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Liderazgo y Educación - (LIDERAZGO Y EDUCACIÓN) PDF
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LIDERAZGO PERSONAL Y
CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PROFESIONAL DEL DOCENTE
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LIDERAZGO PERSONAL Y
CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PROFESIONAL DEL DOCENTE
Si tengo que elegir cuatro hombres que hayan tenido un poder mayor que los
demás deberé mencionar a Buda y a Cristo, a Pitágoras y a Galileo. Ninguno de
ellos tuvo el apoyo del Estado hasta que su propaganda hubo alcanzado el buen
éxito durante su vida. Ninguno de los cuatro hubiera influido en la vida
humana como lo hubiera hecho si el poder hubiera sido su objetivo primordial.
Ninguno de los cuatro aspiró al poder que esclaviza a los demás hombres, sino
al que les hace libres…
Bertrand Russell, 2010[1938], 254
1. Introducción
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Estos datos quizás sean suficientes para considerar que desde la Teoría de la
Educación debemos problematizar el sentido y alcance del liderazgo educativo, hasta
ahora relegado a otras áreas de conocimiento, ya que desde él se está abordando
también el problema de la calidad y la equidad de la educación, el desafío del
aprendizaje para toda la vida, el reto de la empleabilidad, el impacto formativo de la
globalización, la delimitación de los escenarios educativos posibles que se puedan dar
en los próximos años... El docente, como figura clave dentro del sistema escolar, en la
medida en que se relaciona con el liderazgo, se abre a diversas interrogantes que tienen
que ver con lo que cuenta como una buena educación y un buen gobierno.
2. Estado de la cuestión
2
Dato contrastado en la información vertida en la página web del Seminario Interuniversitario de Teoría de
la Educación.
3
Podríamos pensar en célebres díadas históricas o literarias, donde se pone de manifiesto este sentido del
liderazgo, reflejado inmortalmente, por ejemplo, en El Quijote y Sancho, esos universales cervantinos.
4
Resulta sintomático que en el Diccionario de la RAE (22ª ed.) liderazgo lo definan como liderato,
condición de líder, y como la situación de superioridad en que se halla una empresa, un producto o un
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Liderazgo personal y construcción de la identidad profesional del docente
distan mucho de este sentido expuesto, aunque pueda adecuarse mejor su significado a
unos ámbitos que a otros.
No parece que sea muy desacertado asociar el fenómeno del liderazgo, de algún
modo, al del poder, aunque el propósito no sea precisamente complaciente, sino
transgresor (contra la acumulación del poder en el líder). Después de criticar sin
ambages a Fichte, al que incluyó, como es sabido, entre los idólatras del Estado que
consideraron la educación como instrumento valioso para el logro de sus fines
amparándose en la aniquilación del libre albedrío y cediendo a su proclividad al poder
con el pretexto del logro de un bien absoluto, Bertrand Russell nos dejó dicho hace tres
cuartos de siglo sin que sus palabras hayan perdido una nonada de vigencia: “El amor al
poder es el peligro principal del educador, como el del político; el hombre a quien se
puede confiar la educación debe cuidar de sus discípulos por sí mismos, y no
únicamente como soldados potenciales de un ejército o como propagandistas de una
causa” (Russell5, 2010[1938], 284).
muy eficaz para la determinación de líderes, la teoría de los rasgos vendría a incidir en
la idea de que “el líder nace, no se hace” (Stogdill, 1974) pero, a la postre, trata de
perfilar aquellos atributos o rasgos que caracterizan al líder como guía del grupo. Los
enfoques conductuales, por otra parte, se han centrado en tratar de diferenciar los estilos
de liderazgo más válidos en función de la productividad y satisfacción de los miembros
del grupo6. En la tradición generada por las teorías basadas en el comportamiento cabe
señalar como un referente inexcusable las investigaciones llevadas a cabo en la
Universidad de Ohio (Fleishman, 1995) en la década de los años cincuenta del siglo
sector económico, dentro de su ámbito. Curiosamente estamos ante una palabra que no tiene sinónimo. En
cambio, para el término líder se proponen caudillo, adalid, paladín, cabeza, jefe…, todas ellas muy lejanas
a las propuestas educativas que se están exponiendo. Por estos motivos, en esta ponencia al hablar de
liderazgo y líder no utilizaremos sinónimos.
5
Para el filósofo británico, el poder es la habilidad para alcanzar las metas. Pero, particularmente, Russell
tenía presente el poder social, o sea, el poder sobre los otros. Considerando que el deseo de poder forma
parte de la naturaleza humana, todos los temas de las ciencias sociales no serían sino análisis de diferentes
formas de poder, especialmente, las formas económicas, militares, civiles y culturales.
6
Los famosos estilos de liderazgo autocrático, democrático y de laissez-faire, identificados en las
investigaciones sobre climas sociales de grupo llevadas a cabo a finales de la década de los años treinta
del pasado siglo (Lewin, Lippitt y White, 1939), han tenido una notable repercusión en buena parte de la
investigación y teoría elaborada en el ámbito de las ciencias sociales contemporáneas.
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XX, donde se identificaron, mediante análisis factorial, como más significativos, los
factores7 de “consideración” e “iniciación de estructura” que, de alguna manera, han
orientado gran parte de los estudios sobre el fenómeno del liderazgo hasta nuestros días.
De estas investigaciones puede inferirse que los factores situacionales parecen tener
mayor importancia de la otorgada inicialmente. La teoría de los roles, que puede
considerarse próxima al enfoque conductual, contempla las dos categorías señaladas por
las célebres investigaciones de Ohio: roles de tarea, de naturaleza cognitiva y centrados
en la planificación y la organización; y roles de corte socioafectivo, que giran en torno a
la dedicación a la conexión emocional entre los miembros del grupo. Pero los vincula a
los factores situacionales. El profesor canadiense Henry Mintzberg (1973, 2000, 2005),
célebre iconoclasta de la estrategia empresarial, podría considerarse un destacado
representante de la teoría de los roles, según la cual el estilo de liderazgo empleado será
efectivo en función de los roles desempeñados en cada situación. El trabajo de un líder
implica adoptar distintos roles en diversas situaciones para contribuir a cierto grado de
orden dentro del caos que reina por naturaleza en el seno de las organizaciones
humanas. Para Mintzberg, la planificación estratégica gira en torno a tres falacias: la de
la predicción, el entorno futuro no puede predecirse; la de la independencia, la
planificación no puede contar con toda la información necesaria para la formulación
estratégica; y la de la formalización, los procedimientos formales de planificación
estratégica son insuficientes para hacer frente a los cambios constantes del medio, por lo
que las organizaciones precisan de los sistemas informales.
Desde estos supuestos, se han formulado las diversas teorías situacionales. El modelo
de contingencia propuesto por Fiedler (1984) nos presenta al líder como un agente
(variable independiente) cuya influencia depende de elementos situacionales (variables
moduladoras). Los factores que determinan la favorabilidad de la situación se sintetizan
en la relación entre el líder y los miembros, la estructura de la tarea y la posición de
poder del líder. La teoría de la expectativa de meta (House y Mitchell, 1974) ha
insistido en que la eficacia del estilo de liderazgo para incrementar la motivación de los
miembros del grupo estará en función de las características de los mismos, de las
características de la tarea y de las presiones ambientales. La teoría del liderazgo
situacional8, de Hersey y Blanchard (1977, 1979), está fundada en que las actitudes de
liderazgo deben apoyarse en las que se observan en el grupo, o sea, en su disposición,
resultando de este modo dos posibles estilos de liderazgo: directivo, donde el líder
7
Aunque originalmente se identificaron cuatro factores (consideración, iniciación de estructura, énfasis en
la producción y sensibilidad), finalmente las investigaciones mostraron a los dos primeros como los
únicos significativos. El factor “consideración” hace referencia al grado en que el líder tiene presente el
bienestar de los miembros del grupo, mientras que el de “iniciación de estructura” está orientado hacia los
comportamientos del líder que están relacionados con el logro de la tarea por parte del grupo.
8
Esta teoría nos recuerda los planteamientos expuestos en la teoría XY de Douglas McGregor (1994). En
esta teoría basada en el comportamiento también hallamos dos tipos de liderazgo: para la teoría X, el líder
actúa como jefe y guía, el grupo carece de iniciativa y cooperación; para la teoría Y, el liderazgo se ejerce
de manera participativa y consultiva.
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indica normas o tareas; bidireccional, en el que todos los miembros del grupo escuchan
y se involucran en la toma de decisiones. En su teoría de la decisión normativa, Vroom
y Yetton (1973) presentaron diversos procedimientos para la toma de decisiones
(decisiones autocráticas del líder, decisiones autocráticas posteriores a la recogida de
información adicional, consultas individuales, consultas con el grupo, decisiones
grupales) según el contexto en que se desarrollen. Incluso las variables situacionales
(experiencia y capacidad de los miembros del grupo, claridad de las tareas o
estructuración de la organización) pueden convertirse en neutralizadoras del liderazgo,
convirtiéndolo en algo superfluo, como defendieron Kerr y Jermier (1978) en su teoría
de los sustitutos del liderazgo.
9
Desde el enfoque de la IE (inteligencia emocional), los dos estilos de liderazgo clásicos se reinterpretan de
un modo distinto y más complejo. En el modelo de Mayer y Salovey (1997), la IE se concibe como la
habilidad de las personas para percibir, usar, comprender y manejar las emociones. Con lo que estas
habilidades pueden usarse sobre nosotros mismos (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o
sobre los demás (competencia social o inteligencia interpersonal). Ambas competencias son
independientes. El líder de tarea, que en la visión clásica no requería de habilidades emocionales, ahora
también las precisa, aunque relativas estrictamente a la “competencia personal”.
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zaciones, más que sistemas, son entidades culturales en las cuales los significados que
en ellas se producen son más relevantes que las propias acciones. Puesto que los
significados emergen del sistema de creencias y de la reflexión que se desarrolla en la
organización que, a la postre, definen lo que es importante y lo que ha de dirigir el
comportamiento. En suma, el liderazgo transformacional, respetando las diferencias
individuales, subraya el valor de una cultura organizacional donde se estimula la
participación, la observación, la crítica y la acción coordinada bajo un espíritu de
10
Cuando Max Weber (2009[1921-1922]), en su Wirtscheft und Gesellscheft (Economía y Sociedad), obra
póstuma publicada por iniciativa de su mujer, Marianne Weber, se refirió a la autoridad del líder, señaló
tres bases de poder: la racional, que descansa en la creencia de la legalidad de los patrones normativos y
en el derecho a hacerlos cumplir de aquellos que poseen una autoridad legal para hacerlo; la tradicional,
fundada en la creencia de la inviolabilidad de las tradiciones; y, finalmente, la carismática, apoyada en el
heroísmo, en el carácter ejemplar y excepcional de una persona, y en los patrones normativos que ella
revela. La preferencia de Weber por la autoridad racional se debió a que vio la imposibilidad de la
continuidad temporal del líder carismático y las deficiencias obvias del apego exclusivo a la tradición.
Mirémoslo como queramos y al margen de las consabidas críticas que ofrece la vía racional-técnica para
las organizaciones, el enfoque estructuralista de Weber, visto en su contexto, aludía al bien del conjunto
de la organización, que debe proseguir al margen de la acción de cualquier líder personal, por carismático
que éste pueda ser. Supuso un desplazamiento focal desde el sujeto a la institución. Como ha mostrado la
investigación posterior sobre la mente y sobre la adaptación humana, su propuesta estructuralista ha
quedado en entredicho.
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compromiso con la mejora. De suerte que, bien considerado, tal liderazgo se muestra
atento y receptivo a la contingencia y a la informalidad propias de toda institución
“viva”. Si la realidad es cambiante y dinámica, el liderazgo también ha de serlo, en un
proceso de permanente renovación que ha de implicar a todos los miembros de la
organización.
Para una mejor comprensión de las implicaciones del liderazgo en las políticas
educativas es conveniente revisar qué dicen al respecto la OECD y la UNESCO como
referentes a nivel mundial, y la Unión Europea como principal y más directo marco de
nuestra política educativa.
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Ahora, no podemos perder de vista que tanto si hablamos del liderazgo del
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director, como de cualquier otro actor del centro educativo, éste debe saber entender y
atender las expectativas políticas y culturales de su entorno y su inclusión en la
dinámica del centro y del aula (Bolhöfer, 2011; López Yáñez, Sánchez y Altopiedi,
2011).
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Lo que se resalta tras todos estos informes es que el liderazgo nunca puede ser
algo referido a una única función, o que desempeñe una única persona. Es necesario un
desempeño interactivo, colaborativo, ya que “… la esencia del liderazgo no es el actor
social individual, sino una relación de direcciones, movimientos y orientaciones casi
imperceptibles que no tienen ni principio ni fin” (Woods, 2005, 115). De este modo, la
definición que resulta determinante para una organización es la “emergencia de un
sentido compartido de dirección junto con una influencia perceptible, finalmente, en que
todos se muevan en esa dirección” (Leithwood y Day, 2007, 4). De este modo, esta
capacidad de liderazgo compartido crea ese clima formativo necesario a través del cual
logra resultados de aprendizaje previstos y de calidad. Es capaz de aprovechar todos los
canales de influencia: actores y agentes de la organización educativa, cultura
organizacional, estructura, redes sociales, etc., para favorecer experiencias de
aprendizaje realmente relevantes (Supovitz, Sirinides, y May, 2010; Young, 2011), ya
que, en definitiva, “el impacto del liderazgo educativo sobre los logros de los
estudiantes es algo evidente. Algunas investigaciones nos muestran que este representa
el 27% de variación en el rendimiento de los alumnos en todas las escuelas. Está
demostrado que la calidad del liderazgo determina tanto la motivación del profesorado
como la calidad de su enseñanza” (European Commision, 2012, 43).
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Liderazgo personal y construcción de la identidad profesional del docente
El maestro es esa persona en la que, por primera vez, descubrimos que somos
capaces de aprender, y a la vez, objeto de la máxima atención de otra persona que nos
hace sentirnos capaces de comprender y aprender el mundo y a nosotros mismos.
Cuando en algún momento los profesores son capaces de sentir de ese modo la labor
que realizan, entonces pueden tener la certidumbre de haberse encontrado con lo
esencial, lo que justifica su compromiso con la profesión, de que todavía es posible,
pese al desánimo y el derrotismo, que haya transmisión y que la profesión adquiera
sentido (Meirieu, 2006).
El buen hacer docente es muy difícil que se dé sin que haya una implicación
personal por parte de los que enseñan, sin que crean en lo que hacen o sin que traten de
transmitir el valor de aquello que hacen: enseñar y favorecer los aprendizajes valiosos.
La buena docencia será aquella que logre armonizar la necesidad y el valor del saber
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frustraciones. Educar es atender a todos, pero especialmente rescatar a los que más lo
necesitan, a los que Pennac en su libro llama “zoquetes”. Así describe él a los
profesores que le salvaron de la pasión del fracaso y le introdujeron en la pasión de
enseñar:
“Los profesores que me salvaron –y que hicieron de mí un profesor– no estaban formados
para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el
tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a
adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron
atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más... Y acabaron sacándome de
allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida”
(Pennac, 2008, 36).
Entre el amor a los alumnos y el amor al saber, no es necesario elegir, ambos son
ingredientes de los procesos de enseñanza. No se trata de enfrentar una profesión
centrada en el alumno, que se dedica a ayudarlo a comprender, con una profesión
centrada en el saber, que se contenta con transmitir los conocimientos a los alumnos y
les anima a trabajarlos de manera autónoma. Ambas cosas son necesarias y se
complementan. Al trabajar con los contenidos, los alumnos aprenden y al aprender
crecen como personas.
Para aspirar a tener oportunidades de éxito en la enseñanza, para aspirar a que los
alumnos reconozcan a sus profesores el derecho a ejercer alguna influencia sobre ellos,
es necesario que tengan un sentido claro de identidad. Al reconocimiento de ese derecho
a ejercer influencia sobre los alumnos, se le ha denominado autoridad, una autoridad
liberadora que se basa en el reconocimiento en otra persona de un mejor ser, de unos
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Liderazgo personal y construcción de la identidad profesional del docente
Sachs (2003) diferencia entre una identidad profesional gerencial, que identifica
con los profesores más centrados en la eficiencia y la responsabilidad respecto a los
imperativos normativos que miden la calidad de acuerdo a unos estándares externos,
competitivos, controladores y reguladores; y una identidad activista o comprometida,
centrada en la convicción del aprendizaje de los alumnos y la mejora de las condiciones
que lo hacen posible. Cuando en los centros impera esta segunda forma de entender la
enseñanza, prevalece un interés por investigar, por crear ambientes de colaboración y un
fuerte compromiso moral y con los valores sociales, lo que hace posible trascender los
fines previstos en la normativa legal.
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Las teorías más populares sobre liderazgo dejan claro que los líderes de éxito
además de organizar, dirigir y supervisar, entablan relaciones con toda la comunidad
escolar, se centran en las personas y personifican unos valores y unas prácticas
coherentes que tratan de compartir con los demás. Las escuelas que se mueven con un
aprendizaje enriquecido (Rosenholtz, 1989) son lugares en los que hay unos valores y
finalidades fundamentales que se mantienen, oportunidades regulares y frecuentes para
compartir experiencias, colegialidad, actividades de desarrollo profesional, que
contemplan el conocimiento para la práctica, en la práctica y de la práctica y, lo más
interesante de todo, los docentes reflexionan sobre sus motivaciones, identidades,
emociones y compromisos. Todos estos elementos que conforman la cultura de una
comunidad escolar, la red acordada de sus dependencias mutuas, son elementos muy
importantes a los que se les ha prestado mucha menos atención que a los cambios
estructurales, cuando es realmente difícil que la eficacia llegue a los corazones de
padres, profesores y alumnos desde las frías páginas de los boletines oficiales.
En cierta manera, ser líder educativo es buscar con esperanza el aporte único que
hay en cada persona, mientras no deja de construirse uno mismo en aquello con lo que
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casi todos los problemas que aquejan a la sociedad. Unida a ésta como la otra cara de
una misma moneda, aparece la imagen del profesor-villano, al que se hace responsable
de las deficiencias del sistema, de la incapacidad de la educación para responder a las
nuevas demandas, cuando no se le acusa directamente de buscar sólo su interés egoísta
o incluso, en ocasiones, de valerse de su situación para abusar de su poder.
Como en el caso de la ética del líder, también los enfoques actuales en torno a la
identidad profesional del profesor reclaman la adopción de perspectivas más centradas
en lo cotidiano, en las que la identidad aparece como un concepto relacional, que
emerge en la relación con los otros, y fluido, que se construye narrativamente, afectado
por las experiencias, los elementos que consideramos más determinantes de nuestra
posición en el mundo (edad, género, etnia, origen social, etc.) y las condiciones
asociadas a la práctica (Mensah, 2012; Tobin y Llena, 2012).
corporativismo, y del bueno! Qué triste ver cómo la sociedad moderna ha eliminado esta
dicotomía tan necesaria. Una cosa es hacer y otra ser.”
Otras respuestas evitan, sin embargo, cualquier perspectiva que pueda considerar
la existencia de un ser genérico del profesor. Susana, por ejemplo, estudiante también de
una especialidad de ciencias humanas, afirma:
“¿Qué es ser profesor? En primer lugar, cabría impugnar cualquier pregunta que fuera
esencialista tal y como lo es la anterior, cabría impugnar cualquier pregunta que se
formulase acerca de en qué consiste la identidad del profesor como aquello que trasciende
más allá de ser profesor de esta o de aquella materia… como si lo verdaderamente
sustancial fuera el enseñar algo y no el enseñar algo acerca de algo. Precisamente con ese
espíritu se funda el ‘Máster de formación del profesorado’, que entiende que es posible
formar ‘profesorado’ entendido como ‘absoluto’. Es decir, que si en algún sentido
pudiéramos determinar qué es ser profesor, podríamos decir que, en primer lugar, se es
profesor de una materia y en la medida en que se es profesor de una materia, un profesor es
un perfecto conocedor de la materia que pretende enseñar. En segundo lugar, que un buen
profesor será aquél capaz de transmitir, enseñar, mostrar a un alumno dichos
conocimientos.”
11
La experiencia se ha llevado a cabo durante el curso 2012-2013 con estudiantes del Máster en Formación
del Profesorado de Educación Secundaria de la Universidad Complutense. Se solicitó autorización a los
estudiantes para citar sus textos. Sus nombres han sido cambiados.
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Por último, Manuel, Licenciado en Ciencias Económicas, que llega al Máster tras
haber trabajado varios años en el mundo de la empresa, adopta una postura que
podríamos llamar funcional, más centrada en las habilidades relacionales del docente,
que el conocimiento a impartir. Escribe:
Hace un siglo, John Dewey insistió ya en esa imagen del docente como líder,
dentro de su metáfora del profesor-artista (Simpson, Jackson y Aycock, 2005). Hoy
vuelve a reconocerse esta aportación, hasta el punto de que una de las últimas
recopilaciones de trabajos de Dewey lleva precisamente por título Teachers, Leaders,
and Schools (Simpson y Stack, 2010). Nos basaremos en una relectura de sus ideas para
identificar algunas condiciones del liderazgo docente y situar las respuestas de nuestros
estudiantes en un marco teórico de discusión.
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Liderazgo personal y construcción de la identidad profesional del docente
Empezando por lo más básico, como hemos visto, con independencia de la teoría
que se adopte, más centrada en rasgos o más centrada en situaciones, el liderazgo es
algo que se ejerce siempre en el seno de una relación, de un grupo. Las implicaciones de
esta idea tal como la formuló Dewey van, sin embargo, más allá de entender
simplemente el liderazgo docente como algo grupal. En Experience and Education,
Dewey contrapuso la figura del profesor que actúa, “como un dictador”, desde el
exterior de la clase, a la del profesor líder de un grupo social que dirige procesos de
cambio en los que todos participan (Dewey, 2004[1938] 99). Lo propio del liderazgo
docente, tal como lo entiende Dewey, es que es una dirección que se ejerce desde el
interior del grupo. El profesor líder hace suyo el objetivo del grupo, el aprendizaje, y, al
hacerlo, se pone al mismo nivel que sus aprendices. Los especialistas actuales sitúan en
este actuar desde dentro en vistas a una meta compartida la base del liderazgo
organizativo, lo que, como señala Dimmock, ha llevado a abandonar la vieja visión
“heroica” y “carismática” del líder que dirige desde arriba en favor de modelos de
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liderazgo distribuido (Dimmock, 2012, 98-114). En este sentido, ya hemos señalado que
el liderazgo en las instituciones educativas tiende a verse hoy como un liderazgo
compartido. Cuando esta filosofía de actuación desde dentro se traslada del centro a la
vida del aula, implica no sólo una forma de organización, sino, sobre todo, una
determinada concepción del aprendizaje y el conocimiento, que Dewey plasmó en su
noción de la democracia como empeño fundamentalmente epistemológico (Johnston,
2006).
Dewey añade dos condiciones vinculadas a la idea del profesor como líder
intelectual. La primera es la posesión de un conocimiento amplio de la materia a
enseñar: “El problema de los alumnos se encuentra en la materia; el problema del
maestro estriba en saber qué hace la mente de los alumnos con la materia” (Dewey,
2007[1933] 272-273).
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movimiento de la mente de otros” (ibíd., 345). En Dewey, por tanto, no hay ningún
rechazo al valor del conocimiento como elemento de la vocación o el liderazgo docente.
Lo que rechaza es una visión acumulativa del conocimiento que se transmite de una
mente a otra. El conocimiento es, más que un material a transmitir, el empeño que
proporciona el objetivo compartido a los alumnos y al profesor. El propio Dewey no dudó
en criticar desde este punto de vista el lema de la educación centrada en el niño (child-
centered school), bandera del movimiento de educación progresiva, planteado como
antítesis al valor de las materias de enseñanza. En su ensayo How Much Freedom in New
Schools? de 1930, mantuvo que las interpretaciones más habituales de la educación
centrada en el alumno caían en el mismo error que trataban de evitar, pues estaban todavía
demasiado obsesionadas por el factor personal, más que por la experiencia compartida en
la que participan profesores y alumnos (Dewey, 2008[1930] 322).
La comprensión del liderazgo educativo del profesor exige ese desplazamiento del
que habla Dewey desde el factor personal o subjetivo al factor objetivo de la tarea a
realizar, si bien cabría añadir que sin caer por ello en una objetivación de las personas
involucradas en la relación. Ese compromiso con “lo otro”, con lo que genéricamente
puede llamarse “el mundo” es lo que permite diferenciar el liderazgo educativo de otras
formas de liderazgo, como el psicoterapéutico. Como advirtió el maestro de Arendt,
Karl Jaspers, la educación no se sitúa ni en el plano objetivo ni el subjetivo, sino en el
escurridizo terreno que queda “entre” estos dos extremos (Jaspers, 1958-59, I, 140). La
educación exige un objetivo que trasciende al educador y al educando. Lo que convierte
el liderazgo en relación educativa es la tensión entre estos dos polos: la intencionalidad
funcional de cara a un objetivo que supone desde algún punto de vista una mejora, y la
atención personal a la persona que se educa como fin en sí para la que se procura esa
mejora.
La segunda condición que, según Dewey, debe cumplir el profesor como líder
intelectual es la posesión de un conocimiento técnico y profesional de la educación, eso
sí, entendido más como una herramienta de guía y observación de la mente, que como
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Liderazgo personal y construcción de la identidad profesional del docente
Aún falta una última condición, a la que se refería nuestro estudiante Javier en su
respuesta. Líder, decíamos al comienzo de la ponencia, es el que conduce, y para
conducir no es sólo preciso contar con los medios adecuados, con el dominio de la
materia y el conocimiento técnico para facilitar el aprendizaje de los estudiantes. Para
conducir a otro se requiere también cierta idea, por difusa que sea, del lugar al que se
pretende llegar, o, como decía el estudiante, saber dónde ir. Y aquí es dónde, según ha
mantenido Jackson en otro de sus últimos trabajos, el pragmatismo que inspira la
filosofía de la educación de Dewey tiene su talón de Aquiles, pues la condena a quedar
encerrada en el círculo de la experiencia que se reconstruye a sí misma (Jackson,
2012a). En un contexto epistemológico sacudido por el deconstruccionismo
postmodernista y por el eficientismo quizás eso sea lo máximo a lo que podamos hoy
apelar.
4. Conclusión
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Antonio Bernal Guerrero, Gonzalo Jover Olmeda, Marta Ruiz Corbella y Julio Vera Vila
A nuestro parecer, el liderazgo se nos muestra no como una acción agresiva, sino
como un modo de pensar y de sentir sobre nosotros mismos, sobre lo que hacemos y
sobre la naturaleza de aquello que hacemos. Su última referencia moral es la que le
convierte precisamente en un fenómeno educacional, frente a otras posibilidades de
liderazgo. El profesor como líder se sitúa así en un proceso reflexivo sobre los factores
necesarios para lograr los propósitos personales e institucionales, en un marco de
redistribución del poder. Este liderazgo, transformacional, está preocupado por alentar
la participación y la cooperación de todos los miembros de la organización. Aunque el
conjunto de recursos que conforman la planificación, la organización y la realización de
tareas del grupo constituye, obviamente, objeto de su preocupación, se distingue sobre
todo porque las personas, su interacción y las prácticas que de ellas se derivan, están
antes que la estructura. Hay aquí una inequívoca dimensión moral del liderazgo, puesto
que se trasciende la mera necesidad inicial de la organización. Puede generarse así una
cultura desde la que todos los miembros de la organización pueden contribuir al logro
de las metas y al crecimiento y el cambio individual e institucional.
En sus Conversaciones con Tester, Bauman (2002) nos recuerda la célebre frase
de Santayana: la cultura es un cuchillo clavado en el interior del futuro. Si la cultura se
define como permanente revolución, la educación precisa propiciar el pensamiento
crítico, más allá de una atención a la relación pedagógica misma. Que la titularidad del
poder pueda recaer en el sujeto seguramente esté propiciado por los contextos sociales
de hoy, como han puesto de manifiesto eminentes sociólogos como Touraine o Giddens.
Pero, por eso mismo, quizás nunca como ahora la educación haya adquirido tanta
importancia como contribución a las posibilidades de cada persona para tomar las
riendas de su autonomía y responsabilidad en el contexto azaroso de su existencia,
tratando de superar la angustia de la precariedad en la que necesariamente ha de
desenvolverse. El docente como líder, ante este colosal desafío, es consciente de sus
múltiples limitaciones y puede ser fácilmente invadido por el desaliento, por el
desánimo. En y con su respuesta cotidiana irá construyendo su identidad profesional, y
es verdad que muchos datos no invitan precisamente al optimismo. Pero nadie puede
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Referencias bibliográficas
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EL PROFESOR COMO FACILITADOR DE EXPERIENCIAS
En esta ponencia que lleva por título Liderazgo personal y construcción de la identidad
profesional del docente (Bernal, A., Jover, G., Ruíz, M., Vera, J., 2013) los autores nos
presentan la idea del profesor como líder intelectual según entendida por John Dewey.
Para ello, nos sitúan en dos condiciones vinculadas: “a) la posesión de un conocimiento
amplio de la materia a enseñar y, b) la posesión de un conocimiento técnico y
profesional de la educación, eso sí, entendido más como una herramienta de guía y
observación de la mente, que como un esquema fijo de reglas y procedimientos de la
acción”. Con estas dos condiciones explícitas, quisiera utilizar esta idea de líder
intelectual para centrar un aspecto que, a mi modo de entender, está subyacente en la
visión Deweyniana de Liderazgo, en concreto si situamos el profesor como eje central
de la discusión pero irradiando hacia sus estudiantes, facilitando aquellos aprendizajes
que tienen un componente cualitativo (es decir las dos condiciones anteriormente
presentadas) notable y que lo pueden hacer particularmente especial en las vidas de sus
estudiantes. Intentaré esbozar la idea del profesor como líder por ser el facilitador de
experiencias de cualidad estética en la acción educativa. Sin embargo, antes de ello,
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quisiera aportar dos connotaciones más sobre el concepto de profesor como líder aunque
la primera ya se ha tratado de manera extensa en la ponencia presentada.
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Isabel Álvarez Cánovas
En las mismas líneas sitúa la idea de liderazgo pero ahora ya no desde el punto de
vista del profesor si no también reconociendo al propio estudiante como líder
(Experience and Education, Capítulo 4. Control Social):
Children learn the difference when playing with one another. They are willing, often too
willing if anything, to take suggestions from one child and let him be a leader if his conduct
adds to the experienced value of what they are doing, while they resent the attempt at
dictation. Then they often withdraw and when asked why, say that it is because so-and-so
"is too bossy." (p. 23)
Habiendo hecho estas dos aportaciones del liderazgo tanto desde el profesorado
como desde el alumnado, volvamos a la idea que encabeza esta addenda, como es la de
presentar la noción de Experiencia de Cualidad Estética en la acción Educativa
(Dewey, 1934) para aproximar la noción del docente como aquel que puede promover y
facilitar la creación de estas experiencias y así ejercer su influencia como líder. Por el
simple hecho de que el profesor sea consciente que puede facilitar a sus alumnos que
lleguen a tener, experimentar y a la vez, ser conscientes de experiencias de cualidad
estética merece ya, en sí mismo, añadir importantes rasgos a la acepción que hace este
autor sobre el concepto del profesor como líder. Aunque antes y, para situar esta
experiencia, utilizaré el marco que nos ofrece el estudio realizado por un compatriota
suyo, Stephen C. Pepper, el año 1942 cuando publicó el libro World Hypotheses: An
study in evidence, donde situó la construcción del conocimiento en cuatro visiones del
mundo: Formismo, Mecanicismo, Contextualismo y Organicismo. Si bien es cierto, que
añadió dos más, pero les otorgó un nivel secundario como fueron: Animismo y
Misticismo.
Cada una de estas visiones del mundo parte, de una metáfora básica que le da
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sentido, así para el Formismo es la forma o la similitud. Brevemente, una persona for-
mista le interesará clasificar los sucesos, encontrar similitudes y diferencias entre los
conceptos, partir de modelos para hacer nuevas proyecciones, habrá un referente, un ideal
con el que poder apoyarse; el Mecanicismo por su parte, se basará en el funcionamiento
de una máquina, el espacio y tiempo tendrán la importancia y connotación cartesiana, se
moverá por relaciones directas de causa-efecto, valorará la cuantificación en las expli-
caciones y las posibles reducciones de la realidad. De este modo, una persona que se
moviera por una visión más mecanicista se centraría en aspectos de rendimiento mediante
la eficiencia. Estas dos visiones del mundo tienen un componente más analítico de
orientarse hacia un fenómeno mientras que el contextualismo y organicismo parten de una
base de síntesis. El Contextualismo es el suceso histórico y esta visión del mundo aportará
la riqueza de la cualidad asociada al espacio y tiempo, lo cual le otorga una importancia
notoria por encapsular las experiencias y los fenómenos en el contexto donde sucedieron.
La inmediatez, la vivencia de los hechos aportará una intensidad que será única e intrans-
ferible entre las personas que observan el mismo fenómeno. Serán experiencias que están
permanentemente sujetas al cambio de contexto Finalmente, el organicismo aportará la
visión del todo por el todo. Se basará en la importancia de la integración de los elementos
que pueden llegar a conformar una situación y/o fenómeno pero se priorizará el todo a las
partes. Crece un sentido de coherencia interna y conexión.
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El profesor como facilitador de experiencias
ser por disponer de una importancia desmesurada o porque nos afectó de un modo
específico “aquella comida en París”. Y continúa explorando el concepto aportando que
son experiencias que “emergen sin vacíos, sin conexiones artificiales y/o mecánicas.
Hay pausas, lugares donde descansar, pero ello sirve para aportar puntuaciones y definir
la cualidad del movimiento. También se caracterizan por su unidad (contexto) que les da
el nombre “aquella comida”, “aquella tormenta”. La existencia de esta unidad es
constitutiva por una cualidad sencilla que sobrepasa las particularidades de las partes
que la constituyen.”
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Isabel Álvarez Cánovas
los elementos que intervinieron para convertirla. En la mayoría de casos, la figura del
profesor que resulta de estas experiencias, tiene la visión de líder.
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EL DOCENTE Y LA IDEA DE LIDERAZGO
Como es bien sabido, por razones de orden sociocultural y también afectivo, resulta
siempre problemático trasladar el significado de las palabras de un contexto a otro o de
una u otra actividad humana. Y cabe señalar que en nuestro gremio, muy sensible en
ocasiones a las influencias políticas y económicas dominantes en cada momento, no se
ha sabido con frecuencia calibrar la importancia de ciertas expresiones y su vinculación
a determinados intereses y entornos culturales. Entiendo así que uno de los problemas
que pueden presentarse cuando se emplea la palabra “líder” o “liderazgo” en el ámbito
educativo es precisamente ese: su procedencia semántica. Considero, en efecto, que, en
nuestras latitudes, no serían pocos los padres que podrían alarmarse si se les dijera que
el tutor/a de su hijo/a o el director/a del centro al que asiste son unos notables “líderes”.
Sobre todo si fueran luego al diccionario (RAE, Casares, etc.) y vieran asociada dicha
palabra a las de “poder”, “jefe” o “guía” y, no digamos ya, “caudillo”.
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La palabra “líder”, como se sabe, no es de raíz latina. Procede del término inglés
“lead” que en su forma verbal “to lead” viene a referirse a quien “va por delante” o sabe
cómo “guiar” o “conducir” hombres y mujeres, “por un camino o una línea de pen-
samiento o creencia” (Rojas y Gaspar, 2006, 18). De manera que el “liderazgo” vendría a
ser para estos autores “el arte de la conducción de seres humanos”. Bien es cierto que
siempre puede luego añadirse a esta definición, u otras parecidas, algunas consideraciones
y señalar, como lo hace la directora de OREALC/UNESCO en el prólogo del libro de los
autores antes citados, que esa conducción ha de contemplarse “desde una perspectiva
ética, humanista, democrática, orientada a su vez por la inclusión y la equidad social”.
Pero lo cierto es que tanto esta como otras posibles matizaciones referidas a cómo
debieran actuar los “líderes” no consiguen evitar la impresión de que los “líderes” son los
“lideres”. O sea, los clarividentes impulsores de una concreta dinámica que se ven
adornados por cualidades tales como las de saber establecer a) “una genuina conexión con
el dolor y la frustración de una comunidad”; b) “la elaboración de una interpretación que
explica y da sentido a esos dos sentimientos negativos y c) la capacidad de abrir o atraer
“ante los ojos un mundo futuro en el que el dolor y la frustración son superados”. Esas
serían para los mencionados autores las “dimensiones clave de todo liderazgo incluido el
escolar” (Rojas y Gaspar, 2006, 34, 35).
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José Mª Asensio Aguilera
Cabe considerar, por consiguiente, que hablar de “líderes” cuando nos referimos a
la educación pueda suscitar ciertas controversias al situarnos en diferentes culturas o
concepciones del quehacer docente. De hecho cuanto la ponencia pone acertadamente
de relieve al tratar del liderazgo en las políticas educativas es precisamente ese intento
de eludir los aspectos digamos “conflictivos” de esta expresión cuando se asocia al
ámbito de la educación. Se hace referencia así a los “distintos tipos de liderazgo”, a que
el liderazgo “ha de ser compartido”, “que no reside nunca en una única persona”, “que
se distribuye entre los diferentes profesionales de la educación que convergen dentro y
fuera de la escuela”, etc. Pero, claro, si todos somos de una forma u otra, “líderes” (y
entonces ya no nos queda otra que referirnos al director/a como a un “líder de líderes”,
con lo que no salimos del bucle en que nos hemos metido) ¿qué queda de la idea de
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El docente y la idea de liderazgo
Una vez advertidos de los peligros del empleo, para una buena comunicación
cuanto menos, de expresiones que incorporan connotaciones políticas y socio-
culturales diversas, cabe preguntarse qué sentido añade en nuestro entorno –cultural y
educativo– la palabra “líder” (aún tomándola en su versión menos directiva y más
dialogante) a aquello que debiera ser consustancial, simplemente, al quehacer del buen
docente. A alguien que, paradójicamente, ni puede dejar de ser un referente para el
educando ni debe pretenderlo activamente tampoco dado que su objetivo prioritario
es, no se olvide, la emancipación de aquel. Es decir, de manera análoga al
psicoanalista, que induce las necesarias e inevitables transferencias positivas de su
cliente para que este llegue a elaborar un sentido más maduro de su existencia, el
educador asume su función referencial al objeto de contribuir a liberar al educando de
la manipulación y la ignorancia. Si la condición de líderes conlleva la de seguidores,
la del educador supone la de alguien que media en un proceso emancipatorio que
persigue justo lo contrario: que el sujeto no quede finalmente subyugado más que por
su propia voluntad crítica.
Parece evidente, sin embargo que, en los últimos años, determinadas elites
sociales y políticas, numerosos responsables de diferentes organizaciones, empresas,
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centros educativos, así como ciertos profesionales –coach, psicoterapeutas-, etc., han
llegado a convencerse de que las respectivas finalidades que se proponen alcanzar se
logran con mayor eficiencia y satisfacción personal si en vez de apostar por el peso de
lo jerárquico o de un liderazgo no participativo se opta por el diálogo, la búsqueda
activa de consensos y las estrategias que favorecen la buena disposición de las personas
para evitar o superar los conflictos que inevitablemente se generan en la convivencia.
Siendo esto así resulta destacable que numerosos autores (en su mayoría europeos) sin
mencionar la palabra “líder” en ningún momento consideren que “Terapia breve,
coaching y manegement del cambio son antes que nada una cuestión de pedagogía” y
que el “jefe de ayer debe dejar paso al hombre-inspirador, al estratega y al pedagogo”
(F. Kourilsky-Belliard, 1999, 1000).
Es decir, lo que en otras latitudes llaman “líderes” aquí, algunos autores cuanto
menos, los considerarían personas que ejercen de manera eficiente su función directiva
o profesional aplicando ¡unos conocimientos consustanciales a la pedagogía¡ Parece,
pues, que se corre el riesgo en nuestro ámbito de adoptar una expresión “ajena” y en
muchos aspectos inapropiada para nuestra cultura, a cambio de establecer luego desde la
pedagogía los supuestos bajo los cuales se debiera considerar esa expresión. Mal
negocio, porque nombrar influye más en nuestro imaginario que la descripción matizada
que luego pueda hacerse de lo nombrado. ¿Qué era así para M. van Manem un buen
docente? Alguien que tuviera tacto pedagógico. ¿Y en qué consiste eso? No en ser un
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José Mª Asensio Aguilera
“lider” sino en “saber interpretar los pensamientos, las interpretaciones, los sentimientos
y los deseos interiores a través de claves indirectas como son los gestos, el
comportamiento, la expresión y el lenguaje corporal” (M. van Manem 1998, 137), para
así advertir las necesidades educativas del menor. Porque “Todo el arte del pedagogo
descansa sobre el hecho de que se presta a razonar en función de las referencias de su
alumno más que en las suyas” (F. Kourilsky-Belliard, 1999, 101). Poco que ver, pues,
con el “líder” conductor por más que toda relación humana persiga unas finalidades y
alguien actúe en el tiempo como obligado referente para conseguirlas.
Los líderes que nada tienen de pedagogos pueden, por consiguiente, fabricarse
con una relativa facilidad. Sobre todo si se dispone de poder y se cuenta con un buen
aparato propagandístico. Esta empresa, como decía, tiene poco de meritorio porque
siempre contará a favor con la natural disposición a la mimesis del ser humano y su
contrastada estupidez para seguir a cualquiera que le llame la atención por uno u
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Señalemos, por último, que en la medida en que los objetivos de las organiza-
ciones dependen del productivo desarrollo de determinadas reuniones de los miembros
del grupo, el saber cómo llevarlas a cabo para avanzar, cómo dirigirnos al otro/a para
que se sienta respetado, cómo superar ciertos conflictos que nos desvían de las
finalidades previstas etc. no convierte a esas personas en líderes sino en buenos
profesionales que aplican habilidades pedagógicas, entre ellas las de hacerse merecedo-
res de la confianza de los otros y de predisponerlos a compartir los objetivos que se
pretenden. Cuando esto último no ocurre, las organizaciones (también las escolares y
universitarias) se desajustan e intentan solventar los problemas que se generan en sus
particulares dinámicas de funcionamiento a través de diversos sistemas de coordinación
que a su vez son coordinados por otros produciendo así una serie de estructuras
burocratizadas sensiblemente inoperantes para el logro de las finalidades que se aspira a
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El docente y la idea de liderazgo
Referencias bibliográficas
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RETOS PARA UNA EDUCACIÓN DEL SIGLO VEINTIUNO,
EL SER Y EL SABER HACER DOCENTE
1. Contextualización
misma perspectiva que, posteriormente, realiza Morin (Les sept savoirs nécessaires à
l’éducation du futur, 1999)4, es decir, desde una mirada ética, de derechos y desarrollo
humano que hacen posible la democracia y las ciudadanías plenas.
En este escrito realizamos un breve recorrido por estas miradas plurales sobre los
conflictos y retos de la educación, entresacando los apuntes que dichos estudios realizan
en torno al ser y el saber hacer docente. En conjunto los cuatro informes nos ofrecen
cuatro hojas de ruta complementarias para pensar la educación, el liderazgo y la
identidad en las sociedades del siglo veintiuno.
1
Hemos analizado el primer estudio y la revisión realizada en los años ochenta. Las ediciones consultadas
son: COOMBS, P.H. (1973) La crisis mundial de la educación. Barcelona, Edicions 62; COOMBS, P.H.
(1985) La crisis mundial de la educación. Madrid, Santillana.
2
Edición consultada: FAURE, E. (1973) Aprender a ser. La educación del futuro. Madrid, Alianza
Editorial.
3
Edición consultada: DELORS, J. (1996) Educació: hi ha un tresor amagat a dins. Barcelona, Centre
UNESCO de Catalunya.
4
Edición consultada: MORIN, E. (2000) Els set coneixements bàsics de l’educació del futur. Barcelona,
UNESCO Catalunya.
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Isabel Carrillo Flores
Por último Faure, integra y amplia las aportaciones anteriores y las proyecta en una
perspectiva compleja que considera la educación en el contexto de una ética planetaria.
Propone la articulación de siete conocimientos imprescindibles para una educación de la
comprensión humana. Tales conocimientos también constituyen criterios de valor para
pensar los rasgos de identidad y de liderazgo docente.
Aunque la educación pasó a ocupar un lugar central en las agendas políticas –pues
podía contribuir al avance progresivo de la humanidad, al desarrollo económico y
social-, la crisis se definía a través de tres factores: el factor cambio –los cambios en la
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Retos para una educación del siglo veintiuno, el ser y el saber hacer docente
mientos y poner en práctica otros métodos que rompen con las inercias y las resistencias
al cambio.
Para Faure la acción docente debe ser renovadora con el objeto de garantizar la
igualdad de oportunidades –no limitada a la igualdad de acceso sino concebida en el
sentido de oportunidades de éxito para todas y todos–. En esta perspectiva propone
revisar la relación docente-discente, que afirma descansa en el edificio de la instrucción
tradicional y reviste el carácter de una relación de dominante a dominado.
los docentes deberán asumir el rol de consejero e interlocutor, dedicando más tiempo a la
interacción, la discusión, la animación, y la comprensión.
Una de sus aportaciones más relevantes es el poner de relieve las tensiones que se
viven en sociedades en constante movimiento, analizando cómo a través de la educación
pueden establecerse relaciones de conciliación. La conciliación se plantea como reto de
futuro de un enseñar a aprender a vivir juntos, a convivir, a entrelazar la ciudadanía
planetaria con las raíces locales; la cultura globalizada con las identidades personales; los
cambios y transformaciones científicas y tecnológicas con las tradiciones y la memoria
del pasado; la inmediatez con los tiempos lentos, pacientes y reflexivos; la competición
que estimula con la cooperación solidaria que da fuerza y une; el autoconocimiento con la
apertura a la comprensión del mundo; la valoración del yo con el respeto a las diferencias
en un contexto de pluralismo universal.
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Isabel Carrillo Flores
Pero además, su autoridad es moral, porque nace del ejemplo que ellas y ellos
mismos son y dan, de una actitud que es expresión de empatía, de paciencia y de
humildad. Estas son cualidades éticas, intelectuales y afectivas que la sociedad espera
de ellas y ellos, para que después puedan cultivar en el alumnado el mismo nivel de
cualidades.
Para ello es vital una educación que despierte al conocer aprendiendo a descubrir
qué es conocer; a desarrollar la reflexividad; a dejarse impregnar por la crítica, la
autocrítica, la apertura y la complejidad. Procesos que abren a la conciencia de las
cegueras del conocimiento –el error y la ilusión– que provienen del exterior cultural y
social y del interior del propio yo inhibiendo la autonomía del pensar y la búsqueda de
la verdad. La educación deberá proporcionar los medios necesarios para la lucidez que
lleva a la comprensión humana.
Esta es la tarea esencial de las y los docentes cuyo liderazgo e identidad articulará
los siete conocimientos fundamentales que propone Morin. Conocimientos que, al
mismo tiempo, son aquellos que deberán promoverse en el alumnado sin ningún tipo de
exclusión, ni rechazos, ni modismos, ni normas culturales que interfieren en la cons-
trucción de una ética planetaria del género humano.
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Retos para una educación del siglo veintiuno, el ser y el saber hacer docente
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EL LIDERAZGO EDUCATIVO A TRAVÉS DEL SOCIAL MEDIA Y
LOS ENTORNOS VIRTUALES DE APRENDIZAJE
1. Introducción
Existen dos elementos en la formación inicial y continua del profesorado del siglo
XXI que se revelan como esenciales en la Sociedad del Conocimiento. Nos referimos
a la competencia en el medio social (Social Media) y la competencia en liderazgo
educativo, que se inscriben con fuerza en la dimensión pedagógica de una sociedad
cada día más interconectada por las TIC y los entornos virtuales (Sociedad en Red).
No es posible concebir en la actualidad ningún tipo de proceso de enseñanza-
aprendizaje, de carácter formativo o de gestión, bien sea en centros educativos,
universitarios o de formación a lo largo de toda la vida, que sean ajenos a los entornos
virtuales o a la influencia de los medios en sus procesos organizativos.
instituciones del ámbito de la educación que han innovado y reorientado sus procesos
y estructuras hacia este nuevo horizonte de los Social Media. Por ejemplo, la UNED
ha redefinido su modelo de organización y gestión de la dimensión docente y forma-
tiva, potenciando el uso de las TIC hacia una comunicación mediada. Como destacan
García Aretio et al. (2009, 320) estos avances técnicos ponen a disposición de los
protagonistas implicados (profesores y alumnos) una serie de medios que posibilitan
diferir en el espacio y en el tiempo, la emisión de mensajes pedagógicos que rompen
las barreras y limitaciones tradicionales y propias de la educación presencial. Por otra
parte, podemos encontrar plataformas virtuales orientadas específicamente a la gestión
de la educación, como es el caso de Rayuela1, la plataforma de la Junta de Extrema-
dura que facilita la gestión académica y administrativa de los centros educativos, y
que ofrece a sus usuarios servicios de seguimiento, asesoramiento y recursos a la co-
munidad educativa de la región. En síntesis, podríamos decir que prácticamente nin-
guna organización educativa en España es ajena al Social Media, desde las escuelas
rurales –que disponen de internet o de medios tecnológicos– hasta las universidades
presenciales, las cuales, cada vez más ofrecen modelos formativos duales (pre-
senciales y virtuales) para adaptarse a sus usuarios y a los nuevos procesos co-
municativos.
1
Para más información sobre la Plataforma Rayuela se recomienda la visita a la Web:
http://www.educarex.es/web/guest/presentacion/ (consulta de 9 de junio de 2013).
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Alfonso Diestro Fernández y Lorenzo García Aretio
De Juanas y Diestro (2012, 367) destacan que el término Social Media responde
a un concepto de reciente creación, que define a un grupo de aplicaciones propias de
los entornos virtuales, que se desarrollan sobre los elementos ideológicos y
tecnológicos de la web 2.0, que promueven la generación y el intercambio de
contenidos por parte de los usuarios. Representa una ruptura con los Mass Media,
pues éstos favorecen exclusivamente una comunicación unidireccional y estática,
mientras que en el Social Media el proceso comunicativo es multidireccional, el
conocimiento se encuentra permanentemente en construcción y su elaboración puede
producirse en comunidad (de manera colectiva). Pero el concepto de Social Media no
puede limitarse a las aplicaciones que lo sustentan, puesto que, cualquier tecnología
del Social Media debe tener una finalidad interactiva y colaborativa, así como ser
capaz de promover, por ejemplo, la creación y consolidación de comunidades
virtuales. El cambio de paradigma de las aplicaciones de la web 1.0 (estáticas y
unidireccionales) a la 2.0 se caracterizan por lo que Bradley y McDonalds (2012, 26)
definen como entornos virtuales creados con la misión no sólo de informar a las
masas, sino de buscar la colaboración, la interactividad y la producción de contenidos
entre grupos masivos y, por qué no, también entre otros grupos más minoritarios, en la
búsqueda de la creación de un conocimiento y una inteligencia colectivos. Gallego et
al. (2011, 152) señalan que el cambio de la web 1.0 a la 2.0 no se produce por un
cambio en las tecnologías utilizadas sino por un cambio de actitud del usuario ante las
funcionalidades ofrecidas.
Incluso, a través del Social Media, se puede promover la comunicación total entre
sus usuarios, es decir, lo que Barbas (2012, 169) destaca como una comunicación digital
que permita ir más allá de los modelos bidireccionales, integrando simultáneamente
lenguajes, medios y soportes, para constituirse en prácticas hipermediáticas
caracterizadas por modelos de comunicación rizomáticos e interactivos, en los que la
organización de los elementos no seguiría líneas de subordinación jerárquicas, sino que
cualquiera de ellos podría afectar o incidir en otro. En este sentido, cobran una especial
importancia las plataformas virtuales y las redes sociales, como por ejemplo, Facebook,
Twitter, Linkedin, Google+, etc., cuyo potencial mediático y social está hoy fuera de
toda duda, así como algunas más específicas centradas en la investigación, como
ResearchGate o Academia.edu.
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El liderazgo educativo a través del Social Media y los entornos virtuales de aprendizaje
Sin embargo, no deben desdeñarse los peligros que el Social Media implica, como
la alienación de los usuarios, la protección de los datos, la suplantación de identidades,
la fiabilidad de las fuentes y la necesaria discriminación de la información.
muy acertada, inscriben esta cualidad en el marco de las políticas educativas suprana-
cionales de la OCDE, UNESCO y UE. En concreto, nos gustaría hacer especial énfasis
en lo referido al Espacio Europeo de la Educación y el Conocimiento, y en los informes
emitidos por la Comisión Europea (2012 y 2013) recogidos en el trabajo marco de este
bloque, ya que, tal y como señalan los autores del mismo: la Unión Europea llega a
destacar las competencias básicas necesarias para desempeñar el liderazgo, exigibles
tanto para la función de la dirección del centro educativo, como para cualquier
miembro de esa institución. De hecho, el Modelo EFQM aplicado a la educación, de la
Fundación Europea para la Gestión de la Calidad, refleja al liderazgo como uno de los
criterios de calidad con mayor peso en la evaluación de la calidad de los centros
escolares (ver gráfico 1), que define como:
“Se entiende por liderazgo el comportamiento y la actuación del equipo directivo y del
resto de los responsables guiando al centro educativo hacia la mejora continua. El criterio
ha de reflejar cómo todos los que tienen alguna responsabilidad en el centro educativo
desarrollan y facilitan la consecución de los fines y objetivos, desarrollan los valores
necesarios para alcanzar el éxito e implantan todo ello en el centro, mediante las acciones y
los comportamientos adecuados, estando implicados personalmente en asegurar que el
sistema de gestión hacia la mejora continua se desarrolle e implante en el centro” (MEC,
2001, 25-27).
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Alfonso Diestro Fernández y Lorenzo García Aretio
El liderazgo educativo se erige como una de las competencias esenciales a las que
el cuerpo docente y los equipos directivos de los centros educativos europeos deberán
dar la importancia merecida, con la finalidad de manejar la cuestión del liderazgo con
ciertas garantías de desempeño, en un contexto socio-educativo ampliado hacia una
dimensión europea (global y abierta al mundo). Sin embargo, cabría preguntarse
¿nuestras facultades de educación forman o están preparadas para formar líderes
educativos capaces de gestionar un modelo de calidad basado en el liderazgo, como el
EFQM, en una sociedad tan dinámica como la del Conocimiento, la movilidad, la
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La formación inicial y continua del profesorado no puede ser ajena a este contexto
y debería incluir de inmediato en sus programas, acciones que permitan la capacitación
inicial y continua (además del reciclaje) hacia la competencia en el Social Media. No
sólo por la importancia de los entornos virtuales en la educación y la formación de
profesores y alumnos, o por la importancia de las CEAV en las organizaciones
educativas, sino porque a través de ellas podrán gestionar mejor sus funciones docentes,
investigadora, de transmisión del conocimiento y de gestión, en la Universidad del siglo
XXI y en el EEES. Ambos conceptos, liderazgo y Social Media, no pueden concebirse
hoy por separado en la formación de los educadores y los profesionales de la educación.
Además, en el marco de referencia europeo de competencias clave para el aprendizaje
permanente (UE, 2007) se incluyen dos competencias clave que tienen una referencia
clara a estos dos elementos de análisis, el Social Media (4ª: competencia en las TICs) y
el liderazgo (7º: sentido emprendedor e iniciativa).
4. Conclusiones
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El liderazgo educativo a través del Social Media y los entornos virtuales de aprendizaje
Por último, no se trata de que el profesorado sólo conozca o sea capaz de manejar
o emplear el Social Media en la educación, sino de que, para ejercer un verdadero
liderazgo educativo ante el grupo de personas que gestiona o dirige (desde una
organización hasta un grupo-clase), debe hacer, saber moverse en el entorno virtual,
conocer las normas y peligros del ciberespacio, así como dominar las herramientas del
Social Media a nivel experto. De lo contrario, los usuarios discentes, nacidos muchos de
ellos con el ADN digital, pueden erigirse como líderes ocultos y desmontar el equilibro
necesario del proceso de enseñanza-aprendizaje en entornos virtuales.
Referencias bibliográficas
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LA IDENTIDAD PROFESIONAL SITUADA DEL DOCENTE:
EL CASO DE LOS PROFESORES UNIVERSITARIOS
La identidad personal, señala la Ponencia, puede definirse como “el proceso por el que
una persona trata de integrar sus diversos estatus y funciones, así como sus diversas
experiencias, en una imagen coherente del yo” (Epstein, 1978, 101). Esta integración
debe incluir también el ámbito de la identidad profesional, que se configura a su vez
como un proceso evolutivo de construcción y reconstrucción, de interpretación y
reinterpretación de experiencias, a lo largo de toda la vida laboral (Bernal, Jover, Juiz y
Vera, 2013, 14).
Por lo que respecta al modo de relacionarse con sus alumnos, éste es uno de los
rasgos que diferencian de manera más determinante la identidad profesional situada de
los profesores de Educación Primaria y Secundaria por un lado, y los profesores de
Universidad por otro. En muy pocas ocasiones –por no decir en ninguna– sucede que
los profesores de Educación Primaria o Secundaria desarrollan su profesión “en un
contexto que imposibilite la relación con cada uno de sus alumnos” (Ibid.); pero esta
situación se da cada vez con mayor frecuencia en el caso de los profesores
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María García Amilburu
Por lo que respecta a la relación con el saber, la Ponencia insta a superar la falsa
dicotomía que se establece entre el alumno o el saber. “Entre el amor a los alumnos y el
amor al saber, no es necesario elegir, ambos son ingredientes de los procesos de
enseñanza. No se trata de enfrentar una profesión centrada en el alumno, que se dedica a
ayudarlo, a comprender, con una profesión centrada en el saber, que se contenta con
transmitir los conocimientos a los alumnos y les anima a trabajarlos de manera
autónoma. Ambas cosas son necesarias y se complementan. Al trabajar con los
contenidos, los alumnos aprenden, y al aprender crecen como personas” (Bernal Jover,
Juiz y Vera, 2013, 13).
En efecto, todo profesor, en cualquier nivel del Sistema Educativo, debe ser
competente en su materia, en su área de conocimiento, pues todo acto educativo
establece una relación triangular entre el profesor, el alumno y la materia que se enseña
y aprende –que al inicio sólo resulta familiar al profesor que la imparte, mientras que el
alumno aún la desconoce–. Pero también en este aspecto se observa una diferencia
importante entre la identidad profesional situada de los profesores de Educación
Primaria y Secundaria por un lado, y los profesores universitarios por otro. Los docentes
de Educación Infantil y Primaria suelen estar más centrados en los alumnos y
experimentan de manera más viva la necesidad de adquirir una buena preparación
pedagógica que quienes se dedican a la docencia en los niveles de Educación
Secundaria y Superior. Esa preparación pedagógica constituye el núcleo de la “materia”
en la que los profesores de Educación Primaria deben ser expertos, más que en los
conocimientos o contenidos concretos que deben impartir –Lengua, Matemáticas, etc.–,
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que en esos niveles educativos no exigen una gran especialización; mientras que las
edades de sus futuros alumnos hacen que los aspectos didácticos y metodológicos de la
docencia adquieran una mayor importancia. Los futuros profesores de Enseñanza
Secundaria reciben la formación científica correspondiente a la materia que deberán
impartir –Biología, Historia, Física, Filosofía, etc.– en las respectivas Facultades
Universitarias, junto con otros estudiantes que, en su gran mayoría, no se dedicarán
posteriormente a la docencia. El Máster en Formación del Profesorado de Secundaria
completará la preparación didáctica y pedagógica de estos futuros profesores.
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La identidad profesional situada del docente: el caso de los profesores universitarios
Referencias bibliográficas
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LIDERAZGO INVISIBLE Y TRABAJO EN TEORÍA DE LA EDUCACIÓN
“La segunda condición que, según Dewey, debe cumplir el profesor como líder
intelectual es la posesión de un conocimiento técnico y profesional de la
educación, eso sí, entendido más como una herramienta de guía y ob-
servación de la mente, que como un esquema fijo de reglas y procedimientos
de acción. Dewey incluye en este apartado “conocimientos de psicología, de
historia de la educación, o de los métodos que los demás han encontrado útiles
en la enseñanza de diversos temas” (Dewey, 2007[1933]273). (Bernal, Jover,
Ruiz, y Vera, 2013).
Nadie podrá dejar de reconocer, sin injusticia, el magnífico análisis del concepto de
liderazgo que llevan a cabo las ponencias; tengo que reconocer que, concluido ese
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1
Valgan solo dos botones. “La filosofía, esa vieja loca, tuvo una hija tonta que llaman pedagogía”, aparece
en J. Entrambasaguas (1966). “El que sabe, hace; el que no sabe, enseña”, se refrenda en J. Ribera (1910).
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Joaquín García Carrasco
Una parte del menosprecio se debe a que este campo de conocimiento no transita
lo suficiente por la geografía del conocimiento, no trabaja con los conceptos acuciantes
en la cultura contemporánea; podría decirse que por una cierta falta de transgresión de
fronteras. La clausura es fuente permanente de incomprensión, desde el exterior. Al-
gunos de esos conceptos acuciantes ya fue aludido por Herbart, como diré. Hoy, un
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2
E.B. de Condillac (18714-1780), publicó en 1754 el primer volumen del Tratado de las sensaciones: hoy
lo describiríamos como propuesta y desarrollo de un modelo sobre la construcción de la mente de los
seres humanos. G.E. Lessing (1729-1781), considerado el escritor más representativo de la Ilustración en
Alemania, al final de su vida escribió La educación del género humano; en 1762, J.J. Rousseau (1712-
1778) publica Emilio, tal vez la novela filosófica ilustrada de mayor influencia en el pensamiento
educativo, J.G. Herder (1744-1803) escribe Filosofía de la historia para la educación de la humanidad; J.
CH, Shiller (1759-1805) publica Cartas sobre la educación estética del hombre.
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Joaquín García Carrasco
J.F.Herbart (1776-1841), aspiró a que las ciencias que se ocupan del psiquismo
humano pudieran aspirar a participar en los modos que rigen en las ciencias naturales (J.
García Carrasco, 1983). Recibió motivación para este empeño a partir del encuentro con
J.H. Pestalozzi, conocido como Enrique Pestalozzi (1746-1827), por todos considerado
como un pedagogo innovador y un representante tardío de la cultura ilustrada. La
estrategia del proyecto la construyó, partiendo de un criterio kantiano, expresado en la
Doctrina transcendental del método:
“Entiendo por arquitectónica [dice Kant] el arte de los sistemas […] Unidad sistémica es
aquello que convierte el conocimiento ordinario en ciencia, es decir, lo transforma de mero
agregado de conocimientos en un sistema […]. Por sistema entiendo la unidad de los
conocimientos bajo una idea”. (E. Kant, 1978)
La idea evolución hemos dicho que se reconoce como la que posee mayor poder
unificador de toda la biología. Considero que la idea educación –con todas sus
sinonimias y antinomias– es la que tiene mayor poder unificador de todas las ciencias
humanas, de todas las Humanidades. El movimiento humanista renacentista no lideró
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A finales de los años cuarenta del pasado siglo aparecieron propuestas que
desarrollaban las consecuencias de una concepción unificada de la vida. Herman Haken
(1927-) acuñó para ello el concepto de sinergética, como estudio interdisciplinar de los
principios estructurales que gobiernan todos los entes complejos autoorganizativos, los
organismos, las comunidades de organismos y las sociedades humanas. En esta línea se
situó H. van Lier (1921-2009) anunciando la importancia cultural de una sinergia entre
las humanidades y las ciencias de la naturaleza (H. van Lier, 1967); precisó la
importancia de esta sinergia (¿transversalidad?) para la formación de los seres humanos.
Planteó la cuestión en estos términos
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Liderazgo invisible y trabajo en Teoría de la Educación
“¿Cuáles son las ideas, los sentimientos, las actitudes de que debe disponer un joven o una
joven hoy, para sentirse equipado y sentirse integrado en su mundo, para encontrarse y
desarrollarse en él con sentido?” (H. van Lier, 1965, 13).
Tres autores, sobre todos los demás, creo que participaron en la configuración del
círculo visual de las ciencias humanas predominante en el siglo XX, incluida la teoría
de la educación: S. Freud (1856-1939) (S. Freud, 1986), L.S. Vigotsky, (1896-1934)
(L.S. Vigotsky, 1983) y J. Piaget (1896-1980) (Piaget, 1987). Los tres coincidían en que
el funcionamiento de la mente de los seres humanos ha de estar anclado en el
dinamismo biológico del cerebro, en los procesos biológicos del organismo humano.
Los tres, por lo tanto, proporcionaron indicación sobre la deriva que debía integrarse en
el rumbo de las humanidades. Modificar el rumbo marea un poco, por lo dilatado del
horizonte que se vislumbra, por lo ingrato que resulta muchas veces el esfuerzo. Se
descubre que lo primero y principal es estudiar: esto no lo evalúa nadie, ni recibe más
recompensa que la satisfacción de la curiosidad, no hay sexenios, hay que sostenerlo
toda la vida; en el estudio, siempre, todos, andamos necesariamente a solas con nuestra
mente, aunque recibamos auxilios previos y acompañamientos a distancia. Cuando el
estudio es por si tengo que cambiar de rumbo en la perspectiva, proporciona una
experiencia como de campo a través, muchas veces a ciegas respecto a dónde lleva.
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“En cierta manera, ser líder educativo es buscar con esperanza el aporte único que hay en
cada persona, mientras no deja de construirse uno mismo en aquello con lo que está
comprometido”.
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Joaquín García Carrasco
“Lo que un científico indaga…en buena medida está determinado por el conocimiento
intelectual en el que se mueve. Hay pocas cosas más estimulantes que introducir en una
disciplina una nueva manera de pensar procedente de otra disciplina. Esa suerte de
fertilización cruzada entre disciplinas era precisamente lo que teníamos en mente…cuando
bautizamos nuestro nuevo departamento de investigación…”Neurobiología y
comportamiento” (E. Kandel, 2007, 270).
Si tuviera que añadir otro concepto más, síntoma del panorama cultural con-
temporáneo –entre otros posibles, con los que me he encontrado, transitando entre
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Liderazgo invisible y trabajo en Teoría de la Educación
Si tuviera que indicar una falta, un defecto clave, algo que he echado de menos en
el dominio de la Pedagogía y cuyo contenido no tenga perspectiva equivalente en otros
dominios de indagación, serían “laboratorios”, donde se diseñan y ensayan recursos de
formación construidos ad hoc, respondiendo a las metas complejas transversales que se
conciertan para la formación de los niños y de los adolescentes, incluso con
incapacidades; en la sociedad de la información, más que nunca. Pero, sin el liderazgo,
ni de áreas de conocimiento acaparadoras ni de criterios personales excluyentes. Buscar
proyectos ilusionantes, donde colaborar interdisciplinarmente. Las tesinas y las tesis de
doctorado implican esfuerzos de investigación que no terminan de incrementar el
reconocimiento de la pedagogía. Si la interdisciplinariedad anima las humanidades del
siglo XXI, la transversalidad debe inspirar los recursos de formación en su misión de
formar perspectivas básicas para entender el mundo y el momento. Hoy, las
posibilidades de diseño de estos recursos son ilimitadas, las prácticas en los centros de
formación superior demasiado previsibles y donde la creatividad anida con sugerencias
más espectaculares parece estar en los propios centros de práctica profesional, donde
quedan más invisibles: el liderazgo invisible termina por ser, parece ser, un sufrimiento.
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ARTESANÍA PEDAGÓGICA Y EL ARTE DEL LIDERAZGO EDUCATIVO
«Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo»
(Nietzsche, citado en Frankl, 1991, 81)
de la teoría de la educación.
¿De qué nos serviría saber cuál es nuestro destino, e incluso la manera de llegar a
él, si no tenemos claro el porqué del esfuerzo? ¿Qué importa el liderazgo que ejerza el
docente si nunca supo el motivo que hay tras de él?
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José Luis González Geraldo y Enric Prats
cualquier estilo de liderazgo. Un aspecto que la ponencia menciona, pero que también
parece dejar en un segundo plano.
El verdadero reto que subyace al líder no reside tanto en cómo liderar, sino en el
destino al que apuntar y, sobre todo, por qué debería ser ese, y no otro, el horizonte a
perseguir. Esta última cuestión, quizá la más importante de todas, no suele plantearse
por un simple motivo: en educación, sobre todo en educación formal, los porqués nos
vienen dados desde arriba, prefabricados en forma de disposiciones legales e
instrucciones administrativas que, para bien o para mal, nos ahorran reflexionar sobre
las razones y motivos que conforman los pilares del resto del edificio. Sea como fuere, y
recordando el actual momento de incertidumbre, los teóricos de la educación no
podemos delegar tan relevante decisión en manos de tecnócratas cuyos intereses distan,
las más de las veces, del que caracteriza a la Educación, con mayúscula, que Esteve nos
recordó al establecer su famosa red nomológica del conocimiento (Esteve, 2010). De ahí
el título elegido para la adenda: «Artesanía pedagógica y el arte del liderazgo
educativo».
No todos los artesanos son artistas, pero los artistas sí van más allá. Mientras que
el artesano reproduce las técnicas que dan lugar a un producto, el artista es la fuente que
lo originó; el primero ha de seguir un patrón más o menos complejo de pasos, el
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segundo crea los hitos que otros apreciarán, valorarán e incluso copiarán. Llevado al
extremo, y cualquier extremo ha de ser evitado, el artista nace y el artesano se hace: «En
educación, el artesano instruye, el artista educa» (González Geraldo, en prensa).
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Artesanía pedagógica y el arte del liderazgo educativo
(citado en Robinson, 2010). Aceptamos por ello la necesidad de evitar diferenciar a los
líderes en dos grandes grupos en función de su excepcionalidad moral: «ni héroes ni
villanos», señalan acertadamente los ponentes (Bernal et al., 2013, p. 16), pero la
categorización extrema resulta un ejercicio sumamente atractivo para, desde ahí,
completar posteriormente la compleja realidad humana. Simplificando conseguimos
aclarar y, una vez identificados los puntos clave, volver a montar lo deconstruido con un
mayor entendimiento de sus contradicciones y ambigüedades. De ahí que prosigamos
nuestro discurso bajo planteamientos dicotómicos para terminar defendiendo un tipo de
liderazgo que va más allá del transformacional: «el liderazgo servidor» (Greenleaf,
2002).
Así, siguiendo con los símiles y las dicotomías, intentaremos reubicar con precisión
los términos autoridad y poder, para ampliar el campo del liderazgo pedagógico. Como es
sabido, ambas palabras refieren a campos semánticos casi diametralmente opuestos, pero
que el conocimiento vulgar confunde con facilidad con la aquiescencias de algunos
responsables políticos. Son constantes las proclamas para aumentar la «autoridad» del
maestro mediante el sencillo, a la par que ineficaz, procedimiento de incrementar sus
cuotas de «poder»: ensanchando los mecanismos sancionadores, otorgando la aureola de
«autoridad pública», y más recientemente instaurando la amenaza de las reválidas en
forma de exámenes externos.
Sin embargo, este ejercicio de distorsión no es nuevo. Como recuerda otra vez
Esteve, «el primer caso claramente documentado de una manipulación política del
término autoridad se remonta a la época de Augusto, cuando éste comparece ante el
Senado y justifica el golpe de Estado que acaba con la república romana diciendo que
gobierna por la auctoritas principis. La manipulación del término auctoritas
itas no pasó
desapercibida para sus contemporáneos, que consideraban su gobierno basado en la
fuerza del ejército, y por tanto respondieron diciendo que gobernaba por
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La autoridad crea líderes, capitanes de barco que sueñan con encontrar el cofre
del tesoro, mientras que la «potestas», se limita a forjar malvados piratas en buques de
guerra suicidas. El artista ofrece autoridad y es seguido e imitado precisamente como
autor, como creador de lo genuino y auténtico (las similitudes etimológicas serán
constantes: autoridad, autor, auténtico…). El artesano reproduce, como decíamos, y se
dota de «poder» mediante el aprendizaje constante y paciente de la técnica, con maña y
pericia en el mejor de los casos, llegando a ser, incluso, más eficiente que el propio
artista en función del baremo con el que se mida el éxito.
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José Luis González Geraldo y Enric Prats
tiempo, ¿cuántos artistas han pasado sin pena ni gloria para ser luego redescubiertos por
las generaciones venideras?
Aquí surge el último apunte de esta adenda, relativa al difícil equilibrio que el
educador deberá encontrar entre la complicidad, como resultado de la aceptación de la
autoridad, y el sometimiento, como algo que resulta del seguimiento ciego. Bonhoeffer,
nos dice: «Da la impresión de que la válvula de escape de la confusa multiplicidad de
las decisiones posibles es el deber. Lo que se manda suele aceptarse como lo más
seguro. La responsabilidad de la orden se centra en el hombre que la da y no en el que la
ejecuta» (Bonhoeffer, citado en Dalla Costa, 1999, 316). La cadena de mando,
argumento atenuante cuando el verdugo no se considera responsable de sus actos,
supone también un escudo para el educador dubitativo y para educandos despistados.
No se trata de incitar a la desobediencia civil, aunque sí a la observancia ética, de
raíz humana, centradamente. No nos debería extrañar que muchas veces los alumnos
digan que las cosas son así, simplemente, «porque lo dice el profesor», fuente de
autoridad, ¡líder de la materia!, guardián del conocimiento prohibido, como recuerda
Daniel Pennac en su libro «Mal de escuela» (2008).
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Artesanía pedagógica y el arte del liderazgo educativo
Quien tenga el poder, y quiera servir, será un excelente líder. No necesitamos que
el Keleustes nos toque el tambor para remar, sino tener fe en los sueños del capitán,
sabiendo que nos guía con paso firme hacia un nuevo mundo. Como remeros
convencidos, no le llevamos a ninguna parte, vamos con él, le acompañamos
voluntariamente; no tenemos grilletes ni castigos, es el capitán quien tiene que pedirnos
que, por favor, descansemos para no extenuarnos.
Referencias bibliográficas
BERNAL, A.; JOVER, G.; RUÍZ, M.; VERA, J. «Liderazgo personal y construcción de la identidad
profesional del docente». XXXII Seminario Interuniversitario de Teoría de la Educación: Liderazgo
y Educación. Santander 10-12 de Noviembre. Universidad de Cantabria.
DALLA COSTA, J. (1999) El imperativo ético. Por qué el liderazgo moral es un buen negocio.
Barcelona: Paidós.
ESTEVE, J.M. (2010) Educar: un compromiso con la memoria. Barcelona, Octaedro.
FERNÁNDEZ ENGUITA, M. (1999) ¿Es pública la escuela pública? Cuadernos de Pedagogía, 284, p.
76-81.
FRANKL, V. (1979. El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder.
GONZÁLEZ GERALDO, J. L. (en prensa. Hacia una universidad más humana. ¿Es superior la
educación superior? Madrid: Biblioteca Nueva.
GREENLEAF, R. K. (2002) Servant Leadership: A Journey Into the Nature of Legitimate Power and
Greatness. Nueva York, Paulist Press.
PENNAC, D. (2008) Mal de escuela. Barcelona, Mondadori.
RAMSDEN, P. (1992) Learning to Teach in Higher Education. London, Routledge.
ROBINSON, K. (2010) Bring on the learning revolution. TED talks [Archivo de video]. Consultado en
http://www.ted.com/talks/sir_ken_robinson_bring_on_the_revolution.html (último acceso 17-05-
2013).
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IDENTIDAD PROFESIONAL DEL DOCENTE UNIVERSITARIO
Stern (1921, citado en Allport, 1977) definió los rasgos como el componente de la
personalidad el cual es inferido de la totalidad del comportamiento de la persona, pero
no de la observación directa de su conducta, considerando la personalidad como una
unidad dinámica y multiforme (Allport, 1977, pp. 44-45). Un rasgo es un atributo
estable, persistente y habitual; y suele ser comparado con aquellos aspectos del
comportamiento del individuo, que son estacionarios y cambiantes, los cuales están
determinados por el espacio y el tiempo (Allport, 1977). El concepto de rasgo fue
reconocido en la tercera edición revisada del Diagnostic and statiscal manual of mental
disorders (A.P.A., 1987), como aspectos importantes en el estudio de la personalidad.
La interpretación de los rasgos y de su estructura ha sido sometida a muchas
discusiones. Así, cuando se planteó el modelo de los rasgos (Golberg, 1993), una de las
cuestiones era determinar los términos que iban a ser empleados. En este contexto,
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1
La polémica sobre la validez de la taxonomía DSM sigue de actualidad como lo demuestra el rechazo por
parte del National Institute Mental Heath (NIMH), entre otras organizaciones nacionales e internacionales
a la 5ª versión del (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, D.S.M.) (Sainslow, Pine,
Quinn, Kozak, Sung-EnWang y Cuthbert, 2010).
2
Para ejemplificar un modelo dimensional de personalidad, se emplea el Modelo de “Los Cinco Grandes”
(Costa y McCrae, 1985; Digman, 1990; Norman, 1963). Este modelo define la personalidad en base a
cinco rasgos: extraversión (energía), cordialidad (afabilidad), responsabilidad (tesón), neuroticismo
(estabilidad emocional) y apertura a la experiencia (apertura mental).
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Mª Mercedes Inda Caro, Mª Carmen Rodríguez Menéndez y José V. Peña Calvo
categorial del concepto “ser líder”, frente al enfoque dimensional del modelo
transformacional.
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Identidad profesional del docente universitario
“la función docente es educar en tanto es una función cultural”. La ponencia afirma:
“entre el amor a los alumnos y el amor al saber, ambos son ingredientes de los
procesos de enseñanza. No se trata de enfrentar una profesión centrada en el
alumno…con una profesión centrada en el saber..”(Bernal, Jover, Ruiz y Vera, 2013,
12). Dentro del terreno universitario se podría afirmar “entre el amor a la docencia y el
amor a la investigación no se trata de enfrentar una profesión centrada en la
docencia…con una profesión centrada en la investigación”. La formación que deben
tener estos profesionales, va en una doble vertiente: deben dominar el campo de
conocimiento en el que van a trabajar, y además deben tener la formación
psicopedagógica, acorde con las funciones y la eficiencia que se espera de este colectivo
de profesionales (Fernández, 2008). Debe ser un colectivo en el que predomine la
capacidad reflexiva y crítica (Palomero, 2003). Comprometido con su doble vertiente
docente e investigadora, capaz de generar nuevo conocimiento. La profesión docente
necesita que se creen vínculos entre las dos identidades que constituyen esta profesión:
la docencia y la investigación. Lo que sucede es que la “identidad docente se genera a
posteriori y sobre la primera identidad, mucho más vinculada al área de
especialización” (Fernández, 2008, 284).
Sarramona, Noguera y Vera (1998) consideran que son todas ellas funciones
pedagógicas porque requieren que la persona tenga conocimientos sobre el hecho y la
acción educativa. Cada una de ellas se especializará, según el ámbito y nivel en el que
trabaje. Lo que parece claro es que se trata de un perfil heterogéneo y a la vez
unificador, no se puede comprender un docente universitario que no desarrolle las dos
vertientes de su identidad profesional, teniendo como meta final la educación del
colectivo de estudiantes a los que dirige su labor.
3. Proyección de futuro
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Mª Mercedes Inda Caro, Mª Carmen Rodríguez Menéndez y José V. Peña Calvo
para la acción, que se define como el análisis que haría el docente para mejorar sus
futuras acciones e intervenciones educativas.
Gimeno (2010) define la carrera profesional docente desde tres planos: el plano
discursivo, el metodológico y el práctico. El plano discursivo, sería el primer nivel para
definir la profesión docente en el siglo XXI. Se trata de definir la filosofía que sustenta
esta profesión. Es necesario establecer las funciones docentes, distinguiendo entre
aquellas que son irrenunciables y las que tienen un componente de voluntarismo,
valorando la relevancia de cada una de ellas (Gimeno, 2010). En la búsqueda de cuál
puede ser esta filosofía, la addenda sugiere buscar las respuestas en el enfoque
transformacional del liderazgo, presentado en la ponencia, de tal manera que los y las
docentes sean vistos como expertos, personas que estimulan la curiosidad de sus
estudiantes, sepan responder a sus necesidades académicas y sean modelos a seguir
(Bogler, Caspi y Roccas, 2013), teniendo en cuenta la construcción de un yo positivo
defendido por el enfoque eudemónico de la educación, “…consistente en la promoción
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Identidad profesional del docente universitario
El plano práctico supone definir cómo se va a llevar a cabo esta carrera, el marco
legislativo que lo sustenta, teniendo en cuenta tanto los derechos como los deberes del
docente. Es necesario definir unos estándares de buenas prácticas docentes, lo que se
espera que haga el profesorado. Como muy bien escriben los autores de la ponencia:
“No se trata de invertir más dinero, sino de crear las condiciones y clima
necesarios…para que cada profesor pueda mejorar sus prácticas educativas y el
aprendizaje de los alumnos” (Bernal, Jover, Ruiz y Vera, 2013, p. 7).
Referencias bibliográficas
A.P.A. (1987) Diagnostic and Statiscal Manual of Mental Disorders. (Third,Ed.; Revised. ed.).
Washinton,D.C.: American Psychiatric Association.
ALLPORT, G. W. (1977) La personalidad: su configuración y desarrollo (6ª ed.). Barcelona: Herder
BARCENA, F. (2012). Una pedagogía de la presencia. Crítica filosófica de la impostura pedagógica.
Teoría de la Educación, 24(2), 25-57.
BERNAL, A., JOVER, G., RUIZ, M. y VERA, J. (2013) Liderazgo personal y construcción de la
identidad profesional del docente. Ponencia presentada en la Conferencia XXXII Seminario
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IDENTIDAD DIGITAL. MEMORIA Y LIDERAZGO
Nuestra palabra es para mostrar un aspecto que se ha ido activando en nuestra razón,
sentimiento y voluntad, en el transcurso de la lectura de la ponencia: El liderazgo
educativo, tal como se ha ido describiendo, recobra una fuerza especial cuando
introducimos la variable digital, que marca hoy nuestro tiempo-espacio educativo, hasta
forjar una nueva identidad profesional comunicativa, en el dinamismo de una huella
digital que acuña nuestra historia personal y colectiva.
1. Liderazgo colaborativo
así en un proceso reflexivo sobre los factores necesarios para lograr los propósitos
personales e institucionales, en un marco de redistribución del poder. Este liderazgo,
transformacional, está preocupado por alentar la participación y la cooperación de
todos los miembros de la organización. Aunque el conjunto de recursos que
conforman la planificación, la organización y la realización de tareas del grupo
constituye, obviamente, objeto de su preocupación, se distingue sobre todo porque las
personas, su interacción y las prácticas que de ellas se derivan, están antes que la
estructura. Hay aquí una inequívoca dimensión moral del liderazgo, puesto que se
trasciende la mera necesidad inicial de la organización. Puede generarse así una
cultura desde la que todos los miembros de la organización pueden contribuir al logro
de las metas y al crecimiento y el cambio individual e institucional” (Bernal, Jover,
Ruiz y Vera, 2013, 21).
Este cuidado de las personas en el mundo, que se nos muestra como liderazgo
educativo, se percibe en la clave de articulación de muchas dicotomías que en la
ponencia se constituyen en sistema, mostrando la principialidad real y epistemológica
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de alguno de los polos. Todas ellas nos parece poder comprenderlas concurriendo en
una muy simple de nuestro quehacer cotidiano: “Entre el amor a los alumnos y el amor
al saber, no es necesario elegir, ambos son ingredientes de los procesos de enseñanza.
No se trata de enfrentar una profesión centrada en el alumno, que se dedica a ayudarlo a
comprender, con una profesión centrada en el saber, que se contenta con transmitir los
conocimientos a los alumnos y les anima a trabajarlos de manera autónoma. Ambas
cosas son necesarias y se complementan. Al trabajar con los contenidos, los alumnos
aprenden y al aprender crecen como personas” (Bernal, Jover, Ruiz y Vera 2013, 13).
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Identidad digital. Memoria y liderazgo
aspirar a tener oportunidades de éxito en la enseñanza, para aspirar a que los alumnos
reconozcan a sus profesores el derecho a ejercer alguna influencia sobre ellos, es
necesario que tengan un sentido claro de identidad. Al reconocimiento de ese derecho a
ejercer influencia sobre los alumnos, se le ha denominado autoridad, una autoridad
liberadora que se basa en el reconocimiento en otra persona de un mejor ser, de unos
valores, un saber o un prestigio que se acepta voluntariamente en tanto ayuda al otro a
mejorar y a aspirar con esperanza a nuevas y mejores metas (Esteve, 1977, 2010)”
(Bernal, Jover, Ruiz y Vera, 2013, 13).
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Francisco Javier Jiménez Ríos
Si hasta hoy era difícil dejar la huella personal en la historia, hoy resulta casi
imposible borrar nuestra huella digital. Si la historia es un esfuerzo por la memoria, hoy
nos encontramos la realidad de una memoria sin esfuerzo, una memoria casi indeleble.
Por tanto, nuestro esfuerzo ha de centrarse en la bondad de nuestra memoria, una
bondad sobre la que recae la capacidad de nuestro liderazgo educativo. Un liderazgo
que, hoy más que nunca, adquiere los rasgos de un liderazgo colaborativo, acorde con
nuestra propia naturaleza relacional y comunicativa, que interactúa a todos los niveles y
en todos los sentidos.
Referencias bibliográficas
BERNAL, A.; JOVER, G.; RUÍZ, M. Y VERA, J. (2013) Liderazgo personal y construcción de la
identidad profesional del docente. Ponencia presentada al XXXII Seminario Interuniversitario de
Teoría de la Educación. Liderazgo y Educación. Santander 10-12 de Noviembre. Universidad de
Cantabria. http://www.site.unican.es/Ponencia%201.pdf.
LEROI-GOURHAN, A. (1965). Le Geste et la Parole. París, Bibliothèque Albin Michel.
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LIDERAZGO, ÉTICA Y EDUCACIÓN
Sólo una vida vivida para otros merece la pena ser vivida
Einstein
1. Apertura
educación de calidad.
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Ramón Mínguez Vallejos
acontecimiento ético (Ortega, 2013). Por ello mismo entendemos que el liderazgo
educativo está impregnado de una determinada condición ética. ¿De qué modo?
de una colectividad hacia la consecución de un orden social justo. Los tres ingredientes
implican, pues, una capacidad de discernir las inconsistencias entre las condiciones
actuales de vida humana y los valores y principios morales que orientan nuestra
personal y comunitaria; la capacidad de denunciar esas inconsistencias, crear un orden
social justo y comprometerse activamente en la creación de ese nuevo orden.
1
La cursiva es mía.
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Liderazgo, ética y educación
Ello implica la necesidad de hacer presente unos valores morales y otras tareas
educativas que sirvan para la construcción personal de cada educando. Ello no significa
que no sean conocidos; sin embargo, son considerados poco importantes por la escasa
relevancia social que hoy tienen tales contenidos porque no están encaminados hacia la
capacitación técnica o porque no se ajustan por completo a las demandas del mercado
laboral. Si la sociedad actual está determinada por una mentalidad tecnológica que
escasamente deja margen para otros contenidos educativos que no contribuyan sino a
reforzar un modelo de hombre racionalista, entonces, siendo este modelo parcialmente
necesario en la sociedad actual, también aquí se considera importante la formación de
personas para que generen calidad de vida, entendida ésta como la progresiva
humanización del mundo y que estén abocadas a enfrentarse con problemas de otro
orden, que sobrepasan la sola capacitación técnica y profesional. Estamos apuntando
pues a otras cuestiones de orden moral que afectan directamente a la relación de cada
uno consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
Puesto que el liderazgo educativo está centrado en las personas y, por su carácter
ético, el líder personal debe ante todo acoger al otro. Esto es, no solo conocer al otro en
todas sus variables para el logro de unos resultados previamente establecidos, sino que
lo considera como alguien que debe ser reconocido y acogido en lo que es. Lo cual
implica, a nuestro juicio, la propuesta de una tríada de valores morales y funciones
educativas asociadas a esos valores:
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Ramón Mínguez Vallejos
Referencias bibliográficas
ORTEGA, P. (2013) Educar es responder a la pregunta del otro. Boletín Virtual de la Red
Iberoamericana de Pedagogía. 824, 15-28.
RAMÍREZ, J. S. (2007) El liderazgo moral: el reto de este siglo. INCAE Business Review. 1 (3), 44-55.
ROJAS, A., y GASPAR, F. (2006) Bases educativas del liderazgo. Santiago, OREALC/UNESCO Chile.
TODOROV, T. (2009) La memoria, ¿un remedio contra el mal? Barcelona, Arcadia.
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