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FERNANDO AGUIAR
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f1LtZYl2- (D : + UN])/1 el ttr(f/F5Lo LOS BIENES PUBUCOS y EL PROBLEMA DE LA ACCION COLECTIVA

~G¿t5> ;45 I A-qt1-1­ Si por algo se caracterizan los bienes que adquirimos en el mercado
(ya sean trajes, manzanas o autom6viles), es por su consumo exclu­
yente: mientras conduzco mi vehículo no lo puede hacer otro;. el
trozo de manzana que me como no se puede compartir y en el par
de guantes que me protegen del frío s610 caben dos manos. Los
economistas denominan bienes privados a las mercancías que no se
pueden consumir simultáneamente.
Pensemos, por el contrario, en bienes que no se suministran en
el mercado, como el alumbrado de una calle, una cadena estatal de
televisi6n o un parque. Todo ello se puede consumir simultánea­
mente: se trata de los denominados bienes públicos.
Poseen éstos dos propiedades fundamentales: la oferta conjunta
y la imposibilidad de exclusi6n. Un bien que se ofrece conjunta­
mente está a disposici6n de los consumidores en iguales cantida­
des. La luz de un faro, por ejemplo, no ilumina más a unos barcos
que a otros. Frente a los bienes privados, cuyo consumo total repre­
senta la suma de los consumos individuales (los trozos de tarta que
nos comemos son la tarta), el consumo del bien público -como
demostr6 Samuelson- es el mismo para todos: «el consumo indi­
vidual de tal bien no resta nada al consumo de otros» 1.
En segundo lugar, resulta de enorme dificultad que alguien se
vea excluido del consumo de un bien público. Un aparato de radio
es un bien privado que no todo el mundo posee, pero si se cuenta
con él, no se puede impedir el libre acceso a las emisiones radiof6­
niocas, que son un bien público. 2

Estoy muy agradecido a Andrés de Francisco por sus críticas a las distintas versiones
de este articulo.
I Samuelson, 1982, p. 175.

, Sobre la imposibilidad de exclusión véase Head, 1982.

2 Fernando Aguiar 3
Intereses individuales y acción colectiva

Con todo, estas dos propiedades solamente no bastan para duo racional no cooperá con un grupo para obtener un bien públi­
distinguir ciertos bienes públicos entre sÍ. Algunos bienes pú­ co, a menos que se le obligue\ La lógica de la acción colectiva se
blicos (que los economistas denominan «mixtos» o «ambi­ asemeja, en su opinión, a la lógica del mercado: a un grupo de em­
guos», para diferenciarlos de los «puros» que estudió Samuel­ presas le beneficiaría actuar de común acuerdo para mantener los
son) sufren de lo que se ha dado en llamar «rivalidad» o «co­ precios elevados; pero desde un punto de vista individual quizás
lapso»: cuando el número de consumidores sobrepasa cierta compense más violar la política de cártel unilateralmente para in­
cantidad, disminuye el beneficio individual. No se disfruta crementar las ventas frente a los demás. El resultado final no es si­
tanto, por ejemplo, en un parque público abarrotado que en no el fracaso de la cooperación.
otro prácticamente vacío, por más que su «consumo» sea, sin Podemos afirmar, una vez más, que el problema de la acción co­
duda, simultáneo. Puesto que esta característica es muy fre­ lectiva o del gorrón se refiere al fracaso de los individuos egoístas y
cuente -son raros los bienes públicos puros- la oferta con­ racionales para obtener un bien público o promover el interés co­
junta (en el sentido del consumo simultáneo), la imposibilidad mún 5• A su vez, la lógica de la acción colectiva o de la cooperación
de exclusión y el colapso definen a la vez casi todos los bienes consiste en el esrudio formal (mediante el análisis costes-benefi­
públicos '. cios, la teoría de juegos, la teoría de la elección racional, etc.) del
Supongamos que un sindicato lucha por conseguir una subi­ problema de la acción colectiva y sus posibles soluciones.
da de sueldo para los crabajadores. Tanto si éstos cooperan como Antes de pasar al siguiente apartado, hagamos un alto en el
si no, tal subida, de obtenerse, beneficiará a todos por igual y sin concepto de «racionalidad». Entendemos que un individuo se con­
excepción. Por este motivo, es posible que a muchos trabajado­ duce racionalmente en un sentido restringido (tbin) si (i) cuenta con
res no les interese tomarse la molestia de sindicarse, de cooperar. un conjunto dado de preferencias consistentes6 ; (ii) a tenor de tales
De igual modo, si alguien se sustrae, por ejemplo, al pago de la preferencias busca los medios más adecuados para maximizar su
contribución urbana, no por ello dejará de tener su calle ilumi­ beneficio. Una persona es racional, en este sentido, cuando es «efi­
nada. Ciertos individuos, comportándose como auténticos gorro­ caz a la hora de asegurarse su propio interés »7. Este tipo de racio­
nes o francotiradores, pueden beneficiarse de un bien público (la nalidad puramente instrumental supone, pues, una conducta bási­
subida de sueldo, el alumbrado de las calles, etc.) sin sufrir sus camente egoísta; (iii) se considera que los incentivos individuales
costes, y ello debido a que no es posible excluirlos del consumo para la acción son limitados. De no ser así la teoría restringida de
de tal bien. Con todo, si se multiplican este tipo de conductas la racionalidad resultaría tautológicas. En un sección posterior se
quizás fracase la obtención del bien común. Podemos decir, por
tanto, que el problema de la acción colectiva o problema del gorrón
< "Pero na es de hecho cierto que la idea de los grupos actuarán en su propio. interés
aparece cuando el interés privado impide la obtención de un bien
se siga lógicamente de la premisa de la conducta racional y egoísta», Olson, 1971 "
público. p. 1. Al contrario, como se verá, de tal premisa se sigue que los grupos no actuarán
Cuando en 1965 Mancur Olson publicó su obra Tbe Logic ofCo­ según su interés.
llective Action, arremetió contra la extendida idea de que los grupos l Véase Taylor, 1987, p. 3.

son producto del interés privado de sus miembros: si cada uno de 6 Se dice que las preferencias son consistentes cuando los individuos establecen una

nosotros desea conseguir un bien público, nada parece más narural jerarquía entre ellas (o, en sentido técnico, una ordenación) que satisface los requisitos
de la integridad y la transitividad. Entre dos alternativas X e Y o bien prefiero X a Y
que organizarse para obtenerlo. Por el contrario, Olson sostuvo o bien prefiero Y a X, pero, en cualquier caso, he de elegir alguna de las dos. Esto es
-como tendremos ocasión de ver más adelante- que un indivi­ lo que afirma la integridad. Según la transitividad, si prefiero X a Y e Y a Z, enton­
ces también prefiero X a Z. La traducción de thin por restringida es de Andrés de
Francisco.
7 Hardfn, 1982a, p. 10.

l Véase Head, 1969, y Cueto-Arango y Trujillo, 1986, cap. 15, y Taylor, 1987,
s Sobre la teoría restringida (thin theary) de la racionalidad véase Elster, 1983. p. 3.

cap. 1.
4
lntereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 5

analizarán estos supuestos con más detalle. Hasta entonces, siem­ de pasar mecánicamente de los intereses individuales a la acción co­
pre que hablemos de racionalidad lo haremos en este sentido, esto lectiva. Su tesis central es la siguiente: cuanto mayor sea el grupo,
es, Como maximización del interés privado (en sentido egoísta) a menor será el incentivo individual para conseguir el bien público ll •
partir de unas preferencias dadas. O, dicho de otra forma, a menos que el grupo sea muy pequeño, a
El esquema de este artículo es el siguiente: presentamos en pri­ los individuos racionales no les interesará cooperar para conseguir
mer lugar el trabajo de Olson, analizando al mismo tiempo sus defi­ un bien público, a no ser que se les coaccione o se les ofrezca algún
ciencias. Seguidamente, nos adentramos en el uso de la teoría de jue­ bien privado. Olson nos brinda la siguiente explicación 12.
gos en relación con nuestro tema. Más en concreto, veremos cómo se
emplean los juegos denominados «dilema del prisionero» y «juego
del gallina» en relación con la lógica de la cooperación. U na sección 1. Cuanto mayor es el grupo, menor resulta el beneficio individual
puente en la que se analiza el supuesto de la conducta racional y neto que se obtiene del bien público. .
egoísta dará paso a dos modelos en los que se introducen motivacio­
nes altruistas de la acción común. En la última sección presentamos A medida que el grupo aumenta disminuye la porción del bien
diversas motivaciones que pueden influir en la cooperación9• que nos corresponde -se reduce el beneficio individual-, mien­
tras que los costes de la participación (dinero, tiempo, etc.) perma­
LA LOGICA DE MANCUR OLSON necen fijos. Por ello resulta ventajoso no colaborar, dejando que lo
hagan otros. Olson presenta una sencilla fórmula de costes y bene­
Sindicatos, asociaciones profesionales, organizaciones de granjeros o ficios que recogen esta idea. Supongamos que e representa el coste
asociaciones de vecinos se caracterizan, entre otras cosas, por sumi­ de la cooperación, Vi el beneficio bruto para el individuo i, y Ai su
nistrar bienes públicos. Si una asociación de vecinos, por ejemplo, beneficio neto. La ecuación Ai = Vi - e indica cuándo merece la
se propone mejorar la situación general de su barrio, tal mejora pena participar en una acción colectiva. En efecto, si Ai (el benefi­
afectará a todo el vecindario, se colabore o no con la asociación. La cio neto para el individuo i)es menor que cero, como ocurre en los
organización (en este caso la asociación de vecinos) no es sino un grupos grandes, no interesa cooperar. Si Ai es mayor que cero, en­
conjunto ..d e personas que colaboran entre sí para suministrar un tonces colaborar resultará ventajoso. Pero sólo en los grupos peque­
bien cómun a un grupo (en este caso el vecindario)lO. A primera vis­ ños en los que el beneficio bruto es elevado (pues hay pocos entre
ta, podría parecer obvio que las organizaciones son producto directo los que repartir) y los costes pueden ser bajos, merece la pena esfor­
del interés compartido por los miembros de un grupo. Sin embar­ zarse por conseguir el bien público.
(1
go, Olson puso de relieve, como apuntamos más arriba, la dificultad
2. Cuanto mayor es el grupo, menos posibilidades tiene de ser privilegiado

9 Conviene que hagamos una nueva advertencia antes de seguir. Como se ve,

empleamos los términos «cooperación", «acción colectiva» y «acción común» de for­ A partir de la ecuación anterior OIson desprende una tipología de
ma análoga. Siguiendo ajan Elster (1985, p. 137) nos referimos con estos térmióos a grupos según su tamaño. Denomina «privilegiados» a los grupos
la elección por parte de un grupo de personas de una conducta individual que les re­
porta el mejor resultado colectivo. pequeños en los que Ai es mayor que cero, al menos para una per­
10 Organización y grupo no son, en efecto, lo mismo. Los obreros de la construcción

forman parte de un mismo grupo; un sindicato de ese sector es una organización que
surge de ese grupo. Sin embargo, a menudo emplearemos por comodidad «grupo»
1I «La paradoja, pues, consiste en que ... los grupos grandes, al menos si están compues­
con el sentido de «organización» (o como abreviatura de grupo organizado frente a
tos por individuos racionales, no actuarán en interés del grupo.,) Olson, 1982, p. 18.
grupo no organizado). Por el contexto quedará claro el uso de este término.
" El resumen que sigue se basa en Olson, 1971 (2." ed.), cap. 1.
6
Intereses individuales y acción colectiva
'FlI'!l7U1ndn Aguiar 7
sona: «Un grupo privilegiado -afirma 0150n- es un grupo tal
que cada uno de sus miembros, o al menos alguno de ellos, tiene positivos (un bien privado) o negativos (algún tipo de coacción). Si
motivos para ver que se suministra el bien colectivo, incluso si tu­ nos comportamos como esquiroles en una huelga, quizás los pique~
viera que soportar él todo el peso de este suministro» 13. tes -incentivos selectivos negativos- nos hagan cambiar de opi­
Los grupos que no son privilegiados se denominan «latentes». nión. En otras ocasiones pertenecer a un sindicato puede aportar al­
Se caracterizan por resultar imperceptible si un individuo concreto gún incentivo positivo (mayor seguridad en el empleo para los sin­
colabora o no, de forma que puede actuar como un gorrón sin que dicados, por ejemplo). Además, los incentivos selectivos pueden ser
nadie reaccione contra él. Los grupos latentes, pues, difícilmente económicos o sociales. Estos últimos -la amistad, la solidaridad,
suministrarán el bien colectivo. En los grupos grandes o latentes el repudio al no cooperar, etc.- son de importancia capital para
no sólo es menor el beneficio neto individual, sino que, además, re­ entender la participación, si bien Olson se centra sobre todo en los
sulta más fácil pasar desapercibido si no se colabora. económicos.
Una tercera categoría la representan aquellos grupos que, por su Los grupos latentes sólo se movilizan para obtener un bien
tamaño, se encuentran entre los latentes y los privilegiados: son los público si se ofrece a los individuos incentivos selectivos. Tal
grupos «intermedios», Estos no son ni lo suficientemente grandes movilización, por tanto, no es producto directo del interés in­
como para que la colaboración individual no se aprecie, ni lo sufi­ dividual por el bien colectivo, sino subproducto, efecto secun­
cientemente pequeños como para que a alguno de sus miembros les dario, del interés por los incentivos selectivos. El grupo grande
merezca la pena suministrar por su cuenta el bien colectivo si nadie no puede impedir la aparición de gorrones a menos que pro­
lo hace. Por ello precisan un pequeño impulso organizativo para de­ porcione algún tipo de bien privado. Pero ello supone, enton­
jar de ser latentes: si todo el mundo colabora, merece la pena hacerlo. ces, que la propia existencia del grupo viene determinada por
esos bienes selectivos que ofrece, y no por el suministro del
bien público. Esta es, en esencia, la «teoría del subproducto»
3. Cuanto mayor es el grupo, mayores son los costes de organización. (by-product theory) ideada por Olsonpara explicar la aparente
contradicción entre su tesis central -el fracaso de la acción
El tercer paso del argumento de Olson quizás sea el que menos co­ colectiva en los grupos grandes- y la existencia de grandes
mentario requiere. Claramente, cuanto. mayor es el grupo, mayores grupos no laterttes ll •
son las dificultades para organizarlo, debido a la multitud de cone­ Asimismo, un líder o «empresario político» (political entre­
xiones que hay que establecer entre los miembros. preneur) interesado en que un grupo grande le apoye-con vo­
A peslV de todo, a nadie se le escapa la existencia de grandes tos, por ejemplo- podría dedicar sus recursos (esfuerzo orga­
grupos organizados (partidos, sindicatos, organizaciones empre­ nizativo, tiempo, dinero, etc.) a la movilización de un grupo
sariales, etc.) muy eficaces a la hora de ofrecer bienes públicos. . latente. Un individuo concreto llegaría incluso a ofrecer por su
¿Cómo se entiende esta aparente contradicción con las tesis de 01­
son? Sólo si se valen de la coacción u ofrecen algún bien privado a
los que colaboran, pueden tener éxito los grupos grandes, en opi­
" OIson, 1971, pp. 133 Yss. Olson, en efecto, afirma que <<la teoría del subproduc­
nión de Olson. Existen, en efecto, grandes grupos que suministran to de los grupos de presión sólo hay que aplicarla al grupo grande o latente. No el' ne­
bienes públicos; pero no promueven la cooperación apelando a tales cesario aplicarla a los grupos privilegiados o pequeños, porque los grupos más peque­
bienes, sino mediante «incentivos selectivos»14. Estos pueden ser ños pueden ofrecer a menudo el beneficio de la presión, o cualquier otro beneficio co­
lectivo, sin ningún incentivo selectivo... Se aplica a los grupos latentes porque el indi­
viduo en un grupo latente no está incentivado voluntariamente para sacrificar su
tiempo o su dinero para ayudar a una organización a obtener un bien colectivo; él solo
Il Olson, 1971, p. 49.

no puede ser decisivo a la hora de determinar si se obtendrá o no ese bien colectivo,


14 Olson, 1971, p. 53 Ycap. 6.
pero si se obtiene gradas al esfuerzo de los otros él disfrutará del mismo inevitable­
mente en cualquier caso» (p. 134).
8
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 9

cuenta el bien público al grupo grande si de ello dependiera interesa realizar una campaña de limpieza de las playas, cuanto ma­
su carrera política. En cualquier caso, sin incentivos selectivos yor sea el número de personas interesadas, mayores serán las posi­
o sin un empresario político, el grupo grande permanecerá la­ bilidades de éxito y menor el coste individual de tal limpieza. Por
tente l ".
tanto, un grupo pequeño puede ser latente en múltiples ocasiones
Ninguno de los argumentos de Olson ha quedado sin respuesta. por su incapacidad no tanto para organizarse como para suminis­
En primer lugar, la relación entre el tamaño del grupo y el benefi­ trar un bien colectivo costoso.
cio que se obtiene es algo más intrincada de lo que Olson supone. En lo que se refiere a la teoría del subproducto y los incen­
Del concepto de bien público se desprende que la parte correspon­ tivos selectivos, su mayor debilidad radica en su incapacidad
diente a un individuo en un grupo grande no tiene por qué ser para explicar cómo surge el grupo, es decir, cómo se supera en
cada vez menor. Pensemos por ejemplo en una emisora estatal de primera instancia el problema del gorrón. Los incentivos selec­
radio; el incremento del número de oyentes no reduce el beneficio tivos son posteriores a la existencia del grupo: pueden explicar
neto individu~L La relación entre el tamaño del grupo y la reduc­ por qué perdura el mismo durante cierto tiempo, no cómo se
ción del beneficio neto individual se refiere sólo a los bienes que origina. El hecho de que una organización -un sindicato, por
pueden sufrir colapso o rivalidad 17 • ejemplo- pueda incentivar a los individuos selectivamente no
En segundo lugar, tal y como han señalado numerosos autores, nos proporciona una solución general al problema de la acción
no existe verdadera conexión entre el tamaño del grupo y el hecho colectiva, pues la misma existencia de esa organización nos
de que sea latente o privilegiado ls. Lo que realmente importa es la plantea ya un problema de acción colectiva que hemos de re­
existencia de un subgrupo interesado en suministrar el bien colecti­ solver antes de apelar a incentivo selectivo alguno 20 • Haciéndo­
vo para el grupo. y, a menudo, cuanto mayor es el grupo, mayores se eco de esta crítica David Marsh realizó un estudio empírico
son las posibilidades de que ese subgrupo exista. P. Oliver y G. en eI que demuestra -aun no siendo muy completo- la gran
Marwell denominan «masa crítica» al conjunto de personas capaz importancia que conceden los individuos a los bienes públicos
de aportar por su cuenta el bien público. A su entender «el tamaño en sí mismos a la hora de decidir si colaboran con grupos gran­
de la masa crítica será menor cuanto mayor sea el tamaño del gru­ des, ofrezcan éstos o no incentivos selectivos21 •
po de interés ... Puesto que los grupos de interés más grandes cuen­ Sin duda, el mayor mérito de la obra de Olson lo constitu­
tan con mayores recursos totales, es por lo general más probable ye su intento de elaborar una teoría general de la acción colecti­
que tengan posibilidad de éxito en la acción colectiva»l9. Así ocurre, va. Sin embargo, será la teoría de juegos la que lleve más lejos
en efecto, cuando se trata de suministrar cierto tipo de bienes muy tal pretensión, al recoger, como veremos, dos aspectos de la
costosos. Si como miembros de una asociación conservacionista nos cooperación que Olson descuida: su carácter dinámico y estra­
tégico.
16 Sobre los empresarios políticos véase Olson, 1971, pp. 169-178; Ftohlich, Op­

penheimer y Young, 1971; Barry, 1978, pp. 37-40; Hardin, 1982a, pp. 35-37. Una
interesante aplicación de la teoría de Olson se halla en Popkin, 1979 y 1988, Y en '0. Véase EIster, 1989b, pp. 40-41.
Taylor, 1988. Popkin demuestra en sus dos trabajos el papel fundamental desempeña­ 21. Marsh, 1976. En concreto, Marsh demuestra que la mayoría de las empresas que
do por los empresarios políticos en la revolución vietnamita. Taylor considera tam­ forman parte de la Confederación de la Industria Británica (CBl) se unieron a ella in­
bién decisivo el trabajo organizativo de dichos empresarios (encuadrados en el partido teresadas por los bienes colectivos que suministra: «De hecho, nuestras entrevistas in­
comunista) en la revolución china.
dican que m~chas compañías se unen a la CBI debido a los bienes colectivos que ofre­
n Véase McGuire, 1974; Chambedin, 1982; Taylor, 1987, p. 11. ce más que por los beneficios selectivos. Las empresas grandes están interesadas en
" Consúltese Frohlich y Oppenheimer, 1970; Hardin, 1982a, pp. 38 Y ss.; Oliver, . concreto en la función representativa de la CBI incluso teniendo en cuenta que estas
1984; Oliver, Marwell y Texeira, 1985; Oliver y Marwell, 1988; Oliver, Marwell y grandes compañías pueden tener contactos directos con los departamentos del gobier­
Prahl, 1988.
no. Parece que la CBI es valorada por sus miembros enormemente por su influencia
" Oliver y Marwell, 1988, p. 6.
en los gobierO:os y como contrapeso del movimiento sindical" (Marsh, p. 264).
JO Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 11

COQPERACION: PRiSIONEROS Y GALLINAS Supongamos que un individuo i cualquiera ha de optar entre ir


al trabajo en coche (estrategia D), contribuyendo así al caos circu­
El problema de la acción colectiva se ha desarrollado en las dos úl­ latorio general, o ir a pie o en un medio de transporte colectivo (es­
timas décadas bajo la forma del juego denominado «dilema del trategia C). Esta persona prefiere, en primer lugar, que nadie use el
prisionero»22. De manera muy sencilla el dilema muestra cómo la coche excepto él, es decir, opta por la estrategia D cuando los de­
racionalidad individual puede conducir a la irracionalidad colecti­ más eligen e, para gozar así de su automóvil en unas calles despe­
va, esto es, a un resultado global no deseado por nadie. Se nos pre­ jadas por completo. Pero si los demás eligieran no cooperar, el in­
senta una situación en la que los dos jugadores tienen que elegir en­ dividuo i tampoco tendría motivo alguno para hacerlo unilateral­
tre dos cursos de acción o estrategias: cooperar (C) o defraudar (D). mente: no mejoraría por ello el tráfico y él, renunciando a su refe­
A cada uno de ellos le interesa ante todo comportarse como un go­ rencia, sería el único perjudicado. Representemos esta situación en
rrón y dejar que el otro coopere, pues de tal forma se obtiene el forma matricial:
mayor beneficio sin coste alguno. La estrategia no cooperativa (D),
preferida por ambos jugadores, domina, por tanto, a la estrategia
cooperativa (C). Mas lo que resulta de tal dominio, la solución del G-i
juego, es el fracaso de la cooperación: el dilema del prisionero con­
duce irremediablemente al vector (DD) no deseado por nadie. e D
Cuando se trata el problema de la acción colectiva, es frecuente que
el juego del dilema del prisionero de dos personas se desarrolle entre
un individuo y la colectividad, con el fin de introducir mayor realismo e 3 3 1 4
en el modelo. Es decir, se trata de que cada miembro del grupo juegue
contra todos los demás23 • Un ejemplo nos ayudará a entender mejor la i
estructura del juego y su relación con nuestro problema.
D 4 1 2 2
.¡ --­ -­ - - -

• 22 El dilema del prisionero (que se ha empleado en las últimas décadas en asuntos


Dilema del prisionero
tan dispares como desentrañar los secretos de las teorías políticas de Hobbes y Rous­
seau como analizar las relaciones Este-Oeste, entre otras múltiples aplicaciones) fue
descubierto en torno a 1950 por Merril Flood y Melvin Dresher (según Hardin,
1982a, p. 16). W. Tucker lo bautizó al darle soporte literario con la siguiente historia. El orden de preferencias de un individuo i cualquiera del grupo
Dos prisioneros, sospechosos de haber cometido el mismo crimen, son conducidos a G es, pues, el siguiente24 : De = 4 > CC = 3 > DD 2 > CD := 1.
prisión sin que se puedan comunicar. Si ambos confiesan se les condena a diez años de Para esta persona lo ideal sería que todos menos él dejaran el coche
prisión a cada uno, en lugar de los veinte de la pena completa, por su colaboración
aparcado (esto es, prefiere D cuando los demás eligen e). En su de­
con la justicia. Si no confiesa ninguno, tan sólo se les puede condenara cinco años de
cárcel. Pero si uno confiesa y el otro no, el que lo hace queda libre (como premio a su
fecto, convendría que nadie lo usara, es decir, que todo el mundo
arrepentimiento) y el Otro va a prisión veinte años. ¿Qué deberían hacer los prisione­ (incluido i) eligiera la estrategia C. M:as este resultado es inestable,
ros? Como a ambos les interesa confesar en cualquier caso para obtener la libertad, la
pena final que se les impone asciende a diez años para cada uno. Una introducción
utilísima al dilema del prisionero (o de los prisioneros) se encuentra en Luce y Raiffa, CDHP¿tTUD
1957, cap. 5. Para más información habría que acudÍ( a Rapoport (uno de los mayores 24 En una nota anterior se dj!;¡;;(~n.dorden de preferencias no es sino una jerarquía
expertos én el tema) y Chammah, 1965. de las mismas que satisface la'" . y la transitividad. La. numeración que se pre­
" Según M. Granovetter (1978, p. 1434) este recurso fue puesto en práctica por senta aquí (los "pagos», como se denomina técnicamente) tan sólo indica el puesto
Brown, en su Social Psychology (Nueva York, Free Press, 1965). que ocupa cada preferencia en la jerarquía del individuo.
12
Intereses individuales y acci6n. colectiva Fernando Aguiar 13

ya que se mueve a los jugadores de inmediato a defraudar para ob­ mente, transforman las posibilidades, las preferencias o las creen­
tener mayor ventaja a costa de los otros. Así pues, el resultado final cias de la gente las denomina Taylor «externas» 26. Pues bien, no
conduce al fracaso de la cooperación (DD), al caos circulatorio en existe solución interna alguna que promueva la cooperación cuan­
este ejemplo: nadie renuncia a su automóviL do el dilema del prisionero se juega una sola vez. En tal caso, com­
La lógica del dilema resulta implacable. Aunque la solución del portarse como un gorrón es siempre lo más racionaL
juego no es un óptimo de Pareto -pues existe un resultado (CC) ¿Podríamos decir lo mismo si en lugar de dos personas (dos in­
que mejora la situación de los jugadores sin empeorar la de ningu~ dividuos o uno solo contra los demás) jugaran entre sí un número
no- se halla no obstante en equilibrio: la estrategia D es preferible n indefinido de personas, tal y como ocurre en casi todos los casos
en cualquier caso, se tenga en cuenta o no lo que hagan los demás, reales de cooperación o acción colectiva? Thomas Schelling estima
pues nadie puede mejorar su resultado optando unilateralmente que, en el dilema del prisionero de n personas, «el resultado de­
por C 25. pende del número» de jugadores que elijan una estrategia u otra. En
Quizás alguien se pregunte, perplejo, por qué los jugadores no su opinión,
cooperan si saben que obtendrán así un resultado aceptable para to­ Hay cierto número, k, mayor que 1, tal que si los individuos que k enumera o más
dos. Podría ocurrir, sin embargo, que los jugadores no supieran en eligen la alternativa que no prefieren y el resto no, los que lo hacen están mejor que
realidad qué van a hacer los demás -si colaborán o no- porque la si todos hubieran elegido sus alternativas preferidas, pero si ascienden a un número
comunicación entre ellos es imposible. En tal caso, el cooperar en­ menor que k esto no es cierto 27.
trañaría un enorme riesgo desde un punto de vista individuaL Mas El parámetro k representa, por tanto, el tamaño mínimo que ha
suponiendo que la comunicación sea posible, de forma que se pue­ de tener una coalición de individuos para obtener beneficio de la
de llegar a un acuerdo para cooperar, ¿quién nos asegura que todos estrategia cooperadora C (o, en otros términos, para no salir perju­
lo cumplirán? Sólo algún tipo de coacción o de incentivo externo al dicados por ser los únicos que colaboran en la obtención del bien
, dilema nos lo podría asegurar. Pero entonces provocamos una reor­ colectivo). Si un número lo suficientemente elevado de conductores
denación de las preferencias individuales (al obligar a elegir la coo­ -por seguir con nuestro ejemplo- optara por dejar el coche en
.' peración) que nos aleja del dilema, en vez de resolverlo, y nos con­ casa, es decir, no eligieran lo que prefieren, parece claro que se en­
duce a una situación distinta por completo. Nos interesa saber contrarían mejor (en una ciudad menos congestionada y, por tanto,
cómo puede surgir la cooperación entre personas racionales y egoís­ menos ruidosa y contaminada) que si todos eligieran la alternativa
tas --en el sentido ya apuntado- que ordenan sus preferencias al que desean. En el epígrafe anterior ya señalamos la importancia de
modo del dilema del prisionero, no cómo podríamos cambiar tal que exista un subgrupo de cooperadores.
orden mediante incentivos o motivos externos al juego (problema Sin embargo, cuando se trata con el dilema del prisionero
muy distinto que se verá en una sección posterior). no sólo importa el número de jugadores que eligen cada una de
Michael Taylor denomina «soluciones internas» a las que «ni las estrategias: aún importa más que el juego se repita numero­
implican ni presuponen cambios en el "juego", es decir, en las posi­ sas veces. Se ha demostrado, formal y empíricamente, que la
bilidades abiertas al individuo ... en las preferencias individuales (o única forma de que se produzca una solución cooperativa inter­
más en general en las actitudes) y en sus creencias (incluyendo ex­ na en el dilema (de dos o n personas) consiste en jugarlo repe­
pectativas)>>. A las soluciones que, como apuntábamos anterior­ tidamente 28. Como ya hemos apuntado, el comportamiento ra­

'6 Taylor, 1987, p. 22.


" Un resultado es un óptimo de Pareto si no empeora la situacción de nadie y me­ 27 Schelling, 1982, p. 111.
jora la situación al menos de una persona. El resultado CC",3 es mejor para todos que 28 Véase Rapoport y Chammah, 1965, p. 51 y ss. Sin embargo, los autores nos ad­

la solución del dilema, DD=2. Sobre el concepto de equilibrio consúltese Shubik, vierten que tal «solución» es muy inestable, pues resulta difícil saber qué hacen los
1982, p. 240. demás a medida que aumenta el número de participantes.
14
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 15

cional para jugadores que tan sólo se encuentran una vez vez que se cumple este requisito, la cooperación evoluciona en
aconseja no cooperar. ¿Por qué motivo habría de renunciar tres etapas:
a mi preferencia si no sé a ciencia cierta qué harán los demás, 1, Puede surgir en un contexto en el que imperan los gorro­
y, aun sabiéndolo, no me los voy a encontrar de nuevo? En nes, siempre y cuando se siga una estrategia «condicionalmente co­
efecto, si hay que tomar la decisión de cooperar o no de una operativa», es decir, una estrategia según la cual ,se coopera si lo
vez por todas, sin posible enmienda, no merece la pena formar hacen los demás,
parte del subgrupo k en ningún caso: si es muy pequeño, por­ 2. tal estrategia cooperadora, «basada en la reciprocidad»,
que no se obtiene beneficio, como apunta Schelling; si es lo su­ puede obtener excelentes resultados al enfrentarse a diversas estra­
ficientemente grande, porque se gana mucho más aprovechán­ tegias menos cooperadoras,
dose de él. 3. la cooperación recíproca demuestra ser, «colectivamente es­
A la hora de construir modelos para explicar problemas table», pues es capaz de defender a la sociedad (al grupo que la em­
reales de acción colectiva conviene destacar, en primer lugar, plea) de la «invasión» de estrategias menos cooperativas o clara­
que tales acciones suelen prolongarse durante cierto tiempo mente egoístas.
y, en segundo lugar, que la participación de un individuo Un grupo de jugadores que siga la estrategia condicio­
depende en gran medida de lo que hagan los demás. Estas dos nalmente cooperativa denominada «toma y daca» (tit for
características de la acción colectiva -sus aspectos dinámico tat) no sólo obtendrá resultados inmejorables en un contex­
y estratégico- se recogen adecuadamente con el dilema del to donde reine el interés privado, sino que, además, conse­
prisionero de n personas iterado. Al repetirse una y otra vez guirá que su curso de conducta se propague con cierta faci­
la situación que origina el dilema, los miembros de un grupo lidad. «Toma y daca» se caracteriza por comenzar siempre
interesados en algún bien colectivo pueden aprender a cola­ cooperando, para continuar a continuación tal y como lo haga
borar. El automovilista de una gran ciudad quizás decida la estrategia oponente: cooperando si coopera, defraudando
no sacar su coche, aunque lo desee, si un subgrupo lo sufi­ si defrauda 31, La reciprocidad, la claridad en la conducta y
cientemente grande de conductores, hastiados por el in­ la indulgencia con los que cambian de opinión y deciden coo­
tenso tráfico cotidiano, hace lo mismo. Ahora bien, si los perar (propiedades todas ellas de esta estrategia), junto con la
demás no cooperan, tampoco él cooperará. La colaboración posibilidad de volverse a encontrar en el futuro, son las claves
no se asegura, mas la repetición del dilema puede hacerla sur­ de una cooperación estable entre individuos básicamente egoís­
gir. tas.
Robert Axelrod ha demostrado que esa colaboración es posi­
ble en situaciones de dilema del prisionero. Tal es, sin duda, el
mérito de su obra La evolución de la cooperación 29, Axelrod se pre­
gunta cómo podría surgir la cooperación entre individuos egoís­
31 Fue A. Rapoport quien ideó esta' estrategia a partir de sus trabajos empíricos con
tas; cómo deberíamos comportarnos ante el dilema para evitar
el dilema del prisionero en el campo de la psicología experimenta!. Rapoport descu­
un resultado subóptimo, A su entender «para que la cooperación brió que los individuos que se encontraban en situaciones de dileina del prisionero
evolucione es necesario que los individuos tengan una probabili­ aprendían a confiar entre sí: «Por ejemplo, la frecuencia con que un sujeto elige C (es­
dad suficientemente grande de volverse a encontrar, de modo to es, cooperar) justo después de que haya tenido lugar un sentido cooperativo doble
que tengan algo que ganar en una futura interacción» 3D, Una (CC) sugiere una medida de "honradez": ese sujeto no se aprovecha de la voluntad del
otro de cooperar cambiando a la estrategia D que le recompensa de inmediato. Por
otro lado, la tendencia a repetir C después de haber cooperado sin ser correspondido
sugiere una determinación a "enseñar mediante el ejemplo", a intentar inducir a! otro
29 Véase Axelrod, 1986.
a cooperar incluso a! precio de recibir el peor de los cuatro pagos» (Rapoport, 1974,
'o Axelrod, 1986, p. 31.
pp. 25-26). Para más información, Rapoport y Chammah, 1965.
16
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 17

Quizás la debilidad principal de la propuesta de Axelrod resi­ Si algunos jugadores han de adoptar estrategias condicionalmente cooperativas (como
de en el hecho de que sus jugadores tan sólo se enfrentan de dos se exige para que se dé el equilibrio) obviamente deben tener conocimiento, al co­
en dos. Este modelo del dilema del prisionero ha mostrado gran mienzo de cada juego ordinario, de las estrategias elegidas por los otros jugadores en
el juego ordinario precedente. Con más precisión, estos cooperadores condicionales
eficacia en el ámbito de la biología a la hora de explicar la con­
tienen que saber si al menos cierro número de jugadores cooperaron en el juego previo;
ducta cooperativa de ciertos animales, pero cuando se trata de en­ no necesitan saber qué jugadores cooperaron o ni siquiera cuántos cooperaron exacta­
tender la cooperación humana resulta un tanto inadecuado 32. Al mente.... Esta exigencia de un elevado grado de conciencia por parte de los coopera­
«jugar» los participantes por pares nos quedamos sin saber cómo dores cOl].dicionales se encuentra con «mayor posibilídad» en un pequeño grupo de
respondería «toma y daca» ante un verdadero dilema del prisio­ cooperadores que en un gran grupo ¡'.
nero iterado de n jugadores que se enfrentaran entre sí simultá­
neamente y que empleasen múltiples estrategias poco o nada coo­ Nos encontramos de esta forma ante una conclusión similar
perativas. a la de Olson: la acción colectiva voluntaria resulta más fácil
Ha sido Michael Taylor quien ha prestado mayor atención a en los grupos pequeños. ¿Qué relación hay entre la lógica de
este problema. Taylor demuestra que la cooperación puede sur­ Olson y el dilema del prisionero? Rusell Hardin, por ejemplo,
gir en un dilema de n personas iterado (o superjuego del dilema considera que el problema del suministro de bienes públicos
del prisionero de n personas, como él lo denomina) entre juga­ tal y como lo analiza Olson se puede representar apropiada­
-dores que adoptan «estrategias condicionalmente cooperativas». mente mediante un dilema del prisionero de n personas jugado
Para que se produzca la cooperación no es preciso, a su entender, una sola vez 35. Esto mismo ya es una limitación pues, como
que los que colaboran adopten una sola estrategia cooperativa hemos visto, la lógica de la cooperación se modela con mayor
(<<toma y daca»). Es necesario más bien que «la cooperación de exactitud mediante la repetición del dilema. Pero incluso juga­
cada uno de los cooperadores condicionales dependa de la coope­ do una sola vez el dilema demuestra que no existe relación di­
ración de todos los que no elijan» la'no cooperación incondicional recta entre el tamaño del grupo y que éste sea latente o privile­
(esto es, la estrategia O), cualquiera que sea su número 33. En giado: dos personas bastan para que fracase la cooperación.
otras palabras, una vez que se opta por una estrategia cooperati­ Además, el peso de la demostración olsoniana recae en el ánali­
va condicional cualquiera (<<toma y daca», «toma y dos dacas», sis de costes y beneficios que realizan individuos aislados,
etc.) importa ante todo saber si hubo o no participantes que coo­ mientras que el dilema destaca ante todo las relaciones estraté­
peraron la última vez, para poder colaborar con ellos. Ahora gicas entre los miembros de un grupo. Si el juego se repite in­
bien, a medida que aumenta el número de los que cooperan bajo definidamente puede surgir la cooperación en grupos grandes y
ciertas condiciones, disminuye la estabilidad de la cooperación. pequeños, si bien en aquéllos la cooperación condicional puede
Cuanto menor es el grupo, mayores son las posibilidades de sa­ ser más difícil. El grupo grande no fracasa, pues, porque el be­
ber si hubo cooperadores en la anterior jugada: en los grandes
grupos es difícil la cooperación condicional. Según lo entiende
Michael Taylor, l4 Taylor, 1976, p. 93. A partir de esta conclusión sobre el surgimiento de la cola­

boración en el superjuego del dilema del prisionero de n personas, elabora Taylor el


concepto de «comunidad» como pieza clave de su crítica a las teorías liberales del Es­
tado (que defienden su necesidad para que la cooperación sea posible y, por tanto, se
suministren bienes públicos). Taylor apunta la posibilidad de que la cooperación vo­
" Véase Axelcod, 1986, cap. 5. Pero incluso esto es puesto en duda por Maynard luntaria surja en sociedades sin Estado y aboga por una suerte de comunitarismo
Smith, pionero sin duda en este cipo de trabajos (véase Taylor, 1987, p. 71). Véase anarquista (consúltese Taylor, 1976, cap. 7; Taylor, 1982, y Taylor, 1987, cap. 7).
también en esra línea crítica Bateson, 1988. En lo que se refiere a la utilidad del mo­ Asimismo, en el concepto de «comunidad" se apoya su explicación de la mayor o me­
delo de Axelrod para explicar la cooperación humana véanse las críticas de Hardin, nor posibilidad de éxito o fracaso de la acción colectiva revolucionaria (véase Taylor,
1985, pp. 345-347, YTaylor, 1987, pp. 69-71.
1988).
33 Taylor, 1976, pp. 91-92. Véase también Taylor, 1987, caps, 3 y 4.
l' Hardin, 1982b.
18
Intereses individuales y acción colectiva
Fernando Aguiar 19
nefici~ neto individual sea reducido sino porque resulta más
complicado establecer nexos cooperativos: la acción colectiva
no depende sólo de los costes y beneficios para cada individuo p
por separado; antes bien, depende sobre todo de la cooperación
de los demás. e D
De igual modo que no se puede identificar plenamente la ló­
gica de Olson con el dilema del prisionero, tampoco se puede
identificar éste con la lógica de la cooperación. Ciertas si tuacio­ e 3 3 2 4
nes se modelan mejor con el juego denominado «del gallina»
(chicken game) 36. Supongamos, por ejemplo, que los represen­ s
tantes de un sindicato amenazan a la patronal con organizar una
huelga indefinida si no acepta una subida de salario. Ante el D 4 2 1 1
desafío, los empresarios deciden suavizar su postura y aumentan
los sueldos de sus trabajadores para evitar pérdidas mayores.
Ahora bien, la patronal puede contrarrestar la amenaza sindical Juego del Gallina
con otra: se despedirá a todo el que secunde ·la huelga. De esta
forma patronal y sindicato cuentan con las siguientes opciones:
o bien uno de ellos cede ante la amenaza del otro y cambia de Como se muestra en la matriz, si el sindicato amenaza con ir a
postura, o bien no renuncia ninguno a su posición de fuerza o la huelga (estrategia no cooperativa D) puede forzar a la patronal a

bien, por último, renuncian ambos. No se trataría en esta oca­ elevar los sueldos (a cooperar, C) para que no se produzca un resul­

sión, como en el dilema del prisionero, de no cooperar en cual­ . tado desastroso (DD = 1). Pero si la patronal se obstina en una

quier caso, sino, más bien, de forzar al otro a cooperar mostrán­ postura de fuerza, entonces o bien se produce el peor de los resulta­

dole con firmeza que nosotros no lo haremos de ninguna mane­ dos para ambos, o bien consigue que sea el sindicato el que se ami­

ra (ya se trate de una sola o de muchas jugadas). O en otras pa­ lane y renuncie a la huelga. La cooperación (CC 3) sólo se podría

labras, mientras que en el dilema del prisionero se enseña a coo­ alcanzar si ambas partes llegaran a un acuerdo.
perar cooperando, en este nuevo juego se obliga a cooperar no La aplicación del juego del gallina al problema de la acción co­
cooperando. En el juego del gallina puede salir favorecido el lectiva aún está por desarrollar 38. De momento, el dilema del pri­
que mantenga la reputación de duro, si bien el precio que se sionero cuenta con un número mayor de adeptos. Ello se debe, en
paga por la inflexibilidad mutua es muy elevado 37. La matriz parte, a que en el juego del gallina resulta más difícil hacer creíble
de pagos de este juego es la siguiente (P, el jugador de colum­ la amenaza de que no se cooperará: el jugador tiene que anunciar,
na, es la patronal y S, el de fila, el sindicato): antes de que comienze el juego, su firme compromiso de que no coope­
rará, para forzar al otro a hacerlo. Con ello se invita, de alguna ma­
nera, a que nadie coopere. Puestos a revelar nuestras intenciones,
.16 Quizás todo el mundo recuerde la escena de Rebelde sin caJlsa en la que James
parece más razonable hacerlo a la manera de la estrategia «toma y
Dean y otro de los personajes de la película corren cada uno en un coche hacia un daca» --que comienza cooperando-- para brindar a los demás la
acantilado. Su juego consistía en mostrar mayor valor que el contrincante arrojándose posibilidad de que se evite el resultado subóptimo 39.
del coche casi al borde del abismo. El menos valeroso de los dos (el gallina) perdía el
juego. En los términos que hemos empleado hasta ahora podemos decir que, en este
caso, se trataría de no cooperar (no ser el primero en arrojarse del coche) para forzar al l' Consúltense sobre todo los trabajos en este sentido de Taylor y Ward, 1982; Tay­
otro a hacerlo. lor, 1987, cap. 2, y Ward, 1987.
37 Véase Ward, 1987. 39 Sobre la poca credibilidad de la amenaza en el juego del gallina -aplicado en

este caso al análisis de la guerra fría- véase Frank C. Zagare, 1987, p. 39.
20
Intereses individuales y acción colectiva &mando Aguiar 21

Hemos supuesto hasta ahora, como ya se advirtió en la primera En el origen de este supuesto se encuentra la teoría de la prefe­
sección, que los individuos que participan en acciones colectivas lda revelada 42: si una persona elige la alternativa X y rechaza la
son racionales y egoístas en un sentido restringido. En el siguiente alternativa Y, se afirma que esa persona «revela» su preferencia
apartado se analiza este postulado.
por X frente a Y. La preferencia se define aquí, por tanto, como la
relación binaria que se encuentra tras la elección consistente. No
RACIONALIDAD, EGOISMO E lNFORMACION
se pregunta ni por el origen ni por el contenido de esa preferencia,
ni se investiga los motivos de la elección. Lo único que importa es
que el individuo no «revele» inconsistencias en su conducta. 0,
Supongamos que cierta persona, tras arduas reflexiones, decide ca­ en otros términos, se exige que sus preferencias sean completas (es
sarse. Podríamos afirmar --en términos poco usuales, desde luego, decir, que todas las alternativas sobre las que el individuo puede
para este tipo situaciones- que optó finalmente por el matri­
revelar su preferencia estén conectadas entre sí, de forma que las
monio al convencerse de que su utilidad era mayor que la de seguir
pueda comparar para elegir alguna de ellas) y transitivas. Si se
soltero (o soltera). Si más adelante esa persona realiza el mismo cál­
cumplen estos requisitos se dice que la persona cuenta con un or­
culo a la hora de tomar otras decisiones (comprarse una casa, ir a
den de preferencias a partir del cual se puede asignar una función
votar o quedarse en casa, divorciarse, podremos acometer el
de utilidad que habrá de maximizar. Que las preferencias reveladas
análisis de su conducta en clave económica. Gary Becker justifica
por los individuos sean egoístas o altruistas, que maximicen una
en los siguientes términos lo que denomina «aproximación econó­
mica a la conducta humana»: función de utilidad egoísta o no, es secundario. Lo que import'a
es la consistencia, auténtico basamento de su conducta maximiza­
la conducta humana no está parcelada, basada a veces en la maximización y a veces
dora.
no; motivada a veces por preferencias estables, violándolas a veces; resultando a veces Ahora bien, como apunta Amartya Sen, la concepción económi­
de una acumulación óptima de información, a veces no. Antes bien, se puede conside­ ca del hombre suele ser la de un egoísta que persigue (maximiza)
rar que toda conducta humana implicaa participantes que maximizan su utilidad a su propio interés, pues en el mercado se realizan elecciones aisladas
partir de un conjunco estable de preferencias y acumulan una cantidad óptima de in­ que no consideran el bienestar de nadie excepto el individual 43.
formación y otros input! en diversos mercados 40
Este enfoque --que rebasa ya con mucho el ámbito de la econo­
mía- recibe el nombre de elección racional. Efectivamente, se con­
Esta generalización en la conducta de los individuos en el mer­ sidera que una persona es racional si elige aquel curso de acción
cado en todos los ámbitos de la vida sostiene tanto el análisis olso­ que maximiza su interés privado a partir de un conjunto de prefe­
niano de la cooperación como el de la teoría de juegos 41. Sería difí­
rencias consistentes.
cil comprender el resultado al que conduce el dilema del prisionero
si no supusiésemos --de acuerdo con esta aproximación económica
a la conducta- que los jugadores pretenden ante todo maximizar
su propio interés a partir de un conju'nto dado de preferencias. ., La teoría de la revelada fue propuesta por Samuelson en 1938 como
herramienta para estudiar la conducta observada en el mercado. Lo que se pretendía,
en opinion del conocido economista l. M. D. Little, era demostrar «que una teoría de
la demanda del consumidor se puede basar solamente en una conducta consistente»
40 Becker, 1986, p. 119. El ejemplo de la decisión de casarse es del propio Becker
(p. 115). (<<A Reformulacion of the Theory of Consumer's Behaviour», Oxlord Economic Papers, 1
U949J, p. 90. Citado por Sen, 1982a, pp. 55-56). De una manera aún más clara J. R.
41 No en vano la obra pionera en teoría de juegos de O. Morgenstern y]. von Neu­
Hícks aseguraba que «la teor[a econométrica de la demanda estudia a los seres huma­
mann lleva por título Theory olGames and Economic Behavior (1944, Prínceron Univer­
nos, pero sólo com'o entidades que poseen ciertos patrones de conducta de mercado;
sity Press). Se pretendía dar cuenta con esta teoría, principalmente, de la conducta
no se afirma, ni se pretende, que se pueda entrar en sus mentes" (A Revision 01 De­
económica de los individuos. A partir de ahí, la teoría de juegos se fue extendiendo a
Otros campos de estudio. mand Theory, Oxfotd, 1956, p. 6. Cirado por Sen, 1982a, p. 56).
" Sen, 1986, p. 180.
22
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 23

Hasta ahora hemos considerado, como es costumbre, que la jeto de estudio sea poco menos que una perfecta máquina de proce­
existencia del problema de la acción colectiva o de la cooperación sar información. En efecto, la elección consistente implica, como
se debe a la conducta racional y egoísta de los individuos. Este su­ sabemos, que las preferencias sean completas (además de transiti­
puesto tiene un carácter marcadamente metodológico. Como afir­ vas). Esto significa que el individuo puede comparar entre sí todas
ma Russel Hardin, sus principales virtudes radican en el hecho de las alternativas a su alcance hasta elegir aquella que maximiza su
que resultan fácilmente generalizables a diversos ámbitos de la bienestar. Se supone, por tanto, que para tomar decisiones consis­
conducta humana y su aplicación se muestra sobremanera sencilla. tentes las personas maximizan la información. Sin embargo, como
No se trata de que la conducta humana sea única y exclusivamente afirma Herbert Simon, «en la mayoría de los problemas que se en­
racional y egoísta en el sentido expuesto, sino, más bien, de anali­ cuentra el hombre en el mundo real, ningún procedimiento que
zarla como si lo fuera. De esa forma, resulta factible explicar con pueda seguir con su equipo de información le permitirá descubrir
muy pocos elementos la acción humana y predecir sus resultados, la solución óptima» 45. De igual modo que el investigador -por
así como calcular con exactitud el impacto y amplitud de otras seguir con nuestra analogía- limita la información sobre las pre­
motivaciones en dicha acción. 44
ferencias individuales para que el análisis deductivo no se vuelva
Del mismo modo, la atribución de un conjunto estable de pre­ inmanejable, la gente limita la información sobre las alternativas
ferencias a cada persona impide caer en la tentación, frecuente, de disponibles para que la decisión sea posible. La búsqueda de infor­
«explicar» las paradojas de la conducta postulando sin más un mación óptima colapsaría a menudo la elección (o la investiga­
cambio de aquéllas.
ción). Siendo así, por tanto, que nuestra capacidad para obtener in­
Sin dejar de reconocer, por tanto, las ventajas de estos supuestos formación es más bien limitada y nuestras preferencias se hallan,
(sobre las que insistiremos en la última sección), no cabe duda de por ello, inconexas entre sí (no son completas), la tarea maximiza­
que presentan algunos aspectos cuestionables, como veremos a con­ dora se torna, con frecuencia, imposible. En la mayoría de nuestras
tinuación muy brevemente.
elecciones buscamos satisfacer nuestro interés más que maximizar­
En primer lugar, ya se apuntó más arriba que apenas sabemos lo. Fue Simon precisamente quien propuso como modelo de la con­
nada de las preferencias individuales. Sólo podemos obtener infor­ ducta humana la satisfacción en lugar de la maximización. Distintos
mación de las mismas a través de las elecciones que llevan a cabo estudios empíricos, en los que se apoya este autor, demuestran que
los individuos -aislados de todo contexto social (familia, amigos, tanto las empresas como los consumidores se conforman a menudo
compañeros de trabajo, etc.) distinto del mercado- entre diversas con beneficios lejanos del máximo posible. Más aún, empresas y
alternativas (dadas). Sobre el contenido real de las mismas, sobre la consumidores ni siquiera buscan ese máximo 46.
múltiple variedad de motivos que las configuran, no se sabe abso­ Ahora bien, sustituir el supuesto de la maximización por el de
lutamente nada. En este sentido, pues, decimos que el concepto de la satisfacción no afecta necesariamente a la concepción egoísta del
preferencia es informativamente muy limitado: nos dice muy poco de hombre; concepción que determina, en buena medida, la existencia
los individuos reales, de los motivos de sus decisiones. del problema de la acción colectiva. Quizás no pueda maximizar
El investigador de la acción humana desde el punto de vista de mis intereses egoístas, pero, en cualquier caso, puedo satisfacerlos.
la economía pretende, como se ve, maximizar los resultados de un Se acepte o no el polémico supuesto de la maximización, lo que ne­
análisis minimizando la información sobre los individuos. Una pre­ cesitamos ante todo es enriquecer el contenido informativo de las
tensión, dicho sea de paso, muy loable desde una perspectiva meto­
dológica y, sin duda, muy «económica». Sin embargo, el teórico de
la elección racional, minimizador de información, exige que su ob-,
4> H. Simon, 1986, p. 143.
46 Consúltense en este sentido los trabajos de Simon, 1955 y 1983. Véase también
la reciente obra de Slote (1989, especialmente el cap. 1) que aporta a la teoría de Si­
44 Véase Hardin, 1982a, pp. 9-12.
mon un sesgo normativo.
24
Intereses individuales y acción colectiva
25
preferencias para descubrir las motivaciones que las sustentan.
el individuo que toma decisiones en su vida cotidiana ni el teórico unos casos, de coaccionar a la gente para que cooperara; en
de la elección racional son máquinas perfectas de acumular infor­ por el contrario, la tarea podía consistir en transformar el
mación. Sin embargo, este último no debería conformarse con ese de preferencias individual en otro (u otros) que, conside­
mínimo contenido informativo del concepto de preferencias si de­ rando el beneficio ajeno, promoviera la cooperación. Semejante
sea explicar realmente por qué se coopera. En este sentido, Amar­ transformación nos permitiría tratar un amplio abanico de moti­
tya Sen ha puesto en evidencia las limitaciones de la teoría pura­ vos para la cooperación (desde el egoísmo restringido hasta el al­
mente económica de la conducta humana. Merece la pena que cite­ truismo más radical) al enriquecer el contenido informativo de las
mos en toda su extensión un conocido pasaje de este autor: preferencias individuales en el sentido apuntado al final de la sec­
ción anterior.
la teoría tradicional tiene una estructura muy escasa. Se asigna un ordenamiento de Ya en 1962 L.B. Lave demostró, experimentando con el recién
preferencias a una persona, y cuando es necesario se supone que ese ordenamiento re­ descubierto dilema del prisionero, que gran número de jugadores
fleja sus intereses, representa su bienestar, resume su idea de lo que debería y solía comportarse de un modo altruista. Rapoport y Chammah
describe sus elecciones y su comportamiento reales. ¿Podrá hacer todo eso un ordena­
imputaron este tipo de respuestas a la falta de pericia estratégica
miento de preferencias? Una persona así descrita puede ser «racional>, en el sentido li­
mitado de que no revele inconsistencias en su comportamiento de elección, pero si no de los jugadores o, por decirlo más llanamente, asu irracionalidad
puede utilizar estas distinciones entre concepros muy diferentes, tiene que ser un po­ 48. Sin embargo, muchos experimentos posteriores han demostrado

co tonta. En el hombre puramente económico es casi un imbécil social. La teoría repetidas veces que los individuos no siempre responden egoísta­
económica se ha ocupado mucho de este tonto racional arrellanado en la comodidad mente en situaciones de dilema del prisionero. Y ello no se debe a
de su ordenamiento único de preferencias para todos los propósitos. Necesitamos una su falta de racionalidad, sino, más bien, a un deseo manifiesto de
estructura más compleja para acomodar los diversos conceptos relacionados con su
comportamiento ~'. mejorar la situación del grupo, a costa incluso del propio bienes­
tar. Recientemente, Dawes, Van der Kragt y Orbell han demos­
. ¿Cómo podemos ampliar esa estructura y cómo afectaría a nues­
trado que en contextos favorables para las conductas egoístas ­
tro problema? Los mayores esfuerzos se han centrado en relajar el
como el del dilema- aumenta el número de los que cooperan
supuesto de que los individuos maximizan sus intereses egoístas.
cuando es sabido que tal decisión beneficia a mucha gente. Estos
En el siguiente apartado nos ocupamos de uno de los motores de la
autores denominan «altruista racional» a la persona que «no sólo
acción colectiva que peor encaja en el marco de la teoría de elec­
maximiza las recompensas privadas del juego, sino cierta amalga­
ción racional y que puede enriquecerla más: el altruismo.
ma de recompensas privadas y recompensas externas para aquellos
que se ven afectados por su decisión» 49. A su modo de ver, los ex­
perimentos con el dilema ponen en duda la eficacia del supuesto
EL RETO DEL ALTRUISMO de la conducta egoísta, pero no afectan a la racionalidad de la elec­
ción individual (al menos en lo que toca a la consistencia de las
En la tercera sección de este artículo distinguimos, como se recor­ preferencias).
dará, entre «soluciones internas y externas» del dilema del prisio­ La experiencia cotidiana, confirmada por las pruebas de la­
nero. Las primeras intentaban obtener una solución cooperativa boratorio con el dilema, nos indica que, en efecto, a menudo se
sin cambiar la estructura del juego: nos preguntábamos entonces toma parte en acciones colectivas en aras del bienestar ajeno,
si resulta acaso posible la cooperación entre egoístas. Las segun­
das, al contrario, buscaban la solución lejos del dilema: se trataba,
"' Véase 1. B. Lave, «An Empírical Approach to che Prísoner's Dilemma Game»,
Quarterlyjournal ofEconomics, voL 76 (1962) (cirado por A. Sen, 1986, p. 211). Rapo­
4' A. Sen, 1986, p. 202. pore y Chammah, 1965, p. 26.
49 Dawes, Van der y Orbell, 1988, p. 243.
26
Intereses individuales y acción colectiva
Fernando Aguiar 27

sacrificando incluso el propio interés. Como "ha señalado Jan


egoísmo y de lo que este autor denomina altruismo o «sentido de
Elster, esto ha supuesto un reto para la teoría tradicional de la
la comunidad» 51. Según Margolis cabe imaginar que todos conta­
elección racional al no poder adecuar esas conductas a sus
mos con una función de utilidad social o altruista (una ordenación
modelos sin rechazar o relajar el supuesto del egoísmo. La pre­
ética de preferencias, en el sentido apuntado anteriormente),
tensión de ver en todo comportamiento altruista alguna forma
mediante la que maximizamos el interés de los demás, y una fun­
de egoísmo a largo plazo, adoptada a menudo por los teóricos
ción de utilidad individual o egoísta (una ordenación subjetiva). El
de la elección racional, conduce a un callejón sin salida. Pues
aunque puede ocurrir -como reza la denominada «paradoja problema radica en cómo reconciliadas. Supongamos que un tal
del hedonismo»~' que incluso la conducta más altruista nos Lucas 52 se halla dividido internamente en dos personas: Lucas E.
reporte un íntimo placer y, por tanto, una recompensa egoísta, (Lucas el egoísta) y Lucas G. (el altruista que se interesa por el gru­
tal recompensa, si se da, se obtiene casi siempre a posteriori, es­ po). Margolis propone la siguiente «regla de distribución» que re­
to es, como subproducto de la acción 50, Es dudoso que quien concilia a ambos Lucas:
se lanza al mar para salvar la vida de alguien haga cábalas del Cuanto mayor sea la parte de mis recursos que he gastado de una manera no egoísta,
posible beneficio que le aportará su acción heroica. Quizás _ mayor será la importancia que dé a mi interés egoísta a la hora de distribuir una por­
se dirá- no hace cábalas precisamente porque ese tipo de ac­ ci6n marginal de recursos. Por otro lado, cuanto mayor sea el beneficio que
ciones puntuales son irreflexivas; irracionales en cierto modo. otorgar al grupo comparado con el beneficio de gastar una porci6n marginal de recur­
Sin embargo, resulta difícil explicar en los términos de la teo­ sos en mí, más tenderé a actuar de una manera no egoísta H.
ría tradicional de la elección racional (esto es, mediante un
solo ordenamiento de preferencias que maximiza nuestro inte­ No se trata, afirma Margolis, de un precepto normativo, sino de
rés privado) la participación en acciones colectivas prolongadas un principio que trata de dar cuenta de cómo se conduce en reali­
que incluso ponen en peligro la vida de los que colaboran dad la gente; cómo sintetizan en su conducta el interés por los de­
(pensemos, por ejemplo, en la participación voluntaria en más con el propio interés.
la extinción de un fuego, o en casos similares aún más arriesga­ El modelo de Margolis enriquece sin duda el contenido infor­
dos donde sería preferible que otros hicieran el «trabajo su­ mativo de las preferencias individuales y nos proporciona una vi­
cio»). sión más adecuada de los motivos de la cooperación que la teoría
Para comprender estos casos habría que considerar la posibili­ estándar de'la elección racional. Sin embargo, aún se nos antoja un
dad de que los individuos cuenten en realidad con más de un con­ tanto limitado. Pues no nos parece del todo correcto reducir el pro­
junto de preferencias. En esta línea de trabajo cabría destacar el blema intrapsíquico de la elección entre una conducta egoísta o al­
«nuevo modelo» de elección racional de Howard Margolis. Para truista a un simple cálculo de costes y beneficios. El verdadero al­
este autor el problema consistiría en proporcionar un modelo de truismo no se troca en egoísmo cuando consideramos (calculamos)
elección que integrara tanto la noción del individuo egoísta y ra­ que ya hemos aportado bastante al grupo. Entre ottas cosas porque
cional -que tan buenos resultados ha aportado al análisis de la ese «bastante» es a menudo difícil de calcular. Además, en relación
conducta económica- como la observación de que, con frecuencia, con la segunda parte de la regla de Margolis, podríamos afirmar
la gente participa en acciones colectivas por el bien público. Un que no es infrecuente que la gente elija una conducta que beneficia
modelo, en otras palabras, capaz de dar cuenta a un tiempo del a muchos un poco, aun a costa de renunciar a un gran beneficio

50.Sobre el reto que representa el altruismo para la teoría de la elecci6n racional véa­ " Margolis, 1982, p. 1 Yp. 11.
se Elster, 1984', pp. 141-146. Sobre la «paradoja del hedonismo» consúltese Dennís " El nombre que emplea Margolis es el de Smitb. Un tal Lucas es, como se sabe,
Mueller, 1988, p. 15. una estupenda obra de Cortázar.
" Margolis, 1981, p. 267.
29
28 Intereses individuales y acción colectiva

personal. Quizás Lucas sea un incorregible filántropo dispuesto a ilibzado con frecuencia aclara esta idea: a veces cuando nos ofrecen
afrontar los costes que le acarrea la cooperación con tal de benefi­ cigarrillo quisiéramos no querer fumar y actuamos como si no
ciar a los demás. O quizás tenga amigos en el grupo por los que hacerlo, para librarnos del tabaco.
estaría dispuesto a comportarse siempre como Lucas G. y nunca Se identifican las preferencias egoístas, simpáticas y comprome­
como Lucas E., dejando a un lado el hecho de si ha aportado ya tidas con tres juegos distintos, como vemos a continuación (C sig­
mucho o poco al grupo. En este sentido podríamos decir que el al­ nifica cooperar y D no cooperar):
truismo de Margolis se adecua mejor a Un tipo de conducta inter­ 1. Egoísmo (dilema del prisionero); DC = 4 > CC = 3 > DD = 2
media entre el altruismo y el egoísmo. De su modelo queda exclui­
do, por tanto, un altruismo auténtico. Además, como los indivi­ > CD = 1.
duos de Olson, los de Margolis carecen de historia. Deciden aisla­ Como ya se vio en la tercera sección, el orden de preferencias
damente si cooperarán o no -forcejeando con su yo escindido­ del dilema del prisionero caracteriza las actitudes egoístas. Efecti­
sin considerar la conducta de otros. El aspecto estratégico de la ac­ vamente, todo el mundo prefiere obtener su máximo beneficio a
ción colectiva se diluye de esta forma: ¿cómo acruaría Lucas en una costa de los demás. De ahí que en primer lugar se prefiera no coo":J
situación de dilema del prisionero iterado? Podemos pensar, a te­ perar cuando los demás cooperan (DC). Como sabemos, el resulta­
nor de su regla de distribución, que cooperaría si los demás coope­ do final es que nadie colabora (DD).
ran, sin que su conducta se diferencie un ápice de la de los indivi­ 2. Simpatía (juego de la seguridad); CC=4 > DC=3 > DD=2 >
duos egoístas que propone la teoría tradicional (los cuales, por cier­
to, también llegan a cooperar si lo hacen los demás). CD=1.
Como vemos, lo que Margolis denomina altruismo no sería, Si los jugadores se tienen simpatía, es decir, si les preocupa el
pues, sino una conducta intermedia entre el egoísmo y el verdadero bienestar ajeno porque de alguna manera afecta al suyo propio, la
altruismo. Amartya Sen llama «simpatía» a esa conducta interme­ cooperación será el resultado preferido por todos (CC). En el juego
dia y «compromiso» al comportamiento altruista 54. La primera se anterior se prefería no cooperar si los demás cooperaban. Ahora,
reserva para aquellos casos en los que el interés por otros afecta a por el contrario, se prefiere cooperar si colaboran todos. Pero es
nuestro propio bienestar: no quiero que nadie sufra, por ejemplo, preciso tener la seguridad (de ahí el nombre del juego) de que,
porque yo lo paso mal viéndolos sufrir. La simpatía aún conserva, efectivamente, lo harán, es decir, que nadie acruará con las prefe­
pues, algo de egoísmo. Por el contrario, cuando acruamos por com­ rencias del dilema del prisionero. De esta forma, afirma Sen, se su­
promiso lo hacemos para beneficiar a otros sin considerar nuestro pera la suboptimalidad social, y aún más, incluso si los jugadores
interés. Los individuos no se hallan escindidos en dos, como en el tuvieran en realidad un orden de preferencias egoísta pero actuasen
modelo de Margolis, sino que cuentan con distintos órdenes de como si contaran con las preferencias del juego de la seguridad (esto
preferencias (egoísmo, simpatía y compromiso) que, a su vez, pue­ es, se impusieran un segundo orden de preferencias sobre el prime­
de ordenar según la importancia que le otorguen a una actitud más ro, como cuando queremos no querer fumar) el resultado sería muy
o menos moral, más o menos eficaz o ambas. Una persona puede, favorable para todos.
por tanto, ordenar sus órdenes de preferencias, es decir, puede con­ 3. Compromiso (juego de la consideración por los demás); CC = 4
tar con metapreferencias, y acruar a tenor de las mismas. Un ejemplo
> CD = 3 > DC 2 > DD 1.
En este juego la cooperación es la estrategia estrictamente do­
minante: se colabora hagan lo que hagan los demás. El resultado
" Véase Sen, 1986, p. 187. Para lo que sigue nos basamos en Sen, 1982b y 1986. (CC) supone, pues, la cooperación incondicional. En un grupo de
El concepto de simpatía como conducta intermedia entre el altruismo y el egoísmo lo
toma Sen de Adam Smith (que, a su vez, lo reelabof6 a partir del uso que bizo Hume
individuos comprometidos que buscan el bienestar de los demás
de dicho concepto). Véase Adam Smith, 1790. sin asomo de egoísmo, ni es posible la suboptimalidad ni se necesi­
30 31
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar

ta para cooperar saber qué harán los demás (pues sin duda colabo­ LOS MOTIVOS DE LA COOPERACION
rarán).
A su vez, estos órdenes de preferencias pueden someterse a Parece obvio, tras lo expuesto, que el problema de la acción colectiva
una ordenación ulterior. Si una persona actúa en consonancia con o del gorrón se desvanece en el momento en que la gente deja de ser
sus preferencias subjetivas preferirá el orden de preferencias del egoísta. Pero no resulta menos evidente que el egoísmo no va a desapa­
egoísmo al de la simpatía o el compromiso. En ciertas situaciones recer por decreto. Y, como supuesto metodológico, en el postulado de
--como en las relaciones de mercado-- quizás sea este orden de ór­ una conducta individual básicamente egoísta (y racional en sentido res­
denes de preferencias el más eficaz. Pero en el caso que nos ocupa, tringido) ha dado muy buenos frutos a la hora de explicar por qué la
en el caso de suministro de bienes públicos, un metaorden máJ mo­ gente coopera o no en acciones colectivas para obtener un bien público.
ral es también más eficaz a la hora de evitar la subopdmalidad so­ Si de lo que se trata es de ampliar nuestro conocimiento de los motivos
cial. En términos generales, Sen apunta que «en la medida en que para la cooperación, de forma que los modelos sean más realistas, no ga­
la moralidad tiene que ver con lograr el óptimo social, se tiene la naremos nada sustituyendo el postulado del egoísmo por el del altruis­
tentación de ordenar los tres pares de preferencias en un orden mo­ mo: ninguno de los dos explica por sí solo todos los casos de coopera­
ral», esto es, primero el compromiso, luego la simpatía y por últi­ ción (o de fracaso de la misma, por lo demás 57). Antes bien, sería preci­
mo el egoísmo. De esta forma, al obtener con esa conducta moral so saber en qué medida las motivaciones para cooperar Je mezdan entre Jí
un resultado óptimo, la sociedad podría desarrollar tradiciones en conduciendo a resultados distintos en distintas situaciones. Situaciones
las que se privilegiara el compromiso 55. que deberían desempeñar, por cierto, un mayor papel para reconocer las
Sin duda, la teoría de las metapreferencias es la que más se motivaciones que impulsan a la cooperación en contextos dados.
aleja de la estrecha vía marcada por la teoría económica de la En opinión de Michael Taylor resulta máJ probable que la teoría
conducta. Con todo, aún quedan cabos sueltos. Quizás se pueda restringida de la racionalidad explique la cooperación individual
promover el compromiso social como propone Sen, ¿pero quién siempre que se den las siguientes condiciones: a) que las opciones
lo asegura? No resulta creíble, desde luego, una sociedad com­ individuales sean limitadas; b) que los incentivos selectivos restrin­
puesta única y exclusivamente por individuos comprometidos. gidos estén bien definidos, resulten evidentes y sean sustanciosos;
y por lo que se refiere al suministro del bien público el proble­ c) que se obtenga mayor beneficio y menor coste mediante el curso
ma del gorrón seguiría subsistiendo. A menos que hubiera mu­ de acción elegido que con otros posibles; d) que el marco de elec­
chos individuos capaces de comprometerse o de imponerse el ción no sea completamente nuevo, sino que se hayan dado con an­
orden de preferencias del juego de la seguridad, los egoístas re­ terioridad muchas situaciones similares. Taylor considera que estas
calcitrantes podrían hacer fracasar la acción colectiva. En otras condiciones no son ni «necesarias ni suficientes en conjunto». Mas,
palabras, no sabemos cómo funcionaría una sociedad en la que en general, la presencia de alguno de estos elementos favorece la
se entremezclaran en distinta medida las actitudes comprometi­ explicación mtringida de la cooperación individual 58, esto es, la ex­
das, las simpáticas y las egoístas. Sen no apunta nunca en esa
dirección 56.
17 En opinión de Elster, «hay que evitar dos errores al intentar explicar la conducta

cooperativa. El más tosco es creer que existe una motivación privilegiada --el
$, Véase Sen, 1982b, p. 79. mo, por ejemplo- que explica todo tipo de cooperación. Un error más sutil consiste
" De este aspecto de la cuestión no tratado por Sen y de la eficiencia económica del en creer que todo tipo de cooperación se explicar mediante una .motivación. En
altruismo se ocupa S. Kolm (1983) en un artículo magistral. En contra de los postu­ realidad, la cooperación ocurre cuando motivaciones se refuerzan entre sí"
lados económicos clásicos ---<jue niegan la eficacia económica del altruismo-- Kolm (Elster, 1989a, p. 131). En este apartado intentamos precisamente establecer -ba­
demuestra que la productividad queda asegurada tanto en una sociedad mayoritaria­ sándonos en Elster y Williams sobre todo- una base mínima para el desarrollo del
mente egoísta como en otra mayoritariamente altruista. Esto, sin embargo, no sería cier­ complejo problema de la motivación mixta. Véase asimismo Elster, 1989b.
to, según Kolm, en los casos en que egoístas y altruistas se equilibraran. 1988, p. 90.
32 Intereses individuales y acción colectiva 33

plicacÍón en términos de racionalidad instrumental y conducta plena eficacia las consecuencias de las decisiones que tomamos: nunca
egoísta. Supongamos, por ejemplo, que hemos de explicar la parti­ resulta del todo evidente a priori que un curso de acción nos bene­
cipación obrera' en una reciente huelga. la teoría restringida de la ficiará más que otro 60. Es por ello que en las acciones colectivas re­
acción colectiva dará cuenta de la acción de los obreros siempre que ales es frecuente que la decisión de cooperar se lleve a cabo apelan­
las opciones de los mismos sean limitadas (en este caso cabe supo­ do a motivos de naruraleza no consecuencialista.
ner que lo son, pues la decisión se reduce a cooperar o no cooperar), Si ello es así, parece por completo necesario ir más allá de la
que los incentivos selectivos restringidos estén bien definidos (por teoría restringida de la acción colectiva e intentar elaborar una teo­
ejemplo, algún tipo de beneficio privado que proporciona el sindi­ ría extendida que tenga en cuenta las distintas motivaciones para
cato a los que parricipan en la huelga), que el beneficio de su ac­ la cooperación. Mas, ¿cuáles son dichas motivaciones? , esto es, ¿con
ción -participar en la huelga- sea mayor que el de cualquier qué tipología de motivaciones habremos de contar para poder fun­
otra opción posible (no participar en la huelga) y, por último, que dar una teoría extendida de la acción colectiva?
el marco de la acción resulte de sobra conocido (los obreros, que En una primera aproximación --que no podemos desarrollar en
trabajan juntos en una misma fábrica, se han visto en la misma co­ este trabajo-- cabe distinguir entre macromotivaciones y micromotiva­
yuntura en múltiples ocasiones). Si somos capaces de describir un ciones 61. Con esta distinción se pretende recoger, por un lado, si se
cuadro semejante podríamos explicar la acción colectiva obrera em­ trata de una motivación socialmente compartida y, por otro, su
pleando para ello un dilema del prisionero iterado de n jugadores mayor O menor relación con el cálculo de las consecuencias de la
en que la estrategia que se sigue es la cooperación condicional. acción a la que dan lugar. Así, las primeras harían referencia a mo­
Ahora bien, ¿cómo explicamos la cooperación individual en ac­ tivos para cooperar de carácter general socialmente compartidos
ciones colectivas en las que o bien no se dan dichas condiciones o que a menudo - aunque no necesariamente- no tienen en cuenta
bien el conocimiento de las mismas resulta imposible? No es raro las consecuencias individuales de la cooperación. Las segundas ape­
que la información necesaria para que los individuos elijan un cur­ larían, por el contrario, a aquellos motivos por los cuales elegimos
so de acción en lugar de otro no esté disponible. En primer lugar la cooperación en ciertas circunstancias; siruaciones en las que, por
es bien sabido que la cooperación condicional de individuos racio­ lo común, el cálculo de las consecuencias tiene un peso muy gran­
nales y egoístas que se hallan ante una situación formalizable en los de. Es por ello por lo que mientras las micromotivaciones se rela­
términos del dilema del prisione.t:o de n jugadores iterado conduce cionan con una conducta racional en sentido mínimo -esto es,
a un equilibrio precario. Ello se debe a que en una situación en la apelan a una noción de racionalidad entendida como aquella con­
que haya n jugadores cada uno de ellos cooperará bajo la condición ducta «instrumentalmente eficiente, consistente y orientada al fu­
de que en las jugadas previas hayan cooperado n-1 jugadores 59. las turo» 62_ las macromotivaciones no se relacionarían con este con­
más de las veces resulta imposible o muy costoso obtener una in­
formación semejante sobre las dedsiones pasadas de los demás: a
medida que los grupos son mayores se hace más difícil, como sabe­
60 Williams, 1973; Sen y Wllliams, 1982.
mos, conocer lo que decidieron los demás en anteriores ocasiones. 61 Véase Williams, 1988. Aunque tomamos aquí la terminología de Williams no
A ello habría que añadir que no siempre se puede inferir correcta­ seguimos al pie de la letta sus definiciones. Para Williams una macromotívación es
mente lo que harán los otros a partir de lo que hicieron (aun sa­ un motivo general para la cooperación. Así, una macromotivación egoísta sería un
biendo a ciencia cierta lo que hicieron). En último lugar, parece motivo genetal para actuar egoístamente en toda ocasión. Por su parte, una micromo­
obvio que, por razones bien conocidas, no es posible calcular con tivación sería un motivo concreto para la cooperación: una micromotivación no egoís­
ta, por ejemplo, nos proporciona un motivo pata cooperar con otros en una ocasión
dada, no en general. De esta forma, mientras que Williams distingue las distintas
motivaciones sólo por su generalidad como por su relación con las consecuencias de la
'9 El análisis de Taylor se simplifica aquí suponiendo que todos los que no coopetan acción y el grado en que se comparten socialmente.

condicionalmente son no cooperadores incondicionales. Véase Elster, 198%, p. 44. .2 Elster, 1989b, p. 35.

35
34 Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar

Partiendo de lo dicho hasta ahora podemos elaborar el siguiente


cepto mínimo de racionalidad, en la medida en que no dan lugar
cuadro, que explicaremos a continuación y que nos servirá, además,
ni a nociones orientadas al futuro --esto es, a los resultados- ni
como guía de la posición que adoptan distintos autores a la hora de
instrumentales. Por esta razón, y siguiendo en buena medida a BIs­
resolver el problema de la acción colectiva 66:
ter, denominamos a las macromotívaciones normas sociales de coopera­
ción 63. Esto no supone ni mucho menos que las personas que parti­
cipan en acciones colectivas siguiendo alguna norma sean irracio­
Acci6n colectiva
nales. Tanto las micro (que se apoyan en una racionalidad mera­
mente instrumental) como las macromotívaciones o normas de
cooperación proporcionan a los individuos razones internas para la Teoría extendida
acción. A la hora de explicar la conducta individual hemos de ape­ Teoría restringida
lar a lo que Bernard Williams denomina «conjunto motivacional
\ \
subjetivo del agente». Este conjunto puede contener I
micromotivaci6n: /nesinter~
...disposiciones valorativas, patrones de reacción emocional, fidelidades personales y conducta racio­
proyectos varios, como se les puede denominar abstractamente en la medida en que nal y egoísta

implican el compromiso del agente. Sobre todo, no se supone que los deseos y proyec­ orientada

toS de un agente tengan que ser egoístas; se espera que pueda tener proyectos no ego­
al resultado micromotivaciones macromotivaciones
ístas de distintas clases, y éstos igualmente le proporcionarán razones internas para la
acción 64. \
\
racionalidad normas de

/~
Las acciones que no se puedan explicar apelando al conjunto cooperación
motivacional subjetivo del agente no proporcionarán razón interna
alguna, siendo, por tanto, irracionales. Parece obvio, pues, que las
egoísta altruista
macromotivaciones (esto es, las normas sociales de cooperación)
proporcionan razones internas para la acción y que los individuos
que se guían por ellas distan mucho de ser irracionales. Como
/ ~
resultado proceso
apunta el mismo Williams, no se puede tachar de irracional a una
persona que coopere con otras siguiendo una norma de justicia: Como se puede apreciar, la teoría restringida de la acción colec­
esta norma le proporciona sin duda una razón interna para la ac­
tiva -.-la rama izquierda del cuadro- quedaría englobada en una
ción (para la cooperación en este caso 65). Más adelante volveremos
posible teoría extendida de las motivaciones mixtas. La teoría res­
sobre este partícular.
tringida explica la acción colectiva -la lógica de la cooperación­
apelando exclusivamente a motivaciones individuales egoístas y ra­
cionales orientadas al resultado. Es una teoría en la que el peso de
6' Elster, 1989b, cap. 5 especialmente. Elster no habla en absoluto de «macromo­ las consecuencias de la acción (los resultados beneficiosos de la ac­
tivaciones» que, como ya hemos apuntado, es una terminología que pertenece a ción colectiva para el individuo, en este caso) es decisivo para ex­
Williams. Sin embargo, tal y como Williams entiende las macromotivadones (esto es,
como motivos generales para la cooperación) y considerando el carácter comparrido de plicar esa acción. Desde un punto de vista metodológico este cami­
ciertas motivaciones (las normas sociales como las entiende Elster) no resulta forzado no tiene primacía frente a los demás que se representan en el cua­
llevar a cabo una síntesis de la postura de Williams y la de Elsrer, que es precisamente
lo que intentamos hacer aquí. (Véase Williams, 1988.)
... Williams, 1979, pp. 20-21. .. Este cuadro es una reelaboración del que presenta Elster, 1989b, p. 36.
él Ibid., p. 27.
36
Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 37

dro: «Cuando se intenta explicar la participación individual en la ción colectiva sino, más bien, porque quizás disfrutamos partici­
acción colectiva --asegura Elster- se debe comenzar por el tipo pando o porque quizás nos sintamos así realizados. Pese a la impor­
de motivación lógicamente más simple: la conducta racional y tancia de estas motivaciones no cabe duda de que, como apunta
egoísta orientada al resultado» 67. Algunos de los autores que he­ Elster, no pueden ser nunca la base de acciones colectivas estables a
mos tratado en el presente artículo (Taylor y Axe1rod en especial) menos que vayan unidas en cierto modo a otro tipo de motivacio­
tienen para sí que, hoy por hoy, no existe una alternativa satisfacto­ nes: el placer de la participación o la autorrealización suelen ser
ria a la teoría restringida de la acción colectiva 68. Es bien cierto subproductos de la cooperación, no fines en sí mismos 70.
que, por el momento, las explicaciones más avanzadas de la partici­ Podríamos decir, pues, que, en general, las micromotivaciones
pación individual proceden de la teoría restringida, pero ello no representan todos aquellos motivos de la acción --egoístas y no
implica, empero, que no debamos buscar una teoría que tenga en egoÍstas- ligados a una concepción instrumental de la racionali­
cuenta otras motivaciones.
dad en la que el peso de las consecuencias de la acción es decisivo
En este sentido, el nuevo modelo de la elección racional de para que los individuos determinen si cooperarán o no: desde este
Margolis y la teoría de las metapreferencias de Sen serían dos posi­
punto de vista, se considera que las personas participan en acciones
bles extensiones de la teoría restringida que incluyen el altruismo
colectivas porque les beneficia, porque benefician a otros o, sencilla­
entre las motivaciones para la cooperación. Sen y Margolis, sin em­
mente, porque se divierten participando. U na teoría extendida de la
bargo, hacen mayor hincapié en el problema de las motivaciones
acción colectiva que intentara explicar la participación individual
mixtas intraindividuales que en el de las motivaciones mixtas inter­
apelando a las micromotivaciones debería tener en cuenta, pues, la
individuales 69. Con todo, la obra de ambos autores es la más desa­
conducta racional y egoísta orientada al resultado, la conducta ra­
rrollada hasta ahora en el ámbito de las micromotivaciones mixtas.
cional y egoísta orientada al proceso y la conducta racional no
Algunos autores, entre los que destacan Hirschman y Scitovski,
egoísta, si bien habría de otorgarle siempre primacía metodológica
consideran de enorme importancia las micromotivaciones raciona­
a la primera de dichas conductas.
les y egoístas orientadas al proceso. Esto significa que a menudo no
Aún cabría la posibilidad, como ya hemos apuntado, de amplíar
participamos porque nos interese en especial el resultado de la ac­
de nuevo aquella teoría extendida la acción colectiva basada en las
micromotivaciones, de forma que nos permitiera albergar los motivos
de la cooperación que no se relacionan (al menos no directamente)
67 Elster, 1989b, p. 37. Según Elster ello se debe a que si bien es lógicamente posi­
con el cálculo de las consecuencias. Las micro motivaciones están liga­
ble imaginar una sociedad en la que todo el mundo fuera 'egoísta, no resulta imagina­
das --como ya hemos señalado-- a una concepción instrumental de
ble una sociedad en la que todos fueran altruistas, siquiera sea porque al menos es
la racionalidad: si quieres obtener X (beneficio privado, diversión,
preciso que exista un egoísta sobre el que los demás puedan ejercer su altruismo.

placer, promoción del bien común, etc.) haz Y Ahora bien, no siem­
68 Véase Axelrod, 1986, y Taylor, 1988, p. 66. Véase también Olson, 1971, y Har­
din, 1982a. En opinión de Míchael Taylor, «no tenemos ... ni una teoría general de la pre la participación individual en acciones colectivas resulta explica­
motivación de la que la teoría restringida sea un caso especial, ni teoría explicativa al­ ble apelando a los cánones de la racionalidad instrumental. Con
ternativa alguna que sea aplicable al residuo de la conducta no restringida. Es bastan­ cuencia una persona coopera -le beneficie o no-- porque cooperan
te probable que la mayoría de los casos de participación en la acción colectiva y en otras o porque considera que es su deber, más allá de las consecuencias
otras clases de contribución al suministro de bienes públicos que no se puedan expli­ de la acción 71. Es aquí donde habría que introducir el concepto de
car mediante l~ teoría restringida se puedan entender uno por uno como búsqueda del
placer, altruismo o alguna forma de autoexpresión, pero las teorías disponibles que
macromotivaciones para explicar aquellos motivos de la cooperación no
incluyen estas motivaciones se encuentran lejos de aportar un fundamento para una ligados estrictamente al análisis las consecuencias de la acción.
teoría comprobable de la acción colectiva» (Taylor, 1988, pp. 92-93).
69 Véase Margolis, 1982, y Sen, 1982b. Para una crítica de la teoría de Margolis vé­
ase Taylor, 1983. Sobre la importancia del altruismo pata el éxito de la acción colecti­
va véase Marwell, 1982, y Taylor, 1987, cap. 5. 10 Véase Hirschman, 1986; Scitovski, 1976, y Elster, p.45.
71 Sigo aquí a Elster, 1985, y, sobre todo, EIster, 1989b, pp. 98 y ss.
38
Intereses individuales y acción colectiva
FerlU1Jldo Aguiar .39
Motivos, en otras palabras, que ni están orientados al futuro ni están
relacionados (directamente) con los resultados de la acción. Si la car la acción colectiva de una manera aún más completa --que, en
acción racional, en las que se apoyan las micromotivaciones, adquiere definitiva, es el tema que nos ocupa- es de incluir junto con las
la forma «haz Y si quieres obtener X», las macromorivaciones, por su mÍcromotivaciones un tipo específico de macromodvaciones o nor­
parte, se podrían presentar de la siguiente manera: «haz X», «no ha­ mas sociales: las normas de cooperación 76,
gas Y», «si otros hacen X haz tú Y», etc. 72. Así, las macromotivacÍo­ Parece obvio a estas alturas, pues, que la teoría restringida de la
nes, como vemos, se relacionarían con la conducta guiada por normas; acción colectiva, pese a su enorme éxito, dista mucho de ser satis­
mas no por nonnas individuales, sino sociales: se trataría de motivos factoria por completo. Ahora bien, ¿implica ello acaso que poda­
pára la acción -una acción no orientada necesariamente al resulta­ mos desarrollar una teoría extendida de la acción colectiva que la
do- compartidos con otros (de ahí el apelativo «macro» para este sustituya integrándola, una teoría, en otras palabras, de las moti­
tipo de motivaciones) y que se apoyan, además, en la aprobación o vaciones mixtas para la cooperación? No está muy daro que seme­
desaprobación de nuestras acciones por parte de esos otros 73. jante tarea resulte posible, pues la multiplicación desmedida de
En opinión de Jon BIster las normas sociales no se pueden re­ motivos para la cooperación podría hacer de la teoría de la acción
ducir a la teoría restringida de la racionalidad -ni siquiera se colectiva algo inmanejable o tautológico. En cualquier caso, a
podrían reducir, por emplear nuestra terminología, a simples mi­ nuestro entender sería preciso seguir la siguiente táctica a la hora
cromotivaciones- pues presentan por sí mismas una fuente au­ de realizar trabajos sobre los problemas de la acción colectiva: do­
tónoma de motivación 74, En los términos que empleamos aquí tar de, mayor fundamento empírico a la teoría restringida, por una
diríamos que las normas sociales tal y como las entiende BIster parte, e intentar, desde una perspectiva más formal, desarrollar una
proporcionan razones internas para la acción, de donde se desprende teoría extendida de la acción colectiva (una teoría que englobe las
su carácter motivacional autónomo con respecto a lo que denomi­ macro y las micromotivaciones). Del éxito de esta segunda labor,
namos micromotivaciones: dichas normas formarían parte del con­ empero, no podemos estar seguros en absoluto.
junto motivacional subjetivo del agente y entrarían a menudo en
competencia directa C0n los motivos de la acción basados en la ra­
cionalidad instrumental 75, De lo que se trataría a la hora de expli­

72Véase EIster, 1989a, p. 113; 1989b, p.9S; 1990a, p.S63, y 1990b.


H Véase Elster, 1989b, p. 99. Parece obvio que también las micromotivaciones se

pueden compartir con otros. Ahora bien, mientras que para la definición de las ma­

cromotivaciones o normas sociales este rasgo es completamente necesario, no lo es,

por el contrario, para las micromotivaciones: no sería inconcebible que una persona

fuera la única en conducirse por una norma moral (no social) que le obligara a ser al­

truista para con todos sus semejantes.

" Elster, 1989b, pp. 125-151; Elster, 1990a. En una línea muy distinta véase
Pettit, 1990, y Cristina Biccheri, 1990, que abogan por la reducción de las normas so­
ciales a elecciones racionales: «La tesis que desearía Sostener es que las nonnas sociales
son el resultado del aprendizaje en un contexto de interacción estratégica; de ahí que
estén en función de elecciones individuales y, en última instancia, de las preferencias y
creencias individuales» (Biccheri, 1990, p. 839). La tesis de Biccheri depende en gran
medida de UlImann-Marglitt, 1977, en cuya obra se afronta por primera vez el surgi­
miento de las normas sociales en los términos de la teoría de juegos.
" Véase Williams, 1979, p. 27. ,6 Para un análisis --del que no nos podemos ocupar aquí- de ciertas normas con­

cretas de cooperación véase Elster, 1989b, cap. 5.


Intereses individuales y acción colectiva Fernando Aguiar 41

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Shubik, M. (1982), Game Theory In the Social Sciences. Concepts and Solutions, Cambrid­ de acción colectiva. Para evitar frases incómodas, me referiré a los
ge, Mass., The MIT Press. que toman las decisiones como agentes «individuales». Incluso
Simon, H. (955), «A Behavioral Model ofRational Choice», QuarterlyJournalofEco_
n(/TI'Jics, vol. 69, pp. 99.118.
cuando de hecho se trata de actores corporativos, son individuos en
el sentido de que tienen que tomar una decisión. La empresa estable­
- (983), Reason in Human Affoirs, Oxford, Basil Blackwell.
ce un precio para sus productos; no tantos precios como empleados.
- (986), «De la racionalidad Sustantiva a la procesal», en E Hahn y M. HoUis
(comps.), Filosofía y teoría económica, México, FCE, pp. 130-171. Quiero discutir qué clase de explicaciones pueden dar razón de las
Slote, M. (989), Beyond 0ptimizing, Cambridge, Mass., Harvard Universiry decisiones que se toman en las situaciones de acción colectiva. En con­
Press.
creto, consideraré la importancia de la racionalidad y la moralidad en
A. (1790), The Theory ofMoral Sentiments, reimpreso en D. D. Raphael yA. 1. la explicación de esas elecciones. Esto significa que no confrontaré di­
Macfie (eds.), Oxford, Clarendon Press, 1975. [Teoría de los sentimientos morales,
México, rectamente el problema de lo que creo que es la línea de acción moral­
Taylor, M. (1976), Anarchy and Coopera/ion, Londres, Wiley. mente requerida en tales circunstancias. Antes bien, discuto hasta qué
- (982), C(/TI'Jmll11ity, Anarchy and Liberty; Cambridge, Cambridge University Press. punto las elecciones de la gente se pueden explicar por lo que creen
- (1983), «Selfishness, Alrruism and Rarionaliry», Ethisscs, 94, pp. 150-152. que es moral. Esto no significa que mis propias concepciones morales
(987), The Possibility ofCooperation, Cambridge, Cambridge Uníversity Press. no tengan importancia o no puedan deducirse de lo que voy a decir.
(988), «Rarionality and Revolutionary Collecrive Acrion», en M. Taylor He aquí algunos ejemplos de la clase de elecciones en las que
(comp.), Rationality and Revolmion, Cambridge, Cambridge Universiry Press. estoy pensando. ¿Debo cruzar la línea de piquetes o no? ¿Debo de­
(Traducido en esre volumen.]
Taylor, M., y Hugh Ward, (1982), «Chickens, Wales and Lumpy Goods: Alrernative
jar las botellas de cerveza en la playa o llevármelas a casa? ¿Debo
Models ofPublic Goods Provision», Polítical Studies, vol. 30, pp. 350-370.
tomarme esta porción extra de pastel de crema? ¿Debo votar en
Ullmann-Marglir, E. (1977), The Emergence ofNorms, Oxford, Clarendon Press.
unas elecciones presidenciales o no? ¿Debo evadir mis impuestos
Ward; H. (1987), «The Risks of a Reputation fur Toughness: Srrategy in Public
sobre la renta cuando no hay riesgo de que se detecte? ¿Debe im­
Goods Provision Problems Modelled by Chicken Supergames», British Journal of poner un sindicato una política de sindicación obligatoria? ¿Debe
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un país de la OPEP cumplir la política de cártel de restringir la pro­
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ducción? ¿Debe permitir una generación que se deteriore la infra­
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136-155. Traducción de Fernando Aguiar.
Press.F. (1987), The Dinamics of Deterrance, Chícago, The Universiry oE Chicago
Zagare, Este artículo fue presentado primero en el Oberlin Colloquium, del 13 a 15 de abril
de 1984, y después, en la presente versión, en la Universidad de Chicago, en la
George Lurcy lecrure, 1983-1984.

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