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En 1917 hubo dos revoluciones. La de febrero hizo suponer que Rusia, con retraso, seguiría el camino ya
transitado en Europa occidental: la eliminación del absolutismo para posibilitar el cambio social y político
hacia una democracia liberal. Sin embargo, la acción de los bolcheviques en octubre clausuró un proceso
en este sentido. Por otra parte, ni las condiciones sociales y económicas, ni la fisonomía de la cultura
política rusa ofrecían un terreno propicio para la construcción de un orden democrático burgués.
Cuando las masas ocuparon las calles a fines de febrero, casi nadie atribuyó a la movilización el carácter
revolucionario que llegaría a tener. Al igual que ocurriera con la Revolución Francesa, la soviética fue tomada
al principio como una protesta airada. El curso de los hechos no solo sorprendió al zar, a la corte y a la
oposición liberal: tampoco los militantes revolucionarios esperaban la inminente caída del zarismo. Lenin,
por ejemplo, llegaba a la estación Finlandia de Petrogrado en abril de 1917 después de la abdicación del zar;
había tenido que atravesar apresuradamente Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado
mayor alemán.
El 23 de febrero (8 de marzo) gran parte de los obreros de Petrogrado fueron a la huelga. Las amas de casa
salieron a la calle a participar en manifestaciones (coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer). La
gente asaltó panaderías, pero los disturbios no tuvieron graves consecuencias. Al día siguiente prosiguió la
huelga. Los manifestantes rompieron los cordones de la policía y llegaron al centro de la ciudad: pedían pan,
paz y tierras. El 25 de febrero todas las fábricas de la capital quedaron paralizadas. Para reprimir a los
manifestantes fueron enviadas tropas militares; aunque hubo algunos encuentros, los soldados evitaron
disparar contra los obreros.
El zar dio la orden de disolver la Duma. Sus integrantes no se reunieron, pero formaron un comité para seguir
la marcha de los acontecimientos. Nicolás II insistió en que se aplastase al movimiento revolucionario y los
jefes militares ordenaron a la tropa que disparase contra la multitud. Los soldados celebraron reuniones en
los cuarteles y se negaron a reprimir. Las fuerzas que el zar había ordenado venir desde el frente no llegaron
porque los ferroviarios interrumpieron los transportes. Nicolás II abdicó y los integrantes de la Duma
nombraron un Gobierno Provisional presidido por el príncipe liberal Georgy Lvov. Entre los miembros de ese
gobierno no figuraban los socialistas, solo Aleksandr Kerensky, a título personal, se hizo cargo de la cartera
de Justicia. El Gobierno Provisional duraría hasta que una asamblea elegida por los ciudadanos aprobase la
carta constitucional del nuevo régimen. Sin embargo, la caída del zarismo dio paso a la existencia de un
poder dual: junto al Gobierno Provisional, representante de las clases medias liberales atemorizadas y
desorganizadas, emergieron los soviets, cuyo poder se fundaba en su contacto directo con la clase obrera
armada y radicalizada. El soviet no tenía ningún título legal en el que apoyar su autoridad sino que
representaba a las fuerzas movilizadas que habían hecho triunfar la revolución: los obreros, los soldados y
los intelectuales. Quienes integraban el soviet provenían de las elecciones llevadas a cabo en las fábricas y
los cuerpos militares, no tenían mandato por tiempo fijo y podían ser revocados en cualquier momento si su
gestión era desaprobada por aquellos a quienes representaba. El Gobierno Provisional solo podía ejercer sus
funciones si contaba con la colaboración del soviet de Petrogrado y los de las provincias. Inicialmente, los
partidos que lograron un mayor grado de inserción en estos organismos fueron los mencheviques y los
social-revolucionarios; en cambio, los bolcheviques eran minoría.
Lenin estaba decidido a impedir la consolidación de un poder burgués y cuando llegó a Rusia propuso
entregar "todo el poder a los soviets". Esta consigna, difundida a través de las Tesis de Abril, desconcertó a
los mencheviques, que se mostraban cada vez más dispuestos a colaborar con el Gobierno Provisional y
deseaban que fuera la asamblea constituyente la que finalmente sentara las bases de un régimen
democrático. Pero también se sorprendieron muchos de los camaradas de Lenin. Los bolcheviques
moderados, coincidiendo con los mencheviques, consideraban un desatinado salto al vacío la arremetida
contra un orden burgués liberal.
Sin embargo, la profundidad de la crisis y el rumbo cauto y oscilante del Gobierno Provisional condujeron a
las fuerzas sociales movilizadas a tomar creciente distancia del mismo y a desconfiar de sus propósitos. El
zar había caído, pero la guerra y las privaciones continuaban, los campesinos no recibían las tierras, se temía
que los zaristas diesen un golpe y no había garantías sobre la capacidad de reacción del gobierno provisional.
Los soviets, en cambio, contaban con el decidido reconocimiento de las masas radicalizadas.
Entre febrero y octubre los bolcheviques ganaron posiciones en los soviets, y en julio columnas de obreros
contrarios al gobierno "burgués" pidieron su ayuda para traspasar todo el poder a los soviets. Lenin no los
acompañó en esa iniciativa, pero el gobierno encabezado por Kerensky los reprimió bajo la acusación de
haber pretendido dar un golpe. Los bolcheviques volvieron a ocupar un lugar central en el escenario político
en virtud de su decidida y eficaz intervención en la resistencia al ambiguo intento de golpe del general
Kornilov, en agosto. No obstante, aún estaban lejos de ser la opción política dominante en el campo
socialista, si bien en el seno de la clase obrera más organizada recogían más adhesiones que los
mencheviques; en el medio rural, el partido mayoritario era el de los social-revolucionarios.
KORNILOV A MOSCÚ
Frente al creciente vacío de poder, en octubre Lenin resolvió terminar con el débil Gobierno Provisional.
Antes de que se reuniera el Segundo Congreso de Soviets, su partido debía tomar el Palacio de Invierno. El
jefe político de los bolcheviques, como en abril, volvió a sorprender a sus camaradas. Dos miembros del
Comité Central bolchevique, Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, manifestaron su desacuerdo a través de la
prensa. A pesar del carácter público tomado por la orden de Lenin, el Gobierno Provisional fue incapaz de
organizar su defensa y en el mismo momento en que los delegados de toda Rusia llegaban a la sede del
congreso soviético, los bolcheviques –con el apoyo de los obreros armados– ingresaron en el Palacio de
Invierno y detuvieron a los ministros. Kerensky había partido al frente para buscar refuerzos militares que
impidieran el éxito del golpe.
Entre el 25 y 26 de octubre no hubo una jornada gloriosa, los bolcheviques tomaron el poder que nadie
detentaba. La mítica acción revolucionaria fue una construcción posterior inducida por los bolcheviques y
con hondo arraigo en el imaginario sobre el Octubre rojo.
El Segundo Congreso de Soviets aprobó la destitución del gobierno después de un tenso debate en el que
mencheviques y parte de los social-revolucionarios expresaron su desacuerdo con la conducta bolchevique,
que dividía el campo socialista. El poder quedó en manos del Consejo de Comisarios (Sovnarkom) integrado
solo por bolcheviques, a pesar de las resistencias de sectores del movimiento obrero y de miembros del
Comité Central del partido gobernante. Poco después, en virtud de la división de los social- revolucionarios
en un ala de derecha y otra de izquierda, estos últimos ocuparon dos ministerios hasta marzo de 1918.
Octubre dio por cerrado el ciclo iniciado en febrero: en Rusia ya no habría espacio para una revolución
democrática liberal y los socialistas partidarios de esta vía fueron decididamente expulsados del poder,que
quedó en manos del más radical y disciplinado partido de la izquierda, el liderado por Lenin.
La firma del armisticio con Alemania aseguró al nuevo gobierno una gran popularidad entre obreros y
soldados, el reparto de las tierras entre las familias campesinas le permitió contar con la más cauta adhesión
del campesinado. El apoyo de la clase obrera quedó reflejado en los excelentes resultados de los
bolcheviques en los principales centros industriales en las elecciones de noviembre a la asamblea
constituyente. Pero estuvo lejos de obtener la mayoría en el medio rural: aquí el grueso de los votos lo
recogió el partido Social-Revolucionario, que recibió el apoyo masivo del campesinado rural. En enero de
1918, la asamblea solo sesionó unas horas. Lenin había decidido que los soviets eran "una forma de
democracia superior" a la encarnada por la asamblea constituyente. Su disolución señaló el momento de la
desaparición del bolchevismo moderado, y el estrépito de los disparos que recibió a las decenas de miles de
personas que demostraron su apoyo a este foro da cuenta del deseo de los bolcheviques de empujar la
revolución no solo contra los propietarios sino también contra los socialistas moderados que aún contaban
con un amplio respaldo popular.
La firma de la paz de Brest-Litovsk con Alemania se demoró en el tiempo, y cuando finalmente los
bolcheviques aceptaron el humillante tratado, sus compañeros de gobierno, los social-revolucionarios de
izquierda, rompieron la alianza y atentaron contra la vida del embajador alemán para impedir que el acuerdo
se concretase. A partir de marzo de 1918, el gobierno soviético quedó bajo el exclusivo control del partido
monolítico.
La producción escrita sobre esta doble revolución es enorme: desde el momento en que el octubre
bolchevique dio un giro drástico al camino que liberales y gran parte de los socialistas emprendieron en
febrero, el debate ha girado a por qué y cómo los bolcheviques pusieron fin al Gobierno Provisional: ¿fue
una revolución o un golpe?, ¿el partido expresaba los intereses de la clase obrera o fue el afán de poder de
su cúpula, especialmente Lenin, la motivación decisiva? Si Rusia, según las ideas de Marx, no contaba con
los requisitos para avanzar hacia el socialismo, ¿en qué contexto y a través de qué argumentos una fracción
de los marxistas rusos puso en marcha una revolución socialista?
La explicación de octubre dividió el campo historiográfico. Para unos fue el golpe de un partido dictatorial
que resultó viable debido a una crisis general de la ley y el orden. Sus dirigentes, desde esta perspectiva,
cargan con la responsabilidad de haber conducido hacia una horrenda experiencia, la del totalitarismo
soviético –similar a la del fascismo– del que fue víctima el pueblo ruso. Los que han rechazado esta idea
sostienen que la toma del Palacio de Invierno contó con el apoyo de los trabajadores y soldados de la capital,
hastiados de la guerra y preocupados por el desempleo masivo y la carestía de los alimentos, y jubilosos ante
la perspectiva de un orden socialista basado en una profunda igualdad entre las clases sociales. Los primeros
afirman la continuidad entre Lenin y Stalin. Los segundos adjudican a los fuertes desafíos que afrontaron los
bolcheviques el fracaso de la revolución en la Europa de posguerra, la guerra civil a partir de 1918 y a la
distancia abismal entre la dureza del revolucionario Lenin y la crueldad del intrigante dictador Stalin, el hecho
de que un partido flexible y revolucionario se convirtiera en una organización creadora de los campos de
concentración soviéticos, los gulags.
De todos modos lo que quería concluir es que aquella pregunta que me formuló Carlos Coronado la he
situado en un marco teórico más amplio de problemas. También considero que es importante tener en
cuenta la perspectiva histórica, puesto que aunque aquella pregunta se refiere en concreto al periodo 1914
– 1918, la experiencia del socialismo ha experimentado muchos cambios desde aquel entonces al año 2008
en el que nos encontramos. Y muchas cosas que ocurrieron en aquel periodo se ven con más claridad y
profundidad desde el conocimiento de la experiencia acumulada durante casi un siglo de socialismo, tanto
de sus éxitos como de sus fracasos.
La determinación histórico-universal del comunismo
Escuchemos a Marx en la sección “Historia” del capítulo I de la “Ideología alemana”: “El comunismo,
empíricamente, sólo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo
que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva
aparejado”. Esta idea escrita hace más de 150 años sigue teniendo en la actualidad la máxima validez. El
comunismo sólo puede darse de forma firme y definitiva si se produce de forma simultánea en los países
más avanzados del mundo, esto es, en los países de la Unión Europea, en EEUU, en Canadá y en Japón, o al
menos en una buena parte de ellos. Pero el comunismo sólo se ha dado en los países más atrasados y de
forma local: en Rusia primero y en China después. Esta realidad es lo que desalienta a todas las personas
que creen en el comunismo. Pero la realidad es como es y nosotros no podemos transformarla de acuerdo
con nuestros deseos.
Desafortunadamente los líderes de la izquierda radical y de la izquierda en general no saben evaluar esta
realidad en su justa medida. ¿Por qué? Porque han esperado de Rusia primero y de China después la
realización del comunismo como un sistema de sociedad cualitativa y notablemente superior al
capitalismo. Pero esto no ha sido posible. Cuando China en la práctica no ha podido saciar el deseo que
tiene la izquierda radical europea de un mundo nuevo, ésta se ha decepcionado y ha criticado al gigante
asiático de forma desaforada. Pero al menos que consideremos falsa aquella premisa establecida por
Marx, esta crítica es totalmente injusta. Pero si la tomamos por válida, el comunismo como sociedad
superior al capitalismo sólo podrá darse cuando de forma simultánea la revolución socialista se lleve a cabo
en una buena parte de los países más avanzados de la tierra. Y si esto es así, el principal culpable de que el
mundo nuevo y el hombre nuevo no se hayan dado ha sido y es la izquierda radical de los países más
avanzados del mundo.
La fuerza de la burguesía
Escuchemos de nuevo a Vladimir Ilích, pero esta vez en el capítulo II de su obra “La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo”: “La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más
implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se ve
decuplicada por su derrocamiento y cuya potencia consiste no sólo en la fuerza del capital internacional,
en la fuerza y la solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la
costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo
mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía
constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa”.
Destaquemos algunas de estas ideas, que como se puede comprobar están repletas de la máxima
actualidad. Una: La burguesía sigue siendo una clase mucho más poderosa que la clase trabajadora. Dos: La
fuerza y solidez de los vínculos internacionales de la burguesía están mucho más desarrolladas y son más
poderosas que la de principios del siglo XX. Tres: La pequeña producción sigue teniendo un papel
destacadísimo en todas las economías del mundo y como en tiempos de Vladimir Ilích sigue generando
capitalismo y burguesía cada hora de forma espontánea y en masa. Estas ideas son muy importantes para
comprender a la China actual. Si para superar el socialismo pobre China ha tenido que abrirse al capital
internacional y permitir cierto desarrollo del capital privado, ¿cómo podemos esperar que no se genere
capitalismo y burguesía en masa y de forma espontánea? ¿Por qué hemos de estar decepcionados?
Tenemos que aceptar la realidad. Les recuerdo lo que decía Marx: el comunismo no es un ideal al que hay
que someter a la realidad, sino el movimiento que supera y anula el estado de cosas actual. Pero el
socialismo necesita todavía del capitalismo. De ahí que todavía esté muy lejos el día de su total superación.
Es legítimo preguntar qué pasó con los partidos obreros socialdemócratas no rusos. Pues sencillamente
que se volvieron partidos social chovinistas. Pusieron los intereses nacionales por encima de los intereses
de clases. Y la base socioeconómica para que esto fuera posible fue la transformación del capitalismo de
libre mercado en capitalismo monopolista de Estado y el surgimiento de la aristocracia obrera. Algunos se
preguntarán: ¿existe hoy día aristocracia obrera? Pues claro que sí: todos los altos ejecutivos son
aristocracia obrera. Realizan una función de trabajo, dirigir y gestionar las grandes empresas, pero ganan
en concepto de salario más de lo que ganan los pequeños capitalistas en concepto de beneficio.
A modo de conclusión
Daré de forma enumerada las conclusiones. Una: en la actualidad sigue existiendo la misma contradicción
que 1918: se dan de forma separada las condiciones materiales de la realización del socialismo de las
condiciones políticas. Dos: la izquierda radical europea sigue aquejada de idealismo y de izquierdismo:
sigue creyendo que es posible el socialismo íntegro y sigue sin ganarse la confianza de las grandes mayorías
sociales. Tres: la izquierda radical sigue sin asimilar que el socialismo no es un ideal que hay que implantar
sino el movimiento que supera y anula el capitalismo. Y cuatro: los líderes de la izquierda radical son tan
sectarios, tan ciegos, que no ven y, por tanto, no celebran que la economía pública representa el modo
práctico en que ha sido en parte superada y en parte anulada la propiedad privada en el seno del propio
capitalismo.