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“El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día.

” -LEON
BATTISTA ALBERTI

La familia es la primera institución que ejerce influencia en el niño, ya que transmite


valores, costumbres y creencias por medio de la convivencia diaria. Asimismo, es la
primera institución educativa y socializadora del niño, “pues desde que nace comienza
a vivir la influencia formativa del ambiente familiar” (Guevara, 1996, p. 7).

A través de la interacción con sus hijos, los padres proveen experiencias que pueden
influir en el crecimiento y desarrollo del niño e influir, positiva o negativamente, en el
proceso de aprendizaje (Korkastch-Groszko, 1998).

Nord (1998), afirma que “el involucramiento de los padres en la educación de su hijo
es importante para el éxito escolar, pero no todos los niños tienen padres quienes se
involucren en su escuela” (p. 1).

En México, en comparación con otros países, existen pocos estudios e información


sobre la participación de los padres en las actividades escolares de sus hijos. Como lo
menciona Guevara (1996), “la investigación educativa sobre educación familiar —y, por
consecuencia, del tema subordinado relaciones familia-escuela— es en México muy
deficiente. Se trata de un campo de estudio no del todo construido, sobre el cual
poseemos una información reducida y dispersa” (p. 8).

La participación de los padres en la educación de su hijo trae consigo diversas ventajas


o beneficios para los padres, para los hijos y para los maestros. Brown (1989), menciona:

Cuando los padres participan en la educación de sus niños, se obtienen beneficios,


tanto para los padres como para el niño, ya que frecuentemente mejora la autoestima
del niño, ayuda a los padres a desarrollar actitudes positivas hacia la escuela y les
proporciona a los padres una mejor comprensión del proceso de enseñanza (p. 1).

Por su parte, Rich (1985) argumenta que cuando los padres participan proactivamente
en la educación escolar se producen resultados positivos como una mayor asistencia,
disminución de la deserción, mejoramiento de las actitudes y conducta del alumno,
una comunicación positiva padre-hijo y mayor apoyo de la comunidad a la escuela.

Stevenson y Baker (1987, citado por Georgiou, 1996) examinaron la relación entre la
participación de los padres en la educación y el rendimiento escolar del niño,
concluyeron que “los niños de padres que participan en las actividades escolares
muestran un aprovechamiento mayor que los niños de padres menos participativos”
(p. 34). Este hallazgo es confirmado por las entrevistas realizadas por Bello (1996) a
padres, maestros y directores de escuelas primarias, los cuales mencionan que “cuando
la relación entre padres y maestros es buena, el aprovechamiento es mayor en el
proceso de enseñanza-aprendizaje” (p. 26). Georgiou (1996) sugiere que los
estudiantes se benefician de los padres informados, con actitudes positivas hacia la
escuela, altas aspiraciones hacia los hijos y conductas positivas, en su educación” (p.
34).

Familia y escuela tienden a observarse unidireccionalmente como si no compartiesen


propósitos educativos comunes. Ha de advertirse que lo que nos caracteriza como
personas (hablar, pensar, establecer vínculos afectivos, usar sistemas Familia, escuela y
desarrollo humano simbólicos) no es producto directo de la maduración sino de una
interacción constante con los otros, quienes nos ofrecen la posibilidad de incorporar
elementos básicos de nuestra cultura e introducirnos en ella y avanzar en nuestro
desarrollo personal. Al respecto Vygotsky (2000) señaló que el desarrollo humano no
puede entenderse al margen del contexto ni de la cultura en los que se produce. Las
interacciones que promueven el desarrollo se construyen de modo significativo en los
contextos donde las personas crecen y viven, de ahí que la familia y la escuela,
formadas por sistemas múltiples, sean ambientes trascendentales para la formación
humana (Solé, 1996).

Para la psicología familiar, disciplina que toma el nuevo enfoque sistémico de la ciencia,
y en específico el modelo ecológico para el estudio de las relaciones familiares, la
familia “es el microsistema más importante porque configura la vida de una persona
durante muchos años” (Espinal, Gimeno y González, 2004, p. 2). Dicho modelo, análogo
a la biología e iluminado por Bronfenbrenner (1987), complementado por Rodrigo y
Palacios (1998) y Papalia y Olds (1992), ha permitido reconocer que el ser humano se
interrelaciona con una serie de sistemas que determinan su desarrollo y que “la familia
es el sistema que define y configura en mayor medida el desarrollo de la persona desde
su concepción” (Espinal et al., 2004, p. 2).

Rodrigo y Palacios (1998) apuntan que ser padre o madre significa poner en marcha
un proyecto educativo significativo e introducirse en una intensa relación personal y
emocional con los hijos. Estos autores señalan que, a su parecer, las funciones básicas
que la familia cumple en relación con los hijos son las siguientes: a) legitimar su
supervivencia y promover su crecimiento y socialización; b) proporcionar un clima de
afecto y apoyo para su desarrollo; c) brindar la estimulación necesaria para que sean
capaces de relacionarse competentemente, y d) decidir con respecto a la apertura de
otros contextos educativos que coadyuven a su educación.
Podría decirse entonces que la crianza es tanto informar como formar; más que repetir
conceptos o dar instrucciones, es ir formando actitudes, valores y conductas en una persona.
Es un intercambio en el cual una persona convive con otra, y a través del ejemplo la va
formando y se va formando a sí misma. Fernández de Quero (2000) señala que la crianza es el
compromiso existencial que adquieren dos personas adultas para cuidar, proteger y educar a
una o más crías desde la concepción o adopción hasta la mayoría de edad biopsicosocial.

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