiosas debían someterse. El haber traspasado los límites tuvo como
consecuencia severas medidas disciplinarias aplicadas por la autoridad
episcopal para reencauzar la institución de acuerdo con su interpretación
de las normas. La confrontación con la autoridad las ubicó en una posi-
ción no usual en el comportamiento femenino. Estos conflictos expresa-
ban las contradicciones internas de una Iglesia que en la práctica había
transformado sustancialmente la función y el significado de la opción
religiosa, pero que se resistía a modificar los principios estructurantes de
la vida conventual femenina.
Sin embargo, ni los conflictos con la jerarquía ni las sanciones impi-
dieron que las dominicas se rebelaran contra la autoridad; la respuesta
“no somos monjas” significó un agravio inaceptable para la Iglesia, pues
expresaba la rebeldía tanto contra el principio fundante de la institución
–el sistema de jerarquía, obediencia y sumisión– como contra la margi-
nación que simbolizaba la clausura. En este sentido, el convento fue re-
significado como espacio de realización personal y reivindicación gené-
rica, a pesar de los rígidos marcos pautados por la Iglesia y la sociedad
finisecular tucumana.
61 ENCIERROS Y SUJECIONES

Notas
1 Cfr. Álvarez Gómez, Jesús, Historia de la vida religiosa, Publicaciones Claretianas,
Madrid, 1990.

2 De Georgio, Michela, “El modelo católico”, en: Duby, George y Perrot, Michelle
(dirs.), Historia de las mujeres, Taurus, Madrid, 1994, pág. 184.

3 Según Schatz, hasta 1880 surgieron sólo en Francia unas 400 nuevas congregacio-
nes femeninas. Schatz, Klaus, Historia de la Iglesia contemporánea, Herder, Barce-
lona.

4 Entre otras: las Esclavas del Sagrado Corazón (1872); las Concepcionistas (1877);
las Franciscanas Misioneras (1878); las Terciarias Franciscanas de la Caridad
(1880); las Pobres Bonaerenses de San José (1880); las Adoratrices del Santísimo
Sacramento (1885); las Dominicas de San José (1886); las Dominicas Tucumanas
(1888); las Hermanas de San Antonio (1889). Mignone, Emilio, “De las invasiones
inglesas a la generación del 80”, en 500 años de cristianismo en la Argentina, Cen-
tro Nueva Tierra, CEHILA, Buenos Aires, 1992, pág. 169.

5 “Reglamento de vida”, Archivo de la Congregación de Hermanas Dominicas (en


adelante, ACHD).

6 Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán (en adelante, AHT)-El Orden,


8/11/1884.

7 “[Elmina Paz de Gallo] Ahora se propone construir un edificio adecuado cuya di-
rección entregará a las Hermanas de la Caridad, que desde ya ha solicitado a Mon-
tevideo para entregarle el cuidado de los huérfanos...”, AHT- El Orden, 8/2/1887.

8 Constitución de las Hermanas Dominicas de Tucumán (en adelante CHDT), pág. 20.

9 Sánchez Hernández, María Leticia, “Las variedades de la experiencia religiosa en


los siglos XVI y XVII”, Arenal. Revista de Historia de Mujeres, vol. 5, n° 1, Uni-
versidad de Granada, enero-junio de 1998, pág. 83.

10 La exclusión de lo masculino de la esfera conventual adquirió su máxima expresión


en la prohibición impuesta por el obispo de aceptar huérfanos varones. Esto deter-
minó la dedicación posterior a la aceptación exclusiva de mujeres en el asilo, aun-
que en algunos casos se valieron de la ayuda de organizaciones seglares que no dis-
criminaban el sexo para el servicio asistencial.

11 Archivo del Obispado de Tucumán (en adelante, AOT), carta de Ignacio Colombres
al Vicario Capitular de la Diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, 1887.

12 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 23/5/1888.

13 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 21/8/1888.

14 Durante la estadía de Boisdron en Suiza, la correspondencia con las hermanas


dominicas tenía una frecuencia quincenal. Esto, sumado al contenido de las car-
tas, evidencia que Boisdron seguía guiando las conductas de la comunidad aun
desde Europa. ACHD, cartas del P. Boisdron a la fundadora y a las hermanas,
1890-1894.

15 “Hay que atender seriamente este punto sin vana escrupulosidad, siendo cierto que
para las personas que no están llamadas a seguir vías extraordinarias (y Dios nos li-
bre de las que se creen así llamadas) una buena salud es la base necesaria del traba-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 62

jo y de la espiritualidad bien entendida”, ACHD, carta de Boisdron a la fundadora,


Friburgo, 1891.

16 Según la Norma Pontificia nº 4, los documentos debían presentarse a la S. Congre-


gación en una de las siguientes lenguas: latina, italiana o francesa. AOT, carta diri-
gida al obispo de Tucumán por la fundadora, 18/6/1909.

17 ACHD, carta de Boisdron a la fundadora, Suiza, 16/11/1890.

18 ACHD, carta de Boisdron, 14/8/1912.

19 ACHD, Visita Canónica, Buenos Aires, 1914.

20 AOT, Auto de Visita Canónica, Tucumán, 1926..

21 ACHD, Visita Canónica, Tucumán, 4/10/1928.

22 Ibídem.
El encierro en los campos
de concentración

Victoria Álvarez

El análisis de las formas simbólicas de violentamiento, de imposi- Si bien cada campo de concentración
ción de sentidos, cobra especial énfasis en la historia de las mujeres. Sus tuvo sus características especiales, la
cuerpos, sufrimientos, gozos, proyectos y acciones han intentado res- Escuela de Mecánica de la Armada
fue el que dio más que hablar. Uno
ponder a los mandatos de religiosos y científicos que les han dicho có-
de sus rasgos característicos fue la
mo son, de qué enferman, cómo sienten, qué desean. Hasta tal punto, “maternidad” improvisada en el
que sus vidas y subjetividades parecieran dar razón a tales discursos campo, adonde iban a dar a luz no sólo
cuando en realidad son su consecuencia y no su causa.1 las detenidas por el Grupo de Tareas
“La violencia a las mujeres –sostiene Marcela Lagarde– es una cons- de la Armada sino también
embarazadas secuestradas por
tante en la sociedad y en la cultura patriarcales. Y lo es, a pesar de ser
otras fuerzas.
valorada y normada como algo malo e indebido, a partir del principio Collage de León Ferrari: fachada
dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres, y del correspon- de la Escuela de Mecánica de la
diente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos Armada sobre un detalle del Juicio
naturales de su poder, la fuerza y la agresividad.”2 Final del Bosco.
La violencia hacia las mujeres es un supuesto de la relación genéri-
ca patriarcal previo a las relaciones que establecen los particulares; las
formas que adquiere son relativas al ámbito en que acontece. En este
sentido, la violencia que se ejerció contra las mujeres detenidas en los
campos de concentración a cargo de la más cruenta dictadura militar ar-
gentina excede los límites imaginables.

El campo de concentración se impuso como parte de la metodología El campo de concentración


represiva institucional a partir del 24 de marzo de 1976, cuando una jun-
ta militar compuesta por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea derro-
có al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón.
65 ENCIERROS Y SUJECIONES

Fue en este contexto donde se erigió el centro clandestino de deten-


ción (CCD) como instrumento privilegiado mediante el cual se llevó a
cabo la lucha contra la “subversión”, entendida en sentido lo suficiente-
mente amplio como para incluir no sólo a jóvenes militantes revolucio-
narios, activistas políticos y sindicales de izquierda, sino a todo tipo de
expresión disidente.
El campo de concentración-exterminio es un lugar de reclusión de
prisioneros de guerra o adversarios políticos. Correlato institucional de
la “desaparición” de personas, a partir de 1976 “se convirtió –dice Pilar
Calveiro– en la modalidad represiva del poder, ejecutada de manera di-
recta desde las instituciones militares [...] Los campos de concentración
fueron el dispositivo ideado para concretar la política de exterminio. La
política concentracionaria como concepción pertenece a un universo bi-
nario que separa amigos de enemigos; el campo de concentración, como
el cuartel o el psiquiátrico, son instituciones totales, también de carácter
binario. Su objetivo es constituir un universo cerrado que ‘normaliza’ a
las personas internadas en ellas, y funcionan a partir de dos grandes gru-
pos: los internos, que se someten al proceso de transformación o cura, y
el personal, responsable de producir esa mutación”.3
Las Fuerzas Armadas y de Seguridad encararon institucionalmente
la lucha contra la “subversión”. “La metodología concentracionaria fue
la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de
grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racio-
nal y centralizadamente.”4
Entre 1976 y 1982 funcionaron trescientos cuarenta CCD en todo el
país. En algunos casos, eran dependencias que ya funcionaban como si-
tios de detención. En otros, eran locales civiles, dependencias policiales
y asentamientos de las Fuerzas Armadas acondicionados para funcionar
como CCD, bajo la autoridad militar con jurisdicción en cada área.
En realidad, la aniquilación de la subversión y la utilización de los
campos de concentración comenzó mucho antes de la dictadura y partió
de la derecha del peronismo. Ya en 1973 comenzó a funcionar la Alian-
za Anticomunista Argentina o Triple A (AAA), fuerza paramilitar dirigi-
da por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Muerto el pre-
sidente Juan Domingo Perón en 1974, el accionar de la Triple A se
incrementó, estimulada la pugna interna en el peronismo por sucederlo.
Comenzó entonces la práctica de desaparición de personas.
Hasta hoy no se sabe con certeza la cantidad de desaparecidos: la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas recibió 8960 de-
nuncias, pero Amnesty International estima que hubo entre 10 y 15 mil
desaparecidos, y la Asociación Madres de Plaza de Mayo calcula que
llegaron a 30 mil. Según las cifras de la Comisión Nacional sobre la De-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 66

saparición de Personas, Conadep, alrededor del 90 por ciento de las per-


sonas desaparecidas fueron asesinadas. El 30 por ciento de ellas fueron
mujeres, el 10 por ciento de las cuales estaban embarazadas.

¿Quiénes eran las mujeres secuestradas en los campos de extermi- La tortura


nio? En general, las dictaduras militares latinoamericanas persiguieron
a militantes políticas, activistas sindicales o revolucionarias y a las pa-
rejas, madres, hijas o familiares de militantes varones.5
A cada prisionera vendada, esposada y encapuchada se le asignaba
un número y su nombre quedaba en el olvido. En el CCD “El Vesubio”,
A los militares les agradaba poner
por ejemplo, la “M” que precedía al número significaba “montonera” y nombres fastuosos a sus campos de
no sólo correspondía a las militantes de esa agrupación política sino que concentración. Ésta es la fachada de
abarcaba hasta el último simpatizante de la Juventud Peronista. La “E” “El Olimpo”, ubicado en el barrio de
se reservaba para los activistas del Ejército Revolucionario del Pueblo y Floresta, entre las calles Olivera,
otros grupos de izquierda.6 Con ese número las llamaban para ir al ba- Ramón Falcón, Lacarra y Fernández.
Junto a la puerta por donde salían los
ño, para torturarlas o para “trasladarlas” (eufemismo con que los repre-
prisioneros para el “traslado”, había
sores disfrazaban la ejecución sumaria de prisioneros). Esta práctica una imagen de la Virgen. Otros vieron
despojaba a las cautivas de su identidad, y además impedía que su nom- una cruz esvástica en papel pintado.
bre trascendiera al exterior. Gentileza de Roberto Pera.
67 ENCIERROS Y SUJECIONES

Una vez en el campo, las secuestradas eran casi inmediatamente lle-


vadas al “quirófano”, para que “confesaran la verdad” mediante la tor-
tura. Pero la situación de tortura no se reducía a ese momento. Muchos
sobrevivientes recuerdan toda la estancia en el campo, e incluso la vigi-
lancia que soportaban cuando abandonaban el encierro, como un supli-
cio permanente.
La tortura era un eje central de la metodología represiva, porque rea-
limentaba la posibilidad de aumentar los secuestros hasta acabar con el
“enemigo”. A tal efecto, podía aplicarse irrestricta, repetida e ilimitada-
mente, aunque a veces el interrogador torturaba sin hacer ninguna pre-
gunta. “La idea –explica Daniel Eduardo Fernández– era despojar a la
víctima de toda resistencia psicológica, hasta dejarla a merced del tortu-
rador y obtener así cualquier tipo de respuesta, aunque fuera la más ab-
surda.”7
¿Qué significaba para el represor la confesión del torturado? “Detrás
de la brutal escena de la confesión, lo que se puede leer es la voluntad
de destruir la identidad del sujeto capturado, donde la confesión no es
más que un síntoma de la pulverización de su identidad.”8
“La dictadura operó con un terror mucho más grande del que era ne-
cesario, dentro de su lógica –sostiene Graciela Daleo, ex detenida-desa-
parecida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)–. En térmi-
nos de economía represiva, no hacía falta matar a tantos, ejercer un
poder tan terrible para desarticular lo que existía en ese momento. Era
necesario hacer más para que perdurara en el futuro. Tuvieron que ejer-
cer una gran cuota de horror y humillación. La humillación es la clave
donde está la siembra para el futuro. No sólo es necesario matar a los
combatientes y matarlos de más, sino matarlos en el marco de una hu-
millación terrible, para que aquellos que queden vivos los sirvan.”9
La humillación hacia los prisioneros y prisioneras era permanente. Y
a la que se “merecían” las detenidas por “subversivas”, se agregaba el
castigo por ser mujeres, por haber desconocido la esencia femenina que
habría debido mantenerlas en casa, alejadas de toda actividad político-
militar.
Si bien el régimen fue sumamente cruel con hombres y mujeres, la
política concentracionaria exacerbó la violencia de género. En “El Ve-
subio”, sentaban a la mujer desnuda en una mesa en un cuarto oscuro,
con un reflector que le apuntaba a la cara, cegándola. “Y escuchabas las
voces, no te dejaban moverte, te tocaban y se reían”, rememora Susana
Reyes. “El momento del baño también era una humillación. No sólo por
la desnudez. Llegabas al baño y era una fiesta para los guardias. Tenías
que soportar que te dijeran ‘metete más los deditos...’ y si no te los me-
tías, ligabas un bife. No tenías con qué estar cuando menstruabas. Era
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 68

un incordio ser mujer. La mujer despertaba más sadismo, les encantaba


agredirnos.”
La violación sexual fue otra forma de tortura. Había un especial en-
sañamiento con los genitales de detenidas y detenidos. A veces se daba
a la prisionera a “elegir” entre la violación y la picana.
Por sobre todo, la violación sexual constituyó un acto de afirmación
del poder masculino de los militares sobre las mujeres. Desde el más al-
to jefe del campo hasta el último conscripto, pasando por todos los cus-
todios e interrogadores, todos se sintieron con derecho a disponer de las
secuestradas como esclavas sexuales. Si bien es cierto que hubo hom-
bres violados, no lo fueron en el grado de sistematización y generalidad
en que lo vivieron las mujeres. Y violar a un hombre constituía la afir-
mación del poder masculino sobre varones “feminizados” y por ende
violables y degradados.
Aunque la violación siempre se explicó apelando a la fuerza física
superior de los hombres, existen formas de violación en las cuales la
fuerza física no interviene. Cualquier violación en un campo de concen-
tración es un ejemplo, porque supone que la víctima ya está reducida por
el terror; su vida y su muerte ya están en manos del violador. “Así”, es-
cribe Marcela Lagarde, “la fuerza gira en torno al atemorizamiento y a
la humillación de la víctima, recalca las diferencias jerárquicas entre los
géneros, y simboliza el sometimiento de la mujer al poder (físico) polí-
tico del hombre [...] Si la fuerza física y la violencia no son indispensa-
bles, el núcleo constitutivo de la violación es el poder, al cual remite sim-
bólicamente la fuerza. El concepto cultural para expresar a trasmano,
para ocultar al poder, es la fuerza [...] El poder económico, social, cul-
tural, es decir, el poder político de los hombres es convertido, mediante
operaciones ideológicas, en poder físico”.10

Las mujeres entraban al campo


vendadas, encapuchadas y esposadas,
en el baúl o en el asiento trasero de un
Ford Falcon. La pérdida de la noción
de tiempo y espacio era inmediata,
aunque luego se recuperaba
lentamente. No son pocos los
testimonios que hablan del abuso
sexual durante ese trayecto.
Escena de la película Garage Olimpo.
69 ENCIERROS Y SUJECIONES

Los represores no necesitaban de su fuerza corporal para violar a las


detenidas, como lo demuestra la declaración de una mujer a la Conadep:
“Luego de rodar por una zona de tierra, detuvo el motor. Me dijo que te-
nía orden de matarme, me hizo palpar las armas que llevaba en la guan-
tera del coche, y me propuso salvarme la vida si, a cambio, admitía te-
ner relaciones sexuales con él. Accedí a su propuesta, considerando la
posibilidad de salvar mi vida y de que se me quitase la venda de los ojos.
Condujo hasta un albergue transitorio, me indicó que él se estaba jugan-
do, y que si yo hacía algo sospechoso me mataría. Mantuvimos la rela-
ción exigida bajo amenaza de muerte con la cual me sentí y considero
violada, y me llevó a casa de mis suegros”.11
En el campo de concentración, las mujeres se encuentran solas ante
el poder absoluto de un hombre sobre ellas. En una institución total, los
individuos se encuentran solos y a merced del poder, inermes y en ab-
soluta desigualdad. El aislamiento es muy difícil de romper.
Era común que los violadores se justificaran frente a otros militares
alegando que la víctima era una “guerrillera”. Una joven estudiante se-
cuestrada a los 14 años declaró a la Conadep que, después de violarla,
su torturador se excusó ante otro guardia argumentando que “era peli-
grosa porque había colocado bombas y tirado panfletos”.12
D. N. C. fue detenida en la Superintendencia de Seguridad Federal.
Abusaron de ella sucesivamente sus secuestradores, el médico que dijo
revisarla y un custodio. “El domingo siguiente esa misma persona, es-
tando de guardia, se me acercó y pidiéndome disculpas me dijo que era
un ‘cabecita negra’ que quería estar con una mujer rubia y que no sa-
bía que yo no era guerrillera. Al entrar esa persona el día de la viola-
ción me dijo: ‘si no te quedás quieta, te mando a la máquina’ y me pu-
so la bota en la cara profiriendo amenazas. A la mañana siguiente
cuando sirvieron mate cocido esa misma persona me acercó azúcar di-
ciéndome: ‘por los servicios prestados’. Durante esa misma mañana in-
gresó otro hombre a la celda gritando, dando órdenes: ‘párese, sáquese
la ropa’, empujándome contra la pared y volviéndome a violar... El do-
mingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia
obligándome a jugar a las cartas con él y esa misma noche volvió a in-
gresar a la celda violándome por segunda vez.”13

La maternidad en cautiverio “En nada beneficiaba ser mujer, ni estar embarazada”, concluye Su-
sana Reyes, que fue secuestrada a los cinco meses de su embarazo. “Las
mujeres fueron violadas y sometidas. A la Jefatura se llevaban chicas pa-
ra cocinar, servir y vivir con ellos. Tenían que dormir con ellos, se ma-
quillaban y a veces las sacaban del campo. Como mujer tenías más co-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 70

sas por las que sufrir. A Rosita, que estaba embarazada de ocho meses,
le hicieron cesárea y la “trasladaron” sin siquiera decirle lo que había te-
nido. Había un tipo que me decía: ‘ése va a ser para mí’. Y me traía co-
mida para que me cuidara, porque mi hijo iba a ser suyo. Tuvieron que
poner a Graciela Moreno en mi cucha porque yo me dejaba morir. Ella
era amorosa, trataba de levantarme el ánimo. Tenía tres hijos, había si-
do violada y estaba embarazada de su violador. Ver a las madres así es
muy duro. Esta chica no apareció más.
”Un día –continúa Reyes–, me tocó a mí llevar la comida y cuando
llegué a Mirta Pargas, la vi llorando a mares con las fotos de los nenes.
Le di una palabra de aliento y me pescaron. Me hicieron quedar veinti-
cuatro horas parada. No me podía mover, y si se me aflojaban las rodi-
llas, me pegaban en las piernas. Me hice pis, no me dieron de comer en
veinticuatro horas. Esta mujer después pasó a la ‘Q’ (‘sala de los que-
brados’) y se olvidó de todo. Yo estaba de seis meses, panzona; por ahí
me podrían haber dado unos bifes y chau. Pero ellos quisieron verme hu-
millada, cayéndome.”
Hubo, sin embargo, algunas excepciones. Adriana Calvo, a quien se-
cuestraron embarazada de siete meses, cuenta que “a pesar de no ser es-
te régimen de vida ni siquiera humano, en Arana era privilegiado respec- Susana Reyes estaba embarazada de
to del de los hombres, que estaban literalmente tirados en el piso, sucios, siete meses cuando fue secuestrada en
con piojos, con infecciones. Heridos o desnudos, no podían moverse ni casa de sus suegros y llevada a “El
Vesubio”. La liberaron tres meses
hablar demasiado por miedo a los castigos y comían la mitad de las ve- después, el 16 de septiembre de 1977,
ces que nosotras”. justo cuando cumplió 21 años. Ésta es
En este sentido, Ana Di Salvo, psicóloga detenida en “El Vesubio”, una de las únicas tres fotos que tiene
recuerda que “las reglas disciplinarias eran mucho más estrictas con los embarazada y fue tomada por su mejor
varones que con las mujeres. Las mujeres podían ir al baño mañana, tar- amiga en la Recoleta. Pese a la
angustia de albergar un hijo en las
de y noche. Eso era un privilegio. Los varones iban una vez por día, y si
condiciones de su detención, Susana
no, tenían que pasarse un tacho. Nuestro baño era una diversión para los asegura que en ese momento el bebé le
guardias. A las mujeres nos miraban. Con los varones, se burlaban del dio fuerzas para seguir viviendo.
tamaño del pene, de la edad. Los hombres podían hablar menos. Y mien-
tras nosotras conversábamos, distraíamos a los guardias para que ellos
pudiesen hablar”.14
La maternidad en los campos constituye “uno de los cuadros de ho-
rror más crueles que pueda planificar y llevar a cabo un individuo: el
llanto de bebés mezclado con gritos de tortura”,15 según define Nilda
Actis Goretta, secuestrada en la ESMA. El bebé en el vientre no hacía
sino aumentar el miedo de las madres por su futuro. Pero en el caso de
algunas sobrevivientes, significó una fuente de vida que les dio fuerza
para transitar ese infierno.
“Yo creo que estar embarazada me ayudó”, reflexiona Susana Reyes.
“Primero porque me generó una conexión distinta, algo en que pensar.
71 ENCIERROS Y SUJECIONES

Como me estaba creciendo la panza y no quería que me salieran estrías,


cuando me mandaban a cocinar a la Jefatura me llevaba un poquito de
aceite y me lo pasaba por la panza. En medio del horror, yo me preocu-
paba por que no se me hicieran estrías. Tampoco me había visto en un
espejo. Hasta que en la Jefatura me dejaron ir al baño. Entonces me sa-
qué todo –estaba de cinco meses y medio– y me vi un lunar que tengo
abajo del ombligo. Estaba enorme. Fue una gran emoción. O cuando se
empezó a mover... Era algo nuevo, en eso me ayudó. Pero también esta-
ba la angustia de pensar que no lo iba a ver, que me lo iban a sacar. De
todos modos, no es lo mismo que estar sola, una se siente más fuerte.
Fue un mecanismo de defensa para no lastimar al bebé. Cuando Rosita
volvió de parir, la desolación era inmensa. Yo creo que la peor tortura
fue la cara de esa chica. Ella fue ‘tabicada’ (encapuchada) al hospital de
Campo de Mayo, pero vio a las monjas que la cuidaban. Al bebé no se
lo dejaron ver. Nunca supo si fue nena o varón.”
Cuenta D. N. C.: “María del Socorro Alonso estaba embarazada
cuando fue torturada, lo que le provocó hemorragias, inmovilidad en las
piernas y paros cardíacos. Entonces le colocaron una inyección y perdió
al bebé. Los guardias abusaban de las mujeres embarazadas cuando pe-
dían permiso para ir al baño”.16
María del Carmen Moyano declaró a la Conadep que al sentir las
primeras contracciones la bajaron al sótano de la ESMA, donde la aten-
dieron los doctores Magnacco y Martínez. María del Carmen no dejaba
de gritar y los médicos dejaron que la ayudara su compañera Sara So-
larz de Osatinsky, engrillada. Como no podía soportar los ruidos de los
grilletes de Sara, suplicó en vano que se los quitaran. Nació una niña.
Seis días después, Ana de Castro dio a luz un varón.17 Ambas fueron
“trasladadas”. Un suboficial se llevó a los bebés.
Los médicos desempeñaron un papel fundamental en la violación de
la maternidad: fueron eslabones indispensables del sistema de partos en
cautiverio, robo y venta de los bebés y asesinato de sus madres. Estaban
presentes desde el secuestro hasta la muerte.
Además de su embarazo de siete meses, Adriana Calvo de Laborde
tenía un hijo que había quedado con sus vecinos. “En Arana, Inés Orte-
ga de Fossatti inició su trabajo de parto. Nos desgañitamos llamando al
cabo de guardia. Pasaron las horas sin respuesta. Como yo era la única
con experiencia, la ayudé en lo que pude. Ella era primeriza y tenía 17
o 18 años. Por fin, después de doce horas se la llevaron a la cocina y so-
bre una mesa sucia, con la venda en los ojos y frente a todos los guar-
dias, tuvo a su bebé ayudada por un supuesto médico que lo único que
hizo fue gritarle, mientras los demás se reían. Tuvo un varón al que lla-
mó Leonardo. La dejaron cuatro o cinco días con él en una celda y des-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 72

pués se lo llevaron diciéndole que el Coronel quería verlo. Aparente-


mente alguien llenó una planilla con los datos del bebé. En mi caso
–continúa Calvo de Laborde–, después de tres o cuatro horas de estar en
el piso con contracciones cada vez más seguidas, gracias a los gritos de
las demás me subieron a un patrullero con una mujer atrás, Lucrecia.
Partimos rumbo a Buenos Aires, pero mi bebita no supo esperar, la mu-
jer gritó que pararan el auto en la banquina y allí nació Teresa. La úni-
ca atención que tuve fue un trapo sucio, con el que Lucrecia ató el cor-
dón umbilical. No más de cinco minutos después seguíamos camino
rumbo a un teórico hospital. Yo todavía seguía con los ojos vendados y
mi beba lloraba en el asiento. Llegamos a la Brigada de Investigaciones
de Banfield. Allí estaba el mismo médico que había atendido a Inés. En
el auto cortó el cordón y me subieron uno o dos pisos hasta un lugar
donde me sacaron la placenta. Me hicieron desnudar y frente al oficial
de guardia tuve que lavar la camilla, el piso, mi vestido, recoger la pla-
centa y, por fin, me dejaron lavar a mi beba, todo en medio de insultos
y amenazas. Al entrar en el edificio me sacaron la venda de los ojos di-
ciendo que ‘ya no hacía falta’, por lo que [a todos los] demás fui vién-
doles las caras. [...] Conseguí que pusieran a Patricia Huchansky de Si-
món conmigo y mi beba, y ella me ayudó mucho en los primeros días,
en los que los dolores del puerperio no me dejaban en paz. Me contó
que pocos días antes había atendido el parto de María Eloísa Castellini.
Aunque gritaron pidiendo ayuda, lo único que consiguieron es que las
dejaran salir al pasillo a las dos y les alcanzaron un cuchillo de cocina.
Allí en el piso nació una hermosa beba a la que se llevaron unas horas
después.”18
Muchas parturientas de diferentes centros clandestinos eran llevadas

La vida cotidiana de las detenidas en el


campo apuntó, entre otras cosas, a la
reeducación de mujeres evidentemente
“rebeldes”, como lo eran las
militantes, para devolverlas a su lugar
“natural”, doméstico y servil. Son
públicos los testimonios que aseguran
que las mujeres eran obligadas a lavar
los baños de los hombres, como en esta
escena de la película Garage Olimpo,
que remite a la vida en los campos “El
Olimpo” y “Automotores Orletti”.
73 ENCIERROS Y SUJECIONES

al hospital de Campo de Mayo o a la ESMA, donde se les hacía induc-


ción y cesáreas en la época de término del embarazo. Tiradas sobre col-
chonetas en el suelo, esperaban el nacimiento. Los bebés eran separados
de sus madres a los dos o tres días de nacidos con la promesa de que se-
rían entregados a sus familiares, y sin embargo siguen desaparecidos.
Incluso invitaban a la madre a escribir una carta a quienes supuestamen-
te recibirían al niño. Así, el sistema de robo de bebés se fue perfeccio-
nando. En el Hospital Naval existía una lista de matrimonios de marinos
y cómplices que no podían tener hijos y estaban dispuestos a adoptar
chicos de desaparecidos. A cargo de esa lista estaba una ginecóloga del
hospital.
Los hijos e hijas de las secuestradas tuvieron diferentes destinos: su
propia casa o la de un vecino o familiar, un instituto de menores, el se-
cuestro y la adopción por un represor, o el centro clandestino de deten-
ción, donde presenciaban las torturas de sus padres, sufrían la tortura y
eran asesinados. El informe de la Conadep detalla varios de estos casos,
en un capítulo que también comprende “mujeres embarazadas”.

El “proceso de recuperación” Desde la óptica militar, “las mujeres guerrilleras ostentaban una
enorme liberalidad sexual, eran malas amas de casa, malas madres, ma-
las esposas y particularmente crueles. En la relación de pareja eran do-
minantes y tendían a involucrarse con hombres menores que ellas para
manipularlos”.19 Éste era el arquetipo de mujer que había que erradicar
y convertir en el de madre y esposa convencional, es decir, el modelo de
subjetividad femenina impuesto por la reeducación y la disciplina con-
centracionarias. La política de la dictadura persiguió la vuelta a los va-
lores morales y sexuales “occidentales y cristianos” que la militancia re-
volucionaria “había hecho peligrar”.
Por medio de la tortura, la violación y la humillación, el campo de
concentración buscó modelar a las mujeres “rebeldes” pero “recupera-
bles” y enseñarles el rol en la sociedad occidental y cristiana –patriar-
cal, por supuesto– que reservaban para ellas los represores. El proceso
de reeducación en los campos apuntó a devolver a las mujeres a su lu-
gar “natural”: el hogar, y más específicamente, la cocina y la cama, de
donde se habían alejado para participar de la “subversión”. Así, las mu-
jeres lavaban y planchaban la ropa de todos los prisioneros y represores
del campo, servían la mesa de los colaboradores, tenían que ser dóciles,
serviciales, se perfumaban, se maquillaban y se vestían para “adornar el
paisaje”. Las mujeres trabajaban en la cocina, mientras los represores
discutían “cosas de hombres” y los prisioneros cortaban el pasto o lava-
ban los autos. Las mujeres eran convocadas a las reuniones con los al-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 74

tos mandos militares (a las que asistían los militantes “colaboradores”),


únicamente para poner la mesa y servir la comida.
“[En ‘El Vesubio’] A cocinar iban las mujeres”, describe Susana Re-
yes. “Se las llevaban a la Jefatura y las tenían ahí. Les planchaban, les co-
sían, eran sus esclavas y tenían que estar dispuestas al sexo.” Según rela-
ta Ana Di Salvo, en “El Vesubio” los guardias distinguían entre las viejas
detenidas, que podían salir a cebar mate y servir la comida, y las nuevas,
a quienes sacaban de las “cuchas” para charlar con ellas y conocerlas.
“Una vez, Elsa –una prisionera– le sirvió la comida a una recién llegada, Adriana Calvo y Graciela Daleo, en
Galicia, en septiembre de 1997. Ambas
que la llamó ‘¡Celadora, celadora!’. Y entonces ella le contestó: ‘¡Qué ce-
fueron invitadas por la Central
ladora, si yo soy una sapre igual que vos!” Intersindical Gallega, como miembros
“En la ‘sala Q’ de ‘El Vesubio’ –sigue Susana Reyes–, estaban los mi- de la Asociación de Ex Detenidos y
litantes quebrados, que colaboraban con los represores, fumaban, tenían Desaparecidos. En uno de los
galletitas, cuchetas. Yo iba a limpiar esa sala, y recogía los puchos para testimonios más desgarradores
mis compañeras. Era una escena fellinesca. La jefatura tenía una mesa emitidos ante la Conadep, Adriana
Calvo cuenta en qué condiciones dio a
larga. La mitad eran armas, escopetas, ametralladoras. Y la otra mitad, un
luz a su hija en la Brigada de
mantel impresionante, con dos copas por persona. Las mujeres les coci- Investigaciones de Banfield. Graciela
nábamos y servíamos la comida. Pero antes nos daban la Biblia y todos Daleo pasó meses detenida en el
los días nos hacían leer un párrafo. Y volvíamos a la cocina.” laboratorio de la ESMA.
75 ENCIERROS Y SUJECIONES

Aunque nada era definitivo ni había lógicas estrictas, a partir del


“proceso de recuperación”, en la ESMA hubo tres categorías de secues-
trados: los que seguirían en el sector “Capucha” –el depósito de prisio-
neros– y serían trasladados; una minoría –el “staff”– que por su histo-
ria política, capacidad personal o nivel intelectual cumplieron funciones
para el grupo de tareas en el centro de detención (recopilación de recor-
tes periodísticos, elaboración de síntesis informativas; clasificación y
mantenimiento de los objetos robados en operativos, depositados en el
pañol; funciones de mantenimiento del campo: electricidad, plomería,
carpintería, etc.); y por último, el “ministaff”: unos pocos que se convir-
tieron en fuerza propia del grupo de tareas, “colaborando” directamente
en la represión.
Según la descripción que Miguel Bonasso hace en Recuerdo de la
muerte –un libro cuestionado por varios sobrevivientes de la ESMA–, en
el ministaff predominaban las figuras femeninas. En el Ministerio de Re-
laciones Exteriores, a donde eran enviados a “trabajar” algunos deteni-
dos “recuperables”, estaban María Isabel Murgier, Marta Álvarez, Gra-
ciela Bompland y Anita Dvatman. Marta “Coca” Bazán había entregado
a su suegra y era amante del “Delfín” Chamorro. Otro puntal del minis-
taff era Graciela “Negrita”. Propició muchas caídas, sobre todo en la Se-
cretaría de Organización de Montoneros y fue amante del “Tigre” Acos-
ta. “Peti”, antigua aspirante de prensa en Capital, participaba de los
interrogatorios. Silvina Labayru colaboró con Astiz para infiltrar a las
Madres de Plaza de Mayo. Estela, Jorgelina Ramus y Mili (mujer de Ni-
coletti) también eran, según Bonasso, grandes “marcadoras” (es decir,
eran sacadas del campo por los represores para señalar compañeros en
la calle).
De todas maneras, es muy difícil determinar cuándo las secuestradas
pasaban de ser mano de obra esclava a ser “colaboradoras”. El terror del
campo y la lucha por la supervivencia tamizaban permanentemente las
decisiones de las detenidas.

Sucumbir o resistir. Pilar Calveiro señala una paradoja: “Al tiempo que es un centro de
Los vínculos en el campo reunión de prisioneros, es en el centro clandestino de detención donde
el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible”.20 Por eso,
todo intento por relacionarse con otras detenidas implicaba una forma
de vencer la compartimentación inherente a la naturaleza del campo y
una búsqueda de la individualidad por medio del encuentro con el otro.
La política represiva de los campos y la tortura fueron muy eficaces en
aterrorizar y controlar a la sociedad, pero ningún sistema es perfecto, y
las relaciones interpersonales que pudieron escapar del control desafia-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 76

Ana Di Salvo, su marido y su hijo


Luciano, en Necochea, pocos días
antes del secuestro en su casa de
Temperley, en marzo de 1977. Ellos
permanecieron detenidos en “El
Vesubio”, y Luciano fue entregado a
sus familiares de Tres Arroyos, donde
se reunieron los tres cuando los
liberaron, dos meses después. Ambos se
alojaban en habitaciones separadas
–había “cuchas” para varones y
“cuchas” para mujeres–, pero cuando
podían se mandaban pequeños
mensajes de amor.

ron la lógica aislacionista y el castigo implacable. Entablada desde la


humildad de lo cotidiano, esta red de relaciones fue la manera de sobre-
vivir dignamente.
En el momento de la captura, la víctima era encapuchada y sus sen-
tidos, apagados. El “tabicamiento” perseguía el aislamiento total, la
pérdida de toda noción de espacio y tiempo. Aportaba soledad, despro-
tección y locura. Además, al obstruir la circulación de la sangre, solía
producir lesiones oculares.
Y, sin embargo, los planos de los campos bosquejados por los sobre-
vivientes y los que surgieron del relevamiento de arquitectos y equipos
técnicos resultaron muy similares. Esto se explica por el necesario pro-
ceso de agudización de los otros sentidos, obturado el de vista, y por un
sistema de ritmos que la memoria almacenó minuciosamente, aferrán-
dose a la realidad y a la vida. Eran esenciales los cambios de guardias,
los pasos de aviones o de trenes, las horas habituales de tortura. La me-
moria fue un mecanismo de resistencia muy valioso para reconstruir la
vida en los campos, identificar a los responsables y combatir la lógica
concentracionaria del silencio y el olvido. De hecho, ni bien se relajaba
la disciplina (gracias a algún guardia “bueno”), lo primero que fluía en-
77 ENCIERROS Y SUJECIONES

tre los detenidos era la información. Recordarla implicaba cierto grado


de riesgo y de esperanza.
Y hubo otros, pequeños pero enormes, actos de resistencia: “Des-
pués de un rato, le hice un agujerito a la capucha –recuerda con una son-
risa Susana Reyes–. Pero cuando entraba alguien muy duro, yo cerraba
los ojos debajo de la capucha, porque uno me había amenazado: ‘Si me
llegás a ver, te quemo los ojos’. Entonces pasamos el dato y todas hici-
mos un agujerito en la capucha. Con el tiempo, también nos desengrillá-
bamos solas”.
Después de la tortura y perdida toda referencia de tiempo y espacio,
las secuestradas sentían desconfianza. Era una forma de autodefensa
frente a un entorno por demás agresivo. Las detenidas desconfiaban y
despreciaban a quienes pasaban a la “sala de los quebrados”, es decir,
aquellas que, luego de la tortura, eran cooptadas por los represores. Pe-
ro unas y otras seguían esclavas del campo.
Sin embargo, era posible vencer esa desconfianza, porque también
había “antiguas” detenidas que trataban de apoyar a las recién llegadas
para ayudarlas a resistir. “El primer día del encierro –recuerda Graciela
Daleo–, yo estaba tirada en ‘Capucha’ y vino Ana María Martí, arries-
gándose a que el guardia la fajara, a decirme: ‘No confíes en nadie, ni
siquiera en mí’. Eso era un riesgo tremendo. Porque ella no sabía si yo
no la iba a mandar tragada. Yo no abría la boca y pensaba: ‘Me viene a
tirar de la lengua’, pero sentí que me estaba dando una mano. Que la
‘Cabra’, Alicia Milia, me apretara el hombro y me dijera ‘aguantá’ fue
un acto de entrega. Ella se jugaba todo en eso. El compañero que te da-
ba una mirada o te apretaba el hombro..., eso era una forma de solidari-
dad y una forma de resistencia.”
En la medida en que cede el terror inicial, el prisionero rescata sus
nexos afectivos con el exterior y establece otros nuevos dentro del cam-
po, venciendo la lógica concentracionaria del individualismo.
“Lo que a mí me permitió transitar ese tiempo adentro con cierto
grado de fortaleza fueron los compañeros, su solidaridad, sus conductas
–expresa Daleo–. Las cosas que fuimos aprendiendo a tejer, la mayoría
no explícitas, no habladas, sobre todo en un campo como la ESMA.”
Ese vínculo con el exterior proporciona la fuerza para pelear por la
vida, y se les dio prioridad a las relaciones afectivas antes que a elemen-
tos más racionales como los ideológicos o políticos.
“Mateo servía la comida y a veces le tocaba servir a las mujeres. Él
me mandaba mensajes. Me alcanzaba el plato y me decía ‘dice tu mari-
do que te quiere mucho’. ‘Decile que yo también lo quiero mucho. Y de-
cile que Lucianito está en Tres Arroyos’, le hice pasar un día. Eso tam-
bién fue un alivio para los dos”, recuerda Ana Di Salvo.
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 78

¿Cómo puede un ser humano socializar en un ámbito de silencio, in-


movilidad y amenaza? Pilar Calveiro contesta que el campo no puede,
por más que se lo proponga, constituirse en una realidad sin fisuras, de
vigilancia total y permanente. Y localizando estas grietas del sistema, las
mujeres y los hombres agudizaron sus sentidos y encontraron formas de
percibirse unas/os a otras/os, recuperando su humanidad y apegándose a
la vida.
“Yo estuve tres meses en ‘El Vesubio’ y fui armando mi familia
–cuenta Susana Reyes–. Mi mamá era Violeta, la mayor y la más protec- Sobrevivientes de “El Vesubio”
tora. Una vez un guardia me vino a golpear, diciéndome: ‘Che, a vos –ubicado en avenida Ricchieri y
Camino de Cintura–, que regresaron
quién te atravesó la chabomba’. Yo le dije todos los insultos que me ha- hacia 1984 con la Conadep. Este
bía guardado. Y ahí empezó a darme sin asco con el palo de policía. Yo campo fue demolido por orden del
estaba atada, así que no podía defenderme y estaba con la panza. Y Vio- gobierno militar, a fin de no dejar
leta –nadie sabía que nos desengrillábamos– se soltó y empezó a gritar rastros. Sin embargo, los pisos, que
por ayuda. Alguien vino a pararlo y nunca más apareció ese guardia. [...] eran lo único visible para los detenidos
encapuchados que entraban o salían,
Cuando me liberaron, quería volver. No podía seguir adelante sabiendo
permanecieron intactos. Este descuido
que mis compañeras estaban ahí. Creo que el hecho de estar embaraza- permitió a quienes sobrevivieron
da me normalizó..., a los dos meses nació Juan Pablo. Pero en el mo- reconocer perfectamente el lugar.
mento de salir era imposible vivir. Yo me sentía mejor en ‘El Vesubio’ Gentileza de Roberto Pera.
79 ENCIERROS Y SUJECIONES

que afuera. Ya había formado mi gente. En tres meses, se generan los


afectos que tal vez llevan toda una vida, fuera del campo.”
La vinculación cultural entre el mundo femenino y el mundo afecti-
vo y doméstico tal vez ayudó a las mujeres a soportar mejor su estada en
el campo y a las sobrevivientes, a recomponer sus vidas.
Según Susana Reyes, “nosotras nos basamos más en el afecto. La
mujer habla mucho de sus cosas. Enseguida entablábamos una relación
afectiva. El varón se encierra más y es más individualista. Ellos estaban
esperando que los llevaran, que los ‘trasladaran’. Creo que el afecto fue
lo que nos mantuvo más enteras, el poder compartir afecto es lo que a
nosotras nos hizo más fuertes. El hombre se quebraba más fácil. Salvo
aquellos que se comunicaban, como Héctor Oesterheld, que hacía histo-
rietas y nos las pasaba para que leyéramos. Hacía algo por otros. Una vez
pedimos permiso para pasarles lavandina a las paredes porque había mu-
cha humedad. El tema era hacer algo para pasar el tiempo. Ojo, a veces
pasaban días enteros sin que abriéramos la boca, dependía de los guar-
dias. Modelábamos miga de pan, nos contábamos cosas, hablábamos de
hombres, de lo que fuera...”.
La solidaridad constituyó una forma de resistencia que desafió a la
lógica individualista del dispositivo, y por eso fue tal vez la más signifi-
cativa. La solidaridad es un valor clave para la subsistencia que impide
la consolidación de un poder totalizante.
“El mate se cebaba a los guardias –detalla Ana Di Salvo–, y si ellos
decían que no tomaban más, se podía dar un mate a cada una. Todo se
repartía entre todas. Si algún guardia les tiraba un cigarrillo, lo repartían.
Entonces yo, que no fumaba, protesté. Y un guardia me trajo un carame-
lo. Un Halls muy picante, asqueroso, que yo chupaba todos los días un
poquito, lo envolvía y me lo guardaba en el bolsillo de la blusa. En ese
momento era un manjar.
”Una tarde –prosigue–, pusieron al lado mío a una chica que después
reconocí como María Adela de Lanzilotti y, como los guardias estaban
afuera, propuso que nos viéramos las caras. Nos paramos, nos levanta-
mos la capucha y volvimos a bajar rápido. Y cuando me escuchaba llo-
rar, me cantaba canciones de María Elena Walsh. Lo hacía tan bajito que
la escuchaba solamente yo, que ponía la oreja, porque si la escuchaban
cantando... Ella está desaparecida.
”Otra noche encontré en el zócalo de la pared un rollito de papel. Me
dio miedo, pero lo abrí. Había una aguja de coser. Uno de los guardias
nos trajo trapos e hicimos cositas. Yo bordaba trapitos que decían ‘Lu-
ciano’ con punto cadena. Cuando ‘trasladaban’ a alguna, creyendo inge-
nuamente que la llevaban a un lugar mejor o que pasaba a ser legal, le
dábamos regalos, y después hacíamos otros.”21
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 80

“A pesar de todo, en el campo se resistía –afirma Daleo–. Se dio un


combate militante que no tuvo la grandiosidad de la fuga, pero hubo
otras formas de resistencia. Una era mantener la solidaridad con los
compañeros: compartir tu pan era un acto de resistencia. Una máxima
[de los represores] dentro de la ESMA era ‘este proceso es individual’.
Ellos tenían claro que tenían que romper la conciencia solidaria, porque
una de las características de la militancia de los Sesenta y los Setenta y
de la conciencia social argentina era la solidaridad. [...] El lenguaje fue La “Mansión Seré”, centro dependiente
una forma de resistencia particular: no usar las palabras que usaban ellos de la Aeronáutica y ubicado a dos
–entiende Graciela Daleo–. Ellos decían ‘chupar’ o ‘chupadero’, ‘la cuadras de la estación Ituzaingó, en el
partido bonaerense de Morón, fue el
monta’, en lugar de montoneros, y ‘esto no tiene límites’. Yo jamás usa-
primer lugar de detención de Pilar
ba esas palabras porque sentía que [así preservaba] un terreno personal Calveiro. Luego de un fallido intento de
de resistencia”. fuga, que agravó el estado de su
“Las palabras que tuvieran que ver con organizaciones armadas no cuerpo torturado, fue trasladada a
podían usarse. Las militantes se cuidaban de no usarlas. Pero un ‘pere- otros campos y, finalmente, a la ESMA.
jil’ como yo no necesitaba evitarlas”, dice Ana Di Salvo. Muchos años después, Calveiro
estudiaría en profundidad los campos
Además, al conversar entre ellas, las detenidas recuperaban su nom- de concentración para su tesis
bre –las militantes, el “nombre de guerra”–, ya que nunca se llamaban doctoral.
por el número. Gentileza de Roberto Pera.
81 ENCIERROS Y SUJECIONES

La risa, lo mismo que el juego y el trabajo, constituyeron pequeñas-


grandes formas de transgredir las amenazas. Confirman la voluntad de
lo humano de protegerse y subsistir.
En “El Vesubio”, los guardias tampoco estaban tranquilos. “Había
una pared –se ríe Susana Reyes– que tenía electricidad y siempre hacía-
mos que los guardias se apoyaran. Les pedíamos que nos alcanzaran al-
go, o que ‘miren, que está goteando’ y entonces les daba una descarga
eléctrica.
”También circulaba la leyenda de un chico que había levantado una
teja y se había escapado. Los guardias eran muy ignorantes y supersti-
ciosos. Entonces nosotras decíamos ‘mmmmmm’ con la boca cerrada,
igual que en la escuela para fastidiar a la maestra. Mientras tanto, algu-
na hablaba para que no se dieran cuenta; nos turnábamos. Entonces los
guardias se enloquecían: ‘¿Qué es eso?’. Y nosotras respondíamos: ‘De-
be ser Federico. Es el espíritu de Federico que está volviendo’. Y pasa-
ban la noche desesperados.”

La vida y la muerte. Dentro del campo de concentración, los represores tenían poder de vi-
Nuevos parámetros da y muerte sobre los prisioneros y prisioneras. “Nosotros somos Dios”:
muchos testimonios coinciden en que ésta era una frase reiterada por los
torturadores. La aparente arbitrariedad con que podían matar o “devol-
ver” la vida aumentaba el sentimiento de impotencia, de que no se po-
día pelear contra la “irracionalidad”. Y a su vez generó en las sobrevi-
vientes una sensación de agradecimiento al hombre que les había
“perdonado” la vida. La vida y la muerte adquirieron otro significado en
el campo, y en su valoración entraron en juego parámetros distintos de
los que regían afuera.
“Estos señores son vistos como señores de la muerte –analiza Gra-
ciela Daleo–. Y en realidad ejercieron como señores de la vida y de la
muerte. Porque hace falta un poder muy grande para matar. Pero hace
falta un poder mayor para no matar y dejarte vivo como cautivo, para
que sientas permanentemente que él no te mató e inspirarte agradeci-
miento. Estas dictaduras transformaron lo que es el derecho a la vida del
hombre en una concesión del poder. Y conceder la vida es tan terrible
como decidir la muerte. Ser dueño de la vida no es sólo decidir matarte
sino determinar cómo vas a vivir, y hacer que estés eternamente agrade-
cido por estar vivo.
”En mí convivían la vida y la muerte todo el tiempo, la sensación de
que nos iban a matar y de que íbamos a vivir –continúa Daleo–. ¿Cómo
se traducía mi convicción de que nos iban a matar?: por ejemplo, a ve-
ces me preguntaba ‘¿cómo puede ser que después de haber estado un
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 82

año y medio con Rosita, no sepa su apellido? Si total me van a matar’, El 21 de septiembre de 1983 se llevó a
pensaba. Además manteníamos ciertos códigos de la militancia: no le cabo la segunda Marcha de la
Resistencia, convocada por Madres de
preguntábamos el apellido al otro para no ponerlo en riesgo, lo cual era
Plaza de Mayo en reclamo por sus
absurdo, porque el otro ya estaba ahí adentro. A veces me atormento hijos desaparecidos. Estudiantes y
pensando ‘¿por qué no le pregunté el apellido a Fulano?’. Yo creía que artistas plásticos empapelaron la Plaza
me mataban pero también que iba a vivir. Los uruguayos tienen una ex- de Mayo con las célebres Siluetas,
presión: ‘la vida puede más’. Aunque vos estés convencido de la muer- evocando a través de estos cuerpos sin
te, mientras estás vivo, estás vivo.” rostro a los compañeros secuestrados y
asesinados por la dictadura militar.
“A mí me soltaron durante la guardia de ‘Techo’ –recuerda Susana Gentileza de Ricardo Cárcova.
Reyes–. Entonces le pedí que me dejara despedirme de mis compañeras
y cuando me estaba por ir, abracé al custodio y le dije ‘gracias por to-
do’. Ahora lo pienso y me pregunto: ‘¿gracias, por qué?’. Pero ahí uno
mide todo con otros parámetros. Tal vez le agradecí porque castigó al ti-
po que me había pegado, porque me dejó despedirme de mis compañe-
ras. Hoy pienso que es una locura, pero entonces sentí que tenía algo que
agradecerle.”
“Cuando estás metida en ese cuartito –explica Graciela Daleo–, la
comida, el sueño, la ropa, el futuro, tu vida depende del torturador. Te
83 ENCIERROS Y SUJECIONES

reduce a un estado de inermidad tan absoluta que terminás besando la


mano que te oprime.”
Fue en la relación con los custodios donde se sintieron las mayores
contradicciones, debido al contacto permanente, a diferencia de los in-
terrogadores, que estaban abocados a la tarea específica del tormento fí-
sico. Según testimonian las sobrevivientes, había guardias de todo tipo.
Algunos esperaban a que se fuera la “patota” para comenzar su diver-
sión, torturando y violando a las detenidas por su cuenta. Otros se limi-
taban a vigilarlas. La relación con los custodios era tan esquizofrénica
como todo en el campo: el guardia podía ser Dios o el Diablo, magná-
nimo en el maltrato o vil en la compasión.
Muchas detenidas subrayan esta contradicción. “Una vez, uno se
metió en mi cucha –recuerda Susana Reyes– y yo dije ‘chau, acá perdí’.
Pero no. Vino a abrazarme y a llorar, porque decía que tenía una hija
igual a mí, que él no quería hacer lo que hacía.”
“A los guardias les gustaba charlar con las detenidas –cuenta Ana Di
Salvo–. Estaban habituados a tratar con otro tipo de mujeres. Uno de
ellos, ‘el Pájaro’, vino una mañana y se encontró con que una de las chi-
cas ya no estaba. Se quedó mirando la cucha vacía y se agarró la cabe-
za con las manos. Parecía triste.
”Todo dependía del día. A veces no tenían ganas de cuidarnos, pren-
dían las luces, tomábamos mate y charlábamos. Y cuando volvía la guar-
dia a los dos días, estaban enojados con ellos mismos por haberse aflo-
jado y tenías que pedir permiso para respirar.”

Sobrevivientes Una característica común a las sobrevivientes es que no saben por


qué sobrevivieron. Según Graciela Daleo, “hay una lógica común a to-
dos los campos: estamos vivos porque los militares decidieron dejar
gente viva. Lo azaroso era la decisión de quién vive y quién no. ¿Cuá-
les eran los criterios? Si eras un número tirado en la cucha, estabas pa-
ra el traslado. Pero a veces había un hecho que te singularizaba. [...] A
mí me singularizaron determinadas cosas al entrar al campo. Pero des-
pués me distinguí porque escribía rápido a máquina y lo sabía un com-
pañero que estaba en la ‘Pecera’ (una especie de oficina con paredes de
vidrio donde los represores pusieron a trabajar en archivos de inteligen-
cia a algunos secuestrados). Me sacó de ‘Capucha’ algo tan aleatorio co-
mo eso, me pusieron a escribir y los militares me venían a ver: ‘Mirá,
escribe sin mirar’, decían. Pero a grandes rasgos, había una decisión de
política represiva, de dejar gente viva. Porque si bien la represión de la
dictadura tiene como característica básica y central la clandestinidad en
su ejercicio, también había una represión abierta. La que más estragos
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 84

hizo fue la encubierta, con soldados y policías vestidos de civil, en los En 1984, las Madres de Plaza de Mayo
coches sin chapa. Pero para que esa represión clandestina tenga un efec- convocaron a la que se recordó como
to social multiplicador hacia todos, esa represión debe conocerse. En- la Manifestación de las Máscaras. En
una puesta en escena a la vez política y
tonces, por un lado, los medios no tenían que hablar de lo que sucedía. estética, estas máscaras denunciaron el
Si uno hace un rastreo en los diarios, ve que el terror apareció; pero na- exterminio de las identidades, de las
da tenía responsables: ‘treinta cadáveres dinamitados en Pilar’; ‘se en- historias y de los cuerpos de los
contró fusilado un sujeto masculino en el Obelisco’; ‘fueron hallados prisioneros en los campos de
cinco cadáveres en la costa uruguaya...’. Pero hubo otra forma de tras- concentración y de sus hijos, que
siguen siendo cautivos de una mentira
mitir el terror, y para eso nos utilizaron a nosotros como multiplicado-
representada por sus padres de facto.
res del horror, si bien el mandato explícito cuando nos liberaban era ‘no Gentileza de Roberto Pera.
digas nada’. A un sobreviviente de ‘El Olimpo’, cuando lo tiran en la ca-
lle le dicen: ‘Esperá diez minutos antes de sacarte la venda y no mires
para atrás’. Esto tiene varias lecturas: no nos mires a nosotros, no mires
tu pasado de militante, no mires lo que pasó adentro del campo, olvida-
te, esto no ha pasado, te va a dejar una marca eternamente. Si bien el
mandato expreso es callar, ¿cuál es el denominador común de los sobre-
vivientes?: para que el terror sea efectivo, tiene que ser conocido. ¿Có-
mo se hacía conocer el terror si desde el nivel oficial se negaba? A tra-
85 ENCIERROS Y SUJECIONES

vés de nosotros. Si contábamos lo que había pasado, aterrorizábamos;


pero si no lo contábamos, nuestra presencia generaba terror porque ha-
bía desconfianza y silencio social. Y esto implica que estás aceptando
socialmente que hay algo muy terrible de lo cual no se habla”.

Conclusiones El resultado de esta metodología represiva fue el exterminio masivo


de una generación de militantes políticos y sindicales. Las militantes de
los Setenta, con todas las dificultades imaginables, hicieron una irrup-
ción sin precedentes en el escenario político-militar argentino y eso su-
puso, para los militares, un grado de rebeldía a ciertos valores patriarca-
les que las confinaban al mundo privado, adonde la reeducación del
campo pretendió devolverlas. Esto se leyó como tanto o más subversivo
que la revolución socialista. Y además permitió una brutal persecución
que no fue inocente a la hora de redistribuir los roles genéricos y de apli-
car los castigos.
Así como la dictadura buscó modos específicos de atacar y humillar
a la mujer por ser mujer, también encontró una forma específica de ha-
cerlo con las generaciones futuras: la apropiación de los hijos. El efec-
to inmediato fue conservar a las criaturas como parte del botín de gue-
rra. Pero a futuro significa: “nos quedamos con vuestra siembra y la
controlamos de ahora en adelante”. El cautiverio de las madres se pro-
longa en el de los hijos. Y el torturador que torturó a sus padres, hoy los
sigue torturando a ellos.
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 86

Notas
1 Giberti, Eva, La mujer y la violencia invisible, Sudamericana, Buenos Aires. 1992,
pág. 17.

2 Lagarde, Marcela, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, pre-
sas y locas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997, pág. 258.

3 Calveiro, Pilar, Poder y desaparición, Colihue, Buenos Aires, 1998, págs. 27 y 92.
El destacado corresponde al original.

4 Ibídem., pág 31. El destacado corresponde al original.

5 Bunster, Ximena, “Sobreviviendo más allá del miedo”, en La mujer ausente. Dere-
chos humanos en el mundo, Isis Internacional, 1991, pág. 47.

6 Entrevista a Susana Reyes, 7 de diciembre de 1998.

7 Testimonio de Daniel Eduardo Fernández, Nunca más (Informe de la Comisión Na-


cional sobre la Desaparición de Personas), Buenos Aires, Eudeba, 1984, pág. 47.

8 Eltit, Diamela, en Debate Feminista, año 7, vol. XIV, “Cuerpos nómadas”, octubre
de 1996, pág. 108.

9 Entrevista a Graciela Daleo, 31 de diciembre de 1998.

10 Lagarde, Marcela, Los cautiverios..., ob. cit., págs. 261, 267 y 268.

11 Testimonio de C. G. F., Nunca más, ob. cit., pág. 49. La mayoría de las víctimas de
violaciones son nombradas en el informe por sus iniciales.

12 Testimonio de F. E. V. C., Nunca más, ob. cit., pág. 331.

13 Testimonio de D. N. C., Nunca más, ob. cit., pág. 155. El destacado es nuestro.

14 Entrevista a Ana Di Salvo, diciembre de 1998.

15 Nunca más, ob. cit., pág. 135.

16 Ibídem, pág. 303.

17 Ibídem, pág. 304.

18 Calveiro, Pilar, Poder..., ob. cit., pág. 94. El destacado corresponde al original.

19 Ibídem, pág. 77.


Cuerpos y sexualidad
Mirta Zaida Lobato
Karin Grammático
Raúl Horacio Campodónico - Fernanda Gil Lozano
Karina Felitti
Orientamos aquí la mirada hacia los cuerpos femeninos para abor-
dar diferentes aspectos de las inscripciones sociales que nos permiten
develar arbitrariedades, excusas, prejuicios y una multiplicidad de
construcciones que afectaron directamente las posiciones sociales, la-
borales y afectivas femeninas.
Los primeros años del siglo XX muestran un país en pleno proceso
de formación de su Estado y de sus ciudadanos. En tal sentido, pode-
mos afirmar que “argentino o argentina no se nace, sino que se hace”.
Las mujeres de nuestro país fueron el producto de un diseño arquitectó-
nico social previo. Traídos de Europa y adoptados por nuestros intelec-
tuales, los valores burgueses se vivieron de diferentes maneras. El amor
maternal, el hogar, el cuidado de los hijos, formaron parte de la cons-
trucción argentina. Pero las mujeres de los sectores menos privilegiados
tuvieron que soportar una doble carga: ellas no eligieron trabajar fue-
ra del hogar; la necesidad fue el motor que las sacó de ese lugar, con-
siderado en general como el ámbito natural de la mujer. Si bien la idea
de “necesidad” dio un amparo moral a las obreras, el reforzamiento de
la noción de “maternidad” como función identitaria primaria en la mu-
jer hizo del cuerpo femenino un territorio donde pelearon fuerzas anta-
gónicas. En las fábricas convivieron varones y mujeres. Los conceptos
genéricos reforzaron prejuicios sociales que descalificaron el trabajo
femenino. En una sociedad que privilegia la fuerza sobre la habilidad,
los salarios se cotizan de acuerdo con esta percepción. El capítulo de-
dicado a la vida de las mujeres en las fábricas se enriquece con un cu-
rioso caso judicial donde la “belleza” como atributo femenino se con-
vierte en una carta favorable para una obrera accidentada.
Otro de los lugares donde varones y mujeres intercambiaron placer
y trabajo fue el prostíbulo. El artículo que aborda este tema es una ven-
tana a través de la cual podemos observar a legisladores, médicos y
otros varones opinando y escribiendo leyes sobre cuerpos ajenos –en el
sentido amplio de la palabra.
Prostitutas y prostíbulos constituyen otra historia dentro de la His-
toria argentina. El azaroso camino recorrido por las “casas de toleran-
cia” desde su legalización durante el siglo XIX hasta su prohibición en
1936 expresa el desconocimiento y los prejuicios reinantes respecto de
las enfermedades sexuales y de quienes eran consideradas agentes prin-
cipales de transmisión: prostitutas, y también obreras.
El período se observa a través de los prismas del tango y el cine.
Nuestra música ciudadana marca y señala territorios donde todo aque-
llo que legitima y eleva al varón, ensucia y rebaja a la mujer. Réplica,
espejo, historias con fines didácticos, el cine es una magia con múltiples
entradas.
Los años sesenta muestran, en la clase media, un conflicto donde el
placer, la liberación, la represión y la censura metaforizan el modelo
político dictatorial, encarnado entonces en el general Juan Carlos On-
ganía. La expresión “orgasmo femenino” revela un conflicto mucho
más profundo, biologizado en el cuerpo de un grupo oprimido, reprimi-
do, controlado, encerrado y ocultado.
Lenguaje laboral y de género
en el trabajo industrial
Primera mitad del siglo XX
Mirta Zaida Lobato

Ellos (as) vivieron en aquellos tiempos de agudos trastornos


sociales, y nosotros no. Sus aspiraciones eran válidas en términos
de su propia existencia: y si fueron víctimas de la historia, siguen,
al condenarse sus propias vidas, siendo víctimas.
E. P. THOMPSON1

Desde fines del siglo XIX, las mujeres se integraron en el trabajo


asalariado fuera del hogar y, en particular, en el trabajo fabril. Se em-
plearon en las grandes fábricas del rubro alimentación, en la industria de
la carne, en las fábricas de cigarrillos y de fósforos, en la industria tex-
til. La experiencia del trabajo en las fábricas se diferenciaba notable-
mente de la de sus compañeros varones y también de la vida laboral de
otras mujeres, que realizaban tareas remuneradas en el mundo privado
del hogar.2 La historia laboral en la industria es poco conocida aún, pues
predominan todavía dos imágenes: la de mujeres dedicadas a las tareas
domésticas, es decir al conjunto de actividades que garantizan su repro-
ducción y la de su familia, y la de mujeres que reciben un salario por las
labores que realizan en su propio domicilio. Sin embargo, en las fábri-
cas de las actividades industriales más importantes durante el período
que se extiende entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX se de-
sarrolló un lenguaje laboral y de género que conviene analizar. A principios del siglo XX, la industria
de la alimentación contrataba
La conformación del mundo del trabajo y la constitución de espacios
numerosas mujeres.
laborales produjeron cambios importantes en las relaciones entre los se- Obreras envasando bombones, 1929.
xos, tanto dentro de la fábrica como fuera de ella; esos cambios no su- Archivo General de la Nación,
cedieron de manera vertiginosa sino que insumieron varias décadas del Departamento Fotografía.
92 CUERPOS Y SEXUALIDAD

La costura fue un bolsón de empleo siglo XX. Durante muchos años, la experiencia industrial fue dejando
femenino y podía realizarse en el huellas profundas en las prácticas y en las ideas que sobre el trabajo te-
hogar o en los numerosos talleres nían varones y mujeres. En la fábrica, como en la escuela y en la fami-
que se diseminaron por la ciudad
lia, se inculcan ciertas normas y valores que, con el tiempo, son consi-
de Buenos Aires.
Obrera en un taller de costura,
derados naturales.3 Las prácticas cotidianas y el lenguaje de todos los
ca. 1920. Archivo General de la días estructuran la percepción concreta y simbólica de la vida social y se
Nación, Departamento Fotografía. diferencian en cada momento histórico.
Cuando el sistema de fábrica se difundió en la Argentina de fines del
siglo XIX, los hombres y mujeres que se incorporaron en el trabajo fa-
bril otorgaron, a partir de esa experiencia, diferentes significados a las
labores industriales. La división sexual del trabajo comenzó a ser perci-
bida como un estado de desigualdad y como una doble forma de some-
timiento para las mujeres; en cambio, para los hombres fue el motor que
los convirtió en sujetos de derecho.
Aunque la estructura de la producción se delineaba como masculina,
las mujeres entraban en las fábricas y formaban en ese contexto sus pro-
pias identidades. El ingreso de las mujeres en el trabajo asalariado era
siempre conflictivo, pues generaba tensiones con sus obligaciones fami-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 93

liares. La experiencia de la fábrica contradecía en la práctica la noción


de que el lugar de la mujer era el plácido espacio del hogar, que debía
estar protegido de las tempestades del mundo moderno. Esta noción ha-
bía comenzado a afianzarse con las transformaciones económicas, socia-
les, políticas y culturales que acompañaron a la consolidación capitalis-
ta en el país.

La transformación económica y social que se produjo en nuestro país Las mujeres en las fábricas
desde la segunda mitad del siglo XIX abrió nuevas oportunidades de
empleo para hombres y mujeres. Aunque la economía argentina estaba
basada en la producción agrícola-ganadera, la industria fue uno de esos
espacios donde era posible encontrar un número nada desdeñable de
mujeres que producían bienes para un mercado consumidor en crecien-
te expansión. El desarrollo de esas actividades fue desigual en todo el te- En los frigoríficos, la sección Conserva
era uno de los departamentos donde se
rritorio nacional. La región pampeana, convertida en un polo dinámico
concentraba el trabajo femenino.
de crecimiento económico, concentró la mayor cantidad y diversidad de Frigorífico Swift, Berisso, ca. 1950.
actividades industriales; en el resto del país predominaban los pequeños Archivo General de la Nación,
talleres, salvo en las agroindustrias azucarera y vitivinícola, que eran im- Departamento Fotografía.
94 CUERPOS Y SEXUALIDAD

portantes en las provincias de Tucumán, Jujuy y Mendoza. Por otra par-


te, el crecimiento vertiginoso de la población con la llegada de miles de
inmigrantes aumentó la demanda de bienes para satisfacer las necesida-
des de alimentación, vivienda, vestido y educación, que fue cubierta por
las actividades industriales, en particular las del litoral.
En fábricas como las de Ángel Braceras, ubicada muy cerca de la ac-
tual Plaza del Congreso, unas cuatrocientos cincuenta mujeres cosían
vestidos, tapados, trajes para hombres y mujeres, ropa para niños y cas-
cos para vigilantes. En otras compañías, como Sere, entre quinientas y
mil trabajadoras confeccionaban bolsas que se utilizaban en las cosechas
de cereal, lonas para cubrir carros, parvas y vagones del ferrocarril y pa-
ra armar carpas para las cuadrillas de trabajadores varones. En las fábri-
cas de cigarrillos –Álvarez y Cía., Piccardo y la Compañía General de
Tabacos–, las tareas de empaque eran realizadas por las manos de mu-
chas mujeres. Lo mismo ocurría en la fabricación de fósforos y en las di-
versas ramas de la industria de la alimentación.
El trabajo femenino fue también importante en la industria de la car-
No todos los trabajos industriales eran ne, el principal rubro de exportación industrial. En los grandes estable-
considerados apropiados para las cimientos de capital norteamericano, como Swift y Armour, las mujeres
mujeres; por eso, muchas jóvenes limpiaban y clasificaban tripas y lanas, cortaban y envasaban carne. En
aspiraban a convertirse en empleadas.
la preparación del corned beef, de la viandada, del picadillo de carne in-
Dactilógrafa, 1919. Archivo General de
la Nación, Departamento Fotografía. tervenían las mujeres, entre setecientas y mil quinientas en cada unidad
de producción, y en su mayoría inmigrantes, sobre todo en las primeras
décadas del siglo XX.4
Pero la actividad que realmente concentraba mujeres era la industria
textil. Con la gran expansión que experimentó esta actividad en el perío-
do de entreguerras, las numerosas compañías de la Capital Federal y del
primer cordón industrial de su periferia tenían el 80 por ciento de su per-
sonal constituido por mujeres. En contraposición, un reducido número
se incorporó a la industria gráfica a partir de la ampliación de los cam-
pos de lectura como resultado de la alfabetización, lo que acrecentó la
demanda de periódicos, libros y folletos,5 y el ingreso de nuevas maqui-
narias, que favoreció la demanda de mano de obra semicalificada o sin
ninguna especialización que fue cubierta por mujeres.6
Las mujeres no sólo se incorporaron en la industria, también ingre-
saron en el comercio y los servicios, en particular la telefonía, actividad
que se expandió a partir del Centenario (1910).
Durante la primera mitad del siglo XX desaparecieron y aparecieron
numerosas ocupaciones y se produjo una renovación de la fuerza de tra-
bajo. La gran concentración de mujeres en algunas pocas compañías que
dominaban el mercado es un dato relevante, no sólo porque implicaba a
centenares de operarias sino también porque en las fábricas se fue con-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 95

formando un conjunto de creencias, ideologías y valores sobre los roles


productivos de hombres y mujeres, constituyendo una cultura donde
ciertos discursos y prácticas otorgaron legitimidad pública a las desi-
gualdades y a la discriminación. Las relaciones que se establecían en los
espacios productivos generaban un conflictivo proceso que acentuaba
las asimetrías entre mujeres y varones.

Aunque las condiciones de trabajo podían variar de una fábrica a otra El trabajo femenino: un jirón
y entre las diferentes ramas industriales, se fue consolidando durante la del hogar abandonado
primera mitad del siglo XX un conjunto de nociones básicas que se con-
virtió en un sustrato común para clasificar y calificar el trabajo de hom-
bres y mujeres. Al constituirse y afianzarse la función reproductora de
las mujeres, las obreras fabriles tenían que compaginar su relación con
la producción (horarios, tareas, jerarquías) con esas nociones. “Entrar a la fábrica era salvarse”,
El ingreso de las mujeres en las fábricas se producía en un contexto decía una obrera. El trabajo permitía
escapar de la miseria o satisfacer las
discursivo y práctico en el que se mezclaba su propia experiencia como
necesidades materiales de una familia.
mujer trabajadora con las imágenes que se conformaban alrededor del Obreras esperando para entrar en la
ideal maternal, la familia y el hogar como centrales en la vida femenina. fábrica, 1928. Archivo General de la
La “cuestión familiar”, como un objeto problemático que convocaba al Nación, Departamento Fotografía.
96 CUERPOS Y SEXUALIDAD

conocimiento científico y a la intervención moral, se encontraba en la


base de la empresa transformadora del país que adquirió vigor en el úl-
timo cuarto del siglo XIX y se consolidó en la primera década del XX.
Los discursos diseminados en la prensa y en las acciones prácticas de di-
versas instituciones enfatizaban que la mujer se realizaba en la materni-
dad; la mujer obrera era una especie de híbrido degenerado y potencial-
mente degenerador. Al integrarse en el trabajo industrial, al procurarse
para ella y su familia un salario, la mujer obrera se convertía en un ele-
mento disgregador de la unión del hogar.
Las mujeres de todas las clases sociales debían “reinar” en el hogar,
pero las mujeres de la clase obrera estaban acicateadas por la necesidad.
El concepto de necesidad es fundamental a la hora de justificar el ingre-
so en el trabajo asalariado fuera del hogar.7 En efecto, la escasez de al-
gunos bienes materiales y la insuficiencia de los salarios masculinos pa-
ra satisfacer las necesidades familiares eran los motivos esgrimidos por
las mujeres obreras de la industria de la carne y textil que iniciaron sus
experiencias de trabajo en la década de 1930. La necesidad de ayudar
económicamente al esposo o a la familia era el único argumento de pe-
so para justificar el ingreso en una fábrica que la mujer podía esgrimir
ante la familia y la sociedad, que desaprobaban su decisión. Por otra
parte, cuando la necesidad desaparecía o se amortiguaba podían refu-
giarse otra vez en la casa y en la familia. La fábrica entonces se confor-
mó como un lugar de paso, pues la realización femenina estaba en el ho-
gar y la maternidad. En cambio, el varón tenía la obligación de obtener

La contradicción entre el trabajo y la


maternidad constituyó un tema difícil
de resolver para la madre obrera.
Durante la década del treinta, en
algunas empresas se instalaron
guarderías.
“Mientras las madres trabajan...”,
Swiftlandia, vol. 1, nº 6, abril de 1941.
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 97

En el frigorífico Armour, de Berisso,


trabajaban alrededor de 1300 mujeres,
muchas de ellas extranjeras (polacas,
lituanas, italianas, checoslovacas y
rusas, entre otros grupos nacionales).
Salida del frigorífico Armour, Berisso,
Buenos Aires, ca. 1950. Archivo
General de la Nación, Departamento
Fotografía.

un empleo remunerado para proveer el sustento de su mujer y de los hi-


jos, y las obligaciones familiares de otro tipo pasaron a un plano secun-
dario. La asociación mujer-madre-hogar se fue edificando en un largo
proceso de manera paralela a la asociación varón-sustento familiar, que
era más amplia, ya que toda la sociedad pensaba que la obligación del
varón era velar por su familia por medio de las energías gastadas fuera
del hogar.
Este campo de representación de los roles masculinos y femeninos
solamente podía romperse en caso de necesidad y fue a partir de esa no-
ción como las mujeres pudieron resolver el desafío de conciliar el traba-
jo fabril con el deber ser femenino. En la práctica, compatibilizar ambas
funciones dependía de que se tuvieran obligaciones familiares (hijos) o
no, pues durante las primeras décadas del siglo XX las mujeres pobres
con hijos que debían trabajar para vivir estaban obligadas a realizar una
infinidad de arreglos familiares y vecinales para atender a los pequeños
durante su ausencia. Hasta la década de 1930, casi ninguno de los gran-
des establecimientos industriales instaló guarderías para que permanecie-
ran los hijos de las obreras madres; esa práctica comenzó a generalizarse
recién en la década siguiente. De modo que la madre obrera tenía que en-
frentar un serio problema cuya resolución no siempre era fácil y que de
ningún modo se le planteaba al obrero varón.
La idea de que el trabajo asalariado fuera del hogar era parte de un
desorden que era necesario subsanar fue un motivo clásico de la pren-
sa burguesa y la de los públicos subalternos (hojas gremiales, feminis-
98 CUERPOS Y SEXUALIDAD

tas y contestatarias en términos generales), de los reclamos de las orga-


nizaciones obreras, de algunas militantes socialistas y anarquistas e in-
cluso de los funcionarios estatales y de algunos políticos de la elite go-
bernante.
“Es feminismo [...] el apartar de todo trabajo manual a la compañe-
ra de la vida, restituyéndola, con plena igualdad en la familia, a sus
funciones naturales: tener hijos, criarlos, ‘prepararlos’, conservar y
acrecentar en interés común ‘el nido’, dejando en absoluto al cuidado
del hombre, lo correspondiente a las necesidades de aquél”, decía El
Obrero Gráfico en 1913.8 En 1919 se publicaba en La Protesta un ex-
tenso artículo sobre las mujeres obreras y la necesidad o no de su pro-
tección: “...¿qué puede engendrar una prostituta, una fabriquera, una
empleadilla? [...] Cinco mesinos, abortos, medusas, espumarejos, futu-
ros cosacos...”.9
La preocupación por la maternidad presente y futura de las obreras,
El cuidado del cuerpo mediante la por las dimensiones de la política y de la familia, fue expresada tam-
práctica deportiva fue una premisa bién por intelectuales y políticos convocados por la Revista Argentina
importante para el desarrollo de los de Ciencias Políticas. Desde sus páginas se formuló un nacionalismo
clubes de empresa. La fábrica Grafa
maternalista según el cual el problema de la maternidad y de la infan-
tuvo el suyo y allí las mujeres
practicaban natación, básquet cia tenía gran importancia desde el punto de vista político y económi-
y gimnasia. co en un país como la Argentina, que necesitaba desarrollar sus ener-
Club Grafa, Revista Oficial, año II, gías. “El trabajo de la mujer, que es el síntoma más grave, expone [...]
nº 15, enero de 1942. la primera fuente de la existencia humana, la maternidad [...] la función
biológica de la mujer es muy superior [...] a su puesto en una usina o
en una fábrica, su verdadera misión es elaborar la raza humana”, sos-
tenían.10
Para resolver la anormalidad que suponía la presencia inquietante de
las mujeres en las fábricas, las organizaciones gremiales, el Estado y los
militantes socialistas y católicos intentaron ordenar y reglamentar el tra-
bajo femenino. En este plano, el concepto de organismo femenino fue
central para diferenciar el trabajo de hombres y mujeres en las fábricas
y para impulsar la legislación protectora de la mujer obrera.
La capacidad reproductora de la mujer se convirtió en un valor fun-
damental, más importante aún que su destreza para realizar determina-
das tareas fuera del hogar. La función de madre fue considerada central
para la nueva sociedad y garantía para la constitución de una comuni-
dad sana y vigorosa. Se acuñó así la idea de la maternidad social como
fundamental y fue esa noción la que permitió consolidar la idea de que
la mujer que trabajaba en la industria atentaba contra la salud de la ra-
za y de la nación. La idea de maternidad social fue funcional también
para las corrientes contestatarias, pues se planteaba que el trabajo fabril
femenino atentaba contra la reproducción de los que podían continuar
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 99

La Revista Grafa contaba con una


sección dedicada a informar sobre las
actividades deportivas y difundir temas
relacionados con el mejor cuidado del
cuerpo femenino.
Viñeta de título de la sección
Departamento Femenino.

con los ideales de la revolución social. Entonces, la mujer debía ser


erradicada de las malditas fábricas que debilitaban su potencialidad de
madre y alteraban el cuadro de responsabilidades que una familia mo-
delo exigía.
La idea sobre el hogar como el ámbito “natural” para la mujer fue
adquiriendo tanto poder que hasta los más acérrimos sostenedores de
la libertad y la igualdad para los individuos la proclamaron. Por ejem-
plo, en La Protesta, el periódico anarquista más importante, se publi-
caron numerosas notas referidas al trabajo de la mujer y a su participa-
ción en las luchas gremiales. En 1919, cuando se hacían visibles los
síntomas de la desocupación –posteriores a la expansión de algunas ac-
tividades debida a la demanda excepcional que se produjo durante la
Primera Guerra Mundial–, decía un columnista de ese periódico:
“Existen a millares los hombres sin ocupación alguna y se habla del
trabajo de la mujer [...] No somos enemigos de la emancipación moral
de nuestras compañeras, la colocamos en el mismo nivel ético e inte-
lectual del hombre, pero somos enemigos de aquellas que blasonando
de modernistas y liberales encuentran la emancipación de la mujer en
el taller o en el voto”.11
Pocos días más tarde, se publicaba otra nota en primera plana que
provocó la respuesta airada de varios militantes anarquistas, hombres y
mujeres. Allí se planteaba claramente la existencia del doble trabajo
que realizan las mujeres, pero desde una óptica masculina que ha sido
dominante a lo largo del tiempo: “Todas las mujeres no pueden ser Lui-
sa Michel, la señora Severine, Emma Goldman o Rosa Luxemburgo.
Estas heroínas de las reivindicaciones proletarias son excepciones ra-
ras. ¡Si todas las hembras desearan obrar como ellas exactamente, se
acabarían en el mundo las novias y las madres! [...] No nos dejemos lle-
var por las pasiones y observemos el tópico fríamente. La mujer, fuera
del hogar [...] representa un obstáculo serio. Ella dirá que tiene éste y
100 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Bellas, elegantes y sensuales el otro derecho de inmiscuirse en lo que le parece; pero de esta mane-
ra ¿qué es de la familia? ¿De los niños que apenas balbucean y de los
niños que mañana han de ser nuestros continuadores? En dos sitios al
mismo tiempo es imposible encontrarse [...] Si la hembra quiere salir a
la calle, el macho debe quedarse forzosamente en la casa [...] Si no,
¿quién cuida el hogar y para qué un hombre se une a una compañera si
ésta experimenta más predilección por un garrote que por la eficaz es-
coba?”.12 El cuidado del hogar competía, con todo el peso moral que
podía significar un hogar abandonado, con el trabajo extradoméstico
asalariado. Por eso el concepto de necesidad fue la válvula de escape a
las presiones morales y al conflicto que significaba entrar en la fábrica
o el taller.
Aunque el ideal maternal se mantuvo a lo largo de la primera mitad
del siglo XX, se produjeron en las décadas de 1920 y 1930 algunas mo-
dificaciones importantes en el lenguaje referido a las mujeres. Las revis-
Las mujeres se incorporaron al trabajo tas empresarias –que se multiplicaron desde los años Treinta– y algunos
en las artes gráficas, pero generaron periódicos obreros propagaron ciertos discursos y prácticas relacionados
fuertes resistencias entre sus
con los cuerpos masculinos y femeninos.13 La difusión de la gimnasia y
compañeros varones.
Obrera encuadernadora, 1919. Archivo los deportes, la constitución de equipos deportivos femeninos (básquet
General de la Nación, Departamento y natación) conformados por obreras y empleadas fabriles dieron forma
Fotografía. a la necesidad de un estado físico armonioso y equilibrado no sólo ne-
cesario para el desarrollo armónico del cuerpo y para la gracia, agilidad
y elegancia en los movimientos sino también para tener una vida más
placentera.
“Practicar en la mujer la gimnasia sana e higiénica es conservar su
salud e ideal estético para mantener y perfeccionar la natural belleza de
sus formas”, se decía en la publicación de la fábrica textil Grafa. La ima-
gen del cuerpo bello y armónico competía con la de la pobre obrera es-
cuálida, poseedora y portadora de un cuerpo carente de atractivos que se
asociaba al trabajo industrial femenino.
Las publicaciones relacionadas con el trabajo fabril estaban a tono
con el interés por los temas relacionados con el cuerpo, por las cuestio-
nes asociadas con el placer sexual y la idea del matrimonio perfecto, no
sólo en nuestro país sino también en Europa.14
La difusión de estos temas en los ámbitos laborales no sólo se en-
cuentra entre las páginas de las publicaciones obreras y de los empresa-
rios; el juicio por accidente de trabajo iniciado por una obrera cuando
promediaba el siglo muestra el grado de materialización de esas prácti-
cas discursivas.15 Elba Isassa trabajaba en la empresa de Jamil y Nuri
Cabuli, ubicada en Florida, provincia de Buenos Aires. La fábrica era
una de las empresas medianas y chicas que daban su fisonomía a algu-
nos barrios de la Capital Federal como Chacarita, Barracas o Villa Cres-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 101

po, y a partidos periféricos como el de San Martín y Vicente López y,


junto a las grandes fábricas que dominaban el mercado, constituían el he-
terogéneo sector textil. Las grandes fábricas empleaban varios cientos de
trabajadores, en su mayoría mujeres. Entre dos mil y siete mil asalaria-
dos concurrían diariamente a empresas como Alpargatas, Campomar,
Ducilo, Grafa y Sudamtex.
Isassa demandó a la empresa mencionada por daños, y su abogado re-
currió a un argumento novedoso que no descartaba los puntos más clási-
cos en este tipo de demanda judicial: la compañía no sólo había actuado
con negligencia y violado la ley sino que el cuerpo femenino había sido
despojado de todos sus atributos de belleza y seducción. En la demanda
se sostenía que la máquina en la que trabajaba la obrera había arrancado
“a la víctima su cuero cabelludo [...] produciéndole el afeamiento estéti-
co que es de imaginar” y, como consecuencia, “una hermosa joven solte-
ra se ha visto de pronto afeada estéticamente, su éxito en las relaciones La imagen del cuerpo sano iba unida
sociales trocado bruscamente en un fracaso, el inevitable fracaso que pro- a la belleza femenina y ocupaba las
duce el físico antiestético, que transforma el movimiento de atracción tapas de numerosas publicaciones
destinadas a las mujeres.
que produce la belleza, en un golpe de repulsión”. En el lenguaje de la
Tapa de la revista Cine Argentino: Eva
presentación judicial se legitima la preocupación por la belleza física co- Duarte y el crack del club deportivo
mo un elemento importante para la seducción y el éxito personal. La ca- Boca Juniors, Bernardo Gandulla.
ra deformada, los ojos que perdieron el encanto de la mirada, la cabelle-
ra destruida, constituyen la representación de lo no deseable. En realidad
rompen la “semiótica del cuerpo” que se estuvo difundiendo desde los
años Veinte y que, según Beatriz Sarlo, “proporciona una imagen social,
trabajada desde la estética y desde la ideología”.16
La obrera había perdido el lenguaje de los ojos; la capacidad de ma-
nifestar deseos a través de ellos, de transmitir mensajes, de ser mirada.
También perdió la tersura de su cutis, cruzado después del accidente por
cicatrices, y la cabellera, ahora inexistente, no podía ser objeto de atrac-
ción. El accidente convirtió a la mujer en un cuerpo ignorado para el de-
seo y por eso estaba abatida, neurótica y retraída, en palabras de su abo-
gado. El discurso legal sugiere la apropiación del lenguaje diseminado
por las narraciones sentimentales analizadas por Beatriz Sarlo y resalta
(por su alteración) las zonas del cuerpo que pueden dar inicio a un ena-
moramiento.17
Este lenguaje muestra un deslizamiento discursivo que compite y se
complementa con aquel otro que se había acuñado desde fines del siglo
XIX: el de la mujer como sinónimo de cuerpo reproductor. Si la mujer
había perdido la capacidad de seducir, el accidente había obturado en rea-
lidad el camino del matrimonio. Era entonces la imposibilidad de formar
una pareja y de realizarse en la maternidad la peor de las consecuencias
para la obrera.
102 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Calificaciones, salarios En el trabajo fabril, los cuerpos (femenino-masculino) se definían


y jerarquías por las posesiones y las carencias. Los hombres tenían la fuerza y la des-
treza que les permitían resistir las duras jornadas de trabajo para proveer
el sustento de la familia. Las mujeres, en cambio, se ubicaban en una zo-
na de discursos y prácticas contradictorias. Por un lado, tenían la habi-
lidad manual necesaria para realizar aquellas labores que los hombres,
fuertes y torpes, no podían ejecutar. “Eran necesarias las manos de mu-
jer”, decía refiriéndose a su trabajo una obrera que clasificaba tripas en
los frigoríficos Swift y Armour de Berisso. Una cigarrera señalaba hace
algunos años que su oficio requería “una mano bastante ágil, ¿viste?
Porque no es fácil de hacer... Y tiene que ser una mano ‘re-ágil’ para ha-
cer los mil [cigarrillos]”. La habilidad manual fue una condición impor-
tante para contratar mujeres para la industria de la carne, la textil, la del
tabaco y seguirá siéndolo, ya en la segunda mitad del siglo XX, en otras
actividades industriales. La habilidad manual se convirtió casi en la úni-
ca cualidad valorizada, pues las mujeres eran débiles para realizar otras
tareas y, además, carecían de los conocimientos necesarios.
Las habilidades que se valoraban en las mujeres eran consideradas
poco calificadas, pero había algunos matices según la actividad. En las
industrias de la carne, en la textil y en el rubro alimentación las mujeres
se incorporaron, como la mayoría de los varones, al conjunto de traba-
jadores sin ninguna especialización; en cambio, en las artes gráficas su
integración en los talleres fue el resultado de un proceso de mecaniza-
ción que favorecía su ingreso en el mundo masculino del trabajador de
oficio en tareas poco calificadas y peor remuneradas.
El examen de los datos existentes en algunas fábricas como las de
los frigoríficos Swift y Armour y el de una mediana empresa textil, The
Patent Knitting Co., todas ellas ubicadas en la localidad de Berisso en la
provincia de Buenos Aires, muestra que las mujeres raramente alcanza-
ron las más altas calificaciones. Las palabras peón, peón práctico, semi-
calificado y calificado, aparentemente neutrales, se cargaban de conte-
nidos de género en el ejercicio cotidiano de las actividades fabriles. Tan-
to hombres como mujeres podían obtener esa calificación y en teoría
eran iguales, pero cuando se establecían los salarios para cada una de
esas categorías saltaban las diferencias en la valoración del trabajo rea-
lizado por hombres y por mujeres. Cuando en la década de 1930 se fir-
maron convenios colectivos en algunas ramas industriales, por ejemplo
en la industria textil, las diferencias de género quedaron plasmadas en
los acuerdos entre trabajadores y empresarios.18 En el caso de los gran-
des frigoríficos Swift y Armour, esas diferencias se mantuvieron hasta
el cierre definitivo de las plantas industriales (Armour, en 1969 y Swift,
en 1980).
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 103

La caracterización del trabajo industrial de las mujeres como esen-


cial o auxiliar era un punto importante de los debates entre obreros y
empresarios desde fines del siglo XIX. El carácter auxiliar era la cla-
ve, sobre todo en las consideraciones de los empresarios industriales,
para negarse a toda equiparación del trabajo de las mujeres con el de
los hombres. La calificación de auxiliar (o complementario) para el
trabajo femenino tenía una seria incidencia en los salarios. Si las ta-
reas desempeñadas por las mujeres eran auxiliares, sus salarios de nin-
gún modo podían igualarse al que percibían los hombres. Pero, ade-
más, si ellos tenían la responsabilidad de proveer a las necesidades de
la familia, sus salarios debían ser acordes con esa función. Sin embar-
go, no importaba que hubiera mujeres jefas de hogar o que sus sala-
rios fueran el principal sostén de una familia. La desigualdad salarial La disciplina industrial se alteraba con
se mantiene hasta el presente bajo los mismos argumentos que comen- las charlas, risas y bromas que se
producían al ingreso o a la salida
zaban a consolidarse con la extensión del sistema de fábrica a princi-
de las fábricas.
pios del siglo XX. Obreras saliendo de una fábrica, década
Las estadísticas oficiales y la información de las empresas utilizadas de 1920. Archivo General de la Nación,
en algunos estudios de casos muestran que la brecha salarial existente Departamento Fotografía.
104 CUERPOS Y SEXUALIDAD

entre hombres y mujeres era amplia: los salarios femeninos eran entre
un 30 y un 50 por ciento inferiores a los masculinos. Por ejemplo, en
1914 un varón ganaba un salario diario promedio de 3,81 pesos y una
mujer, 2,38; en 1917, 3,70 y 2,26; en 1922, 6,50 y 4,02; en 1929, 6,65 y
4,05 pesos, respectivamente.19
El mantenimiento de la desigualdad salarial representaba un punto
de acuerdo entre los empleadores y las organizaciones gremiales, diri-
gidas por los varones. Ese consenso entre clases sobre el carácter com-
plementario del trabajo femenino y sobre la desigualdad salarial (más
allá de la retórica de la igualdad expresada en la consigna de “igual sa-
lario por igual trabajo”) se extendía a las divisiones y jerarquías labo-
rales, a las calificaciones y al ejercicio de la autoridad y el poder en las
fábricas. La naturaleza de la mujer 20 justificaba, entonces, la discrimi-
nación salarial y, ante la demanda de “igual salario por igual trabajo”,
la disparidad de los criterios usados para la calificación mantenía la de-
sigualdad.
La organización del trabajo en las diferentes secciones de un estable-
cimiento y las responsabilidades de control también se apoyaban en no-
torias diferencias entre varones y mujeres. Ellas podían ser encargadas
y hasta capatazas, pero casi nunca ejercían las más altas funciones ni en
su sección ni en su departamento. En el mundo moderno, las activida-
des técnicas y la supervisión estaban preservadas para el hombre, lo que
de hecho significaba que el ejercicio de la autoridad era masculino.
El poder masculino se consolidaba en los lugares de trabajo y no
desapareció ni se amortiguó cuando se formaron las organizaciones
gremiales, porque también ellas diseminaban la noción de que el traba-
jo femenino era diferente, complementario y poco calificado, aunque
utilizaran en algunas ocasiones un lenguaje que impulsara criterios de
equidad.

Entre la exclusión La maternidad (que garantiza la reproducción de la especie, de la


y la protección nación, o de los ideales revolucionarios) es el motivo de mayor perma-
nencia en la formulación de lenguajes y prácticas asociadas al trabajo
de la mujer, y fue clave a la hora de demandar una legislación que la
protegiera. Las necesidades de la vida cotidiana empujaban a las mu-
jeres a las fábricas y, una vez instaladas en su ámbito, compartían con
los hombres el carácter físico del trabajo. Esta situación generaba in-
quietud en los obreros varones, que encontraban en la presencia de las
mujeres la peor de las competencias; por eso buscaron protegerse con-
tra la feminización de las labores, aunque sólo fuera un temor infun-
dado.
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 105

Cuando se conformaron las organizaciones gremiales, en su mayoría


impulsadas por varones, demandaron que no se contrataran mujeres pa-
ra determinadas tareas y que estuvieran excluidas del trabajo nocturno.
Como de hecho las mujeres se incorporaban al trabajo industrial, se im-
pulsó la participación de las mujeres en las organizaciones gremiales.
Desde fines del siglo XIX, militantes socialistas como Adrián Patroni
planteaban que las mujeres debían incorporarse a las organizaciones
obreras. Al comenzar el siglo XX se organizó la Unión Gremial Feme-
nina, que impulsó una activa e intensa campaña a favor de la reglamen-
tación del trabajo femenino.
Las militantes socialistas abogaron por la protección de la mujer
obrera pues le asignaban gran importancia a la maternidad presente y
futura. Estas concepciones dieron forma a los derechos que legítima-
La sala cuna fue una solución para las
mente se reconocían para unos y otros, y constituyeron un marco con- madres obreras. La foto muestra la de
flictivo para la acción gremial femenina.21 Las tensiones se producían la fábrica Ducilo en su establecimiento
entre la militancia gremial masculina y femenina y pocas veces toma- ubicado en Berazategui.
106 CUERPOS Y SEXUALIDAD

ban estado público. Un claro síntoma de esas tensiones fue la situación


que se produjo en el Congreso Ordinario de la Confederación General
del Trabajo en el Congreso Ordinario de 1942. Dos dirigentes mujeres
(Dora Genkin y Antonia Banegas) preguntaron si no había ninguna de-
claración o propuesta específica de la central obrera sobre la situación
de las mujeres que trabajan. Al responderles que no las había, señala-
ron: “la Comisión de Proposiciones, que discutió tantas cosas, no tomó
en cuenta ninguna de las proposiciones que habíamos formulado [...] es
realmente lamentable comprobar que en este Congreso se tiene el con-
cepto primitivo de la mujer: que friegue los platos, lave la ropa, y cuan-
do grita sus derechos, el marido o el hermano le hablarán para que no
se haga ilusiones”.22 Las organizaciones gremiales se contentaron con
vociferar la necesaria protección de las mujeres, reclamar su participa-
ción en los sindicatos y declamar la igualdad de salarios en tareas simi-
lares. Igualdad difícil de obtener, porque el problema radicaba en las va-
loraciones diferentes de tareas, habilidades y destrezas realizadas por
las mujeres.
Pero la presencia de las mujeres en fábricas y talleres era un moti-
vo de preocupación para buena parte de los trabajadores (que la vivían
como una amenaza) y para la elite intelectual y política (varones y mu-
jeres), así como para algunos funcionarios estatales, que la considera-
ban una maldición cuyos efectos había que corregir. Los debates para
establecer una legislación protectora del trabajo femenino fueron un
escenario propicio para dar visibilidad al consenso existente entre el
socialismo y el catolicismo social –que hablaba en buena medida des-
de las instituciones– sobre la importancia de proteger a la obrera y, con
ella, a la raza y a la nación. Cuando en 1907 se sancionó la primera ley
protectora de la mujer obrera, ella no podía trabajar en industrias que
afectaran su organismo y tampoco debía hacerlo en los horarios noc-
turnos.
Las políticas sociales propulsadas por las organizaciones de trabaja-
dores, así como las diseñadas por el Estado, confluyeron en la necesidad
de reglamentar el trabajo femenino. Así, en 1907 se aprobó el proyecto
de ley presentado por Alfredo Palacios al Congreso Nacional, donde se
establecía la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el resguardo
de la moralidad y la salud de las mujeres, la prohibición de contratar
personal femenino en las industrias peligrosas e insalubres; se prohibía
el trabajo nocturno, se establecía un tiempo para que la madre pudiera
amamantar a sus hijos y un período de no trabajo, pre y posparto que en
la práctica se restringía pues no se garantizaban los ingresos a la madre
obrera. La ley de 1907 fue modificada en 1924, cuando se estableció que
en las empresas de más de cincuenta obreras debían instalarse salas cu-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 107

na y se prohibió el despido por embarazo. Pero fue recién con la ley san-
cionada en 1934 y la creación de la Caja de Maternidad que se intentó
resolver esa tensión entre empleo y maternidad al establecer la licencia
pre y posparto con goce de salarios.
En las décadas de 1930 y 1940, las mujeres obreras reclamaron el
cumplimiento de la ley, reapropiándose de la noción del carácter tutelar
del Estado. La necesidad de protección fue el argumento que les permi-
tió intervenir públicamente de un modo legítimo y ello les abrió el ca-
mino para su parcial integración en las estructuras sindicales.
Las mujeres no sólo encontraron la manera de decir y actuar en las
organizaciones gremiales con las palabras que les proponía el discurso
hegemónico, también en el seno de la familia se experimentó la posibi-
lidad de renegociar espacios para la toma de decisiones. La reglamenta-
ción del trabajo femenino había establecido la necesidad de instalar La expansión del consumo y de las
actividades comerciales creó un
guarderías en las fábricas para los hijos de las obreras madres. El desa-
espacio para la inserción de las
rrollo de estas políticas de bienestar en las empresas posibilitó la con- mujeres en el trabajo asalariado.
ciliación de obligaciones domésticas y trabajo asalariado y, al mismo Cajera, 1929. Archivo General de la
tiempo, las mujeres jóvenes y sin hijos –un porcentaje ciertamente ma- Nación, Departamento Fotografía.
108 CUERPOS Y SEXUALIDAD

yoritario en las fábricas y talleres–, cuyas obligaciones domésticas eran


más flexibles, comenzaron a percibir que su subsistencia dependía de su
propio esfuerzo y esta toma de conciencia las ayudó a renegociar, aun-
que de manera limitada, quiénes, cuándo y cómo tomaban las decisio-
nes en el hogar.
La familia y las relaciones entre sus miembros eran influidas por la
experiencia del trabajo fabril pues no había una frontera firme entre la
experiencia del trabajo y la vida familiar. Por el contrario, las identida-
des masculinas y femeninas se construían en la intersección del tiempo
familiar y el tiempo industrial, y las mujeres obreras tuvieron que aco-
modarse a cada situación.
El carácter eugenésico de la legislación laboral, en palabras de Ca-
talina Wainerman y Marysa Navarro,23 fue delineando un movimiento
asincrónico y asimétrico en el reconocimiento de derechos. Las condi-
ciones existentes en el trabajo generaban una situación de “exclusión”
social y política para las mujeres: se les reconocía el derecho al bienes-
tar implícito en la noción de ciudadanía social, pero al mismo tiempo se
las asimilaba a la minoridad, pues carecían de los derechos civiles esta-
blecidos en la Constitución Nacional. Obtenidos los derechos civiles,
sus derechos políticos recién fueron sancionados en 1947 con la amplia-
ción del sufragio y la ciudadanía que significó la extensión del voto a las
mujeres.

Conclusiones En la primera mitad del siglo XX, las mujeres que ingresaban en el
trabajo industrial se enfrentaban con el mandato reproductivo y con una
situación de desventaja que se apoyaba en las nociones de organismo fe-
menino, diferencia biológica y maternidad social. Durante esas décadas
se definió al trabajo femenino en función de su domesticidad y de la no-
ción de mujer=cuerpo reproductivo, y ambos fueron un componente im-
portante y duradero de la cultura del trabajo.
La segregación ocupacional, la discriminación salarial y las difi-
cultades para integrarse en las estructuras sindicales fueron las formas
que en el largo plazo consolidaron una situación de desigualdad para
las mujeres. Las dificultades para modificar las formas de exclusión
derivadas de la experiencia fabril y de la cultura del trabajo que en
ellas se gestaba reprodujo y mantuvo la inequidad (salarios, califica-
ción) y la subordinación laboral (jerarquías y autoridad) de las muje-
res obreras.
En las fábricas se creaban sentidos, se otorgaban significados y se
gestaban legitimidades: la cultura de la fábrica era también una bata-
lla de significados que pueden asociarse a los más conocidos y habi-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 109

tualmente analizados en la relación capital-trabajo. Es que, como dice


Martha Roldán,24 “tan pronto se desciende del nivel teórico más abs-
tracto a fin de explorar los fenómenos sociales concretos, el proceso
de trabajo pierde su aparente neutralidad de género”.
110 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Notas
1 La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989, pág. XVII.

2 Kritz, Ernesto, La formación de la fuerza de trabajo en la Argentina, 1869-1914,


Centro de Estudios de Población, Cuadernos del CENEP, n° 30, Buenos Aires,
1985; Feijoo, María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzos de siglo”,
en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia
Social Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

3 Utilizo aquí el concepto de habitus de Bourdieu. Para este autor, la división mascu-
lino/femenino se aprende en lo cotidiano y se convierte en un mecanismo de pro-
ducción y retransmisión de sentidos. Bourdieu, Pierre, El sentido práctico, Taurus,
Madrid, 1991.

4 Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico Ar-
mour, 1915-69”, en Anuario IEHS, 5, 1990, Universidad Nacional del Centro de la
Provincia de Buenos Aires; “Mujeres obreras, protesta y acción gremial en Argenti-
na: los casos de la industria frigorífica y textil en Berisso”, en Barrancos, Dora
(comp.), Historia y género, CEAL, Buenos Aires, 1993; “Women workers in the
‘Cathedral of Corned Beef’: structure and subjectivity in the Argentine Meatpacking
Industry”, en French, John D. y James, Daniel (comps.), The Gendered Worlds of
Latin American Women Workers. From Household and Factory to the Union Hall
and Ballot Box, Duke University Press, Durham y Londres, 1997.

5 Prieto, Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Su-


damericana, Buenos Aires, 1988.

6 Badoza, Silvia, “El ingreso de mano de obra femenina y los trabajadores calificados
en la industria gráfica”, en Knecher, Lidia y Panaia, Martha (comps.), La mitad más
uno del país. La mujer en la sociedad argentina, CEAL, Buenos Aires, 1994.

7 Lobato, Mirta Zaida, “Women workers in the ‘Cathedral of Corned Beef’...”, ob.
cit.; “La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera.
Berisso, 1907-70”, tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de
Buenos Aires, julio de 1998.

8 El Obrero Gráfico, órgano de la Federación Gráfica Bonaerense, agosto y septiem-


bre de 1913.

9 La Protesta, 27/3/1919.

10 Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo XI, febrero de 1916, págs. 456 y 457.

11 La Protesta, 18/3/1919.

12 La Protesta, 22 /3/1919.

13 He consultado Club Grafa. Revista Oficial, 1940-1942, y Swiftlandia para las mis-
mas fechas.

14 Prost, Antoine, “Fronteras y espacios de lo privado. Transiciones y transferencias”,


en Ariès, Philippe y Duby, Georges (dirs.), Historia de la vida privada. La vida pri-
vada en el siglo XX, vol. IX, dirigido por Antoine Prost y Gérard Vincent, Taurus,
Buenos Aires, 1990; Romero, Luis Alberto, “Una empresa cultural: los libros bara-
tos”, en Gutiérrez, Leandro y Romero, Luis Alberto, Sectores populares. Cultura y
política. Buenos Aires en la entreguerra, Sudamericana, Buenos Aires, 1995; Sarlo,
Beatriz, El imperio de los sentimientos, Catálogos, Buenos Aires, 1985.
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 111

15 Archivo de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Expedien-


te 26.676, Juzgado de Primera Instancia n° 3 en lo Civil y Comercial, 1948.

16 Sarlo, Beatriz, El imperio..., ob. cit., pág. 122.

17 “La mirada y los ojos son, entonces, centros dobles de expresión y comunicación de
imanes del deseo erótico”, Sarlo, Beatriz, ibídem, pág. 124.

18 Los convenios se encuentran en el periódico gremial El Obrero Textil.

19 Entre las fuentes oficiales puede consultarse Boletín Oficial Departamento Nacio-
nal del Trabajo, n° 14, 30/9/1910; n° 33, 30/1/1916; n° 36, enero de 1918; n° 42,
enero de 1919; Crónica mensual. Departamento Nacional del Trabajo, enero de
1930.

20 Según Olivia Harris (“La unidad doméstica como unidad natural”, Nueva Antropo-
logía, vol. VIII, n° 30, México, 1986), la identificación de las mujeres como parte
de una esfera “natural” da “un aire de finalidad o de eternidad a situaciones que sue-
len ser muy transitorias”.

21 Lobato, Mirta Zaida, “Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y pro-


tección de la mujer obrera. Argentina, 1890-1934”, en Suriano, Juan (comp.), La
cuestión social en Argentina, 1870-1943, La Colmena, Buenos Aires, 2000.

22 Confederación General del Trabajo de la República Argentina, II Congreso Ordina-


rio celebrado en Buenos Aires en los días 15 y 18 de diciembre de 1941, Buenos Ai-
res, 1943, pág. 146.

23 Wainerman, Catalina y Navarro, Marysa, “El trabajo de la mujer en la Argentina: un


análisis preliminar de las ideas dominantes en las primeras décadas del siglo XX”,
Cuadernos del CENEP, n° 7, CENEP, Buenos Aires, 1979.

24 Roldán, Martha, “La ‘generización’ del debate sobre procesos de trabajo y reestruc-
turación industrial en los 90. Hacia una nueva representación androcéntrica de las
modalidades de acumulación contemporáneas”, Estudios del Trabajo, n° 3, Buenos
Aires, 1992, pág. 103
Obreras, prostitutas y mal venéreo
Un Estado en busca de la profilaxis

Karin Grammático

Hacia fines de 1936, el Congreso nacional sancionaba la ley 12.331


de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas. El objetivo primero que
perseguía la norma era la organización, en el nivel nacional, de todas las
acciones necesarias para prevenir y tratar el contagio de las enfermeda-
des sexuales. Entre dichas acciones se destacaba la establecida en su ar-
tículo 15: “Queda prohibido en toda la República el establecimiento de
casas o locales donde se ejerza la prostitución, o se incite a ella”. De es-
ta manera, la ley en cuestión daba por terminado un período iniciado ha-
cia el último cuarto del siglo XIX, en que se había impuesto un criterio
reglamentarista con relación a la prostitución.
En 1875, en la ciudad de Buenos Aires se promulgó una ordenanza
que hacía de la prostitución una actividad legal. Si bien Rosario ya había
legislado en igual sentido un año antes, fue la disposición en la ciudad ca-
pital la que habilitó a muchas ciudades y pueblos del país para adoptar si-
milares medidas. La ciudad de La Plata, en 1884; Tucumán, en 1890; en Las prostitutas cuestionaban la
institución familiar, y, con ella, la
1911, el Territorio Nacional de La Pampa, entre otros. En tanto actividad
posibilidad de la Nación misma. A este
legal, debía llevarse a cabo en locales autorizados por el municipio. Para peligro se le sumaba la amenaza sobre
poder desempeñar su trabajo de prostitutas, las mujeres eran obligadas a la salud del cuerpo nacional, al ser
registrarse como tales y obtener así la “patente” que las volvía profesio- consideradas las propagadoras del mal
nales legalizadas del sexo. Ya en el desempeño de su oficio eran someti- venéreo. Así, la prostitución funcionó
das a regulares controles sanitarios; además de estar obligadas a un tipo como una gran metáfora que reglaba
las conductas femeninas aceptables y
especial de vida, que cercenaba sus derechos civiles básicos. Ejemplo de
las consecuencias nefastas que
esto último son las disposiciones establecidas en el artículo 10 de la or- acarreaba salirse de ellas.
denanza porteña: “Las prostitutas [...] no podrán mostrarse en la puerta “Historia de Ema XIV”, de Lino Enea
de calle, ni en las ventanas o balcones de la casa que ocupen [...] deberán Spilimbergo.
114 CUERPOS Y SEXUALIDAD
El patrón de comportamiento femenino
imponía como tareas exclusivas y
principales la procreación, el buen
funcionamiento del hogar y la crianza
de los hijos.
El Hogar, año XXVI, nº 1094.

encontrarse en casa dos horas después de la puesta del sol, a no ser que
tengan motivo justificado para faltar a ello [...] deberán siempre llevar
consigo su retrato en una tarjeta fotográfica, en el cual estará anotada la
calle y número de la casa de prostitución a que estén adscriptas, su nom-
bre y el número de orden que les corresponda en el registro de la inscrip-
ción, siendo además timbrada por la Municipalidad”.
Los defensores de la reglamentación –entre ellos, destacados higie-
nistas– lograron imponer su posición apelando a la amenaza de las ve-
néreas. Sostenían que mediante el control sobre los cuerpos de las pros-
titutas se limitaba la difusión de la enfermedad y se protegía la salud de
los varones; además, la prostitución enclaustrada en burdeles habilitados
evitaba la “descarada” circulación de prostitutas callejeras y el estable-
cimiento de tugurios clandestinos.
La prostitución legal resultó para el Estado una de las herramientas
fundamentales para consolidar y proteger a la nación en ciernes. Según
el análisis de Donna Guy, la reglamentación permitió distinguir a las
“mujeres públicas” de aquellas que cumplían con los patrones de acepta-
bilidad social y moral imperantes en la época.1 Éstos fijaron y naturali-
zaron el tipo de conducta que las mujeres debían seguir. La procreación,
la responsabilidad en la crianza de los hijos, el buen funcionamiento del
hogar fueron las principales y exclusivas tareas a cumplir, en tanto se las
iba construyendo como inherentes a la condición femenina. Este conjun-
to de acciones representaron la contribución más requerida y necesaria
de las mujeres, porque en el bienestar de las familias, que sólo ellas po-
dían asegurar, se ponía bajo resguardo la “salud” de la nación. Si el com-
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 115

portamiento de las mujeres determinaba el devenir de las familias y con


él, el de la nación, se comprende la peligrosidad que representaban las
prostitutas y la necesidad de su control.
A su vez, y cubierta por el manto de la legalidad, la prostitución re-
forzaba y legitimaba el doble patrón de moralidad sexual reinante. Por
un lado aseguraba a los varones el acceso a determinados cuerpos feme-
ninos para “descargar” las apetencias sexuales que “naturalmente” bro-
taban de los suyos, y que no podían ser satisfechas dentro del marco del
matrimonio para los casados, y que para los solteros significaba su úni-
ca opción. Así, la prostitución, aunque condenable, se volvía necesaria.
Por otro, preservaba y confinaba los cuerpos de las mujeres “decentes”
a una sexualidad anclada en el ideal reproductivo y vaciada de placer.
La prostitución reglamentada en Buenos Aires se mantuvo como
principio organizador del trabajo sexual hasta 1934, cuando una nueva
ordenanza dio por terminada la experiencia. Dos años después, una ley
nacional la finiquitaba en el país. Se abría paso a una etapa en la cual el
Estado modificaría seriamente la manera de encarar el problema de la
prostitución.

Al poco tiempo de su puesta en práctica, la reglamentación de la Nunca es tarde.


prostitución comenzó a ser impugnada. Desde los primeros años del Primeras consideraciones
1900, un grupo de médicos higienistas, encabezado por los doctores Te-
lémaco Susini y Ángel Giménez (este último era uno de los responsables
del proyecto original de Ley de Profilaxis), comenzó a señalar los abu-
sos y las falencias de la prostitución legal. La denuncia se centró en los Esta publicidad de leche de magnesia
refleja de manera acabada el único
métodos coercitivos que operaban sobre las prostitutas, el avasallamien-
recorrido de vida posible para las
to de sus derechos básicos y, fundamentalmente, la ineficiencia de la mujeres por esos años.
norma en el control de las enfermedades sexuales. Desde su óptica, el El Hogar, año XXVI, nº 1105.
problema mayor residía en el carácter unilateral del control sanitario y
en el argumento implícito de pensar a las prostitutas como las exclusi-
vas propiciadoras del contagio, amén de la facilidad demostrada por las
mujeres a la hora de evitar revisaciones o resultados positivos y hasta la
venalidad médica. Así, lejos de prevenir y controlar la enfermedad vené-
rea, la prostitución legal favorecía la propagación del mal. La abolición
de la reglamentación, y no la prohibición lisa y llana de la prostitución,
se volvió una tarea urgente para un amplio sector de médicos, funciona-
rios y reformadores sociales.
Durante décadas, las voces antirreglamentaristas habían bregado por
el fin de los prostíbulos legales. Sin embargo, las chances de ver concre-
tado el objetivo se presentaron en la década de 1930. ¿Por qué es en esos
años cuando la aspiración antirreglamentarista finalmente se materiali-
116 CUERPOS Y SEXUALIDAD

za? ¿Qué situaciones o hechos ayudaron a volcar el consenso hacia esa


posición?
En vísperas de la promulgación de la ley 12.331, la poca efectividad
demostrada por la prostitución legal en la consecución de sus objetivos
primordiales era más que evidente. El sistema reglamentarista no había
logrado encauzar el trabajo y el negocio prostibularios en el marco legal
que proponía. La corrupción de funcionarios políticos y policiales per-
mitió que proxenetas y regentas de burdeles violaran una a una las dis-
posiciones, sin contar la “ceguera” institucional frente a la organización
de importantes redes de prostitución clandestina. Las prostitutas sin pa-
tente conformaron un número lo suficientemente importante como para
desmoronar, definitivamente, el argumento de la reglamentación como la
El doctor Ángel Giménez fue uno de mejor herramienta en el control de las enfermedades venéreas. Si las re-
los más profundos críticos de la visiones médicas eran fácilmente burladas por las prostitutas “habilita-
prostitución legal, tanto en lo referido das”, debía sumarse a ese déficit sanitario la imposibilidad de controlar
a sus falencias como al cuidado de la a un número importante de prostitutas que ejercían la actividad por fue-
salud pública y contra los abusos ra de la ley.
cometidos sobre los derechos civiles de
las prostitutas. Este médico y político
Junto a la evidencia de este fracaso, la reglamentación se veía aso-
socialista –concejal y diputado ciada a otro problema de índole internacional: el tráfico de mujeres de
nacional por la Capital Federal– fue Europa a Buenos Aires, destinado a alimentar sus burdeles. Si bien la
uno de los responsables del proyecto trata de blancas funcionaba desde tiempos anteriores a la prostitución le-
de Ley de Profilaxis de las gal porteña y los relatos acerca de jóvenes mujeres europeas, vírgenes y
Enfermedades Venéreas, junto con el
de clase media como víctimas del tráfico poco tenían que ver con la rea-
doctor Tiburcio Padilla.
Fotografía tomada en 1914. Archivo
lidad imperante, la relación entre tráfico de mujeres y prostitución lega-
General de la Nación, Departamento lizada en Buenos Aires parecía inevitable. Desde fines del siglo XIX, or-
Fotografía. ganizaciones internacionales y nacionales comenzaron su militancia
contra el tráfico y, por ende, contra la prostitución. Las campañas varia-
ban el acento según el origen “nacional” y religioso de las instituciones
promotoras, mas ninguno de los discursos esgrimidos por ellas se dete-
nía a analizar la situación laboral previa de esas mujeres traficadas. La
gran mayoría de las prostitutas europeas de Buenos Aires provenían de
familias paupérrimas. Ese contexto de miseria ya las había llevado a
“ejercer la profesión” en sus países de origen, y muchas de las veces a
instancias de las propias familias, que utilizaban a sus mujeres como re-
curso económico. En realidad, la denuncia del tráfico de mujeres parece
haber funcionado, al igual que la prostitución, como metáfora para criti-
car el comportamiento inaceptable de las mujeres.
Las décadas del veinte y el treinta fueron el escenario donde se ree-
ditó, esta vez de manera contundente, la lucha contra la trata de blancas.
Al calor de los fuertes reclamos internacionales y a partir de algunas cir-
cunstancias locales,2 los partidarios de la abolición encontraron el terre-
no propicio para “la batalla” en la espera de un final victorioso. Ese de-
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 117

senlace llegaría en 1934, cuando en la ciudad de Buenos Aires la regla-


mentación del trabajo sexual quedara anulada.
Finalmente, para entender la emergencia de esta ley también es ne-
cesario reparar en las características que adquiere el Estado durante la dé-
cada del treinta. La crisis mundial, desatada por la quiebra de la Bolsa de
Nueva York en 1929, evidenció la necesidad de que los Estados adopta-
ran medidas de control sobre sus economías. El abandono de los princi-
pios del liberalismo económico, incapaces de facilitar soluciones para la
nueva coyuntura, se vio acompañado de un creciente desprestigio del Es-
tado liberal y sus instituciones. La habilitación de los Estados para regu-
lar la vida económica de sus naciones les permitió, a su vez, una mayor
y legitimada intervención en el campo social y la afirmación de su voca-
ción de intervención en terrenos hasta entonces un tanto alejados de su
órbita. Derivados de la hecatombe económica, irrumpieron una serie de
conflictos sociales y políticos, que pronto requirieron la participación de-
cidida de las instituciones estatales. Se asistía, de este modo, a una nue-
va formulación del Estado y de sus relaciones con la sociedad civil.3
Con el advenimiento de la crisis internacional, el “granero del mun-
do” mostraba sus límites y daba paso a un tímido proceso de industriali-
zación, que del mismo modo sería acompañado por el Estado. Estos El Estado de los años treinta renovó
cambios se entrelazaron y alcanzaron el terreno político. El 6 de setiem- sus intenciones de penetración; de ese
bre, un golpe de Estado encabezado por el general Uriburu derrocó al go- modo, provocó una redefinición de los
límites entre lo público y lo privado.
bierno de Hipólito Yrigoyen, iniciando de este modo una dramática tra- En esta publicación oficial del año
dición de quiebres institucionales que jalonará todo el siglo XX 1932 se insta a las mujeres a cumplir
argentino. El resultado inmediato del golpe fue la instauración de un Es- la “patriótica” tarea de incentivar en
tado con fuertes aspiraciones corporativas, autoritario y de diálogo flui- sus esposos la compra de títulos del
do con las corrientes nacionalistas; a su vez atento y dispuesto a interve- reciente Empréstito Patriótico
lanzado por el gobierno del general
nir en el devenir de la sociedad.
Agustín P. Justo.
Recientes miradas historiográficas han revisitado el período de los Caras y Caretas, nº 1768, 20 de julio
fraudulentos gobiernos de la “Década Infame” (1930-1943) y destacan de 1932.
que la renovada vocación de penetración estatal a partir de 1930, al tomar
zonas y grupos sociales hasta ese momento “vírgenes” de sus alcances,
provocaba una redefinición de los límites entre lo público y lo privado.4
En la sanción de la ley 12.331 bajo el gobierno del general Justo (1932-
1938) se evidencia esta vocación interventora del Estado en lo social y un
ejemplo en la intención de formular una política social que, aun de sesgo
conservador, buscaba contener los conflictos sociales en ciernes.

Hacia fines de 1935, la Comisión de Higiene y Asistencia Social de Hecha la ley...


la Cámara Baja presentaba un proyecto de ley dedicado a la profilaxis
de las enfermedades venéreas, en el que se aunaban los aspectos más
118 CUERPOS Y SEXUALIDAD

destacados de las propuestas presentadas años atrás por los diputados


Ángel Giménez y Tiburcio Padilla.5
Luego de ser tratado por la Cámara de Senadores en setiembre de
1936, el proyecto en cuestión, con algunas modificaciones, volvía a su
cámara de origen. En diciembre de ese año los diputados de la Nación
se aprestaban a discutirlo para así “sancionar una de las leyes más im-
portantes y más urgentes para el cuidado de la salud popular y el inte-
rés económico del país”.6
¿Qué representaban las enfermedades venéreas por aquellos años?
La novela Tanka Charowa, de Lorenzo Stanchina, publicada en 1934,
brinda una semblanza de los sentimientos que la sífilis o la blenorragia
despertaban por entonces. Rescatamos de ella un pasaje en el cual uno
de los personajes masculinos es informado por su médico de que pade-
ce sífilis, luego de haber mantenido un contacto sexual con una prosti-
tuta: “Le parecía que un coro de voces, escondidas en las molduras de
los muebles, cantase con atormentadora delectación: Estás sifilítico [...]
Sabía [...] que los sifilíticos se convierten con los años en porquerías hu-
manas. ¿Se volvería loco? ¿O terminaría la vida paralítico de ambas
piernas? [...] Nadie le impedía casarse, porque nadie conocía su enfer-
medad. Pero después ¿qué sería de su mujer? Y sobre todo ¿qué conse-
cuencias podría acarrear ese crimen? [...] ¿Era tan ignorante para desco-
nocer las consecuencias que podrían sobrevenirle a la mujer y los hijos?
Era horrorosa la enfermedad. Horrorosa porque perseguía ensañada-
mente hasta a los hijos de los hijos”. 7
La invisibilidad de las enfermedades venéreas (que les permitía co-
rrer silenciosas por la sangre de los contagiados sin manifestarse sino
tardíamente, con la posibilidad cierta de haber propiciado nuevos conta-
gios) y sus alcances hereditarios explicarían el pánico que estas enfer-
medades sexuales provocaban en la sociedad y la decisión del Estado de
legislar sobre ellas. En la década del treinta, la idea de la familia como
“célula básica” de la nación permanecía inmutable: el destino de aqué-
lla prefiguraba el futuro de la última. Por ello cualquier trastorno que
impidiera el sano desenvolvimiento de las familias –una enfermedad
que comprometiese la descendencia, por ejemplo– debía ser atacado.
Si se buscaba evitar la circulación de la enfermedad por el cuerpo so-
cial, había que terminar con su foco propagador: la prostituta. Así lo ex-
plicitaba un legislador: “Mejor es que [el hombre] sepa esta verdad ge-
neral: que toda mujer que ejerce la prostitución, sea en casa
reglamentada o sin ninguna reglamentación, sin excepción, por ser
prostituta, está enferma, fatalmente enferma y es contagiosa. No puede
haber un solo médico que ocupe una banca en este honorable recinto
que crea por un segundo que pueda existir una sola prostituta en el uni-
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 119

verso que no posea en su sangre el virus infectante de la sífilis, ni en sus Hasta bien entrado el siglo XX se
órganos tampoco el virus infeccioso de la blenorragia. Por lo tanto, es consideró a las prostitutas como
menester que se divulgue esta gran verdad, a fin de que el individuo se- fuente y propagadoras exclusivas
de las enfermedades venéreas.
pa protegerse”.8 Si bien la idea de la mujer como única agente de conta-
En este grabado francés del siglo XIX
gio estaba superada por informes científicos, aún era sostenida. No era se retrata a un hombre enfermo de
suficiente terminar con el reglamentarismo, había que terminar con las sífilis que, con gesto desesperado,
prostitutas. En sus cuerpos, el mal venéreo recobraba toda su visibilidad. trata de impedir la entrada de dos
Desde la perspectiva de muchos de los legisladores y reformadores mujeres a su habitación.
Tomado de Histoire de la population
sociales, la liquidación de los burdeles legales traería la felicidad a las
française 3. Presses Universitaires de
prostitutas porque “la supresión de la patente, la supresión de ese estig- France, 1988.
ma, de esa marca indeleble que es la prostituta profesional es algo en
favor de su redención... Por aquí un señor diputado me apunta que a
esas mujeres no les importa el estigma, pero lo que interesa no es que
a ellas les importe o no, sino que importa a la sociedad que esa pobre
mujer que pudo caer en esa profesión deshonesta, en esa verdadera es-
clavitud –algunas por pobreza, otras por un deseo de lujo y otras, las
120 CUERPOS Y SEXUALIDAD

menos, a causa de engaños amorosos– tenga las mayores posibilidades


para una regeneración”.9 No importaba lo que una mujer podía decir
acerca de su propia experiencia, valía lo que la sociedad masculina pre-
dicaba sobre ella.
A pesar de estas consideraciones, la ley no contempló en ninguno de
sus artículos la situación de las prostitutas. La ausencia de medidas que
protegieran la salud de estas mujeres desdibujaba la denuncia enfática
contra las venéreas sostenida por los legisladores y lesionaba, desde el
inicio, el interés profiláctico pretendido por la ley.
Las inquietudes referidas a su reinserción laboral también fueron
olvidadas en la norma. Si bien la idea del factor económico como de-
terminante de la prostitución estaba incorporada en los debates, ésta no
fue acompañada de propuestas destinadas a corregir las deficiencias
del mercado de trabajo femenino. En la ley, según lo estipulado en el
artículo 15, la situación parecía zanjarse en el sencillo acto de destruir
sus “patentes”, de ese modo estas mujeres encontrarían el “camino de
regreso a la vida honesta”.
A partir de estas carencias en las determinaciones de la ley y la lla-
mativa simplicidad en el razonamiento de los legisladores, se impone
una duda: ¿se perseguía en verdad la prevención de las enfermedades se-
xuales o el objetivo velado de la ley era terminar con la prostitución y
las prostitutas?
El diputado Padilla inauguraba las últimas sesiones dedicadas a la
Ley de Profilaxis declarando: “En esta cuestión de profilaxis venérea, no
se puede hablar con medias tintas, es necesario ser rigurosos, absolutos
porque estamos defendiendo a seres indefensos, a las pobres mujeres
inocentes y a los pobres seres que serán los hijos, el caudal futuro de la
nación”.10
Ya como víctimas, ya como culpables, las mujeres quedaban atrapa-
das en el tópico de la enfermedad que merodeaba el cuerpo de la nación.
Culpables, las prostitutas, por cargar con la enfermedad sobre sus cuer-
pos, y castigadas, por ello, con el despojo de la salud. Víctimas, “las po-
bres mujeres inocentes”.
El adjetivo “pobres” no resultaba una calificación gratuita o emana-
da de la emoción del legislador. En él se cruzaban consideraciones de
clase con la imagen paternalista que desde el Estado se construía de las
mujeres. Imagen forzada que trataba, al menos en el orden discursivo,
de recuperar el control sobre ellas, especialmente sobre las que desafia-
ban sus “mandatos naturales”.
El interés en proteger a las “pobres mujeres inocentes” del peligro
venéreo participaba de un conjunto de medidas tendientes a limitar los
riesgos que el trabajo podría provocar sobre la capacidad maternal. Co-
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 121

mo ejemplos, citamos la ley de Protección a la madre obrera (1934), la


creación de la Caja de Maternidad (1936), la creación de la Dirección de
Maternidad e Infancia (1936).

La miopía demostrada en el tratamiento de la situación laboral fe- “Del burdel a la fábrica”


menina podría estar relacionada con la resistencia masculina a pensar
en la mujer como trabajadora. El trabajo asalariado se colocaba en
franca contradicción con los ideales de maternidad que estructuraban
las aspiraciones y demandas sociales hacia las mujeres. Además de
permitir –dice Marcela Nari– la “conformación de individuos autóno-
mos y libres. Exactamente lo contrario a lo que contemporáneamente
se predicaba de una madre: parte/función de un organismo (la familia), Las demandas, aspiraciones sociales y
dependiente y altruista”.11 Al desaparecer los burdeles, las fábricas se de maternidad de la mujer entraron en
franca oposición con las condiciones
erigieron como lugares peligrosos de primer orden.12 La mujer trabaja-
del trabajo asalariado.
dora parecía perfilarse como un nuevo “mal necesario”. Por lo tanto, se Obrera de la fábrica Alpargatas, 1933.
debía legislar sobre él. Archivo General de la Nación,
No sólo preocupaba su salud física, inquietaba de igual modo su Departamento Fotografía.
122 CUERPOS Y SEXUALIDAD

integridad moral. La proximidad a otros varones en un contexto extra-


familiar, el mismo hecho de estar fuera de las paredes protectoras de
la casa y de sus varones, eran asuntos que revestían gravedad pues po-
drían conducir al relajamiento de sus conductas y llevarlas a dar el
“mal paso”.
De manera incipiente las obreras se acercaban, en el imaginario so-
cial, al peligro de las prostitutas. Entre las disposiciones que establecía
la Ley de Profilaxis en torno a la protección de la “salud popular” se
destacaban las contenidas en los artículos 5 y 13. Según el artículo 5,
“Toda institución o entidad, cualquiera sea su índole, en que el número
de socios, empleados u obreros sea superior a cincuenta personas, debe-
rá crear para las mismas una sección de tratamiento gratuito de instruc-
ción profiláctica antivenérea, si el Instituto de Profilaxis lo considera ne-
cesario...”. La decisión de colocar una suerte de dispensario antivenéreo
en cada industria significa que se asociaba la propagación de la enfer-
medad a los sectores obreros y, fundamentalmente, a la presencia feme-
nina en el mundo industrial. El foco de la venérea, ubicado en el cuerpo
de la prostituta, se deslizaba a otro cuerpo femenino, el de la trabajado-
ra. También, por supuesto, era una medida destinada a proteger los inte-
reses económicos que se ponían en juego en la salud de los operarias y
operarios, ya que, como señalaba un legislador, “un obrero o empleado
sano rinde mucho más que si está enfermo”.
El artículo 13 se refería a la emisión de certificados prenupciales:
“Las autoridades sanitarias deberán propiciar y facilitar la realización de
exámenes médicos prenupciales... Estos certificados, que deberán expe-
dirse gratuitamente, serán obligatorios para los varones que hayan de
contraer matrimonio. No podrán contraer matrimonio las personas afec-
tadas de enfermedades venéreas en período de contagio”.
La forma de cuidar la salud de la futura esposa y madre se realiza-
ba mediante un examen obligatorio para el futuro marido. Las acciones
que debían tomar las mujeres para cuidar su propia salud eran transfe-
ridas al varón. En esta medida se hacía evidente la permanencia del do-
ble patrón de moralidad sexual (se daba por sentado que una mujer de-
cente llegaba virgen al matrimonio). O bien podría ser leída como el
intento de refirmarlo frente a los cambios en los criterios que sostenían
la moral sexual y la sexualidad de las mujeres provocados por su inser-
ción en el mundo del trabajo. Como señala Dora Barrancos: “El perío-
do de entreguerras fue desde todo punto de vista una larga transición pa-
ra la condición femenina en general, pero especialmente para las
muchas mujeres que llevaron adelante tareas productivas [...] Durante
este período se expandió el trabajo femenino en el magisterio, los ser-
vicios, las casas de comercio, la manufactura y la industria. Cada uno
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 123

de estos espacios resultó un campo de ejercicio de sociabilidad entre los


sexos, a lo que se unió una gran diversidad de nuevos ámbitos para el es-
parcimiento, desde confiterías a clubes y estaciones de vacaciones, con
una marcada expansión de los medios de comunicación, especialmente
la radio y el cine”.13
Si bien la propuesta original obligaba a varones y mujeres por igual a
la realización de los exámenes, finalmente se optó por incluir sólo a los
varones, para no “afectar los principios de la honestidad femenina”. Obli-
gar a la futura novia a la realización de este control médico implicaba po-
ner bajo sospecha su honorabilidad, pero también la duda acerca de la
eficacia del control que sobre esa mujer se ejercía.
Prostitutas, obreras, empleadas, trabajadoras en general, representa-
ron el fantasma, pero también la amenaza real que recorría a la sociedad.
Previniendo posibles desvíos morales, tratando de reencauzar el descon-
trol que representaba la salida de las mujeres de sus hogares, el Estado
decidió intervenir invocando razones de bienestar nacional.
En los debates de la ley 12.331, las mujeres fueron cita obligada. Tras
la defensa de la salud pública, emergía la vocación de control sobre la
conducta de las mujeres trabajadoras y sobre el ejercicio que éstas pudie-
ran hacer de su sexualidad. La agitación del peligro venéreo fue utiliza-
da como medio para reencauzar incipientes movimientos autónomos de Varias de las revistas de la época
las mujeres, y también como denuncia y caso testigo de lo que podría pa- –Caras y Caretas, El Hogar, Mundo
sar si profundizaban su actitud. Argentino– vieron inundadas sus
páginas con publicidades destinadas
Por su desempeño laboral, obreras y empleadas se apartaban de las
al cuidado de la salud femenina.
expectativas socialmente exigidas –y a esa altura ya naturalizadas– en su Caras y Caretas, nº 1761, 2 de julio
condición de mujeres. Su alejamiento del cuidado del hogar y de los hi- de 1932.
jos, “futuro caudal de la nación”, cuestionaba esos mandatos, fundamen-
tos de la familia y de la Nación.

En los últimos días de diciembre de 1936, la Ley de Profilaxis fue Los resultados
sancionada. A partir de entonces se abría un nuevo período que se pensa-
ba lejos de las controversias relacionadas con la prostitución y las pros-
titutas. El cálculo fue errado, y no sólo en esa cuenta.
La primera gran discusión giró en torno de la interpretación del artícu-
lo 17: “Los que sostengan, administren o regenteen, ostensible o encubier-
tamente, casas de tolerancia, serán castigados con una multa de 1.000 pe-
sos. En caso de reincidencia sufrirán prisión de 1 a 3 años, la que no
podrá aplicarse en calidad de condicional. Si fuesen ciudadanos por na-
turalización, la pena tendrá la accesoria de pérdida de la carta de ciuda-
danía y expulsión de un país una vez cumplida la condena, expulsión que
se aplicará, asimismo, si el penado fuese extranjero”.
124 CUERPOS Y SEXUALIDAD

La polémica se presentó a la hora de determinar si el ejercicio de la


prostitución por parte de una mujer en forma independiente y en domi-
cilio particular representaba o no una infracción a la ley 12.331, según
lo dispuesto en el citado artículo.
Prohibidos los burdeles, las prostitutas debieron montar nuevas estra-
tegias para continuar con su actividad. Cafés, bares, teatros, dancings, la
propia calle, resultaron los escenarios elegidos para que prostituta y
cliente acordaran las condiciones del trato y muchas veces, concretarlo.
La otra opción, cada vez más generalizada, pareció haber sido el alquiler
de habitaciones o departamentos por una o varias mujeres. Si en el ante-
rior período, regido por el reglamentarismo, se podía distinguir entre
prostitutas legales y prostitutas clandestinas, la ley 12.331 las igualaba
en la clandestinidad. Los espacios que antes eran propios de “la clandes-
tina” o “la callejera” se generalizaron a todas. Todas se dejaron ver en
todos los lugares donde antes sólo circulaba una porción del universo de
las prostitutas. Así, la ley provocaba un efecto contrario al deseado: la
visibilidad de las prostitutas y del trabajo sexual.
Con respecto a la cuestión planteada por el artículo 17, las posturas
judiciales se encontraban divididas. Algunos sostenían que la ley reco-
gía el ideario abolicionista y, por lo tanto, el objetivo perseguido por ella
no era la prohibición del trabajo sexual sino la retirada del Estado –que
por otro lado se había mostrado incapaz de asegurar la salud pública–
como garante de la actividad que lucraba con las mujeres y fomentaba
su tráfico. Según esta posición, lo que perseguía el artículo en debate era
el castigo a rufianes y tratantes de blancas, únicos beneficiarios del ne-
gocio de la prostitución. Otros, en cambio, afirmaban una vocación
“prohibicionista” de la prostitución. Igualaban el trabajo independiente
de una mujer al desempeñado por una o varias prostitutas dentro de una
estructura mayor, la “casa de tolerancia”, donde distintos factores (el po-
der despótico de las regentas o “madamas” en los locales, la imposición
de la voluntad de los “cafishios”, las asociaciones con el tráfico) las so-
metían a la voluntad de terceros.
En 1940, la Cámara criminal de la Capital decidió emitir un dicta-
men que pusiera coto a esta situación irregular. En la reunión se repitie-
ron aquellos criterios contrapuestos.14 De un lado, se ubicaron los cama-
ristas que hacían hincapié en la condena al proxenetismo como el único
objetivo establecido en el artículo. El vocal doctor Beruti se preguntaba:
“¿Sería admisible que por él [se refería al artículo en cuestión] recibie-
ran el mismo tratamiento y estuvieran sometidos a las mismas penalida-
des tanto las mujeres que venden su cuerpo, obligadas generalmente por
el pauperismo y el desamparo, como los individuos que aprovechando
justamente de esa miseria, la explotan y se enriquecen y medran como
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 125

parásitos en el ambiente social?”. En la misma tesitura, el doctor Díaz


afirmaba: “...la mujer que ejerce la prostitución en un local, individual e
independientemente, no sostiene, ni administra, ni regentea una casa de
tolerancia, puesto que su actividad; mero ejercicio de la prostitución
aunque le proporcione los medios para vivir, no se halla referida a terce-
ros y no implica sino una acción reprochable por inmoral; pero que ni la
ley, ni el legislador, se propuso reprimir”. De otro lado, aquellos que
consideraban “casa de tolerancia” a cualquier casa donde se ejerciera la
Ante la ola que significó la salida de
prostitución. El doctor Vera Ocampo lo explicaba en sus términos: “lo las mujeres de sus hogares en busca de
que caracteriza y tipifica la ‘casa de tolerancia’ es fundamentalmente trabajo como obreras, empleadas o
que sea el local donde se ejerza la prostitución o se incite a ella carecien- prostitutas, el Estado decidió intervenir
do en absoluto de significación que esa actividad abominable se realice con el fin de controlar el contagio de
por una o varias prostitutas [...] la mujer que además de su cuerpo pro- enfermedades que amenazaban la vida
familiar y los posibles desvíos morales.
porciona todo lo necesario para que un local sirva para el ejercicio de la
Salida de obreras de la Compañía
prostitución, y habitualmente la destina a ello, establece dentro de la ter- General de Fósforos, 1938.
minología de la ley ‘una casa de tolerancia’ y la sostiene, pues concurre Archivo General de la Nación,
de modo principal y directo a su existencia, a su conservación y mante- Departamento Fotografía.
126 CUERPOS Y SEXUALIDAD

nimiento, cayendo en consecuencia bajo la sanción del artículo 17”.


Tras una reñida votación, la Cámara expidió la siguiente resolución: “el
simple ejercicio de la prostitución por una mujer, en forma individual e
independiente, en un local, configura la infracción prevista y reprimida
en el artículo 17 de la ley 12.331”.
Lo actuado por esta Cámara abarcó la jurisdicción de la Capital Fe-
deral. Si bien en algunos lugares del interior se adoptaron similares cri-
terios, en otros, como Rosario, el trabajo sexual independiente estaba ex-
cluido de aquellas penas. El entuerto legal y judicial no estaba resuelto.
En 1944, bajo el gobierno de Farrell, se emitió el decreto 10.638,
que logró fijar un criterio único al respecto. El decreto introducía sus-
tanciales modificaciones en los artículos 15 y 17 de la Ley de Profilaxis.
El nuevo artículo 15 disponía el establecimiento de casas de tolerancia
“cuyo funcionamiento fuera autorizado por la Dirección Nacional de
Salud Pública y Asistencia Social, con aprobación del Ministerio del In-
terior. Estas autorizaciones sólo deberán otorgarse atendiendo a necesi-
dades y situaciones locales, limitando su vigencia al tiempo en que las
mismas subsistan, con carácter precario debiendo los establecimientos
autorizados sujetarse a las normas sanitarias que se impongan por la re-
glamentación”. El artículo 17 sufría la siguiente aclaración: “el simple
ejercicio de la prostitución por la mujer en su casa en forma individual
e independiente, sin afectar el pudor público, no constituye delito, por
este artículo”. También eran exceptuadas del castigo las mujeres que re-
genteaban y/o se desempeñaban en los burdeles habilitados bajo las con-
diciones establecidas en los términos del artículo 15.
El decreto 10.638, además de establecer este criterio unívoco, quiso
contener el nuevo “pánico moral” que se perfilaba hacia el inicio de la
década del cuarenta: la homosexualidad masculina. Comenzaba a sospe-
charse de las congregaciones enteramente masculinas, preocupaba no
poder controlarlas y se temía, sobre todo, que esa situación generase un
relajamiento en las conductas morales y sexuales de los hombres, que
los desviara a comportamientos “amorales” y “perversos”. No en vano
la habilitación de los nuevos prostíbulos se hizo en lugares cercanos a
cuarteles y guarniciones militares.
Funcionarios, médicos y policías denunciaron con estupor el nuevo
peligro y no tardaron en responsabilizar a la Ley de Profilaxis Social co-
mo su principal promotora. Según el nuevo consenso social, la ley deja-
ba “siempre latente el otro problema, y es el que se refiere a la patolo-
gía de los abstinentes, y especialmente a la de los impulsivos cuyos
delitos se habían multiplicado [...] los informes policiales en los cuales
se demostraba que las aberraciones sexuales y los delitos por ella pro-
vocados, se habían multiplicado”.15
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 127

Imposibilitado el establecimiento de casas de lenocinio y prohibida,


en algunas zonas del país, la prostitución, los varones veían obstaculiza-
do el acceso a los cuerpos femeninos habilitados para la descarga de su
“instinto sexual”, tan necesaria para la “conservación de la especie”.
Frente a la veda, acechaban las peores opciones para la satisfacción del
instinto: la abstinencia, la masturbación, la homosexualidad. En este pun-
to, la norma arriesgaba la salud física y mental de los hombres, contribu-
yendo a la desorganización de las familias y, en el peor de los casos, im- El tango nació en los suburbios, tras
posibilitando la formación de nuevos hogares. las paredes de los burdeles que allí
Las derivas masculinas hacia a la homosexualidad no eran las úni- funcionaban. Fueron las prostitutas las
cas cuestiones en debate. Se abrían otras, relacionadas con las caracte- primeras mujeres en bailarlo. Como
rísticas que iban asumiendo las relaciones entre hombres y mujeres, y ellas, el tango fue sometido a una
campaña de moralización para
en especial la conducta sexual femenina. Hacia fines de la década de
volverlo apto para oídos “decentes”.
1930 y durante la primera mitad de la de 1940, distintas fuentes señala- Escena de la película Perdón, viejita,
ban con preocupación un descenso en el número de matrimonios y el re- 1927. Museo Municipal del Cine
traso del ingreso de hombres y mujeres en la institución matrimonial. “Pablo C. Ducros Hicken”.
128 CUERPOS Y SEXUALIDAD

En los años cuarenta los médicos Esta dilatación en la concreción de las uniones matrimoniales, general-
comenzaron a relacionar el problema mente asociadas a factores económicos, provocaba situaciones “incier-
de las enfermedades venéreas con el tas” entre hombres y mujeres. Cómo sostener un noviazgo (que se ex-
comportamiento “promiscuo” de las
tendería en el tiempo) decente sin dar lugar a “actos deshonestos”, si los
muchachas. Los bailes eran lugares
indicados para que las jóvenes varones no podían saciar sus instintos atendiendo a los límites que im-
dañasen su reputación. ponía la Ley de Profilaxis. Noviazgos largos, trabajo femenino y Ley de
Archivo General de la Nación, Profilaxis daban lugar al “amor libre o clandestino” (las relaciones en-
Departamento Fotografía. tre hombres y mujeres “con incidencias sexuales extralegales y extrafa-
miliares”). En otras palabras, se había creado una situación potencial-
mente inmoral, propiciada por la ley, donde las mujeres decentes
mancharían su reputación.16 No es extraño que los médicos comenza-
ran a plantear el problema del control de las enfermedades venéreas en
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 129

relación con el comportamiento “promiscuo” de las muchachas y ya no,


al menos no con tanto énfasis, en la prostituta.
El argumento que asociaba la vigencia de las casas de lenocinio le-
gales con la propagación de las venéreas y que fue la bandera agitada pa-
ra dar por terminado el período de prostitución reglamentada en la Ar-
gentina se derrumbó frente a los resultados obtenidos de las estadísticas
médicas.17 Entre el año de sanción de la ley y el inicio de la década del
cuarenta se evidenció un retroceso de la enfermedad venérea. El optimis-
mo y la aparente confirmación de que se estaba en lo correcto pronto se
desdibujó. A partir de 1940, desde distintos seminarios médicos se aler-
taba sobre el “pavoroso incremento de la sífilis”; los índices subieron en
el transcurso de la década y fueron declinando a medida que ésta se
eclipsaba. Todo indicaba que la prevención y el control de las enferme-
dades sexuales pasaban por otros lugares que no eran exclusivamente ni
el cuerpo de las prostitutas, ni el espacio pernicioso del prostíbulo. Sin
embargo, las prostitutas y las trabajadoras en general seguían estando ba-
jo sospecha y sometidas a los juicios de los reformadores. En 1943, año
en que el número de enfermos dio un salto importante, se dispuso la rea-
lización de exámenes sistemáticos a todas las mujeres, ejercieran o no la
prostitución, que trabajaban en cafés, bares, cabarets, dancings, lugares
que a su manera reemplazaban a los prostíbulos.
La ley no cumplió con su propósito de prevenir el mal venéreo, amén
de haber dejado cuestiones sin resolver y provocar otras nuevas. Errado
el argumento, sustancial en la prédica legislativa, que consideraba a la
prostitución reglamentada y las prostitutas como responsables y agentes
del contagio, la ley comenzaría a naufragar. Sin embargo, no debe per-
derse de vista que la introducción de las mujeres dentro de los intereses
de orden público se hizo apelando a su condición “naturalizada” de es-
posas y madres. Es a partir de esta matriz de pensamiento que las muje-
res obtendrán nuevos derechos.
130 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Notas
1 Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955,
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

2 En 1930, Raquel Liberman denunció a la Zwi Migdal (organización de rufianes de


origen polaco que actuaba bajo la fachada de una asociación de inmigrantes) y a su
esposo –miembro de ella–, a las autoridades por haberla obligado a ejercer la pros-
titución, trabajo que ella había abandonado para llevar adelante una nueva vida “fue-
ra del negocio”. Si bien esta denuncia no logró desactivar a la Zwi Migdal, el escán-
dalo y el impacto sobre la opinión pública fueron tales que en diciembre de 1930 el
intendente capitalino decidió dar por terminada la prostitución legal en su jurisdic-
ción y organizar una serie de campañas contra las enfermedades venéreas, bajo la
responsabilidad del doctor Giménez.

3 Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1995.

4 Devoto, Fernando y Madero, Marta (dirs.), Historia de la vida privada en la Argen-


tina, tomo III, Taurus, Buenos Aires, 1999; Lobato, Mirta Z., “El Estado en los años
treinta y el avance desigual de los derechos y la ciudadanía”, Estudios Sociales, nº
12, Santa Fe, primer semestre de 1997; Zanatta, Loris, Del Estado liberal a la na-
ción católica, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

5 Proyecto del doctor Giménez: Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputa-


dos, 15 de setiembre de 1933, págs. 411-25; Proyectos presentados por el doctor
Padilla: Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 30 de mayo de
1934, págs. 662-3 y Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 12 de
junio de 1935.

6 Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, tomo IV, 9 de diciembre de


1936, pág. 925. [Destacado por K. G., como en todas las demás citas.]

7 Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Estudio Preliminar de María Gabriela Mizra-


je, Eudeba, Buenos Aires, 1999, págs. 92 y 93.

8 Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 9 de diciembre de 1936, pág.


936.

9 Ibídem, pág. 932.

10 Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 9 de diciembre de 1936, pág.


927.

11 Nari, Marcela, De la maldición al derecho. Notas sobre las mujeres en el mercado


de trabajo. Buenos Aires, 1890-1940 en AA. VV., Temas de Mujeres, Universidad
Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, Tucumán, 1998, pág. 139.

12 En la década de 1920, la presencia femenina en plantas fabriles, en puestos terciarios,


era una realidad de la cual difícilmente se podía volver. En la década siguiente, la crí-
tica situación económica hizo que el trabajo de las mujeres resultase imprescindible
para la supervivencia de muchas familias. Desde los sindicatos se alertaba sobre el
riesgo que significaba la incorporación de mujeres al mercado laboral en tanto gene-
raba desocupación masculina y descenso general de los salarios. Por otro lado, co-
menzaba a evidenciarse otro fenómeno: el empleo de mano de obra femenina en
aquellos sectores que demostraban un crecimiento dentro de la economía nacional.

13 Barrancos, Dora, “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras en el período de


entreguerras”, en Historia de la vida privada en la Argentina, ob. cit., pág. 199.
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 131

14 Revista Penal y Penitenciaria, vol. V, 1940, pág. 51.

15 Archivos de la Secretaría de Salud Pública, vol. IV, n° 5, noviembre de 1948, pág.


387.

16 Greco, Nicolás, “La ley abolicionista 12.331 de Profilaxis de las enfermedades ve-
néreas debe reformarse”, en Archivos de la Secretaría de Salud Pública..., ob. cit.;
Pareja, Ernesto, “Los artículos 15 y 17 de la ley 12.331 no han resuelto un serio pro-
blema social”, en Revista de Policía y Criminalista, tomo IV, nº 18, pág. 19.

17 Carrera, José Luis, “Medidas urgentes a adoptar para detener el aumento de sífilis
en la Capital Federal”, en La Prensa Médica Argentina, Buenos Aires, 1945, pág.
838, y “Pavoroso incremento de sífilis temprana en la Capital Federal”, en La Pren-
sa Médica Argentina, Buenos Aires, 1946, pág. 283.
Milonguitas en-cintas
La mujer, el tango y el cine

Raúl Horacio Campodónico


Fernanda Gil Lozano

En el proceso de desarrollo y vertebración de la cinematografía ar-


gentina, la configuración de las tipologías femeninas es un fenómeno in-
disociable del vínculo entre el cine y el tango. Por la asimilación de tó-
picos y temáticas procedentes de las letras de tango durante el período
del cine silente y por el uso excesivo que de dichas canciones y temáti-
cas se efectivizó durante los primeros años del cine sonoro, los lazos que
unen ambas prácticas (musical y cinematográfica) alcanzan su punto de
fusión en la implementación argumental de todo el ideario tanguero pro-
cedente de su período “clásico” (1912-1930). Así, el decir de las líneas
argumentales del cine argentino tomará como punto de fuerte apoyatura
los discursos ya pronunciados en las estrofas del tango “clásico”.
Desde la vertiente de la historia del tango, arribar a ese período im-
plica haber abandonado la “orilla” y el universo prostibulario como Hacia fines de los años 30 el director
fuente temática. El clasicismo tanguero se inicia casi en simultaneidad de cine Manuel Romero problematizará
al acuerdo entre radicales y conservadores, cristalizado en 1912 con la los lugares tradicionales de las mujeres
en películas como Mujeres que
Ley Sáenz Peña. El tango pasa a ser aceptado en la ciudad y en los ám-
trabajan, Gente bien e Isabelita, entre
bitos de la cultura oficial, a condición de que adecente sus letras y se eje- otras. En las grandes tiendas también
cute la danza sin cortes ni quebradas (pantomima física del coito). En es- se encuentran buenas mujeres y es
te proceso de aburguesamiento, el prostíbulo, el café y las academias de posible el retorno ansiado al hogar a
baile de las orillas serán desplazados por el cabaret de la ciudad. Aquí través de un matrimonio conveniente.
darán comienzo los viajes de las “Estercitas” para transformarse en “Mi- El final feliz de encontrar marido
trabajando fuera de la casa es una
longuitas”, en un reiterativo periplo de ascenso y descenso vertiginosos.
innovación para la época.
Se trata también del momento en que en los tangos un sujeto masculino Pepita Serrador, Niní Marshall y Alita
(ya cafishio, ya enamorado romántico) le reprocha a su compañera (una Román en una escena de Mujeres que
milonguita) lo injusto del abandono... trabajan.
134 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Una cara de la Luna La unificación del Estado argentino se produce entre 1862 y 1880.
En un complejo proceso, se impuso la obediencia a un gobierno central,
se eliminó violentamente la resistencia de los últimos caudillos federa-
les –Ángel Vicente Peñaloza (“El Chacho”), Felipe Varela y Ricardo Ló-
pez Jordán–, al mismo tiempo que se dominó a los sectores bonaerenses
más intransigentes, que rechazaban la federalización de Buenos Aires.
La consolidación del Estado moderno implicó la definición del mo-
delo económico a implementar en el país: productor de materias primas
en función directa de los requerimientos del mercado mundial.
Será un régimen oligárquico el que ponga en marcha los procesos
transicionales (creación de un mercado de trabajo, de tierras, inmigra-
ción, etc.) mediante un estricto control del acceso a los cargos de go-
bierno y la administración pública por medio del fraude electoral. Du-
rante los primeros años del siglo XX, este régimen tuvo que afrontar la
oposición del partido radical, que organizaba levantamientos armados
contra el fraude electoral, y el surgimiento de un movimiento obrero
que, hegemonizado por la tendencia anarquista, organizaba sindicatos y
huelgas para reclamar por los problemas sociales que ese modelo políti-
co-económico había desencadenado y cuya dirigencia no mostraba in-
tenciones de resolver.
El régimen se sintió fuertemente amenazado, y aparecieron diver-
gencias internas sobre el modo de resolver los conflictos. El sector lide-
rado por Roca era partidario de la continuación del orden vigente y la re-
presión. Otro sector, en el que se encontraba el entonces presidente Fi-
gueroa Alcorta junto a un número cada vez mayor de políticos conser-
vadores, sostuvo la necesidad de promover una reforma política y esta-
blecer un régimen representativo. En 1910 triunfó la posición reformis-
ta y asumió la presidencia Roque Sáenz Peña. Éste impulsó dos leyes
que se sancionarían en 1912: la confección de un nuevo padrón electo-
ral y el establecimiento del voto “secreto y obligatorio” para toda la po-
blación masculina.
Es en este arco temporal donde se inscriben los orígenes del tango co-
mo música prohibida y prostibularia, y la constitución de la “orilla” como
espacio marginal.
Con la construcción del nuevo puerto en Buenos Aires (1870) se pro-
ducen modificaciones urbanas: se relocaliza geográficamente el barrio
rico de la ciudad, que se desplaza del sur al norte. En consecuencia, zo-
nas anteriormente marginales como Retiro y Recoleta se transforman en
espacios urbanos distinguidos, poblándose de quintas aristocráticas y
palacios afrancesados. Al mismo tiempo, el barrio del Alto (San Telmo),
tradicional espacio de residencia de la oligarquía, queda en poco tiem-
po despoblado de sus tradicionales y poderosos habitantes. Todas las
MILONGUITAS EN-CINTAS 135

zonas que lindan con el puerto pasarán a congregar a los inmigrantes


que quedan anclados en la ciudad por falta de un destino fijo.
Mientras las exportaciones de productos agrícolas aumentan el cau-
dal de trabajo en la zona portuaria, el sector que rápidamente se enrique-
ce con éstas tiende a encerrarse en sus nuevos barrios, al tiempo que al-
rededor de éstos comienzan a conformarse los arrabales: la Boca, los
Corrales Viejos, Miserere, Bajo Belgrano, Palermo, con una población
mayormente conformada por inmigrantes. Será en estos incipientes es-
pacios urbanos donde el prostíbulo se constituirá como el sitio de reu-
nión masculina por excelencia. Ciertos barrios de la ciudad comenzarán
a ganar fama por la actividad prostibularia que allí se practica: el Parque
(zona de Plaza Lavalle y Tribunales) y “el hueco de Lorea” (actual pla-
za del mismo nombre y Plaza Congreso) para la clase alta; la Boca y Mi-
serere para los sectores populares. Otros puntos de la ciudad también fa-
mosos por sus prostíbulos eran: la Calle del Pecado o Del Aroma (actual
Ministerio de Obras Públicas), los fondines de la calle Entre Ríos (ac-
tual Palacio del Congreso) y el almacén o alpargatería de Machado (So-
lís y Estados Unidos). El tango está en las orillas, no salió del
Las pequeñas orquestitas dispuestas en la antesala de los prostíbulos arrabal; los vínculos entre varones y
van a dar acompañamiento musical a las primeras letrillas de tango, im- mujeres son todavía prostibularios. El
porte desafiante del compadrito y el
provisadas y entonadas a coro por la clientela mientras esperaba su tur- gesto sometido, alegre y
no. De temática prostibularia –baste como ejemplo el siguiente: “Por condescendiente de la mujer
c... con una mina / que era estrecha de caderas / me ha quedado la p... / reproducen el imaginario masculino
como flor de regadera”–,1 se caracterizan por el anonimato de sus au- de la situación.
tores, el hermetismo del medio en el que se desarrollan, y su prohibi- “Cafishio” ajustando negocios,
Fray Mocho, 1913.
ción en los ámbitos oficiales. En estas letras no existen ni “Estercitas”
ni “Milonguitas”. Tampoco el cabaret. Este período es el momento
inaugural del vínculo entre el tango y el prostíbulo, desarrollado entre
los años 1870 y 1900, aproximadamente. Las mujeres que oficiaban de
prostitutas eran denominadas “chinas” (cuando se referían a las muje-
res nativas) y “loras” (cuando se referían a las mujeres traídas de Euro-
pa: francesas, polacas, húngaras, suecas, inglesas, rusas, egipcias, bel-
gas, australianas).
La voz de quien canta o recita se vertebra en un sujeto masculino que
cuenta sus experiencias en el prostíbulo o en el trato que éste (siendo
“cafishio”) ejerce sobre sus pupilas. La mujer no tiene voz en esas letras.
Se la presenta como objeto sexual u ornamento erótico, ya para ser con-
sumida, ya para ser explotada. En el diseño discursivo de la voz del “ca-
fishio”, resuenan los ecos del ideario del estanciero: se habla de la ren-
ta de la “hacienda”.
En lo referente a las inmigrantes, la investigadora Donna J. Guy pre-
cisa: “Las prostitutas europeas de Buenos Aires, en su gran mayoría,
136 CUERPOS Y SEXUALIDAD

provenían de familias miserables y trabajaban por desesperación. Mar-


ginadas por la Revolución Industrial, expulsadas de su tierra natal por el
hambre o por la familia, por la persecución política o religiosa, veían en
la inmigración a otras tierras o a un nuevo continente una clave para su
supervivencia. Las bajas tarifas de los buques a vapor y la desequilibra-
da relación entre los sexos en las ciudades portuarias en veloz creci-
miento les hacía más fácil y atractivo emigrar. En estas condiciones, la
prostitución constituía más una típica respuesta consciente a la pobreza,
que el resultado de una trampa de algún proxeneta perverso”.2
Con el correr de los años, comienza a tomarse registro de algunas
letras, entre las que se destacan las de Ángel G. Villoldo, quien inicia
su labor de compositor durante la última década del siglo XIX. El tex-
to de “El Porteñito”, uno de sus tangos más celebrados, propone los si-
guientes versos: “No hay ninguno que me iguale / para enamorar mu-
jeres, / puro hablar de pareceres, / puro pico y nada más. / Y al hacerle
la encarada / la filo de cuerpo entero, / asegurando el puchero / con el
vento que dará”.3
Por estos tangos deambula una galería de personajes: el rufián, el
compadre, el compadrito, la taquera. El rufián, denominado también
“fioca”, “canfinflero” o “cafishio”, es el personaje más envidiado de la
orilla. Domina y explota a una pupila (prostituta) o a un grupo de ellas,
de cuyas ganancias vive. Es un ocioso al que le gusta vestir bien. El
compadre es un matón, guardaespaldas de personajes importantes o
asesino a sueldo. Su accionar se desenvuelve habitualmente en la reso-
lución de litigios entre rufianes por la posesión de prostitutas, la impo-
sición de orden dentro del prostíbulo o el cuidado de los intereses de al-
gún caudillo político. El compadrito, por su parte, es un trabajador que
aspira a llevar la vida de rufián, vestirse bien, no trabajar y ser manteni-
do. Por último, la taquera es la pupila del rufián; la denominación pro-
viene del taconeo de sus zapatos en la calle, ámbito donde “levanta”
clientela.
El grueso de los títulos de los tangos de este período dan una idea
bastante aproximada del tono y la temática: “El choclo”, “El serrucho”,
“La budinera”, transparentes metáforas de órganos corporales. “El fie-
rrazo”, metáfora del orgasmo. “C... sucia” (luego adecentado como “Ca-
ra sucia”), “Con qué trompieza que no dentra”, “Dos veces sin sacarla”,
“Embadurname la persiana”, “Colgate del aeroplano”, “Aquí se vacu-
na”, “Golpiá que te van a abrir”. “La c... de la lora” (luego adecentado
como “La cara de la luna”) y “Sacudime la persiana”, entre otros, son tí-
tulos que oscilan entre lo picaresco y lo pornográfico.4
Hacia 1890, con el término “orillero” se hacía referencia al “indivi-
duo de clase baja que no tiene trabajo fijo; el obrero, porque la industria
MILONGUITAS EN-CINTAS 137

La C...[ara] de la L...[una] y Sacudime


la persiana son parte de las metáforas
del acto sexual pensadas desde la
mirada del varón. La primera remite a
una prostituta extranjera y la otra, al
orgasmo femenino.
Portadas de las partituras musicales.

es considerada marginal y anormal en un país de economía esencialmen-


te agrícola y ganadera; todos los trabajadores callejeros y ambulantes;
todos los personajes vinculados al prostíbulo”.5 En el período inicial del
tango, el grueso de sus letristas y compositores era de origen proletario
y marginal, es decir, de la “orilla”.6 Por otra parte, aun dentro de los lí-
mites de la orilla, los ámbitos del tango van a ampliarse hacia las acade-
mias de baile, el café, las casas de baile, las fiestas de carnaval, el teatro
y el varieté.
Avanzados ya los años, las funciones de los personajes y el tipo de re-
lación que existe entre ellos queda explicitada en algunas letras. Obsér-
vense, por ejemplo, estos versos de “El Cafiso”, de Florencio Iriarte y
Juan Canavesi: “Se ha creído la rantifusa / con humos de gran bacana /
que por temor a la cana / no va a ligar la marrusa. / Pa’ mí es poco la ca-
nusa / y el código es un fideo; / una vez que me cabreo / la más turra
marca el paso, / sobre todo en este caso / que defiendo el morfeteo”.7
Hacia 1910, año del Centenario, el ámbito del tango sufrirá un cam-
bio que resultará fundamental. Los sitios en que se ha venido desarro-
llando, especialmente en la “orilla”, comenzarán a ser frecuentados por
la oligarquía. En un primer momento se modifican los “lugares de diver-
sión” de la “orilla”, cuyas fisonomías se tornan cada vez más lujosas y so-
fisticadas (por ejemplo, El Tambito, El Kioskito, La Violeta, La Red, El
Prado Español). Este proceso se acelera a partir de la urbanización de al-
gunas zonas de la ciudad antes marginales, como los bajos de Belgrano y
de Palermo, ámbitos no residenciales en donde se hace posible la edifi-
cación de establecimientos de baile y distracción, desconocidos hasta
ese momento en Buenos Aires: el cabaret, cuyo representante emblemá-
138 CUERPOS Y SEXUALIDAD

tico será Lo de Hansen. Otros famosos de la época fueron: Armenonvi-


lle (Avenida del Libertador y Tagle), Royal Pigalle (en el centro de la
ciudad) y el Elysée (en los altos del teatro Casino).
El desplazamiento territorial de la orilla al centro de Buenos Aires
protagonizado por la aparición del cabaret tendrá un certero impacto en
el habitat y la dinámica del tango, como también en la configuración y
canonización del clasicismo tanguero, tanto en las letras como en la or-
questa. El cabaret sustituirá el café y las academias del bajo fondo, y
ofrecerá una remuneración más generosa a los músicos, al mismo tiem-
po que exigirá ciertas rectificaciones en las letras y en la conformación
de la orquesta. La clientela que frecuenta el cabaret tiene mayores exi-
gencias de gusto y puede pagar por ellas; ahora la música estará a cargo
de profesionales vestidos elegantemente, y habrá un piano –instrumen-
to inaccesible tanto en los prostíbulos como en los cafés– en la confor-
mación de la orquesta. Al mismo tiempo, se podrán contratar letristas
estables (hecho que abrirá paso a su profesionalización); y se incluirán
músicos que arreglen y armonicen las composiciones.

Otra cara de la Luna Las elecciones presidenciales de 1916 arrojan el triunfo del candida-
to radical Hipólito Yrigoyen, lo cual permitirá la incorporación en el
juego político de algunos sectores populares urbanos. La Reforma Uni-
versitaria de 1918 posibilitará el acceso de la clase media a la Universi-
dad y la legislación social intentará incorporar al régimen jurídico na-
cional al incipiente proletariado. Desde el punto de vista económico, las
propuestas del radicalismo continuaron la economía primaria exporta-
dora, en donde no todos los grupos sociales tenían cabida. Aun así, exis-
tió la intención de modificar la distribución de la riqueza con el propó-
sito de favorecer a los sectores medios urbanos. Sin embargo, en la pra-
xis interna, los grupos conservadores ejercieron una oposición legislati-
va; y en lo externo, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), como tam-
bién la crisis económica de 1929, afectaron negativamente la economía
local, cuyo modelo agroexportador impedía una redistribución, dado
que los precios internacionales cayeron abruptamente.
El cabaret se convierte en el ámbito emblemático de este período,
pero no todos accederán a él; por allí transitará casi con exclusividad la
aristocracia. A partir del sexteto De Caro (1923), los músicos comien-
zan a vestir esmoquin, desaparecen las letras pornográficas y toda alu-
sión sexual. El denominado “período clásico” surge a partir de una se-
rie de transformaciones: se consolida la orquesta típica (habitualmente
conformada por un sexteto); aparecen los solistas (virtuosos especializa-
dos en la ejecución de un instrumento); se consolidan los géneros: el
MILONGUITAS EN-CINTAS 139

tango cantado y el tango instrumental; aparecen letras y letristas profe-


sionales y, por último, los cantantes (masculinos o femeninos).
La difusión del tango irá ampliando su área de cobertura, y llega –a
partir de este período– a incidir en el sainete teatral, los espectáculos de
varieté, la revista porteña, el cine, la radio y los discos. El sainete con-
tará siempre con un “cuadro de cabaret” donde se interpreta el tango de
rigor (ya una alusión a la milonguita, ya un lamento del patotero). En los
cines, durante el intervalo entre una función y otra, las orquestas ejecu-
tan temas (Julio De Caro en el Select Lavalle, el Real Cine y el Petit
Splendid; Enrique Delfino en el Esmeralda; etc.). Manuel Romero y
Luis César Amadori, personajes muy vinculados al espectáculo teatral y
revisteril, oficiarán también como letristas en este período, para transfor-
marse en paradigmáticos directores cinematográficos durante el período
del cine sonoro.
Las tramas argumentales de los tangos del período clásico incorpo-
rarán toda una serie de novedades respecto del período anterior. Pas-
cual Contursi será la figura emblemática, con sus letras que introducen
por primera vez la visión del sujeto de barrio que está desengañado de
su compañera (“Mi noche triste”, 1915). Si se toman como antecedentes
los versos del poeta Evaristo Carriego, quien desde una mirada costum-
brista había acuñado discursivamente el tránsito de “la costurerita que
dio aquel mal paso”, puede verificarse que con posterioridad a Contursi
se consolidará todo un ideario tanguero que introduce una nueva tensión
entre los espacios del barrio y el centro. Y junto a ésta, toda una nueva
galería de personajes.

La borrachera del tango (1928) y La


chica de la calle Florida (1922),
películas construidas sobre los
territorios tradicionales del universo
tanguero clásico, están basadas en las
desventuras de una joven.
Carteles publicitarios.
140 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Si anteriormente el ámbito del tango era el prostíbulo de la orilla,


las diversas modificaciones urbanas y las transformaciones sociales
surgidas del acuerdo entre radicales y conservadores darán lugar a que
emerja sobre la antigua línea divisoria orilla/centro, un nuevo espacio
que se desarrollará y ramificará rápidamente: el barrio. Los nuevos le-
tristas del período clásico pertenecerán en su gran mayoría a los secto-
res medios. La temática de sus versos, siempre desde el marco acentua-
damente patriarcal que caracteriza al tango, modificarán su discurso a
partir de la introducción del ideario barrial, en el cual localizarán a la
figura de la madre como suma de virtudes, abnegación y sacrificios.
Pura y buena, la madre siempre perdona, no se queja ni se rebela. El
constructo “madre” en el ideario tanguero es una suerte de valor eterno
y asexuado. Se lo propone como la suma de las virtudes femeninas. Es-
tá anclada de por vida al hogar, del cual nunca se desplaza. Permane-
cerá eternamente en la espera del regreso de hijas e hijos que se fueron
al centro.
Sobre el marco institucional del eje madre-hogar-barrio, se erigirá
como contrapartida el constructo de la “milonguita”, el personaje para-
digmático del clasicismo tanguero; la chica de barrio que abandonó su
hogar por las luces del centro y que, haciéndose pasar por francesa, ini-
cia su vertiginoso periplo de ascenso y descenso en noches de champán
y cabaret. A partir de este sistema de oposiciones (madre/milonguita),
va a ir constituyéndose todo un sistema de valores que asociará a la ma-
dre con el hogar, el barrio y la bondad, en confrontación con la milon-
guita, asociada a la noche, el centro y la perdición. El espacio del hogar
y el barrio será presentado como el paraíso perdido, el espacio de la es-
tabilidad, en tanto que el centro y el cabaret serán el espacio caótico.
Además, tanto la madre como la milonguita carecerán de discurso pro-
pio. Ellas serán enunciadas desde la voz del sujeto masculino que, mien-
tras señala la falta en la mujer de la noche, le recuerda los apremios eco-
nómicos de su madre, que siempre la esperará con las puertas del hogar
abiertas. Madre e hija son acciones: lavar, sufrir y esperar para la prime-
ra; transitar la noche y el cabaret, beber champán, lucir joyas y pieles pa-
ra la segunda. El discurso de ellas es meramente gestual, corporal. Casi
nunca hablan. El elemento peligroso que se localiza en la gestualidad dis-
cursiva de la milonguita proviene del uso que se hace de la sexualidad, al
que se asocia con el tránsito por la calle y la noche. La sexualidad en la
mujer sólo es bien vista si se circunscribe a la instancia de la reproduc-
ción, a partir de un vínculo directo con la figura de la madre. Sólo los
personajes asociables a las tipologías de Estercita o de la milonguita
arrepentida serán trabajados desde la primera persona: en el primer ca-
so, para cantar las penas por el abandono que sufre el varón por parte de
MILONGUITAS EN-CINTAS 141

su pareja; en el segundo, para prevenir sobre las peligrosas tentaciones


de las luces del centro.
El ámbito familiar que proponen estos tangos es más que singular:
las madres siempre carecen de pareja. No hay voz masculina en los ho-
gares del tango. Y los hogares que narran los tangos siempre han caído
en desgracia porque los hijos transgredieron un límite, que el enuncia-
dor masculino se encarga de señalar. Implícitamente, el tango reclama
una voz de orden dentro de la estructura familiar.
Si existe un hecho particular en la fisonomía de las letras de este pe-
ríodo, es el proceso de melodramatización implementado en la compo-
sición. Se trata de historias narradas desde una perspectiva masculina
fuertemente emotiva y moralizante. Volver al barrio y al hogar es su te-
sis de máxima; es decir, volver a un territorio bien delimitado y cerra-
do. El tópico de la sexualidad sólo es motivo para aludir a la prostitu-
ción. El ideal pretendido es la mujer que se asemeje a la ingenua virgi-
nal o a la madre.
Este ideario tanguero clásico estará atravesado por influencias tanto En la película La costurerita que dio
románticas como victorianas. Piénsese en la Margarita Gauthier de La aquel mal paso el director José
dama de las camelias, de Alejandro Dumas (h), y la cantidad de milon- Ferreyra insiste en el tópico del
“desliz” fatal, muy copiado del tango
guitas que acaban sus días muriendo tuberculosas; como también en la y del melodrama literario.
Mimí de Escenas de la vida bohemia, de Henry Murguer, llevada a la María Turgenova y Felipe Farah en una
ópera por Giacomo Puccini en La Bohème; o en la suerte de Trilby en escena de la película.
Svengali, de Georges Du Maurier. Puede recordarse, también, la suerte
de la pequeña Nell en El almacén de antigüedades, de Charles Dickens.
Es decir, legitimar el hogar como el espacio de la mujer y castigar a
aquella que circula por la calle. Y, a su vez, elevar como valor paradig-
mático a la debilidad física, semantizada como signo de pureza espiri-
tual y mental. Quizás sea por esto que el tango no inscribió en sus letras
a la mujer proletaria, dado que –de hecho– ya desde fines del siglo XIX
en la Argentina la mujer venía desempeñandose como trabajadora en
distintas actividades fabriles. De este modo el ideario patriarcal logra
ubicar el ámbito de la mujer en el espacio del hogar, proponiendo –si-
multáneamente– castigos para el uso de la sexualidad fuera del marco
institucional de la familia, sin ahondar demasiado en las razones –cultu-
rales e ideológicas– que hicieron factible la existencia de ámbitos como
el prostíbulo o el cabaret. El universo social del tango deviene así un
mundo congelado y estático, donde toda circulación social ya se encuen-
tra prescripta, en donde sus componentes no hacen más que llevar ade-
lante las acciones del ritual.
Pueden verse en la siguiente selección de fragmentos de tangos al-
gunos casos que ejemplifican lo enunciado:
“Estercita / hoy te llaman Milonguita, / flor de noche y de placer, /
142 CUERPOS Y SEXUALIDAD

flor de lujo y cabaret. / Milonguita, / los hombres te han hecho mal / y


hoy darías toda tu alma / por vestirte de percal.” Milonguita (1920). Le-
tra de Samuel Linnig.8
“Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones, / te engrupieron los
otarios, las amigas, el gavión; / la milonga, entre magnates, con sus locas
tentaciones, / donde triunfan y claudican milongueras pretensiones, / se
te ha entrado muy adentro de tu pobre corazón.” Mano a mano (1923).
Letra de Celedonio Esteban Flores.9
“Francesita, / que trajiste, pizpireta, / sentimental y coqueta / la poe-
sía del quartier, / ¿quién diría / que tu poema de griseta / sólo una estro-
fa tendría: / la silenciosa agonía / de Margarita Gautier?” Griseta
(1924). Letra de José González Castillo.10
“Desde que vos te fuiste, / el barrio nunca más cantó... / Una pena
muy triste, / todas las cosas envolvió... / Cuántas veces tu viejita, / al
caer la tardecita, / creyó ver, temblando de emoción, / que daba vuelta
la esquina, / la mimosa chiquilina, que regresaba a pedir perdón...” De
tardecita (1927). Letra de Carlos Álvarez Pintos.11
“No abandones tu costura, / muchachita arrabalera, / a la luz de la
modesta / lamparita de kerosene... / No la dejes a tu vieja, / ni a tu calle
ni al convento, / ni al muchacho sencillote / que suplica tu querer. / De-
sechá los berretines / y los novios milongueros, / que entre rezongos del
fuelle, / te trabajan de chiqué.” No salgas de tu barrio (1927). Letra de
A. J. Rodríguez Bustamante.12
“Portero, suba y dígale a esa ingrata / que aquí la espero, que no me
voy / sin antes reprocharle cara a cara / el mal que ha hecho en mi vida su
traición. / No tema, ¿no me ve que estoy tranquilo? / Si la he seguido pa-
ra saber / si es cierto que arrastraba mi cariño / con esos niños en esta Gar-
çonière.” Portero, suba y diga... (1928). Letra de Luis César Amadori.13
“Cuando estés en la vereda y te fiche un bacanazo, / vos hacete la chi-
trula y no te le deschavés; / que no manye que estás lista al primer tiro de
lazo / y que por un par de leones bien planchados te perdés. / [...] Abaja-
te la pollera por donde nace el tobillo, dejate crecer el pelo y un buen ro-
dete lucí. / Comprate un corsé de fierro con remaches y tornillos / y da-
le el olivo al polvo, a la crema y al carmín.” ¡Atenti, pebeta! (1929). Le-
tra de Celedonio Esteban Flores.14
“Nunca olvido aquella noche que besándome en la boca / una came-
lia muy frágil, de tu pecho se cayó. / La tomaste tristemente, la besaste
como loca, / y entre aquellos pobres pétalos una mancha apareció. / ¡Era
sangre que vertías! ¡Oh mi pobre Margarita! / Eran signos de agonía... /
eran huellas de tu mal... / Y te fuiste lentamente, vida mía, muñequita, /
pues la Parca te llamaba con su sorna tan fatal.” Margarita Gautier
(1935). Letra de Julio Jorge Nelson.15
MILONGUITAS EN-CINTAS 143

El momento inaugural de la narrativa cinematográfica en la Argenti- El lado oscuro de la Luna


na denota una fuerte tendencia de apego a estructuras melodramáticas,
con anclaje en modelos narrativos de tipo binario, bien delimitados y de-
finidos. Si históricamente quien cristaliza dicho modelo narrativo clásico
es David W. Griffith16 en los Estados Unidos (desde una concepción bi-
naria de mundo, que hunde sus raíces en los idearios victorianos y puri-
tanos, oponiendo –en lo referente a la mujer– el espacio de la calle al del
hogar, valorizando al primero en términos negativos), al asimilarlo local-
mente se le aplicará el sistema de oposiciones desarrollado durante el pe-
ríodo clásico del tango.
En la Argentina, la lenta implementación del modelo clásico cinema-
tográfico durante su período silente coincide temporalmente con el desa-
rrollo del clasicismo en el tango. Así, el sistema narrativo de oposiciones
paralelas confrontará los territorios o espacios privilegiados (el hogar)
con aquellos que valoriza negativamente (la calle, el cabaret). A partir de
este diseño, se dispone la tipología tradicional (la chica buena y humil- Las tramas de Lepera disponen los
de, la madre, la milonguita, etc.) y desde allí, se construyen tramas argu- recorridos filmados por Gasnier, donde
mentales fuertemente moralizantes, inscribiendo códigos de honor y dig- Carlos Gardel se debate entre mujeres
fatales y tísicas sublimes.
nidad en boca y acción de humildes personajes de barrio. Esta particular
Curiosamente, las primeras, que lo
disposición discursiva hace que esos personajes sean los mejores interlo- hacen feliz y lo ayudan a triunfar,
cutores de los infaltables adinerados de buen corazón. Es decir, la cons- aparecen como mujeres reprochables, y
trucción de los personajes legitimados por el relato inscribe en el discur- las que lo detienen en su camino y lo
so de éstos un ideario tan aristocrático como conservador, aun en la obra desvían de su deseo son, al menos en
de aquellos directores que han sido catalogados como populares, cuyos teoría, las buenas mujeres.
A la izquierda, Carlos Gardel, Vicente
resultados apenas rozan un tímido reformismo.
Padula y Mona Maris en una escena de
Entre los films abordados de este período inicial de la cinematografía la película Cuesta abajo (1934). A la
argentina (siendo que no son demasiados los que se conservan, aunque sí derecha, Gardel y Rosita Moreno en El
sus libros argumentales), podemos citar preferentemente: La chica de la día que me quieras (1935).
144 CUERPOS Y SEXUALIDAD

calle Florida (1921) y Perdón, viejita (1927), ambas dirigidas por José
A. Ferreyra, y La borrachera del tango (1928), de Edmo Cominetti.
Los films de Ferreyra descuellan por su intento de construir una mi-
rada costumbrista y moralizante sobre el Buenos Aires de la década del
’20, y particularmente sobre lo que él considera que son las vicisitudes
de los humildes, y sus opciones de resolución. Los intertítulos17 que or-
ganizan y acompañan el desarrollo de estas historias son representativos
del ideario que organiza al relato. Tomemos, por ejemplo, los que acom-
pañan el inicio de La chica de la calle Florida: “Angosta calle de anchas
vanidades. Arteria nerviosa donde nada se detiene y todo pasa. Y, sin
embargo, entre esa interminable farándula que pasa y pasa... Hay al-
guien que lleva un sello, una cicatriz que las delata. Son ellas... las chi-
cas de la calle Florida... los pajarillos alegres de esas grandes jaulas de
oro, donde entre sedas, brillos y colores suelen morir las azules ilusio-
nes soñadas la noche antes en la casita vieja del barrio triste [...] Una
vendedora... ¿Su nombre? ¡como el de muchas! ¿Su alma? ¡como la de
pocas...!”.
Se nos introduce así en un melodrama que relata las vicisitudes de
Alcira, la vendedora con un alma como pocas, y su amor por Jorge (el
hijo del dueño de la tienda donde ella trabaja, don Jorge Lapadul). A lo
largo de toda una serie de peripecias, en donde la conspiración contra el
amor de esta pareja se apoya en los prejuicios del padre de Jorge, capita-
lizados a su vez por el gerente de la tienda (Amancio Lamberti) en vías
de sacar provecho de esa situación, el relato clausura con el castigo al vi-
llano por parte de una ex amante (prototipo de milonguita), y el casamien-
to de Alcira y Jorge, con reconocimiento por parte del padre de éste. A
partir de ahí, Jorge pasa a desempeñarse como nuevo gerente, en tanto
que Alcira se desempeñará en su hogar como madre y ama de casa.
Perdón, viejita propone una historia enmarcada en un hogar humil-
de, adonde arriba Nora (una mujer de la noche que desea redimirse) co-
mo compañera de Carlos (ladrón arrepentido), hijo de la dueña de casa.
El cuadro se completa con Elena (hermana de Carlos), quien será em-
baucada emocional y materialmente por un malviviente (se la culpará
por el robo de un anillo). Para salvar a Elena, Nora se ofrece como res-
ponsable, al mismo tiempo que aconsejará a Elena con todos los precep-
tos de la buena senda, en vías de que se aleje de su compañero y de la
calle. Finalmente, todos confiesan sus culpas y Nora es liberada de la
prisión. Sin embargo, ella decide no quedarse junto a su compañero, da-
do que se considera indigna de compartir la dicha de ese hogar. Retorna
como cancionista de tangos a un bar del bajo fondo, adonde Carlos irá a
rescatarla. Se desata una pelea, un malviviente desenfunda un revólver y
Nora se interpone entre la bala y Carlos. Mientras Nora se encuentra
MILONGUITAS EN-CINTAS 145

convaleciente al cuidado de Carlos, Elena y su madre van a visitarlos, La película Ayúdame a vivir (1936), de
proponiéndoles que regresen al hogar. El relato concluye con el grupo fa- José A. Ferreyra, se basa en un
argumento escrito por Libertad
miliar sentado a la mesa, mientras la madre reza agradeciéndole a Dios.
Lamarque donde se afianza la
Nuevamente en este caso, los intertítulos vuelven a ser un buen ma- territorialidad de lo permitido: de día,
pa de los territorios y valores que circulan en el film: “Buenos Aires, que en una plaza pública a la vista de
desfallece como un cuerpo cansado a las primeras sombras del atarde- todos; por la noche, el baile y la juerga
cer, resurge ebrio de fosforescencias al conjuro de la noche, de la noche marcan lo femenino desviado.
plena con el cristal de sus carcajadas locas, con sus mil luces que guiñan Dos escenas de Ayúdame a vivir.
con malicia de mujer, con el sonar de besos en los templos del espanto
dorado [...] El reloj de la vida ha vuelto a marcar las doce. El Buenos Ai-
res agitado y laborioso dormita, mientras el Riachuelo brilla en las som-
bras como un estilete en acecho, símbolo de esas horas y de ese ambien-
te [...] Nora, un residuo más... Una de esas tantas mujeres sin nombre y
sin rumbo, y para quien la vida es una carga de plomo [...] Carlos Riú,
El Pájaro. Uno de esos tantos náufragos, que como los barcos rotos, ha
quedado hundido en el fango del riacho de la vida”.
Nótese que en ambos films sólo son portadores de apellido los per-
sonajes masculinos que poseen cierto poder (el dueño de la tienda y su
gerente, en La chica de la calle Florida; Carlos, en Perdón, viejita). Los
personajes femeninos carecen de apellido (Alcira y Nora), en tanto que
Jorge (en La chica de la calle Florida) es el hijo de, en donde el posesi-
vo tiene gran peso.
En La borrachera del tango, la historia se articula alrededor del gru-
po familiar integrado por don Antonio y su esposa, sus dos hijos –Luis
y Fernando–, a quienes acompaña Lucía, una huerfanita adoptada por la
familia. Ella está enamorada de Fernando, un joven muy amigo de la
juerga nocturna, cuya figura se encuentra contrapesada por la de su her-
146 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Desde un lugar tradicional, el director
Ferreyra separa la maternidad
biológica y la función maternal. La
mujer protagonizada por Libertad
Lamarque ha criado a costa de su
honra (único bien del que dispone) a
esta criatura; una vez casada, su
madre biológica intenta sacarle a la
niña. Finalmente, y burlando la
justicia, ambas mujeres acuerdan
compartir la maternidad.
Libertad Lamarque en una escena de
La ley que olvidaron (1938).

mano Luis, un ingeniero responsable. La suerte de Lucía arribará a un


desengaño con Fernando, quien en tensión entre los universos del hogar
y el cabaret, opta por este último. En el film resultarán significativos los
escasos planos detalle que se ponen en juego: en el ámbito del hogar, un
plano detalle del reloj a avanzadas horas de la noche, señalando la falta
de Fernando, que se encuentra de juerga; en el ámbito de la juerga, la
mano de una milonguita apretando la bocina de un auto en reclamo de
la presencia de Fernando, que en ese momento se encuentra en la casa,
ante las imploraciones y sollozos de Luisa. Finalmente, Fernando se de-
sengañará del ámbito que tanto lo seduce y comprenderá que su amor
está junto a Lucía, quien lo espera con los brazos abiertos.
En éste y en otros films de la misma época –como Muchachita de
Chiclana (1917), de Emilio Peruzzi; La vendedora de Harrods (1921),
de F. Defilippis Novoa; Melenita de Oro (1923), La costurerita que dio
aquel mal paso (1926), El cantar de mi ciudad (1930), Muñequitas por-
teñas (1931), todas de José A. Ferreyra–, el constructo “mujer” legitima-
do y valorizado positivamente por el relato posee las cualidades de la
fragilidad, la abnegación y el espíritu sacrificial.
En el tránsito del cine silente al sonoro tendrán un peso capital para
la producción local los films que Carlos Gardel realiza tanto en Francia
como en Hollywood, todos con argumentos de Alfredo Le Pera. Esas pe-
lículas despliegan los elementos anteriormente mencionados, a los que
MILONGUITAS EN-CINTAS 147

se les suma una hegemónica focalización del relato sobre los personajes
interpretados por Gardel. A partir de esta estrategia discursiva, se privi-
legia el punto de vista de este personaje (que es quien valoriza el univer-
so ficcional) y desde allí se trabaja sobre los procesos de identificación
de los espectadores, sobre la base de los raccords o enlaces de miradas.
Todo el ideario patriarcal del tango circula por estos films, verdade-
ras cabalgatas tangueras donde cualquier situación es una buena excusa
para que Gardel interprete una canción. Véanse, por ejemplo, los paráme-
tros estructurales de films como Melodía de arrabal (1932), Cuesta aba-
jo (1934), El tango en Broadway (1934), todas de Louis Gasnier; o Tan-
go Bar (1935) y El día que me quieras (1935), ambas de John Reinhardt.
En la Argentina, estos films harán escuela, principalmente sobre un
altísimo porcentaje de los films protagonizados por Libertad Lamarque,
quien –participando en la confección de los argumentos– retoma la fór-
mula consabida, desplazando la focalización del relato sobre sus perso-
najes, centros neurálgicos de las historias. La diferencia radical entre los
films de Gardel y de Lamarque radicará en el hecho de que si, en el pri-
mer caso, el ideario patriarcal circulaba en boca y acciones de sujetos
masculinos, en este segundo caso aparecerá asimilado de buen grado por
el personaje femenino. Así, por ejemplo, mientras un melodrama musi-
cal gardeliano celebra y festeja los momentos en que el artista canta en
un night club o un cabaret; los films de Lamarque propondrán dicha ac-
ción como uno de los momentos clave de la historia en donde la actriz Imágenes de la película Gente bien
(1939). El personaje protagonizado por
Delia Garcés busca trabajo pero es
rechazado por su condición de madre
soltera. Finalmente, encuentra un
espacio solidario entre sus compañeras
y compañeros de trabajo en un night
club. En la imagen al pie, cuatro
hombres acosan a la protagonista:
para ellos, una mujer que busca
trabajo fuera de su hogar es una
“cualquiera”.
148 CUERPOS Y SEXUALIDAD

más se luce en sus interpretaciones, y paralelamente este hecho será la


antesala de su castigo, dado que, según el ideario patriarcal, las mujeres
que transitan por espacios nocturnos nunca terminan bien. De este mo-
do, el relato asume una modalidad narrativa un tanto perversa: el mo-
mento en que más brilla la estrella del film, y –de hecho– el momento
más esperado por el público de entonces, será el motivo del castigo que
ella percibirá (Puerta cerrada, dirigida por Luis Saslavsky en 1939). Es-
te tipo de estructura argumentale comenzará a ser tímidamente modifi-
cado por algunos films del director Manuel Romero (Mujeres que tra-
bajan, 1938; Gente bien, 1939), en donde el ámbito de la calle será el
único espacio solidario para con los personajes femeninos. Hacia prin-
cipios de la década del ’40, se dará en nuestra cinematografía la irrup-
ción de las adolescentes ingenuas, hecho que abrirá una nueva página de
esta historia.
MILONGUITAS EN-CINTAS 149

Notas
1 Bates, Héctor y Bates, Luis, La historia del tango. Sus autores, tomo I, Cía. Gene-
ral Fabril Financiera, Buenos Aires, 1936, pág. 19; citado en Matamoro, Blas, La
ciudad del tango, Galerna, Buenos Aires, 1969, pág. 45.

2 Guy, Donna J., El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (1875-
1955), Sudamericana, Buenos Aires, 1994, pág. 19.

3 Gobello, José, Letras de tango (1897-1981), Centro Editor de Cultura la Argentina,


Buenos Aires, 1999, pág. 20.

4 Cfr. Matamoro, Blas, Historia del tango, Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires, 1971, pág. 12.

5 Ibídem, pág. 14.

6 Eduardo Arolas (rufián), Ernesto Poncio (matón y guardaespaldas), Agustín Bardi


(empleado de tienda), Juan Carlos Bazán (obrero tipógrafo), Augusto Berto (pintor
decorador), Ricardo Brignolo (empleado), Manuel Campoamor (pinche de oficina),
Roberto Firpo (peón de campo), Vicente Greco (canillita), Juan Maglio (mecánico
de automóviles), José Luis Padula (guitarrista ambulante), Francisco Pracánico
(obrero), Luis Teisseire (obrero), José Razzano (empleado), Ángel Villoldo (emplea-
do tipógrafo y conductor de tranvías de cuatro caballos). Puede ampliarse la lista en
Matamoro, Blas, Historia del tango, ob. cit., págs. 16-18.

7 Iriarte, Florencio y Canavesi, Juan, El Cafiso, en Gobello, José, Letras..., ob. cit.,
pág. 49.

8 Linnig, Samuel, Milonguita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 54.

9 Flores, Celedonio E., Mano a mano, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 68.

10 Castillo, José González, Griseta, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 76.

11 Álvarez Pintos, Carlos, De tardecita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit. pág. 127.

12 Rodríguez Bustamante, A., No salgas de tu barrio, en Gobello, José, Letras..., ob.


cit., pág. 130.

13 Amadori, Luis César, Portero, suba y diga..., en Gobello, José, Letras..., ob. cit.,
pág. 150.

14 Flores, Celedonio Esteban, ¡Atenti, pebeta!, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág.
155.

15 Nelson, Julio Jorge, Margarita Gauthier, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág.
212.

16 Cfr. Brunetta, Gian Piero, Nacimiento del relato cinematográfico, Cátedra, Colec-
ción “Signo e Imagen”, Madrid, 1987.

17 Se denomina intertítulos a los rótulos o letreros utilizados durante el período silen-


te del cine, que aparecen en diversos momentos del film y se emplean para mante-
ner la continuidad temporal –“días después”, “mientras tanto”–; describir persona-
jes, ámbitos o locaciones donde se desarrolla la acción, y también para dar cuenta
de los diálogos.
El placer de elegir
Anticoncepción y liberación sexual
en la década del sesenta

Karina Felitti*

La década de 1960 representa un particular momento social, cultural


y político en la Argentina, en el que se articulan la proscripción del pe-
ronismo, el debate en torno a su fenómeno1 y la movilización de la cla-
se trabajadora en pos de su retorno. En 1955, derrocado Perón, comien-
za una nueva etapa en la que ninguna experiencia gubernamental logrará
satisfacer los requisitos mínimos necesarios para sostener un orden po-
lítico y una estrategia económica perdurable. Un intento de superación
de esta tendencia tendrá lugar durante la llamada Revolución Argentina,
en un clima de fuerte reacción que va de lo político a lo cultural, y logra
homogeneizar en la oposición a un enemigo común a la clase obrera, sin-
dicatos, estudiantes y profesores universitarios, intelectuales de izquier-
da, más todo aquel que desafiara el proyecto de “restauración” nacional
bajo las normas y valores de la sociedad occidental, cristiana, y funda-
mentalmente anticomunista. En este marco acontece un importante cam-
bio dentro de las relaciones de género a partir del cuestionamiento de las
prácticas y valores que rodean la vida cotidiana. Es en este período cuan-
La introducción de los métodos
do las mujeres de los sectores medios comienzan a disfrutar de una ma- anticonceptivos modernos contribuyó a
yor libertad sexual a condición de lograr un control más efectivo y per- brindar a las mujeres de clase media
sonal sobre su fecundidad. una mayor autonomía y poder de
El renacer público del feminismo en el nivel internacional estuvo aso- decisión sobre su sexualidad y la
ciado al desarrollo de otros movimientos sociales (los hippies, los negros, cantidad de hijos que querían tener.
Con humor e ironía, Primera Plana le
los estudiantes) y se caracterizó por sus importantes gestos simbólicos.
dedicaba su segunda nota de tapa al
tema de la anticoncepción.
* Esta investigación fue posible gracias a la orientación y el estímulo de Marce- Primera Plana, n° 139, 6 de junio
la Nari. de 1965.
152 CUERPOS Y SEXUALIDAD
El cuestionamiento al orden
intergenérico podía manifestarse en los
más variados aspectos de la vida
cotidiana. Por primera vez se
planteaba que un marido que
“ayudaba” a su esposa en el trabajo
doméstico no estaba comprometiendo
su virilidad. A esta conclusión llegaba
Mamina, luego de un muy arduo
debate con especialistas.
Mamina, la revista de los años más
bellos, junio de 1968.

Han sido frecuentemente citados el desfile de antorchas en el cementerio


nacional de Arlington, Washington, en 1968, donde se arrojaron sostenes,
fajas y pestañas postizas a un “basurero de la libertad”, y la movilización
en la que se depositaron flores en honor a la “esposa desconocida del sol-
dado desconocido” en el Arco de Triunfo de París, en 1970.2 Estas mani-
festaciones incluían diversas demandas: igualdad de oportunidades en el
empleo y la educación, igualdad de salario por igual trabajo, protección
al embarazo y la maternidad y protección ante la violencia sexual dentro
y fuera del matrimonio. Las políticas corporales ocupaban un lugar des-
tacado en las agendas del feminismo internacional; se consideraba que la
enajenación del propio cuerpo equivalía a la pérdida de la subjetividad y
la enajenación del yo.3 El mito sobre el orgasmo vaginal comenzaba a de-
construirse con nuevos sondeos e investigaciones que demostraban la
normalidad de la estimulación a través del clítoris, ayudando a combatir
la supuesta frigidez que afectaba a un gran número de mujeres.4 La en-
cuesta sobre sexualidad realizada por el naturista y biólogo norteameri-
cano Alfred Kinsey encontraba una correlación entre la falta de experien-
cia sexual anterior al matrimonio, ya sea a través de la penetración o la
masturbación, y la dificultad que padecían las mujeres recién casadas pa-
ra alcanzar el orgasmo.5 Para las mujeres, conocer el propio cuerpo po-
EL PLACER DE ELEGIR 153

día resultar fundamental para asegurar el control de la descendencia, co-


mo también para alcanzar el placer que durante siglos había sido relega-
do. Este discurso se desarrollaba en paralelo a otros movimientos que
proponían entablar la lucha contra el sistema capitalista. En Francia, lue-
go del Mayo del ’68, el militante sindicalista Daniel Guerin afirmaba que
la liberación de la mujer y la liberación sexual estaban ligadas a la revo-
lución de toda la sociedad; y aseguraba que la emancipación histórica de
los sujetos femeninos era una extensión de lo que acontecía en el campo
económico, puesto que las mujeres, cada vez más incorporadas al merca-
do de trabajo, exigían mayores libertades en su vida privada.6
También la Argentina asistía a un momento de explosión callejera,
que traducía una incipiente revolución sexual, limitada por el contexto
político y económico de la década, y por una sociedad que se mostraba
cada vez más autoritaria y sin ningún apego a las prácticas democráticas.

Entre 1890 y 1930, la Argentina logró completar la transición de un Políticas de población:


régimen de fecundidad natural a un régimen de fecundidad dirigida, el dilema argentino
que consistía en un modelo de conductas deliberadas de las parejas en
lo referente a la dinámica de procreación. Variadas estrategias, cons-
cientes o no, permitieron que entre 1895 y 1914 la fecundidad comen-
zara a descender.7 Esta reducción de la tasa de natalidad fue considera-
da una de las más tempranas y eficientes en América latina. Si bien En el camino hacia una mayor
existieron comportamientos sin intención explícita –celibato o aumen- independencia, muchas mujeres
comenzaron a trabajar y a manejar
to en la edad de matrimonio y embarazo–, la novedad residía en el in-
su propio dinero; podían salir solas,
cremento de las prácticas anticonceptivas conscientes. Entre las de ma- volver tarde y, tal vez, acompañadas.
yor difusión figuraban el coitus interruptus y el condón, aunque este Buenos Aires, 1964, archivo personal
último era utilizado casi exclusivamente en los sectores medios. Ambos de la autora.
métodos implicaban la disposición y compromiso del varón como suje-
tos activos del control de la concepción; para la mujer restaban prácti-
cas más peligrosas y de mayor peso emocional: aborto, abandono de ni-
ños e infanticidio. Mientras tanto, el discurso médico y político
condenaba todas estas prácticas a la luz de los resultados no deseados
de la inmigración, la influencia del discurso eugenésico y el supuesto
peligro de la degeneración de la raza.8
En 1940, en el Primer Congreso de la Población volvió a visualizar-
se con dramatismo el descenso de la natalidad. Entre las variadas causas
que se enumeraban, algunas involucraban directamente a la mujer: la de-
cadencia de los conceptos y hábitos de familia, el trabajo fuera del hogar,
la deficiente educación maternológica, el número creciente de abortos y
el aumento del miedo al dolor del parto. A partir de estas conclusiones se
elaboró un plan de acción que incluía desde impuestos a las parejas sin
154 CUERPOS Y SEXUALIDAD

hijos y a los solteros, hasta la limitación del trabajo femenino fuera del
hogar. Era necesario incrementar la población del país, y como el flujo
migratorio estaba interrumpido, la mujer debía concentrarse en la tarea
de engendrar, parir y criar ciudadanos. Esta postura concordaba con la
política natalista del peronismo, que consideraba que una clase obrera
numerosa, con alto nivel de salario y de consumo, garantizaría la expan-
sión del mercado interno, el crecimiento de la industria y, por esa vía, el
mantenimiento de su poder político. Aun teniendo en cuenta el avance
cuantitativo y cualitativo de la participación política de las mujeres en es-
te período, la maternidad y la vida hogareña continuaban ocupando un
lugar privilegiado. Esto se vinculaba a la necesidad de lograr un creci-
miento vegetativo de la población, considerada la base del desarrollo
económico. En este sentido, contemplamos el aumento de políticas esta-
Chunchuna Villafañe, representante de tales como campañas a favor de la natalidad, protección a la mujer em-
la Asociación Modelos Argentinas, barazada, asistencia pre y posparto, y una severa represión al aborto.9
ponía de manifiesto que no todo era
El gobierno de Frondizi no elaboró un plan preciso acerca de la cues-
frivolidad en el mundo de la moda.
Las modelos también se organizaban tión poblacional, y los gobiernos militares que ocuparon el poder desde
y luchaban juntas por sus derechos. 1966 consideraron que el tamaño de la población constituía un factor geo-
Primera Plana, 19 de abril de 1966. político de primer orden, asociando las tendencias de las tasas de natali-
EL PLACER DE ELEGIR 155

dad con la Doctrina de la Seguridad Nacional. El dilema de considerar a


la creciente población como recurso o como obstáculo al desarrollo fue
planteado de manera polémica en 1969, a raíz de la realización del Sim-
posio sobre Política de Población para la Argentina. Este encuentro, orga-
nizado por el Instituto Torcuato Di Tella, contó con un clima efervescen-
te debido a que, por aquellos años, Estados Unidos había difundido sus
deseos de implementar un mayor control de la natalidad en los países sub-
desarrollados. Consideraban que la explosión demográfica era consecuen-
cia directa de la irracionalidad de América latina y que constituía la cau-
sa de todos sus males. La postura adoptada por el “imperialismo yanqui”
hizo que la derecha católica nacionalista y la izquierda agnóstica marxis-
ta coincidieran en el rechazo de toda acción intervencionista (pública o
privada, nacional o internacional) favorable a la planificación familiar.
Como conclusiones generales del Simposio se mencionaba: a) que la
política de población no podía basarse exclusivamente en el control o no
de la natalidad; b) que el establecimiento de una política de población
era competencia de los Estados y de sus gobiernos en pleno uso de su
soberanía; c) que una política de población carecía de sentido si sus me- ¿Puede mamá conservarse siempre
tas no estaban integradas en los objetivos de desarrollo y de la política linda? Revistas femeninas y también de
interés general, como Primera Plana, se
económica social global. Fue así como se pensó el cuerpo de las muje-
ocuparon de proponer alternativas
res en relación con las estrategias de desarrollo económico y los proyec- para volver reversibles los efectos del
tos de autonomía política; sobre ellos se escribían discursos que, desde embarazo y la maternidad. Podían
diferentes posturas ideológicas, plantearon un control sobre la salud re- bastar unos pocos minutos diarios de
productiva de la población.10 ejercicios, aunque no siempre era
Sin embargo, y a pesar de las políticas llevadas a cabo por los diver- sencillo abstraerse de las
“obligaciones” domésticas.
sos gobiernos, la natalidad fue disminuyendo desde la década 1940. Es-
Mamina, la revista de los años más
ta situación podría explicarse por la expansión social sostenida de la an- bellos, agosto de 1968.
ticoncepción a pesar de las políticas adversas, por el mayor nivel
educativo alcanzado y la creciente proporción de mujeres que trabaja-
ban fuera del hogar.11

Si bien la Argentina alcanzó un temprano control de su tasa de fe- La “píldora” como práctica
cundidad, el cambio más significativo para la vida sexual femenina se emancipadora: la reacción
debió a la difusión de los anticonceptivos orales a mediados de la déca- conservadora-católica
da del sesenta. Lo que estaba en juego no era sólo la capacidad de evi-
tar los embarazos no deseados; la píldora antiovulatoria brindaba a la
mujer una mayor libertad y autonomía sobre su cuerpo; eliminaba las se-
cuelas físicas, psicológicas y penales que suscitaba el aborto, a la vez
que separaba función reproductora y placer sexual. Las mujeres que po-
dían tener acceso a esta información, pertenecientes a los estratos altos
y medios de nuestra sociedad, refirmaron su identidad, disfrutando de su
156 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Isabel Sarli y Armando Bo filmaron
decenas de películas durante los
sesenta que generaron importantes
escándalos. Frente a la disyuntiva de
insinuar o mostrar, sus películas
optaron por lo explícito de la Carne.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.

cuerpo y del cuerpo del otro, sin pensar en tener que cambiar pañales o
en abortar.12
La reacción en el nivel nacional e internacional no tardó en aparecer.
La primera en manifestarse fue la Iglesia católica, que estaba recorrien-
do un sinuoso camino hacia el aggiornamiento, a paso lento y dubitati-
vo. Desde 1951, mediante una autorización de Pío XI, había aprobado
el método del ritmo como mecanismo alternativo a la abstinencia, pero
fue su sucesor, Pío XII, quien dio un salto hacia adelante al aceptar el
uso de la píldora de control de la natalidad con propósitos terapéuticos,
aunque su efecto secundario fuera anticonceptivo. Este antecedente no
significó bajo ningún aspecto que la Iglesia aceptara esta práctica, pero
generó una enorme cantidad de adhesiones y rechazos que hicieron, en-
tre otros muchos motivos, que, en 1962, el papa Juan XXIII convocase
al Concilio Vaticano II con el objeto de “actualizar” a la Iglesia.
Los problemas de justicia social que acompañaban la explosión de-
mográfica y el reciente descubrimiento de la píldora hicieron que pron-
to se evidenciase la necesidad de tratar el tema del control de la natali-
dad. Así fue como, en 1963, se creó una comisión para debatir y elaborar
un documento que reflejase el pensamiento de la Iglesia en esta cues-
EL PLACER DE ELEGIR 157

tión. Finalmente el progresismo quedó truncado cuando en julio de 1968


Pablo VI reafirmó categóricamente la prohibición de la anticoncepción
en su encíclica Humanae Vitae (De la vida humana), aunque sostuvo la
excepción hecha al ritmo o la abstinencia periódica.13 La razón de tal
sentencia fue el respeto al orden biológico natural que proponía ritmos
de fertilidad e infertilidad cargados de un auténtico valor normativo. Hu-
manae Vitae está considerada un significativo avance en cuanto a la ma-
nera de considerar la personalidad de la mujer, al coincidir con el descu-
brimiento del placer sexual más allá de la procreación.14
Mientras tanto, en nuestro país, Luis Margaride, jefe de la División
Moralidad durante el régimen de Onganía, se convertía en el “guardián
de moralidad” de la Revolución Argentina, y entre mitos, leyendas y ver-
dades iba generándose un interesante debate sobre la anticoncepción en
una de las revistas más vendidas de la época, Primera Plana.

El proceso de modernización que prosiguió a los tiempos de autar- Nuevas tendencias y viejos
quía peronista desarrolló un importante mercado de revistas nacionales problemas en Primera Plana
y extranjeras que pronto se convirtieron en canales de expresión de gru-
pos sociales diversos. El crecimiento de la industria editorial y sus re-
des de distribución, junto al incremento de la alfabetización y las nue-
vas pautas de consumo de la clase media, consolidaron la presencia de La revista solía ser un espejo en el que
se reflejaban los movimientos de la
una nueva ola de “libros baratos” que ampliaron la oferta cultural del
década. En casi todos los números se
período.15 Es en este momento cuando Primera Plana se afirma como reseñaban trabajos del Instituto Di
un espacio de expresión política y estética. Autorrepresentada como Tella y sus artistas.
“La revista de noticias de mayor circulación”, desde sus páginas acom- Primera Plana, n° 191, 23 de agosto
paña las transformaciones políticas, económicas y culturales, apuntan- de 1966.
do a un grupo de lectores conformado por varones empresarios, ejecu-
tivos e intelectuales identificados con los movimientos en boga.16 El
público femenino nunca fue prioritario en la revista, a pesar de la inclu-
sión de una sección o suplemento dedicado a la mujer titulado “Prime-
ra Dama”, donde se retrataban historias de vida, casi ejemplares, que
recogían las experiencias de mujeres exitosas en deportes, artes y es-
pectáculos. Ocasionalmente se realizaban entrevistas a mujeres políti-
cas y empresarias, que no dudaban en recordar que estaban allí por ser
hijas, esposas o amigas de algún conocido varón, destacando que pri-
mero se ocuparon de su familia, a veces como condición necesaria im-
puesta por sus maridos, y que luego de cumplir con su mandato natu-
ral, se dedicaron a hacer lo que realmente tenían ganas. La mayoría de
estas mujeres pertenecían a la alta sociedad, describían los bailes de
presentación a los que habían podido asistir en Europa y las menos lu-
josas copias que se realizaban en Buenos Aires. La moda femenina tam-
158 CUERPOS Y SEXUALIDAD

bién estaba presente, pero casi siempre los productos exhibidos eran
destinados a un target de consumo bastante alto: pieles, joyas, relojes.
Sin embargo, la mujer de clase media aparecía en toda la revista a tra-
vés de la figura de la secretaria, trabajadora incansable representada a
veces con la clásica imagen de la joven subida a las faldas de su jefe. Y
aunque también se buscaba superar algunos estereotipos de género, los
resultados no eran muy alentadores: las mujeres podían conducir autos
(aunque sólo para ir a buscar a los chicos a la escuela y luego llevar el
vehículo a lavar, ya que por esa única razón el marido lo había dejado
en la casa), eran ejecutivas (aunque estaban más dedicadas a la caridad
y beneficencia que al manejo de sus empresas), y eran también artistas
o intelectuales (aunque se privilegiaran más sus relaciones con los
hombres que su propia obra). Es significativo, entonces, que las reper-
cusiones y los debates que genera el boom del tema anticoncepción
sean tratados en una revista que las mujeres generalmente no leen, o
que no está pensada directamente para ellas,17 como si las decisiones
Las “modernas” pautas de consumo sobre el cuerpo de las mujeres se generasen fuera de su conocimiento
modificaron también las estrategias
y consentimiento.
publicitarias. Se volvió frecuente
recurrir al erotismo femenino para El tema de la anticoncepción vuelve a ser tapa de Primera Plana a
promocionar los nuevos productos. mediados de 1965. Bajo el título “Natalidad controlada en la Argenti-
Panorama, n° 54, noviembre de 1967. na”, se despliega un vasto informe en el que abundan las contradiccio-
nes. El control de la natalidad se piensa ligado a la vida matrimonial,
pero se critica a los sectores más tradicionalistas del clero, que conti-
núan viendo a la pareja de cónyuges como una fábrica para la manufac-
tura de hijos en serie.18 En el siguiente número, el semanario realiza
una encuesta que sondea el conocimiento y la práctica por parte de
hombres y mujeres de los diferentes métodos anticonceptivos moder-
nos. Las respuestas son desalentadoras. Muchas de las mujeres casadas
los desconocen, siendo el coitus interruptus el método más practicado
(85,64 por ciento). El informe revela que mientras se juzga al doctor
Carlos Silberstein por haber colocado veinticinco espirales intrauteri-
nos, y se discute sobre sus efectos, el número de abortos crece. En esos
años, la experiencia más audaz de planificación familiar en América la-
tina ocurre en Chile. Es en Santiago donde se realiza el Primer Congre-
so Mundial de Control de la Natalidad, auspiciado por las Naciones
Unidas y la Organización Mundial de la Salud.19 Pero ¿qué postura to-
ma Primera Plana frente a estas polémicas? Ante la pregunta en la sec-
ción “Tabúes”, “¿Qué significa la planificación familiar?”, el pastor
protestante Luis Parrilla responde revalorizando el papel del sexo en el
matrimonio y sólo dentro de él. Las relaciones íntimas prematrimonia-
les “le quitan al acto sexual el contexto de la luz. Se mutila el ámbito
de lo cotidiano. Lo que no puede mostrarse a la luz del día no sirve. La
EL PLACER DE ELEGIR 159

unión sexual no tiene por qué ser escondida, y el matrimonio es la co-


munidad del amor que permite que el ejercicio de la vida sexual sea a
la luz”.20 El ministro culminaba sus consejos morales con una senten-
cia: “El sexo es de Dios”.
En 1966, las píldoras vuelven a ocupar un lugar destacado en las in-
vestigaciones periodísticas del semanario, aunque esta vez sea para de-
cir que ya han pasado de moda. La novedad en métodos anticonceptivos
son los dispositivos intrauterinos, como el espiral de Margulis, adopta-
do tempranamente en Chile. Un cuestionario respondido a la salida de
la proyección del film Ser mujer, que incluía las imágenes de un aborto,
daba muestras de un importante proceso de maduración en relación con
estos temas. A pesar del golpe bajo de la película, las mujeres respon-
dían unánimemente por la legalización del aborto, la difusión de méto-
dos anticonceptivos y la obligación de los médicos de aconsejar sobre
planificación familiar. Pero también en esta ocasión la mayoría de las
espectadoras interpeladas eran mujeres casadas. Tratar el tema de la an-
ticoncepción y convertirlo alguna vez en noticia de tapa demuestra que
Primera Plana anhelaba convertirse en nuestra revista moderna y pro-
gresista; que todo esto quedase dentro del universo matrimonial mani-
fiesta los límites que se imponían a la llamada revolución sexual y el
control de las mujeres sobre su propio cuerpo.21

Durante el gobierno de facto del general Onganía, las nuevas olas y Y se hizo la luz: moralidad
movidas culturales fueron contenidas en una política que buscaba recu- y buenas costumbres
perar el clima de moralidad perdida. El gobierno se proponía reorgani-
zar el Estado, traspasando su esfera de influencia del ámbito público al
privado. La censura se extendió a las más variadas costumbres y mani-
festaciones de la vida diaria. Circulaban rumores que denunciaban la
prohibición del uso de minifaldas y pantalones a las mujeres, las raz-
zias a hoteles alojamiento y el posterior “llamado de aviso” a la esposa
o al esposo del/de la detenido/a, los allanamientos a boîtes y whisque-
rías y la iluminación y cercamiento con alambre de “Villa Cariño”. La
mala fama del comisario Luis Margaride y la política de censura pro-
movida por el intendente municipal de Buenos Aires, coronel Schetti-
ni, ayudaron a crear un clima de temor y encierro; aunque muchas de
las denuncias que circulaban eran falsas, la ciudad prefirió ir a dormir
temprano.
“Buenos Aires: la noche se apaga” llevaba como título un número de
Primera Plana contemporáneo a estos acontecimientos.22 Lo cierto era
que quienes vivían de noche o de la noche ya no podían pasear por Bue-
nos Aires con la tranquilidad de ayer. Afirmar que la noche se apagaba
160 CUERPOS Y SEXUALIDAD

era una ironía, ya que la ciudad nunca tuvo tanta luz como en aquel en-
tonces. Mediante el decreto 8620/66, firmado por los militares retirados
Schettini y Green Urien, se exigía una iluminación suficiente para apre-
ciar con certeza absoluta la diferencia de sexo de los concurrentes, o dis-
tinguir las adiciones y el dinero. Otro decreto (21.361/66) prohibía que
los artistas alternaran con el público, afectando directamente a las “co-
peras” que concurrían a las whisquerías. De este modo, se buscaba re-
Mientras la vida nocturna crecía, gularizar la prostitución concentrándola únicamente en los lugares habi-
también se multiplicaban las medidas litados para ese fin: los cabarets. Esos decretos influyeron, pero también
para regularla. Salir de noche dejaba los rumores afectaron los comportamientos de la sociedad y ayudaron a
de ser una diversión para convertirse liberar un espíritu moralizante y autoritario que no era patrimonio exclu-
en un desafío.
sivo de los militares. Así José Lataliste, uno de los dueños de la famosa
Vista de la calle Corrientes, con la
nueva iluminación a gas de mercurio, boîte Mau Mau, afirmaba: “En cuanto a la moralidad, si las parejas bai-
1965. Archivo General de la Nación, lan demasiado apretadas, se les llama la atención”.23 Otro “dueño de la
Departamento Fotografía. noche”, el propietario de Viva María, Alfredo Mignaquy, opinaba con
EL PLACER DE ELEGIR 161

ironía en alusión a las nuevas normas de iluminación: “lo peor es el des-


consuelo de las señoras, que hasta ahora especulaban con el maquillaje y
la penumbra”.24
En 1967, mediante otro decreto, se excluyó del repertorio del Teatro
Colón la ópera Bomarzo, con música de Alberto Ginastera y libreto de
Manual Mujica Lainez, por considerar que algunos pasajes eran porno-
gráficos. También se prohibió el film Blow up, de Antonioni (basado en
un cuento de Cortázar), y se quemaron varios libros catalogados de in-
morales o comunistas. También fueron clausuradas Tía Vicenta y Prime-
ra Plana, revistas que habían promovido una opinión pública favorable
al golpe pero que luego, por insistir en su tono crítico, fueron castigadas
por el mismo gobierno que habían propiciado.25
Estas medidas autoritarias no fueron patrimonio exclusivo del go-
bierno del Onganía. Ya en 1962, Gonzalo Losada había sido condenado
a un mes de prisión en suspenso por la publicación en su editorial de la
novela francesa El reposo del guerrero, de Christiane Rochefort.26 Ade- Durante el gobierno de Onganía se
más de representar un drama generacional, la obra ponía de manifiesto inició una severa campaña represiva
un nuevo tipo de mujer. De todos modos, resultaría exagerado tomar a contra las publicaciones “inmorales y
presuntamente obscenas”. La
Geneviève Le Theil, la joven estudiante protagonista, como un arqueti-
incautación de revistas pornográficas
po de mujer libre. En la novela se describe la relación de un hombre al- se anunciaba con la advertencia de que
cohólico que, más allá de sus problemas existenciales, se las arregla pa- todas ellas eran la base de la
ra vivir del dinero de Geneviève ofreciéndole a cambio sus favores penetración comunista en la Argentina.
sexuales: “El señor Sarti tiene en mí una renta, una criada y de propina, Primera Plana, n° 190, 16 de agosto
de 1966.
alguien con quien acostarse”.27 Si se puede decir que la protagonista ga-
na en algo libertad, es justamente en el mayor goce y disfrute de su pro-
pio cuerpo: “¿Será posible que haya tantas negaciones en el cuerpo de
una mujer? ¡Qué imagen más limitada tenía yo de este cuerpo! [...] Po-
co a poco, desmantelada, avanzo por el país desconocido de mi cuerpo
y me doy cuenta con estupor de lo lejos que vivía de mí misma. ¿Cómo
podía haberme ignorado hasta este punto?”.28 La historia de este chan-
taje amoroso muestra los alcances y límites planteados en una “revolu-
ción sexual” que deja intactos los cimientos de la sociedad patriarcal:
“goza a condición de tu sometimiento”.
Este claro ejemplo de censura por causas de moralidad ocurrió den-
tro del período “democrático”, si es que podemos llamar así a los regí-
menes que se sucedieron durante la proscripción peronista. En Buenos
Aires: Vida cotidiana y alienación, el ya clásico ensayo de Juan José Se-
breli, se menciona que durante los gobiernos de Frondizi y Guido se lle-
vaba a cabo una vastísima campaña moralizadora, un espionaje policial
de la vida privada, al mismo tiempo que proliferaban las sociedades de
defensa de las costumbres, y los “apóstoles de la castidad”.29 El libro es
de 1964, pero presagiaba con gran intuición los tiempos que vendrían.
162 CUERPOS Y SEXUALIDAD

¿Revolución sexual? Con el sugestivo título La revolución sexual argentina,30 Julio Ma-
fud publicaba en 1966 un ensayo que, desde la psicología social, bus-
caba describir las nuevas pautas en la moderna relación argentina de los
sexos. En base a otras investigaciones, encuestas y registros de historias
de vida en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, Mafud elaboraba
una serie de hipótesis y conclusiones donde las trayectorias individua-
les estaban construidas desde lo social. La mujer había emergido distin-
ta del hombre porque su recorrido había sido diferente. Ahora que co-
menzaba a liberarse habría que temer por los peligros que esa libertad
podía generar; el más terrible de ellos era la masculinización. La mujer
en pantalones, con cabellos cortos (a la garçonne) y fumando, exigía la
igualdad de su estatus en todos los órdenes, incluyendo el sexual. Las
“nuevas” prácticas, cunnilingus, soixante-neuf y fellatio, le permitían
variar la estructura inexorable del coito, y dejar en suspenso la común
expresión argentina, donde el acto sexual se denomina vulgarmente
“coger” e implica sometimiento. De todos modos, el autor creía que es-
ta revolución no estaba aún extendida, aunque sí reconocía que la mu-
jer había logrado liberarse del dominio de la naturaleza gracias al im-
pulso que había tomado en la Argentina el uso del preservativo
masculino. Pero, para Mafud, la revolución sexual no implicaba que la
mujer tomase las riendas en el control de la natalidad, ya que el nuevo
“anticonceptivo nacional” era privativo del varón y la liberación de la
mujer equivalía a la evasión de su verdadero estatus y su masculiniza-
ción.
Según algunas teóricas feministas, el concepto de revolución sexual
es un término negativo creado por el patriarcado, para glorificar y dig-
nificar el cambio en el comportamiento sexual de las mujeres, que per-
mite a los hombres conservarlas en disponibilidad.31 El clásico trabajo
de Kate Millett editado en 1969, en cambio, la define como la total
abolición de la institución del patriarcado, tanto en la ideología de la
supremacía masculina como en la organización social que mantenía
esa suposición.32 Ambas definiciones abarcan los puntos extremos de
un concepto que aún es difícil precisar. Si bien la mayor libertad de las
mujeres puede beneficiar en parte a los hombres (¿por qué no debería?),
esto no significa que se deba mantener una visión maniquea de los avan-
ces logrados por el movimiento de mujeres. Como sujetos sexuales
conscientes y activos, las mujeres pueden dejar atrás la clásica imagen
de “la caída” para dar la bienvenida a aquellos que quieran gozar con
ellas. Por otro lado, una revolución en los términos de Millett forma par-
te de un universo de utopías que aunque podemos añorar ya no forma
parte del imaginario de nuestra época. Las metas alcanzadas en los últi-
mos años abrazaron los objetivos de mínima y, en muchos casos, ni aun
EL PLACER DE ELEGIR 163

bajo este encubrimiento pudieron pasar las barreras que los sectores
conservadores imponen.
La Argentina, como parte del bloque latinoamericano, con una larga
historia de gobiernos militares, en coalición con grupos conservadores
y católicos, ha conformado sujetos, experiencias, instituciones y discur-
sos que no se dejan asimilar por los conceptos elaborados para las mis-
mas temáticas en las academias norteamericanas.33 Estos cambios en la
vida sexual y reproductiva no afectaron al conjunto de las argentinas, si-
no que se circunscribieron a la práctica de grupos reducidos de los sec-
tores medios.34 Sin embargo, si consideramos las propuestas y debates
en torno al control de la natalidad, y la importante mutación en lo que
hace a las relaciones entre los géneros en la vida cotidiana,35 podemos
suponer que estaba comenzando una incipiente lucha por la liberación
que sentaría las bases de las reivindicaciones feministas de la década de

Mientras en Londres la reina Isabel


entregaba una medalla de honor a la
modista Mary Quant, en Buenos Aires
se relacionaba el tamaño de las faldas
con su potencialidad subversiva y aún
se consideraba la moda de las
minifaldas como algo esnob y pasajero.
Primera Plana, n° 195, 20 de
septiembre de 1966.
164 CUERPOS Y SEXUALIDAD

1970. Preferimos ubicarnos a mitad de camino de las definiciones extre-


mas y pensar que, en sentido estricto, ninguna de estas propuestas ha
terminado de realizarse. Conocer lo que ayer no fue puede ayudarnos a
afrontar lo que queremos lograr hoy.
EL PLACER DE ELEGIR 165

Notas
1 La producción historiográfica que aborda este período se refiere fundamentalmente
a cuestiones políticas y culturales bajo el prisma del peronismo y la nueva izquier-
da; reconstruye los periplos del campo intelectual del que algunos de sus autores
formaron parte. Véanse Terán, Oscar, Nuestros años sesenta. La formación de la
nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, El Cielo por Asalto, Buenos Ai-
res, 1993; Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década del sesenta, Puntosur,
Buenos Aires, 1991; Neiburg, Federico, Los intelectuales y la invención del peronis-
mo, Alianza, Buenos Aires, 1998. En este sentido, consideramos más pertinentes a
“nuestros años sesenta” las líneas de investigación seguidas por María del Carmen
Feijoo y Marcela Nari en “Women in Argentina During the 1960’s”, Latin American
Perspectives, 88, vol. XXIII, n° 1, 1996.

2 Cfr. Ergas, Yasmine, “El sujeto mujer: el feminismo de los años sesenta-ochenta”,
en Duby, Georges y Perrot, Michelle, Historia de las mujeres. El siglo XX. La nue-
va mujer, Taurus, Madrid, 1993.

3 Con esta afirmación concluía su estudio el muy difundido manual del Women’s
Healthbook Collective de Boston, “Nuestro cuerpo, nuestro Yo. Cf. Ergas, Yasmine,
“El sujeto mujer ...” en Duby y Perrot, ob. cit., p. 171.

4 Ya en el Informe Kinsey (1953) se criticaba la afirmación de Freud que suponía que


la madurez sexual se traducía por una subordinación de las reacciones clitoridianas
a las reacciones vaginales y por el desarrollo de la sensibilidad de la vagina. En 1976
la norteamericana Shere Hite confirmó la hipótesis de Kinsey al realizar una inves-
tigación sobre 3000 mujeres mostrando que el 29 por ciento de ellas nunca alcanza-
ba el orgasmo por penetración; un 19 por ciento lo lograba tanto por estimulación
del clítoris como por penetración; el 22 por ciento pocas veces lo conseguía duran-
te la penetración; y sólo un 30 por ciento lo alcanzaba regularmente durante la pe-
netración sin estimulación del clítoris.

5 Cfr. Kinsey, Alfred, Sexual Behavior in The Human Male, Indiana University Press,
1948; Sexual Behavior in The Human Female, Indiana University Press, 1953, cita-
dos en Daniel Guerin (1969), La revolución sexual después de Reich y Kinsey, Tiem-
po Nuevo, Caracas, 1971.

6 Véase Guerin, Daniel, La revolución sexual..., ob. cit., pág. 133.

7 Véase Torrado, Susana, Procreación en la Argentina: hechos e ideas, Ediciones de la


Flor, CEM, Buenos Aires, 1993. La tesis más difundida hasta ahora ha ligado este
comportamiento a la irrupción masiva de la inmigración, considerando que la reduc-
ción de la natalidad era producto de la asimilación de pautas anticonceptivas de los
extranjeros. Otros estudios han demostrado, en cambio, que la reducción de la tasa
de natalidad estaba relacionada con la común experiencia de incertidumbre e inesta-
bilidad del mercado laboral, que involucraba tanto a inmigrantes como a nativos.

8 Para un análisis sobre la disminución de la natalidad, debate médico y construcción


de la figura materna, véase Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la dismi-
nución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.),
Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina,
Biblos, Buenos Aires, 1996.

9 Véase Bianchi, Susana, “Las mujeres en el peronismo”, en Duby, Georges y Perrot,


Michelle, Historia..., ob. cit.

10 De este modo se reformulaba el tópico clásico de nuestra literatura, que articula el


destino de la nación en torno a sus mujeres madres. Véase Masiello, Francine, En-
166 CUERPOS Y SEXUALIDAD
tre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina mo-
derna, Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 1997.

11 Véase Novick, Susana, Mujer, Estado y políticas sociales, CEAL, Buenos Aires,
1993.

12 En este momento se da el primer caso documentado en el nivel internacional de los


efectos anticonceptivos del tratamiento de estrógenos (Anticoncepción de Emergen-
cia), cuando médicos holandeses aplicaron esta práctica, de origen veterinario, a una
niña de trece años que había sido violada durante la mitad de su ciclo menstrual. Véa-
se Palma, Zulema, “La anticoncepción de emergencia, un aporte para los derechos
sexuales y reproductivos de las mujeres”, en Avances en la Investigación Social en
Salud Reproductiva y Sexualidad, AEPA-CEDES-CENEP, Buenos Aires, 1998.

13 Véanse Hume, Maggie, La evolución de un código terrenal. La anticoncepción en


la doctrina católica, Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), Montevideo, 1993;
Barraza Eduardo, “Anticoncepción e Iglesia católica o la desmemoria histórica”,
Conciencia Latinoamericana, vol. X, n° 1, CDD, Córdoba, enero-julio de 1998.

14 Mientras las mujeres luchaban para lograr un control sobre su sexualidad y salud
reproductiva, la Iglesia intentaba “protegerlas”, advirtiendo: “Podría temerse que
el hombre habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder
el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico,
llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como com-
pañera, respetada y amada” (Humae Vitae, Sección 17). Véase Porcile Santiso, Ma-
ría Teresa, “Doctrina católica romana sobre la sexualidad femenina”, en Becher,
Jeanne (comp.), Mujer, religión y sexualidad, World Council of Churches Publica-
tion, Suiza, 1990.

15 Traducciones que incluían temas de psicología y sociología, carreras en boga por es-
tos años, se encontraban al alcance de un lector ávido y moderno. La Editorial Uni-
versitaria de Buenos Aires, Eudeba, nació en 1958 al calor de estos cambios. La de-
signación de Boris Spivacow como gerente general permitió capitalizar su
experiencia en el mercado editorial y lograr la incorporación de un público masivo
a través de la venta en kioscos callejeros. Por otro lado, Sudamericana consolidó el
“boom de la literatura latinoamericana” con la publicación de Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez, en 1967. Por ese entonces, Emecé se convertía en un
reducto de editores argentinos que cumplían un papel activo en la selección y con-
cepción de los libros a publicar, incluyendo en su catálogo a autores nacionales.
Véase De Sagastizábal, Leandro, La edición de libros en la Argentina. Una empre-
sa de cultura, Eudeba, Buenos Aires, 1995.

16 Véanse Mazzei, Daniel, “Periodismo y política en los años sesenta: Primera Plana y
el golpe militar de 1966”, Entrepasados, año IV, n° 7, 1994; Taroncher, Miguel Án-
gel, “Un caso de renovación periodística en la Argentina de los años sesenta: la re-
vista Primera Plana”, en Estudios Ibero-Americanos, PUCRS, vol. XXIV, n° 2,
1998; Alvarado, Maite y Rocco-Cuzzi, Renata, “Primera Plana: el nuevo discurso
periodístico de la década del sesenta”, Punto de Vista, nº 22, Buenos Aires, diciem-
bre de 1984.

17 Las secciones dedicadas a economía y negocios, administración de empresas y los es-


pacios publicitarios dedicados a mobiliarios de oficina, bebidas alcohólicas, ropa, cal-
zados y productos de belleza masculinos, denotan la estrategia editorial, dirigida a un
lector ideal varón, profesional y de un alto nivel de consumo. Sin embargo, podemos
suponer que una vez que la revista era comprada por ese potencial lector, su entorno
familiar también podía leerla, superando así el límite de expectativa de sus editores.

18 A fines de 1964, el control de la natalidad fue por primera vez tapa de la revista
(n° 88). En ese entonces un simpático niño desnudo ilustraba la portada. Medio año
EL PLACER DE ELEGIR 167

después el tema reaparece con mayor contundencia e impacto. Cfr. Primera Plana,
n° 139, Buenos Aires, 6 de julio de 1965, págs. 50-1.

19 Primera Plana, n° 140, Buenos Aires, 13 de julio de 1965, págs. 33-8.

20 Ibídem, n° 141, Buenos Aires, 20 de julio de 1965, págs. 46-8.

21 En 1974, bajo el tercer gobierno peronista, se prohibieron todas las actividades que
directa o indirectamente pretendieran controlar la natalidad. La legislación originada
durante el gobierno del general Videla coincidía con esta prohibición y la refirmaba.
Fue recién durante la gestión del gobierno radical de Raúl Alfonsín cuando se derogó
el decreto 659/74 y se restablecieron los servicios de salud con programas de infor-
mación sobre planificación familiar. Véase Novick, Susana, Mujer, Estado..., ob. cit.

22 Primera Plana, n° 189, 9 agosto de 1966, págs. 15-8.

23 Ibídem, pág. 16.

24 Ibídem, pág. 18.

25 La clausura de la revista Primera Plana se lleva a cabo el 5 de agosto de 1969, en


su n° 345. El supuesto motivo es el haber dado cuenta de una pelea entre Lanusse y
Onganía. Véase Mazzei, Daniel, “Periodismo y política...”, ob. cit., pág. 40.

26 Rochefort, Christiane, El reposo del guerrero, Losada, Buenos Aires, 1959.

27 Ibídem, pág. 53.

28 Ibídem, pág. 47.

29 Sebreli, Juan José, Buenos Aires. Vida cotidiana y alienación, Siglo XX, Buenos Ai-
res, 1964, pág. 68.

30 Mafud, Julio, La revolución sexual argentina, Américalee, Buenos Aires, 1966.

31 Cf. “Sexual Revolution”, en Kramarae, Cheris y Treichler, Paula A., A Feminist Dic-
tionary, Pandora, Londres, 1989, pág. 416.

32 Millett, Kate, Política sexual, Cátedra, Madrid, 1995, pág. 128.

33 Véase Balderston, Daniel y Guy, Donna J. (comps.), Sexo y sexualidades en Améri-


ca Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998, pág. 19.

34 En este sentido coincidimos con otro trabajo que afirma: “La moral sexual de la ma-
yor parte de la sociedad argentina, sin embargo, no ha sufrido grandes cambios en
el período con respecto a las décadas anteriores, las del cuarenta y el cincuenta. Las
pautas en las que se educaban a las mujeres eran similares y básicamente no estimu-
laban la participación de la mujer en la vida pública”. Cf. Henales, Lidia y Del So-
lar, Josefina, Mujer y política: participación y exclusión (1955-1966), Colección Bi-
blioteca Política Argentina, nº 441, CEAL, Buenos Aires, 1993.

35 Cf. Feijoo, María del Carmen y Nari, Marcela, “Women in Argentina During the
1960’s”, ob. cit.
Resistencias y luchas
Alejandra Vassallo
Marcela María Alejandra Nari
Fernando Rocchi
Débora D’Antonio
Mabel Bellucci
Obreras, militantes de base y líderes políticas, mujeres de la elite,
intelectuales, feministas, amas de casa, protagonizan los trabajos agru-
pados en esta sección. Los relatos muestran cómo las mujeres, durante
este complejo siglo XX, desarrollaron prácticas de resistencia y de lu-
cha. A través de las décadas, heterogéneos coros de voces se elevaron
contra la desigualdad, la opresión –de género y clase– y la violencia
que se presentaban como “necesarias” y “naturales” para el manteni-
miento del orden vigente. Estas luchas y resistencias significaron, en
ocasiones, tanto la reapropiación creativa como la ruptura de los man-
datos sociales acerca de la feminidad. En este sentido, la maternidad
fue clave para la constitución de la ciudadanía femenina, aunque tam-
bién funcionó como un límite para la emancipación y la autonomía ple-
na de las mujeres durante todo el período que abarca este volumen. En
otro sentido, los escritos de esta sección se rebelan contra el olvido, res-
catando las huellas que dejaron las mujeres en el pasado y que la me-
moria histórica oficial ha omitido.
El origen del Consejo Nacional de Mujeres, creado en 1900, permi-
te la aproximación a una de las experiencias fundantes de la historia po-
lítica femenina en la Argentina. Mujeres de diferentes organizaciones y
entidades se agruparon en él y constituyeron el primer ejemplo de orga-
nización federativa de alcance nacional e internacional, “en pro de la
elevación de la mujer”. Los objetivos y límites de tal empresa proponen
un novedoso replanteo de la consolidación del movimiento feminista en
el país y de sus alcances como herramienta de coalición y de conflicto.
El segundo relato revela la construcción de la maternidad como
cuestión pública y política y la apropiación que las feministas locales
hicieron de ella como clave de la feminidad durante gran parte de la
primera mitad del siglo. En este sentido, la maternidad fue asumida por
ellas como experiencia vital, común a todas a pesar de las diferencias
de clase. Lo que era presentado desde el poder patriarcal como garan-
tía del orden, para las intelectuales era una forma de hacer política. Los
diferentes recorridos, posiciones y construcciones en torno a la mater-
nidad, el feminismo y la política permiten deshomogeneizar las expe-
riencias femeninas e historizar lo que se muestra hasta el día de hoy co-
mo parte de la naturaleza y, en este sentido, fuera de la cultura y de la
historia.
La mirada se vuelve hacia un sujeto devaluado históricamente: las
obreras de principios de siglo. Incorporadas en las industrias nacien-
tes, padecieron la explotación por parte de sus empleadores y, más tar-
de, fueron invisibilizadas por la historiografía. No obstante, una nueva
interpretación de las fuentes da cuenta de su importancia económica y
de los resquemores que dicha participación despertó en la opinión pú-
blica, el Estado, los políticos y los trabajadores varones.
El paso de los años no implicó cambios en esa situación de invisibi-
lidad. Sin embargo, la huelga que el gremio de la construcción llevo a
cabo a mediados de la década de 1930 encontró a las mujeres en pri-
mera fila: organizando y manteniendo comedores populares y centros
de asistencia médica, agrupando amas de casa en apoyo de la huelga,
llevando adelante la defensa de sus maridos o hermanos presos y resis-
tiendo los ataques policiales. La incorporación del género como cate-
goría de interpretación histórica permite la reconstrucción de la huel-
ga desde un lugar radicalmente diferente. Los silencios, las omisiones,
los comentarios ad hoc, son recuperados y sitúan en un lugar central a
aquellas que, hasta ahora, habían permanecido al margen de la histo-
ria del movimiento obrero.
Esta sección se cierra con la inscripción histórica del Movimiento
de Madres de Plaza de Mayo. Si hasta entonces la política y el terreno
de la movilización y de la lucha se habían conformado como espacios
propios y reservados a los varones, la irrupción repentina de estas mu-
jeres en la arena pública hizo añicos ese paradigma. Empujadas a de-
jar sus hogares, “las madres” colaboraron en cambiar tanto la cara de
la política como la definición política de la maternidad en la Argentina.
Entre el conflicto y la negociación
Los feminismos argentinos en los inicios
del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910

Alejandra Vassallo

“La unión hace la fuerza.” En sólo dos años el Consejo ha realizado


una tarea única: ha fomentado el intercambio de información entre
sociedades de los puntos más alejados del país; ahora todas las
participantes saben diez veces más acerca de la mujer en Argentina. Ha
impulsado la reunión en una gran agrupación en donde cada una debe ceder
un poco de sus ideas y sentimientos absolutistas. Muchas sociedades se han
regularizado mediante estatutos y un funcionamiento más parlamentario. Ha
conseguido personería jurídica, lo que le permite presentar proyectos
legislativos al Congreso de la Nación. Ha editado una Revista única en su
género, que se distribuye en todo el país y en el exterior. Por primera vez, se
ha compilado una historia de la escritura femenina argentina y una
estadística informativa de las sociedades femeninas en el país. Y ha
realizado una obra patriótica al colocar a la Argentina en el mundo a través
del movimiento feminista internacional. La Sociedad Santa Marta, miembro
CECILIA GRIERSON1 fundador del CNM desde setiembre de
1900, se dedicó a “formar jóvenes
obreras hábiles, instruidas y morales”
creando escuelas profesionales de
Hacia fines del año 1900 se produjo un hecho singular en la histo-
mujeres como las que funcionaban en
ria de las mujeres y de la política argentina, que imprimiría un sello Europa y los Estados Unidos. Dolores
particular a la forma y los alcances que tendría el feminismo en la pri- Lavalle de Lavalle, su fundadora y
mera década del siglo XX. Con el propósito de nuclear a todas las orga- activa difusora de la obra social de las
nizaciones femeninas del país se creó el Consejo Nacional de Mujeres mujeres argentinas, fue tres veces
de la República Argentina, el primer ejemplo de organización federati- presidenta de la Sociedad de
Beneficencia de la Capital y
va de alcance nacional e internacional. El Consejo fue así la primera ex-
presidenta del CNM desde 1916.
periencia de alianzas políticas entre grupos muy diversos de mujeres ar- Escuela Dolores Lavalle de Lavalle.
gentinas, que no volvió a tener un correlato tal vez hasta 1983 con la Archivo General de la Nación,
formación de la Multisectorial de la Mujer.2 Departamento Fotografía.
173 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Tras casi una década en que mujeres profesionales, universitarias y


maestras habían intentado sin éxito formar un capítulo argentino del
Consejo Internacional de Mujeres, la flamante ex presidenta de la Socie-
dad de Beneficencia de Buenos Aires, Alvina van Praet de Sala, declaró
inaugurado el Consejo argentino, el 25 de setiembre de 1900.3 En el sa-
lón de su casa, con representantes de dieciocho sociedades presentes, la
matrona de la elite porteña pudo hacer realidad en unos pocos meses una
empresa que a la doctora Cecilia Grierson, verdadero motor de la idea,
le había resultado imposible hasta que convocó a Sala en una alianza que
resultaría clave. Alvina van Praet de Sala, al colocarse personalmente al
frente de la empresa definida como “en pro de la elevación de la mujer”,
logró reclutar a las sociedades fundadoras gracias a sus contactos perso-
nales y políticos, forjados a lo largo de años de activismo en la asocia-
ción de mujeres más antigua y poderosa del país.4
La creación del Consejo revela a su vez los denominadores comunes
que las argentinas enfatizaron para organizarse y actuar colectivamente
y la factibilidad de realizar una alianza entre grupos con fines diversos,
como lo eran las asociaciones profesionales, las sociedades de benefi-
cencia, las de ayuda mutua o las étnicas, entre otras. En este sentido, las
discusiones iniciales para ubicar al Consejo dentro del movimiento fe-
minista fueron centrales para definir las bases de su organización y los
alcances de su accionar político. La formulación que la federación en su
conjunto y que cada sociedad adherida hizo del feminismo a lo largo de
su historia definió tanto el tipo de alianzas como las acciones que se lle-
varían a cabo en nombre de la organización, y que eventualmente conta-
rían con el apoyo del Estado argentino.
Así como la historia del feminismo no es unívoca sino que debe in-
sertarse en contextos sociopolíticos determinados, la historia de la polí-
tica en dichos contextos no puede ser ajena a la actuación de los grupos
que desde distintos sectores se autoproclamaron feministas formulando
sus propias definiciones y prácticas políticas concretas.5 Las mujeres ar-
gentinas construyeron sus identidades políticas y legitimaron su derecho
a participar en la formación de una nueva ciudadanía, en el marco de in-
tensos debates y movilizaciones en torno a la modernización de la polí-
tica y la sociedad argentina a principios del siglo XX.6 El Consejo fue el
fruto de formas asociativas y acciones públicas de las mujeres argenti-
nas, como instancias de participación en la política nacional, aunque no
necesariamente la partidaria.7
El concepto de esfera pública y su relación con la acción política son
fundamentales para analizar la organización y la acción colectiva de las
mujeres argentinas. Por esfera pública entendemos tanto el territorio
discursivo de la deliberación y la acción colectiva que tiende al supues-
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 174

Hija de los primeros inmigrantes


escoceses, dedicó su vida a la
educación normal y profesional de
mujeres desde los trece años. Los
tempranos contactos profesionales con
la comunidad de mujeres educadoras y
la relación con la elite femenina
porteña a partir de su práctica
profesional dentro de instituciones
administradas por la Sociedad de
Beneficencia, sentaron las bases de su
posterior liderazgo en la creación del
Consejo Nacional de Mujeres.
Cecilia Grierson, 1926. Archivo
General de la Nación, Departamento
Fotografía.

to “bien común”, como a los espacios reales de deliberación y acción,


por fuera de los límites del hogar y el parentesco, y en el marco de ins-
tituciones sociales (asociaciones de ciudadanos, partidos políticos, pren-
sa escrita, ceremonias públicas y otras organizaciones).8 Esta definición
resulta particularmente útil a la hora de estudiar las acciones públicas de
las mujeres, ya que dicho análisis se plantea desafiar los presupuestos de
género9 de la teoría política clásica, que, al analizar períodos como el
que nos ocupa, inscribe la acción política exclusivamente en la esfera
masculina. Así, la política se define como las acciones públicas llevadas
a cabo por los individuos/grupos que buscan plantearse, combatir, trans-
formar, disputar y/o insertarse en las relaciones existentes de poder en-
tre diferentes grupos sociales, o entre los individuos/grupos y el Estado.
La política, entonces, es el ámbito en el que por medio de acciones co-
175 RESISTENCIAS Y LUCHAS

lectivas o individuales, hombres y mujeres redefinen los significados de


la participación y la representación y ejercitan su derecho a ser actores
activos en las políticas del Estado y artífices de las narrativas de la na-
ción.10 Así definida, la política se convierte en el espacio por excelencia
para ejercer una ciudadanía que no necesita esperar el derecho al sufra-
gio, o limitarse a la política electoral.
El surgimiento de numerosas organizaciones de mujeres entre fines
del siglo XIX y principios del XX en la Argentina constituyó una res-
puesta de las mujeres a las restricciones de la política formal definida
como exclusivamente masculina. Sólo tomando como referencia las 250

La Sociedad de Beneficencia creada en


1823 fue el primer intento orgánico de
resolver la “cuestión de la mujer”
incorporándola al nuevo discurso
republicano a través de la educación,
la asistencia social y las
responsabilidades cívicas. Las mujeres
de la elite argentina se apropiaron de
este espacio para legitimar sus
carreras públicas en el marco de un
“deber patriótico” a la Nación.
Alvina van Praet de Sala, 1906,
presidenta del CNM entre 1900 y 1916
y miembro de la Sociedad de
Beneficencia. Archivo General de la
Nación, Departamento Fotografía.
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 176

invitaciones cursadas a todo el país en setiembre de 1900 a las represen-


tantes de diversas sociedades femeninas con motivo de la creación del
Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, podemos atis-
bar una cifra que hasta ahora había escapado a todo análisis histórico.11
Ya en 1901, la tesis de doctorado de Elvira López analiza la existencia
de las organizaciones femeninas como un ejemplo de la lucha de “la mu-
jer para contribuir con el adelanto social”.12 Para las mujeres argentinas,
la lucha por la ciudadanía implicó el desarrollo de una conciencia de las
relaciones de género que redefinió los derechos de participación en la
esfera de lo público y tomó como premisa una comunidad política que
incluyera a las mujeres.13 En el caso argentino, podría rastrearse el ori-
gen de esa conciencia de género a partir de la temprana actuación feme-
nina en las políticas públicas de asistencia social, para las que el Estado
convocó a las mujeres casi desde sus inicios.14 Apoyándose en los roles
culturalmente asignados de madres y esposas, mujeres de la elite, y pro-
gresivamente educadoras y profesionales, se organizaron y extendieron
esos roles a la esfera de lo público, reformulando sus significados y ob-
jetivos en un sentido político conforme a los distintos ámbitos de actua-
ción. Así, una misma activista podía definir su actividad pública en la
asistencia social como “caridad cristiana” si se desarrollaba en la esfera
de asociaciones parroquiales, como “deber patriótico” si era dentro de
organizaciones de carácter público y estatal como las sociedades de be-
neficencia, o como manifestación del “movimiento feminista o sea [del]
adelanto de la mujer” si su actividad se realizaba en el marco del Con-
sejo de Mujeres. Las membresías yuxtapuestas, las formas particulares
de organización y funcionamiento, la delimitación clara de los campos
de acción de cada grupo, y ante todo de su relación con el Estado, po-
nen en evidencia las estrategias diferenciadas de las mujeres de acuerdo
con distintos contextos y objetivos.15
Uno de esos contextos, que estableció un nuevo tipo de alianza por
fuera de identidades de clase, profesionales o de intereses aglutinantes
como la beneficencia, fue el Consejo Nacional de Mujeres.

No para ella misma sino para la humanidad. Orígenes del Consejo


EPÍGRAFE DE LA REVISTA DEL CONSEJO NACIONAL DE MUJERES
DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

En 1893, en el marco de la Exposición Mundial de Chicago, un gru-


po de mujeres de distintas nacionalidades celebró el Primer Congreso
Quinquenal del Consejo Internacional de Mujeres (CIM). Creado en
1888, su propósito era reunir a la mayor cantidad de asociaciones feme-
177 RESISTENCIAS Y LUCHAS

ninas en el mundo bajo la estructura de una federación de Consejos Na-


cionales autónomos.16 Las mujeres se insertaban así en el discurso de
ciencia, progreso y educación predominante en la Exposición, pero re-
formulado para estudiar el lugar que las mujeres ocupaban en cada con-
texto nacional y las posibilidades de modificar su estatus jurídico su-
bordinado.17 En el preámbulo de su constitución queda explicitada
asimismo la forma en que mujeres de distintos países y sectores visua-
lizaron una forma de participación pública desde una identidad de gé-
nero: “[un] movimiento organizado de las mujeres trabajadoras contri-
buiría [...] a la felicidad de la familia y del Estado [...] para llevar la
aplicación de la regla de oro (haz a los otros lo que quisieras hicieran
contigo) a la sociedad, costumbres y leyes”.18 El primer paso fue darse
una estructura organizativa que funcionara como un ámbito de intercam-
bio de información y difusión acerca de la situación de las mujeres en
distintos países.19 La Argentina participó en el Congreso de 1893 con la
presencia de Isabel King, miembro de la segunda camada de maestras
normales contratadas por Roca para enseñar en la Argentina. En 1893,
King era directora de escuela en Goya, y en 1902 sería directora de la
Escuela Normal de Concepción del Uruguay.20 Para armar su presenta-
ción sobre la situación de las argentinas, King recurrió a la doctora
Grierson, que a su vez le presentó a Carolina García Lagos y a Dolores
Lavalle de Lavalle, quienes también aportaron datos, cifras y folletos.
Una breve referencia biográfica de estas mujeres permite prefigurar
el tipo de alianza sobre la que se estructuró luego el Consejo argentino
durante su primera década de vida. Cecilia Grierson fue la primera mu-
jer recibida de médica en la Argentina (1889), y como docente tuvo una
destacada actuación en la educación técnica y profesional para mujeres.
Ya en 1885 había fundado la Escuela de Enfermeros y Enfermeras, y el
ejercicio de su profesión la puso tempranamente en contacto con la So-
ciedad de Beneficencia, pues trabajó en el Hospital de Mujeres y llevó
adelante el proyecto de la escuela vocacional en el Colegio de Huérfa-
nas.21 A su vez, Lavalle fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia
en tres períodos, el último en 1889, y posteriormente tendría una desta-
cada actuación en el Consejo argentino, sucediendo en la presidencia a
Sala a partir de 1916. García Lagos, activa educacionista que aporta los
datos de Concepción del Uruguay, terminaría siendo vicepresidenta pri-
mera del Consejo Nacional de Mujeres.22
En el siguiente congreso del CIM, en 1899, Grierson participó direc-
tamente en representación de algunas asociaciones argentinas y volvió al
país con el título de vicepresidenta honoraria y la misión de establecer
un Consejo en el país. Desde el primer viaje de King en 1893, grupos de
maestras y profesionales interesadas habían hecho varios intentos de
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 178

fundar una federación que reuniera a todas las asociaciones femeninas


del país, pero el proyecto no pudo hacerse realidad hasta que algunas so-
cias prominentes de la Sociedad de Beneficencia y la institución en sí co-
mo corporación prestaron su apoyo y su poder de convocatoria. Grierson
imitó entonces el estilo de la norteamericana Sewall, fundadora del CIM,
que se había contactado con mujeres europeas de diversos sectores: en
Inglaterra, mayormente la alta aristocracia y filántropas (como la Conde-
sa de Aberdeen, que sería presidenta del CIM); en Alemania, escritoras Las sociedades de mujeres italianas,
y educacionistas, además de la nobleza; y en Francia y Bélgica, escrito- inglesas, alemanas y aquellas
profesionales en las que participaban
ras, profesionales y “luchadoras sociales”. Grierson, con la ayuda de Sa-
activamente las norteamericanas
la, convocó a un amplio espectro de mujeres que iban desde la elite por- respondieron rápidamente al llamado
teña y provincial, a las representantes de asociaciones de inmigrantes, del CNM, aportando sus contactos
educadoras y profesionales que por primera vez se aliaban en una empre- internacionales y la experiencia
sa común enmarcada en el amplio lema “en pro de la elevación de la mu- adquirida en fluidos intercambios
jer”. Ya en la tercera Asamblea encontramos entre las asistentes a muje- con otras organizaciones dentro y fuera
del país.
res que actúan en muy diversos contextos, en donde podemos reconocer
Miembros de Le Donne Italiane,
nombres que hablan de un complejo entramado étnico, ideológico y po- sociedad incorporada al Consejo en
lítico: Mary Graham, Clorinda Matto de Turner, Sara Eccleston, Sara diciembre de 1900. Archivo General de
Justo, Elvira López, Elvira Rawson de Dellepiane, Clara Horning, Isabel la Nación, Departamento Fotografía.
179 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Balestra, Elina S. de Dickman y Margarita M. de Carlés, entre muchas


otras. El contacto político inicial se realizó formalmente, mediante la
invitación a las asociaciones y sus representantes –como la extendida a
la Sociedad de Beneficencia de la Capital para participar en la reunión
que fundaría el Consejo–,23 aunque más importantes fueron los acuer-
dos que pasaban por fuera de las estructuras organizativas y que apela-
ban al conocimiento mutuo a nivel personal y profesional de las socias
fundadoras. En las intervenciones de Grierson en las asambleas del
Consejo numerosos agradecimientos dan cuenta de que Sala puso todos
sus contactos y los medios económicos para convocar a distintos grupos
que acudieron a la cita sólo porque su nombre garantizaba la legitimidad
de la empresa.24 Así se explica también la conformación variada de la
membresía desde los primeros meses de vida del Consejo: Sociedades de
Beneficencia de la Capital Jujuy, San Luis, Tucumán, La Plata y Concep-
ción del Uruguay, Woman’s Exchange, Club Literario de La Plata, Socie-
dad Internacional de Kindergarten, Sociedad “Hermanas de Dolores”, So-
ciedad Argentina de Primero Auxilios, International Home, Sociedad
Femenil Cosmopolita de Socorros Mutuos (La Plata), Amigas de las Jó-
venes (Temperley), Asociación de Enfermeras y Masajistas, Sociedades
Damas de Caridad (San Juan y La Magdalena), Personal Femenino de la
Escuela Normal (Concepción del Uruguay), Sociedad Madres Argenti-
nas, Sociedad Protectora de la Niñez (San Luis), Sociedades Hermanas
de los Pobres (Azul y Concepción del Uruguay), Sociedad Margherita de
Savoia, La Columna del Hogar, Sociedad Le Donne Italiane, Sociedad
de Profesoras Alemanas, Asilo de Mendigos (Corrientes), Asilo Naval
(Flores), Sociedad Damas de Caridad (San Nicolás de los Arroyos), So-
ciedad Protectora Belgrano (Mercedes), Sociedad Damas de Caridad
Asilo de Huérfanos (Tandil), entre otras.25
Diversas instancias de orden y funcionamiento del Consejo demues-
tran la particular alianza que forjaron las mujeres profesionales con las
mujeres de la elite. Las Actas registran la división interna del trabajo, en
donde, sobre todo al comienzo, las primeras presentaban mociones y pro-
puestas y Sala, desde la presidencia, daba cabida (¡o no!) a las gestiones,
apoyaba, exhortaba o conciliaba posturas entre diversos sectores.26 En
palabras de Grierson, “la Sra. Van Praet de Sala representa a mi modo de
ver la más alta intelectualidad de la mujer argentina... Es diplomática, tie-
ne todo, vastos conocimientos, lucha contra fanatismos (liberales o reli-
giosos), escucha, aconseja, explica”. Se podría inferir entonces que aun-
que Grierson era la cabeza lógica del Consejo, dio un paso al costado
porque entendió que para lograr esa alianza de tan diversos sectores se
requería el ascendente social y político de Sala. De hecho, durante aque-
llos primeros años de luna de miel entre “matronas” y “educacionistas”,
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 180

Sala y Grierson reafirmaron repetidas veces en informes publi-


cados en la Revista del Consejo Nacional de Mujeres de
la República Argentina que el Consejo había podido
florecer gracias al prestigio social y la propaganda
de quienes patrocinaban la empresa.
La circulación de la información sobre las
mujeres en la Argentina y la difusión de su
obra estaban entre las prioridades máximas
de la federación.27 Uno de los logros más
importantes del Consejo fue que por prime-
ra vez comenzó a reunirse toda la informa-
ción acerca de los grupos de mujeres exis-
tentes en el país y su obra pública. Esto
posibilitó la centralización de datos y su re-
circulación en el interior del organismo, me-
diante reuniones plenarias semestrales a las
que cada sociedad miembro enviaba represen-
tantes con facultad de voto, y la publicación de
informes y actas de consejo en la Revista, que se
distribuía a todos los miembros. La información
también llegaba al público en general, bajo la forma
de noticias y artículos en medios periodísticos, y a un pú-
blico internacional de mujeres activistas, mediante el envío de
informes periódicos y ejemplares de la Revista al CIM, y la partici-
pación de delegadas en los congresos internacionales. Sin embargo, lo Isabel King llegó al país en 1883 con el
más importante es que en las distintas instancias de este trabajo de com- segundo contingente de maestras
normales. De 1887 a 1898 dedicó sus
pilación y transmisión se fue creando no sólo una red de información, esfuerzos a crear una escuela normal
sino fundamentalmente una experiencia inédita de participación en la modelo en Goya y luego fue directora
esfera pública, a la manera de una escuela de formación política. Los in- de la prestigiosa escuela de
formes de las distintas sociedades, los datos sobre sus orígenes, su fun- Concepción del Uruguay. En 1900 el
cionamiento y los nombres de quienes las conformaban fueron para sus gobierno la nombró para representar a
las maestras argentinas en el Congreso
contemporáneas objeto de estudio a la vez que fuente de datos prácticos
de París. Cuando murió, en 1904, el
a la hora de escribir, investigar, de formar nuevas sociedades, como la gobierno le rindió homenaje oficial en
Asociación Universitarias Argentinas, creada en 1902.28 Las activistas Goya, donde luego se construyó un
de cada sociedad aprendían de la experiencia de sus colegas sobre có- monumento en su memoria.
mo llevar adelante distinto tipo de actividades de alcance local, regional Isabel King, 1900. Archivo General de
o nacional. la Nación, Departamento Fotografía.

A su vez, las mujeres del Consejo, en todos los niveles organizativos


y desde la región del país en la que actuaran, se convirtieron en militan-
tes activas de propaganda. Ya que uno de los objetivos principales de los
Consejos Nacionales era reunir toda la información sobre las mujeres en
cada país, la primera subcomisión creada fue la de Prensa y Propagan-
181 RESISTENCIAS Y LUCHAS

En 1901 se producen dos hechos que, da. Durante los primeros años hasta casi el fin de la década, la sección
según la Revista del CNM, “marcarán contó con la participación activa de universitarias, “educacionistas” y
época en la historia del feminismo escritoras como las hermanas Elvira y Ernestina López, Clorinda Matto
argentino”. Se recibieron las cuatro
primeras doctoras en Filosofía, entre
de Turner, Elvira Rawson de Dellepiane, Catalina A. de Bourel y Pas-
ellas las hermanas López, y las cuala Cueto, entre otras. Demostrando un profundo conocimiento de la
médicas argentinas organizaron en su importancia de la prensa escrita para ser un actor reconocido en la esfe-
honor el primer banquete exclusivo ra de lo público y participar de los debates contemporáneos sobre “mo-
para mujeres, donde nace la idea de dernidad y progreso”, el Consejo encomendó a cada miembro de esa
crear la Asociación Universitarias
subcomisión que escribiera dos artículos al año “en pro de la Asocia-
Argentinas, que más tarde se
incorporaría al CNM.
ción”, para publicar en distintos medios de la prensa argentina. Eso sig-
Agasajo a la doctora Ernestina López, nificaba que en un año habría treinta y dos artículos publicados sobre el
Universitarias Argentinas, Phoenix Consejo, ya que en 1901 la subcomisión tenía dieciséis integrantes.29 El
Hotel, 1907. Archivo General de la objetivo de esos escritos era demostrar la importancia de las obras y aso-
Nación, Departamento Fotografía. ciaciones femeninas en la conformación de una sociedad modernizada,
y la necesidad de una incorporación más activa de las mujeres por par-
te de la sociedad en su conjunto a través de la educación, el reconoci-
miento del trabajo femenino y de su particular aporte como madres de
futuros ciudadanos y protectora de sus congéneres y de la infancia.
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 182

Por sus orígenes y por ser ésta una alianza definida en forma tan am- Definiciones: el Consejo como
plia, la creación del Consejo puso sobre el tapete la cuestión del femi- manifestación del “movimiento
nismo y obligó a las argentinas a definir qué representaba para ellas el feminista”
movimiento feminista y cuál sería la factibilidad, a partir de esas defini-
ciones, de un trabajo conjunto “en pro de la elevación de la mujer”. El
hecho de reconocer sus orígenes en la convocatoria lanzada en el deno-
minado Congreso Feminista Internacional de 1899 pone en evidencia dos
aspectos fundamentales para reconstruir la compleja historia del feminis-
mo argentino. Lo primero, y a diferencia de lo que se ha estudiado para
el caso norteamericano, es que el feminismo –como concepto y como Insertarse en el discurso finisecular de
práctica– formó parte del vocabulario político argentino desde la última educación y progreso equivalía
década del siglo XIX y tal vez nunca fue tan ampliamente debatido por también a articular los aportes de las
mujeres al desarrollo nacional. A
mujeres de distinto espectro ideológico como cuando tuvieron que defi-
través de sus asociaciones, el objetivo
nir la alianza que plasmaron en el Consejo Nacional de Mujeres.30 En se- del CNM fue difundir particularmente
gundo lugar, que el feminismo era aún un término inestable que no remi- las contribuciones de las argentinas en
tía a significados únicos, es decir, no constituía una doctrina o ideología todos los órdenes, desde la asistencia
definida sino más bien un conjunto de ideas y de prácticas que podían social, la educación, la literatura, la
servir a fines diversos según el contexto político y social del grupo que intelectualidad y las profesiones
liberales hasta el trabajo manual.
reclamara la identidad feminista para sí. De hecho, fue precisamente la
Exposición de labores femeninas,
inestabilidad de esa definición y su elástica aplicación a variados conjun- Woman’s Exchange 1902, Prince
tos de ideas acerca de “la cuestión de la mujer” y las acciones que de ello George Hall. Archivo General de la
se derivarían lo que permitió inicialmente la creación del Consejo. Pero Nación, Departamento Fotografía.
183 RESISTENCIAS Y LUCHAS

también fue esta inestabilidad la que finalmente contribuyó en 1910 a la


ruptura de la alianza entre matronas y educacionistas, a raíz de las dife-
rencias surgidas en torno al rol que debían cumplir las mujeres en la ce-
lebración del Centenario. En realidad, los dos sectores –que finalmente
organizaron dos Congresos paralelos– no discutían el hecho de ser o no
feministas, sino cuál sería el feminismo que mejor podía representar los
intereses de las mujeres argentinas en general.31 Esto implicó un análi-
sis político por parte de ambos grupos y la puesta en práctica, hacia fi-
nes de la década, de estrategias diversas que desde entonces se interpre-
taron como irreconciliables. Para el sector de “las matronas”, tuvieron
prioridad las acciones que no alienarían a la opinión pública con respec-
to a “la cuestión de la mujer” y que no pondrían en peligro la alianza
con el Estado, que hasta esa fecha había respaldado la actuación del
Consejo argentino nombrándolo representante oficial en el extranjero,
subvencionando proyectos como la Biblioteca y la Escuela del Hogar,
financiando a sus delegadas y apoyando desde 1908 la organización del
Congreso del Centenario y otras obras.32 Esta postura evitaba confron-
tar con discursos más definidamente emancipadores o cuestionadores de
la desigualdad, y refrendaba el triunfo de estrategias políticas ya legiti-
madas en la acción pública desde la asistencia social, lo que demostra-
ba el poder de negociación del sector representado por la beneficencia
en el interior del Consejo.
La existencia del feminismo y su inestabilidad conceptual son anali-
zados en profundidad en la tesis de doctorado “El movimiento feminis-
ta”, de Elvira López. Presentada en 1901, es una obra atípica que cobra
mayor relevancia si se la analiza desde la perspectiva de la creación del
Consejo en la Argentina sólo un año antes. El trabajo de López, que fue
socia fundadora del Consejo y miembro del comité de Prensa y Propa-
ganda hasta 1910, puede tomarse como representante del pensamiento
del Consejo al menos hasta el momento de la ruptura, que comienza a
producirse en 1908. De hecho, en repetidas oportunidades el Consejo fe-
licita a López por su trabajo y además le confía la redacción de la Revis-
ta junto con su hermana, en donde se publican varios de sus escritos.
Así, la tesis de López, los ensayos publicados en la Revista –elegidos y
traducidos por el sector alineado con Sala– y algunos escritos clave de
Grierson nos permiten reconstruir los acuerdos con respecto a la forma
que tomaría el feminismo del Consejo y las acciones políticas que las ar-
gentinas impulsarían desde allí.
En su obra, aclamada y reapropiada por el Consejo, López describió
al feminismo como una necesidad de la evolución humana y un produc-
to de la crisis económica de fines de siglo XIX. Según esta tesis, el fe-
minismo era un movimiento social que buscaba mejorar la situación
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 184

económica y moral de la mujer, tendiendo a una igualdad entendida no


como identidad sino como equivalencia y equidad en las relaciones so-
ciales. Este análisis ya prefigura y encuadra el feminismo del Consejo
como un feminismo de la diferencia, que impulsaba una idea de comple-
mentariedad entre los roles sociales de hombres y mujeres. Sala se in-
serta en esta perspectiva y ofrece su propia definición de feminismo aco-
tando su campo de acción, que de hecho no contradice la perspectiva del
sector “educacionista”. En 1902 Grierson hablaba “del movimiento fe-
minista o sea el adelanto de la mujer en sus diversas fases” desvinculán-
dolo expresamente de movimientos sufragistas y “emancipistas” a los
que califica de “exageraciones” y “errores”.33 Para Sala, presidenta del
Consejo y máxima representante del sector “matronas”, el feminismo
también consistía en la lucha por la elevación de la mujer asegurándole
“el desenvolvimiento normal de su situación en la sociedad sin virilizar-
la”. Así define el feminismo el primer ensayo que Sala tradujo del fran-
cés, principalmente porque son mujeres las que llevan adelante la lucha
y porque su objeto es la protección de la mujer trabajadora. Éste no es Desde la Subcomisión de Prensa y
un feminismo que reniega del hogar y la maternidad, sino que es el ideal Propaganda, las hermanas Elvira y
de la “esposa virtuosa y madre prudente y esclarecida”.34 Resulta parti- Ernestina López estuvieron a cargo de
la redacción de la Revista del CNM
cularmente interesante que el ensayo escogido y leído por Sala en Asam-
hasta la ruptura entre
blea general a su vez enmarque esta obra feminista dentro de “[los] que “educacionistas” y “matronas” en
deseen luchar contra [...] el odio y la explotación con el fin de traer un 1910. Ernestina, junto con Grierson,
estado social más en armonía con el grado de nuestra civilización mo- Eccleston, King y García Lagos, entre
derna”. Al hacer suyo un discurso que denuncia los límites de la inclu- otras, crearon en 1903 la Subcomisión
de Educación Doméstica, que
sión social en las nuevas democracias, la figura de Sala problematiza el
obtendría diversos aportes y apoyo del
análisis simplista y antagónico que divide a la acción social femenina en gobierno nacional.
la Argentina entre sectores “profesionales=progresistas” y “matro- Ernestina López. Discurso como
nas=conservadores”.35 Asimismo, el hecho de que el Consejo como cor- Directora del Liceo Nacional de
poración enviara una nota de agradecimiento al doctor Heriberto R. Ló- Señoritas, 1907. Archivo General de la
pez por su tesis de abogacía en donde analizaba las leyes civiles y Nación, Departamento Fotografía.
sociales que perjudicaban a la mujer, significa que aunque el feminismo
del Consejo no se reconocía “emancipador o sufragista”, no necesaria-
mente estaba en contra de revisar y modificar esas leyes.36 Sin embargo,
la estrategia política que prevaleció, dado el equilibrio de fuerzas dentro
de la federación, fue no ser la vanguardia de esa lucha, tal vez para no
perder un poder conquistado históricamente, evitando siempre el enfren-
tamiento directo con las estructuras del poder.
Aunque en su tesis la doctora López admitía las dificultades de acep-
tación de un conjunto de ideas generales que aún no constituían una doc-
trina por ser producto de los cambios de la época, a su vez vislumbró las
posibilidades políticas que ofrecía la coexistencia de varias tendencias
para la acción colectiva de diferentes asociaciones femeninas.37 De he-
185 RESISTENCIAS Y LUCHAS

cho, a través de un estudio de la condición social, política, jurídica y


económica de la mujer desde la Antigüedad hasta fines de siglo XIX, la
tesis de López apunta en realidad a presentar al movimiento feminista
como un producto social del avance de la civilización, y a insertar el fe-
minismo en el discurso del progreso característico de la época. Al ana-
lizar el caso argentino, esta perspectiva le permite caracterizar como fe-
minista la obra de todas las asociaciones femeninas argentinas y
enmarcar la constitución del Consejo dentro del movimiento feminista
internacional.
Si la historia del feminismo debe realizarse en contextos sociopolí-
ticos concretos, estudiar el Consejo puede contribuir a interpretar el fe-
minismo argentino a principios del siglo XX y las características de la
acción política femenina. Aunque las mujeres coincidieron en definirlo
como una obra feminista, ningún sector del Consejo se proclamó eman-
cipador ni sufragista, ni cuestionó en forma absoluta las desigualdades
entre hombres y mujeres dentro de la familia o en la esfera pública. Por
el contrario, todas las tendencias consensuaron en definir su feminismo
como “moderado”, “conservador”, “reposado y consciente”, reflejando
una visión de las relaciones de género que rescataba la diferencia se-
xual. Las mujeres del Consejo –tanto profesionales como matronas–
reivindicaron esta diferencia para legitimar el aporte original de las ar-
gentinas tanto al progreso social como a una ciudadanía femenina que
se gestaba en la obra fundamentalmente social de las mujeres en cuan-
to madres, trabajadoras, educadoras y protectoras de la niñez. El recla-
mo más insistente de este feminismo, representado en el término “ade-

Las jóvenes de la elite no estuvieron


ausentes de la obra “progresista” del
CNM. Apropiándose del discurso
patriótico para legitimar su activismo
público, resulta llamativo que, en
1906, la sociedad Comisión Pro-Patria
nombrara socia honoraria a Cecilia
Grierson, junto a Alvina van Praet de
Sala, Dolores Lavalle de Lavalle,
Delfina Mitre de Drago, Josefina Mitre
de Caprile y Julia Moreno de Moreno.
Comisión Pro-Patria, Sección Pilar,
1905. Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 186

Con la celebración del Centenario, la


alianza del CNM se hizo insostenible.
Los enfrentamientos en torno de la
Escuela Técnica del Hogar y el
Congreso Femenino Internacional
fueron sólo síntomas de los cambios
producidos en distintos grupos a lo
largo de una década de exitoso
activismo. Éxito que llevó a las
profesionales a priorizar la
promoción de cambios más profundos,
y a las matronas, a preservar el
espacio de poder.
CNM: Dolores Lavalle de Lavalle,
Carolina Argerich y Mercedes Moreno,
entre otras, 1912. Archivo General de la
Nación, Departamento Fotografía.

lanto”, se refería principalmente al derecho a una educación que permi-


tiera a las mujeres ser madres más instruidas, lo que redundaría en be-
neficio de la familia, del trabajo y de la sociedad en su conjunto. Esta
forma particular de comprender el feminismo fue vinculada estrecha-
mente al cumplimiento de un rol social específico y de un deber califi-
cado de patriótico para la nueva nación que se gestaba. “[...] como no
debe adjudicarse mayor mérito al general victorioso [...] Es el pobre sol-
dado que muere ignorado, víctima de su deber y cuya existencia consa-
gra a la patria. Es el valor heroico de los que [...] dan la nota más alta
de la virtud patriótica. Una provincia exhausta de recursos [...] es el tea-
tro en el que se desenvuelve la acción de estas heroicas damas de San
Luis.”38 En esta lucha feminista definida como “progreso” de la mujer,
las mujeres del Consejo reivindicaron la necesidad del reconocimiento
a la vasta obra pública femenina a través de sus asociaciones, de su par-
ticipación como intelectuales, administradoras del bienestar social, edu-
cadoras y trabajadoras y la posibilidad efectiva de recortar campos es-
pecíficos de acción política en lo referente a educación, asistencia
social, legislación protectora del trabajo infantil y femenino, infancia,
prostitución, o prevención de la salud.
Desde espacios individuales y grupales de activismo, las mujeres del
Consejo experimentaron y actuaron sobre los obstáculos políticos de un
movimiento social que en los albores del siglo no podía encuadrarse en
una única tendencia, tal vez prefigurando una característica estructural
de los feminismos a lo largo de la historia. Esta característica tan acer-
187 RESISTENCIAS Y LUCHAS

tadamente definida por López en 1901 –y refrendada en la práctica po-


lítica concreta del Consejo– se reflejó en la Argentina en el debate in-
terno de un movimiento que albergó en sus orígenes a muchas tenden-
cias, que dificultaban alianzas y simpatías. Pero también, en su amplitud
y flexibilidad, sirvió como terreno de acción política común durante una
década a grupos de mujeres tan diversos como los que conformaron el
Consejo durante la primera década del siglo XX.
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 188

Notas
1 Grierson, Cecilia,“Marcha progresiva de la idea del Consejo Nacional de Mujeres”,
Revista del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, año 2, nº 8, 1902.

2 La Multisectorial, que aunaba partidos políticos, sindicatos y agrupaciones diversas,


fue reivindicada como una alianza única en la historia del feminismo y del movi-
miento de mujeres en la Argentina. Calvera, Leonor, Mujeres y feminismo en la Ar-
gentina, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1990, págs. 114 y sigs.

3 Sala fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia en 1898-99 y volvería a serlo en-


tre 1909 y 1910. Sobre los orígenes del Consejo, véase Grierson, ob. cit.

4 Vassallo, Alejandra, “The Female Politics of Social Welfare: Negotiating Political


Legitimacy in Argentina”, Eleventh Berkshire Conference on the History of Women,
Nueva York, 4-6 de junio de 1999.

5 Scott, Joan W., “French Feminists Claim the Rights of ‘Man’. Olympe de Gouges in
the French Revolution”, manuscrito, 1990, y Offen, Karen, “Definir el feminismo: un
análisis histórico comparativo”, Historia Social, nº 9, invierno de 1991, págs. 103-35.

6 Para la discusión sobre la formación de la ciudadanía en la Argentina y la importan-


cia del asociacionismo en la participación política, véase Sábato, Hilda, “Citizenship,
Political Participation and the Formation of the Public Sphere in Buenos Aires,
1850s to 1880s”, Past and Present, n° 136, agosto de 1992, págs. 139-63.

7 La idea de “democracia participativa” y movilización anterior a un sistema de partidos


consolidado se desarrolla en James, Daniel, “Uncertain Legitimacy: the Social and Po-
litical Restraints Underlying the Emergence of Democracy in Argentina, 1890-1930”,
en Andrews. G. R. y Chapman, H. (eds.), The Social Construction of Democracy, 1870-
1990, Macmillan, Londres, 1995, págs. 56-70; y Borón, Atilio, “El estudio de la movi-
lización política en América Latina: movilización electoral en la Argentina y Chile”,
Desarrollo Económico, 12, nº 46, julio-setiembre de 1972, págs. 211-45.

8 Ryan, Mary, P., “Gender and Public Access: Women’s Politics in Nineteenth-Century
America” y Fraser, Nancy, “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Cri-
tique of Actually Existing Democracy”, en Calhoun, Craig (ed.), Habermas and the
Public Sphere, The MIT Press, Cambridge, 1992, págs. 259-88 y 109-42; Fraser,
Nancy, “What’s Critical about Critical Theory? The Case of Habermas and Gender”,
Unruly Practices. Power, Discourse, and Gender in Contemporary Social Theory, The
University of Minnesota Press, Minneapolis, 1989, págs. 113-43. Carole Pateman exa-
mina la inestabilidad de los significados de los términos “público” y “político” en The
Disorder of Women, Stanford University Press, Stanford, 1989. Para un análisis de las
mujeres y la esfera pública en Europa, Landes, Joan B., Women and the Public Sphere
in the Age of the French Revolution, Cornell University Press, Ithaca, 1988.

9 Por género entendemos las interpretaciones culturales de la diferencia sexual, que se


traducen en “sistemas sociales de género”. Es dentro de estos sistemas donde se ins-
criben los roles y las relaciones entre hombres y mujeres, y las interpretaciones (his-
tóricas) de la diferencia sexual. Stolen, Kristi Anne, The Decency of Inequality. Gen-
der, Power and Social Change on the Argentine Prairie, Scandinavian University
Press, Oslo, 1996; y Moller Okin, Susan, Justice, Gender and the Family, Basic
Books, 1989, págs. 3-24. Para un análisis más extensivo de cómo el poder está im-
plicado en las nociones de género, Scott, Joan, W., Gender and the Politics of His-
tory, Columbia University Press, Nueva York, 1988, págs. 28-50.

10 Para la importancia de la narrativa histórica como una forma de construcción de los


acontecimientos, véase White, Hayden, The Content of the Form. Narrative Dis-
course and Historical Representation, John Hopkins University Press, Baltimore,
189 RESISTENCIAS Y LUCHAS
1987. La narración histórica como (re)construcción de la subjetividad social nos
permite reevaluar la frondosa producción escrita de las asociaciones femeninas. Só-
lo a modo de ejemplo, consúltese la bibliografía de Fuentes citada en Ciafardo,
Eduardo O., Caridad y control social. Las sociedades de beneficencia en la ciudad
de Buenos Aires, 1880-1930, FLACSO, Buenos Aires, 1990, págs. 247-61.

11 Véase la lista de sociedades adheridas al final de cada número, Revista..., año I,


nº 2 (julio de 1901) y 3 (setiembre de 1901).

12 López, Elvira, El movimiento feminista, Imprenta Mariano Moreno, Buenos Aires,


1901, págs. 233-38.

13 Para interpretar la conciencia de género partimos de las tesis de Temma Kaplan so-
bre la “conciencia femenina” en el contexto de la acción colectiva, y de Maxine
Molyneux sobre el carácter de las luchas femeninas según cómo se definan sus in-
tereses: “prácticos” o “estratégicos de género”, Kaplan, Temma, “Female Cons-
ciousness and Collective Action: The Barcelona Case, 1910-1918”, Signs, vol. VII,
nº 3, 1982, págs. 545-66; y Molyneux, Maxine, “Mobilization without Emancipa-
tion? Women’s Interests, the State, and Revolution in Nicaragua”, Feminist Studies,
11, nº 2, 1985, págs. 227-54.

14 Vassallo, Alejandra, “The female...”, ob. cit.

15 Las noticias necrológicas constituyen una rica fuente para el estudio de las membre-
sías yuxtapuestas. Véanse, por ejemplo, archivos de la Sociedad de Beneficencia,
“Administración Central”, Fojas de servicio, expdte. nº 145, “Carolina Lagos de Pe-
llegrini”, Archivo General de la Nación (AGN).

16 Rupp, Leila J., Worlds of Women. The Making of an International Women’s Move-
ment, Princeton University Press, Princeton, 1997, págs. 15-20.

17 Robert W. Rydell analiza la función ideológica de las exposiciones mundiales en All


the World’s a Fair. Visions of Empire at American International Expositions, 1876-
1916, The Chicago University Press, Chicago, 1992.

18 Grierson, Cecilia, “Marcha progresiva...”, ob. cit.

19 López, Elvira, El movimiento feminista, ob. cit., págs. 246-71. El informe de Grier-
son al Congreso de 1899 en Londres se publicó en Report of Transactions of Second
Quinquennial Meeting Held in London July 1899, T. F. Unwin, Londres, 1900, to-
mo I, pág. 144.

20 King participaría activamente en el Consejo argentino; como presidenta del Perso-


nal Femenino de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay y como integrante
de las comisiones de Prensa y Propaganda y de Educación Doméstica. Véase por
ejemplo Revista..., año 1, nº 2 (julio de 1901) y año 2, nº 8 (diciembre de 1902).

21 López, Elvira, Dra. Cecilia Grierson. Su obra y su vida, Impresiones Tragant, Bue-
nos Aires, 1916, esp. págs. 29-40. Su actuación en la escuela de enfermería se ana-
liza en Wainerman, Catalina H. y Binstock, Georgina, “El nacimiento de una ocu-
pación femenina: la enfermería en Buenos Aires”, Desarrollo Económico, vol.
XXXII, nº 126, julio-setiembre de 1992, págs. 271-84.

22 Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901.

23 Sociedad de Beneficencia, Acta de Consejo, 24/9/1900, Libro de Actas nº 12, folios


176-7, AGN.

24 Primera Sesión del Ejecutivo, 27/11/1900, Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901. En


ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 190

el n° 4 (diciembre de 1901), reunidas en Asamblea por el primer aniversario, Grier-


son agradece a Sala el haber costeado libros, papeles, sobres, etc., y afirma que “con
su inteligencia, su nombre y su autoridad había contribuido a dar mejor impulso a
esta obra”.

25 Muestra confeccionada con la lista de las Sociedades incorporadas. Revista..., con-


traportadas y últimas páginas, todos los números.

26 Grierson, Cecilia, “Marcha progresiva...”, ob. cit.

27 El Consejo argentino es el tercero entre los internacionales en tener una publicación


propia. En el informe del encuentro de Berlín, 1904, se cita a Mary Wright Sewall,
fundadora del CIM, que afirmaba que la Revista... era “lo mejor en su género que se
publica hasta ahora”, Revista..., nº 18, junio de 1905.

28 Crónicas del origen de esta agrupación en Revista..., año 1, nº 4, diciembre de 1901.


En numerosas ocasiones, sociedades miembro o nuevos grupos piden al comité eje-
cutivo que se les envíe copia de estatutos de otras asociaciones para redactar o revi-
sar los propios.

29 Segunda Asamblea General, 25/4/01, Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901.

30 Para una historia del uso del término “feminismo” en Europa y los Estados Unidos,
véase Offen, Karen, “Definir el feminismo....”, ob. cit.

31 Esta perspectiva difiere así del análisis propuesto por Lavrin, que para ese período
distingue entre feminismo “liberal” y “socialista” en la Argentina, lo que oscurece
la influencia de un grupo tan poderoso como lo fue el de “las matronas”. Lavrin,
Asunción, Women, Feminism, and Social Change in Argentina, Chile, and Uruguay,
1890-1940, University of Nebraska Press, Lincoln, 1995.

32 Revista..., varios números, desde 1904. El Congreso Nacional asignó recursos para
la Biblioteca, sus clases vocacionales y la Escuela del Hogar.

33 Al desvincularse del Consejo en 1910, Grierson vuelve a definir el Consejo como


“feminista liberal” porque es una “federación amplia de asociaciones autónomas,
donde tienen cabida todas las tendencias y todos los credos [...] las cuales se agru-
pan para cooperar generosamente por el progreso de la mujer”, Grierson, Cecilia,
Decadencia del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, Buenos
Aires, 1910, pág. 30.

34 Mlle. H. de Glin, “Obra Católica Internacional para la protección de la joven”, Re-


vista..., nº 2, ob. cit.

35 Para examinar las implicancias del catolicismo social en el activismo de las argentinas,
McGee Deutsch, Sandra, “The Catholic Church, Work, and Womanhood in Argentina,
1890-1930”, Yeager, Gertrude M. (ed.), Confronting Change, Challenging Tradition.
Women in Latin American History, Scholarly Resources, Wilmington, 1994.

36 Revista..., nº 18, 25 de junio de 1905.

37 López rastrea los orígenes del feminismo en el cambio económico, el positivismo


científico y “la caída de los prejuicios escolásticos”, El movimiento feminista, ob.
cit., pág. 16.

38 Informe de la “Sociedad Protectora de la Niñez”, San Luis, Revista..., año I, nº 2,


pág. 21. En 1906, la sociedad femenina Pro Patria de la Capital nombra socias ho-
norarias a varias mujeres del Consejo, entre ellas a Cecilia Grierson y a Van Praet
de Sala, Revista..., año VI, nº 23, setiembre de 1906.
Maternidad, política y feminismo

Marcela María Alejandra Nari

En marzo de 1920, tres agrupaciones feministas decidieron llevar a Los primeros pasos
cabo un simulacro de elecciones en Buenos Aires en el que pudieran
intervenir mujeres como electoras y elegidas. La idea demostraba las
vinculaciones e influencias entre las feministas locales y las de otras la-
titudes: un evento similar había sido organizado en Francia. En ambos
casos, el objetivo era generar o ampliar un debate acerca de los derechos
políticos femeninos. La doctora Alicia Moreau llevó el programa del
Partido Socialista; la doctora Elvira Rawson tuvo un apoyo más inorgá-
nico de la Unión Cívica Radical; mientras que la doctora Julieta Lante-
ri presentaba una propuesta autónoma donde incluía derechos políticos
y civiles iguales para ambos sexos, igualdad de hijos legítimos e ilegíti-
mos, divorcio absoluto, reconocimiento de la madre como funcionaria
del Estado, protección de las mujeres en el mercado de trabajo, igual pa-
ga por igual tarea, coeducación profesional en artes industriales, agricul-
tura y economía doméstica, abolición de la pena capital, protección fren-
te a los accidentes de trabajo, abolición de la venta, manufactura e
importación de bebidas alcohólicas, representación proporcional de la
minoría en el gobierno nacional y en los provinciales y municipales. Del
evento participaron aproximadamente cuatro mil personas, cifra bastan-
te más baja que la deseada por sus impulsoras. La doctora Moreau ob-
¿Mirando lo ajeno? Una mujer observa
tuvo el mayor caudal de sufragios, seguida por la doctora Lanteri y, fi-
el resultado de las elecciones en la
nalmente, por la doctora Rawson. provincia de Buenos Aires, 1931.
Estas mujeres eran viejas conocidas del movimiento feminista local. Archivo General de la Nación,
Desde principios de siglo, habían fundado organizaciones y realizado Departamento Fotografía.
193 RESISTENCIAS Y LUCHAS

campañas a favor de los derechos femeninos. En 1918, la doctora Elvi-


ra Rawson fundó la Asociación Pro Derechos de la Mujer con el fin de
lograr la igualdad civil entre varones y mujeres. La moderación de sus
objetivos y estrategias, así como los contactos personales de su funda-
dora, permitieron que la asociación reuniera un amplio número de ad-
herentes provenientes de la Asociación de Mujeres Universitarias Ar-
gentinas, de la Unión Cívica Radical, del Consejo Nacional de Mujeres.
Todas ellas concordaban en la necesidad de obtener los derechos civi-
les femeninos, pero no sucedía lo mismo con los derechos políticos
–más conflictivos, como veremos–. Muchas de sus integrantes no se re-
conocían como “feministas”. Dentro de la tradición socialista y sufra-
gista, la doctora Moreau estaba determinada a obtener los derechos po-
líticos para las mujeres, aunque tampoco abandonaba el proyecto de
reforma del Código Civil.1 Para lograr ambos objetivos, ese mismo año
organizó la Unión Feminista Nacional, que contaba con una publica-
ción: Nuestra Causa. La doctora Moreau realizó giras por el interior y
viajó a otros países de América latina con la finalidad de organizar a las
mujeres para luchar por el sufragio. Fue invitada al Congreso Interna-
cional de Mujeres Trabajadoras y al Congreso Internacional de Mujeres
Médicas, realizados en Estados Unidos. En Nueva York, visitó a Carrie
Chapman Catt, con la cual posteriormente mantuvo un fluido intercam-
bio de correspondencia y periódicos. La Unión Feminista Nacional pa-
só a ser miembro, de esta manera, de la International Women’s Suffra-
ge Association. El objetivo de lograr el sufragio universal femenino no
era una posición generalizable a todas las sufragistas ni a todos los
miembros del Partido Socialista Argentino. Sara Justo, por ejemplo,
sostenía la conveniencia del voto calificado para las mujeres. Finalmen-
te, la doctora Julieta Lanteri fundó un Partido Feminista Nacional, tam-
bién en 1918. Esta médica (nótese que las tres lo eran) tenía una mili-
tancia notable en el sufragismo. Su organización indudablemente era la
más radical en cuanto a ideas y formas de acción. Como extranjera, ha-
bía obtenido la ciudadanía argentina en 1911 para ejercer un cargo do-
cente en la Facultad de Medicina y, a partir de entonces, había presen-
tado su candidatura como diputada e intentado votar en las sucesivas
elecciones. Sus boletas no fueron oficializadas y tampoco pudo ejercer
su cargo docente en la universidad, “en razón de su sexo”.2 Aparente-
mente, logró votar en las elecciones de la provincia de Buenos Aires
desde 1911 hasta 1916, momento en que la legislatura provincial inclu-
yó como prerrequisito el servicio militar. A partir de 1920, aunque no
se le permitía votar, participaba como candidata en las elecciones na-
cionales de diputados. Ese año obtuvo 1303 votos; en 1924, 1313 y, en
1926, 684.
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 194

Estas organizaciones, sus impulsoras, sus estrategias, sus objetivos, Médicas y trabajadoras
permiten inferir, por los menos, dos cuestiones: una relación entre fe-
minismo y medicina, y el sufragio como elemento conflictivo incluso
dentro del feminismo. Para comprender la primera, debemos tomar en
cuenta dos elementos clave en la emergencia del feminismo: la educa-
ción y el trabajo asalariado. Los debates sobre la educación posible y
conveniente para las mujeres se retrotraen al siglo XIX, mientras que
la problematización del trabajo asalariado femenino fue más reciente y
se vinculó a la construcción de un ideal maternal en las primeras déca-
das del siglo XX. Las batallas por la educación habían promovido la
aparición de un grupo de mujeres intelectuales, escritoras, docentes y
profesionales, muchas de las cuales reunían, en realidad, el interés por
ambas problemáticas (educación y trabajo). Las primeras universitarias
no provenían exclusivamente de las facultades de Medicina, aunque
allí surgieron las primeras graduadas y las más numerosas a principios
Militantes sí, votantes no. Julieta
del siglo XX. Las universitarias, con una sobrerrepresentación de mé-
Lanteri controlando boletas en las
dicas, tuvieron un lugar importante en los orígenes del feminismo. Por elecciones de 1919.
ejemplo, la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, fundada Archivo General de la Nación,
en 1902, organizó el Primer Congreso Feminista Internacional en la Departamento Fotografía.
195 RESISTENCIAS Y LUCHAS

ciudad de Buenos Aires para conmemorar el Centenario de la Revolu-


ción de Mayo. Para comprender la preferencia por las ciencias médi-
cas, deberíamos atender, por un lado, a la ideología creada alrededor
de la medicina y la figura del médico como “salvador de la humani-
dad”. Entre los médicos varones contemporáneos también encontra-
mos una creencia y una seguridad de merecer y tener que cumplir un
destacado rol político-intelectual en la sociedad y el Estado. Por otro
lado, en la elección y en el ejercicio de la profesión (en su mayoría, se
dedicaron a ginecología, obstetricia y salud infantil) debieron pesar las
explicaciones de la opresión de la mujer a partir de la diferencia sexual.
La explicación biológica, aunque no la justificaba, era muy fuerte en la
comprensión de los orígenes e, incluso, del mantenimiento de la subor-
dinación femenina. Finalmente, el estudio y el ejercicio de la medici-
na también podían provocar un acercamiento a situaciones de opresión,
parecidas o diferentes de las experimentadas por las propias médicas,
que favorecieran la conscientización del lugar ocupado por las mujeres
y ellas mismas en la sociedad. Además, había en nuestro país una tra-
dición de asistencia social-caritativa entre las mujeres, que quizás tam-
bién explique el vínculo entre feminismo y medicina a principios del
siglo.
Más allá de la medicina, la educación racional se presentaba como
una de las más importantes herramientas para la liberación de las muje-
res. De la opresión por la fuerza física a veces sólo quedaban las justifi-
caciones prejuiciosas que era necesario barrer con la luz de la razón. Al-
fonsina Storni conectaba el surgimiento de mujeres a la vida intelectual,
a la escritura, con la profesión docente y la “cultura normalista” (es de-
cir, la cultura de las mujeres recibidas de maestras en los colegios “nor-
males”). Muchas escritoras, sostenía, eran “feministas a pesar suyo
puesto que el mayor número de escritoras sudmericanas son maestras y
más están, por vía de la fermentación intelectual, contra su medio social
que sirviendo sus formas tradicionales”.3
El trabajo asalariado no sólo ni principalmente incluía la docencia y
algunas profesiones liberales. Por el contrario, el corazón de su proble-
matización hacia fines del siglo XIX y principios del XX estaba en otro
tipo de trabajos realizados por mujeres. Hasta entonces, la mayoría de
ellas había trabajado en y fuera de su casa, para el consumo doméstico
y para el mercado. Los trabajos, siempre diferenciados de los de los va-
rones por una división sexual-social de tareas, eran tan “naturales” en
sus vidas como tener hijos. Las profundas transformaciones sociales y
económicas del siglo XIX reformularon la división del trabajo, las for-
mas y unidades de producción. Las unidades domésticas, las familias,
perdieron gradualmente su lugar en la producción para el mercado y se
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 196

Parte de la comisión directiva de la


Asociación Pro Derechos de la Mujer.
Sentada en el centro (cuarta desde la
izquierda), Elvira Dellepiane
de Rawson.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.

concentraron en la producción para el autoconsumo. El trabajo domés-


tico quedó invisibilizado entre la naturaleza y el amor de las mujeres. El
trabajo urbano a domicilio se mantuvo, y en algunos casos creció, por-
que abarataba costos de producción y porque permitía a las mujeres
compatibilizar, en el espacio y el tiempo, trabajo doméstico y trabajo
asalariado. Emplearse en fábricas y talleres fue considerado incompati-
ble con la maternidad, con la nueva imagen de madre nodriza, cariñosa,
altruista y siempre unida a su hijo por un cordón.
La cuestión de la mujer obrera podía incluir distintos tipos de traba-
jo asalariado, pero el fabril era su epicentro. Para algunos, sólo una del-
gada línea lo separaba, a veces, de la degradación más absoluta: la pros-
titución. Frente a la mujer obrera, mujeres de otras clases sociales
pretendieron asistirla o liberarla. Organizaciones de beneficencia, gru-
pos de mujeres, asociaciones feministas, se nuclearon en torno a ella.
Sus objetivos no siempre eran compatibles, pero hubo colaboraciones.
El peso del pensamiento de izquierda (anarquista o socialista) fue tan
fuerte en el feminismo argentino, que pocas defendieron, desde princi-
pios de siglo, el derecho individual de la mujer a un trabajo asalariado
frente a la protección de la madre en el mercado de trabajo. La libera-
ción por medio del trabajo asalariado, de la independencia económica,
fue abriéndose lentamente un camino en la década del veinte con la ex-
periencia de jóvenes de clase media. El derecho a trabajar, en el caso de
las obreras, se levantaba en la lucha por “igual paga por igual trabajo”.
El feminismo fue un movimiento de mujeres que comenzaron a bus-
car explicaciones sociales a sus desventajas frente a los varones. Por
ello, fue al mismo tiempo una forma de percibir el mundo. Las desven-
197 RESISTENCIAS Y LUCHAS

tajas eran primariamente sentidas dentro de la propia clase social fren-


te a padres, maridos, hermanos, compañeros de militancia. La pertenen-
cia a la clase propietaria no les otorgaba la plena disponibilidad de sus
bienes, en razón de su sexo. Tampoco, la abierta posibilidad de empren-
der un camino profesional o intelectual autónomo. El recorte de los de-
rechos civiles y políticos afectaba a todas las mujeres pero, evidente-
mente, su impacto era más profundo entre quienes, de haber nacido
varones, podrían llegar al mundo de los grandes negocios, la política, la
ciencia.4 Para las mujeres obreras, la opresión de género también era
experimentada en las relaciones con sus compañeros de clase (por lo
menos, así lo entendían y denunciaron las anarquistas).5 Las socialistas,
que, salvo algunas excepciones (como Carolina Muzilli) no eran obre-
ras, intentaron reformular lo que podía ser leído en términos de domi-
nación como una benefactora tutela paternalista. Tuvieron o buscaron
menos fricciones con los varones del partido. Frente al patrón, en cam-
bio, lo que aparecía como determinante para las obreras era su situación
de clase, aunque además se percibiera y denunciara la conexión de la
subordinación de clase y género (por ejemplo, en la discriminacion sa-
larial o el acoso sexual).
A pesar de fuertes diferencias políticas y de clase en las experien-
cias de opresión, quienes luchaban por superarla reconocían la existen-
cia de un sujeto social, las mujeres, frente a otro, los varones. Como
atribuían un origen común a la opresión, intentaron desarrollar un sen-
timiento de solidaridad entre las mujeres, más allá de su procedencia
social. La liberación de las mujeres implicaba luchar contra situacio-
nes que afectaban a todas, aunque su entrelazamiento con otras opre-
siones generara manifestaciones diferentes. Estos intentos de crear la-
zos de solidaridad estimularon la organización de algunas mujeres, de
manera independiente o dentro de otras estructuras, que pretendían
transformar la situación de las obreras, ya creyendo que constituían el
sector femenino más vulnerable, ya sosteniendo que la opresión de las
mujeres sólo se resolvería finalmente con la disolución de las socieda-
des de clases.
Para las feministas, era fundamental diferenciarse en esta lucha tan-
to de las “damas” caritativas de la elite como de aquellas que sólo pre-
tendían un lucimiento personal. Muchas veces, las diferencias se aloja-
ban más en las justificaciones y objetivos que en las prácticas, pero
ponían de manifiesto conflictos y contradicciones sociales que obstacu-
lizaban la expresión política de la mentada solidaridad femenina. Caro-
lina Muzilli distinguía dos tipos de feminismos: “Yo llamo feminismo
de diletantes a aquel que sólo se interesa por la preocupación y el brillo
de las mujeres intelectuales [...] Es hora de que el feminismo deportivo
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 198

deje paso al verdadero que debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo


contrario será un movimiento ‘elitista’ llamado a proteger a todas aque-
llas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una
vida mejor”.6

El sufragio no era una reivindicación nueva, pero sí conflictiva. Ha- Política y maternidad
bía provocado rupturas en el pasado entre feministas y antifeministas, y
entre las propias feministas. Muchas creían que las argentinas no estaban
preparadas para el sufragio, que era necesario luchar primero por los de-
rechos civiles, que sólo debería ser otorgado a algunas mujeres o, inclu-
so, que no valía la pena rebajarse a luchar por él. Después del intervalo
de la Primera Guerra Mundial, la cuestión reflotó: en 1912 se había san- Como otras socialistas, Alicia Moreau
estaba plenamente convencida de que
cionado la Ley Sáenz Peña (que estipulaba el voto secreto y obligatorio
las mujeres lograrían la igualdad
para los varones adultos). Su puesta en práctica en las primeras eleccio- en el futuro. Mientras tanto,
nes presidenciales había llevado a tal cargo al radical Hipólito Yrigoyen varones y mujeres debían luchar
y había permitido aumentar la representación de los socialistas en la ciu- por la conquista de los derechos
dad de Buenos Aires. Por otro lado, hacia 1918, fecha de reorganización civiles y políticos femeninos.
de asociaciones feministas y sufragistas locales, las mujeres votaban en Alicia Moreau junto a compañeros de
militancia en la conmemoración del
varios estados de los Estados Unidos, en Nueva Zelanda, Australia, Fin-
Día de los Trabajadores en 1929.
landia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Alemania, Austria, Rusia, Geor- Archivo General de la Nación,
gia, Irlanda, Letonia, Polonia. Entre 1918 y 1945, obtuvieron derecho a Departamento Fotografía.
199 RESISTENCIAS Y LUCHAS

votar en el nivel nacional en cuarenta y seis estados. El primer país lati-


noamericano en reconocer la ciudadanía femenina fue Uruguay (1932);
lo siguieron Brasil y Cuba (1934), República Dominicana (1942), Gua-
temala (1945), Panamá y Trinidad y Tobago (1946). En este contexto, la
discriminación establecida por el sistema político argentino pasó a ser
inadmisible para algunas mujeres.
Pero el sufragio femenino contenía dos problemas: las relaciones en-
tre liberación de las mujeres y Estado, y la política de las mujeres. Con
respecto al primero, un sector (mayoritario) del feminismo local inter-
peló directamente al Estado, reclamándole leyes y el reconocimiento de
los “derechos de las mujeres”: las sufragistas, las que demandaban la
protección de las mujeres en el mercado de trabajo, los derechos civiles,
la abolición de la prostitución reglamentada. Otras feministas, en cam-
bio, rechazaron todo tipo de vinculación y reconocimiento del Estado
por entenderlo precisamente como la fuente de todas las opresiones. En-
tre ellas estaban las anarquistas e intelectuales influidas por sus ideas.
Para los años veinte y treinta, el peso relativo de este sector había dis-
minuido considerablemente.
El segundo problema que entrañaba el sufragio femenino era qué ti-
po de política harían las mujeres. ¿Exigirían y obtendrían igual ciudada-
nía que los varones o la diferencia sexual podía determinar formas se-
xuadas de hacer política? A veces, este problema y el de la relación con
el Estado se cruzaban. El rechazo del Estado podía relacionarse con la
apuesta a una forma particular de hacer política de las mujeres: la polí-
tica del hogar, no la parlamentaria. El eje alrededor del cual giraban to-
dos estos debates era la relación entre política y maternidad.
La “cuestión maternal” no era exclusiva del feminismo. Y sostener
que el ámbito “natural” de las mujeres –y, por lo tanto, el espacio para
ejercer su poder– era el doméstico, tampoco. Desde el Congreso Nacio-
nal, desde los púlpitos, en periódicos y revistas, podían escucharse y leer-
se, incluso más frecuentemente que en discursos y escritos feministas, el
ensalzamiento de la “gloriosa” y “sagrada” maternidad, su función capi-
tal para la Patria, el rol clave de la madre en la formación de las futuras
generaciones, con el objetivo de conservar el statu quo. Objetivos muy
diferentes se escondían detrás de una aparente similitud retórica. La
“cuestión maternal” en la época fue tan rica y compleja precisamente por
esta superposición de intenciones contradictorias, por sus límites difusos.
La maternidad, convertida en cuestión pública, se politizó. Y las feminis-
tas participaron de ese debate. Aceptaron la maternidad como clave de la
femineidad. Todas las mujeres, más allá de las diferencias sociales, com-
partían la capacidad y la experiencia de la maternidad. Era lo que las
acercaba y las volvía idénticas. Era la plataforma de la solidaridad.
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 200

Pero más allá de la utilización común del término, las maternidades Un largo camino. De los debates
eran diferentes: para unos, la garantía del orden; para otros, el motor de finiseculares sobre la educación
la revolución. Las feministas intentaron reformular la maternidad. No conveniente para las mujeres al
fomento e incorporación masiva
cuestionaron que constituyera una “misión natural” para las mujeres; en el sistema educativo.
pero fundamentalmente la consideraron una “función social” y, para al- Archivo General de la Nación,
gunas, incluso, una “posición política”: el ejercicio de la maternidad era Departamento Fotografía.
una forma de hacer política. Puesto que eran o podían ser madres, no
podía privarse a las mujeres de derechos civiles, sociales y políticos. Pe-
ro estos derechos no sólo, ni principalmente, eran pensados como “in-
dividuales”. Los derechos no sólo cambiarían la vida de las mujeres al
volverla más “digna”, más “justa”; sino que se suponía que, a través de
ellos, se transformaría a la sociedad. Las reformas legales eran vistas
sólo como un medio para un cambio más radical, una transformación
social más amplia, para la construcción de una sociedad justa donde va-
rones y mujeres continuaran siendo diferentes pero en igualdad de con-
diciones.
Paulina Luisi, feminista uruguaya con una militancia significativa en
ambas orillas del Río de la Plata, sostenía que el propósito del feminis-
mo era “hacer de la mujer un ser completo, desenvolver sus capacidades
201 RESISTENCIAS Y LUCHAS

intelectuales y volitivas [...]; darle el sentimiento de la personalidad, en-


señarle la libertad [...]; darle conciencia de su valor social y de las con-
secuencias que entraña el ejercicio de la libertad frente a la colectividad
en que vive; libertarla económicamente, [...] libertar el sexo de la escla-
vitud que las costumbres sociales han anexado a la maternidad”.7 Las fe-
ministas eran plenamente conscientes del doble carácter de la materni-
dad: valiosa para la libertad, valiosa para la opresión. En general
coincidían en que, dadas las condiciones materiales y psíquicas de rea-
lización vigentes, aparecía más vinculada a la “esclavitud” y al dominio
que a un ejercicio consciente y liberador. Si con relación a las mujeres
de la clase obrera se insistía en las condiciones materiales inadecuadas
en que se veían forzadas a ser madres (trabajos extensos, insalubres, pe-
ligrosos, desatención de los niños por el trabajo la vida familiar en el
conventillo, violencia, alcoholismo y frecuentes abandonos por parte del
marido), para las mujeres de los sectores medios o incluso de la elite, la
opresión parecía venir de la mano del afianzamiento del modelo mater-
nal hegemónico, impulsado fundamentalmente por los médicos.8
La liberación por medio del trabajo En 1919, una norteamericana, Katherine Dreier, visitaba la Argenti-
asalariado, de la independencia na. Dreier relataba, con asombro, el tiempo que las madres argentinas
económica, fue abriéndose lentamente dedicaban a sus hijos, sin reservarse nada para ellas. Excesivamente en-
camino en la década del veinte con la
experiencia de algunas jóvenes de
fáticas en el cuidado higiénico de los niños, luego se mostraban dema-
clase media. siado indulgentes con ellos. Las jóvenes eran educadas para el casa-
Vendedora de la Tienda San Juan, miento, se avergonzaban de tener que trabajar para ganar un salario y las
1919. Archivo General de la Nación, solteras causaban horror. A su juicio, las mujeres argentinas se interesa-
Departamento Fotografía. ban en dos cosas: el amor y la maternidad, buscaban más el casamiento
que la felicidad.9 Obviamente, estas percepciones correspondían a los
comportamientos y hábitos de la “gente decente” de Buenos Aires. De
todas maneras, su testimonio arroja una mirada hacia ese ambiente limi-
tado, recortado, encorsetado, del cual emergería precisamente la mayor
parte de las feministas de la época. Pocos años después, Delfina Bunge
nos ofrecería otra mirada, desde la propia elite. En su ensayo Las muje-
res y la vocación, sostenía que la excesiva abnegación, cualidad consi-
derada femenino-maternal por excelencia, “perjudica al abnegado y a la
persona objeto de abnegación... Es bueno darse a los otros –proseguía–,
pero hay el deber primordial de cultivar nuestro propio y exclusivo jar-
dín, sin lo cual nunca podremos ofrecer frutos saludables a los demás”.10
Hallaba a las madres “en exceso preocupadas por los afanes domésticos;
por los detalles del peso y del alimento de sus bebés”.11 Sin quitar nin-
gún mérito ni valor a la maternidad, consideraba que sería más saluda-
ble “mantener el espíritu a flote, en medio de los intereses materiales,
dando a cada cosa su verdadero significado y su valor espiritual”.12 Es-
tas descripciones y consideraciones no pueden extenderse a las expe-
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 202

riencias de vida de mujeres de las clases trabajadoras puesto que, aun


cuando feministas y antifeministas coincidieran en señalar que la mater-
nidad unificaba las mujeres, las condiciones materiales y mentales en que
se desarrollaba eran muy diferentes.
Por lo tanto, si la maternidad realizada bajo determinadas circunstan-
cias conducía a la opresión de las mujeres, para las feministas era nece-
sario reformularla, cambiar su signo, para hacer de ella la fuente de la li-
beración. La maternidad, entonces, se presentaba como el nudo que
sujetaba a las mujeres, y para liberarlas había que deshacerlo.
Menos acuerdos existían a la hora de definir la relación entre muje- Las feministas denunciaron las
res y política deseable, cuáles eran las formas femeninas de hacer políti- condiciones materiales inadecuadas en
que las mujeres de la clase obrera se
ca. Por un lado, estaban quienes afirmaban que la política de las mujeres veían forzadas a ser madres. Los
debía realizarse desde el hogar, en su lugar de madre. Esta posición era trabajos extensos, insalubres,
compartida por anarquistas, filoanarquistas, aunque no de manera exclu- peligrosos, la desatención de los niños
siva. En algún sentido, era sostenida por todas las feministas. Pero mien- por el trabajo, la vida familiar en el
tras algunas la compatibilizaban con la política democrático-parlamenta- conventillo, la violencia, el alcoholismo
y los frecuentes abandonos por parte
ria, otras afirmaban que las mujeres no debían rebajarse a la arena
del marido eran parte de la vida
pública, a la “política criolla” del fraude. Desde el hogar, cuando asumie- cotidiana de esas mujeres.
ran conscientemente su rol de madres, crearían a los hombres del maña- Familia obrera, 1940. Archivo General
na y ésa era una tarea política. Para las anarquistas, una tarea política re- de la Nación, Departamento Fotografía.
203 RESISTENCIAS Y LUCHAS

volucionaria. Aunque las argumentaciones suenen similares, un abismo


separaba a las anarquistas de las mujeres de otros sectores que, con la
misma retórica, buscaban mantener la subordinación de las mujeres.13
En “Cartas a las mujeres argentinas”, Herminia Brumana no com-
partía la pasión por el sufragio, lo cual no la excluía del campo de la lu-
cha por la liberación de las mujeres. Según Brumana, la mayor virtud de
las argentinas era el anhelo de tener un hijo. Y, allí, estaba el nudo de la
acción “política” de las mujeres: formar hombres en la idea de resolver
los problemas del porvenir del país. Obviamente, desde esta perspecti-
va, el ejemplo maternal no podía dejar de ser el de la madre de Tiberio
y Cayo Graco. Desde el “hogar”, las mujeres debían realizar lo que los
varones proyectaban desde las tribunas. Y, para ello, era fundamental, a
su entender, emplear todo el tiempo posible para capacitarse, logrando,
así, perfilar en sus hijos lo que hasta entonces eran utopías.14
Las anarquistas rechazaban no sólo la interpelación al Estado sino el
rótulo de “feminista” por considerarlo indisolublemente vinculado a
prácticas e ideas reformistas. Sin embargo, desde fines del siglo XIX, las
mujeres anarquistas no sólo habían sido conscientes de la opresión se-
xual sino que, además, habían demostrado hallarse entre las más fervien-
tes y virulentas defensoras de las mujeres. En esta lucha, sin embargo, se
encontraron y colocaron entre dos fuegos: por un lado, la denuncia del
“machismo” de sus compañeros de ideales; por otro, el enfrentamiento
con las “feministas” burguesas o socialistas, siempre reformistas.15 Sin
embargo, en la percepción de la “naturaleza femenina” existían impor-
tantes confluencias. Para las anarquistas, la maternidad era fundamental.
En ella radicaba la potencialidad del poder social de las mujeres. Esta
apelación fuerte a las madres en la lucha no desplazaba las prédicas y
los esfuerzos destinados a las obreras de los talleres, ni las hacía olvidar
la explotación económica y sexual ejercida por los varones cualquiera
que fuera su clase social. Pero en la maternidad se depositaban profun-
das esperanzas de socavar, desde la primera piedra, una sociedad injus-
ta: “...cada hijo que dé a la vida una mujer educada racionalmente, será,
no lo dudéis, una fuerza propulsora del porvenir, una palanca formida-
ble del presente”.16 Racionalmente educadas, las madres debían ser
anarquistas para poder llevar a cabo esta función maternal revoluciona-
ria: “Desprejuiciemos pues a nuestros hijos de todos los malos hábitos
presentes, [...] preparémosles para el nuevo y sonriente avenir [...] Ma-
dres: ¡no contribuyáis a cultivar la ignorancia de vuestros hijos, porque
en ellos lleváis vuestra parte de responsabilidad en este colectivo crimen
social! Debe amarse al hijo con el fin de formar su integridad de hom-
bre y no de bestia... Madres: ¡haced saneante obra en el mundo!”.17 Por
estos años, el anarquismo fue la única fuente ideológica que defendía el
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 204

control de la natalidad desde la necesidad de practicar una maternidad ¿Cuáles eran las formas femeninas de
voluntaria y consciente. La maternidad tenía menos que ver con la can- hacer política? Por un lado, estaban
tidad de hijos que con la calidad del cuidado: “[El] noventa por ciento quienes afirmaban que la política de
las mujeres debía realizarse desde el
de la mujeres creen cumplir el deber de maternidad haciendo de incan-
hogar, en su lugar de madre. Desde
sables máquinas de parir hijos [sin tener en cuenta la] grave responsabi- allí, asumiendo conscientemente su rol
lidad que dimana de la delicada misión de la maternidad”.18 de madres, crearían a los hombres del
Como sosteníamos más arriba, la creencia en el poder de la mujeres- mañana: ésa era una tarea política.
madres como “moldeadoras” de los hombres no era privativa del anar- Eso no les impedía participar en
tareas proselitistas realizando
quismo; es una constante de todo el feminismo contemporáneo. Era
pequeños trabajos.
compartida por mujeres tan alejadas del anarquismo como Victoria Mujeres y niños doblando boletas
Ocampo, para quien la única modificación lenta de la humanidad pro- electorales, 1940. Archivo General de
vendría de las mujeres: “Creo que el gran papel de la mujer en la histo- la Nación, Departamento Fotografía.
ria [...] comienza hoy a aflorar a la superficie. Pues es ella, hoy, quien
puede contribuir poderosamente a crear un nuevo estado de cosas, ya
que está, con todo su ser físico y espiritual, inclinada sobre las fuentes
mismas de la vida, inclinada sobre el niño”.19
El poder de la madre sobre sus hijos no excluía la contrapartida de
los derechos que, por justicia, correspondían a las mujeres. Más aún, los
volvía más urgentes. Al implicar una función social y política tan impor-
tante para la especie, la sociedad y la nación, la maternidad debía ser re-
compensada por el Estado y la comunidad. Dios, o la Naturaleza, había
205 RESISTENCIAS Y LUCHAS

asignado a las mujeres determinados deberes con respecto a la reproduc-


ción, y ellas los asumían honrosamente en diversas situaciones sociales.
Pero de estas “cargas” debían emanar derechos. Derechos que el Estado
y la sociedad les habían, hasta entonces, negado: derechos civiles, eco-
nómicos y también políticos. La contrapartida no debía ser honorífica,
simbólica; no debía sacralizar a la maternidad. Para la doctora Luisi, se
trataba de una reparación también económica: “...porque nadie quiso re-
conocer, ni en leyes ni en decretos, que el primer deudor de una mujer
que engendra, es el Estado, el Estado que se beneficia de un ciudadano
más, y que tiene el deber [...] de amparar ampliamente a quien, jugando
su vida, y dando sus dolores y su sangre, aumenta el capital nacional con
la riqueza de una abundante población. La contribución de las madres a
la sociedad era [...] tan dolorosa, tan peligrosa, y por cierto mucho más
eficaz, ineludible y permanente que el cacareado servicio militar con
que los hombres pretenden escudar el abuso que vienen cometiendo por
siglos y siglos, de arrogarse todos los derechos y todas las prerrogativas
nacionales”.20 Los derechos reclamados para las mujeres-madres in-
cluían la ciudadanía, pero iban más allá de ella: derecho a una educación
para las mujeres como seres equivalentes a los hombres; igual salario
por igual trabajo para ambos sexos; elevación y dignificación educativa,
legal y social de la maternidad; defensa legal de la infancia; así como la
lucha contra el juego, la pornografía, la prostitución, el alcoholismo y la
guerra.
Finalmente, las mujeres debían tener el derecho a elegir a sus repre-
sentantes; pero también a ser elegidas. Y allí radicaba la apuesta mayor
de este feminismo, reformista en sus estrategias, pero mucho más radi-
cal en sus objetivos. Se suponía que cuando las mujeres participaran del
Estado y las instituciones democráticas tendrían el poder de transformar
la sociedad. Ni el Estado ni la sociedad podían permanecer igual cuan-
do estuvieran atravesados por la diferencia sexual en el poder. Las mu-
jeres introducirían en la política su “naturaleza” sexual específica, sus
valores y formas de vincularse a los otros. Las feministas proponían un
doble movimiento: por un lado, politizar la maternidad, el vínculo entre
una mujer y su hijo; mientras que, por otro, la maternidad también sería
ejercida desde el Estado. Como decía Alicia Moreau, la maternidad ya
no podía realizarse “privadamente” en el hogar. Y la sociedad no podía
privarse de la capacidad de maternar de las mujeres: la educación, la
asistencia social, la justicia, la salud, incluso la economía, eran proble-
mas mal resueltos por la virilidad egoísta de quienes, hasta entonces, de-
tentaban el poder. En un sistema democrático, ningún ciudadano estaba
más capacitado que las madres para proteger y defender la vida y la paz:
“Lejos, pues, de ser la maternidad plenamente cumplida un obstáculo
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 206

para la función política, diremos que es casi su mayor razón de ser, y que
tanto más alta sea la conciencia de su responsabilidad materna, más que-
rrá la mujer poseer los medios de acción colectiva que le permitan so-
brellevarla mejor”.21

Los años veinte se cerraron con algunos logros y muchas deudas pen- Éxitos y fracasos
dientes. En 1924, se modificó la legislación de trabajo de mujeres que
databa de 1907. A partir de entonces, las trabajadoras podrían descansar
cuatro semanas antes y cuatro después del parto sin perder su puesto, y
los patrones que emplearan a cincuenta mujeres o más debían instalar sa-
las cuna en el lugar de trabajo. Esto último, sin embargo, nunca se cum-
plió y el descanso maternal generalmente no era utilizado por las obre-
ras puesto que, al no cobrar sus salarios durante esas semanas, no podían
dejar de trabajar. Después de varios proyectos frustrados, en 1926, se
sancionó la ley 11.357, de derechos civiles femeninos, por la cual las
mujeres solteras, viudas o divorciadas, mayores de edad, pasaron a ser
consideradas jurídicamente iguales a los varones. Para las mujeres casa-
das, en cambio, subsistieron incapacidades de hecho. Por ejemplo, po-
dían ejercer una profesión, empleo, comercio o industria honestos, pero

Las feministas no cuestionaron a la


maternidad como “misión natural” de
las mujeres; en efecto, la consideraron
una “función social” y, en algunos
casos, incluso una “posición política”:
el ejercicio de la maternidad era una
forma de hacer política.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
207 RESISTENCIAS Y LUCHAS

sólo podían administrar y disponer de lo producido en dichas ocupacio-


nes y de sus bienes propios, si expresaban su voluntad de hacerlo. En ca-
so contrario, el marido los administraba por mandato tácito. Por otra par-
te, la ley modificaba algunas de las limitaciones establecidas por el
Código Civil con respecto al ejercicio de la patria potestad por parte de
las madres. Desde entonces, las mujeres casadas, por ejemplo, pudieron
mantener la patria potestad sobre los hijos de un matrimonio anterior,
aunque hubieran contraído nuevas nupcias, y se permitió a las madres
solteras ejercer la patria potestad sobre sus hijos. Tanto la legislación la-
boral específica para mujeres como la sanción de derechos civiles fre-
cuentemente fue justificada y legitimada en función del bienestar de los
hijos. Se consideraba que una mayor independencia económica de las
madres, así como un mayor poder legal sobre aquéllos, redundaría en be-
neficio de la infancia puesto que los padres no siempre habían demostra-
do cumplir con sus deberes de manutención y educación.
A pesar de la existencia de diversos proyectos sobre derechos políti-
cos femeninos, en la década de 1920 las mujeres sólo pudieron votar, en
algunas ocasiones, en el nivel municipal o provincial, en San Juan, Men-
doza y Santa Fe. El sufragio femenino, por otro lado, reintroducía en el
debate la cuestión de la calificación del voto: dada su nula experiencia
política, algunos sostenían la conveniencia de calificar el sufragio feme-
nino, a diferencia del masculino. La calificación podía ser por educación
o estado civil (suponiéndose la inconveniencia del voto de las mujeres
casadas por las discordias o desórdenes familiares que podía causar). En
1916, por ejemplo, un diputado nacional por la Democracia Progresista,
Francisco Correa, propuso conceder el voto municipal a las mujeres sol-
teras o viudas; en 1922, el diputado Frugoni proponía el voto para las
mujeres mayores de 20 años y diplomadas en universidades, liceos, es-
cuelas normales y especiales. En 1919, en cambio, el doctor Rogelio
Araya, diputado por la Unión Cívica Radical, había presentado un pro-
yecto igualitario por el cual las mujeres nativas y naturalizadas, mayo-
res de 22 años, gozarían de los “derechos políticos conforme a la Cons-
titución y a las leyes de la República”.22 En 1929, el senador socialista
Mario Bravo también presentó un proyecto de ley por el cual se estable-
cía la igualdad de derechos políticos entre mujeres y varones. Este pro-
yecto caducó en la comisión correspondiente. En 1932, dada la cantidad
de proyectos sobre sufragio femenino, se formó una comisión interpar-
lamentaria con la misión de unificarlos. El nuevo proyecto obtuvo me-
dia sanción en la Cámara de Diputados, pero no en la Cámara de Dipu-
tados, por lo cual quedó trabado en la Comisión de Presupuesto y
Negocios Constitucionales, ya que, según se alegaba, debía estudiarse
cuidadosamente el costo del empadronamiento femenino.23
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 208

En la década de 1920 las mujeres


sólo pudieron votar, en algunas
ocasiones, a nivel municipal y
provincial, en San Juan, Mendoza
y Santa Fe.
Primera votación femenina en San
Juan, 1928. Archivo General de la
Nación, Departamento Fotografía.

Los años treinta fueron ambivalentes y contradictorios para el femi-


nismo: fracasos y peligros se entremezclaron con algunos logros. En
1935, 1938 y 1939, continuaron presentándose proyectos de sufragio
femenino. Las mujeres socialistas se organizaron para apoyar dichas
propuestas, en especial las presentadas por diputados de su partido. Sur-
gió, así, una nueva asociación fundada por la doctora Moreau: el Comi-
té Pro Sufragio de Mujeres Socialistas. A partir de 1933, estas campa-
ñas fueron secundadas además por una publicación, Vida Femenina,
dirigida por María Berrondo. Otra organización sufragista contemporá-
nea fue la Asociación Argentina del Sufragio Femenino, fundada por
Carmela Horne.24 Aunque perseguía aparentemente los mismos fines,
tenía grandes diferencias con las mujeres socialistas: sus integrantes,
por lo general, no aceptaban el rótulo de “feministas” pero, a diferencia
de las anarquistas, no era a causa del reformismo socialista sino por su
“radicalidad”. Además, en las décadas de treinta y del cuarenta, el “fe-
minismo” comenzó a ser considerado negativamente como una ideolo-
gía “foránea” y contraria al catolicismo. Por otro lado, la Asociación
Argentina del Sufragio Femenino consideraba la posibilidad de obtener
un voto recortado para las mujeres. Sus propuestas contaron con el apo-
yo del Consejo Nacional de Mujeres, hasta entonces opositor a los de-
rechos políticos femeninos. Ambas organizaciones consideraban conve-
niente que las mujeres votaran voluntariamente en las elecciones
municipales y provinciales puesto que la política local, que rodeaba di-
rectamente al “hogar”, aparecía como más femenina que la nacional.
Contemporáneamente a estos infructuosos intentos de obtener el su-
209 RESISTENCIAS Y LUCHAS

fragio, las trabajadoras conseguían la licencia maternal paga. A través de


las leyes 11.933 y 12.111, las obreras y empleadas de empresas priva-
das y del Estado obtuvieron el derecho a una licencia maternal con un
subsidio igual a un sueldo íntegro antes y después del parto y a cuida-
dos gratuitos por parte de un médico o partera.
Pero la historia de los derechos femeninos no se presentaba como un
camino ascendente con mesetas; también aparecieron amenazas de retro-
ceso. Hacia mediados de la década de 1930, los derechos civiles, conse-
guidos diez años antes, fueron puestos en peligro por el Poder Ejecutivo
Nacional. El presidente Agustín Justo envió al Congreso Nacional un
proyecto de reforma por el cual las mujeres casadas volvían al estatus de
menores de edad: no podrían trabajar fuera de sus hogares, administrar
sus propiedades o dinero ni participar de asociaciones comerciales o cí-
vicas sin un permiso escrito de sus maridos. Ante esta amenaza, las orga-
nizaciones de mujeres se unieron y se creó la Unión de Mujeres Argen-
tinas, presidida por Ana Rosa Schlieper, una dama de la sociedad y de
gran labor en la filantropía. Victoria Ocampo y María Rosa Oliver tam-
bien formaron parte de ella. En sus memorias, Oliver consideraba que la
intención última de ese intento de reacción era frenar la creciente afluen-
cia de las mujeres a las fábricas, fenómeno que supuestamente provoca-
ba el desempleo masculino y bajaba el nivel general de salarios.25
Finalmente, en la década de 1930, las mujeres se movilizaron no só-
lo por sus derechos sino por la paz ante la Guerra Civil Española y la
Segunda Guerra Mundial, retomando una tradición que ligaba la mater-
nidad con la defensa de la vida y la paz. Con una amplia participación
de mujeres comunistas, en 1937 se creó el Comité Argentino de Muje-
res Pro Huérfanos Españoles y, en 1941, la Junta de la Victoria, una
agrupación femenina de solidaridad con los aliados.26 Esta vinculación
con mujeres comunistas profundizó en sectores nacionalistas y católicos
la percepción del feminismo como ideología extranjera, extraña a la
esencia nacional, y disolvente del orden natural-divino, percepción que
el peronismo heredaría.
Las instituciones, los objetivos, las prácticas, las estrategias del femi-
nismo local en el período entreguerras confirman el peso del pensamien-
to de la diferencia sexual, basado en un intento de reformulación de la
maternidad. Las leyes laborales giraron alrededor de la real o potencial
condición de madres de las trabajadoras, lo cual se evidencia en el des-
canso obligatorio y subsidiado antes y después del parto y en la instala-
ción de salas cuna en el lugar de trabajo con el objeto de mantener la lac-
tancia materna. Pero también las demandas de reducción de horarios se
basaban en la consideración del tiempo y las tareas que la mujer debía
ocupar en el cuidado, alimentación, higiene de sus hijos. Los derechos ci-
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 210

viles y políticos aparecían justificados más como contrapartida de su con-


tribución reproductiva a la sociedad que por sus aportes como fuerza de
trabajo, intelectuales, o simplemente como derecho natural. La moviliza-
ción por la paz estaba imbuida de una creencia en una mayor capacidad,
autoridad, legitimidad de la mujer para luchar por ella. Su altruismo y
bondad maternales se extendían a la humanidad entera. Así, los logros,
los fracasos, los peligros y las luchas de esos años se apoyaban en las no-
ciones de “diferencia sexual” y las reforzaban. La maternidad continuaba
constituyendo el núcleo fuerte de las argumentaciones tanto a favor como
en contra de la igualdad de las mujeres con respecto a los varones.
A las feministas las unía la creencia en la posibilidad de reformular
la política y la sociedad otorgando poder a esa mitad del mundo hasta
entonces oprimida. Para algunas, ese poder transformador se realizaba
dentro de la unidad doméstica, en la relación con los propios hijos. Pa-
ra otras, la maternidad podría extenderse al Estado. Su inclusión integra- Hacia fines de la década de 1940
ría otros valores, otras prácticas. Las feministas nunca pensaron que la las mujeres, en gran medida bajo
las banderas peronistas,
inclusión política de las mujeres dejaría inalterada a la sociedad. Por
reclamaron la sanción de la ley
ello, aunque la estrategia aparecía como reformista, inclusiva, sus fines del sufragio femenino.
no lo eran tanto. Detrás de esos proyectos estaba la idea de la “inconta- Archivo General de la Nación,
minación” de la mujer. De ahí, su potencial transformador radical. Departamento Fotografía.
211 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Los límites de estas propuestas fueron decantando con el tiempo. A


pesar de las críticas al vínculo exclusivo y excluyente entre la madre y
el hijo, las feministas no lograron transformarlo. Su reformulación de la
maternidad acabó siendo más pública que privada, más política que so-
cial. El replanteo de la maternidad no se basó ni se proyectó (salvo ex-
cepciones) en un cambio de las relaciones sociales establecidas entre las
madres y los hijos. En la relación con los hijos, quedaron capturadas por
el modelo hegemónico: las madres “naturalmente” amaban a sus hijos;
no cuestionaron la división sexual en el cuidado y crianza de los niños.
Sólo la necesidad o la culposa sospecha de no ser “buenas” madres po-
día separarlas de sus hijos. Si en el plano político se pretendía llevar a
cabo una desbiologización del vínculo maternal, esto no se basaba ni re-
percutía en un intento de transformación de los vínculos biológicos,
cuando existían. Por otros caminos, se reforzaba la maternidad como
una práctica privada y femenina. Es decir: la extensión de la maternidad
en el plano político no se correspondía con su extensión social, con una
“maternidad social”27 que habría implicado redefinir colectiva y sexual-
mente las relaciones y prácticas maternales, los trabajos domésticos, la
reproducción material y emocional de las familias. En cambio, excepto
en algunos pocos proyectos o utopías de izquierda, no encontramos pro-
puestas de reformulación social de la relación madre-niño dentro de la
familia nuclear. Si, en algunos casos, fue considerada beneficiosa la so-
cialización de ciertos trabajos domésticos, fue precisamente para que las
mujeres pudieran reconcentrarse en ese vínculo con el niño.
Por otro lado, los derechos obtenidos del Estado, incluso a pesar de la
retórica oficial de que se los concedían porque eran madres, lo fueron en
tanto se las consideró formalmente como individuos, “idénticas” a los va-
rones. Que en la práctica nunca hayan sido aceptadas como tales posibi-
litó que la discriminación se filtrara en una legislación cada vez más igua-
litaria en la letra. Es decir, las mujeres no reformularon el pacto social,
como algunas pretendían. No entraron en el Estado en tanto madres sino
en tanto individuos. Su entrada, por lo tanto, no transformó al Estado mo-
derno, garante de la reproducción de desigualdades de clase y sexo, en un
“Estado maternal”. Las feministas sufragistas obtuvieron el medio –el vo-
to–, pero fracasaron en su fin: transformar la sociedad modificando radi-
calmente la maternidad y la política. Incluso, obtuvieron el voto en una
circunstancia política a la que muchas de ellas se oponían.

El sufragio femenino Desde esta perspectiva, resulta paradójica la sanción de la ley que
finalmente les otorgó el derecho a votar. A pesar de las diferencias que
las feministas se empeñaron en destacar con el discurso político del
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 212

peronismo hacia las mujeres y los esfuerzos de éste y de Eva Perón por Cuando en 1951 las mujeres pudieron
cortar con el pasado, el argumento de la maternidad fue determinante votar lo hicieron en mayor número que
en la obtención del sufragio. La visión construida del feminismo como los varones: votó el 90 por ciento del
padrón femenino, frente al 86 por
movimiento en contra de los hombres o que, por el contrario, intenta- ciento de hombres.
ba masculinizar a las mujeres, resulta totalmente inconsistente desde Mujeres haciendo cola para votar,
el análisis histórico. Sí era cierto que, en la visión binaria de la socie- 1951. Archivo General de la Nación,
dad que oponía oligarquía y pueblo, muchas de las feministas queda- Departamento Fotografía.
ron del lado de la primera. El feminismo preperonista nunca fue un
movimiento de masas. Pero en 1951 las mujeres concurrieron a votar
en mayor medida que los varones: un 90 por ciento del padrón frente
a un 86 por ciento de estos últimos. Y el 64 por ciento de las mujeres
votaron por Perón (y “Evita”, aunque no figurara en la fórmula presi-
dencial).
Largamente se ha debatido si el sufragio femenino (también el mas-
culino universal) fue fruto de una lucha o de una concesión. En el caso
de la ley 13.010 de 1947, lo que se discute es si debe incluirse en la lu-
cha a quienes se reconocieron como feministas, sus organizaciones y
periódicos desde el siglo XIX o si fue simplemente la consecuencia de
la voluntad (oportunista o no) de Juan Perón y/o Eva Duarte. Por lo ge-
213 RESISTENCIAS Y LUCHAS

neral, este tipo de discusiones se ha saldado reconociendo la importan-


cia de la acción de los actores sociales: sin la generación de un movi-
miento y prácticas sociales desde abajo no habría habido necesidad, por
lo menos, de ningún tipo de concesión. En el caso del sufragio, esas ac-
ciones de los actores sociales no deben restringirse a la conformación
de un movimiento político consciente. Diversos tipos de prácticas (la
inserción en el campo intelectual, en las manifestaciones callejeras, la
participación en el mercado de trabajo) también pueden forzar su incor-
poración.
Otra interesante pregunta es por qué las mujeres no se movilizaron
masivamente detrás del feminismo y sí por Perón. Esto podría confir-
mar las hipótesis, un tanto simples, pero no totalmente desechables, del
“elitismo” de las feministas y su poca vinculación con la cotidianidad
de la mayoría de las mujeres, y de la subordinación ideológica de éstas,
que les impediría lograr una plena conciencia de género. También po-
dría constituir la prueba de la mayor fuerza de la identidad de clase
frente a la de género, por lo menos, a la hora de actuar políticamente.
Sin embargo, es bastante poco probable que ambas identidades puedan
diferenciarse tan nítidamente en las personas como en la interpretación
analítica. Una moldea a la otra y viceversa, siendo el resultado muy di-
ferente de las conciencias “puras”. En este sentido, valdría la pena tam-
bién preguntarse cómo influyó la figura, primero, y las acciones, des-
pués, de Eva Duarte en el apoyo de las mujeres a Perón. Figura y
acciones que permitían una identificación de clase y género, ya entre-
mezcladas.
Finalmente, ¿fue Eva Duarte feminista? ¿Puede considerársela den-
tro de una tradición feminista local? ¿Cómo impactaron su presencia,
sus prácticas, sus discursos, en las identidades femeninas, en la manera
en que las mujeres establecieron su relación con el poder y la política?
“Y... ya no se animaban tanto a decirte: ‘quedate en casa’”, declaró una
militante peronista en una entrevista que le hicimos. La figura y las ac-
ciones de Eva Duarte, mucho más que sus discursos (que evidentemen-
te reforzaban todas las justificaciones de la dominación masculina), de-
jaron una huella profunda en la vida de las mujeres, legitimaron su
presencia en las calles, en los comicios, en los lugares de trabajo. Por
ello, no puede desprendérsela tan fácilmente de una historia del feminis-
mo, atenta no sólo ni principlamente a los discursos y al deber ser femi-
nista, sino a las transformaciones en las experiencias cotidianas de su-
bordinación de las mujeres. Pero Eva Duarte también fue un producto
de su tiempo. Fue posible, entre muchas otras cosas, por un movimien-
to feminista y sufragista previo que reivindicó el lugar de la mujer en el
campo intelectual, en la política, en el trabajo. Un movimiento que de-
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 214

fendió a las madres solteras, la igualdad de los hijos legítimos e ilegíti-


mos ante la ley, la investigación de la paternidad. Que denunció las in-
justicias de las sociedades de clase y en el cual se entremezclaban obje-
tivos revolucionarios con la necesidad de implementar prácticas de
asistencia a corto plazo.
215 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Notas
1 Además de determinada, como otras mujeres socialistas, Alicia Moreau estaba ple-
namente convencida de que las mujeres lograrían la igualdad en el futuro. El femi-
nismo era considerado no sólo una “necesidad histórica” sino que tendía a conver-
tirse en un “hecho universal”.

2 A pesar de haber sido solicitado repetidas veces con méritos suficientes, recién en
1927 una mujer egresada de la carrera de Ciencias Médicas accedió a una cátedra
de la Universidad de Buenos Aires.

3 Citado en Kirkpatrick, Gwen, “The Journalism of Alfonsina Storni: a New Approach


to Women’s History in Argentina”, en Women, Culture and Politics in Latin Ameri-
ca, Seminar on Feminism and Culture in Latin America, University of California
Press, 1990, pág. 110.

4 Sobre las limitaciones sentidas en la vida intelectual y artística son muy ilustrativos
los textos (ensayos y diarios) de Delfina Bunge. Cf. Las mujeres y la vocación, Bue-
nos Aires, s/e, 1922. Extractos de sus diarios pueden hallarse en Cárdenas, Eduardo
José y Paya, Carlos Manuel, La Argentina de los hermanos Bunge. Un retrato ínti-
mo de la elite porteña del 1900, Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

5 Al respecto, cf. el análisis de las opiniones de las redactoras de La Voz de la Mujer,


periódico comunista-anarquista (1896-97), con respecto a las actitudes reacciona-
rias y machistas de compañeros de militancia, realizado por M. Molineaux: “No
God, no Boss, no Husband. Anarchist Feminism in 19th Century Argentina”, Latin
American Perspectives, 48, vol. III, n° 1, 1986.

6 Entrevista en PBT, cit. en Cosentino, José, Carolina Muzilli, Buenos Aires, 1984,
CEAL, págs. 18-19.

7 Cit. en Font, Miguel, La Mujer. Encuesta feminista argentina, Buenos Aires, 1921,
pág. 37.

8 Véase la construcción de un conjunto de ideas, valores, sentimientos y prácticas ma-


ternales “naturales” desde la medicina, en Nari, Marcela: “Las prácticas anticoncep-
tivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato,
Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud
en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1996.

9 Dreier, Katherine, Five Months in The Argentine from a Woman Point of View 1918
to 1919, Nueva York, 1920, págs. 50-1.

10 Bunge, Delfina, ob. cit., pág. 23.

11 Ibídem, pág. 26.

12 Ibídem, pág. 21.

13 Cf., por ejemplo, este tipo de opiniones en Font, Miguel, ob. cit.

14 Brumana, Herminia, Obras completas, Amigos de Herminia Brumana, Buenos Ai-


res, 1958, pág. 261.

15 Cf. Barrancos, Dora, “Mujeres de Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”,


Mora, n° 2, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1996.

16 Zinno, Luisa, “Las funciones de la mujer”, Nuestra Tribuna, n° 3, 15/9/1922, pág. 4.


MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 216

17 Biagiotti, Clementina, “Un consejo a las madres”, Nuestra Tribuna, n° 5,


15/10/1922, pág. 3.

18 Nuestra Tribuna, 15/4/1923.

19 Ocampo, Victoria, Testimonios. II Serie, Sur, Buenos Aires, 1941, pág. 260.

20 Paulina Luisi, cit. en Font, Miguel, op. cit., págs. 37-8.

21 Moreau, Alicia: La mujer en la democracia, La Vanguardia, Buenos Aires, 1945,


pág. 196.

22 Ibídem, págs. 205-6.

23 Ibídem, págs. 205 a 217.

24 Carmela Horne fundó en 1930 un Comité Pro Voto de la Mujer que luego pasó a de-
nominarse Asociación Argentina del Sufragio Femenino. A diferencia de otras femi-
nistas, apoyó el sufragio femenino en 1947 independientemente de la fuerza políti-
ca que lo impulsaba: el peronismo. Ese año elevó al Parlamento un petitorio con
ciento sesenta mil firmas.

25 Sobre las tareas realizadas por la Unión Argentina de Mujeres, cf. Oliver, María Ro-
sa: La vida cotidiana, Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 38.

26 Edelman, Fanny, Banderas. Pasiones. Camaradas, Buenos Aires, Dirple, 1996,


págs. 46-7 y 85-6.

27 Tomamos el concepto de Schmucler, Beatriz y Di Marco, Graciela, en Madres y de-


mocratización de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos,
1997, pág. 18. Las autoras sostienen que es desde el trabajo colectivo desde donde
puede reformularse socialmente la maternidad. Se la vuelve pública, se la transfor-
ma en un problema de la comunidad, se compromete la solidaridad y se apela al Es-
tado de igual a igual. Si bien incorpora elementos del “cuidado del otro” de la ma-
ternidad tradicional, lo realiza despreciando el aislamiento (la “privacidad”) y la
devaluación de la mujer-madre.
Concentración de capital, concentración
de mujeres
Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930

Fernando Rocchi

En 1894, Antonio Lanusse, integrante de la comisión que estudiaba La fabriquera


la reforma de tarifas aduaneras, sostuvo un duelo verbal con un grupo de ¿espejismo o presencia real?
industriales que defendían el mantenimiento de aranceles altos. Los em-
presarios basaban sus pedidos en la cantidad de mujeres que empleaban
las fábricas argentinas. Por entonces, la Unión Industrial señalaba el es-
pectáculo brindado por “el trabajo manual [que] ejerce una influencia
saludable en el ánimo de esas obreras que a la vez que fomentan una vir-
tud tan hermosa les procura los medios de vivir decentemente haciéndo-
se dignas de respeto ante la sociedad.
”Observando bajo este punto de vista a las millares de obreras que
ocupan las diferentes industrias en nuestro país, no podemos resistir de
bendecir a todos los industriales capitalistas que emplean sus elementos,
su inteligencia y su genio emprendedor, en empresas tan útiles y tan pro-
vechosas a la mujer, sacándolas de la holgazanería y el abandono, que
entrañan la inmoralidad y el vicio”.
El señor Lanusse, sin embargo, se mostraba poco receptivo ante se-
mejante reclamo y señalaba con indignación: “El reverso de la medalla
es que hoy no encontramos servicio. Todas quieren ser operarias, aluci- La producción estandarizada, que
nadas con un mayor jornal que no es efectivo, puesto que, rebajando lo comenzó a fines de la década de 1880
que gastan en casa y comida, el remanente es muy inferior al que obten- y se intensificó en los noventa y con la
drían siendo mucamas o cocineras. Hoy les parece degradante ser mu- llegada del nuevo siglo, transformó a la
mujer en uno de los engranajes del
camas, y por ser obreras pierden hasta el nombre para convertirse en una
nuevo sistema.
cifra, puesto que a las ventajas se les llama por su respectivo número”.1 Fábrica Argentina de Alpargatas,
La discusión entre Lanusse y los industriales era el reflejo de una rea- Hilandería, 1929. Archivo General de la
lidad novedosa que comenzaba a desplegarse en Buenos Aires poco antes Nación, Departamento Fotografía.
219 RESISTENCIAS Y LUCHAS

de terminar el siglo XIX. Por entonces, una legión de obreras industriales


irrumpió en el paisaje urbano, convirtiéndose en una de sus presencias
más significativas así como en una de las principales fuentes de controver-
sias. El sentimiento de rechazo embargaba a la mayoría de los observado-
res, que vieron en la fabriquera –inmortalizada por Manuel Gálvez en la
Rosalinda Corrales de su Historia de arrabal, publicada en 1922– a una
víctima inerme de la modernidad fabril que invadía la capital argentina.
Las descripciones sobre el trabajo femenino en la industria porteña, gene-
ralmente teñidas de un discurso dolido que iba de una resignación odiosa
a la más franca oposición, eran claras al encontrar las razones de su dis-
gusto: las fábricas apartaban a las mujeres de la atmósfera del hogar.
Así, el hecho de que las mujeres compusieran una buena parte del
trabajo industrial no era, para La Prensa, motivo de mayor censura, si no
fuera porque un grupo de ellas –a las que se describía como “las menos
previsoras”– había decidido dejar el sistema de trabajo a domicilio y
quedar expuestas al terrible mundo de la fábrica. Para desazón del dia-
rio, este último grupo crecía con rapidez, por lo que “Hasta los espíritus
menos pesimistas se darán exacta cuenta de lo que representa para el ho-
gar la ausencia de las mujeres y de las jóvenes que se pasan los días en
los talleres, tanto en lo que se refiere a la moral como a las condiciones
fisiológicas de las infelices que se afanan durante 10 horas diarias para
ganar jornales mezquinos, en trabajos que minan el organismo y destru-
yen su salud”.2
La alarma del diario no era una voz aislada. Las trabajadoras fabri-
les se habían convertido en una de las preocupaciones centrales de un
Estado que respondía –en parte con la reforma y en parte con la repre-
sión– a los emergentes peligros de “la cuestión social”. En 1908, el úni-
co diputado socialista del Congreso –Alfredo Palacios– lograba el res-
paldo de su cámara para votar una ley que protegía el trabajo femenino
e infantil. En buena medida, el éxito de Palacios se apoyaba en un dis-
curso en el que soñaba con el día en que las mujeres ya no trabajarían en
los talleres y se dedicarían exclusivamente a su verdadera y noble tarea
de ser madres. Los católicos se unían a la izquierda en el coro de voces
que condenaba el trabajo femenino en las fábricas y compartían con el
legislador socialista la resignación ante un mal necesario. En la Exposi-
ción Nacional de 1898, la señora María del Pilar Sinués, una de las or-
ganizadoras de la sección femenina junto con otras damas del Patronato
de la Infancia, le contestaba a una madre que no sabía si fomentar algún
arte en sus hijas, que trabajar es bueno pues “tranquiliza el ánimo, dis-
trae la imaginación y evita los sueños insanos”. Pero también le recor-
daba (además de exigirle prudencia en el tipo de enseñanza “artística”
inculcada) que el principal trabajo era la economía doméstica.3
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 220

La presencia femenina en las fábricas –que los periódicos tornaban


visible a un universo de lectores más amplio de aquel que tenía contac-
to directo con esta experiencia– no coincidió con los orígenes de la in-
dustria en la Argentina, que pueden remontarse a la década de 1870. Las
fabriqueras fueron, en buena medida, el resultado de una segunda etapa
industrializadora, que surgió a partir de la crisis del ’90 y se intensificó
a principios del siglo XX. En esos años, la industria argentina (especial-
mente la surgida en la capital de la república) experimentó un cambio
que ya habían vivido otros países durante su proceso industrializador: la
aparición de la gran fábrica. Aunque en la Argentina el número de estas
empresas fue mucho menor que en los países industrializados, su pre-
sencia generó similares resultados y reacciones.
La industria argentina, por entonces, no constituía un conjunto ho-
mogéneo sino un paisaje poblado por pequeños talleres y grandes fábri-
Las mujeres se incorporaron al mundo
cas, separados por un abismo en cuanto a métodos de producción y de del trabajo en las tareas peor pagas,
trabajo. Dada la época en que el trabajo femenino comenzó a resultar vi- como la de empaquetar productos.
sible, es tentador asociarlo con lasgrandes firmas; sin embargo, una aso- Esto ocurrió, por ejemplo, en la
ciación de ese calibre requiere de un trabajo histórico diferente del que industria editorial, cuyos oficios más
se ha realizado hasta ahora: en vez de considerar los datos agregados de jerarquizados continuaron en manos
de los hombres.
los censos –en los que aparecen mezclados los talleres y las fábricas–
Editorial Jacobo Peuser SA, sección
sería necesario un estudio con una perspectiva que identifique cada em- Revisado y Empaque, 1917. Archivo
presa. Es justamente este tipo de análisis el que se realiza aquí. General de la Nación, Departamento
Entre concentración de capital y concentración de trabajo femenino Fotografía.
se estableció una relación que va mucho más allá de
los relatos impresionistas de la época. Algunos
investigadores han sostenido que la incor-
poración de mujeres en las fábricas
durante este período fue sólo un mi-
to creado por los contemporá-
neos, un espejismo reducido en
número y que sólo llamó la
atención debido a la misma
naturaleza del trabajo femeni-
no: fuera de la casa y del ho-
gar.4 El efecto de la incorpora-
ción de mujeres al mundo de la
industria en una sociedad ma-
chista generó, sin duda, imágenes
complejas y contradictorias. Pero ta-
les imágenes se construyeron sobre una
base tan real como la de la misma industria
(que, hasta hace poco, también se consideraba po-
221 RESISTENCIAS Y LUCHAS

co significativa para el período anterior a 1930). La fabriquera, en ver-


dad, se había convertido en una de las principales presencias sociales de
Buenos Aires a la vuelta del siglo XIX.

Mujeres e industria La industria argentina comenzó a desplegar sus primeras fábricas


en la década de 1870, cuando el gobierno nacional aplicó tarifas a la
importación para hacer frente a una crisis fiscal y de balanza de pagos
que estalló en 1873 y no mostró síntomas de regularizarse hasta cuatro
años más tarde. En la década de 1880, el crecimiento económico hizo
trepar el Producto Bruto Interno per cápita más de un 60 por ciento,
mientras que la población –gracias a la llegada de inmigrantes– pasó de
2.400.000 a 3.600.000. El mercado interno de consumo, como resulta-
do, aumentó un 150 por ciento, generando una demanda que impulsó
la aparición de nuevas firmas industriales. A fines de la década, y co-
mo respuesta a este mercado en expansión, surgieron en Buenos Aires
las primeras fábricas de un tamaño lo suficientemente grande como pa-
ra hacer uso de las economías de escala y producir de manera estanda-
rizada. Aunque pocas, eran especialmente visibles en la atmósfera de la
ciudad debido a sus características novedosas. Una de estas caracterís-
ticas era que, a diferencia de los talleres y de las fábricas pequeñas, tra-
bajaban en ellas muchas personas, buena parte de las cuales eran mu-
En su novela Historia de arrabal,
jeres.
Manuel Gálvez le dio forma a la
“fabriquera”, mostrándola como una La crisis de 1890 llevó al gobierno a aplicar tarifas a las importacio-
víctima frente a los peligros del mundo nes, una estrategia que operó como disparador para el crecimiento de la
industrial y urbano. industria local. Hacia 1895, la producción manufacturera se había dupli-
cado respecto de 1890; en 1900, ya se había más que triplicado. Las vie-
jas empresas se ampliaron, otras nuevas abrieron sus puertas y la indus-
tria llegó a representar, dentro del Producto Bruto Interno, un porcentaje
tan grande como el de la agricultura. Una parte significativa de este cre-
cimiento se dio en el tipo de unidades económicas que habían nacido a
fines de los ochenta: las grandes fábricas.
En 1895, el Segundo Censo Nacional revelaba que en la Capital Fe-
deral un 20 por ciento de la fuerza de trabajo industrial estaba compues-
ta por mujeres (un número algo inferior al 22 por ciento que tenían en
el total de la población económicamente activa). La presencia femenina,
sin embargo, tenía un significado mayor. Una perspectiva que permita el
análisis de cada una de las empresas calificadas por el censo como in-
dustriales nos permite bucear en ese significado. En primer lugar, si de-
sagregamos la cantidad de trabajadores que emplea cada firma indus-
trial, nos encontramos con que el mundo de las grandes fábricas
(entendiendo por grandes fábricas aquellas donde trabajaban más de
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 222

Las mujeres poblaron las fábricas que


producían artículos de consumo
masivo, como medias. La producción
local de ropa interior y lencería
desplazó a la importada
en la década de 1890.
Fábrica de medias, primeras décadas
del siglo XX. Archivo General de la
Nación, Departamento Fotografía.

cien obreros) ofrece un panorama muy especial: allí las mujeres repre-
sentan casi un tercio de la fuerza de trabajo. En el universo de los peque-
ños talleres familiares, con menos de diez trabajadores (y que, muchas
veces, sólo incluía al dueño de la firma), la presencia femenina ha des-
cendido a un 13 por ciento. La tendencia, aunque no siempre lineal, es: a
mayor cantidad de trabajadores, mayor cantidad de mujeres (véase la ta-
bla nº 1, pág. 241). Alrededor de 4400 obreras (un número que podría
subir a 6000 considerando que las cédulas censales que se conservan re-
presentan un 80 por ciento de la totalidad del censo) trabajaban en las
grandes fábricas porteñas en 1895. Sumando a las empleadas en los ta-
lleres medianos y pequeños, el número asciende a 11.000. No eran un
espejismo en el imaginario urbano.
El análisis desagregado de las empresas más grandes permite reco-
nocer otras características. Una de ellas resulta previsible: el tipo de ac-
tividad donde predominan las mujeres incluye las ramas relacionadas
con la producción textil. Otra, sin embargo, parece más sugestiva: el
porcentaje de mujeres empleadas alcanzaba cifras muy altas (en algunas
fábricas iba del 77 al 95 por ciento de la mano de obra ocupada). Qui-
zás uno de los datos más significativos es que los números más elevados
se ubican en aquellas actividades que –como la tejeduría lanera y la con-
fección de prendas– resultaban más novedosas en el paisaje industrial
porteño pues sólo se habían desarrollado a partir del 90 (véase la tabla
nº 2, pág. 241).
Siendo un grupo numeroso, estas mujeres se asociaban a la emer-
gente estandarización de la producción industrial, un fenómeno ligado
223 RESISTENCIAS Y LUCHAS

a una creciente concentración de capital que estaba cambiando la es-


tructura productiva de la ciudad de Buenos Aires. El surgimiento de la
gran empresa llevó a guerras comerciales, fusión de empresas, transfor-
mación de varias de ellas en sociedades anónimas y predominio de los
monopolios y oligopolios. El resultado fue la desaparición de las em-
presas medianas y la aparición de una economía dual, en la que coexis-
tían las firmas más grandes con los talleres más pequeños. Este proce-
so, que comenzó en la década de 1890, se desplegó con mayor fuerza a
principios del siglo XX y continuó –después de la interrupción de la
guerra– en la década de 1920, fue visto por los contemporáneos como
un elemento de modernidad tan indiscutible como agobiante. Los con-
sumidores y los pequeños productores se sintieron amenazados por el
fenómeno del trust –que era como se denominaba por entonces a la
concentración de capital– con todas sus consecuencias económicas, po-
líticas y sociales.
Asociado a la modernidad de Buenos Aires, el auge del trabajo fe-
El consumo masivo de cigarrillos menino presenta complicaciones no siempre fáciles de dilucidar. Las
impulsó la estandarización y mujeres se incorporaron a la fuerza de trabajo como resultado de cam-
maquinización de la industria
bios en la esfera de la oferta y la demanda de mano de obra. La produc-
del tabaco, que ocupó un número
creciente de mujeres.
ción estandarizada de las grandes fábricas requería de un tipo de traba-
Empaquetamiento de cigarrillos, 1929. jo que convirtió a las mujeres en atractivos trabajadores potenciales. Las
Archivo General de la Nación, mujeres, en efecto, recibían salarios más bajos que los de los hombres,
Departamento Fotografía. con lo que aumentaban el beneficio empresario en una actividad en la
que eran altamente productivas. En la fabricación de alpargatas y som-
breros, según un informe elaborado en 1907 por la Unión Industrial pa-
ra el Ministerio de Agricultura, el salario de los hombres casi duplicaba
al de las mujeres; en las fábricas de caramelos, chocolates y galletitas,
llegaba a triplicarse. Además, el trabajo femenino era funcional al tipo
de actividad realizada por las firmas industriales argentinas, caracteriza-
da por las fluctuaciones en la demanda y en la producción y, por ende,
por los contratos temporales a los que las mujeres (fuera por la necesi-
dad o por su ciclo vital) se adaptaban mejor que los hombres.5 Todo ello
generaba una demanda de mano de obra femenina por parte de las em-
presas que, en algunos casos, llevaba hasta contratarla en el extranjero:
la Compañía Introductora de Buenos Aires obtuvo un permiso del go-
bierno italiano para reclutar noventa mujeres en Génova para su fábrica
de tabacos, y la firma Garello y Agrifoglia contrataba trabajadoras –tam-
bién en Italia– a través de un convenio de siete años para su empresa
productora de cigarros.
La elección de una fábrica como lugar de trabajo por parte de las
propias mujeres resulta bastante más difícil de explicar. La atmósfera re-
cesiva de la década de 1890 llevó a convertir a estas fábricas en un des-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 224

tino necesario para aquellas que buscaban un ingreso adicional.6 La opi-


nión emitida por Lanusse en 1894, al afirmar que preferían el trabajo in-
dustrial al servicio doméstico, es más difícil de testear, aunque ofrece
una perspectiva de investigación fascinante.
Lo cierto es que la incorporación de mujeres al mundo de las fábri-
cas impulsó la crítica de los hombres, especialmente de los sindicaliza-
dos, que las veían como una competencia peligrosa. Para estos críticos,
siempre soñando con un antiguo y paradisíaco mundo masculino de ar-
tesanos poderosos –mera invención para una ciudad sin tradición de ar-
tesanía–, la amenaza estaba dada por la misma combinación de trabajo
femenino y gran empresa. De esta manera, el sindicalista Adrián Patro-
ni señalaba en 1897, al referirse a la fabricación de sombreros: “Más tar-
de, se fueron estableciendo diversas máquinas, y mediante ellas, la ma-
yor parte del trabajo que hasta entonces había sido manual se tornó
mecánico; las mujeres y los niños pudieron fácilmente ir suplantando a
los hombres y el salario de éstos ha venido mermando cada vez más”.7
Las mujeres trabajaban catorce horas diarias, pero estaban tan mal
pagas y soportaban tantos abusos que El Diario aprobaba la formación
de un sindicato de obreras:
“Pues bien, si esto conviene a los ciudadanos, ¡por qué no ha de con-
venir a las ciudadanas!
”Lejos de ser partidarios de la emancipación de la mujer y otras doc-
trinas exageradas, creemos muy de veras que una asociación de obreras

La industria textil experimentó un


cambio cualitativo en la década de
1920, con la incorporación de
maquinaria moderna y sofisticada
que favoreció la sustitución de
producción importada.
Industria textil: telar perfeccionado que
produce cantidad de “fina labor”, 1927.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
225 RESISTENCIAS Y LUCHAS

bien organizada no sólo es una necesidad sino que llevada por buen ca-
mino tendrá resultados beneficiosos”.8
El salario femenino se volvía todavía más bajo (y, por ende, más
atractivo para las empresas) si las obreras empleadas eran menores. La
presencia de adolescentes y niñas resultó, por entonces, otro fenómeno
visible. Y las observaciones daban lugar a condenas de mayor voltaje,
como la realizada por Carlos Mauli, un sindicalista miembro de la So-
ciedad de Carpinteros, de Vorwaerts, de Les Égaux y de Fasci dei Lavo-
ratori, en 1895: “Hay muchas fábricas, especialmente las textiles, donde
sólo se emplean mujeres. Casi todo el trabajo es hecho por las máquinas
y éstas son tan perfeccionadas que hasta un niño puede tratar con ellas.
Los industriales se han aprovechado de esta perfección en la maquinaria
moderna. Antes empleaban mujeres a 2,50 y 3 pesos diarios. Ahora, em-
plean niños de 10 a 14 años de edad a quienes les pagan de 80 centavos
a 1 peso; y de esta manera, los industriales hacen una economía consi-
derable, sin tener en cuenta la salud de los niños”.9
En 1894, La Nación calculaba que entre el 13 y el 16 por ciento de
las mujeres empleadas en la industria textil eran adolescentes o niñas,
números que no diferían demasiado de los proporcionados por el perió-
dico El País, que defendía sin ambages a los empresarios y que estima-
ba que, en 1900, este grupo alcanzaba un 10 por ciento de la fuerza fe-
menina empleada.
Cualquiera que fuere el porcentaje de trabajo infantil femenino –el
16 por ciento o el 10 por ciento–, era pequeño para un país que recién
había comenzado a industrializarse. Este porcentaje, en verdad, era si-
milar al de la Inglaterra y los Estados Unidos de esos años, en los cua-
les la segunda revolución industrial había hecho caer la otrora alta par-
ticipación de los niños que había caracterizado los comienzos de la
actividad manufacturera. Pero si tenemos en cuenta que el fenómeno se
producía en las “islas de modernidad” que representaban las grandes fá-
bricas de la ciudad, la similitud no nos sorprende. De la misma manera,
una comparación con los Estados Unidos revela que ambos países tenían
concentración de mujeres en las mismas actividades manufactureras: la
fabricación de sombreros y de medias, la textilería y la confección. En
las fábricas más avanzadas del país –si bien eran pocas– la Argentina
mostraba pocos rasgos excepcionales.

Obreras argentinas La estandarización industrial se acentuó a principios del siglo XX,


un período de profundas transformaciones. Entre 1900 y 1910, la pobla-
ción aumentó de 4.642.000 a 6.871.000 habitantes, con un incremento
del Producto Bruto Interno (PBI) per cápita del 63 por ciento. El merca-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 226

do interno, que había aumentado casi dos veces y media, llevó a dupli- No siempre el trabajo en la gran
car la producción industrial. Surgieron fábricas cada vez más grandes y fábrica implicaba una total
se ampliaron varias de las existentes, liderando este proceso aquellas discontinuidad con las tareas
artesanales. Muchas veces, el trabajo
que empleaban una alta proporción de mano de obra femenina. Hacia manual de las mujeres era clave
1910, la Fábrica Argentina de Alpargatas llegó a los 1200 trabajadores, para lograr un producto de buena
la Compañía General de Fósforos alcanzó los cuatro mil y la de camisas calidad y presentación.
de Sternberg trepó a 700. Mientras tanto, irrumpían las grandes tiendas Tejidos y encajes, 1923. Archivo
–como Gath y Chaves, A la Ciudad de Londres y A la Ciudad de Méxi- General de la Nación, Departamento
Fotografía.
co– que empleaban cientos (y hasta miles) de trabajadoras en sus talle-
res de confección. No resulta sorprendente, entonces, que el censo de
1909 indicara la presencia de más de 50.000 mujeres empleadas en la in-
dustria, un número significativamente mayor que el del censo de 1895.
Las ramas donde sobresalían las mujeres, sin embargo, no habían cam-
biado, ni lo había hecho la naturaleza de su trabajo, que continuaba la
tendencia esbozada a fines de la década del 1880.
En 1910, Horacio Rivarola se fastidiaba –en Las transformaciones
de la sociedad argentina y sus consecuencias institucionales– ante una
industria que, según su óptica, se había convertido en uno de los mayo-
227 RESISTENCIAS Y LUCHAS

res centros de extranjería del país, tanto por la nacionalidad de sus pro-
pietarios como por la de sus trabajadores. Los datos agregados de los
censos, que era de donde extraía la información para lanzar su diatriba,
parecían darle la razón (lo cual era poco sorprendente para una ciudad
con una alta tasa de población extranjera). El Censo de 1895, por ejem-
plo, indicaba que un 72,5 por ciento de los obreros industriales habían
nacido en otro país, un dato que los relevamientos posteriores no cam-
biaron; el censo de 1909 indicaba que los extranjeros representaban un
65 por ciento de los obreros industriales de la ciudad de Buenos Aires.
¿Qué ocurría en el mundo de las grandes fábricas, en el cual se ha-
llaban insertadas las mujeres? ¿Era cierta la afirmación de Rivarola,
avalada por los resultados censales? No contamos con datos desagre-
gados de los censos de principios del siglo XX, porque las cédulas se
han perdido. Pero un análisis pormenorizado del realizado en 1895
puede resultar sugestivo. El uso directo de las cédulas censales resulta
insuficiente, pues brindan el número de mujeres y hombres y el número
de extranjeros y argentinos de cada firma, pero no el de mujeres argen-
tinas, hombres argentinos, mujeres extranjeras y hombres extranjeros.
Los datos proporcionados por algunas empresas, sin embargo, revelan
aristas interesantes; en varias de las fábricas más grandes, donde las mu-
jeres superaban en número a los varones, el porcentaje de argentinos al-
canzaba más de la mitad de los trabajadores empleados. Un análisis es-
tadístico de las cédulas censales de 1895 permite extraer otro dato
revelador: una buena proporción de las mujeres que trabajaban en las
grandes fábricas habrían sido argentinas.10
Este dato resulta todavía más sugestivo si tenemos en cuenta la de-
mografía de la Buenos Aires de entonces: las mujeres de 20 a 29 años
incluían a alrededor de 33.400 extranjeras y sólo 26.700 argentinas. Pe-
ro existe la posibilidad de que la fuerza de trabajo femenina en las gran-
des fábricas refleje mejor la composición de la población de la ciudad si
se considera la edad de las obreras industriales. En su mayoría eran sol-
teras, según un informe elevado al Ministerio de Interior en 1904, por lo
que, si bien el estado civil es una clasificación administrativa que no
contemplaba si esas mujeres eran madres y/o jefas de familia, es proba-
ble que nos encontremos frente a un grupo muy joven. Las mujeres jó-
venes, por el peso que tenían las hijas de inmigrantes, formaban justa-
mente la primera franja de edades en donde las nacidas en el país
comenzaban a predominar. Así, entre los 18 y 21 años, las mujeres ar-
gentinas llegaban a 15.130 y las extranjeras a unas 12.000; entre los 14
y los 17 años, las cifras eran de 16.500 y 9300.11 Es probable, entonces,
que la correlación entre nativismo y género en las grandes empresas in-
dique que la población obrera femenina tenía no solamente un alto por-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 228

centaje de nacidas en el país sino que también se componía, en buena


parte, de niñas, adolescentes y mujeres de poco más de dieciocho años.
La correlación positiva entre género y nacionalidad argentina puede
explicarse por otros caminos. La migración del interior a Buenos Aires
era un fenómeno importante en la Argentina de la vuelta del siglo. En ese
grupo de migrantes, las mujeres ocuparon un lugar significativo e in-
cluían a aquellas que debían dejar su lugar de origen porque veían sus ac-
tividades artesanales –muchas veces relacionadas con la textilería– des-
truidas por la competencia de Buenos Aires.12 ¿Eran estas mujeres las
que, paradójicamente, producían en las grandes fábricas un tipo de ma-
nufactura que había llevado a la destrucción de sus fuentes de trabajo en
el interior? Al respecto, algunos datos cualitativos resultan sugestivos.
Cuando Adela Baranzelli abrió su firma textil, tuvo que entrenar a “nues-
tras criollas”, dada la falta de mujeres experimentadas en la industria. De
manera similar, casi cien obreros de ambos sexos (entre ellos “los hijos
de un puestero de la localidad”) formaban la fuerza de trabajo de la teje-
duría de Combelles, en Roque Pérez. Los trabajadores eran principal-
mente elementos del “gauchaje” entre los que sobresalía, según un obser-
vador, una “inteligente morocha” que había trabajado en la firma durante
tres meses obteniendo la interesante suma de 58 pesos por su destreza en
la labor. Siendo nativas del país, estas mujeres no parecen haber tenido
experiencia alguna en la elaboración de tejidos de las provincias ni haber
migrado de las provincias que expulsaban población.13
La lista de trabajadores de la compañía Fábrica Nacional de Sombre-
ros y Tejidos –una de las grandes firmas industriales de Buenos Aires,
que contaba con una planta en Barracas y otra en Belgrano– insinúa re-
sultados que apoyan estas conclusiones provisorias. En febrero de 1900,

La producción en grandes fábricas,


en algunos casos, consistía en una
simple agrupación de varias obreras
realizando un tipo de trabajo que
continuaba usando técnicas
básicamente artesanales.
Obreras dedicadas a la fabricación de
sombreros, 1900. Archivo General de la
Nación, Departamento Fotografía.
229 RESISTENCIAS Y LUCHAS

los obreros de la empresa decidieron ir a la huelga porque a raíz de una


reestructuración habían sido despedidos los hombres adultos, y sólo ha-
bían sido retenidos las mujeres y los niños. Los argumentos de los huel-
guistas, en las propias palabras de uno de los propietarios de la firma en-
trevistado por El País, eran “el recargo del trabajo de los niños y lo
escaso de su remuneración, así como también lo lamentable de la con-
dición de la mujer dentro de los talleres”. Para la empresa, las ventajas
salariales del trabajo femenino eran claras: los jornales de los hombres
en la fábrica de Barracas y Belgrano eran, en promedio, de 4,2 y 3,6 pe-
sos respectivamente, mientras que los de las mujeres eran de 2,03 y 2,3
pesos. Por otro lado, si bien desconocemos la nacionalidad de los obre-
ros, se observa que el 82 por ciento de los apellidos de los trabajadores
varones y el 67 por ciento del de las mujeres eran de origen italiano. En
el resto predominan los apellidos de resonancia española, que pueden
corresponder tanto a inmigrantes como a argentinos nativos. La empre-
sa señalada mostraría una aparente tasa mayor de argentinos entre las
mujeres que entre los hombres –como ya se había sugerido– mientras
que, muy probablemente, varias de las que aparecen con apellido ita-
liano serían las jóvenes hijas de inmigrantes.14
En apoyo de la hipótesis de que había una alta tasa de argentinas en-
tre las obreras industriales, se observa que la Sociedad de Beneficencia
se ocupaba con gran interés de los temas relativos a la industria, tenien-
do en cuenta que las mujeres nacidas en el país –y no las extranjeras–
eran su principal foco de atención.15 Las sociedades de caridad, que
veían en el trabajo en la fábrica un mal necesario para evitar mayores
desgracias (como la criminalidad y la prostitución), luchaban por conse-
guir trabajo para las mujeres argentinas con necesidades económicas pe-
rentorias. Para ello, presionaron al Estado para que las actividades de
confección contratadas por la administración pública –principalmente
ligadas al aprovisionamiento de las fuerzas armadas– pasaran de manos
masculinas a manos femeninas. La presión fue resistida porque, según
aducían los defensores del viejo sistema, hasta entonces había funciona-
do bien, pero las damas insistieron de tal manera que “pronto las ofici-
nas de la repartición antedicha [por la Intendencia de Guerra] viéronse
invadidas por un núcleo de señoras y niñas que iban a inscribirse para
tener opción a las confecciones que les prometían dar”.16

Los ecos del trabajo femenino La incorporación de mujeres a las grandes fábricas fue un fenómeno
lo suficientemente impactante como para que los industriales lo utiliza-
ran para pedir protección arancelaria. La mirada de no pocos ciudada-
nos se posaba en los gobernantes para que actuaran frente a un elemen-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 230

to que juzgaban perturbador para el entramado social. J. M. Buyo defi- En las fábricas que empleaban mujeres
nía en La Nación el deber que les competía a los legisladores: “El hecho y varones, la segmentación de género
entre ambos grupos de trabajadores
fisiológico de no haber sido conformada la mujer para el trabajo físico
era un procedimiento común.
como el hombre [implica que] hace falta una legislación que se inspire Reparadores de calzado, 1927. Archivo
en estos principios y que impida o estorbe la aplicación de la ley de la General de la Nación, Departamento
oferta y la demanda al trabajo del niño y de la mujer”.17 Fotografía.
Esa responsabilidad fue, sin duda, tomada en cuenta por un congre-
so que rechazaba la ley de ocho horas pero apoyaba la iniciativa del di-
putado Palacios para la protección del trabajo femenino e infantil.
Los industriales explotaban a su gusto el temor de los legisladores a
una eventual conversión de las obreras desocupadas en anarquistas y
prostitutas si sus fábricas cerraban a causa de la competencia ruinosa
con los productos importados que traería una disminución en la tarifa.
La tragedia en la que podía desembocar la clausura de una firma se mos-
traba de manera visible con las visitas que los empresarios organizaban
para los diputados y senadores. Para la ocasión, los industriales llenaban
las fábricas con una cantidad de trabajadoras que superaba el empleo ha-
bitual. Por ejemplo, la firma textil Enrico Dell’Acqua, que no empleaba
más de 500 personas, había incrementado misteriosamente su personal
a 2600 en una de esas visitas; entre los obreros –para sorpresa y temor
231 RESISTENCIAS Y LUCHAS

de los legisladores, que presumiblemente no conocían estas prácticas–


sobresalían “desde las niñitas de 10 a 12 años [...] hasta las obreras prác-
ticas que vigilan las grandes máquinas”.18
“Se encuentran allí trabajando”, comentaba un senador jujeño, im-
presionado después de concurrir a uno de los talleres de la Compañía
General de Fósforos, “hasta mil personas, 600 mujeres, niños, mucha-
chas jóvenes; presentando un espectáculo moralizador”.19 Un diputado
riojano, por su parte, se refería al peligro potencial que el desempleo re-
presentaba para estos grupos humanos: “téngase presente, las industrias
de que se trata ocupan una cantidad inmensa de mujeres y niños, concu-
rriendo así a resolver uno de los problemas de mayor trascendencia so-
cial, cual es el de dar ocupación a la mujer y al niño, porque la mujer y
el niño con trabajo son una garantía contra la inmoralidad”.20 Recogien-
do el impacto emocional de las visitas a las fábricas, un senador por
Santa Fe que defendía el librecambio prefería evitarse esa experiencia
pues, “indudablemente hay un gran número de estos establecimientos
que predispone al que los visita en favor de ellos. Yo por eso, estudiada-
mente, no quiero visitarlos, porque el espíritu se siente como obsesiona-
do, si se me permite la expresión, cuando ve una vasta fábrica, con mu-
chas máquinas, con grandes motores, en que trabajan trescientas
mujeres y cuatrocientos niños”.21
La opinión de todos –con la excepción de los industriales– coinci-
día en que la fábrica (aun bajo el sistema de trabajo a domicilio) no era
el mejor destino para las mujeres. Siendo un mal necesario, una alter-
nativa menos sórdida sería bien recibida. La salida pareció encontrarse
en un fenómeno que se daba contemporáneamente en los Estados Uni-
dos y combinaba la idea del ascenso social con la del mejoramiento en
la situación de la mujer: el empleo como trabajadoras de cuello blanco.
El diario La Nación defendía esta posibilidad al hablar del caso de las
familias venidas a menos, que padecían un “mal social digno de com-
pasión”. Para estas familias, “por no poder resistir la crudeza de la lu-
cha por la vida, viene la ruina para las pobres mujeres, sobre todo para
las niñas a quienes se empezó a educar para brillar en un medio social
superior”. Lamentablemente el único recurso empleado era el de “coser
para afuera”, una salida terrible por la magra remuneración, las duras
condiciones de trabajo y el acoso constante de los empresarios que lle-
vaba a estas mujeres a “sufrir los galanteos equívocos de algún desver-
gonzado [...] Sin embargo, hay muchos empleos que hoy son reserva-
dos a los hombres sin necesidad, pues para el hombre no hay ocupación
que le esté cerrada y si él se ve desalojado de algunas oficinas de co-
rreos o de ferrocarriles y de ciertas posiciones en establecimientos mer-
cantiles e industriales, no le pasará nada, mientras que la mujer tiene
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 232

contadas las salidas para su trabajo [Por eso era un buen signo saber]
que una de las academias mercantiles de la capital [la del contador Gia-
netti] había abierto sus clases para las jóvenes que aspiren a conocer los
secretos de la teneduría de libros y poder de este modo dedicarse a un
trabajo honesto y remunerador. [...] No se arguya con obstáculos de or-
den moral, porque corre más peligros una joven que dos o tres veces por
semana se ve obligada a atravesar sola gran parte de la ciudad, que la
que todos los días se encierra en su jaula de madera, mano a mano con
El boom cerealero promovió la
grandes libros”.22 producción masiva de bolsas de yute
Si La Nación se preguntaba qué le impedía a Buenos Aires conver- para poder conservar el cereal
tirse en una réplica social de Nueva York, otras miradas proponían esta protegido de los vaivenes del tiempo.
alternativa pensando en los sectores más desposeídos. La idea del tra- Las fábricas de bolsas se poblaron
bajo femenino en el comercio (y no precisamente del asociado a las de mujeres y de hombres
que las supervisaban.
mujeres de mejores orígenes sociales) era un viejo deseo de la Socie-
Fábrica Argentina de Alpargatas,
dad de Beneficencia, que intentaba convencer a los propietarios de tien- Barracas, primeras décadas del
das de las bondades de emplear mujeres. Al realizar tareas más livianas, siglo XX. Archivo General de la
“muchas jóvenes [que] sostienen una familia con sus afanes y desvelos, Nación, Departamento Fotografía.
233 RESISTENCIAS Y LUCHAS

secando los ojos a la luz de las bujías y perdiendo la lozanía de sus me-
jillas en las noches de tarea”, podrían evitar el destino fatídico de la fá-
brica.23
La década de 1920 iba a mostrar que la experiencia estadounidense
quizá podía repetirse en la Argentina. En esos años, la población creció
de nueve a doce millones y, aunque el PBI per cápita aumentó menos
que a principios de siglo, la producción industrial se incrementó en un
50 por ciento. Más mujeres trabajaron en fábricas cada vez más grandes,
mientras nuevas empresas abrían sus puertas y demandaban mano de
obra femenina. Para entonces, la Liga Patriótica Argentina iniciaba sus
campañas de paz social abriendo escuelas en las fábricas con el propó-
sito de enseñar a las mujeres cómo ser una buena madre y una buena es-
posa argentina. La primera escuela de fábrica se instaló en Bagley, una
productora de galletitas con una alta tasa de empleo femenino, y funcio-
nó bajo la dirección de la señorita De Estrada, con notable éxito entre el
personal. La aventura del ascenso había comenzado a permear la imagi-
nación de las trabajadoras. Quizá por eso una de las claves para enten-
der el éxito de la escuela de Bagley fuera, como la propia empresa no-
taba en 1927, que los cursos de cocina y labores habían sido desplazados
en el favor de las obreras por otros más relacionados con los trabajos de
oficina y que implicaban la posibilidad de convertirse en empleadas.24

Concentración de mujeres, Las once mil trabajadoras que poblaban el mundo de la industria de
concentración de capital Buenos Aires en 1895 estaban lejos de ser un espejismo. Todavía me-
nos podían serlo las seis mil obreras de las grandes fábricas porteñas,
cuyos edificios aparecían como uno de los signos de modernidad en una
ciudad que tenía muchos deseos de recibirla. La modernidad fabril, sin
embargo, no fue siempre bienvenida, como tampoco lo fue la concen-
tración de capital que acompañó el surgimiento de la industria estanda-
rizada. En buena medida, el rechazo se relacionaba con haber traído un
nuevo actor al mundo social porteño: la fabriquera.
Si la aparición de las mujeres en la gran industria a partir de fines
de la década de 1880 despertó la desazón de diversos sectores, la coin-
cidencia de este fenómeno con la cuestión social a principios del siglo
XX generó temores aun más profundos. Los sectores considerados más
débiles parecían, por entonces, estar al borde de un peligro de alcances
difíciles de imaginar. Por ello, los industriales pudieron conseguir man-
tener o elevar ciertas tarifas esgrimiendo el fantasma de la obrera deso-
cupada y apelando al miedo de legisladores no siempre atentos a las
cuestiones relacionadas con la manufactura.
La concentración de capital llegó acompañada de la concentración
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 234

de mujeres. El número de trabajadoras fabriles poseía, además, un sig- En la década del treinta, y a pesar de
nificado ulterior. La alta presencia de argentinas entre las obreras de la los cambios económicos que siguieron
industria estandarizada llevó a prestarles una atención muy particular, a la crisis, las mujeres continuaron
realizando las mismas tareas que
especialmente notable en las sociedades de caridad, que consideraban venían haciendo desde que comenzó la
–como casi todos los observadores– a la fábrica como un mal necesario. industria estandarizada.
Faltaba un tiempo todavía para que el trabajo fabril de la mujer (que ex- Fábrica “43” de Piccardo y Cía.,
perimentó un incremento notable en la década del treinta, a partir del au- sección Estampillado, 1933. Archivo
ge de la industria textil algodonera) fuera considerado como un destino General de la Nación, Departamento
Fotografía.
positivo. Antes de eso, la posibilidad de emplearse en el comercio (co-
mo después lo sería en los servicios públicos) apareció como tabla sal-
vadora para la mujer necesitada de un salario.
La irrupción de la mujer en el mundo del trabajo moderno, sin em-
bargo, parecía condenarla a ser un engranaje en el mecanismo de con-
centración de capital que vivía la Argentina de entonces. Los mayores
demandantes de mano de obra femenina en el comercio terminaron re-
sultando las grandes tiendas, que eran una imagen especular de las fá-
bricas estandarizadas, con sus secciones y departamentos que funciona-
ban con la precisión de una máquina. Las más exitosas de esas
235 RESISTENCIAS Y LUCHAS

empresas llegaron a emplear varios cientos de empleados, la mayoría


de los cuales eran mujeres. En 1920 se llevaba al cine un drama que te-
nía como escenario la última de estas firmas: La vendedora de Harrods.
En la película, las empleadas eran objeto de explotación económica y
de acoso sexual por parte de sus superiores, una imagen similar a la de
la fabriquera, casi en el mismo año en que Gálvez publicaba Historia
de arrabal.
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 236

Tabla nº 1
TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895

NÚMERO DE
TRABAJADORES EMPRESAS HOMBRES MUJERES TOTAL MUJERES (%)

1-9 3.569 11.050 1.605 12.655 12,7


10-19 512 5.886 1.058 6.944 15,2
20-49 284 7.276 901 8.177 11,0
50-99 66 3.768 935 4.703 19,9
100 o más 57 9.084 4.349 13.433 32,4

FUENTE: elaboración propia basada en los Manuscritos del Censo de 1895.

Tabla nº 2
TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA GRAN INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895
(empresas con más de cien trabajadores)

RAMA EMPRESAS HOMBRES MUJERES MUJERES (%)

Alimentaria 2 241 40 14
Calzado 7 1.440 284 16
Alpargatas 1 100 450 82
Tejido 4 211 1.020 83
Bolsas 2 140 460 77
Sombreros 1 164 156 49
Confecciones 3 30 608 95
Sastrerías 1 63 37 37
Tabaco 5 707 438 38
Imprentas 6 1.177 470 29
Curtiembres 5 983 30 3
Artículos de cuero 5 476 50 10
Aserraderos
y carpinterías 3 690 – 0
Metalurgia 6 1.065 14 1
Vidrio 4 549 24 4

FUENTE: elaboración propia basada en los Manuscritos del Censo de 1895.


237 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Notas
1 República Argentina, Tarifas de Aduana. Estudios y antecedentes para su discusión
legislativa por la Comisión Revisora nombrada por el Poder Ejecutivo, Cía. Suda-
mericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1894, pág. XXXI; Boletín de la Unión
Industrial Argentina, 15/2/1894, nº 279, pág. 2.

2 La Prensa, 19/9/1901.

3 Exposición Nacional de 1898. Revista Oficial Semanal Ilustrada, nº XXXVIII,


4/8/1898, pág. 307, nº XLVII, 20/10/1898, pág. 378, nº XLIX, 1/12/1898.

4 Feijoo, María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzos del siglo”, en
Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de historia so-
cial argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

5 Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico
Armour, 1915-1969”, Anuario IEHS, nº 5, 1990.

6 Nari, Marcela, El trabajo a domicilio en la ciudad de Buenos Aires (1890-1918), In-


forme, Universidad de Buenos Aires, 1994.

7 Patroni, Adrián, Los trabajadores de la Argentina, Imprenta, Litografía y Encuader-


nación Chacabuco, Buenos Aires, págs. 94-5.

8 El Diario, 29/9/1894, pág. 2.

9 La Nación, 24/7/1895, pág. 5.

10 Una conclusión más firme puede extraerse con la ayuda del índice de correlación
(llamado R2), que indica la relación entre dos variables que el análisis a simple vis-
ta no permite discernir. Los resultados posibles van de 1 (cuando la correlación es
total) a -1 (cuando no hay tipo alguno de relación entre las dos variables). Para el
caso de las cédulas censales de 1895, el coeficiente de correlación entre la variable
mujeres y la de argentinos resulta positivo y significativo (R2 = 0,51).

11 República Argentina. Comisión Directiva del Censo, Segundo Censo de la Repúbli-


ca Argentina, mayo 10 de 1895, Buenos Aires, Taller tipográfico de la Penitenciaría
Nacional, 1898, tomo II, pág. 11.

12 Guy, Donna, “Women, Peonage and Industrialization: Argentina, 1880-1914”, La-


tin American Research Review, vol. XVI, nº 3, 1981.

13 La Prensa, 12/12/1891; Anuario La Prensa 1892, 1/1/1893, pág. 16.

14 El País, 23/2/1900, pág. 6.

15 Mead, Karen, “Oligarchs, Doctors, and Nuns: Public Health and Beneficence in
Buenos Aires 1880-1914”, tesis de doctorado, University of California, Santa Bar-
bara, 1994.

16 El País, 28/1/1900, pág. 3.

17 La Nación, 20/11/1903, pág. 3.

18 Boletín de la Unión Industrial Argentina, 20/10/1899, nº 370, pág. 16.

19 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 25 de noviembre de 1893, pág. 737.


CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 238

20 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 3 de enero de 1898, pág. 775.

21 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 25 de noviembre de 1893, pág. 739.

22 La Nación, 17/5/1896, pág. 3.

23 Boletín de la Unión Industrial Argentina, 23 de abril de 1889, nº 109, págs. 2-3.

24 Bagley SA, Libro de Actas del Directorio, 23 de mayo de 1927; Sandra McGee
Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932: the Argentine Patriotic Lea-
gue, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986; Dora Barrancos, “Vida íntima,
escándalo público: las trabajadoras telefónicas en la década de 1940”, ponencia pre-
sentada en las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, Santa
Rosa, 1998.
Representaciones de género
en la huelga de la construcción
Buenos Aires, 1935-1936

Débora D’Antonio

El espíritu de las mujeres ha hablado con suficiente elocuencia para


arrastrar a toda la población trabajadora, y como en otras campañas por
justicia social, las mujeres animan a la exaltación. Será necesario negociar
con ellas, porque nunca aceptarán un recorte de sus metas.
“LAS HUELGAS DE BARCELONA”, EL IMPARCIAL, MADRID, 1913.1

La clase trabajadora comenzó a ser un sector significativo de la po-


blación en la Argentina hacia fines del siglo XIX. En aquel momento
surgieron organizaciones sindicales y políticas ligadas a esa clase, en
las que las mujeres tuvieron una cierta visibilidad, tanto en calidad de
profesionales o intelectuales como de obreras organizadas. Algunos
funcionarios varones entendieron esta participación como una “epide-
mia femenina”. Así, por ejemplo, en 1904, mientras el Estado intentaba
conjurar ese fenómeno, en una manifestación por el 1° de Mayo, “acu-
dieron grandes multitudes y sobresalieron, a diferencia de otras veces,
masas de mujeres”.2
Militantes socialistas como Alicia Moreau, Cecilia Grierson, Virginia Las agitadas jornadas de la huelga
Bolten, las hermanas Chertkoff, Paulina Luisi y Carolina Muzzilli, entre general de enero de 1936. Un grupo
otras, fueron especialmente visibles pues tuvieron una singular interven- de activistas, en el que se destaca la
ción sostenida en el tiempo, y sus luchas recorrieron las primeras déca- presencia femenina, posa luego de
haber volcado un poste telegráfico
das del siglo XX. A pesar de ello, las síntesis históricas disponibles so-
entre las calles Cañada de Gómez
bre la clase obrera suelen ser masculinizadas, ocultando el lugar de las y Celaya.
mujeres. Se soslaya, por ejemplo, que para la década de 1930 algunas de Archivo General de la Nación,
las industrias más dinámicas tenían un alto porcentaje de mano de obra Departamento Fotografía.
241 RESISTENCIAS Y LUCHAS

femenina. Es el caso de la rama textil, en la que dos tercios de los pues-


tos de trabajo estaban compuestos por mujeres y jóvenes,3 o de la indus-
tria frigorífica, donde las obreras conformaban el 30 por ciento del per-
sonal.
El incremento de la participación femenina en la fuerza de trabajo lo-
cal a mediados de esa década provocó cambios en las representaciones
de género. Tomar en cuenta esos cambios, así como el papel que las mu-
jeres desempeñaron en ellos, es fundamental para la constitución de una
historiografía que escape del sexismo de perspectivas que reducen la in-
terpretación del pasado obrero a la experiencia del sector masculino de
la clase trabajadora.4
En esos años se desarrolló, a la par, un movimiento sindical con una
participación cada vez más extendida y con una nueva perspectiva polí-
tica. Tal fue el marco de la huelga del gremio de la construcción comen-
zada en 1935, y que en el inicio del año 1936 desembocó en una huelga
general del conjunto de la mano de obra empleada en la Capital Federal
en solidaridad con esa lucha. Las actividades femeninas en este conflic-
to no tuvieron el “beneficio de inventario” en las fuentes sindicales ni en
los periódicos,5 los cuales ocultaron en buena medida las relaciones de
género que atravesaban esa experiencia de clase.

Movilización
y participación sindical La clase trabajadora enfrentó muchas de las significativas transfor-
maciones sociales y culturales de esta tercera década del siglo por me-
dio de la movilización. Ejemplo de ello son las múltiples protestas ca-
llejeras que protagonizaron las personas sin empleo junto con otros
sectores populares, los conflictos laborales diversos que se desarrollaron
con mucha intensidad a mediados de la década, y fundamentalmente la
resistencia escenificada en la creciente sindicalización.6
Los registros oficiales se esfuerzan por quitar valor social y político
al rol de las mujeres, pero ellas también participaron decididamente en
muchos conflictos como los de la industria textil,7 alimentación o co-
mercio, así como en el terreno político social.8
En este contexto, el gremio de la construcción fue uno de los que ad-
quirió significatividad. Entre 1936 y 1941 constituyó una organización
muy poderosa controlada por comunistas,9 y que crecía al ritmo de la in-
dustria. La Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC) se
convertiría de este modo en el segundo sindicato con mayor cantidad de
afiliaciones del país, después de la Unión Ferroviaria. Hegemonizado
por un sector de la izquierda, este gremio protagonizó uno de los con-
flictos más poderosos de esos años.
Así, el 20 de octubre de 1935, en una asamblea general y después de
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 242

intensos debates, el gremio decidió hacer efectiva una huelga para toda
la industria. Los Comités de Empresa debían lograr que los obreros10 de
las grandes constructoras se plegaran a la medida de fuerza. De este mo-
do, el día 23 del mismo mes los obreros de la construcción comenzaron
una huelga que se extendió a lo largo de casi 90 días y que llegó a su má-
ximo nivel de movilización en la huelga general que la clase trabajado-
ra realizó en solidaridad con los deseos y demandas de ese sector, los
días 7 y 8 de enero del siguiente año. La huelga se inició con una adhe-
sión de 15.000 trabajadores. Se organizó un Comité de Huelga desde
donde se trazaron las tácticas y estrategias para sostener el proceso de
lucha en el tiempo. Con el Estadio Luna Park repleto de activistas, suce-
sivas asambleas discutieron cómo masivizar la medida; de este modo, se
logró alcanzar la cifra de 60.000 obreros en paro. Si bien las demandas
eran fundamentalmente de tipo económico –aumentos en los salarios,
eliminación del trabajo a destajo y limitación de las extenuantes condi-
ciones laborales–, la lucha fue adquiriendo gradualmente, por varios
motivos, un carácter cada vez más político. En primer término, se libra-
ba un combate contra los sectores monopólicos de la industria de la
construcción y sus cámaras representativas, y se exigía a la vez el reco- La apertura del mercado de trabajo
nocimiento legal del sindicato, cuestiones con las que este sector no es- –entre el que se destaca la creciente
taba dispuesto a transigir. Por otro lado, la extensa huelga trajo apareja- industria textil– para una parte
significativa de las mujeres en las
da una sucesión de múltiples enfrentamientos con la policía y el ejército,
primeras décadas del siglo XX
lo que incrementó la radicalización del conflicto, y provocó finalmente promovió la aparición de nuevas
la intervención del gobierno. identidades sociales y políticas. Las
Los obreros terminaron planteando como estrategia distintiva la mujeres, de este modo, empezarían a
huelga general. Diversas situaciones ayudaron a templar a los trabaja- ocupar un lugar en el espacio público.
dores y las trabajadoras para dar forma a esta medida. Las grandes cor- Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
poraciones empresariales de la industria intentaron intimidar a los tra-
bajadores produciendo despidos sistemáticos; las fuerzas policiales,
militares o paramilitares intervinieron en el conflicto del lado de las pa-
tronales, y produjeron la muerte del obrero Sabattini (la primera vícti-
ma del proceso), lo que congregó a cientos de personas en su entierro
como modo de repudio al asesinato. Este maltrato coadyuvó a la inicia-
tiva de organizar un “Comité de Defensa y Solidaridad” que agruparía
a 68 sindicatos de diversas ramas productivas y que ayudaría al éxito de
la huelga general.
La Confederación General del Trabajo (CGT) fue ambivalente con
respecto a la huelga, ya que se plegó cuando era palpable la generaliza-
ción del conflicto.11 Hubo dos días muy intensos en los que la clase tra-
bajadora protagonizó diversas escaramuzas callejeras contra las fuerzas
policiales y militares, muchas de las cuales, en este caso, también termi-
naron con víctimas. Se desarrollaron, por otro lado, diversas actividades
243 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Ante la entrada masiva de las mujeres contra los sectores del transporte que no se plegaban al paro (en la jer-
al mercado de trabajo local fueron ga obrera: “carneros o “crumiros”) paralizando ciertos puntos neurálgi-
surgiendo diversas escuelas de cos de la ciudad como algunas líneas del ferrocarril, terminales de co-
capacitación que, a la vez que
lectivos, lugares de abastecimiento, etc. Hubo muchos actos,
disciplinaban a la mano de obra
femenina en los avatares de la manifestaciones, enfrentamientos, apedreadas, piquetes en las puertas
modernidad, constituían flamantes de las obras y de las fábricas, encarcelamientos y víctimas fatales.
espacios de sociabilidad. El extenso conflicto, junto con la intervención mancomunada de los
Archivo General de la Nación, trabajadores y las trabajadoras de toda la capital, y la incorporación del
Departamento Fotografía.
Estado –vía sus representantes– como árbitro, propiciaron que buena
parte de las reivindicaciones fueran alcanzadas. En lo económico, obtu-
vieron sus aumentos salariales, y en lo que respecta a su organización,
la federación –que en breve sería una entidad nacional (FONC)– se con-
virtió en la segunda entidad en importancia numérica del país.
Este proceso ha sido considerado en algunos relatos históricos,12 pe-
ro en ellos se ha descuidado el papel que desempeñaron las mujeres.

Invisibilidad y representaciones
de género en la década de 1930 El relato explícito acerca del papel de las mujeres en la extensa huel-
ga del ’36, ya fuera en calidad de esposas, hermanas, madres, etc., o co-
mo participantes activas del proceso, es poco elocuente: las mujeres su-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 244

fren allí una invisibilización.13 Si bien es posible probar a través de da-


tos fragmentarios que ellas tuvieron protagonismo, de todos modos las
fuentes apelan a metáforas masculinizadas de la actividad del conjunto
de la clase, en las que las mujeres no aparecen tematizadas ni son com-
prendidas como parte de este sujeto político-social. ¿Por qué ellas fue-
ron invisibilizadas?
Algunas respuestas se pueden encontrar en el contexto sociocultural
de la sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX. Ésta en-
tendía a la esfera pública como un espacio masculino en el cual se desa-
rrollaba la vida política, social o sindical; por el contrario, a las mujeres
les concernía la vida privada,14 espacio en el cual se realizaban una se-
rie de tareas consideradas “esenciales”:15 las vinculadas al hogar y el
cuidado de la infancia. A esta concepción dicotómica de lo masculino y
lo femenino correspondía a su vez la asignación de un carácter autóno-
mo a las esferas de lo público y lo privado. Considerando esta escisión
como una ilusión ideológica, como han señalado algunas feministas,16
podemos comprender el espacio doméstico interpelado por las cuestio-
nes políticas de la supuesta “vida pública”,17 dado que la extensión del
mercado laboral para las mujeres, así como la actividad política o sindi-
cal, atrajo nuevas prácticas en el interior de las familias, produciendo
transformaciones en el territorio “privado”.18 Por otra parte, las mujeres
resignificaron y desbordaron estas esferas presuntamente rígidas, al ha-
cer pública, por ejemplo, la maternidad, que había sido sólo concebida
como actividad del ámbito privado. Con ello produjeron una distinción
más inestable de los espacios asignados según caracteres esenciales.

La movilización creciente de los años


treinta tuvo como telón de fondo las
precarias condiciones de vida de la
clase trabajadora. La vivienda –costo
de los alquileres, hacinamiento– era
uno de los problemas más acuciantes.
Las mujeres defendieron sus hogares
frente a los múltiples desalojos,
enfrentándose así con los funcionarios
estatales varones.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
245 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Si la ideología dominante de esos años consideraba que la mujer po-


seía órganos más frágiles y que su constitución general era más débil;
esto era, en buena medida, el fundamento al que se apelaba para asignar
tareas distintivas según el sexo,19 y también era uno de los argumentos
en los que se apoyaban muchas asociaciones obreras para oponerse, por
ejemplo, al trabajo femenino, pues temían que la participación de las
mujeres en el mercado de trabajo amenazase el salario del obrero varón.
Esta prédica impregnaba las instituciones, las leyes, reglamentos, y
programas políticos o sindicales de la época. El derecho asignaba a la
mujer un estatus de minoridad y de sujeción a la autoridad masculina; al
padre, primero y al cónyuge, después del matrimonio. En cuanto a los
derechos civiles, hasta mediados de la década de 1920 la mujer se en-
contraba incapacitada, como regla general; sólo recién a partir de esa fe-
cha se invertirán los criterios y el de incapacidad se aplicaría en casos
de “excepción”.
Las organizaciones sindicales también naturalizaban a la mujer iden-
tificándola exclusivamente con la maternidad, como en el caso del pro-
grama mínimo de la CGT de 1935,20 en el cual, además, se les deniega
el control del propio cuerpo al rechazar la práctica del aborto.

Representación
de la participación femenina Pese a la naturalización de ciertas características y la rígida asigna-
ción de roles, el activismo femenino logró expresarse en la huelga de la
construcción, desarrollándose en ciertos espacios –no productivos– co-
mo, por ejemplo, los comedores populares, los centros de asistencia
médica y las organizaciones de amas de casa en apoyo a la huelga. Tam-
bién intervinieron defendiendo a sus maridos o hermanos presos, resis-
tiendo a la policía o a los militares.
No obstante, la presencia de este activismo no fue considerada en el
periódico de la CGT-Independencia,21 que describió la huelga como un
“movimiento reivindicatorio” realizado por “30.000 hombres honestos
y dignos”. Sin mencionar a las mujeres, se afirmó que los varones,
“mancomunados fuertemente y convencidos de la razón que les asiste se
han lanzado con decisión al combate y se mantienen con entereza en sus
posiciones”. La fuerza, la razón, la decisión, la entereza, así como la ca-
pacidad de soportar las “privaciones”, fueron entendidas en este contex-
to histórico como cualidades exclusivamente masculinas.22
La otra CGT (CGT-Catamarca) valoró los hechos de modo similar:
en este conflicto, “miles de hombres” lograron poner en jaque a los ca-
pitalistas, haciendo que éstos se encontraran “ante una fuerza con la que
nunca contaron y que sofrena sus ansias de explotación...”.23
Por otro lado, muchas de las fuentes que sí visibilizaron la participa-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 246

Obreros de la construcción en uno de


los tantos días de la huelga. La
influencia de la prédica comunista se
expresa en los puños alzados a modo
de saludo.
Rubens Íscaro, Historia del movimiento
sindical, tomo IV, Buenos Aires, 1973.

ción femenina la concebían, sin embargo, como subsidiaria y comple-


mentaria de la lucha de los obreros varones. Términos como “colabora-
ción”, “apoyo de”, “ponerse al servicio de”, “compañeras de lucha”,
etc., ilustran esta concepción. Sin embargo, si bien la huelga de los obre-
ros de la construcción es una huelga de varones por la exclusión previa
que operó en la división sexual del trabajo, dado que no se empleaba a
mujeres, es preciso señalar que muchas de las tareas que ellas llevaron
adelante fueron parte de las condiciones de posibilidad de existencia y
de sostenimiento del conflicto en el tiempo.
En ocasiones, cuando las crónicas destacan el carácter “trágico” de
la vida obrera, las representaciones de género ya no describen a la cla-
se trabajadora como un conjunto exclusivo de varones, sino que la aso-
cian a ámbitos femeninos, destacándose vocablos como el “hogar” o la
“familia”. Se quiebra la división dicotómica entre lo público y lo pri-
vado, y se reconocen sus relaciones, porque “en los días de paro se
vuelcan en la calle y de la calle se apoderan el sufrimiento y la angus-
tia que normalmente contienen los hogares obreros. De la casa a la ca-
lle sale en esos días todo lo que en la casa estuvo oculto y se reunió en
familia”.24
Algo similar sucede cuando se le responde a la prensa oficial, que
en consonancia con las aspiraciones de la patronal de la construcción
ataca a los/las activistas participantes: la feminidad y el hogar son uti-
lizados por los dirigentes sindicales como un recurso para defenderse
de estas acusaciones de vandalismo. Los diarios sindicales no deseaban
negar estas acciones. Por el contrario, consideraban necesario interpre-
tarlas en el marco trágico de la vida obrera relacionada con lo femeni-
no. La invisibilización que se observa cuando se destacan las victorias
247 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Durante la huelga, los obreros y sus
familias se alimentaron en los
comedores populares, cuya
organización y eficacia quedó en
manos de las mujeres activistas.
Rubens Íscaro, Breve historia de la
lucha, organización y unidad de los
trabajadores de la construcción,
Buenos Aires, 1940.

y la “fuerza” de los varones obreros, es simultánea a una reivindicación


velada de lo femenino, que se trae a luz para morigerar la violencia
acontecida.
Una crónica obrera describe al capital como insensible y calculador:
los efectos de una huelga son sólo la pérdida de ganancias, mientras que
a la clase obrera, sin embargo, le toca enfrentarse “con el agravante de que
la muerte o la invalidez de un trabajador significa la miseria para los su-
yos”.25 Nuevamente la familia opera como ámbito a partir del cual se le-
gitima la lucha a través de un lenguaje que intenta sensibilizar, recurrien-
do a imágenes asociadas con lo femenino. Este rescate de lo femenino, sin
embargo, es controvertido, dado que, a la par de la visibilización, las mu-
jeres y los hijos fueron concebidos como propiedad del varón. La estrate-
gia textual los/as convirtió en no-sujetos: “son los suyos”.26
Algunas pocas agrupaciones, como la anarquista, dieron cuenta del
lugar de la mujer incluyéndola en sus relatos. Por ejemplo, en la convo-
catoria a la huelga interpelaron a “lo más profundo de las masas prole-
tarias, del corazón y los puños de los millares de jóvenes, de obreras y
obreros”, comprendiendo, de este modo, que las mujeres eran parte de
una “sola y enérgica voluntad de clase”.27
Si bien algunos documentos anarquistas visibilizan la participación
femenina e incorporaron tanto en sus debates internos como en los pú-
blicos a la sexualidad como tema (excluida en otros contextos),28 no lo-
gran distanciarse del discurso hegemónico de control de los cuerpos fe-
meninos, biologista y patologizante, como tampoco articular posiciones
políticas que impugnen las relaciones de género existentes planteando
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 248

modos de relación menos jerarquizados.29 Las mujeres en ambos


Más allá de las metáforas que las diversas prensas sostuvieron, ¿cuál procesos de huelga
fue el lugar efectivo que las mujeres desempeñaron en la huelga? Un di-
rigente destacado expresó esta cuestión en un artículo, de modo elíptico.
Enfatizó que la huelga no habría sido posible si se hubiese “encasillado
en las viejas formas”, esto es, si no se hubiera recurrido al “apoyo popu-
lar”. El autor se refiere implícitamente a ciertas tareas llevadas a cabo por
mujeres, al explicar que haberle solicitado a la gente del vecindario “apo-
yo solidario que de a poco se materializó en socorros de toda naturaleza:
víveres, ropas, atención médica, defensa jurídica, adopción de los niños
de los huelguistas, hasta de familias enteras”, fue lo que permitió “orga-
nizar la resistencia al bloqueo por hambre” que en la mayoría de los ca-
sos tiene “consecuencias fatales para los trabajadores en conflicto”.30
Las mujeres promovieron el funcionamiento de los comedores popu-
lares que alimentaron comunitariamente a los huelguistas, a sus hijos e
hijas, y, por supuesto, a las mismas activistas. Los alimentos se consi-
guieron gracias a la solidaridad del pequeño comercio del barrio.31 Si
bien en muy escasas oportunidades los diarios comerciales dieron cuen-
ta de la existencia de estos comedores y –en menos ocasiones aún– de
cómo funcionaban, cómo se abastecían, quiénes los organizaba y demás,
contradictoriamente es frecuente encontrar notas donde se informa del
cierre violento de uno u otro establecimiento por parte de las fuerzas po-
liciales, aprovechando la prensa la oportunidad para injuriar a quienes
luchaban.
En el Socorro Rojo,32 las mujeres asistían a los activistas en temas
como el encarcelamiento o la represión. Un artículo de La República33
rescató esas actividades y mostró la inserción y extensión alcanzada por

Las mujeres promovieron diversas


acciones de sostenimiento de la huelga,
por ejemplo, la defensa de los presos
sociales. En la imagen, algunas
saludan con el puño en alto.
Rubens Íscaro, Breve historia de la
lucha, organización y unidad de los
trabajadores de la construcción,
Buenos Aires, 1940.
249 RESISTENCIAS Y LUCHAS

esta organización en los barrios obreros: Villa Devoto, Villa del Parque,
Villa Mitre en Caballito-Flores, Urquiza, Parque Patricios, Centro, Cha-
carita, Villa Crespo, Paternal y Mataderos. Significativamente, fue en
estos barrios donde se concentraron las acciones populares el 7 y el 8 de
enero, tanto en lo que refiere a enfrentamientos con las fuerzas policia-
les, como a piquetes obreros o reuniones masivas.
La República reseñó un balance realizado por los dirigentes de la
huelga al valorar la ayuda solidaria brindada por el Socorro Rojo, don-
de se destacaba: “en lo que respecta a la agitación, nuestras mujeres ac-
tivistas han participado de la protesta en los diarios, para obtener la li-
bertad de los presos”.34
Las mujeres desempeñaron un importante papel también en la huel-
ga general, en la que sí participaron gremios que no eran exclusivamen-
te masculinos, razón por la cual hay rastros más fuertes en la documen-
tación en torno a ellas.
En La Nación del 8 de enero se relató el incendio de un vehículo, ac-
ción atribuida a “una turba compuesta de obreros, entre los cuales había
numerosas mujeres”. El periódico desarticula el típico lugar de pasivi-
dad atribuido a las mujeres, pues relata que el “grupo de exaltados” rea-
lizó esta acción al avanzar “por aquella calle desde la estación Gaona”,
deteniendo “a los vehículos que transitaban por las inmediaciones, for-
zando a sus conductores a hacer abandono de los mismos”.35
También en La Prensa del 9 de enero se atribuyó un lugar importan-
te al activismo femenino, explicando que el cierre de los comercios en
solidaridad con la huelga sólo fue posible gracias a la acción de comi-
siones de huelguistas que, “integradas las más por mujeres”, “invitaron
a los comerciantes a no reanudar sus actividades”.36
Otro artículo del mismo periódico informó que en distintos lu-
gares de la Capital Federal fueron encarceladas una importante cantidad
de personas de los distintos barrios donde se desarrollaron los episodios
más expresivos de la huelga. Entre quienes fueron liberados/as al final
del primer día de huelga –aproximadamente 610 personas–, el diario de-
talló que se había podido reconocer hasta ocho mujeres. Lo mismo se
repite en La República.37
Otros datos de La Prensa –aunque menos precisos– mostraron que
hubo 210 hombres y mujeres detenidos como parte de la clausura de lo-
cales obreros. En defensa de las personas arrestadas en Villa Devoto se
habían movilizado mujeres y niños, mientras la policía reprimía y la
huelga continuaba.38
Una vez finalizada la huelga general, la lucha del gremio de la cons-
trucción continuó un tiempo más. Mientras el Ministerio del Interior
mediaba en la solución del conflicto, realizando largas conferencias con
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 250

representantes de ambas partes, las huelguistas y los huelguistas solicita- Represión policial durante la primera
ron entrevistas con el Ministro para interceder por la libertad de las mu- jornada de huelga. El objetivo de la
jeres detenidas. Esta tarea fue encabezada por ciertas figuras femeninas medida era disolver la concentración
de un grupo de huelguistas en las
ya relevantes en ese momento, como “Celina La Crontz y Moreau de Jus- inmediaciones del barrio de
to”.39 Mataderos.
Un comunicado del Comité de Huelga de los obreros marmolistas Archivo General de la Nación,
protestaba enérgicamente ante las autoridades tanto “por la clausura de Departamento Fotografía.
nuestros locales sociales y comedores”, como por “la detención de varias
mujeres de obreros, entre ellas, algunas madres que tienen hijos de pocos
meses de edad, que están privados de recibir la crianza necesaria con las
consecuencias imaginables”.40 En otras crónicas se afirmaba que “nume-
rosas compañeras de obreros detenidos en la cárcel de contraventores a
raíz de los sucesos del martes 7 de enero [...] al querer hacer llegar a los
presos alimentos o ropas se les trataba con desconsideración por parte del
personal encargado de la vigilancia”, corroborando una vez más el en-
frentamiento de las mujeres con las fuerzas policiales. En este caso, las
mujeres visibilizadas fueron “Susana Schlei y Apollonia Muller”.41
Buena parte de las mujeres tuvieron un rol muy activo en este proce-
so, no sólo porque asumieron presurosamente las tareas de solidaridad y
mantenimiento de la huelga sino también porque en muchas oportunida-
251 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Imágenes de género des se enfrentaron con la policía, con los “carneros y carneras”, con la
en la huelga cárcel, etcétera.
Cuando en las fuentes analizadas aparecen referencias a las mujeres
o a cuestiones de género, éstas son utilizadas como metáforas para ha-
blar de otros temas. La prensa obrera apeló a menudo a imágenes de fe-
minidad para desprestigiar lo que consideraba políticamente incorrecto.
Esas metáforas de género tenían connotaciones negativas, pues asocia-
ban a aquello que se quería denostar con la debilidad, la falta de razón,
el sentimentalismo, etc., todos tópicos relacionados con lo femenino.
Esta estrategia asoció también a las mujeres con la esfera de poder de
las clases poseedoras, y en ocasiones la identidad homosexual también
fue utilizada para burlarse de enemigos coyunturales.
En ciertos artículos se percibe a las mujeres como si no hubiera dife-
rencias de clase entre ellas, tomándolas como una unidad sin fragmenta-
ciones internas. Según una crónica sobre el boicot obrero a la circulación
del transporte público, “muchos particulares se prestaban gentilmente pa-
ra trasladar a sus hogares a muchas mujeres que se hallaban detenidas en
las esquinas a la espera de hallar medios para hacerlo”.42 En esta repre-
sentación, las mujeres se enfrentan sorpresivamente con los efectos del
conflicto, reaccionando de manera pasiva sin saber qué hacer. Contra-
dictoriamente y como ya hemos visto en el apartado anterior, la parali-
zación del transporte y la quema de vehículos habían sido provocadas
también por mujeres. Las crónicas no parecen notar que la diversidad en
la respuesta femenina responde, entre otros ejes (etnia, edad, etc.), a di-
ferencias de clase. Las representaciones son puestas a la par sintomáti-
camente: mientras que se registran episodios “violentos” donde partici-
pan mujeres, a la vez se naturalizan los gestos de otras.
La utilización de la imagen femenina para denostar a ocasionales
enemigos se puede registrar, por ejemplo, en la lucha que se desarrolló
en la escindida CGT. La sede de la calle Catamarca acusó a la sede de
la calle Independencia de haber hecho sólo “un gesto de dama de cari-
dad, de dama rica que se asocia con otros de su alcurnia para hacer de
vez en cuando una fiesta de beneficencia para los pobres”. La acusación
de feminidad tenía como objeto desprestigiar el ofrecimiento del “cam-
po de deportes para albergar a algunos niños de huelguistas”,43 al enla-
zar esta acción con un “superfluo” sentimentalismo. En esta operación
se amalgama una valoración de clase con una de género, atribuyendo a
las mujeres el lugar unívoco de damas ricas que se acercan a la gente po-
bre y maltratada sólo con fines benéficos, y asociando lo abyecto con lo
femenino, a la vez que con las clases poseedoras. La forma en que el re-
lato se estructura dificulta la percepción de la actividad de las madres
(mujeres, hermanas, etc., de los huelguistas) que probablemente se en-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 252

cargasen de llevar efectivamente a sus hijos e hijas a los campos de de- El carácter popular del conflicto se
portes que la otra CGT proporcionaba. manifiesta en esta imagen. Los restos
de un tranvía señalan la participación
Un artículo del gremio de los gráficos sostiene, criticando al sector
y el compromiso con la huelga general
obrero del bando contrario, que “con el taparrabos de una pretendida por parte de vecinos del barrio obrero
‘prescindencia sindical’”, la cual nunca les impidió prenderse “de los de Villa del Parque.
faldones de los políticos de la burguesía”, se negaron a desarrollar una Archivo General de la Nación,
política de oposición contra la “dictadura septembrina”; y al “mendigar” Departamento Fotografía.
el “indulto de algunos compañeros presos, adularon al gobierno y su po-
lítica”.44 Elocuentemente, se asocia el taparrabos, aquello que oculta las
partes pudendas, con la cobardía política –lo que la fuente explica como
prescindencia política de los agrupamientos–, y la argumentación se
completa –para terminar de mancillar al interlocutor– con la idea de que
ellos (los otros) se toman como niños de los faldones de la clase burgue-
sa. También en este discurso se entremezclan atributos de clase y de gé-
nero: mientras que el varón pierde su virilidad si no muestra su poder
con los genitales, a la mujer se le atribuye el “esencial” lugar de madre,
a cuya falda se abrazan menores y débiles.
253 RESISTENCIAS Y LUCHAS

En otras ocasiones, se asocia mujer y prostitución: cuando se preten-


de propagandizar políticas de identidad obrera se enlaza el “mundo de
los cabarets o boîtes” (mundo de la prostitución) con los “ricachones”
de la clase dominante. La abyección queda nuevamente ligada a la figu-
ra femenina, relacionando la decadencia de las clases altas con la pros-
titución: “Cuatro pesos y medio por día no le alcanzan a uno de esos se-
ñores potentados de las empresas de la construcción ni para comprar una
caja de habanos, ni para pagar un copetín de moda a los compañeros de
juergas en los ‘cabarets’ o en las ‘boîtes’”.45 Se destaca el desprecio por
las clases dominantes, pero se lo expresa recurriendo a la degradación
de las mujeres prostitutas.
Los varones casi siempre aparecen como sujetos que esencialmente
tienden a posiciones de lucha. Así, por ejemplo, es preocupante que los
obreros no hubieran realizado una huelga por mucho tiempo, ya que “en
algunos espíritus forcejeaba la idea de si habíamos perdido los trabaja-
dores el sentimiento de nuestra dignidad y hombría”.46
En un manifiesto obrero que critica la devastadora polémica desarro-
llada entre los sectores gremiales en pugna por la ya mencionada divi-
sión de la CGT, el autor, quejándose del bajo nivel político en el que se
hallaba instalada la discusión, explica que en ella, en verdad, se esgri-
mían más acusaciones y diatribas personales que ideas político-gremia-
les. Su desasosiego lo lleva a expresar una cuestión de género, ya que
deduce que “no es cuestión de hombres lo que se debate”.47
Un grupo de trabajadores varones de la CGT-Catamarca estaba ob-
servando uno de los actos realizados por los obreros en huelga de la
construcción –relata otro artículo–, cuando se les acercó “una mucha-
cha” que les “ofreció en venta una postal”. La crónica se detiene en la
descripción de esa mujer, explicando que sus labios estaban “finamente
dibujados con rouge”, y discurre sobre sus “pestañas rizadas, escote
atrevido, pechos mórbidos, caderas ondulantes, y finas pantorrillas”. La
postal que la muchacha les entregaba era una foto de Miguel Burgos,
“un comunista que anda ahora metido entre los albañiles”. Cuando el
autor del texto le mostró la postal a su esposa, ésta le preguntó si ésos
eran “maricones”, y él respondió: “No, es decir, ¡quién sabe! Son comu-
nistas...”.48
La feminidad y la homosexualidad masculina se emparentan aquí a
través de la asociación de las mujeres “voluptuosas” con activistas aso-
ciados a varones homosexuales, mostrando una imagen de la oposición
política como “no masculina”, y por lo tanto, como incapacitada para la
lucha.
La idea del no reconocimiento en las actividades políticas o sindica-
les que no fueran realizadas por varones heterosexuales implicaba una
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 254

negación del estatus de participante pleno en la interacción social. Les-


bianas, gays, travestis, transexuales y las mujeres como género sufren en
la actualidad la misma invisibilización que las mujeres como sujeto po-
lítico, y esta falta de reconocimiento o tergiversación es la que explora-
mos en este texto.49
Conclusiones

Las diferencias entre los géneros, así como las diferencias de clase o
las étnicas, organizan a la sociedad en términos desiguales y jerárquicos,
expresándose tanto en el nivel de las instituciones que se imponen por
medio de relaciones de poder, como en los imaginarios que excluyen a
la mujer, ya respecto de la inserción en las diversas ramas de la produc- Las barriadas obreras fueron escenario
ción, ya en lo relativo a la práctica sindical, social o política. de múltiples acciones callejeras de
Un análisis de género, por lo tanto, debería descubrir las implicancias protesta. En la foto, un grupo de
sociales de la división sexual, que se instalan como modos significativos activistas prende fuego a un camión
recolector de basura en la calle
de opresión constante. Este campo primario donde se instituye la desi-
Nazca al 1000.
gualdad del poder y que se inscribe en los cuerpos no es inmutable: se Archivo General de la Nación,
modifica, se trastorna permanentemente. Las fronteras de género “son a Departamento Fotografía.
255 RESISTENCIAS Y LUCHAS

menudo móviles y negociables”, dice Joan Scott: el sistema de género no


asigna funciones sociales según bases biológicas preestablecidas sino
que depende de formaciones culturales y sociales históricas. Pero tam-
bién porque, aunque se encuentran mediatizadas por las prácticas cultu-
rales en las que se inscriben, los y las sujetos las interiorizan de modo
subjetivo o intersubjetivo a través de su experiencia. Esto permite expli-
car que si bien hubo cantidad de mujeres luchadoras, no todas desempe-
ñaron el mismo rol, ni siquiera dentro de la misma clase trabajadora, da-
do que sólo algunas de ellas pudieron elevarse por encima de la trama
cultural que las cobijaba. En el mismo sentido, el valor del apoyo fami-
liar, incluyendo las tareas de niños y niñas, resulta insoslayable a la ho-

Tanto el apoyo popular de la gente


de los barrios como la solidaridad
más íntima de las familias, incluso
de niños y niñas, ayudaron al triunfo
del conflicto.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 256

ra de enlazar la experiencia de estas familias obreras y su organización


desde una perspectiva de género con la historia social.
Por último, tanto las fisuras en los discursos, los cruces ideológicos
inter o intraclases, así como las mismas divergencias que plantea la prác-
tica humana respecto de la cultura material y simbólica, les permiten a
los y las protagonistas mostrarnos los posibles intersticios por donde se
deslizan y articulan nuevas subjetividades, en muchos casos contrahege-
mónicas, y ofrecernos por esa vía nueva evidencia para favorecer algu-
nas ideas sobre un particular sistema de sexo-género, por lo menos en su
aspecto más esperanzado: su historicidad, o lo que es lo mismo, la posi-
bilidad de modificarlo.
257 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Notas
1 Citado en Kaplan, Tema, “Conciencia femenina y acción colectiva”, en Historia y
género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Edicions Alfons El
Magnánim, España, 1990, pág. 281.

2 Salessi, Jorge, Médicos, maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexua-


lidad en la construcción de la nación Argentina. Buenos Aires: 1871-1914, Beatriz
Viterbo Editora, Buenos Aires, 1995, pág. 234.

3 Para un análisis sobre la participación femenina en la industria textil, véase D’An-


tonio, Débora y Acha, Omar: “La clase obrera ‘invisible’: imágenes y participación
sindical de las obreras a mediados de la década de 1930 en la Argentina”, en Cuer-
pos, géneros e identidades. Estudios de género en la Argentina, Ediciones del Sig-
no, Buenos Aires, 2000.

4 Para una perspectiva crítica sobre esta modalidad interpretativa, véase Scott, Joan
W., Gender and the Politics of History, Columbia University Press, Nueva York,
1988.

5 La mayoría de las fuentes sindicales fueron consultadas en el Instituto A. Jauretche


(Archivo de la CGT).

6 Si para 1945 había alrededor de 500.000 obreros y obreras organizados, en 1936


esta cifra ya había alcanzado las 370.000 personas. Datos tomados del libro de Ce-
lia Durruty, Clase obrera y peronismo, Pasado y Presente, Buenos Aires, 1969,
pág. 114.

7 Algunos ejemplos son los conflictos de la casa Gerino, la casa Gatry, la casa Gath
y Chaves, casa Majtrat, entre otros. Véase Di Tella, Torcuato S., “La unión obrera
textil, 1930-1945”, Desarrollo Económico, vol. XXXIII, n° 129, Buenos Aires,
abril-junio de 1993; Del Bono, Andrea, “La organización de los procesos de traba-
jo en la industria textil, 1930-1945. Una aproximación a través del análisis del pe-
riódico sindical El Obrero Textil”, Estudios e Investigaciones, n° 20, Universidad
Nacional de La Plata, La Plata, 1994.

8 Ejemplo de ello pueden ser: la Comisión Femenina de Ayuda a los Trabajadores de


España (cfr. CGT-Independencia, 06/11/36), o el espacio que construyen las muje-
res sobre temas como la práctica anticonceptiva y abortiva (véanse Nari, Marcela,
“Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico
1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas
de la historia de la salud en la Argentina, Biblos, UNMP, 1996; y Barrancos, Dora,
“Contracepcionalidad y aborto en la década de 1920. Problema privado y cuestión
pública”, Estudios Sociales, n° 1, Santa Fe, 1991.

9 Si bien hasta 1935 había tenido relevancia la ideología anarquista en el gremio, a


partir de este año y al constituirse la Federación Nacional (se pasa de la FOSC –Fe-
deración Obrera de Sindicatos de la Construcción– a la FONC –Federación Obrera
Nacional de la Construcción– a fines de 1936), son los comunistas los que contro-
larán esta entidad. Por otro lado, al mencionar a los comunistas se hace referencia a
personas organizadas en el Partido Comunista Argentino y no a simpatizantes de la
ideología comunista, en la que podrían incluirse otras tendencias como la trotskis-
ta, la espartaquista, etcétera.

10 Una aclaración necesaria: el lenguaje impone restricciones e interdicciones y nomi-


na invisibilizando. Cuando hablamos de: todos, nosotros, hijos, lectores, escritores,
obreros, etc., las mujeres quedamos inmediatamente excluidas en pro de una su-
puesta forma universal de nombrar. Lidiamos con esta fuerte impronta de género co-
tidianamente e intentamos por ello modificar nuestra escritura y nuestro discurso
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 258

como modo de fundar una nueva forma de aprehender el mundo. En este artículo,
sólo masculinizaremos nuestro lenguaje, cuando –que sepamos– estrictamente las
mujeres no estén incluidas en las acciones que nombramos.

11 Referencias a esta masividad en la participación pueden hallarse en Íscaro, Rubens,


Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino, Anteo, Buenos Aires, 1958,
pág. 156.

12 Para un análisis de este proceso, Iñigo Carrera, Nicolás: “Lucha democrática de la


clase obrera argentina en las décadas del 1930 y 1940”, Crítica de Nuestro Tiempo,
nº 6, Buenos Aires, julio-septiembre de 1993; “La huelga de masas de enero de
1936: un hecho borrado de la historia de la clase obrera argentina”, Anuario IEHS,
nº 9, Tandil, 1994; y “Formas de lucha de la clase obrera y organizaciones políticas
en la Argentina de los ’30”, en PIMSA. Publicación del Programa de Investigación
sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina, Buenos Aires, año II, n° 2, 1999.
13 Sobre el concepto de invisibilidad, véase el trabajo historiográfico de Joan W. Scott:
“El problema de la invisibilidad”, en Ramos Escandón, Carmen (comp.), Género e
historia: La historiografía sobre la mujer, Antologías Universitarias, Instituto Mo-
ra, México, 1992.

14 Un análisis sobre el controvertido espacio público para las mujeres puede hallarse
en: Lavrin, Asunción, “Women’s Politics and Sufrage in Argentina”, en Women, Fe-
minism, and Social Change in Argentina, Chile and Uruguay, 1890-1940, cap. 8,
University of Nebraska Press, 1995.

15 Si bien es posible hallar regularidades en conceptos tales como familia, mujer, va-
rón, maternidad, etc., de la sociedad argentina de la primera mitad del siglo XX,
también se puede enfatizar su polisemia. Un ejemplo de ello es la multiplicidad de
ideas sobre maternidad que Donna Guy ha encontrado para este período (Guy, Don-
na, “Madres vivas y muertas”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna [comps.], Sexo
y sexualidades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998).

16 Judith Filc realiza un análisis de género de la relación entre lo público y lo privado;


si bien su trabajo es sobre la última dictadura militar en la Argentina, ofrece un mar-
co teórico para pensar esta problemática (Filc, Judith, Entre el parentesco y la polí-
tica: familia y dictadura. 1976-1983, Biblos, Buenos Aires, 1997).

17 Para un análisis sobre la inexistencia de la dicotomía entre lo público y lo privado


en diversas culturas, véanse Moore, Henrietta, Antropología y feminismo, Cátedra,
Universitat de Valencia. Instituto de la Mujer, Madrid, 1991, así como su falsa uni-
versalidad: Nicholson, Linda, “Hacia un método para comprender el género”, en
Ramos Escandón, Carmen (comp.), Género e historia: La historiografía sobre la
mujer, ob. cit., págs. 150-67.

18 Acerca del cuestionamiento de la tesis marxista que sostenía que el ingreso al mer-
cado laboral de las mujeres las liberaría de la tutela masculina, se puede leer una crí-
tica en Scott, Joan W. y Tilly, Louise A., “El trabajo de la mujer y la familia en Eu-
ropa durante el siglo XIX”, en Nash, Mary (comp.), Presencia y protagonismo.
Aspectos de la Historia de la Mujer, Editorial del Serbal, Barcelona, 1984.

19 Marcela Nari ha rastreado cómo el mismo pensamiento feminista de esos años se


vio sujeto a la creencia en naturalezas sexuadas. (Véase Nari, Marcela, “Feminismo
y diferencia sexual. Análisis de la Encuesta Feminista Argentina de 1919”, Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana. Dr. E. Ravignani, n° 12, Buenos
Aires, 1992.)

20 “Protección a la maternidad”, CGT-Independencia, n° 49, 22/3/35.

21 A lo largo del proceso de definición de su identidad, la clase trabajadora sufrió una


259 RESISTENCIAS Y LUCHAS
variedad de reagrupamientos, así como de rupturas. En el período que nos ocupa,
una de las grandes discusiones del movimiento obrero giró en torno a si los sindi-
catos debían participar en política o debían prescindir de ella. Estas orientaciones
cristalizaron en antiguos agrupamientos obreros: los socialistas y los sindicalistas,
respectivamente. Los primeros se congregaron en la CGT-Catamarca y los segundos
en la CGT-Independencia, cada una con sus propios órganos de prensa.

22 “La Junta Provisoria exhorta a los compañeros y organizaciones confederadas a


prestarles su más vigoroso apoyo”, CGT-Independencia, n° 88, 20/12/35, pág. 1.

23 CGT-Catamarca, n° 94, 31/01/36, pág. 1.

24 Ibídem, n° 93, 24/01/36, pág. 1.

25 CGT-Independencia, n° 94, 31/01/36, pág. 1.

26 Esta percepción de los mismos obreros está sustentada en la manera en que el Có-
digo Civil vigente en aquel momento concibe la filiación: los hijos son “propiedad”
exclusiva del padre.

27 “Manifiesto de Spartacus: voz comunista anárquica del proletariado”, en Dossier


Huelga de la Construcción, 1936, Archivo Paniale, Centro de Documentación e In-
vestigación de la Cultura de Izquierda en la Argentina.

28 Cfr. Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad”, en Armus, Diego (comp.), Mun-


do urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Sudamericana,
Buenos Aires, 1990.

29 Marcela Nari ha trabajado sobre la percepción que las mujeres tienen sobre sus pro-
pios maridos anarquistas: Rouco Buela, Juana, Historia de un ideal vivido por una
mujer, Buenos, Aires, 1964 citado en Nari, Marcela, “Pensar la familia en el co-
mienzo de un nuevo siglo”, mimeo.

30 La República, 15/1/36, pág. 2.

31 Para corroborar la existencia de los comedores populares, así como la represión


ejercida sobre ellos por parte de la policía, véase CGT-Independencia, n° 92,
17/1/36, pág. 1.

32 El Socorro Rojo era una organización de alcance mundial, relacionada con la III In-
ternacional Comunista, que se encargaba a través de sus filiales nacionales de orga-
nizar la solidaridad frente a los distintos procesos de lucha o resistencia. Para un ma-
yor acercamiento a este tema, véase Caballero, Manuel, La internacional comunista
y la revolución latinoamericana, Nueva Sociedad, Caracas, 1987.

33 Para la década de 1930, la sección sindical de La República mantenía una abultada


información sobre las noticias del mundo obrero. Además, en muchas ocasiones, ex-
presaba su simpatía con las diversas luchas en curso.

34 “Cómo trabajó el Socorro Rojo por los huelguistas”, La República, 27/1/36.

35 La Nación, 8/1/36.

36 La Prensa, 9/1/36, pág. 10.

37 La República, 10/1/36.

38 La Prensa, 9/1/36. pág. 10.


REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 260

39 Ibídem, 12/1/36.

40 La República, 12/1/36, pág. 2.

41 Ibídem, 11/1/36, pág 2.

42 Ibídem, 8/1/36, pág 3.

43 CGT-Catamarca, n° 91, 10/1/1936, pág. 2.

44 CGT-Independencia, n° 93, 24/1/36, pág 1.

45 Ibídem, n° 94 31/1/36, pág. 1.

46 Ibídem, n° 94, 31/1/36, pág 1.

47 “Un Manifiesto de los obreros ferroviarios de Parque Patricios”, ibídem, n° 114,


19/6/36, pág. 4.

48 “Comunistas al rouge. Nadie se asuste, que próximamente también usarán el rim-


mel”, CGT-Catamarca, n° 99, 06/01/36.

49 Véase Fraser, Nancy, “Heterosexism. Misrecognition and Capitalism: a response to


Judith Butler”, New Left Review, n° 228, marzo-abril de 1998.
El Movimiento de Madres
de Plaza de Mayo

Mabel Bellucci*

La Argentina del siglo XX transitó una larga historia de profundos


procesos de violencia institucional, los cuales se manifestaron tanto en
gobiernos constitucionales como en regímenes de facto. En las dictadu-
ras militares, al encontrarse clausuradas las instancias de representación
ciudadana, la violencia se implementaría como el único método de con-
trol social y disciplinamiento, no sólo de los conflictos sino también de
los sujetos.
Entre 1930 y 1976, los diversos proyectos políticos de los sectores
dominantes –la gran burguesía agroexportadora y la industrial así como
las empresas trasnacionales– otorgaron a las Fuerzas Armadas un peso
propio y una autonomía creciente,1 y se generó un fenómeno específico
conocido como poder militar, partido militar o, simplemente, militaris-
mo. Ello denotaba tres instancias posibles de relación de las Fuerzas Ar-
madas con el poder: en las cercanías, en la lucha por alcanzarlo o en su
ejercicio. El ejército, junto con grupos nacionalistas, católicos y de ex-
trema derecha, representaban el punto culminante de esa violencia y
operaron como brazo armado de los bloques dominantes. A partir de
1930, el ejército ya se lanza al espacio público-político con una propues- Como todos los 24 de marzo
ta propia e intereses específicos, con capacidad para negociar y, básica- –aniversario del golpe de Estado de
mente, representar a los grupos hegemónicos. 1976–, en 1999 se realizó una
Desde 1976, la desaparición forzada de personas se convirtió en la multitudinaria movilización convocada
por diferentes organismos y frentes de
derechos humanos. Encabezada por las
* Una primera versión de este trabajo se publicó en la revista Reproductive Health Madres, la marcha sale de la Plaza de
Matters, n° 13, bajo el nombre “Childless Motherhood: Interview with Nora Cortiñas, los dos Congresos en dirección a Plaza
a Mother of the Plaza de Mayo”, Londres, 1999. de Mayo.
263 RESISTENCIAS Y LUCHAS

modalidad vertebral de la represión ejercida desde el poder. Se practicó


no sólo en la Argentina, sino también en todos los países latinoamerica-
nos con gobiernos militares. Por cierto, esa estrategia de exterminio ha-
bía sido una sofisticada invención de la Europa de posguerra para repri-
mir las luchas de las colonias por su independencia. “Indochina (1945)
y Argelia (1954-1961) fueron los primeros en donde se experimentó la
desaparición forzada, por orden de la metrópoli francesa en momentos
de su liberación.”2 Después, cuatro coroneles franceses que habían ser-
vido en esos dos países la importaron al Cono Sur y, en especial, a la Ar-
gentina. Sus clases, entre 1957 y 1962, sentaron las bases de lo que lue-
go sería la Doctrina de Seguridad Nacional, que se aplicó quince años
más tarde.
Hacia 1960, comenzó a practicarse en Brasil y en Guatemala. En
tanto, “apenas producido el golpe de Augusto Pinochet, en 1973, contra
el gobierno constitucional de Salvador Allende, se registraron alrededor
de mil quinientos desaparecidos. En Haití y en El Salvador también se
presentaron casos similares”.3 Pero el plan de desaparición sólo se hizo
sistemático y reiterado contra un número significativo de personas a
partir de las experiencias desarrolladas tanto en Honduras como en
nuestro país.
Con la restauración democrática en la Argentina, se documentó que
existieron cientos de miles de exiliados, alrededor de 9000 prisioneros
políticos “legales”, 8960 desaparecidos, 340 centros de detención clan-
destinos y 260 denuncias de niños cuyo paradero se desconoce.4

Las mujeres dicen “¡basta!” En los últimos treinta años, la lucha de las mujeres por la defensa de
la vida y por el respeto a los principios de los derechos humanos alcan-
zó un carácter emblemático en América latina, azotada por la interven-
ción directa de los Estados Unidos en Centroamérica (Honduras, El Sal-
vador y Nicaragua) y por un número significativo de golpes militares a
lo largo de la década de 1970. En ese período, comienza un momento
histórico que sujetará, con la globalización del neoliberalismo, todos los
aspectos de la vida colectiva a la lógica del mercado. El Estado fue re-
duciendo progresivamente sus funciones asistenciales y potenció su alta
capacidad represiva, por lo cual se debilitó su control sobre los cambios
que generaba la reestructuración del modelo económico y social. De es-
ta manera, durante el último período de las dictaduras militares, en el
continente se fueron sentando las bases para una nueva configuración
del Estado, cada vez más distante de su rol benefactor. Por todo ello,
nuestros países se presentan con bajos niveles de desarrollo económico
y tecnológico, con una fuerte desigualdad distributiva del ingreso, una
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 264

mayor concentración de la riqueza y con políticas públicas que carecen


de recursos suficientes para atender la demanda de las poblaciones po-
bres, con escasa capacidad de consumo. Los nuevos condicionantes se
hacen sentir en lo social, lo grupal, lo familiar y lo personal. Los secto-
res populares en especial y la población femenina en particular asumen
un rol de sostén, fundamental para el armado de estrategias de sobrevi-
vencia. Ello provocará, más que nunca, la expulsión de contingentes de
mujeres de lo privado a lo público.
En los países que atravesaron la experiencia traumática del terroris-
mo de Estado, las organizaciones autogestivas de mujeres por los dere-
chos humanos adquirieron una relevancia política significativa por su Una de las innumerables rondas de los
protagonismo en acciones colectivas, generando así nuevas expresiones jueves alrededor de la Pirámide,
durante la dictadura militar. No se
de participación y representación ciudadana. Con sus luchas, transfor-
precisa el año pero se supone que fue
maron los valores clásicos del espacio universal de la polis, operando antes de 1980, ya que las Madres no
como figuras reparadoras con capacidad de control sobre el orden vio- tienen cubiertas sus cabezas con los
lentado por la hegemonía masculina del terror militar. Linda Kerber de- emblemáticos pañuelos blancos.
265 RESISTENCIAS Y LUCHAS

finió esta función como maternidad republicana, ya que ellas “ejercitan


su misión patriótica mediante la femineidad y el valor moral. Su función
es asegurar la virtud de la nación a través de su ventaja biológica como
madres”.5
Como escribe Alejandra Ciriza: “La configuración represiva del Es-
tado unida al vaciamiento económico constituyó el marco en el que se
produjo una fuerte feminización del protagonismo. Suele decirse que la
resistencia a la dictadura fue femenina”.6 Aunque también existieron or-
ganizaciones mixtas, en casi todas ellas las mujeres fueron mayoría en
número e intervención. Problablemente, supone Ciriza, a causa de “la
exclusión de los varones del espacio público debido a la clausura de los
canales habituales de participación institucional”.
El gobierno de facto instaurado en 1976 “intentó militarizar a la so-
ciedad mediante la implementación del terror y la represión sistemática,
clausurando los canales de participación colectiva y la protesta social e
instalando la anomia y la atomización ciudadana. Ante el silencio social
y la falta de una palabra que se le opusiese, su discurso aparecía como
el único y verdadero. [...] En este contexto, el movimiento de derechos
humanos entretejió, en la medida de lo posible, un espacio de participa-
ción, contención y resistencia al terrorismo de Estado”.7 Solos, agluti-
naban voluntades colectivas bajo las premisas de la vida, la verdad y la
justicia.
Al comenzar la dictadura militar, se encontraban en funcionamiento
la Liga Argentina por los Derechos Humanos (fundada en 1937), el Ser-
vicio Paz y Justicia (1974) y la Asamblea Permanente por los Derechos
Humanos (1975). Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razo-
nes Políticas y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos
comenzaron su labor a partir de 1976. Cuatro años más tarde, surgió el
Centro de Estudios Legales y Sociales.8 Dentro de ese amplísimo arco
de expresiones que luchan contra la injusticia y la violencia institucio-
nal se encuentran las Madres de Plaza de Mayo. Nacieron, al igual que
las otras agrupaciones señaladas, como un espacio autoconvocado, ho-
rizontal, heterogéneo y pluralista en cuanto a condiciones de clase, po-
siciones políticas, culturales y religiosas. Emergieron por una gran tra-
gedia, la cual a su vez originó un acontecimiento político que atravesaría
las fronteras convirtiendo a las Madres en un emblema de resistencia en
el mundo.
En muchísimos países de América latina y de Europa se han confi-
gurado otros movimientos que también están luchando contra el terro-
rismo de Estado. Son mundialmente conocidos los comités de madres y
familiares de presos políticos, sociales y desaparecidos; por ejemplo, las
Madres del Salvador, las Viudas de Guatemala, las organizaciones chi-
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 266

lenas de los familiares de desaparecidos o las Mujeres de Negro de Bel- Imagen distintiva de las Madres que
grado. En todos los casos, las unió la necesidad de justicia y verdad an- ilustra la tarjeta de Fin de Año que se
te la desaparición forzada de personas, los centros clandestinos de tortu- comenzó a repartir desde 1992.

ra y las matanzas en masa. Sus banderas más distintivas son la lucha a


favor de los presos políticos, los refugiados y las legislaciones de paci-
ficación nacional, y la demanda de cumplimiento de las condenas a los
responsables de crímenes de lesa humanidad.
Con su incansable accionar y denuncia, las Madres consiguieron
“que el significante desaparecidos, de nula denotación, significara al-
go, en contra del discurso oficial y sus significantes: muertos en enfren-
tamientos, autoexiliados, ejecutados por sus cómplices, terroristas, sub-
versivos. Al desaparecido hubo que darle un nombre y rostro, y
demostrar que desapareció y las circunstancias”.9 Darle un nombre y un
rostro es devolverle la identidad, inscribirlo en el espacio político. Si el
“desaparecido (forma extrema de la muerte salvaje) reaparece [es] por-
que su muerte no ha sido debidamente constatada. Es un muerto no de-
bidamente enterrado”, explica Ana Levstein. La de las Madres, enton-
ces, es una lucha de “inscripción en el espacio político, es decir, en el
duelo como acontecimiento y memoria de la sociedad. El espacio que
crearon estaba en el límite de lo político porque ellas encarnaban con
su propio cuerpo la ausencia del Estado como ley. Esto es el terrorismo
de Estado”.10
267 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Los comienzos En una tarde de otoño, el 30 de abril de 1977, catorce mujeres,11 can-
sadas de asistir cientos de veces a oficinas de ministerios, dependencias
policiales y templos católicos en busca de información sobre sus hijos y
familiares desaparecidos, y de escuchar que el desaparecido no había si-
do arrestado, decidieron hacer algo insólito: se apropiaron de la Plaza de
Mayo, el territorio por excelencia de la política en nuestro país, el lugar
donde se produjeron las más importantes protestas populares y manifes-
taciones multitudinarias. Eligieron la Plaza porque en las cercanías se
concentraban las instituciones gubernamentales y religiosas más fre-
cuentadas por los familiares de los desaparecidos y, a su vez, había sido
un punto de convergencia para todas ellas, que provenían de diferentes
y alejados barrios de la ciudad. Más allá de estas razones, aleatorias, el
haberse apropiado de ése y no de otro escenario tenía un profundo sig-
nificado: “En el cruce entre la pérdida o el duelo personal por un lado y
la cohesión autogestionaria en el lugar político, la Plaza, por otro, co-
menzaron a socializar su maternidad y a relatar aquella historia que las
hacía sentirse iguales. Es así como las madres reinventan un concepto:
la resistencia”.12
Con la horrorosa crueldad de su ofensiva, la dictadura militar desen-
cadenó en estas mujeres anónimas la necesidad de resistir colectivamen-
te, ya que el esfuerzo individual tenía muchas desventajas y nulos resul-
tados: “La realidad era trágicamente sorprendente. Después de haber
preguntado en muchos lugares por la suerte de mi hija –cuenta Beatriz
de Neuhaus–, fui citada por el Ministerio del Interior, un día como a las
ocho de la noche. Y cuando llego a la zona, me encuentro ahí una canti-
dad enorme de gente, haciendo cola parados o sentados en el suelo. To-
dos estábamos esperando que nos den información sobre nuestros hijos
y nunca aparecía”.13
La ira fue superando al miedo. Sólo así se puede entender esta sali-
da irruptiva del refugio íntimo a la confrontación con el Estado, el cual
se representaba a sí mismo como el supremo defensor de la familia ar-
gentina.
Azucena Villaflor fue la inspiradora del movimiento y lo encabezó
durante doscientos cincuenta días, hasta que fue secuestrada.14 “Azuce-
na fue la primera que dijo que solas no íbamos a llegar a ninguna parte
[según el relato de Lidia Moeremans], había que unirse, que ser muchas
y que había que meterse en la Plaza de Mayo. Varias de las mujeres es-
tuvieron de acuerdo. Pero... y ¿qué hacer?; nada, decía Azucena, nada
especial, aunque sea sentarse, conversar y ser cada día más. Solas no po-
demos hacer nada, quién sabe en grupo, sí.”15
“No bien hizo la propuesta –cuenta Nora Cortiñas–,16 alguien sacó
un almanaque del bolsillo. Nos dimos un plazo de quince días para po-
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 268

der avisar a otros familiares y fijamos como fecha de reunión en la pla-


za el 30 de abril.”
Tan espontáneos e inexpertos como la propia cotidianidad de estas
mujeres anónimas, empezaron sus encuentros semiclandestinos –en ba-
res, iglesias y casas–, lugares que no provocasen sospecha, para organi-
zar la primera convocatoria en Plaza de Mayo.
“Quizá por inexperiencia o por desesperación, nadie reparó que ese
día era sábado –sigue el relato de Cortiñas–. Aunque no todas nos cono- Las Madres reclaman por sus hijos. La
escasez de pañuelos blancos y la
cíamos entre sí, nos las arreglamos para identificarnos: aquéllas deben improvisación de los medios de
ser porque van sin cartera. Yo había ido con unas monedas en el bolsillo denuncia –una pequeña fotografía
porque nos iban a sacar corriendo.” extraída de la cartera y un cartelito
No tenían otro objetivo que el de reunirse frente a la Casa de Go- escrito a mano– permite ubicar la
bierno y hablar entre ellas sentadas en los bancos cercanos a la Pirámi- situación, aproximadamente, a
principios de 1980. Estarían hablando
de. Luego del tercer encuentro, prepararon un borrador para solicitar una
con periodistas extranjeros, únicos que
audiencia al Ministerio del Interior y, con la excusa de conseguir esa res- por entonces difundían
puesta, comenzaron a autoconvocarse cada jueves. internacionalmente estas
Desde el inicio, el movimiento se presentó públicamente constituido desgarradoras imágenes.
269 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Escena de Las Madres de Plaza de por mujeres; aunque disponía, dice Cortiñas, de “distintos tipos de apo-
Mayo, un film documental de Susana yos por parte de varones en su condición de familiares y profesionales”.
Muñoz y Lourdes Portillo, estrenado en “En ese lugar éramos todas iguales... A todas nos habían llevado hi-
abril de 1986 en los Estados Unidos y
nominado para el premio de la
jos. Y era como que no había ningún tipo de distanciamiento. Por eso es
Academia Cinematográfica. Incluye que la Plaza agrupó.”17
varias entrevistas con madres, El acontecimiento tenía antecedentes históricos: la Huelga de Inqui-
militares y sobrevivientes de los linos de 1907. En ese Buenos Aires transformado por la modernización
centros clandestinos de detención. capitalista, dicha insurgencia es llevada a cabo solamente por mujeres.
Ellas son las que salen a defender sus hogares; organizándose de mane-
ra espontánea para resistir tanto los allanamientos de la Justicia como la
represión policial que se presentan a diario en los conventillos.18
Al principio, los militares no le dieron importancia al movimiento de
Madres, pues creían que “al estar constituido mayoritariamente por mu-
jeres y amas de casa, se cansarían pronto y volverían a sus hogares”.19
Luego, las estigmatizarían como las locas de Plaza de Mayo. Con el
transcurso del tiempo, las Madres se apropiaron de esta injuria y la resig-
nificaron positivamente: sólo la locura que provoca la desaparición de un
hijo permitió su búsqueda, sin medir los riesgos que se corrían.
A su vez, el énfasis de ellas en reivindicar su rol materno, las prote-
gió de alguna manera de la represión hasta el 8 de diciembre de 1977,
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 270

cuando por primera vez el terrorismo de Estado las atacó. En el “opera-


tivo” secuestraron de la iglesia de la Santa Cruz a una religiosa france-
sa y a varios familiares de presos y desaparecidos –entre los que se en-
contraban dos Madres, Mary Ponce y Esther Balestrino de Cariada–.
Todos ellos se habían reunido con el objetivo de recolectar firmas y re-
caudar fondos para publicar una solicitada en el diario La Nación: “Por
una Navidad en Paz. Sólo pedimos la verdad”, firmada por “Madres y
Esposas de Desaparecidos”.20 La solicitada saldría el 10 de diciembre
–Día Universal de los Derechos Humanos–, en el mismo momento en
que los represores secuestraban a Azucena Villaflor y a una segunda
monja francesa.
“Un año después, unos cientos de mujeres fueron expulsadas de la
plaza por la policía, sufriendo constantes acosos durante algunos meses
de 1979 y debiendo abandonar sus demostraciones durante la mayor
parte de 1980.”21
Las Madres son mujeres que se vieron obligadas a dejar la quietud
Marcha del 24 de marzo de 1999.
rutinaria del hogar, ese territorio sentido como propio que brinda un
Desde el texto de la bandera principal,
fuerte sentimiento de pertenencia y una identidad subjetiva y social: cui- las consignas son sumamente
dadoras de la prole y responsables de la dinámica de la unidad domésti- inclusivas: se pide por los
ca y familiar. Para ellas, el sentido íntimo y anónimo de la maternidad desaparecidos pero también por los
se transformó en público al politizarse sus obligaciones consideradas co- excluidos y discriminados, sin
mo naturales: toda madre debe velar por el destino de su hijo. Desde su distinciones. Sobre la bandera, los
carteles reclaman por el asesinato del
condición de mujeres domesticadas por el matrimonio, enfrentaron al te-
periodista José Luis Cabezas. Detrás,
rrorismo de Estado porque justamente ese rol les asigna la responsabili- otra bandera da cuenta de los juicios
dad de conservar la vida. Y pudieron hacerlo porque “el saber cotidiano abiertos en España contra los
junto con la conciencia femenina constituyen el sustrato propio de la ex- represores argentinos.
271 RESISTENCIAS Y LUCHAS

periencia personal y colectiva de las mujeres que, por momentos, les


permite accionar en situaciones de riesgo y transformar ese caudal de
comportamientos organizativos, generando así estrategias de sobrevi-
vencia colectivas”.22
“A través de la conciencia femenina, surgida por la división sexual
del trabajo, ellas exigen los derechos que sus obligaciones llevan consi-
go –explica Temma Kaplan–. El impulso colectivo para asegurar aque-
llos derechos tiene a veces consecuencias revolucionarias hasta el pun-
to que politiza las redes de relaciones de la vida cotidiana.”23 Desde esta
lógica, para defender a la familia deben enfrentar al modelo imperante
de familia: la patriarcal y burguesa. Si en un primer momento las Ma-
dres salen a la búsqueda de sus propios hijos, en el fragor de la lucha esa
demanda se expande para todos los desaparecidos. Así, lograron correr
las estrechas fronteras del parentesco sanguíneo, al sostener Tu causa es
mi causa, tu hijo es mi hijo y viceversa. Y también revirtieron los roles
jerárquicos e inmutables del binomio madre-hijo, lo que apareció expre-
sado en el fuerte tenor de su consigna: nuestros hijos nos parieron. Es
cierto, las parieron en su condición de sujetos de derecho, un pasaje de
madres biológicas a políticas.
El terror puesto en marcha por la dictadura militar transformó los ro-
les familiares más tradicionales en roles políticos y, de este modo, se fue
construyendo el espacio de los derechos humanos en la Argentina, con-
formado por agrupaciones de Familiares, Madres, Abuelas e Hijos de
personas desaparecidas.
En la lucha de las Madres, la división entre lo público y privado no
es tajante: “las Madres ponen en práctica el lema fundante del feminis-
mo de la Segunda Ola de los años sesenta: lo personal es político”.24 No-
ra Cortiñas lo expresa así: “Se alteró nuestro rol como amas de casa y
dentro de la sociedad. Había otro mundo. Un universo que estaba oculto,
que no había que mostrárnoslo. Pero así como enfrentamos el autoritaris-
mo militar y político también pudimos descubrir otras formas de autori-
tarismo: la familiar, la educativa [...] En este camino muchas de nosotras
hemos crecido. De una crianza patriarcal, pasamos a entender que como
personas tenemos derechos, no sólo obligaciones. Aprendimos a mover-
nos en ámbitos que no eran los habituales, a salirnos del lenguaje tradi-
cional y manejar nuevos códigos que la misma situación generaba”.25

La lucha de las Madres No toda la historia del movimiento de Madres fue de acuerdos y ar-
después de la dictadura monías. No será lo mismo reclamar y organizar estrategias de lucha
frente a un gobierno militar que frente a uno civil. A partir del proceso
democrático, en 1983, comenzaron a generarse fuertes conflictos y di-
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 272

vergencias de carácter ideológico y político en el interior del movimien-


to. Entre otras cuestiones, las derivadas de las políticas específicas del
Estado en torno a ese pasado y también los modos de construcción de li-
derazgos que fueron apareciendo, así como las formas de gestión organi-
zativa y económica de este colectivo. Esas desavenencias llevaron, en
1986, a la escisión del Movimiento de Madres en dos fracciones que per-
sisten en la actualidad: por un lado, la Asociación de Madres de Plaza de
Mayo y, por el otro, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. No
obstante, mantienen en común: la ronda de los jueves alrededor de la Pi-
rámide; los recordatorios del 24 de Marzo –día del golpe de Estado–,
convocando a manifestaciones multitudinarias; y las Marchas de la Re-
Marcha de la Resistencia del 8 de
sistencia, que se realizan el 8 de diciembre de cada año. A su vez, ambas diciembre, sin año registrado. En
corrientes se han transformado en espacios articuladores y convergentes primer plano, las Madres de Línea
de otros movimientos sociales y frentes políticos contrahegemónicos. En Fundadora.
273 RESISTENCIAS Y LUCHAS

sus orígenes, las motivaciones estaban ligadas directamente a instalar en


el debate público nacional e internacional los horrores cometidos por la
dictadura militar. Transcurrida la década y con los resultados de las po-
líticas de ajuste, ya no sólo activan por el destino incierto de sus fami-
liares más directos, sino también por el de los sectores más vulnerables
y excluidos de la sociedad. Es así como trascienden los marcos de su
consigna fundacional, de 1980, Aparición con vida. La agudización de
la pobreza, la desocupación, los conflictos sociales y sindicales serán
parte de sus preocupaciones actuales, si bien ambas tendencias exhiben
ópticas diferentes en cuanto al abordaje político de los acontecimientos
y metodologías de acción.
El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo se ha convertido en un
referente de justicia, en la medida en que la mayoría de los responsables
de los abusos cometidos contra los derechos humanos durante la última
dictadura militar no han sido juzgados ni condenados. Vale decir: los
grandes partidos políticos desistieron de cumplir su responsabilidad cí-
vica. En cambio, prefirieron apostar a las leyes de obediencia debida y
punto final y a los decretos de indulto, salvando de responsabilidades
tanto a las conducciones de las tres Fuerzas Armadas como al personal
militar y civil subalterno, subordinado por cadena de mando. Para obte-
ner el consenso de la ciudadanía frente a la aplicación de estas normas,
esgrimieron el argumento de la pacificación nacional como prioridad
para sostener la estabilidad democrática. Entonces valdría preguntarse si
es posible construir una cultura democrática basándose en la impunidad
de los represores y en el perdón por aberraciones cometidas, considera-
das de lesa humanidad.
(“Las constantes protestas de las Madres contra los gobiernos que si-
guieron al militar son el testimonio de la capacidad de estas mujeres pa-
ra sostener una discusión pública que va más allá de los límites conven-
cionales de las políticas partidarias. Quizá a causa de su constitución
–no están aliadas con ninguno de los partidos mayoritarios ni con las
proclamas de éxito de la democracia–, las Madres siguen suscitando, al-
ternativamente, admiración o sospecha.”)26

De madre biológica La ley de la vida indica que los hijos sobreviven a los padres. Con
a madre política: dolor, ellos sepultan a sus mayores, pero más doloroso resulta cuando
el testimonio de Nora Cortiñas los padres sepultan a sus hijos.
Un accidente o una enfermedad serían algunas de las maneras más
comunes de perder un hijo. Ser madre de un desaparecido instaurará una
nueva forma.
Nora Cortiñas es una voz referencial de su movimiento y cruza
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 274

transversalmente a otros; brindando apoyo a las luchas políticas de di-


versos frentes que bregan tanto por el reconocimiento de sus singula-
ridades identitarias como por la defensa de sus derechos básicos de
supervivencia. A su vez, integra –desde hace varios años– espacios fe-
ministas y de mujeres, e interviene en acciones por la despenalización
del aborto. Su historia de vida devela las emociones y vivencias de
una madre que perdió a un hijo, pero que aún no se resigna a ese ho-
rroroso destino:
En 1988, Nora Cortiñas (en el centro) y
Renée Epelbaum (a la derecha) se
Soy Nora Morales de Cortiñas, cofundadora e integrante del movimien- reúnen con Danielle Mitterrand, a la
to de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Tengo 70 años. Na- sazón primera dama francesa. A Renée,
cí en Buenos Aires. Parí dos hijos. Uno de ellos, Gustavo, está desapa- que falleció el 7 de febrero de 1988, le
recido. No hace mucho tiempo atrás, murió mi esposo. Mi matrimonio “desaparecieron” sus tres hijos. Fue
una Madre sumamente conocida en
duró cincuenta años. Yo fui una mujer tradicional, una señora del hogar.
ámbitos de la izquierda y del feminismo
Me casé muy joven. Mi marido era un hombre patriarcal, él quería que argentino
me dedicase a la vida familiar. En ese entonces, yo era profesora de al- así como en el mundo académico
ta costura y trabajaba sin salir de mi casa, enseñándoles a muchas jóve- norteamericano.
275 RESISTENCIAS Y LUCHAS

nes a coser. Vivía todo muy naturalmente, como me habían educado


mis padres.
Sabía de la militancia política de Gustavo y de su trabajo solidario
en barrios humildes. Él no nos ocultaba nunca nada. Se casó siendo un
muchacho, cuando estudiaba ciencias económicas en la Universidad de
Buenos Aires. Tenía 24 años, una esposa y un hijo muy pequeño. Lo de-
saparecieron el 15 de abril de 1977. Salió una mañana fría y no llegó
más. Lo secuestraron en la estación de tren, mientras iba camino a su
trabajo. A su vez, en una demostración de fuerza, a la noche un operati-
vo militar y policial allanó mi casa, en donde estaba mi nuera. Afortu-
nadamente, a ella no le hicieron nada. Fue un milagro, teniendo en cuen-
ta que, en la mayoría de los casos, en represalia o por no encontrar a la
persona buscada se llevaban a cualquier familiar.
A partir de ese momento, comenzó una larga peregrinación por en-
contrar a Gustavo. Enviamos cartas al Papa, presentamos recursos de
habeas corpus en los juzgados; recorrimos iglesias, dependencias ofi-
ciales, cuarteles, morgues, organismos de derechos humanos y visita-
mos a políticos, periodistas, intelectuales, curas y militares. Sólo quería-
mos que nos dijesen la verdad. Aunque lo que relaté es lo único que
pudimos saber de él en todo este tiempo. Hasta ahora, no tengo otra in-
formación.
Perder un hijo es siempre una tragedia, pero hay que elaborarlo pa-
ra no quedar prendida en ese laberinto y poder ayudar a quienes están
en la misma situación. La soledad nunca es una buena receta si se
quiere saber la verdad. Siempre se consideró que el duelo debía hacer-
se de puertas para adentro. Antes, las mujeres se encerraban en su do-
lor y quedaban prisioneras de la angustia. Vivían la pérdida con resig-
nación. Si no me equivoco, la escritora Nicole Loreaux27 es la que
cuenta que siempre existió una relación estrecha entre el duelo y las
mujeres. Ella dice que, en la Antigüedad, el duelo tenía lamento feme-
nino, pero la sociedad no la quería escuchar y el orden político no que-
ría ser puesto a prueba por ese grito de dolor. Por eso todo era intra-
muros.
Actualmente, con los grupos, las mujeres se fortalecen, se sienten
útiles y descubren que el horror es algo que no sólo les pasa a ellas si-
no también a muchísimas otras. Todas tenemos puntos en común: fui-
mos madres y hemos perdido a un hijo. Nadie suplanta al hijo que per-
diste; pero cuando esa pérdida no fue por un accidente, por una
enfermedad o cualquier eventualidad, sino por haber sido secuestrado,
torturado y después desaparecido su cuerpo, el dolor adquiere otra di-
mensión. Pero también tenemos otras diferencias: al no estar el cuerpo,
es imposible hacer el duelo. Nos queda la incógnita de ese cuerpo que
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 276

nos niegan. Sin él, no podemos elaborar la muerte y darle la sepultura Marcha de la Resistencia del 8 de
que se merece. Es el ser y no ser. La angustia se transforma en letanía. diciembre de 1982. La bandera
Las preguntas no cierran y la tragedia tampoco cierra. Una se interroga principal levanta la consigna
“Aparición con vida”, vigente desde
permanentemente. Nuestros hijos no están muertos. Están desapareci- 1980. Detrás –como demostración de
dos. la existencia del Plan Cóndor– marcha
Cuando una madre encuentra el cuerpo de su hijo, lo deposita donde un grupo de madres de uruguayos
corresponde y, de alguna manera se conforma. Es un hecho privado. En desaparecidos en la Argentina.
cambio, lo nuestro es querer hacer un duelo sin cuerpo. No nos confor-
mamos y por eso es un hecho político.
No quisiera competir en quién sufrió más, pero lo vivido por las Ma-
dres fueron violaciones a los principios más fundamentales de los dere-
chos humanos cometidos por el Estado, en manos de un gobierno mili-
tar terrorista.
Azucena Villaflor fue la que lanzó nuestra proclama inicial: todas
por todas y todos son nuestros hijos. ¿Qué queremos decir con esto? Es
una promesa implícita de las Madres: nuestra lucha no es individual, es
colectiva. A lo largo de estos años, de no haber sido por esta filosofía,
hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades: varias madres mu-
rieron, otras debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres.
A algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos, a otras les qui-
277 RESISTENCIAS Y LUCHAS

taron la posibilidad de criar a sus nietos, porque esos niños también fue-
ron secuestrados junto con sus padres y mantenidos en cautiverio, hasta
que los asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los regis-
traron con una identidad falsa. Sólo la fuerza que te da el conjunto per-
mite seguir la búsqueda.
Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de to-
dos los desaparecidos. Nuestro hijo biológico se transformó en 30.000
hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle. Los
seguimos acompañando, pero no de la misma manera como cuando es-
taban con nosotras: revalorizamos la maternidad desde un lugar público.
Somos Madres a las que se nos sumó un nuevo rol y en muchos de los
casos no estábamos preparadas para ello. Transmitimos algo más de lo
que antes les transmitíamos a nuestros hijos: el espíritu de la lucha y el
compartir otras luchas. En fin, aprendimos a dar y a tomar. Esa necesi-
dad de entender la historia de nuestros hijos fue la que nos mantuvo en-
teras, la que nos llevó a ocupar espacios hasta ese momento desconoci-
dos por nosotras.
También nuestro entorno familiar se alteró. Por ejemplo, mi marido
me celaba y discutíamos bastante porque mi independencia se iba forta-
leciendo a lo largo de nuestro accionar. A veces, por miedo, él se ponía
obcecado. Mi familia estaba muy temerosa por mi suerte. Era frecuente
que después de la ronda terminásemos presas.
Yo tengo otro hijo, quien, después de la tragedia, creyó ser único.
Sin embargo, con mi activismo pasó a ser invadido por todos los otros
hijos que buscamos. Yo viví durante muchos años la tensión de ser dos
madres a la vez: la biológica y la política. Al principio no me daba
cuenta de que tenía otro hijo, hasta que sus planteos cotidianos fueron
un llamado de atención. Ahora, él me ayuda, colabora conmigo, sin ser
un activista. Pero no fue el único en la familia que sintió abandono. Mi
nieto, el hijo de Gustavo, me veía como una abuela “rara”. La situa-
ción se fue revirtiendo a partir de los comentarios elogiosos que ha-
cían sus amigos sobre nuestras luchas. Al crecer, él comprendió que si
yo no me ocupaba de la manera que me pedía, era porque buscaba a
su padre.
El 30 de abril de 1977, nuestro primer día, éramos muy poquitas y
todas estábamos atravesadas por el miedo y la angustia. Mientras ave-
riguábamos por el paradero de nuestros hijos, nos íbamos encontrando
con mujeres y hombres en la misma situación. Entonces comenzamos
a juntarnos para descubrir las causas, para consolarnos. No nos unían
opiniones políticas ni religiosas sino la tragedia, la búsqueda incansa-
ble. Ahora bien, desde el inicio, en vez de estar quietas decidimos ron-
dar. No obstante, durante los cuatro primeros meses de reuniones lo
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 278

que hacíamos era estar paradas. Las vueltas comenzaron casi por orden
de la policía, que nos hacía circular. La razón fue muy simple: como el
estado de sitio no permitía que las personas se juntasen en las calles,
se nos ocurrió caminar alrededor de la plaza. Fue Azucena Villaflor la
que propuso esa idea. Allí podíamos expresar nuestro dolor, nuestra
angustia y la gente al vernos se iba enterando de lo que estaba suce-
diendo.
Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegi-
do no permitió que los hombres nos acompañasen por sus obligaciones
laborales. ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una ma-
dre contó que en la tradición popular los días que se escriben con ‘r’ Un descanso durante la Marcha de la
traían mala suerte: entonces quedaba sólo lunes y jueves. El primero era Resistencia de 1999. Delante del cartel
imposible, ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de sema- se distingue a Perla Waserman
(segunda desde la derecha), que
na por ser amas de casa. Por ejemplo, lavar la ropa. Entonces nos deci-
falleció poco después –el 22 de enero
dimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el momento de ma- de 2000–. A Perla, activista histórica
yor concentración de gente, justo a la salida de sus oficinas. Así fue del socialismo, le “desaparecieron”
nuestro comienzo: rondar los jueves a las 15.30. una hija.
279 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Recién en 1980 empezamos a usar el pañuelo blanco en la cabeza


con el nombre y apellido del familiar desaparecido, bordado. Fue en la
peregrinación hacia la Basílica de Luján, convocada anualmente por la
juventud católica. Era nuestra oportunidad: la Basílica estaba repleta y,
en especial, de jóvenes. Llevábamos folletos para repartir y frente a tan-
ta multitud debíamos identificarnos. Surge en su momento como una
forma de reconocernos entre nosotras. En realidad, cuando comenzamos
a utilizarlo no era un pañuelo sino un pañal de bebé; todas teníamos al-
guno en las casas por nuestros nietos. Así, sin quererlo, fundamos el
símbolo de las Madres. La identificación del nombre del desaparecido
posibilitó que se acercaran aquellas personas que disponían de informa-
ción sobre el paradero de nuestros hijos.
Tuvimos que acostumbrarnos a la vida pública, a las nuevas relacio-
nes, a que nuestra intimidad ya no fuese la misma, a viajar mucho, a te-
ner otro lenguaje, a prepararnos para la discusión con gente del poder, a
hablar en los medios de comunicación y a ser reconocidas por la calle.
Yo diría que nos hicimos mujeres públicas. Mi caso lo ejemplifica: de
ser un ama de casa, fui creciendo y capacitándome hasta lograr el título
de psicóloga social. Ahora soy titular de la cátedra libre Poder Econó-
mico y Derechos Humanos, de la Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad de Buenos Aires.
Al principio, muchísima gente nos miraba con cierto recelo. En los
primeros años estábamos muy solas. Nadie rondaba con nosotras. Tenía-
mos inconvenientes con los otros organismos de derechos humanos; al-
gunos de ellos estaban integrados por gente de partidos políticos y te-
nían otras formas organizativas y otros compromisos. Incluso nos costó
mucho compartir ese espacio de resistencia con las feministas. Ellas co-
menzaron a venir a la Plaza de Mayo a principio de los ochenta. A las
Madres, estas nuevas ideas sobre el ser mujer nos producían confusión
y temor y no siempre fueron bien interpretadas. A muchas nos resultaba
muy difícil descubrir el carácter patriarcal de la maternidad. Hay que
comprender que nuestra identidad como movimiento fue configurada a
partir de ese rol tradicional. No obstante, ese valor tradicional lo resig-
nificamos en uno de resistencia y así creamos un movimiento de muje-
res que tuvo y tiene fuertes resonancias en la lucha por la defensa de los
derechos humanos en una gran cantidad de países. [Tanto es así que, ha-
ce unos años, se organizó en Viena un Congreso Mundial de Madres.
Por lo visto, no sólo el capital y la explotación se globalizan en esta era
neoconservadora sino también las formas de lucha.]
De nosotras se desprendió un grupo de Madres que buscaban a sus
nietos nacidos en cautiverio y así surgió la Asociación de Abuelas de
Plaza de Mayo, nucleadas bajo el lema Identidad, Familia, Libertad.
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 280

Nuestra causa ya no es sólo la búsqueda de nuestros familiares sino


también la conquista por la liberación de las mujeres, el respeto a la li-
bre determinación del cuerpo, a las minorías de orientación sexual, étni-
ca, religiosa y cultural. Es doloroso decir que el desprendimiento de la
vida doméstica y privada y el salto a la vida pública se llevó a cabo por-
que tu hijo/a está desaparecido/a. Pero ya no se vuelve atrás.
281 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Notas
1 Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina,
Colihue, Buenos Aires, 1998, pág. 7.

2 Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Grijalbo, Buenos Aires, 1998, pág. 224.

3 Bousquet, Jean Pierre, Las locas de la Plaza de Mayo, El Cid Editor, Buenos Aires,
1983, pág. 25.

4 Filc, Judith, Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura. 1976-1983, Bi-


blos, Buenos Aires, 1997, pág. 37.

5 Kerber, Linda, Women of the Republic: Intellect and Ideology in Revolutionary


America, Nueva York, Norton, 1986, en Masiello, Francine, Entre civilización y bar-
barie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna, Beatriz Viterbo
Editora, Rosario, 1997, pág. 48.

6 Ciriza, Alejandra, “Derechos humanos y derechos mujeriles”, Debate Abierto, n° 4,


Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1996, s/p.

7 Sondéreguer, María, “Aparición con vida. El movimiento de derechos humanos en


Argentina”, en Jelin, Elizabeth (comp.), Los nuevos movimientos sociales, Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1989, págs. 157-8.

8 Ibídem, págs. 162-3.

9 Fóscolo, Norma, “Memoria y resignificación del discurso de los derechos huma-


nos”, Debate Abierto, n ° 4, ob. cit.

10 Levstein, Ana, “La inscripción del duelo en el espacio político”, en Forastelli, Fa-
bricio y Triquell, Ximena (comps.), Las marcas del género. Configuraciones de la
diferencia en la cultura, Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional
de Córdoba, Córdoba, 1998, págs. 102 y 99.

11 Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neu-


haus, Delicia de González, Raquel Arcusin, Haydée de García Buela, Mirta de Va-
ravalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz, Cándida F. Gard,
María M. Gard y Julia Gard de Piva y una chica jovencita que no dio su nombre.
Véase Arrosagaray, Enrique, Biografía de Azucena Villaflor. Creadora del Movi-
miento Madres de Plaza de Mayo, edición del autor, Buenos Aires, 1997, pág. 127.

12 Levstein, Ana, ob. cit., pág. 99.

13 Arrosagaray, Enrique, ob. cit., pág. 112.

14 Ibídem, pág. 134.

15 Ibídem, pág. 117.

16 Cortiñas, Nora, “Presente”, Página/12, 30/4/1996, pág. 10.

17 Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Historia de las Madres de Plaza de Ma-


yo, Colección “20 Años de Lucha”, Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Bue-
nos Aires, 1999, pág. 7.

18 Véase Bellucci, Mabel, “La Huelga de los Inquilinos”, La Razón, Buenos Aires,
9/12/1986, pág. 12.
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 282

19 Cortiñas, Nora, “Violencia contra la mujer y derechos humanos en la Argentina”,


mimeo, Buenos Aires, 1997, pág. 4.

20 Arrosagaray, Enrique, ob. cit., pág. 204.

21 Akelsberg, Martha, y Lyndon, Mary, “¿De la resistencia a la reconstrucción? Las


Madres de Plaza de Mayo, el maternalismo y la transición a la democracia en Ar-
gentina”, mimeo.

22 Bellucci, Mabel, “De la participación al protagonismo. Estrategias de sobrevivencia


de las mujeres pobres urbanas”, en Mujeres Hoy, Fundación Tido, Buenos Aires,
1992, pág. 18.

23 Kaplan, Temma, “Conciencia femenina y colectiva: el caso de Barcelona. 1910-


1918”, en Amelang, James y Nash, Mary (comps.), Historia y género. Las mujeres en
la Europa moderna y contemporánea, Alfons el Magnanim, Valencia, 1990, pág. 169.

24 Rossi, Laura, “Las Madres de la Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la hipo-
cresía burguesa”, en Alternativa Feminista, año I, n° 1, Buenos Aires,|1985, pág. 15.

25 Cortiñas, Nora, ob. cit., págs. 4 y 5.

26 Masiello, Francine, Entre civilización y barbarie. Mujeres, Nación y cultura litera-


ria en la Argentina moderna, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, pág. 9.

27 Loreaux, Nicole, Madres en duelo, Ediciones de la Equis, Buenos Aires, 1996.

Agradezco profundamente el tiempo dispensado por María Alicia Gutiérrez, Valeria Pi-
ta, Johana Berkins y Eduardo Anguita. También, la buena voluntad de Nora Cortiñas al
facilitarme el acceso a los archivos periodísticos y fotográficos de Madres-Línea Funda-
dora, a los cuales pertenecen todas las fotografías publicadas en este ensayo. Asimismo,
la colaboración del personal de las bibliotecas Nacional, del Congreso, de la Unión de
Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), del Centro de Documentación de la
Librería de la Mujer y de la revista Todo es Historia. Sin olvidar las pacientes lecturas y
la corrección de estilo de Rubén Pagliero y también de Alicia Moscardi.
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Sobre los autores

FERNANDA GIL LOZANO es profesora de Historia por la Facultad de Filosofía y


Letras de la UBA y cursó la maestría de Sociología y Análisis Cultural
en la Fundación Banco Patricios. Es docente de Historia Social Latinoa-
mericana en la Facultad de Ciencias Sociales y adscripta a la cátedra de
Historia Moderna de la Facultad de Filosofía y Letras, ambas de la UBA.
Es miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la
Facultad de Filosofía y Letras. Es autora de los libros educativos Cien-
cias Sociales 8 y, en colaboración con otros especialistas, participa de la
autoría de El mundo contemporáneo. Siglos XVIII, XIX y XX (coordina-
do por R. Fradkin). Es autora de numerosos artículos publicados en El
Murciélago, Mora, Malacandra y Todo es Historia.

VALERIA SILVINA PITA es profesora de Historia egresada de la Facultad de Filo-


sofía y Letras de la UBA y obtuvo su licenciatura en Trabajo Social en la
Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad. Ha sido docente
en la cátedra de Metodología de la Investigación Social de la carrera de
Trabajo Social (UBA) y adscripta a la cátedra de Historia Argentina Con-
temporánea de la carrera de Historia (UBA). Miembro del Instituto Inter-
disciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras,
es autora de artículos aparecidos en las publicaciones Mora; Temas de
mujeres. Perspectivas de Genero; Luxemburg y Actas de las V Jornadas
de Historia de las Mujeres y Estudios de Género.

MARÍA GABRIELA INI es licenciada en Ciencias Antropológicas por la Facultad


de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y escritora. Fue
docente en dicha institución, y participó como coordinadora del área de
291 SOBRE LOS AUTORES

género en el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y


Sociales (INECIP). Ha publicado trabajos referidos a la problemática de
género en los libros Mujeres y cárcel; Mujeres y cultura en Argentina y
Huellas (Chile), y artículos en las revistas Cuadernos de Ética, Mora y
El Rodaballo, entre otras.

DONNA J. GUY es profesora de Historia por la Universidad de Arizona, Estados


Unidos, donde se desempeña desde 1972. Es directora fundadora del
Centro del Área de América Latina, y presidente fundadora de la Confe-
rencia de Historia de América Latina. Ha recibido numerosos premios
por sus investigaciones. Es autora de más de veinte artículos y de seis li-
bros sobre historia argentina y sobre la historia de las mujeres en Améri-
ca latina, entre ellos, Argentine Sugar Politics: Tucumán and the genera-
tion of Eighty; Contested Ground: Comparative Frontiers on the Nothern
and Southern Edges of the Spanish Empire; White Slavery and Mothers
Alive and Dead: The Troubled Meeting of Sex, Gender, Public Health and
Progress in Latin America (de próxima publicación). Dos de sus libros
han sido traducidos al español: El sexo peligroso. La prostitución legal
en Buenos Aires: 1875-1955; y Sexo y sexualidad en América latina (con
Daniel Balderston). Actualmente está trabajando en un libro sobre los
chicos de la calle en la Argentina y en varios artículos sobre violación y
movimientos por los derechos del niño en América latina.

SOFÍA BRIZUELA es estudiante de la carrera de Historia en la Facultad de Filo-


sofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Integra el Cen-
tro de Estudios Históricos Interdisciplinarios sobre las Mujeres (CE-
HIM) de la Facultad de Filosofía y Letras (UNT). Es miembro del pro-
yecto “Actores sociales, poder e identidades”, dirigido por María Celia
Bravo en el marco del programa “Transformaciones sociales en la larga
duración. Siglos XIX y XX” de la UNT. Ha publicado un trabajo en las
Actas de las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Géne-
ro realizadas en la Universidad Nacional de La Pampa.

PABLO HERNÁNDEZ es licenciado en Historia, egresado de la Facultad de Filo-


sofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Integra el Cen-
tro de Estudios Históricos Interdisciplinarios sobre las Mujeres (CE-
HIM) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Es miembro del
proyecto “Actores sociales, poder e identidades”, dirigido por María Ce-
lia Bravo en el marco del programa “Transformaciones sociales en la
larga duración. Siglos XIX y XX” de la UNT. Actualmente se desempe-
ña como jefe de trabajos prácticos en la cátedra de Historia Económica
de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT. Es docente adscrip-
to a la cátedra de Historia Argentina (curso especial) de la carrera de
Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Ha publicado
artículos en la revista Población & Sociedad y en las Actas de las V Jor-
SOBRE LOS AUTORES 292

nadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género realizadas en la


Universidad Nacional de La Pampa.

VICTORIA SOLEDAD ÁLVAREZ es técnica superior en Periodismo General egre-


sada del Taller Escuela Agencia de Periodismo (TEA). Actualmente es-
tá cursando el útimo año de la carrera de Abogacía en la Université Pa-
ris II - Panthéon Assas, como becaria de la Facultad de Derecho y Cien-
cias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de artículos
publicados en la revista El Gatillo y en el periódico Domingo, ambas pu-
blicaciones de TEA.

MIRTA ZAIDA LOBATO se doctoró en Historia en la Facultad de Filosofía y Le-


tras de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad es investigado-
ra en el PEHESA - Instituto Ravignani y en el Instituto Interdisciplina-
rio de Estudios de Género (IIEGE), Facultad de Filosofía y Letras, Uni-
versidad de Buenos Aires. Fue becaria del Conicet, Clacso, del gobier-
no de Canadá y de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado nume-
rosos artículos en el país y en el extranjero. Es autora deTaylorismo en
la gran industria exportadora, coautora del Atlas histórico de la Argen-
tina, y ha compilado dos libros: Política, médicos y enfermedades. Lec-
turas de historia de la salud en Argentina y El progreso, la moderniza-
ción y sus límites, 1880-1916 (Vol. V, Nueva Historia Argentina). Es
miembro fundadora y del Comité de Redacción de Entrepasados (Revis-
ta de Historia) y miembro del Comité Editorial de Mora, Revista del Ins-
tituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Facultad de Filosofía y
Letras - UBA).

KARIN GRAMMÁTICO es historiadora egresada de la Facultad de Filosofía y Letras


de la Universidad de Buenos Aires y docente universitaria (CBC-UBA).
Es asistente de investigación de las colecciones de Historia Argentina y de
Historia Universal editadas por el Colegio Nacional Buenos Aires y el dia-
rio Página/12. Es asistente de investigación en el proyecto UBACyT “Los
egresados de Historia. Trayectorias profesionales”, Programación científi-
ca 1998-2000, dirigido por el profesor Jorge Saab.

RAÚL HORACIO CAMPODÓNICO es licenciado en Historia Crítica del Cine por el


Instituto para la Investigación y Realización Cinematográfica en la Ar-
gentina. Es JTP de Estética del Cine y Teorías Cinematográficas en la
carrera de Imagen y Sonido de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Ur-
banismo (UBA). Sus artículos han sido publicados, entre otros, en los li-
bros Los sueños de la memoria. Federico Fellini, compilado por Luigi
Volta, y De(s)velando imágenes, compilado por Ricardo Maretti y Ma-
ría Valdés. Dirigió la revista El Halcón Maltés, y edita actualmente El
Cinéfilo.
293 SOBRE LOS AUTORES

KARINA FELITTI es estudiante de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras


de la Universidad de Buenos Aires. Es miembro del Instituto Interdisci-
plinario de Estudios de Género y actualmente se desempeña como ads-
cripta a la cátedra de Historia Argentina III (1916 a la actualidad) de la
Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

ALEJANDRA VASSALLO es candidata al doctorado en Historia por la State Uni-


versity of New York at Stony Brook, EE.UU, y master en Historia por la
misma institución. Es traductora literaria, técnica y científica de Inglés
por el Instituto Nacional Superior del Profesorado en Lenguas Vivas
“Juan Ramón Fernández”, de Buenos Aires. Se desempeña como jefa de
la División de Lenguas Extranjeras de la Universidad Nacional de Lu-
ján. Es investigadora en el Proyecto de Historia de la Asistencia Social
en la Argentina (AGN, UNLu y UNLP) y cofundadora del Área de Es-
tudios Interdisciplinarios de Género y Educación de la UNLu. Es auto-
ra de artículos publicados en la revista especializada De Sur a Norte.
Perspectivas Sudamericanas sobre Estados Unidos, y el Journal Inter-
national Labor & Working-Class History (Estados Unidos), con Barba-
ra Weinstein y Lisa Phillips, y con Estela Klett ha compilado Enfoques
teóricos y metodológicos de la enseñanza de las lenguas extranjeras en
la universidad.

MARCELA MARÍA ALEJANDRA NARI (†) era profesora de enseñanza secundaria


normal y especial en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la
UBA y doctoranda en Historia con el tema “Políticas maternales y ma-
ternalismo político. Ciencia, Estado y feminismo. Buenos Aires, 1890-
1940”. Era especialista en Estudios de la Mujer en la Facultad de Psico-
logía de la UBA, e investigadora en el PEHESA-Instituto de Historia Ar-
gentina y Americana “Dr. E. Ravignani” y en el IIEGE (Facultad de Fi-
losofía y Letras, UBA). Ejerció diversos cargos docentes en las faculta-
des de Filosofía y Letras y de Psicología (UBA). Participó como expo-
sitora, coordinadora y comentarista en jornadas, congresos y reuniones
científicas nacionales e internacionales. Publicó numerosos artículos,
varios de ellos en colaboración con María del Carmen Feijoo, en las
obras The Women’s Movement in Latin America. Participation and De-
mocracy (Estados Unidos), editada por J. Jaquette; In a Public Voice: a
World of Women in Politics (Estados Unidos), editada por Alida Brill;
Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la
Argentina, compilada por Mirta Lobato, y en las revistas Mora; Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”; La-
tin American Perspectives, y Revista del Trabajo y Seguridad Social.

FERNANDO ROCCHI es licenciado en Historia por la Universidad del Salvador y


en Economía por la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo su doctorado
en Historia en la Universidad de California. Realizó un posdoctorado en
SOBRE LOS AUTORES 294

Historia Económica en la London School of Economics and Political


Science. Su área de investigación es la historia del consumo, la publici-
dad y el marketing. Actualmente, dirige el Departamento de Historia de
la Universidad Torcuato Di Tella. Es autor de “Inventando la soberanía
del consumidor: publicidad, privacidad y revolución del mercado en Ar-
gentina, 1860-1940”, que integra el segundo volumen de Historia de la
vida privada en la Argentina.

DÉBORA D’ANTONIO es historiadora egresada de la Facultad de Filosofía y Le-


tras de la UBA. Actualmente se desempeña como docente de Sociolo-
gía; ha dictado clases de Historia de Rusia para la carrera de Historia de
la UBA y, respecto de esta materia, participa de un proyecto UBACyT
sobre bibliografía temática. Ha dictado, por medio de la Secretaría de
Extensión Universitaria, un seminario acerca de la perspectiva historio-
gráfica de E. P. Thompson. Es autora de artículos publicados en las re-
vistas Debate Marxista; Taller. Revista de Sociedad, Cultura y Política,
y El Rodaballo. Ha publicado un estudio sobre la participación femeni-
na en el sindicalismo de los años treinta en la obra Cuerpos, géneros e
identidades, compilada por Omar Acha y Paula Halperín.

MABEL BELLUCCI es licenciada en Medios de Comunicación de Masas por la


Universidad Nacional de La Plata y especialista en Estudios de la Mujer
por la Universidad de Buenos Aires. Es coordinadora del Área de Estu-
dios Queer y Multicultares del Centro Cultural Ricardo Rojas-UBA. In-
tegra el Comité Editor de la publicación Doxa. Es columnista del diario
Río Negro y de la revista Todo es Historia. Ha publicado numerosos en-
sayos en publicaciones de nuestro país y del exterior, entre las cuales se
pueden nombrar Nueva Sociedad (Caracas); Iberoamericana (Valencia);
Arenal (Granada); Reproductive Healt Matters (Londres); Debate Femi-
nista (México). Participó también en obras colectivas, entre otras Teoría
y Filosofía Política, compilada por Atilio Borón; Goblalizations and
Modernities, editada por Göran Therbon (Suecia, 1999). De los premios
recibidos, se pueden mencionar el primer premio del certamen de ensa-
yos Las mujeres frente a la crisis en la Argentina de hoy, otorgado por
la Casa de la Mujer-Tido (1991); el primer premio del certamen de en-
sayos Reflexiones sobre la situación de la cultura y el arte en la Argen-
tina de fin de siglo, de la Fundación Aiglé (1997); el segundo premio del
certamen de ensayos Historia de las Revistas Argentinas, de la Asocia-
ción Argentina de Editores de Revistas (1998).
Índice
Introducción, Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini 7

Encierros y sujeciones 21
Niñas en la cárcel. La Casa Correccional de Mujeres
como instituto de socorro infantil, Donna J. Guy 25
Conflictos con la jerarquía eclesiástica.
Las dominicas de Tucumán, Pablo Hernández y Sofía Brizuela 47
El encierro en los campos de concentración, Victoria Álvarez 67

Cuerpos y sexualidad 91
Lenguaje laboral y de género. Primera mitad del siglo XX, Mirta Zaida Lobato 95
Obreras, prostitutas y mal venéreo. Un Estado en busca de la profilaxis, Karin Grammático 117
Milonguitas en-cintas. La mujer, el tango y el cine, Raúl Horacio Campodónico
y Fernanda Gil Lozano 137
El placer de elegir. Anticoncepción y liberación sexual en la década del sesenta, Karina Felitti 155

Resistencias y luchas 173


Entre el conflicto y la negociación. Los feminismos argentinos
en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910, Alejandra Vassallo 177
Maternidad, política y feminismo, Marcela María Alejandra Nari 197
Concentración de capital, concentración de mujeres.
Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930, Fernando Rocchi 223
Representaciones de género en la huelga de la construcción.
Buenos Aires, 1935-1936, Débora D’Antonio 245
El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo, Mabel Bellucci 267

Bibliografía general 289


Sobre los autores 295

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