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¿Qué sabor tienen tus uñas clavadas en mi espalda en el abrazo intenso de un


orgasmo? Borracha de sangre las degusto

¿Cuántos pelos brotan como el césped cuando se rozan tu sexo con el mío? Escalofrío
húmedo sería una posible respuesta.

¿Cómo es posible que siga sintiendo tu profunda mirada aún en la negrura intensa que
nos rodea cuando nace la noche? Es esa Presencia sin anteojos de las pieles que no
ven.

¿Será que el sexo me enseño que la piel jamás podrá cerrarse? Aparece la desnudez y
mis piernas abiertas.

En tu (hu)eco mueren entre los (estreme)cimientos de los ojos


los brazos
dos nubes
y nuestros pimpollos de labios y mundos.
En la muerte un (yu)yo canta sollozos libre a un trébol.
Esperando entre charcos el oscuro cielo que quema.

Por qué se fugan estas palabras guerreras escondidas entre los secretos de dos mates.
Reflejo del agua verde, susurran que mi perfume estuvo ahí.
Mi llama se aviva, me junto en pedazos.
Encuentro mis sentimientos verdeagua y descubro que yo también fui árbol.
De repente un gran salto hacia el vacío, en mi piedra extraviada que quedará sin
respuestas.

sus músculos están prensados en un abrazo de soledad a nuestras propias rodillas.

Suicidio lento del sexo precarizado

Me niego. Elijo la vitalidad del placer creativo. Caminaba en la corniza preguntándome


cuántos cuerpos tenía que probar para vivir, para sentir esa presencia sutil del
orgasmo lejos de mi concha. Sí, y la nombro como ella se merece porque hasta eso nos
han precarizado, nos han propuesto el pudor donde había goce, nos han robado la
humedad de regar los cuerpos.
¿Y quienes serán los culpables de tamaña aberración? ¿A qué locura colectiva le
otorgaremos el diagnóstico para normativizarla con pastillas? ¿Cuál fue el instante
donde matamos lentamente ese acto creador de vida?
Me detengo en la creación de vida. Sepamos cuerpos sintientes que la creación de vida
del acto sexual habita en la vitalidad del placer y no en la posibilidad de gestación.
Lo olvidamos ya lo sé y nos matamos lentamente, nosotres todes.
Acá trasciende el patriarcado y el capitalismo. Allá aparece la sensación de que la
respuesta sistémica queda chica para tamaña precarización de la vida, de la libertad.
Porque no seamos hipócritas, matar el placer es corromper la libertad más pura de
habitar nuestro propio cuerpo. Cuerpos normativizados.
Si, miles.
Ahora ¿quien se hace cargo de que ha precarizado su sexualidad?
Yo chive, acabe, grite, conecte, agradecí, bese, toque, chupe, abrace, pedí, mire, baile,
crecí, sufrí, cogí, mime y aun así sigo sintiendo que algunos monstruos gigantes me han
robado fragmentos de esa vida. Hoy me encuentro buscándolas, y las rescato de
rincones y cuevas y pozos. Pero así todo no paro de preguntarme ¿quién ganará la
carrera antes de mi muerte? ¿yo? o ¿ese suicidio lento?, que me sigue robando tiempo
para encontrarme viviendo mi propio sexo.

Victoria Ibañez
Newken 11/04/2019

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