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EL CICLO REVOLUCIONARIO DE 1917 / CARPETAS DE LA UN LA PLATA / CONTEMPORÁNEA FFHA

En 1917 hubo dos revoluciones. La de febrero hizo suponer que Rusia, con retraso, seguiría el camino ya
transitado en Europa occidental: la eliminación del absolutismo para posibilitar el cambio social y político
hacia una democracia liberal. Sin embargo, la acción de los bolcheviques en octubre clausuró un proceso
en este sentido. Por otra parte, ni las condiciones sociales y económicas, ni la fisonomía de la cultura
política rusa ofrecían un terreno propicio para la construcción de un orden democrático burgués.

Cuando las masas ocuparon las calles a fines de febrero, casi nadie atribuyó a la movilización el carácter
revolucionario que llegaría a tener. Al igual que ocurriera con la Revolución Francesa, la soviética fue tomada
al principio como una protesta airada. El curso de los hechos no solo sorprendió al zar, a la corte y a la
oposición liberal: tampoco los militantes revolucionarios esperaban la inminente caída del zarismo. Lenin,
por ejemplo, llegaba a la estación Finlandia de Petrogrado en abril de 1917 después de la abdicación del zar;
había tenido que atravesar apresuradamente Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado
mayor alemán.

El 23 de febrero (8 de marzo) gran parte de los obreros de Petrogrado fueron a la huelga. Las amas de casa
salieron a la calle a participar en manifestaciones (coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer). La
gente asaltó panaderías, pero los disturbios no tuvieron graves consecuencias. Al día siguiente prosiguió la
huelga. Los manifestantes rompieron los cordones de la policía y llegaron al centro de la ciudad: pedían pan,
paz y tierras. El 25 de febrero todas las fábricas de la capital quedaron paralizadas. Para reprimir a los
manifestantes fueron enviadas tropas militares; aunque hubo algunos encuentros, los soldados evitaron
disparar contra los obreros.

El zar dio la orden de disolver la Duma. Sus integrantes no se reunieron, pero formaron un comité para seguir
la marcha de los acontecimientos. Nicolás II insistió en que se aplastase al movimiento revolucionario y los
jefes militares ordenaron a la tropa que disparase contra la multitud. Los soldados celebraron reuniones en
los cuarteles y se negaron a reprimir. Las fuerzas que el zar había ordenado venir desde el frente no llegaron
porque los ferroviarios interrumpieron los transportes. Nicolás II abdicó y los integrantes de la Duma
nombraron un Gobierno Provisional presidido por el príncipe liberal Georgy Lvov. Entre los miembros de ese
gobierno no figuraban los socialistas, solo Aleksandr Kerensky, a título personal, se hizo cargo de la cartera
de Justicia. El Gobierno Provisional duraría hasta que una asamblea elegida por los ciudadanos aprobase la
carta constitucional del nuevo régimen. Sin embargo, la caída del zarismo dio paso a la existencia de un
poder dual: junto al Gobierno Provisional, representante de las clases medias liberales atemorizadas y
desorganizadas, emergieron los soviets, cuyo poder se fundaba en su contacto directo con la clase obrera
armada y radicalizada. El soviet no tenía ningún título legal en el que apoyar su autoridad sino que
representaba a las fuerzas movilizadas que habían hecho triunfar la revolución: los obreros, los soldados y
los intelectuales. Quienes integraban el soviet provenían de las elecciones llevadas a cabo en las fábricas y
los cuerpos militares, no tenían mandato por tiempo fijo y podían ser revocados en cualquier momento si su
gestión era desaprobada por aquellos a quienes representaba. El Gobierno Provisional solo podía ejercer sus
funciones si contaba con la colaboración del soviet de Petrogrado y los de las provincias. Inicialmente, los
partidos que lograron un mayor grado de inserción en estos organismos fueron los mencheviques y los
social-revolucionarios; en cambio, los bolcheviques eran minoría.
Lenin estaba decidido a impedir la consolidación de un poder burgués y cuando llegó a Rusia propuso
entregar "todo el poder a los soviets". Esta consigna, difundida a través de las Tesis de Abril, desconcertó a
los mencheviques, que se mostraban cada vez más dispuestos a colaborar con el Gobierno Provisional y
deseaban que fuera la asamblea constituyente la que finalmente sentara las bases de un régimen
democrático. Pero también se sorprendieron muchos de los camaradas de Lenin. Los bolcheviques
moderados, coincidiendo con los mencheviques, consideraban un desatinado salto al vacío la arremetida
contra un orden burgués liberal.

Sin embargo, la profundidad de la crisis y el rumbo cauto y oscilante del Gobierno Provisional condujeron a
las fuerzas sociales movilizadas a tomar creciente distancia del mismo y a desconfiar de sus propósitos. El
zar había caído, pero la guerra y las privaciones continuaban, los campesinos no recibían las tierras, se temía
que los zaristas diesen un golpe y no había garantías sobre la capacidad de reacción del gobierno provisional.
Los soviets, en cambio, contaban con el decidido reconocimiento de las masas radicalizadas.

Entre febrero y octubre los bolcheviques ganaron posiciones en los soviets, y en julio columnas de obreros
contrarios al gobierno "burgués" pidieron su ayuda para traspasar todo el poder a los soviets. Lenin no los
acompañó en esa iniciativa, pero el gobierno encabezado por Kerensky los reprimió bajo la acusación de
haber pretendido dar un golpe. Los bolcheviques volvieron a ocupar un lugar central en el escenario político
en virtud de su decidida y eficaz intervención en la resistencia al ambiguo intento de golpe del general
Kornilov, en agosto. No obstante, aún estaban lejos de ser la opción política dominante en el campo
socialista, si bien en el seno de la clase obrera más organizada recogían más adhesiones que los
mencheviques; en el medio rural, el partido mayoritario era el de los social-revolucionarios.

KORNILOV A MOSCÚ

Frente al creciente vacío de poder, en octubre Lenin resolvió terminar con el débil Gobierno Provisional.
Antes de que se reuniera el Segundo Congreso de Soviets, su partido debía tomar el Palacio de Invierno. El
jefe político de los bolcheviques, como en abril, volvió a sorprender a sus camaradas. Dos miembros del
Comité Central bolchevique, Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, manifestaron su desacuerdo a través de la
prensa. A pesar del carácter público tomado por la orden de Lenin, el Gobierno Provisional fue incapaz de
organizar su defensa y en el mismo momento en que los delegados de toda Rusia llegaban a la sede del
congreso soviético, los bolcheviques –con el apoyo de los obreros armados– ingresaron en el Palacio de
Invierno y detuvieron a los ministros. Kerensky había partido al frente para buscar refuerzos militares que
impidieran el éxito del golpe.

Entre el 25 y 26 de octubre no hubo una jornada gloriosa, los bolcheviques tomaron el poder que nadie
detentaba. La mítica acción revolucionaria fue una construcción posterior inducida por los bolcheviques y
con hondo arraigo en el imaginario sobre el Octubre rojo.

POLITBURÓ BOLCHEVIQUE EN 1917

El Segundo Congreso de Soviets aprobó la destitución del gobierno después de un tenso debate en el que
mencheviques y parte de los social-revolucionarios expresaron su desacuerdo con la conducta bolchevique,
que dividía el campo socialista. El poder quedó en manos del Consejo de Comisarios (Sovnarkom) integrado
solo por bolcheviques, a pesar de las resistencias de sectores del movimiento obrero y de miembros del
Comité Central del partido gobernante. Poco después, en virtud de la división de los social- revolucionarios
en un ala de derecha y otra de izquierda, estos últimos ocuparon dos ministerios hasta marzo de 1918.

Octubre dio por cerrado el ciclo iniciado en febrero: en Rusia ya no habría espacio para una revolución
democrática liberal y los socialistas partidarios de esta vía fueron decididamente expulsados del poder,que
quedó en manos del más radical y disciplinado partido de la izquierda, el liderado por Lenin.

La firma del armisticio con Alemania aseguró al nuevo gobierno una gran popularidad entre obreros y
soldados, el reparto de las tierras entre las familias campesinas le permitió contar con la más cauta adhesión
del campesinado. El apoyo de la clase obrera quedó reflejado en los excelentes resultados de los
bolcheviques en los principales centros industriales en las elecciones de noviembre a la asamblea
constituyente. Pero estuvo lejos de obtener la mayoría en el medio rural: aquí el grueso de los votos lo
recogió el partido Social-Revolucionario, que recibió el apoyo masivo del campesinado rural. En enero de
1918, la asamblea solo sesionó unas horas. Lenin había decidido que los soviets eran "una forma de
democracia superior" a la encarnada por la asamblea constituyente. Su disolución señaló el momento de la
desaparición del bolchevismo moderado, y el estrépito de los disparos que recibió a las decenas de miles de
personas que demostraron su apoyo a este foro da cuenta del deseo de los bolcheviques de empujar la
revolución no solo contra los propietarios sino también contra los socialistas moderados que aún contaban
con un amplio respaldo popular.

La firma de la paz de Brest-Litovsk con Alemania se demoró en el tiempo, y cuando finalmente los
bolcheviques aceptaron el humillante tratado, sus compañeros de gobierno, los social-revolucionarios de
izquierda, rompieron la alianza y atentaron contra la vida del embajador alemán para impedir que el acuerdo
se concretase. A partir de marzo de 1918, el gobierno soviético quedó bajo el exclusivo control del partido
monolítico.

La producción escrita sobre esta doble revolución es enorme: desde el momento en que el octubre
bolchevique dio un giro drástico al camino que liberales y gran parte de los socialistas emprendieron en
febrero, el debate ha girado a por qué y cómo los bolcheviques pusieron fin al Gobierno Provisional: ¿fue
una revolución o un golpe?, ¿el partido expresaba los intereses de la clase obrera o fue el afán de poder de
su cúpula, especialmente Lenin, la motivación decisiva? Si Rusia, según las ideas de Marx, no contaba con
los requisitos para avanzar hacia el socialismo, ¿en qué contexto y a través de qué argumentos una fracción
de los marxistas rusos puso en marcha una revolución socialista?

La explicación de octubre dividió el campo historiográfico. Para unos fue el golpe de un partido dictatorial
que resultó viable debido a una crisis general de la ley y el orden. Sus dirigentes, desde esta perspectiva,
cargan con la responsabilidad de haber conducido hacia una horrenda experiencia, la del totalitarismo
soviético –similar a la del fascismo– del que fue víctima el pueblo ruso. Los que han rechazado esta idea
sostienen que la toma del Palacio de Invierno contó con el apoyo de los trabajadores y soldados de la capital,
hastiados de la guerra y preocupados por el desempleo masivo y la carestía de los alimentos, y jubilosos ante
la perspectiva de un orden socialista basado en una profunda igualdad entre las clases sociales. Los primeros
afirman la continuidad entre Lenin y Stalin. Los segundos adjudican a los fuertes desafíos que afrontaron los
bolcheviques el fracaso de la revolución en la Europa de posguerra, la guerra civil a partir de 1918 y a la
distancia abismal entre la dureza del revolucionario Lenin y la crueldad del intrigante dictador Stalin, el hecho
de que un partido flexible y revolucionario se convirtiera en una organización creadora de los campos de
concentración soviéticos, los gulags.

Algunos interrogantes en torno a la revolución de octubre de 1917


Parte de los interrogantes que recorren la producción historiográfica fueron formulados en el mismo
momento en que se produjo la toma del Palacio de Invierno. A modo de ejemplo registramos el testimonio
del periodista y militante socialista John Silas Reed.
"Durante los primeros meses del nuevo régimen, en efecto, a pesar de la confusión consiguiente a un gran
movimiento revolucionario como el que acababa de liberar a un pueblo de 160 millones de hombres, el
más oprimido del mundo entero, la situación interior, así como la potencia combativa de los ejércitos,
mejoraron sensiblemente.
Pero esta 'luna de miel' duró poco. Las clases poseedoras querían una revolución solamente política que,
arrancando el poder al zar, se lo entregara a ellas. Querían hacer de Rusia una república constitucional a la
manera de Francia o de los Estados Unidos, o incluso una monarquía constitucional como la de Inglaterra.
Ahora bien, las masas populares querían una verdadera democracia obrera y campesina. (...)
Fue así como se desarrolló en Rusia, en el curso mismo de una guerra exterior e inmediatamente después
de la revolución política, la revolución social, que terminó con el triunfo del bolchevismo.
Los extranjeros, los americanos particularmente, insisten, con frecuencia, sobre la ignorancia de los
trabajadores rusos. Es cierto que estos no poseían la experiencia política de los pueblos occidentales, pero
estaban notablemente preparados en lo que concierne a la organización de las masas. En 1917, las
cooperativas de consumo contaban con más de 12 millones de afiliados. El mismo sistema de los soviets es
un admirable ejemplo de su genio organizador. Además, no hay probablemente en la Tierra un pueblo que
esté tan familiarizado con la teoría del socialismo y sus aplicaciones prácticas.
Muchos autores han justificado su hostilidad al Gobierno soviético pretextando que la última fase de la
revolución no fue otra cosa que una lucha defensiva de los elementos civilizados de la sociedad contra la
brutalidad de los ataques de los bolcheviques.
Ahora bien, fueron precisamente esos elementos, las clases poseedoras, quienes, viendo crecer el poderío
de las organizaciones revolucionarias de la masa, decidieron destruirlas, costase lo que costase, y poner
una barrera a la revolución. Dispuestos a alcanzar sus objetivos, recurrieron a maniobras desesperadas.
Para derribar el ministerio Kerenski y aniquilar a los soviets, desorganizaron los transportes y provocaron
perturbaciones interiores; para reducir a los Comités de fábrica, cerraron las fábricas e hicieron
desaparecer el combustible y las materias primas; para acabar con los Comités del ejército restablecieron
la pena de muerte y trataron de provocar la derrota militar.
Esto era, evidentemente, arrojar aceite, y del mejor, al fuego bolchevique. Los bolcheviques respondieron
predicando la guerra de clases y proclamando la supremacía de los soviets.
Entre estos dos extremos, más o menos ardorosamente apoyados por grupos diversos, se encontraban los
llamados socialistas "moderados", que incluían a los mencheviques, a los social-revolucionarios y algunas
fracciones de menor importancia. Todos estos partidos estaban igualmente expuestos a los ataques de las
clases poseedoras, pero su fuerza de resistencia se hallaba quebrantada por sus mismas teorías.
Los mencheviques y los social-revolucionarios consideraban que Rusia no estaba madura para la revolución
social y que solo era posible una revolución política. Según ellos, las masas rusas carecían de la educación
necesaria para tomar el poder; toda tentativa en este sentido no haría sino provocar una reacción, a favor
de la cual un aventurero sin escrúpulos podría restaurar el antiguo régimen. Por consiguiente, cuando los
socialistas "moderados" se vieran obligados por las circunstancias a tomar el poder, no osarían hacerlo.
Creían que Rusia debía recorrer las mismas etapas políticas y económicas que la Europa occidental, para
llegar, al fin, y al mismo tiempo que el resto del mundo, al paraíso socialista. Asimismo, estaban de
acuerdo con las clases poseedoras en hacer primero de Rusia un Estado parlamentario, aunque un poco
más perfeccionado que las democracias occidentales, y, en consecuencia, insistían en la participación de
las clases poseedoras en el gobierno. De ahí a practicar una política de colaboración no había más que un
paso. Los socialistas "moderados" necesitaban de la burguesía; pero la burguesía no necesitaba de los
socialistas "moderados". Los ministros socialistas se vieron obligados a ir cediendo, poco a poco, la
totalidad de su programa, a medida que las clases poseedoras se mostraban más apremiantes.
Y finalmente, cuando los bolcheviques echaron abajo todo ese hueco edificio de compromisos,
mencheviques y social-revolucionarios se encontraron en la lucha al lado de las clases poseedoras. En
todos los países del mundo, sobre poco más o menos, vemos producirse hoy el mismo fenómeno.
Lejos de ser una fuerza destructiva, me parece que los bolcheviques eran en Rusia el único partido con un
programa constructivo y capaz de imponer ese programa al país. Si no hubiesen triunfado en el momento
en que lo hicieron, no hay apenas duda para mí de los que los ejércitos de la Alemania imperial habrían
entrado en Petrogrado y Moscú en diciembre, y de que un zar cabalgaría hoy de nuevo sobre Rusia.
Aún está de moda, después de un año de existencia del régimen soviético, hablar de la revolución
bolchevique como de una "aventura". Pues bien, si es necesario hablar de aventura, esta fue una de las
más maravillosas en que se ha empeñado la humanidad, la que abrió a las masas laboriosas el terreno de la
historia e hizo depender todo, en adelante, de sus vastas y naturales aspiraciones. Pero añadamos que,
antes de noviembre, estaba preparado el aparato mediante el cual podrían ser distribuidas a los
campesinos las tierras de los grandes terratenientes; que estaban constituidos también los Comités de
fábrica y los sindicatos, que habrían de realizar el control obrero de la industria, y que cada ciudad y cada
aldea, cada distrito, cada provincia, tenían sus soviets de diputados obreros, soldados y campesinos,
dispuestos a asegurar la administración local.
Independientemente de lo que se piense sobre el bolchevismo, es innegable que la Revolución Rusa es uno
de los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad, y la llegada de los bolcheviques al poder,
un hecho de importancia mundial. Así como los historiadores se interesan por reconstruir, en sus menores
detalles, la historia de la Comuna de París, del mismo modo desearán conocer lo que sucedió en
Petrogrado en noviembre de 1917, el estado de espíritu del pueblo, la fisonomía de sus jefes, sus palabras,
sus actos. Pensando en ellos, he escrito yo este libro.
Durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he
procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la
verdad".
John Reed, Diez días que conmovieron al mundo, Prefacio del autor.
¿Por qué la revolución proletaria ocurrió en la Rusia zarista y no en Inglaterra ni en Alemania?
Francisco Umpiérrez Sánchez
Rebelión

Carlos Coronado, un filósofo autodidacta perteneciente al foro Filosofía y Pensamiento, me formuló la


siguiente pregunta: ¿Por qué la revolución proletaria ocurrió en la Rusia zarista y no en Inglaterra ni en
Alemania? Aunque tenía algunas respuestas a mano que ofrecerle, quise aprovechar la ocasión para
estudiar algunos textos de Vladimir Ilích y, como siempre, disfrutar de su enérgico e inteligente pensar.
Empecé estudiando un pequeño texto, escrito el 20 de abril de 1917, titulado “Como razonan los socialistas
que se han pasado a la burguesía”, después un texto mayor titulado “Sobre el impuesto en especie”,
escrito el 21 de abril de 1921, que a mi juicio es un adelanto prodigioso de los pasos que actualmente y de
forma novedosa está dando el socialismo chino. Y de aquí pasé a estudiar dos textos más: “Acerca del
infantilismo izquierdista y del espíritu pequeño burgués”, escrito el 12 de mayo de 1918, y “La enfermedad
infantil del izquierdismo en el comunismo”, escrito el 27 de abril de 1920. Por último, estudié una vez más
la sección “Historia” del libro “La ideología alemana” de Marx y Engels. Proporciono esta información
bibliográfica para que el lector sepa de dónde he alimentado mi mente y para dejar constancia de que
siempre que elaboro un artículo estudio previamente algún texto clásico. En ocasiones de lo que estudias
no utilizas nada, pero te deja la mente en forma.

Una cuestión metodológica


Siempre se tiene la tentación de responder a las preguntas de forma aislada. Y esta tendencia es normal
porque las preguntas que te formulan son preguntas aisladas. Quién te formula la pregunta cree que
puede haber una respuesta unívoca y precisa, y quien responde tiene la ilusión de poder satisfacer esa
necesidad. Pero este procedimiento teórico es contrario a la esencia del pensamiento conceptual, cuyo
valor estriba en proporcionar, entre otras cosas, una visión de conjunto del problema. Y así y todo, aunque
puedas proporcionar una visión de conjunto del problema, siempre habrá lados que queden oscuros e
incompletos. Lo que sucede es que hay muchas personas que tienen la tendencia, no de situar su
pensamiento en las zonas claras e ir poco a poco ensanchándolas, sino en moverse de forma insistente en
las zonas oscuras. De este modo son presas del desaliento y viven siempre asaltadas por la duda. El
conocimiento de una cosa nunca es completo ni acabado. Y a este relativismo hay personas que no
terminan de adaptarse y comprender que así no sólo es el conocimiento, sino también la vida.

De todos modos lo que quería concluir es que aquella pregunta que me formuló Carlos Coronado la he
situado en un marco teórico más amplio de problemas. También considero que es importante tener en
cuenta la perspectiva histórica, puesto que aunque aquella pregunta se refiere en concreto al periodo 1914
– 1918, la experiencia del socialismo ha experimentado muchos cambios desde aquel entonces al año 2008
en el que nos encontramos. Y muchas cosas que ocurrieron en aquel periodo se ven con más claridad y
profundidad desde el conocimiento de la experiencia acumulada durante casi un siglo de socialismo, tanto
de sus éxitos como de sus fracasos.
La determinación histórico-universal del comunismo
Escuchemos a Marx en la sección “Historia” del capítulo I de la “Ideología alemana”: “El comunismo,
empíricamente, sólo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo
que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva
aparejado”. Esta idea escrita hace más de 150 años sigue teniendo en la actualidad la máxima validez. El
comunismo sólo puede darse de forma firme y definitiva si se produce de forma simultánea en los países
más avanzados del mundo, esto es, en los países de la Unión Europea, en EEUU, en Canadá y en Japón, o al
menos en una buena parte de ellos. Pero el comunismo sólo se ha dado en los países más atrasados y de
forma local: en Rusia primero y en China después. Esta realidad es lo que desalienta a todas las personas
que creen en el comunismo. Pero la realidad es como es y nosotros no podemos transformarla de acuerdo
con nuestros deseos.
Desafortunadamente los líderes de la izquierda radical y de la izquierda en general no saben evaluar esta
realidad en su justa medida. ¿Por qué? Porque han esperado de Rusia primero y de China después la
realización del comunismo como un sistema de sociedad cualitativa y notablemente superior al
capitalismo. Pero esto no ha sido posible. Cuando China en la práctica no ha podido saciar el deseo que
tiene la izquierda radical europea de un mundo nuevo, ésta se ha decepcionado y ha criticado al gigante
asiático de forma desaforada. Pero al menos que consideremos falsa aquella premisa establecida por
Marx, esta crítica es totalmente injusta. Pero si la tomamos por válida, el comunismo como sociedad
superior al capitalismo sólo podrá darse cuando de forma simultánea la revolución socialista se lleve a cabo
en una buena parte de los países más avanzados de la tierra. Y si esto es así, el principal culpable de que el
mundo nuevo y el hombre nuevo no se hayan dado ha sido y es la izquierda radical de los países más
avanzados del mundo.

El comunismo como la superación del estado de cosas actual


He usado la palabra ‘comunismo’ tal y como la emplearon Marx y Engels en la obra referida, donde puede
leerse lo siguiente: “Para nosotros, el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que
hay de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el
estado de cosas actual”. Esta concepción es muy importante para desechar cualquier concepción idealista
sobre el comunismo. Lo dejan muy claro Marx y Engels cuando dicen que el comunismo no es un ideal al
que se tiene que sujetar la realidad, esto es, no es un concepto elaborado por una vanguardia inteligente y
que después haya que implantar en la realidad. Nada de eso, el comunismo es el movimiento real que
anula y supera el estado de cosas actual. Por ejemplo, en todas las economías capitalistas el sector público
representa el 48 por ciento del total. Este 48 por ciento de economía pública representa ese movimiento
que en parte ha anulado y superado a la propiedad privada, es una superación del capitalismo en el seno
del propio capitalismo. Y forma parte, por lo tanto, del comunismo. Y repito: llamaremos comunismo al
movimiento que anula y supera al capitalismo. Y forma parte de ese movimiento muchos hechos y
acontecimientos ocurridos fundamentalmente durante el siglo XX. Si bien bajo el punto de vista material
en los países más avanzados el comunismo ha dado pasos firmes, bajo el punto de vista político no los ha
dado. Aunque habría que señalar que el hecho de que una parte de la burguesía, como la que representa el
PSOE en España, se reclame de izquierda, es una manifestación en el terreno de la subjetividad del papel
tan grande que tiene la economía pública en la economía total. Y el peso tan destacado de la economía
pública en la economía total de los países capitalistas más avanzados, no sólo representa un hecho
económico sino también un hecho cultural.
Las dos premisas materiales de la sublevación socialista
Marx, en la misma sección y obra referidos antes, habla del Poder social como la fuerza de producción
multiplicada, que nace de la cooperación entre los distintos individuos y bajo la acción de la división social
del trabajo. Pero nos indica que este poder social se les aparece a estos mismos individuos, no como una
cooperación voluntaria, sino como un poder ajeno que los domina. Este hecho hace que los individuos
vivan enajenados, dominados por las potencias que ellos mismos han creado.
Dicho esto, escuchemos ahora directamente a Marx: “Con esta enajenación sólo puede acabarse partiendo
de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder insoportable, es decir, en un poder contra el
que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente
desposeída y, a la par con ello, en contradicción con un mundo existente de riquezas y de cultura, lo que
supone en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo; y, de
otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas constituye una premisa práctica absolutamente
necesaria, porque sin ella sólo se generaría la escasez…”.
Esta idea de Marx permite explicar dos cosas: una, por qué la revolución ocurrió en la Rusia zarista y no en
Inglaterra o en Alemania, y dos, el destino histórico que tuvo la revolución soviética. En el periodo 1905-
1917 Rusia era todavía un país semifeudal y semicapitalista. Y en ella había una masa de la población
absolutamente desposeída. Y en contradicción con ella había también un mundo de riqueza y cultura, en
manos de las clases dominantes. Era un poder social insoportable el que representaba la Rusia zarista. Esta
era la causa objetiva de la necesidad de la sublevación. La condición de un poder insoportable no se daba
en Alemania e Inglaterra como se daba en la Rusia zarista.
No obstante, las fuerzas productivas en la Rusia zarista tenían un escaso desarrollo. De ahí que tras el
comunismo de guerra en la Rusia soviética la escasez cobrara todo su predominio. Y fue entonces, en mayo
de 1918, cuando Vladimir Ilích propuso la Nueva Política Económica, esto es, propuso las libertades
mercantiles, el desarrollo del pequeño capital y el capitalismo de Estado. Y en lucha contra los comunistas
de izquierda, esto es, contra los izquierdistas, Vladimir Ilích decía “El capitalismo de Estado es
incomparablemente superior desde el punto de vista económico, a nuestra economía actual”. Después de
indicar que la economía soviética estaba constituida por los siguientes elementos, economía patriarcal,
pequeña producción mercantil, capitalismo privado, capitalismo de Estado y socialismo, se preguntaba:
¿entre qué elementos se mantiene la lucha principal, si hablamos en términos de categorías económicas? Y
respondía: No es el capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo, sino la pequeña burguesía más
el capitalismo privado los que luchan juntos, de común acuerdo, tanto contra el capitalismo de Estado
como contra el socialismo. Sólo trato con esta cita de remarcar dos cosas: una, que para el desarrollo de las
fuerzas productivas de la Rusia soviética, sin el cual sólo se hubiera generado la escasez, era necesario la
pequeña producción mercantil y el capitalismo privado, y dos, que para ejercer un férreo control contra la
anarquía que genera la pequeña producción mercantil y el capitalismo privado el socialismo necesita del
capitalismo de Estado.
Así que queda claro por qué la sublevación fue posible en la Rusia zarista: una, porque el Poder social era
insoportable, y dos, porque fue necesaria la NEP, porque había que desarrollar las fuerzas productivas, que
es la segunda premisa material para que una sublevación socialista tenga éxito. No obstante, el periodo
estalinista supuso la liquidación de la NEP, la explotación del trabajo a favor de un desarrollo
desproporcionado de la industria pesada y de colosales obras de infraestructuras, y bajo el punto de vista
del consumo de masas el predominio de la escasez. Se suprimió la premisa material para que la
sublevación socialista fuera un éxito: la satisfacción material de los trabajadores.
¿Es imposible entonces que en la Unión Europea se dé una revolución socialista?
En el seno de Europa no existe un Poder social que haya generado a una masa de la población como
absolutamente desposeída. Hay pobres, pero no representan grandes mayorías sociales. En principio
entonces parece que este Poder social es soportable y no existe la necesidad de sublevarse contra él. Pero
si levantamos un poco la cabeza y miramos más lejos, vemos que fuera de Europa, ahí mismo debajo suya,
en África, si se ha generado grandes masas de la población como absolutamente desposeídas. Y a esta
inmensa pobreza se opone un gigantesco mundo de riqueza y cultura. Aquella se da en África, ésta en la
Unión Europea. Vista así las cosas, el Poder social establecido, la fuerza de producción multiplicada, creada
por la cooperación entre europeos y africanos, y bajo la acción de la división del trabajo entre esas dos
poblaciones continentales, es insoportable. Y en consecuencia hay que sublevarse. Lo que sucede es que es
insoportable para los africanos, no para los europeos. Aunque es cierto que cada vez para un mayor
número de europeos el Poder social establecido también es insoportable, aunque sólo lo sea para su
conciencia crítica.

Condiciones económicas y condiciones políticas del socialismo


Escuchemos a Vladimir Ilích en su texto “Acerca del infantilismo de izquierda y el espíritu
pequeñoburgués”: “El socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista, basada en la última palabra
de la ciencia moderna, sin una organización armónica que someta a decenas de millones de personas a la
más rigurosa observancia de una norma única en la producción y en la distribución de los productos. Al
mismo tiempo, el socialismo es inconcebible sin la dominación del proletariado en el Estado: eso es
también elemental. Y la historia (de la que nadie, excepto los obtusos mencheviques de primera clase,
esperaba que se diera de modo liso, tranquilo, fácil y simple el socialismo íntegro) siguió un camino tan
original que parió hacia 1918 dos mitades separadas del socialismo, una cerca de la otra, exactamente
igual que los futuros polluelos bajo el mismo cascarón del imperialismo internacional. Alemania y Rusia
encarnaron del modo más patente la realización material de las condiciones económico-sociales,
productivas y económicas del socialismo, de una parte, y de su condiciones políticas, de otra”.
Destaquemos algunas de las ideas expuestas en esta cita por Vladimir Ilích. Una: el socialismo es
inconcebible sin la gran técnica capitalista, sin los grandes logros del capitalismo. De ahí que debamos
considerar inevitable que China recurra al capitalismo para obtener lo que no posee y necesita. Pero
después no debemos quejarnos ni asombrarnos de las consecuencias que llevan aparejadas la
participación del capitalismo en la economía china. Dos: llamaremos menchevismo a aquella concepción
de izquierda que piensa que se dará de forma tranquila y lineal el socialismo íntegro. Esta idea es muy
importante: en principio todas las experiencias socialistas tendrán el carácter de ser parciales, no
completas, no definitivas, no íntegras. Tres: el socialismo es inconcebible sin la dominación de la clase
trabajadora en el Estado. Esto es lo que no comprenden los partidos socialistas burgueses. El socialismo no
es posible sin que la clase trabajadora se convierta en la clase dominante. Cuatro: la Alemania de 1918
encarnó la realización material del socialismo. Esta es una idea muy importante: si ya en 1918 Alemania
encarnaba la realización material del socialismo, es lógico pensar que los países de la Unión Europea
representen en la actualidad mucho más que aquel entonces la realización material del socialismo. No
obstante, la Alemania de 1918 y los países de la UE de 1998 no representan las condiciones políticas del
socialismo. Cuatro: la Rusia de 1918 encarnó la realización de las condiciones políticas del socialismo. Esta
idea es un golpe demoledor contra quienes presentan la concepción marxista de la historia como una
concepción determinista, como si las condiciones económicas determinaran de modo absoluto la
superestructura política, cuando lo que dice la historia es que la realización objetiva y la realización
subjetiva del socialismo se dieron de forma separada. Y justamente como en la URSS de 1918 no se daban
las condiciones objetivas para la realización material del socialismo, es lógico que Vladimir Ilích promoviera
a través de la NEP la economía mercantil, el capitalismo privado y el capitalismo de Estado.

La fuerza de la burguesía
Escuchemos de nuevo a Vladimir Ilích, pero esta vez en el capítulo II de su obra “La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo”: “La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más
implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se ve
decuplicada por su derrocamiento y cuya potencia consiste no sólo en la fuerza del capital internacional,
en la fuerza y la solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la
costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo
mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía
constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa”.
Destaquemos algunas de estas ideas, que como se puede comprobar están repletas de la máxima
actualidad. Una: La burguesía sigue siendo una clase mucho más poderosa que la clase trabajadora. Dos: La
fuerza y solidez de los vínculos internacionales de la burguesía están mucho más desarrolladas y son más
poderosas que la de principios del siglo XX. Tres: La pequeña producción sigue teniendo un papel
destacadísimo en todas las economías del mundo y como en tiempos de Vladimir Ilích sigue generando
capitalismo y burguesía cada hora de forma espontánea y en masa. Estas ideas son muy importantes para
comprender a la China actual. Si para superar el socialismo pobre China ha tenido que abrirse al capital
internacional y permitir cierto desarrollo del capital privado, ¿cómo podemos esperar que no se genere
capitalismo y burguesía en masa y de forma espontánea? ¿Por qué hemos de estar decepcionados?
Tenemos que aceptar la realidad. Les recuerdo lo que decía Marx: el comunismo no es un ideal al que hay
que someter a la realidad, sino el movimiento que supera y anula el estado de cosas actual. Pero el
socialismo necesita todavía del capitalismo. De ahí que todavía esté muy lejos el día de su total superación.

Una de las condiciones fundamentales del éxito de los bolcheviques


Sólo me resta exponer las condiciones subjetivas que hicieron posible el éxito de la revolución socialista en
Rusia en 1917. He puesto el mismo título del capítulo II de la obra de Vladimir Ilích titulada “La enfermedad
infantil del izquierdismo en el comunismo”, puesto que sólo me limitaré a exponer las ideas principales
contenidas en ese capítulo añadiéndoles unos pequeños comentarios. Una: “el partido bolchevique no se
hubiera mantenido en el poder sin una disciplina rigurosa y férrea”. Hay personas que creen que la
disciplina tiene un valor en sí misma y se sostiene por sí misma, que todo depende de que el partido en
cuestión posea unos jefes muy disciplinados y que los militantes les obedezcan en sus directrices. Al
principio la representación que se hacen esas personas es la de un partido muy semejante en su rigor
disciplinario al del ejército. Pero se equivocan. Vladimir Ilích, con su clásica habilidad argumentativa, dice
que ante esta premisa la primera pregunta que surge es la siguiente: “¿Cómo se mantiene la disciplina del
partido revolucionario del proletariado?, ¿cómo se comprueba?, ¿cómo se refuerza?” Y responde. Primero:
“Por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución,…”. No se piense que
Vladimir Ilích habla aquí de la conciencia sensible, esa conciencia que se adquiere de forma espontánea en
la lucha de clases, nada de eso, de la conciencia de la que habla aquí el líder de los bolcheviques es de la
conciencia teórica. Así que anoten muy claro todos aquellos izquierdistas cuya conciencia tiene
fundamentalmente una naturaleza sentimental, si se quiere tener un partido obrero muy disciplinado, la
primera condición es la conciencia teórica. Y para tener esa conciencia teórica hay que estudiar muy duro.
Segundo: “Por su capacidad de ligarse, de acercarse y, hasta cierto punto, si queréis de fundirse con las
más amplias masas trabajadoras, en primer término con las masas proletarias, pero también con las masas
trabajadoras no proletarias (gran parte de la clase media)”. Esta sí es una asignatura pendiente en la
izquierda radical, que se caracteriza justamente por lo contrario, por su incapacidad para ligarse y
acercarse a las grandes masas sociales. Y así, sin esa ligazón y acercamiento, es imposible tener un partido
obrero con disciplina rigurosa. Y tercero: “Por lo acertado de la dirección política que ejerce esta
vanguardia, por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las mansas más
extensas se convenzan de ello por experiencia propia”. Esta condición es muy importante para poder
mantener la disciplina de un partido obrero. Creo que la dirección política de las actuales formaciones de la
izquierda radical son en general erróneas, y su principal error está en que no son capaces de conectar con
las necesidades e intereses de las grandes masas sociales. Vladimir Ilích culmina estas ideas diciendo que
“sin estas condiciones es imposible la disciplina en un partido revolucionario verdaderamente apto para
ser el partido de la clase avanzada, llamado a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad”.

Es legítimo preguntar qué pasó con los partidos obreros socialdemócratas no rusos. Pues sencillamente
que se volvieron partidos social chovinistas. Pusieron los intereses nacionales por encima de los intereses
de clases. Y la base socioeconómica para que esto fuera posible fue la transformación del capitalismo de
libre mercado en capitalismo monopolista de Estado y el surgimiento de la aristocracia obrera. Algunos se
preguntarán: ¿existe hoy día aristocracia obrera? Pues claro que sí: todos los altos ejecutivos son
aristocracia obrera. Realizan una función de trabajo, dirigir y gestionar las grandes empresas, pero ganan
en concepto de salario más de lo que ganan los pequeños capitalistas en concepto de beneficio.

A modo de conclusión
Daré de forma enumerada las conclusiones. Una: en la actualidad sigue existiendo la misma contradicción
que 1918: se dan de forma separada las condiciones materiales de la realización del socialismo de las
condiciones políticas. Dos: la izquierda radical europea sigue aquejada de idealismo y de izquierdismo:
sigue creyendo que es posible el socialismo íntegro y sigue sin ganarse la confianza de las grandes mayorías
sociales. Tres: la izquierda radical sigue sin asimilar que el socialismo no es un ideal que hay que implantar
sino el movimiento que supera y anula el capitalismo. Y cuatro: los líderes de la izquierda radical son tan
sectarios, tan ciegos, que no ven y, por tanto, no celebran que la economía pública representa el modo
práctico en que ha sido en parte superada y en parte anulada la propiedad privada en el seno del propio
capitalismo.

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