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El regreso de Bolívar, nuestro contemporáneo

Hoy en día, en el siglo 21, cada vez hay más Mercado y menos libertad. Más canales de
televisión, menos información genuina. Más iglesias y programas de autoayuda, menos
espiritualidad. Más shoppings, menos escuelas, bibliotecas y universidades. Más variedad de
mercancías en el supermercado, menos respeto por la dignidad de las personas y la cultura
popular. Más relatos sobre la supuesta “crisis del estado nación”, menos soberanía. Más
banderas norteamericanas, menos banderas y símbolos nuestros. Más bancos y cajeros
automáticos, menos salarios. Más empresas, menos sindicatos. Más discursos sobre la
“pluralidad de culturas”, menos posibilidad de eludir el inglés en radios, TV, web, etc. Más
propaganda de mercancías light, menos respeto por la naturaleza y el ecosistema. Más
insistencia en el “multiculturalismo”, menos alternativas al estilo de “vida” norteamericano.
No hay peor esclavo que el que se siente (errónea e imaginariamente) libre. El capitalismo ha
instalado un sentido común donde la única manera de disentir con el sistema sería hacer clic, o
no, en la opción “Me gusta” del facebook. En la vida real se vigila, se controla, se reprime y
aplasta toda disidencia radical. En este mundo contemporáneo los sueños libertarios de Simón
Bolívar, todavía pendientes e inconclusos, condensan todo un programa de rebelión radical
(económico, social, político y cultural) contra el orden establecido, más allá de los teclados y
los monitores de la computadora o del control remoto y el zapping de la TV. Con José Martí
decimos: “¡Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la
roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él calzadas aún las
botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar
tiene que hacer en América todavía!” (José Martí: “Discurso pronunciado en la velada de la
Sociedad Literaria Hispanoamericana” el 28/10/1893, publicado en Patria, Nueva York, el
4/11/1893).

Bolívar, un rebelde del siglo 21

Bolívar está por todos lados. Como afirma J.L. Salcedo – Bastardo en su libro Un hombre
diáfano (Vida de Simón Bolívar para los nuevos americanos), su nombre abarca desde una
estrella bautizada en su honor, descubierta en 1911 por el astrónomo francés Flammarion, y
situada justo a la mitad de la distancia entre el Sol y Júpiter, hasta múltiples pueblos, ciudades,
provincias, montañas, teatros, universidades, avenidas, 19 plazas, etc. Monumentos suyos
existen en Caracas, Bogotá, Quito, La Habana, París, Roma, Londres, Buenos Aires,
Washington, Madrid, Lima, Nueva York, México, Río de Janeiro, Québec y hasta El Cairo… Su
nombre y su figura, muy conocidos, remiten a significados múltiples, según quien los interpele.
Desde nuestra perspectiva (que no es la única, sino tan solo una posible) Simón Bolívar está
vivo. Representa un símbolo continental que aglutina voluntades colectivas y culturas diversas,
sintetizando múltiples rebeldías. Su pensamiento condensa un proyecto político y una mirada
nueva y desde abajo de la historia de Nuestra América que nos permite reconstruir nuestra
identidad como pueblos sometidos y en lucha por el socialismo y nuestra segunda y definitiva
independencia. La gesta de Bolívar no es la de un individuo aislado sino la de todo un pueblo.
El bolivarianismo se ha convertido en el siglo 21 en el emblema y en la mecha de una rebelión
anticapitalista y antiimperialista continental. Los generales del Pentágono, los espías de la CIA
y los ideólogos de las clases dominantes imperiales y criollas clasifican al bolivarianismo como
uno de sus principales “enemigos subversivos”. En esto, sólo en esto, nuestro enemigo
estratégico no se equivoca.

El falso Bolívar de la estatua

Para limitar y moderar su influencia, las voces del poder intentan presentar un Bolívar
descafeínado, light, mustio, gris y seco. La historia oficial de las clases dominantes (herederas
criollas del viejo colonialismo español) y su amo imperial estadounidense, han intentando
congelar y petrificar a Bolívar en una estatua muda y muerta. Alguna vez Rodolfo Walsh
escribió sobre San Martín: “Denigrado en vida, padece en su posterioridad una injusticia más
grave. Son tan fuertes los aplausos que no puede oírse su voz, tantas las estatuas que se ha
extraviado entre ellas el hombre que conmemoran. Tenemos que rescatarlo de ese limbo
absurdo, porque necesitamos de él”. Exactamente las mismas palabras sirven para describir
hoy la estrella insurgente de Simón Bolívar y de todos nuestros libertadores y libertadoras. Al
encerrarlo en una fría estatua, los ideólogos de la burguesía y la oligarquía simularon
homenajearlo pero en realidad lo convirtieron en la caricatura patética de un Napoleón
subdesarrollado y un Cesar tropical, en las tierras del calor, el Caribe y las bananas, sin
vinculación alguna con el pensamiento revolucionario e insurgente de hoy. Ese Bolívar está
muerto. No sólo es inútil e impotente, además es falso. No nos interesa. A contramano de la
historia oficial, nuestro Bolívar (como Mariano Moreno, San Martín o cualquiera de nuestros
precursores) sigue más vivo que nunca, molestando e incomodando a los poderosos.

Bolívar internacionalista, enemigo del Imperio

Desde muy joven Bolívar adoptó de Miranda la perspectiva continental de la Patria Grande.
Nunca luchó exclusivamente por su pequeña aldea. Tuvo una mirada global de los asuntos y
problemas latinoamericanos. De modo internacionalista, combatió en muchos países al mismo
tiempo, comprendiendo que las luchas populares, las demandas sociales y las reivindicaciones
nacionales eran las mismas en todo el continente. Las rebeliones de América Latina por su
primera independencia abarcaron tres siglos (desde que llegaron los conquistadores y
colonizadores europeos hasta comienzos del siglo 19). Bolívar coronó esas luchas venciendo al
imperio español. A partir de allí se abre una segunda época (que ya abarca más de 200 años),
la lucha por la segunda y definitiva independencia. Nos encontramos en esta fase. Con
tenacidad y paciencia, 20 Bolívar, San Martín y Mariano Moreno nos inspiran y siguen
acompañando. Por eso en este libro nos proponemos tratar de conocerlos un poco más en
detalle y con cierta profundidad a partir de la historia de Nuestra América.

La concepción antropológica y pedagógica de Bolívar

Su estrategia política y militar, sustentada en una concepción filosófica roussoniana, es


acompañada por una visión pedagógica que guió gran parte de sus proyectos para las
sociedades ya emancipadas del yugo español. Consultando a su maestro Simón Rodríguez,
Bolívar declaró la educación como la primera necesidad de la república y decretó que esta
debía ser gratuita, laica y generalizada (enfrentando las presiones de la iglesia oficial); y para
ello no se cansó de fundar escuelas, colegios y universidades en toda la extensión del teatro de
sus campañas liberadoras. Por ejemplo dispuso la creación de la Universidad de Trujillo (laica,
gratuita y popular), así como la de Quito donde se enseñaría lengua quechua. En Cuzco
inauguró una escuela para las mujeres y entregó todos los fondos de la orden monástica de los
betlemitas a la educación pública y abrió un Colegio de Estudios de Ciencias y Artes, también
en la antigua capital incaica. En Chuquisaca, el 11/12/1825, emitió una ley en la que establecía
la educación de todos los niños huérfanos pobres a cargo del Estado. La pedagogía
democrática y laica de Bolívar estaba fuertemente impregnada por las concepciones
antropológicas de la ilustración, en las que lo había educado su maestro don Simón. Por eso
Bolívar planteó que “La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un
instrumento ciego de su propia destrucción” (Simón Bolívar: Discurso de La Angostura,
15/2/1819). Partidario de la educación popular y crítico de la enseñanza formal principalmente
confesional, Bolívar sentenció que “en la escuela de los espíritus serviles se aprende la
hipocresía y el disimulo”. No es casual que en Bolivia el libertador haya abierto las puertas de
la enseñanza pública y laica a su maestro, don Simón (nombrado director), para todo tipo de
experimentaciones pedagógicas (en las cuales combinaba, ante el horror de la nobleza criolla,
el estudio y la lectura con el trabajo manual y artesanal, habitualmente despreciado por la
oligarquía como algo perteneciente a los esclavos y a la servidumbre). Algunas de esas
experimentaciones generaron bastante alarma y alboroto pero sentaron las bases históricas de
la nueva pedagogía crítica latinoamericana.

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