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Primera Temporada
Julio y agosto de 1922. Teatro Lírico. La sala teatral fue rebautizada como Teatro de la
Comedia durante los meses que duró la temporada; de este hecho deriva el nombre del
grupo. Se presentaron: Jardines trágicos (1909) y Así pasan (1908, Marcelino
Dávalos), Religión de amor (Teresa Farías de Isassi), Sangre de jaripeo (también
titulada Jaque al rey, Rafael M. Saavedra) y La última rosa (Armando de María y
Campos).
Segunda Temporada
Febrero-mayo de 1923. Teatro Ideal. Obras: Lo que ella no pudo prever (Julio Jiménez
Rueda), Cumbres de nieve (Catalina D'Erzell), La que volvió a la vida (Francisco
Monterde), y dos piezas de Ricardo Parada León, La agonía y La esclava A partir de
junio la temporada continuó en el teatro Fábregas: La caída de las flores (Julio Jiménez
Rueda), Cosas de la vida (María Luisa Ocampo), El novio número 13 (Alberto Michel)
y Up-to-date (Federico Sodi). En esta temporada actuó María Teresa Montoya y contó
con un subsidio de $3,500.00 mensuales gracias a Julio Jiménez Rueda, secretario del
ayuntamiento de la ciudad de México.
Tercera Temporada
Julio de 1925 a enero de 1926. Teatro Fábregas. A iniciativa del secretario general de la
Unión de Autores Dramáticos, Alberto C. Tinoco. Se bautizó de Pro Arte Nacional por
llevar a la escena exclusivamente obras de mexicanos. El repertorio fue como
sigue: ¡Esos hombres! (1923, Catalina D'Erzell), Cosas de la vida (1923, reposición de
María Luisa Ocampo), Santa (adaptación de la novela de Federico Gamboa,
1903), Cándido Cordero (Julio Jiménez Rueda); Alma mater (Alberto C. Tinoco), El
novio número 13 (Alberto Michel, reposición) y El primo de Rivera (José Luis Velasco).
Además se presentaron las siguientes obras de los integrantes del Grupo de los Siete: Al
fin mujer y La incomprendida (hermanos Lozano García); Las pasiones
mandan y Véncete a ti mismo (Manuel Díez Barroso); La señorita
Voluntad y Una flapper (Carlos Noriega Hope); Viviré para ti (Francisco
Monterde); Via crucis (José Joaquín Gamboa), y Los culpables y Sin alas (Ricardo
Parada León).
Cuarta Temporada
Septiembre de 1926. Teatro Virginia Fábregas. Se tituló «Temporada del Grupo de los
Siete». Actuaron María Teresa Montoya y Fernando Soler, bajo la coordinación de María
Luisa Ocampo, quien financió parcialmente la temporada con un premio de la lotería.
Obras: Una farsa (Díez Barroso), El honor del ridículo (Carlos Noriega Hope)
y Estudiantina (hermanos Lozano García), las tres piezas escritas por miembros del
Grupo de los Siete. También se llevaron a escena dos obras extranjeras; entre ellas
destaca R. U. Rde Karel Čapek (1920), traducida por Víctor Manuel Díez Barroso.
Quinta Temporada
Mayo-noviembre de 1929. En el teatro Regis y el teatro Ideal, con la iniciativa de Amalia
González Caballero de Castillo Ledón (1898-1986). En 1928 se había oficializado ante
notario el grupo, con la siguiente directiva: presidenta Amalia de Castillo Ledón,
secretaria María Luisa Ocampo, gerente Lázaro Lozano García y vocales los demás
integrantes del Grupo de los Siete Autores. Entre los estrenos destacan: El corrido de
Juan Saavedra (María Luisa Ocampo), La razón de la culpa (premiada y editada por el
concurso Villanueva en 1927, Catalina D'Erzell), Si la juventud supiera (1927) y El
mismo caso (también titulada Tríptico, José Joaquín Gamboa), Cuando las hojas
caen (Amalia de Castillo Ledón), La venganza de la gleba (escrita en 1904 y estrenada
en 1905, Federico Gamboa), Hombre o demonio (hermanos Lozano García), El dolor de
los demás (Ricardo Parada León), El cobarde (también titulada Nació asustado, Adolfo
Fernández Bustamante), Las razón de la culpa (Catalina D'Erzell), La fuerza de los
débiles (Antonio Médiz Bolio), Más allá de los hombres (María Luisa Ocampo), y dos
obras de Carlos Díaz Dufoo, Padre Mercader y Allá lejos, detrás de las montañas. Padre
Mercader fue la primera obra mexicana que alcanzó cien representaciones consecutivas.
Esta temporada fue llamada en la publicidad «Primera temporada de la Comedia
Mexicana», sin mencionar la segunda época, omisión que ha causado confusiones.
Sexta Temporada
Julio de 1931. Teatro Esperanza Iris. Permaneció en escena sólo unos días, con la
iniciativa de Lázaro Lozano García. Se montó únicamente Palabras (Carlos Díaz Dufoo).
Fue llamada «Segunda temporada de la Comedia Mexicana», en el conteo que parte de
1928.
Séptima Temporada
Agosto-octubre de 1936. Palacio de Bellas Artes. Se estrenaron: La casa en ruinas (María
Luisa Ocampo), El tercer personaje (Concepción Sada), El porvenir
del Dr. Gallardo (Ricardo Parada León), Lo que sólo el hombre puede sufrir (Catalina
D'Erzell), La pálida amiga (Eugenio Villanueva), Una lección para maridos (Juan
Bustillo Oro), Hembra (hermanos Lozano García), La mancornadora (José
Vasconcelos), y Sombras de mariposas (Carlos Díaz Dufoo). Actuó María Teresa
Montoya. Llamada «Tercera temporada de la Comedia Mexicana» en la publicidad.
Octava Temporada
Febrero de 1937. En el teatro Fábregas, con la colaboración de María Teresa Montoya.
Se anunció como «Cuarta temporada de la Comedia Mexicana», aunque predominó el
repertorio extranjero (Asia, 1931, de Henri René Lenormand, y otras). Se montaron
algunas obras mexicanas, El vendedor de muñecas (Nemesio García Naranjo) y Amar,
eso es todo (Enrique Uhthoff).
Novena Temporada
Agosto de 1938. En el teatro Ideal, con la participación de la actriz Virginia Fábregas. Se
escenificó Una vida de mujer (María Luisa Ocampo, reposición), Madre, sólo
una (Miguel Bravo Reyes y Lázaro Lozano García), Suburbio (José Attolini), Las tres
carabelas (Carlos Barrera), Los Revillagigedos (1925, de José Joaquín Gamboa), y dos
obras de Concepción Sada: Como yo te soñaba y Un mundo para mí Anunciada como
«Quinta temporada de la Comedia Mexicana», fue su última actividad.
Han transcurrido siete décadas desde que la Comedia Mexicana terminó sus labores,
por lo que es conveniente hacer un nuevo balance de sus contribuciones al advenimiento
del teatro mexicano. Hay que hacer hincapié en el hecho de que la Comedia Mexicana
reunió tanto la corriente de la tradición teatral de raigambre española, como los esfuerzos
de renovación que nacieron desde la plataforma teatral mexicana. Estas actividades
pueden ser agrupadas en dos periodos según su organización jurídica:
El primer periodo destaca por su programación casi anual (1922, 1923, 1925, 1926) y por
la abundancia de piezas mexicanas. Sobresale la tercera temporada por escenificar 17
piezas mexicanas. Únicamente escenificaron dos obras extranjeras, una de ellas ha pasado
a la historia del teatro mundial como notable obra innovadora (R. U. R ). Después de una
ausencia de tres años, la Comedia Mexicana inició su segundo periodo, y alcanzó a
organizar cinco temporadas después del registro notariado de su fundación (1929, 1931,
1936, 1937 y 1938). Las mejores temporadas fueron la quinta y la séptima con 22 obras
mexicanas en total. Por desgracia, la continuidad del periodo oficial fue menor en
comparación con el periodo nominal, ya que la temporada sexta constó únicamente de
una obra y la temporada octava fue marcadamente de repertorio extranjero.
El repertorio montado por la Comedia Mexicana nos presenta la corriente tradicional
sobre la que se fundamentó el teatro mexicano posterior. Sus labores no han sido
suficientemente reconocidas por la crítica mexicana y extranjera, por fundamentar su
apreciaciones en las opiniones de algunos críticos mexicanos que, para ensalzar los
movimientos vanguardistas del Teatro de Ulises y del Teatro de Orientación,
menospreciaron las obras que aún permanecían unidas a la tradición española a pesar de
que en muchos casos éstas poseían elementos de búsquedas dramáticas. La apreciación
de Xavier Villaurrutia de estos años está conservada en un artículo titulado «El teatro es
así» (1933). En él se queja de la vejez teatral, de los actores amarrados al duro banco de
la galera española, de sus repertorios que son nada, menos que nada, hasta de su público
que vive una costumbre que morirá con él. Además, el artículo es explícito en señalar
peyorativamente los elementos provenientes del teatro español como su única influencia:
Todos los malos hábitos y las vencidas costumbres de la
tradición teatral española del siglo XIX, pesan sobre las
compañías que habitualmente trabajan en nuestros teatros...
Las carteleras anuncian obras de un repertorio formado sin
orden, sin aseo, y sin criterio. El teatro español contemporáneo
es su casi único alimento. Y ya sabemos qué poco rico en
sustancias es el teatro español actual.
Luego califica a los grupos vanguardistas del Teatro de Ulises y del Teatro de Orientación
como «ya una imagen del teatro». Hace una referencia irónica a «los jóvenes historiadores
de un antiguo fantasma: el teatro mexicano», alusión al libro México en el teatro de
Usigli, publicado un año antes (1932).
Salvador Novo escribe su apreciación del teatro tradicional en un artículo
«Spellbound Stages», publicado en Theatre Arts Monthly (1938). Con humor vitriólico
se mofa de la pervivencia de la influencia española. Llama al teatro Ideal el asiento oficial
artístico de nuestra colonia española por la escenificación del astracán con técnica
similar a la de las creaciones de los hermanos Marx, pero sin ellos. Cita a Muñoz Seca
como autor favorecido por numerosas puestas, y recuerda su reciente muerte baleado
durante la guerra civil española por los izquierdistas, agregando irónicamente que no fue,
como se esperaría, a causa de sus piezas; se burla de la tradición escénica mexicana de
pronunciar con acento castellano, ya que los actores son absolutamente inhábiles para
imitar a un mexicano, a pesar que la mayoría de ellos nacieron en las calles que rodean
el teatro (570-571). Termina hablando de la imposible nostalgia de sus primeros años de
espectador, al no haber ningún cambio, como en un bosque petrificado, donde los sonidos
están también petrificados y pueden ser oídos de nuevo. Con humor sardónico imagina
volver a los teatros de su infancia:
Me libera de toda la nostalgia o el pesar de mi infancia. Yo
puedo volver a ser un niño de nuevo simplemente con
sentarme en el teatro Hidalgo un domingo en la tarde, llego a
ser un joven poeta al contemplar a las hermanas Blanch, las
grandes actrices del astracán, o hasta convertirme en bebé, en
ciertas ocasiones. Es tan bueno como la búsqueda de la Fuente
de la Juventud, y mucho más segura, ya que hay la certeza de
encontrarla. De hecho, uno se siente muy viejo únicamente
ante los teatros experimentales de las generaciones más
jóvenes.
(574)
No hay mención de las obras de este grupo que difieren de esta estética, por lo que la
evaluación resulta injustificada.
En 1951, Celestino Gorostiza hace patente su hispanofobia en una mención
derogatoria del teatro peninsular incluida en el pequeño opúsculo crítico que titula
«Apuntes para una historia del teatro experimental»:
Si observamos el proceso de nuestro teatro, veremos que hasta
hace muy poco tiempo estuvo bajo el dominio económico
español. El predominio artístico, en consecuencia, era también
español... En ese ambiente resultaba natural que los pocos
escritores mexicanos que se aventuraban a escribir una obra
teatral, aun procurando plegarse a los gustos y los estilos
reinantes, encontraran escasísimas o ningunas oportunidades
de ver sus obras estrenadas. En cuanto a los actores, debían
adquirir la pronunciación, el acento, el porte y hasta el tipo de
un perfecto español, no sólo en las tablas, sino en la vida
privada, si querían tener acceso a las compañías que trabajaban
en los teatros de México, del mismo modo que los toreros.
(24)
El partidarismo a favor y en contra del teatro español fue la razón de una «ruidosa
manifestación de protesta» que sufrió Celestino Gorostiza en un café de teatristas, por un
artículo periodístico en donde había afirmado que «Benavente no era de ningún modo el
único ni el mejor autor del mundo» («Apuntes»: 24).
Por su parte, Nomland conceptualiza a la Comedia Mexicana como un teatro
comercial, aunque con unidad estética y con una perspectiva social enfocada hacia la
clase media que asistía a los espectáculos:
La Comedia Mexicana debe considerarse como una aventura
del teatro comercial, que gozaba ocasionalmente de un
subsidio oficial. Bajo su nombre rimbombante se presentaron
un gran número de obras escritas en los veintes y principios de
los treintas [sic]. No obstante, hay una unidad [sic] y un
carácter fundamental en las obras patrocinadas por la Comedia
Mexicana. El ambiente escogido para ser representado en la
escena era el de la confortable seguridad de la sala de la clase
media, en donde los diarios problemas morales podían
considerarse sin la interferencia de los enojosos asuntos
exteriores. A pesar del creciente interés por la tradición
dramática francesa, Manuel Linares Rivas era el autor
favorito, y sus enseñanzas de crítica social dominaban los
salones de cartón de los escenarios.
(Teatro: 234-35)
(Historia: 48)
La dramaturgia de mujeres
Uno de los méritos de la Comedia Mexicana fue el llevar a la escena obras de
dramaturgas de la primera generación en que apareció la dramaturgia femenina en
México: Teresa Farías de Isassi (1878-1930), Catalina D'Erzell (seudónimo de Catalina
Dulché Escalante, 1897-1950), Amalia de Castillo Ledón12. Concepción Sada Hermosilla
(1899-1981) y María Luisa Ocampo (1908-1974) lograron un vehículo promocional para
sus ideas y su teatro. Estas autoras alcanzaron gran renombre y éxito; sus esfuerzos
estuvieron también orientados a la organización de las actividades teatrales. Varias obras
de estas dramaturgas son analizadas posteriormente en el presente capítulo. En el capítulo
dedicado a los grupos experimentalistas se incluye una exposición de las aportaciones de
Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), como dramaturga y como organizadora del
Teatro de Ulises. Otras autoras teatrales de los mismos años no alcanzaron tanta
aceptación: Manuela Eugenia Torres, que estrenó La hermana (1924) en el teatro Arbeu
y quien tiene varias piezas de la primera década inéditas y sin estreno; Elena Álvarez,
con Un diálogo doloroso (1923) y Muerte de hambre (1926), editados como Dos dramas
revolucionarios; María Enriqueta Camarillo de Pereira, «Rosa de Castaño» (1926) y El
enterrador (1936); Julia Nava de Ruisánchez, con Dramatizaciones de leyendas
mexicanas y cuentos (1933) y tres colecciones más de obra breve y de teatro infantil;
Concha Michel, quien publicó dos antologías de obras breves: Obras cortas de teatro
revolucionario y popular (1931), y posteriormente Obras de teatro para la mujer, en el
que se encuentran Cautiverio en libertad, De nuestra vida, Mitos en ocaso, y otras. Todas
estas autoras constituyen la primera generación de dramaturgas no sólo en México, sino
en toda Hispanoamérica.
Anteriormente la dramaturgia femenina había estado sólo esporádicamente
representada: Julia Delhumeau Vda. de Bolado, autora de dieciocho piezas, con
únicamente dos estrenos y ninguna publicación; Elvira Nosari, Cristóbal Colón (1906),
y «Jacinta o El mártir de la caverna», sobre la participación de la mujer en la lucha de
independencia; María Luisa Ross, «Historia de una mujer» y «Rosas de amor» (1918),
Carlota Contreras, Mariana Peñaflores de Silva, Victoria González, y alguna más. Usigli
cita a Isabel Ángela Prieto de Landázuri (1833-1876) como la primer mujer mexicana
después de sor Juana que escribió teatro (México en el teatro: 82). Aunque era originaria
de España, fue educada en Guadalajara, México; también cultivó la poesía. Su obra
pertenece al periodo romántico, y estrenó varios de sus quince títulos: «Las dos flores»,
«Oro y oropel», «Los dos son peores» y la escenificación como homenaje póstumo de
«Un lirio entre zarzas».
(93-95)
Al final, la decisión de Alicia perdura a pesar de que está embarazada. En la última escena
Jorge ha ido con unos amigos a divertirse, mientras Alicia «queda sola sentada en la
banca, en medio del silencio de la tarde. Los árboles se deshojan lentamente. Sumida en
hondas reflexiones, rompe a sollozar con amargura; pero se contiene al notar que el
jardinero, que desde el principio de la escena anda bajo los árboles componiendo las
plantas, empieza a barrer las hojas caídas»:
ALICIA.- ¿Qué hace usted ahí?
JARDINERO.- (Dejando caer las palabras con lentitud.)
Barro las hojas secas que caen sobre los prados y maltratan las
rosas.
ALICIA.- Maltratan las rosas... (Pensando con tristeza
en su vida; después.) Sí, bárralas usted... bárralas usted
todas... (Se deja caer en la banca ahogando los sollozos, En
tanto, las hojas siguen cayendo, y el jardinero las barre en
medio de la quietud de aquella fría y lánguida tarde de
otoño.) (Telón lento.)
(148-49)
(319)
Esta misma argucia dramática la hace Jacinto Benavente en el «Prólogo» de Los intereses
creados para orientar al auditorio utilizando la comunicación directa. Esta obra es uno de
los mejores ejemplos del esfuerzo del teatro mexicano por encontrar nuevos cauces, a
pesar de que el público de la Comedia Mexicana estuviera ya entrenado a gustar de obras
de corte tradicional; por eso el personaje toma la voz del autor para rogar a la butaquería
que juzgue el experimento «esperando que de verdad haya atinado». La pieza cierra con
la antigua costumbre de la petición de perdón: «Ya festejamos esto dignamente y ahora
nos marchamos por donde vinimos, pidiéndoles perdón por tanta impertinencia» (514).
El mismo caso presenta el tema del adulterio femenino en tres circunstancias. La obra
presenta un grupo social concreto, con numerosas referencias a lugares y formas de vida
de la burguesía mexicana de ese momento, con personajes que asisten a tres tertulias y
que continuamente beben cócteles, mientras conversan con un diálogo de frases cortas e
ingeniosas. En la comedia, el marido perdona y la pareja se va a una nueva luna de miel;
en el drama, el marido no perdona y mata a la esposa; y en la farsa el marido perdona a
la esposa al saber que él va a ser padre. Hay una carga de ironía en la estructura dramática,
ya que la concatenación de la trama está lograda por la permanencia en los tres actos de
dos personajes libertinos, la amante del primer caso y un don Juan, quienes acaban
uniéndose en cristiano matrimonio. La evolución de la estructura y del tema no
corresponde con la estética utilizada, que sigue siendo la del sainete español de tono
costumbrista.
En la amplia producción de José Joaquín Gamboa sobresalen dos obras que son, sin
duda, las que mejor señalan hacia el teatro que había de venir: Alucinación o Ella y El
caballero, la muerte y el diablo. La primera obra pertenece por su estética a la corriente
tradicional, a pesar de que fue estrenada por el grupo vanguardista de Gómez de la Vega
(1930). La trama de Alucinación presenta a un pintor llamado escuetamente «Él», quien
viaja de México a Cuernavaca para olvidar a la mujer que ama. Una tarde el artista
desesperado sufre la alucinación de verla a pesar de que ella no puede estar allí. Con
extrañeza constata que «Ella» viste exactamente como en el cuadro que había estado
recientemente pintando. Más tarde descubre que ella ha sido asesinada por su rival a la
misma hora de la alucinación, coincidencia que permite a esta obra analizar los estados
de conciencia y de percepción:
ÉL.- No me moveré de aquí jamás, hasta que Ella no
vuelva...
EL MAESTRO.- ¿Para qué ha de volver?, si ahí (Señala
el retrato.) está siempre.
ÉL.- Si no vuelve, tampoco volverá mi talento, ella se lo
llevó.
EL MAESTRO.- Ella te lo aumentó. Porque la creíste
perdida la fijaste ahí, ahí... ¡la inmortalizaste!
ÉL.- Quiérala usted mucho, maestro. Siento que las
sombras invaden mi cerebro... ¡No pensar, maestro, no
pensar!... ¿Concibe usted dicha más grande? El pensamiento
es el mayor castigo que Dios le infligió al hombre... Tal vez
me imagine que Ella vive. ¡La veré en todas las mujeres, en
todas!
(94-95)
(22-3)
(71)
(92-93)
La carga de la cobardía es tan grande que Rafael se suicida despeñándose, como el trágico
Ícaro que no pudo continuar su vuelo. Su entierro es anónimo y sin duelo, su propia madre
reza por el muerto sin saber que es su hijo, por creer que éste está en otro lugar. Solamente
el amigo y el público saben el final trágico del hombre pequeño que no supo vivir como
héroe cuando tuvo la oportunidad de serlo, y que tampoco logró acostumbrarse
posteriormente a la vida cotidiana por encontrarla mediocre.
Es una obra de transición hacia un estadio superior de la evolución teatral al elaborar
novedosamente la trama que narra un acontecimiento de la vida mexicana desde un
ángulo inusitado: la muerte accidental de un aviador en los años en que se abrían
heroicamente las rutas aéreas. La trama sorprende al presentar la verdadera realidad de
los hechos, ya que el aviador no murió, sino que se ha ocultado para no descubrir un acto
de cobardía que le llevó a aterrizar por miedo en una playa solitaria; el aviador incluso
asiste de incógnito a su honroso funeral, que alcanza la proporción de un homenaje
nacional. Tanto le ha emocionado el respeto del pueblo ante su supuesta heroicidad, que
para impedir ser descubierto opta por el suicidio. Díez Barroso ideó la obra mientras
asistía a los funerales del aviador mexicano Emilio Carranza, quien fue el primero que
hizo el vuelo México-Nueva York sin escalas en 1928, y murió a su regreso al caer su
avión en New Jersey (Magaña Esquivel, Breve historia: 111). En una crónica
periodística, Carlos González Peña comenta su estreno encomiásticamente: «Novísima
es, por el asunto y por la técnica. Inspirada en las grandes catástrofes aéreas introduce en
el teatro como elemento dramático, la aviación. Pero todo esto proyectándolo original e
ingeniosamente en las almas en forma de crear un conflicto interno de honda y destellante
emoción» («Crónica», en Él y su cuerpo: 137). La heroicidad del hombre que descubre
la trascendencia de un destino mayor que el que está capacitado para vivir, anticipa a El
gesticulador, pieza que fue escrita por Usigli cuatro años después del estreno de Él y su
cuerpo. Esta obra logra una temática nueva al llevar a la escena la situación del mexicano
ante su historia con un gran distanciamiento, y experimenta con una estructura de cuatro
actos la recreación escénica que sucede en una diversidad de espacios, desde el citadino
hasta los espacios exteriores del volar aéreo. La realidad escénica es buscada con una
estética nueva que permite reconstruir un espacio teatral cercano al cinematográfico,
aunque una visión desencantada hace que la pieza trascienda su propia trama y presente
el pensar del autor acerca de la mediocridad post revolucionaria.
En cuanto a las obras breves de Díez Barroso hay que apuntar que son unas las más
logradas del teatro breve en este periodo; «es ahí en donde reside su genio», según la
apreciación de Nomland (Teatro: 243-44). Una colección de obras breves fue publicada
bajo el título de Siete comedias en un acto, de entre las que sobresalen Buena
suerte (estreno 1925), sobre la imaginación sentimental de una solterona; Nocturno, con
la presentación de una escena callejera cercana al ultrarrealismo; Verdad o
mentira (estreno 1934) y ¡Qué le hace que no sea cierto!, ambas con la dubitación
pirandelliana entre realidad y ficción, la primera obra sobre la paternidad de un niño, y la
segunda sobre el descubrimiento de la identidad de los verdaderos padres de un hijo
adoptivo cuando éstos son llevados a los tribunales y sentenciados.
Una de las obras que mejor ejemplifica el grado de evolución alcanzado por la
Comedia Mexicana es Sombras de mariposas (séptima temporada), de Carlos Díaz
Dufoo (1861-1941), al plantear el problema sindicalista que alcanzó gran preponderancia
en la vida política de esos años. El protagonista personifica el conflicto sindical de un
fabricante que niega el derecho sindical a sus trabajadores. Por la perspectiva temática
que era dispar a la del Estado mexicano, esta obra fue prohibida «por orden superior al
día siguiente de su estreno en el Palacio de Bellas Artes» (24 de octubre de 1936), como
lo indica la portada de la edición de 1937 y lo explican las palabras introductorias del
autor:
Aunque el percance, por ser mío, no merece comentarse, como
antecedente hay que recogerlo en cuanto se habla de los
obstáculos que se oponen a la formación de un teatro
mexicano. Se conviene en que para formar ese teatro se
necesita, sobre todo en los primeros tiempos, el apoyo del
Estado, pero si el apoyo ha de pagarse con una ingerencia en
la elección de las obras, el fracaso es inevitable. Sin teatro libre
no hay teatro, porque si el criterio oficial prevalece la obra
escénica no será sino una vela más -¡qué vela!- agregada a la
barca del Poder Político. Y en esas condiciones es mejor que
no haya teatro mexicano.
(8)
Sombras de mariposas fue la última pieza de Díaz Dufoo; la estrenó cuando tenía setenta
y cinco años, y «descorazonado, este maestro del diálogo flexible, de los clímax bien
desarrollados y de personajes creíbles, se dio por vencido en su lucha», apunta
atinadamente Knapp Jones (Behind: 499).
Podemos concluir que la Comedia Mexicana indudablemente sirvió de puente entre
la tradición centenaria del teatro en México y las nuevas posibilidades de la corriente
vanguardista. Dentro de la Comedia Mexicana, puede señalarse una evolución que nació
de la estética post benaventina y que la llevó a intentar cambios temáticos y estilísticos,
aunque conservando la estructura de pièce bien faite. Esta evolución no fue alcanzada a
través de las nueve temporadas, como pudiera pensarse, ya que las obras que hoy nos
parecen mejores compartieron temporada con otras piezas menos trascendentes. Las
obras que se han señalado como mejores experimentaron con estructuras, géneros y
estilos, buscando un realismo más verosímil y una teatralización más fiel de la situación
mexicana, y en otras obras, perspectivas inusitadas para distanciar los hechos con
reinterpretaciones fársicas de la vida mexicana.
Como se ha podido comprobar, la Comedia Mexicana y el Grupo de los Siete Autores
ciertamente contribuyeron a la fundación del teatro mexicano, especialmente por su
aportación para lograr fundamentar la plataforma estilística y estructural sobre la que se
construiría posteriormente el nuevo teatro mexicano, aunque temáticamente su
producción dramática aún está aherrojada a la tradición escénica de la moral y el sentir
de la clase media. Ninguna de las piezas producidas por la Comedia Mexicana alcanzó el
estadio de desarrollo del teatro español de esos mismos años, con piezas como El señor
de Pigmalión (1921) de Jacinto Grau y el ciclo esperpéntico de Valle-Inclán. Estas obras
magistrales comparten el mismo tronco teatral con las obras de la Comedia Mexicana, a
las que superan por sus búsquedas creativas en la estética, la estructura y los temas. La
generación española de dramaturgos de la segunda década inauguró un nuevo estadio de
evolución teatral, que en mucho sobrepasa a la exigua pero persistente evolución que
alcanzó en México el teatro de tradición española. La Comedia Mexicana y el Grupo de
los Siete son esfuerzos sine qua non para que posteriormente se pudiera alcanzar la
creación del nuevo teatro mexicano.