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La palabra hambre proviene del latín vulgar “famen”.

De allí deriva también famélico, que significa


hambriento. Con el vocablo hambre, designamos la necesidad natural de proveer al cuerpo
de alimentos, producido por sustancias que operan a nivel del cerebro, en el hipotálamo; lo que
sucede aproximadamente cada 4 horas. No lo debemos confundir con el apetito que son deseos
de comer, posiblemente algo determinado, pero es un sentimiento conciente, que no produce
reacciones orgánicas, ya que no se trata de una necesidad fisiológica, sino de placer, y que puede
no estar motivado por el hambre. Esto sucede cuando decimos por ejemplo: “Tengo ganas de
comer un chocolate como postre”.

La desnutrición es una enfermedad que es producto de una dieta inadecuada, que no permite la
absorción de los nutrientes necesarios para mantener el equilibrio del organismo, ésta ocurre
cuando no se ingieren alimentos y la falta de consumo de éstos hace que el cuerpo de una persona
gaste más energías calóricas de las que consume. Existen muchos síntomas que sufren las
personas que se encuentran en desnutrición, pero dentro de los más resaltantes podemos citar: la
fatiga, los mareos y la pérdida de peso, además de estos otros síntomas muy delicados que
pueden llegar a producir la muerte de una persona. La desnutrición es una enfermedad por la
falta de consumo de combustibles y proteínas necesarias para que un organismo funcione
correctamente, esta enfermedad esta asociada a la muerte de lactantes y niños de países en vías
de desarrollo.
Hay dos vías básicas para luchar contra el hambre en el mundo. La primera es aquella que se
enfoca hacia aumentar la capacidad productiva de las familias y por lo tanto hacia aumentar los
ingresos mensuales. La segunda, en cambio, apuesta por suministrar directamente a las personas
más necesitadas los alimentos básicos para su supervivencia. Manos Unidas trabaja precisamente
y desde hace un buen puñado de años en la puesta en práctica de estas dos líneas de ayuda.

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