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Meditaciones para la Cuaresma

2020

«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios»


2a Corintios 5, 20
Segunda Semana
La segunda semana se enfoca en la promesa de Dios de restauración y en su determinación de
tener un pueblo que ande en sus caminos.

Lunes 9 de marzo de 2020


El evangelio es predicado a Abraham y le es dada la promesa de una heredad.

“Y el Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a
la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu
nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré.
Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. Entonces Abram se fue tal como el Señor
le había dicho; y Lot fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando partió de Harán.
Y tomó Abram a Saraí su mujer, y a Lot su sobrino, y todas las posesiones que ellos habían
acumulado, y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a la tierra de
Canaán; y a la tierra de Canaán llegaron. Y atravesó Abram el país hasta el lugar de Siquem,
hasta la encina de More. Y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y el Señor se apareció a
Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Entonces él edificó allí un altar al Señor
que se le había aparecido. De allí se trasladó hacia el monte al oriente de Betel, y plantó su
tienda, teniendo a Betel al occidente y Hai al oriente; y edificó allí un altar al Señor, e invocó
el nombre del Señor. Y Abram siguió su camino, continuando hacia el Neguev”
Génesis 12, 1-9

Abraham y Sara nos enseñan a seguir a Dios

Cuando nos tomamos el tiempo de revisitar a nuestros antepasados en la fe, a menudo salimos con
nuevas perspectivas sobre el pasado así como sobre nosotros mismos. Hay una gran abundancia de
historias que ilustran los temas de la naturaleza humana en todas las generaciones; son temas
centrados en heridas y el perdón, logros y fracasos, ambición y lujuria, así como generosidad y
compasión. Estos hilos comunes a menudo nos abren la puerta para pasar a un encuentro con Dios que
entra en la situación humana. También es un paso a la búsqueda de compañeros en nuestra
peregrinación espiritual.

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Y por tanto, consideramos a algunas de esas personas cuyas vidas dan testimonio de Dios y de lo que
significa ser discípulos. No llevaron vidas moral o espiritualmente perfectas, pero son genuinamente
humanos en sus respuestas a Dios. El mejor lugar para comenzar es encontrarnos con Abraham y Sara,
los padres de nuestra fe, cuya historia se encuentra en Génesis.

Como núcleo de su identidad, Abraham era un nómada que viajaba a través de la región de la ribera
fértil durante toda su vida. Es el área asociada hoy con el Oriente Medio que incluye partes de Irak,
Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Israel, y pequeños territorios de Turquía e Irán. Las tierras pantanosas
fértiles en su tiempo entre el Tigris y el Eúfrates se han secado en el curso de los siglos, pero la fe de
estos pueblos de la antigüedad continúa dando frutos.

A Abraham se le recuerda por dos cosas que demostraron que era un hombre obediente y de fe. El
primer lugar, se le conoce como un hombre anciano ya a quien Dios le pidió que confiase en su promesa
y su guía. Junto con su esposa Sara, fue llamado a dejar lo conocido por lo desconocido y a confiar en
que su infertilidad se tornara en una gran descendencia (Génesis 12,1-5; 15,2-6). En segundo lugar, se
le conoce como el patriarca dispuesto a sacrificar a su hijo prometido, Isaac (Génesis 22,1-8).

Sara también es conocida por dos cosas. En primer lugar, está dispuesta a creer en la promesa de Dios
de un hijo en su ancianidad, pero también es impaciente para esperar (Génesis 16,1-2; 18,1-15) De todas
maneras, sus acciones demuestran creatividad y determinación. En segundo lugar, aunque al principio
está dispuesta a aceptar un hijo adoptivo a través de su sirvienta, Hagar, más tarde tiene su propio hijo,
Isaac, y trata a Hagar y al niño Ismael con una envidia amarga (Génesis 16,4-10; 21,9-21).

Quizá no se recuerde tan frecuentemente el hecho de que dos veces se dice de Abraham que hizo pasar
a su propia esposa, Sara, como hermana suya (Génesis 12,10-20; 20,1-18). La entregó a los dominadores
enemigos para que las cosas fueran bien para él para viajar por su territorio. Este acto de cobardía
demuestra que incluso este gran padre de la fe puede ceder a intereses egoístas.

Sin embargo, este hombre también parece haber tenido una fuerte consciencia de la naturaleza divina
y de la naturaleza humana. Cuando Sodoma y Gomorra estaban al borde de un bien merecido castigo
por sus pecados (Génesis 18–19) Abraham ruega por unas ciudades recordadas por los profetas como
ciudades inmorales (Jeremías 23,14), sin justicia social (Isaías 1,9-10) y con descuido total de los pobres
(Ezequiel 16,46-51), aun así Abraham se atrevió a interceder por ellas ante Dios. En una reciente
audiencia el Papa Benedicto XVI, dijo que Abraham, "tocó a la puerta del corazón de Dios" sabiendo que
encontraría misericordia para el inocente.
Abraham y Sara eran seres humanos sencillos que respondieron a Dios, incluso si a veces de una
manera imperfecta. Lo que a cada uno le faltaba, se compensaba por su caminar valeroso "hacia donde
el Señor los enviaba" (Génesis 12,4).

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