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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

DE SAPOS A PRÍNCIPES
(y de Ranas a Princesas)
Una historia sobre lo que somos…
y lo que podemos llegar a ser

© JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

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De Sapos a Príncipes y de Ranas a Princesas es una obra registrada en la


Propiedad Intelectual. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción
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incorporación de este texto a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del
autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito
contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

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JOAQUÍN DE SAINT AYMOUR

Periodista, Escritor y Divulgador especializado en temática sobre Potencial


Humano y Superación Personal. Ha escrito más de veinte libros de narrativa y
ensayo, entre ellos el aclamado best-seller internacional El Efecto Mariposa
(Ediciones Obelisco). En la misma colección destacan también El Efecto Mariposa
en Acción y El Efecto Mariposa y la Prosperidad.
Ejerce además como asesor personal (Coach) y monitor para cursos de
Comunicación y Marketing Personal. Creador de EL EFECTO MARIPOSA, la Web
de divulgación digital más acreditada, con miles de seguidores, donde publica sus
reportajes, que influyen de manera muy positiva en todo el mundo.
www.saintaymour.wordpress.com

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INTRODUCCIÓN

Las fábulas y los cuentos de hadas estaban llenos de mensajes muy útiles en
forma de metáforas y alegorías. Los personajes de aquellas narraciones eran
Arquetipos, es decir modelos de comportamiento que habitan dentro del
Inconsciente Colectivo desde que apareció el ser humano sobre la Tierra.

El Arquetipo es una imagen ancestral que conlleva una enorme potencia para el
cambio y la transformación personal. Cuando asumes un nuevo Arquetipo, su
simbolismo activa en tu interior un estímulo psicológico desencadenando
acciones, emociones y comportamientos que condicionan tu vida y tu futuro.

Los Arquetipos determinan el resultado que podemos alcanzar en el Juego de la


Vida. Por eso dijo Heráclito: el Carácter es el Destino. El Arquetipo modifica la
realidad de la persona. Cambiando de Arquetipo, cambia la realidad que te rodea.

Por ejemplo, si asumes el Arquetipo de víctima serás presa de los Arquetipos


depredadores. Conocer el Arquetipo que has configurado y saber cómo cambiarlo
es la clave para lograr el éxito en el Juego de la Vida.

Proyectamos el Arquetipo que llevamos dentro hacia fuera, extendiéndolo sobre


las cosas y las personas. Por eso vemos el mundo como una obra de teatro
formada por personajes buenos o malos.

En el Juego de la Vida cada uno interviene obedeciendo a su rol interior. El


resultado es mejor o peor en consecuencia, según el Arquetipo asumido. Pero
dicho rol casi nunca lo elegimos de manera consciente, sino empujado por las
circunstancias y la influencia de los demás Arquetipos implicados.

El Arquetipo nos condiciona como si llevásemos una máscara, pero sin saber a
qué personaje corresponde. Ignoramos si pertenece a una comedia o a una
tragedia, como si cayéremos de golpe dentro de una representación teatral o de
una película y no supiéramos qué papel ni qué personaje asumir.

Aunque los Arquetipos determinan en una gran parte nuestro destino, el futuro no
está escrito, podemos transformarlo cambiando de Arquetipo, asumiendo uno más
generativo, de acuerdo al resultado que deseamos obtener.

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Cambiar de Arquetipo es fácil si se sabe cómo, en realidad funciona como un


juego de rol. Tú decides el personaje que deseas interpretar.

Existen doce Arquetipos básicos, de los cuales, cada persona participa en el


Juego de la Vida con uno Predominante, al que siempre tiende cuando siente la
presión de las circunstancias y los demás Arquetipos implicados en la situación.

El Arquetipo Predominante actúa de modo defensivo, pero en el Juego de la Vida,


la defensa no siempre constituye la mejor estrategia, sobre todo a la hora de
progresar y continuar avanzando hacia el mejor objetivo posible. Por eso es
necesario saber cambiar de Arquetipo cuando sea conveniente y necesario.

El célebre psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung sintetizó los Arquetipos,
derivados del Zodíaco y basados en los Arcanos Mayores del Tarot. Jung dedujo
que nuestro Arquetipo Predominante condensa una buena parte de las cualidades
y defectos del correspondiente signo zodiacal. Pero mientras el Zodíaco es fijo
(determinista), los Arquetipos pueden asumirse voluntariamente.

Es increíble lo poco que sabemos del juego al que venimos jugando toda la vida.
Las antiguas fábulas y los cuentos de hadas, hoy día representados por el cine y
la literatura (El Señor de los Anillos, Star Wars, La Bola del Dragón, Harry Potter,
Las Crónicas de Narnia, Los Juegos del Hambre…) fueron creados para
enseñarnos a cambiar de Arquetipo, pero en esta época tan racional parece que
no hay sitio para relatos considerados infantiles.

De Sapos a Príncipes y de Ranas a Princesas está escrito como una fábula


moderna, con maleficios, heroínas, brujos y caballeros, en los tiempos de Internet
y las nuevas tecnologías, donde todavía la ciencia no ha podido suplantar a la
magia. Un fabuloso cuento de hadas para la era de los ordenadores, la prisa, los
teléfonos móviles, el conformismo, la manipulación política y religiosa o la crisis
económica, llena de sabiduría y contenido práctico, para despertar de su letargo a
una sociedad resignada, demasiado dispuesta a creer que la vida rara vez nos
ofrece un final feliz.

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UNO

Jasón y Ariadna nunca hubiesen podido adivinar lo que les deparaba el destino,
felices todavía en su mundo de sueños, a esa edad en que los jóvenes viven
entregados a la felicidad. Se citaban en las ruinas de un antiguo templo enclavado
sobre la colina más alta de la ciudad. Aquel era un lugar solitario, donde nadie
subía nunca, su territorio secreto. Desde que se conocieron la primera vez, subían
cada uno por su lado y pasaban el tiempo, sentados en un viejo muro del templo
abocado a un profundo precipicio, contemplando el crepúsculo de la ciudad
extendida por debajo, con todas las luces encendidas, como un manto de brasas
incandescentes. Jasón no sabía nada de aquella chica. Le atraía mucho su
melancólico carácter y su cándida belleza, pero como era demasiado joven y
tímido, no sabía cómo expresarle su sentimiento hacia ella.

Residían ambos en una moderna ciudad diseñada sobre los restos de otra mucho
más antigua, renombrada como Ciberia, en cuya edificación habían intervenido los
mejores ingenieros, informáticos y arquitectos para que la vida dentro del
perímetro acotado por unas altas murallas de hormigón resultase perfecta, similar
a un gigantesco invernadero humano. Pero para un adolescente con el corazón
alterado y la cabeza en ebullición resultaba un lugar poco apasionante, por eso
Jasón pasaba el tiempo leyendo antiguas historias de países y épocas lejanas,
imaginando aventuras que nunca podría llevar a cabo.

Jasón y Ariadna se habían conocido siendo niños y ahora eran inseparables. Lo


que había comenzado como una infantil amistad terminaría derivando en el primer
amor adolescente. Ariadna era encantadora y bondadosa, pero más prudente que
Jasón, pues ella, ni siquiera con aquellos juegos de la imaginación, se planteaba
nunca ir más allá de Ciberia. Lo único que soñaba era con seguir coincidiendo
cada día con ese chico tan inquieto como fantasioso.
Jasón era el hijo único de un buen hombre, vendedor de libros usados, cuyo
establecimiento estaba en uno de los barrios más antiguos de la ciudad, entre
callejones de viejos comercios abandonados desde hacía ya mucho tiempo, pues
ahora la gente prefería residir en el centro, más luminoso y moderno, dotado con
altos edificios de acero inoxidable, cristal y bellos jardines ecológicos. En Ciberia
todos gozaban de gran salud gracias a los avances científicos, que habían
elevado la esperanza de vida llegando a lo inimaginable. Además, cualquier
tratamiento necesario era concedido sin coste alguno por las autoridades locales,
velando siempre por la felicidad total de sus ciudadanos.

Todo reinaba en armonía, el dinero no resultaba necesario, el trabajo era

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voluntario, ejercido tan sólo como pasatiempo; las tareas menos gratificantes eran
llevadas a cabo por sofisticados androides, los centros educativos eran divertidos
lugares multimedia donde los niños aprendían sin esfuerzo, las personas adultas
pasaban la mayor parte de su tiempo dedicadas al ocio. En Ciberia todos eran
iguales, no había diferencias económicas ni sociales. Nadie aspiraba ni necesitaba
tener más de lo que a cada cual otorgaba Su Majestad el Rey, un hombre
inteligente y bondadoso, que habitaba en su moderno palacio ubicado en el centro
de la ciudad, aunque nadie lo hubiese visto, porque nunca salía de allí.

El Rey había delegado el gobierno de la ciudad en el Sumo Sacerdote, como


encargado de reglamentar las normas de convivencia y regular los medios
disponibles. La gente de Ciberia vivía sin preocupaciones, era lo más parecido a
un paraíso en la Tierra, protegidos del exterior mediante barreras antibacterianas,
microclima ecológico y aire puro, regulado automáticamente por control remoto. El
palacio real era el epicentro desde donde se controlaban hasta los mínimos
detalles, con el fin de que todo fuese perfecto y confortable. Nadie soñaba con otra
forma de vida, toda la gente se consideraba muy afortunada de residir en aquella
metrópoli tan social y tecnológicamente avanzada.

Sólo Jasón, incentivado por lo que leía en los viejos libros que acumulaba el
comercio regentado por su padre, sentía curiosidad por saber qué había más allá
de las brumosas fronteras divisadas desde la colina donde se citaba con Ariadna,
por mucho que sus padres, y los padres de sus amigos, le habían dicho en
bastantes ocasiones que al otro lado de las murallas que cerraban la ciudad para
protegerla tan sólo encontraría un páramo desolado y sin habitar, con el aire
contaminado y el medio ambiente reducido a las mínimas formas de vida botánica,
porque animales ya no quedaban, todos habían perecido. La leyenda de una
devastadora catástrofe de proporciones mundiales aún permanecía en las
conversaciones, aunque ningún ciudadano lograse recordar aquella lejana época,
borrada del inconsciente colectivo mediante ondas electromagnéticas emitidas
desde palacio por la sofisticada tecnología en manos del Sumo Sacerdote.

La librería estaba en uno de los caserones más antiguos, de los pocos que todavía
quedaban en la ciudad, un lugar polvoriento, con libros apilados hasta el techo,
como un hangar, por cuyas claraboyas penetraba la luz exterior disolviendo la
penumbra. El padre de Jasón, un hombre taciturno pero inteligente, regentaba
todo aquello como si fuera el guardián de un viejo museo abandonado, para los
pocos ciudadanos que aún preferían los libros de papel y no los electrónicos.

En realidad, lo de la lectura era una costumbre casi desaparecida, porque ahora


todo se fundamentaba en la diversión digital y multimedia, incluso las pantallas
LED eran algo antiguo, pues ahora la información se propagaba mediante
hologramas emitidos a distancia desde palacio hacia los terminales domésticos y
portátiles. Todos vestían con prendas iguales, que cambiaban por decreto según

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las épocas del año, adaptándose a la meteorología. En lugar bien visible


mostraban impresa una @, símbolo común adoptado por Ciberia. No había más
moda ni elementos de indumentaria o complementos particulares para
diferenciarse los unos de los otros, pues el individualismo no era un rasgo
personal bien valorado en aquella sociedad igualitaria y totalmente planificada.

Las reglas, la información oficial y los conocimientos culturales necesarios para


considerarse un buen ciudadano se difundían vía wi-fi desde los potentes
servidores informáticos alojados en el palacio real, controlados por el Sumo
Sacerdote, cuya única religión podía denominarse digitalismo. Los libros eran una
reliquia del pasado, había incluso quien los compraba para mostrarlos en el salón
de casa como una curiosa decoración al estilo retro. Sin embargo, el librero y su
esposa, una buena mujer que también amaba la lectura y otras artes del pasado,
como la pintura y la escultura, residían sin preocupación alguna, no necesitaban
vender, ya que todo cuanto requiriesen lo proporcionaban las autoridades locales.

En Ciberia no se hacía el amor para tener hijos, ya que sin el debido control sobre
los nacimientos no podía garantizarse la calidad genética de los gestados. Por
eso, quien quisiera descendencia, y siempre bajo supervisión gubernamental, con
el fin de mantener a raya el número recomendable de la población interior, podía
someterse a la clonación de una criatura mediante fecundación asistida por
ingeniería genética, para que así el nuevo ser humano naciese perfecto, sin la
menor deficiencia y con la promesa de una gran longevidad.

También estaba regulada la posesión de mascotas. La mayoría eran organismos


clonados, a medio camino entre la biología molecular y la cibernética, según
modelos ofrecidos por catálogo. El buen librero era de los pocos que mantenía en
secreto un animal auténtico, un viejo gato de color pardo, que pasaba el tiempo
dormido entre los montones de libros. Era el mejor amigo de Jasón desde que
naciese, aunque de un tiempo a esta parte le prestaba mucha más atención a la
joven Ariadna. Las mascotas eran lustrosas y perfectas, modificadas
genéticamente para no necesitar alimento y por tanto evitar las molestas
deposiciones. Todo el mundo era feliz en aquella ciudad, que según afirmaba la
propaganda gubernamental, era la única en haber surgido mejorada del
cataclismo que había desolado la civilización anterior, como si Ciberia fuera un
paso en la evolución del ser humano, el Ave Fénix que resurge de sus cenizas.

Jasón era un chico moreno, sano y muy guapo, de grandes ojos azules y mirada
limpia, muy bien educado por sus padres, personas cultas, honestas y cabales,
que le habían inculcado valores antiguos ya en desuso. Era un joven imaginativo e
idealista, de comportamiento cívico y bondadoso, que alternaba el tiempo entre su
amor platónico y la profunda librería de su padre, donde pasaba muy buenos ratos
entre las páginas de aquellos viejos libracos repletos de leyendas antiguas, junto
al viejo gato, siempre dormitando entre los libros.

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El chico se había leído toda la obra de Julio Verne, un visionario escritor francés
capaz de adivinar lo que sucedería en el futuro, aunque ni él ni nadie hubiesen
logrado vaticinar inventos como Internet y el Hiperespacio. Ni tampoco la
destrucción de la Humanidad; o quizá lo hubiese predicho el Apocalipsis, un
antiguo libro requisado por las autoridades, que ningún ciudadano había leído
jamás, porque todo cuanto tuviese que ver con la religión antigua era materia
desconocida en Ciberia, cuya única espiritualidad era el progreso científico y
tecnológico. Pero el relato preferido de Jasón era el que contaba las hazañas del
Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, ese mundo medieval poblado de
castillos, princesas y dragones, al que soñaba con pertenecer.

Una noche, con la cabeza turbada por aquellas apasionantes historias del pasado,
envenenado por el poder evocador de la literatura, Jasón se levantó de la cama,
salió de casa sin que sus padres lo notasen y atravesó la ciudad dormida,
procurando que no le viese nadie. Rebasó los altos muros de Ciberia por un lugar
que conocía y echó a caminar con rumbo desconocido. Al cabo de un tiempo se
sintió desfallecer, aunque allí no estaba su madre para poder atenderlo con el
cariño de costumbre, así que comenzó a dudar si seguir adelante o dar por
concluida la escapada. Pero como estaba intrigado por lo que habría fuera de las
murallas, decidió continuar un poco más. La metrópoli había quedado lejos y ante
sí continuaba el sendero, cada vez más angosto y pedregoso. Un poco más allá
vio una casucha de piedra, más bien una humilde chabola, por cuya chimenea
salía un ligero rastro de humo; algo bastante insólito, pues el fuego era una
reminiscencia del pasado, que ya no se utilizaba nunca en Ciberia.

Cuando llegó al umbral, Jasón tocó a la puerta de tablas carcomidas y


destartaladas. Le abrió un hombre maduro, alto, pálido y delgado, vestido con un
sayo negro, similar al de los monjes que había contemplado en los libros. Portaba
un cayado de madera oscura en la mano y poseía una mirada penetrante, con el
rostro severo, surcado de arrugas muy profundas.
--Buenas noches –anunció--, me llamo Jasón y vengo de la ciudad. Si es tan
amable, necesito descansar un poco.

El hombre lo analizó durante unos instantes y luego franqueó la puerta.


--Pasa.
Irradiaba cierto rango de autoridad, que contrastaba con su modesto sayo y el
harapiento interior de la casucha. En el fogón figuraba una marmita con leche,
como si hubiese adivinado que tendría visita. El hombre le sirvió un buen tazón
sobre la recia mesa de pino que presidía la pequeña residencia y se quedó junto al
fuego de la chimenea observando en silencio, inexpresivo.
--¿Quién es usted –preguntó Jasón, cuando hubo acabado la leche, perplejo ante
la inusual indumentaria y el extraño aspecto de aquel hombre--, por qué no vive
con las demás personas en la ciudad?

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--Porque yo no soy una persona cualquiera, sino el Diablo.


--El Diablo no existe –negó Jasón, pues era de los pocos en Ciberia que conocía
la religión antigua, contenida en un libro llamado la Biblia.
--¿Y eso cómo lo sabes?
--Lo dice mi padre, que se leyó los Evangelios cuando era joven.
--La gente afirma que no existo porque no me ha visto nunca. Pero los ciegos no
pueden ver nada y sin embargo, el mundo existe a su alrededor.

Javier dudó ante aquel extraño argumento. Había oído hablar y leído sobre los
ciegos, pero ahora ya no quedaba ninguno, porque cualquier deficiencia física de
nacimiento era solventada por la ingeniería genética disponible.
--¿Qué hace usted aquí? –preguntó.
--Tentar a los viajeros que van de paso. Es mi cometido.
--¿Qué significa tentar?
--Despojo a la gente del velo que lleva sobre los ojos.
--¿Para qué?
--Para empujarlos a descubrir la realidad que les rodea, y no el engaño virtual en
donde viven, con todos los habitantes programados desde palacio, hasta el punto
de que ya nadie conoce su verdadera identidad.
--Yo sí conozco mi verdadera identidad –opuso Jasón.
--¿Qué sabes de ti mismo?
--Soy el hijo de un buen hombre, vendedor de libros antiguos.
--Lo sabes porque te lo han dicho. ¿Pero y si te hubieran mentido?
--¿Cómo van a mentirme mis padres?
--¿Quién te asegura que son tus padres?
--¿Por qué no iban a serlo? –replicó Jasón, cada vez más inquieto.
--Imagina por un momento que fueras un androide, un ser sintético sin espíritu,
similar a las mascotas artificiales que pueblan tu orgullosa ciudad.
--¡Yo no soy un androide –rechazó Jasón--, tengo personalidad propia!
--Eso tampoco lo sabes, porque los androides utilizados como siervos fueron
programados de antemano para que no se revelaran jamás. Quizá no lo sepas,
pero en Ciberia existen cada vez más humanoides, abundan entre las
generaciones más jóvenes, planificado por el Sumo Sacerdote para ir sustituyendo
a la población humana por otra cibernética, mucho más dócil y manejable.

A Jasón todo aquello le parecía tan absurdo que no creyó ni una palabra. Cansado
de la caminata nocturna, comenzó a sentir sueño y bostezó.
--Perdone, todo eso suena interesante, pero estoy un poco fatigado.
--Puedes quedarte a dormir –el hombre señaló hacia un pequeño jergón--, te
despertaré cuando amanezca para que prosigas tu camino.

Jasón se tumbó, y al instante cayó dormido. Comenzó a soñar que penetraba en


un mundo desconocido. Un país exuberante, lleno de riquezas, donde las
personas no eran todas iguales, como en Ciberia, sino que cada cual podía tener

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todo lo que desease, acumular más allá de lo que necesitara. En aquel mundo, si
uno era listo, podía conseguir que los demás trabajasen para él. Pero también era
un territorio lleno de intrigas y riesgos, donde las personas no conocían la paz,
porque la guerra era uno de los principales negocios. Por primera vez vio los
estragos de la enfermedad y el dolor, la vejez y la muerte.

Aquel mundo era un lugar sin armonía, donde la gente trabajaba mucho por
obtener un poco de dinero, como esclavos ante unos cuantos gobernantes que lo
dominaban todo controlando la riqueza disponible. La masa trabajadora buscaba
consuelo en espectáculos masivos, acudiendo a cultos que hablaban del más allá
y afiliándose partidos políticos. Eran gente supersticiosa y manipulable, adoraban
a deportistas, músicos de rock, estrellas del espectáculo, celebridades o líderes
políticos y espirituales que surgían de vez en cuando prometiendo la salvación, la
existencia de un quimérico paraíso inalcanzable. Pero sólo para esclavizarlos aún
más y que continuasen trabajando con la esperanza de alcanzar semejante
quimera sin oponer ninguna resistencia contra el sistema, infelices y desgraciados.

De pronto, un anciano de aspecto venerable, vestido de túnica blanca y con una


espesa barba del mismo color, apareció a su lado y Jasón le preguntó:
--¿Qué significa todo esto?
--Contemplas el mundo como es en realidad.
--Creí que ya no existía.
--El mundo es viejo y problemático, pero sobrevive a su propia maldad.
--Parece un lugar muy violento.
--La guerra es necesaria para la selección y la pervivencia de la especie. Aquí
sobreviven los que mejor se adaptan al azar. Los demás perecen.
Jasón vio a una mujer medio desnuda que se ofrecía por dinero a todo el que
pasaba y sintió inflamarse las entrañas, como jamás antes había notado. En la
metrópoli de donde llegaba todo era tan armónico que nadie necesitaba el sexo,
aquel era un sentimiento desconocido, junto con el miedo, la envidia y el odio. En
Ciberia sólo reinaba el amor fraterno y filial, pero aquello que Jasón ahora sentía
era como una tempestad que le arrebataba el sentido, volviéndolo del revés.

El anciano de la túnica blanca explicó:


--El sexo es necesario para procrear vida real –matizó--, me refiero a seres
humanos de verdad, tan imperfectos como irrepetibles.
Igual que no conocía la noción de sexo, Jasón también desconocía conceptos
como pecado, castigo, prohibido y crimen, aunque los hubiese leído en las novelas
acumuladas en el hangar de su padre. Pero todo aquello de los libros era ficticio,
literatura, un arte desarrollado por la civilización anterior como mero
entretenimiento. En Ciberia no había dudas ni contradicciones, todo lo resolvía el
Sumo Sacerdote sin que nadie tuviese que pensar nada ni abandonar su confort.
--Duele no tener lo que uno quiere –suspiró Jasón, viendo que mucha gente no
disponía de dinero para pagar todo lo que poseían otros a su alrededor.

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--La envidia y el dolor son parte del mundo –confirmó el anciano.


También era la primera vez en su vida que Jasón utilizaba la palabra dolor.
--El antiguo mundo me parece un lugar peligroso –lamentó Jasón.
Hasta la fecha ignoraba el significado de la palabra peligro.
--Como todo lo que merece la pena –corroboró el anciano de la túnica blanca--, en
el riesgo habita la oportunidad para ser algo más que la masa indiferenciada. El
azar impone su implacable imperio, pero el ser humano, con la fuerza de su libre
albedrío y voluntad, termina venciendo ante las adversidades.
--Tengo miedo –tembló Jasón, asustado por el pánico que lo embargaba por
primera vez en su vida--, quiero volver a mi ciudad. Este mundo es malvado.
También era la primera vez que utilizaba la palabra mal.
--Mira –sentenció el anciano--, lo bueno y lo malo son dos polos necesarios para el
avance humano. De la tensión entre ambas energías nace la chispa que lo
transforma todo. El mundo está por hacer, es cierto. Pero cada persona es en
parte responsable, aunque por pereza, comodidad o miedo, casi nadie quiere
darse por enterado. La mayoría vive dormida, resignada. Tan sólo unos cuantos
despiertan y dan el paso adelante que lo cambia todo. Me refiero a los iniciados.
Como lo eres tú, pues ahora que lo sabes, te costará seguir ignorándolo.

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I
EL INICIADO

La iniciación es un proceso que comienza con un rito de sumisión, continúa con un


período de contención y luego con otro rito de liberación. De tal forma, el individuo
puede reconciliar los elementos en conflicto de su personalidad: puede conseguir
un equilibrio que hace de él un ser verdaderamente humano y dueño de sí mismo.
Carl G. Jung

Alguien que no ha pasado por el infierno de sus contradicciones no puede


considerarse un iniciado
Carl G. Jung

El Arquetipo del Iniciado podría denominarse también el Ingenuo, la Víctima o el


Niño. Hasta que la inquietud por saber qué hay más allá de lo conocido, vive
dentro de su paraíso particular, parecido al de Adán y Eva que narra la Biblia. Pero
entonces llega el Diablo y le despierta de su apacible sueño, le arranca la venda
que lleva sobre los ojos y le muestra la cruda y verdadera realidad.

El despertar, la pérdida de la inocencia, es una experiencia dolorosa y


demoledora, uno se siente víctima de las circunstancias y de las personas que
supuestamente le querían y le protegían. Piensa que ya no puede confiar ni en los
más cercanos, la familia y los amigos, porque también ellos parecen formar parte
del mismo espejismo. De pronto se ve impulsado a comprobar qué hay fuera de su
engaño, lejos de la comodidad y la seguridad que lo envolvía.

Sin embargo, muchas personas prefieren seguir viviendo en la bendita ignorancia


de cuando niños, dando la espalda a la cruda realidad, pensando que con ello el
mal no les alcanzara. Por eso este Arquetipo también podría denominarse como el
Ingenuo. Está lastrado por el temor, el miedo a madurar. Estas personas rechazan
la libertad por cobardía, prefieren vivir encadenados como autómatas, que alguien
les diga lo que tienen que hacer para no equivocarse, para no asumir la propia
responsabilidad. Viven engañándose a sí mismos, dormidos en la ignorancia.

Pero impulsado por algún mentor, que suele aparecer en la vida con los rasgos de
un tentador, el Iniciado avanza el primer paso en busca de sí mismo, de su destino
particular y no colectivo en la vida. Una vez que da ese paso, ya no podrá volver
atrás, ya no podrá ignorar lo que sabe y seguir en la ignorancia. La prueba que ha

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de pasar es dura y le asusta. Pero si no avanza, sufrirá peores consecuencias.

Nadie pide ser un Iniciado de forma voluntaria, no es cuestión de mérito, sino de


selección. Cuando una persona está madura para dejar el colectivo y abrirse paso
como individuo, la vida le proporciona una tesitura personal para obligar su
avance. Al principio, el Iniciado quiere negarse, busca soluciones alternativas,
pero pronto comprueba que nada le sirve ya de consuelo, que ya no puede volver
a ponerse la venda sobre los ojos, que todo a su alrededor se torna ficticio, que ya
no sirven la lógica ni las razones aprendidas. Como si algo le precipitase directo
hacia el abismo, al comienzo de un juego incierto y peligroso, de donde puede
perecer o salir transformado. Entonces el Iniciado comienza el Camino del Héroe,
como lo definió el célebre psicólogo suizo Carl Gustav Jung.

El conocido mitógrafo norteamericano Joseph Campbell dejó escrito el siguiente


argumento: la gran cuestión radica en si serás capaz de decir “sí” a la aventura del
Héroe, la aventura de estar vivo. Por su lado, Jung matizó: el Inconsciente siempre
trata de producir una situación imposible para favorecer al individuo a que
exteriorice lo mejor de sí mismo. Si uno no lo intenta nunca, no se completa, no se
realiza. Se requiere una situación imposible, donde una tenga que renunciar a su
propia voluntad, a su propio conocimiento.

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DOS

Jasón abrió los ojos y comprobó que todo había sido un sueño.
--Es hora de continuar tu viaje –anunció el hombre del hábito negro, de pie junto al
camastro, con su cayado de madera en la mano.
--He tenido una pesadilla --dijo Jasón, incorporándose para marcharse--, acabo de
ver en sueños el mundo que hay más allá de Ciberia, y no me gusta. No pienso a
seguir adelante –reconoció abatido--, regreso a la ciudad.
--Como quieras –dijo el hombre, indiferente--, pero la verdadera vida está más allá
de las murallas donde habitas. Cuando quieras conocerla, ven a verme. Yo puedo
mostrarte cómo conquistar el mundo y conseguir lo que más deseas.

Jasón terminó pensando que aquel hombre no andaba muy bien de la cabeza.
Salió al exterior de la miserable chabola donde había pasado la noche y echó a
caminar de regreso a su moderna metrópoli. Amanecía cuando llegó a casa. Los
padres le acogieron felices por verlo aparecer sin incidentes, preocupados pero
aceptando de buen grado lo que suponían una simple travesura motivada por su
curiosidad.
--Más allá de las murallas no hay nada –regañó el padre con cariño--, el mundo
que describen los antiguos libros de Historia ya no existe.
--Tenías razón –admitió Jasón--, lo siento.

Cuando subió al templo en ruinas, Ariadna lo estaba esperando desde hace horas
y le recibió con lágrimas en los ojos, porque nunca faltaban a la cita.
--Pensé que me habías abandonado –sollozó.
--Perdona, he pasado la noche fuera de la ciudad.
--¿Por qué has hecho eso?
--Necesitaba ver lo que hay fuera de nuestra frontera.
--Olvídalo –suplicó ella--, todo lo que puedas desear lo tienes aquí.

Jasón recuperó la cómoda existencia de privilegio que reinaba en Ciberia y todo


volvió a la normalidad. Pero la experiencia fuera de las murallas le había cambiado
aunque no lo quisiera reconocer. El sueño padecido en el camastro de la casucha
dejaba sembrada en su mente la semilla de la duda.
--¿No vas a decirme qué hiciste aquella noche, cuando saliste de la ciudad? –le
preguntó un día su padre, mientras ordenaban juntos la librería.
Jasón relató lo sucedido.
--Caminé durante mucho rato, estaba cansado, encontré una humilde chabola y
llamé para pedir cobijo. Resultó que allí residía un hombre que afirmaba ser el
Diablo. Me ofreció un vaso de leche y me dijo que su cometido era tentar a la
gente para que despertase a la verdadera realidad, porque nuestra ciudad era un

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espejismo. Poco después caí dormido y tuve un sueño donde pude contemplar el
mundo tal como es, la existencia que hay más allá de nuestras murallas.

El padre sacudió la cabeza y negó:


--El Diablo sólo es un antiguo mito de la civilización anterior al gran cataclismo que
la destruyó. Lo que viste durante tu sueño sólo fue fruto de la imaginación. El
mundo que mencionas no existe, ya te lo he dicho muchas veces. Todos estos
libros hablan de un pasado muy remoto. No debes tomar lo que dicen al pie de la
letra. La mayoría no son más que relatos de ficción.
--¿Pero entonces, quién era ese hombre?
--Quizá un expulsado de la ciudad por invocar poderes ocultos.
--¿Qué son los poderes ocultos?
--Una ciencia muy antigua, rituales y hechizos que antaño practicaba gente con
malas intenciones para manipular a las personas.
--¿Cómo estás tan seguro de que no pueda ser el Diablo?
--¿Vestía un sayo de color negro? –preguntó el padre.
--Es cierto, ¿cómo lo sabes?
--Porque así es como visten los hechiceros.
--¿Pero y si era el Diablo disfrazado? –insistió Jasón.
--¿A que portaba un largo cayado de madera?
--Eso también es verdad –reconoció Jasón.
--Es la vara de los brujos, con ella puede realizar cualquier hechizo. Caíste bajo su
influjo, no existe nada de lo que te hizo ver. Sólo quería embaucarte.
Desconcertado ante la respuesta, Jasón decidió marcharse de nuevo a la mínima
oportunidad para pedir explicaciones al extraño habitante de la chabola.

Una noche oscura y sin luna, cuando caía una fuerte tormenta, filtrada por el
sofisticado escudo antibacteriano que protegía el entorno atmosférico de Ciberia,
Jasón escapó de casa por una de las ventanas que daban al casco antiguo. Cruzó
de nuevo las murallas por el mismo lugar que la vez anterior y enfiló el sendero
que lo alejaba de la ciudad. Cuando avistó la humilde casucha, Jasón estaba
empapado. Aterido de frío, llamó a la puerta. El hombre del hábito negro abrió
enseguida, como si lo estuviera esperando, y le ofreció acercarse a la lumbre para
calentarse. Fuera, entre rayos y truenos, arreciaba la tormenta.
--El otro día me mintió –fue lo primero que dijo, iluminado por las llamas de la
chimenea--, usted no es el Diablo, sólo es un hechicero.
--¿Quién te ha dicho eso?
--Mi padre, que lo sabe todo. Es el hombre más culto de la ciudad.
--No soy yo, sino tu padre quien te ha mentido.
--¿Cómo se atreve a decir eso?
--El Sumo Sacerdote os mantiene a todos en la ignorancia, ciegos ante la realidad
del mundo. Te lo advertí: Ciberia no es más que un espejismo, una creación
virtual. Ni siquiera el Rey existe, murió hace años, dejando al heredero del Reino
prisionero en su propio palacio, donde nadie ha entrado nunca, prisionero del

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Sumo Sacerdote, un Mago muy poderoso.


--¿Cómo lo sabe? –preguntó boquiabierto Jasón.
--Seguro siempre lleva un báculo dorado en la mano.

Aquello era cierto, el Sumo Sacerdote aparecía en sus hologramas informativos


revestido con prendas y ropajes de lujo, diferentes a los que vestían los demás
habitantes, y portando un báculo de oro en la mano.
--Es la vara de Mago, con ella manipula vuestra conciencia.
--Usted también porta una vara –dijo Jasón, recordando lo que le había
comentado su padre.
--Oh –sonrió alargando el cayado para que Jasón lo viese mejor--, esto sólo es un
bastón de paseo, lo utilizo para caminar por el campo.
--Entonces, usted no es el Diablo –reprochó Jasón, decepcionado.
--Ya veo que no has entendido nada –lamentó el hombre del hábito negro--, anda,
vuelve a tu casa, no estás preparado para enfrentarte a la realidad. Pensé que
serías diferente, pero eres como todos, tan previsible como un androide.

Jasón salió de la casucha, humillado y confuso. Había dejado de llover y apresuró


el paso. Llegó antes de que la ciudad despertara de su feliz letargo. Aquel hombre
le había dicho la verdad, residía en medio de una realidad virtual, todo en aquella
metrópoli era demasiado perfecto para ser verdad. Ya no podía seguir así. En el
desayuno abordó a su padre, que le miraba con preocupación:
--Esta noche –reconoció--, he vuelto a salir de la ciudad. El hombre del que te
hablé me ha dicho que nuestro Rey está muerto y el Sumo Sacerdote le ha
suplantado, que nos mantiene hipnotizados porque se trata de un poderoso Mago.

El buen librero intercambió una mirada con su mujer, que asintió levemente antes
de soltar un profundo suspiro.
--Sí –reconoció el padre por fin--, el Rey murió hace años, pero el Sumo Sacerdote
no ha querido comunicárselo a los ciudadanos para no propagar la inquietud que
generaría la triste noticia. Por eso ahora ejerce como regente hasta que el
heredero cumpla la mayoría de edad y pueda subir al Trono.
--Pero entonces, el Sumo Sacerdote nos miente, ha ocultado la muerte del Rey.
Eso es muy grave, si la gente lo supiera se rebelaría.
--Y qué ganamos con rebelarnos –replicó la madre--, alguien tiene que gobernar la
ciudad. Necesitamos su poder para protegernos de los peligros que afligen al
mundo que has podido ver en tu sueño.
--Así que lo sabíais todo y me habéis mantenido engañado –replicó Jasón con
lágrimas en los ojos--, yo confiaba en ti –reprochó dirigiéndose a su padre--, y
ahora resulta que tú también estás de acuerdo con toda esta farsa.
--No es una farsa –negó la madre, compasiva--, son los efectos de la magia. Sin
ella Ciberia desaparecería con todo lo que hay dentro.
--¡Pero ese poder nos impide ser libres! –clamó Jasón, enfurecido.
--La libertad es una quimera, un ideal imposible –intervino el padre--, durante

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siglos lo único que causó fue derramamiento de sangre, igual que la religión y la
política. La libertad es una utopía del ser humano, todos la defendían con las
armas en la mano, pero luego ninguno deseaba pagar el precio que conlleva. Por
eso aceptamos la magia, incluso sabiendo que se trata de un espejismo, pues el
que vive fuera de la ciudad envejece y muere sin remedio.
--Pues prefiero morir libre a vivir como un esclavo.
--No sabes lo que dices –negó la madre.
--Me voy –resolvió Jasón--, he visto la realidad y ya no puedo seguir aquí,
fingiendo que no pasa nada, sabiendo que todo lo que me rodea es algo ficticio.
Jasón fue a su cuarto, hizo un pequeño hatillo con lo más necesario y atravesó la
ciudad en pleno día, sin preocuparse ya de que lo descubrieran escapando; al
contrario, quería que todos lo vieran marcharse, huir de aquel fingimiento común y
consentido. Pero antes quiso despedirse de Ariadna. Subió a la colina y la esperó
sentado en el muro de las ruinas abocado al precipicio. Ella no tardó en llegar,
como siempre, para contemplar juntos el ocaso.
--Me voy –anunció Jasón--, he venido a despedirme.
--No te vayas, por favor –suplicó ella con toda su dulzura.
--Debo hacerlo, necesito conocer la verdad que nos han ocultado.
--Si te marchas, vendré cada día para esperarte.
Ariadna le otorgó un beso en la mejilla para sellar la despedida, el primero que a
Jasón le concedía una chica.

Lo primero que hizo cuando abandonó Ciberia fue pasar por la casucha para
entrevistarse con el hombre que decía ser el Diablo.
--He vuelto porque quiero conocer toda la verdad.
--Tendrás que soportar una dura prueba.
--Estoy dispuesto.
--Bien, pero antes habrás de aceptar el pacto.
--¿El pacto? –repitió extrañado Jasón.
--El compromiso de no amar a ninguna persona de las que halles por el camino. El
amor es incompatible con la prueba que te dispones a emprender.
Jasón aceptó sin inconveniente alguno, pues todas las personas a las que amaba
se habían quedado en Ciberia, particularmente Ariadna.
--Ahora come algo y descansa —recomendó el hombre--, puedes utilizar el mismo
jergón que la otra vez. Mañana temprano podrás iniciar tu camino.

Jasón obedeció, tomó algo para cenar y se marchó a dormir. Enseguida le invadió
un profundo sopor. El hombre continuaba de pie junto a la chimenea encendida.
Las llamas proyectaban su sombra contra el techo, una silueta demoníaca y
monstruosa. Entonces fue cuando Jasón comprendió que realmente aquel ser de
la túnica oscura era el Diablo. Como tenía la mente muy agitada por los últimos
acontecimientos, cayó sumido en un azaroso sueño.

Estaba de pie, rodeado de figuras humanas pero sin rostro que le observaban en

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silencio. Se hallaba completamente desnudo, frente a un gran espejo de marco


negro y circular, en forma de serpiente que se muerde la cola. El cristal parecía un
pozo de oscuridad. El hombre del hábito negro le vendaba los ojos con un pañuelo
de seda oscura. Cuando hubo acabado, dijo:
--Comienza el viaje hacia tu destino. ¡Adelante, cruza el umbral del espejo!
Jasón sufrió un estremecimiento, pero como estaba decidido, avanzó la pierna
derecha, el primer paso hacia el abismo tenebroso del otro lado.

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II
EL DEMONIO

El Diablo es aquella fuerza de la Naturaleza que intentando hacer el mal, termina


siempre por hacer el bien
Goethe

El Diablo no existe, las personas crean su propia naturaleza por medio de la


elección
Sören Kierkegaard

El Demonio es el daimon griego, una fuerza que nos empuja contra los límites de
la conciencia. Siempre aparece para despertar a la persona de su ceguera,
expulsándola del paraíso metafórico. El Demonio es un Arquetipo que asusta y
sacude la existencia cuando aparece, por eso uno de sus roles más representados
a lo largo de la historia y la literatura es el Diablo, Lucifer, el ángel caído, castigado
por Dios arrebatándole su luz y arrojándolo a las tinieblas de la Tierra. Desde
aquel entonces vive tentando al ser humano, apareciendo en el camino de los
hombres y de las mujeres para perturbar su placentera vida.

La tentación es necesaria para seducir al Héroe, para obligarle a salir de su zona


cómoda, como la serpiente del Paraíso hace con Eva y ella con Adán, desvelando
el secreto de lo que hay más allá. El Demonio propone un pacto en el que hay que
correr un riesgo, pagar un precio por lo que se desea. El precio es no amar a
nadie, porque para el Héroe, toda persona querida será una carga, un lastre ante
la dureza del camino que le aguarda en busca de su objetivo.

El Arquetipo Demonio enseña que todo es posible, que la magia existe, pero que
no es gratuita y el que la quiera merecer habrá de mostrar su compromiso y sufrir
una profunda transformación personal. Muchas personas, cobardes, pusilánimes o
muy acostumbradas a engañarse, tanto que ya ni siquiera se dan cuenta de la
venda que llevan sobre los ojos, rechazan el pacto pensando que hacen lo
correcto, cuando en realidad lo que desean es continuar en el estado de bendita
inocencia para no tener que asumir ninguna responsabilidad.

Sin embargo, es difícil escapar a la propuesta del Demonio, porque conoce muy
bien la naturaleza humana (de hecho, forma parte inseparable del subconsciente)
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y nos tienta ofreciéndonos aquello que más deseamos.

Para dar el primer paso hacia nuestro verdadero Destino es necesario abandonar
previamente todo lo que nos encadena, todo lo que amamos y nos condiciona. El
camino del que hablamos ha de iniciarse solo, es un proceso individual, nadie
puede ayudarnos. Por eso el Demonio dice que no debemos amar a nadie.

El Arquetipo Demonio se relaciona con el arcano El Diablo del Tarot. Viene a decir
que si eliges los caminos fáciles no alcanzaras el Destino que te aguarda y al cabo
del tiempo serás muy desgraciado. No debemos caer en la tentación de lo fácil a
cambio de lo mejor. El Demonio nos obliga a desprendernos de todo lo accesorio
para emprender la prueba de superación personal antes de poder integrarnos en
lo colectivo, de amar con todas las consecuencias. Quiere alejarnos de la zona
cómoda donde nos hallamos para que avancemos en el Juego de la Vida. El
Demonio propone desprenderse de los apegos y ligaduras de la vida cotidiana
para emprender solo aquello que Jung llamaba el Camino del Héroe, la Senda del
Gurrero de la que habla el budismo.

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TRES

Jasón despertó de golpe, temblando de frío. Estaba tendido en medio del campo,
todavía con la venda de seda oscura sobre los ojos. Al quitársela vio que se
hallaba desnudo y rodeado de horizontes inhóspitos y desolados. Hizo un
esfuerzo, se levantó del suelo pedregoso y comenzó a caminar sin saber hacia
dónde, pues no reconocía el paisaje. Pero en ese momento vio que alguien se
acercaba por detrás y esperó a que llegara. Era un tipo risible, vestido de paño
verde y con cascabeles cosidos a la ropa, tocando una flauta de madera, como los
bufones o juglares de los cuentos que había leído en su infancia.
--Hola –saludó Jasón--, ¿podrías decirme dónde estoy?
--En Tierra de Nadie –contestó el juglar, dejando de tocar la flauta.
--¿Y en qué año?
--Pues no sabría decirte, aquí los años importan poco –metió la mano en el amplio
zurrón que portaba colgado del hombro, sacó una manta y se la tendió.
--Toma, no vayas a constiparte.
--Gracias –Jasón se cubrió con ella.
--¿Quién eres –preguntó el juglar--, te han asaltado por el camino?
--Me llamo Jasón, pero no me han asaltado, la ropa la he perdido viajando desde
otro mundo.
--¿Llegas caído del cielo?
--Más o menos.
--¡Ah, entonces eres un ángel!
--Bueno, yo no creo en los ángeles.
--¡Chsssst! –el juglar bajó la voz, mirando precavido a su alrededor--, la Santa
Inquisición te podría condenar a la hoguera por decir eso.
--Me suena lo de Santa Inquisición, debo haberlo leído en algún libro.
--La Inquisición va por ahí quemando brujas y herejes, así que ten cuidado.
--Venga ya, todo eso no son más que patrañas para manipular a los ingenuos. En
mi mundo ya nadie practica ese culto tan antiguo.
--¿No tenéis ninguna religión?
--Creemos en la ciencia y en la tecnología.
--Ciencia y Tecnología –repitió el juglar--, vaya diosas tan raras que adoráis, mejor
que no las nombres por aquí.

Jasón suponía que aquel espejo de marco negro en forma de serpiente


mordiéndose la cola quizá era un vórtice hacia otras dimensiones, una máquina
del tiempo, que le había transportado a la Edad Media, y así lo dijo.
--¿Qué es la Edad Media? –preguntó el juglar.
--La época del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda.

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--No conozco a ese Rey, pero Caballeros he visto a muchos.


--Menudo plan –suspiró Jasón--, estoy perdido en otro mundo.
--Que yo sepa, sólo se pierde aquel que tiene un objetivo a seguir –le contradijo el
juglar--, pero tú no pareces tener ninguno.
--Es cierto, no sé adónde voy.
--Bueno, en ese caso, sigue adelante.
--¿Pero hacia dónde?
--Puesto que no sabes adónde vas, importa poco donde acabes llegando. Eso es
algo que le ocurre a mucha gente. Caminan como sonámbulos en busca de su
objetivo, pero la mayoría muere de vieja sin haberlo encontrado nunca.
--¿Y tú –inquirió Jasón, viendo por cómo hablaba que aquel tipo parecía
inteligente--, conoces tu objetivo?
--El mío es amenizar el camino de la gente mientras encuentra el suyo. Por cierto
–le tendió la mano--, me llamo Leporello, y si quieres puedo acompañarte.
--Vale, ¿pero qué dirección tomamos?
Leporello sacó una moneda de su zurrón:
--Cara por la derecha; cruz por la izquierda --la hizo volar por los aires y la recogió
en el dorso de la mano--. Ha salido cruz.
--¿Así es como elijes tú el rumbo a seguir?
--Cuando no lo tienes claro, la respuesta es del azar. Nunca falla.
--Bueno, me parece bien.
--Pero lo primero es procurarte un vestuario adecuado, que así pareces un
mendigo y pronto te detendrían los soldados del Duque.
--¿Quién es el Duque?
--Pues el hombre que gobierna la Tierra de Nadie.

Leporello le tomó la manta, sacó una pequeña caja de hojalata con elementos de
costura, y cosió una vestimenta burda pero a la medida.
--Bueno, y ahora pongámonos en marcha.
Comenzaron a caminar hacia el horizonte. Leporello disfrutaba siempre de buen
humor ante cualquier circunstancia. Con Jasón se comportaba como si fuese un
criado, atento y servicial; era listo, mañoso y sabía buscarse la vida.
--Tengo vocación de sirviente –reía divertido.

Así transcurrieron varias jornadas. Un día, cuando descansaban comiendo el


asado de conejo que Leporello había capturado y cocinado con sus propias
manos, vieron llegar un lujoso carruaje tirado por dos caballos y escoltado por un
grupo de jinetes armados, con la cabeza cubierta por yelmos relucientes. Ofrecían
una estampa épica y sobrecogedora, como relataban los libros de historia que
Jasón había leído en la librería de su padre. Aquel era un país desolado, sin
civilizar, desprovisto de toda tecnología, un lugar inhóspito y salvaje, donde había
que cazar a inocentes conejos para poder comer y seguir con vida.

Cuando el carruaje llegó a su altura, Jasón vislumbró a través de la cortina que

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cubría la ventanilla una chica bellísima vestida con ropajes muy elegantes. La
visión había sido tan fugaz que quiso correr tras ella para contemplarla mejor, pero
Leporello se lo impidió, aferrándolo por el brazo:
--¡Detente, loco, ¿adónde vas?!
--Esa chica –balbució Jasón, atravesado por una intensa emoción que lo dejaba
sin aliento en el pecho--, quiero conocerla.
--Si te acercas a ella te matarán. Debe ser una Dama de la nobleza, no hay más
que ver el carruaje tan lujoso y los hombres armados que la escoltan; mientras
que tú y yo no somos más que dos vulgares vagabundos.
--Yo no soy un vagabundo, vengo de un lugar moderno y civilizado.
--No sé de dónde llegarás, pero en esta época y en este lugar nadie puede
acercarse a una Dama si no tiene rango de Caballero.
--¿Y dónde puedo conseguir ese rango?
--El título de Caballero no se regala en una feria, debe uno ganárselo.
--Pues ya tengo un objetivo –proclamó Jasón.
--¿Cuál?
--Conquistar a la chica del carruaje.
--Vaya –sonrió Leporello--, ¿así que te has enamorado?

No había terminado de preguntarlo, cuando sobrevino de la nada un terrible


relámpago, seguido de un atronador estruendo, y Jasón cayó abatido de bruces,
igual que fulminado por un rayo. Cuando Leporello corrió en su ayuda, retrocedió
espantado. El rostro de Jasón era una masa de carne desfigurada y monstruosa.
--¡Dios mío! –exclamó el juglar, llevándose las manos a la boca.
Jasón se incorporó, deslumbrado y dolorido.
--Ha sido el Diablo. Me ha castigado por incumplir el pacto.
--¡¿Hiciste un pacto con el Diablo?! –repitió Leporello, alucinado.
--Sí –admitió Jasón--, y el precio era no enamorarme jamás.
--Casi te deja frito.
--No –negó Jasón--, el Diablo no piensa matarme. Al contrario, me ha empujado
por un camino de sufrimiento para castigar mi curiosidad.
--Pues de momento ya no podrás cumplir tu objetivo. Tal como tienes la cara dudo
mucho que puedas conquistar a ninguna mujer, y mucho menos a una chica de
alcurnia, como la que viajaba en ese carruaje.
--Quiero regresar a casa –gimió Jasón, ocultando su rostro entre las manos.
--Tranquilo, ya encontraremos la forma.
--¡No soy más que un monstruo! –gimoteaba palpándose la cara.
--Quizá lo seas por fuera, pero por dentro eres el mismo.
--¿Y eso qué importa? –negó Jasón, desconsolado--, la cara es el espejo del
alma, todo el mundo lo dice.
--Pero es falso –repuso Leporello--, la cara sólo es un simple antifaz. La identidad
de todo ser humano radica en su carácter, algo que nadie puede arrebatarte. No
debiste pactar con el Diablo, pero ahora no es momento de lamentaciones. Hay
que buscar un remedio y creo que yo puedo ayudarte.

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--¿Cómo? –preguntó Jasón, algo más calmado.


--Acudiremos al Círculo Hermético. He oído decir que los Superiores
Desconocidos pueden eliminar cualquier maleficio, incluso los peores.
--No recuerdo haber leído nada sobre Superiores Desconocidos ni Círculos
Herméticos en los libros de mi padre –negó Jasón, extrañado.
--Es que todo no está en los libros. Pero el Círculo Hermético existe. Los
Superiores Desconocidos gobiernan el mundo desde hace siglos, aunque jamás
han aparecido en público. Viven ocultos en el interior de un formidable palacio.
--Pues vamos allá, no pienso quedarme así toda la vida.
--Es un viaje muy largo, nos llevará mucho tiempo, tal vez años.
--Con esta cara y sin poder volver a casa, no tengo nada mejor que hacer.
--Te acompañaré, pero antes debemos buscar una solución provisional a tu
deformidad, porque con esa cara irás asustando a todo el mundo. A la gente no le
gusta lo diferente, rechaza la fealdad como si fuera una lacra contagiosa.

Leporello sacó de su zurrón todo lo necesario para fabricarle una máscara,


modelando cera derretida, con arcilla, resinas y pigmentos en polvo para imitar en
lo posible la textura y el color de la carne humana. El resultado final era razonable,
sin embargo, aquel semblante artificial no podía expresar ninguna emoción. Era un
rostro neutro y estático, de facciones fijas, que nunca lloraba ni sonreía.
--Ya está –proclamó Leporello--, y ahora pongámonos en marcha. Hemos de
localizar cuanto antes a un Maestro.
--¿No íbamos en busca del Círculo Hermético?
--Sí, pero a su palacio no accede nadie que no sea Guerrero.
--¿Guerrero? –repitió Jasón.
--El paso previo al rango de Caballero.
--Vale –resopló Jasón, cansado de todo aquel protocolo medieval--, ¿y cómo se
convierte uno en Guerrero?
--Sólo un Maestro puede adiestrarte para conseguirlo.

Caminaron durante varios días, durmiendo por la noche, orientándose hacia casa
de un Maestro que conocía el juglar. Ni un solo instante Jasón dejó de pensar en
la chica del carruaje, cuya fugaz visión había bastado para incumplir el pacto con
el Diablo. Leporello solventaba todos los inconvenientes del camino con su
habilidoso ingenio. Era un tipo sin ambición, desprovisto por completo de cualquier
deseo. Parecía siempre conforme, jamás anhelaba nada. Si tenían comida, comía,
si no, ayunaba, pero nunca protestaba, ni quejas ni reproches, a cualquier hora de
buen humor y tocando su flauta. Parecía listo, pero se negaba siempre a entablar
conversaciones que abordasen temas trascendentales.
--Piensas demasiado –eludía cuando Jasón procuraba que opinara sobre todo
aquello que le había sucedido, que poco a poco iba contando durante la caminata:
su encuentro con el Diablo, el espejo dimensional y el salto en el tiempo desde su
futurista metrópoli hasta la bárbara Edad Media.
--Debes aprender a pensar menos y prestar más atención –aconsejó.

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--Yo no creo que pensar sea nada malo –alegaba Jasón.


--Puede serlo cuando lo tomas por costumbre y te impide disfrutar el momento.
Ahora estamos descansando, deja de darle vueltas a la cabeza y contempla lo que
te ofrece la vida. ¡Mira qué cielo tan estrellado!
--Vale, ¿pero qué debo hacer para prestar mayor atención?
--Muy sencillo, a cada momento lo que se requiere. Por ejemplo, ahora debemos
dormir, que mañana nos aguarda un largo camino.
Pero a Jasón le costaba descansar, porque incluso dormido seguía dándole
vueltas a la cabeza. Pensaba en Ariadna y en sus padres, abandonados en
Ciberia, pero más que nada pensaba en la chica del carruaje, cuya belleza le
había cauterizado el alma. Leporello tenía razón, sólo era un vagabundo sin
familia y sin hogar. Pasaría el resto de su vida siendo un ser monstruoso, pensó
Jasón, desolado, antes que quedarse dormido de puro cansancio.

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III
EL GUÍA

Lo descubre andando por su propio camino sin importarle en absoluto lo que la


sociedad piense de él, sin un camino que le guíe, aunque lleva el traje de bufón, lo
cual nos indica que posee un lugar preeminente dentro del orden gobernante
Sallie Nichols

Estos dos tipos originales viajan ligeros, van lejos en sus solitarios viajes
trayéndonos a veces una ramita brillante del Bosque de Oro
McGlasham

El Guía es el Bufón, el Joker o comodín de las barajas, que no tiene número


porque sirve de complemento ante cualquier situación. El Arquetipo Guía es el
bromista, el inconsciente, despreocupado y feliz, que ofrece su respaldo al Héroe.
Aparece siempre al comienzo del camino, aunque a veces, el Iniciado no le
reconoce y puede rechazarlo. Por eso, el Guía simboliza todas aquellas personas
a las que no consideramos como importantes, y sin embargo son las que más nos
prestan su ayuda cuando más lo necesitamos.

El Guía es un Arquetipo destacado, al que todos toman por loco, pero tal como
dijo William Blake, si un hombre persistiera en su locura se volvería sabio. El Guía
no es tonto ni está loco, al contrario, tiene una gran inteligencia, confía más en su
ingenio que en la lógica. Tal vez por eso Salvador Dalí dijo en una ocasión: la
única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.

El Arquetipo Guía acompaña al Iniciado desde los primeros pasos, mientras él


mismo también se perfecciona por medio de su cometido. El Guía sufre una
profunda transformación personal ayudando al Héroe para que alcance su
objetivo, soportando las burlas o la indiferencia de la gente. Inicia el camino como
sapo (curiosamente, bufo significa sapo en latín), y lo acaba de una manera
extraordinaria y sorprendente, como se verá más adelante.

El Guía nos lleva siempre por el buen camino, aunque no consideremos su


consejo, que nos parece poco autorizado y pueril. Podemos confiar en él porque
no pide nada, tan sólo que le dejemos ayudar. Consuela y socorre, pero no
aconseja, no añade más filosofía ni pensamientos a la confusión mental del
Iniciado, tan sólo le presta su respaldo práctico, le reconecta con la naturaleza,

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

con el tiempo, incluso le divierte y entretiene, ameniza su largo camino hacia el


objetivo. Es parecido a Sancho Panza, la persona pragmática y sencilla, que
muchas veces desdeñamos como si fuera indigna o imbécil, pero es el único rol
que puede ayudar al Héroe cuando más lo necesita.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

CUATRO

Al día siguiente vislumbraron a lo lejos la casa del Maestro. Era un antiguo


caserón de piedra construido junto a un apacible lago, próximo unas montañas
pobladas de bosques infinitos. El Maestro estaba en el jardín de su pequeña finca,
dormitando debajo de un árbol. Era un hombre mayor. Había luchado durante
muchos años como Guerrero hasta lograr el rango de Caballero por su gran valor.
Sin embargo, luego, inesperadamente, había renunciado, retirándose a este lugar
solitario. Cuando Jasón y Leporello llegaron junto al Maestro pudieron comprobar
asombrados que no dormía, sino que estaba borracho. A su lado tenía una botella
de licor, medio vacía. El juglar saludó y expuso el motivo de la visita.

El Maestro, tras haber oído a Leporello, hizo un esfuerzo para incorporarse y


observó a Jasón, que a su vez le miraba perplejo.
--Puedo adiestrarte si lo deseas –dijo el Maestro, pero sin mostrar demasiado
entusiasmo--, pero te advierto que será duro.
--Peor será soportar toda la vida el asqueroso rostro que oculta mi máscara.
El Maestro no preguntó por el origen de aquella lacra y los invitó al interior de su
casa, donde comprobaron que todo estaba en desorden y descuidado. Era la casa
de alguien que ya no se ocupa de sí mismo, rendido al abandono.
--El camino del Guerrero es peligroso –advirtió el Maestro--, requiere una gran
motivación personal, más allá del afán por conquistar el rango de Caballero para
seducir a una Dama. Todo eso será valorado en el examen final.
--¿Quién examina? –preguntó Jasón.
--Sólo el Círculo Hermético tiene la potestad para examinar a los Guerreros.
--Lo que no comprendo es por qué no figura en los libros ni en Internet.
--¿Qué es Internet? –preguntó el Maestro, extrañado.
--Parecido a un gigantesco archivo que se puede consultar mediante un oráculo,
semejante a una bola de cristal –explicó Jasón, usando aquella metáfora para
describir el hiperespacio y el ordenador.
--Nunca lo he oído nombrar –frunció el ceño.
--Da igual, aquí serviría de poco –eludió Jasón--, cuénteme más detalles. Por
ejemplo: ¿para ser un Guerrero habré de luchar con otros?
--Por supuesto.
--¿Tendré que llevar espada, como en las novelas?
--Claro, aunque no sé de qué novelas me hablas.
--¿Le suena el Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda?
--Pues no.
--Da igual, continúe.
--Antes de comenzar debes adoptar un sobrenombre, porque al asumir el rol de
Gurrero ya no serás el mismo de antes.

30
DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--Me llamaré Galahd.


Jasón lo había elegido enseguida porque así es como se llamaba un Caballero de
la Tabla Redonda, uno de los que al final encuentran el Santo Grial.
--¡Muy bien, brindo por ello! –exclamó el Maestro, que había cogido una nueva
botella de licor y ya estaba dándole un trago, ante la mirada perpleja de Jasón--,
de ahora en adelante serás el Guerrero Galahd.
--¿Pero y si no quiero enfrentarme a nadie?
--Todo aspirante a Caballero debe pasar por una etapa de Guerrero –recalcó el
Maestro--, el enfrentamiento es necesario para conquistar ese rango. Si aceptas,
tendrás que adiestrarte para los combates que te aguardan.
--A lo mejor no entro nunca en combate.
--Quien empuña una espada encuentra siempre ocasión para utilizarla.
--Pero yo no quiero combatir contra nadie –insistió Jasón--, odio la guerra.
--El ser humano está en guerra permanente consigo mismo, y el que no lucha
disfraza su cobardía de falso pacifismo.
--¿Conlleva matar a gente? –receló preocupado Jasón.
--Puede ser, pero ya digo que la lucha más dura es contra uno mismo, no contra
los demás. Pues el principal enemigo radica en tu interior.
--¿Quién es?
--Cada uno tiene uno propio. Debes aprender a reconocer el tuyo.
--¿Cómo lo reconoceré si no sé de lo que me habla?
--Lo sabrás cuando llegue su momento.
--Bueno, pues por mí ya podemos empezar.
--De acuerdo, pero tu amigo debe marcharse –dijo el Maestro señalando a
Leporello--, el alumno debe adiestrarse a solas, únicamente con su Maestro.
--Me parece bien –sonrió Leporello--, regresaré cuando estés preparado, entonces
proseguiremos nuestro camino en busca del Círculo Hermético.
Jasón y Leporello se despidieron con un abrazo.
--¿Seguro que este es el Mejor Maestro? –preguntó Jasón.
--Bueno, a lo mejor el hombre anda un poco deprimido y por eso necesita tomar
un trago de vez en cuando, pero te aseguro que fue toda una leyenda. Era un
Guerrero invencible.
--Si tú lo dices –dudó Jasón.
--Adiós, regresaré cuando estés bien entrenado.

En cuanto se quedaron solos, el Maestro le dijo a Jasón:


--Lo primero, aprenderás el uso de la espada, pero el arma principal eres tú
mismo, tu Conciencia. Porque la fuerza suprema no radica en tu brazo ni en el
acero de tu espada, sino en tu Mente. Debes entrenar y fortalecer cada una de sus
cualidades: la Voluntad, el Tesón, la Paciencia, la Disciplina, la Constancia, la
Resistencia y el Valor. Sin ello no podrás vencer las adversidades que te aguardan
por el camino y caerás rendido al primer inconveniente. Un buen Guerrero ha de
gobernar su Mente como quien doma su caballo. La Conciencia es el jinete, la
Mente su caballo de batalla, el arma más poderosa de todas.

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--¿Qué debo hacer para gobernar mi Mente?


--Procurar que siempre te obedezca. Nunca vayas detrás de lo que te dicta. La
Conciencia debe dominar a la Mente, o su poder podría destruirte.
--¿Y eso cómo se consigue?
--La primera regla es la siguiente: debes hacer siempre lo que te conviene y no lo
que te apetece. Las acciones debe dictarlas tu Conciencia, no tu deseo. El deseo
es propio de una Mente voluble, que nunca termina por centrarse sobre un
objetivo concreto hasta conquistarlo.
--Pero eliminar los deseos me parece imposible –objetó Jasón.
--No debes eliminarlos, sino someterlos a la voluntad de tu Conciencia.
--Entiendo –asintió Jasón--, siga, por favor.
--La segunda regla es atenuar al máximo todas las emociones, porque producen
distorsiones que afectan al buen ajuste de los sentidos y pueden llevarte cometer
graves errores de criterio y elección.
--¿Qué tipo de emociones?
--Entre las peores figuran el miedo y la euforia, opuestos, pero igualmente
dañinos. Un buen Guerrero nunca deja que lo embarguen sus emociones, ni
negativas ni positivas, busca el equilibrio en un punto medio, neutro, desde donde
pueda percibir mejor la realidad y obrar en consecuencia.
--¿Puede alguien dominar del todo sus emociones?
--Las emociones y el sentimiento afloran sin cesar como el agua de una fuente,
inundando nuestra Mente. Si dejas que ocurra, si no sabes drenar a tiempo,
pueden ahogar tu capacidad de respuesta frente a una situación difícil o frente al
enemigo. La mayoría de las personas pasan la vida oscilando entre sentimientos y
emociones, dando bandazos de un estado a otro, según las circunstancias y las
influencias de otras personas. Pero un Guerrero necesita la máxima concentración
y no dilapidar ni un átomo de su energía, mantener la calma, la concentración, por
eso no deja que ni los deseos ni los sentimientos embarguen su Mente. No los
reprime, sino que los baja de volumen para que no interfieran sobre la calidad y
velocidad de su respuesta. Los sentimientos no son malos, un poco de miedo es
positivo para permanecer alerta. Un poco de alegría es lo normal y adecuado, pero
cuando hay exceso, cuando el espejo de la Conciencia queda enturbiado por
emociones, sentimientos, sensaciones y deseos, ya no refleja la realidad.

A continuación, el Maestro buscó una espada entre todo el montón de trastos que
acumulaba por los rincones y se la entregó.
--Toma, con esto puedes comenzar a practicar.
Era un arma vieja, sin filo y oxidada. El Maestro le llevó a la parte trasera del
jardín, donde había un muñecote tallado con forma humana en madera de encina,
ensartado en un eje giratorio, y lo señaló.
--Ahí tienes a tu oponente. Ya puedes ir dándole sablazos.
El Maestro se dio la vuelta para regresar a casa, tambaleándose a causa de la
bebida. Jasón se quedó solo, con la vieja espada en la mano, preguntándose si
aquello era una broma. Pero como estaba decidido, comenzó a propinarle tajos a

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la figura de madera, que giraba sobre su eje a cada sablazo. Aquello era ridículo,
pensaba Jasón, sin embargo, algo le decía que aquel hombre acumulaba una gran
experiencia y sabiduría, disimuladas bajo su apariencia depresiva.

Pasó el tiempo y el Maestro no lo mostraba nada más, ninguna regla combativa, ni


trucos ni movimientos.
--Olvídate de todo eso –le decía--, tienes que acostumbrarte a la espada como si
formase parte de ti. Comer con ella, dormir con ella, ir al baño con ella.
--Pero en algún momento necesitaré saber cómo se maneja, ¿no?
--Cuando llegue la ocasión, ella será quien te maneje a ti. Tú sólo tienes que
tomarla por la empuñadura y dejarte llevar. Lo más importante radica en tu interior,
la espada sólo es una proyección de tu Conciencia.

Por las noches, cuando Jasón terminaba cansado y aburrido de dar espadazos a
troche y moche, cenaban junto a la lumbre. Entonces el Maestro le contaba
historias épicas de Guerreros y Caballeros.
--Maestro –inquirió Jasón en una ocasión--, ¿por qué renunciaste a tu rango de
Caballero, conseguido con tanto esfuerzo?
Antes de contestar, el maestro estuvo un buen rato mirando hacia el fuego, con la
botella de licor en la mano, echando tragos de vez en cuando.
--No poseía suficiente valor para llevar esa pesada carga –confesó al fin.
--¿Tuviste miedo? –pregunto extrañado Jasón.
--El honor y la gloria pueden corromper el corazón humano, incluso el de los más
fuertes. A eso tuve a miedo, a caer derrotado frente a mi enemigo interior, ese que
todos llevamos dentro.
--¿Cómo reconoceré a mi enemigo interior?
--Lo sabrás en cuanto lo tengas delante, porque lo temerás mucho más que a
cualquier otra situación o persona en este mundo.

Un día, cuando el Maestro ya parecía no dispuesto a enseñarle nada más y Jasón


tenía las manos endurecidas de tanto empuñar la espada, el Maestro dijo:
--Enhorabuena, ya eres un aspirante a Guerrero. Ahora es cuando tendrás que
demostrar tus habilidades y tu valor en el campo de batalla de la vida.
--¿Eso significa que debo buscar pelea? –bromeó Jasón.
--Claro que no –sonrió el Maestro--, tan sólo sigue tu camino en busca del Círculo
Hermético, allí examinarán tu valía y si llega el caso te ordenarán Caballero. Pero
cuidado, ahora que ya eres un aspirante debes comportante siempre de acuerdo a
las reglas aprendidas y continuar hasta el final. Abandonar tu aspiración, como
hacen muchas personas por pereza o cobardía, sería el peor de los fracasos. La
renuncia contra los propios ideales y aspiraciones ocasiona una herida en el
espíritu que jamás cicatriza. Por eso muchas personas viven amargadas o
engañándose a sí mismas para no reconocer su deserción.
--Continuaré hasta el final, Maestro –prometió Jasón.
--Así me gusta, y para ello –sacó un objeto envuelto en un paño de terciopelo color

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

púrpura--, te regalo mi propia espada.

Jasón se quedó asombrado al desenvolver el objeto. Aquello sí era una espada,


no el tosco y herrumbroso acero con el que se había estado entrenando.
No había hecho más que darle las gracias, cuando apareció Leporello dando
saltos y tocando la flauta por el sendero, fiel a su rol de juglar, tan despreocupado
y feliz como siempre, ajeno a todas las complicaciones y deseos.
--Has llegado a tiempo –saludó contento Jasón, porque le había cogido afecto y ya
lo echaba de menos.
--Pues adelante, nos aguarda un largo camino.
Se despidieron del Maestro y partieron hacia la nueva etapa de su viaje.

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IV
EL MAESTRO

El maestro de la espada no conoce el miedo. A través de años de ininterrumpida


meditación ha llegado a vivenciar que la vida y la muerte son, en el fondo, una y la
misma cosa, y pertenecen a un mismo plano del destino
Eugen Herrigel

Toda la destreza del aprendiz conducirá únicamente a que su corazón sea


arrebatado por la espada
Takuan

El Arquetipo Maestro nos adiestra para la lucha y la supervivencia. Pero a veces


aparece con aspecto equívoco, precisamente porque nos prueba para ver si
somos dignos de su enseñanza, pues el Maestro exige que nos desprendamos del
ego, ese factor de la conciencia que nos impide ver la realidad, y de los
convencionalismos. El Maestro sabe mucho, todo aquello que nos hace falta para
sobrevivir a la dura prueba que nos aguada, pero en ocasiones él mismo no
cumple con el ejemplo. Con ello nos ofrece la primera lección: cuidado con las
apariencias, porque a partir de ahora no todo es lógico ni congruente.

El Maestro lo es en buena parte porque ha superado el miedo a la lucha y al


enfrentamiento, muestra su indiferencia frente a la posibilidad de ganar o de
perder. No teme a la muerte, combate por instinto, cuando lucha no piensa, sino
que actúa. Nos muestra que no debemos reaccionar ante los golpes del contrario,
sino afilar la espada de nuestra Conciencia para escuchar su poderosa voz, la
mejor guía posible ante las circunstancias adversas.

Nos dice que debemos luchar sin miedo y sin esperanza, pues el miedo paraliza y
la esperanza puede ser mucho peor todavía, la peor cadena del ser humano. La
persona con esperanza de que algo suceda para salvarle no lucha por salir de la
situación que le atrapa, sino que aguarda resignada, cada vez menos dispuesta a
tomar la iniciativa. El que no tiene ninguna esperanza sobrevive a las peores
circunstancias, porque sabe que nadie, salvo él mismo, podrá sacarle del
atolladero. En El arte de la guerra, el general Sun Tzu dice: ―sitúa a las tropas en
un terreno mortal y sobrevivirán‖. Esto significa que ante un verdadero peligro, la
persona combate con la máxima entrega, olvidándose del miedo al fracaso.

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La paradoja es que un Maestro no cunde necesariamente con el ejemplo. Un buen


Maestro actúa como un espejo en el que nos vemos reflejados. Cuidado con
aquellos que van de Maestros pero no lo son. Alguien demasiado perfecto quizá
no sea un verdadero Maestro, sino un embaucador. Podemos reconocer al
Maestro en su total humanidad, en que vive inmerso en la realidad, pero no
sumido en los convencionalismos que atrapan a la sociedad.

Todo Maestro es un antiguo Guerrero, por eso debes alejarte del Maestro que no
tenga secuelas ni cicatrices, cuyo comportamiento parezca modélico. Todo
verdadero Maestro cuenta con heridas de combate, a veces tan graves que ya no
puede ni ejercer como Maestro, incluso aunque tenga mucho por enseñar. Porque
ya lo advirtió Jung: ―solo el sanador herido puede sanar‖.

Prepárate sobre todo para combatir a tu enemigo interior, el más temible de todos.
¿Pero qué es el enemigo interior? Desde que nacemos y durante años nos hemos
acostumbrado a ocultar en el sótano de nuestra Mente complejos, temores,
contradicciones… Lo que ignoramos, aquello que nos negamos a ver o no
resolvemos adecuadamente, que no iluminamos con la luz de la Conciencia, se
convierte con el paso del tiempo en un Ente monstruoso, una parte de nosotros
mismos alojada en lo más remoto de la Mente, que al final no reconocemos. Dicho
Ente se proyecta en el exterior de cada persona de la peor manera posible,
aterrorizándonos. Pero lo que tememos tanto es el reflejo de la parte más oscura
que habita en nuestro interior. Por eso, un aspirante a Caballero debe combatirlo y
vencerlo antes de que sea demasiado grande y ya no pueda.

Es el alumno quien debe saber localizar al Maestro que más le conviene. Existen
Maestros de gran sabiduría, sobre todo personas mayores, que por el rigor de la
lucha quedaron tan heridas que ahora no pueden enseñar lo que saben. Esto es
triste y patético, aunque todo Maestro merece respeto.

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CINCO

Jasón caminaba con su espada colgada del cinto. Su máscara de aspecto


impasible incrementaba el aire de peligro que desprendía. Le acompañaba
Leporello, que ahora ejercía como fiel escudero. Jasón respiraba henchido de
orgullo por haber superado la primera prueba en el mundo inhóspito donde había
caído atrapado por culpa del Diablo. Ahora no dejaba de preguntarse cuál sería su
primer combate y contra quién, vigilando ante la posible llegada del enemigo,
porque deseaba medir cuanto antes sus habilidades y su coraje. Tardaría un
tiempo en comprender que su primer combate había de librarlo precisamente
contra el orgullo, porque un Guerrero ha de permanecer en el punto medio,
mantener bien sujeta la brida de la Mente, como le había enseñado el Maestro.
--Ni orgullo ni modestia. Sin miedo y sin la menor jactancia. Ni euforia ni
pesadumbre. Los extremos emocionales nos hacen perder energía y desequilibran
la concentración para cuando llegue la hora del combate. Ahorra fuerzas, no te
dejes embargar por las ilusiones positivas o negativas que aparecen reflejadas
continuamente sobre la superficie del espejo por causa de la suciedad que
acumula. Dedica todo el tiempo a mantener bien limpio y pulido el espejo de tu
Conciencia, de manera que sólo refleje la imagen de tu verdadera naturaleza
interior, la esencia de ti mismo. Recuerda: lo único que debe importarle a un
Guerrero es la victoria final sobre su enemigo interior.

Mientras tanto, Leporello, alegre y negligente, aunque dotado de un sutil instinto


para comprender la importancia de las cosas, procuraba el sustento diario y todo
lo necesario para proseguir el viaje, fiel y entregado por completo a su misión de
criado, ayudante y escudero. Jasón pasaba los días pensando en la chica del
carruaje. Si al menos hubiese podido conocer su nombre. Porque aquella joven,
por cuyo amor soportaba la humillación de su rostro desfigurado, se había
convertido en su norte, la estrella que le guiaba.

Un día llegaron a una ciudad perteneciente a los dominios del poderoso Duque,
donde se celebraba un importante torneo entre los mejores Guerreros de la Tierra
de Nadie. El Duque organizaba tales eventos para divertir un poco su ociosa vida
de mandatario absoluto. Le gustaba ver enfrentarse a las personas por la
ganancia del oro, contemplar desde su trono la codicia que mueve incluso a los
más entrenados. Por eso había establecido un importante premio para el
combatiente que venciera en el torneo. Era una dura prueba selectiva, sólo podía
ganar el más fuerte, que se lo llevaba todo y los vencidos nada.
--Voy a participar –decidió Jasón.
--Eso nos aparta de nuestro camino –advirtió Leporello.
--Sólo nos retrasaremos un poco.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--No necesitamos el premio, ya tenemos comida suficiente, y yo consigo la que


haga falta cada día.
--Con todo ese oro podría comprar ropa elegante para cuando sea nombrado
Caballero, incluso tener mi propio caballo.
--¿Para qué necesitas todo eso, acaso no te dijo el Maestro que un Guerrero debe
ser austero?
--Quiero buscar a la chica del carruaje y conquistarla, para eso hace falta dinero.
No podemos cerrar los ojos a la evidencia. ¿Qué hay de malo en el oro?
--El dinero no es malo –respondió Leporello, que se había convertido en su
conciencia crítica--, lo malo radica en aquello que representa para cada cual.
--No comprendo.
--El dinero es un símbolo que se proyecta sobre los complejos humanos. Lo malo
y lo bueno radica en la calidad de la Conciencia, no en el dinero en sí.
--Estoy de acuerdo: mi Conciencia me dicta emplear el premio en conquistar el
corazón de aquella chica. Es un proyecto de lo más honesto.
--Vas a combatir por el oro, no por ella.
--Bueno, ¿y qué? –replicó molesto Jasón.
--Por dinero sólo combaten los mercenarios, nunca los Caballeros.
--Todavía no soy un Caballero. Debo aplicar lo aprendido en el campo de batalla,
no en el terreno de las ideas. Porque todo lo que me dices no son más que
razonamientos y teorías, pero yo llevo al cinto una espada y me ha sido concedida
para utilizarla. Es la misión del Guerrero, combatir para demostrar su valor
personal y merecer el ascenso a Caballero.
Leporello se encogió de hombros:
--Puede que tengas razón, yo sólo soy un simple criado.

El torneo era un acontecimiento. Habían llegado luchadores de los puntos más


lejanos del país, incluso de más allá. Todos ellos tenía su propio motivo para
desear hacerse con aquella buena cantidad de oro, todos ellos llegaban
convencidos de su fortaleza y sus cualidades. Cada uno quería ser el mejor frente
a los demás. En el ambiente se respiraba la soberbia, el orgullo y la vanidad. Los
caballos de combate (la Mente) relinchaban encabritados, tomando la iniciativa por
encima de los jinetes (la Conciencia), pero era muy difícil resistirse a ese dejarse
llevar por la llamarada de las emociones. El fragor y la masa incrementaban la
borrachera de sensaciones, como si fuese una droga.

Sin darse cuenta, Jasón había dejado de pensar en la chica para pensar en el oro
del premio. Era como quien se centra en los medios y olvida el fin.
--Cuando el Guerrero se olvida de que lucha por vencer a su enemigo interior
–había recalcado el Maestro--, sobreviene la violencia y el enfrentamiento entre
semejantes, porque no hay nada peor que un montón de Guerreros combatiendo
para defender su ego, no puede haber nada más alejado a la nobleza propia de un
Caballero. Por eso te prevengo a toda hora contra tu enemigo interior, el único al
que debes temer y someter.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

Sin embargo, impulsado por el deseo de ganar, Jasón había olvidado el


adiestramiento moral para centrarse sólo en las habilidades con la espada.

Comenzó el torneo. Poco a poco iban cayendo los menos fuertes. Jasón se
mantenía entre los primeros, llegando a quedar entre los tres finalistas. La gente
se preguntaba quién era ese joven valeroso y empeñado, con el semblante tan
impasible que parecía una máscara. Pero cuando llegó el final de la eliminatoria, el
enfrentamiento con el último de los combatientes, un Guerrero vestido de negro
por completo, que ocultaba su rostro con el oscuro yelmo de acero, Jasón sintió
crecer la inquietante sombra de la duda en su corazón.

Aquel Guerrero era un luchador implacable, había fulminado uno por uno a todos
los demás combatientes como si no le costase nada. Entre las gradas corrían
rumores: decían que si era un temible mercenario llegado de muy lejos, un
luchador sin principios, que se ganaba la vida combatiendo por el botín de los
torneos. Otros decían que aquel hombre había sido un gran Maestro,
desengañado por algún drama personal. Algunos afirmaban que había sido un
Caballero, caído en desgracia y despojado de su dignidad, que recorría los
caminos como un vagabundo, buscando la muerte para espiar su culpa, la jauría
de remordimientos que lo devoraba por dentro.

Jasón aferró la espada intentando recordar todo lo que había practicado, pero no
era fácil concentrarse ante la tormenta de incertidumbres y dudas que le
asaltaban. Allí estaba el enemigo interior, el miedo, al que todo aspirante a
Caballero debe acabar derrotando si quiere merecer el ascenso. Jasón luchó con
todo su empeño, pero la fuerza física y las habilidades aprendidas no eran
suficientes contra la enorme determinación que desplegaba el Guerrero negro. Era
como si aquel hombre no tuviese miedo a morir; combatía frío, desprovisto de
cualquier sentimiento, concentrado como una máquina de matar.

Y al final, Jasón cayó vencido a sus pies. Leporello corrió preocupado hacia su
amo, temiendo que hubiese resultado mal herido.
--Estoy bien, pero ese tipo me ha dado una lección. Tenías razón, amigo, no estoy
preparado todavía para ser un Caballero. Me queda mucho por aprender.

El Duque otorgó el valioso trofeo al Guerrero negro, que lo recibió tan indiferente
como había luchado. Se dio la vuelta y tomó las riendas de su caballo para
marcharse, sin aguadar a las celebraciones posteriores al torneo. Jasón, dolorido
por la dura lucha mantenida, se acercó a su lado con respeto.
--Señor, le ruego me conceda el honor de felicitarle por su victoria y decirme a
quién debo mi merecida derrota.

Entonces, el Guerrero negro se despojó del yelmo y ante la sorprendida vista de


Jasón y Leporello apareció el rostro del Maestro.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--Has aprendido bien el camino de la espada, uniendo la destreza y la


concentración, pero si quieres conquistar la vitoria tendrás que aprender algo más.
--He aplicado todo cuanto aprendí –respondió Jasón, asombrado al verlo tan
sereno, por primera vez sin tener a mano la bebida.
--Cierto, pero te faltaba la última lección. Y por eso he venido a mostrártela.
--¿Cuál es la última lección, Maestro?
--La fe. Debes luchar con la certeza de que no hay otro camino más que la
victoria, sin dejar ningún resquicio a los temores ni las dudas. Para triunfar a lo
grande debes quemar tus naves, impedir el regreso a tu mundo antes de haber
logrado el triunfo absoluto. La Conciencia es muy poderosa, pero cuando llega la
hora de la verdad, sin la fe no sirve de nada. Mira –concretó el Maestro--, ya tienes
todo lo necesario para triunfar aquí –le señaló con la mano en la cabeza--, pero
ahora tendrás que demostrar tus cualidades aquí –señaló con su mano el corazón.

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V
EL GUERRERO

La espada no se blande para derrotar al adversario. Ante todo se trata de


armonizar lo consciente con lo inconsciente
Daisetz Suzuki

Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo


o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero
tampoco dejarás que tus errores se repitan
Paulo Cohelo

El Arquetipo Guerrero se ve abocado a la lucha sin remedio, de lo contrario las


circunstancias le dejarán incapacitado para seguir adelante hacia su objetivo. La
espada simboliza la Conciencia, con la cual penetramos e influimos en la realidad
que nos rodea, pues tal como señala Sun Tzu en El arte de la guerra, el mejor
general es el que vence a su enemigo sin utilizar la fuerza.

El maestro Takuan escribió un manual titulado La aprehensión inmutable, donde


se detalla la relación que hay entre el zen y el kendo o arte de la espada. En dicho
manual se ofrecen consejos para el combate que pueden aplicarse muy bien a la
lucha con las adversidades de la vida. Según Takuan, ―la consumación del arte de
la espada consiste en que el corazón ya no es afectado por ningún pensamiento
sobre Yo y Tú, el adversario y su espada, la propia espada y su manejo, y ni
siquiera sobre la vida y la muerte. Luego, todo es vacío: tú mismo, la espada que
se blande y los brazos que la manejan. Más aún, hasta la idea de vacío ha
desaparecido. Y de este absoluto, surge el milagroso despliegue de la acción‖.

Un Guerrero tiene que estar dispuesto a perder, eliminar el temor, la sensación de


miedo, fracaso, pérdida, soledad. Gracias al vacío mencionado por Takuan puede
actuar sin equivocarse, porque un Guerrero se prepara durante mucho tiempo
para no reaccionar y para no pensar. Su acción es tan rápida que supera la
velocidad de su Conciencia. No es el Yo quien combare, sino el Ello.

Por eso, el principal entrenamiento no es con la espada, sino con la Mente y la


Conciencia. Lo difícil es desactivar la iniciativa, el control obsesivo, la consciencia,
el pensamiento respecto a lo que se puede ganar o perder en el combate. Un
Guerrero se deja en manos del Ello, que actúa mediante un reflejo instintivo. ―De
modo que, por decirlo así, el aprendiz ha de adquirir un nuevo sentido, mejor

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

dicho, una nueva presencia de todos sus sentidos que le permita esquivar como
presintiéndolos, los golpes que le amenazan‖, señala Heugen Herrigel en Zen en
el arte del tiro con arco. ―De eso se trata pues, de la inmediata y fulminante
reacción que puede prescindir de toda observación consciente‖, añade Herrigel.

¿Pero cómo se consigue desactivar la vigilancia de los sentidos, cómo se deja uno
llevar para que intervenga el Ello, mucho más rápido y poderoso que el Yo? En su
conocida obra Siddhartha, Hermann Hesse lo explica: ―Si arrojas una piedra al
agua, se precipitará hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo le ocurre a
Siddhartha cuando se propone alcanzar una meta: espera, medita, ayuna, pero
atraviesa las cosas del mundo como la piedra, el agua, sin hacer nada, sin
moverse, dejándose atraer, dejándose caer. Su propia meta lo atrae, pues él no
deja penetrar en su alma nada que pueda apartarlo del objetivo propuesto‖.

La verdadera espada es la Conciencia, traducido a términos orientales, la visión


constante del objetivo que se desea. Porque cuando se tiene claro el Destino, es
el propio Destino quien tira de uno, la vida entera conspira para que logres lo que
deseas. Un Guerrero entrena sin cesar, pero no piensa en los detalles, no se
centra en el camino que habrá de recorrer hasta su objetivo. Sólo piensa en el
objetivo, que llena toda su Conciencia, que anula incluso su Yo (su ego y su
orgullo), hasta que la propia persona se convierte en su Destino particular.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

SEIS

Jasón y Leporello prosiguieron su viaje hacia los lejanos confines donde habitaba
el Círculo Hermético, tras despedirse del Maestro, que desde luego no era ningún
borracho. Había fingido todo el tiempo que duró el entrenamiento con el fin de
mostrarle a Jasón que las apariencias engañan. Para el asombro de todos, el
Maestro, que no era tampoco un mercenario, donó el premio ganado en el torneo
a un monasterio cuyas monjas cuidaban de los pobres y los enfermos.

Después de toda la jornada caminando, Jasón y Leporello llegaron a una


bifurcación del camino. A la izquierda, entre lomas y prados, podían distinguirse
los tejados de una casa, rodeada de grandes árboles que la cobijaban. A la
derecha, el sendero proseguía tan árido y pedregoso como siempre. Como Jasón
estaba muy fatigado del esfuerzo desplegado para enfrentarse a tantos Guerreros,
planteó a su escudero que le gustaría detenerse y descansar en aquella casa.
--Como quieras –dijo Leporello--, pero como yo no estoy cansado iré a indagar
qué camino conduce hasta el país de los Superiores Desconocidos. Pasaré a
recogerte dentro de unos días.

Jasón echó a caminar hacia la casa, que resultó ser una granja. Era un lugar
sembrado de flores y césped, con los campos cuidados y pájaros cantando en el
espeso ramaje de los árboles. La dueña era una señora madura pero todavía
hermosa, muy afectiva y amable, que acogió a Jasón con agrado.
--Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, tengo sitio de sobra.

Lo instaló en una cómoda y soleada habitación del piso superior, desde donde
abarcaba un extenso panorama de campos cultivados y bosquecillos. Más allá,
entre la bruma del horizonte, azuleaban las montañas, desde donde llegaba un
riachuelo de agua fresca y cristalina. Jasón estaba como en la gloria, después de
tanto padecimiento, de la vida tan austera llevada junto al Maestro.

La dueña de la granja era una señora sensible y cultivada, que a Jasón le recordó
un poco a su madre, sobre todo por el gran afecto que le dedicaba, brindándole
todo cuanto necesitase para sentirse cómodo. La mujer vestía con recatada
elegancia, siempre de blanco, los cabellos recogidos en un velo de gasa también
de color blanco. Los ojos alegres y luminosos, llenos de amor hacia todo. La
granja era el lugar más agradable que recordase Jasón, casi tanto como el hogar
de sus padres.

La mujer poseía un grupo de criados para encargarse de todo. La vida era

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

cómoda, sencilla y agradable. Tanto que Jasón comenzó a pensar en quedarse


allí para siempre y olvidar aquella quimera de ser nombrado Caballero, pues ya no
lograba ilusionarse con ello. Algunas veces echaba de menos a sus padres o se
acordaba de Ariadna, pero todo eso no era más que un lejano recuerdo de la
juventud. Lo único que Jasón echaba de menos era la chica del carruaje, no
conseguía olvidarla. Sin embargo, acomodado en su ociosa vida, comenzó a
pensar que su aspiración era un ideal imposible, algo fuera de alcance, que para
ser feliz no era necesario llevar aquella vida tan incómoda y peligrosa.

El aire puro, la buena comida y la vida perezosa entumecieron la Conciencia


forjada de Jasón, acallando su voz interior. La espada yacía olvidada en un rincón
de su alcoba, porque la verdad es que ya no necesitaba luchar contra nada y
contra nadie; no sentía la necesidad de ser nombrado Caballero, aquello sólo era
un delirio de su mente atormentada por lo sucedido con aquel hombre del hábito
negro que decía ser el Diablo. Pero todo eso quedaba muy lejano, sumido en la
bruma del tiempo. Allí reinaba la paz y el silencio, no necesitaba esforzarse tanto
para ser feliz. Era una vida sencilla, cómoda y placentera, sin expectativas ni
exigencias, pautada por los ciclos de la naturaleza, desprovista de pasiones y
deseos. Tal vez, pensó Jasón, había llegado al objetivo, el final de su ansiosa
búsqueda. La buena mujer así lo confirmaba, de acuerdo en que se quedara para
siempre si lo deseaba.

Un día, cuando ya casi había olvidado su azaroso salto al otro lado del espejo y
los consejos del Maestro para no detenerse hasta conquistar la meta, vio llegar a
Leporello por el sendero arbolado, dando saltos y tocando melodías con su flauta
de madera. Pero al llegar frente a la casa, el rostro del juglar cambió de golpe,
demudado por el horror.
--¡Tienes que salir de aquí lo antes posible! –urgió a Jasón, que le miraba
desconcertado.
--¿Por qué?
--¿Es que no te has dado cuenta? ¡Esto es la morada de una Bruja!
--Pero qué dices hombre, todo lo contrario, aquí reside una buena mujer.
--¡No! Esa mujer es una Bruja, te ha hechizado con su poder.

La señora no estaba presente, había ido al riachuelo cercano.


--Mira, basta ya de tonterías –dijo Jasón--, pienso quedarme aquí para siempre,
por fin he hallado un lugar apacible donde no preocuparme de nada.
--Tenemos que localizar al Círculo Hermético para que disuelva tu maleficio. Por
cierto, ya he averiguado cómo llegar hasta su país.
--El Círculo no existe, sólo es una leyenda.
--Por favor, Jasón –insistió Leporello--, mira bien a tu alrededor. Esto es un lugar
horrible, la covacha de una odiosa Bruja que te mantiene bajo su hechizo.
--¿Y por qué motivo? –preguntó incrédulo Jasón.
--Quiere impedir que te conviertas en Caballero.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--¿Y eso a ella que podría importarle?


--La Bruja desea impedir que localices a la Dama del carruaje.

Jasón palideció de golpe al oír nombrar la única razón de su desasosiego interior,


aquella chica cuyo sólo recuerdo le hacía perder el control.
--¿Cómo dices?
--La Bruja tiene celos de la Dama, porque se trata de una Princesa. Quiere que
sufra, que no encuentre a su Príncipe Azul, y por eso te retiene aquí, para que no
llegues a Caballero y así no puedas pedir su mano.
Jasón fue a responder, pero en ese momento el aire vibró con un grito
desgarrador. Era la señora de la granja, que regresaba del riachuelo. Ya no vestía
de blanco ni parecía la mujer amable y recatada de cuando llegaron, sino una
repugnante mujerzuela, vieja, con la cara surcada de arrugas y salpicada por
manchas de la edad, un adefesio con los ojos inyectados de odio, la boca
desfigurada por una mueca pavorosa, gritando como un animal enloquecido.
--¡Maldito entrometido! –graznaba contra Leporello, que había desvelado el
hechizo en el cual mantenía retenido a su amigo.

De pronto, Jasón vio la realidad: la casa ya no era una bonita granja, sino una
chabola hedionda. Los árboles descarnados como esqueletos, rodeados de
campos yermos y calcinados. El riachuelo emanaba una pestilencia insoportable,
donde chapoteaban los cerdos en medio de su propia cochambre.
--¡Huyamos! –gritó Leporello, tirando del brazo de Jasón.
--Un momento, tengo que coger la espada.

Jasón corrió despavorido hacia su alcoba, que ya no era un lugar agradable, sino
un desván polvoriento, cubierto de porquería. Recuperó el arma y salió corriendo,
ante los aberrantes gritos que profería la Bruja, viendo como escapaba su presa. Y
entonces le lanzó un maleficio:
--¡Sólo muerto podrás volver a tu mundo!

Jasón sufrió un estremecimiento, pero no dejaron de correr hasta llegar a la


bifurcación del camino y enfilaron por donde Leporello confirmó que conducía en
dirección al país donde habitaba el Círculo Hermético. Al cabo de varias horas
tomaron asiento en unas piedras con el fin de recuperar el aliento, seguros de que
la Bruja no les perseguía.
--Gracias por hacerme ver la realidad –dijo Jasón, avergonzado.
--De nada, para eso me tienes a tu lado.
--Lo que no comprendo es cómo supiste que se trataba de una Bruja.
--Entre un Hada y una Bruja sólo existe una delgada línea, la misma que hay entre
un ángel y un demonio. La Bruja se disfraza de Hada para poder embaucar a la
gente, odia que las personas lleguen a ser felices. Por eso te retenía con su
embrujo. Tiene celos de la Princesa por ser tan hermosa.

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Jasón preguntó intrigado:


--¿Cuál es la diferencia entre Hada y Bruja, entre ángel y demonio?
--El Hada y el ángel aparecen en tu vida para prestarte su ayuda con el fin de que
conquistes la felicidad por tu propio mérito y gracias al esfuerzo personal. Pero la
Bruja y el demonio te lo da todo hecho, sin esfuerzo, para convencerte de que
renuncies a tu destino. Desconfía de las personas que intentan convencerte de
que todo lo que cuesta esfuerzo personal es malo, de que hay un camino más
corto, una receta mágica. El camino más directo hacia el objetivo es el que te
mostró el Maestro, y la única forma de alcanzar el éxito es proseguirlo, conquistar
tu destino en la vida, no conformarse con cualquier otro logro de menor calibre.

Aquello era cierto, recordó Jasón, pues el Maestro le había dicho una vez:
--La paz es el refugio de los cobardes, la vida es una lucha constante, un proyecto
siempre por hacer.
--Entonces –había replicado Jasón--, ¿la paz no es una conquista?
--Cuando te conquistas a ti mismo, cuando a través del combate con las
adversidades hayas descubierto tu auténtico Yo, verás cómo resplandece la
Libertad, un valor mucho más valioso que la paz. Mientras tanto, huye de caminos
fáciles y cantos de sirena. Son como callejones sin salida.
--¿Ser Caballero es equivalente a ser noble? –había preguntado en otra ocasión,
ya que la nobleza parecía un valor supremo en aquel mundo.
--La verdadera nobleza no radica en los títulos y los blasones –le había
respondido el maestro--, alguien como tú, que ha dado el primer paso hacia su
destino, ya puede considerarse un Caballero. Sólo te queda la prueba definitiva, la
que pocos tienen valor suficiente para superar. Enfrentarse a la Sombra interior.

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VI
EL HADA / LA BRUJA

Poblamos el mundo con todas las hadas, brujas, princesas, demonios y héroes del
drama enterrado en nuestra propia profundidad
Sallie Nichols

Cuando penetramos en el cuento de hadas, avanzamos por una galería


compuesta íntegramente por espejos con cristales cóncavos y convexos en una
mezcla grandiosa y falaz
Jostein Gaarder

El Hada y la Bruja son versiones femeninas opuestas del mismo Arquetipo,


proyectado hacia lo masculino como el Mago Blanco y el Mago Negro. En los
cuentos de hadas aparece la Madrastra, un Arquetipo negativo, que intenta
impedir la felicidad de la protagonista por medio de malévolos hechizos. La
Madrastra envidia la juventud y la belleza de la Heroína, impulsiva e idealista, en
pos de su Príncipe Azul.

La Bruja y el Mago Negro utilizan el poder que han acumulado debido a largos
años dedicándose a ello en su propio beneficio, no en beneficio del colectivo.
Guiados por su egoísmo, eligieron la manipulación de las personas para vengarse
de su propio fracaso en el Camino del Héroe. Odian a los Héroes y las Heroínas,
quieren que también ellos fracasen, a modo de consuelo. La Reina malvada o
Bruja convierten a la Princesa en rana o en criada para humillarla.

Por el contrario, el Hada y el Mago Blanco utilizan el poder acumulado en


beneficio de los demás, porque llegaron al final de su objetivo y comprendieron
que no existe mejor y mayor Destino que servir a la Humanidad. En el budismo
existe la figura del Bodhisattva (bodi significa iluminación), seres humanos a un
paso de la suprema iluminación, que al morir permanecen en la Tierra, convertidos
en espíritu, para seguir ayudando a los demás.

En su camino, el Héroe y la Heroína se tropezaran con el Hada, que les presta su


ayuda desinteresada, pero han de seguir adelante sin detenerse nunca, porque al
igual que una madre quizá demasiado protectora puede maleducar a su hijo, el
Hada puede retrasar o incluso interrumpir la llegada del Héroe a su Destino.
Cuando un Hada se comporta de tal forma, ejerce como Madrastra, el paso previo

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a la Bruja. En ocasiones, el amor que se presta no es desinteresado, sino


interesado. Pero entonces ya no es amor, sino posesión. El verdadero amor deja
libre al otro para que se marche cuando quiera, no le corta las alas para impedir
que vuele y mantenerlo en un estado de adoración permanente. Del amor a la
manipulación emocional existe una delgada línea que conviene no cruzar.

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SIETE

Cierto día, cuando atravesaban una zona montañosa, llena riscos y peñascos,
llegaron a un pequeño pueblo donde sus pocos moradores vivían atemorizados y
sin poder salir de casa, sobre todo por la noche. Tenían miedo de un abominable
Dragón que habitaba una cueva de los contornos y hacía periódicos estragos por
la comarca en busca de víctimas a las que devorar. La última en caer entre sus
garras era una doncella, que la fiera tenía recluida en su cueva. Cuando los
habitantes del pueblo vieron a Jasón con la espada en el cinto, acompañado por
Leporello, pensaron que se trataba de un Caballero andante con su escudero y le
suplicaron que los liberase del Dragón.
--Debemos hacerlo –confirmó Leporello--, esta gente necesita tu ayuda.

Pero Jasón dudaba, porque una cosa era luchar frente seres humanos en un
torneo deportivo, con el estímulo de un valioso premio en oro, y otra enfrentarse
con una fiera mitológica, si es que de verdad lo del Dragón era cierto. Porque los
dragones eran personajes de leyenda, según los libros de su padre.
--Para ti es fácil decirlo –protestó Jasón--, tú no has de combatir contra nadie, con
tocar la flauta tienes bastante.
--Porque yo no aspiro a ser Caballero, tan sólo soy un criado.
--Pues mira, ya no estoy tan seguro de que yo quiera ser un Caballero.
--Piensa en la Princesa –le recordó Leporello--, necesitas entrar en el palacio de
los Superiores Desconocidos, donde podrás obtener el rango de nobleza. No
debes rechazar las ocasiones que te presenta el destino para probar tu presteza
con la espada y tu valor frente al enemigo.
--Vaya –protestó Jasón--, cuando había un premio que ganar no estabas tan
empeñado en que combatiese.
--Ahora no combates por el oro, sino por el mérito, lo cual es muy distinto.
A regañadientes, Jasón admitió acercarse por los alrededores de la cueva donde
se cobijaba el presunto Dragón para echar un vistazo. Algunos del pueblo se
habían ofrecido a indicarles el camino. Ya cerca de la cueva podían percibir el olor
nauseabundo que salía de allí dentro. Jasón dudaba, imaginando lo que podía
salir de allí dentro. Dio un paso atrás, dispuesto a olvidar su idea de ser Caballero,
cuando de pronto escucharon un grito desgarrador que provenía de la cueva.
--¿Qué es eso?
--Es la mujer que ha capturado el Dragón –corroboró el hombre del pueblo--, de
vez en cuando la escuchamos gritar, pero no podemos hacer nada para salvarla.
Si usted no acaba con esa fiera, la doncella morirá pronto.

El grito de una persona inocente removió el último rescoldo de valor que aún ardía

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en su corazón. Desenvainó la espada y dio un paso al frente:


--¡Tú, Dragón –gritó hacia la puerta de la cueva--, sal fuera!

Hubo un momento de silencio. Luego escucharon los gritos de la doncella pidiendo


socorro, y al instante, un bramido brutal hizo temblar los contornos. Los del pueblo
retrocedieron junto a Leporello, buscando refugio entre las rocas. Jasón se quedó
solo, de pie frente a la gruta, con la espada desenvainada, seguro de que aquel
día sería el último de su vida. Los bramidos eran cada vez más fuertes, violentos y
cercanos. La fiera se acercaba. Jasón podía oír los gritos de la mujer pidiendo
auxilio desesperada.

De repente, la cabeza del animal surgió por la gruta. Era horrendo. Los ojos
inflamados de odio y las fauces abiertas, por donde asomaba una fila de dientes
afilados. ¡Los dragones no eran una leyenda, sino muy reales! La fiera lanzó un
bramido terrible y su fétido aliento impregnó el aire de alrededor. Pero Jasón
estaba decidido a morir. Después de todo, no dejaba de recordar lo que le había
insinuado la Bruja: la única forma de regresar a su mundo era muerto.

El Dragón, que le superaba diez veces en altura, tenía el cuerpo escamoso, lleno
de protuberancias, las garras negras y afiladas, todo sucio por la sangre seca de
las víctimas y sus propios excrementos. Enfrentarse a una fiera como aquella con
sólo un espada era un acto más que temerario, suicida. Sin embargo, Jasón
estaba tranquilo, pues al perder el miedo a morir incrementaba su fortaleza.
--Lo único que debe causarnos temor es el miedo –le había dicho el Maestro
durante una de las conversaciones--, cuando uno acomete contra su temor, el
motivo que lo causa desaparece.

Confirmando aquel argumento, el Dragón se detuvo frente a la puerta de la cueva,


dudando por unos instantes ante la presencia de aquel ser tan extraño, cuyo rostro
impasible no reconocía como el de un ser humano. Jasón esgrimió la espada, listo
para morir en combate, con tal de regresar a su mundo aunque fuese muerto. El
Dragón desplegó sus alas de murciélago y emitió un bramido ensordecedor,
dispuesto a lanzarse contra el intruso que osaba desafiarlo a la puerta de su
morada. Jasón dio un salto esquivando el zarpazo que le lanzó. El animal era lento
y pesado, receloso ante la extraña naturaleza de aquel ser con aspecto de
humano, pero cuyo rostro parecía sintético. Jasón se movía rápido entre las patas
de la fiera, buscando el punto más débil, allí donde la piel carecía de coraza
escamosa. Pero ante la magnitud de su enemigo, comenzó a flaquear.

Entonces Leporello se subió a una roca, extrajo su flauta y comenzó a tocar una
melodía muy sensual. Sorprendido, el Dragón volvió su cabeza en dirección al
sonido, momento que aprovechó Jasón para dar un salto y asestar un fuerte
sablazo contra el vientre de la bestia, que se desplomó a sus pies. Jasón lo
comprendió de golpe, como si hubiera tenido una revelación: aquella lucha tan

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desigual era un combate contra su pánico más profundo, el de ser un pobre


desfigurado, que jamás podría regresar a su mundo ni mucho menos casarse con
la hermosa y perfecta Princesa del carruaje, que tanto le había impresionado. Sin
embargo, su propio complejo le otorgaba la fuerza necesaria para batirse.

Leporello bajó de la roca, todavía con la flauta en la mano, y corrió hacia su amo
entusiasmado, seguido por los habitantes del pueblo. Alzando la espada por
encima de su cabeza, Jasón se dispuso a terminar con la vida del Dragón, pero
entonces, la joven que tenía prisionera salió por la puerta de la cueva y gritó:
--¡No!

Jasón detuvo la espada en el aire, a pocos centímetros de la bestia.


--El Dragón debe ser vencido –dijo la doncella--, pero no sacrificado.
Jasón bajó la espada y se volvió hacia la recién liberada. Vestía una casaca de
combate, como la de los Guerreros, manchada por la suciedad que inavadía la
cueva. Pero lo que más le sorprendió era que aquella mujer ocultaba el rostro bajo
una lujosa máscara de nácar, similar a la de los carnavales venecianos.
--Gracias –dijo ella--, pero ya le tenía medio acorralado.
--Seguro que sí –sonrió Jasón, todavía con la espada en la mano.
--Me llamo Perséfone –anunció la mujer--, soy una Guerrera que se dirige hacia el
país de los Superiores Desconocidos.
--Yo me llamo Galahd y mi destino es el mismo.
--¿Por qué vas en busca del Círculo Hermético? –preguntó Leporello a la valiente
Guerrera.
--Vengo de un país muy lejano. Un día me detuve a descansar en una granja del
camino, habitada por una mujer tan agradable que parecía un Hada Madrina. Pero
cuando le dije quién era, sufrió un arrebato de furia y me desfiguró el rostro con
uno de sus hechizos. Tuve que adoptar esta máscara, porque de lo contrario
parecía una leprosa y la gente me hubiese apedreado por los caminos. Entonces
alguien me dijo que si quería deshacer el hechizo tendría que acudir al Círculo
Hermético, pero como en su palacio sólo admiten a los que han logrado el rango
de Guerrero, busqué a una Maestra para que me instruyese, porque yo antes no
era combatiente, sino una doncella, educada como una frágil señorita.
--¿Por qué luchaste contra el Dragón? –quiso saber Jasón, admirado ante la
valentía que demostraba la mujer de la máscara de nácar.
--Cuando pasé por el pueblo me pidieron que les librase del animal, pero cuando
vi al Dragón –admitió Perséfone, bajando la cabeza--, sentí miedo y me apresó.
No he podido pasar la prueba sin tu ayuda.
--Todos necesitamos ayuda –dijo Jasón--, yo mismo he vencido al Dragón gracias
a la flauta de Leporello, que lo despistó en el momento apropiado.
--Bah, no tiene importancia, sólo he cumplido con mi deber.
--Si lo deseas –propuso Jasón--, podemos hacer el camino unidos, ya que vamos
en la misma dirección.
--¿Y tú por qué buscas el Círculo Hermético? –preguntó ella, tras aceptar.

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--Más o menos por igual motivo.

Entonces, Perséfone reparó en la espada de Jasón.


--Vaya, quizá yo también hubiese vencido al Dragón de haber tenido un arma
como esa. ¿De dónde la has sacado?
--¿Por qué lo preguntas?
--Es la espada de un Caballero.
--Me la regaló mi Maestro.
--Cuídala, es un arma de gran poder.
--¿Qué tipo de poder?
--Mi Maestra en el arte del combate me dijo que la espada de una Dama o de un
Caballero puede vencer a la muerte.
--A propósito, ¿por qué has dicho antes que no debía matar al Dragón?
--Mi Maestra me advirtió que cuando encontrase al enemigo cuya presencia mayor
temor me infundiera tenía que luchar para someterlo, pues el enemigo es parte de
nosotros mismos. Tenemos que derrotarlo pero no darle muerte.

Los lugareños organizaron una fiesta para darle las gracias a Jasón por haberse
enfrentado al Dragón, que ya no les molestaría nunca más. Tal como había dicho
Perséfone, la odiosa bestia desapareció al poco tiempo de haber sido vencida,
disuelta en su propia sangre. La valentía de Jasón los liberaba también de su
propio miedo y él, de ahora en adelante, ya podía considerarse un Caballero.
Después de la fiesta, emprendieron el camino juntos, acompañados por Leporello,
feliz porque ahora tenía dos amos para servir.

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VII
EL DRAGÓN

En los mitos antiguos, el héroe triunfa contra el dragón para no ser devorado. Pero
el que nunca encontró un dragón, o si lo vio lo niega, no puede considerarse un
héroe. Sólo quien se arriesga luchando contra el dragón y no resulta vencido
puede ganar el tesoro que custodia
Carl G. Jung

El dragón puede adoptar muchas identidades, pero todas ellas inescrutables


Jorge L. Borges

El Dragón es una proyección personal, simboliza la esencia de nuestro más


profundo temor, lo que Carl Gustav Jung denominó La Sombra, todo aquello que,
formando parte de nosotros mismos, como no deseamos verlo y enfrentarnos a
ello, lo relegamos al fondo más oscuro de nuestro subconsciente, y allí crece,
transformándose con el tiempo en algo monstruoso, que nos asusta porque ya no
logramos reconocerlo como algo nuestro.

La Sombra es el conjunto de traumas y complejos que lastra desde dentro, incluso


a los Guerreros más valientes. Cada uno tiene su particular Dragón al que vencer
antes de seguir adelante hacia su objetivo. Puedes ocultarlo durante mucho
tiempo, pero antes o después habrás de afrontarlo y derrotarlo, de lo contrario
tomará las riendas desde tu interior, y lo peor es que no te darás cuenta.

El Dragón es un poderoso símbolo hermético y alquímico, que representa la lucha


contra los bajos instintos para conseguir una meta superior y transformarse como
ser humano. En los mitos y las leyendas, el caballero, como San Jorge, lucha
contra el Dragón y lo somete, no lo mata, porque se trata de vencer al miedo y
convertir su poder en la energía que te llevará muy lejos.

Iluminando las zonas oscuras del subconsciente aparece tu verdadera identidad,


libre de miedos y complejos. Pero es una prueba muy dura, que no todos logran
superar. Por eso, muchas personas viven disimulando, fingiendo que no hay nada
oscuro en su interior, utilizando el autoengaño como bálsamo a su cobardía.

El enfrentamiento contra La Sombra requiere mucho coraje, pero el que se atreve


sale fortalecido para siempre, porque al iluminar los demonios que habitan el

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

oscuro interior del subconsciente, desaparecen. Con la victoria sobre ti mismo


alcanzaras el tesoro alegórico que anhelabas. El Dragón es la propia naturaleza
inferior, que todo Héroe se ve forzado a combatir como el Rey Lear, para descubrir
su verdadera identidad. Porque sólo en situaciones difíciles, cuando la lucha es a
vida o muerte, logramos alcanzar la victoria total. En su célebre obra El arte de la
guerra, Sun Tzu dejó escrito: ―coloca a los soldados en una situación de posible
exterminio y lucharán para vivir. Ponles en peligro de muerte y sobrevivirán.
Cuando las tropas afrontan el peligro luchan a muerte para obtener la victoria‖.

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OCHO

El paisaje se tornaba poco a poco más ameno y variado. Había bosquecillos y


lagos, aves y otros animales. Jasón, Leporello y Perséfone llegaban al país del
Círculo Hermético, que los peregrinos aludían como un lugar fabuloso, lleno de
maravillas indescriptibles. A lo lejos ya destacaba el templo fortificado en donde
residían los Superiores Desconocidos. Comenzaron a coincidir con más personas
que caminaban en su misma dirección. Llegaban desde muy lejos por los muchos
caminos que confluían hacia el templo. Todos eran Guerreras y Guerreros,
aspirantes a Damas y Caballeros al haber triunfado con enorme sacrificio y
despliegue de valentía frente a su enemigo interior, el más terrorífico de todos.
Porque cada uno se había enfrentado a su propio Dragón.

Iban de buen humor, a pesar de las vicisitudes atravesadas, los graves peligros
arrostrados, las dudas y la incertidumbre. Habían superado el miedo a la muerte,
por eso eran libres, con la Mente y la Conciencia unificada en la misma dirección.
Todos ellos eran personas al mismo nivel de mérito, pues el rango de Guerrero
eliminaba las diferencias entre hombres y mujeres. Todos ellos portaban la espada
con la que se habían batido contra los enemigos que acosan al Guerrero en pos
de su objetivo, como la pereza, el autoengaño, la inconstancia, la dispersión
mental, la protesta, el mal humor, el egoísmo y la falta de iniciativa.

Pero ahora ya no necesitaban el arma, porque habían ajustado tanto su conexión


y su comprensión absoluta con la vida, que lo solventaban todo sin luchar, lo cual
es el grado máximo de maestría. Su fuerza era la concentración. Caminaban
seguros, tranquilos, evitando alardear de las hazañas logradas, porque una de las
mayores proezas era vencer el ego, la soberbia, la vanidad, la jactancia y la
presunción. Caminaban con la mirada extendida, ―sin miedo y sin esperanza‖,
como les habían aconsejado sus Maestros.
--De la esperanza nacen también las ilusiones –le había comentado el Maestro a
Jasón--, y toda ilusión cultivada es motivo de una desilusión posterior.
--¿Pero cómo es posible vivir la vida sin ilusión? –había preguntado Jasón.
--Un Caballero no alberga razones para la esperanza, la cualidad que le diferencia
de cualquier otro es la fe, que no necesita de ningún motivo ni razonamiento para
sostenerse. La fe brilla con luz propia, se tiene o no se tiene.
--¿Cómo tener fe si no tienes motivo para tenerla? –objetó Jasón.
--Ya sé que al principio parece una paradoja. Y lo es. La fe se forja combatiendo,
cayendo y levantándose de nuevo sin rendirse jamás. A veces el Guerrero gana y
otras pierde, pero sigue adelante con la misma motivación.
--Es fácil decirlo cuando uno gana, pero cuando pierde…

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--Claro, lo más cómodo es quedarse quieto y no salir a luchar, pero así nunca
evolucionas. Mucha gente piensa que la solución estriba en rehuir del combate,
rodeándose de ilusiones, razones, motivos y espejismos para no ver la cruda
realidad que los rodea, por eso prefieren vivir engañándose a sí mismos. ―Piensa
en positivo y tu problema desaparecerá‖, repiten a menudo. Pero no es cierto. No
basta con pensar, en la vida es necesario tomar la iniciativa, pasar a la acción,
enfrentarse al problema y vencerlo.

Mientras caminaban hacia el palacio del Círculo Hermético Jasón percibió


enseguida que todas las Damas y todos los Caballeros con los que iban
coincidiendo por el camino, saludándose como camaradas de una misma
hermandad, soldados que luchasen bajo la misma bandera, soportaba cada uno
una lacra diferente, física, moral o psicológica, el último escalón antes de ser
confirmado con el rango de máxima nobleza.

Los criados y los escuderos, como Leporello, al llegar ante las puertas del templo,
deberían aguardar fuera, pues nadie que no hubiese luchado contra el miedo a la
muerte, venciendo al temible Dragón que todos llevamos dentro, podía contemplar
a los Superiores Desconocidos. Había muchas Damas y Caballeros que de
camino al Círculo Hermético habían formado pareja, pues el amor prende fácil
dentro de los corazones acostumbrados a la rudeza de la lucha. Sin embargo,
Jasón sólo pensaba en la Princesa del carruaje, aunque Perséfone, y eso a pesar
de la máscara de nácar que ocultaba su rostro, le parecía una gran persona, con
mucho carácter y extraordinario valor. Leporello había intentado unirlos
aprovechando los momentos de intimidad que surgen por la noche, pero Jasón y
Perséfone dormían tendidos en el suelo con la espada en medio, manteniendo la
distancia y la castidad propia de los Guerreros, como Tristán e Isolda.

Llegaron ante las puertas del templo. Era una construcción fabulosa. En la gran
explanada del atrio, frente a la balconada central, iban reuniéndose todos las
Damas y los Caballeros, aguardando el dictamen de los Superiores Desconocidos.
Eran como un ejército de la luz, los más nobles para servir como ejemplo de otros
muchos de menor mérito logrado. Brillaba el sol en lo alto de sus cabezas,
relucían las espadas y ondeaban las banderas en los pináculos del templo.

Cuando ya estaban todos, el balcón central de la fachada se abrió y del interior


surgió la figura de un hombrecillo con aspecto de mayordomo:
--Los aspirantes a ser nombrado Dama y Caballero por el Círculo Hermético
pasaran al santuario interior del templo, donde serán recibidos uno a uno por el
Gran Consejo de los Superiores Desconocidos para el examen final. Por tanto, los
criados y los escuderos deben marcharse ahora.

Leporello y Jasón se fundieron en un gran abrazo. Perséfone le dio un beso en la


frente, a través de la máscara de nácar, que hizo aullar al fiel criado de

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satisfacción. Cuando todos los reunidos en el enorme atrio eran Damas y


Caballeros, las grandes puertas cedieron, dejando el paso libre al deslumbrante
interior, por donde surgía una luz tan brillante y poderosa que sobrecogía. El
interior era colosal, indescriptible, aunque desprovisto de lujo y superficialidad, con
la clásica desnudez que ofrecen los templos griegos. Aquella luz atmosférica
flotaba en el aire como si no llegase desde ninguna parte.

Una corte de criados uniformados, tan silenciosos como eficientes, todos vestidos
de blanco impoluto, fueron acompañándolos cada uno a su habitación, donde
debían cambiarse de ropa, despojarse de los atuendos de Guerrero, sucios y rotos
por el combate, para revestir la indumentaria de Dama y Caballero, con la cual
debían comparecer ante la presencia del Gran Consejo para la evaluación final
antes de ser nombrados oficialmente. Jasón estaba entusiasmado, aunque sentía
que Leporello no estuviese allí, compartiendo el premio a su fidelidad.

El cuarto donde le introdujo uno de aquellos criados era cómodo pero desprovisto
de lujo, igual que donde habían introducido a Perséfone, con todo lo necesario
para descansar y asearse. Dentro figuraba colgado el vestuario de Dama y
Caballero, una indumentaria solemne, que reflejaba la nobleza recién adquirida en
el duro combate con las circunstancias.

Jasón estaba feliz por la victoria lograda, esperanzado ante la expectativa de


pedirle al Gran Consejo de los Superiores Desconocidos que disolviera el
maleficio del Diablo para recuperar su rostro. Perséfone, forjada en el combate
contra enemigos masculinos que al principio habían osado menospreciarla por ser
mujer y luego habían caído humillados a sus pies, respiraba serena y femenina,
tan deslumbrante y peligrosa como su propia espada.

Cuando todos hubieron descansado, cada uno mediante un sueño agradable y


reparador, vistieron los respectivos atuendos de Dama y Caballero, y aguardaron
dentro de las alcobas para ir siendo llamados uno por uno ante la presencia del
Superior de los Superiores, que les recibiría sentado en el santuario del templo,
para concederles todo cuanto deseasen, porque desde hoy nada les impediría
conquistar el destino por el que cada cual había luchado.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

VIII
EL CABALLERO / LA DAMA

Un caballero no desenvaina con facilidad la espada, convertida en su alma. Lo


hace sólo cuando es inevitable
Eugen Herrigel

El último secreto del arte de la espada radica en desterrar de uno mismo la idea
de la muerte
Hagakure (texto zen originario del siglo XVII)

El Caballero y la Dama ya no necesitan luchar, llevan la espada como símbolo de


que con ella vencieron al Dragón y merecen el respeto de los que todavía no han
pasado por esa dura prueba. El ascenso a Caballero y su consiguiente rango de
nobleza simboliza el grado meritorio de quien gracias a su valentía merece ser
considerado noble, pero en el sentido más amplio de la palabra.

No importa los defectos que pueda tener una Dama o un Caballero, porque
gracias a su forja viven ya sin complejos, han acrecentado su autoestima, saben
que ahora podrán sobreponerse y superar cualquier tesitura que les depare la
vida. Una persona con el rango de Dama o Caballero no es un ser humano
cualquiera, destaca en todo cuanto hace y no retrocede jamás.

En términos herméticos, la Dama y el Caballero son aprendices de alquimista, que


ya saben sublimar los defectos en potencialidades, aunque todavía debe pasar por
la prueba iniciática definitiva para lograr el tesoro alegórico.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

NUEVE

Dos de aquellos criados vestidos de blanco llegaron al cuarto de Jasón para


conducirlo a la sala donde ya permanecía el Gran Consejo de los Superiores, la
corte de sabios que gobierna el mundo desde aquel palacio, presididos por el
Sabio entre los Sabios, elegido como Superior entre todos ellos, porque según le
había revelado el Maestro, el Círculo Hermético era una sinarquía, regida por
principios de moralidad y de inteligencia. Jasón había leído en los antiguos libros
de su padre la existencia de una corte suprema que velaba por los destinos de la
Humanidad, radicada en la mítica ciudad de Shambala, entre la India y el Tibet,
oculta por montañas inaccesibles, un selecto grupo de sabios al que pertenecían
seres humanos muy sabios y compasivos. Ahora tendría la oportunidad de
comprobar si aquellas viejas leyendas orientales contaban la verdad.

En todo eso iba pensando mientras era conducido por los dos criados hacia la
gran sala del Consejo. Las enormes puertas se abrieron y fue introducido dentro,
antes de que se cerraran de nuevo a su espalda con un resonar de cripta. El
espacio era impreciso, Jasón intentaba vislumbrar los límites de aquella sala, pero
le resultaba imposible de mensurar, porque todo aparecía sumido en una
vaporosa penumbra. Tenía enfrente un ágora formada por escaños en
semicírculo, donde aguardaban observándolo en silencio una corte de hombres y
mujeres (veinte o treinta) cubiertos con túnicas tan blancas que relucían como la
nieve. Entonces apareció el maestro de ceremonias y anunció:
--El Gran Consejo del Círculo Hermético está listo para dictar sentencia. ¿Lo está
el aspirante para oírla? –preguntó dirigiéndose a Jasón, que asintió en silencio,
emocionado por la expectativa de salir de allí libre de su maleficio diabólico y con
el rango supremo de Caballero.

Uno de los Sabios habló:


--¿El Guerrero aspirante se llama Galahd? ¿Trae consigo la espada con la que se
ha batido a lo largo de su viaje? ¿Ha cumplido hasta el momento de comenzar su
camino con los preceptos de todo buen Caballero?

Jasón asentía perplejo a todas aquellas preguntas un poco triviales, ya que si los
miembros del Gran Consejo eran tan inteligentes, ya debían saber de antemano la
contestación. Lo que Jasón deseaba era conocer personalmente al Sabio entre los
Sabios, el único que tenía poder para sombrarlo Caballero y eliminar el hechizo
diabólico que había deformado su rostro.

El Superior que había tomado la palabra dijo entonces:

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--Comienza el juicio contra las faltas del aspirante.


Jasón sufrió un escalofrío atravesando su cuerpo. No comprendía nada. ¿Por qué
razón iban a someterlo a un juicio? ¿Y cuáles eran aquellas faltas? Había llegado
desde muy lejos, padeciendo peligros y penalidades para someterse a un examen
que pensaba superar sin problemas, no a un juicio en el que, además, de repente
y sin previo aviso le adjudicaban el papel de acusado.
--El aspirante a Caballero –continuó el Superior, ajeno a su zozobra— debe
someterse al veredicto, aceptando nuestro rango para juzgarle, antes de que
comparezca el Juez Supremo del Círculo Hermético.

Aquello le parecía intolerante, una insolencia, pero Jasón aceptó a la espera de


acontecimientos. Ya protestaría después.
Desde la parte más al fondo del ágora, donde la bruma de la enorme sala era más
opaca, surgió una figura menuda cuya túnica destellaba como si fuera de
diamante, avanzando tranquilo, apacible y sin la menor solemnidad, revestido con
las cualidades naturales de un ser superior, al mismo tiempo que con la mayor
modestia y sencillez. Conforme avanzaba entre los escaños del ágora el resto de
los Superiores iba poniéndose de pie para inclinarse y hacerle una reverencia.
Llegó hasta la parte baja del semicírculo, donde destacaba un escaño vacío y
tomó asiento. El Superior que había estado tomando la palabra, proclamó:
--Inclínese el acusado ante el Juez Supremo de nuestro Círculo.

Jasón lo hizo, impresionado por el ambiente que reinaba, intentando mirar de reojo
para el rostro del magistrado, pero no lograba vislumbrarlo debido a la penumbra y
la neblina que flotaba en la sala. Todos los Superiores aguardaban en silencio,
mirando hacia el acusado, que temblaba nervioso con la incógnita de lo que
pasaría, porque Jasón ya dudaba de que lo fuesen a nombrar Caballero. Todo
aquel esfuerzo para nada, estaba pensando dolido y desengañado, cuando un
potente chorro de luz cayó desde lo alto, desde una inmensa cúpula cenital que
parecía tallada en diamante, bañando de fulgor el trono del Juez Supremo. Y
entonces Jasón casi se desploma de golpe contra el suelo.

¡El Juez Supremo del Círculo Hermético no era otro que Leporello, el simpático
juglar que le había servido de criado a lo largo de su periplo hacia el templo de los
Superiores! Mudo de asombro, Jasón abrió los ojos alucinado.
--El acusado no comprende que un simple servidor pueda ser el principal Superior
–habló el magistrado con voz serena y sencilla--, sin embargo, ya lo dicen las
Sagradas Escrituras: el que quiera ser el primero entre vosotros ha de ser el último
entre todos. El acusado no comprende de qué incógnito delito se le acusa, ya que
piensa que todo lo ha hecho de manera correcta, incluso destacada. Puesto que
no recuerda las lecciones recibidas del Maestro que lo adiestró, no se acurda de
los peligros del Ego, esa parte del Yo que tanto desea destacar por encima de los
demás, hambriento de honores y las alabanzas, deslumbrado por los premios y los
merecimientos, deseoso de títulos y derechos. El acusado –prosiguió el Juez

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Supremo--, ha luchado bien, pero ha olvidado que luchaba en beneficio de los


demás, por el colectivo humano, y no a título particular. El acusado ha sido
valiente pero egoísta, ¿y con qué autoridad moral un egoísta, que cualquier
esfuerzo lo acomete por sí mismo, podría dejársele gobernar a los demás? A corto
plazo se convertiría en un tirano, sometería bajo su mando a todos los que no
cumplan su deseo y su voluntad. En este mundo sobran Guerreros, incluso
Caballeros, que utilizan sus cualidades para someter a la mayoría en lugar de para
salvarla y convertir este mundo en algo mejor. El acusado es culpable de orgullo y
vanidad, de soberbia y afán desmedido de riqueza y dignidad. Quiere deslumbrar
a los demás, cuando lo que debe hacer un verdadero líder es alumbrar, servir de
guía y modelo a los menos capacitados. Recuerde cuando luchó por dinero para
poder comprar vestidos y caballos, a fin de impresionar a cierta joven que conoció
al principio de su viaje iniciático.

Jasón estaba estremecido, avergonzado, porque todo aquello era cierto y el Juez
Supremo lo sabía, por algo le había estado acompañando durante todo el viaje
como criado y conocía cada secreto de su mente y anhelo de su espíritu.
--Aún así –prosiguió el magistrado, compasivo pero firme dentro de su papel--,
todo eso no serían más que pequeños fallos, olvidos temporales de las normas de
combate Guerrero, nada que no pueda ser corregido con asimilarlo. Sin embargo,
el error más grave cometido por el acusado ha sido confiar sólo en su propia
fuerza, olvidando el auxilio espiritual que a todo ser humano se le brinda por
humilde que sea; no porque lo merezca, sino por ser una criatura perteneciente a
la Creación. El verdadero Ser Supremo, a quien los aquí presentes veneramos y
trabajamos para establecer su Reino en la Tierra (llámese Dios, Brahma, Yahvé,
Alá, Jehová, Buda, Tao, Gran Arquitecto del Universo…), no ama por el
merecimiento al que aspira cada criatura, sino porque lo desea, porque su
cometido es amar, incluso aunque nadie le comprenda ni se lo pida; como el caso
del acusado, ciego, mudo y sordo ante su Naturaleza Divina. Es el error más grave
que puede cometer un ser humano, pensar que todo lo que logra lo consigue por
merecimiento propio, no porque se le ha otorgado la capacidad personal para
merecerlo. Y eso, para que surta efecto, ha de ser agradecido. El Ser Supremo no
requiere alabanzas, como suponen los humanos. Lo único que desea es otorgar
su Don, está deseando que se lo pidan para concederlo, pero los humanos le
ignoran. Como el acusado: un hombre que ha luchado sin fe, sin otro valor que la
victoria personal, acumular el mayor número de merecimientos cueste lo que
cueste, como si al negar la Divinidad que radica en su interior pensase que ya se
ha convertido él mismo en un Ser Supremo.

Cuando el magistrado dejó de hablar a Jasón le rebosaban los ojos de lágrimas. El


Juez Supremo tenía razón, no podía ser un Caballero porque había luchado para
sí mismo, no para una causa colectiva y común. Había olvidado el ejemplo
concedido por el Maestro en el torneo. No había sido un Guerrero, sino un
mercenario. Era cierto también que ni una sola vez en todo el viaje se había

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detenido para reconocer su dependencia y pequeñez ante la Divinidad.

El Juez Supremo habló de nuevo:


--El acusado se arrepiente de sus errores. Comprende lo más importante de la
prueba por la que ha pasado. Es decir, que su esfuerzo debe servir al interés
general, sobre todo de los menos favorecidos, y que la Divinidad es parte de su
naturaleza. Por tanto, absolvemos al acusado de su culpa y le confirmamos como
Caballero. Sin embargo, antes habrá de pasar por un último combate. Si vence
contra el mejor de los Guerreros podrá regresar a su mundo, recuperando su
identidad, libre del hechizo que desfigura su rostro. Pero atención –añadió el Juez
Supremo--, hablamos de un combate a muerte. Sólo puede quedar uno con vida.

***
Perséfone comparecía escoltada por dos lacayos vestidos de blanco en la sala del
Consejo. El Juez Supremo comenzó con la exposición de los cargos:
--Todos podemos apreciar que la acusada comparece vestida de manera
deslumbrante, incluso la máscara que porta para ocultar su rostro desfigurado es
la más lujosa que ha podido encontrar. Ha empleado mucho tiempo en acicalarse
porque deseaba estar perfecta para una ocasión así. Ha elegido un vestido que
resalta su hermoso cuerpo, aparte de corregir su semblante maltrecho por medio
de un sofisticado maquillaje. Para intentar impresionarnos y que nuestro dictamen
sea favorable, comparece ante nosotros envuelta en joyas y perfumes caros,
después de pasar por la peluquería de palacio para que le hicieran un buen
peinado, acorde con la solemnidad del evento. Tanto interés ha puesto en su
imagen y su apariencia que ha olvidado traer la espada de Guerrera con la que se
ha batido valiente durante mucho tiempo antes de llegar aquí.

Perséfone comenzó a sonrojarse, avergonzada, porque aquello era cierto.


--La acusada concede más importancia a los convencionalismos de la sociedad
sobre cómo ha de ser la mujer ideal que a su propio valor como persona. Quiere
hacer prevalecer su condición de mujer, pero sólo cuando le conviene,
deslumbrando a los varones para manipularlos mejor. Emplea eso que
vulgarmente llaman armas de mujer, cuando lo que debería es demostrar su
preparación y su valor personal. Quiere que la respeten y olvida el respeto consigo
misma, pues en lugar de confiar en su propia fuerza confía en la debilidad de
muchos hombres para poder ascender en el escalafón. ¿Cuántas veces la
acusada, valiéndose de indignas artimañas emocionales, ha conseguido que los
hombres le hagan el trabajo duro, que luchen por ella, que la salven y la traten
como si fuera un objeto en lugar de una persona?

Perséfone inclinó avergonzada la cabeza.


--Pero todo esto lo hace por un motivo: la acusada tiene tanto miedo a quedarse
sola, tan obsesivo deseo de que la quieran a cualquier precio, de ser feliz a toda

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costa, según su patrón particular de felicidad, que pagará cualquier precio, incluso
el de perder su dignidad y su alma si fuera necesario. Vive una vida distorsionada,
idealizada por su propio afán perfeccionista, sumida en conceptos emocionales
alejados de la realidad. Todo tiene que ser como lo ha imaginado desde niña,
cuando todavía jugaba con muñecas, pero cuando comprueba desilusionada que
la vida no es un juego de niños y nada sucede como lo planeó, no comprende que
la culpa es suya por idealizar las circunstancias y a las personas, sino que mira
desconcertada a su alrededor buscando culpables de que no la dejen ser feliz, tal
como había imaginado según su concepto egoísta y personal. Cuando comenzó la
prueba iniciática, su Maestra le dijo que la vida es un combate constante, pero ella
se hizo Guerrera para elevarse al rango de Dama, confiando en cazar a un
Príncipe, lo cual supone un mejor partido que cualquier otro. El tipo de mujer al
que pertenece sueña con atraer a un hombre único y diferente, pero en cuanto lo
encuentra quiere cambiarlo para que se acomode a su patrón preconvebido. Y una
vez que lo ha cambiado, ya no le gusta. Porque añora de nuevo al hombre libre,
único, diferente, que sin embargo le da miedo, porque sabe que a un hombre libre
de verdad no podrá engañarlo con pueriles armas de mujer. La acusada sólo
confía en su cuerpo y en su condición de fémina para progresar en este mundo
machista gobernado por los hombres. Así no le hace ningún favor al género
femenino, todo lo contrario: perpetúa el error.

El Juez Supremo hizo un alto antes de proseguir:


--Todo eso no es una simple nimiedad, que puede ser corregida recordando las
normas de la Guerrera y los valores de Dama. Lo peor es que la acusada piensa,
como la mayoría de las mujeres, que ya es un ser divino, que con su belleza y su
despliegue de sentimentalismo puede lograr lo que se proponga, naturalmente
siempre que no haya otra más bella que le arrebate a los hombres, de lo contrario
sacará las uñas como una fiera, mostrando su verdadero rostro, el mismo
semblante que palpita por debajo de su sofisticada máscara. Espejito, espejito
–parodió el Juez Supremo--, quién es la más guapa de todas, como en la fábula
de Blancanieves y la pérfida madrastra. Yo es que soy un poco bruja, piensa toda
mujer, y lo peor es que muchas veces tienen razón. El camino para ser Princesa
es tan exigente que la mayoría se queda en Bruja, disfrazando sus malas artes
con ilusiones ficticias, con justificaciones de persona presuntamente débil que
tiene que recurrir a las artimañas emocionales en lugar de a la espada. Una mujer
así nunca merecerá el amor de un verdadero Príncipe. Una Guerrera confía en sí
misma, conectada con la Divinidad que habita en ella sin que deba tergiversar
ninguno de sus principios.

El Juez Supremo hizo una nueva pausa antes de dictar sentencia:


--Para eliminar el hechizo que te desfigura y recuperar tu identidad y tu belleza
tendrás que combatir por última vez, enfrentarte al mejor de los Guerreros en un
combate a muerte, donde sólo uno podrá quedar vivo.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

IX
EL JUICIO

El maestro de la espada se halla por encima de todo, por encima de la gloria, la


victoria y hasta la vida. La espada de la verdad, cuyo poder ha podido
experimentar, y ahora ella se dispone a juzgarlo
Bushido: el Camino del Samurai

El alumno tiene que vencer el último y más escarpado tramo del camino, pasando
a través de nuevas transmutaciones. Si sale airoso de esta aventura, entonces su
destino se consumará en el enfrentamiento con la Verdad no refractada, la Verdad
que está por encima de todas las verdades, el origen de todos los orígenes, la
Nada que le devolverá y de la cual volverá a nacer
Eugen Herrigel

El Juicio es uno de los momentos más duros de la iniciación a la cual se ve


sometido el Héroe, pues cuando menos lo esperaba queda otra prueba, la más
dura de todas. En el Juicio, el Héroe comparece como desnudo psicológicamente
ante los representantes máximos de la inteligencia suprema que gobierna el
Planeta. El Círculo Hermético representa la espiritualidad, necesaria para el último
paso hacia el cambio personal definitivo, lo que Carl Jung denomina Individuación.

Los Superiores Desconocidos miden y pesan, ponderan mérito, inteligencia, moral,


intención y capacidades obtenidas por medio del esfuerzo y el sacrificio. Su visión
penetra hasta el fondo del subconsciente, remueven con su juicio los últimos
rincones de imperfección, porque para trascender a la otra vida, para merecer el
siguiente Arquetipo, el Héroe debe despojarse de todo lo que ha sido hasta ese
momento, abandonar su equipaje y a los que marchaban a su lado.

Pocos alcanzan ese nivel, pocos pueden contemplar a los Superiores del Círculo
Hermético. Los Superiores existen, son los Avatares, tanto personas como
circunstancias, que aparecen cuando el Héroe ya está preparado para ello. No
llegan cuando los llamas o piensas que los necesitas, no hay manera de
convocarlos, pero si uno presta suficiente atención, puede notar como una mano
invisible que le guía en las peores circunstancias de la vida, como afirmó Joseph
Campbell, una mano que nunca te deja caer del todo, que te mantiene a flote.

Lo que se juzga es el grado de disposición colectiva que ha desarrollado el Héroe,

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

la capacidad de sojuzgar el egoísmo y colaborar en el avance global de la


Humanidad. Tal como dijo Campbell: El fin del viaje del Héroe no debe ser la
propia liberación ni el propio éxtasis, sino la sabiduría y el poder de servir a los
demás. Una de las muchas diferencias entre una persona famosa y un héroe es
que el famoso vive sólo para sí mismo, mientras que el Héroe actúa para redimir a
la sociedad. O como escribió Carl Jung: sin la mente humana, el inconsciente es
inútil. Este siempre busca sus propósitos colectivos y jamás tu destino individual.
Tu destino es el resultado de la colaboración entre la conciencia y el inconsciente.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

DIEZ

A la salida del Juicio, Galahd y Perséfone, seleccionados por el Círculo como


finalistas para soportar la última prueba, recibieron la indicación de vestir por
última vez el antiguo atuendo de Guerrero y empuñar su espada. Un criado les
vendó los ojos y fueron conducidos desde sus habitaciones hacia el coliseo donde
habrían de luchar hasta la muerte, porque como dejase claro el Juez Supremo,
sólo podía quedar con vida un aspirante a Dama o Caballero.

Cuando el sirviente los despojó de su venda, se quedaron atónitos, uno frente a


otro, en medio del coliseo como dos gladiadores, pensando que todo aquello era
una sofisticada broma, la burla de algún sádico desalmado. Miraron hacia las
gradas. Cientos de personas, con el rostro cubierto por antifaces negros,
contemplaban sentados y en silencio la escena de los dos Guerreros a punto de
combatir a muerte por alcanzar su triunfo. Qué maldito demente podía imaginar
algo tan cruel como aquello, pensaba enfurecido Jasón: enfrentar a dos
compañeros que habían completado juntos el camino.

Sonó un clarín.
--¡Comienza la lucha! –ordenó una poderosa voz.
Pero Jasón y Perséfone no estaban dispuestos a pasar por aquello.
--Los Elegidos deben combatir –sonó la voz, cuyo eco atronaba el coliseo--, de lo
contrario jamás tendrán otra oportunidad. Vivirán para siempre con su rostro
desfigurado, vagando sin destino hasta el final de sus vidas.

Entonces Jasón recordó lo que le había gritado la Bruja cuando escapaba de su


casucha: sólo muerto podrás volver a tu mundo.
--Por favor –le rogó a Perséfone--, acaba conmigo. Tú quedarás como vencedora,
obtendrás el rango de Dama, eliminarán el hechizo que te ocasionó la Bruja y
lucirás tu rostro de nuevo.
--No pienso matar a la persona que me salvó la vida frente al Dragón –replicó ella,
con lágrimas en los ojos.
--Escucha –suplicó Jasón--, ya no quiero ser un Caballero, sólo deseo acabar con
todo esto y regresar aunque sea muerto. Sálvate tú –abrió los brazos y ofreció su
pecho--, venga, desenvaina tu espada y elimíname.

Pero ella no podía cometer semejante crimen a sangre fría.


--¡Los Elegidos tienen que combatir! –exigió la voz atronando el coliseo.
--Vamos, hazlo –suplicó Jasón.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

Perséfone sacó la espada de su funda y la blandió con firmeza.


--Está bien, si eso es lo que deseas, yo te seguiré adonde vayas. Desenvaina tu
espada: moriremos juntos.

Jasón extrajo el arma, de acuerdo con aquella valiente joven. Dirigieron los aceros
el uno contra el pecho del otro y se atravesaron el corazón.
Lo último que vieron antes de caer, ensartados por las espadas, fue a todo el
coliseo puesto de pie, dedicándoles una fuerte ovación.

***

Jasón abrió los ojos con dificultad. Le dolía todo el cuerpo, tenía la boca seca y
estaba mareado, como recién salido de un torbellino. He muerto y estoy en el más
allá, pensó. Pero cuando por fin logró desentumecer la conciencia descubrió que
se hallaba tendido sobre un humilde camastro. A su alrededor todo flotaba en el
silencio y la penumbra, pero lo reconoció al instante: aquello era la casucha del
hombre que decía ser el Demonio, aquel tipo del hábito negro y el cayado de
madera, que lo había empujado hacia el abismo del espejo mágico, y comprendió
que había regresado a su mundo. Así que todo había sido un sueño.

Pero entonces, recordando el castigo recibido por incumplir el pacto de no


enamorarse jamás, Jasón se llevó las manos a la cara y comprobó afligido que la
máscara continuaba sobre su mancillado rostro. ¿Cuánto tiempo habría estado
fuera del tiempo y del espacio por culpa de aquel espejo negro con el marco en
forma de serpiente? Hizo un esfuerzo para incorporarse y miró a su alrededor,
parpadeando. No había la menor señal de vida. Todo aparecía cubierto por una
capa de polvo, como si la chabola llevase mucho abandonada. Salió al exterior y
echó a caminar por el sendero hacia la ciudad, todavía un poco mareado.

En cuanto rebasó los muros de Ciberia pudo ver que todo era muy distinto a
cuando se marchó. La gente caminaba con el rostro tenso y malhumorado, porque
ahora parecían obligados a trabajar. Ya no quedaba tiempo para el ocio ni la
diversión. Ya nadie lucía el uniforme oficial con el símbolo de la moderna metrópoli
en lugar bien visible, ahora cada cual vestía como le daba la gana. Todo estaba
muy sucio, intoxicado por la contaminación atmosférica. El interés hacia lo
ecológico había dado paso al afán de obtener ganancias a toda costa, incluso
contaminando el aire que respiraban, la comida que les alimentaba y el agua que
se bebían. Las ratas invadían las calles, devorando a las mascotas clonadas y
cibernéticas. La moderna Ciberia se había convertido en un basurero.

La gente caminaba tan aturdida, vencidos por el peso de la preocupación, que


nadie reparó en su máscara ni en su anticuada vestimenta medieval. Preguntando
a unos y a otros, Jasón averiguó que ya no imperaban leyes ni normativas

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

gubernamentales para la procreación, el control de la natalidad ni demás normas


de convivencia, pues el Sumo Sacerdote había huido, aunque según otras
versiones había muerto asesinado a manos de sus propios ayudantes, que
deseaban robarle la magia con la que lo controlaba todo. Ahora proliferaban los
cultos y los partidos, predicadores, políticos y profetas intentando llevar a la gente
a su terreno, asustar a la masa con mensajes apocalípticos y que les votasen para
Presidente o Pontífice, los dos cargos que se repartían el poder.

Jasón se dirigió a casa de sus padres, pero cuando llegó frente a la fachada
contempló que todo aparecía destrozado y no había nadie, ni siquiera el viejo gato
compañero de su niñez. Los libros figuraban por el suelo, convertidos en un
montón de cenizas, porque alguien les había pegado fuego amontonados en una
pira destructora. La casa desprendía un fuerte olor a quemado, con todo cubierto
de hollín. Ahora no poseía ni siquiera un espacio propio, era un vagabundo sin
pasado, sin hogar y sin identidad. Salió de nuevo a la calle, más abatido que
nunca, pensando que hubiera preferido morir en el coliseo a manos de Perséfone.
Caminando sin destino, Jasón comprobó que no había sirvientes humanoides, que
ya no se proyectaban hologramas virtuales para informar a la población sobre los
avances científicos de Ciberia. La sofisticada tecnología informática controlada por
el Sumo Sacerdote y sus acólitos desde palacio había dejado de sostener el
espejismo virtual donde residían, aquella metrópoli basada en la la cibernética,
una ciudad en declive, que ahora se desmoronaba por todas partes mostrando su
verdadero y malogrado rostro.

Durante días, hambriento y cansado, Jasón vagó buscando a sus padres, pero fue
inútil. Estaba claro que habían sucumbido en el incendio de los libros, víctimas de
la violencia desatada por la falta de principios y autoridad. Grupos descontrolados
recorrían las calles por la noche, asaltando a cualquier persona con la que
tropezasen. Acostumbrados a tenerlo todo, casi nadie quería ponerse trabajar
para ganarse la vida; esclavizados por la gente poderosa, los mismos tiranos que
antaño habían controlado a la gente desde palacio mediante la sofisticada
tecnología digital desarrollada por el Sumo Sacerdote.

Ahora imperaba la ley del más fuerte, los débiles trabajando para los que
acumulaban toda la riqueza de las fuentes productoras, mientras una parte de la
población malvivía en la miseria. Retronaba el antiguo concepto de propiedad y
con ello el robo, el sombrío círculo vicioso que había convertido Ciberia en una
selva peligrosa. Caminando por barrios tan oscuros que su sombra se fundía con
la negrura reinante, Jasón tropezó con tres desalmados que pretendían robar y
abusar de una niña en plena calle, aprovechando la impunidad de la noche.
--¡Soltadla! –ordenó indignado.

Los tres delincuentes dejaron a la víctima, una niña de siete u ocho años, y se
volvieron hacia Jasón empuñando cuchillos de gran tamaño, vacilando durante un

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

instante al ver su extraña indumentaria. Pero luego se lanzaron al ataque,


dispuestos a destriparlo y robarle todo lo que llevase. Jasón, adiestrado para el
combate, acabó con ellos en cuestión de segundos. Como la víctima seguía en el
suelo, sollozando de miedo, se acercó para socorrerla. Ella retrocedió, gritando
asustada. Y entonces fue cuando Jasón comprendió que aquella niña era ciega.
--Tranquila, no voy a hacerte daño –se agachó para levantarla del suelo.
--¿Eres un ciborg? –preguntó ella, palpando la máscara de su rostro.

La niña lo había confundido con un androide sintético, uno de aquellos autómatas


que servían a los humanos, convertidos ahora en chatarra tecnológica. Jasón la
condujo a casa. Residía con su abuelo, un hombre muy anciano, de barba y
cabello encanecido, gafas redondas de alambre, que regentaba un caótico taller
de androides en uno de los caserones más desconchados del barrio.
--Muchas gracias –dijo el anciano, emocionado, al ver que todavía quedaba gente
de corazón--, veo que no eres de por aquí. En esta ciudad todos viven resignados
o abandonándose al pillaje y la delincuencia.
--Llevo mucho tiempo fuera de la ciudad –confirmó Jasón--, cuando me marché,
Ciberia era la metrópoli modélica y perfecta, un paraíso en la tierra. ¿Qué ha
pasado para que haya cambiado tanto?
--Ciberia se ha convertido en una ciudad babilónica. El ser humano parece no
aprender de la experiencia, porque no necesitamos enemigos para destruirnos a
nosotros mismos. Cometemos los mismos errores una y otra vez. Pero tú –inquirió
el anciano--, ¿qué hacías atravesando de noche un barrio tan peligroso?
--Camino sin rumbo –reconoció Jasón--, mi familia pereció en un incendio, ya no
tengo a nadie que me aguarde ni lugar donde refugiarme.
--Puedes quedarte a cenar con nosotros –ofreció el anciano.
--¡Sí, quédate, por favor! –secundó la niña.
--Gracias.
--¿Acaso eres un antiguo soldado? –indagó el anciano, sirviendo la cena--, lo
pregunto porque mi nieta dice que has acabado con tres malhechores a la vez. No
ha podido verlo, pero con su oído percibe más que otros con la vista.
--Sí –admitió Jasón--, podría decirse que soy un soldado.
--¿Regresas de alguna guerra?
--Más o menos.
--Hace muchísimo tiempo que no hay soldados en Ciberia, primero porque no
resultaba necesario ni Ejército ni Policía, ya que todos eran buenos y pacíficos,
pero ahora que carecemos de autoridad la poca gente de paz que todavía queda
echa de menos a personas que impongan un poco de orden.
--¿Qué pasó con el Sumo Sacerdote? –preguntó Jasón, aprovechando que aquel
hombre parecía tan bien informado.
--Desapareció de la noche a la mañana, era un Mago muy poderoso.
--¿Un Mago o un Brujo?
--En realidad, no hay ninguna diferencia –explicó el anciano--, mejor dicho, la
diferencia entre un hombre bueno y uno malo radica en la elección de la causa.

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--No comprendo.
--El Bien y el Mal no son más que las dos caras de la moneda. La magia es la
misma en cualquier caso, una potencia neutral, como la energía nuclear. Y como
toda energía, puede utilizarse para bien o para mal, dependiendo de las
intenciones. La magia no es de nadie y es de todos, cualquiera pude ser un Mago,
incluso yo mismo –el anciano sonrió, señalando hacia su taller de androides--, que
me dedico a crear vida sintética.
--No parece usted el típico Mago –Jasón le devolvió la sonrisa.
--Bueno, un verdadero Mago no necesita llevar túnica ni varita mágica.
Eso le hizo recordar a Jasón su encuentro con aquel hombre del hábito negro y el
cayado de madera en la mano, que afirmaba ser el Diablo.
--Ese se hombre que mencionas –repuso el anciano cuando Jasón hubo acabado
de relatarlo--, ese hombre también era un Mago.
--Pero entonces, ¿cuántos tipos de Mago hay?
--Es el mismo adoptando facetas diferentes.
--¿Puede hacer eso?
--Claro, un Mago puede hacer cualquier cosa. Tú, por ejemplo, ya eres un
aspirante a Mago –hizo una pausa y añadió--, un Elegido.
--¿Cómo lo sabe? –replicó alucinado Jasón.
--Lo he comprendido al instante. Tu viaje a través del Espejo fue una prueba
iniciática, en la que pasaste por varias etapas, cada vez más difíciles y
arriesgadas. No todo el mundo supera una prueba tan dura como la que has
atravesado, donde son muchos los convocados pero pocos los Elegidos. Te doy la
enhorabuena, porque ya casi has llegado al final.
--¿Casi? –repitió Jasón.
--Todavía te queda la prueba definitiva, la clave que resuelve todo el misterio. Es
como una llave concreta perdida entre otras muchas. Cuando la encuentres
podrás abrir la cerradura del tesoro que aguarda en el interior.
--¿Cómo sabe usted todo eso?
--Porque yo también fui un Elegido en su momento.
--¿Y ahora es un Mago? –preguntó abiertamente Jasón.

El anciano sonrió, alzándose de hombros.


--Todo Mago es ambivalente y engañoso, ninguno dice nunca toda la verdad,
porque la esencia de su mensaje ha de resolverla uno mismo.
--¿Cuándo afrontaré la última prueba de la que habla?
--Cuando descubras a la persona disuelva tu maleficio.
--Eso quisiera yo –replicó Jasón desalentado.
--Busca en tu corazón y no te rindas nunca.
--Estoy harto de todo esto, ya no quiero seguir adelante.
--Has llegado a un punto de tu destino en el que no existe retroceso. Un Elegido
tiene poder para elegir no ser un Elegido, pero ni siquiera con todo su poder
podría ser un Elegido que ha elegido no ser un Elegido.
Jasón suspiró:

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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR

--Toda esa filosofía suena muy bien, pero yo sigo llevando una máscara para
ocultar mi rostro desfigurado. Todavía no comprendo el castigo del Diablo.
--Mira –explicó el anciano--, la raíz original de persona es máscara. En realidad,
proviene del uso al designar el antifaz que los primeros actores utilizaban para el
teatro: per-sona, es decir, por-sonido o a través del sonido. La máscara servía
como vehículo para proyectar más lejos la voz, y en un sentido más amplio, a todo
lo que sale del interior, el aliento, el alma. De ahí que la pareja de máscaras (la
que sonríe y la triste) fuese usada desde hace siglos como el símbolo del teatro, la
comedia y la tragedia. Sin embargo, al principio nació como un elemento
ceremonial en los rituales iniciáticos de la Grecia clásica. La máscara simboliza en
psicología la necesidad humana de mantener el Ego a salvo, eso que conocemos
con el nombre de personalidad, es el velo de las apariencias, el éxito, la belleza;
en resumen, la persona idealizada que deseamos aparentar en sociedad.
--Como si la persona se convirtiera en personaje –coligió Jasón.
--Claro –asintió el anciano--, y eso es lo que te ocurrió al atravesar el Espejo
Mágico. Perdiste tu Ego para encontrar a tu verdadero Yo, que habita mucho más
allá de las apariencias y de la personalidad.
--¿Pero por qué fui castigado?
--Al desfigurarte la cara por incumplir el pacto de no enamorarte mientras durase
la prueba, el Diablo te impulsó a vivir como si fueras el protagonista y el autor de
tu propia existencia, lo cual significa la mayor aspiración del humano.

Cuando acabó la cena, Jasón volvió a la calle, aunque fuera plena noche,
declinando la hospitalidad del anciano y su nieta. No tenía miedo a nada ni a
nadie, pues era un Guerrero entrenado para el combate. Perdido en el laberinto de
callejones, echando de menos los consejos de Leporello, que había resultado ser
el Juez Supremo del Círculo Hermético, se acurrucó en un rincón para descansar
un poco y recapacitar. Estaba muy fatigado, pero le resultaba imposible dormir,
porque no podía dejar de darle vueltas a lo que le había dicho aquel peculiar
fabricante de autómatas, como seres desprovistos de alma.

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X
LA MUERTE

Durante la iniciación se pide al novicio que abandone toda ambición intencionada


y todo deseo y se someta a la prueba, dispuesto a sufrirla sin esperanza de
triunfo; tiene que estar dispuesto a morir, y aunque la señal representativa de
dicha prueba puede ser muy dolorosa, la intención es crear la sensación simbólica
de la muerte, de la que surgirá la sensación simbólica del renacimiento
Carl G. Jung

El ser humano que no sabe por qué razón estaría dispuesto a morir no sabe vivir
Martin Luther King

Para renacer a una nueva vida es necesario morir, como enseña el simbolismo
alquímico del Ave Fénix al resurgir de entre las propias cenizas. El Arquetipo del
Héroe debe morir para regresar a su mundo liberado de todos los defectos. Vence
a la muerte con la propia muerte. Como dejó escrito Carl Jung: Aceptar el hecho
de que perecemos en el tiempo, es una especie de victoria contra el tiempo. Por
eso, estar dispuesto a morir, aceptarlo con valentía, ya es un paso de gigante
hacia el objetivo.

Lo significativo de todo proceso iniciático es que no deja rastro aparente que


puedan descubrir los demás. Quien regresa del otro lado del Espejo Mágico lo
hace cambiado por completo, pero en apariencia seguirá siendo el mismo.

Tal como señala Jung, de la mitad de la vida en adelante, sólo permanece vivo
aquel que voluntariamente quiera morir con la vida. O como dejó dicho Goethe,
mientras no mueras y resucites de nuevo eres un desconocido en tierra extraña.

Sólo tras la muerte simbólica, los Elegidos pueden optar a un rango superior,
porque la muerte no es el último Arquetipo, sino el primero de una un ciclo más
elevado. Eugen Herrigel matiza: estar libre del mido a la muerte no significa que,
en los buenos momentos, uno crea no estremecerse ante ella y confíe en saber
afrontar la prueba. Quien domina la vida y la muerte queda libre de todo temor,
hasta el punto de que ya no es capaz de experimentar la sensación de miedo.

Al regresar de su largo periplo iniciático, tras la resurrección simbólica, el Héroe


comprueba que ha cambiado, que la gente ha retrocedido mientras él ha
evolucionado. Por eso ya nadie le reconoce.

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La lección es que debemos perder lo tenemos para encontrar el tesoro de todo


aquello cuanto deseamos, desprenderse de lo antiguo para ganar lo nuevo.
Desprenderse incluso de la propia vida, perder el miedo a la muerte. Todo el
sufrimiento soportado sin venirse abajo le otorgan al Héroe el poder de regresar a
su mundo convertido en un Avatar, porque ahora pertenece también al Círculo
Hermético, igual que todos aquellos que trabajan desde su cometido particular por
la evolución de la Humanidad.

No es lo mismo identidad que personalidad. La identidad es individual y la


personalidad colectiva. Ya lo dijo Stendhal: un hombre puede adquirirlo todo a
solas, excepto su personalidad. Si la cara es el espejo del alma, la máscara
denota que quien la lleva no tiene alma o desea ocultarla. Por eso no deberíamos
temer a la máscara, sino a la persona que se oculta detrás.

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ONCE

Al amanecer Jasón se levantó, harto de aquella prueba tan agónica. Él no quería


ser un Elegido, únicamente anhelaba volver a casa y olvidarse de todo. Pero ya no
tenía hogar, sólo era un vagabundo sin pasado y sin identidad, cuyo grave defecto
físico le condenaba para siempre a no ser amado jamás. Deseando acabar cuanto
antes con aquel absurdo padecimiento, comenzó a subir hacia las colinas, donde
antaño se citaba con Ariadna, su amor platónico de la juventud, que seguramente
habría perecido hace tiempo, asaltada como la pobre niña ciega del anciano
fabricante de androides.

Quería llegar hasta el antiguo templo en ruinas y lanzarse desde allí al acantilado.
La muerte lo liberaría de aquella pesadilla sin sentido en pos de un objetivo que ya
ni siquiera recordaba. Porque desde hace años marchaba en dirección a una meta
imposible, como el pobre ratoncillo de laboratorio que corre dentro de la rueda sin
saber cómo detenerla.

Si no hubiese dado aquel fatídico primer paso hacia el Espejo Mágico, por culpa
de su inquieta curiosidad juvenil, tal vez ahora sería una persona normal, un
ciudadano cualquiera, resignado con un trabajo para ganarse la vida y una
existencia sin expectativas, contento ante las frágiles briznas de felicidad que se
dignara ofrecerle la providencia. Caminaba deprimido, mirando hacia el suelo. Por
eso no la vio hasta que la tuvo delante, sentada en el viejo muro de piedra.
--¡Perséfone! –exclamó alucinado.
--Hola Galahd –saludó ella, sonriendo por debajo de la máscara.
--No estás muerta –constató Jasón.
--Tú tampoco.
--¿Qué haces aquí, por qué no regresaste a tu mundo?
--Este también es mi mundo –aclaró ella.
--¿En serio? Nunca lo hubiese imaginado.
--Me marché cuando era una jovencita. Soy la hija del Rey –confirmó ella--, la
Princesa de Ciberia.
--Me dijeron que al Rey lo mató el Sumo Sacerdote.

La chica negó:
--El Sumo Sacerdote no existe, sólo es una creación imaginaria de la gente.
--Pero entonces –replicó perplejo Jasón--, ¿quién controlaba Ciberia?
--Nadie, todo es producto del azar.
--¿Y qué pasó con tu padre?
--Murió de viejo, como todos lo haremos.

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Jasón había comenzado a temblar. Un presentimiento se abría paso desde lo más


profundo de su corazón hacia su conciencia.
--¿Por qué no estás en el palacio, qué haces en este lugar tan alejado?
--Estaba esperándote.
--¿A mí –parpadeó Jasón--, cómo sabes que yo venía por aquí?

Pero casi antes de formular del todo la pregunta, Perséfone se desprendió de la


máscara que le ocultaba el rostro, cuya carne parecía un horrible muñón
cicatrizado. Jasón la miraba boquiabierto, paralizado por el asombro. Entonces
ella le arrancó la máscara de arcilla y cera que tan habilidosamente le había
modelado Leporello. Avergonzado, Jasón se llevó las manos a la cara intentando
esconder su rostro masacrado por causa del maleficio que le había convertido la
cara en una repugnante masa de carne sanguinolenta.
--¿No me reconoces? –dijo ella, dejando escapar un suspiro--, soy Ariadna.

Jasón la miraba intentando reconocer a la jovencita con la que antaño se citaba


todas las tardes en el crepúsculo, imaginando historias imposibles, mitos y
leyendas que habían acabado convertidas en realidad. Sí, ahora que le prestaba
mayor atención, aquella joven era el amor platónico de su juventud.
--¡Ariadna! –exclamó Jasón, rebosando alegría--, te creía muerta.
--No es tan fácil acabar conmigo.
--¿Por qué te fuiste si eras la Princesa de Ciberia?
--No podía dejarte marchar solo. Al día siguiente, seguida por un grupo de
cortesanos, abandoné mi vida ociosa y escapé de la ciudad. Pasamos junto a la
casa de un hombre misterioso, que afirmaba ser el Diablo. Me dijo que si deseaba
recuperarte debería soportar una dura prueba y yo confirmé que haría lo imposible
para reunirme contigo. No recuerdo muy bien lo que ocurrió después, pero de
pronto me vi en otra época, viajando en una lujosa carroza, junto a los cortesanos
transformados en soldados armados y yo vestida como las Princesas medievales.
--¡Tú eras la chica del carruaje! –comprendió Jasón--, por eso me impresionaste
tanto. ¿Pero por qué te hiciste Guerrera?
--Cuando los cortesanos me abandonaron, cansados de trotar sin rumbo, un juglar
con el que me tropecé por el camino me dijo que si quería recuperar mi rango de
Princesa tendría que besar a un ser humano tan repugnante como un sapo, como
en los cuentos de hadas que yo había leído de niña; porque aquel sapo era en
realidad un Príncipe, que me ayudaría para recuperar el Trono. Le pregunté al
juglar dónde localizar a ese hombre convertido en sapo y me dijo que aparecería
en el momento adecuado, pero que mientras tanto debía conquistar el título de
Dama, para lo cual tenía que demostrar mi valor ejerciendo durante un tiempo
como Guerrera. Me recomendó a una buena Maestra, que me adiestró en la
filosofía del combate y en el uso de la espada. El resto ya lo conoces.
--Lamento mucho no haberte reconocido entonces, Ariadna.
--Yo tampoco te reconocí. Para mí eras Galahd, el intrépido Guerrero de rostro

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impasible que soñaba con seducir a una Princesa. Me gustabas mucho, pero no
sabía quién eras.
--Y ahora, ¿cómo me has reconocido?
--Nadie sube hasta este lugar tan solitario, sólo tú y yo. Era nuestro secreto,
¿recuerdas? Por eso sabía que si esperaba lo suficiente acabarías regresando.
--Pues menos mal, porque pensaba tirarme por el precipicio –confesó Jasón,
abatido--, y la verdad es que aún estoy pensando en hacerlo. Me alegro mucho de
volver a verte, pero con el defecto que acarreamos ya nada será como antes.
Nadie te reconocerá, no podrás reclamar el Trono.
--Lo mismo pensé yo, por eso también tuve la tentación de arrojarme al vacío.
Pero entonces recordé las palabras del juglar y supe que había llegado el
momento adecuado.
--¿Qué insinúas?

Ariadna no dijo nada. Dio un paso hacia Jasón y le otorgó un cálido beso en boca,
de aspecto tan repugnante como la de un sapo. Entonces hubo un fuerte
fogonazo, que les obligó a cerrar los ojos. Cuando los abrieron de nuevo, ambos
habían recuperado su verdadero semblante. La rana y el sapo, gracias a la fuerza
transformadora del Amor, se habían convertido en el Príncipe y la Princesa.

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XI
LOS ENAMORADOS

El segundo poder de las profundidades es Eros. Allí donde dos seres se aman
sustraen una parte de su terreno al Leviatán
Ernst Jünger

El amor no es el deseo entre dos personas, sino el misterio que las une
John Fowles

El Amor vence incluso a la misma Muerte y es la principal fuerza del Universo,


porque unifica los opuestos al fundirse. El Ying y el Yang, lo Masculino y lo
Femenino. Según Hesíodo, Eros unió las energías primordiales y opuestas
―trayendo armonía al caos‖. A través del Amor cada uno descubre su destino
individual y lo brinda para un proyecto común, en beneficio de lo colectivo. El Amor
salva a la persona y a los demás.

Para Sallie Nichols, la potencia fogosa de Eros va más allá de la pasión sexual. En
el sentido alquimista es el “fuego divino” que hay que mantener necesariamente
para la Gran Obra y trascender el ego, y para el descubrimiento del sí-mismo.

El Diablo tienta a los amantes para que descubran su verdadera naturaleza y


conquisten su destino, más allá de la engañosa comodidad que disfrutan dentro
del Paraíso. Como en el relato bíblico de Adán y Eva, Jasón y Ariadna se ven
arrojados lejos de la perfecta Ciberia para forjar su identidad y fundirse luego en
un objetivo común, retornar dignificados por el sacrificio como Príncipe y Princesa.

El Diablo impone no enamorarse porque toda prueba iniciática debe acometerse


de forma personal, aunque tenga por finalidad forjar al individuo para que sepa
compartir su vida con la persona elegida para llevar a cabo su destino. El primer
paso es la expulsión forzosa de la vida confortable y la pérdida de la antigua
identidad, simbolizada por el hechizo maligno que desfigura el rostro.

Como reseña el simbolista escritor británico John Fowles interpretando el


mencionado relato bíblico: Adán es el rechazo a todo cambio y la fútil nostalgia por
la inocencia de los animales. La serpiente es la imaginación, la capacidad de
comparar, la conciencia propia. Eva es la asunción de la responsabilidad humana,
de la necesidad de progresar y de la necesidad de controlar el progreso. El Jardín

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del Edén es un sueño imposible. La Caída es el proceso esencial de la evolución.


El Dios del Génesis no es más que una personificación del resentimiento de Adán.

Nadie puede desprenderse por sí mismo de la máscara que oculta nuestra


verdadera personalidad. La máscara sólo podrá eliminarla otro ser humano en
semejante circunstancia. Nos hace falta otra persona para despojarnos del
complejo, aquel que nos ama, cuya entrega incondicional nos dignifica, extrae de
nuestro más profundo interior la verdadera esencia de lo que somos. Al aceptar al
otro tal como es (al besar a la rana o al sapo) le salvamos a él y nos salvamos
nosotros, le convertimos y nos convertimos en Príncipes.

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DOCE

El día de la proclamación brillaba un sol resplandeciente, como si la naturaleza


entera celebrase la buena noticia de los amantes por fin unidos. Los ciudadanos
ocupaban la gran plaza en torno al palacio de Ciberia, emocionados. Ariadna,
liberada del hechizo que afeaba su rostro, más hermosa que nunca, fue
reconocida como la legítima heredera, la Princesa de sangre azul que podía
devolverles la dignidad perdida. El gentío aclamaba la proclamación de aquellos
dos jóvenes tan atractivos, aunque sin adivinar las penalidades y pruebas por las
que habían tenido que pasar para merecer el ascenso a gobernante supremo.

Jasón y Ariadna relucían vestidos con el traje de gala, saludando desde la


balconada central del palacio. Él hubiese querido compartir aquel momento de
gloria con Leporello y su Maestro, pero comprendía que ambos, desde la realidad
cotidiana, sólo eran roles, arquetipos habitando el mundo fabuloso del Espejo
Mágico, que Ariadna y Jasón atravesaron como Alicia en el País de las Maravillas.

Poco a poco, tras la proclamación, Ciberia fue recuperando la normalidad y la paz,


el equilibro medio entre progreso, tecnología y moral. Ya no era una metrópoli
espejismo, un paraíso ficticio, fundamentado en la realidad virtual. Su cometido
como metrópoli de todos era la felicidad de los ciudadanos, respetando su el nivel
evolutivo particular. No era una ciudad perfecta, porque lo perfecto no existe, pero
estaba en manos de todos hacerla lo más habitable y saludable posible, como un
paraíso en la Tierra, donde procrear y transformar el mundo.

Jasón había designado al anciano constructor de androides como su consejero


particular, que ahora residía en palacio junto a su nieta.
--El ser humano es bueno y malo a la vez –decía paseando con Jasón por los
jardines de palacio--, no somos ni ángeles ni demonios, pero portamos una mezcla
de ambos. El intento de acabar con el Mal del mundo eliminando al demonio que
llevamos dentro nunca funciona, pues eliminando al demonio matamos también al
ángel.
--Entonces –preguntó Jasón--, ¿qué podemos hacer?
--Aprender a convivir con ambos.
--Eso es muy difícil, como intentar avanzar en direcciones opuestas.
--De la tensión entre los opuestos aparece la energía que puede cambiar el
mundo. La falta de tensión debilita la conciencia, nos hace bajar la guardia, elimina
el afán humano de conquistar una meta superior, un objetivo, un destino.
--¿Por qué somos tan contradictorios? –quiso saber Jasón.
--Mire Majestad, en el fondo de nuestro corazón late un ardiente anhelo de gloria,

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belleza y perfección, la nostalgia del espíritu luminoso que fuimos antes de ser
arrojados a las tinieblas por causa del orgullo y la vanidad. Me refiero a Lucifer
(Luz-Bel), cuya luz al apagarse cuando fue desterrado por Dios a la Tierra, nos
dejó sumidos en la oscuridad, ajenos ante todo cuanto nos rodea. Por eso, de
manera subconsciente, proyectamos hacia los objetos y las personas nuestro afán
de belleza y perfección, idealizando la realidad. El resultado es un lamentable
intento de mirarnos en el espejo turbio de nuestra propia ceguera, un espejo que
ya no refleja sino la sombra de lo que pudimos llegar a ser.

Jasón y Ariadna presidían el consejo de sabios creado para gobernar la ciudad,


escuchando atentamente a las personas inteligentes, cultas y bondadosas. El
Amor los había salvado, como en la fábula del Príncipe Sapo y la Rana Princesa.
El Amor era la respuesta, la clave, la palabra secreta, el poder principal del
Universo, capaz de disolver los hechizos y los maleficios que nos atormentan. Por
cierto, aunque Jasón y Ariadna se acercaron alguna vez por la casucha que
presuntamente habitaba el Diablo, nunca encontraron dentro a nadie ni tampoco
rastro del Espejo Mágico, igual que si todo aquello hubiera sido un sueño.
--Soñar puede hacerlo cualquiera –sonrió el anciano consejero--, todo el mundo lo
hace. Lo magistral consiste en materializar lo soñado. La capacidad de imaginar
es la facultad más poderosa del ser humano. Esa es la verdadera magia.
--¿Cuál es la diferencia entre la magia del Espejo y la cibernética?
--No hay ninguna diferencia –explicó el anciano--, como dijo Arthur Clarke,
cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
--Dígame: si el Sumo Sacerdote fue una creación de la conciencia colectiva,
¿quién ha gobernado Ciberia todos estos años para que no terminase destruida
por sus propios habitantes?
--Ha sido ella –señaló hacia su nieta, que permanecía sentada bajo un árbol,
jugando con los pajarillos--, ella lo sostiene todo con su imaginación.
--¿Una simple niña ciega?
--Precisamente por ser niña y ciega su conciencia no tiene límites.
--Por favor –emplazó Jasón--, dígame la verdad. ¿Es usted un Mago?
--Todos lo somos en potencia, Majestad –contestó sonriendo el anciano
consejero--, el verdadero destino del ser humano es convertirse en un Mago.

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XII
EL REY / LA REINA

Siempre que aparece un joven rey en escena, tanto en sueños como en mitos,
simboliza generalmente que un nuevo principio de conducta emerge
Sallie Nichols

El conjunto de todos los espíritus debe contribuir a la ciudad de Dios, el estado


más perfecto que sea posible con el más perfecto de los monarcas
Gottfried W. Leibniz

Los Héroes han alcanzado la etapa final de su viaje, llegando al mismo lugar de
donde partieron. El esfuerzo les ha conducido a merecer el último rango, el
Arquetipo de Rey. Es una gran responsabilidad, para la que sólo sirven los
Elegidos. Este Arquetipo simboliza también la unión de lo masculino y lo femenino
en una sola esencia, unificar el poder para incrementarlo.

El Rey / Reina simboliza el Príncipe arquetípico, la máxima dignidad que puede


alcanzar un ser humano en vida, el guía, el que puede con su poder y su autoridad
construir un mundo mejor para los demás. Todos llevamos dentro a una Princesa
o Príncipe arquetípico, el potencial de superarse y alcanzar el máximo logro. Pero
a dicha meta no puede llegarse solo, nos hace falta la pareja contraria, el
complemento del alma (femenino) y el espíritu (masculino). Sin el paso previo del
Amor nadie puede coronarse como un verdadero Rey / Reina.

Los Reyes necesitan los consejos de un Sabio, representado por el arquetipo de


Mago Bueno, el Mago Blanco de los mitos, las fábulas y las leyendas, como el Rey
Arturo y el Mago Merlín. Tanto el Rey como el Mago representan a la
espiritualidad necesaria para la convivencia del ser humano en constante progreso
y evolución, a pesar de las muchas imperfecciones e inconvenientes, a pesar del
caos que nos rodea. Los griegos lo denominaron ANÂΓKH. Se pronuncia Ananké
y se refiere a la predestinación. Porque para la mitología griega el Fatum, es decir,
el Destino colectivo no es otra cosa que fruto del azar y de la necesidad.

El ser humano habrá de hallar el equilibrio entre tecnología, ciencia y ecología, de


lo contrario no es probable que sobreviva. Tal como lo reflejó Joseph Campbell: el
único mito en el que valdrá la pena pensar en el futuro inmediato es el que habla
del planeta y de cada una de las personas que están en él. Y añade: el objetivo

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moral consiste en salvar a un pueblo, a una persona, o bien en apoyar una idea. El
Héroe se sacrifica por algo, ahí está la moralidad del asunto.

Como en las fábulas y los cuentos de hadas, la vida también puede acabar bien.
¿Qué nos lo impide? Nosotros mismos, esa mentalidad equivocada y conformista,
comodona y cobarde, con la que nos engañamos a nosotros mismos para no dar
el primer paso, aguardado a que cambien las circunstancias. Nos hemos
convertido en una sociedad resignada, demasiado predispuesta a creer que la
vida raramente nos ofrece un final feliz.

EL MAGO

El Mago es sinónimo del viejo sabio, que se remonta en línea directa a la figura del
hechicero de la sociedad primitiva. Es el iluminador, preceptor y maestro. Aunque
como todos los arquetipos, también tiene un aspecto positivo y uno negativo
Carl G. Jung

El destino de todo ser humano es llegar a convertirse en un mago


John Fowles

Como todo al que supera la prueba, al iniciado renacido se le otorga el privilegio


de conocer al poderoso Avatar que lo conducirá en su nueva etapa suprema. Me
refiero al Mago, considerado por Jung como el Arquetipo número trece, aunque no
figura entre los doce, pues el Mago se torna inmarcesible, lo domina todo desde la
sombra. El Mago es el alquimista que ha encontrado la Piedra Filosofal y con ella
puede hacer cuanto desea, incluso desaparecer. El Iniciado, convertido en Elegido
del Círculo Hermético, retorna de su viaje investido con los poderes acumulados al
otro lado del espejo, para utilizarlos en beneficio de todos. Aunque al principio no
sabe cómo hacerlo, todavía está desorientado, aturdido por la cruda dureza de la
prueba, en la que ha perdido todo cuanto quería, incluso el amor de su vida.

Carl Jung es el perfecto ejemplo de Mago moderno. Durante toda su vida estudió
para liberar al ser humano de sus complejos interiores, analizando a fondo el
Tarot, la Mitología, el I Ching, la Alquimia, los Mandalas orientales, el Simbolismo
Arcano, el Taoísmo, la Psicología, el Ocultismo, la Filosofía, El Espiritismo, el
Budismo y la Física Cuántica. Llegó a tanto su poder, que incluso programó su

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propia muerte, su paso controlado hacia el estado incorpóreo y eterno. Como


puede hacer cualquiera que también se lo proponga.

El Mago maneja un poder superior al de la ciencia y la tecnología, el poder de la


transformación personal. Según Campbell, la tecnología no nos salvará. Nuestros
ordenadores, nuestras herramientas, nuestras máquinas no son suficientes.
Tenemos que apoyarnos en nuestra intuición, en nuestro verdadero ser. La magia
es la suma de todos los pensamientos, la proyección de la conciencia sobre la
realidad que nos envuelve. Dicho de otro modo: el exterior tan sólo es un reflejo
del interior. Cada uno lleva dentro a su propio Mago. Que use la magia negra o la
magia blanca es una elección personal.

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EPÍLOGO

La vida es como el Juego de la Oca. Todos permanecemos pautados por el azar


que imponen los dados en el avance de las fichas, pero también todos tenemos la
misma meta y, antes o después, acabamos llegando a ella. En el recorrido,
caemos en vicisitudes que nos retrasan o que nos hacen avanzar más rápido, de
oca a oca, semejante a un salto cuántico. Cada uno avanza según el desarrollo de
su conciencia, pero el juego es el mismo para todos.

Llegar el primero a la meta no supone premio, puesto que su avance lo ha


determinado el azar y la necesidad, nunca el mérito. Por eso, en el Juego de la
Oca, lo verdaderamente importante se centra en jugar. Es decir: no tomar
demasiado en serio la vida. Como escribió Hermann Hesse, Premio Nóbel de
Literatura: La desesperación es el resultado de pretender tomarse en serio la vida
con todas sus bondades, la justicia y la razón, y de cumplir con sus exigencias.

La vida no es más que un juego de rol sometido al azar y los avatares. La mejor
manera de jugar es adoptar un rol, un Arquetipo, usando el término acuñado por
Jung. Nuestra misión es intervenir activamente dentro del Juego de la Vida gracias
a la personalidad (máscara) que asumimos. O tal como refirió Montaigne,
deberíamos vivir la vida como si fuera la de un personaje ficticio.

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