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CAPÍTULO 1.

LA ESTRUCTURA DEL
ÁTOMO.
Para entender a cabalidad cómo funciona el organismo humano, cuáles son las causas de las
enfermedades, cómo combatirlas y sobre todo prevenirlas, es necesario tener conocimientos
de Química ya que todas las formas de vida, desde las más simples, dependen de los
centenares de reacciones químicas, reguladas con absoluta precisión, que tienen lugar en las
células.
En la vida diaria estamos acostumbrados a interactuar con sustancias que tienen
determinadas propiedades: un clavo de hierro se oxida fácilmente a la intemperie, la sal
común y el azúcar son sólidos blancos que se disuelven con facilidad en el agua, pero con
diferentes sabores, el aceite y el vinagre no se mezclan entre sí y así muchos otros ejemplos.
La explicación a las propiedades de las sustancias está precisamente en el tipo de átomos
que las constituyen y cómo están unidos. La inmensa cantidad de sustancias que existen, la
mayoría de ellas sintetizadas por el hombre gracias al desarrollo científico y tecnológico,
están constituidas por un número relativamente pequeño de tipos de átomos: los elementos
químicos.
Es decir, las propiedades de las sustancias y sus aplicaciones en la práctica o las funciones
que desempeñan en el organismo, dependen de cuáles átomos y cómo estos están unidos
entre sí.
Conocer, pues, qué son los átomos, cómo están constituidos, en que se diferencian unos de
otros, cuáles son sus propiedades, nos permitirá entender las propiedades físicas y químicas
de las sustancias.

1.1 Breve recuento histórico acerca del desarrollo de la teoría atómica.

Desde tiempos muy remotos el hombre se preocupó por entender y explicar, entre otras
cosas, cómo estaba constituido el mundo que lo rodeaba. Los filósofos de la antigüedad
intentaron dar esta explicación desde diferentes puntos de vista. Demócrito, filósofo griego
materialista (460-370 a.n.e.) fue el primero en emplear el término átomo (del griego sin
división) para plantear sus ideas acerca de que todo estaba constituido por partículas
extremadamente pequeñas e indivisibles, con determinada forma, y que estaban en continuo
movimiento.

Sin embargo, estas ideas fueron reemplazadas por las del filósofo idealista griego
Aristóteles (384-322 a.n.e) quien negó la existencia de los átomos e introdujo la concepción
de que todas las sustancias provenían de la combinación de cuatro elementos materiales: el
fuego, el aire, el agua y la tierra que podían convertirse unos en otros.

Las ideas de Aristóteles prevalecieron prácticamente durante casi 2000 años y sirvieron
como base teórica al período inicial de desarrollo de la Química conocido como Alquimia
(300 a.n.e.-1650) y que tuvo como objetivos obtener la piedra filosofal capaz de obtener oro
mediante la transformación de otros metales como el plomo y el mercurio y el elixir de la
vida, que hiciera al hombre inmortal.

En los siglos XVI y XVII prosperó la Iatroquímica, (una rama de la alquimia) dedicada a la
preparación de medicinas a partir de sustancias químicas Su representante más significativo
fue el médico suizo Theophrastus von Hohenheim, conocido como Paracelso. La
Iatroquímica es considerada la precursora de la farmacología.
Por supuesto que los alquimistas no lograron sus objetivos sin embargo, posibilitaron el
desarrollo de muchas técnicas y operaciones del laboratorio químico empleadas hasta
nuestros días y obtuvieron un gran número de sustancias nuevas como el ácido sulfúrico, el
ácido clorhídrico, los hidróxidos de sodio y de potasio, etc.

A principios del siglo XVII las ideas atomistas volvieron a resurgir debido, entre otros
factores, al fracaso de los alquimistas y al perfeccionamiento de los métodos experimentales
y sobre todo los cuantitativos para estudiar y entender las propiedades y el comportamiento
de las sustancias.
A finales del siglo XVIII había sido descubierto el hecho de que durante las reacciones
químicas se conserva la masa y se había estudiado la composición cuantitativa de muchas
sustancias.

Todos estos avances permitieron corroborar la idea de la existencia de los átomos lo que
llevó a John Dalton (químico, matemático y filósofo inglés) en los años 1803-1808 a
plantear que los elementos estaban constituidos por átomos que tenían una forma, una masa
y determinadas propiedades en dependencia del elemento que se tratara y que durante las
reacciones químicas ocurría solo la separación, combinación o reestructuración de los
átomos, ya que estos ni se crean ni se destruyen. Dalton propuso además que las sustancias
compuestas eran el resultado de la combinación de átomos de diferentes elementos en
proporciones definidas. La teoría atómica de Dalton tuvo un papel decisivo en el desarrollo
de la química moderna, aunque algunos de sus planteamientos fueron posteriormente
modificados.

Las dudas acerca de la indivisibilidad del átomo comenzaron a rondar las mentes de los
científicos con los descubrimientos relacionados con la electricidad que tuvieron lugar en
las primeras décadas del siglo XIX. En los años 1822-33 Michael Faraday realizó una serie
de experimentos de descomposición de algunas sustancias mediante la electricidad (proceso
conocido como electrólisis) que llevaron a George Stoney en 1874 a sugerir que las
unidades de carga eléctrica estaban asociadas a los átomos y a proponer en 1891 que estas
unidades se llamaran electrones. Otros experimentos relacionados con el paso de la
corriente eléctrica a través de los gases proporcionaron más evidencias acerca de la
existencia del electrón y por tanto de la divisibilidad del átomo.

En el año 1859 fueron descubiertos los llamados rayos catódicos al hacer pasar una
corriente eléctrica en un tubo prácticamente al vacío. Estos rayos fueron estudiados y se
determinó que eran haces de partículas cargadas negativamente que se movían a una gran
velocidad y que fueron nombradas electrones.

Estudiando los rayos catódicos en 1895 Wilhelm Röntgen 1 descubrió que cuando estos
rayos incidían sobre el vidrio y los metales se emitían unos rayos capaces de penetrar la
materia, que oscurecían las placas fotográficas y que no tenían carga. Por desconocer la
naturaleza de estos rayos los llamó Rayos X que tienen aún en nuestros días una gran
aplicación en la medicina.

El descubrimiento de la emisión de determinadas radiaciones de manera espontánea por


algunos átomos (fenómeno conocido como radiactividad) en 1896 por el científico Henri
Becquerel contribuyó a la confirmación de las ideas acerca de la existencia de las partículas
subatómicas. Además, estas sustancias radiactivas comenzaron a emplearse para
“bombardear” con esas radiaciones a otras sustancias y estudiar la forma en que
interactuaban con ellas.
En 1897 el físico británico Joseph J. Thompson estudiando la desviación de los rayos
catódicos en los campos eléctrico y magnético determinó la relación entre la masa y la carga
del electrón. Por este descubrimiento este científico obtuvo en el año 1906 el Premio Nóbel
de Física. Más tarde, en 1917 R. A. Millikan 2 determinó experimentalmente la carga del
electrón lo que posibilitó además calcular su masa.

Thompson a partir de estos hechos que dejaban claro que los átomos contienen electrones y
que son neutros, propuso su modelo atómico conocido como “pudín de pasas” en el cual el
átomo era una esfera positiva en la que los electrones estaban insertados, cual pasas en un
pudín.

En 1910 Ernest Rutherford3, discípulo de Thompson, realizó una serie de experimentos


tratando de confirmar el modelo propuesto por su maestro. Sin embargo, los resultados
obtenidos echaron por tierra el modelo atómico de Thompson. Rutherford propuso en su
lugar que el átomo está constituido por un núcleo, que ocupa una parte muy pequeña en
comparación con el volumen total del átomo, en el que se concentran las cargas positivas y
los electrones se mueven alrededor del núcleo. Este científico sugirió en 1920 que en el
núcleo además de los protones debían existir partículas no cargadas y de masa semejante a
la del protón a las que llamó neutrones. Los neutrones fueron descubiertos en 1932 por
James Chadwick.

Al profundizar en el estudio de este modelo y tratar de describir el movimiento de los


electrones surgieron nuevas dificultades. De acuerdo con los planteamientos de la Física
Clásica (aplicada a los objetos del macromundo) el electrón, como cualquier carga
moviéndose debía irradiar energía constantemente. Esto traería consigo que a medida que
perdiera energía debía irse acercando al núcleo hasta precipitarse contra él, por lo que el
átomo no sería un sistema estable, lo que no concordaba con la realidad. Además
determinados experimentos demostraron que los átomos en su estado normal no emiten
energía y que cuando lo hacen, bajo determinadas condiciones, lo hacen de una forma
discontinua.

A partir de estos hechos y apoyándose en la hipótesis planteada por Plank y desarrollada por
Einstein en 1905, el científico danés Niels Bohr (Premio Nóbel en 1922) planteó que los
electrones se mueven alrededor del átomo en determinadas órbitas circulares o estados
estacionarios sin absorber ni emitir energía y que al pasar de una órbita a otra de más baja
energía emite una cantidad determinada de energía.

Si bien el modelo atómico de Bohr significó una contribución importante en la comprensión


de la estructura del átomo, no pudo explicar algunos hechos experimentales ni proporcionó
una descripción completa del estado del electrón en el átomo.

Hacia 1930, a partir del entendimiento de que a las partículas del micromundo no le eran
aplicables las leyes de la Física que rigen el macromundo (Física clásica) debido a que
tienen no solo propiedades corpusculares sino también ondulatorias, surgió una teoría más
completa y exacta para explicar el comportamiento de los electrones en los átomos.
El descubrimiento de nuevas partículas subatómicas, en los años posteriores, hace que hoy
tengamos una idea más completa, aunque no acabada, acerca de la estructura atómica.

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