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Revista de Psicoanálisis de la Asoc. Psic. de Madrid (2014), n.

º 71

El tercero analítico:
el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos*

THOMAS H. OGDEN

Y es probable que él no sepa lo que ha de hacerse


a menos que viva en lo que no es meramente el presente, sino el momento presente del pasado,
a menos que sea consciente, no de lo que está muerto, sino de lo que ya vive.
(T. S. ELIOT, 1919, p.11).

Con ocasión de la celebración del 75 aniversario de la fundación de


la revista The International Journal of Psycho-Analysis, intentaré abordar
un aspecto de lo que entiendo por «el momento presente del pasado» del
psicoanálisis. Creo que una importante faceta del «momento presente»
del psicoanálisis es el desarrollo de la conceptualización analítica de la
naturaleza del interjuego de la subjetividad y la intersubjetividad en el
encuadre analítico y la exploración de sus implicaciones técnicas.
En este artículo, presentaré material clínico de dos análisis en un es-
fuerzo por ilustrar algunas de las formas en que la comprensión del inter-
juego de subjetividad e intersubjetividad (Ogden, 1992a, 1992b) influye
en la práctica del psicoanálisis y la manera en que se genera la teoría clíni-
ca. Como se verá, considero que el movimiento dialéctico de la subjetivi-
dad y la intersubjetividad es un hecho clínico central del psicoanálisis, al
cual todo pensamiento clínico analítico intenta describir en términos cada
vez más precisos y generativos.
La concepción de sujeto analítico, tal como es elaborada en la obra
de Klein y Winnicott, ha conducido a un énfasis cada vez mayor en la
interdependencia del sujeto y el objeto en psicoanálisis (Ogden, 1992b).
Creo que es justo decir que el pensamiento psicoanalítico contemporáneo
se está aproximando a un punto donde uno no puede seguir hablando

*Título original: «The Analytic Third: Working With Intersubjective Clinical Facts»; Thomas
Ogden. Publicado en International Journal of Psychoanalysis, 1994, 75: 3-19. Copyright © Institute
of Psycho-Analysis, London, 1994. Reproduced with permission of Blackwell Publishing Ltd. Tra-
ducido por Jessica McLauchlan. Traducción corregida por José Manuel Martínez Forde.

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simplemente del analista y del analizando como sujetos separados, que se


toman uno al otro como objetos. En las concepciones actuales de proceso
analítico, la importancia de la idea del analista como pantalla neutral y en
blanco para las proyecciones del paciente está disminuyendo.
«A lo largo de los últimos cincuenta años, los psicoanalistas han cam-
biado su visión acerca de su propio método. Hoy está ampliamente acep-
tado que la interpretación en vez de ser sobre la dinámica intrapsíquica del
paciente, debería hacerse sobre la interacción del paciente y el analista a
un nivel intrapsíquico» (O’Shaughnessy, 1983, p.281).1
Mi propia concepción de la intersubjetividad analítica atribuye una
importancia central a su naturaleza dialéctica (Ogden, 1979, 1982, 1985,
1986, 1988, 1989). Esta visión representa una elaboración y extensión de
la noción de Winnicott de que «“No hay tal cosa como un bebé” [aparte
del cuidado materno]» (citado en Winnicott, 1960, p.39). Creo que, en un
contexto analítico, no hay tal cosa como un analizando fuera de la relación
con el analista, y no hay tal cosa como un analista fuera de la relación con
el analizando. Creo que el enunciado de Winnicott está incompleto de ma-
nera intencional. Él asume que se entenderá que la idea de que no hay tal
cosa como un bebé es un juego hiperbólico y representa un elemento de un
enunciado paradójico más extenso. Desde otra perspectiva (desde el punto
de vista del otro «polo» de la paradoja), es obvio que hay un bebé y una
madre que constituyen entidades físicas y psicológicas separadas. La unidad
madre-bebé coexiste en tensión dinámica con la madre y el bebé separados.
De la misma manera, la intersubjetividad del analista-analizando
coexiste en una tensión dinámica con el analista y el analizando como
individuos separados, con sus propios pensamientos, sentimientos, sen-
saciones, realidad corporal, identidad psicológica, etc. Ni la intersubje-
tividad de la madre-bebé ni la del analista-analizando (como entidades
psicológicas separadas) existen en forma pura. Lo intersubjetivo y lo sub-

1. Una reseña exhaustiva de la literatura sobre el desarrollo de una comprensión intersubjetiva


del proceso analítico y la naturaleza del interjuego de la transferencia y la contratransferencia escapa
al propósito del presente artículo. En una lista parcial de las contribuciones más importantes de estos
aspectos del diálogo analítico figuran los siguientes: Attwood y Stolorow (1984), Balint (1968), Bion
(1952, 1959, 1962), Blechner (1992), Bollas (1987), Boyer (1961, 1983, 1992), Coltart (1986), Ferenczi
(1920), Gabbard (1991), Giovacchini (1979), Green (1975), Grinberg (1962), Grotstein (1981), Hei-
mann (1950), Hoffman (1992), Jacobs (1991), Joseph (1982), Kernberg (1976), Khan (1974), Klein
(1946, 1935), Kohut (1977), Little (1951), McDougall (1978) McLaughlin (1991), Meltzer (1966),
Milner (1969), Mitchell (1988), Money-Kyrle (1956), O’Shaughnessy (1983), Racker (1952, 1968),
D. Rosenfeld (1992). H. Rosenfeld (1952, 1965, 1971), Sandler (1976), Scharff (1992), Searles (1979),
Segal (1981), Tansey y Burke (1989), Viderman (1979) y Winnicott (1947, 1951). Para reseñas recientes
de aspectos de este amplio cuerpo de literatura sobre transferencia-contratransferencia, ver Boyer
(1993) y Etchegoyen (1991).

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jetivo individual se crean, se niegan y se preservan uno al otro (ver Ogden,


1992b, para una discusión de la dialéctica de la unidad [oneness] y duali-
dad [twoness] en el desarrollo temprano y en la relación analítica). Tanto
en la relación de la madre y el bebé como en la de analista y analizando,
la tarea no es separar los elementos que constituyen la relación en un es-
fuerzo por determinar qué cualidades pertenecen a cada individuo que
participa en ella; más bien, desde el punto de vista de la interdependencia
del sujeto y el objeto, la tarea analítica implica un intento de describir de
la manera más completa posible la naturaleza específica de la experiencia
del interjuego de la subjetividad individual y la intersubjetividad.
En el presente trabajo, intentaré delinear con algún detalle las vici-
situdes de la experiencia de estar de forma simultánea dentro y fuera de
la intersubjetividad del analista-analizando, a la que me referiré como «el
tercero analítico». Esta tercera subjetividad, el tercero analítico intersub-
jetivo (el «objeto analítico» de Green [1975]), es producto de una dialécti-
ca única generada por (entre) las subjetividades separadas del analista y el
analizando dentro del encuadre analítico.2
Presentaré fragmentos de dos análisis que resaltan los diferentes as-
pectos del interjuego dinámico de subjetividades que constituye el tercero
analítico. El primer fragmento se centra en la importancia de los aspectos
más banales y cotidianos del funcionamiento de fondo de la mente (que
parecen no tener ninguna relación con el paciente) pero que están al servicio
del reconocimiento y el abordaje de la transferencia-contratransferencia.
La segunda viñeta clínica brinda la oportunidad de considerar un
caso en el que el tercero analítico fue experimentado por el analista y el
analizando en gran parte mediante una ficción somática y otras formas de
sensaciones corporales y fantasías relacionadas con el cuerpo. Discutiré la
tarea del analista de usar símbolos verbales para hablar con una voz que
ha vivido dentro del tercero analítico intersubjetivo, que ha sido cambiada
por aquella experiencia, y que es capaz de hablar acerca de ello, con su
propia voz, como analista al analizando (quien también ha sido parte de la
experiencia del tercero).

2. Aunque, por razones de conveniencia, me referiré a veces al «tercero analítico intersubjetivo»


como «el tercero analítico», o simplemente «el tercero», este concepto no debe confundirse con el
tercero edípico/simbólico (el «nombre del padre» lacaniano [1953]). Este último concepto se refiere
a un «término intermedio» que está entre el símbolo y lo simbolizado, entre uno mismo y la expe-
riencia sensorial inmediata vivida de uno, creando así un espacio en el que se genera la interpretación,
la autorreflexión y el sujeto simbolizante. En términos del desarrollo temprano, es el padre (o el
«padre-en-la-madre», Ogden, 1987) quien intercede entre la madre y el bebé (o, más exactamente,
la madre-bebé), creando así el espacio psicológico en el que acontece la elaboración de la posición
depresiva y la triangulación edípica.

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Ilustración clínica: la carta robada

En una sesión reciente con el Sr. L, un analizando con el cual he es-


tado trabajando unos tres años, me encontré mirando un sobre que estaba
encima de la mesa contigua a mi silla del consultorio. Durante la semana o
los diez días previos, había estado usando ese sobre para apuntar números
telefónicos recuperados de mi contestador, ideas para las clases que estaba
dictando, gestiones que tenía que hacer y otras notas para mí mismo. Aun-
que el sobre había estado a plena vista durante más de una semana, hasta ese
momento no había advertido que en la parte inferior derecha del anverso
del mismo había una serie de líneas verticales, marcas que parecían indicar
que la carta había sido parte de un envío múltiple. Me sorprendió un fuerte
sentimiento de decepción: la carta que había llegado en el sobre era de un
colega de Italia, que me había escrito sobre un asunto que él sentía que era
delicado y que debería mantenerse en la más estricta confidencialidad.
Luego miré los sellos y por primera vez noté dos detalles más: no
había matasellos y uno de los tres tenía unas palabras que para mí sorpresa
podía leer. Vi las palabras «Wolfgang Amadeus Mozart» y me percaté lue-
go de un momento de que era un nombre con el cual estaba familiarizado
y era «el mismo» en italiano y en inglés.
Al recuperarme de este reverie, me pregunté cómo podría relacionar-
se esto con lo que estaba ocurriendo actualmente entre mi paciente y yo.
El esfuerzo para hacer este cambio de estado psicológico lo sentí como la
difícil batalla de procurar «luchar contra la represión» al intentar recordar
un sueño que se me desvanece al despertar. En años pasados, he dejado de
lado esos «lapsus de atención» y he procurado dedicarme a darle sentido a
lo que el paciente estaba diciendo, puesto que al retornar de tales reveries,
estoy inevitablemente un poco detrás del paciente.
Me percaté que sentía sospechas acerca de la autenticidad de la intimi-
dad que aquella carta parecía transmitir. Mi fugaz fantasía de que la carta ha-
bía sido parte de un envío de correo múltiple reflejaba el sentimiento de que
había sido engañado. Sentí que había sido ingenuo y crédulo, listo a creer
que se me estaba confiando un secreto especial. Tuve varias asociaciones
fragmentarias, entre ellas la imagen de un saco de correo lleno de cartas con
sellos sin sellar, un saco de huevos de araña, la novela Charlotte’s Web,* el
mensaje de Charlotte en la telaraña, la rata Templeton y el inocente Wilbur.
Ninguna de estas ideas parecía arañar la superficie de lo que estaba ocu-
rriendo entre el Sr. L y yo: sentía como si sencillamente estuviera llevando

*N del T: La palabra web puede traducirse como tela, tejido o telaraña.

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a cabo el análisis contratransferencial, de una manera forzada. Mientras es-


cuchaba al Sr. L, de 45 años, director de una gran agencia sin fines de lucro,
advertí que estaba hablando de una forma muy característica suya: sonaba
cansado y desesperanzado, y sin embargo caminaba penosa y tenazmente a
través de su producción de «asociaciones libres». Durante todo el periodo
de análisis, el Sr. L había estado luchando arduamente por escapar de los
confines de un extremo desapego emocional tanto de sí mismo como de
otras personas. Pensé en su descripción de la llegada en coche a la casa en
que vive y no ser capaz de sentir que es su casa. Cuando entraba, le saluda-
ban «la mujer y los cuatro niños que vivían allí», pero no podía sentir que
eran su esposa y sus hijos. «Es la sensación de no estar ahí y sin embargo
estoy allí. En ese segundo que reconozco que no encajo, hay un sentimiento
de estar separado, justo lo que está próximo a sentirse solo».
Me vino la idea de que tal vez me sentía engañado por él, llevado
por la aparente sinceridad de su esfuerzo por hablarme; pero esta idea me
sonó poco convincente. Recordé la frustración en la voz del Sr. L al expli-
carme una y otra vez que él sabía que debía estar sintiendo algo, pero no
tenía una pista de lo que podría ser.
Los sueños del paciente a menudo estaban llenos de imágenes de per-
sonas paralizadas, prisioneros y mudos. En un sueño reciente, había lo-
grado partir una piedra, después de dedicarle enormes energías, sólo para
encontrar en su interior jeroglíficos grabados (como un fósil). Su alegría
inicial fue extinguiéndose con el reconocimiento de que no podía compren-
der ni un solo significado de los jeroglíficos. En el sueño, su descubrimiento
fue por un momento emocionante, pero al final devino en una experiencia
vacía y penosamente tentadora que lo dejó en una profunda desesperanza.
Incluso este sentimiento de desesperanza se borró casi de inmediato al des-
pertarse, y el sueño se volvió un conjunto de imágenes sin vida sobre las que
él me «informaba» (como opuesto de contarme). El sueño se había vuelto
un recuerdo estéril y no lo sintió vivo como un conjunto de sentimientos.
Consideré la idea de que mi propia experiencia en la sesión pudiera
pensarse como una forma de identificación proyectiva, por la cual estaba
participando en la experiencia de desesperanza del paciente al no poder
vislumbrar y experimentar una vida interior que parecía estar detrás de
una barrera impenetrable. Esta formulación tenía sentido intelectualmen-
te, pero la sentía estereotipada y falta de emoción. Luego derivé en una
serie de ideas narcisistas competitivas relacionadas con asuntos profesio-
nales, que parecían tomar una cualidad rumiante. Estas rumias fueron in-
terrumpidas desagradablemente al darme cuenta de que tenía que recoger
mi coche, que estaba en el taller, antes de las 6 de la tarde, hora en que

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cerraban. Tenía que procurar terminar la última sesión de análisis del día
a las 5 y 50 en punto, si quería llegar al taller antes de que cerrara. En mi
mente, tenía una imagen vívida de mí mismo parado frente a las puertas
cerradas del taller con el rugido del tráfico detrás de mí. Sentí una intensa
impotencia y rabia (y también un poco de autocompasión) sobre la ma-
nera en que el propietario del taller había cerrado sus puertas a las 6 en
punto, a pesar de que yo era un cliente habitual desde hacía años y que
él sabía muy bien que necesitaría mi coche. En esta experiencia fantasea-
da, había un sentimiento profundo e intenso de desolación y aislamiento,
como también una sensación física palpable de la dureza de la acera, el
olor pestilente de los humos de los tubos de escape, y la textura arenosa
de las sucias ventanas de vidrio de las puertas del taller.
Aunque en aquel tiempo no tenía plena conciencia de ello, retros-
pectivamente puedo ver mejor que estaba bastante afectado por esta serie
de sentimientos e imágenes, que habían empezado con mis rumias nar-
cisistas/competitivas y terminado con las fantasías de concluir de forma
impersonal la sesión de mi último paciente del día y luego ser dejado fuera
por el propietario del taller.
Al volver a escuchar al Sr. L con más atención, me esforcé por juntar
las cosas sobre las que estaba hablando en esos tiempos: la inmersión de
su esposa en su propio trabajo y el agotamiento que sentían ambos al final
del día; los percances financieros de su cuñado y su inminente bancarro-
ta; una experiencia mientras hacía jogging, en la que el paciente estuvo
involucrado en un conato de accidente con un motociclista que conducía
de manera temeraria. Podía haber escogido cualquiera de estas imágenes
como símbolo de los temas discutidos previamente, incluido el mucho
desapego que parecía impregnar todo aquello sobre lo que el paciente es-
taba hablando, como también la desconexión que yo sentía tanto por par-
te de él como de mi parte. Sin embargo, decidí no intervenir, porque sentía
que si a estas alturas intentaba ofrecer una interpretación estaría solo repi-
tiéndome y diciendo algo a fin de tranquilizarme por tener algo que decir.
El teléfono de mi consultorio había sonado al comienzo de la se-
sión y el contestador había hecho clic dos veces para grabar un mensaje
antes de reanudar su silenciosa vigilia. En el momento de la llamada, no
había pensado conscientemente acerca de quién podría ser, pero a estas
alturas de la sesión miré el reloj para ver cuánto faltaba para poder oír el
mensaje. Me sentí aliviado de pensar en el sonido de una voz fresca en la
cinta del contestador. No era que imaginaba encontrar una noticia buena
específica; se trataba más de que anhelaba una voz limpia y clara. Había
un componente sensorial en la fantasía: podía sentir una brisa fresca bañar

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mi rostro y entrar en mis pulmones aliviando la sofocante quietud de una


habitación sobrecalentada y sin ventilación. Recordé los sellos limpios del
sobre, de colores claros y vibrantes, no oscurecidas por las desagradables
marcas mecánicas e indelebles de las máquinas matasellos.
Miré de nuevo el sobre y advertí algo de lo cual sólo me había perca-
tado de manera subliminal: mi nombre y dirección habían sido mecanogra-
fiados con máquina de escribir mecánica, no en ordenador, ni en máquina
etiquetadora, ni siquiera en una máquina de escribir eléctrica. Me sentí casi
dichoso respecto a la calidad personal con la que mi nombre había sido
«hablado». Podía casi oír las irregularidades idiosincráticas de cada letra
mecanografiada: la inexactitud de la línea, la manera en que faltaba la parte
superior de cada «t» sobre la barra. Esto me parecía como el acento y la in-
flexión de una voz humana hablándome a mí, sabiendo mi nombre.
Estas ideas y sentimientos, como también las sensaciones asociadas
con estas fantasías, me trajeron a la mente (y al cuerpo) algo que el pacien-
te me había dicho meses atrás, pero que no lo había vuelto a mencionar.
Me había contado que se sentía más cerca de mí no cuando yo decía cosas
que parecían correctas, sino cuando cometía errores, cuando me equivo-
caba. Me había llevado meses comprender de manera más completa lo que
quería decir cuando me dijo eso. En ese punto de la sesión, empecé a po-
der describirme a mí mismo los sentimientos de desesperanza que había
estado sintiendo en mí mismo y la búsqueda frenética del paciente de algo
humano y personal en nuestro trabajo juntos. También empecé a sentir
que comprendía algo del pánico, la desesperanza y la ira asociados con
la experiencia de colisionar una y otra vez con algo que parece humano,
pero que se siente mecánico e impersonal.
Me vino a la memoria la descripción del Sr. L de su madre como
«muerta cerebral». El paciente no podía recordar un solo ejemplo en el
que ella alguna vez hubiese demostrado alguna evidencia de sentir ira o
un sentimiento intenso de cualquier tipo. Se sumergía en los trabajos do-
mésticos y en «cocinar con total falta de inspiración». Las dificultades
emocionales eran respondidas sistemáticamente con lugares comunes.
Por ejemplo, cuando el paciente tenía seis años, todas las noches lo aterra-
ba la presencia de criaturas debajo de su cama, y su madre le decía «no hay
nada de qué asustarte». Esta frase se volvió un símbolo en el análisis de la
discordancia entre la exactitud de la frase, por un lado (en efecto, no ha-
bía criaturas debajo de su cama) y, por el otro, de la poca disponibilidad/
incapacidad de la madre para reconocer la vida interna del paciente (había
algo de lo que él se asustaba que ella se negaba a reconocer, identificarse
con ello o incluso tener curiosidad).

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La cadena de pensamientos del Sr. L, que incluía la idea de sentirse ex-


hausto, la inminente bancarrota de su cuñado y el accidente potencialmente
serio o incluso fatal, ahora me golpeó como un reflejo de sus intentos incons-
cientes de hablarme acerca de su sentimiento incipiente de que el análisis esta-
ba vacío, en bancarrota y muriendo. Él estaba experimentando los rudimentos
de un sentimiento en el que él y yo no estábamos hablándonos el uno al otro
de una manera vital; más bien, yo le parecía incapaz de ser con él algo que no
fuera mecánico, de la misma manera en que él no podía ser humano conmigo.
Le dije al paciente que pensaba que nuestro tiempo juntos debía sen-
tirlo como un ejercicio obligatorio y triste, como un trabajo de fábrica
donde uno marca la tarjeta de control de asistencia. Luego añadí que tenía
la sensación de que él a veces se sentía tan irremediablemente sofocado en
las sesiones conmigo que debía sentirse como estar asfixiado con algo que
parece ser aire, pero que en realidad es vacío.
La voz del Sr. L se volvió más fuerte y llena como no le había escu-
chado antes, «Sí, duermo con las ventanas totalmente abiertas por temor a
asfixiarme durante la noche. A menudo despierto aterrado de que alguien
me está asfixiando como si me hubieran puesto una bolsa de plástico en la
cabeza». El paciente continuó diciéndome que cuando entra en mi consul-
torio, suele sentir que la habitación está demasiado caliente y que el aire está
perturbadoramente quieto. Dijo que nunca se le había ocurrido pedirme
que apagara la estufa del pie del diván o que abriera la ventana, en gran parte
porque no había sido plenamente consciente hasta entonces de que tenía
tales sensaciones. Añadió que era terriblemente desalentador darse cuenta
de cuán poco se permitía saber sobre lo que sucedía dentro de él, incluso al
punto de no saber cuándo percibía una habitación demasiado caliente.
El Sr. L permaneció en silencio los quince minutos restantes de la
sesión. Un silencio de tal duración no se había dado antes en el análisis.
Durante aquel silencio, no me sentí presionado a hablar. En verdad, en
ese respiro había una gran sensación de calma y alivio de lo que hoy con-
sidero una «mentalización ansiosa» que tan a menudo había llenado las
sesiones. Me di cuenta del tremendo esfuerzo que el Sr. L y yo dedicába-
mos regularmente a hacer que el análisis no colapsara en la desesperanza:
me imaginé a los dos en el pasado intentando de modo frenético mantener
una pelota de playa en el aire, golpeándola de uno al otro. Hacia el final de
la hora, sentí somnolencia y tuve que combatir el sueño.
El paciente empezó la siguiente sesión diciendo que un sueño lo ha-
bía despertado temprano aquella mañana. En el sueño «estaba bajo el agua
y podía ver a otra gente, que estaba completamente desnuda. Se dio cuenta
que él también estaba desnudo, pero no se sentía cohibido por ello. Esta-

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ba conteniendo la respiración y sentía pánico por pensar que se ahogaría


si no podía seguir aguantando más su respiración. Uno de los hombres,
que obviamente estaba respirando bajo el agua sin dificultad, le dijo que
estaría bien que respirara. Con mucha cautela tomó aire y descubrió que
podía respirar. La escena cambió, aunque él seguía bajo el agua. Lloraba
con profundos sollozos y sentía una profunda tristeza. Un amigo, cuyo
rostro no podía identificar, le habló. El Sr. L dijo que se sentía agradecido
con el amigo por no tratar de calmarlo o alegrarlo.»
El paciente dijo que al despertar del sueño se sintió al borde de las lágri-
mas. Contó que se había levantado de la cama sólo porque deseaba sentir lo
que estaba sintiendo, aunque no sabía de qué estaba triste. El Sr. L notó los
inicios de sus conocidos intentos de cambiar el sentimiento de tristeza por el
de angustia sobre asuntos de oficina o preocupaciones sobre cuánto dinero
tenía en el banco y otras cuestiones con las cuales se «distrae» a sí mismo.

Discusión

He presentado el relato anterior no como ejemplo de un punto de


inflexión en un análisis, sino más bien como un esfuerzo por transmitir la
sensación del movimiento dialéctico entre la subjetividad y la intersubje-
tividad en el encuadre analítico. He intentado describir parte de la manera
en que mi experiencia como analista (incluido el funcionamiento apenas
perceptible y a menudo muy banal del funcionamiento de fondo de mi
mente) es contextualizada por la experiencia intersubjetiva creada por el
analista y el analizando. Ningún pensamiento, sentimiento o sensación
puede considerarse que es el mismo, tanto de lo que fue como de lo que
será, fuera del contexto de la intersubjetividad específica (y continuamen-
te cambiante) creada por el analista y el analizando.3

3. Lo que he dicho aquí sobre los pensamientos y sentimientos del analista que están siendo contex-
tualizados en cada caso, y por ello alterados, por la experiencia con el paciente podría parecer que lleva a la
conclusión de que todo lo que el analista piensa y siente debería ser considerado contratransferencia. Sin
embargo, yo creo que el uso del término contratransferencia para referirse a todo lo que el analista piensa
y siente y experimenta sensorialmente oscurece la simultaneidad de la dialéctica de la unidad (oneness)
y la dualidad (twoness), de la subjetividad individual y la intersubjetividad que es el cimiento de la rela-
ción psicoanalítica. Decir que todo lo que el analista experimenta es contratransferencia es solo declarar
la autoevidencia de que estamos todos atrapados en nuestra propia subjetividad. Para que el concepto de
contratransferencia tenga más sentido que esto, debemos volver a re-plantear de manera continua el con-
cepto en la dialéctica del analista como entidad separada y el analista como creación de la intersubjetividad
analítica. Ninguno de estos «polos» de la dialéctica existe en forma pura y nuestra tarea es hacer cada vez
más exposiciones detalladas sobre la naturaleza específica de la relación entre la experiencia del sujeto y el
objeto, entre la contratransferencia y la transferencia en cualquier momento dado.

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Me gustaría empezar la discusión diciendo que soy muy consciente


de la forma extraña en que he presentado el material clínico, y que casi no
doy la información usual acerca del Sr. L hasta ya bien entrada la presen-
tación. Lo hice en un esfuerzo por transmitir la sensación del grado en
que el Sr. L estaba a veces tan ausente de mis pensamientos y sentimientos
conscientes. Mi atención no estaba en absoluto centrada en el Sr. L duran-
te estos periodos de reverie (uso el término reverie de Bion para referirme
no solo a aquellos estados psicológicos que reflejan claramente la recepti-
vidad activa del analista hacia analizando, sino también a un conjunto va-
riopinto de estados psicológicos que parecen reflejar el ensimismamiento
narcisista, la rumia obsesiva, la ensoñación, las fantasías sexuales y otros
del analista).
Volviendo a los detalles del propio material clínico tal como se des-
plegaba, mi experiencia del sobre postal (en el contexto de este análisis)
empezó con mi percepción del sobre, que, a pesar de que había estado
presente físicamente durante semanas, en aquel momento cobró vida
como evento psicológico, portador de significados psicológicos, que no
habían existido antes de aquel momento. Veo estos nuevos significados no
simplemente como un reflejo de un levantamiento de la represión dentro
de mí; más bien, entiendo el evento como un reflejo del hecho de que un
nuevo sujeto (el tercero analítico) está siendo generado por (entre) el Sr. L
y yo mismo, que da por resultado la creación del sobre como un «objeto
analítico» (Bion, 1962; Green, 1975). Cuando advertí este «nuevo objeto»
sobre mi mesa, fui atraído hacia él de una manera tan egosintónica que
fue un hecho casi totalmente inconsciente para mí. Fui golpeado por las
marcas producidas por la máquina en el sobre que, de nuevo, no habían
estado allí (para mí) hasta ese momento: experimenté estas marcas por pri-
mera vez en el contexto de una matriz de significados relacionados con la
decepción acerca de la ausencia de un sentimiento de que se me hablara de
una manera que sintiera personal. Los sellos sin matar fueron «creados»
de modo similar y ocuparon su lugar en la experiencia intersubjetiva que
estaba siendo elaborada. Los sentimientos de distanciamiento y extrañeza
se amontonaron hasta el punto que apenas reconocía el nombre de Mo-
zart como parte de un «lenguaje común».
La serie de asociaciones fragmentarias relacionada con Charlotte’s
Web es un detalle que requiere alguna explicación. Estos sentimientos e
ideas, aunque muy personales e idiosincráticos de mi propia experien-
cia de vida, también estaban siendo creados de nuevo dentro del con-
texto de la experiencia del tercero analítico. Yo sabía conscientemente
que Charlotte’s Web era muy importante para mí, pero el significado

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particular del libro no solo estaba reprimido, sino que también aún no
había llegado a tenerlo de la manera en que lo tendría en esta sesión. No
fue hasta semanas después de la sesión descrita que me percaté de que
este libro estaba en su origen (y estaba en proceso de serlo) íntimamente
asociado con sentimientos de soledad. Advertí por primera vez (en las
semanas siguientes), que había leído este libro varias veces durante un
periodo de intensa soledad en mi niñez, que me había identificado por
completo con Wilbur en tanto que inadaptado y marginado. Considero
estas asociaciones (en gran parte inconscientes) con Charlotte’s Web no
como una recuperación de un recuerdo reprimido, sino como la creación
de una experiencia (en y mediante la intersubjetividad analítica) que no
existía previamente en la forma que estaba tomando ahora. Esta con-
cepción de la experiencia analítica es central para el presente artículo: la
experiencia analítica ocurre en la cúspide entre el pasado y el presente, e
involucra un «pasado» que está siendo creado nuevamente (tanto para el
analista como para el analizando) por medio de una experiencia generada
entre el analista y el analizando (es decir, dentro del tercero analítico).
Cada vez que mi atención consciente se desplazaba de la experiencia
de «mis propios» reveries a lo que el paciente estaba diciendo y a cómo
me lo estaba diciendo y cómo estaba conmigo, yo no estaba «retornan-
do» al mismo lugar que había dejado segundos o minutos antes. En cada
caso, la experiencia del reverie me había cambiado, a veces solo de manera
imperceptible. En el curso del reverie que acabo de describir, algo había
ocurrido que de ninguna manera debe considerarse mágico o místico. En
verdad, lo que había ocurrido era tan normal y corriente, tan discretamen-
te banal, que era casi imperceptible como evento analítico.
Cuando volví a centrar mi atención en el Sr. L luego de la serie de
ideas y sentimientos respecto al sobre postal, estaba más receptivo a la
calidad esquizoide de su experiencia y a la vacuidad tanto de su intento
como del mío de crear algo juntos que se sintiera real. Era consciente más
profundamente del sentimiento de arbitrariedad asociado con su sentido
de su lugar en su familia y el mundo, como también con el sentimiento de
vacío asociado con mis propios esfuerzos de ser un analista para él.
Luego me vi implicado en una segunda serie de pensamientos y sen-
timientos autoenvolventes (siguiendo a mi único intento parcialmente
satisfactorio de conceptualizar mi propia desesperanza y la del paciente
en términos de identificación proyectiva).4 Mis pensamientos fueron in-
4. Creo que se puede comprender un aspecto de la experiencia que estoy describiendo en térmi-
nos de identificación proyectiva, pero la manera en que fue utilizada, en el momento que surgió, fue
predominantemente al servicio de una defensa intelectualizadora.

77
Thomas H. Ogden

terrumpidos por fantasías y sensaciones angustiosas relacionadas con el


cierre del taller y mi necesidad de poner fin «a tiempo» a la última sesión
de análisis del día. Mi coche había estado en el taller todo el día, pero solo
fue precisamente con el Sr. L que el coche fue creado como objeto ana-
lítico. La fantasía involucrada con el cierre del taller fue creada en aquel
momento no por mí aisladamente, sino mediante mi participación en la
experiencia intersubjetiva con el Sr. L. Los pensamientos y sentimientos
relacionados con el coche y el taller no aparecieron en ninguna de las de-
más sesiones en las que participé durante aquel día.
En el reverie relacionado con el cierre del taller y mi necesidad de po-
ner fin «a tiempo» a la última sesión de análisis del día, la experiencia de
chocar contra una inhumanidad mecánica inamovible en mí mismo y otros
se repitió en una diversidad de formas. Entretejidas con las fantasías había
sensaciones de dureza (la acera, el vidrio y la arenilla) y sofocación (el humo
de los tubos de escape). Estas fantasías generaban una sensación de angustia
y urgencia dentro de mí cada vez más difícil de ignorar (aunque en el pasado
bien podría haberlas desestimado como si no tuvieran ningún significado
para el análisis salvo una interferencia a superar).
«Retornando» a la escucha del Sr. L, me seguía sintiendo bastante
confundido acerca de lo que estaba ocurriendo en la sesión, y estaba muy
tentado a decir algo para disipar mis sentimientos de impotencia. En ese
momento, un hecho que había «ocurrido» al principio de la sesión (la
llamada telefónica grabada en el contestador) ocurrió por primera vez
como un evento analítico (es decir, como un evento que tiene significado
dentro del contexto de la intersubjetividad que estaba siendo elaborada).
La «voz» grabada en la cinta del contestador ahora contenía la promesa
de ser la voz de una persona que me conocía y que me hablaría de forma
personal. Las sensaciones físicas de respirar libremente y sofocarse eran
portadoras de significados cada vez más importantes. El sobre se volvió
un objeto analítico diferente de aquel que había sido al principio de la
sesión: ahora tenía el significado de representar una voz idiosincrática y
personal (la dirección mecanografiada a mano con una «t» imperfecta).
El efecto acumulativo de estas experiencias dentro del tercero analítico
condujo a la transformación de algo que el paciente me había dicho meses
antes acerca de sentirse más cerca de mí cuando yo cometía errores. La de-
claración del paciente adquirió nuevo significado, pero creo que sería más
exacto decir que la declaración (recordada) era ahora una nueva declaración
para mí, y en ese sentido estaba siendo formulada por primera vez.
A estas alturas de la sesión, empecé a poder usar un lenguaje que
me describiera algo de la experiencia de enfrentarme a un aspecto de otra

78
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

persona, y de mí mismo, al que sentía como aterrador e irrevocablemente


inhumano. Varios temas sobre los que había estado hablando el Sr. L co-
braban ahora para mí una coherencia que no habían tenido antes: los te-
mas me parecían converger en la idea de que el Sr. L estaba experimentán-
dome a mí y al discurso entre nosotros en bancarrota y moribundo. Otra
vez, estos «viejos» temas estaban volviéndose ahora (para mí) en nuevos
objetos analíticos que recién encontraba. Intenté hablar al paciente acerca
de mi sensación de su experiencia sobre mí y del análisis como mecánico
e inhumano. Antes de que empezara la intervención, no había planeado
de manera consciente usar la imagen de las máquinas (la fábrica y el reloj)
para transmitir lo que tenía en mente; estaba recurriendo de manera in-
consciente a la imagen de mis reveries relacionadas con el final mecánico
(determinado por el reloj) de una hora de análisis y del cierre del taller.
Consideré mi «elección» de imagen como un reflejo de la manera en que
estaba «hablando desde» la experiencia inconsciente del tercero analítico
(la intersubjetividad inconsciente creada por Sr. L y yo mismo). Al mis-
mo tiempo, estaba hablando sobre el tercero analítico desde una posición
(como analista) fuera de él.
Continué igualmente de una manera no planificada para contarle al
paciente acerca de la imagen de una cámara de vacío (otra máquina) en que
algo que parecía ser un aire sustentador de la vida era, en verdad, vacío
(aquí estaba recurriendo inconscientemente a las imágenes-sensaciones de
la experiencia fantaseada de un aire lleno de gases del tubo de escape fuera
del taller y la respiración de aire fresco asociada con la fantasía del contes-
tador).5 La respuesta del Sr. L a mi intervención tuvo una plenitud de voz
que reflejaba una plenitud de respiración (un toma y daca más pleno). Sus
propios sentimientos conscientes e inconscientes de ser excluido de lo hu-
mano habían sido vividos en la forma de imágenes y sensaciones de asfixia
en manos de una madre/analista asesina (la bolsa de plástico [pecho] que
le impedía estar lleno de aire sustentador de vida).
El silencio al final de la sesión era en sí mismo un nuevo evento analíti-
co y reflejaba un sentimiento de reposo en marcado contraste con la imagen
de ser asfixiado con violencia en una bolsa de plástico o de sentirse pertur-
badoramente asfixiado por el aire quieto de mi consultorio. Había otros dos
aspectos más de mi experiencia durante este silencio que tenían significado:

5. De esta forma indirecta (es decir, permitiéndome recurrir libremente a mi experiencia incons-
ciente con el paciente en la construcción de mis intervenciones) «le hablé» al paciente sobre mi propia
experiencia del tercero analítico. Esta comunicación indirecta de la contratransferencia contribuye de
una manera fundamental al sentimiento de espontaneidad, vitalidad y autenticidad de la experiencia
analítica.

79
Thomas H. Ogden

la fantasía de una pelota de playa mantenida de modo frenético en el aire


mediante golpes entre el Sr. L y yo, y mi sensación de somnolencia. Aunque
me sentía bastante calmado por la manera en que el Sr. L y yo podíamos
estar en silencio juntos (en una combinación de desesperanza, agotamiento
y esperanza), había un elemento en la experiencia del silencio (en parte,
reflejado en mi somnolencia) que sentía como un trueno distante (y que
retrospectivamente considero una ira mantenida a raya).
Solo comentaré brevemente el sueño con el cual el Sr. L abrió la si-
guiente sesión. Lo entiendo simultáneamente como una respuesta a la se-
sión previa y como el inicio de una delimitación más nítida de un aspecto
de la transferencia-contratransferencia, en la que el temor del Sr. L a los
efectos de su furia contra mí y sus sentimientos homosexuales hacia mí se
estaban volviendo angustias predominantes (anteriormente, había tenido
pistas sobre esto, que había sido incapaz de usar como objetos analíticos,
por ejemplo, la imagen y la sensación del rugido del tráfico detrás de mí
en mi fantasía del taller).
En la primera parte del sueño, el paciente «estaba bajo el agua con
otras personas desnudas, incluido un hombre que le dijo que estaba bien
que respirase, a pesar de su temor de ahogarse. Al respirar, encontró difícil
de creer que era realmente capaz de hacerlo».
En la segunda parte del sueño del Sr. L, «estaba sollozando con tris-
teza mientras un hombre, cuyo rostro no podía distinguir, se quedaba con
él pero no intentaba alegrarlo».
Veo este sueño, en parte, como una expresión de los sentimientos
del Sr. L de que en la sesión previa los dos habíamos experimentado jun-
tos y empezado a comprender mejor algo importante acerca de su vida
inconsciente («bajo el agua») y que yo no temía ser abrumado (ahogado)
por sus sentimientos de aislamiento, tristeza y futilidad, ni le tenía miedo
a él. En consecuencia, él se atrevió a permitirse estar vivo (inhalar), lo que
antes temía que lo asfixiaría (el pecho/analista vacío). Además, había una
sugerencia de que la experiencia del paciente no la sentía enteramente real
en el hecho de que, en el sueño, encontraba difícil creer que era realmente
capaz de hacer lo que estaba haciendo.
En la segunda parte del sueño, el Sr. L representaba de forma más
explícita su mayor capacidad para sentir su tristeza menos desconectada
de sí mismo y de mí. El sueño me parecía ser en parte una expresión de
gratitud hacia mí por no haberle robado los sentimientos que estaba em-
pezando a experimentar, es decir, por no interrumpir el silencio al final de
la sesión del día anterior con una interpretación u otra manera de intentar
disipar o incluso transformar su tristeza con mis palabras e ideas.

80
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

Sentí que, además de la gratitud (mezclada con la duda) que el Sr. L


estaba experimentando en conexión con estos eventos, había menos sen-
timientos de ambivalencia reconocidos hacia mí. Yo estaba en parte alerta
a esta posibilidad por mi propia somnolencia al final de la sesión previa,
algo que a menudo refleja mi propio estado de indefensión. La fantasía
de pegarle a la pelota de playa (pecho) sugería que bien podría ser ira que
estaba siendo mantenida a raya. Los hechos posteriores en el análisis me
llevaron a sentirme cada vez más convencido de que la falta de rostro del
hombre en la segunda parte del sueño era en parte expresión de la cólera
del paciente (transferencia materna) hacia mí por ser tan esquivo hasta ser
informe e indescriptible (como él se sentía ser). Esta idea fue confirmada
en los años siguientes de análisis cuando la ira del Sr. L hacia mí por «ser
nadie en particular» la expresó de manera directa. Además, a un nivel más
profundamente inconsciente, la invitación del hombre desnudo a que res-
pirase bajo el agua reflejaba lo que yo sentía que era una intensificación
del sentimiento inconsciente del Sr. L de que yo estaba seduciéndolo para
estar vivo en la habitación conmigo de un modo que a menudo movili-
zaba angustias homosexuales (representadas por el ánimo que le daba el
hombre desnudo al Sr. L a que tomase en su boca el fluido compartido).
La angustia sexual reflejada en este sueño no fue interpretada hasta mucho
más tarde en el análisis.

Algunos comentarios adicionales

En la secuencia clínica descrita arriba, no fue simplemente casual que


mi mente «vagara» y se concentrara en un conjunto de marcas de máqui-
na en un sobre cubierto de garabatos de números telefónicos, notas de
clases y recordatorios de gestiones que necesitaba hacer. El propio sobre,
además de portar los significados ya mencionados, también representaba
(lo que había sido) mi propio discurso privado, una conversación privada
no pensada para nadie más; había notas escritas en las que me hablaba a
mí mismo sobre detalles de mi vida. El funcionamiento de la mente del
analista en estas formas «naturales» no conscientes durante las sesiones
de análisis son aspectos muy personales, privados y vergonzosamente
prosaicos de la vida, de los cuales rara vez se habla con colegas, y mu-
cho menos se escribe sobre ellos en publicaciones. Requiere gran esfuerzo
aprovechar este aspecto personal y cotidiano del área no autorreflexiva
del reverie con el fin de hablarnos a nosotros mismos sobre la manera en
que este aspecto de la experiencia se ha transformado de tal forma que se

81
Thomas H. Ogden

ha vuelto una manifestación del interjuego de los sujetos analíticos. Lo


«personal» (lo subjetivo individual) no es nunca más sólo lo que había
sido antes de su creación en el tercero analítico intersubjetivo, ni es del
todo diferente de lo que había sido.
Creo que una dimensión importante de la vida psicológica del ana-
lista en el consultorio con el paciente toma la forma de reverie en relación
con detalles ordinarios y cotidianos de su propia vida (que a menudo tie-
nen gran importancia narcisista para él). En esta discusión clínica, he in-
tentado demostrar que estos reveries no son solo simples reflejos de falta
de atención, ensimismamientos narcisistas, conflictos emocionales irre-
sueltos y cosas parecidas; más bien, esta actividad psicológica representa
formas simbólicas y protosimbólicas (basadas en sensaciones) dadas en las
experiencias inarticuladas (y a menudo aún no sentidas) del analizando a
medida que toman forma en la intersubjetividad del par analítico (es decir,
en el tercero analítico).
A menudo se considera que esta forma de actividad psicológica es
algo que el analista debe superar, dejar de lado, vencer, etc., en su esfuerzo
por estar tanto emocionalmente presente con el analizando como atento
a él. Estoy sugiriendo que una visión de la experiencia del analista que
desdeña la categoría de este hecho clínico lleva al analista a desdeñar (o
ignorar) el significado de gran parte (en algunos casos, la mayoría) de
su experiencia con el analizando. Siento que uno de los principales fac-
tores que contribuyen a la subvaloración de tan gran parte de experien-
cia analítica es el hecho de que tal reconocimiento involucra una forma
perturbadora de conciencia de sí mismo. El análisis de este aspecto de la
transferencia-contratransferencia requiere una revisión de la manera en
que nos hablamos a nosotros mismos y de lo que hablamos a nosotros
mismos en un estado psicológico privado y relativamente indefenso. En
este estado, el interjuego dialéctico de la conciencia e inconsciencia ha
sido alterado de una manera que se parece al estado onírico. Al volvernos
conscientes de uno mismo de esta manera, estamos alterando un santuario
interno de privacidad esencial, y por ello una de las piedras angulares de
nuestra salud mental. Estamos hollando suelo sagrado, un área de aisla-
miento personal en la que, en gran medida, nos estamos comunicando con
objetos subjetivos (Winnicott, 1963) (ver también Ogden, 1991). Esta co-
municación (como las notas a mí mismo en el sobre) no están destinadas a
nadie más, ni siquiera respecto a aspectos de nosotros mismos que yacen
fuera de este «cul-de-sac» exquisitamente privado/prosaico (Winnicott,
1963, p.184). Este ámbito de la experiencia transfero-contratransferencial
es tan personal, tan arraigado en la estructura del carácter del analista, que

82
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

requiere gran esfuerzo psicológico entrar en un discurso con nosotros


mismos, pues exige reconocer que incluso este aspecto de lo personal ha
sido alterado por nuestra experiencia en y del tercero analítico. Si vamos a
ser analistas en un sentido pleno, debemos intentar traer deliberadamen-
te incluso estos aspectos de nosotros mismos para sobrellevar el proceso
analítico.

El psique-soma y el tercero analítico

En la siguiente sección de este artículo, presentaré un relato sobre


una interacción analítica en la que una ficción somática experimentada
por el analista, y un grupo relacionado de sensaciones corporales y fanta-
sías vinculadas al cuerpo experimentadas por el analizando, constituyeron
el principal medio por el cual se experimentó, comprendió e interpretó el
tercero analítico. Como se hará evidente, la conducción de esta fase del
análisis dependió de la capacidad del analista de reconocer y hacer uso
de una forma del hecho clínico intersubjetivo manifestado en gran parte
mediante sensaciones o fantasías corporales.

Ilustración clínica: el corazón delator

En esta discusión clínica, describiré una serie de sucesos en el tercer


año de análisis de la Sra. B, de 42 años, abogada, casada y madre de dos
niños en edad de latencia. La paciente empezó el análisis por razones nada
claras para ninguno de nosotros; sentía un vago descontento con su vida, a
pesar de que tenía «una familia maravillosa» y le iba bien en su trabajo. Me
contó que nunca hubiera adivinado que «acabaría en el consultorio de un
analista»; se siente como que «he salido de una película de Woody Allen».
La atmósfera era trabajosa y de vago desasosiego en el primer año y
medio de análisis. Me desconcertaba por qué la Sra. B venía a sus sesiones
diarias, y todos los días me sorprendía un poco cuándo ella aparecía. La
paciente casi nunca faltaba a una sesión, rara vez llegaba tarde y, de hecho,
llegaba lo suficientemente temprano como para ir al baño de mi consulto-
rio antes de casi cada sesión.
La Sra. B hablaba de una manera organizada, algo obsesiva pero re-
flexiva: siempre había temas «importantes» que discutir, incluidos los ce-
los de su madre por la atención que su padre prestaba a la paciente, no
importa cuán tenue fuera. La Sra. B sentía que esto estaba conectado con

83
Thomas H. Ogden

sus dificultades actuales, como su incapacidad de aprender («incorporar


cosas dentro») de las socias de más importancia en el bufete. Sin embargo,
había superficialidad en esta elaboración y a medida que pasaba el tiempo,
la paciente parecía requerir cada vez mayor esfuerzo para «encontrar co-
sas de las cuales hablar». Habló acerca de no sentirse plenamente presente
en las sesiones, a pesar de sus mejores esfuerzos por «estar aquí».
Al final del segundo año de análisis, los silencios se habían vuelto
cada vez más frecuentes y de mucha más larga duración, a menudo de 15
a 20 minutos (en el primer año, rara vez había habido un silencio). Intenté
hablar con la Sra. B acerca de cómo se sentía al estar conmigo en un pe-
riodo determinado de silencio. Ella respondía que se sentía extremamente
frustrada y atascada, pero no podía elaborar. Ofrecí mis propias ideas para
tantear acerca de la posible relación entre un silencio determinado y la
experiencia transfero-contratransferencial que podría haber precedido in-
mediatamente al silencio o tal vez haber quedado sin resolver en sesiones
previas. Ninguna de estas intervenciones parecía alterar la situación.
La Sra. B se disculpaba repetidamente por no tener más que decir y se
preocupaba porque me estaba fallando. A medida que pasaban los meses,
hubo un sentimiento creciente de agotamiento y desesperanza asociado
con los silencios y con la falta de vida general del análisis. Las disculpas de
la paciente por este estado de cosas continuaron, pero se transmitían, cada
vez más, no con palabras sino con expresiones faciales, su andar, su tono
de voz, etc. Además, en este punto del análisis, la señora B también em-
pezó a estrujarse las manos a lo largo de las sesiones, y todavía con mayor
vigor durante los silencios. Tironeaba afanosamente sus dedos y amasaba
con firmeza sus nudillos y dedos hasta el punto que sus manos quedaban
rojas en el curso de la sesión.
Me di cuenta de que mis propias fantasías y sueños diurnos eran in-
usualmente escasos en este periodo de trabajo. También advertí que tenía
un menor sentimiento de cercanía con la Sra. B de lo que yo esperaba. Una
mañana mientras conducía el coche hacia mi consulta, estaba pensando
en las personas que vería aquel día y no pude recordar el nombre de la
Sra. B. Racionalicé que solo había apuntado su apellido en mi libreta de
citas y que nunca me había dirigido a ella por su nombre, ni ella nunca lo
había mencionado al hablar de sí misma, como hacen muchos pacientes.
Me imaginé a mí mismo como una madre incapaz de darle un nombre a
su bebé después de su nacimiento como resultado de una profunda am-
bivalencia hacia el nacimiento del bebé. La Sra. B me había contado muy
poco acerca de sus padres y de su infancia. Me dijo que era enormemente
importante para ella hablarme acerca de ellos de una manera a la vez «justa

84
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

y exacta». Dijo que me contaría sobre ellos cuando encontrara la manera


correcta y las palabras correctas para hacerlo.
Durante este periodo desarrollé lo que creí que era una gripe leve,
pero podía atender las citas con todos mis pacientes. En las semanas que
siguieron, advertí que continuaba sintiéndome físicamente mal durante
mis reuniones con la Sra. B, con malestar, náuseas y vértigo. Me sentía
como un hombre muy viejo y, por razones que no podía comprender, esta
imagen de mí mismo me reconfortaba, a la vez que me sentía profunda-
mente resentido. No era consciente de sentimientos y sensaciones físicas
similares durante ningún otro momento del día. Concluí que esto refleja-
ba una combinación del hecho de que las reuniones con la Sra. B debían
haber sido particularmente agotadoras para mí y que los largos periodos
de silencio en sus sesiones me permitían ser más consciente de mi estado
físico de lo que lo era con otros pacientes.
Retrospectivamente, puedo reconocer que durante ese periodo em-
pecé a sentir una ansiedad difusa durante las sesiones con la Sra. B. Sin
embargo, en aquel tiempo me percataba solo de forma subliminal de esta
ansiedad y apenas podía diferenciarla de las sensaciones físicas que esta-
ba experimentando. Inmediatamente antes de mis sesiones con la Sra. B,
solía encontrar cosas que hacer, tales como llamadas telefónicas, ordenar
papeles, buscar un libro, etc., todas las cuales tenían el efecto de demorar
el encuentro con la paciente en la sala de espera. Como resultado, a veces
llegaba un minuto más o menos tarde al inicio de las sesiones.
La Sra. B parecía mirarme fijamente al inicio y al final de cada hora.
Cuando le pregunté al respecto, ella me pidió disculpas y dijo que no se
daba cuenta de que lo hacía. El contenido de las asociaciones de la pa-
ciente tenía una atmósfera estéril, muy controlada, y estaba centrado en
sus dificultades en el trabajo y su preocupación respecto a los problemas
emocionales que sentía que sus hijos podrían tener (llevó a su hijo mayor
a consulta con un psiquiatra infantil por estar preocupada de que no pu-
diera concentrarse lo suficiente en la escuela). Comenté que pensaba que
la Sra. B estaba preocupada por su propio valor como madre, tal como
estaba preocupada de su valor como paciente (esta interpretación era
parcialmente correcta, pero no abordaba la ansiedad central de la sesión
porque, como discutiré más adelante, me estaba defendiendo inconscien-
temente de reconocerla).
Poco después de mi intervención relativa a las dudas de la paciente
sobre sí misma respecto a su valor como madre y analizanda, sentí sed y
me incliné en mi silla para dar un sorbo del vaso de agua que tenía en el
suelo junto a mi silla (en muchas ocasiones había hecho lo mismo duran-

85
Thomas H. Ogden

te las sesiones de la Sra. B, como también en las de otros pacientes). En


el momento en que estaba alcanzando el vaso, la Sra. B me sobresaltó al
darse la vuelta abruptamente en el diván (y por primera vez en el análisis)
para mirarme. Tenía una mirada de pánico en el rostro y dijo, «Lo siento,
no sabía lo que le estaba sucediendo».
Solo fue en la intensidad de este momento, en el que había un senti-
miento de terror de que algo catastrófico estaba sucediéndome, que pude
dar nombre para mí mismo al terror con el que yo había estado cargando
durante algún tiempo. Me di cuenta que la ansiedad que había estado
sintiendo y el temor (predominantemente inconsciente y simbolizado de
forma primitiva) a las sesiones con la Sra. B (como se veía reflejada en mi
conducta dilatoria) estaban directamente conectados con una sensación/
fantasía inconsciente de que mis síntomas somáticos de malestar, náu-
sea y vértigo eran causados por la Sra. B, y que ella me estaba matando.
Comprendí entonces que durante varias semanas había estado emocio-
nalmente consumido por la convicción inconsciente (una «fantasía en el
cuerpo», Gaddini, 1982, p.143) de que tenía una enfermedad seria, tal vez
un tumor cerebral, y que durante aquel periodo había estado temiendo
estar muriéndome. Al llegar a comprender, en este punto de la sesión,
que estos pensamientos, sentimientos y sensaciones eran reflejo de even-
tos transfero-contratransferenciales que ocurrían en el análisis, sentí un
inmenso alivio. En respuesta a la aparición asustada de su rostro, le dije
a la Sra. B que pensaba que ella había estado temiendo que algo terrible
estuviera sucediéndome y que podría incluso estar muriéndome. Me dijo
que ella sabía que sonaba loco, pero que cuando me escuchó moverme
en mi silla la embargó el sentimiento de que yo estuviera padeciendo un
ataque de corazón. Añadió que ella sentía que se me veía ceniciento desde
hace un tiempo, y no había querido ofenderme o preocuparme diciéndo-
lo (la capacidad de la Sra. B de hablarme de sus percepciones, sentimien-
tos y fantasías de esta manera reflejaba el hecho que había empezado a
darse un cambio psicológico significativo).
Mientras esto ocurría, advertí que era a mí a quien la Sra. B deseaba
llevar al doctor, y no a su hijo mayor. Reconocí que la interpretación que
yo le había dado anteriormente en la sesión acerca de sus dudas sobre sí
misma había sido bastante errada, y que la angustia de la cual la paciente
estaba tratando de hablarme era su temor de que algo catastrófico es-
tuviera ocurriendo entre nosotros (que mataría a uno o a ambos) y que
debía encontrarse una tercera persona (un padre ausente) para impedir
que el desastre sucediese. A menudo me he movido en mi silla durante
las sesiones de la Sra. B, pero solo fue en el momento descrito arriba que

86
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

el ruido de mi movimiento se volvió un «objeto analítico» (portador


de un significado analítico generado intersubjetivamente) que no había
existido previamente. Mi propia capacidad y la de la paciente de pensar
como individuos separados habían sido cooptadas por la intensidad de
la ficción somática o fantasía inconsciente compartida en la que ambos
estábamos enredados. La fantasía inconsciente reflejaba un conjunto im-
portante y altamente conflictivo de relaciones objetales internas incons-
cientes de la Sra. B, que estaban siendo creadas de nuevo en el análisis en
la forma de mi ficción somática en conjunción con sus temores erróneos
(acerca de mi cuerpo) y sus propias experiencias sensoriales (por ejem-
plo, su estrujamiento de manos).
Le dije a la Sra. B que sentía que ella no solo temía que me estuviera
muriendo, sino también temía que ella fuera la causa directa e inmediata.
Le dije que así como ella había estado preocupada de tener un efecto da-
ñino sobre su hijo y lo había llevado a un médico, de igual manera temía
que ella me estaba enfermando tanto que me moriría. En ese momento,
el retorcimiento de manos y el tironeo de dedos del la Sra. B amainaron.
Cuando la Sra. B empezó a mover sus manos como acompañamiento
a su expresión verbal, me di cuenta que no podía recordar haber visto
alguna vez sus manos funcionar separadamente (es decir, ni tocar una a
la otra, ni moverlas de una manera rígida y torpe). La paciente dijo que
lo que estábamos hablando lo sentía cierto de una manera importante,
pero que temía que se olvidaría de todo lo que había sucedido en nuestra
sesión de aquel día.
El último comentario de la Sra. B me recordó mi propia incapacidad
para recordar su nombre y mi fantasía de ser una madre poco dispuesta a
reconocer totalmente el nacimiento de su bebé (no dándole nombre). Sen-
tí entonces que la ambivalencia representada por mi propio acto de olvido
y la fantasía asociada (como también la ambivalencia de la Sra. B, repre-
sentada en su angustia de que ella olvidaría todo recuerdo de esta sesión)
reflejaba un temor conjunto de la Sra. B y mío, de que permitirle «nacer»
(es decir, volverse genuinamente viva y presente) en el análisis represen-
taría un serio peligro para ambos. Sentí que habíamos creado una fantasía
inconsciente (generada en gran parte en forma de experiencia corporal)
de que su llegada a la vida (su nacimiento) en el análisis me enfermaría y
probablemente podría matarme. Por el bien de ambos, era importante que
hiciéramos todos los esfuerzos por evitar que aquel nacimiento (y muerte)
ocurriera.
Le dije a la Sra. B que pensaba que ahora comprendía un poco mejor
por qué sentía que, a pesar de todos los esfuerzos de su parte, no podía

87
Thomas H. Ogden

sentirse presente aquí conmigo y que, cada vez más, se sentía incapaz de
pensar en algo que decir. Le dije que pensaba que estaba intentando hacer-
se invisible en su silencio, como si en verdad no estuviera aquí y que ella
esperaba que el hacerlo así supusiera un menor esfuerzo para mí y evitara
que me enfermara.
Respondió que era consciente de que se disculpaba continuamente y
que en un momento determinado se había sentido tan harta de sí misma
que sintió, pero no me lo dijo, que lamentaba que alguna vez se hubiera
«metido en esta cosa» (el análisis) y deseaba poder «borrarlo, hacer que
nunca hubiera sucedido». Añadió que pensaba que yo estaría en mejores
circunstancias también, y se imaginaba que yo lamentaba haber aceptado
trabajar con ella. Dijo que esto era similar a un sentimiento que tenía des-
de hacía tanto tiempo como podía recordar. Aunque su madre repetidas
veces le aseguró que se sintió emocionada de estar encinta de ella y ha-
bía anhelado su nacimiento, la Sra. B estaba convencida de que ella había
«sido un error» y que su madre no había querido tener hijos para nada.
Cuando la paciente nació, su madre tenía cerca de 40 años y su padre
alrededor de 45, era hija única y, hasta donde ella sabía, no había habido
ningún otro embarazo. La Sra. B me contó que sus padres eran personas
muy «dedicadas», y por ello se sentía en extremo desagradecida al decirlo,
pero la casa de sus padres no le hacía sentir que era un lugar para niños. Su
madre mantenía todos los juguetes en la habitación de la Sra. B de manera
que su padre, un «académico serio», no fuera molestado cuando leía y
escuchaba música en las noches o las tardes de fin de semana.
La conducta de la Sra. B en el análisis parecía reflejar un esfuerzo
inmenso por comportarse «como un adulto» y no hacer de «mi hogar»
(el análisis) un revoltijo emocional, esparciendo en él pensamientos, sen-
timientos o conductas irracionales o infantiles. Me acordé de sus comen-
tarios en el primer encuentro acerca del extrañamiento y la sensación de
irrealidad que sentía en mi consultorio (haber salido de una película de
Woody Allen). La Sra. B se desgarraba inconscientemente entre su nece-
sidad de conseguir mi ayuda y su temor de que el propio acto de reclamar
un lugar para ella conmigo (en mí) me vaciaría o mataría. Pude compren-
der mi fantasía (y las experiencias sensoriales asociadas con ella) de tener
un tumor cerebral como reflejo de una fantasía inconsciente de que la
propia existencia de la paciente era un tipo de crecimiento ávido, egoísta y
destructivo que ocupaba un espacio sin tener derecho.
Después de hablarme sobre sus sentimientos acerca del hogar de sus
padres, la Sra. B reiteró su preocupación de estar presentando una imagen
inexacta de ellos (en particular de su madre), que me llevaría a ver a su

88
El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

madre de una manera que no reflejara con exactitud la totalidad de quien


era. Sin embargo, la paciente añadió que al decirlo esta vez lo había senti-
do más reflexivo que real.
Durante estos intercambios, sentí por primera vez en el análisis, que
había dos personas en la habitación hablando una a la otra. Me parecía no
sólo que la Sra. B era capaz de pensar y hablar más plenamente como un ser
humano vivo, sino que también yo sentía que estaba pensando, sintiendo y
experimentando sensaciones con una calidad de realidad y espontaneidad
de la cual no había sido previamente capaz en este análisis. Retrospectiva-
mente, yo había sentido que mi trabajo analítico con la Sra. B, hasta este
momento, implicaba a veces una identificación excesivamente sumisa con
mi propio analista (el «hombre viejo»). Había usado no solo frases que él
solía usar, sino que a veces había hablado con una entonación que yo aso-
ciaba con él. No fue sino hasta el cambio en el análisis que acabo de des-
cribir que reconocí plenamente esto. Mi experiencia en la fase del trabajo
analítico que está siendo discutida «me obligaba» a experimentar la fantasía
inconsciente de que la realización plena de mí mismo como analista solo
podía ocurrir al precio de la muerte de otra parte de mí mismo (la muerte
de un objeto interno analista/padre). Los sentimientos de comodidad, re-
sentimiento y angustia asociados con mi fantasía de ser un hombre viejo
reflejaban tanto la seguridad que sentía de ser como (con) mi analista/padre
como el deseo de liberarme de él (en la fantasía, matarlo). Este último deseo
conllevaba el temor de que yo moriría en el proceso. La experiencia con la
Sra. B, incluido el acto de poner mis sensaciones en palabras, constituyó una
forma particular de separación y de duelo de lo cual no había sido capaz
hasta ese momento.

Comentarios finales sobre el concepto del tercero analítico

Para finalizar, intentaré reunir varias ideas acerca de la noción del ter-
cero analítico que han sido desarrolladas, de manera explícita o implícita,
en el curso de las discusiones clínicas precedentes.
El proceso analítico refleja el interjuego de tres subjetividades: la del
analista, la del analizando y la del tercero analítico. El tercero analítico es
una creación del analista y el analizando, y a la vez el analista y el anali-
zando (qua analista y analizando) son creados por el tercero analítico (no
hay analista, ni analizando, ni análisis en ausencia del tercero).
Al ser experimentado el tercero analítico por el analista y el anali-
zando en el contexto de su propio sistema de personalidad, historia per-

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Thomas H. Ogden

sonal, constitución psicosomática, etc., la experiencia del tercero (aunque


creado conjuntamente) no es idéntica para cada participante. Es más, el
tercero analítico es una construcción asimétrica porque está generado en
el contexto del encuadre analítico, fuertemente definido por la relación
de los roles de analista y analizando. Como resultado, se privilegia de
manera específica la experiencia inconsciente del analizando, es decir, el
par analítico recoge la experiencia pasada y presente del analizando como
tema principal (aunque no exclusivo) del discurso analítico. La experien-
cia del analista en y del tercero analítico es, sobre todo, utilizada como
un vehículo para comprender la experiencia consciente e inconsciente del
analizando (el analista y el analizando no participan en un proceso demo-
crático de análisis mutuo).
El concepto de tercero analítico brinda un marco de ideas acerca de la in-
terdependencia del sujeto y el objeto, de la transferencia-contratransferencia,
que apoya al analista en su esfuerzo por escuchar detenidamente, y pensar
claramente sobre la miríada de hechos clínicos intersubjetivos que encuentra,
ya sean recovecos de su mente ensimismada, sensaciones corporales que pare-
cen no guardar ninguna relación con el analizando, o cualquier otro «objeto
analítico» generado intersubjetivamente por el par analítico.

RESUMEN

El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos


Este artículo presenta dos secuencias clínicas en un esfuerzo por des-
cribir los métodos mediante los cuales el analista intenta reconocer, com-
prender y simbolizar verbalmente para sí mismo y para el analizando la
naturaleza específica del interjuego momento-a-momento de la experiencia
subjetiva del analista, la experiencia subjetiva del analizando y la experien-
cia generada intersubjetivamente por el par analítico (la experiencia del ter-
cero analítico). La primera discusión clínica describe cómo la experiencia
intersubjetiva creada por el par analítico se vuelve accesible al analista en
parte mediante la experiencia de «sus propios» reveries, formas de actividad
mental que parecen a menudo no ser más que ensimismamientos narcisis-
tas, distracciones, rumias compulsivas, ensoñaciones y cosas parecidas. Un
segundo relato clínico se centra en un caso en que la ficción somática del
analista, junto con las experiencias sensoriales y fantasías relacionadas con
el cuerpo del analizando, sirven de medio principal a través del cual el ana-
lista experimenta y llega a entender el significado de las principales angus-
tias que se estaban generando (de manera intersubjetiva).

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El tercero analítico: el trabajo con hechos clínicos intersubjetivos

Palabras clave:
Contratransferencia. Ficción somática. Interdependencia Objeto-sujeto.
Intersubjetividad. Proceso analítico. Psicoanálisis intersubjetivo. Reveries
del analista. Tercero analítico.

SUMMARY

The Analytic Third: Working with Intersubjective Clinical Facts


In this paper, two clinical sequences are presented in an effort to des-
cribe the methods by which the analyst attempts to recognise, understand
and verbally symbolise for himself and the analysand the specific nature of
the moment-to-moment interplay of the analyst’s subjective experience,
the subjective experience of the analysand and the intersubjectively-gene-
rated experience of the analytic pair (the experience of the analytic third).
The first clinical discussion describes how the intersubjective experien-
ce created by the analytic pair becomes accessible to the analyst in part
through the analyst’s experience of ‘his own’ reveries, forms of mental ac-
tivity that often appear to be nothing more than narcissistic self-absorp-
tion, distractedness, compulsive rumination, daydreaming and the like. A
second clinical account focuses on an instance in which the analyst’s so-
matic delusion, in conjunction with the analysand’s sensory experiences
and body-related fantasies, served as a principal medium through which
the analyst experienced and came to understand the meaning of the lea-
ding anxieties that were being (intersubjectively) generated.

Key words:
Analyst’s Reveries. Analytic process. Analytic Third. Countertransfe-
rence. Intersubjectivity. Object-Subject Interdependence. Psychoanalysis
Intersubjetive. Somatic delusion.

RÉSUMÉ*

Le tiers analytique: Le travail avec des faits cliniques intersubjectifs


Cet article présente deux séquences cliniques dans un effort pour
décrire les méthodes à travers lesquelles l’analyste essaye de reconnaître,
comprendre et symboliser verbalement pour lui-même et pour l’analysant

*Traducido por Pilar Crespo.

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Thomas H. Ogden

la nature spécifique de l’interjeu moment-à-moment de l’expérience sub-


jective de l’analyste, l’expérience subjective de l’analysant et l’expérience
produite intersubjectivement par le couple analytique (l’expérience
du tiers analytique). La première discussion clinique décrit comment
l’expérience clinique intersubjective créé par le couple analytique devient
accessible à l’analyste en partie à travers l’expérience de «ses propres» re-
veries, formes d’activité mentale qui souvent ne semblent que des replis
narcissiques, distractions, rumiations compulsives, reveries et autres cho-
ses semblables. Un deuxième récit clinique se centre sur un cas dans lequel
la fiction somatique de l’analyste, ainsi que les expériences sensorielles et
les fantasmes en rapport avec le corps de l’analysant, servent de moyen
principal à travers lequel l’analyste vit et arrive à comprendre le sens des
principales angoisses qui étaient en train de se produire (de manière inter-
subjective).

Mots clé:
Contretransfert. Fiction somatique. Interdépendance objet-sujet. Inter-
subjectivité. Processus analytique. Psychanalyse intersubjective. Reveries
de l’analyste. Tiers analytique.

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