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DE SAPOS A PRÍNCIPES © JOAQUÍN de SAINT AYMOUR
DE SAPOS A PRÍNCIPES
(y de Ranas a Princesas)
Una historia sobre lo que somos…
y lo que podemos llegar a ser
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INTRODUCCIÓN
Las fábulas y los cuentos de hadas estaban llenos de mensajes muy útiles en
forma de metáforas y alegorías. Los personajes de aquellas narraciones eran
Arquetipos, es decir modelos de comportamiento que habitan dentro del
Inconsciente Colectivo desde que apareció el ser humano sobre la Tierra.
El Arquetipo es una imagen ancestral que conlleva una enorme potencia para el
cambio y la transformación personal. Cuando asumes un nuevo Arquetipo, su
simbolismo activa en tu interior un estímulo psicológico desencadenando
acciones, emociones y comportamientos que condicionan tu vida y tu futuro.
El Arquetipo nos condiciona como si llevásemos una máscara, pero sin saber a
qué personaje corresponde. Ignoramos si pertenece a una comedia o a una
tragedia, como si cayéremos de golpe dentro de una representación teatral o de
una película y no supiéramos qué papel ni qué personaje asumir.
Aunque los Arquetipos determinan en una gran parte nuestro destino, el futuro no
está escrito, podemos transformarlo cambiando de Arquetipo, asumiendo uno más
generativo, de acuerdo al resultado que deseamos obtener.
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El célebre psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung sintetizó los Arquetipos,
derivados del Zodíaco y basados en los Arcanos Mayores del Tarot. Jung dedujo
que nuestro Arquetipo Predominante condensa una buena parte de las cualidades
y defectos del correspondiente signo zodiacal. Pero mientras el Zodíaco es fijo
(determinista), los Arquetipos pueden asumirse voluntariamente.
Es increíble lo poco que sabemos del juego al que venimos jugando toda la vida.
Las antiguas fábulas y los cuentos de hadas, hoy día representados por el cine y
la literatura (El Señor de los Anillos, Star Wars, La Bola del Dragón, Harry Potter,
Las Crónicas de Narnia, Los Juegos del Hambre…) fueron creados para
enseñarnos a cambiar de Arquetipo, pero en esta época tan racional parece que
no hay sitio para relatos considerados infantiles.
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UNO
Jasón y Ariadna nunca hubiesen podido adivinar lo que les deparaba el destino,
felices todavía en su mundo de sueños, a esa edad en que los jóvenes viven
entregados a la felicidad. Se citaban en las ruinas de un antiguo templo enclavado
sobre la colina más alta de la ciudad. Aquel era un lugar solitario, donde nadie
subía nunca, su territorio secreto. Desde que se conocieron la primera vez, subían
cada uno por su lado y pasaban el tiempo, sentados en un viejo muro del templo
abocado a un profundo precipicio, contemplando el crepúsculo de la ciudad
extendida por debajo, con todas las luces encendidas, como un manto de brasas
incandescentes. Jasón no sabía nada de aquella chica. Le atraía mucho su
melancólico carácter y su cándida belleza, pero como era demasiado joven y
tímido, no sabía cómo expresarle su sentimiento hacia ella.
Residían ambos en una moderna ciudad diseñada sobre los restos de otra mucho
más antigua, renombrada como Ciberia, en cuya edificación habían intervenido los
mejores ingenieros, informáticos y arquitectos para que la vida dentro del
perímetro acotado por unas altas murallas de hormigón resultase perfecta, similar
a un gigantesco invernadero humano. Pero para un adolescente con el corazón
alterado y la cabeza en ebullición resultaba un lugar poco apasionante, por eso
Jasón pasaba el tiempo leyendo antiguas historias de países y épocas lejanas,
imaginando aventuras que nunca podría llevar a cabo.
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voluntario, ejercido tan sólo como pasatiempo; las tareas menos gratificantes eran
llevadas a cabo por sofisticados androides, los centros educativos eran divertidos
lugares multimedia donde los niños aprendían sin esfuerzo, las personas adultas
pasaban la mayor parte de su tiempo dedicadas al ocio. En Ciberia todos eran
iguales, no había diferencias económicas ni sociales. Nadie aspiraba ni necesitaba
tener más de lo que a cada cual otorgaba Su Majestad el Rey, un hombre
inteligente y bondadoso, que habitaba en su moderno palacio ubicado en el centro
de la ciudad, aunque nadie lo hubiese visto, porque nunca salía de allí.
Sólo Jasón, incentivado por lo que leía en los viejos libros que acumulaba el
comercio regentado por su padre, sentía curiosidad por saber qué había más allá
de las brumosas fronteras divisadas desde la colina donde se citaba con Ariadna,
por mucho que sus padres, y los padres de sus amigos, le habían dicho en
bastantes ocasiones que al otro lado de las murallas que cerraban la ciudad para
protegerla tan sólo encontraría un páramo desolado y sin habitar, con el aire
contaminado y el medio ambiente reducido a las mínimas formas de vida botánica,
porque animales ya no quedaban, todos habían perecido. La leyenda de una
devastadora catástrofe de proporciones mundiales aún permanecía en las
conversaciones, aunque ningún ciudadano lograse recordar aquella lejana época,
borrada del inconsciente colectivo mediante ondas electromagnéticas emitidas
desde palacio por la sofisticada tecnología en manos del Sumo Sacerdote.
La librería estaba en uno de los caserones más antiguos, de los pocos que todavía
quedaban en la ciudad, un lugar polvoriento, con libros apilados hasta el techo,
como un hangar, por cuyas claraboyas penetraba la luz exterior disolviendo la
penumbra. El padre de Jasón, un hombre taciturno pero inteligente, regentaba
todo aquello como si fuera el guardián de un viejo museo abandonado, para los
pocos ciudadanos que aún preferían los libros de papel y no los electrónicos.
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En Ciberia no se hacía el amor para tener hijos, ya que sin el debido control sobre
los nacimientos no podía garantizarse la calidad genética de los gestados. Por
eso, quien quisiera descendencia, y siempre bajo supervisión gubernamental, con
el fin de mantener a raya el número recomendable de la población interior, podía
someterse a la clonación de una criatura mediante fecundación asistida por
ingeniería genética, para que así el nuevo ser humano naciese perfecto, sin la
menor deficiencia y con la promesa de una gran longevidad.
Jasón era un chico moreno, sano y muy guapo, de grandes ojos azules y mirada
limpia, muy bien educado por sus padres, personas cultas, honestas y cabales,
que le habían inculcado valores antiguos ya en desuso. Era un joven imaginativo e
idealista, de comportamiento cívico y bondadoso, que alternaba el tiempo entre su
amor platónico y la profunda librería de su padre, donde pasaba muy buenos ratos
entre las páginas de aquellos viejos libracos repletos de leyendas antiguas, junto
al viejo gato, siempre dormitando entre los libros.
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El chico se había leído toda la obra de Julio Verne, un visionario escritor francés
capaz de adivinar lo que sucedería en el futuro, aunque ni él ni nadie hubiesen
logrado vaticinar inventos como Internet y el Hiperespacio. Ni tampoco la
destrucción de la Humanidad; o quizá lo hubiese predicho el Apocalipsis, un
antiguo libro requisado por las autoridades, que ningún ciudadano había leído
jamás, porque todo cuanto tuviese que ver con la religión antigua era materia
desconocida en Ciberia, cuya única espiritualidad era el progreso científico y
tecnológico. Pero el relato preferido de Jasón era el que contaba las hazañas del
Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, ese mundo medieval poblado de
castillos, princesas y dragones, al que soñaba con pertenecer.
Una noche, con la cabeza turbada por aquellas apasionantes historias del pasado,
envenenado por el poder evocador de la literatura, Jasón se levantó de la cama,
salió de casa sin que sus padres lo notasen y atravesó la ciudad dormida,
procurando que no le viese nadie. Rebasó los altos muros de Ciberia por un lugar
que conocía y echó a caminar con rumbo desconocido. Al cabo de un tiempo se
sintió desfallecer, aunque allí no estaba su madre para poder atenderlo con el
cariño de costumbre, así que comenzó a dudar si seguir adelante o dar por
concluida la escapada. Pero como estaba intrigado por lo que habría fuera de las
murallas, decidió continuar un poco más. La metrópoli había quedado lejos y ante
sí continuaba el sendero, cada vez más angosto y pedregoso. Un poco más allá
vio una casucha de piedra, más bien una humilde chabola, por cuya chimenea
salía un ligero rastro de humo; algo bastante insólito, pues el fuego era una
reminiscencia del pasado, que ya no se utilizaba nunca en Ciberia.
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Javier dudó ante aquel extraño argumento. Había oído hablar y leído sobre los
ciegos, pero ahora ya no quedaba ninguno, porque cualquier deficiencia física de
nacimiento era solventada por la ingeniería genética disponible.
--¿Qué hace usted aquí? –preguntó.
--Tentar a los viajeros que van de paso. Es mi cometido.
--¿Qué significa tentar?
--Despojo a la gente del velo que lleva sobre los ojos.
--¿Para qué?
--Para empujarlos a descubrir la realidad que les rodea, y no el engaño virtual en
donde viven, con todos los habitantes programados desde palacio, hasta el punto
de que ya nadie conoce su verdadera identidad.
--Yo sí conozco mi verdadera identidad –opuso Jasón.
--¿Qué sabes de ti mismo?
--Soy el hijo de un buen hombre, vendedor de libros antiguos.
--Lo sabes porque te lo han dicho. ¿Pero y si te hubieran mentido?
--¿Cómo van a mentirme mis padres?
--¿Quién te asegura que son tus padres?
--¿Por qué no iban a serlo? –replicó Jasón, cada vez más inquieto.
--Imagina por un momento que fueras un androide, un ser sintético sin espíritu,
similar a las mascotas artificiales que pueblan tu orgullosa ciudad.
--¡Yo no soy un androide –rechazó Jasón--, tengo personalidad propia!
--Eso tampoco lo sabes, porque los androides utilizados como siervos fueron
programados de antemano para que no se revelaran jamás. Quizá no lo sepas,
pero en Ciberia existen cada vez más humanoides, abundan entre las
generaciones más jóvenes, planificado por el Sumo Sacerdote para ir sustituyendo
a la población humana por otra cibernética, mucho más dócil y manejable.
A Jasón todo aquello le parecía tan absurdo que no creyó ni una palabra. Cansado
de la caminata nocturna, comenzó a sentir sueño y bostezó.
--Perdone, todo eso suena interesante, pero estoy un poco fatigado.
--Puedes quedarte a dormir –el hombre señaló hacia un pequeño jergón--, te
despertaré cuando amanezca para que prosigas tu camino.
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todo lo que desease, acumular más allá de lo que necesitara. En aquel mundo, si
uno era listo, podía conseguir que los demás trabajasen para él. Pero también era
un territorio lleno de intrigas y riesgos, donde las personas no conocían la paz,
porque la guerra era uno de los principales negocios. Por primera vez vio los
estragos de la enfermedad y el dolor, la vejez y la muerte.
Aquel mundo era un lugar sin armonía, donde la gente trabajaba mucho por
obtener un poco de dinero, como esclavos ante unos cuantos gobernantes que lo
dominaban todo controlando la riqueza disponible. La masa trabajadora buscaba
consuelo en espectáculos masivos, acudiendo a cultos que hablaban del más allá
y afiliándose partidos políticos. Eran gente supersticiosa y manipulable, adoraban
a deportistas, músicos de rock, estrellas del espectáculo, celebridades o líderes
políticos y espirituales que surgían de vez en cuando prometiendo la salvación, la
existencia de un quimérico paraíso inalcanzable. Pero sólo para esclavizarlos aún
más y que continuasen trabajando con la esperanza de alcanzar semejante
quimera sin oponer ninguna resistencia contra el sistema, infelices y desgraciados.
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I
EL INICIADO
Pero impulsado por algún mentor, que suele aparecer en la vida con los rasgos de
un tentador, el Iniciado avanza el primer paso en busca de sí mismo, de su destino
particular y no colectivo en la vida. Una vez que da ese paso, ya no podrá volver
atrás, ya no podrá ignorar lo que sabe y seguir en la ignorancia. La prueba que ha
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DOS
Jasón abrió los ojos y comprobó que todo había sido un sueño.
--Es hora de continuar tu viaje –anunció el hombre del hábito negro, de pie junto al
camastro, con su cayado de madera en la mano.
--He tenido una pesadilla --dijo Jasón, incorporándose para marcharse--, acabo de
ver en sueños el mundo que hay más allá de Ciberia, y no me gusta. No pienso a
seguir adelante –reconoció abatido--, regreso a la ciudad.
--Como quieras –dijo el hombre, indiferente--, pero la verdadera vida está más allá
de las murallas donde habitas. Cuando quieras conocerla, ven a verme. Yo puedo
mostrarte cómo conquistar el mundo y conseguir lo que más deseas.
Jasón terminó pensando que aquel hombre no andaba muy bien de la cabeza.
Salió al exterior de la miserable chabola donde había pasado la noche y echó a
caminar de regreso a su moderna metrópoli. Amanecía cuando llegó a casa. Los
padres le acogieron felices por verlo aparecer sin incidentes, preocupados pero
aceptando de buen grado lo que suponían una simple travesura motivada por su
curiosidad.
--Más allá de las murallas no hay nada –regañó el padre con cariño--, el mundo
que describen los antiguos libros de Historia ya no existe.
--Tenías razón –admitió Jasón--, lo siento.
Cuando subió al templo en ruinas, Ariadna lo estaba esperando desde hace horas
y le recibió con lágrimas en los ojos, porque nunca faltaban a la cita.
--Pensé que me habías abandonado –sollozó.
--Perdona, he pasado la noche fuera de la ciudad.
--¿Por qué has hecho eso?
--Necesitaba ver lo que hay fuera de nuestra frontera.
--Olvídalo –suplicó ella--, todo lo que puedas desear lo tienes aquí.
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espejismo. Poco después caí dormido y tuve un sueño donde pude contemplar el
mundo tal como es, la existencia que hay más allá de nuestras murallas.
Una noche oscura y sin luna, cuando caía una fuerte tormenta, filtrada por el
sofisticado escudo antibacteriano que protegía el entorno atmosférico de Ciberia,
Jasón escapó de casa por una de las ventanas que daban al casco antiguo. Cruzó
de nuevo las murallas por el mismo lugar que la vez anterior y enfiló el sendero
que lo alejaba de la ciudad. Cuando avistó la humilde casucha, Jasón estaba
empapado. Aterido de frío, llamó a la puerta. El hombre del hábito negro abrió
enseguida, como si lo estuviera esperando, y le ofreció acercarse a la lumbre para
calentarse. Fuera, entre rayos y truenos, arreciaba la tormenta.
--El otro día me mintió –fue lo primero que dijo, iluminado por las llamas de la
chimenea--, usted no es el Diablo, sólo es un hechicero.
--¿Quién te ha dicho eso?
--Mi padre, que lo sabe todo. Es el hombre más culto de la ciudad.
--No soy yo, sino tu padre quien te ha mentido.
--¿Cómo se atreve a decir eso?
--El Sumo Sacerdote os mantiene a todos en la ignorancia, ciegos ante la realidad
del mundo. Te lo advertí: Ciberia no es más que un espejismo, una creación
virtual. Ni siquiera el Rey existe, murió hace años, dejando al heredero del Reino
prisionero en su propio palacio, donde nadie ha entrado nunca, prisionero del
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El buen librero intercambió una mirada con su mujer, que asintió levemente antes
de soltar un profundo suspiro.
--Sí –reconoció el padre por fin--, el Rey murió hace años, pero el Sumo Sacerdote
no ha querido comunicárselo a los ciudadanos para no propagar la inquietud que
generaría la triste noticia. Por eso ahora ejerce como regente hasta que el
heredero cumpla la mayoría de edad y pueda subir al Trono.
--Pero entonces, el Sumo Sacerdote nos miente, ha ocultado la muerte del Rey.
Eso es muy grave, si la gente lo supiera se rebelaría.
--Y qué ganamos con rebelarnos –replicó la madre--, alguien tiene que gobernar la
ciudad. Necesitamos su poder para protegernos de los peligros que afligen al
mundo que has podido ver en tu sueño.
--Así que lo sabíais todo y me habéis mantenido engañado –replicó Jasón con
lágrimas en los ojos--, yo confiaba en ti –reprochó dirigiéndose a su padre--, y
ahora resulta que tú también estás de acuerdo con toda esta farsa.
--No es una farsa –negó la madre, compasiva--, son los efectos de la magia. Sin
ella Ciberia desaparecería con todo lo que hay dentro.
--¡Pero ese poder nos impide ser libres! –clamó Jasón, enfurecido.
--La libertad es una quimera, un ideal imposible –intervino el padre--, durante
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siglos lo único que causó fue derramamiento de sangre, igual que la religión y la
política. La libertad es una utopía del ser humano, todos la defendían con las
armas en la mano, pero luego ninguno deseaba pagar el precio que conlleva. Por
eso aceptamos la magia, incluso sabiendo que se trata de un espejismo, pues el
que vive fuera de la ciudad envejece y muere sin remedio.
--Pues prefiero morir libre a vivir como un esclavo.
--No sabes lo que dices –negó la madre.
--Me voy –resolvió Jasón--, he visto la realidad y ya no puedo seguir aquí,
fingiendo que no pasa nada, sabiendo que todo lo que me rodea es algo ficticio.
Jasón fue a su cuarto, hizo un pequeño hatillo con lo más necesario y atravesó la
ciudad en pleno día, sin preocuparse ya de que lo descubrieran escapando; al
contrario, quería que todos lo vieran marcharse, huir de aquel fingimiento común y
consentido. Pero antes quiso despedirse de Ariadna. Subió a la colina y la esperó
sentado en el muro de las ruinas abocado al precipicio. Ella no tardó en llegar,
como siempre, para contemplar juntos el ocaso.
--Me voy –anunció Jasón--, he venido a despedirme.
--No te vayas, por favor –suplicó ella con toda su dulzura.
--Debo hacerlo, necesito conocer la verdad que nos han ocultado.
--Si te marchas, vendré cada día para esperarte.
Ariadna le otorgó un beso en la mejilla para sellar la despedida, el primero que a
Jasón le concedía una chica.
Lo primero que hizo cuando abandonó Ciberia fue pasar por la casucha para
entrevistarse con el hombre que decía ser el Diablo.
--He vuelto porque quiero conocer toda la verdad.
--Tendrás que soportar una dura prueba.
--Estoy dispuesto.
--Bien, pero antes habrás de aceptar el pacto.
--¿El pacto? –repitió extrañado Jasón.
--El compromiso de no amar a ninguna persona de las que halles por el camino. El
amor es incompatible con la prueba que te dispones a emprender.
Jasón aceptó sin inconveniente alguno, pues todas las personas a las que amaba
se habían quedado en Ciberia, particularmente Ariadna.
--Ahora come algo y descansa —recomendó el hombre--, puedes utilizar el mismo
jergón que la otra vez. Mañana temprano podrás iniciar tu camino.
Jasón obedeció, tomó algo para cenar y se marchó a dormir. Enseguida le invadió
un profundo sopor. El hombre continuaba de pie junto a la chimenea encendida.
Las llamas proyectaban su sombra contra el techo, una silueta demoníaca y
monstruosa. Entonces fue cuando Jasón comprendió que realmente aquel ser de
la túnica oscura era el Diablo. Como tenía la mente muy agitada por los últimos
acontecimientos, cayó sumido en un azaroso sueño.
Estaba de pie, rodeado de figuras humanas pero sin rostro que le observaban en
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II
EL DEMONIO
El Demonio es el daimon griego, una fuerza que nos empuja contra los límites de
la conciencia. Siempre aparece para despertar a la persona de su ceguera,
expulsándola del paraíso metafórico. El Demonio es un Arquetipo que asusta y
sacude la existencia cuando aparece, por eso uno de sus roles más representados
a lo largo de la historia y la literatura es el Diablo, Lucifer, el ángel caído, castigado
por Dios arrebatándole su luz y arrojándolo a las tinieblas de la Tierra. Desde
aquel entonces vive tentando al ser humano, apareciendo en el camino de los
hombres y de las mujeres para perturbar su placentera vida.
El Arquetipo Demonio enseña que todo es posible, que la magia existe, pero que
no es gratuita y el que la quiera merecer habrá de mostrar su compromiso y sufrir
una profunda transformación personal. Muchas personas, cobardes, pusilánimes o
muy acostumbradas a engañarse, tanto que ya ni siquiera se dan cuenta de la
venda que llevan sobre los ojos, rechazan el pacto pensando que hacen lo
correcto, cuando en realidad lo que desean es continuar en el estado de bendita
inocencia para no tener que asumir ninguna responsabilidad.
Sin embargo, es difícil escapar a la propuesta del Demonio, porque conoce muy
bien la naturaleza humana (de hecho, forma parte inseparable del subconsciente)
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Para dar el primer paso hacia nuestro verdadero Destino es necesario abandonar
previamente todo lo que nos encadena, todo lo que amamos y nos condiciona. El
camino del que hablamos ha de iniciarse solo, es un proceso individual, nadie
puede ayudarnos. Por eso el Demonio dice que no debemos amar a nadie.
El Arquetipo Demonio se relaciona con el arcano El Diablo del Tarot. Viene a decir
que si eliges los caminos fáciles no alcanzaras el Destino que te aguarda y al cabo
del tiempo serás muy desgraciado. No debemos caer en la tentación de lo fácil a
cambio de lo mejor. El Demonio nos obliga a desprendernos de todo lo accesorio
para emprender la prueba de superación personal antes de poder integrarnos en
lo colectivo, de amar con todas las consecuencias. Quiere alejarnos de la zona
cómoda donde nos hallamos para que avancemos en el Juego de la Vida. El
Demonio propone desprenderse de los apegos y ligaduras de la vida cotidiana
para emprender solo aquello que Jung llamaba el Camino del Héroe, la Senda del
Gurrero de la que habla el budismo.
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TRES
Jasón despertó de golpe, temblando de frío. Estaba tendido en medio del campo,
todavía con la venda de seda oscura sobre los ojos. Al quitársela vio que se
hallaba desnudo y rodeado de horizontes inhóspitos y desolados. Hizo un
esfuerzo, se levantó del suelo pedregoso y comenzó a caminar sin saber hacia
dónde, pues no reconocía el paisaje. Pero en ese momento vio que alguien se
acercaba por detrás y esperó a que llegara. Era un tipo risible, vestido de paño
verde y con cascabeles cosidos a la ropa, tocando una flauta de madera, como los
bufones o juglares de los cuentos que había leído en su infancia.
--Hola –saludó Jasón--, ¿podrías decirme dónde estoy?
--En Tierra de Nadie –contestó el juglar, dejando de tocar la flauta.
--¿Y en qué año?
--Pues no sabría decirte, aquí los años importan poco –metió la mano en el amplio
zurrón que portaba colgado del hombro, sacó una manta y se la tendió.
--Toma, no vayas a constiparte.
--Gracias –Jasón se cubrió con ella.
--¿Quién eres –preguntó el juglar--, te han asaltado por el camino?
--Me llamo Jasón, pero no me han asaltado, la ropa la he perdido viajando desde
otro mundo.
--¿Llegas caído del cielo?
--Más o menos.
--¡Ah, entonces eres un ángel!
--Bueno, yo no creo en los ángeles.
--¡Chsssst! –el juglar bajó la voz, mirando precavido a su alrededor--, la Santa
Inquisición te podría condenar a la hoguera por decir eso.
--Me suena lo de Santa Inquisición, debo haberlo leído en algún libro.
--La Inquisición va por ahí quemando brujas y herejes, así que ten cuidado.
--Venga ya, todo eso no son más que patrañas para manipular a los ingenuos. En
mi mundo ya nadie practica ese culto tan antiguo.
--¿No tenéis ninguna religión?
--Creemos en la ciencia y en la tecnología.
--Ciencia y Tecnología –repitió el juglar--, vaya diosas tan raras que adoráis, mejor
que no las nombres por aquí.
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Leporello le tomó la manta, sacó una pequeña caja de hojalata con elementos de
costura, y cosió una vestimenta burda pero a la medida.
--Bueno, y ahora pongámonos en marcha.
Comenzaron a caminar hacia el horizonte. Leporello disfrutaba siempre de buen
humor ante cualquier circunstancia. Con Jasón se comportaba como si fuese un
criado, atento y servicial; era listo, mañoso y sabía buscarse la vida.
--Tengo vocación de sirviente –reía divertido.
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cubría la ventanilla una chica bellísima vestida con ropajes muy elegantes. La
visión había sido tan fugaz que quiso correr tras ella para contemplarla mejor, pero
Leporello se lo impidió, aferrándolo por el brazo:
--¡Detente, loco, ¿adónde vas?!
--Esa chica –balbució Jasón, atravesado por una intensa emoción que lo dejaba
sin aliento en el pecho--, quiero conocerla.
--Si te acercas a ella te matarán. Debe ser una Dama de la nobleza, no hay más
que ver el carruaje tan lujoso y los hombres armados que la escoltan; mientras
que tú y yo no somos más que dos vulgares vagabundos.
--Yo no soy un vagabundo, vengo de un lugar moderno y civilizado.
--No sé de dónde llegarás, pero en esta época y en este lugar nadie puede
acercarse a una Dama si no tiene rango de Caballero.
--¿Y dónde puedo conseguir ese rango?
--El título de Caballero no se regala en una feria, debe uno ganárselo.
--Pues ya tengo un objetivo –proclamó Jasón.
--¿Cuál?
--Conquistar a la chica del carruaje.
--Vaya –sonrió Leporello--, ¿así que te has enamorado?
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Caminaron durante varios días, durmiendo por la noche, orientándose hacia casa
de un Maestro que conocía el juglar. Ni un solo instante Jasón dejó de pensar en
la chica del carruaje, cuya fugaz visión había bastado para incumplir el pacto con
el Diablo. Leporello solventaba todos los inconvenientes del camino con su
habilidoso ingenio. Era un tipo sin ambición, desprovisto por completo de cualquier
deseo. Parecía siempre conforme, jamás anhelaba nada. Si tenían comida, comía,
si no, ayunaba, pero nunca protestaba, ni quejas ni reproches, a cualquier hora de
buen humor y tocando su flauta. Parecía listo, pero se negaba siempre a entablar
conversaciones que abordasen temas trascendentales.
--Piensas demasiado –eludía cuando Jasón procuraba que opinara sobre todo
aquello que le había sucedido, que poco a poco iba contando durante la caminata:
su encuentro con el Diablo, el espejo dimensional y el salto en el tiempo desde su
futurista metrópoli hasta la bárbara Edad Media.
--Debes aprender a pensar menos y prestar más atención –aconsejó.
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III
EL GUÍA
Estos dos tipos originales viajan ligeros, van lejos en sus solitarios viajes
trayéndonos a veces una ramita brillante del Bosque de Oro
McGlasham
El Guía es un Arquetipo destacado, al que todos toman por loco, pero tal como
dijo William Blake, si un hombre persistiera en su locura se volvería sabio. El Guía
no es tonto ni está loco, al contrario, tiene una gran inteligencia, confía más en su
ingenio que en la lógica. Tal vez por eso Salvador Dalí dijo en una ocasión: la
única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.
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CUATRO
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A continuación, el Maestro buscó una espada entre todo el montón de trastos que
acumulaba por los rincones y se la entregó.
--Toma, con esto puedes comenzar a practicar.
Era un arma vieja, sin filo y oxidada. El Maestro le llevó a la parte trasera del
jardín, donde había un muñecote tallado con forma humana en madera de encina,
ensartado en un eje giratorio, y lo señaló.
--Ahí tienes a tu oponente. Ya puedes ir dándole sablazos.
El Maestro se dio la vuelta para regresar a casa, tambaleándose a causa de la
bebida. Jasón se quedó solo, con la vieja espada en la mano, preguntándose si
aquello era una broma. Pero como estaba decidido, comenzó a propinarle tajos a
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la figura de madera, que giraba sobre su eje a cada sablazo. Aquello era ridículo,
pensaba Jasón, sin embargo, algo le decía que aquel hombre acumulaba una gran
experiencia y sabiduría, disimuladas bajo su apariencia depresiva.
Por las noches, cuando Jasón terminaba cansado y aburrido de dar espadazos a
troche y moche, cenaban junto a la lumbre. Entonces el Maestro le contaba
historias épicas de Guerreros y Caballeros.
--Maestro –inquirió Jasón en una ocasión--, ¿por qué renunciaste a tu rango de
Caballero, conseguido con tanto esfuerzo?
Antes de contestar, el maestro estuvo un buen rato mirando hacia el fuego, con la
botella de licor en la mano, echando tragos de vez en cuando.
--No poseía suficiente valor para llevar esa pesada carga –confesó al fin.
--¿Tuviste miedo? –pregunto extrañado Jasón.
--El honor y la gloria pueden corromper el corazón humano, incluso el de los más
fuertes. A eso tuve a miedo, a caer derrotado frente a mi enemigo interior, ese que
todos llevamos dentro.
--¿Cómo reconoceré a mi enemigo interior?
--Lo sabrás en cuanto lo tengas delante, porque lo temerás mucho más que a
cualquier otra situación o persona en este mundo.
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IV
EL MAESTRO
Nos dice que debemos luchar sin miedo y sin esperanza, pues el miedo paraliza y
la esperanza puede ser mucho peor todavía, la peor cadena del ser humano. La
persona con esperanza de que algo suceda para salvarle no lucha por salir de la
situación que le atrapa, sino que aguarda resignada, cada vez menos dispuesta a
tomar la iniciativa. El que no tiene ninguna esperanza sobrevive a las peores
circunstancias, porque sabe que nadie, salvo él mismo, podrá sacarle del
atolladero. En El arte de la guerra, el general Sun Tzu dice: ―sitúa a las tropas en
un terreno mortal y sobrevivirán‖. Esto significa que ante un verdadero peligro, la
persona combate con la máxima entrega, olvidándose del miedo al fracaso.
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Todo Maestro es un antiguo Guerrero, por eso debes alejarte del Maestro que no
tenga secuelas ni cicatrices, cuyo comportamiento parezca modélico. Todo
verdadero Maestro cuenta con heridas de combate, a veces tan graves que ya no
puede ni ejercer como Maestro, incluso aunque tenga mucho por enseñar. Porque
ya lo advirtió Jung: ―solo el sanador herido puede sanar‖.
Prepárate sobre todo para combatir a tu enemigo interior, el más temible de todos.
¿Pero qué es el enemigo interior? Desde que nacemos y durante años nos hemos
acostumbrado a ocultar en el sótano de nuestra Mente complejos, temores,
contradicciones… Lo que ignoramos, aquello que nos negamos a ver o no
resolvemos adecuadamente, que no iluminamos con la luz de la Conciencia, se
convierte con el paso del tiempo en un Ente monstruoso, una parte de nosotros
mismos alojada en lo más remoto de la Mente, que al final no reconocemos. Dicho
Ente se proyecta en el exterior de cada persona de la peor manera posible,
aterrorizándonos. Pero lo que tememos tanto es el reflejo de la parte más oscura
que habita en nuestro interior. Por eso, un aspirante a Caballero debe combatirlo y
vencerlo antes de que sea demasiado grande y ya no pueda.
Es el alumno quien debe saber localizar al Maestro que más le conviene. Existen
Maestros de gran sabiduría, sobre todo personas mayores, que por el rigor de la
lucha quedaron tan heridas que ahora no pueden enseñar lo que saben. Esto es
triste y patético, aunque todo Maestro merece respeto.
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CINCO
Un día llegaron a una ciudad perteneciente a los dominios del poderoso Duque,
donde se celebraba un importante torneo entre los mejores Guerreros de la Tierra
de Nadie. El Duque organizaba tales eventos para divertir un poco su ociosa vida
de mandatario absoluto. Le gustaba ver enfrentarse a las personas por la
ganancia del oro, contemplar desde su trono la codicia que mueve incluso a los
más entrenados. Por eso había establecido un importante premio para el
combatiente que venciera en el torneo. Era una dura prueba selectiva, sólo podía
ganar el más fuerte, que se lo llevaba todo y los vencidos nada.
--Voy a participar –decidió Jasón.
--Eso nos aparta de nuestro camino –advirtió Leporello.
--Sólo nos retrasaremos un poco.
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Sin darse cuenta, Jasón había dejado de pensar en la chica para pensar en el oro
del premio. Era como quien se centra en los medios y olvida el fin.
--Cuando el Guerrero se olvida de que lucha por vencer a su enemigo interior
–había recalcado el Maestro--, sobreviene la violencia y el enfrentamiento entre
semejantes, porque no hay nada peor que un montón de Guerreros combatiendo
para defender su ego, no puede haber nada más alejado a la nobleza propia de un
Caballero. Por eso te prevengo a toda hora contra tu enemigo interior, el único al
que debes temer y someter.
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Comenzó el torneo. Poco a poco iban cayendo los menos fuertes. Jasón se
mantenía entre los primeros, llegando a quedar entre los tres finalistas. La gente
se preguntaba quién era ese joven valeroso y empeñado, con el semblante tan
impasible que parecía una máscara. Pero cuando llegó el final de la eliminatoria, el
enfrentamiento con el último de los combatientes, un Guerrero vestido de negro
por completo, que ocultaba su rostro con el oscuro yelmo de acero, Jasón sintió
crecer la inquietante sombra de la duda en su corazón.
Aquel Guerrero era un luchador implacable, había fulminado uno por uno a todos
los demás combatientes como si no le costase nada. Entre las gradas corrían
rumores: decían que si era un temible mercenario llegado de muy lejos, un
luchador sin principios, que se ganaba la vida combatiendo por el botín de los
torneos. Otros decían que aquel hombre había sido un gran Maestro,
desengañado por algún drama personal. Algunos afirmaban que había sido un
Caballero, caído en desgracia y despojado de su dignidad, que recorría los
caminos como un vagabundo, buscando la muerte para espiar su culpa, la jauría
de remordimientos que lo devoraba por dentro.
Jasón aferró la espada intentando recordar todo lo que había practicado, pero no
era fácil concentrarse ante la tormenta de incertidumbres y dudas que le
asaltaban. Allí estaba el enemigo interior, el miedo, al que todo aspirante a
Caballero debe acabar derrotando si quiere merecer el ascenso. Jasón luchó con
todo su empeño, pero la fuerza física y las habilidades aprendidas no eran
suficientes contra la enorme determinación que desplegaba el Guerrero negro. Era
como si aquel hombre no tuviese miedo a morir; combatía frío, desprovisto de
cualquier sentimiento, concentrado como una máquina de matar.
Y al final, Jasón cayó vencido a sus pies. Leporello corrió preocupado hacia su
amo, temiendo que hubiese resultado mal herido.
--Estoy bien, pero ese tipo me ha dado una lección. Tenías razón, amigo, no estoy
preparado todavía para ser un Caballero. Me queda mucho por aprender.
El Duque otorgó el valioso trofeo al Guerrero negro, que lo recibió tan indiferente
como había luchado. Se dio la vuelta y tomó las riendas de su caballo para
marcharse, sin aguadar a las celebraciones posteriores al torneo. Jasón, dolorido
por la dura lucha mantenida, se acercó a su lado con respeto.
--Señor, le ruego me conceda el honor de felicitarle por su victoria y decirme a
quién debo mi merecida derrota.
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V
EL GUERRERO
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dicho, una nueva presencia de todos sus sentidos que le permita esquivar como
presintiéndolos, los golpes que le amenazan‖, señala Heugen Herrigel en Zen en
el arte del tiro con arco. ―De eso se trata pues, de la inmediata y fulminante
reacción que puede prescindir de toda observación consciente‖, añade Herrigel.
¿Pero cómo se consigue desactivar la vigilancia de los sentidos, cómo se deja uno
llevar para que intervenga el Ello, mucho más rápido y poderoso que el Yo? En su
conocida obra Siddhartha, Hermann Hesse lo explica: ―Si arrojas una piedra al
agua, se precipitará hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo le ocurre a
Siddhartha cuando se propone alcanzar una meta: espera, medita, ayuna, pero
atraviesa las cosas del mundo como la piedra, el agua, sin hacer nada, sin
moverse, dejándose atraer, dejándose caer. Su propia meta lo atrae, pues él no
deja penetrar en su alma nada que pueda apartarlo del objetivo propuesto‖.
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SEIS
Jasón y Leporello prosiguieron su viaje hacia los lejanos confines donde habitaba
el Círculo Hermético, tras despedirse del Maestro, que desde luego no era ningún
borracho. Había fingido todo el tiempo que duró el entrenamiento con el fin de
mostrarle a Jasón que las apariencias engañan. Para el asombro de todos, el
Maestro, que no era tampoco un mercenario, donó el premio ganado en el torneo
a un monasterio cuyas monjas cuidaban de los pobres y los enfermos.
Jasón echó a caminar hacia la casa, que resultó ser una granja. Era un lugar
sembrado de flores y césped, con los campos cuidados y pájaros cantando en el
espeso ramaje de los árboles. La dueña era una señora madura pero todavía
hermosa, muy afectiva y amable, que acogió a Jasón con agrado.
--Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, tengo sitio de sobra.
Lo instaló en una cómoda y soleada habitación del piso superior, desde donde
abarcaba un extenso panorama de campos cultivados y bosquecillos. Más allá,
entre la bruma del horizonte, azuleaban las montañas, desde donde llegaba un
riachuelo de agua fresca y cristalina. Jasón estaba como en la gloria, después de
tanto padecimiento, de la vida tan austera llevada junto al Maestro.
La dueña de la granja era una señora sensible y cultivada, que a Jasón le recordó
un poco a su madre, sobre todo por el gran afecto que le dedicaba, brindándole
todo cuanto necesitase para sentirse cómodo. La mujer vestía con recatada
elegancia, siempre de blanco, los cabellos recogidos en un velo de gasa también
de color blanco. Los ojos alegres y luminosos, llenos de amor hacia todo. La
granja era el lugar más agradable que recordase Jasón, casi tanto como el hogar
de sus padres.
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Un día, cuando ya casi había olvidado su azaroso salto al otro lado del espejo y
los consejos del Maestro para no detenerse hasta conquistar la meta, vio llegar a
Leporello por el sendero arbolado, dando saltos y tocando melodías con su flauta
de madera. Pero al llegar frente a la casa, el rostro del juglar cambió de golpe,
demudado por el horror.
--¡Tienes que salir de aquí lo antes posible! –urgió a Jasón, que le miraba
desconcertado.
--¿Por qué?
--¿Es que no te has dado cuenta? ¡Esto es la morada de una Bruja!
--Pero qué dices hombre, todo lo contrario, aquí reside una buena mujer.
--¡No! Esa mujer es una Bruja, te ha hechizado con su poder.
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De pronto, Jasón vio la realidad: la casa ya no era una bonita granja, sino una
chabola hedionda. Los árboles descarnados como esqueletos, rodeados de
campos yermos y calcinados. El riachuelo emanaba una pestilencia insoportable,
donde chapoteaban los cerdos en medio de su propia cochambre.
--¡Huyamos! –gritó Leporello, tirando del brazo de Jasón.
--Un momento, tengo que coger la espada.
Jasón corrió despavorido hacia su alcoba, que ya no era un lugar agradable, sino
un desván polvoriento, cubierto de porquería. Recuperó el arma y salió corriendo,
ante los aberrantes gritos que profería la Bruja, viendo como escapaba su presa. Y
entonces le lanzó un maleficio:
--¡Sólo muerto podrás volver a tu mundo!
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Aquello era cierto, recordó Jasón, pues el Maestro le había dicho una vez:
--La paz es el refugio de los cobardes, la vida es una lucha constante, un proyecto
siempre por hacer.
--Entonces –había replicado Jasón--, ¿la paz no es una conquista?
--Cuando te conquistas a ti mismo, cuando a través del combate con las
adversidades hayas descubierto tu auténtico Yo, verás cómo resplandece la
Libertad, un valor mucho más valioso que la paz. Mientras tanto, huye de caminos
fáciles y cantos de sirena. Son como callejones sin salida.
--¿Ser Caballero es equivalente a ser noble? –había preguntado en otra ocasión,
ya que la nobleza parecía un valor supremo en aquel mundo.
--La verdadera nobleza no radica en los títulos y los blasones –le había
respondido el maestro--, alguien como tú, que ha dado el primer paso hacia su
destino, ya puede considerarse un Caballero. Sólo te queda la prueba definitiva, la
que pocos tienen valor suficiente para superar. Enfrentarse a la Sombra interior.
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VI
EL HADA / LA BRUJA
Poblamos el mundo con todas las hadas, brujas, princesas, demonios y héroes del
drama enterrado en nuestra propia profundidad
Sallie Nichols
La Bruja y el Mago Negro utilizan el poder que han acumulado debido a largos
años dedicándose a ello en su propio beneficio, no en beneficio del colectivo.
Guiados por su egoísmo, eligieron la manipulación de las personas para vengarse
de su propio fracaso en el Camino del Héroe. Odian a los Héroes y las Heroínas,
quieren que también ellos fracasen, a modo de consuelo. La Reina malvada o
Bruja convierten a la Princesa en rana o en criada para humillarla.
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SIETE
Cierto día, cuando atravesaban una zona montañosa, llena riscos y peñascos,
llegaron a un pequeño pueblo donde sus pocos moradores vivían atemorizados y
sin poder salir de casa, sobre todo por la noche. Tenían miedo de un abominable
Dragón que habitaba una cueva de los contornos y hacía periódicos estragos por
la comarca en busca de víctimas a las que devorar. La última en caer entre sus
garras era una doncella, que la fiera tenía recluida en su cueva. Cuando los
habitantes del pueblo vieron a Jasón con la espada en el cinto, acompañado por
Leporello, pensaron que se trataba de un Caballero andante con su escudero y le
suplicaron que los liberase del Dragón.
--Debemos hacerlo –confirmó Leporello--, esta gente necesita tu ayuda.
Pero Jasón dudaba, porque una cosa era luchar frente seres humanos en un
torneo deportivo, con el estímulo de un valioso premio en oro, y otra enfrentarse
con una fiera mitológica, si es que de verdad lo del Dragón era cierto. Porque los
dragones eran personajes de leyenda, según los libros de su padre.
--Para ti es fácil decirlo –protestó Jasón--, tú no has de combatir contra nadie, con
tocar la flauta tienes bastante.
--Porque yo no aspiro a ser Caballero, tan sólo soy un criado.
--Pues mira, ya no estoy tan seguro de que yo quiera ser un Caballero.
--Piensa en la Princesa –le recordó Leporello--, necesitas entrar en el palacio de
los Superiores Desconocidos, donde podrás obtener el rango de nobleza. No
debes rechazar las ocasiones que te presenta el destino para probar tu presteza
con la espada y tu valor frente al enemigo.
--Vaya –protestó Jasón--, cuando había un premio que ganar no estabas tan
empeñado en que combatiese.
--Ahora no combates por el oro, sino por el mérito, lo cual es muy distinto.
A regañadientes, Jasón admitió acercarse por los alrededores de la cueva donde
se cobijaba el presunto Dragón para echar un vistazo. Algunos del pueblo se
habían ofrecido a indicarles el camino. Ya cerca de la cueva podían percibir el olor
nauseabundo que salía de allí dentro. Jasón dudaba, imaginando lo que podía
salir de allí dentro. Dio un paso atrás, dispuesto a olvidar su idea de ser Caballero,
cuando de pronto escucharon un grito desgarrador que provenía de la cueva.
--¿Qué es eso?
--Es la mujer que ha capturado el Dragón –corroboró el hombre del pueblo--, de
vez en cuando la escuchamos gritar, pero no podemos hacer nada para salvarla.
Si usted no acaba con esa fiera, la doncella morirá pronto.
El grito de una persona inocente removió el último rescoldo de valor que aún ardía
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De repente, la cabeza del animal surgió por la gruta. Era horrendo. Los ojos
inflamados de odio y las fauces abiertas, por donde asomaba una fila de dientes
afilados. ¡Los dragones no eran una leyenda, sino muy reales! La fiera lanzó un
bramido terrible y su fétido aliento impregnó el aire de alrededor. Pero Jasón
estaba decidido a morir. Después de todo, no dejaba de recordar lo que le había
insinuado la Bruja: la única forma de regresar a su mundo era muerto.
El Dragón, que le superaba diez veces en altura, tenía el cuerpo escamoso, lleno
de protuberancias, las garras negras y afiladas, todo sucio por la sangre seca de
las víctimas y sus propios excrementos. Enfrentarse a una fiera como aquella con
sólo un espada era un acto más que temerario, suicida. Sin embargo, Jasón
estaba tranquilo, pues al perder el miedo a morir incrementaba su fortaleza.
--Lo único que debe causarnos temor es el miedo –le había dicho el Maestro
durante una de las conversaciones--, cuando uno acomete contra su temor, el
motivo que lo causa desaparece.
Entonces Leporello se subió a una roca, extrajo su flauta y comenzó a tocar una
melodía muy sensual. Sorprendido, el Dragón volvió su cabeza en dirección al
sonido, momento que aprovechó Jasón para dar un salto y asestar un fuerte
sablazo contra el vientre de la bestia, que se desplomó a sus pies. Jasón lo
comprendió de golpe, como si hubiera tenido una revelación: aquella lucha tan
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Leporello bajó de la roca, todavía con la flauta en la mano, y corrió hacia su amo
entusiasmado, seguido por los habitantes del pueblo. Alzando la espada por
encima de su cabeza, Jasón se dispuso a terminar con la vida del Dragón, pero
entonces, la joven que tenía prisionera salió por la puerta de la cueva y gritó:
--¡No!
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Los lugareños organizaron una fiesta para darle las gracias a Jasón por haberse
enfrentado al Dragón, que ya no les molestaría nunca más. Tal como había dicho
Perséfone, la odiosa bestia desapareció al poco tiempo de haber sido vencida,
disuelta en su propia sangre. La valentía de Jasón los liberaba también de su
propio miedo y él, de ahora en adelante, ya podía considerarse un Caballero.
Después de la fiesta, emprendieron el camino juntos, acompañados por Leporello,
feliz porque ahora tenía dos amos para servir.
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VII
EL DRAGÓN
En los mitos antiguos, el héroe triunfa contra el dragón para no ser devorado. Pero
el que nunca encontró un dragón, o si lo vio lo niega, no puede considerarse un
héroe. Sólo quien se arriesga luchando contra el dragón y no resulta vencido
puede ganar el tesoro que custodia
Carl G. Jung
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OCHO
Iban de buen humor, a pesar de las vicisitudes atravesadas, los graves peligros
arrostrados, las dudas y la incertidumbre. Habían superado el miedo a la muerte,
por eso eran libres, con la Mente y la Conciencia unificada en la misma dirección.
Todos ellos eran personas al mismo nivel de mérito, pues el rango de Guerrero
eliminaba las diferencias entre hombres y mujeres. Todos ellos portaban la espada
con la que se habían batido contra los enemigos que acosan al Guerrero en pos
de su objetivo, como la pereza, el autoengaño, la inconstancia, la dispersión
mental, la protesta, el mal humor, el egoísmo y la falta de iniciativa.
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--Claro, lo más cómodo es quedarse quieto y no salir a luchar, pero así nunca
evolucionas. Mucha gente piensa que la solución estriba en rehuir del combate,
rodeándose de ilusiones, razones, motivos y espejismos para no ver la cruda
realidad que los rodea, por eso prefieren vivir engañándose a sí mismos. ―Piensa
en positivo y tu problema desaparecerá‖, repiten a menudo. Pero no es cierto. No
basta con pensar, en la vida es necesario tomar la iniciativa, pasar a la acción,
enfrentarse al problema y vencerlo.
Los criados y los escuderos, como Leporello, al llegar ante las puertas del templo,
deberían aguardar fuera, pues nadie que no hubiese luchado contra el miedo a la
muerte, venciendo al temible Dragón que todos llevamos dentro, podía contemplar
a los Superiores Desconocidos. Había muchas Damas y Caballeros que de
camino al Círculo Hermético habían formado pareja, pues el amor prende fácil
dentro de los corazones acostumbrados a la rudeza de la lucha. Sin embargo,
Jasón sólo pensaba en la Princesa del carruaje, aunque Perséfone, y eso a pesar
de la máscara de nácar que ocultaba su rostro, le parecía una gran persona, con
mucho carácter y extraordinario valor. Leporello había intentado unirlos
aprovechando los momentos de intimidad que surgen por la noche, pero Jasón y
Perséfone dormían tendidos en el suelo con la espada en medio, manteniendo la
distancia y la castidad propia de los Guerreros, como Tristán e Isolda.
Llegaron ante las puertas del templo. Era una construcción fabulosa. En la gran
explanada del atrio, frente a la balconada central, iban reuniéndose todos las
Damas y los Caballeros, aguardando el dictamen de los Superiores Desconocidos.
Eran como un ejército de la luz, los más nobles para servir como ejemplo de otros
muchos de menor mérito logrado. Brillaba el sol en lo alto de sus cabezas,
relucían las espadas y ondeaban las banderas en los pináculos del templo.
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Una corte de criados uniformados, tan silenciosos como eficientes, todos vestidos
de blanco impoluto, fueron acompañándolos cada uno a su habitación, donde
debían cambiarse de ropa, despojarse de los atuendos de Guerrero, sucios y rotos
por el combate, para revestir la indumentaria de Dama y Caballero, con la cual
debían comparecer ante la presencia del Gran Consejo para la evaluación final
antes de ser nombrados oficialmente. Jasón estaba entusiasmado, aunque sentía
que Leporello no estuviese allí, compartiendo el premio a su fidelidad.
El cuarto donde le introdujo uno de aquellos criados era cómodo pero desprovisto
de lujo, igual que donde habían introducido a Perséfone, con todo lo necesario
para descansar y asearse. Dentro figuraba colgado el vestuario de Dama y
Caballero, una indumentaria solemne, que reflejaba la nobleza recién adquirida en
el duro combate con las circunstancias.
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VIII
EL CABALLERO / LA DAMA
El último secreto del arte de la espada radica en desterrar de uno mismo la idea
de la muerte
Hagakure (texto zen originario del siglo XVII)
No importa los defectos que pueda tener una Dama o un Caballero, porque
gracias a su forja viven ya sin complejos, han acrecentado su autoestima, saben
que ahora podrán sobreponerse y superar cualquier tesitura que les depare la
vida. Una persona con el rango de Dama o Caballero no es un ser humano
cualquiera, destaca en todo cuanto hace y no retrocede jamás.
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NUEVE
En todo eso iba pensando mientras era conducido por los dos criados hacia la
gran sala del Consejo. Las enormes puertas se abrieron y fue introducido dentro,
antes de que se cerraran de nuevo a su espalda con un resonar de cripta. El
espacio era impreciso, Jasón intentaba vislumbrar los límites de aquella sala, pero
le resultaba imposible de mensurar, porque todo aparecía sumido en una
vaporosa penumbra. Tenía enfrente un ágora formada por escaños en
semicírculo, donde aguardaban observándolo en silencio una corte de hombres y
mujeres (veinte o treinta) cubiertos con túnicas tan blancas que relucían como la
nieve. Entonces apareció el maestro de ceremonias y anunció:
--El Gran Consejo del Círculo Hermético está listo para dictar sentencia. ¿Lo está
el aspirante para oírla? –preguntó dirigiéndose a Jasón, que asintió en silencio,
emocionado por la expectativa de salir de allí libre de su maleficio diabólico y con
el rango supremo de Caballero.
Jasón asentía perplejo a todas aquellas preguntas un poco triviales, ya que si los
miembros del Gran Consejo eran tan inteligentes, ya debían saber de antemano la
contestación. Lo que Jasón deseaba era conocer personalmente al Sabio entre los
Sabios, el único que tenía poder para sombrarlo Caballero y eliminar el hechizo
diabólico que había deformado su rostro.
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Jasón lo hizo, impresionado por el ambiente que reinaba, intentando mirar de reojo
para el rostro del magistrado, pero no lograba vislumbrarlo debido a la penumbra y
la neblina que flotaba en la sala. Todos los Superiores aguardaban en silencio,
mirando hacia el acusado, que temblaba nervioso con la incógnita de lo que
pasaría, porque Jasón ya dudaba de que lo fuesen a nombrar Caballero. Todo
aquel esfuerzo para nada, estaba pensando dolido y desengañado, cuando un
potente chorro de luz cayó desde lo alto, desde una inmensa cúpula cenital que
parecía tallada en diamante, bañando de fulgor el trono del Juez Supremo. Y
entonces Jasón casi se desploma de golpe contra el suelo.
¡El Juez Supremo del Círculo Hermético no era otro que Leporello, el simpático
juglar que le había servido de criado a lo largo de su periplo hacia el templo de los
Superiores! Mudo de asombro, Jasón abrió los ojos alucinado.
--El acusado no comprende que un simple servidor pueda ser el principal Superior
–habló el magistrado con voz serena y sencilla--, sin embargo, ya lo dicen las
Sagradas Escrituras: el que quiera ser el primero entre vosotros ha de ser el último
entre todos. El acusado no comprende de qué incógnito delito se le acusa, ya que
piensa que todo lo ha hecho de manera correcta, incluso destacada. Puesto que
no recuerda las lecciones recibidas del Maestro que lo adiestró, no se acurda de
los peligros del Ego, esa parte del Yo que tanto desea destacar por encima de los
demás, hambriento de honores y las alabanzas, deslumbrado por los premios y los
merecimientos, deseoso de títulos y derechos. El acusado –prosiguió el Juez
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Jasón estaba estremecido, avergonzado, porque todo aquello era cierto y el Juez
Supremo lo sabía, por algo le había estado acompañando durante todo el viaje
como criado y conocía cada secreto de su mente y anhelo de su espíritu.
--Aún así –prosiguió el magistrado, compasivo pero firme dentro de su papel--,
todo eso no serían más que pequeños fallos, olvidos temporales de las normas de
combate Guerrero, nada que no pueda ser corregido con asimilarlo. Sin embargo,
el error más grave cometido por el acusado ha sido confiar sólo en su propia
fuerza, olvidando el auxilio espiritual que a todo ser humano se le brinda por
humilde que sea; no porque lo merezca, sino por ser una criatura perteneciente a
la Creación. El verdadero Ser Supremo, a quien los aquí presentes veneramos y
trabajamos para establecer su Reino en la Tierra (llámese Dios, Brahma, Yahvé,
Alá, Jehová, Buda, Tao, Gran Arquitecto del Universo…), no ama por el
merecimiento al que aspira cada criatura, sino porque lo desea, porque su
cometido es amar, incluso aunque nadie le comprenda ni se lo pida; como el caso
del acusado, ciego, mudo y sordo ante su Naturaleza Divina. Es el error más grave
que puede cometer un ser humano, pensar que todo lo que logra lo consigue por
merecimiento propio, no porque se le ha otorgado la capacidad personal para
merecerlo. Y eso, para que surta efecto, ha de ser agradecido. El Ser Supremo no
requiere alabanzas, como suponen los humanos. Lo único que desea es otorgar
su Don, está deseando que se lo pidan para concederlo, pero los humanos le
ignoran. Como el acusado: un hombre que ha luchado sin fe, sin otro valor que la
victoria personal, acumular el mayor número de merecimientos cueste lo que
cueste, como si al negar la Divinidad que radica en su interior pensase que ya se
ha convertido él mismo en un Ser Supremo.
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***
Perséfone comparecía escoltada por dos lacayos vestidos de blanco en la sala del
Consejo. El Juez Supremo comenzó con la exposición de los cargos:
--Todos podemos apreciar que la acusada comparece vestida de manera
deslumbrante, incluso la máscara que porta para ocultar su rostro desfigurado es
la más lujosa que ha podido encontrar. Ha empleado mucho tiempo en acicalarse
porque deseaba estar perfecta para una ocasión así. Ha elegido un vestido que
resalta su hermoso cuerpo, aparte de corregir su semblante maltrecho por medio
de un sofisticado maquillaje. Para intentar impresionarnos y que nuestro dictamen
sea favorable, comparece ante nosotros envuelta en joyas y perfumes caros,
después de pasar por la peluquería de palacio para que le hicieran un buen
peinado, acorde con la solemnidad del evento. Tanto interés ha puesto en su
imagen y su apariencia que ha olvidado traer la espada de Guerrera con la que se
ha batido valiente durante mucho tiempo antes de llegar aquí.
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costa, según su patrón particular de felicidad, que pagará cualquier precio, incluso
el de perder su dignidad y su alma si fuera necesario. Vive una vida distorsionada,
idealizada por su propio afán perfeccionista, sumida en conceptos emocionales
alejados de la realidad. Todo tiene que ser como lo ha imaginado desde niña,
cuando todavía jugaba con muñecas, pero cuando comprueba desilusionada que
la vida no es un juego de niños y nada sucede como lo planeó, no comprende que
la culpa es suya por idealizar las circunstancias y a las personas, sino que mira
desconcertada a su alrededor buscando culpables de que no la dejen ser feliz, tal
como había imaginado según su concepto egoísta y personal. Cuando comenzó la
prueba iniciática, su Maestra le dijo que la vida es un combate constante, pero ella
se hizo Guerrera para elevarse al rango de Dama, confiando en cazar a un
Príncipe, lo cual supone un mejor partido que cualquier otro. El tipo de mujer al
que pertenece sueña con atraer a un hombre único y diferente, pero en cuanto lo
encuentra quiere cambiarlo para que se acomode a su patrón preconvebido. Y una
vez que lo ha cambiado, ya no le gusta. Porque añora de nuevo al hombre libre,
único, diferente, que sin embargo le da miedo, porque sabe que a un hombre libre
de verdad no podrá engañarlo con pueriles armas de mujer. La acusada sólo
confía en su cuerpo y en su condición de fémina para progresar en este mundo
machista gobernado por los hombres. Así no le hace ningún favor al género
femenino, todo lo contrario: perpetúa el error.
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IX
EL JUICIO
El alumno tiene que vencer el último y más escarpado tramo del camino, pasando
a través de nuevas transmutaciones. Si sale airoso de esta aventura, entonces su
destino se consumará en el enfrentamiento con la Verdad no refractada, la Verdad
que está por encima de todas las verdades, el origen de todos los orígenes, la
Nada que le devolverá y de la cual volverá a nacer
Eugen Herrigel
Pocos alcanzan ese nivel, pocos pueden contemplar a los Superiores del Círculo
Hermético. Los Superiores existen, son los Avatares, tanto personas como
circunstancias, que aparecen cuando el Héroe ya está preparado para ello. No
llegan cuando los llamas o piensas que los necesitas, no hay manera de
convocarlos, pero si uno presta suficiente atención, puede notar como una mano
invisible que le guía en las peores circunstancias de la vida, como afirmó Joseph
Campbell, una mano que nunca te deja caer del todo, que te mantiene a flote.
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DIEZ
Sonó un clarín.
--¡Comienza la lucha! –ordenó una poderosa voz.
Pero Jasón y Perséfone no estaban dispuestos a pasar por aquello.
--Los Elegidos deben combatir –sonó la voz, cuyo eco atronaba el coliseo--, de lo
contrario jamás tendrán otra oportunidad. Vivirán para siempre con su rostro
desfigurado, vagando sin destino hasta el final de sus vidas.
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Jasón extrajo el arma, de acuerdo con aquella valiente joven. Dirigieron los aceros
el uno contra el pecho del otro y se atravesaron el corazón.
Lo último que vieron antes de caer, ensartados por las espadas, fue a todo el
coliseo puesto de pie, dedicándoles una fuerte ovación.
***
Jasón abrió los ojos con dificultad. Le dolía todo el cuerpo, tenía la boca seca y
estaba mareado, como recién salido de un torbellino. He muerto y estoy en el más
allá, pensó. Pero cuando por fin logró desentumecer la conciencia descubrió que
se hallaba tendido sobre un humilde camastro. A su alrededor todo flotaba en el
silencio y la penumbra, pero lo reconoció al instante: aquello era la casucha del
hombre que decía ser el Demonio, aquel tipo del hábito negro y el cayado de
madera, que lo había empujado hacia el abismo del espejo mágico, y comprendió
que había regresado a su mundo. Así que todo había sido un sueño.
En cuanto rebasó los muros de Ciberia pudo ver que todo era muy distinto a
cuando se marchó. La gente caminaba con el rostro tenso y malhumorado, porque
ahora parecían obligados a trabajar. Ya no quedaba tiempo para el ocio ni la
diversión. Ya nadie lucía el uniforme oficial con el símbolo de la moderna metrópoli
en lugar bien visible, ahora cada cual vestía como le daba la gana. Todo estaba
muy sucio, intoxicado por la contaminación atmosférica. El interés hacia lo
ecológico había dado paso al afán de obtener ganancias a toda costa, incluso
contaminando el aire que respiraban, la comida que les alimentaba y el agua que
se bebían. Las ratas invadían las calles, devorando a las mascotas clonadas y
cibernéticas. La moderna Ciberia se había convertido en un basurero.
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Jasón se dirigió a casa de sus padres, pero cuando llegó frente a la fachada
contempló que todo aparecía destrozado y no había nadie, ni siquiera el viejo gato
compañero de su niñez. Los libros figuraban por el suelo, convertidos en un
montón de cenizas, porque alguien les había pegado fuego amontonados en una
pira destructora. La casa desprendía un fuerte olor a quemado, con todo cubierto
de hollín. Ahora no poseía ni siquiera un espacio propio, era un vagabundo sin
pasado, sin hogar y sin identidad. Salió de nuevo a la calle, más abatido que
nunca, pensando que hubiera preferido morir en el coliseo a manos de Perséfone.
Caminando sin destino, Jasón comprobó que no había sirvientes humanoides, que
ya no se proyectaban hologramas virtuales para informar a la población sobre los
avances científicos de Ciberia. La sofisticada tecnología informática controlada por
el Sumo Sacerdote y sus acólitos desde palacio había dejado de sostener el
espejismo virtual donde residían, aquella metrópoli basada en la la cibernética,
una ciudad en declive, que ahora se desmoronaba por todas partes mostrando su
verdadero y malogrado rostro.
Durante días, hambriento y cansado, Jasón vagó buscando a sus padres, pero fue
inútil. Estaba claro que habían sucumbido en el incendio de los libros, víctimas de
la violencia desatada por la falta de principios y autoridad. Grupos descontrolados
recorrían las calles por la noche, asaltando a cualquier persona con la que
tropezasen. Acostumbrados a tenerlo todo, casi nadie quería ponerse trabajar
para ganarse la vida; esclavizados por la gente poderosa, los mismos tiranos que
antaño habían controlado a la gente desde palacio mediante la sofisticada
tecnología digital desarrollada por el Sumo Sacerdote.
Ahora imperaba la ley del más fuerte, los débiles trabajando para los que
acumulaban toda la riqueza de las fuentes productoras, mientras una parte de la
población malvivía en la miseria. Retronaba el antiguo concepto de propiedad y
con ello el robo, el sombrío círculo vicioso que había convertido Ciberia en una
selva peligrosa. Caminando por barrios tan oscuros que su sombra se fundía con
la negrura reinante, Jasón tropezó con tres desalmados que pretendían robar y
abusar de una niña en plena calle, aprovechando la impunidad de la noche.
--¡Soltadla! –ordenó indignado.
Los tres delincuentes dejaron a la víctima, una niña de siete u ocho años, y se
volvieron hacia Jasón empuñando cuchillos de gran tamaño, vacilando durante un
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--No comprendo.
--El Bien y el Mal no son más que las dos caras de la moneda. La magia es la
misma en cualquier caso, una potencia neutral, como la energía nuclear. Y como
toda energía, puede utilizarse para bien o para mal, dependiendo de las
intenciones. La magia no es de nadie y es de todos, cualquiera pude ser un Mago,
incluso yo mismo –el anciano sonrió, señalando hacia su taller de androides--, que
me dedico a crear vida sintética.
--No parece usted el típico Mago –Jasón le devolvió la sonrisa.
--Bueno, un verdadero Mago no necesita llevar túnica ni varita mágica.
Eso le hizo recordar a Jasón su encuentro con aquel hombre del hábito negro y el
cayado de madera en la mano, que afirmaba ser el Diablo.
--Ese se hombre que mencionas –repuso el anciano cuando Jasón hubo acabado
de relatarlo--, ese hombre también era un Mago.
--Pero entonces, ¿cuántos tipos de Mago hay?
--Es el mismo adoptando facetas diferentes.
--¿Puede hacer eso?
--Claro, un Mago puede hacer cualquier cosa. Tú, por ejemplo, ya eres un
aspirante a Mago –hizo una pausa y añadió--, un Elegido.
--¿Cómo lo sabe? –replicó alucinado Jasón.
--Lo he comprendido al instante. Tu viaje a través del Espejo fue una prueba
iniciática, en la que pasaste por varias etapas, cada vez más difíciles y
arriesgadas. No todo el mundo supera una prueba tan dura como la que has
atravesado, donde son muchos los convocados pero pocos los Elegidos. Te doy la
enhorabuena, porque ya casi has llegado al final.
--¿Casi? –repitió Jasón.
--Todavía te queda la prueba definitiva, la clave que resuelve todo el misterio. Es
como una llave concreta perdida entre otras muchas. Cuando la encuentres
podrás abrir la cerradura del tesoro que aguarda en el interior.
--¿Cómo sabe usted todo eso?
--Porque yo también fui un Elegido en su momento.
--¿Y ahora es un Mago? –preguntó abiertamente Jasón.
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--Toda esa filosofía suena muy bien, pero yo sigo llevando una máscara para
ocultar mi rostro desfigurado. Todavía no comprendo el castigo del Diablo.
--Mira –explicó el anciano--, la raíz original de persona es máscara. En realidad,
proviene del uso al designar el antifaz que los primeros actores utilizaban para el
teatro: per-sona, es decir, por-sonido o a través del sonido. La máscara servía
como vehículo para proyectar más lejos la voz, y en un sentido más amplio, a todo
lo que sale del interior, el aliento, el alma. De ahí que la pareja de máscaras (la
que sonríe y la triste) fuese usada desde hace siglos como el símbolo del teatro, la
comedia y la tragedia. Sin embargo, al principio nació como un elemento
ceremonial en los rituales iniciáticos de la Grecia clásica. La máscara simboliza en
psicología la necesidad humana de mantener el Ego a salvo, eso que conocemos
con el nombre de personalidad, es el velo de las apariencias, el éxito, la belleza;
en resumen, la persona idealizada que deseamos aparentar en sociedad.
--Como si la persona se convirtiera en personaje –coligió Jasón.
--Claro –asintió el anciano--, y eso es lo que te ocurrió al atravesar el Espejo
Mágico. Perdiste tu Ego para encontrar a tu verdadero Yo, que habita mucho más
allá de las apariencias y de la personalidad.
--¿Pero por qué fui castigado?
--Al desfigurarte la cara por incumplir el pacto de no enamorarte mientras durase
la prueba, el Diablo te impulsó a vivir como si fueras el protagonista y el autor de
tu propia existencia, lo cual significa la mayor aspiración del humano.
Cuando acabó la cena, Jasón volvió a la calle, aunque fuera plena noche,
declinando la hospitalidad del anciano y su nieta. No tenía miedo a nada ni a
nadie, pues era un Guerrero entrenado para el combate. Perdido en el laberinto de
callejones, echando de menos los consejos de Leporello, que había resultado ser
el Juez Supremo del Círculo Hermético, se acurrucó en un rincón para descansar
un poco y recapacitar. Estaba muy fatigado, pero le resultaba imposible dormir,
porque no podía dejar de darle vueltas a lo que le había dicho aquel peculiar
fabricante de autómatas, como seres desprovistos de alma.
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X
LA MUERTE
El ser humano que no sabe por qué razón estaría dispuesto a morir no sabe vivir
Martin Luther King
Para renacer a una nueva vida es necesario morir, como enseña el simbolismo
alquímico del Ave Fénix al resurgir de entre las propias cenizas. El Arquetipo del
Héroe debe morir para regresar a su mundo liberado de todos los defectos. Vence
a la muerte con la propia muerte. Como dejó escrito Carl Jung: Aceptar el hecho
de que perecemos en el tiempo, es una especie de victoria contra el tiempo. Por
eso, estar dispuesto a morir, aceptarlo con valentía, ya es un paso de gigante
hacia el objetivo.
Tal como señala Jung, de la mitad de la vida en adelante, sólo permanece vivo
aquel que voluntariamente quiera morir con la vida. O como dejó dicho Goethe,
mientras no mueras y resucites de nuevo eres un desconocido en tierra extraña.
Sólo tras la muerte simbólica, los Elegidos pueden optar a un rango superior,
porque la muerte no es el último Arquetipo, sino el primero de una un ciclo más
elevado. Eugen Herrigel matiza: estar libre del mido a la muerte no significa que,
en los buenos momentos, uno crea no estremecerse ante ella y confíe en saber
afrontar la prueba. Quien domina la vida y la muerte queda libre de todo temor,
hasta el punto de que ya no es capaz de experimentar la sensación de miedo.
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ONCE
Quería llegar hasta el antiguo templo en ruinas y lanzarse desde allí al acantilado.
La muerte lo liberaría de aquella pesadilla sin sentido en pos de un objetivo que ya
ni siquiera recordaba. Porque desde hace años marchaba en dirección a una meta
imposible, como el pobre ratoncillo de laboratorio que corre dentro de la rueda sin
saber cómo detenerla.
Si no hubiese dado aquel fatídico primer paso hacia el Espejo Mágico, por culpa
de su inquieta curiosidad juvenil, tal vez ahora sería una persona normal, un
ciudadano cualquiera, resignado con un trabajo para ganarse la vida y una
existencia sin expectativas, contento ante las frágiles briznas de felicidad que se
dignara ofrecerle la providencia. Caminaba deprimido, mirando hacia el suelo. Por
eso no la vio hasta que la tuvo delante, sentada en el viejo muro de piedra.
--¡Perséfone! –exclamó alucinado.
--Hola Galahd –saludó ella, sonriendo por debajo de la máscara.
--No estás muerta –constató Jasón.
--Tú tampoco.
--¿Qué haces aquí, por qué no regresaste a tu mundo?
--Este también es mi mundo –aclaró ella.
--¿En serio? Nunca lo hubiese imaginado.
--Me marché cuando era una jovencita. Soy la hija del Rey –confirmó ella--, la
Princesa de Ciberia.
--Me dijeron que al Rey lo mató el Sumo Sacerdote.
La chica negó:
--El Sumo Sacerdote no existe, sólo es una creación imaginaria de la gente.
--Pero entonces –replicó perplejo Jasón--, ¿quién controlaba Ciberia?
--Nadie, todo es producto del azar.
--¿Y qué pasó con tu padre?
--Murió de viejo, como todos lo haremos.
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impasible que soñaba con seducir a una Princesa. Me gustabas mucho, pero no
sabía quién eras.
--Y ahora, ¿cómo me has reconocido?
--Nadie sube hasta este lugar tan solitario, sólo tú y yo. Era nuestro secreto,
¿recuerdas? Por eso sabía que si esperaba lo suficiente acabarías regresando.
--Pues menos mal, porque pensaba tirarme por el precipicio –confesó Jasón,
abatido--, y la verdad es que aún estoy pensando en hacerlo. Me alegro mucho de
volver a verte, pero con el defecto que acarreamos ya nada será como antes.
Nadie te reconocerá, no podrás reclamar el Trono.
--Lo mismo pensé yo, por eso también tuve la tentación de arrojarme al vacío.
Pero entonces recordé las palabras del juglar y supe que había llegado el
momento adecuado.
--¿Qué insinúas?
Ariadna no dijo nada. Dio un paso hacia Jasón y le otorgó un cálido beso en boca,
de aspecto tan repugnante como la de un sapo. Entonces hubo un fuerte
fogonazo, que les obligó a cerrar los ojos. Cuando los abrieron de nuevo, ambos
habían recuperado su verdadero semblante. La rana y el sapo, gracias a la fuerza
transformadora del Amor, se habían convertido en el Príncipe y la Princesa.
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XI
LOS ENAMORADOS
El segundo poder de las profundidades es Eros. Allí donde dos seres se aman
sustraen una parte de su terreno al Leviatán
Ernst Jünger
El amor no es el deseo entre dos personas, sino el misterio que las une
John Fowles
Para Sallie Nichols, la potencia fogosa de Eros va más allá de la pasión sexual. En
el sentido alquimista es el “fuego divino” que hay que mantener necesariamente
para la Gran Obra y trascender el ego, y para el descubrimiento del sí-mismo.
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DOCE
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belleza y perfección, la nostalgia del espíritu luminoso que fuimos antes de ser
arrojados a las tinieblas por causa del orgullo y la vanidad. Me refiero a Lucifer
(Luz-Bel), cuya luz al apagarse cuando fue desterrado por Dios a la Tierra, nos
dejó sumidos en la oscuridad, ajenos ante todo cuanto nos rodea. Por eso, de
manera subconsciente, proyectamos hacia los objetos y las personas nuestro afán
de belleza y perfección, idealizando la realidad. El resultado es un lamentable
intento de mirarnos en el espejo turbio de nuestra propia ceguera, un espejo que
ya no refleja sino la sombra de lo que pudimos llegar a ser.
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XII
EL REY / LA REINA
Siempre que aparece un joven rey en escena, tanto en sueños como en mitos,
simboliza generalmente que un nuevo principio de conducta emerge
Sallie Nichols
Los Héroes han alcanzado la etapa final de su viaje, llegando al mismo lugar de
donde partieron. El esfuerzo les ha conducido a merecer el último rango, el
Arquetipo de Rey. Es una gran responsabilidad, para la que sólo sirven los
Elegidos. Este Arquetipo simboliza también la unión de lo masculino y lo femenino
en una sola esencia, unificar el poder para incrementarlo.
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moral consiste en salvar a un pueblo, a una persona, o bien en apoyar una idea. El
Héroe se sacrifica por algo, ahí está la moralidad del asunto.
Como en las fábulas y los cuentos de hadas, la vida también puede acabar bien.
¿Qué nos lo impide? Nosotros mismos, esa mentalidad equivocada y conformista,
comodona y cobarde, con la que nos engañamos a nosotros mismos para no dar
el primer paso, aguardado a que cambien las circunstancias. Nos hemos
convertido en una sociedad resignada, demasiado predispuesta a creer que la
vida raramente nos ofrece un final feliz.
EL MAGO
El Mago es sinónimo del viejo sabio, que se remonta en línea directa a la figura del
hechicero de la sociedad primitiva. Es el iluminador, preceptor y maestro. Aunque
como todos los arquetipos, también tiene un aspecto positivo y uno negativo
Carl G. Jung
Carl Jung es el perfecto ejemplo de Mago moderno. Durante toda su vida estudió
para liberar al ser humano de sus complejos interiores, analizando a fondo el
Tarot, la Mitología, el I Ching, la Alquimia, los Mandalas orientales, el Simbolismo
Arcano, el Taoísmo, la Psicología, el Ocultismo, la Filosofía, El Espiritismo, el
Budismo y la Física Cuántica. Llegó a tanto su poder, que incluso programó su
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EPÍLOGO
La vida no es más que un juego de rol sometido al azar y los avatares. La mejor
manera de jugar es adoptar un rol, un Arquetipo, usando el término acuñado por
Jung. Nuestra misión es intervenir activamente dentro del Juego de la Vida gracias
a la personalidad (máscara) que asumimos. O tal como refirió Montaigne,
deberíamos vivir la vida como si fuera la de un personaje ficticio.
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