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El desengaño barroco:

la verdad relativa en La vida es sueño y el Quijote


María Belén Grisolía - UNMDP

La situación de crisis por la que atravesaba España en el siglo XVII generó que la
desilusión y el desencanto se adueñaran de la mentalidad de los españoles. La decadencia de
lo que fue el imperio de Carlos V y Felipe II durante el siglo XVI producto de los fracasos
bélicos, las pestes, los desórdenes provocados por el éxodo del campo a la ciudad, etc.
generaron un climax de escepticismo y la consecuente desilusión frente a la realidad de las
cosas no tardó en llegar a la literatura[1]. Una de las características más notorias del Barroco
español es el desengaño, actitud que provoca el interés por investigar las relaciones entre la
apariencia y la realidad: se descubre que lo que "parece" no siempre es lo que "es"[2]. Esto
último conduce a la problematización de la categoría de la Verdad con mayúsculas (y en
consecuencia también lo que se considera mentira es repensado). Dos nuevas actitudes se
erigen frente a esa Verdad que hasta el momento era entendida como una e irrefutable: el
relativismo, que sostiene que la verdad es, tal como queda señalado en el término, relativa, y el
perspectivismo, a partir del cual se pensará la realidad como una construcción hecha de
acuerdo al punto de vista de aquel que observa y no como una esencia.

Es posible observar estas dos actitudes en muchas de las manifestaciones del arte
barroco, lo cual resulta particularmente relevante teniendo en cuenta que es coherente con las
preocupaciones mencionadas con anterioridad: la dicotomía artificio-naturaleza se resignifica,
ya que la correspondencia de ambos términos con otro par, mentira y verdad respectivamente,
es puesta en cuestión. Los límites entre lo real y lo aparente se difuminan, la realidad se
relativiza. Así, puede mencionarse como ejemplo paradigmático el cuadro Las Meninas de
Velázquez, el cual pone de relieve los múltiples puntos de vista con relación a un referente que
no está totalmente determinado. Al respecto Michel Foucault señala en Las palabras y las
cosas que "el cuadro en su totalidad ve una escena para la cual él es a su vez la escena" ([3],
pág.23). El espectador queda así incluido en el cuadro a partir de las miradas de la infanta, del
propio Velázquez (incorporado en su obra), etc. que se posan sobre él (convirtiéndose en el
protagonista de una escena que cambia permanentemente, así como cambian los
observadores).

En relación con los temas sugeridos, voy a centrarme en un caso paradigmático: La vida
es sueño[4], de Pedro Calderón de la Barca, y luego me referiré brevemente al Quijote [5] de
Miguel de Cervantes. La propuesta es analizar en los textos mencionados dicho
cuestionamiento de la concepción de lo verdadero y observar cómo el mismo se lleva a cabo a
partir de la ficción. Es decir, la ruptura epistemológica [6] no se despliega bajo la forma de un
discurso argumentativo sino a través de marcos literarios que NO dicen verdad para la época:
un drama en el caso de Calderón, un "cuento", tal como refiere el narrador del Quijote a su
relato (que en un futuro sería considerado la primera novela moderna). A partir de dichas
prácticas discursivas se reivindica el arte como legalidad. Lo interesante es resaltar que dicha
reivindicación se realiza a través del artificio literario en el cual se presentan las actitudes antes
referidas: el relativismo y el perspectivismo a partir de la puesta en escena de las
dicotomías vida-sueño, historia-ficción.

En La vida es sueño se escenifica la confusión entre lo aparente y lo real, relacionada con


otro recurrente motivo barroco, la vida como teatro, según el cual los seres humanos, más que
vivir, representamos: así se nos presenta Segismundo, el cual cuando vive la vida que
"naturalmente" le corresponde como hijo del rey, cree que está soñando. Esta concepción de la
vida como teatro es mencionada explícitamente por el protagonista quien la hace extensiva a
todos los seres humanos: "(...)y en el mundo en conclusión,/todos sueñan lo que son,/aunque
ninguno lo entiende." ( pág.65)

En la obra de Calderón la problematización de la apariencia/realidad queda planteada


desde el inicio: el primer personaje que aparece en escena es Rosaura: una
mujer disfrazada de hombre: ese disfraz es una máscara que oculta su verdadero ser.

En La vida es sueño los acontecimientos se organizan alrededor de tres conflictos y, en


todos los casos, los mismos surgen como consecuencia del desfasaje entre el ser y el parecer:

1- Segismundo- Basilio

2- Rosaura- Astolfo- Estrella

3- Rosaura- Clotaldo

Cada uno de estos conflictos tienen consecuencias concretas en la vida de los personajes
y se manifiestan también en el interior de los mismos: así, observamos tanto el choque entre
dos personajes (por ejemplo, Basilio- Segismundo) como entre dos actitudes en el interior de
un mismo personaje (el caso más sobresaliente es la contradicción entre el Segismundo
generoso y el agresivo, tensión íntima puesta de manifiesto a través del recurso del monólogo
interior).

Comenzamos nuestro análisis con el que hemos denominado conflicto número 3, y que
tiene como protagonistas a Rosaura y Clotaldo. El mismo surge precisamente como
consecuencia de un engaño de este último. En ninguno de los dos personajes lo que dejan ver
coincide con lo que realmente son: ella se disfraza para proteger su honra; él posee una vida
"oculta", ya que es padre de un hijo no reconocido públicamente. Por eso, al reaccionar ante la
posibilidad de haberlo encontrado exclama:

"Aún no sé determinarme / si tales sucesos son / ilusiones o verdades (...)" (pág. 29)

El desfasaje entre apariencia y realidad es lo que lo conduce a experimentar la inestable


de su propia vida.

En cuanto al señalado como el conflicto 2, vuelve a desarrollarse la problemática del ser y


el parecer a partir del triángulo amoroso entre Astolfo, Estrella y Rosaura. Astolfo es el gran
simulador, aquel que, siguiendo las palabras de Estrella "halaga con la boca y mata con la
intención": el comportamiento del conde no es sincero. Así, Estrella intenta protegerse de un
posible engaño de su primo (que ya se había comportado de esa manera con Rosaura)
poniendo al descubierto su estrategia de seducción. El "parecer" enamorado y deshonrar a la
muchacha es un gran motivo que se encarna en un personaje mítico de la tradición occidental:
Don Juan. Dicha figura fue elaborada por Tirso de Molina en el Siglo de Oro español, a través
de su Don Juan Tenorio, el burlador de Sevilla [7], que deshonra muchachas de las más
variadas clases sociales (una duquesa, Isabel, una pescadora, Tiberia, una villana, Aminta). En
este punto advertimos una diferencia con Astolfo, cuyas conquistas se vinculan con una
voluntad de acceder al poder (mientras que Don Juan las lleva a cabo por el simple placer de
hacerlo).

Pero donde va a surgir con más fuerza esta problemática es en la voz de Segismundo que
manifiesta su gradual desengaño a partir del conflicto, que hemos señalado como el 1, con su
padre el rey Basilio. La experiencia del sueño inventado por el rey y Clotaldo cambiará para
siempre la percepción de Segismundo sobre la realidad. Si antes se manifestaba
soberbiamente seguro respecto de la unicidad de la vida y de su diferencia con el ensueño,
exclamando: "Decir que sueño es engaño/bien sé que despierto estoy."(42) y, más
adelante, "No sueño pues toco y creo/ lo que he sido y lo que soy" (49), después de su estadía
en el palacio, la duda con respecto a la realidad de lo que está viviendo se apoderará de él
para siempre, a pesar de las afirmaciones inútiles de todos quienes lo rodean (Clotaldo,
Rosaura, los soldados, etc.) quienes insisten en que no está soñando. Segismundo ha vivido
en carne propia la relatividad de la existencia y aunque su confusión sea sólo metafórica es
más que suficiente para plantear ante todo el que lo oye que ni la realidad es tan cierta ni los
sueños tanta ilusión: "(...) y no es mucho que rendido/ pues veo estando dormido/ que sueñe
estando despierto" (63), "¿Tan semejante es la copia/ al original que hay duda/ en saber si es
ella propia?" (84)

La obra de Calderón testimonia cómo a partir del siglo XVII empieza a tambalear la verdad
con mayúsculas y ya no es posible la separación tajante entre el original y el simulacro. La
solución a la que se arriba en ella, que constituye una alternativa superadora del ser y el
parecer, es "obrar bien", no importa si en la vida o en el sueño[8]. Esto puede interpretarse
como una advertencia del propio escritor dirigida a los lectores para instarnos a no
desaprovechar la primera oportunidad como Segismundo porque, a diferencia de éste, quizá no
tengamos una segunda. En este punto, con la conclusión final se hace explícita la igualación
entre el sueño y la realidad: ambos poseen el mismo estatuto.

Tal relativización de la realidad es uno de los grandes temas del Quijote de Miguel de
Cervantes. En este caso, haré una breve referencia a uno de los niveles a través de los cuales
dicho movimiento se pone en marcha: lo inasible de la verdad se reconoce no sólo en la
historia que cuenta las aventuras de don Quijote ("hidalgo ocioso y loco", siguiendo la
descripción que de él se hace en el primer capítulo, que aparenta ser un caballero andante)
sino también en la historia que cuenta cómo esas aventuras llegaron a conocerse. En ninguno
de esos dos grandes planos se dan certezas respecto de que lo que se considera real es
efectivamente verdadero, y, lo que se considera falso es efectivamente ficción. Es posible
observar tal relativización a partir del entramado textual . Con respecto al origen de la historia,
el segundo autor cuenta haber encontrado un cartapacio en Alcaná de Toledo con la "Historia
de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo" (I, 9, 27).
Ahora bien, teniendo en cuenta las afirmaciones de los personajes que, de acuerdo con la
presentación que de ellos hace el texto, son "razonables", "cuerdos", "no locos", es decir, todos
menos Don Quijote, historiador arábigo es un sinsentido, casi un oxímoron: en el capítulo 49 de
la edición de 1605, durante la conversación entre el canónigo y Don Quijote, este último
defiende la realidad de una serie de hombres y sucesos mezclando las historias del pasado
con las de los libros de caballería, después de lo cual el narrador señala: "Admirado quedó el
canónigo de oír la mezcla que Don Quijote hacía de verdades y mentiras" (I, 49, 439) de lo que
se desprende que la Verdad está del lado de la Historia y la Mentira de la Ficción. Por su parte,
en la edición de 1615, ante los reproches de Don Quijote a sus historiadores por no callar "los
palos" que le dieran en distintas aventuras que, según él, ni cambian ni alteran la verdad de la
historia, Sansón Carrasco señala:

"Así es- replicó Sansón- pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta
puede contar o cantar las cosas no como fueron sino como deberían ser, y el historiador las ha
de escribir no como debían ser sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa
alguna" (II,3,42)

Nuevamente observamos la relación: Historia = Verdad; Poesía, Ficción = Mentira.

Ahora bien, Cide Hamete que está referido como un historiador, no como un poeta o un
artista, es también un árabe. A propósito dice el narrador: "Si a ésta (historia) se le puede poner
alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo,
siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos." (I,9,78)

Es decir, sólo dos cosas nos dice Cervantes acerca del autor, Cide Hamete: que
es árabe y que es historiador. Ellas dos bastan para problematizar y relativizar la verdad de
todo lo que se desarrolla en el texto. Por su condición de moro su verdad estará siempre en
tela de juicio. A juzgar por el texto, el autor del Quijote es un "mentiroso dedicado a decir
verdades" ante lo cual surge la pregunta en el lector: ¿cómo creer en lo que vemos si está
contado por un moro? El relativismo se plantea en el origen mismo de la historia de Don
Quijote. El segundo autor no puede estar completamente seguro respecto de cuánto hay de
historia en la crónica y cuánto de ficción: el propio Don Quijote denuncia reiteradamente a lo
largo de la segunda parte (refiriéndose a la primera de la cual tiene conocimiento) las posibles
alteraciones que sabios encantadores pudieron haber hecho a su historia al escribirla, por lo
tanto la relatividad se instala en el centro mismo del relato. Si, por ejemplo, las golpizas fueron
exageradas, si entonces se ha faltado a la verdad, luego todo puede ser mentira. Con este tipo
de comentarios, de los cuales está plagado el texto, Cervantes logra hacernos dudar de cada
detalle, insignificante o no, que allí está escrito. Para los lectores tampoco hay certezas, por lo
tanto quedamos convertidos en participantes activos de la creación literaria (tal como ocurría
con el espectador frente a "Las Meninas") y somos nosotros quienes juzgamos, en última
instancia, qué creemos o no de lo que leemos. Incluso, el propio protagonista llega a
confundirse totalmente en un episodio fundamental: para nadie queda claro, ni para el autor
que lo considera apócrifo, ni para el narrador, ni para Sancho Panza, qué fue lo que
"verdaderamente" ocurrió en la Cueva de Montesinos. Don Quijote tiene dudas respecto de lo
que ha vivido o no allí: esta situación de ambigüedad se pone en evidencia en la aventura de la
"cabeza encantada" (II,62, 430), a la cual, nuestro caballero pregunta: "Dime tú el que
respondes: ¿fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la Cueva de
Montesinos?" (II, 62, 436). En tal episodio vemos cómo Don Quijote, al igual que Segismundo,
experimenta en carne propia la relatividad de la existencia.

En conclusión, vemos cómo es a través de ambas historias que se va configurando una


nueva definición de la verdad como relativa, dependiente del punto de vista y, por lo tanto,
como una construcción. En palabras del propio Quijote "eso que a ti te parece bacía de
barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa" (I,25,208) Los
textos de Cervantes y Calderón nos muestran la imposibilidad de definir, en palabras de
Clotaldo "si los sucesos son ilusiones o verdades". Así, la confusión entre la ficción y lo real
llega hasta el punto de situarlos en el mismo plano. Como el "obrar bien" de Calderón elevaba
el estatuto del sueño al de lo real, en el Quijote los límites que distancian arte y vida
desaparecen: los entes de ficción de la segunda parte, como nosotros mismos, son lectores de
la primera. Los personajes quedan así igualados a las personas y en este punto es cuando nos
asalta el perturbador planteo borgeano:

"¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de
Hamlet?" (Y, podríamos agregar, Segismundo espectador del drama que lo tiene como
protagonista). Prosigue Borges, "Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que
si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o
espectadores, podemos ser ficticios"[9].

Notas
[1] Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Introducción al Quijote. Madrid, Estudios
cervantinos,1994
[2] En este punto considero relevante citar las palabras de Octavio Paz, quien señala que si
bien es cierto que no puede decirse "que el uso del hipérbaton y la perífrasis sean
consecuencia de la victoria de Lepanto", también lo es que "hay una innegable
correspondencia entre la historia de la sociedad y la historia de sus artes" en Octavio Paz, Sor
Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. México, FCE, pág.77
[3] Michel Foucault, Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1998
[4] Las citas han sido extraídas de la siguiente edición: Pedro Calderón de la Barca, La vida es
sueño. Bs.As. Losada, 1994
[5] Las citas del Quijote han sido extraídas de: Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha. Bs.As., Losada, 1994
[6] El concepto de episteme ha sido tomado de Michel Foucault, Las palabras y las cosas,
Op.cit.
[7] Tirso de Molina, Don Juan Tenorio. Bs.As., Losada, 1994
[8] Cito el pasaje del drama calderoniano en donde se hace referencia al "obrar bien", no
importa si en la vida o en el sueño:

"A reinar, fortuna, vamos;


no me despiertes, si duermo,
y si es verdad, no me aduermas;
mas sea verdad o sueño,
obrar bien es lo que importa;
si fuera verdad, por serlo;
si no, por ganar amigos
para cuando despertemos" (Op.cit. pág.72)

[9] Jorge Luis Borges, "Magias parciales del Quijote", en Otras Inquisiciones. Barcelona,
Emecé, 1996

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