Está en la página 1de 6

Lecturas del Martín Fierro

El 17 de octubre de 1945, un nuevo actor político hizo su aparición en la escena argentina:


la masa obrera. Relegada de la escena política, cobra conciencia de sí misma luego del
golpe del 1943, ante la sanción y la aplicación de leyes laborales necesarias a cargo del
general Juan Domingo Perón, secretario de trabajo. Los obreros habían formado parte de
huelgas guiadas por movimientos sindicalistas, socialistas y anarquistas hasta ese momento,
pero nunca tuvieron un peso decisivo en la política argentina. Ante intereses extranjeros y
de la clase dirigente, dueños de los medios de producción, sus protestas habían sido
ignoradas, reprimidas, calladas. Sería con Perón que la masa trabajadora argentina cobraría
importancia histórica en lo económico, político y en lo cultural.

En el plano cultural, la escena intelectual argentina estaba conformada, en su mayoría, por


una élite de tendencia liberal inyectada por intereses extranacionales. Representantes de esa
escena intelectual podemos referirnos al grupo Sur, llamados así por integrar la revista del
mismo nombre, fundada por Victoria Ocampo. El 17 de octubre sería una fecha clave en la
que se hace presente una parte del país silenciada. Ante el horror de la clase dirigente, el
“aluvión zoológico” invadió la ciudad y comenzó una puja entre intereses liberales, con la
mirada en lo europeo e intereses nacionalistas, con la mirada en la formación de una cultura
nacional.

Es pertinente aclarar que el nacionalismo no era una corriente nueva en Argentina.


Comenzó gestándose entre las décadas de 1910 y 1920 culminando en el golpe cívico-
militar de 1930 y luego sofocada por las presiones liberales de la década infame.
Representantes de las ideas nacionalistas en el campo de la literatura fueron Ricardo Rojas,
que en Historia de la literatura argentina rompe la linealidad temporal para poner en
primer término a la literatura gauchesca, y Leopoldo Lugones que en su obra El Payador
elevó al Martín Fierro al nivel de epopeya nacional. ¿Por qué la literatura gauchesca cobra
tamaña importancia para estos escritores? La reivindicación histórica de Martín Fierro
implica una revalorización del pasado anti inmigratorio argentino, del federalismo, del
caudillaje.

Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges escriben dos libros sobre Martín Fierro en
1948 y 1953, durante el peronismo. No es un hecho casual, que se produjeran dos críticas
sobre esa obra en ese momento histórico. Con el peronismo se producen profundas
transformaciones como el desarrollo de la clase obrera y con ello la promoción de una
cultura popular contraria a la cultura dominante elitista vigente. El peronismo colisiona con
los intereses de la clase política hegemónica, comprometidas con las potencias extranjeras.
Martínez Estrada y Borges, pertenecientes al grupo de la revista Sur, representan estos
intereses en la cultura, con un perfil conservador, aristocrático y cosmopolita que mira con
desdeño a lo popular y nacional.
En este contexto histórico, Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui publican
dos libros que debaten los escritos sobre Martín Fierro de Borges y Martínez Estrada:
Crisis y resurrección de la literatura argentina e Imperialismo y cultura. En ellos parten de
una concepción marxista en la que piensan la condición dependiente colonial de la
Argentina y el problema de la cultura nacional. Críticos de la revista Sur, grupo de
transmisión entre el país y el extranjero, consideran que esta clase es incapaz de asumir una
perspectiva nacional que podría ser una vía de solución para los problemas de dependencia
argentinos.

En Crisis y resurrección de la literatura argentina, Ramos plantea como tema lo nacional y


lo europeo en la literatura argentina y en la formación del pensamiento nacional
latinoamericano. Considera que en Argentina se produce una anulación de una crítica y de
una literatura propia a causa de que las naciones imperialistas exportan a los países
atrasados no sólo sus productos técnicos sino también los episodios de su creación
espiritual.

Ramos utiliza conceptos del historiador alemán Spengler en los que plantea que toda
unidad de cultura es la expresión de un alma cultural, es decir, un impulso hacia una
conciencia nacional autónoma. Toda cultura tiene entonces por fundamento primero la
afirmación de la personalidad nacional. ¿Qué sucede con la cultura nacional entonces en los
países coloniales? En ellos, el imperialismo otorga mayor importancia a su policía colonial,
por lo que la formación de una conciencia nacional no encuentra obstáculos, ya que la
presencia extranjera en el suelo natal la estimula. Sólo las clases sociales ligadas a los
beneficios de explotación son influenciadas culturalmente.

En el caso de Argentina, la dominación imperialista se perpetúa a través de una


colonización pedagógica. Goza de un status político independiente decorado por la ficción
jurídica, pero todo intento de aparición de una conciencia nacional es sofocado por la
literatura clásica que suplanta a la policía colonial, por lo que podemos considerar a
Argentina una semicolonia.

La elite intelectual tiene por función ser fideicomisa de valores transmitidos por sus
mandantes europeos, visible en la aceptación del nacionalismo imperialista de Eliot o
Valery por los intelectuales argentinos y en su rechazo hacia el derecho de reivindicar o
desarrollar nuestra propia tradición cultural. Ramos plantea que en los literatos argentinos
hay una desfiguración de los procesos reales europeos, haciendo que la crisis de la
afirmación de la literatura europea se traslade a un virtuosismo de un mundo agotado
reemplazando una expresión nacional genuina, produciendo literatura inasimilable por
nuestro pueblo que reclama una literatura objetiva y manifiesta. De esta forma, los
intelectuales argentinos prolongan las tendencias estéticas europeas, producto de una crisis
orgánica de la civilización capitalista en su conjunto.
Ramos considera que hay un abismo entre la infraestructura de la sociedad y la
superestructura de nuestro país: la burguesía industrial triunfa sobre la oligarquía
terrateniente pero esto no trasciende al dominio político. Esto es a causa de que la burguesía
argentina es dependiente del imperialismo, al estar compuesta por extranjeros que no se han
asimilado ideológicamente al país y por eso no pudieron ofrecer una cultura autóctona
moderna. Esta burguesía es incapaz de apoyar a Perón y de prestar su simpatía a la
integración de un nuevo tipo de cultura nacional ya que comparte el odio colonizador, el
menosprecio hacia el nativo y hacia las posibilidades del país.

Partiendo de esta concepción de la escena intelectual argentina, Ramos considera que “la
interpretación del Martín Fierro parece establecer la prueba decisiva para situar a un
escritor adentro o afuera de la tradición nacional” ya que ve que “el poema de Hernández
canta el réquiem de los vencidos por la oligarquía probritánica de la época, eliminados por
el Remington y el ejército de línea, expulsados hasta más allá de la línea de fronteras.” Por
eso realiza un análisis crítico de Borges y Martínez Estrada y sus obras referidas al Martín
Fierro considerándolos representantes de una inteligencia extranacional.

En Muerte y transfiguración del Martín Fierro, Martínez Estrada propone como


interpretación del Martín Fierro que no es un poema épico, como tampoco José Hernández
no es un hombre concreto. Tanto autor como obra están trascendidos por un espíritu
omnipotente y maligno que lo subyuga todo y que hace de Hernández un sujeto de su
poder, semiconsciente de su propia creación poética. De esta forma, evade el problema
central de la obra que es la destrucción de la economía natural y de sus hombres
representativos por la ganadería y agricultura de tipo capitalista ligada a las potencias
europeas.

A diferencia de Borges, Martínez Estrada es un hombre del interior, por lo que, a pesar de
su compromiso con la oligarquía, no deja de ver el revés de la trama. Así, no puede ocultar
el panorama histórico del cual surgió el Martín Fierro: el asesinato del general Peñaloza, el
carácter criminal de la guerra del Paraguay y la personalidad política de Hernández como
federal democrático. Hernández representaba al federalismo del interior nacional que quería
construir un país y destruir el monopolio aduanero de Buenos Aires. A raíz de esto
podemos ver como Martínez Estrada trabaja el Martín Fierro como una amonestación
contra la significación política de Hernández y contra el calificativo de poema épico que
Lugones discernió a nuestro canto nacional. Esto es propio del desdén del intelectual
europeo por lo único viviente y nacional de la literatura argentina, y que considera que la
inclusión de la política y el drama social en la obra artística es un elemento extraño,
partidario y descalificador.

Tantos otros elementos encuentra Ramos en Muerte y transfiguración del Martín Fierro
que muestran a Martínez Estrada como un representante de una inteligencia extranacional:
la desestimación de la lengua castellana (su tesitura en la práctica no obsta al reflejo fiel del
mundo), su analogía entre la revolución militar de 1943 y la revolución popular de 1945, y
la transformación de Martín Fierro en personaje alegórico. También plantea una posición
antimilitarista, ya que el ejército de un país semicolonial, a diferencia del ejército de un país
imperialista, no desempeña una función contrarrevolucionaria sino que es allí donde se
forma una conciencia nacional y se adopta un criterio antiimperialista. Critica a la
industrialización ligada al poder militar como a toda aspiración nacional que hiera al
imperialismo.

En cuanto a Borges, Ramos considera que repite en castellano las inflexiones despreciativas
que Eliot pronuncia en inglés, que “su odio irreprimible hacia el pueblo argentino es un
ingrediente particular del desprecio imperialista europeo hacia un país que rehúsa
perpetuarse como colonia”. Así encontramos como en el libro El Martín Fierro, Borges se
posiciona en contra de Lugones al ser quien intentó en un medio hostil indagar las raíces de
lo nacional. Califica de “imaginaria necesidad” que Martín Fierro fuera épico y lo
descalifica al tratarlo como “el caso individual de un cuchillero de 1870”.

Toda observación histórica de Borges no es incidental, sino que obran en un mismo sentido.
A pesar de que anatematiza la idea misma de la lucha de clases, él defiende constantemente
aquellos intereses de la clase que pertenece. Por esa razón le repele el Martín Fierro como
canto argentino y como protesta social, ya que nació como resultado de las luchas civiles y
fue reconocido, adoptado y asimilado por vastas masas del país.

No es ingenua la aparición de estas críticas al Martín Fierro en la década del 40, como
también señala Hernández Arregui. Reconoce que en los países coloniales las clases
lectoras (medias y altas) tienen una mentalidad de clase inyectada por intereses
extranacionales lo que da origen a una literatura que preserva los mitos europeos de los
grupos dirigentes y no el drama colectivo del hombre americano. Considera que la poesía
argentina expresa una vivencia falsa porque la experiencia interior del artista está separada
de la Historia.

Al tratar a Borges y su crítica al Martín Fierro, descubre en su obra un desdén por lo


argentino, un posicionamiento hacia el arte puro producto de la caída de Yrigoyen. Su arte
coincide con la oposición radical de las clases altas a toda renovación realista del arte.
También su concepción de la historia argentina es una mezcla de mitrismo y liberalismo
oficial, juzgando a las masas como fantasmas resucitados de la barbarie. A partir de esto
podemos leer las proposiciones de Borges sobre Martín Fierro como una intención de
desvalorizar el contenido social del poema, su significado histórico y reducirlo a mera
expresión estética: Martín Fierro como obra inculta alabada por críticos incultos por ley de
afinidad, como novela en verso, infantil por su monologar ilimitado, como obra en la que el
protagonista es un delincuente que forma parte de la historia del compadraje.

Así también no es ingenua la denominación que hace de Lugones con el calificativo de


poeta puro, degenerando su tarea reivindicatoria de lo nacional. Borges plantea que lo
esencial en la obra de este poeta es la forma, y no aquellos lugares maculados de polémica.
En su comparación con Ascasubi, disminuyendo la importancia de Lugones y rebajando a
Hernández, menorvaliza a los dos únicos poetas nacionales. Acepta, por otro lado, la
opinión de Lugones sobre Martín Fierro como producto de la creación inconsciente. Pero
utiliza la categoría del inconsciente como categoría mística, aislada de la naturaleza y de la
Historia, no como la relación inescindible entre la realidad y el fondo irracional que
despierta estimulado por la percepción de la realidad. De esta forma, trata de hacer
conciencia de que el máximo poema argentino fue producto del azar.

La tesis central planteada de la obra es que José Hernández, sin proponérselo, terminó
tratando problemas metafísicos que son eternos, problemas transformados en categorías
eternas de la esencia humana, en misteriosa evaporación del principio de individuación. Los
problemas de Martín Fierro son elevados a categorías abstractas, eternas de la moral,
mientras que Hernández tenía clara conciencia de que la historia de Martín Fierro era la de
una clase social y no la de un héroe individual: el conflicto inconcluso del pueblo argentino
contra la oligarquía.

La labor literaria de Borges es la desnacionalización del país por el imperialismo. No


desconoce el problema ni el malentendido en que se funda su obra, sino que conoce las
causas del drama argentino. Pero hay una negación de lo tradicional que le permite libertad
para encadenar su obra a modelos o influencias extranjeras. Hay en él un europeísmo no
europeo producto político de una época.

Hernández Arregui ve que Martínez Estrada comprende la centralidad de Buenos Aires.


Pero en su propuesta de equilibrio entre el interior y la ciudad, propone un despertar de
conciencia para comprender y sentir la totalidad de la Nación. Esa conciencia en realidad
no está separada de los factores reales de la Historia, sino neutralizada por la conciencia de
la clase dominante: “la idea de Nación no es una abstracción, sino el resultado de aquellos
factores reales –y las clases sociales lo son– que proponen una política nacional o
antinacional.” De esta forma, Buenos Aires no es un hecho psicológico, sino un hecho
histórico.

Martínez Estrada interpreta el problema de la Nación como un hecho psicológico, no como


un hecho material en el que una clase dirigente no cede el poder. Así surge la imagen
colonizada de la Argentina, generando un complejo de inferioridad que contribuye a
sobreestimar el capital extranjero que solamente nos empobrece llevándose los frutos del
trabajo nacional.

Las críticas de Ramos y Hernández Arregui se producen durante el posperonismo, etapa


caracterizada por una destrucción sistemática y violenta de un sistema construido durante
los gobiernos de Perón: gobiernos que produjeron una actualización de formas culturales
existentes apagadas en el país. Esas formas se encuentran encarnadas en Martín Fierro, la
lucha de los grupos sometidos que se levantaban en contra del dominio de las clases
dominantes. La desvaloración de estos grupos es lo que reconocen estos autores en las
críticas hacia la obra, el sofocamiento de las potencias extranjeras de la aparición de una
conciencia nacional.

Bibliografía

Hernández Arregui, Juan José: Imperialismo y Cultura. Buenos Aires, Peña Lillo, 2005.

Ramos, Jorge Abelardo: Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina. Buenos Aires,


IndoAmérica, 1954.

También podría gustarte