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Franz CUMONT

Los misterios de Mithras


y doce estudios más sobre la religión del
Dios Invicto en el Imperio romano

Signifer Libros Thema Mundi / 9


Franz CUMONT (1869 - 1947) se erige desde sus primeros trabajos científicos
como el verdadero pionero y especialista en los estudios mithraicos en la primera
mitad del siglo XX, arrancando con los dos monumentales volúmenes de su estudio
maior tituladoTextes et monuments figurés relatifs aux mystères de Mithra (1896
y 1899), así como la síntesis Les mystères de Mithra (primera edición de 1900 y la
tercera, definitiva, ampliada y corregida, en 1913, en la que se basa la presente
traducción). Aún hoy, transcurrido más de un siglo, han de ser tenidas en cuenta
estas investigaciones sobre Mithras, para enriquecer, discutir o incluso negar las
hipótesis que el sabio belga desplegó en estos y otros estudios mithraicos menores
posteriores, de los que aquí ofrecemos 12 ejemplos, publicados después de 1915 y
hasta el año de su muerte. Estos trabajos permiten también vislumbrar la evolución
de sus teorías sobre el dios iranio al hilo de los nuevos descubrimientos. Durante la
vida de Cumont, el estudio de la religión de Mithras estaba «en construcción», y
hoy es justo conocer y reconocer la herencia dejada tras muchos años de paciente y
constante estudio de esta religión.

SIGNIFER LIBROS
Gran Vía, 2 - 2º,
SALAMANCA
Apdo. 52005 MADRID
ISBN : 978-84-16202-11-9
http://signiferlibros.com
€25,00
Franz CUMONT

LOS MISTERIOS DE MITHRAS


y 12 estudios más sobre la religión del
Dios Invicto en el Imperio romano

Prefacio y traducción de
Sabino Perea Yébenes

SIGNIFER LIBROS
Madrid – Salamanca 2017
Thema Mundi
8
Colección dirigida por
Sabino Perea Yébenes y Raúl González Salinero

SIGNIFER
LIBROS

ILUSTRACIÓN DE LA PORTADA:
Mithra tauróctono. Kunsthistorisches Museum.

Referencias de los originales. Parte I, Les mystères de Mithra. (Troisième édition revue et annotée contenant
vingt-huit figures et une carte), Bruxelles 1913. Parte II, capítulos complementarios: 1. «Découvertes nouvelles
au mithréum de Saint-Clément à Rome», CRAI, 1915, 203-211. – 2. «Le mithréum de Köningshofen à
Strasbourg», REA, 1918, 117-118. – 3. «Mithra et Dusarès», RHR, 1918, 207-212. – 4. «Mithra ou Sarapis
KΟΣΜΟΚΡΑΤΩΡ», CRAI, 1919, 313-328. – 5. «Le mithréum de Capoue», CRAI, 1924, 113-115. – 6. «Une
représentation du dieu alexandrin du Temps», CRAI, 1928, 274-282. – 7. «Un fragment de rituel d’initiation aux
mystères», HThR, 1933, 151-160. – 8. «Mithra et l’Orphisme», RHR, 1934, 63-72. – 9. «Mithra en Étrurie»,
Scritti in onore di B. Nogara raccolti in onore del suo LXX anno, R. Paribeni, Editor. 1937, Città del Vaticano,
95-103. – 10. «Mithra en Asie Mineure», Anatolian Studies presented to William Hepburn Buckler, W.M. Calder
and J. Keil, Editors, 1939, Manchester University Press, 67-76. – 11. «Le bas-relief mithriaque de Baris», CRAI,
1947, 303-308. – 12. «Alexandre mourant ou Mithra tauroctone?», RA, 1947, 5-9.

© Del prefacio y de la traducción, Sabino Perea Yébenes


© De la presente edición: Signifer Libros 2017
Gran Vía, 2-2º SALAMANCA 37001
Apdo. 52005 MADRID
http://signiferlibros.com
ISBN 13: 978-84-16202-11-9
ISBN 10: 84-16202-11-7
D.L.:
Imprime: Eucarprint S.L. - Peñaranda de Bracamonte, Salamanca
Bajorrelieve de Aquileya.

Imagen que aparece en el frontispicio de la obra original de Cumont, 1913.


Este libro está dedicado a los historiadores que, como Franz Cumont,
creen en el valor de lo que hacen.

El hombre vive y muere muchas veces entre sus dos eternidades.


William Butler Yeats
CONTENIDO

Prefacio a la presente edición (S. Perea Yébenes) ................................................ 11

PARTE I

LOS MISTERIOS DE MITHRAS

Prefacio a la primera edición ................................................................................ 19


Nota a la segunda edición ..................................................................................... 22
Aviso sobre la tercera edición............................................................................... 23

Capítulo 1: LOS ORÍGENES ............................................................................... 25

Mithra es un dios indo-iranio, 25 – Hipótesis de un influjo babilonio, 26 – El


Mithras avéstico, 27 – El Mithras de los Aqueménidas, 29 – Difusión de su
culto en el Imperio Persa, 30 – Mithras y los diádocos, 31 – Sincretismo en la
época alejandrina, 31 – El mazdeísmo en Armenia, 33 – El mazdeísmo en Asia
Menor, 34 – Asimilación con los dioses griegos, 35 – Influencia del arte
griego, 36 – Influencia de la filosofía estoica, 37 – Fijación de la liturgia, 38 –
Cómo el mazdeísmo tomó la forma de los misterios, 38 – Llegada de Mithras a
Cilicia, 40.

Capítulo 2: LA PROPAGACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO ......................... 41

Mithras no penetra en el mundo griego, 41 - Su propagación en Occidente, 42 –


Fecha de su llegada a Italia, 43 – Su culto se extiende por los soldados
orientales en las fronteras, 44 – Su difusión en Mesia, 45 – En Dacia, 47 – En
Panonia, 48 – En Carnuntum, 49 – En Retia, 51 – En Germania, 52 – En
Bélgica, 54 – En Britania, 54 – En África, 55 – En Hispania, 56 – Acción de
los veteranos, 56 – Otros factores: la diáspora siria, 57 – Los esclavos
orientales, 58 – Propagación del mithraísmo en los puertos del Mediterráneo,
59 – En la cuenca del Ródano, 61 – Los esclavos lo introducen en Italia, 62 – Y
también en el Nórico y en Panonia, 63 – Los funcionarios de origen servil, 64 –
Causas accesorias de la expansión del culto, 65 – Provincias donde se le
excluye, 67 – Su éxito en Roma, 67 – Capta a las clases superiores de la
sociedad, 67 – Rapidez de su expansión, 68.
Capítulo 3: MITHRA Y EL PODER IMPERIAL ................................................ 71

El mithraísmo no es perseguido, 71 – La condición jurídica de las asociaciones


de adeptos, 71 – Favor de los emperadores, 72 – Sus causas: teoría sobre la
divinización de los príncipes, 73 – En Egipto y entre los diádocos, 74 – Del
Hvarenò persa a la Τύχη βασιλέως, 76 – La Fortuna Augusti, 77 – Los títulos
de pius, felix, invictus y aeternus, 78 – El fuego de los Césares y la corona
radiada, 79 – El Sol y el emperador son consustanciales, 80 – Deus et dominus
natus, 80 – Conclusión, 81.

Capítulo 4: LA DOCTRINA DE LOS MISTERIOS ............................................ 83

Imposibilidad de seguir la evolución de la teología mithraica, 83 – El dios


supremo es el Tiempo infinito, 83 – Teogonía: la tríada primitiva: Cielo, Tierra
y Océano (o Júpiter, Juno, Neptuno), 86 – Los otros dioses nacidos de Júpiter y
de Juno, 86 – Ahrimán y los demonios, 87 – Cosmología mithraica: culto de
los cuatro Elementos, 88 – Alegoría de la cuadriga, 92 – El Sol y la Luna, 93 –
Influencias caldeas, 95 – Los planetas y los signos del zodíaco, 96 – Los
hemisferios celestes o Dióscuros y Atlas, 97 – La doctrina fatalista; astrología
y superstición, 97 – Los dioses benefactores, 97 – Mithras, genio de la luz y
μεσίτης, identificado en Babilonia con el Sol, 97 – Tríada de Mithras, Cautes y
Cautopates, 97 – La leyenda mazdea: nacimiento de Mithras, 98 – Leyenda de
Mithras y el Sol, 99 – Leyenda de Mithras y del toro, 100 – Creación de las
plantas y de los animales, 101 – El género humano amenazado por una sequía,
por un diluvio y por una conflagración, 103 – Festín y ascensión del Sol y de
Mithras, 103 – Relaciones de Mithras con el hombre, 104 – La moral del
mithraísmo, 105 – Mithras es el dios tutelar de sus fieles, 107 – Destino del
alma tras la muerte, 108 – Resurrección de la carne y conflagración final, 109 –
Conclusión, 110.

Capítulo 5: LA LITURGIA, EL CLERO Y LOS FIELES ................................... 111

Pérdida de los libros sagrados del mithraísmo, 111 – Fidelidad al ritual persa,
111 – Los siete grados de la iniciación, 112 – Origen de los disfraces
animalísticos, 112 – Los sirvientes y los participantes, 113 – Los Padres,114 –
Ceremonias de iniciación, los sacramentos: bautismo, confirmación y
comunión mithraicas, 114 – Las pruebas – Impresión producida por estas
ceremonias, 116 – El clero, 119 – La liturgia cotidiana y las fiestas, 121 - Los
sodalicia mithraicos, 122 – Sus funcionarios y sus finanzas, 123 – Número
restringido de sus miembros, 126 – La atracción que ejercen, 126 – Exclusión
de las mujeres, 127.

Capítulo 6: MITHRA Y LAS RELIGIONES DEL IMPERIO ............................. 129

Tolerancia del mithraísmo, 129 – Sus relaciones con los demás cultos
occidentales, 130 – Isis, Júpiter Dolichenus, 130 – Su alianza con la Mater
Magna, 131 – El taurobolio, 132 – Una teología encaminada al sincretismo
solar, 133 – Su conformidad con la filosofía y las tendencias políticas del
Imperio, 135 – Esfuerzo supremo del paganismo hacia el monoteísmo, 136 –
Lucha de los misterios mithraicos y del cristianismo, 137 – Analogía y
diferencia de su propagación, 138 – Similitud de sus doctrinas, 139 – ¿Tuvo
imitadores?, 141 – Contradicciones de sus tendencias, 142 – El mithraísmo,
apoyado por los emperadores, 142 – Conversión de Constantino, 142 –
Restauración de Juliano, 143 – Y la posterior persecución violenta, 144 – La
aristocracia romana permanece fiel a Mithras, 146 – Desaparición de su culto,
146 – Ideas que ha dejado; el maniqueísmo es su heredero, 147.

APÉNDICE I: EL ARTE MITHRAICO .............................................................. 149

Importancia de los monumentos mithraicos en el arte romano, 149 –


Representación de Mithras, 149 – Los dadóforos, 150 – Perfección minuciosa
de algunas esculturas, 151 – Mediocridad de la mayoría, 151 – Su destino, 152
– Fabricación y transporte de los ex votos mithraicos, 152 – Valor de los
grandes bajorrelieves para el estudio del arte provincial, 153 – La policromía,
154 – La escuela de la Galia septentrional, 155 - Desarrollo y difusión de los
tipos escultóricos, 156 – Grupo danubiano y grupo renano, 157 – Origen de
diversas representaciones, 158 – El Cronos leontocéfalo, 158 – Pobreza de las
innovaciones, 160 – Interés religioso de los artistas, 161 – Influencia sobre el
arte cristiano, 161.

APÉNDICE II: NUEVOS ESTUDIOS Y DOCUMENTOS ................................ 161

Obras generales, 163 – Nuevos monumentos, 164 – Textos nuevos, 170.

PARTE II

DOCE ESTUDIOS MÁS SOBRE LA RELIGIÓN


DEL DIOS INVICTO EN EL IMPERIO ROMANO

1. 1915. El mithraeum de San Clemente en Roma ...................................... 177-182


2. 1918. El mithraeum de Königshofen en Estrasburgo .............................. 183-185
3. 1918. Mithras y Dusares .......................................................................... 187-192
4. 1919. Mithras o Sarapis ΚΟΣΜΟΚΡΑΤΩΡ ............................................ 193-204
5. 1924. Descubrimiento de un mithraeum cerca del Capitolio de Capua ... 205-207
6. 1928. Una representación del dios alejandrino del Tiempo ..................... 209-215
7. 1933. Un fragmento de un ritual de iniciación a los misterios ................ 217-224
8. 1934. Mithras y el orfismo ...................................................................... 225-233
9. 1937. Mithras en Etruria .......................................................................... 235-244
10. 1939. Mithras en Asia Menor .................................................................. 245-254
11. 1947. El bajorrelieve mithraico de Baris ................................................. 255-259
12. 1947. ¿Alejandro moribundo o Mithras? ................................................. 261-264
Prefacio a la presente edición
Sabino PEREA YÉBENES

No perdamos la perspectiva: el libro de Franz Cumont que presenta-


mos ahora –en traducción de la tercera edición que vio la luz en 1913, por
tanto hace más de cien años– era entonces, igual que ahora, un punto de
partida para los estudios mithraicos que se iniciaron a finales del siglo XIX.
En un siglo ha habido notables avances –y también retrocesos– en los estu-
dios dedicados al dios iranio. La investigación más reciente se ha beneficia-
do con la incorporación de nuevos hallazgos arqueológicos: esculturas sa-
gradas, votos (las inscripciones), así como la excavación de nuevos centros
de culto. Aunque los estudios mithraicos, como todos los históricos, nunca
están cerrados, queda claro que la documentación reunida por Cumont en sus
Textes et Monuments1, ha crecido considerablemente. Los trabajos de Marte-
en J. Vermaseren, el corpus monumental (1956-1960)2 y los sucesivos
volúmenes de Mithriaca, aparecidos en la prestigiosa serie Études prélimi-
naires aux religions orientales dans l’empire romain, parecen ser herederos
naturales de la obra Cumont después de su muerte, y marcan el punto de
reinicio de una nueva época en los estudios mithraicos, hasta hoy, un periodo
fructífero que ha compendiado Robert Turcan en un libro reciente3. Unos
pocos congresos de Estudios mithraicos4, y numerosos estudios desperdiga-
dos en libros, y libros monográficos propiamente dichos5, siguen captando el
1
Textes et monuments figurés relatifs aux mystères de Mithra. Vol. I. 1899, Brussel, H.
Lamertin, y vol. II, 1896.
2
M.J Vermaseren, Corpus Inscriptionum et Monumentorum Religionis Mithriacae, La
Haye, I-II, 1956-1960.
3
R. Turcan, Recherches mithriaques: quarante ans de questions et d’investigations, Paris,
Les Belles Lettres, 2016.
4
J.R. Hinnels (éd.), Mithraic Studies, First International Congress, Manchester, 1975; J.
Duchesne-Guillemin (éd.), Études mithriaques. Actes IIe congrès international Teheran, 1-8
sept. 1975, Acta Iranica 17, Leyde, 1978 ; U. Bianchi (ed.), Mysteria Mithrae. Proceedings of
the International Seminar on the Religio-Historical Character of Roman Mithraism with
particular Reference to Roman and Ostian Sources, Roma, 1979.
5
Recuerdo algunas monografías específicas (por orden alfabético): R. Beck, Planetary
Gods and Planetary Orders in the Mysteries of Mithras, Leiden, 1988; Id., On Mithraism:
Collected Works with new essays, Hampshire, 2004; Id., The Religion of the Mithras Cult in
the Roman Empire. Mysteries of the Unconquered Sun, Oxford, 2006; A.D. Bivar, The Per-
sonalities of Mithra in Archaeology and Literature, New York, 1998; L. R. Campbell,
Mithraic Iconography and Ideology, Leiden, 1976; I. Campos Méndez, Fuentes para el
estudio del Mitraísmo, Cabra 2010; M. Clauss, Mithras: Kult und Mysterien, München, 1990
(versión inglesa: The Roman Cult of Mithras: The God and his Mysteries, traducción de R.

11
Prefacio

interés de estudiosos y de estudiantes. Y de un modo u otro se tienen presen-


tes los trabajos del maestro Cumont6. En los estudios mithraicos sistematiza-
dos no hay “un antes del Cumont” de los Textes et monuments7 pero sí un
“después de Cumont”, como ha puesto de relieve un recentísimo estudio de
Attilio Mastrocinque8 que forma parte de la novísima edición (que incluye
una reedición anastática) de Les Mystères de Mithra, publicada por la Aca-
demia Belgica en 2011 como parte de la Bibliotheca Cumontiana9, in pro-
gress. Al sabio belga no le han faltado críticos10 y detractores; pero otros, a
partir de él han formulado nuevas hipótesis o han desarrollado las que Cu-
mont había solo apuntado en algunas investigaciones cortas, por ejemplo la
relación del mithraísmo con la filosofía y el orfismo. O bien sobre el ejército
romano y el culto a Mithras11.
Por tanto, el investigador actual no puede ignorar el background cu-
montiano, sino que debe establecerlo como arranque y fundamento de sus

Gordon. New York, 2001); J. Alvar (& R. Gordon, Translator and Editor), Romanising Orien-
tal Gods. Myth, Salvation and Ethics in the Cults of Cybele, Isis and Mithras, Leiden, Boston:
Brill, 2008; K. Kocher, Mithras: Kultbilder am Sternenhimmel, Berlín, 1995; A.
Mastrocinque, Studi sul Mitraismo (Il Mitraismo e la magia), Roma, 1998; R. Merkelbach,
Mithras, Hain 1984; P. Nabarz, The Mysteries of Mithras. The Pagan Beliefs that shaped the
Christian World, Rochester, Vermont, 2005; M.P. Speidel, Mithras-Orion, Greek hero and
Roman Army God, Leiden, 1980; R. Turcan, Mithras Platonicus, Recherches sur
l’Hellénisation Philosophique de Mithra, Leiden, 1975; D. Ulansey, The Origins of the
Mithraic Mysteries: Cosmology and Salvation in the Ancient World, New York, 1989; M.J.
Vermaseren, Mithras, the Secret God, London, 1963. Etc.
6
Obsérvese que la estructura del libro de R. Turcan, Mithra et le mithriacisme, Paris, Les
Belles Lettres, 1993, es muy parecida a la de Les mystères de Cumont.
7
Una excepción es el libro de F. Windischmann, Mithra. Ein Beitrag zur Mythen
geschichte des Orients, Leipzig, 1857. Cf. R. Turcan, «Franz Cumont, un fondateur», Kernos
11, 1998, pp. 235-244.
8
A. Mastrocinque, «“L’oeuvre est. Et l’oeuvre sera”. Note panoramique sur Les Mystères
de Mithra après Cumont», en F. Cumont, Les mystères de Mithra, 2011, pp. LXIX-LXXXIX.
Véase también R. Gordon, «Franz Cumont and the doctrines of Mithraism», en J. Hinnells
(ed.), Mithraic Studies II, Manchester, 1975, pp. 215-248;R. Beck, «Mithraism since Franz
Cumont», Aufstieg und Niedergang der Romischen Welt II.17.4, 1984, 2002-2117;
9
F. Cumont, Les mystères de Mithra, volume édité par Nicole Belayche & Attilio Mas-
trocinque, avec la collaboration de Daniela Bonanno, Academia Belgica, Institut historique
belge de Rome, 2011. Este libro es absolutamente fundamental por todo lo que concierne a
Cumont como estudioso del mithraísmo, con ocasión de la reedición integra de Les mystères
de Mithra. La obra presenta, a modo de larga introducción, 88 páginas de estudios sobre la
idea Mithra en Cumont, y, a modo de postfacio, un largo estudio de Daniela Bonanno sobre
«L’atelier de Franz Cumont. Notes manuscrites conservées dans l’exemplaire personnel de F.
Cumont des Textes et monuments figurés relatifs aux mystères de Mithra», ibid., pp. 193-242,
con reproducción de algunas hojas originales del manuscrito de Les mystères.
10
Cf. A. Mastrocinque, loc. cit., 2011, pp. LXXV-LVIII.
11
Cf. R. Gordon, «The Roman Army and the Cult of Mithras: a critical view», en Y. Le
Bohec and Cath. Wolff (eds.), L’armée romaine et la religion, Paris, 2009, 379‐450.

12
Prefacio

pesquisas, y saber crecer en ese suelo bien fertilizado, enriqueciéndolo con el


aporte de nuevos monumentos, textos, interpretaciones o teorías, como hacía
el propio Cumont. El lector verá, en la presente edición de Los misterios de
Mithras una segunda parte, donde presentamos la versión española de un
conjunto de estudios mithraicos que Cumont fue produciendo con cierta
regularidad después de 1913, fecha de la tercera y definitiva edición de Los
misterios y hasta la fecha de su muerte. Esta selección de trabajos –muchos
de ellos verdaderamente difíciles de encontrar, incluso en bibliotecas espe-
cializadas– muestran el interés del autor por los estudios mithraicos hasta el
final de su vida, comentando nuevos monumentos o dando vueltas de tuerca
a lo que ya él mismo había dicho, si bien es cierto que la frecuencia de los
estudios mithraicos no es regular ni abundante en el Cumont maduro.
Este bloque de estudios mithraicos que presentamos aquí abarcan un
largo periodo que es, también un fragmento de siglo convulso en Europa:
exactamente el mediante entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda.
Cumont vive estos episodios trágicos refugiado en sus estudios y a veces
lamentándose (aunque finamente) de que las circunstancias le impiden ver
tal o cual yacimiento arqueológico (como en el estudio sobre el mithraeum
de Sarrebourg) y no poder comparar algunas esculturas (ver el último capítu-
lo de este libro, uno de los últimos escritos por Cumont en plena Segunda
Guerra).
No es este el momento de repetir aquí la biografía de Franz Cumont.
A tal fin recomiendo algunos trabajos ya publicados12. Pero sí es oportuno
recordar que en agosto de este año de 2017 se cumplirán 70 años de su muer-
te, y que las iniciativas tan elogiosas como la de la Academia Belgica de
Roma de reeditar con aparato crítico o estudios introductorios las obras
completas de Cumont, nos deben hacer reflexionar acerca del valor y vigen-
cia de su obra. Y no solo como un acontecimiento “historiográfico”, sino
para dar una segunda oportunidad de lectura a sus teorías sobre el dios Mith-
ras presentadas en su obra Les mystères de Mithra, una obra que el autor
concibió como divulgativa, para el gran público, pero que le llevó bastantes
años de reflexión y de esfuerzo sintético, condensando ahí los resultados
sustanciales de los dos volúmenes de su Textes et monuments figurés relatifs

12
C. Bonnet, La Correspondance scientifique de Franz Cumont conservée à l’Academia
Belgica de Rome, Bruxelles-Rome, 1997, especialmente pp. 1-67; G. Casadio, «Franz Cu-
mont, historien des religions et citoyen du monde», en Imago Antiquitatis. Religions et icono-
graphie du monde romain. Mélanges offerts à Robert Turcan, Paris, 1999,), pp. 161-165.
Nosotros, en una reciente traducción del librito que Cumont dedicó al profeta Alejandro de
Abonuteico, también hacíamos una glosa biográfica del autor: Franz Cumont, Un episodio de
la historia del paganismo en el siglo II d.C.: Alejandro de Abonuteico, Madrid, Signifer
Libros, 2012 (véanse especialmente las primeras páginas del capítulo complementario de S.
Perea Yébenes, ibid., pp. 69-75).

13
Prefacio

aux mystères de Mithra, obra frecuentemente citada en las notas al pie de


página. Hoy ofrecemos al lector en lengua hispana la versión completa13 de
Les mystéres, incluidas las notas y el aparato crítico. Quizás alguien encuen-
tre todavía argumentos valiosos en aquellas viejas referencias bibliográficas,
y se sienta más seguro viendo los anclajes de las fuentes con las que Cumont
va armando su discurso.
El volumen, como se ha indicado antes, se enriquece notablemente
con doce trabajos sobre diversos aspectos del culto a Mithras. El estudio
titulado «Alexandre mourant ou Mithra tauroctone?» vio la luz poco antes, o
un poco después, de que los ojos de Franz Cumont apagaran para siempre la
suya en el verano del 47.

NOTA EDITORIAL DEL TRADUCTOR

El lector observará que en la presente edición el nombre del dios ira-


nio adorado en el mundo greco-romano aparece nombrado como Mithras –y
no “Mitra”, como aparece en muchos otros libros, con la forma vulgarizada
de este teónimo–, considerando que la forma Mithras es más fiel al original
griego: Μίθρας. Resulta incomprensible, en la mayoría de las publicaciones,
la elisión de la sigma final. Las formas modernas Mitra y Mithra son espu-
rias. La mejor traslación fonética del nombre del dios es Mithras.
Así, Μίθρας (y no Μίθρα, ni menos aún Μίτρας), es como aparece
en los textos literarios más significativos; sirvan como ejemplos la Apología
primera de Justino Mártir (66, 4: ὅπερ καὶ ἐν τοῖς τοῦ Μίθρα μυστηρίοις
παρέδωκαν γίνεσθαι μιμησάμενοι οἱ πονηροὶ δαίμονες…) o un verso de los
Fragmenta de Numenio (LX, 10: ὃν ὁ Μίθρας ἐδημιούργησε), así como en
infinidad de inscripciones. Μίθρας es la morfología más frecuente, aunque
no faltan variantes como la que muestran los lexicógrafos antiguos: Hesiquio
indica el nombre Μίθρης· ὁ πρῶτος ἐν Πέρσαις θεός (mu lin. 1335), y Focio
Μίθραν νομίζουσιν εἶναι οἱ Πέρσαι τὸν ἥλιον.
Creo que la θ (theta) griega –la tercera letra del nombre divino– debe
trasladarse al español como th (con fonación de z/c española, fricativa e in-
terdental) y no con la τ (tau) con sonido consonante obstruyente, oclusivo,
dental y sordo.

13
Circulan en el mercado editorial algunas versiones en inglés de Los misterios de Mith-
ra, que se realizaron sobre las ediciones primera o segunda, que tienen unas cien páginas
menos que la edición tercera definitiva. En estas ediciones también se suprimió el aparato
crítico de las notas.

14
Prefacio

Por otro lado, el adjetivo derivado del teónimo Mithras, que califica
cuanto se refiere al dios, se ha trasladado aquí al español como mithraico.
Otros traductores e investigadores, por ejemplo los francoparlantes, como el
propio Cumont, prefieren “mithríaco” (mithriaque), de μιθριακός
(Μιθριακός, ή, όν). Este último es un término raro en lengua griega, pero
que aparece por ejemplo en la obra de Eunapio, Vitae sophistarum, VII, 3, 4,
2: πατὴρ ὢν τῆς Μιθριακῆς τελετῆς, y en la un opúsculo del alquímico
Zósimo de Panopolis περὶ τῆς ἀσβέστου, p. 8, 22: Τοῦτο γάρ ἐστι τὸ
φάρμακον, τὸ τὴν δύναμιν ἔχον, τὸ Μιθριακὸν μυστήριον. Sin embargo,
preferimos mithraico, que es la traslación fonética más ajustada al español
del término que utiliza Celso en Ἀληθὴς λόγος VI, 24, 1, y que parafrasea
Orígenes en el Contra Cels. (VI, 22 y 24): en ambos casos, en genitivo plu-
ral: Ἑξῆς δὲ τῷ ἀπὸ τῶν Μιθραϊκῶν ληφθέντι λόγῳ ἐπαγγέλλεται ὁ Κέλσος
τελετήν, etc. Ambas opciones, mithríaco y mithraico tienen la misma legiti-
midad. Preferimos la segunda.
Otro problema de traducción supone nombrar al centro de culto del
dios con un nombre derivado del teónimo. Hemos preferido mithraeum,
latinizando el correspondiente sustantivo griego. Es también un término raro
en la literatura religiosa o teológica griega. La capilla de Mithras parece
como τό Μιθραῖον en el papiro PGurob. 22.10; y en Gregorio de Nacianzo,
Carmina, p. 1572, ὡς δὲ ναοῖο Μιθραίο, o en algún texto hagiográfico tardío
como el poema escrito por Eudocia en honor del mártir Cipriano: ἔτος δ' ἐπὶ
ἕβδομον ἐλθὼν Μιθραίῳ Φαέθοντι πάλιν μετέπειτα τελέσθην (A. Ludwich,
Eudociae Augustae, Procli Lycii, Claudiani carminum Graecorum reliquiae,
Leipzig: Teubner, 1897, libro II, línea 15).
En definitiva, usamos el teónimo Mithras para referirnos al dios, el
adjetivo mithraico para calificar a lo relativo al mismo o a su religión, y em-
pleamos el sustantivo neutro latinizado genérico mithraeum para indicar la
capilla del culto. Estos mismos criterios morfológicos los observo en la auto-
rizada edición de Richard Gordon del libro Romanising Oriental Gods.
Myth, Salvation and Ethics in the Cults of Cybele, Isis and Mithras, Leiden,
Boston, Brill, 2008, en aquellas ocasiones que cita al dios iranio, a su lugar
de culto, y lo relativo al dios y a la fe: Mithras, mithraeum, Mithraic, Mith-
raism.

15
PARTE I

LOS MISTERIOS DE MITHRAS


Prefacio a la primera edición

Este libro no tiene la intención de ofrecer un retablo de la caída del


paganismo. No cabe encontrar en él argumentos generales sobre las causas
profundas que favorecieron el éxito de los cultos orientales en Italia; no
hemos caído en la tentación de mostrar aquí cómo sus doctrinas, que actúan
como elementos de descomposición más activos que las doctrinas filosófi-
cas, consiguieron cambiar las creencias nacionales sobre las que reposaba el
Estado romano y toda la vida antigua, y cómo la destrucción del edificio que
ellos habían abandonado, fue acabado por el cristianismo. Tampoco nos
limitaremos a la empresa de seguir las diversas fases de la lucha entre el
paganismo y una Iglesia briosa. Este ambicioso propósito, que no descarta-
mos abordar algún día, no es lo que queremos tratar en la presente mono-
grafía, que solo se ocupa de una parte de esta revolución decisiva: trata de
mostrar, con la mayor precisión posible, cómo y por qué una secta del maz-
deísmo llegó a convertirse en la religión foránea más importante del Imperio.
La civilización helénica jamás llegó a calar profundamente entre los
persas, y los romanos siempre se resistieron a someterse a los partos. El gran
hecho que domina toda la historia de Asia menor, es que el mundo iranio y
el mundo greco-latino siempre demostraron resistencia a una asimilación
recíproca, separados por un rechazo instintivo y una hostilidad secularmente
heredada.
Además, la religión de los magos, que fue la más alta expresión del
genio de Irán, influyó triplemente sobre la cultura occidental. El parsismo
tuvo desde sus comienzos una acción muy sensible sobre la formación del
judaísmo, y algunas de sus doctrinas cardinales se expandieron, a través de
las colonias judías, por toda la cuenca mediterránea, y llegaron a ser acepta-
das más tarde por la ortodoxia católica. El mazdeísmo influyó más directa-
mente sobre el pensamiento europeo desde el momento que Roma conquisto
la parte oriental de Asia Menor. Desde tiempos inmemoriales los grupos de
magos emigrados de Babilonia que vivían en la clandestinidad, combinando
sus creencias tradicionales con las helénicas, habían elaborado poco a poco
en regiones bárbaras un culto original y muy complejo. Se le ve, a comien-
zos de nuestra Era, surgir bruscamente de la sombras para avanzar simultá-
neamente por las cuencas del Danubio y del Rin, hasta Italia. Los pueblos de
Occidente sintieron con fuerza la superioridad de la fe mazdea sobre sus
viejas prácticas tradicionales, y las gentes acudieron devotas a los altares de
un nuevo dios exótico. Pero los progresos de este dios “conquistador” se
frenaron al entrar en colisión con el cristianismo. Los dos adversarios reco-
nocieron con asombro las similitudes que los acercaban, sin reparar en su
origen, y se acusaron mutuamente de “robo espiritual” y de haber querido

19
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

parodiar la santidad de sus ritos. El conflicto entre ellos era inevitable, un


combate vehemente, implacable, pues su apuesta era el dominio del mundo.
Nadie nos ha contado los detalles de ese enfrentamiento, y solo en nuestra
imaginación se representan los dramas desconocidos que agitaron las almas
de las muchedumbres, que dudaban entre Ormuz y la Trinidad. Nosotros
conocemos solo el resultado de la lucha: el mithraísmo fue vencido, e indu-
dablemente debió serlo. Su descalabro no se produjo únicamente por la supe-
rioridad de la moral evangélica o de la doctrina apostólica sobre las enseñan-
zas de los misterios; pereció no sólo por el hecho de haber sido limitado por
la herencia onerosa de un pasado caduco, sino sobre todo porque su liturgia
y su teología habían permanecido con rasgos “demasiado asiáticos” para que
el espíritu latino los acogiera sin repugnancia. Por una razón contraria, la
guerra mantenida en la misma época en Irán entre los dos rivales no fue exi-
tosa para los cristianos, incluso poco honrosa, y, en los estados sasánidas el
zoroastrismo jamás se implantó con fuerza.
Pero la derrota de Mithras no destruyó su poder. Este había prepara-
do los espíritus para aceptar una fe nueva, llegada, como él mismo, desde las
riberas del Éufrates, y que con una táctica distinta limó las discordias. El
maniqueísmo apareció como su sucesor y su continuador. Este fue el gran
salto de Persia hacia Occidente, asalto más rápido que los otros, pero que
estaba condenado a derrumbarse finalmente al enfrentarse a la fuerte resis-
tencia del imperio cristiano.
Esta pincelada rápida saca a la luz –así lo espero– la importancia que
ofrece la historia del mithraísmo. Rama destacada del viejo tronco mazdeo,
conservó muchos rasgos característicos del antiguo culto naturalista de las
tribus iranias, y por comparación nos permite conocer mejor la aportación,
tan discutida, de la reforma avéstica.
Por otra parte, si no las ha inspirado, al menos ha contribuido a fijar
algunas doctrinas de la Iglesia, como las ideas relativas a los poderes infer-
nales y el fin del mundo. Tanto sus orígenes como su caída contribuyen a
explicarnos la formación de estas dos grandes religiones. En época de su
esplendor, ejerció una influencia no menos importante en la sociedad y el
gobierno de Roma. Europa jamás estuvo tan cerca de tomar las señas de
identidad asiáticas como en el siglo III de nuestra Era, ni siquiera en época
de las invasiones musulmanas, en un momento en que el cesarismo estuvo a
punto de convertirse en un califato. Se ha insistido a menudo en los pareci-
dos que ofrece la corte de Diocleciano con la de Cosroes. Fue el culto solar,
y fueron particularmente las teorías mazdeas, las que extendieron las ideas
según las cuales los soberanos divinizados tuvieron la tentación de fundar el
absolutismo monárquico. La rápida difusión de los misterios persas en todas
las clases de población sirvió admirablemente a las ambiciones políticas de

20
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

los emperadores. Se produjo un desbordamiento repentino de conceptos


iranios y semíticos que sumergió todo lo que laboriosamente había edificado
el genio griego o romano, y, cuando el nivel del agua de la riada se retira
queda en la conciencia popular un espeso sedimento de creencias orientales,
que nunca desaparecieron del todo.
Creo haber dado bastantes indicaciones de por qué el tema que he
tratado merecería que se le dedicasen monografías más profundas. Es verdad
que este estudio me ha llevado por caminos que no podía sospechar al co-
mienzo, y no estoy dispuesto a tirar por la borda tantos años de trabajo y los
muchos viajes que me ha costado. El propósito inicial no deja de ser decep-
cionante. Por un lado, ignoramos hasta qué punto el Avesta y otros libros
sagrados de los Parsis representan las ideas mazdeas de Occidente; por otro,
apenas tenemos algo más que este comentario para interpretar el conjunto
considerable de monumentos figurados que han sido reunidos y estudiados
pacientemente. Especialmente las inscripciones son una guía siempre segura,
aunque su contenido, como sucede a menudo, es bastante pobre. Nuestra
situación es parecida a la de aquellos que en la Edad Media intentaron escri-
bir la historia de la Iglesia disponiendo como fuentes únicas la Biblia hebrea
y los restos escultóricos de los templos románicos y góticos. Además, la
interpretación de las representaciones mithraicas casi nunca colman nuestras
expectativas, más grandes o más pequeñas, de verosimilitud. No creo que
hayamos llegamos a descifrar lo que los jeroglíficos dicen exactamente, y no
quiero atribuir a mis opiniones más valor que el de los argumentos que las
sostienen. Sin embargo, espero haber acertado en la interpretación del signi-
ficado general de las imágenes sagradas que adornan las criptas mithraicas.
En cuanto a los detalles de su simbolismo recóndito, muchas veces no he
podido elucidarlos, viéndome obligado a menudo a practicar el ars nescendi.
Este pequeño volumen reproduce las «Conclusiones» que cierran el
primer volumen de mi estudio Textes et monuments figurés relatifs aux
mystères de Mithra. Aligerados de notas y de las referencias que les sirven
de argumento, estas páginas tienen como objetivo resumir y ordenar lo que
sabemos sobre los orígenes y las características de la religión mithraica,
permitiendo al lector orientarse sobre esta cuestión. Las inexactitudes y las
lagunas de la tradición no permiten dar a todas las partes de esta reconstruc-
ción una solidez equivalente. Los que quieran comprobar la estabilidad de
los argumentos en los que reposan estas idea generales, pueden acudir a las
discusiones críticas de la «Introducción» de mi obra citada antes, que tiene
como finalidad determinar el sentido y el valor de los documentos escritos, y
sobre todo los monumentos escultóricos reunidos en mi catálogo.
Durante la ardua preparación de esta obra, a menudo he acudido a la
solidaridad que une a todos los hombres de ciencia en el mundo, y rara vez

21
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

he llamado a las puertas en vano. La cortesía de amigos muy queridos –


muchos de ellos ya no están entre nosotros– se ha anticipado a mi deseo de
gratitud por haberme ofrecido espontáneamente mucho más de cuanto yo me
hubiera atrevido a pedir. He procurado, a lo largo de todo el libro, dar a cada
uno el mérito que le corresponde. No quiero olvidarme de mis colaborado-
res, ni repartir agradecimientos banales, sino pagarles con la misma cortesía.
Este es un sentimiento de profunda gratitud que recuerda tantas atenciones
que me han prodigado durante más de diez años, y que, llegados al final de
mi tarea, agradezco a todos que me hayan ayudado a cumplirla.

1 de diciembre, 1899

Nota a la segunda edición

Esta segunda edición, muy cercana a la primera, presenta pocos cam-


bios. Salvo en dos o tres puntos, el texto apenas ha sido modificado: hemos
añadido algunas notas que remiten a artículos recientes, y hemos incluido
una selección de ilustraciones, que son el mejor comentario de algunas pági-
nas. La adición más significativa es un apéndice sobre la escultura mithraica.
Nos ha parecido que en un momento en que algunos se ocupan de la influen-
cia oriental del arte romano, puede tener cierto interés este estudio arqueoló-
gico.
Es un deber para nosotros agradecer a los críticos que han acogido
con generosidad nuestras investigaciones sobe los misterios de Mithras, te-
niendo a bien reconocer que esta reconstrucción de una religión desaparecida
descansa sobre una interpretación objetiva y completa de las fuentes. En una
materia tan oscura resulta inevitable que surjan opiniones discordantes, y
nuestras conclusiones, a veces osadas, les han podido parecer en algunos
casos equivocadas en ciertos puntos. Hemos tenido en cuenta estas contro-
versias en nuestra revisión; si no hemos cambiado nuestra opinión inicial en
todos los casos, no ha sido por despreciar los argumentos de nuestros críti-
cos, sino que en este pequeño volumen, donde no se nos permite entrar a
discutir a fondo cuestiones puntuales, no podemos justificar nuestro punto de
vista. Resulta escabroso –lo sabemos bien– publicar sin sus notas correspon-
dientes un texto que continuamente parece exigir apoyarse, explicarse y
atemperarse por ellas, pero confiamos que el lector no eche en falta grave-
mente su omisión inevitable.

1 de mayo, 1902

22
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

Aviso sobre la tercera edición

Preparando esta tercera edición nos hemos esforzado por tener en


cuenta, en la medida que un libro de síntesis lo permite, los descubrimientos
y publicaciones que han aparecido en los doce años mediantes desde nuestra
primera edición. Todos los capítulos y el apéndice han sido modificados con
añadidos más o menos extensos.
Para responder al deseo expresado por varios colegas que han opina-
do sobre esta obra, hemos añadido –como ya hicimos en la segunda edición
traducida al alemán– notas cortas que permiten comprobar rápidamente los
textos en los que se basan nuestras opiniones. Se pueden encontrar estos
“textos y monumentos” reproducidos en nuestra editio maior. Los que han
sido encontrados después de 1900, han sido consignados brevemente en un
apéndice, en la medida que hemos tenido conocimiento de ellos. Este peque-
ño libro servirá también, en alguna medida, como suplemento a nuestro Cor-
pus mithraico. Con la misma intención hemos incorporado en esta edición
algunas imágenes nuevas, estatuas o bajorrelieves encontrados en los últimos
años. El mapa que se presenta al final pone al día los lugares de los hallazgos
nuevos en la medida que estos han podido ser identificados. Esperamos que
este volumen, aunque corto, ofrezca una idea adecuada de los resultados de
las investigaciones que se multiplican cada vez más sobre los temas aquí
estudiados. En el momento en el que me disponía a ocuparme de todo ello,
un arqueólogo experimentado trató de convencerme de que abandonara una
tarea tan ingrata. Pero al día de hoy he constatado con satisfacción que existe
un interés creciente por estos monumentos durante tanto tiempo olvidados.
Es un deber para mí agradecer aquí las críticas –en su mayoría bene-
volentes, que he agradecido– a mi libro sobre los misterios de Mithras, admi-
tiendo que la reconstrucción de una religión desaparecida se fundamenta en
una interpretación objetiva y completa de las fuentes. En una materia de
estudio desconocida hasta el momento actual era inevitable que afloren opi-
niones divergentes, y que mis conclusiones, a veces osadas, han podido pa-
recer erróneas sobre ciertos detalles. He tenido presente todas estas dudas en
mi revisión; si en todos los casos no creído oportuno cambiar mi opinión, no
es por agraviar a mis críticos, sino el hecho de que en este breve volumen no
podría justificar extensamente en todos los casos mis opiniones. Es arriesga-
do, lo sé, publicar sin el acompañamiento de un aparato erudito y detallado;
una exposición que debería ser documentada, explicada, equilibrada. Deseo
vivamente que el lector no se sienta defraudado por las carencias inevitables
en toda síntesis.
Debo señalar ahora un punto esencial sobre el cual mi opinión actual
ha cambiado. He propuesto que las interpretaciones astronómicas de las re-

23
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

presentaciones sagradas no eran más que un simbolismo exotérico que se


mostraba a la masa de fieles, mientras que quedaban reservadas a los inicia-
dos perfectos la revelación de las doctrinas persas sobre el origen y el fin del
hombre. Hoy me inclinaría a pensar todo lo contrario: las leyendas mazdeas
o anatolias fueron probablemente las creencias con las que se nutría la ino-
cencia de las almas populares, en tanto que las teorías eruditas de los “calde-
os” formarían la teología de los espíritus más preclaros. Así, por poner un
ejemplo, parece que ha subsistido en los misterios una tradición según la
cual los fieles difuntos eran trasladados, como Mithras, encima del carro del
Sol sobre el océano. Pero una escatología más avanzada defendía que las
almas se elevasen hasta el cielo a través de las esferas planetarias, lo que
constituye una doctrina claramente astrológica. A decir verdad, siempre re-
sultará difícil explicar cómo los sacerdotes hicieron concordar ambos siste-
mas religiosos, que son en realidad irreconciliables. Nosotros que, carentes
de fe, pretendemos desentrañar los secretos del santuario, intentaremos no
eludir a ese tipo de problemas en los que quizás no repararon los devotos en
otras épocas.

Bruselas, enero de 1913

24
Capítulo I

LOS ORÍGENES

En una época desconocida, cuando los antepasados de los Persas to-


davía estaban unidos a los hindúes, se adoraba ya a Mithras1. Los himnos de
los Vedas celebran su nombre, igual que en el Avesta, y, a pesar de las dife-
rencias entre los dos sistemas teológicos de los que estos libros son expre-
sión, el Mitra védico y el Mithras iranio han conservado tantos rasgos pare-
cidos que no cabría dudar de un origen común. Ambas religiones veían en él
a una divinidad de la luz invocada en el cielo, que en un caso se llama Varu-
na, en el otro, Ahura. En su moral, en sendos casos es reconocido como pro-
tector de la verdad y los contratos2, el enemigo de la mentira y del error.
Pero la poesía sagrada del Indo apenas ha conservado de él un recuerdo bo-
rroso. Solo un fragmento poco importante se refiere a él. Aparece de forma
ocasional en las noticias que dan testimonio de su grandeza pasada. Además,
aunque su fisionomía no es clara en la literatura sánscrita ni en los escritos
Zend, esta indefinición formal no consiguió ocultar la identidad primitiva de
su carácter.
Siguiendo una teoría reciente, este dios, que los pueblos europeos no
conocían, no habría pertenecido antes al antiguo panteón ario. La pareja
Mitra-Varuna y los otros cinco Adityas cantados por los Vedas, al igual que
el Mithras-Ahura y los Amashaspandas que rodean al Creador siguiendo la
concepción avéstica, únicamente podrían ser el Sol, la Luna y los planetas,
cuyo culto habría sido relacionado por los Indo-Iranios «a un pueblo vecino
que les superaba en el conocimiento del cielo estrellado», es decir, según
parece con toda probabilidad, los habitantes acadios o semíticos de Babilo-

1
La bibliografía relativa al culto de Mithras en Persia y en el Indo es muy abundante.
Además de la traducción del Avesta, especialmente la de James Darmesteter (Le Zend Avesta,
3 vol., Paris, 1892-1893) que va acompañada de comentarios, debemos citar especialmente a
Windischmann, Mithra (Abhandl. der deutschen morgenl. Gesellschaft), Leipzig, 1857;
Spiegel, Eran. Altertumskunde, II, p. 77 s.; Hillebrandt, Varuna und Mitra, Breslau, 1877;
Darmesteter, Ormuz et Ahriman, Paris, 1877, p. 62 ss.; Oldenberg, Die Religion des Veda,
Berlin, 1894, p. 185.
2
Siguiendo a Meillet, Journal Asiatique, 1907, II, p. 143, el dios indo-iranio Mitra sería
simplemente el “contrato” divinizado, el poder místico y personificado de un pacto. Parece
improbable que se trate de una abstracción “primitiva”.

25
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

nia3. Pero esta hipótesis arriesgada puede ser contrarrestada por un descu-
brimiento de gran alcance. Los documentos cuneiformes de Capadocia nos
han revelado que los dioses indo-iranios Mitra, Varuna, Indra y Nâsatija eran
adorados hacia el siglo XIV a.C. por un pueblo vecino de los hititas, los Mi-
tanni, establecidos sin duda al norte de Mesopotamia4. Desde su primera
aparición en la Historia, vemos a los arios adorar a Mithras, y podemos afir-
mar que las tribus que conquistaron Irán no cesaron nunca de rendirle culto
desde los primeros tiempos de su poder hasta su conversión al Islam.
En el Avesta, Mithras es el genio de la luz celeste5. Aparece antes de
que el Sol se levante sobre las cimas rocosas de las montañas; durante el día
recorre en su carro tirado por cuatro caballos blancos los espacios del fir-
mamento, y, cuando cae la noche, alumbra entonces de un destello tenue la
superficie de la tierra, «siempre despierto, siempre vigilante». No es ni el Sol
ni la Luna, ni las estrellas, pero con la ayuda de estas «mil orejas y de estos
diez mil ojos», vigila el mundo. Mithras lo percibe todo, lo ve todo, es om-
nisciente, nada puede engañarlo. Por una transición natural se convierte, en
un nivel moral, en el dios de la verdad y de la fidelidad, al que se invoca en
los juramentos, y que garantiza los contratos y castiga a los perjuros.
La luz, disipando la oscuridad, restablece la alegría y la vida sobre la
tierra; el calor que lo acompaña fecunda la naturaleza. Mithras es «el maes-
tro de los vastos campos», que convierte en productivos. «Procura el creci-
miento, la abundancia, los ganados, la procreación y la vida»; trae las aguas
en abundancia y hace brotar las plantas; al que le honra, le otorga salud cor-
poral, riqueza y una descendencia felizmente afortunada. Pues es el que dis-
pensa no solo beneficios materiales, sino también las virtudes del alma. Es el
amigo benefactor que consigue, con la prosperidad, la paz de conciencia, la
sabiduría y la gloria, y hace reinar la concordia entre sus fieles. Los devas,
que pueblan las tinieblas propagan por toda la tierra la esterilidad y el sufri-
miento, todos los vicios y todas las impurezas. Mithras «vigila sin caer en el
sueño, protege la creación de Mazda» contra sus enemigos. Combate sin
descanso a los espíritus del mal, y los malvados, que les sirven, sufren con
ellos los efectos terribles de su cólera. Desde lo alto de su morada celeste,
espía a sus adversarios; pertrechado con todas sus armas, se lanza sobre
ellos, los dispersa y los masacra. Lleva la desolación y deja vacías las casas

3
Oldenberg, Die Religion des Veda, 1894, p. 185 y Z. D. M. G., tomo L, 1896, p. 43 ss.
Cf. Barth, Journal des Savants, 1896, p. 390 ss.; E. Meyer, Gesch. des Altertums, I2, p. 821,
§581, Anm.
4
E. Meyer, Das erste Auftreten der Arier in der Geschichte (Sitzb. Akad. Berlin), 1908,
p. 14 ss.; Kuhn’s Zeitsch. f. vergl. Sprachw., XLII; cf. E. Meyer, Gesch. des Altertums, II, pp.
579, 829, 837.
5
Como reconoció ya Windischmann, Mithra, p. 52 ss. Lo que sigue está relacionado con
el Avesta, y especialmente al Yasht X, consagrado a Mithras.

26
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

de los perversos, aniquilando las tribus y las naciones que les son hostiles.
Por el contrario, es el aliado poderoso de sus fieles en sus expediciones gue-
rreras. Los golpes de sus enemigos «yerran sus acometidas porque Mithras
irritado los esquiva», y asegura la victoria a los que «piadosamente instrui-
dos en el Bien, le honran con piedad y le ofrecen en su honor sacrificios y
libaciones»6.
Este carácter del dios de los ejércitos, que predomina en Mithras desde
la época aqueménida, se acentúa sin duda durante el periodo confuso cuando
las tribus iranias aún guerreaban unas contra otras; pero es un simple desa-
rrollo de la antigua concepción de una lucha entre el día y la noche. En gene-
ral, la imagen que el Avesta nos presenta de la vieja divinidad aria, se pare-
ce, como dijimos, a aquella que los Vedas nos dibujan en trazos menos pre-
cisos, y se supone que el mazdeísmo no alteró los fundamentos de su natura-
leza original.
Por otra parte, aunque los himnos zends dejan aún translucir la fisio-
nomía propia del antiguo dios luminoso, el sistema zoroástrico, al adoptar su
culto, redujo considerablemente su importancia. Para entrar en el cielo avés-
tico, habría tenido que someterse a sus leyes. La teología había elevado a
Ahura Mazda al cénit de la jerarquía celeste, y en adelante ninguna divinidad
se pondría a su altura. Ni siquiera Mithras forma parte de los seis Amshas-
pands que ayudan al dios supremo a gobernar el universo. Se le ha relegado,
como a la mayor parte de las antiguas divinidades de la naturaleza, a situarse
entre la multitud de los genios inferiores, los yazatas creados por Mazda. Se
le ha relacionado con algunas abstracciones deificadas a las que rendían
culto los persas. Como protector de los guerreros, recibió como compañero a
Verethraghna, la Victoria; como defensor de la verdad, se une al piadoso
Sraosha, la Obediencia a la ley divina, a Rashnu, la Justicia, a Arshât, la
Rectitud; para lograr la prosperidad es invocado con Ashi-Vañuhi, la Rique-
za, y con Pâreñdi, la Abundancia. En compañía de Sraosha y de Rashnu,
protege el alma del justo contra los demonios que quieren arrastrarla hacia
los infiernos, presidiendo el juicio que le permitirá pasar el peligroso puente
Cinvat que le conduce al cielo7. Esta creencia irania ha dado origen a la doc-
trina de la redención mithraica que vemos desarrollada en Occidente.
En esta misma época, su culto está sometido a un ceremonial riguroso,
conforme a la doctrina mazdea. Se le ofrecerá un sacrificio «de ganado pe-
queño y de ganado grande, y pájaros»8. Estas inmolaciones eran precedidas o

6
Yasht X, 39 ss.; 19; cf. 8, 11, 32-34.
7
M. M. M., t. I, p. 37, cf. Natham Söderblom, La vie future suivant le mazdéisme, Paris,
1901, p. 96, et passim.
8
Yast X, 119. Los sacrificios de cuadrúpedos y de aves se encuentran también en Occi-
dente. Véase más adelante el capítulo V.

27
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

estaban acompañadas de libaciones ordinarias de jugo del Haoma y la recita-


ción de plegarias rituales, con un haz de juncos (baresman) en la mano. Pero
antes de poder acercarse al altar, el fiel debía purificarse mediante ablucio-
nes y flagelaciones repetidas9. Estas prescripciones rigurosas recuerdan el
bautismo y las pruebas corporales impuestas a los mystes romanos antes de
la iniciación.
Mithras, por tanto, forma parte del sistema teológico del zoroastrismo,
donde se le había asignado un lugar apropiado en la jerarquía divina, junto a
otros compañeros de una ortodoxia perfecta, donde se le rendía un culto
análogo al de los otros genios. Pero su fuerte personalidad se había doblega-
do, no sin pena, a las reglas estrechas que le habían sido impuestas, y se
encuentran en el texto sagrado rasgos de una concepción más antigua, parti-
cularmente aquella tan elevada que ocupaba en el panteón iranio. Muchas
veces está junto a Ahura en una misma invocación: los dos dioses forman
una pareja, pues la luz celeste y el cielo luminoso son inseparables en la
naturaleza. Por otra parte, si se afirma que Ahura ha creado a Mithras, como
a todas las cosas, su criatura es tan grande como él mismo. Mithras es un
yazata, pero es el más fuerte, el más glorioso de los yazatas. «Ahura-Mazda
lo ha creado para guardar todo el mundo en movimiento y vigilarlo»10. Por
intervención de este guerrero siempre victorioso el Ser supremo destruye a
los demonios, y hace temblar el Espíritu del mal, Ahriman.
Relacionamos estos textos con el célebre pasaje en el que Plutarco11
expone la doctrina dualista de los persas: Oromasdes reside en la claridad
eterna «a una distancia del Sol equivalente a la que el Sol está de la tierra»,
en tanto Ahriman reina en la noche del mundo inferior, y Mithras ocupa
entre ambos una región intermedia. El comienzo del Boundahish12 muestra
una teoría muy parecida, solo que en el lugar de Mithras, es el Aire (Vayu) el
que se sitúa entre Ormuzd y Ahriman. La contradicción no existe más que en
los términos, pues siguiendo las ideas iranias el aire está indisolublemente
unido a la luz que debe sostener. Así pues, hay un dios supremo, entronizado
por encima de los astros en el empíreo, donde reina una serenidad perpetua;
por debajo de él, un dios activo, su emisario, jefe de los ejércitos celestes en
su lucha constante contra el Espíritu de las tinieblas, quien desde el fondo de
los infiernos envía a sus dévas a la superficie de la tierra. He aquí la concep-
ción religiosa, mucho más sencilla que la del zoroastrismo, que parece haber
sido generalmente admitida entre los Aqueménidas.

9
Yast X, 120, 122; cf. 88, 137.
10
Yast X, 103. Cf. 89, 123. Sobre estos vestigios de la antigua doctrina, Darmesteter,
Ormuzd et Ahriman, p. 65 ss.
11
Plut. De Iside et Osiride, 46-47; M. M. M., t. II, p. 33).
12
Boundahish I, 2-4, en West, Pahlavi Text, I (Sacred Books of the East, V), 1880, p. 3 ss.

28
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

El importante papel que tuvo Mithras en la religión de los antiguos


persas está documentado por innumerables testimonios. Junto a la diosa
Anâhita es invocado en las inscripciones de los Artajerjes junto a Ahura-
Mazda13. Los Grandes Reyes tenían por él una devoción muy especial, y le
consideraban su protector particular. Para ellos es el dios quien asegura la
verdad de sus palabras14; a él invocan en el momento de emprender una bata-
lla15. Sin duda es él quien asegura la victoria a los reyes: se creía que hacía
descender sobre ellos una claridad misteriosa que, según las creencias maz-
deas, iba destinada a los príncipes, para consagrar su autoridad y garantizar
éxitos perpetuos.
La nobleza seguía el ejemplo del soberano. Hay un gran número de
nombres teóforos, compuestos con el de Mithras, desde la más remota Anti-
güedad. Eran llevados como prueba de la devoción por este dios, general-
mente muy bien acogido16.
Mithras tenía amplia presencia en el culto oficial. En el calendario, el
séptimo mes le estaba consagrado, y sin duda también el decimosexto día de
cada mes17.
El día de su fiesta, si hemos de creer a Ctesias18, el rey tenía el privile-
gio de hacer en su honor copiosas libaciones y ejecutar danzas sagradas.
Además la celebración se completaba con un sacrificio solemne y pomposas
ceremonias. Los Mithrakana eran famosos en toda Asia anterior, y transfor-
mados en Mithragân, eran celebrados muchos siglos después en la Persia
musulmana con motivo del inicio del invierno19. La gloria de Mithras se
extendía hasta las costas del Mar Egeo: es el único dios iranio cuyo nombre
se popularizó en la Grecia antigua20, lo que explicaría el hecho de su éxito
entre los pueblos del gran imperio vecino.

13
Weissbach y Bang, Das altpersischen Keilinschriften, 1893 (M. M. M., t. II, p. 87 ss.).
14
Mithras es ya invocado en el tratado establecido con los Mitanni. Juramentos de reyes
persas en nombre de Mithras: Plut. Artax. 4; Alex. 3; Jenof., Oecon., 4, §24; Cyrop. VII, 5,
§43 ss.
15
Curt. Hist. Alex. IV, 13, §48.
16
Hemos reunido estos nombres teóforos en M. M. M., t. II, p. 6.
17
Mes y día de Mithras, M. M. M., t. II, p. 6; Darmesteter, Avesta, I, p. 34 ss.; II, pp. 301,
327.
18
Ctesias ap. Athen. X, 45 (M. M. M., t. II, p. 10).
19
Strab. X, 14, §9, p. 530. M. M. M., t. II, p. 49. Inscripción de Amorion: Rev. des études
grecques, II, p. 18 = M. M. M., t. II, p. 91, nº 4. Talmud, Aboda Zara, IIb. (M. M. M., t. II, p.
457). Cf. Hübschmann, Armen. Etymologie, p. 194; Hyde, Rel. vet. Pers., p. 245; Darmesteter,
Avesta, II, p. 443.
20
Herod. I, 131; Jenof., Oecon., 4, §24; Cyrop. VII, 5, §43 ss.; Ctesias ap. Athen. X, 45.
Por norma general los griegos traducían los nombres de los dioses persas por sus equivalentes
fonéticos. Sólo el de Mithras se ha conservado.

29
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

La religión practicada por el monarca y toda la aristocracia que le


ayudaba a gobernar su vasto territorio, no podía quedar confinada en algunas
provincias de sus estados. Sabemos que Artajerjes Ochus había mandado que
se elevaran estatuas a la diosa Anâhita en diversas capitales, entre ellas Babi-
lonia, Damasco, Sardes, Susa, Ecbatana y Persépolis21. Especialmente en
Babilonia, que era la residencia de invierno de los reyes, disponía de un nu-
meroso clero oficial de «magos» que actuaban al lado de los sacerdotes indí-
genas22. Las prerrogativas que el protocolo les garantizaba no les apartaban
de la influencia que tenía la poderosa casta sacerdotal que estaba a su lado.
La sabia y refinada teología de los caldeos se impuso al mazdeísmo primiti-
vo, que era un conjunto de tradiciones más que un cuerpo de doctrinas bien
definidas. Las leyendas de las dos religiones se aproximaron, sus divinidades
identificadas, y la astrolatría semítica, fruto monstruoso de sus observaciones
empíricas, acabaron por sobreponerse a los mitos naturalistas de los iranios.
Ahura-Mazda fue confundido con Bel, que reina sobre el cielo, Anâhita fue
asimilada a Ishtar, que preside el planeta Venus, y Mithras se convirtió en el
Sol, Shamash23. Este es en Babilonia, como Mithras en Persia, el dios de la
justicia; como aquel, surge por el oriente, sobre la cumbre de las montañas, y
completa su curso cotidiano sobre un carro resplandeciente, y como aquel,
en fin, proporciona la victoria a los guerreros y protege a los reyes24. La
transformación que las teorías semíticas ejercieron sobre las creencias per-
sas, fue tan profunda que, algunos siglos más tarde, en Roma, se situaba
todavía en las riberas del Éufrates la verdadera patria de Mithras25. Según
Ptolomeo26, este poderoso dios solar era adorado en todas las regiones que se
extendían desde el Indo hasta Asiria.
Babilonia solo fue una etapa en la propagación del mazdeísmo. En
tiempos antiguos los magos, atravesando Mesopotamia, llegaron a Asia Me-
nor. Ya bajo los primeros Aqueménidas, según parece, se establecieron en
gran número en Armenia, donde la religión indígena se fue difuminando
poco a poco por la fuerza con la que ellos la introdujeron, y también en Ca-
padocia, donde sus candelabros ardían todavía en gran número en tiempos de
Estrabón27. Aquellos emigraron en una época muy remota hasta el Ponto,

21
Beroso ap. Clem. Alex. Protrept. V.
22
Curt. Hist. Alex. V, 1, 22; cf. M. M. M., t. I, p. 8, n. 5.
23
Mithras ya es identificado con Shamash en un texto cuneiforme de la biblioteca de As-
surbanipal (R. III, 69, nº 5, lin. 72). Cf. Jensen, Zeitschr. für Assyriol., II, p. 195).
24
Jastrow, Religion Babyloniens, p. 427 ss.; Knudtzon, Gebete an den Sonnengott, 1893,
p. 79 ss.
25
M. M. M., t. I, p. 9.
26
Ptolom. Tetrab. II, 2. Procl., Paraphr. in Ptol., p. 93, ed. Allatius.
27
Strab. XV, 3, 15, p. 733 C ; cf. XI, 512 C ; XII, 559 C.

30
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

Galacia y Frigia28. En Lidia incluso, durante la época de los Antoninos, sus


descendientes cantaban aún los himnos bárbaros en un santuario cuya funda-
ción se atribuía a Ciro29. Estas comunidades, al menos en Capadocia, sobre-
vivieron al triunfo del Cristianismo, perpetuándose más allá del siglo V de
nuestra Era, transmitiendo fielmente de generación en generación sus tradi-
ciones, sus hábitos y su culto30.
Un hecho significativo es que se diera a estos colonos el apelativo de
“magusianos” (μαγουσαῖοι), que es la transcripción exacta de un plural semí-
tico31, y su lengua literaria, y puede que litúrgica, no era el persa, sino el
arameo, que ya en época de los aqueménidas servía para las relaciones di-
plomáticas y comerciales en todos los países situados al oeste del Tigris32. Es
la mejor prueba de cuán profunda fue la acción de los “caldeos” sobre este
mazdeísmo anatolio.
Parece que la caída del imperio de Darío habría sido funesta para las
colonias diseminadas en la distancia y fueron separadas desde este momento
de la madre patria. En realidad, esto no supuso una involución en muchos
aspectos, y los magos encontraron entre los diádocos una protección al me-
nos tan formal como la que habían recibido del Gran Rey y de los sátrapas.
Tras el desmembramiento del imperio de Alejandro, se establecieron en el
Ponto, en Capadocia, en Armenia, y en Comagene, dinastías que las genea-
logías pretendían con buena intención relacionar con los Aqueménidas. Es-
tos linajes regios, fuesen o no de raza irania, y cualquiera que fuera su ori-
gen, se veían en la obligación de adorar a los dioses de sus ancestros ficti-
cios. Al contrario que los reyes de Pérgamo o de Antioquía, respetaban las
antiguas tradiciones religiosas y políticas, y alimentaban una especie de or-
gullo nobiliario que imitaba en todo a los antiguos maestros de Asia. La
aristocracia feudal que gobernaba el país pertenecía también o decía pertene-
cer a la antigua nación conquistadora. Los jefes de los clanes, al menos en
los confines de Armenia, conservaban a pesar de todos los contratiempos, el
título hereditario de “sátrapas”33 hasta la época de Justiniano, y del mismo
modo guardaron también celosamente la fe de sus ancestros.

28
Bardesanes en Eusebio, Praep. evang. VI, 10, 16.
29
Paus. V, 27, 3.
30
Basilio, Epist. 358 ad Epiphanium; Epiph. Adv. haeres. III, 13 ; Cf. Priscus, fr. 31 (I, p.
342, Hist. min. Dindorf). Ya he hablado de esta diáspora irania en M. M. M., t. I, p. 9 ss., 16
ss., y en Religions orientales, 2ª ed., p. 213.
31
Μαγουσαῖοι corresponde exactamente al siríaco “magushayê”, “magos”; cf. M. M. M.,
t. I, p. 9, n. 5.
32
Tal como ha demostrado definitivamente el descubrimiento de las inscripciones bilin-
gües, greco-arameas, en Capadocia y en Armenia. Cf. Lidzbarski, Ephemeris für sem. Epigr.
I, p. 60 ss. ; III, p. 65 ss.; Cumont, CRAI, 1905, p. 99 ss. Cf. p. 14, n. 2.
33
Daremberg-Saglio-Pottier, Diction., s.v. “Satrapa”.

31
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

Sin mostrar hostilidad alguna a los demás cultos practicados en el


país, reservaban sus favores especiales a los templos de las divinidades maz-
deas. Oromasdes (Ahura-Mazda), Omanos (Vohumano), Artagnes (Vereth-
raghna), Anaïtis (Anâhita), entre otros, recibían sus ofrendas34. Mithras era
su predilecto35. Los monarcas tenían hacia él una devoción de algún modo
personal, como revela el nombre de Mithradates frecuente en todas las fami-
lias. Evidente, Mithras había quedado para ellos –como lo era para los Arta-
jerjes y los Daríos– el dios que da al soberano la victoria, manifestación y
garantía de su autoridad legítima.
Este respeto por las prácticas persas, heredadas de antepasados legen-
darios, esta idea de que la piedad es la salvaguarda del trono y condición
para todos los éxitos, se confirma explícitamente en la pomposa inscripción36
grabada sobre la tumba monumental que Antíoco I Epiphanes de Comagene
(69-34 a.C.) hizo construir en su honor sobre una pared rocosa del Tauro,
donde la vista se extiende a lo lejos en el valle del Éufrates. Un bajorrelieve
nos muestra al príncipe con ropas lujosas, tocado por una alta tiara, soste-
niendo el cetro en la mano izquierda y la derecha estrechando la mano de
Mithras, nimbado y radiado para sellar la alianza que había establecido con
el dios.

Fig. 1. Mithras y Antíoco. Bajorrelieve de Nemrud-Dag.

34
Hemos consignado la lista de estos dioses en M. M. M., t. I, p. 130 s.
35
La inscripción greco-aramea de Farasha (Rhodandos) en Capadocia (Grégoire, CRAI,
1908, p. 434 ss.) se refiere a un militar que lleva un nombre persa, ἐμάγευσε Μίθρῃ.
36
Michel, Recueil d’Inscriptions grecques, nº 735. Dittenberger, Orient Inscr., nº 383 ; cf.
M. M. M., t. II, p. 89, nº 1.

32
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

Único descendiente por parte materna de los Seléucidas de Siria, pro-


clamado por su padre Darío, hijo de Hystaspes, como rey de Comagene,
mezcla el recuerdo de su doble origen combinando los dioses y los ritos per-
sas y helénicos, del mismo modo que en su casa el nombre de Antíoco se
alterna con el de Mithrídates.
Al mismo tiempo, en las regiones vecinas, los príncipes y los sacerdo-
tes iranios recibieron en distinto grado la influencia de la civilización griega.
Bajo los Aqueménidas, cada uno de los pueblos situados entre el Ponto
Euxino y el Tauro debía conservar, merced a la tolerancia del poder central,
sus cultos locales, su lengua y sus costumbres particulares. Pero en la gran
confusión suscitada por el derrumbamiento del imperio persa, todas las ba-
rreras políticas y religiosas habían caído; razas heterogéneas habían entrado
bruscamente en contacto, y en seguida el Asia anterior pasó a una fase de
sincretismo análogo al que podemos observar más claramente bajo el impe-
rio romano. El acercamiento entre todas las teologías de Oriente y de todas
las filosofías de Grecia produjo las combinaciones más inesperadas, y la
convivencia de diversas creencias resultó extraordinariamente positiva. Entre
los magos diseminados desde Armenia hasta Frigia y Lydia, muchos de ellos
salieron del sigilo cauteloso en el que se encontraban hasta entonces para
dedicarse a una propaganda activa, y, como los judíos en la misma época,
tuvieron éxito al atraer una importante cantidad de seguidores. Más tarde,
perseguidos por los emperadores cristianos, debieron, igual que los doctores
del Talmud, volver a su pasado exclusivista y encerrarse en un rigorismo
prácticamente inaccesible37.
El mithraísmo recibió su forma casi definitiva verdaderamente durante
el periodo de fermentación moral y religiosa provocada por la conquista
macedonia. Cuando se expandió por el Imperio romano, estaba ya muy con-
solidado38. Su sistema dogmático y sus tradiciones litúrgicas debían haber
sido fijas desde el origen de su difusión. Por desgracia, no podemos determi-
nar con precisión ni en qué región ni en qué momento el mazdeísmo tomó
las características con las que podemos verlo en Italia. La ignorancia que
tenemos acerca de los movimientos religiosos que agitaron el Oriente en
época alejandrina y la ausencia casi total de testimonios directos sobre la
historia de las sectas iranias durante los tres primeros siglos antes de nuestra
Era son el obstáculo principal que nos impiden el estudio seguro del desarro-
llo del parsismo. Pero al menos debemos intentar analizar los factores prin-
cipales que han contribuido a transformar el culto de los magos de Asia Me-
nor, y tratar de mostrar cómo en distintas regiones diversas influencias han
alterado de forma desigual su naturaleza propia.

37
Basil. Epist. 358 ad Epiphanium.
38
Ver más adelante el cap. IV.

33
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

En Armenia el mazdeísmo se había combinado con las creencias na-


cionales del país y con un elemento semítico importado de Siria39. Mithras
había quedado como una de las divinidades principales de la teología sincré-
tica que se había formado bajo esta triple influencia. Como en Occidente,
unos veían en él al genio del fuego40, otros le consideraban idéntico al Sol41,
y leyendas extrañas se asociaban a su nombre. Se decía que había nacido de
la unión incestuosa de Ahura-Mazda con su propia madre42, o bien que una
simple mortal le había traído al mundo43. Se nos disculpará por no insistir en
estos mitos y otros análogos44. Su carácter se aparta radicalmente de los
dogmas aceptados por los fieles occidentales del dios persa. La mezcla espe-
cial de doctrinas dispares que constituye la religión de los armenios, no pare-
ce haber tenido más relación con el mithraísmo que con una pequeña comu-
nidad de los primeros tiempos.
En el resto de Asia Menor, la alteración del mazdeísmo estuvo lejos
de ser tan profundo como en Armenia. La oposición entre los cultos indíge-
nas y aquel cuyos adeptos reclamaban como el de raíz irania, no cesó jamás
de hacerse sentir. La doctrina pura de la que se sentían depositarios los ado-
radores del fuego, podían conciliarse difícilmente con las orgías celebradas
en honor del amante de Cybeles. Además, durante los largos siglos que los
magos emigrados vivieron pacíficamente entre las tribus autóctonas, llegaron
a producirse aproximaciones entre las concepciones religiosas de las dos
razas. En el Ponto se representa a Mithras a caballo como Mên45, el dios
lunar honrado en toda la península. Otras veces se le viste de anaxyrides
muy escotados que recuerdan la mutilación de Attis46. En Lydia, la pareja
Mithras-Anâhita evoluciona en Sabazio-Anaïtis47. Otras divinidades locales

39
Gelzer, Zur armenischen Götterlehre (Sitzungsb. Gesellsch. Wiss. Leipzig), 1896, es-
pecialmente p. 118. Sobre el culto de Anaïtis en Armenia, cf. Cumont, Revue archéol., 1905,
I, p. 25 ss.
40
Agathangelos, Hist. de Tiridate, cap. 5 (M. M. M., t. II, p. 4, n 3; t. I, p.160, n. 10).
41
Eliseo Vartabed, en Langlois, Historiens arm., t. II, pp. 224, 237 (M. M. M., t. II, p. 5).
42
Ezniko de Kolb, Wider die Sekten, über Schmidt, Vienne, 1900, p. 109 (Cf. M. M. M., t.
II, p. 3).
43
Eliseo Vartabed, loc. cit., p. 194 (M. M. M., t. II, p. 5).
44
Ps. Plutarco, De fluviis, 23.
45
Monedas de Trapezunte, Babelon – Reinach, Recueil general des monnaies d’Asie Mi-
neure, t. I, p. 109 ss., y láminas XV-XVI; cf. M. M. M., t. II, 189, nº 3-bis, y t. I, p. 213.
46
Mithras-Attis: terracotas descubiertas en el mediodía ruso, M. M. M., t. II, p. 191, nº 5;
cf. Derewitski y von Stern, Museum der Odessa Gesellschr. für Gesch. und Altertumsk., t. II,
1898, lám. V y p. 10.
47
Dedicación de Koula: S. Reinach, Chron. d’Orient, I, 1891, p. 157. Una curiosa ins-
cripción de Pérgamo (Michel, Recueil, nº 46, [IV, 50]; Dittenberger, Orient. inscr., nº 331),
nos indica que en los primeros años del siglo II d.C., la reina Estratonice llevó allí el culto de
Zeus Sabazios desde Capadocia. Por tanto, no puede tratarse de un dios traco-frigio. Sobre la
fórmula Nama Sebesio, ver más adelante el cap. V.

34
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

han podido ser relacionadas con personificaciones del poderoso yazata. Pa-
rece que los sacerdotes de estos países incultos se veían forzados a hacer de
sus dioses populares entes equivalentes a aquellos que adoraban los prínci-
pes y la nobleza; aunque conocemos muy mal las religiones de estas regio-
nes para determinar lo que cada una ha aportado al parsismo y lo que han
recibido, y nosotros percibimos una influencia recíproca sin poder calcular
su profundidad. Esta influencia, cabe presuponer que superficial48, prepara
ciertamente la fusión íntima, que debía tener lugar más tarde en Occidente,
entre los misterios de Mithras y los de la Gran Madre.
La expedición de Alejandro fue el comienzo de la expansión por toda
Asia anterior de la civilización griega, que se impuso al mazdeísmo hasta los
límites de la Bactriana. Sin embargo, el «iranismo» —si podemos utilizar
este término— no bajó la cabeza nunca ante el helenismo. Irán supo solapar
pronto su autonomía moral y su independencia, y, en general, la fuerza de
resistencia de las tradiciones persas con una asimilación que se produjo con
bastante facilidad. Es este uno de los rasgos sobresalientes de la historia de
las relaciones entre Grecia y Oriente49. Los magos de Asia Menor, más cer-
canos a los grandes focos de la cultura occidental, fueron también ilumina-
dos con más intensidad por sus destellos. Sin dejarse engullir por la religión
de los conquistadores extranjeros, sus cultos se combinaron con aquella.
Para armonizar las creencias bárbaras con las ideas helénicas echaron mano
al viejo procedimiento de la identificación50. Se interesan en demostrar que
el cielo mazdeo estaba poblado por los mismos habitantes que el Olimpo:
Ahura-Mazda fue confundido, como Ser supremo, con Zeus; Verethraghna,
el héroe victorioso, con Héracles; Anâhita, a quien le estaba consagrado el
toro, deriva en la Ártemis Tauropola; y es posible incluso encontrar en sus
templos la fábula de Orestes51. Mithras, ya considerado en Babilonia como el
equivalente de Shamash, fue con toda naturalidad asociado a Helios; pero
jamás ocupó un lugar subordinado, y su nombre persa no fue nunca reempla-
zado en la liturgia por una traducción, como sucede con otras divinidades
adoradas en los misterios.
La sinonimia que se pretendía establecer entre sus denominaciones en
realidad sin relación, no es más que un mero juego de los mitólogos. Esto
tuvo como principal consecuencia que las vagas personificaciones conocidas
por la imaginación oriental adoptaron las formas precisas con que los artistas
48
Jean Réville (Études de théologie et d’histoire, publiées en hommage à la faculté de
Montauban, París, 1901, p. 336) concede a las religiones de Asia Menor un gran protagonis-
mo en la formación del mithraísmo, aunque es imposible medirlo en el estado actual de nues-
tros conocimientos.
49
Hemos desarrollado esta idea en nuestro libro Religions orientales, 2ª ed., p. 200 ss.
50
La lista de estas asimilaciones, M. M. M., t. I, p. 130 ss.
51
Pauly-Wissiwa, Realencyclop., s. v. “Anaïtis”.

35
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

griegos habían otorgado a los dioses olímpicos. Es posible que antes estas
divinidades orientales jamás fueran representadas con apariencia humana, y
si tales imágenes existían, debían ser imitación de los ídolos asirios y de una
factura basta y imperfecta. Transfiriendo a los héroes mazdeos toda la se-
ducción del ideal helénico, se modifica necesariamente la concepción de su
carácter, y atenuando su exotismo se muestran más accesibles a los occiden-
tales. Una de las condiciones indispensables para el éxito de la religión ex-
tranjera en el mundo romano se produjo hacia el siglo II antes de nuestra
Era: un escultor de la escuela de Pérgamo compuso el grupo patético de
Mithras tauróctono, a quien, según la opinión general, la tradición reserva
desde entones un lugar de honor en el ábside de los spelaea52.
El arte pone todo su empeño en edulcorar todo aquello que estos rudos
misterios pudieran tener de exótico a ojos de los sensibles espíritus griegos.
La filosofía procura conciliar sus doctrinas con sus propias enseñanzas, e
incluso los sacerdotes asiáticos decían descubrir de nuevo en sus tradiciones
sagradas las teorías de determinadas sectas filosóficas. Ninguna de estas
sectas se presta más fácilmente que la del Pórtico a una alianza con la devo-
ción popular, y su influencia sobre la formación del mithraísmo fue profun-
da. En un viejo mito cantado por los magos, recordado por Dión Crisósto-
mo53, el orador veía una alegoría de la cosmología estoica, y otras ideas per-
sas fueron igualmente modificadas por las concepciones panteístas de los
discípulos de Zenón. Los pensadores se acostumbraban cada vez más a bus-
car en los dogmas y los usos rituales de los orientales los reflejos oscureci-
dos de una sabiduría arcana, y esta tendencia a menudo concordaba con las
pretensiones y el interés del clero mazdeo, contribuyendo a reforzar su po-
der54.
Si la especulación filosófica atribuía a las creencias de los magos una
fuerza de la que aquella carecía, llegando al punto de transformarla, tal capa-
cidad tenía un carácter conservador, y no innovador. Del mismo modo que
una otorgaba a las leyendas, a veces pueriles, una significación simbólica, la

52
Remitimos al apéndice I de este mismo libro.
53
Dio Chrys. Or. XXXVI, § 39 ss. (M. M. M., t. II, p. 60, cf. T. I, pp. 33, 85 n. 3, 108,
169, etc.). La acción del estoicismo sobre las ideas religiosas de Oriente ha sido señalada ya
antes, especialmente por Dieterich, Abraxas, p. 48 s., y sobre todo p. 93, así como por Kroll,
De orac. Chaldaïcis, p. 68, n. 3. Por otra parte, podemos preguntarnos hasta qué punto esta
filosofía, cuyos fundadores son asiáticos, no ha sucumbido ella también a las ideas orientales,
pues admitieron la astrología caldea. Cf. mi Astrology and Religion, 1912, pp. 69, 82 ss. y 93.
54
Sobre un busto de Crisipo encontrado en Atenas se lee la siguiente dedicación: Τὸν
χρύσιππον Ἀκρίσιος Μίθρῃ (von Prott, Athen. Mitt. XXVIII, p. 278), aunque «Mithres» es
aquí, sin duda, el nombre de un hombre.

36
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

otra proponía prácticas, en apariencia absurdas y fuera de toda racionalidad,


con la intención de asegurarse su continuidad.
El fundamento teológico de la religión fue sensiblemente modificado,
su esquema litúrgico quedó prácticamente fijado, y la alteración del dogma
se concilió con el ritual. El formalismo supersticioso que muestran las pres-
cripciones minuciosas del Ventidad es, indudablemente, anterior a la época
sasánida. Los sacrificios que ofrecían los magos establecidos en Capadocia
en tiempos de Estrabón, recuerdan todas las particularidades de la liturgia
avéstica. Eran las mismas plegarias salmodiadas delante del altar sobre el
que se yergue el fuego manteniendo enhiesta la antorcha sagrada (bares-
man), las mismas oblaciones de leche, de aceite y de miel, las mismas pre-
cauciones para que la respiración del oficiante no inhale la llama divina55. La
inscripción de Antíoco de Comagene revela, en su reglamento, una preocu-
pación similar por seguir fielmente las antiguas costumbres iranias. El rey se
vanagloria de haber honrado siempre a los dioses de sus antepasados si-
guiendo la antigua tradición de los persas y de los griegos, y quiere que los
sacerdotes asignados al nuevo templo lleven los vestidos sacerdotales iguales
a los persas, y que realicen las ceremonias siguiendo la vieja ley sagrada. El
decimosexto día de cada mes, que debe ser especialmente festivo, no es so-
lamente la conmemoración del nacimiento del rey, sino el día que desde
tiempos inmemoriales estaba consagrado a Mithras. Mucho más tarde otro
comageno, Luciano de Samosata, en un pasaje donde se inspira claramente
en las prácticas que él habría tenido oportunidad de conocer en su patria,
considera ridículas tantas purificaciones repetidas, las letanías interminables
y el largo vestido medo de los seguidores de Zoroastro56. También les repro-
cha el hecho de no saber hablar griego y de mascullar una jerga incompren-
sible57.
El espíritu conservador de los magos de Capadocia, a quienes se re-
prochaba sus costumbres seculares transmitidas de generación en genera-
ción, no se retrae tras el triunfo del cristianismo, y San Basilio58 atestigua su
existencia todavía a finales del siglo IV. En Italia, los misterios iranios guar-
daron siempre muchas formas rituales que el mazdeísmo había adoptado en
Asia Menor desde tiempos inmemoriales59. La principal innovación consistió
en sustituir al persa o al arameo como lengua litúrgica por el griego, primero,

55
Strab., XV, 3, 15, p. 733 C. Compárense los ritos de Anâhita realizados en los templos
de Lydia (Pausan., V, 27, 5), y el sacrificio ofrecido por Mithrídates imitando a los reyes
persas (App. Mithrid. 66; cf. mi Studia Pontica, pp. 176, 1982.
56
Luc., Menipp., cap. 6 ss. (M. M. M., t. II, p. 22).
57
Luc., Deor. conc., cap. 9; Iupp. Trag., cap. 8, cap. 13 (M. M. M., t. II, p. 22).
58
Basil. Epist. 238 ad Epiph. (Textes et Monuments, t. I, p. 10, n. 3). Cf. Priscus fr. 31 (I,
342, Hist. Min. Dind.).
59
Ver más adelante el cap. V.

37
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

y luego por el latín. Esta reforma presupone la existencia de libros sagrados.


Es probable que desde época alejandrina se hubieran consignado por escrito,
para evitar que se perdieran, los recuerdos, plegarias y cánticos que desde
sus orígenes se habían transmitido oralmente60. Pero esta necesaria adecua-
ción a las nuevas circunstancias, no impidió al mithraísmo conservar hasta el
final un ceremonial esencialmente persa.
El nombre griego de “misterios” que los autores asignan a esta reli-
gión, no debe entusiasmarnos. Los adeptos constituyeron sus sociedades
secretas a imitación de los cultos helénicos, cuya doctrina esotérica solo era
revelada tras haber concluido los ritos de iniciación. Igualmente en Persia,
los magos formaban una casta cerrada, que finalmente se dividió en distintos
subgrupos61. Los que lograron infiltrarse en otras etnias y naciones, con len-
guas y culturas bien distintas, introdujeron con muchas energías su fe here-
dada a los profanos. El conocimiento de sus doctrinas arcanas les otorgaba
una especie de superioridad moral, y aseguraba su prestigio entre las pobla-
ciones ignorantes que las seguían. Es probable que el sacerdocio mazdeo
fuese primitivamente en Asia Menor, como en Persia, patrimonio de una
tribu que se transmitía de padres a hijos, que luego se extendería a los forá-
neos, transmitiéndoles los dogmas secretos tras una ceremonia de iniciación,
y sus prosélitos fueron admitidos paulatinamente en las distintas ceremonias
del culto. La diáspora irania, en este aspecto como en muchos otros, es
comparable a la de los judíos. La tradición distingue muy bien las diversas
categorías de neófitos, que acabaron por constituir una jerarquía fija. Pero la
divulgación íntegra de las creencias y de las prácticas sagradas quedó siem-
pre reservada a las clases privilegiadas, y esta ciencia mística fue considera-
da más preciosa que la otra, más oculta62.
Todos los ritos originales que caracterizan el culto de Mithras durante
el Imperio romano, remiten a sus orígenes asiáticos: el uso de disfraces con
forma de animal usados en ciertas ceremonias, son herencia de una costum-

60
La existencia de libros litúrgicos está atestiguada por los templos lidios de Anâhita
(Pausan. V, 27, 5). Por el contrario, San Basilio (véanse las notas anteriores) afirma que los
“magusanos” de Capadocia no tenían libros y que transmitían oralmente las tradiciones reli-
giosas. El uso de rituales escritos en Oriente está asegurado. Ver más adelante el cap. V.
61
Porfirio, De abstin., IV, 16 (M. M. M., t. II, p. 42).
62
Un ejemplo famoso de este tipo de iniciaciones es la de Nerón por el rey de Armenia,
Tirídates (Plin. N.H., XXX, 1, §6: Magicis cenis initiaverat). A los testimonios que hemos
reunido (M. M. M., t. I, p. 239) sobre la existencia de “misterios” en Oriente, se puede añadir,
creemos, el testimonio de la inscripción de Farasha, donde los términos ἐμάγευσε Μίθρῃ
deben traducirse indudablemente, siguiendo un significado frecuente del aoristo, por “fue
mago de Mithras”. La dedicación habría sido hecha con motivo de una iniciación. Por otro
lado, una inscripción de Amasia (Rec. des inscr. du Pont, nº 108) menciona a un στρατιώτης
εὐσεβής, probablemente un iniciado con el grado de miles, aunque este texto es de época
imperial.

38
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

bre prehistórica muy extendida en aquella época, pero desaparecida en la


nuestra, cuya finalidad era honrar al dios de las cuevas (antros) de las mon-
tañas, antes de que se construyesen templos a los dioses. Las pruebas crueles
impuestas a los iniciados recuerdan las mutilaciones sangrientas que perpe-
traban los seguidores de Mâ y de Cybeles. Del mismo modo, las leyendas en
las que Mithras es el héroe, sólo pueden ser imaginadas en una época de vida
pastoril. Estas antiguas tradiciones de una civilización todavía primitiva y
tosca subsistieron en los misterios junto a una teología sutil y una moral más
elevada63.
El análisis de los distintos componentes del mithraísmo muestra, como
la roca que corona una elevación del terreno, los distintos estratos acumula-
dos y superpuestos lentamente. El fondo de esta religión, su lecho primordial
más profundo, es la fe del antiguo Irán, donde tiene su raíz. Por encima de
este sustrato mazdeo, se posa primero en Babilonia un sedimento trabado de
doctrinas semíticas, y luego en Asia Menor se añaden en aluvión diversas
tradiciones religiosas locales. Finalmente, una espesa vegetación de ideas
helénicas creció sobre este suelo fértil, impidiéndonos conocer su verdadera
naturaleza.
Este culto misceláneo, donde se mezclan tantos elementos distintos, es
la expresión apropiada de la compleja civilización que floreció en época
alejandrina en Armenia, Capadocia y el Ponto64. Si Mitrídates Eupator había
podido realizar sus sueños ambiciosos, este parsismo helenizado fue trans-
formado indudablemente en religión de Estado de un extenso imperio asiáti-
co. Su devenir estuvo marcado por la derrota del gran adversario de Roma.
Los desastres de sus ejércitos y de sus flotas de guerra en el Ponto, los fugi-
tivos víctimas de la guerra y dispersos por todo el Oriente, propagaron los
misterios iranios entre este pueblo de piratas que acrecentaba su poder al

63
Para estos ritos, ver más adelante el cap. V; para las leyendas, el cap. IV.
64
Además de los textos generales que prueban el establecimiento de “magusanos” en es-
tas regiones, disponemos de una serie de pruebas particulares que establecen la existencia de
un culto de Mithras en determinados lugares. En Asia Menor y en Comagene son las siguien-
tes: a) En Armenia: templo en Pakaïaridj (Agathangelos, Hist. Tirid., cap. 10; M. M. M., t. II,
p. 4); b) Comagene: templo de Nemroud-Dagh (vid. supra); c) Capadocia: inscripción de
Farasha (Rhodandos), vid. inscripción de Cesarea (CIL, III, 12135); inscripción de Tiana (M.
M. M., t. II, p. 91, nº 3); d) Ponto: monedas de Trapezunte, y un antiguo mithraeum (vid. el
apéndice II); inscripción de Amasia, citada antes; e) Frigia: inscripción de Amorion, citada
antes; f) Pisidia: bajorrelieve de Isbarta (vid. el apéndice II); inscripciones de Artanada y ¿de
Derbe? (M. M. M., t. II, p. 172 nºs. 549-550) ; g) Cilicia: Medallón de Tarso (ver aquí Fig. 2).

39
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

abrigo de las montañas de Cilicia. Mithras se estableció con fuerza en esta


región, donde todavía se le adoraba en Tarso a finales del Imperio65.

Fig. 2. Mithras tauróctono.


Medallón de Tarso.

Sostenido por su religión guerrera, esta república de aventureros se


atrevió a disputar al coloso romano la supremacía de los mares. Sin duda se
consideró la nación elegida para hacer triunfar la religión del dios invenci-
ble. Seguros de su protección, los audaces marinos saquearon sin piedad los
santuarios más venerados de Grecia y de Italia, y el mundo latino conoció
entonces por primera vez el nombre de la divinidad bárbara que iba a impo-
ner su adoración.

65
Medallón de bronce de Gordiano III (M. M. M., t. II, p. 189, nº 3, dibujo basado en el
ejemplar de Nápoles). La misma pieza aparece reproducida en Hill, Greek coins in the British
Museum, Lycaonia, Cilicia, 1900, p. 213, nº 258, lám. XXXVIII, 4.

40
CAPÍTULO II

LA PROPAGACIÓN EN EL IMPERIO ROMANO66

Podemos afirmar de modo general que Mithras quedó en todo momen-


to excluido del mundo griego. Los antiguos autores griegos no hablan de él
más que como un dios extranjero adorado por los reyes de Persia. Durante el
periodo alejandrino no llegó a bajar de la meseta asiática hasta las costas de
Jonia. De todos los países que baña el mar Egeo, sólo una dedicación tardía
del Pireo, y quizás otra de Atenas67, recuerdan su existencia, y en vano bus-
caremos su nombre entre las distintas divinidades exóticas adoradas en De-
los en el siglo II a.C. Solamente se establece en el archipiélago por una espe-
cie de rebote, tras haber ocupado el occidente latino. Los pretorianos funda-
ron un spelaeum en la isla de Andros por la salud de Septimio Severo y de
sus hijos68. Durante el Imperio, se encuentran, es verdad, mitreos estableci-
dos en algunos puertos de la costa de Fenicia y de Egipto, cerca de Arados,
en Sidón, y en Alejandría69; pero estos monumentos aislados ponen en evi-

66
La historia de la propagación del mithraísmo en el Imperio romano reposa ante todo so-
bre una ingente cantidad de inscripciones que nos informan, entre otras cosas concretas, de los
lugares donde fue adorado el dios persa y del rango social de sus fieles. Su testimonio se
completa por la información que aportan los monumentos –templos y esculturas– encontrados
en gran número en Roma y en determinadas provincias. No podemos aspirar en este pequeño
libro a citar y a discutir cientos de documentos epigráficos y arqueológicos. Los textos y la
discusión detallada puede encontrarse en nuestra obra maior M. M. M. Aquí nos limitaremos a
comentar algunos textos concretos particularmente importante o nuevos descubrimientos.
Hemos reunido en el apéndice II la lista de los principales monumentos publicados después de
1900 y hasta 1913. Toutain ha estudiado recientemente con gran precisión y detalle la difu-
sión del culto de Mithras en las provincias del Occidente latino (vid. la obra de este autor
referenciada en el apéndice II, particularmente las pp. 144-177), aunque en su campo de
observación excluye Roma e Italia. El resultado, creo yo, es incorrecto; y no creo que sus
opiniones negativas estén justificadas; he intentado demostrar por qué me parecen inadmisi-
bles, en mi estudio publicado en Rev. hist. des religions, LXVI, 1912, p. 125 ss.
67
Pireo: M. M. M., t. II, p. 469, nº 220-a; Atenas: inscripción en el busto de Crisipo (von
Prott, Athen. Mitt. XXVIII, p. 278). El Sr. Avezou me ha enviado la fotografía de un monu-
mento mithraico, aun inédito, descubierto hace poco en Patras; él supone, no sin vacilación,
que el culto asiático fue introducido en esta colonia por los piratas cilicios que Pompeyo
estableció cerca de allí, en Dymé. Lo mismo habría ocurrido con el culto de Attis.
68
Vid. el apéndice I.
69
Arados: Renan, Miss. de Phénicie, p. 103; M. M. M., t. II, p. inscr. 5. — Sidón: Mithra-
eum (cf. apéndice II). — Alejandría: Socr. Hist. Eccl., III, 2 ; V, 16; Sozom. V, 7 (cf. apéndi-
ce II); Damascio, en Suda, s.v. «Ἐπιφάνιος». — Ph. Berger, “Le culte de Mithra à Carthage”,
Rev. hist. des religions, LXV, 1912, p. 1 ss., ha pretendido ver los nombres de Μίθρα y de

41
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

dencia, por contraste, la falta de todo vestigio de los misterios en el interior


del país. El descubrimiento reciente de un templo de Mithras en Menfis70
parece ser la excepción que confirma la regla, pues el genio mazdeo solo fue
introducido en esta antigua ciudad en tiempos de los romanos. Hasta el mo-
mento, no lo hemos encontrado mencionado en ninguna inscripción de Egip-
to o de Siria, y carecemos todavía de pruebas que demuestren que se levanta-
ran estatuas en su honor en la capital de los seléucidas. En estos imperios
semi-orientales, la poderosa organización del clero indígena y la ardiente
devoción del pueblo por sus ídolos nacionales parecen haber retrasado del
progreso del intruso y paralizado su influencia.
Un detalle característico muestra que el yazata iranio nunca captó a
numerosos fieles en las regiones griegas o los países helenizados. La
onomástica griega, que a menudo se nutre de nombres teóforos ponen de
moda a las divinidades frigias o egipcias. Junto a los Menófilo y a los Me-
trodoro, a los Isidoro y a los Serapión, no podemos situar a unos equivalen-
tes Mithrion, Mithroclés, Mithriodoro o Mithrofilo. Todos los derivados de
Mithras son deformación bárbara71. La Bendis tracia, la Cybeles asiánica, el
Serapis alejandrino, incluso los Baal sirios, eran acogidos sucesivamente con
agrado en las ciudades de Grecia, que nunca se mostraron igual de hospitala-
rias para el dios tutelar de sus antiguos enemigos. Inadecuado.
Su alejamiento de los grandes centros de civilización antigua explica
la tardía llegada de Mithras a Occidente. En Roma se rendía un culto oficial
a la Magna Mater de Pesinunte desde el año 204 a.C.; Isis y Serapis hicieron
su aparición en el siglo I de nuestra Era, y muy pronto encontraron gran
número de adeptos en Italia. La Ashtarté cartaginesa tenía un templo en la
capital tras las Guerras Púnicas; lo mismo la Bellona de Capadocia en tiem-
pos de Sila; la dea Syria de Hierapolis72 a comienzos del Imperio, en tanto
que los misterios persas eran totalmente desconocidos. Estas divinidades
pertenecían a un pueblo, a una ciudad, en tanto que el poder de Mithras se
extendía desde el Indo al Ponto Euxino.
Pero este dominio se situaba todavía en época de Augusto totalmente
fuera de las fronteras del Imperio. La meseta central de Asia Menor, que se
mostró mucho tiempo rebelde a la civilización griega, quedó todavía más
alejada de la civilización romana. Esta región de estepas, de bosques y pas-
tos, aislada tras cordilleras escarpadas, y sometida a un clima más crudo que
el de Germania, no atraía a los habitantes de las costas mediterráneas, y las

Ἀστρονόη en el grupo “Mithrachastarni” de una inscripción púnica, aunque yo creo que esta
interpretación no convence a nadie.
70
Pireo: M. M. M., t. II, p. 520, nº 285.
71
Hemos reunido estos nombres teóforos, M. M. M., t. II, p. 83 ss., p. 466.
72
Sobre todos estos cultos exóticos, vid. mi obra Religions orientales, 2ª edic., 1909.

42
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

dinastías autóctonas que se mantenían aún bajo los primeros Césares, por su
condición de reinos vasallos, protegían su aislamiento secular. A decir ver-
dad, Cilicia había sido constituida provincia romana después del 102 a.C.,
pero en esta época apenas comprende algunos puntos de la costa, y la con-
quista del país solo se completó unos siglos más tarde. Tiberio incorporó la
Capadocia, Nerón el Ponto occidental, Vespasiano73 la Comagene y la Pe-
queña Armenia. Solo entonces se establecieron relaciones continuadas entre
estas regiones olvidadas por Occidente. Las necesidades de la administración
y la organización de la defensa, los cambios de gobernador y de oficiales, el
reemplazo de los procuradores y los empleados del fisco, las levas de tropas
de infantería y de caballería, el establecimiento a lo largo de la frontera del
Éufrates de tres legiones, provocaron un intercambio continuo de hombres,
de productos y de ideas en estas regiones montañosas hasta entonces cerra-
das y las provincias europeas. Luego vinieron las grandes expediciones de
Trajano, de Lucio Vero y de Septimio Severo, la conquista de Mesopotamia
y la fundación en Osroene, y hasta Nínive, de numerosas colonias que como
anillos de una cadena unieron Irán y el Mediterráneo. Estas anexiones suce-
sivas de los Césares fueron la causa primera de la difusión de la religión
mithraica en el mundo latino, donde comienza a expandirse bajo los Flavios
y se desarrolla bajo los Antoninos y los Severos, al mismo tiempo que otro
culto practicado a su lado, en Comagene, el de Júpiter Dolicheno74, irrumpió
con fuerza en todo el Imperio.
Si creemos a Plutarco75, Mithras se habría introducido mucho antes en
Italia. Los romanos habrían sido iniciados en sus misterios por los piratas
cilicios vencidos por Pompeyo. Esta noticia no tiene nada de inverosímil:
sabemos que la comunidad judía establecida trans Tiberim, estaba compues-
ta en gran medida por descendientes de los prisioneros que el mismo Pom-
peyo había reunido tras la toma de Jerusalén en 63 a.C.76 Por esta circuns-
tancia especial, es posible que desde finales de la República el dios persa
haya encontrado algunos fieles entre la heterogénea plebe de la capital. Y

73
Marquardt, Staatverw., I2, pp. 380 ss.; 365, 360, 399, 369.
74
Kan, De Iovis Dolicheni cultu, Groningen, 1901; cf. mi Religions orientales, pp. 167
ss., 217 s.
75
Plut. Pomp., 24 (M. M. M., t. II, p. 35 d). Que los misterios mithraicos hubiesen pene-
trado, en efecto, en una región vecina del territorio ocupado por los piratas, lo demuestra el
interesante descubrimiento de un bajorrelieve en Isparta [Baris] (cf. apéndice II). La opinión
de Rohde, que relaciona algunas inscripciones de Lycaonia (M. M. M., t. II, p. 172, nº 649
ss.), adquiero nuevos visos de verosimilitud, en tanto que Ramsay (Studies in the Eastern
Roman provinces, Aberdeen, 1906, p. 278) las interpreta de otro modo: Λέων y ἀετός no
designarían los grados mithraicos de “león” y de “águila” sino que se refiere al león situado
sobre la tumba y el frontón del monumento sepulcral.
76
Schürer, Gesch. des Jüdischen Volkes im Zeitalter J.C., t. III3, 1898, p. 30.

43
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

confundido en el laberinto de asociaciones que practicaban ritos extranjeros,


el pequeño grupo de adoradores de Mithras no llamaría la atención. El yaza-
ta sería objeto del desprecio a que eran sometidos sus adoradores asiáticos.
La influencia de sus seguidores sobre la masa de población era casi tan nula
como pueden serlo actualmente las pequeñas comunidades budistas en la
Europa moderna.
Solo a finales del siglo I el nombre Mithras entra en las conversacio-
nes de las gentes de Roma. Estacio escribe el primer canto de su Thebaida
hacia el año 80 d.C., donde podemos leer las primeras descripciones de las
imágenes típicas del héroe tauróctono77, así como la competente opinión de
Plutarco: en su época (46-125 d.C.) la secta mazdea gozaba ya de cierta no-
toriedad en Occidente78. Esta opinión queda confirmada por los documentos
epigráficos. La dedicatoria más antigua a Mithras es una inscripción bilingüe
de un liberto de los Flavios (69-96 d.C.)79. Muy poco después un grupo es-
cultórico de mármol es consagrado por un esclavo de T. Claudius Livianus,
que fue prefecto del pretorio bajo Trajano en 10280.

Fig. 3. Mithras tauróctono. Grupo del British Museum

77
Stat. Theb., I, 717: Persei sub rupibus antri Indignata sequi torquentem cornua
Mithram.
78
Plut., Pomp., 24.
79
CIL, VI, 732. Cf. M. M. M., t. II, p. 468, nº 67.
80
CIL, VI, 30728. M. M. M., t. II, p. 228, nº 55-I, p. 245, nº 3; Smith, Catal. of Sculpture
Brit. Mus. t. III, 1904, nº 1721.

44
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

El dios invencible debió penetrar casi al mismo tiempo en la Italia


central: en Narsae, en el país de los ecuos, encontramos un texto del año 172
que habla de un mithraeum «restaurado porque estaba en ruinas»81. La apari-
ción del «invasor» en el norte del Imperio es aproximadamente de la misma
época. Apenas cabe la duda de que fue la legión XV la que importó los mis-
terios en Carnuntum, sobre el Danubio, a comienzos del reinado de Vespa-
siano, y constatamos que, hacia el año 148, el culto era practicado en los
campamentos de Germania82. Durante los Antoninos, y sobre todo después
del reinado de Cómodo, los testimonios de su presencia se multiplican en
todas las provincias. En los últimos años del siglo II, sus misterios se cele-
braban en Ostia al menos en cuatro centros de culto83.
Ni se nos pasa por la cabeza enumerar todas las ciudades donde el cul-
to asiático se implantó, y aún menos pretendemos encontrar las causas por
las que este culto fue introducido en cada una de ellas. A pesar de su gran
número, los textos epigráficos y las imágenes de los monumentos apenas nos
aclaran la historia local del mithraísmo. Es imposible seguir fielmente el
rastro de su expansión, distinguir las influencias concurrentes de las diversas
comunidades, u observar el proceso de conversión en cada ciudad y en cada
provincia. Todo lo que podemos hacer es indicar, a grandes rasgos, en qué
regiones esta fe se implantó más rápidamente, y cuáles han sido, en general,
los apóstoles que la han propagado.
El ejército es indudablemente el principal agente de la difusión de este
culto. La religión mithraica es, ante todo, una religión de soldados, y no fal-
tan motivos para creer que precisamente a algunos iniciados, en determinado
grado, se les diese el nombre de milites. Esta acción del ejército podrá pare-
cer poco creíble si imaginamos que en época imperial las legiones estaban
acantonadas en campamentos estables, y que al menos después de Hadriano,
los legionarios eran reclutados allí donde tal o cual legión estaba asentada.
Pero esta regla tiene numerosas excepciones. De este modo los asiáticos
contribuyeron durante largos periodos de tiempo a engrosar las guarniciones
militares de Dalmacia, de Mesia y, eventualmente, de África. Además, el
soldado que tras unos años de servicio en su país natal era promocionado a
centurión, pasaba generalmente a otra provincia, y en la medida que iba
siendo promocionado de un grado a otro, se le asignaba un destino nuevo, de
modo que el conjunto de los centuriones formaba «una especie de micro-

81
CIL, IX, 4110; cf. 4109. M. M. M., inscr. 152-153.
82
Dessau, Inscr. Lat. Sel. 4191; M. M. M., inscr. 423.
83
M. M. M., t. II, p. 523, mon. 295 e inscr. 160 d-e ; p. 240, mon, 83; p. 238, mon. 79-81 ;
p. 240, mon, 82.

45
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

cosmos del Imperio»84. Era este un poderoso medio de acción, pues su posi-
ción aseguraba a estos suboficiales una influencia moral considerable sobre
los soldados bajo su instrucción. Aparte de la propaganda individual, cuyos
mecanismos se nos escapan totalmente, los traslados provisionales o defini-
tivos de los destacamentos o incluso de unidades completas de un punto
geográfico a otro, por alejados que estuviesen, mezclan a gentes de cualquier
raza o cualquier creencia. También encontramos por todos lados, junto a los
legionarios, a ciudadanos romanos, en número igual, o quizás superior, de
auxilia extranjeros, que no tenían, como los primeros, el privilegio de servir
en solar patrio. Al contrario, se los alistaba en el ejército para prevenir y
alejar las rebeliones de estos peregrini en sus países de origen. Bajo los Fla-
vios, las alas y cohortes indígenas destinadas en la frontera del Rhin y del
Danubio85 formaban un contingente importante, aunque menor al de las le-
giones.
Entre los hombres llamados para reemplazar a los nacionales enviados
lejos de sus patrias, se contaba con un buen número de hombres de Asia
Menor y de países circunvecinos, como indican las nuevas levas habidas en
Comagene, donde el mithraísmo tenía hondas raíces. Otros jinetes y legiona-
rios fueron reclutados en esta región, posiblemente cuando se anexionó al
Imperio, contribuyendo con seis cohortes auxiliares. Eran muchos los solda-
dos originarios de Capadocia, del Ponto y de Cilicia, como para no habar de
sirios de cualquier tribu, y los Césares no tuvieron escrúpulos de enrolar
veloces escuadrones de caballería parta una vez que estos les habían demos-
trado sus habilidades guerreras86.
El soldado romano era en general devoto y supersticioso. Los peligros
a que quedaba expuesto en su profesión le hacían buscar continuamente la
protección celeste, y un número incalculable de dedicatorias muestra a la vez
la fortaleza de su fe y la variedad de sus creencias. Los orientales especial-
mente, trasladados durante veinte años a países donde se sentían extranjeros,
conservaban celosamente el recuerdo de sus divinidades nacionales. Desde
que encontraron la forma de hacerlo, no perdían ocasión de demostrar su
culto. Mostraban la necesidad de conciliarse con este Señor (Ba’al) al que,
según decían, se le ofrecían niños para apaciguar su cólera. Los rituales eran
una buena ocasión de reunirse y, en estos fríos climas del norte, rememorar
la patria lejana. Pero estas asociaciones no eran exclusivas; admitían también
voluntarios de entre los compañeros de armas de cualquier origen a quienes

84
Jung, Fasten der Provinz Dacien, 1894, p. XIV. Cf. Cagnat, L’armée romaine d‘Afrique,
1892, p. 193.
85
Mommsen, “Die Conscriptionsordnung der Römischen Kaiserzeit”, Hermes XIX, 1884,
p. 215 ss. = Hisorische Schriften, t. II, p. 98 ss.
86
Cf. Cichorius, s.v. “Cohors” y “Ala”, en Pauly-Wissowa, Realencyclopaedia.

46
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

la religión oficial del ejército no satisfacía sus aspiraciones, y que esperaban


obtener de este dios extranjero un seguro más eficaz en los combates, que, en
caso de caer en combate, les aseguraba un lugar feliz en el Más Allá. Estos
neófitos podían ser trasladados de guarnición por exigencias del servicio o
las necesidades de la guerra, y de convertidos pasaron a convertidores, y
formaron en torno a ellos grupos nuevos de prosélitos. Así es como los mis-
terios de Mithras, llevados a Europa por los reclutas semibárbaros de Capa-
docia o de Comagene, se propagaron con gran rapidez hasta los confines del
mundo antiguo.
Desde las costas del Mar Negro hasta las montañas de Escocia y al de-
sierto del Sahara, y a lo largo de toda la frontera romana, abundan los mo-
numentos mithraicos. Una gran cantidad de ellos se encuentran en Mesia
inferior, una región que desde hacía años no había sido escenario de guerras
y donde muchos orientales suplieron a los muchos licenciados que la provin-
cia necesitaba. Por no hablar del puerto de Tomi; los legionarios practicaban
el culto persa en Troesmis, en Durostorum y en Oescus en las riberas del
Danubio, así como en el célebre Tropaeum Traiani, encontrado recientemen-
te en Adam-Klisi. En el interior del país el culto había llegado hasta Monta-
na y Nicopolis, poblada por Trajano de orientales, igual que en otras peque-
ñas ciudades de la misma región. Es indudable que estaba presente en estas
villas septentrionales que cruzan los Balcanes, y se extendió kuego por el
norte de Tracia, particularmente en torno a Serdica (Sofia) y de Pantalia
(Kustendil) y hasta los alrededores de Bessapara y de Philippopolis en el
valle del Ebro87, gran vía de comunicación entre Asia y Europa. Yendo río
arriba por el Danubio, se llega a Viminacium, la capital de la Mesia superior,
donde un veterano ha restaurado un templo88, una comarca cuya extensión
no conocemos con precisión89. La flotilla de guerra que cruzaba el gran río
estaba formada, y mandada, por peregrini, y sirvió sin duda para propagar la
religión asiática en todas sus escalas90, como lo hacían habitualmente los
soldados en los campamentos o fuertes desde los que custodiaban el tránsito
del río.
Estamos mejor informados sobre las circunstancias de su introducción
en Dacia. Desde que Trajano anexionó este reino bárbaro al Imperio, tras
seis años de luchas de resistencia, la región quedó devastada. Para su repo-

87
La actual ciudad de Plovdiv (Bulgaria) se superpone a la antigua de Philippopolis; la
recorre el río Maritsa o Evros, llamado Ἕβρος en griego antiguo, e Hiberus en su forma
latina. (N. del T.)
88
CIL, III, 142174.
89
Para la difusión del culto en la Mesias y en Tracia vid. M. M. M., t. I, pp. 248-249 y los
monumentos citados luego en el apéndice. Una inscripción de Naissus (Nisch): CIL, III,
14562.
90
Fiebiger, en Pauly-Wissowa, Realencyclopaedia, s.v. “Classis”, col. 2647.

47
Franz Cumont: Los misterios de Mithras

blación, el emperador trasladó en masa, nos dice Eutropio91, colonos ex toto


orbe Romano. La población de esta nueva provincia tenía más mezcla en el
siglo II que hoy en día, donde todas las razas de Europa que coinciden allí se
odian y se pelean.
Entre los antiguos dacios92 encontramos juntos a ilirios y panonios,
gálatas y carios, asiáticos de Edesa y de Palmira, entre los que se continua-
ban practicando los cultos patrios. Pero ninguno de estos cultos prosperó
tanto como los misterios de Mithras, que experimentan un prodigioso desa-
rrollo en los ciento cincuenta años que duró el dominio romano en esta re-
gión. Tuvo éxito no solo en la capital de la provincia, Sarmizegetusa, y en
las ciudades que se formaron alrededor de los campamentos, como Potaisa y
especialmente Apulum, sino que ocupó todo el territorio. No existía en Da-
cia, que yo sepa, el menor vestigio de comunidad cristiana alguna, desde la
fortaleza de Szamos-Ujvar, a la frontera septentrional, hasta Romula en Va-
laquia, pero allí se han descubierto gran cantidad de inscripciones, de escul-
turas y de altares que han sobrevivido a la destrucción de los mithraea. Estos
testimonios abundan sobre todo en el centro del país, a lo largo de la gran vía
que sigue el valle del Maros, la arteria principal por la que expande la civili-
zación romana a las montañas del entorno. Solo la colonia de Apulum conta-
ba con cuatro templos del dios persa, y el spelaeum de Sarmizegetusa, exca-
vado hace poco, conserva todavía los fragmentos de unos cincuenta bajorre-
lieves o de otros exvotos que la piedad de los fieles había consagrado allí93.
La religión irania se implanta paralelamente en Panonia, en las ciuda-
des fortificadas que se sitúan a lo largo del Danubio, en Cusum, Intercisa,
Aquincum, Brigetio, Carnuntum, Vindobona94, así como en los núcleos ur-
banos del interior. Era particularmente pujante en las principales poblaciones
de esta provincia doble, Aquincum y Carnuntum. En ambas ciudades las
causas de su implantación se conocen con bastante seguridad. La primera,
donde se celebraban en el siglo III los misterios al menos en cinco templos
diseminados sobre todo su territorio95, era el cuartel general de la legio II
Adiutrix, que había sido reclutada en el año 70 por Vespasiano, con la apor-
tación de marinos de la flota de Rávena. Entre estos libertos incluidos en los

91
Eutropio, VIII, 6.
92
Jung, Römer und Romanen in den Donauländer, 2ª edic. 1887, p. 112 ss.
93
Tras la publicación de nuestra obra Monum. Myst. Mithra (inscr. 232-308; mon. 136-
212) ha habido en Transilvania algunos hallazgos interesantes, cf. más adelante el apéndice II,
y CIL, III, 14466.
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Hemos reunido los monumentos de Panonia, M. M. M., inscr. 320 ss., mon. 220 ss.
Añádanse: CIL, III, 15138 y 151381 (de Rittium), y 1435928 (de Vindobona).
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Una dedicación de Aquincum remonta a la época de Marco Aurelio (CIL, III, 3479).
Uno de los santuarios de Mithras es anterior a 198 (vid. apéndice II). Cf. para las otras fechas
M. M. M., t. I, p. 251, n. 6.

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Franz Cumont: Los misterios de Mithras

cuadros del ejército, la proporción de asiáticos era considerable96, y es pro-


bable que el mithraísmo tuviera, desde el comienzo, adeptos en esta legión
mixta en su origen.
Cuando hacia 120 Hadriano trasladó esta unidad en la Panonia infe-
rior, llevó consigo indudablemente el culto oriental, y parece que se mantuvo
fiel hasta el momento de su desaparición. La legio I Adiutrix, que tuvo un
origen similar97, fue también un semillero fecundo en Brigetio, donde esta
unidad sitúo su campamento en tiempos de Trajano.
Con más precisión podemos explicar cómo el dios persa llegó a Car-
nuntum: en 71 o 72, Vespasiano hizo reocupar esta importante posición es-
tratégica por la legio XV Apollinaris98, tras haber combatido ocho o nueve
años en Oriente. Enviada al Éufrates en el 63 para reforzar el ejército que
Corbulón conducía contra los partos, la misma había participado, de 67 a 70,
en la represión de la revuelta judía, y acompañó luego a Tito hasta Alejandr-
ía. Durante estas guerras cruentas, las bajas de los efectivos habrían sido
cubiertas, sin duda alguna, por nuevos reclutamientos realizados en Asia. En
su mayoría, los nuevos soldados eran originarios de Capadocia; movilizados
con los antiguos soldados del Danubio, ofrecieron allí sacrificios al dios
iranio, hasta entonces desconocido al norte de los Alpes. Se ha encontrado
en Carnuntum un altar a Mithras ofrecido por un soldado de la legión XV
Apollinaris, soldado que lleva el nombre característico de Barbarus99.

Fig. 4. Reconstrucción del mithraeum de Carnuntum.

96
Gündel, De legione II Adiutrice, Leipzig, 1895.
97
Jünemann, De legione I Adiutrice, Leipzig, 1894.
98
Vaglieri, en Ruggiero, Dizionario epigraf. I, p. 514 ss.; Pfitzner, Gesch. der Kaiser-
legionen, p. 259 ss.
99
CIL, III, 4413; cf. M. M. M., t. I, p. 253, n. 2.

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