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Bajo la dirección de
Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini
Tomo II
Siglo XX
ESPAÑA PORTUGAL
ARGENTINA PUERTO RICO
COLOMBIA VENEZUELA
CHILE ECUADOR
MÉXICO COSTA RICA
ESTADOS UNIDOS REP. DOMINICANA
PARAGUAY GUATEMALA
PERÚ URUGUAY
© De esta edición:
Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000
Beazley 3860 (1437) Buenos Aires
www.alfaguara.com.ar
Directoras: Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini
Autores: Donna J. Guy, Pablo Hernández, Sofía Brizuela,
Victoria Álvarez, Mirta Zaida Lobato, Karin Grammático,
Raúl Horacio Campodónico, Fernanda Gil Lozano, Karina Felitti,
Alejandra Vassallo, Marcela María Alejandra Nari, Fernando Rocchi,
Débora D’Antonio, Mabel Bellucci
Han colaborado:
Valeria Satas (investigación y coordinación iconográfica)
Florencia Verlatsky y Luz Freire (corrección)
Ruff’s Graph (tratamiento de imágenes)
Edición digital
ISBN: 950-511-649-7
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Introducción
Fernanda Gil Lozano
Valeria Silvina Pita
María Gabriela Ini
Al aproximarnos al siglo XX descubrimos que pocos momentos his- El siglo de las tensiones
tóricos reunieron contrastes tan drásticos y violentos. Grandes tensiones
lo atraviesan; dos guerras mundiales se entrecruzan y combinan con nu-
6 INTRODUCCIÓN
“Otra vez sopa” Si hacia fines del siglo XIX las mujeres fueron ocupando con timi-
dez espacios en los ámbitos públicos –antes designados exclusivamente
para los varones–, el siglo XX representó una eclosión de las mujeres en
la sociedad. Desde las primeras décadas, Occidente fue recorrido por
movimientos feministas que lucharon por obtener sus derechos civiles y
políticos. Intelectuales, militantes y luchadoras fueron delineando dife-
rentes estrategias de acción y denuncia contra las estructuras de poder
que las habían excluido o las consideraban ciudadanas de segunda cate-
goría. Sin embargo, estos heterogéneos agrupamientos no pudieron es-
capar a los vaivenes de la sociedad en su conjunto. Las guerras mundia-
les, los conflictivos períodos de posguerra, las transformaciones
políticas y económicas fueron incorporadas, sufridas y resignificadas
por las mujeres.
“La Gran Guerra” fue el primer punto de inflexión. La movilización
de millones de ciudadanos dejó puestos de trabajo vacantes que no po-
dían ser cubiertos por quienes quedaban sin alistarse. De este modo, las
mujeres asumieron nuevos roles en bancos, oficinas y fábricas. Ámbitos
estos que, para muchas, se transformaron casi en una liberación: por fin
podían salir de los espacios privados y marginales que el orden burgués
había establecido como afines a las mujeres.
La irrupción de la Segunda Guerra Mundial repitió en versión am-
pliada lo vivido treinta años antes. Las mujeres estuvieron en las fábri-
cas, integraron los movimientos de resistencia al terror nazi, acudieron
al frente como enfermeras, fueron apresadas y enviadas a los campos
de exterminio, padecieron el exilio y también fueron militantes activas
de organizaciones dirigidas por los nazis. Pero la guerra y la posgue-
rra significaron para ellas penurias y más violencia. No sólo tuvieron
que hacerse cargo de la manutención familiar y de su soledad sino que,
como prisioneras de guerra, fueron en muchos casos objeto de viola-
ciones, mutilaciones y torturas, y, más de una vez, padecieron el repu-
dio familiar y el abandono. El cuerpo de las mujeres durante la guerra
se convirtió en un botín perfecto, donde enemigos o aliados de uno u
otro bando sembraron su propia “pureza racial”, sus odios y sus ven-
ganzas.
Frente a lo que Eric Hobsbawm definió como “los años dorados”6 de
la posguerra, caracterizados por la recuperación económica y los avan-
ces sociales, debemos preguntarnos: ¿fueron realmente “dorados” esos
INTRODUCCIÓN 9
años para ellas? Otra vez, los cincuenta se iniciaron con una gran decep-
ción. Las mujeres pagaron su parte de la cuota de “sangre, sudor y lágri-
mas” prometida a todos por Winston Churchill, pero no bebieron el dul-
ce vino de la victoria. Con el retorno de los héroes de la guerra, las
mujeres fueron compulsivamente “invitadas” a regresar al calor del ho-
gar. Era hora de parir, de servir la mesa y de cuidar enfermos. Otra vez
sopa, mucha sopa y en casa.
La masificación de nuevas tecnologías irrumpió en los hogares urba-
nos y de sectores medios: lustradoras, batidoras y televisores se transfor-
maron con rapidez en nuevas formas de sujeción femenina. Lo que a
simple vista se presentaba como una forma de facilitar las “naturales”
ocupaciones de las mujeres, acabaría por transformarse, en muchos ca-
sos, en una suerte de apéndice del cuerpo femenino, indispensable para
sus quehaceres y único objeto de deseo. La maternidad y los electrodo-
mésticos iniciaron un camino común que aún hoy sigue vigente, encar-
nando las inconsistencias y ambigüedades de una arbitraria condición de
género.
Con el correr de los años, la radio, la televisión y las publicaciones
dirigidas específicamente al público femenino se han dedicado, en for-
ma casi atemporal, a promover modernas prácticas de belleza, publici-
tar productos para el buen mantenimiento del hogar, recomendar recetas
de cocina y enseñar el correcto cuidado de los hijos. Así, aún en la ac-
tualidad se ocupan de reproducir los valores más anquilosados del pa-
triarcado. Hoy los mensajes combinan diferentes estereotipos para for-
jar una “mujer moderna”: la que apuesta a la familia sin perder de vista
su “feminidad y coquetería”. Del trabajo a la casa o de la búsqueda de
empleo al hogar, las mujeres son nuevamente invitadas a preparar sopa
y más sopa.
Escrbir una historia de las mujeres desde un país latinoamericano El sur del Sur
implica desafiar una constelación de conceptos y prácticas. No hace tan-
tos años Henry Kissinger afirmaba: “Usted nos habla de América latina.
No es importante. Nada importante puede venir del Sur. No es el Sur el
que hace la Historia, el eje de la Historia va de Moscú a Washington, pa-
sando por Bonn. El Sur no tiene importancia”.7
Esta idea, tan claramente expresada en 1983 por el ex secretario de
Estado de los Estados Unidos, es una opinión respaldada por muchos po-
líticos y cientistas sociales del Norte y también del Sur. Incluso el con-
cepto de una región llamada América latina es cuestionado, aduciendo
que se pretende integrar una identidad regional y específica que en reali-
dad no existe. Sin embargo, los pueblos europeos llaman “sudaca” a cual-
10 INTRODUCCIÓN
Fragmentos para un balance Pareciera que el siglo XX se aleja dejándonos varias cuentas pen-
dientes. La disolución de identidades sociales y políticas, la permanen-
cia de formas de violencia, las guerras y las desigualdades, nos hacen to-
mar conciencia de las batallas que debemos encarar.
Sin embargo, en nuestro país la participación pública y política fe-
menina durante el siglo XX significó un hecho positivo. El ejercicio de
una ciudadanía plena hizo que, en los últimos cincuenta años, las muje-
res alcanzaran puestos en lugares impensables: directorios de empresas
multinacionales, jefaturas de bancos, puestos en el ejército y hasta una
presidencia. No obstante, cuando medimos estos avances a escala mun-
dial, o cuando segmentamos localmente por clases sociales, también
percibimos la mezquindad cuantitativa de los logros. La mayor parte de
las mujeres argentinas son víctimas de discriminación, violencia, abusos
y malos tratos tanto en el ámbito público como en el privado.
La tensión vuelve a presentarse, como al inicio de esta introducción:
sería tan injusto desconocer los avances como minimizar los conflictos
persistentes.
Esta ambivalencia de la lectura nos obliga a reflexionar y focalizar
INTRODUCCIÓN 15
* * *
Notas
1 Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Crítica, Barcelona,
1997.
6 Hobsbawm, Eric, Age of Extremes. The Short Twentieth Century. 1914-1991, Aba-
cus, Londres, 1994.
14 Existen diversos estudios que han abordado el feminismo de este período. Algunos
de ellos son, Carlson, Marifran, Feminismo. The Woman’s Movement in Argentina
from Its Beginnings to Eva Perón, Academy of Chicago Publishers, 1988; Feijoo,
María del Carmen, “Las luchas feministas”, en Todo es Historia, nº 128, Buenos Ai-
res, 1978; Sosa de Newton, Lily, Las argentinas de ayer a hoy, Zanetti, Buenos Ai-
res, 1967. Sobre las construcciones de la maternidad en el período abordado, cfr.,
por ejemplo, Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la na-
talidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médi-
cos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Biblos, Bue-
nos Aires, 1996; Guy, Donna, “Madres vivas y muertas. Los múltiples conceptos de
la maternidad en Buenos Aires”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna (comps.), Se-
xo y sexualidades en América latina, Paidós, Buenos Aires, 1998; Nari, Marcela,
“¡Libertad, igualdad y maternidad! Argentina en la entreguerra”, en Mujeres en es-
cena, Universidad Nacional de la Pampa, Instituto Interdisciplinario de Estudios de
la Mujer, julio de 2000.
17 Véanse, por ejemplo, Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Eudeba, Buenos Aires,
1999; Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-
1955, Sudamericana, Buenos Aires, 1994, con un excelente estudio preliminar de
María Gabriela Mizraje.
20 Esta ley obliga a que las listas partidarias cuenten con 30 por ciento de mujeres.
Aunque en la práctica no se cumple, esta disposición brinda la base legal necesaria
para legitimar eventuales reclamos.
Encierros y sujeciones
Donna J. Guy
Pablo Hernández - Sofía Brizuela
Victoria Álvarez
Los grandes cambios políticos y sociales sobrevenidos a partir de
las últimas décadas del siglo XIX no trajeron modificaciones significa-
tivas respecto de los roles adjudicados a las mujeres. Instalados sobre
diferencias de clase e ideológicas, los poderes político y eclesiástico
mantuvieron su tradicional acción destinada a asegurar la permanencia
femenina en sus ámbitos y funciones “naturales”.
El nacimiento del siglo nos pone frente a la realidad del desamparo
infantil y la política estatal destinada a “resolver” una de las manifes-
taciones de esa situación: las “niñas de la calle”. Encarceladas en la
Casa Correccional de Mujeres para ocultar esas “zonas tenebrosas en
medio del paisaje urbano”, su educación se limitaba escasamente al
aprendizaje de los trabajos domésticos. Junto con el objetivo proclama-
do de alejarlas del camino de la delincuencia y la prostitución se evi-
denciaba también una política destinada a mantener su origen de clase
a través de la servidumbre y consolidar el concepto de hogar como es-
pacio “natural” de la mujer.
La relación entre vida religiosa y condición social no siempre fue
armónica, así lo demuestra el análisis de la vida interna en la congre-
gación tucumana de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo
Nombre de Jesús. Las religiosas de la orden, a la vez damas de la elite,
reprodujeron en su vida cotidiana, tanto con sus pares como con muje-
res de baja condición social, los comportamientos propios de su clase;
desde su posición social privilegiada, también encararon sus relaciones
con la jerarquía eclesiástica.
Violencia política y violencia de género pasan a un doloroso primer
plano a través de la represión ejercida en los campos de concentración
de la última dictadura militar argentina. El objetivo de la “pacificación
nacional” proclamado por las juntas militares tuvo en las mujeres se-
cuestradas expresiones particulares que no se limitaron a las formas es-
pecíficas de tormento; también transitaron desde una “reeducación”
que devolviera a las militantes sus atributos “occidentales y cristianos”
de madres y esposas convencionales hasta la apropiación de los hijos
nacidos en cautiverio como modo de perpetuar una de las formas más
crueles del encierro.
Niñas en la cárcel
La Casa Correccional de Mujeres como
instituto de socorro infantil
Donna J. Guy*
En Buenos Aires, las niñas eran generalmente enviadas a prisión por- En una ciudad en constante
que no tenían familia que pudiera ocuparse de ellas. A la deriva por las transformación y crecimiento, como era
la Buenos Aires de entonces, los niños
calles de una ciudad en crecimiento, niños y niñas eran considerados pe-
y niñas a la deriva en las calles eran
ligrosos si permanecían en lugares públicos. Muchos no tenían hogares considerados peligrosos.
a los cuales pudieran regresar. No todos los padres podían alimentar, Huérfanos y huérfanas en el Patronato
alojar, educar y vestir a sus hijos biológicos; otros habían muerto o ha- de la Infancia. Archivo General de la
bían abandonado a sus hijos. Algunas niñas eran encarceladas por ejer- Nación, Departamento Fotografía.
cer la prostitución o cometer una amplia gama de delitos que iban des-
de el infanticidio hasta hurtos, pero la gran mayoría eran chicos de la
calle: sin hogar, huérfanos o fugitivos de sus padres o de empleadores
que los explotaban. En una sociedad que definía claramente los derechos
de patria potestad para los padres o madres solteras, no existían medios
legales de adoptar niños y había pocos establecimientos para mayores de
seis años; las cárceles de mujeres –ya fuera en Buenos Aires o en las ciu-
dades del interior– se usaban como refugios temporarios para las niñas
cuyos padres no podían ocuparse de ellas.
Este proceso, sin embargo, demandaba más que un mero lugar de de-
pósito. Los bebés abandonados y los chicos de la calle no tenían la pro-
tección de sus familias. Como no se conocían sus verdaderos orígenes, se
presumía que pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas
más serviles. Cuando estos niños eran capturados en redadas, se los en-
viaba ante los Defensores de Menores, hombres de la alta sociedad en-
cargados por el municipio del cuidado de los niños desamparados. Y era
entonces cuando su desprotección social se confirmaba, pues se los ubi-
caba en hogares de familias extrañas a ellos, o en la cárcel de mujeres –o
en la penitenciaría, si eran varones–. En resumen, su entrada en la cárcel
confirmaba la desaprobación que su presencia en los espacios públicos
25 ENCIERROS Y SUJECIONES
La Casa Correccional Las monjas deseaban rehabilitar a las niñas delincuentes por medio
de Mujeres de la educación y las labores domésticas. Esto requería separar a las ni-
ñas de las delincuentes adultas y mantenerlas fuera de las calles en un
marco institucional donde pudieran ser educadas. Como no estaban en
NIÑAS EN LA CÁRCEL 26
condiciones de brindarles esto, las monjas se limitaron a proveerlas de El estigma de la pobreza marcaba
una educación elemental y organizarles talleres. Pero tanto las niñas co- de manera perenne a los niños y
niñas abandonados.
mo las adultas permanecían prisioneras por lapsos breves, por lo cual to-
El “día de los niños pobres” en los
da esperanza de rehabilitación era ilusoria. En sus informes anuales, las jardines del Palacio Miró, 1909.
monjas sostenían la necesidad de transformar las cárceles en otro tipo de Archivo General de la Nación,
instituciones, donde niñas y adultas fueran alojadas en instalaciones se- Departamento Fotografía.
paradas y pudieran quedarse durante períodos largos.
Como lo señala Lila Caimari,6 la historia de los primeros años de la
Casa Correccional de Buenos Aires o Asilo Correccional de Mujeres es
difícil de reconstruir. Desde 1873 hasta 1888, las religiosas habían diri-
gido el Asilo del Buen Pastor, una cárcel controlada por la Sociedad de
Beneficencia –formada por señoras de la alta sociedad, que, subsidiadas
por el Estado, se encargaban de proveer hospitales, colegios y varios asi-
los para mujeres y niños– y la Casa de Ejercicios, un convento dedica-
do a la rehabilitación de mujeres delincuentes. Las niñas eran enviadas
al Buen Pastor si se las consideraba incorregibles; en caso contrario,
iban a la Casa de Ejercicios.7
En algún momento durante la década de 1870, el Asilo del Buen Pas-
tor se mudó a la vieja penitenciaría. Este edificio era un monasterio
construido originalmente por los jesuitas en 1735; después los betlemi-
27 ENCIERROS Y SUJECIONES
gerencia de que las religiosas podían brindar mejores cuidados a las ni-
ñas vagabundas. Alentaba al gobierno nacional a autorizar la construc-
ción de instalaciones separadas para las jóvenes donde éstas pudieran
quedarse por lo menos tres o cuatro años; podrían, de esta manera, reci-
bir una moderada educación y así ser útiles a familias ofreciendo servi-
cios apropiados a su condición, tales como cocineras, mucamas o lavan-
deras.20 Su pedido reconocía las limitaciones de uso de las instalaciones
existentes y al mismo tiempo su lenguaje reafirmaba el proyecto técni-
co del estigma que marcaría a las niñas pobres.
Los puntos de vista de la Madre Superiora eran ocasionalmente apo-
yados por algunos de los defensores. En 1903, un nuevo defensor, B.
Lainez, sugirió una serie de reformas. Entre otras, la transformación de
la Casa Correccional de Mujeres en una escuela de comercio para mu-
jeres adultas, con sectores para separar a las niñas delincuentes de las
que sólo se alojaban allí. También pensó en una escuela para madres jó-
venes que formara parte de la escuela de comercio. Pero las ideas de
Lainez no fueron escuchadas y no permaneció mucho tiempo más en el
cargo.21 “En clase de labor, las presas dan
En ocasiones, algunos padres pedían al Estado que encarcelara a sus expansión a las múltiples prolijidades
de su alma” (oración escrita en el
hijas porque ellos ya no podían hacerse cargo de ellas. Por medio de es-
dorso de la foto de archivo).
te pedido, podían renunciar voluntariamente a sus derechos de patria po- Asilo Correccional de Mujeres. Archivo
testad por un mes. Luisa Gigena de Saldazo quiso hacer esto en 1920. General de la Nación, Departamento
Era tan pobre que sólo podía dar como domicilio legal la dirección del Fotografía.
Defensor de Pobres. Decía Luisa que su hija Juana Isabel se aprovecha-
ba del hecho de que su padre estaba en la provincia de Tucumán: había
abandonado a su familia para hacerse prostituta. Luisa estaba tan enfu-
recida que la hizo encerrar por la policía y, como carecía de recursos
propios, peticionó a la corte para que la mantuviera así por el lapso es-
tipulado por la ley. Después de que varios testigos confirmaran la histo-
ria de Luisa, el juez ordenó que Juana fuera encarcelada.22
Jueces y defensores encarcelaban niñas de muy corta edad junto a
adolescentes. En 1907, por ejemplo, se encerró a 42 niñas menores de
diez años, mientras 320 niñas de entre diez y quince años también se en-
contraban entre rejas. En total, el número de niñas de entre seis y quin-
ce años constituían más del 38 por ciento de los detenidos jóvenes. Ha-
cia 1912, esta proporción había disminuido al 33 por ciento.23
En general, a los defensores no les gustaba que tantos niños langui-
decieran en las cárceles. Uno de ellos, el doctor Agustín Cabal, sugirió,
en 1910, una nueva política para mantener a las niñas fuera de las calles.
Como muchas de ellas se negaban a permanecer en el hogar de sus em-
pleadores, propuso que la policía tomara las impresiones digitales de to-
das las que estaban a su cuidado. Así, pensaba Cabal, sería más fácil
31 ENCIERROS Y SUJECIONES
ban creyendo que ellas podían rehabilitar, aun a las más difíciles, por
medio de la educación y el trabajo. En un extracto del informe anual de
1919 de la Cárcel de Mujeres, la Madre Superiora manifestaba que las
niñas a su cargo eran dignas de compasión: la mayoría de ellas no podía
aspirar al bienestar que deriva del conocimiento de las artes y las cien-
cias por la simple razón de que carecían de medios, no tenían familia ni
posición social. Inevitablemente tendrían que arreglárselas por sí mis-
mas y así deberán aprender a trabajar como obreras o sirvientas. Las re-
ligiosas querían educarlas para que vivieran vidas honestas y practica-
ran sus deberes cristianos.29 Una vez más, de las palabras de la Madre
Superiora se desprendía su convicción de que las niñas que iban a la cár-
cel tenían pocos contactos sociales que pudieran brindarles otra cosa
que trabajo para los carentes de educación y protección, y una vez más,
no fue escuchada.
1913 se había creado el Departamento Nacional de Menores Abandona- ¿Por qué esconden sus rostros estas
dos y Encausados, para ubicar a menores, acusados y no acusados, de- jóvenes mujeres?
tenidos en reformatorios o escuelas, pero los varones fueron los únicos Presas del Asilo San Miguel para
mujeres contraventoras. Archivo
beneficiarios de esos esfuerzos.
General de la Nación, Departamento
Fundado en 1918, el Instituto Tutelar de Menores continuó el loable Fotografía.
aunque discriminatorio esfuerzo del Departamento, centrado exclusiva-
mente en niños condenados por crímenes.35 El resultado fue que las ni-
ñas continuaron ingresando en la Casa Correccional de Mujeres.
Había varias alternativas para albergar a esos niños. La solución más
costosa era la de construir instalaciones especiales para los niños delin-
cuentes sin hogar, como lo sugerían las monjas del Buen Pastor. Otra,
más económica, era la adopción legal.
En la década de 1920, legistas especializados, junto con la Sociedad
de Beneficencia y el Museo Social Argentino –un grupo de reformistas
de la alta sociedad–, comenzaron a investigar una serie de cuestiones
concernientes a los niños de la calle. Alentados por la organización de
dos congresos, uno nacional y el otro internacional, sobre los derechos
del niño realizados en Buenos Aires en 1913 y 1916, como también por
los encuentros de Montevideo en 1919, Río de Janeiro en 1922 y San-
tiago de Chile en 1924, los defensores de los derechos del niño publica-
35 ENCIERROS Y SUJECIONES
esquema oficial institucional. Las monjas del Buen Pastor habían estado
acertadas al abogar por la necesidad de tratar a estos menores de mane-
ra diferente y de asegurarles educación, pero no tomaron parte alguna en
el proceso de esa transformación.
Notas
1 Alberto Martínez, Censo general de la población, edificación, comercio e industrias
de la ciudad de Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Bue-
nos Aires, 1910, vol. III, págs. 418-9.
2 Foucault, Michel, Discipline and Punish; The Birth of the Prison, trad. Alan Sheri-
dan, Vintage Books, Nueva York, 1979, pág. 257.
6 Lila M. Caimari, “Whose Criminals are These? Church, State, and Patronatos and
the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)”, The Americas
54:2 (octubre 1997):185-208.
9 Es evidente que los niños no tenían obligación de trabajar. República Argentina, Mi-
nisterio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, 1903 T. De acuerdo con el in-
forme anual del Defensor de la Zona Sud, las embarazadas menores de edad eran
enviadas con frecuencia a la Casa Correccional. Después de haber dado a luz, vol-
vían con sus bebés a la cárcel. Sin embargo, no hay mención de que en la Cárcel de
Mujeres se hayan alojado bebés. En el informe anual de 1909, el defensor Carlos
Miranda Naón declaraba que había 24 niños y 31 niñas a su cuidado en la Casa Co-
rreccional.
13 AGN, Fondo MJeIP, letra C, División Expedientes Generales, legajo 38, 1895, expdte.
308, foja 1, 21 de mayo de 1895, Madre Superiora al presidente J. E. Uriburu.
15 Había otros orfanatos de caridad en Buenos Aires, pero con frecuencia cobraban
por las clases en sus colegios y además estaban, en su mayor parte, destinados a los
varones.
41 ENCIERROS Y SUJECIONES
16 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, Infor-
mes de los Defensores de Menores, 1886, 1:69, 72; 1889, 1:131, 136; 1899, págs.
120, 141.
17 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, 2 de abril
de 1898, Informe anual del Defensor de Menores Pedro de Elizalde.
18 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra C, 1900, legajo 46, Car-
ta del doctor Abraham Zenavilla a la Madre Superiora, 20 de marzo 20 de 1900.
19 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, 1908, legajo 110,
Carta de los Defensores Figueroa, De Elizalde y Cabal, 25 de febrero de 1908.
20 AGN, Fondo MJeIP, División de Expedientes Generales, letra C, legajo 47, expdte.
314, Carta de la Madre Superiora, 4 de junio de 1900.
22 AGN, División del Poder Judicial, Fondo de Tribunales Civiles, letra G, 1920, Gi-
gena de Saldazo, sobre reclusión de su hija menor Juana Isabel, fojas 1-5, 23 de
agosto de 1920 al 1° de setiembre de 1920. El juez ordenó que Juana fuera admiti-
da en el Asilo del Buen Pastor.
25 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra A, 1910, legajo 11,
expdte. 46, Asilo Correcional de Mujeres, 12 de abril de 1910.
26 AGN, ibídem, legajo 14, expdte. 194, Respuesta de la Casa Correccional de Muje-
res a la indagación del Subsecretario, 9 de setiembre de 1913.
27 AGN, ibídem, legajo 16, expdte. 40, Asilo Correccional de Mujeres. Cuadros del
movimiento habido durante 1913.
31 Eduardo Bullrich, Asistencia social de menores, Jesús Méndez, Buenos Aires, 1919,
págs. 300-407.
e Instrucción Pública en ocasión del Primer Congreso del Niño de Ginebra, agos-
to 24-28, 1925, Cía. General de Fósforos, Buenos Aires, 1925, pág. 4.
36 Guy, Donna J., “Congresos Panamericanos del Niño 1916-1942; Pan Americanis-
mo, Reforma de Protección Infantil y Asistencia Social en América Latina”, Jour-
nal of Family History, 23:3 (Julio 1998):171-191.
Pablo Hernández
Sofía Brizuela
Desde sus comienzos, la vida religiosa femenina fue objeto de regu- Transformaciones
laciones por parte de la jerarquía eclesiástica, que intentó recluirla en un de la vida religiosa femenina
espacio cerrado, separado del contacto con el mundo cotidiano. Las mon-
jas tenían que estar encerradas entre las paredes de su monasterio para
salvaguardar su virginidad y evitar los peligros, las tentaciones y los es-
cándalos.1 El aislamiento debía garantizar la pureza y la “no contamina-
ción”, y reforzaba el lugar de subordinación que tanto en la Iglesia cató- A partir de la intervención de la
lica como en la sociedad civil ocupaban las mujeres. Ese lugar se congregación, las pautas de
fundamentaba en una concepción esencialista que consideraba al “sexo sociabilidad se ajustaron estrictamente
femenino” naturalmente incapacitado para realizar tareas y ocupar roles a las previstas en los cánones; las
vinculados con el ejercicio del poder. La vida religiosa femenina evolu- religiosas debieron someterse al nuevo
ordenamiento, ante el riesgo de la
desaparición del instituto.
* El presente trabajo se realizó en el marco del programa de investigación Monjas alineadas en el claustro.
“Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la Uni- Archivo gráfico de la Congregación de
versidad Nacional de Tucumán, dirigido por Daniel E. A. Campi. las Hermanas Dominicas de Tucumán.
45 ENCIERROS Y SUJECIONES
Elite y religiosidad Tucumán formaba parte de la diócesis de Salta, una de las más anti-
guas del país y de marcada tradición conservadora. Contaba con la pre-
sencia de las órdenes dominica y franciscana desde el tiempo de la Colo-
nia, lo que le reportaba mayor prestigio, puesto que dichas comunidades
se habían configurado como centros de difusión y ordenamiento de la re-
ligiosidad. En este sentido, fue significativa la formación de numerosas
hermandades que congregaban especialmente a las mujeres de la elite; se
trataba de asociaciones de fieles que se reunían bajo una advocación y
cuyo principal objetivo era estimular la devoción. Eran ámbitos de prác-
tica religiosa regulada, que adoptaban actividades afines a las caritativas,
destinadas a asistir a los sectores populares. Las actividades benéficas en
Tucumán se canalizaban especialmente a través de dos instituciones, la
“Sociedad de Beneficencia” y la “Sociedad San Vicente de Paúl”, que a
pesar de poseer una impronta secular eran básicamente de signo religio-
so. Estas asociaciones devotas y caritativas estructuraron un sistema de
sociabilidad que integraba a los miembros de la elite y se proyectaban a
un espacio público fuertemente impregnado por la cultura católica. Las
ceremonias sacramentales, las exequias, misas de acción de gracias y
conmemoraciones contaban con la presencia y el auspicio de prominen-
tes miembros de la clase política. Incluso ceremonias de carácter cívico,
como las fechas patrias, incluían rituales religiosos, manifestando el
ejercicio de la catolicidad en ese espacio.
En este contexto se destacaban por la sistematización de las prácti-
cas las “damas” tucumanas. La generalización de la dirección espiritual
o “guía de almas” y la adopción de un confesor que asumía en forma in-
tegral la regulación de la vida espiritual y material de la creyente sugie-
ren la vigorosa devoción de las mujeres tucumanas. Elmina Paz de Ga-
llo, por ejemplo, le pidió a su confesor un “reglamento de vida”,5 un
instructivo que pautaba minuciosamente la organización diaria del tiem-
po de su dirigida. Fue significativa en la configuración de esta geografía
católica la influencia del dominico francés Ángel María Boisdron.
Esta catolicidad, predominante en la esfera femenina, no se mani-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 48
Las dominicas de Tucumán Menos de seis meses después de fundado el Asilo de Huérfanos, se
solicitaron los permisos eclesiásticos ante el obispado de Salta para fun-
dar la congregación y el 17 de junio de 1887 comenzó el período de
prueba y formación de doce postulantes bajo la dirección de Boisdron,
en la misma casa en que se asilaban los huérfanos. El 15 de enero de
1888 realizaron los primeros votos, que revestían carácter temporal, y
tres años más tarde, los votos perpetuos.
El raudo viraje de la actividad caritativo-asistencial a la opción con-
ventual es, por lo menos, sugerente; los documentos de la Congregación
lo presentan como un único proceso. Sin embargo, esta versión sobre los
orígenes pareciera ser una construcción posterior puesto que la prensa
de la época menciona la intención del grupo de dejar el orfanato en ma-
nos de unas monjas dominicas residentes en Montevideo.7 La particula-
ridad del vuelco religioso es singular y evidente, más aún si tenemos en
cuenta que la decisión no sólo incluía la incorporación en una institu-
ción regular, sino también la creación de la misma. Los documentos de
la congregación demuestran que la figura de Boisdron desempeñó un rol
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 50
Para que una comunidad pudiera incorporarse a la vida de la Igle- Normas de la vida conventual
sia, era fundamental que se determinase la normativa a la cual se some-
tería, acorde con la misión que se proponía. En el caso de las congrega-
Clausura, autoridad y control La clausura se definía como “el espacio vital que facilita la realiza-
ción de un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mun-
do exterior”.9 La monja era esposa de Cristo y el lugar donde se desa-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 52
rrollaba esta unión debía garantizar una absoluta exclusividad; el con- La opción conventual que obligaba a
vento era el ámbito propicio. respetar la castidad, la obediencia y la
pobreza representaba para las
En el caso de las congregaciones de votos simples, dada la misión
religiosas de coro la renuncia a un
asistencial que las convocaba, la relación con el mundo era inevitable, pe- conjunto de comportamientos,
ro bajo ningún punto de vista se las dispensaba del rigor del aislamiento costumbres y valores que estructuraban
y la observancia de la clausura. Si bien ésta era menos rigurosa, las sali- su identidad. Descartando el aspecto
das debían ser las estrictamente necesarias, y la vida en el interior del espiritual, el convento no ofrecía a las
convento debía respetar el clima de silencio necesario para no perturbar mujeres de la elite beneficios diferentes
de los que su propia clase les otorgaba.
el recogimiento y el orden propios de la vida consagrada a Dios.
Para las hermanas de obediencia, en
El “espíritu de clausura” significaba la ruptura de todo vínculo pro- cambio, el convento representaba una
fano, incluso el trato con los familiares directos. Las salidas y ausencias opción muy atractiva, pues les ofrecía
temporarias debían estar justificadas por motivos de extrema gravedad la posibilidad de una vida más holgada
y/o necesidad, y siempre sometidas al discernimiento de la autoridad y cierto prestigio social.
prioral. Mandaba también evitar todo contacto o conversación super- Grupo de fundadoras con Boisdron.
Archivo gráfico de la Congregación de
fluos, especialmente con el sexo opuesto, al punto de que tenían prohi-
las Hermanas Dominicas de Tucumán.
bido mirar directamente a los ojos de un hombre.10 Los únicos autoriza-
dos para traspasar el terreno cerrado eran los obispos y, eventualmente,
para casos de urgencias o gravedad, los clérigos. En consecuencia, la re-
lación con el mundo exterior estaba intermediada por mecanismos de
control y espacios de transición o espacios filtro. Todo lo que provenía
53 ENCIERROS Y SUJECIONES
A la tarea de la atención de huérfanos
y huérfanas se sumó la educación de
niñas humildes y también de la elite.
En este sentido, el Colegio Santa Rosa,
destinado a la educación de niñas de
las principales familias tucumanas, fue
fundado para sostener el resto de las
obras de la congregación.
Formación de niñas. Archivo gráfico de
la Congregación de las Hermanas
Dominicas de Tucumán.
Comportamientos y conflictos Las disfunciones entre las normas prescriptas por la Iglesia y los
con la jerarquía eclesiástica comportamientos cotidianos de las dominicas generaron una relación
conflictiva con el prelado diocesano, la que en reiterados episodios ad-
quirió un sesgo de rebelión y enfrentamiento con la autoridad. Las ten-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 54
afuera de la Comunidad. [...] Yo juzgo que [...] el procedimiento algo es- A pesar de la vida de clausura prevista
tricto [de la priora] proviene de los abusos que ha habido antes, y que en las Constituciones, las dominicas
quiere remediarlos”. El conflicto interno por la sucesión había transfor- conservaban los altos niveles de
sociabilidad establecidos con
mado sustancialmente las relaciones dentro de la comunidad; la deses- anterioridad a su ingreso en el
tructuración del sistema jerárquico de mandos relajaba la observancia, convento, lo que se convirtió en un
pues la obediencia indiscutida de las religiosas sostenía la autoridad de motivo permanente de tensiones con la
la priora. En este contexto de anarquía resultaba imposible controlar el jerarquía diocesana.
cumplimiento de las normas y evitar la relajación de los comportamien- Grupo de monjas con una mujer de la
elite, a la salida de la iglesia de Santo
tos. Boisdron señalaba: “Que la clausura sea estricta y de monjas, o me-
Domingo. Archivo gráfico de la
nos estricta, media clausura de algunas instituciones religiosas, es clau- Congregación de las Hermanas
sura, se entiende privación de recibir o hacer visitas como dicen las Dominicas de Tucumán.
Constituciones; y si las cosas son dudosas que se pueda o no se pueda la
autoridad superior resuelve [...] el alejamiento y destrucción de las pre-
venciones que desgraciadamente se ha formado en los espíritus [...]”.18
Esta crisis interna se convirtió en la piedra de toque de la autoridad
diocesana para justificar su censura a la Congregación. En 1913, fun-
dándose en las graves situaciones que afectaban a la institución, el obis-
po de Tucumán solicitó la primera “visita canónica”; en esta oportuni-
dad, Boisdron, por sus influencias, consiguió la designación pontificia
como “visitador apostólico” para la comunidad tucumana. Esto redun-
57 ENCIERROS Y SUJECIONES
Notas
1 Cfr. Álvarez Gómez, Jesús, Historia de la vida religiosa, Publicaciones Claretianas,
Madrid, 1990.
2 De Georgio, Michela, “El modelo católico”, en: Duby, George y Perrot, Michelle
(dirs.), Historia de las mujeres, Taurus, Madrid, 1994, pág. 184.
3 Según Schatz, hasta 1880 surgieron sólo en Francia unas 400 nuevas congregacio-
nes femeninas. Schatz, Klaus, Historia de la Iglesia contemporánea, Herder, Barce-
lona.
4 Entre otras: las Esclavas del Sagrado Corazón (1872); las Concepcionistas (1877);
las Franciscanas Misioneras (1878); las Terciarias Franciscanas de la Caridad
(1880); las Pobres Bonaerenses de San José (1880); las Adoratrices del Santísimo
Sacramento (1885); las Dominicas de San José (1886); las Dominicas Tucumanas
(1888); las Hermanas de San Antonio (1889). Mignone, Emilio, “De las invasiones
inglesas a la generación del 80”, en 500 años de cristianismo en la Argentina, Cen-
tro Nueva Tierra, CEHILA, Buenos Aires, 1992, pág. 169.
7 “[Elmina Paz de Gallo] Ahora se propone construir un edificio adecuado cuya di-
rección entregará a las Hermanas de la Caridad, que desde ya ha solicitado a Mon-
tevideo para entregarle el cuidado de los huérfanos...”, AHT- El Orden, 8/2/1887.
8 Constitución de las Hermanas Dominicas de Tucumán (en adelante CHDT), pág. 20.
11 Archivo del Obispado de Tucumán (en adelante, AOT), carta de Ignacio Colombres
al Vicario Capitular de la Diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, 1887.
15 “Hay que atender seriamente este punto sin vana escrupulosidad, siendo cierto que
para las personas que no están llamadas a seguir vías extraordinarias (y Dios nos li-
bre de las que se creen así llamadas) una buena salud es la base necesaria del traba-
CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 62
22 Ibídem.
El encierro en los campos
de concentración
Victoria Álvarez
El análisis de las formas simbólicas de violentamiento, de imposi- Si bien cada campo de concentración
ción de sentidos, cobra especial énfasis en la historia de las mujeres. Sus tuvo sus características especiales, la
cuerpos, sufrimientos, gozos, proyectos y acciones han intentado res- Escuela de Mecánica de la Armada
fue el que dio más que hablar. Uno
ponder a los mandatos de religiosos y científicos que les han dicho có-
de sus rasgos característicos fue la
mo son, de qué enferman, cómo sienten, qué desean. Hasta tal punto, “maternidad” improvisada en el
que sus vidas y subjetividades parecieran dar razón a tales discursos campo, adonde iban a dar a luz no sólo
cuando en realidad son su consecuencia y no su causa.1 las detenidas por el Grupo de Tareas
“La violencia a las mujeres –sostiene Marcela Lagarde– es una cons- de la Armada sino también
embarazadas secuestradas por
tante en la sociedad y en la cultura patriarcales. Y lo es, a pesar de ser
otras fuerzas.
valorada y normada como algo malo e indebido, a partir del principio Collage de León Ferrari: fachada
dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres, y del correspon- de la Escuela de Mecánica de la
diente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos Armada sobre un detalle del Juicio
naturales de su poder, la fuerza y la agresividad.”2 Final del Bosco.
La violencia hacia las mujeres es un supuesto de la relación genéri-
ca patriarcal previo a las relaciones que establecen los particulares; las
formas que adquiere son relativas al ámbito en que acontece. En este
sentido, la violencia que se ejerció contra las mujeres detenidas en los
campos de concentración a cargo de la más cruenta dictadura militar ar-
gentina excede los límites imaginables.
La maternidad en cautiverio “En nada beneficiaba ser mujer, ni estar embarazada”, concluye Su-
sana Reyes, que fue secuestrada a los cinco meses de su embarazo. “Las
mujeres fueron violadas y sometidas. A la Jefatura se llevaban chicas pa-
ra cocinar, servir y vivir con ellos. Tenían que dormir con ellos, se ma-
quillaban y a veces las sacaban del campo. Como mujer tenías más co-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 70
sas por las que sufrir. A Rosita, que estaba embarazada de ocho meses,
le hicieron cesárea y la “trasladaron” sin siquiera decirle lo que había te-
nido. Había un tipo que me decía: ‘ése va a ser para mí’. Y me traía co-
mida para que me cuidara, porque mi hijo iba a ser suyo. Tuvieron que
poner a Graciela Moreno en mi cucha porque yo me dejaba morir. Ella
era amorosa, trataba de levantarme el ánimo. Tenía tres hijos, había si-
do violada y estaba embarazada de su violador. Ver a las madres así es
muy duro. Esta chica no apareció más.
”Un día –continúa Reyes–, me tocó a mí llevar la comida y cuando
llegué a Mirta Pargas, la vi llorando a mares con las fotos de los nenes.
Le di una palabra de aliento y me pescaron. Me hicieron quedar veinti-
cuatro horas parada. No me podía mover, y si se me aflojaban las rodi-
llas, me pegaban en las piernas. Me hice pis, no me dieron de comer en
veinticuatro horas. Esta mujer después pasó a la ‘Q’ (‘sala de los que-
brados’) y se olvidó de todo. Yo estaba de seis meses, panzona; por ahí
me podrían haber dado unos bifes y chau. Pero ellos quisieron verme hu-
millada, cayéndome.”
Hubo, sin embargo, algunas excepciones. Adriana Calvo, a quien se-
cuestraron embarazada de siete meses, cuenta que “a pesar de no ser es-
te régimen de vida ni siquiera humano, en Arana era privilegiado respec- Susana Reyes estaba embarazada de
to del de los hombres, que estaban literalmente tirados en el piso, sucios, siete meses cuando fue secuestrada en
con piojos, con infecciones. Heridos o desnudos, no podían moverse ni casa de sus suegros y llevada a “El
Vesubio”. La liberaron tres meses
hablar demasiado por miedo a los castigos y comían la mitad de las ve- después, el 16 de septiembre de 1977,
ces que nosotras”. justo cuando cumplió 21 años. Ésta es
En este sentido, Ana Di Salvo, psicóloga detenida en “El Vesubio”, una de las únicas tres fotos que tiene
recuerda que “las reglas disciplinarias eran mucho más estrictas con los embarazada y fue tomada por su mejor
varones que con las mujeres. Las mujeres podían ir al baño mañana, tar- amiga en la Recoleta. Pese a la
angustia de albergar un hijo en las
de y noche. Eso era un privilegio. Los varones iban una vez por día, y si
condiciones de su detención, Susana
no, tenían que pasarse un tacho. Nuestro baño era una diversión para los asegura que en ese momento el bebé le
guardias. A las mujeres nos miraban. Con los varones, se burlaban del dio fuerzas para seguir viviendo.
tamaño del pene, de la edad. Los hombres podían hablar menos. Y mien-
tras nosotras conversábamos, distraíamos a los guardias para que ellos
pudiesen hablar”.14
La maternidad en los campos constituye “uno de los cuadros de ho-
rror más crueles que pueda planificar y llevar a cabo un individuo: el
llanto de bebés mezclado con gritos de tortura”,15 según define Nilda
Actis Goretta, secuestrada en la ESMA. El bebé en el vientre no hacía
sino aumentar el miedo de las madres por su futuro. Pero en el caso de
algunas sobrevivientes, significó una fuente de vida que les dio fuerza
para transitar ese infierno.
“Yo creo que estar embarazada me ayudó”, reflexiona Susana Reyes.
“Primero porque me generó una conexión distinta, algo en que pensar.
71 ENCIERROS Y SUJECIONES
El “proceso de recuperación” Desde la óptica militar, “las mujeres guerrilleras ostentaban una
enorme liberalidad sexual, eran malas amas de casa, malas madres, ma-
las esposas y particularmente crueles. En la relación de pareja eran do-
minantes y tendían a involucrarse con hombres menores que ellas para
manipularlos”.19 Éste era el arquetipo de mujer que había que erradicar
y convertir en el de madre y esposa convencional, es decir, el modelo de
subjetividad femenina impuesto por la reeducación y la disciplina con-
centracionarias. La política de la dictadura persiguió la vuelta a los va-
lores morales y sexuales “occidentales y cristianos” que la militancia re-
volucionaria “había hecho peligrar”.
Por medio de la tortura, la violación y la humillación, el campo de
concentración buscó modelar a las mujeres “rebeldes” pero “recupera-
bles” y enseñarles el rol en la sociedad occidental y cristiana –patriar-
cal, por supuesto– que reservaban para ellas los represores. El proceso
de reeducación en los campos apuntó a devolver a las mujeres a su lu-
gar “natural”: el hogar, y más específicamente, la cocina y la cama, de
donde se habían alejado para participar de la “subversión”. Así, las mu-
jeres lavaban y planchaban la ropa de todos los prisioneros y represores
del campo, servían la mesa de los colaboradores, tenían que ser dóciles,
serviciales, se perfumaban, se maquillaban y se vestían para “adornar el
paisaje”. Las mujeres trabajaban en la cocina, mientras los represores
discutían “cosas de hombres” y los prisioneros cortaban el pasto o lava-
ban los autos. Las mujeres eran convocadas a las reuniones con los al-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 74
Sucumbir o resistir. Pilar Calveiro señala una paradoja: “Al tiempo que es un centro de
Los vínculos en el campo reunión de prisioneros, es en el centro clandestino de detención donde
el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible”.20 Por eso,
todo intento por relacionarse con otras detenidas implicaba una forma
de vencer la compartimentación inherente a la naturaleza del campo y
una búsqueda de la individualidad por medio del encuentro con el otro.
La política represiva de los campos y la tortura fueron muy eficaces en
aterrorizar y controlar a la sociedad, pero ningún sistema es perfecto, y
las relaciones interpersonales que pudieron escapar del control desafia-
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 76
La vida y la muerte. Dentro del campo de concentración, los represores tenían poder de vi-
Nuevos parámetros da y muerte sobre los prisioneros y prisioneras. “Nosotros somos Dios”:
muchos testimonios coinciden en que ésta era una frase reiterada por los
torturadores. La aparente arbitrariedad con que podían matar o “devol-
ver” la vida aumentaba el sentimiento de impotencia, de que no se po-
día pelear contra la “irracionalidad”. Y a su vez generó en las sobrevi-
vientes una sensación de agradecimiento al hombre que les había
“perdonado” la vida. La vida y la muerte adquirieron otro significado en
el campo, y en su valoración entraron en juego parámetros distintos de
los que regían afuera.
“Estos señores son vistos como señores de la muerte –analiza Gra-
ciela Daleo–. Y en realidad ejercieron como señores de la vida y de la
muerte. Porque hace falta un poder muy grande para matar. Pero hace
falta un poder mayor para no matar y dejarte vivo como cautivo, para
que sientas permanentemente que él no te mató e inspirarte agradeci-
miento. Estas dictaduras transformaron lo que es el derecho a la vida del
hombre en una concesión del poder. Y conceder la vida es tan terrible
como decidir la muerte. Ser dueño de la vida no es sólo decidir matarte
sino determinar cómo vas a vivir, y hacer que estés eternamente agrade-
cido por estar vivo.
”En mí convivían la vida y la muerte todo el tiempo, la sensación de
que nos iban a matar y de que íbamos a vivir –continúa Daleo–. ¿Cómo
se traducía mi convicción de que nos iban a matar?: por ejemplo, a ve-
ces me preguntaba ‘¿cómo puede ser que después de haber estado un
EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 82
año y medio con Rosita, no sepa su apellido? Si total me van a matar’, El 21 de septiembre de 1983 se llevó a
pensaba. Además manteníamos ciertos códigos de la militancia: no le cabo la segunda Marcha de la
Resistencia, convocada por Madres de
preguntábamos el apellido al otro para no ponerlo en riesgo, lo cual era
Plaza de Mayo en reclamo por sus
absurdo, porque el otro ya estaba ahí adentro. A veces me atormento hijos desaparecidos. Estudiantes y
pensando ‘¿por qué no le pregunté el apellido a Fulano?’. Yo creía que artistas plásticos empapelaron la Plaza
me mataban pero también que iba a vivir. Los uruguayos tienen una ex- de Mayo con las célebres Siluetas,
presión: ‘la vida puede más’. Aunque vos estés convencido de la muer- evocando a través de estos cuerpos sin
te, mientras estás vivo, estás vivo.” rostro a los compañeros secuestrados y
asesinados por la dictadura militar.
“A mí me soltaron durante la guardia de ‘Techo’ –recuerda Susana Gentileza de Ricardo Cárcova.
Reyes–. Entonces le pedí que me dejara despedirme de mis compañeras
y cuando me estaba por ir, abracé al custodio y le dije ‘gracias por to-
do’. Ahora lo pienso y me pregunto: ‘¿gracias, por qué?’. Pero ahí uno
mide todo con otros parámetros. Tal vez le agradecí porque castigó al ti-
po que me había pegado, porque me dejó despedirme de mis compañe-
ras. Hoy pienso que es una locura, pero entonces sentí que tenía algo que
agradecerle.”
“Cuando estás metida en ese cuartito –explica Graciela Daleo–, la
comida, el sueño, la ropa, el futuro, tu vida depende del torturador. Te
83 ENCIERROS Y SUJECIONES
hizo fue la encubierta, con soldados y policías vestidos de civil, en los En 1984, las Madres de Plaza de Mayo
coches sin chapa. Pero para que esa represión clandestina tenga un efec- convocaron a la que se recordó como
to social multiplicador hacia todos, esa represión debe conocerse. En- la Manifestación de las Máscaras. En
una puesta en escena a la vez política y
tonces, por un lado, los medios no tenían que hablar de lo que sucedía. estética, estas máscaras denunciaron el
Si uno hace un rastreo en los diarios, ve que el terror apareció; pero na- exterminio de las identidades, de las
da tenía responsables: ‘treinta cadáveres dinamitados en Pilar’; ‘se en- historias y de los cuerpos de los
contró fusilado un sujeto masculino en el Obelisco’; ‘fueron hallados prisioneros en los campos de
cinco cadáveres en la costa uruguaya...’. Pero hubo otra forma de tras- concentración y de sus hijos, que
siguen siendo cautivos de una mentira
mitir el terror, y para eso nos utilizaron a nosotros como multiplicado-
representada por sus padres de facto.
res del horror, si bien el mandato explícito cuando nos liberaban era ‘no Gentileza de Roberto Pera.
digas nada’. A un sobreviviente de ‘El Olimpo’, cuando lo tiran en la ca-
lle le dicen: ‘Esperá diez minutos antes de sacarte la venda y no mires
para atrás’. Esto tiene varias lecturas: no nos mires a nosotros, no mires
tu pasado de militante, no mires lo que pasó adentro del campo, olvida-
te, esto no ha pasado, te va a dejar una marca eternamente. Si bien el
mandato expreso es callar, ¿cuál es el denominador común de los sobre-
vivientes?: para que el terror sea efectivo, tiene que ser conocido. ¿Có-
mo se hacía conocer el terror si desde el nivel oficial se negaba? A tra-
85 ENCIERROS Y SUJECIONES
Notas
1 Giberti, Eva, La mujer y la violencia invisible, Sudamericana, Buenos Aires. 1992,
pág. 17.
2 Lagarde, Marcela, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, pre-
sas y locas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997, pág. 258.
3 Calveiro, Pilar, Poder y desaparición, Colihue, Buenos Aires, 1998, págs. 27 y 92.
El destacado corresponde al original.
5 Bunster, Ximena, “Sobreviviendo más allá del miedo”, en La mujer ausente. Dere-
chos humanos en el mundo, Isis Internacional, 1991, pág. 47.
8 Eltit, Diamela, en Debate Feminista, año 7, vol. XIV, “Cuerpos nómadas”, octubre
de 1996, pág. 108.
10 Lagarde, Marcela, Los cautiverios..., ob. cit., págs. 261, 267 y 268.
11 Testimonio de C. G. F., Nunca más, ob. cit., pág. 49. La mayoría de las víctimas de
violaciones son nombradas en el informe por sus iniciales.
13 Testimonio de D. N. C., Nunca más, ob. cit., pág. 155. El destacado es nuestro.
18 Calveiro, Pilar, Poder..., ob. cit., pág. 94. El destacado corresponde al original.
La costura fue un bolsón de empleo siglo XX. Durante muchos años, la experiencia industrial fue dejando
femenino y podía realizarse en el huellas profundas en las prácticas y en las ideas que sobre el trabajo te-
hogar o en los numerosos talleres nían varones y mujeres. En la fábrica, como en la escuela y en la fami-
que se diseminaron por la ciudad
lia, se inculcan ciertas normas y valores que, con el tiempo, son consi-
de Buenos Aires.
Obrera en un taller de costura,
derados naturales.3 Las prácticas cotidianas y el lenguaje de todos los
ca. 1920. Archivo General de la días estructuran la percepción concreta y simbólica de la vida social y se
Nación, Departamento Fotografía. diferencian en cada momento histórico.
Cuando el sistema de fábrica se difundió en la Argentina de fines del
siglo XIX, los hombres y mujeres que se incorporaron en el trabajo fa-
bril otorgaron, a partir de esa experiencia, diferentes significados a las
labores industriales. La división sexual del trabajo comenzó a ser perci-
bida como un estado de desigualdad y como una doble forma de some-
timiento para las mujeres; en cambio, para los hombres fue el motor que
los convirtió en sujetos de derecho.
Aunque la estructura de la producción se delineaba como masculina,
las mujeres entraban en las fábricas y formaban en ese contexto sus pro-
pias identidades. El ingreso de las mujeres en el trabajo asalariado era
siempre conflictivo, pues generaba tensiones con sus obligaciones fami-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 93
La transformación económica y social que se produjo en nuestro país Las mujeres en las fábricas
desde la segunda mitad del siglo XIX abrió nuevas oportunidades de
empleo para hombres y mujeres. Aunque la economía argentina estaba
basada en la producción agrícola-ganadera, la industria fue uno de esos
espacios donde era posible encontrar un número nada desdeñable de
mujeres que producían bienes para un mercado consumidor en crecien-
te expansión. El desarrollo de esas actividades fue desigual en todo el te- En los frigoríficos, la sección Conserva
era uno de los departamentos donde se
rritorio nacional. La región pampeana, convertida en un polo dinámico
concentraba el trabajo femenino.
de crecimiento económico, concentró la mayor cantidad y diversidad de Frigorífico Swift, Berisso, ca. 1950.
actividades industriales; en el resto del país predominaban los pequeños Archivo General de la Nación,
talleres, salvo en las agroindustrias azucarera y vitivinícola, que eran im- Departamento Fotografía.
94 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Aunque las condiciones de trabajo podían variar de una fábrica a otra El trabajo femenino: un jirón
y entre las diferentes ramas industriales, se fue consolidando durante la del hogar abandonado
primera mitad del siglo XX un conjunto de nociones básicas que se con-
virtió en un sustrato común para clasificar y calificar el trabajo de hom-
bres y mujeres. Al constituirse y afianzarse la función reproductora de
las mujeres, las obreras fabriles tenían que compaginar su relación con
la producción (horarios, tareas, jerarquías) con esas nociones. “Entrar a la fábrica era salvarse”,
El ingreso de las mujeres en las fábricas se producía en un contexto decía una obrera. El trabajo permitía
escapar de la miseria o satisfacer las
discursivo y práctico en el que se mezclaba su propia experiencia como
necesidades materiales de una familia.
mujer trabajadora con las imágenes que se conformaban alrededor del Obreras esperando para entrar en la
ideal maternal, la familia y el hogar como centrales en la vida femenina. fábrica, 1928. Archivo General de la
La “cuestión familiar”, como un objeto problemático que convocaba al Nación, Departamento Fotografía.
96 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Bellas, elegantes y sensuales el otro derecho de inmiscuirse en lo que le parece; pero de esta mane-
ra ¿qué es de la familia? ¿De los niños que apenas balbucean y de los
niños que mañana han de ser nuestros continuadores? En dos sitios al
mismo tiempo es imposible encontrarse [...] Si la hembra quiere salir a
la calle, el macho debe quedarse forzosamente en la casa [...] Si no,
¿quién cuida el hogar y para qué un hombre se une a una compañera si
ésta experimenta más predilección por un garrote que por la eficaz es-
coba?”.12 El cuidado del hogar competía, con todo el peso moral que
podía significar un hogar abandonado, con el trabajo extradoméstico
asalariado. Por eso el concepto de necesidad fue la válvula de escape a
las presiones morales y al conflicto que significaba entrar en la fábrica
o el taller.
Aunque el ideal maternal se mantuvo a lo largo de la primera mitad
del siglo XX, se produjeron en las décadas de 1920 y 1930 algunas mo-
dificaciones importantes en el lenguaje referido a las mujeres. Las revis-
Las mujeres se incorporaron al trabajo tas empresarias –que se multiplicaron desde los años Treinta– y algunos
en las artes gráficas, pero generaron periódicos obreros propagaron ciertos discursos y prácticas relacionados
fuertes resistencias entre sus
con los cuerpos masculinos y femeninos.13 La difusión de la gimnasia y
compañeros varones.
Obrera encuadernadora, 1919. Archivo los deportes, la constitución de equipos deportivos femeninos (básquet
General de la Nación, Departamento y natación) conformados por obreras y empleadas fabriles dieron forma
Fotografía. a la necesidad de un estado físico armonioso y equilibrado no sólo ne-
cesario para el desarrollo armónico del cuerpo y para la gracia, agilidad
y elegancia en los movimientos sino también para tener una vida más
placentera.
“Practicar en la mujer la gimnasia sana e higiénica es conservar su
salud e ideal estético para mantener y perfeccionar la natural belleza de
sus formas”, se decía en la publicación de la fábrica textil Grafa. La ima-
gen del cuerpo bello y armónico competía con la de la pobre obrera es-
cuálida, poseedora y portadora de un cuerpo carente de atractivos que se
asociaba al trabajo industrial femenino.
Las publicaciones relacionadas con el trabajo fabril estaban a tono
con el interés por los temas relacionados con el cuerpo, por las cuestio-
nes asociadas con el placer sexual y la idea del matrimonio perfecto, no
sólo en nuestro país sino también en Europa.14
La difusión de estos temas en los ámbitos laborales no sólo se en-
cuentra entre las páginas de las publicaciones obreras y de los empresa-
rios; el juicio por accidente de trabajo iniciado por una obrera cuando
promediaba el siglo muestra el grado de materialización de esas prácti-
cas discursivas.15 Elba Isassa trabajaba en la empresa de Jamil y Nuri
Cabuli, ubicada en Florida, provincia de Buenos Aires. La fábrica era
una de las empresas medianas y chicas que daban su fisonomía a algu-
nos barrios de la Capital Federal como Chacarita, Barracas o Villa Cres-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 101
entre hombres y mujeres era amplia: los salarios femeninos eran entre
un 30 y un 50 por ciento inferiores a los masculinos. Por ejemplo, en
1914 un varón ganaba un salario diario promedio de 3,81 pesos y una
mujer, 2,38; en 1917, 3,70 y 2,26; en 1922, 6,50 y 4,02; en 1929, 6,65 y
4,05 pesos, respectivamente.19
El mantenimiento de la desigualdad salarial representaba un punto
de acuerdo entre los empleadores y las organizaciones gremiales, diri-
gidas por los varones. Ese consenso entre clases sobre el carácter com-
plementario del trabajo femenino y sobre la desigualdad salarial (más
allá de la retórica de la igualdad expresada en la consigna de “igual sa-
lario por igual trabajo”) se extendía a las divisiones y jerarquías labo-
rales, a las calificaciones y al ejercicio de la autoridad y el poder en las
fábricas. La naturaleza de la mujer 20 justificaba, entonces, la discrimi-
nación salarial y, ante la demanda de “igual salario por igual trabajo”,
la disparidad de los criterios usados para la calificación mantenía la de-
sigualdad.
La organización del trabajo en las diferentes secciones de un estable-
cimiento y las responsabilidades de control también se apoyaban en no-
torias diferencias entre varones y mujeres. Ellas podían ser encargadas
y hasta capatazas, pero casi nunca ejercían las más altas funciones ni en
su sección ni en su departamento. En el mundo moderno, las activida-
des técnicas y la supervisión estaban preservadas para el hombre, lo que
de hecho significaba que el ejercicio de la autoridad era masculino.
El poder masculino se consolidaba en los lugares de trabajo y no
desapareció ni se amortiguó cuando se formaron las organizaciones
gremiales, porque también ellas diseminaban la noción de que el traba-
jo femenino era diferente, complementario y poco calificado, aunque
utilizaran en algunas ocasiones un lenguaje que impulsara criterios de
equidad.
na y se prohibió el despido por embarazo. Pero fue recién con la ley san-
cionada en 1934 y la creación de la Caja de Maternidad que se intentó
resolver esa tensión entre empleo y maternidad al establecer la licencia
pre y posparto con goce de salarios.
En las décadas de 1930 y 1940, las mujeres obreras reclamaron el
cumplimiento de la ley, reapropiándose de la noción del carácter tutelar
del Estado. La necesidad de protección fue el argumento que les permi-
tió intervenir públicamente de un modo legítimo y ello les abrió el ca-
mino para su parcial integración en las estructuras sindicales.
Las mujeres no sólo encontraron la manera de decir y actuar en las
organizaciones gremiales con las palabras que les proponía el discurso
hegemónico, también en el seno de la familia se experimentó la posibi-
lidad de renegociar espacios para la toma de decisiones. La reglamenta-
ción del trabajo femenino había establecido la necesidad de instalar La expansión del consumo y de las
actividades comerciales creó un
guarderías en las fábricas para los hijos de las obreras madres. El desa-
espacio para la inserción de las
rrollo de estas políticas de bienestar en las empresas posibilitó la con- mujeres en el trabajo asalariado.
ciliación de obligaciones domésticas y trabajo asalariado y, al mismo Cajera, 1929. Archivo General de la
tiempo, las mujeres jóvenes y sin hijos –un porcentaje ciertamente ma- Nación, Departamento Fotografía.
108 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Conclusiones En la primera mitad del siglo XX, las mujeres que ingresaban en el
trabajo industrial se enfrentaban con el mandato reproductivo y con una
situación de desventaja que se apoyaba en las nociones de organismo fe-
menino, diferencia biológica y maternidad social. Durante esas décadas
se definió al trabajo femenino en función de su domesticidad y de la no-
ción de mujer=cuerpo reproductivo, y ambos fueron un componente im-
portante y duradero de la cultura del trabajo.
La segregación ocupacional, la discriminación salarial y las difi-
cultades para integrarse en las estructuras sindicales fueron las formas
que en el largo plazo consolidaron una situación de desigualdad para
las mujeres. Las dificultades para modificar las formas de exclusión
derivadas de la experiencia fabril y de la cultura del trabajo que en
ellas se gestaba reprodujo y mantuvo la inequidad (salarios, califica-
ción) y la subordinación laboral (jerarquías y autoridad) de las muje-
res obreras.
En las fábricas se creaban sentidos, se otorgaban significados y se
gestaban legitimidades: la cultura de la fábrica era también una bata-
lla de significados que pueden asociarse a los más conocidos y habi-
LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 109
Notas
1 La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989, pág. XVII.
3 Utilizo aquí el concepto de habitus de Bourdieu. Para este autor, la división mascu-
lino/femenino se aprende en lo cotidiano y se convierte en un mecanismo de pro-
ducción y retransmisión de sentidos. Bourdieu, Pierre, El sentido práctico, Taurus,
Madrid, 1991.
4 Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico Ar-
mour, 1915-69”, en Anuario IEHS, 5, 1990, Universidad Nacional del Centro de la
Provincia de Buenos Aires; “Mujeres obreras, protesta y acción gremial en Argenti-
na: los casos de la industria frigorífica y textil en Berisso”, en Barrancos, Dora
(comp.), Historia y género, CEAL, Buenos Aires, 1993; “Women workers in the
‘Cathedral of Corned Beef’: structure and subjectivity in the Argentine Meatpacking
Industry”, en French, John D. y James, Daniel (comps.), The Gendered Worlds of
Latin American Women Workers. From Household and Factory to the Union Hall
and Ballot Box, Duke University Press, Durham y Londres, 1997.
6 Badoza, Silvia, “El ingreso de mano de obra femenina y los trabajadores calificados
en la industria gráfica”, en Knecher, Lidia y Panaia, Martha (comps.), La mitad más
uno del país. La mujer en la sociedad argentina, CEAL, Buenos Aires, 1994.
7 Lobato, Mirta Zaida, “Women workers in the ‘Cathedral of Corned Beef’...”, ob.
cit.; “La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera.
Berisso, 1907-70”, tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de
Buenos Aires, julio de 1998.
9 La Protesta, 27/3/1919.
10 Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo XI, febrero de 1916, págs. 456 y 457.
11 La Protesta, 18/3/1919.
12 La Protesta, 22 /3/1919.
13 He consultado Club Grafa. Revista Oficial, 1940-1942, y Swiftlandia para las mis-
mas fechas.
17 “La mirada y los ojos son, entonces, centros dobles de expresión y comunicación de
imanes del deseo erótico”, Sarlo, Beatriz, ibídem, pág. 124.
19 Entre las fuentes oficiales puede consultarse Boletín Oficial Departamento Nacio-
nal del Trabajo, n° 14, 30/9/1910; n° 33, 30/1/1916; n° 36, enero de 1918; n° 42,
enero de 1919; Crónica mensual. Departamento Nacional del Trabajo, enero de
1930.
20 Según Olivia Harris (“La unidad doméstica como unidad natural”, Nueva Antropo-
logía, vol. VIII, n° 30, México, 1986), la identificación de las mujeres como parte
de una esfera “natural” da “un aire de finalidad o de eternidad a situaciones que sue-
len ser muy transitorias”.
24 Roldán, Martha, “La ‘generización’ del debate sobre procesos de trabajo y reestruc-
turación industrial en los 90. Hacia una nueva representación androcéntrica de las
modalidades de acumulación contemporáneas”, Estudios del Trabajo, n° 3, Buenos
Aires, 1992, pág. 103
Obreras, prostitutas y mal venéreo
Un Estado en busca de la profilaxis
Karin Grammático
encontrarse en casa dos horas después de la puesta del sol, a no ser que
tengan motivo justificado para faltar a ello [...] deberán siempre llevar
consigo su retrato en una tarjeta fotográfica, en el cual estará anotada la
calle y número de la casa de prostitución a que estén adscriptas, su nom-
bre y el número de orden que les corresponda en el registro de la inscrip-
ción, siendo además timbrada por la Municipalidad”.
Los defensores de la reglamentación –entre ellos, destacados higie-
nistas– lograron imponer su posición apelando a la amenaza de las ve-
néreas. Sostenían que mediante el control sobre los cuerpos de las pros-
titutas se limitaba la difusión de la enfermedad y se protegía la salud de
los varones; además, la prostitución enclaustrada en burdeles habilitados
evitaba la “descarada” circulación de prostitutas callejeras y el estable-
cimiento de tugurios clandestinos.
La prostitución legal resultó para el Estado una de las herramientas
fundamentales para consolidar y proteger a la nación en ciernes. Según
el análisis de Donna Guy, la reglamentación permitió distinguir a las
“mujeres públicas” de aquellas que cumplían con los patrones de acepta-
bilidad social y moral imperantes en la época.1 Éstos fijaron y naturali-
zaron el tipo de conducta que las mujeres debían seguir. La procreación,
la responsabilidad en la crianza de los hijos, el buen funcionamiento del
hogar fueron las principales y exclusivas tareas a cumplir, en tanto se las
iba construyendo como inherentes a la condición femenina. Este conjun-
to de acciones representaron la contribución más requerida y necesaria
de las mujeres, porque en el bienestar de las familias, que sólo ellas po-
dían asegurar, se ponía bajo resguardo la “salud” de la nación. Si el com-
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 115
verso que no posea en su sangre el virus infectante de la sífilis, ni en sus Hasta bien entrado el siglo XX se
órganos tampoco el virus infeccioso de la blenorragia. Por lo tanto, es consideró a las prostitutas como
menester que se divulgue esta gran verdad, a fin de que el individuo se- fuente y propagadoras exclusivas
de las enfermedades venéreas.
pa protegerse”.8 Si bien la idea de la mujer como única agente de conta-
En este grabado francés del siglo XIX
gio estaba superada por informes científicos, aún era sostenida. No era se retrata a un hombre enfermo de
suficiente terminar con el reglamentarismo, había que terminar con las sífilis que, con gesto desesperado,
prostitutas. En sus cuerpos, el mal venéreo recobraba toda su visibilidad. trata de impedir la entrada de dos
Desde la perspectiva de muchos de los legisladores y reformadores mujeres a su habitación.
Tomado de Histoire de la population
sociales, la liquidación de los burdeles legales traería la felicidad a las
française 3. Presses Universitaires de
prostitutas porque “la supresión de la patente, la supresión de ese estig- France, 1988.
ma, de esa marca indeleble que es la prostituta profesional es algo en
favor de su redención... Por aquí un señor diputado me apunta que a
esas mujeres no les importa el estigma, pero lo que interesa no es que
a ellas les importe o no, sino que importa a la sociedad que esa pobre
mujer que pudo caer en esa profesión deshonesta, en esa verdadera es-
clavitud –algunas por pobreza, otras por un deseo de lujo y otras, las
120 CUERPOS Y SEXUALIDAD
En los últimos días de diciembre de 1936, la Ley de Profilaxis fue Los resultados
sancionada. A partir de entonces se abría un nuevo período que se pensa-
ba lejos de las controversias relacionadas con la prostitución y las pros-
titutas. El cálculo fue errado, y no sólo en esa cuenta.
La primera gran discusión giró en torno de la interpretación del artícu-
lo 17: “Los que sostengan, administren o regenteen, ostensible o encubier-
tamente, casas de tolerancia, serán castigados con una multa de 1.000 pe-
sos. En caso de reincidencia sufrirán prisión de 1 a 3 años, la que no
podrá aplicarse en calidad de condicional. Si fuesen ciudadanos por na-
turalización, la pena tendrá la accesoria de pérdida de la carta de ciuda-
danía y expulsión de un país una vez cumplida la condena, expulsión que
se aplicará, asimismo, si el penado fuese extranjero”.
124 CUERPOS Y SEXUALIDAD
En los años cuarenta los médicos Esta dilatación en la concreción de las uniones matrimoniales, general-
comenzaron a relacionar el problema mente asociadas a factores económicos, provocaba situaciones “incier-
de las enfermedades venéreas con el tas” entre hombres y mujeres. Cómo sostener un noviazgo (que se ex-
comportamiento “promiscuo” de las
tendería en el tiempo) decente sin dar lugar a “actos deshonestos”, si los
muchachas. Los bailes eran lugares
indicados para que las jóvenes varones no podían saciar sus instintos atendiendo a los límites que im-
dañasen su reputación. ponía la Ley de Profilaxis. Noviazgos largos, trabajo femenino y Ley de
Archivo General de la Nación, Profilaxis daban lugar al “amor libre o clandestino” (las relaciones en-
Departamento Fotografía. tre hombres y mujeres “con incidencias sexuales extralegales y extrafa-
miliares”). En otras palabras, se había creado una situación potencial-
mente inmoral, propiciada por la ley, donde las mujeres decentes
mancharían su reputación.16 No es extraño que los médicos comenza-
ran a plantear el problema del control de las enfermedades venéreas en
OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 129
Notas
1 Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955,
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
16 Greco, Nicolás, “La ley abolicionista 12.331 de Profilaxis de las enfermedades ve-
néreas debe reformarse”, en Archivos de la Secretaría de Salud Pública..., ob. cit.;
Pareja, Ernesto, “Los artículos 15 y 17 de la ley 12.331 no han resuelto un serio pro-
blema social”, en Revista de Policía y Criminalista, tomo IV, nº 18, pág. 19.
17 Carrera, José Luis, “Medidas urgentes a adoptar para detener el aumento de sífilis
en la Capital Federal”, en La Prensa Médica Argentina, Buenos Aires, 1945, pág.
838, y “Pavoroso incremento de sífilis temprana en la Capital Federal”, en La Pren-
sa Médica Argentina, Buenos Aires, 1946, pág. 283.
Milonguitas en-cintas
La mujer, el tango y el cine
Una cara de la Luna La unificación del Estado argentino se produce entre 1862 y 1880.
En un complejo proceso, se impuso la obediencia a un gobierno central,
se eliminó violentamente la resistencia de los últimos caudillos federa-
les –Ángel Vicente Peñaloza (“El Chacho”), Felipe Varela y Ricardo Ló-
pez Jordán–, al mismo tiempo que se dominó a los sectores bonaerenses
más intransigentes, que rechazaban la federalización de Buenos Aires.
La consolidación del Estado moderno implicó la definición del mo-
delo económico a implementar en el país: productor de materias primas
en función directa de los requerimientos del mercado mundial.
Será un régimen oligárquico el que ponga en marcha los procesos
transicionales (creación de un mercado de trabajo, de tierras, inmigra-
ción, etc.) mediante un estricto control del acceso a los cargos de go-
bierno y la administración pública por medio del fraude electoral. Du-
rante los primeros años del siglo XX, este régimen tuvo que afrontar la
oposición del partido radical, que organizaba levantamientos armados
contra el fraude electoral, y el surgimiento de un movimiento obrero
que, hegemonizado por la tendencia anarquista, organizaba sindicatos y
huelgas para reclamar por los problemas sociales que ese modelo políti-
co-económico había desencadenado y cuya dirigencia no mostraba in-
tenciones de resolver.
El régimen se sintió fuertemente amenazado, y aparecieron diver-
gencias internas sobre el modo de resolver los conflictos. El sector lide-
rado por Roca era partidario de la continuación del orden vigente y la re-
presión. Otro sector, en el que se encontraba el entonces presidente Fi-
gueroa Alcorta junto a un número cada vez mayor de políticos conser-
vadores, sostuvo la necesidad de promover una reforma política y esta-
blecer un régimen representativo. En 1910 triunfó la posición reformis-
ta y asumió la presidencia Roque Sáenz Peña. Éste impulsó dos leyes
que se sancionarían en 1912: la confección de un nuevo padrón electo-
ral y el establecimiento del voto “secreto y obligatorio” para toda la po-
blación masculina.
Es en este arco temporal donde se inscriben los orígenes del tango co-
mo música prohibida y prostibularia, y la constitución de la “orilla” como
espacio marginal.
Con la construcción del nuevo puerto en Buenos Aires (1870) se pro-
ducen modificaciones urbanas: se relocaliza geográficamente el barrio
rico de la ciudad, que se desplaza del sur al norte. En consecuencia, zo-
nas anteriormente marginales como Retiro y Recoleta se transforman en
espacios urbanos distinguidos, poblándose de quintas aristocráticas y
palacios afrancesados. Al mismo tiempo, el barrio del Alto (San Telmo),
tradicional espacio de residencia de la oligarquía, queda en poco tiem-
po despoblado de sus tradicionales y poderosos habitantes. Todas las
MILONGUITAS EN-CINTAS 135
Otra cara de la Luna Las elecciones presidenciales de 1916 arrojan el triunfo del candida-
to radical Hipólito Yrigoyen, lo cual permitirá la incorporación en el
juego político de algunos sectores populares urbanos. La Reforma Uni-
versitaria de 1918 posibilitará el acceso de la clase media a la Universi-
dad y la legislación social intentará incorporar al régimen jurídico na-
cional al incipiente proletariado. Desde el punto de vista económico, las
propuestas del radicalismo continuaron la economía primaria exporta-
dora, en donde no todos los grupos sociales tenían cabida. Aun así, exis-
tió la intención de modificar la distribución de la riqueza con el propó-
sito de favorecer a los sectores medios urbanos. Sin embargo, en la pra-
xis interna, los grupos conservadores ejercieron una oposición legislati-
va; y en lo externo, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), como tam-
bién la crisis económica de 1929, afectaron negativamente la economía
local, cuyo modelo agroexportador impedía una redistribución, dado
que los precios internacionales cayeron abruptamente.
El cabaret se convierte en el ámbito emblemático de este período,
pero no todos accederán a él; por allí transitará casi con exclusividad la
aristocracia. A partir del sexteto De Caro (1923), los músicos comien-
zan a vestir esmoquin, desaparecen las letras pornográficas y toda alu-
sión sexual. El denominado “período clásico” surge a partir de una se-
rie de transformaciones: se consolida la orquesta típica (habitualmente
conformada por un sexteto); aparecen los solistas (virtuosos especializa-
dos en la ejecución de un instrumento); se consolidan los géneros: el
MILONGUITAS EN-CINTAS 139
calle Florida (1921) y Perdón, viejita (1927), ambas dirigidas por José
A. Ferreyra, y La borrachera del tango (1928), de Edmo Cominetti.
Los films de Ferreyra descuellan por su intento de construir una mi-
rada costumbrista y moralizante sobre el Buenos Aires de la década del
’20, y particularmente sobre lo que él considera que son las vicisitudes
de los humildes, y sus opciones de resolución. Los intertítulos17 que or-
ganizan y acompañan el desarrollo de estas historias son representativos
del ideario que organiza al relato. Tomemos, por ejemplo, los que acom-
pañan el inicio de La chica de la calle Florida: “Angosta calle de anchas
vanidades. Arteria nerviosa donde nada se detiene y todo pasa. Y, sin
embargo, entre esa interminable farándula que pasa y pasa... Hay al-
guien que lleva un sello, una cicatriz que las delata. Son ellas... las chi-
cas de la calle Florida... los pajarillos alegres de esas grandes jaulas de
oro, donde entre sedas, brillos y colores suelen morir las azules ilusio-
nes soñadas la noche antes en la casita vieja del barrio triste [...] Una
vendedora... ¿Su nombre? ¡como el de muchas! ¿Su alma? ¡como la de
pocas...!”.
Se nos introduce así en un melodrama que relata las vicisitudes de
Alcira, la vendedora con un alma como pocas, y su amor por Jorge (el
hijo del dueño de la tienda donde ella trabaja, don Jorge Lapadul). A lo
largo de toda una serie de peripecias, en donde la conspiración contra el
amor de esta pareja se apoya en los prejuicios del padre de Jorge, capita-
lizados a su vez por el gerente de la tienda (Amancio Lamberti) en vías
de sacar provecho de esa situación, el relato clausura con el castigo al vi-
llano por parte de una ex amante (prototipo de milonguita), y el casamien-
to de Alcira y Jorge, con reconocimiento por parte del padre de éste. A
partir de ahí, Jorge pasa a desempeñarse como nuevo gerente, en tanto
que Alcira se desempeñará en su hogar como madre y ama de casa.
Perdón, viejita propone una historia enmarcada en un hogar humil-
de, adonde arriba Nora (una mujer de la noche que desea redimirse) co-
mo compañera de Carlos (ladrón arrepentido), hijo de la dueña de casa.
El cuadro se completa con Elena (hermana de Carlos), quien será em-
baucada emocional y materialmente por un malviviente (se la culpará
por el robo de un anillo). Para salvar a Elena, Nora se ofrece como res-
ponsable, al mismo tiempo que aconsejará a Elena con todos los precep-
tos de la buena senda, en vías de que se aleje de su compañero y de la
calle. Finalmente, todos confiesan sus culpas y Nora es liberada de la
prisión. Sin embargo, ella decide no quedarse junto a su compañero, da-
do que se considera indigna de compartir la dicha de ese hogar. Retorna
como cancionista de tangos a un bar del bajo fondo, adonde Carlos irá a
rescatarla. Se desata una pelea, un malviviente desenfunda un revólver y
Nora se interpone entre la bala y Carlos. Mientras Nora se encuentra
MILONGUITAS EN-CINTAS 145
convaleciente al cuidado de Carlos, Elena y su madre van a visitarlos, La película Ayúdame a vivir (1936), de
proponiéndoles que regresen al hogar. El relato concluye con el grupo fa- José A. Ferreyra, se basa en un
argumento escrito por Libertad
miliar sentado a la mesa, mientras la madre reza agradeciéndole a Dios.
Lamarque donde se afianza la
Nuevamente en este caso, los intertítulos vuelven a ser un buen ma- territorialidad de lo permitido: de día,
pa de los territorios y valores que circulan en el film: “Buenos Aires, que en una plaza pública a la vista de
desfallece como un cuerpo cansado a las primeras sombras del atarde- todos; por la noche, el baile y la juerga
cer, resurge ebrio de fosforescencias al conjuro de la noche, de la noche marcan lo femenino desviado.
plena con el cristal de sus carcajadas locas, con sus mil luces que guiñan Dos escenas de Ayúdame a vivir.
con malicia de mujer, con el sonar de besos en los templos del espanto
dorado [...] El reloj de la vida ha vuelto a marcar las doce. El Buenos Ai-
res agitado y laborioso dormita, mientras el Riachuelo brilla en las som-
bras como un estilete en acecho, símbolo de esas horas y de ese ambien-
te [...] Nora, un residuo más... Una de esas tantas mujeres sin nombre y
sin rumbo, y para quien la vida es una carga de plomo [...] Carlos Riú,
El Pájaro. Uno de esos tantos náufragos, que como los barcos rotos, ha
quedado hundido en el fango del riacho de la vida”.
Nótese que en ambos films sólo son portadores de apellido los per-
sonajes masculinos que poseen cierto poder (el dueño de la tienda y su
gerente, en La chica de la calle Florida; Carlos, en Perdón, viejita). Los
personajes femeninos carecen de apellido (Alcira y Nora), en tanto que
Jorge (en La chica de la calle Florida) es el hijo de, en donde el posesi-
vo tiene gran peso.
En La borrachera del tango, la historia se articula alrededor del gru-
po familiar integrado por don Antonio y su esposa, sus dos hijos –Luis
y Fernando–, a quienes acompaña Lucía, una huerfanita adoptada por la
familia. Ella está enamorada de Fernando, un joven muy amigo de la
juerga nocturna, cuya figura se encuentra contrapesada por la de su her-
146 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Desde un lugar tradicional, el director
Ferreyra separa la maternidad
biológica y la función maternal. La
mujer protagonizada por Libertad
Lamarque ha criado a costa de su
honra (único bien del que dispone) a
esta criatura; una vez casada, su
madre biológica intenta sacarle a la
niña. Finalmente, y burlando la
justicia, ambas mujeres acuerdan
compartir la maternidad.
Libertad Lamarque en una escena de
La ley que olvidaron (1938).
se les suma una hegemónica focalización del relato sobre los personajes
interpretados por Gardel. A partir de esta estrategia discursiva, se privi-
legia el punto de vista de este personaje (que es quien valoriza el univer-
so ficcional) y desde allí se trabaja sobre los procesos de identificación
de los espectadores, sobre la base de los raccords o enlaces de miradas.
Todo el ideario patriarcal del tango circula por estos films, verdade-
ras cabalgatas tangueras donde cualquier situación es una buena excusa
para que Gardel interprete una canción. Véanse, por ejemplo, los paráme-
tros estructurales de films como Melodía de arrabal (1932), Cuesta aba-
jo (1934), El tango en Broadway (1934), todas de Louis Gasnier; o Tan-
go Bar (1935) y El día que me quieras (1935), ambas de John Reinhardt.
En la Argentina, estos films harán escuela, principalmente sobre un
altísimo porcentaje de los films protagonizados por Libertad Lamarque,
quien –participando en la confección de los argumentos– retoma la fór-
mula consabida, desplazando la focalización del relato sobre sus perso-
najes, centros neurálgicos de las historias. La diferencia radical entre los
films de Gardel y de Lamarque radicará en el hecho de que si, en el pri-
mer caso, el ideario patriarcal circulaba en boca y acciones de sujetos
masculinos, en este segundo caso aparecerá asimilado de buen grado por
el personaje femenino. Así, por ejemplo, mientras un melodrama musi-
cal gardeliano celebra y festeja los momentos en que el artista canta en
un night club o un cabaret; los films de Lamarque propondrán dicha ac-
ción como uno de los momentos clave de la historia en donde la actriz Imágenes de la película Gente bien
(1939). El personaje protagonizado por
Delia Garcés busca trabajo pero es
rechazado por su condición de madre
soltera. Finalmente, encuentra un
espacio solidario entre sus compañeras
y compañeros de trabajo en un night
club. En la imagen al pie, cuatro
hombres acosan a la protagonista:
para ellos, una mujer que busca
trabajo fuera de su hogar es una
“cualquiera”.
148 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Notas
1 Bates, Héctor y Bates, Luis, La historia del tango. Sus autores, tomo I, Cía. Gene-
ral Fabril Financiera, Buenos Aires, 1936, pág. 19; citado en Matamoro, Blas, La
ciudad del tango, Galerna, Buenos Aires, 1969, pág. 45.
2 Guy, Donna J., El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (1875-
1955), Sudamericana, Buenos Aires, 1994, pág. 19.
4 Cfr. Matamoro, Blas, Historia del tango, Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires, 1971, pág. 12.
7 Iriarte, Florencio y Canavesi, Juan, El Cafiso, en Gobello, José, Letras..., ob. cit.,
pág. 49.
8 Linnig, Samuel, Milonguita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 54.
9 Flores, Celedonio E., Mano a mano, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 68.
10 Castillo, José González, Griseta, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 76.
11 Álvarez Pintos, Carlos, De tardecita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit. pág. 127.
13 Amadori, Luis César, Portero, suba y diga..., en Gobello, José, Letras..., ob. cit.,
pág. 150.
14 Flores, Celedonio Esteban, ¡Atenti, pebeta!, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág.
155.
15 Nelson, Julio Jorge, Margarita Gauthier, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág.
212.
16 Cfr. Brunetta, Gian Piero, Nacimiento del relato cinematográfico, Cátedra, Colec-
ción “Signo e Imagen”, Madrid, 1987.
Karina Felitti*
hijos y a los solteros, hasta la limitación del trabajo femenino fuera del
hogar. Era necesario incrementar la población del país, y como el flujo
migratorio estaba interrumpido, la mujer debía concentrarse en la tarea
de engendrar, parir y criar ciudadanos. Esta postura concordaba con la
política natalista del peronismo, que consideraba que una clase obrera
numerosa, con alto nivel de salario y de consumo, garantizaría la expan-
sión del mercado interno, el crecimiento de la industria y, por esa vía, el
mantenimiento de su poder político. Aun teniendo en cuenta el avance
cuantitativo y cualitativo de la participación política de las mujeres en es-
te período, la maternidad y la vida hogareña continuaban ocupando un
lugar privilegiado. Esto se vinculaba a la necesidad de lograr un creci-
miento vegetativo de la población, considerada la base del desarrollo
económico. En este sentido, contemplamos el aumento de políticas esta-
Chunchuna Villafañe, representante de tales como campañas a favor de la natalidad, protección a la mujer em-
la Asociación Modelos Argentinas, barazada, asistencia pre y posparto, y una severa represión al aborto.9
ponía de manifiesto que no todo era
El gobierno de Frondizi no elaboró un plan preciso acerca de la cues-
frivolidad en el mundo de la moda.
Las modelos también se organizaban tión poblacional, y los gobiernos militares que ocuparon el poder desde
y luchaban juntas por sus derechos. 1966 consideraron que el tamaño de la población constituía un factor geo-
Primera Plana, 19 de abril de 1966. político de primer orden, asociando las tendencias de las tasas de natali-
EL PLACER DE ELEGIR 155
Si bien la Argentina alcanzó un temprano control de su tasa de fe- La “píldora” como práctica
cundidad, el cambio más significativo para la vida sexual femenina se emancipadora: la reacción
debió a la difusión de los anticonceptivos orales a mediados de la déca- conservadora-católica
da del sesenta. Lo que estaba en juego no era sólo la capacidad de evi-
tar los embarazos no deseados; la píldora antiovulatoria brindaba a la
mujer una mayor libertad y autonomía sobre su cuerpo; eliminaba las se-
cuelas físicas, psicológicas y penales que suscitaba el aborto, a la vez
que separaba función reproductora y placer sexual. Las mujeres que po-
dían tener acceso a esta información, pertenecientes a los estratos altos
y medios de nuestra sociedad, refirmaron su identidad, disfrutando de su
156 CUERPOS Y SEXUALIDAD
Isabel Sarli y Armando Bo filmaron
decenas de películas durante los
sesenta que generaron importantes
escándalos. Frente a la disyuntiva de
insinuar o mostrar, sus películas
optaron por lo explícito de la Carne.
Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
cuerpo y del cuerpo del otro, sin pensar en tener que cambiar pañales o
en abortar.12
La reacción en el nivel nacional e internacional no tardó en aparecer.
La primera en manifestarse fue la Iglesia católica, que estaba recorrien-
do un sinuoso camino hacia el aggiornamiento, a paso lento y dubitati-
vo. Desde 1951, mediante una autorización de Pío XI, había aprobado
el método del ritmo como mecanismo alternativo a la abstinencia, pero
fue su sucesor, Pío XII, quien dio un salto hacia adelante al aceptar el
uso de la píldora de control de la natalidad con propósitos terapéuticos,
aunque su efecto secundario fuera anticonceptivo. Este antecedente no
significó bajo ningún aspecto que la Iglesia aceptara esta práctica, pero
generó una enorme cantidad de adhesiones y rechazos que hicieron, en-
tre otros muchos motivos, que, en 1962, el papa Juan XXIII convocase
al Concilio Vaticano II con el objeto de “actualizar” a la Iglesia.
Los problemas de justicia social que acompañaban la explosión de-
mográfica y el reciente descubrimiento de la píldora hicieron que pron-
to se evidenciase la necesidad de tratar el tema del control de la natali-
dad. Así fue como, en 1963, se creó una comisión para debatir y elaborar
un documento que reflejase el pensamiento de la Iglesia en esta cues-
EL PLACER DE ELEGIR 157
El proceso de modernización que prosiguió a los tiempos de autar- Nuevas tendencias y viejos
quía peronista desarrolló un importante mercado de revistas nacionales problemas en Primera Plana
y extranjeras que pronto se convirtieron en canales de expresión de gru-
pos sociales diversos. El crecimiento de la industria editorial y sus re-
des de distribución, junto al incremento de la alfabetización y las nue-
vas pautas de consumo de la clase media, consolidaron la presencia de La revista solía ser un espejo en el que
se reflejaban los movimientos de la
una nueva ola de “libros baratos” que ampliaron la oferta cultural del
década. En casi todos los números se
período.15 Es en este momento cuando Primera Plana se afirma como reseñaban trabajos del Instituto Di
un espacio de expresión política y estética. Autorrepresentada como Tella y sus artistas.
“La revista de noticias de mayor circulación”, desde sus páginas acom- Primera Plana, n° 191, 23 de agosto
paña las transformaciones políticas, económicas y culturales, apuntan- de 1966.
do a un grupo de lectores conformado por varones empresarios, ejecu-
tivos e intelectuales identificados con los movimientos en boga.16 El
público femenino nunca fue prioritario en la revista, a pesar de la inclu-
sión de una sección o suplemento dedicado a la mujer titulado “Prime-
ra Dama”, donde se retrataban historias de vida, casi ejemplares, que
recogían las experiencias de mujeres exitosas en deportes, artes y es-
pectáculos. Ocasionalmente se realizaban entrevistas a mujeres políti-
cas y empresarias, que no dudaban en recordar que estaban allí por ser
hijas, esposas o amigas de algún conocido varón, destacando que pri-
mero se ocuparon de su familia, a veces como condición necesaria im-
puesta por sus maridos, y que luego de cumplir con su mandato natu-
ral, se dedicaron a hacer lo que realmente tenían ganas. La mayoría de
estas mujeres pertenecían a la alta sociedad, describían los bailes de
presentación a los que habían podido asistir en Europa y las menos lu-
josas copias que se realizaban en Buenos Aires. La moda femenina tam-
158 CUERPOS Y SEXUALIDAD
bién estaba presente, pero casi siempre los productos exhibidos eran
destinados a un target de consumo bastante alto: pieles, joyas, relojes.
Sin embargo, la mujer de clase media aparecía en toda la revista a tra-
vés de la figura de la secretaria, trabajadora incansable representada a
veces con la clásica imagen de la joven subida a las faldas de su jefe. Y
aunque también se buscaba superar algunos estereotipos de género, los
resultados no eran muy alentadores: las mujeres podían conducir autos
(aunque sólo para ir a buscar a los chicos a la escuela y luego llevar el
vehículo a lavar, ya que por esa única razón el marido lo había dejado
en la casa), eran ejecutivas (aunque estaban más dedicadas a la caridad
y beneficencia que al manejo de sus empresas), y eran también artistas
o intelectuales (aunque se privilegiaran más sus relaciones con los
hombres que su propia obra). Es significativo, entonces, que las reper-
cusiones y los debates que genera el boom del tema anticoncepción
sean tratados en una revista que las mujeres generalmente no leen, o
que no está pensada directamente para ellas,17 como si las decisiones
Las “modernas” pautas de consumo sobre el cuerpo de las mujeres se generasen fuera de su conocimiento
modificaron también las estrategias
y consentimiento.
publicitarias. Se volvió frecuente
recurrir al erotismo femenino para El tema de la anticoncepción vuelve a ser tapa de Primera Plana a
promocionar los nuevos productos. mediados de 1965. Bajo el título “Natalidad controlada en la Argenti-
Panorama, n° 54, noviembre de 1967. na”, se despliega un vasto informe en el que abundan las contradiccio-
nes. El control de la natalidad se piensa ligado a la vida matrimonial,
pero se critica a los sectores más tradicionalistas del clero, que conti-
núan viendo a la pareja de cónyuges como una fábrica para la manufac-
tura de hijos en serie.18 En el siguiente número, el semanario realiza
una encuesta que sondea el conocimiento y la práctica por parte de
hombres y mujeres de los diferentes métodos anticonceptivos moder-
nos. Las respuestas son desalentadoras. Muchas de las mujeres casadas
los desconocen, siendo el coitus interruptus el método más practicado
(85,64 por ciento). El informe revela que mientras se juzga al doctor
Carlos Silberstein por haber colocado veinticinco espirales intrauteri-
nos, y se discute sobre sus efectos, el número de abortos crece. En esos
años, la experiencia más audaz de planificación familiar en América la-
tina ocurre en Chile. Es en Santiago donde se realiza el Primer Congre-
so Mundial de Control de la Natalidad, auspiciado por las Naciones
Unidas y la Organización Mundial de la Salud.19 Pero ¿qué postura to-
ma Primera Plana frente a estas polémicas? Ante la pregunta en la sec-
ción “Tabúes”, “¿Qué significa la planificación familiar?”, el pastor
protestante Luis Parrilla responde revalorizando el papel del sexo en el
matrimonio y sólo dentro de él. Las relaciones íntimas prematrimonia-
les “le quitan al acto sexual el contexto de la luz. Se mutila el ámbito
de lo cotidiano. Lo que no puede mostrarse a la luz del día no sirve. La
EL PLACER DE ELEGIR 159
Durante el gobierno de facto del general Onganía, las nuevas olas y Y se hizo la luz: moralidad
movidas culturales fueron contenidas en una política que buscaba recu- y buenas costumbres
perar el clima de moralidad perdida. El gobierno se proponía reorgani-
zar el Estado, traspasando su esfera de influencia del ámbito público al
privado. La censura se extendió a las más variadas costumbres y mani-
festaciones de la vida diaria. Circulaban rumores que denunciaban la
prohibición del uso de minifaldas y pantalones a las mujeres, las raz-
zias a hoteles alojamiento y el posterior “llamado de aviso” a la esposa
o al esposo del/de la detenido/a, los allanamientos a boîtes y whisque-
rías y la iluminación y cercamiento con alambre de “Villa Cariño”. La
mala fama del comisario Luis Margaride y la política de censura pro-
movida por el intendente municipal de Buenos Aires, coronel Schetti-
ni, ayudaron a crear un clima de temor y encierro; aunque muchas de
las denuncias que circulaban eran falsas, la ciudad prefirió ir a dormir
temprano.
“Buenos Aires: la noche se apaga” llevaba como título un número de
Primera Plana contemporáneo a estos acontecimientos.22 Lo cierto era
que quienes vivían de noche o de la noche ya no podían pasear por Bue-
nos Aires con la tranquilidad de ayer. Afirmar que la noche se apagaba
160 CUERPOS Y SEXUALIDAD
era una ironía, ya que la ciudad nunca tuvo tanta luz como en aquel en-
tonces. Mediante el decreto 8620/66, firmado por los militares retirados
Schettini y Green Urien, se exigía una iluminación suficiente para apre-
ciar con certeza absoluta la diferencia de sexo de los concurrentes, o dis-
tinguir las adiciones y el dinero. Otro decreto (21.361/66) prohibía que
los artistas alternaran con el público, afectando directamente a las “co-
peras” que concurrían a las whisquerías. De este modo, se buscaba re-
Mientras la vida nocturna crecía, gularizar la prostitución concentrándola únicamente en los lugares habi-
también se multiplicaban las medidas litados para ese fin: los cabarets. Esos decretos influyeron, pero también
para regularla. Salir de noche dejaba los rumores afectaron los comportamientos de la sociedad y ayudaron a
de ser una diversión para convertirse liberar un espíritu moralizante y autoritario que no era patrimonio exclu-
en un desafío.
sivo de los militares. Así José Lataliste, uno de los dueños de la famosa
Vista de la calle Corrientes, con la
nueva iluminación a gas de mercurio, boîte Mau Mau, afirmaba: “En cuanto a la moralidad, si las parejas bai-
1965. Archivo General de la Nación, lan demasiado apretadas, se les llama la atención”.23 Otro “dueño de la
Departamento Fotografía. noche”, el propietario de Viva María, Alfredo Mignaquy, opinaba con
EL PLACER DE ELEGIR 161
¿Revolución sexual? Con el sugestivo título La revolución sexual argentina,30 Julio Ma-
fud publicaba en 1966 un ensayo que, desde la psicología social, bus-
caba describir las nuevas pautas en la moderna relación argentina de los
sexos. En base a otras investigaciones, encuestas y registros de historias
de vida en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, Mafud elaboraba
una serie de hipótesis y conclusiones donde las trayectorias individua-
les estaban construidas desde lo social. La mujer había emergido distin-
ta del hombre porque su recorrido había sido diferente. Ahora que co-
menzaba a liberarse habría que temer por los peligros que esa libertad
podía generar; el más terrible de ellos era la masculinización. La mujer
en pantalones, con cabellos cortos (a la garçonne) y fumando, exigía la
igualdad de su estatus en todos los órdenes, incluyendo el sexual. Las
“nuevas” prácticas, cunnilingus, soixante-neuf y fellatio, le permitían
variar la estructura inexorable del coito, y dejar en suspenso la común
expresión argentina, donde el acto sexual se denomina vulgarmente
“coger” e implica sometimiento. De todos modos, el autor creía que es-
ta revolución no estaba aún extendida, aunque sí reconocía que la mu-
jer había logrado liberarse del dominio de la naturaleza gracias al im-
pulso que había tomado en la Argentina el uso del preservativo
masculino. Pero, para Mafud, la revolución sexual no implicaba que la
mujer tomase las riendas en el control de la natalidad, ya que el nuevo
“anticonceptivo nacional” era privativo del varón y la liberación de la
mujer equivalía a la evasión de su verdadero estatus y su masculiniza-
ción.
Según algunas teóricas feministas, el concepto de revolución sexual
es un término negativo creado por el patriarcado, para glorificar y dig-
nificar el cambio en el comportamiento sexual de las mujeres, que per-
mite a los hombres conservarlas en disponibilidad.31 El clásico trabajo
de Kate Millett editado en 1969, en cambio, la define como la total
abolición de la institución del patriarcado, tanto en la ideología de la
supremacía masculina como en la organización social que mantenía
esa suposición.32 Ambas definiciones abarcan los puntos extremos de
un concepto que aún es difícil precisar. Si bien la mayor libertad de las
mujeres puede beneficiar en parte a los hombres (¿por qué no debería?),
esto no significa que se deba mantener una visión maniquea de los avan-
ces logrados por el movimiento de mujeres. Como sujetos sexuales
conscientes y activos, las mujeres pueden dejar atrás la clásica imagen
de “la caída” para dar la bienvenida a aquellos que quieran gozar con
ellas. Por otro lado, una revolución en los términos de Millett forma par-
te de un universo de utopías que aunque podemos añorar ya no forma
parte del imaginario de nuestra época. Las metas alcanzadas en los últi-
mos años abrazaron los objetivos de mínima y, en muchos casos, ni aun
EL PLACER DE ELEGIR 163
bajo este encubrimiento pudieron pasar las barreras que los sectores
conservadores imponen.
La Argentina, como parte del bloque latinoamericano, con una larga
historia de gobiernos militares, en coalición con grupos conservadores
y católicos, ha conformado sujetos, experiencias, instituciones y discur-
sos que no se dejan asimilar por los conceptos elaborados para las mis-
mas temáticas en las academias norteamericanas.33 Estos cambios en la
vida sexual y reproductiva no afectaron al conjunto de las argentinas, si-
no que se circunscribieron a la práctica de grupos reducidos de los sec-
tores medios.34 Sin embargo, si consideramos las propuestas y debates
en torno al control de la natalidad, y la importante mutación en lo que
hace a las relaciones entre los géneros en la vida cotidiana,35 podemos
suponer que estaba comenzando una incipiente lucha por la liberación
que sentaría las bases de las reivindicaciones feministas de la década de
Notas
1 La producción historiográfica que aborda este período se refiere fundamentalmente
a cuestiones políticas y culturales bajo el prisma del peronismo y la nueva izquier-
da; reconstruye los periplos del campo intelectual del que algunos de sus autores
formaron parte. Véanse Terán, Oscar, Nuestros años sesenta. La formación de la
nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, El Cielo por Asalto, Buenos Ai-
res, 1993; Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década del sesenta, Puntosur,
Buenos Aires, 1991; Neiburg, Federico, Los intelectuales y la invención del peronis-
mo, Alianza, Buenos Aires, 1998. En este sentido, consideramos más pertinentes a
“nuestros años sesenta” las líneas de investigación seguidas por María del Carmen
Feijoo y Marcela Nari en “Women in Argentina During the 1960’s”, Latin American
Perspectives, 88, vol. XXIII, n° 1, 1996.
2 Cfr. Ergas, Yasmine, “El sujeto mujer: el feminismo de los años sesenta-ochenta”,
en Duby, Georges y Perrot, Michelle, Historia de las mujeres. El siglo XX. La nue-
va mujer, Taurus, Madrid, 1993.
3 Con esta afirmación concluía su estudio el muy difundido manual del Women’s
Healthbook Collective de Boston, “Nuestro cuerpo, nuestro Yo. Cf. Ergas, Yasmine,
“El sujeto mujer ...” en Duby y Perrot, ob. cit., p. 171.
5 Cfr. Kinsey, Alfred, Sexual Behavior in The Human Male, Indiana University Press,
1948; Sexual Behavior in The Human Female, Indiana University Press, 1953, cita-
dos en Daniel Guerin (1969), La revolución sexual después de Reich y Kinsey, Tiem-
po Nuevo, Caracas, 1971.
11 Véase Novick, Susana, Mujer, Estado y políticas sociales, CEAL, Buenos Aires,
1993.
14 Mientras las mujeres luchaban para lograr un control sobre su sexualidad y salud
reproductiva, la Iglesia intentaba “protegerlas”, advirtiendo: “Podría temerse que
el hombre habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder
el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico,
llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como com-
pañera, respetada y amada” (Humae Vitae, Sección 17). Véase Porcile Santiso, Ma-
ría Teresa, “Doctrina católica romana sobre la sexualidad femenina”, en Becher,
Jeanne (comp.), Mujer, religión y sexualidad, World Council of Churches Publica-
tion, Suiza, 1990.
15 Traducciones que incluían temas de psicología y sociología, carreras en boga por es-
tos años, se encontraban al alcance de un lector ávido y moderno. La Editorial Uni-
versitaria de Buenos Aires, Eudeba, nació en 1958 al calor de estos cambios. La de-
signación de Boris Spivacow como gerente general permitió capitalizar su
experiencia en el mercado editorial y lograr la incorporación de un público masivo
a través de la venta en kioscos callejeros. Por otro lado, Sudamericana consolidó el
“boom de la literatura latinoamericana” con la publicación de Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez, en 1967. Por ese entonces, Emecé se convertía en un
reducto de editores argentinos que cumplían un papel activo en la selección y con-
cepción de los libros a publicar, incluyendo en su catálogo a autores nacionales.
Véase De Sagastizábal, Leandro, La edición de libros en la Argentina. Una empre-
sa de cultura, Eudeba, Buenos Aires, 1995.
16 Véanse Mazzei, Daniel, “Periodismo y política en los años sesenta: Primera Plana y
el golpe militar de 1966”, Entrepasados, año IV, n° 7, 1994; Taroncher, Miguel Án-
gel, “Un caso de renovación periodística en la Argentina de los años sesenta: la re-
vista Primera Plana”, en Estudios Ibero-Americanos, PUCRS, vol. XXIV, n° 2,
1998; Alvarado, Maite y Rocco-Cuzzi, Renata, “Primera Plana: el nuevo discurso
periodístico de la década del sesenta”, Punto de Vista, nº 22, Buenos Aires, diciem-
bre de 1984.
18 A fines de 1964, el control de la natalidad fue por primera vez tapa de la revista
(n° 88). En ese entonces un simpático niño desnudo ilustraba la portada. Medio año
EL PLACER DE ELEGIR 167
después el tema reaparece con mayor contundencia e impacto. Cfr. Primera Plana,
n° 139, Buenos Aires, 6 de julio de 1965, págs. 50-1.
21 En 1974, bajo el tercer gobierno peronista, se prohibieron todas las actividades que
directa o indirectamente pretendieran controlar la natalidad. La legislación originada
durante el gobierno del general Videla coincidía con esta prohibición y la refirmaba.
Fue recién durante la gestión del gobierno radical de Raúl Alfonsín cuando se derogó
el decreto 659/74 y se restablecieron los servicios de salud con programas de infor-
mación sobre planificación familiar. Véase Novick, Susana, Mujer, Estado..., ob. cit.
29 Sebreli, Juan José, Buenos Aires. Vida cotidiana y alienación, Siglo XX, Buenos Ai-
res, 1964, pág. 68.
31 Cf. “Sexual Revolution”, en Kramarae, Cheris y Treichler, Paula A., A Feminist Dic-
tionary, Pandora, Londres, 1989, pág. 416.
34 En este sentido coincidimos con otro trabajo que afirma: “La moral sexual de la ma-
yor parte de la sociedad argentina, sin embargo, no ha sufrido grandes cambios en
el período con respecto a las décadas anteriores, las del cuarenta y el cincuenta. Las
pautas en las que se educaban a las mujeres eran similares y básicamente no estimu-
laban la participación de la mujer en la vida pública”. Cf. Henales, Lidia y Del So-
lar, Josefina, Mujer y política: participación y exclusión (1955-1966), Colección Bi-
blioteca Política Argentina, nº 441, CEAL, Buenos Aires, 1993.
35 Cf. Feijoo, María del Carmen y Nari, Marcela, “Women in Argentina During the
1960’s”, ob. cit.
Resistencias y luchas
Alejandra Vassallo
Marcela María Alejandra Nari
Fernando Rocchi
Débora D’Antonio
Mabel Bellucci
Obreras, militantes de base y líderes políticas, mujeres de la elite,
intelectuales, feministas, amas de casa, protagonizan los trabajos agru-
pados en esta sección. Los relatos muestran cómo las mujeres, durante
este complejo siglo XX, desarrollaron prácticas de resistencia y de lu-
cha. A través de las décadas, heterogéneos coros de voces se elevaron
contra la desigualdad, la opresión –de género y clase– y la violencia
que se presentaban como “necesarias” y “naturales” para el manteni-
miento del orden vigente. Estas luchas y resistencias significaron, en
ocasiones, tanto la reapropiación creativa como la ruptura de los man-
datos sociales acerca de la feminidad. En este sentido, la maternidad
fue clave para la constitución de la ciudadanía femenina, aunque tam-
bién funcionó como un límite para la emancipación y la autonomía ple-
na de las mujeres durante todo el período que abarca este volumen. En
otro sentido, los escritos de esta sección se rebelan contra el olvido, res-
catando las huellas que dejaron las mujeres en el pasado y que la me-
moria histórica oficial ha omitido.
El origen del Consejo Nacional de Mujeres, creado en 1900, permi-
te la aproximación a una de las experiencias fundantes de la historia po-
lítica femenina en la Argentina. Mujeres de diferentes organizaciones y
entidades se agruparon en él y constituyeron el primer ejemplo de orga-
nización federativa de alcance nacional e internacional, “en pro de la
elevación de la mujer”. Los objetivos y límites de tal empresa proponen
un novedoso replanteo de la consolidación del movimiento feminista en
el país y de sus alcances como herramienta de coalición y de conflicto.
El segundo relato revela la construcción de la maternidad como
cuestión pública y política y la apropiación que las feministas locales
hicieron de ella como clave de la feminidad durante gran parte de la
primera mitad del siglo. En este sentido, la maternidad fue asumida por
ellas como experiencia vital, común a todas a pesar de las diferencias
de clase. Lo que era presentado desde el poder patriarcal como garan-
tía del orden, para las intelectuales era una forma de hacer política. Los
diferentes recorridos, posiciones y construcciones en torno a la mater-
nidad, el feminismo y la política permiten deshomogeneizar las expe-
riencias femeninas e historizar lo que se muestra hasta el día de hoy co-
mo parte de la naturaleza y, en este sentido, fuera de la cultura y de la
historia.
La mirada se vuelve hacia un sujeto devaluado históricamente: las
obreras de principios de siglo. Incorporadas en las industrias nacien-
tes, padecieron la explotación por parte de sus empleadores y, más tar-
de, fueron invisibilizadas por la historiografía. No obstante, una nueva
interpretación de las fuentes da cuenta de su importancia económica y
de los resquemores que dicha participación despertó en la opinión pú-
blica, el Estado, los políticos y los trabajadores varones.
El paso de los años no implicó cambios en esa situación de invisibi-
lidad. Sin embargo, la huelga que el gremio de la construcción llevo a
cabo a mediados de la década de 1930 encontró a las mujeres en pri-
mera fila: organizando y manteniendo comedores populares y centros
de asistencia médica, agrupando amas de casa en apoyo de la huelga,
llevando adelante la defensa de sus maridos o hermanos presos y resis-
tiendo los ataques policiales. La incorporación del género como cate-
goría de interpretación histórica permite la reconstrucción de la huel-
ga desde un lugar radicalmente diferente. Los silencios, las omisiones,
los comentarios ad hoc, son recuperados y sitúan en un lugar central a
aquellas que, hasta ahora, habían permanecido al margen de la histo-
ria del movimiento obrero.
Esta sección se cierra con la inscripción histórica del Movimiento
de Madres de Plaza de Mayo. Si hasta entonces la política y el terreno
de la movilización y de la lucha se habían conformado como espacios
propios y reservados a los varones, la irrupción repentina de estas mu-
jeres en la arena pública hizo añicos ese paradigma. Empujadas a de-
jar sus hogares, “las madres” colaboraron en cambiar tanto la cara de
la política como la definición política de la maternidad en la Argentina.
Entre el conflicto y la negociación
Los feminismos argentinos en los inicios
del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910
Alejandra Vassallo
En 1901 se producen dos hechos que, da. Durante los primeros años hasta casi el fin de la década, la sección
según la Revista del CNM, “marcarán contó con la participación activa de universitarias, “educacionistas” y
época en la historia del feminismo escritoras como las hermanas Elvira y Ernestina López, Clorinda Matto
argentino”. Se recibieron las cuatro
primeras doctoras en Filosofía, entre
de Turner, Elvira Rawson de Dellepiane, Catalina A. de Bourel y Pas-
ellas las hermanas López, y las cuala Cueto, entre otras. Demostrando un profundo conocimiento de la
médicas argentinas organizaron en su importancia de la prensa escrita para ser un actor reconocido en la esfe-
honor el primer banquete exclusivo ra de lo público y participar de los debates contemporáneos sobre “mo-
para mujeres, donde nace la idea de dernidad y progreso”, el Consejo encomendó a cada miembro de esa
crear la Asociación Universitarias
subcomisión que escribiera dos artículos al año “en pro de la Asocia-
Argentinas, que más tarde se
incorporaría al CNM.
ción”, para publicar en distintos medios de la prensa argentina. Eso sig-
Agasajo a la doctora Ernestina López, nificaba que en un año habría treinta y dos artículos publicados sobre el
Universitarias Argentinas, Phoenix Consejo, ya que en 1901 la subcomisión tenía dieciséis integrantes.29 El
Hotel, 1907. Archivo General de la objetivo de esos escritos era demostrar la importancia de las obras y aso-
Nación, Departamento Fotografía. ciaciones femeninas en la conformación de una sociedad modernizada,
y la necesidad de una incorporación más activa de las mujeres por par-
te de la sociedad en su conjunto a través de la educación, el reconoci-
miento del trabajo femenino y de su particular aporte como madres de
futuros ciudadanos y protectora de sus congéneres y de la infancia.
ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 182
Por sus orígenes y por ser ésta una alianza definida en forma tan am- Definiciones: el Consejo como
plia, la creación del Consejo puso sobre el tapete la cuestión del femi- manifestación del “movimiento
nismo y obligó a las argentinas a definir qué representaba para ellas el feminista”
movimiento feminista y cuál sería la factibilidad, a partir de esas defini-
ciones, de un trabajo conjunto “en pro de la elevación de la mujer”. El
hecho de reconocer sus orígenes en la convocatoria lanzada en el deno-
minado Congreso Feminista Internacional de 1899 pone en evidencia dos
aspectos fundamentales para reconstruir la compleja historia del feminis-
mo argentino. Lo primero, y a diferencia de lo que se ha estudiado para
el caso norteamericano, es que el feminismo –como concepto y como Insertarse en el discurso finisecular de
práctica– formó parte del vocabulario político argentino desde la última educación y progreso equivalía
década del siglo XIX y tal vez nunca fue tan ampliamente debatido por también a articular los aportes de las
mujeres al desarrollo nacional. A
mujeres de distinto espectro ideológico como cuando tuvieron que defi-
través de sus asociaciones, el objetivo
nir la alianza que plasmaron en el Consejo Nacional de Mujeres.30 En se- del CNM fue difundir particularmente
gundo lugar, que el feminismo era aún un término inestable que no remi- las contribuciones de las argentinas en
tía a significados únicos, es decir, no constituía una doctrina o ideología todos los órdenes, desde la asistencia
definida sino más bien un conjunto de ideas y de prácticas que podían social, la educación, la literatura, la
servir a fines diversos según el contexto político y social del grupo que intelectualidad y las profesiones
liberales hasta el trabajo manual.
reclamara la identidad feminista para sí. De hecho, fue precisamente la
Exposición de labores femeninas,
inestabilidad de esa definición y su elástica aplicación a variados conjun- Woman’s Exchange 1902, Prince
tos de ideas acerca de “la cuestión de la mujer” y las acciones que de ello George Hall. Archivo General de la
se derivarían lo que permitió inicialmente la creación del Consejo. Pero Nación, Departamento Fotografía.
183 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Notas
1 Grierson, Cecilia,“Marcha progresiva de la idea del Consejo Nacional de Mujeres”,
Revista del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, año 2, nº 8, 1902.
5 Scott, Joan W., “French Feminists Claim the Rights of ‘Man’. Olympe de Gouges in
the French Revolution”, manuscrito, 1990, y Offen, Karen, “Definir el feminismo: un
análisis histórico comparativo”, Historia Social, nº 9, invierno de 1991, págs. 103-35.
8 Ryan, Mary, P., “Gender and Public Access: Women’s Politics in Nineteenth-Century
America” y Fraser, Nancy, “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Cri-
tique of Actually Existing Democracy”, en Calhoun, Craig (ed.), Habermas and the
Public Sphere, The MIT Press, Cambridge, 1992, págs. 259-88 y 109-42; Fraser,
Nancy, “What’s Critical about Critical Theory? The Case of Habermas and Gender”,
Unruly Practices. Power, Discourse, and Gender in Contemporary Social Theory, The
University of Minnesota Press, Minneapolis, 1989, págs. 113-43. Carole Pateman exa-
mina la inestabilidad de los significados de los términos “público” y “político” en The
Disorder of Women, Stanford University Press, Stanford, 1989. Para un análisis de las
mujeres y la esfera pública en Europa, Landes, Joan B., Women and the Public Sphere
in the Age of the French Revolution, Cornell University Press, Ithaca, 1988.
13 Para interpretar la conciencia de género partimos de las tesis de Temma Kaplan so-
bre la “conciencia femenina” en el contexto de la acción colectiva, y de Maxine
Molyneux sobre el carácter de las luchas femeninas según cómo se definan sus in-
tereses: “prácticos” o “estratégicos de género”, Kaplan, Temma, “Female Cons-
ciousness and Collective Action: The Barcelona Case, 1910-1918”, Signs, vol. VII,
nº 3, 1982, págs. 545-66; y Molyneux, Maxine, “Mobilization without Emancipa-
tion? Women’s Interests, the State, and Revolution in Nicaragua”, Feminist Studies,
11, nº 2, 1985, págs. 227-54.
15 Las noticias necrológicas constituyen una rica fuente para el estudio de las membre-
sías yuxtapuestas. Véanse, por ejemplo, archivos de la Sociedad de Beneficencia,
“Administración Central”, Fojas de servicio, expdte. nº 145, “Carolina Lagos de Pe-
llegrini”, Archivo General de la Nación (AGN).
16 Rupp, Leila J., Worlds of Women. The Making of an International Women’s Move-
ment, Princeton University Press, Princeton, 1997, págs. 15-20.
19 López, Elvira, El movimiento feminista, ob. cit., págs. 246-71. El informe de Grier-
son al Congreso de 1899 en Londres se publicó en Report of Transactions of Second
Quinquennial Meeting Held in London July 1899, T. F. Unwin, Londres, 1900, to-
mo I, pág. 144.
21 López, Elvira, Dra. Cecilia Grierson. Su obra y su vida, Impresiones Tragant, Bue-
nos Aires, 1916, esp. págs. 29-40. Su actuación en la escuela de enfermería se ana-
liza en Wainerman, Catalina H. y Binstock, Georgina, “El nacimiento de una ocu-
pación femenina: la enfermería en Buenos Aires”, Desarrollo Económico, vol.
XXXII, nº 126, julio-setiembre de 1992, págs. 271-84.
30 Para una historia del uso del término “feminismo” en Europa y los Estados Unidos,
véase Offen, Karen, “Definir el feminismo....”, ob. cit.
31 Esta perspectiva difiere así del análisis propuesto por Lavrin, que para ese período
distingue entre feminismo “liberal” y “socialista” en la Argentina, lo que oscurece
la influencia de un grupo tan poderoso como lo fue el de “las matronas”. Lavrin,
Asunción, Women, Feminism, and Social Change in Argentina, Chile, and Uruguay,
1890-1940, University of Nebraska Press, Lincoln, 1995.
32 Revista..., varios números, desde 1904. El Congreso Nacional asignó recursos para
la Biblioteca, sus clases vocacionales y la Escuela del Hogar.
35 Para examinar las implicancias del catolicismo social en el activismo de las argentinas,
McGee Deutsch, Sandra, “The Catholic Church, Work, and Womanhood in Argentina,
1890-1930”, Yeager, Gertrude M. (ed.), Confronting Change, Challenging Tradition.
Women in Latin American History, Scholarly Resources, Wilmington, 1994.
En marzo de 1920, tres agrupaciones feministas decidieron llevar a Los primeros pasos
cabo un simulacro de elecciones en Buenos Aires en el que pudieran
intervenir mujeres como electoras y elegidas. La idea demostraba las
vinculaciones e influencias entre las feministas locales y las de otras la-
titudes: un evento similar había sido organizado en Francia. En ambos
casos, el objetivo era generar o ampliar un debate acerca de los derechos
políticos femeninos. La doctora Alicia Moreau llevó el programa del
Partido Socialista; la doctora Elvira Rawson tuvo un apoyo más inorgá-
nico de la Unión Cívica Radical; mientras que la doctora Julieta Lante-
ri presentaba una propuesta autónoma donde incluía derechos políticos
y civiles iguales para ambos sexos, igualdad de hijos legítimos e ilegíti-
mos, divorcio absoluto, reconocimiento de la madre como funcionaria
del Estado, protección de las mujeres en el mercado de trabajo, igual pa-
ga por igual tarea, coeducación profesional en artes industriales, agricul-
tura y economía doméstica, abolición de la pena capital, protección fren-
te a los accidentes de trabajo, abolición de la venta, manufactura e
importación de bebidas alcohólicas, representación proporcional de la
minoría en el gobierno nacional y en los provinciales y municipales. Del
evento participaron aproximadamente cuatro mil personas, cifra bastan-
te más baja que la deseada por sus impulsoras. La doctora Moreau ob-
¿Mirando lo ajeno? Una mujer observa
tuvo el mayor caudal de sufragios, seguida por la doctora Lanteri y, fi-
el resultado de las elecciones en la
nalmente, por la doctora Rawson. provincia de Buenos Aires, 1931.
Estas mujeres eran viejas conocidas del movimiento feminista local. Archivo General de la Nación,
Desde principios de siglo, habían fundado organizaciones y realizado Departamento Fotografía.
193 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Estas organizaciones, sus impulsoras, sus estrategias, sus objetivos, Médicas y trabajadoras
permiten inferir, por los menos, dos cuestiones: una relación entre fe-
minismo y medicina, y el sufragio como elemento conflictivo incluso
dentro del feminismo. Para comprender la primera, debemos tomar en
cuenta dos elementos clave en la emergencia del feminismo: la educa-
ción y el trabajo asalariado. Los debates sobre la educación posible y
conveniente para las mujeres se retrotraen al siglo XIX, mientras que
la problematización del trabajo asalariado femenino fue más reciente y
se vinculó a la construcción de un ideal maternal en las primeras déca-
das del siglo XX. Las batallas por la educación habían promovido la
aparición de un grupo de mujeres intelectuales, escritoras, docentes y
profesionales, muchas de las cuales reunían, en realidad, el interés por
ambas problemáticas (educación y trabajo). Las primeras universitarias
no provenían exclusivamente de las facultades de Medicina, aunque
allí surgieron las primeras graduadas y las más numerosas a principios
Militantes sí, votantes no. Julieta
del siglo XX. Las universitarias, con una sobrerrepresentación de mé-
Lanteri controlando boletas en las
dicas, tuvieron un lugar importante en los orígenes del feminismo. Por elecciones de 1919.
ejemplo, la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, fundada Archivo General de la Nación,
en 1902, organizó el Primer Congreso Feminista Internacional en la Departamento Fotografía.
195 RESISTENCIAS Y LUCHAS
El sufragio no era una reivindicación nueva, pero sí conflictiva. Ha- Política y maternidad
bía provocado rupturas en el pasado entre feministas y antifeministas, y
entre las propias feministas. Muchas creían que las argentinas no estaban
preparadas para el sufragio, que era necesario luchar primero por los de-
rechos civiles, que sólo debería ser otorgado a algunas mujeres o, inclu-
so, que no valía la pena rebajarse a luchar por él. Después del intervalo
de la Primera Guerra Mundial, la cuestión reflotó: en 1912 se había san- Como otras socialistas, Alicia Moreau
estaba plenamente convencida de que
cionado la Ley Sáenz Peña (que estipulaba el voto secreto y obligatorio
las mujeres lograrían la igualdad
para los varones adultos). Su puesta en práctica en las primeras eleccio- en el futuro. Mientras tanto,
nes presidenciales había llevado a tal cargo al radical Hipólito Yrigoyen varones y mujeres debían luchar
y había permitido aumentar la representación de los socialistas en la ciu- por la conquista de los derechos
dad de Buenos Aires. Por otro lado, hacia 1918, fecha de reorganización civiles y políticos femeninos.
de asociaciones feministas y sufragistas locales, las mujeres votaban en Alicia Moreau junto a compañeros de
militancia en la conmemoración del
varios estados de los Estados Unidos, en Nueva Zelanda, Australia, Fin-
Día de los Trabajadores en 1929.
landia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Alemania, Austria, Rusia, Geor- Archivo General de la Nación,
gia, Irlanda, Letonia, Polonia. Entre 1918 y 1945, obtuvieron derecho a Departamento Fotografía.
199 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Pero más allá de la utilización común del término, las maternidades Un largo camino. De los debates
eran diferentes: para unos, la garantía del orden; para otros, el motor de finiseculares sobre la educación
la revolución. Las feministas intentaron reformular la maternidad. No conveniente para las mujeres al
fomento e incorporación masiva
cuestionaron que constituyera una “misión natural” para las mujeres; en el sistema educativo.
pero fundamentalmente la consideraron una “función social” y, para al- Archivo General de la Nación,
gunas, incluso, una “posición política”: el ejercicio de la maternidad era Departamento Fotografía.
una forma de hacer política. Puesto que eran o podían ser madres, no
podía privarse a las mujeres de derechos civiles, sociales y políticos. Pe-
ro estos derechos no sólo, ni principalmente, eran pensados como “in-
dividuales”. Los derechos no sólo cambiarían la vida de las mujeres al
volverla más “digna”, más “justa”; sino que se suponía que, a través de
ellos, se transformaría a la sociedad. Las reformas legales eran vistas
sólo como un medio para un cambio más radical, una transformación
social más amplia, para la construcción de una sociedad justa donde va-
rones y mujeres continuaran siendo diferentes pero en igualdad de con-
diciones.
Paulina Luisi, feminista uruguaya con una militancia significativa en
ambas orillas del Río de la Plata, sostenía que el propósito del feminis-
mo era “hacer de la mujer un ser completo, desenvolver sus capacidades
201 RESISTENCIAS Y LUCHAS
control de la natalidad desde la necesidad de practicar una maternidad ¿Cuáles eran las formas femeninas de
voluntaria y consciente. La maternidad tenía menos que ver con la can- hacer política? Por un lado, estaban
tidad de hijos que con la calidad del cuidado: “[El] noventa por ciento quienes afirmaban que la política de
las mujeres debía realizarse desde el
de la mujeres creen cumplir el deber de maternidad haciendo de incan-
hogar, en su lugar de madre. Desde
sables máquinas de parir hijos [sin tener en cuenta la] grave responsabi- allí, asumiendo conscientemente su rol
lidad que dimana de la delicada misión de la maternidad”.18 de madres, crearían a los hombres del
Como sosteníamos más arriba, la creencia en el poder de la mujeres- mañana: ésa era una tarea política.
madres como “moldeadoras” de los hombres no era privativa del anar- Eso no les impedía participar en
tareas proselitistas realizando
quismo; es una constante de todo el feminismo contemporáneo. Era
pequeños trabajos.
compartida por mujeres tan alejadas del anarquismo como Victoria Mujeres y niños doblando boletas
Ocampo, para quien la única modificación lenta de la humanidad pro- electorales, 1940. Archivo General de
vendría de las mujeres: “Creo que el gran papel de la mujer en la histo- la Nación, Departamento Fotografía.
ria [...] comienza hoy a aflorar a la superficie. Pues es ella, hoy, quien
puede contribuir poderosamente a crear un nuevo estado de cosas, ya
que está, con todo su ser físico y espiritual, inclinada sobre las fuentes
mismas de la vida, inclinada sobre el niño”.19
El poder de la madre sobre sus hijos no excluía la contrapartida de
los derechos que, por justicia, correspondían a las mujeres. Más aún, los
volvía más urgentes. Al implicar una función social y política tan impor-
tante para la especie, la sociedad y la nación, la maternidad debía ser re-
compensada por el Estado y la comunidad. Dios, o la Naturaleza, había
205 RESISTENCIAS Y LUCHAS
para la función política, diremos que es casi su mayor razón de ser, y que
tanto más alta sea la conciencia de su responsabilidad materna, más que-
rrá la mujer poseer los medios de acción colectiva que le permitan so-
brellevarla mejor”.21
Los años veinte se cerraron con algunos logros y muchas deudas pen- Éxitos y fracasos
dientes. En 1924, se modificó la legislación de trabajo de mujeres que
databa de 1907. A partir de entonces, las trabajadoras podrían descansar
cuatro semanas antes y cuatro después del parto sin perder su puesto, y
los patrones que emplearan a cincuenta mujeres o más debían instalar sa-
las cuna en el lugar de trabajo. Esto último, sin embargo, nunca se cum-
plió y el descanso maternal generalmente no era utilizado por las obre-
ras puesto que, al no cobrar sus salarios durante esas semanas, no podían
dejar de trabajar. Después de varios proyectos frustrados, en 1926, se
sancionó la ley 11.357, de derechos civiles femeninos, por la cual las
mujeres solteras, viudas o divorciadas, mayores de edad, pasaron a ser
consideradas jurídicamente iguales a los varones. Para las mujeres casa-
das, en cambio, subsistieron incapacidades de hecho. Por ejemplo, po-
dían ejercer una profesión, empleo, comercio o industria honestos, pero
El sufragio femenino Desde esta perspectiva, resulta paradójica la sanción de la ley que
finalmente les otorgó el derecho a votar. A pesar de las diferencias que
las feministas se empeñaron en destacar con el discurso político del
MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 212
peronismo hacia las mujeres y los esfuerzos de éste y de Eva Perón por Cuando en 1951 las mujeres pudieron
cortar con el pasado, el argumento de la maternidad fue determinante votar lo hicieron en mayor número que
en la obtención del sufragio. La visión construida del feminismo como los varones: votó el 90 por ciento del
padrón femenino, frente al 86 por
movimiento en contra de los hombres o que, por el contrario, intenta- ciento de hombres.
ba masculinizar a las mujeres, resulta totalmente inconsistente desde Mujeres haciendo cola para votar,
el análisis histórico. Sí era cierto que, en la visión binaria de la socie- 1951. Archivo General de la Nación,
dad que oponía oligarquía y pueblo, muchas de las feministas queda- Departamento Fotografía.
ron del lado de la primera. El feminismo preperonista nunca fue un
movimiento de masas. Pero en 1951 las mujeres concurrieron a votar
en mayor medida que los varones: un 90 por ciento del padrón frente
a un 86 por ciento de estos últimos. Y el 64 por ciento de las mujeres
votaron por Perón (y “Evita”, aunque no figurara en la fórmula presi-
dencial).
Largamente se ha debatido si el sufragio femenino (también el mas-
culino universal) fue fruto de una lucha o de una concesión. En el caso
de la ley 13.010 de 1947, lo que se discute es si debe incluirse en la lu-
cha a quienes se reconocieron como feministas, sus organizaciones y
periódicos desde el siglo XIX o si fue simplemente la consecuencia de
la voluntad (oportunista o no) de Juan Perón y/o Eva Duarte. Por lo ge-
213 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Notas
1 Además de determinada, como otras mujeres socialistas, Alicia Moreau estaba ple-
namente convencida de que las mujeres lograrían la igualdad en el futuro. El femi-
nismo era considerado no sólo una “necesidad histórica” sino que tendía a conver-
tirse en un “hecho universal”.
2 A pesar de haber sido solicitado repetidas veces con méritos suficientes, recién en
1927 una mujer egresada de la carrera de Ciencias Médicas accedió a una cátedra
de la Universidad de Buenos Aires.
4 Sobre las limitaciones sentidas en la vida intelectual y artística son muy ilustrativos
los textos (ensayos y diarios) de Delfina Bunge. Cf. Las mujeres y la vocación, Bue-
nos Aires, s/e, 1922. Extractos de sus diarios pueden hallarse en Cárdenas, Eduardo
José y Paya, Carlos Manuel, La Argentina de los hermanos Bunge. Un retrato ínti-
mo de la elite porteña del 1900, Buenos Aires, Sudamericana, 1997.
6 Entrevista en PBT, cit. en Cosentino, José, Carolina Muzilli, Buenos Aires, 1984,
CEAL, págs. 18-19.
7 Cit. en Font, Miguel, La Mujer. Encuesta feminista argentina, Buenos Aires, 1921,
pág. 37.
9 Dreier, Katherine, Five Months in The Argentine from a Woman Point of View 1918
to 1919, Nueva York, 1920, págs. 50-1.
13 Cf., por ejemplo, este tipo de opiniones en Font, Miguel, ob. cit.
19 Ocampo, Victoria, Testimonios. II Serie, Sur, Buenos Aires, 1941, pág. 260.
24 Carmela Horne fundó en 1930 un Comité Pro Voto de la Mujer que luego pasó a de-
nominarse Asociación Argentina del Sufragio Femenino. A diferencia de otras femi-
nistas, apoyó el sufragio femenino en 1947 independientemente de la fuerza políti-
ca que lo impulsaba: el peronismo. Ese año elevó al Parlamento un petitorio con
ciento sesenta mil firmas.
25 Sobre las tareas realizadas por la Unión Argentina de Mujeres, cf. Oliver, María Ro-
sa: La vida cotidiana, Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 38.
Fernando Rocchi
cien obreros) ofrece un panorama muy especial: allí las mujeres repre-
sentan casi un tercio de la fuerza de trabajo. En el universo de los peque-
ños talleres familiares, con menos de diez trabajadores (y que, muchas
veces, sólo incluía al dueño de la firma), la presencia femenina ha des-
cendido a un 13 por ciento. La tendencia, aunque no siempre lineal, es: a
mayor cantidad de trabajadores, mayor cantidad de mujeres (véase la ta-
bla nº 1, pág. 241). Alrededor de 4400 obreras (un número que podría
subir a 6000 considerando que las cédulas censales que se conservan re-
presentan un 80 por ciento de la totalidad del censo) trabajaban en las
grandes fábricas porteñas en 1895. Sumando a las empleadas en los ta-
lleres medianos y pequeños, el número asciende a 11.000. No eran un
espejismo en el imaginario urbano.
El análisis desagregado de las empresas más grandes permite reco-
nocer otras características. Una de ellas resulta previsible: el tipo de ac-
tividad donde predominan las mujeres incluye las ramas relacionadas
con la producción textil. Otra, sin embargo, parece más sugestiva: el
porcentaje de mujeres empleadas alcanzaba cifras muy altas (en algunas
fábricas iba del 77 al 95 por ciento de la mano de obra ocupada). Qui-
zás uno de los datos más significativos es que los números más elevados
se ubican en aquellas actividades que –como la tejeduría lanera y la con-
fección de prendas– resultaban más novedosas en el paisaje industrial
porteño pues sólo se habían desarrollado a partir del 90 (véase la tabla
nº 2, pág. 241).
Siendo un grupo numeroso, estas mujeres se asociaban a la emer-
gente estandarización de la producción industrial, un fenómeno ligado
223 RESISTENCIAS Y LUCHAS
bien organizada no sólo es una necesidad sino que llevada por buen ca-
mino tendrá resultados beneficiosos”.8
El salario femenino se volvía todavía más bajo (y, por ende, más
atractivo para las empresas) si las obreras empleadas eran menores. La
presencia de adolescentes y niñas resultó, por entonces, otro fenómeno
visible. Y las observaciones daban lugar a condenas de mayor voltaje,
como la realizada por Carlos Mauli, un sindicalista miembro de la So-
ciedad de Carpinteros, de Vorwaerts, de Les Égaux y de Fasci dei Lavo-
ratori, en 1895: “Hay muchas fábricas, especialmente las textiles, donde
sólo se emplean mujeres. Casi todo el trabajo es hecho por las máquinas
y éstas son tan perfeccionadas que hasta un niño puede tratar con ellas.
Los industriales se han aprovechado de esta perfección en la maquinaria
moderna. Antes empleaban mujeres a 2,50 y 3 pesos diarios. Ahora, em-
plean niños de 10 a 14 años de edad a quienes les pagan de 80 centavos
a 1 peso; y de esta manera, los industriales hacen una economía consi-
derable, sin tener en cuenta la salud de los niños”.9
En 1894, La Nación calculaba que entre el 13 y el 16 por ciento de
las mujeres empleadas en la industria textil eran adolescentes o niñas,
números que no diferían demasiado de los proporcionados por el perió-
dico El País, que defendía sin ambages a los empresarios y que estima-
ba que, en 1900, este grupo alcanzaba un 10 por ciento de la fuerza fe-
menina empleada.
Cualquiera que fuere el porcentaje de trabajo infantil femenino –el
16 por ciento o el 10 por ciento–, era pequeño para un país que recién
había comenzado a industrializarse. Este porcentaje, en verdad, era si-
milar al de la Inglaterra y los Estados Unidos de esos años, en los cua-
les la segunda revolución industrial había hecho caer la otrora alta par-
ticipación de los niños que había caracterizado los comienzos de la
actividad manufacturera. Pero si tenemos en cuenta que el fenómeno se
producía en las “islas de modernidad” que representaban las grandes fá-
bricas de la ciudad, la similitud no nos sorprende. De la misma manera,
una comparación con los Estados Unidos revela que ambos países tenían
concentración de mujeres en las mismas actividades manufactureras: la
fabricación de sombreros y de medias, la textilería y la confección. En
las fábricas más avanzadas del país –si bien eran pocas– la Argentina
mostraba pocos rasgos excepcionales.
do interno, que había aumentado casi dos veces y media, llevó a dupli- No siempre el trabajo en la gran
car la producción industrial. Surgieron fábricas cada vez más grandes y fábrica implicaba una total
se ampliaron varias de las existentes, liderando este proceso aquellas discontinuidad con las tareas
artesanales. Muchas veces, el trabajo
que empleaban una alta proporción de mano de obra femenina. Hacia manual de las mujeres era clave
1910, la Fábrica Argentina de Alpargatas llegó a los 1200 trabajadores, para lograr un producto de buena
la Compañía General de Fósforos alcanzó los cuatro mil y la de camisas calidad y presentación.
de Sternberg trepó a 700. Mientras tanto, irrumpían las grandes tiendas Tejidos y encajes, 1923. Archivo
–como Gath y Chaves, A la Ciudad de Londres y A la Ciudad de Méxi- General de la Nación, Departamento
Fotografía.
co– que empleaban cientos (y hasta miles) de trabajadoras en sus talle-
res de confección. No resulta sorprendente, entonces, que el censo de
1909 indicara la presencia de más de 50.000 mujeres empleadas en la in-
dustria, un número significativamente mayor que el del censo de 1895.
Las ramas donde sobresalían las mujeres, sin embargo, no habían cam-
biado, ni lo había hecho la naturaleza de su trabajo, que continuaba la
tendencia esbozada a fines de la década del 1880.
En 1910, Horacio Rivarola se fastidiaba –en Las transformaciones
de la sociedad argentina y sus consecuencias institucionales– ante una
industria que, según su óptica, se había convertido en uno de los mayo-
227 RESISTENCIAS Y LUCHAS
res centros de extranjería del país, tanto por la nacionalidad de sus pro-
pietarios como por la de sus trabajadores. Los datos agregados de los
censos, que era de donde extraía la información para lanzar su diatriba,
parecían darle la razón (lo cual era poco sorprendente para una ciudad
con una alta tasa de población extranjera). El Censo de 1895, por ejem-
plo, indicaba que un 72,5 por ciento de los obreros industriales habían
nacido en otro país, un dato que los relevamientos posteriores no cam-
biaron; el censo de 1909 indicaba que los extranjeros representaban un
65 por ciento de los obreros industriales de la ciudad de Buenos Aires.
¿Qué ocurría en el mundo de las grandes fábricas, en el cual se ha-
llaban insertadas las mujeres? ¿Era cierta la afirmación de Rivarola,
avalada por los resultados censales? No contamos con datos desagre-
gados de los censos de principios del siglo XX, porque las cédulas se
han perdido. Pero un análisis pormenorizado del realizado en 1895
puede resultar sugestivo. El uso directo de las cédulas censales resulta
insuficiente, pues brindan el número de mujeres y hombres y el número
de extranjeros y argentinos de cada firma, pero no el de mujeres argen-
tinas, hombres argentinos, mujeres extranjeras y hombres extranjeros.
Los datos proporcionados por algunas empresas, sin embargo, revelan
aristas interesantes; en varias de las fábricas más grandes, donde las mu-
jeres superaban en número a los varones, el porcentaje de argentinos al-
canzaba más de la mitad de los trabajadores empleados. Un análisis es-
tadístico de las cédulas censales de 1895 permite extraer otro dato
revelador: una buena proporción de las mujeres que trabajaban en las
grandes fábricas habrían sido argentinas.10
Este dato resulta todavía más sugestivo si tenemos en cuenta la de-
mografía de la Buenos Aires de entonces: las mujeres de 20 a 29 años
incluían a alrededor de 33.400 extranjeras y sólo 26.700 argentinas. Pe-
ro existe la posibilidad de que la fuerza de trabajo femenina en las gran-
des fábricas refleje mejor la composición de la población de la ciudad si
se considera la edad de las obreras industriales. En su mayoría eran sol-
teras, según un informe elevado al Ministerio de Interior en 1904, por lo
que, si bien el estado civil es una clasificación administrativa que no
contemplaba si esas mujeres eran madres y/o jefas de familia, es proba-
ble que nos encontremos frente a un grupo muy joven. Las mujeres jó-
venes, por el peso que tenían las hijas de inmigrantes, formaban justa-
mente la primera franja de edades en donde las nacidas en el país
comenzaban a predominar. Así, entre los 18 y 21 años, las mujeres ar-
gentinas llegaban a 15.130 y las extranjeras a unas 12.000; entre los 14
y los 17 años, las cifras eran de 16.500 y 9300.11 Es probable, entonces,
que la correlación entre nativismo y género en las grandes empresas in-
dique que la población obrera femenina tenía no solamente un alto por-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 228
Los ecos del trabajo femenino La incorporación de mujeres a las grandes fábricas fue un fenómeno
lo suficientemente impactante como para que los industriales lo utiliza-
ran para pedir protección arancelaria. La mirada de no pocos ciudada-
nos se posaba en los gobernantes para que actuaran frente a un elemen-
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 230
to que juzgaban perturbador para el entramado social. J. M. Buyo defi- En las fábricas que empleaban mujeres
nía en La Nación el deber que les competía a los legisladores: “El hecho y varones, la segmentación de género
entre ambos grupos de trabajadores
fisiológico de no haber sido conformada la mujer para el trabajo físico
era un procedimiento común.
como el hombre [implica que] hace falta una legislación que se inspire Reparadores de calzado, 1927. Archivo
en estos principios y que impida o estorbe la aplicación de la ley de la General de la Nación, Departamento
oferta y la demanda al trabajo del niño y de la mujer”.17 Fotografía.
Esa responsabilidad fue, sin duda, tomada en cuenta por un congre-
so que rechazaba la ley de ocho horas pero apoyaba la iniciativa del di-
putado Palacios para la protección del trabajo femenino e infantil.
Los industriales explotaban a su gusto el temor de los legisladores a
una eventual conversión de las obreras desocupadas en anarquistas y
prostitutas si sus fábricas cerraban a causa de la competencia ruinosa
con los productos importados que traería una disminución en la tarifa.
La tragedia en la que podía desembocar la clausura de una firma se mos-
traba de manera visible con las visitas que los empresarios organizaban
para los diputados y senadores. Para la ocasión, los industriales llenaban
las fábricas con una cantidad de trabajadoras que superaba el empleo ha-
bitual. Por ejemplo, la firma textil Enrico Dell’Acqua, que no empleaba
más de 500 personas, había incrementado misteriosamente su personal
a 2600 en una de esas visitas; entre los obreros –para sorpresa y temor
231 RESISTENCIAS Y LUCHAS
contadas las salidas para su trabajo [Por eso era un buen signo saber]
que una de las academias mercantiles de la capital [la del contador Gia-
netti] había abierto sus clases para las jóvenes que aspiren a conocer los
secretos de la teneduría de libros y poder de este modo dedicarse a un
trabajo honesto y remunerador. [...] No se arguya con obstáculos de or-
den moral, porque corre más peligros una joven que dos o tres veces por
semana se ve obligada a atravesar sola gran parte de la ciudad, que la
que todos los días se encierra en su jaula de madera, mano a mano con
El boom cerealero promovió la
grandes libros”.22 producción masiva de bolsas de yute
Si La Nación se preguntaba qué le impedía a Buenos Aires conver- para poder conservar el cereal
tirse en una réplica social de Nueva York, otras miradas proponían esta protegido de los vaivenes del tiempo.
alternativa pensando en los sectores más desposeídos. La idea del tra- Las fábricas de bolsas se poblaron
bajo femenino en el comercio (y no precisamente del asociado a las de mujeres y de hombres
que las supervisaban.
mujeres de mejores orígenes sociales) era un viejo deseo de la Socie-
Fábrica Argentina de Alpargatas,
dad de Beneficencia, que intentaba convencer a los propietarios de tien- Barracas, primeras décadas del
das de las bondades de emplear mujeres. Al realizar tareas más livianas, siglo XX. Archivo General de la
“muchas jóvenes [que] sostienen una familia con sus afanes y desvelos, Nación, Departamento Fotografía.
233 RESISTENCIAS Y LUCHAS
secando los ojos a la luz de las bujías y perdiendo la lozanía de sus me-
jillas en las noches de tarea”, podrían evitar el destino fatídico de la fá-
brica.23
La década de 1920 iba a mostrar que la experiencia estadounidense
quizá podía repetirse en la Argentina. En esos años, la población creció
de nueve a doce millones y, aunque el PBI per cápita aumentó menos
que a principios de siglo, la producción industrial se incrementó en un
50 por ciento. Más mujeres trabajaron en fábricas cada vez más grandes,
mientras nuevas empresas abrían sus puertas y demandaban mano de
obra femenina. Para entonces, la Liga Patriótica Argentina iniciaba sus
campañas de paz social abriendo escuelas en las fábricas con el propó-
sito de enseñar a las mujeres cómo ser una buena madre y una buena es-
posa argentina. La primera escuela de fábrica se instaló en Bagley, una
productora de galletitas con una alta tasa de empleo femenino, y funcio-
nó bajo la dirección de la señorita De Estrada, con notable éxito entre el
personal. La aventura del ascenso había comenzado a permear la imagi-
nación de las trabajadoras. Quizá por eso una de las claves para enten-
der el éxito de la escuela de Bagley fuera, como la propia empresa no-
taba en 1927, que los cursos de cocina y labores habían sido desplazados
en el favor de las obreras por otros más relacionados con los trabajos de
oficina y que implicaban la posibilidad de convertirse en empleadas.24
Concentración de mujeres, Las once mil trabajadoras que poblaban el mundo de la industria de
concentración de capital Buenos Aires en 1895 estaban lejos de ser un espejismo. Todavía me-
nos podían serlo las seis mil obreras de las grandes fábricas porteñas,
cuyos edificios aparecían como uno de los signos de modernidad en una
ciudad que tenía muchos deseos de recibirla. La modernidad fabril, sin
embargo, no fue siempre bienvenida, como tampoco lo fue la concen-
tración de capital que acompañó el surgimiento de la industria estanda-
rizada. En buena medida, el rechazo se relacionaba con haber traído un
nuevo actor al mundo social porteño: la fabriquera.
Si la aparición de las mujeres en la gran industria a partir de fines
de la década de 1880 despertó la desazón de diversos sectores, la coin-
cidencia de este fenómeno con la cuestión social a principios del siglo
XX generó temores aun más profundos. Los sectores considerados más
débiles parecían, por entonces, estar al borde de un peligro de alcances
difíciles de imaginar. Por ello, los industriales pudieron conseguir man-
tener o elevar ciertas tarifas esgrimiendo el fantasma de la obrera deso-
cupada y apelando al miedo de legisladores no siempre atentos a las
cuestiones relacionadas con la manufactura.
La concentración de capital llegó acompañada de la concentración
CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 234
de mujeres. El número de trabajadoras fabriles poseía, además, un sig- En la década del treinta, y a pesar de
nificado ulterior. La alta presencia de argentinas entre las obreras de la los cambios económicos que siguieron
industria estandarizada llevó a prestarles una atención muy particular, a la crisis, las mujeres continuaron
realizando las mismas tareas que
especialmente notable en las sociedades de caridad, que consideraban venían haciendo desde que comenzó la
–como casi todos los observadores– a la fábrica como un mal necesario. industria estandarizada.
Faltaba un tiempo todavía para que el trabajo fabril de la mujer (que ex- Fábrica “43” de Piccardo y Cía.,
perimentó un incremento notable en la década del treinta, a partir del au- sección Estampillado, 1933. Archivo
ge de la industria textil algodonera) fuera considerado como un destino General de la Nación, Departamento
Fotografía.
positivo. Antes de eso, la posibilidad de emplearse en el comercio (co-
mo después lo sería en los servicios públicos) apareció como tabla sal-
vadora para la mujer necesitada de un salario.
La irrupción de la mujer en el mundo del trabajo moderno, sin em-
bargo, parecía condenarla a ser un engranaje en el mecanismo de con-
centración de capital que vivía la Argentina de entonces. Los mayores
demandantes de mano de obra femenina en el comercio terminaron re-
sultando las grandes tiendas, que eran una imagen especular de las fá-
bricas estandarizadas, con sus secciones y departamentos que funciona-
ban con la precisión de una máquina. Las más exitosas de esas
235 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Tabla nº 1
TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895
NÚMERO DE
TRABAJADORES EMPRESAS HOMBRES MUJERES TOTAL MUJERES (%)
Tabla nº 2
TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA GRAN INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895
(empresas con más de cien trabajadores)
Alimentaria 2 241 40 14
Calzado 7 1.440 284 16
Alpargatas 1 100 450 82
Tejido 4 211 1.020 83
Bolsas 2 140 460 77
Sombreros 1 164 156 49
Confecciones 3 30 608 95
Sastrerías 1 63 37 37
Tabaco 5 707 438 38
Imprentas 6 1.177 470 29
Curtiembres 5 983 30 3
Artículos de cuero 5 476 50 10
Aserraderos
y carpinterías 3 690 – 0
Metalurgia 6 1.065 14 1
Vidrio 4 549 24 4
Notas
1 República Argentina, Tarifas de Aduana. Estudios y antecedentes para su discusión
legislativa por la Comisión Revisora nombrada por el Poder Ejecutivo, Cía. Suda-
mericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1894, pág. XXXI; Boletín de la Unión
Industrial Argentina, 15/2/1894, nº 279, pág. 2.
2 La Prensa, 19/9/1901.
4 Feijoo, María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzos del siglo”, en
Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de historia so-
cial argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.
5 Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico
Armour, 1915-1969”, Anuario IEHS, nº 5, 1990.
10 Una conclusión más firme puede extraerse con la ayuda del índice de correlación
(llamado R2), que indica la relación entre dos variables que el análisis a simple vis-
ta no permite discernir. Los resultados posibles van de 1 (cuando la correlación es
total) a -1 (cuando no hay tipo alguno de relación entre las dos variables). Para el
caso de las cédulas censales de 1895, el coeficiente de correlación entre la variable
mujeres y la de argentinos resulta positivo y significativo (R2 = 0,51).
15 Mead, Karen, “Oligarchs, Doctors, and Nuns: Public Health and Beneficence in
Buenos Aires 1880-1914”, tesis de doctorado, University of California, Santa Bar-
bara, 1994.
24 Bagley SA, Libro de Actas del Directorio, 23 de mayo de 1927; Sandra McGee
Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932: the Argentine Patriotic Lea-
gue, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986; Dora Barrancos, “Vida íntima,
escándalo público: las trabajadoras telefónicas en la década de 1940”, ponencia pre-
sentada en las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, Santa
Rosa, 1998.
Representaciones de género
en la huelga de la construcción
Buenos Aires, 1935-1936
Débora D’Antonio
Movilización
y participación sindical La clase trabajadora enfrentó muchas de las significativas transfor-
maciones sociales y culturales de esta tercera década del siglo por me-
dio de la movilización. Ejemplo de ello son las múltiples protestas ca-
llejeras que protagonizaron las personas sin empleo junto con otros
sectores populares, los conflictos laborales diversos que se desarrollaron
con mucha intensidad a mediados de la década, y fundamentalmente la
resistencia escenificada en la creciente sindicalización.6
Los registros oficiales se esfuerzan por quitar valor social y político
al rol de las mujeres, pero ellas también participaron decididamente en
muchos conflictos como los de la industria textil,7 alimentación o co-
mercio, así como en el terreno político social.8
En este contexto, el gremio de la construcción fue uno de los que ad-
quirió significatividad. Entre 1936 y 1941 constituyó una organización
muy poderosa controlada por comunistas,9 y que crecía al ritmo de la in-
dustria. La Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC) se
convertiría de este modo en el segundo sindicato con mayor cantidad de
afiliaciones del país, después de la Unión Ferroviaria. Hegemonizado
por un sector de la izquierda, este gremio protagonizó uno de los con-
flictos más poderosos de esos años.
Así, el 20 de octubre de 1935, en una asamblea general y después de
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 242
intensos debates, el gremio decidió hacer efectiva una huelga para toda
la industria. Los Comités de Empresa debían lograr que los obreros10 de
las grandes constructoras se plegaran a la medida de fuerza. De este mo-
do, el día 23 del mismo mes los obreros de la construcción comenzaron
una huelga que se extendió a lo largo de casi 90 días y que llegó a su má-
ximo nivel de movilización en la huelga general que la clase trabajado-
ra realizó en solidaridad con los deseos y demandas de ese sector, los
días 7 y 8 de enero del siguiente año. La huelga se inició con una adhe-
sión de 15.000 trabajadores. Se organizó un Comité de Huelga desde
donde se trazaron las tácticas y estrategias para sostener el proceso de
lucha en el tiempo. Con el Estadio Luna Park repleto de activistas, suce-
sivas asambleas discutieron cómo masivizar la medida; de este modo, se
logró alcanzar la cifra de 60.000 obreros en paro. Si bien las demandas
eran fundamentalmente de tipo económico –aumentos en los salarios,
eliminación del trabajo a destajo y limitación de las extenuantes condi-
ciones laborales–, la lucha fue adquiriendo gradualmente, por varios
motivos, un carácter cada vez más político. En primer término, se libra-
ba un combate contra los sectores monopólicos de la industria de la
construcción y sus cámaras representativas, y se exigía a la vez el reco- La apertura del mercado de trabajo
nocimiento legal del sindicato, cuestiones con las que este sector no es- –entre el que se destaca la creciente
taba dispuesto a transigir. Por otro lado, la extensa huelga trajo apareja- industria textil– para una parte
significativa de las mujeres en las
da una sucesión de múltiples enfrentamientos con la policía y el ejército,
primeras décadas del siglo XX
lo que incrementó la radicalización del conflicto, y provocó finalmente promovió la aparición de nuevas
la intervención del gobierno. identidades sociales y políticas. Las
Los obreros terminaron planteando como estrategia distintiva la mujeres, de este modo, empezarían a
huelga general. Diversas situaciones ayudaron a templar a los trabaja- ocupar un lugar en el espacio público.
dores y las trabajadoras para dar forma a esta medida. Las grandes cor- Archivo General de la Nación,
Departamento Fotografía.
poraciones empresariales de la industria intentaron intimidar a los tra-
bajadores produciendo despidos sistemáticos; las fuerzas policiales,
militares o paramilitares intervinieron en el conflicto del lado de las pa-
tronales, y produjeron la muerte del obrero Sabattini (la primera vícti-
ma del proceso), lo que congregó a cientos de personas en su entierro
como modo de repudio al asesinato. Este maltrato coadyuvó a la inicia-
tiva de organizar un “Comité de Defensa y Solidaridad” que agruparía
a 68 sindicatos de diversas ramas productivas y que ayudaría al éxito de
la huelga general.
La Confederación General del Trabajo (CGT) fue ambivalente con
respecto a la huelga, ya que se plegó cuando era palpable la generaliza-
ción del conflicto.11 Hubo dos días muy intensos en los que la clase tra-
bajadora protagonizó diversas escaramuzas callejeras contra las fuerzas
policiales y militares, muchas de las cuales, en este caso, también termi-
naron con víctimas. Se desarrollaron, por otro lado, diversas actividades
243 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Ante la entrada masiva de las mujeres contra los sectores del transporte que no se plegaban al paro (en la jer-
al mercado de trabajo local fueron ga obrera: “carneros o “crumiros”) paralizando ciertos puntos neurálgi-
surgiendo diversas escuelas de cos de la ciudad como algunas líneas del ferrocarril, terminales de co-
capacitación que, a la vez que
lectivos, lugares de abastecimiento, etc. Hubo muchos actos,
disciplinaban a la mano de obra
femenina en los avatares de la manifestaciones, enfrentamientos, apedreadas, piquetes en las puertas
modernidad, constituían flamantes de las obras y de las fábricas, encarcelamientos y víctimas fatales.
espacios de sociabilidad. El extenso conflicto, junto con la intervención mancomunada de los
Archivo General de la Nación, trabajadores y las trabajadoras de toda la capital, y la incorporación del
Departamento Fotografía.
Estado –vía sus representantes– como árbitro, propiciaron que buena
parte de las reivindicaciones fueran alcanzadas. En lo económico, obtu-
vieron sus aumentos salariales, y en lo que respecta a su organización,
la federación –que en breve sería una entidad nacional (FONC)– se con-
virtió en la segunda entidad en importancia numérica del país.
Este proceso ha sido considerado en algunos relatos históricos,12 pe-
ro en ellos se ha descuidado el papel que desempeñaron las mujeres.
Invisibilidad y representaciones
de género en la década de 1930 El relato explícito acerca del papel de las mujeres en la extensa huel-
ga del ’36, ya fuera en calidad de esposas, hermanas, madres, etc., o co-
mo participantes activas del proceso, es poco elocuente: las mujeres su-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 244
Representación
de la participación femenina Pese a la naturalización de ciertas características y la rígida asigna-
ción de roles, el activismo femenino logró expresarse en la huelga de la
construcción, desarrollándose en ciertos espacios –no productivos– co-
mo, por ejemplo, los comedores populares, los centros de asistencia
médica y las organizaciones de amas de casa en apoyo a la huelga. Tam-
bién intervinieron defendiendo a sus maridos o hermanos presos, resis-
tiendo a la policía o a los militares.
No obstante, la presencia de este activismo no fue considerada en el
periódico de la CGT-Independencia,21 que describió la huelga como un
“movimiento reivindicatorio” realizado por “30.000 hombres honestos
y dignos”. Sin mencionar a las mujeres, se afirmó que los varones,
“mancomunados fuertemente y convencidos de la razón que les asiste se
han lanzado con decisión al combate y se mantienen con entereza en sus
posiciones”. La fuerza, la razón, la decisión, la entereza, así como la ca-
pacidad de soportar las “privaciones”, fueron entendidas en este contex-
to histórico como cualidades exclusivamente masculinas.22
La otra CGT (CGT-Catamarca) valoró los hechos de modo similar:
en este conflicto, “miles de hombres” lograron poner en jaque a los ca-
pitalistas, haciendo que éstos se encontraran “ante una fuerza con la que
nunca contaron y que sofrena sus ansias de explotación...”.23
Por otro lado, muchas de las fuentes que sí visibilizaron la participa-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 246
esta organización en los barrios obreros: Villa Devoto, Villa del Parque,
Villa Mitre en Caballito-Flores, Urquiza, Parque Patricios, Centro, Cha-
carita, Villa Crespo, Paternal y Mataderos. Significativamente, fue en
estos barrios donde se concentraron las acciones populares el 7 y el 8 de
enero, tanto en lo que refiere a enfrentamientos con las fuerzas policia-
les, como a piquetes obreros o reuniones masivas.
La República reseñó un balance realizado por los dirigentes de la
huelga al valorar la ayuda solidaria brindada por el Socorro Rojo, don-
de se destacaba: “en lo que respecta a la agitación, nuestras mujeres ac-
tivistas han participado de la protesta en los diarios, para obtener la li-
bertad de los presos”.34
Las mujeres desempeñaron un importante papel también en la huel-
ga general, en la que sí participaron gremios que no eran exclusivamen-
te masculinos, razón por la cual hay rastros más fuertes en la documen-
tación en torno a ellas.
En La Nación del 8 de enero se relató el incendio de un vehículo, ac-
ción atribuida a “una turba compuesta de obreros, entre los cuales había
numerosas mujeres”. El periódico desarticula el típico lugar de pasivi-
dad atribuido a las mujeres, pues relata que el “grupo de exaltados” rea-
lizó esta acción al avanzar “por aquella calle desde la estación Gaona”,
deteniendo “a los vehículos que transitaban por las inmediaciones, for-
zando a sus conductores a hacer abandono de los mismos”.35
También en La Prensa del 9 de enero se atribuyó un lugar importan-
te al activismo femenino, explicando que el cierre de los comercios en
solidaridad con la huelga sólo fue posible gracias a la acción de comi-
siones de huelguistas que, “integradas las más por mujeres”, “invitaron
a los comerciantes a no reanudar sus actividades”.36
Otro artículo del mismo periódico informó que en distintos lu-
gares de la Capital Federal fueron encarceladas una importante cantidad
de personas de los distintos barrios donde se desarrollaron los episodios
más expresivos de la huelga. Entre quienes fueron liberados/as al final
del primer día de huelga –aproximadamente 610 personas–, el diario de-
talló que se había podido reconocer hasta ocho mujeres. Lo mismo se
repite en La República.37
Otros datos de La Prensa –aunque menos precisos– mostraron que
hubo 210 hombres y mujeres detenidos como parte de la clausura de lo-
cales obreros. En defensa de las personas arrestadas en Villa Devoto se
habían movilizado mujeres y niños, mientras la policía reprimía y la
huelga continuaba.38
Una vez finalizada la huelga general, la lucha del gremio de la cons-
trucción continuó un tiempo más. Mientras el Ministerio del Interior
mediaba en la solución del conflicto, realizando largas conferencias con
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 250
representantes de ambas partes, las huelguistas y los huelguistas solicita- Represión policial durante la primera
ron entrevistas con el Ministro para interceder por la libertad de las mu- jornada de huelga. El objetivo de la
jeres detenidas. Esta tarea fue encabezada por ciertas figuras femeninas medida era disolver la concentración
de un grupo de huelguistas en las
ya relevantes en ese momento, como “Celina La Crontz y Moreau de Jus- inmediaciones del barrio de
to”.39 Mataderos.
Un comunicado del Comité de Huelga de los obreros marmolistas Archivo General de la Nación,
protestaba enérgicamente ante las autoridades tanto “por la clausura de Departamento Fotografía.
nuestros locales sociales y comedores”, como por “la detención de varias
mujeres de obreros, entre ellas, algunas madres que tienen hijos de pocos
meses de edad, que están privados de recibir la crianza necesaria con las
consecuencias imaginables”.40 En otras crónicas se afirmaba que “nume-
rosas compañeras de obreros detenidos en la cárcel de contraventores a
raíz de los sucesos del martes 7 de enero [...] al querer hacer llegar a los
presos alimentos o ropas se les trataba con desconsideración por parte del
personal encargado de la vigilancia”, corroborando una vez más el en-
frentamiento de las mujeres con las fuerzas policiales. En este caso, las
mujeres visibilizadas fueron “Susana Schlei y Apollonia Muller”.41
Buena parte de las mujeres tuvieron un rol muy activo en este proce-
so, no sólo porque asumieron presurosamente las tareas de solidaridad y
mantenimiento de la huelga sino también porque en muchas oportunida-
251 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Imágenes de género des se enfrentaron con la policía, con los “carneros y carneras”, con la
en la huelga cárcel, etcétera.
Cuando en las fuentes analizadas aparecen referencias a las mujeres
o a cuestiones de género, éstas son utilizadas como metáforas para ha-
blar de otros temas. La prensa obrera apeló a menudo a imágenes de fe-
minidad para desprestigiar lo que consideraba políticamente incorrecto.
Esas metáforas de género tenían connotaciones negativas, pues asocia-
ban a aquello que se quería denostar con la debilidad, la falta de razón,
el sentimentalismo, etc., todos tópicos relacionados con lo femenino.
Esta estrategia asoció también a las mujeres con la esfera de poder de
las clases poseedoras, y en ocasiones la identidad homosexual también
fue utilizada para burlarse de enemigos coyunturales.
En ciertos artículos se percibe a las mujeres como si no hubiera dife-
rencias de clase entre ellas, tomándolas como una unidad sin fragmenta-
ciones internas. Según una crónica sobre el boicot obrero a la circulación
del transporte público, “muchos particulares se prestaban gentilmente pa-
ra trasladar a sus hogares a muchas mujeres que se hallaban detenidas en
las esquinas a la espera de hallar medios para hacerlo”.42 En esta repre-
sentación, las mujeres se enfrentan sorpresivamente con los efectos del
conflicto, reaccionando de manera pasiva sin saber qué hacer. Contra-
dictoriamente y como ya hemos visto en el apartado anterior, la parali-
zación del transporte y la quema de vehículos habían sido provocadas
también por mujeres. Las crónicas no parecen notar que la diversidad en
la respuesta femenina responde, entre otros ejes (etnia, edad, etc.), a di-
ferencias de clase. Las representaciones son puestas a la par sintomáti-
camente: mientras que se registran episodios “violentos” donde partici-
pan mujeres, a la vez se naturalizan los gestos de otras.
La utilización de la imagen femenina para denostar a ocasionales
enemigos se puede registrar, por ejemplo, en la lucha que se desarrolló
en la escindida CGT. La sede de la calle Catamarca acusó a la sede de
la calle Independencia de haber hecho sólo “un gesto de dama de cari-
dad, de dama rica que se asocia con otros de su alcurnia para hacer de
vez en cuando una fiesta de beneficencia para los pobres”. La acusación
de feminidad tenía como objeto desprestigiar el ofrecimiento del “cam-
po de deportes para albergar a algunos niños de huelguistas”,43 al enla-
zar esta acción con un “superfluo” sentimentalismo. En esta operación
se amalgama una valoración de clase con una de género, atribuyendo a
las mujeres el lugar unívoco de damas ricas que se acercan a la gente po-
bre y maltratada sólo con fines benéficos, y asociando lo abyecto con lo
femenino, a la vez que con las clases poseedoras. La forma en que el re-
lato se estructura dificulta la percepción de la actividad de las madres
(mujeres, hermanas, etc., de los huelguistas) que probablemente se en-
REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 252
cargasen de llevar efectivamente a sus hijos e hijas a los campos de de- El carácter popular del conflicto se
portes que la otra CGT proporcionaba. manifiesta en esta imagen. Los restos
de un tranvía señalan la participación
Un artículo del gremio de los gráficos sostiene, criticando al sector
y el compromiso con la huelga general
obrero del bando contrario, que “con el taparrabos de una pretendida por parte de vecinos del barrio obrero
‘prescindencia sindical’”, la cual nunca les impidió prenderse “de los de Villa del Parque.
faldones de los políticos de la burguesía”, se negaron a desarrollar una Archivo General de la Nación,
política de oposición contra la “dictadura septembrina”; y al “mendigar” Departamento Fotografía.
el “indulto de algunos compañeros presos, adularon al gobierno y su po-
lítica”.44 Elocuentemente, se asocia el taparrabos, aquello que oculta las
partes pudendas, con la cobardía política –lo que la fuente explica como
prescindencia política de los agrupamientos–, y la argumentación se
completa –para terminar de mancillar al interlocutor– con la idea de que
ellos (los otros) se toman como niños de los faldones de la clase burgue-
sa. También en este discurso se entremezclan atributos de clase y de gé-
nero: mientras que el varón pierde su virilidad si no muestra su poder
con los genitales, a la mujer se le atribuye el “esencial” lugar de madre,
a cuya falda se abrazan menores y débiles.
253 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Las diferencias entre los géneros, así como las diferencias de clase o
las étnicas, organizan a la sociedad en términos desiguales y jerárquicos,
expresándose tanto en el nivel de las instituciones que se imponen por
medio de relaciones de poder, como en los imaginarios que excluyen a
la mujer, ya respecto de la inserción en las diversas ramas de la produc- Las barriadas obreras fueron escenario
ción, ya en lo relativo a la práctica sindical, social o política. de múltiples acciones callejeras de
Un análisis de género, por lo tanto, debería descubrir las implicancias protesta. En la foto, un grupo de
sociales de la división sexual, que se instalan como modos significativos activistas prende fuego a un camión
recolector de basura en la calle
de opresión constante. Este campo primario donde se instituye la desi-
Nazca al 1000.
gualdad del poder y que se inscribe en los cuerpos no es inmutable: se Archivo General de la Nación,
modifica, se trastorna permanentemente. Las fronteras de género “son a Departamento Fotografía.
255 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Notas
1 Citado en Kaplan, Tema, “Conciencia femenina y acción colectiva”, en Historia y
género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Edicions Alfons El
Magnánim, España, 1990, pág. 281.
4 Para una perspectiva crítica sobre esta modalidad interpretativa, véase Scott, Joan
W., Gender and the Politics of History, Columbia University Press, Nueva York,
1988.
7 Algunos ejemplos son los conflictos de la casa Gerino, la casa Gatry, la casa Gath
y Chaves, casa Majtrat, entre otros. Véase Di Tella, Torcuato S., “La unión obrera
textil, 1930-1945”, Desarrollo Económico, vol. XXXIII, n° 129, Buenos Aires,
abril-junio de 1993; Del Bono, Andrea, “La organización de los procesos de traba-
jo en la industria textil, 1930-1945. Una aproximación a través del análisis del pe-
riódico sindical El Obrero Textil”, Estudios e Investigaciones, n° 20, Universidad
Nacional de La Plata, La Plata, 1994.
como modo de fundar una nueva forma de aprehender el mundo. En este artículo,
sólo masculinizaremos nuestro lenguaje, cuando –que sepamos– estrictamente las
mujeres no estén incluidas en las acciones que nombramos.
14 Un análisis sobre el controvertido espacio público para las mujeres puede hallarse
en: Lavrin, Asunción, “Women’s Politics and Sufrage in Argentina”, en Women, Fe-
minism, and Social Change in Argentina, Chile and Uruguay, 1890-1940, cap. 8,
University of Nebraska Press, 1995.
15 Si bien es posible hallar regularidades en conceptos tales como familia, mujer, va-
rón, maternidad, etc., de la sociedad argentina de la primera mitad del siglo XX,
también se puede enfatizar su polisemia. Un ejemplo de ello es la multiplicidad de
ideas sobre maternidad que Donna Guy ha encontrado para este período (Guy, Don-
na, “Madres vivas y muertas”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna [comps.], Sexo
y sexualidades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998).
18 Acerca del cuestionamiento de la tesis marxista que sostenía que el ingreso al mer-
cado laboral de las mujeres las liberaría de la tutela masculina, se puede leer una crí-
tica en Scott, Joan W. y Tilly, Louise A., “El trabajo de la mujer y la familia en Eu-
ropa durante el siglo XIX”, en Nash, Mary (comp.), Presencia y protagonismo.
Aspectos de la Historia de la Mujer, Editorial del Serbal, Barcelona, 1984.
26 Esta percepción de los mismos obreros está sustentada en la manera en que el Có-
digo Civil vigente en aquel momento concibe la filiación: los hijos son “propiedad”
exclusiva del padre.
29 Marcela Nari ha trabajado sobre la percepción que las mujeres tienen sobre sus pro-
pios maridos anarquistas: Rouco Buela, Juana, Historia de un ideal vivido por una
mujer, Buenos, Aires, 1964 citado en Nari, Marcela, “Pensar la familia en el co-
mienzo de un nuevo siglo”, mimeo.
32 El Socorro Rojo era una organización de alcance mundial, relacionada con la III In-
ternacional Comunista, que se encargaba a través de sus filiales nacionales de orga-
nizar la solidaridad frente a los distintos procesos de lucha o resistencia. Para un ma-
yor acercamiento a este tema, véase Caballero, Manuel, La internacional comunista
y la revolución latinoamericana, Nueva Sociedad, Caracas, 1987.
35 La Nación, 8/1/36.
37 La República, 10/1/36.
39 Ibídem, 12/1/36.
Mabel Bellucci*
Las mujeres dicen “¡basta!” En los últimos treinta años, la lucha de las mujeres por la defensa de
la vida y por el respeto a los principios de los derechos humanos alcan-
zó un carácter emblemático en América latina, azotada por la interven-
ción directa de los Estados Unidos en Centroamérica (Honduras, El Sal-
vador y Nicaragua) y por un número significativo de golpes militares a
lo largo de la década de 1970. En ese período, comienza un momento
histórico que sujetará, con la globalización del neoliberalismo, todos los
aspectos de la vida colectiva a la lógica del mercado. El Estado fue re-
duciendo progresivamente sus funciones asistenciales y potenció su alta
capacidad represiva, por lo cual se debilitó su control sobre los cambios
que generaba la reestructuración del modelo económico y social. De es-
ta manera, durante el último período de las dictaduras militares, en el
continente se fueron sentando las bases para una nueva configuración
del Estado, cada vez más distante de su rol benefactor. Por todo ello,
nuestros países se presentan con bajos niveles de desarrollo económico
y tecnológico, con una fuerte desigualdad distributiva del ingreso, una
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 264
lenas de los familiares de desaparecidos o las Mujeres de Negro de Bel- Imagen distintiva de las Madres que
grado. En todos los casos, las unió la necesidad de justicia y verdad an- ilustra la tarjeta de Fin de Año que se
te la desaparición forzada de personas, los centros clandestinos de tortu- comenzó a repartir desde 1992.
Los comienzos En una tarde de otoño, el 30 de abril de 1977, catorce mujeres,11 can-
sadas de asistir cientos de veces a oficinas de ministerios, dependencias
policiales y templos católicos en busca de información sobre sus hijos y
familiares desaparecidos, y de escuchar que el desaparecido no había si-
do arrestado, decidieron hacer algo insólito: se apropiaron de la Plaza de
Mayo, el territorio por excelencia de la política en nuestro país, el lugar
donde se produjeron las más importantes protestas populares y manifes-
taciones multitudinarias. Eligieron la Plaza porque en las cercanías se
concentraban las instituciones gubernamentales y religiosas más fre-
cuentadas por los familiares de los desaparecidos y, a su vez, había sido
un punto de convergencia para todas ellas, que provenían de diferentes
y alejados barrios de la ciudad. Más allá de estas razones, aleatorias, el
haberse apropiado de ése y no de otro escenario tenía un profundo sig-
nificado: “En el cruce entre la pérdida o el duelo personal por un lado y
la cohesión autogestionaria en el lugar político, la Plaza, por otro, co-
menzaron a socializar su maternidad y a relatar aquella historia que las
hacía sentirse iguales. Es así como las madres reinventan un concepto:
la resistencia”.12
Con la horrorosa crueldad de su ofensiva, la dictadura militar desen-
cadenó en estas mujeres anónimas la necesidad de resistir colectivamen-
te, ya que el esfuerzo individual tenía muchas desventajas y nulos resul-
tados: “La realidad era trágicamente sorprendente. Después de haber
preguntado en muchos lugares por la suerte de mi hija –cuenta Beatriz
de Neuhaus–, fui citada por el Ministerio del Interior, un día como a las
ocho de la noche. Y cuando llego a la zona, me encuentro ahí una canti-
dad enorme de gente, haciendo cola parados o sentados en el suelo. To-
dos estábamos esperando que nos den información sobre nuestros hijos
y nunca aparecía”.13
La ira fue superando al miedo. Sólo así se puede entender esta sali-
da irruptiva del refugio íntimo a la confrontación con el Estado, el cual
se representaba a sí mismo como el supremo defensor de la familia ar-
gentina.
Azucena Villaflor fue la inspiradora del movimiento y lo encabezó
durante doscientos cincuenta días, hasta que fue secuestrada.14 “Azuce-
na fue la primera que dijo que solas no íbamos a llegar a ninguna parte
[según el relato de Lidia Moeremans], había que unirse, que ser muchas
y que había que meterse en la Plaza de Mayo. Varias de las mujeres es-
tuvieron de acuerdo. Pero... y ¿qué hacer?; nada, decía Azucena, nada
especial, aunque sea sentarse, conversar y ser cada día más. Solas no po-
demos hacer nada, quién sabe en grupo, sí.”15
“No bien hizo la propuesta –cuenta Nora Cortiñas–,16 alguien sacó
un almanaque del bolsillo. Nos dimos un plazo de quince días para po-
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 268
Escena de Las Madres de Plaza de por mujeres; aunque disponía, dice Cortiñas, de “distintos tipos de apo-
Mayo, un film documental de Susana yos por parte de varones en su condición de familiares y profesionales”.
Muñoz y Lourdes Portillo, estrenado en “En ese lugar éramos todas iguales... A todas nos habían llevado hi-
abril de 1986 en los Estados Unidos y
nominado para el premio de la
jos. Y era como que no había ningún tipo de distanciamiento. Por eso es
Academia Cinematográfica. Incluye que la Plaza agrupó.”17
varias entrevistas con madres, El acontecimiento tenía antecedentes históricos: la Huelga de Inqui-
militares y sobrevivientes de los linos de 1907. En ese Buenos Aires transformado por la modernización
centros clandestinos de detención. capitalista, dicha insurgencia es llevada a cabo solamente por mujeres.
Ellas son las que salen a defender sus hogares; organizándose de mane-
ra espontánea para resistir tanto los allanamientos de la Justicia como la
represión policial que se presentan a diario en los conventillos.18
Al principio, los militares no le dieron importancia al movimiento de
Madres, pues creían que “al estar constituido mayoritariamente por mu-
jeres y amas de casa, se cansarían pronto y volverían a sus hogares”.19
Luego, las estigmatizarían como las locas de Plaza de Mayo. Con el
transcurso del tiempo, las Madres se apropiaron de esta injuria y la resig-
nificaron positivamente: sólo la locura que provoca la desaparición de un
hijo permitió su búsqueda, sin medir los riesgos que se corrían.
A su vez, el énfasis de ellas en reivindicar su rol materno, las prote-
gió de alguna manera de la represión hasta el 8 de diciembre de 1977,
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 270
La lucha de las Madres No toda la historia del movimiento de Madres fue de acuerdos y ar-
después de la dictadura monías. No será lo mismo reclamar y organizar estrategias de lucha
frente a un gobierno militar que frente a uno civil. A partir del proceso
democrático, en 1983, comenzaron a generarse fuertes conflictos y di-
EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 272
De madre biológica La ley de la vida indica que los hijos sobreviven a los padres. Con
a madre política: dolor, ellos sepultan a sus mayores, pero más doloroso resulta cuando
el testimonio de Nora Cortiñas los padres sepultan a sus hijos.
Un accidente o una enfermedad serían algunas de las maneras más
comunes de perder un hijo. Ser madre de un desaparecido instaurará una
nueva forma.
Nora Cortiñas es una voz referencial de su movimiento y cruza
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nos niegan. Sin él, no podemos elaborar la muerte y darle la sepultura Marcha de la Resistencia del 8 de
que se merece. Es el ser y no ser. La angustia se transforma en letanía. diciembre de 1982. La bandera
Las preguntas no cierran y la tragedia tampoco cierra. Una se interroga principal levanta la consigna
“Aparición con vida”, vigente desde
permanentemente. Nuestros hijos no están muertos. Están desapareci- 1980. Detrás –como demostración de
dos. la existencia del Plan Cóndor– marcha
Cuando una madre encuentra el cuerpo de su hijo, lo deposita donde un grupo de madres de uruguayos
corresponde y, de alguna manera se conforma. Es un hecho privado. En desaparecidos en la Argentina.
cambio, lo nuestro es querer hacer un duelo sin cuerpo. No nos confor-
mamos y por eso es un hecho político.
No quisiera competir en quién sufrió más, pero lo vivido por las Ma-
dres fueron violaciones a los principios más fundamentales de los dere-
chos humanos cometidos por el Estado, en manos de un gobierno mili-
tar terrorista.
Azucena Villaflor fue la que lanzó nuestra proclama inicial: todas
por todas y todos son nuestros hijos. ¿Qué queremos decir con esto? Es
una promesa implícita de las Madres: nuestra lucha no es individual, es
colectiva. A lo largo de estos años, de no haber sido por esta filosofía,
hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades: varias madres mu-
rieron, otras debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres.
A algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos, a otras les qui-
277 RESISTENCIAS Y LUCHAS
taron la posibilidad de criar a sus nietos, porque esos niños también fue-
ron secuestrados junto con sus padres y mantenidos en cautiverio, hasta
que los asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los regis-
traron con una identidad falsa. Sólo la fuerza que te da el conjunto per-
mite seguir la búsqueda.
Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de to-
dos los desaparecidos. Nuestro hijo biológico se transformó en 30.000
hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle. Los
seguimos acompañando, pero no de la misma manera como cuando es-
taban con nosotras: revalorizamos la maternidad desde un lugar público.
Somos Madres a las que se nos sumó un nuevo rol y en muchos de los
casos no estábamos preparadas para ello. Transmitimos algo más de lo
que antes les transmitíamos a nuestros hijos: el espíritu de la lucha y el
compartir otras luchas. En fin, aprendimos a dar y a tomar. Esa necesi-
dad de entender la historia de nuestros hijos fue la que nos mantuvo en-
teras, la que nos llevó a ocupar espacios hasta ese momento desconoci-
dos por nosotras.
También nuestro entorno familiar se alteró. Por ejemplo, mi marido
me celaba y discutíamos bastante porque mi independencia se iba forta-
leciendo a lo largo de nuestro accionar. A veces, por miedo, él se ponía
obcecado. Mi familia estaba muy temerosa por mi suerte. Era frecuente
que después de la ronda terminásemos presas.
Yo tengo otro hijo, quien, después de la tragedia, creyó ser único.
Sin embargo, con mi activismo pasó a ser invadido por todos los otros
hijos que buscamos. Yo viví durante muchos años la tensión de ser dos
madres a la vez: la biológica y la política. Al principio no me daba
cuenta de que tenía otro hijo, hasta que sus planteos cotidianos fueron
un llamado de atención. Ahora, él me ayuda, colabora conmigo, sin ser
un activista. Pero no fue el único en la familia que sintió abandono. Mi
nieto, el hijo de Gustavo, me veía como una abuela “rara”. La situa-
ción se fue revirtiendo a partir de los comentarios elogiosos que ha-
cían sus amigos sobre nuestras luchas. Al crecer, él comprendió que si
yo no me ocupaba de la manera que me pedía, era porque buscaba a
su padre.
El 30 de abril de 1977, nuestro primer día, éramos muy poquitas y
todas estábamos atravesadas por el miedo y la angustia. Mientras ave-
riguábamos por el paradero de nuestros hijos, nos íbamos encontrando
con mujeres y hombres en la misma situación. Entonces comenzamos
a juntarnos para descubrir las causas, para consolarnos. No nos unían
opiniones políticas ni religiosas sino la tragedia, la búsqueda incansa-
ble. Ahora bien, desde el inicio, en vez de estar quietas decidimos ron-
dar. No obstante, durante los cuatro primeros meses de reuniones lo
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que hacíamos era estar paradas. Las vueltas comenzaron casi por orden
de la policía, que nos hacía circular. La razón fue muy simple: como el
estado de sitio no permitía que las personas se juntasen en las calles,
se nos ocurrió caminar alrededor de la plaza. Fue Azucena Villaflor la
que propuso esa idea. Allí podíamos expresar nuestro dolor, nuestra
angustia y la gente al vernos se iba enterando de lo que estaba suce-
diendo.
Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegi-
do no permitió que los hombres nos acompañasen por sus obligaciones
laborales. ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una ma-
dre contó que en la tradición popular los días que se escriben con ‘r’ Un descanso durante la Marcha de la
traían mala suerte: entonces quedaba sólo lunes y jueves. El primero era Resistencia de 1999. Delante del cartel
imposible, ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de sema- se distingue a Perla Waserman
(segunda desde la derecha), que
na por ser amas de casa. Por ejemplo, lavar la ropa. Entonces nos deci-
falleció poco después –el 22 de enero
dimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el momento de ma- de 2000–. A Perla, activista histórica
yor concentración de gente, justo a la salida de sus oficinas. Así fue del socialismo, le “desaparecieron”
nuestro comienzo: rondar los jueves a las 15.30. una hija.
279 RESISTENCIAS Y LUCHAS
Notas
1 Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina,
Colihue, Buenos Aires, 1998, pág. 7.
2 Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Grijalbo, Buenos Aires, 1998, pág. 224.
3 Bousquet, Jean Pierre, Las locas de la Plaza de Mayo, El Cid Editor, Buenos Aires,
1983, pág. 25.
10 Levstein, Ana, “La inscripción del duelo en el espacio político”, en Forastelli, Fa-
bricio y Triquell, Ximena (comps.), Las marcas del género. Configuraciones de la
diferencia en la cultura, Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional
de Córdoba, Córdoba, 1998, págs. 102 y 99.
18 Véase Bellucci, Mabel, “La Huelga de los Inquilinos”, La Razón, Buenos Aires,
9/12/1986, pág. 12.
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24 Rossi, Laura, “Las Madres de la Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la hipo-
cresía burguesa”, en Alternativa Feminista, año I, n° 1, Buenos Aires,|1985, pág. 15.
Agradezco profundamente el tiempo dispensado por María Alicia Gutiérrez, Valeria Pi-
ta, Johana Berkins y Eduardo Anguita. También, la buena voluntad de Nora Cortiñas al
facilitarme el acceso a los archivos periodísticos y fotográficos de Madres-Línea Funda-
dora, a los cuales pertenecen todas las fotografías publicadas en este ensayo. Asimismo,
la colaboración del personal de las bibliotecas Nacional, del Congreso, de la Unión de
Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), del Centro de Documentación de la
Librería de la Mujer y de la revista Todo es Historia. Sin olvidar las pacientes lecturas y
la corrección de estilo de Rubén Pagliero y también de Alicia Moscardi.
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