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Jesús les dijo a sus discípulos: “Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo
16:18). ¿Qué entendió Jesús por “Iglesia”? Sabemos que con toda seguridad El no hablaba de un edificio. Se
refería a los que lo seguirían a lo largo de los siglos. El Nuevo Testamento señala que cuando los creyentes están
reunidos como Iglesia, constituyen mucho más que un mero grupo de creyentes. Los miembros reciben
individualmente dones espirituales, lo cual permite que la Iglesia funcione unida para propósitos comunes como el
“Cuerpo de Cristo” (Romanos 12:3-8; 1Corintios 12). Pero ¿cuáles son esos propósitos? ¿Cuál es la naturaleza de
la Iglesia?
La Biblia habla con frecuencia del “reino de Dios”. En general, podemos referirnos al reino de Dios como la totalidad
del reinado de Dios en el universo. Con todo, en la Biblia se usa este término de tres maneras:
1) Algunos pasajes se refieren al reino de Dios en el sentido universal: el gobierno de Dios sobre todas las cosas;
2)Otros pasajes de las Escrituras se refieren al reino de Dios como el reinado espiritual de Dios en la vida de los
creyentes en la tierra. 3) Otros pasajes se refieren al reino de Dios como un futuro reino, en el cual el cielo, la tierra
y los hombres serán reunidos para experimentar la plenitud del reinado de Dios al final de los tiempos.
La iglesia está directamente relacionada con la segunda definición del reino de Dios: las actividades y el reinado de
Dios en la tierra. La Iglesia no es el reino de Dios, sino que representa este reino sobre la tierra. Ella ha de llevar a
cabo la invasión que el reino de Dios está haciendo al reino de Satanás. La Iglesia es la punta de lanza que penetra
las tinieblas espirituales de este mundo. Aun cuando la Iglesia no es perfecta, ni lo será nunca hasta que Cristo
retorne para regir la tierra, es el equivalente más aproximado del reino de Dios en la tierra.
Por eso, al enseñar, Jesús abundó tanto sobre el tema del reino de Dios. La Iglesia ha de reflejar el reino.
Jesús habló acerca de la naturaleza de la Iglesia por medio de parábolas sobre el "reino". El tema de la expansión y
crecimiento es común en estas parábolas. Jesús comparó el reino, y por tanto la Iglesia, con:
1* una red, que se echa en el mar con el fin de recoger
muchos peces. Mateo 13:47.
2* un grano de mostaza que, cuando se siembra, crece y se
hace tan grande que sostiene a las aves del cielo. Mateo
13:31, 32.
- la levadura, la cual se echa en una gran cantidad de
harina, peroleuda toda la masa cuando se la mezcla en
ella. Mateo 13:33.
- la semilla que se esparce para poder recoger una
abundante cosecha. Mateo 13:4-8.
Hay varios principios que Jesús enseñó mediante estas parábolas, pero el tema particular incluido en cada una de
ellas es la expansión. El crecimiento es una característica fundamental de la naturaleza de la Iglesia. El Señor
quiere un pueblo que esté interesado en enviar obreros-segadores a un mundo en que la cosecha de almas es
abundante (Mateo 9:37, 38). El quiere una Iglesia que esté interesada no sólo en el trigo recogido en el granero,
sino también en el trigo que está en los campos blancos para la siega. El quiere una Iglesia que esté
constantemente extendiéndose hacia afuera para alcanzar a la gente, y creciendo en número y en calidad de
dedicación. El Señor quiere una Iglesia que sea centrífuga en su misión para Dios; una Iglesia que crezca en virtud
de lo que es. La Iglesia es el instrumento de las actividades de Dios en la tierra. La Iglesia que Jesucristo tuvo en
mente cuando dijo: "Edificaré mi iglesia" es un instrumento de la gracia de Dios, siempre en expansión, y que crece
por su propia naturaleza.
1. Administradores de Las Buenas Nuevas. La Iglesia heredó el exclusivo derecho de Israel de ser el pueblo de
Dios. La Iglesia se ha unido a Israel como heredera de las promesas de Dios (Efesios 3:6). Dios derribó "la pared
intermedia de separación" que había entre judíos y gentiles, y de los dos formó un cuerpo nuevo: laIglesia, el
Cuerpo de Cristo (Efesios 2:14-16). Esta Iglesia ha heredado las bendiciones de Dios prometidas por El. Pero
también se le han confiado las responsabilidades inherentes a esas bendiciones.
Pablo reconoció esto cuando escribió: "Téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los
misterios de Dios Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel" (1 Corintios 4:1, 2).
El término "administradores" es una palabra neotestamentaria importante. El administrador (mayordomo) era un
comisionado, uno a quien se confiaban valiosos recursos. Se esperaba que él tomara esos recursos, los usara
según los propósitos de su señor y volviera con el fruto de su esfuerzo y los recursos originales, para traer
renombre a su patrón. El principio clave en que se funda una buena administración es el servicio fiel y productivo
del cual el patrón pueda disponer como quiera.
No es de extrañar que el Señor Jesús usara el ejemplo de la administración, o mayordomía, para describir la
responsabilidad que Dios le ha dado a la Iglesia. Como lo señaló Pablo, a la Iglesia se le ha dado el conocimiento
del precioso evangelio: el perdón de pecados para todo aquel que acepta a Jesucristo como su Señor. Dios ha
investido esta verdad en la Iglesia y ha dispuesto que la Iglesia sea la única institución terrenal encargada de darla
a conocer al mundo. A la Iglesia se le ha dado la más grande y más importante mayordomía que el mundo haya
conocido jamás. Se le ha encomendadolo que más necesita el hombre: la salvación.
Ninguna iglesia local puede darse el lujo de gastar las bendiciones de Dios simplemente en sí misma como hizo
Israel. Ninguna iglesia nacional, ni grupo de iglesias del mismo conjunto étnico, pueden ser plenamente la Iglesia
que Cristo vino a edificar, a menos que se extiendan en un esfuerzo evangelístico para hacer discípulos más allá de
sus propios límites. Debemos ayudar a todo creyente de toda iglesia a que aprenda a hacer su parte en colaborar
con Dios para hacer discípulos entre todos los pueblos de la tierra.
2. El plan de acción del Espíritu Santo en el libro de los Hechos. A lo largo de su ministerio terrenal Jesús pasó la
mayor parte de su tiempo enseñando a sus discípulos. No solamente les enseñó lo que concierne al reino de Dios,
sino que les enseñó cómo ministrar a las multitudes que seguían a Jesús dondequiera que pudiesen. Los estuvo
preparando para un ministerio futuro, para después que El ascendiese al cielo.
El ministerio de más de tres años que Jesús pasó con sus discípulos fue el aprendizaje de ellos. El los enviaba sin
dinero a las aldeas y ciudades de Judea, diciéndoles que aceptaran la hospitalidad que les ofreciesen. Debían
proclamar el reino de Dios, sanar a los enfermos, limpiar a los que tenían lepra, y echar fuera demonios (Mateo 10).
Al final de su ministerio, Jesús les dijo a sus discípulos:
Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas
lascosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
Juan 15:15
Jesús dijo estas palabras sólo unas horas antes de ser crucificado. El aprendizaje de los discípulos había
terminado. Fue también durante este mismo tiempo de las instrucciones de última hora que Jesús les prometió a
sus discípulos:
Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y
os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Juan
16:12-14
Jesús les hablaba a sus discípulos acerca del ministerio del Espíritu Santo para con ellos después que El se
hubiese ido. Les prometía la continuación de su propio ministerio para ellos, pero en una medida mucho mayor. Así,
les dijo: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me
fuere, os lo enviaré" (Juan 16:7). Era mejor para ellos que el Espíritu Santo llegase a ser su maestro. El no estaría
confinado en un cuerpo material como Jesús estaba entonces. El no sólo estaría "con" ellos, como Jesús estaba;
¡también estaría "en" ellos! Sería un Consolador siempre presente, y un Guía constante. Les daría poder para
continuar el ministerio de Jesús en la tierra.
Una de las últimas instrucciones que Jesús les dio a sus discípulos antes de subir al cielo fue: "Id por todo el mundo
y predicadel evangelio" (Marcos 16:15). ¡Y ellos estaban dispuestos a ir! Pero cuando El estaba a punto de dejarlos
definitivamente, les dijo que esperasen hasta que recibiesen el poder necesario:
Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Hechos 1:8
Estas fueron las últimas palabras que Jesús dijo en la tierra. Con ellas designó a sus discípulos a la misión
centrífuga. Ellos debían ministrar el evangelio en territorios siempre más extensos y a pueblos cada vez más
diferentes. No debían detenerse ante ninguna frontera cultural ni geográfica. ¡Debían continuar ampliando su
ministerio hasta que alcanzasen "lo último de la tierra"!
Lo que ocurrió diez días después es bien conocido. Había llegado el día de la Fiesta de Pentecostés. Estaban todos
unánimes juntos. El Espíritu Santo descendió y llenó toda la casa, y llenó a los discípulos. Todos fueron llenos del
Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Muchos creyentes
no comprenden el verdadero significado del día de Pentecostés del capítulo dos de Hechos. Creen que lo más
importante de ese día fue que los creyentes hablaron en lenguas según el Espíritu Santo les daba que hablasen.
Pero es importante también comprender: 1) ¿Quiénes escuchaban? ¿Qué clase de personas fueron testigos de esa
manifestación divina?
2) ¿Qué fue lo que oyeron? ¿Cuál fue el significado de eseacontecimiento para los oyentes.
¿Quiénes escuchaban a los discípulos el día de Pentecostés? Principalmente un grupo de personas conocidas
como judíos helenistas. Eran judíos que durante dos o tres siglos habían sido dispersados a causa de las
persecuciones por todos los países y territorios de las civilizaciones romana y griega de aquella era. Se habían
dispersado y establecido en todas las principales ciudades griegas y romanas, así como en gran parte de las
ciudades menores. Había aproximadamente unos 2,5 millones de judíos en Palestina en la época de Cristo. Pero
había alrededor de 3,6 millones de judíos helenistas que vivían fuera de Judea y de Palestina. Esos judíos he-
lenistas habían sido esparcidos mayormente durante el reinado de los griegos (en los siglos tercero y segundo
a.C.). Habían absorbido en gran parte la cultura griega y era por eso que los judíos de Palestina los conocían como
helenistas.
Los helenistas eran personas trilingües. Seguían siendo judíos y se congregaban en sus propias sinagogas para
adorar dondequiera que se establecían. Aprendían el hebreo en las clases de la sinagoga. La mayoría de ellos
aprendía el griego Koiné, la lengua comercial de aquella época. Pero también aprendían los idiomas o dialectos
locales de los pueblos de las regiones donde se habían establecido. Demodo que los helenistas hablaban cuando
menos tres idiomas. Muchos de ellos se habían radicado en esos lejanos rincones del mundo romano o griego.
¡Algunos incluso llegaron a emigrar tan lejos como la India y la China! Absorbieron las culturas y costumbres de
muchas tierras. Los idiomas de los pueblos en medio de los cuales vivían llegaban a ser su verdadera lengua
materna, ya que aprendían esas lenguas desde pequeños.
Pero los judíos helenistas nunca se olvidaron de Israel, que seguía siendo la Tierra Prometida. Si tenían éxito en su
trabajo o en su negocio y deseaban tener un lugar para retirarse, era natural volver a Jerusalén. Esta seguía siendo
para ellos la Ciudad de David, la Sión de Dios.
El nuevo templo construido por Herodes había quedado terminado recientemente. Setenta años había llevado la
edificación del complejo del templo, ¡y era estupendo en su gloria y belleza! Había una creciente animación y
expectativa en cuanto a la venida del esperado Mesías predicha por los profetas. La identificación nacionalista con
Jerusalén y con el judaísmo surgía en el corazón de los hebreos en todo el mundo. Si los helenistas tenían de
alguna manera los recursos necesarios para ello, querían regresar a vivir en esa costosa ciudad de Jerusalén.
Y a Jerusalén venían ¡por millares! De hecho, según el Talmud (Historia judaica), había 480 sinagogas helenistas
en Jerusalén en la época del día de Pentecostés descrito en Hechos 2. Se llamaban sinagogas helenistas porque
los que regresaban aJerusalén querían retener su propia identidad cultural. Adoraban en sus propias sinagogas en
lengua hebrea al igual que cualquier otro judío. Pero cuando confraternizaban junto a la entrada de la sinagoga o
unos en la casa de otros, hablaban en su lengua materna; las lenguas y dialectos de las regiones en que habían
vivido en los lejanos rincones del Imperio Romano.
La ley judaica requería que todos los judíos hicieran una peregrinación a Jerusalén en cada una de las tres fiestas
especiales del calendario judaico aunque, claro, los que vivían tan lejos no podían ir tres veces en un año. Había
que hacer un esfuerzo para viajar aunque fuera una vez en la vida. La segunda de ellas era la fiesta de
Pentecostés. Era una buena época del año para viajar por la calma del mar Mediterráneo. De modo que muchos
judíos helenistas convergían en la ciudad de Jerusalén, procedentes de todas partes del mundo romano. Sin duda
alguna venían para celebrar la fiesta de Pentecostés. Pero muchos de ellos venían también para ver a la abuela, o
al abuelo, que estaban en Jerusalén. Dondequiera brotaban sitios de mercado provisionales, aun a la orilla de los
caminos que llevaban a la ciudad, ahora atestados de peregrinos. A las nueve de la mañana, cuando el Espíritu
Santo llenó a los discípulos, había gente en las calles por todas partes.
De repente el estruendo de fuertes ráfagas de viento despertó la curiosidad de los que estaban en las proximidades
del aposento alto. Entonces oyeron algo que los asombró. ¡Nolejos de ellos algunos alababan a Dios en voz alta en
las lenguas maternas de muchos de los que escuchaban! Judíos partos y elamitas, helenistas procedentes de
Frigia, Panfilia y Egipto, helenistas procedentes de por lo menos quince regiones del Imperio Romano, oyeron las
alabanzas de Dios en sus propias lenguas maternas ¡tan lejos de sus hogares!
Los creyentes galileos, sin títulos universitarios, hablaban milagrosamente en por lo menos quince idiomas
(enumerados en Hechos 2:8-10) las maravillas de Dios. Toda esa gente congregada en las calles, al oír cada uno
su lengua materna estando tan lejos de su hogar, se miraban atónitos unos a otros, maravillados y asombrados.
a. El verdadero significado del día de Pentecostés. En ese momento Dios le estaba mostrando al mundo algo muy
especial: El ya no se
revelaría más por medio de los judíos. ¡Ahora lo haría por medio de
la Iglesia de Jesucristo! Y esta Iglesia estaría tan llena de poder
conferido por el Espíritu Santo que sería capaz de atravesar toda
frontera racial, cultural o lingüística en la tierra para penetrar la
idiosincrasia de cada pueblo con el evangelio de Jesucristo. Sería
una Iglesia determinada a penetrar la vida misma de cada sociedad,
presentando el evangelio en la lengua materna, el lenguaje íntimo de
cada pueblo. Dios declaraba que el plan de acción del Espíritu Santo
en la Iglesia de Jesucristo sería establecer iglesias en medio de cada
grupo de personas en la tierra.
b. Superación del prejuicio judaico. Como seanalizó anterior
mente, los judíos tenían un gran prejuicio racial, religioso y cultural
contra los gentiles. Los judíos religiosos procuraban evadir todo tipo
de asociación con los gentiles. Los romanos dominaban a los judíos
políticamente, pero eso les exaltaba el sentido de superioridad
espiritual que tenían sobre todos los gentiles, la cual sentían en un
grado tan intenso. ¡Y fue sobre este pueblo prejuiciado que Dios
derramó su Espíritu Santo! Era una cosa esperar que ellos evangelizaran a su propia nación, pero otra muy
diferente era enviarlos a que
evangelizaran a los gentiles. ¡El Espíritu Santo tenía realmente una
gigantesca tarea por delante si la iglesia judaica había de llevar a
cabo eficazmente el propósito divino!
El día de Pentecostés Pedro se puso en pie y predicó el evangelio. ¡Tres mil personas fueron salvas!
Probablemente muchas de ellas eran judíos helenistas que se hallaban en Jerusalén por la fiesta especial. Luego el
número de creyentes creció rápidamente: 5.000, 10.000, 15.000; antes de pasar mucho tiempo, había ya
aproximadamente unos 25.000 creyentes en la ciudad.
Al principio, según la opinión de algunos eruditos,2 la mayor parte de los creyentes eran judíos helenistas. Pero
pronto el número de creyentes de Judea alcanzó y sobrepasó el de creyentes helenistas. Eso llevó a una división
en la Iglesia primitiva (Hechos 6). Los creyentes helenistas (de habla griega) empezaron a sentir cierto
resentimiento debido a que se los trataba como a menosimportantes en la iglesia creciente. Esta discriminación
resultaba de prejuicios dentro y fuera de la iglesia de parte de los judíos criados en la región que se consideraban
castizos a la vez que miraban a los helenistas como mestizos culturales y, por lo tanto, inferiores.
El problema aparente era el hecho de asegurar que las viudas helenistas fueran bien atendidas en la distribución
diaria (Hechos 6:1). Pero rápidamente los apóstoles se percataron de que en realidad el problema radicaba en la
falta de dirección en el segmento helenista de la iglesia. Los creyentes de habla griega no creían tener tal acceso a
los líderes. No había ninguno de los suyos entre los apóstoles. Sabiamente los apóstoles les dijeron a los
helenistas: "Buscad... de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo" (Hechos 6:3).
Algunos dan por sentado que aquellos hombres fueron nombrados simplemente como diáconos y que sólo se
esperaba de ellos que administrasen la obra benéfica de la iglesia. En realidad esos hombres eran apóstoles entre
los creyentes helenistas de la Iglesia primitiva. Un rápido examen de los nombres de los que fueron elegidos revela
que todos ellos tenían nombres helenistas (griegos). Tenían ministerios apostólicos por derecho propio. ¡Después
de todo, Felipe no comenzó un avivamiento en Samaria sirviendo a las mesas! (Hechos 8:4-8). Esteban no fue
apedreado por atender a las viudas (Hechos 6:8-15). El ministerio deestos hombres era paralelo al de los apóstoles.
Eran apóstoles entre el segmento helenista de la nueva iglesia.
Una vez que los helenistas llegaron a tener sus propios líderes, creció su celo y su influencia. Muchos de los judíos
helenistas de Jerusalén, y aun sus sacerdotes, creyeron y comenzaron a seguir a Cristo (Hechos 6:7). Esto
entrañaba una amenaza a la existencia misma de las 480 sinagogas helenistas de la ciudad. Una de esas
sinagogas se exasperó de tal modo que sus miembros presentaron el falso testimonio que llevó al apedreamiento y
a la muerte de Esteban (Hechos 6:8-15).
Después de la muerte de Esteban, la persecución de la Iglesia aumentó espectacularmente (Hechos 8:1). Fue de
modo especial intensa contra los creyentes helenistas. Muchos de ellos huyeron de Jerusalén a otras partes de
Judea. Pero la mayoría de los helenistas comenzaron a trasladarse al norte, hacia la costa fenicia, o al sur, hacia
Egipto y de allí al norte (Hechos 21:3, 4), Sidón (Hechos 27:3) y en muchos otros lugares a donde fueron. Los
helenistas se radicaron en los numerosos sitios a los cuales fueron. Resultó providencial que fundaran iglesias
entre los otros judíos helenistas como ellos mismos en la mayor parte de los lugares a donde se habían trasladado.
Hechos 11:19, 20 registra un acontecimiento significativo. "Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de
la persecución que hubo con motivo de Esteban. . ." Esto se refiere a los creyentes helenistas de la iglesia de
Jerusalén. "Pasaronhasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos."
Iniciaron iglesias entre otros helenistas como ellos. "Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los
cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús"
(itálicas del autor).
Las últimas palabras de Jesús en esta tierra fueron una orden para el ministerio intercultural: ". . .hasta lo último de
la tierra" (Hechos 1:8). La primera demostración del poder del Espíritu Santo al comenzar la Iglesia en Hechos 2 fue
una dramática declaración del propósito de Dios de alcanzar a todos los pueblos en un ministerio intercultural. Con
todo, ¡le llevó diecisiete años a la Iglesia, después del día de Pentecostés, para empezar a hablarles a los griegos
también! ¡Pasaron diecisiete años antes de que la Iglesia siquiera empezara a llevar a cabo el plan de acción del
Espíritu Santo!
¿Y cuáles fueron los resultados? "Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al
Señor" (Hechos 11:21). Dios comenzó a moverse poderosamente entre los griegos no judíos en Antioquía. Los
apóstoles enviaron a Bernabé (Hijo de Consolación) desde Jerusalén para que investigase ese movimiento de los
gentiles hacia Cristo. Era muy temprano para que la iglesia de Jerusalén creyera que los gentiles podían servir a
Dios sin guardar la ley judaica (Hechos 15).
Siendo un hombre lleno del Espíritu, Bernabé reconoció de inmediato la mano de Diosen la recién formada iglesia
griega. Dio su aprobación al ministerio que se realizaba entre los griegos (Hechos 11:22-24). Aquello estimuló aún
más el avivamiento de los griegos.
Entonces Bernabé pensó en Saulo, que había declarado que Dios lo había llamado a ser "apóstol a los gentiles"
(Romanos 11:13). Pablo llevaba unos diez años en la ciudad de Tarso cuando Bernabé fue allá para llevárselo a
Antioquía.
Bernabé y Saulo ministraron en Antioquía un año entero. Durante ese tiempo se comprobó allí el ministerio de
Saulo a los gentiles. Para cuando la narración del libro de los Hechos progresa llegando al capítulo trece, Bernabé y
Saulo han llegado a llamarse "Pablo y Bernabé". Constituían el primer equipo de evangelismo intercultural que sería
enviado a evangelizar a los gentiles en la Iglesia primitiva. Llegaron a ser modelos, el primero de muchos equipos
de evangelismo intercultural que establecería iglesias en ciudades y poblaciones del Imperio Romano (Hechos
13:1-3). Fueron tan eficientes que hasta sus enemigos exclamaron que "trastornan el mundo entero" (Hechos 17:6).
¡Este es el plan de acción del Espíritu Santo: "trastornar el mundo entero" con el evangelio de Jesucristo en cada
generación! El quiere que todas las iglesias y todos los grupos de iglesias en todos los países estén comprometidos
en forma continua y vital en realizar evangelismo intercultural y establecimiento de iglesias. Con demasiada
frecuencia las agrupaciones nacionales de iglesias son muy parecidas a la iglesiajudaica primitiva. Tienen
demasiados prejuicios en favor de su propio pueblo y en contra de otros pueblos como para oír la voz del Espíritu
Santo cuando les dice que "vayan". Si sabemos escuchar, oiremos la voz del Espíritu Santo cuando nos dice que
llevemos a cabo su principal plan de acción encomendado a la Iglesia: el ministerio intercultural a "todos los
pueblos de la tierra".
Cada iglesia debe buscar la voluntad de Dios para descubrir cómo debe enviar evangelistas interculturales. Las
agrupaciones de iglesias deben trabajar conjuntamente para tener la seguridad de que tales evangelistas estén
bien preparados en el ministerio intercultural. Asimismo deben asegurarse de que reciban fielmente su sosteni-
miento en su importante ministerio. El ministerio intercultural es un ministerio central y fundamental en el plan de
acción del Espíritu Santo para la Iglesia. El grado en que nuestras iglesias actúen en el centro del movimiento del
Espíritu Santo en la tierra será el grado en que ellas mismas estén vigorosamente ocupadas en el evangelismo
intercultural. ¡El ministerio intercultural es el plan de acción del Espíritu Santo!
Libro: MISIONOLOGÍA
Por: Larry D. Pate
Editorial Vida 1987
Páginas 7 - 31
MISIÓN EN TRANSFORMACIÓN
Por: David J. Bosch
INTRODUCCIÓN: LA CRISIS CONTEMPORÁNEA DE LA MISIÓN
Desde la década de 1950 ha aumentado de manera notable el uso de la palabra “misión” entre los cristianos. Junto
con esta tendencia sedio una ampliación del concepto en sí, por lo menos en ciertos círculos. Hasta la década del
cincuenta, “misión”, aun si no se la usaba con un solo sentido, tenía un número bastante reducido de
connotaciones. Se refería a:
(a) mandar a misioneros a un territorio designado, (b) las actividades realizadas por los misioneros, (c) un área
geográfica receptora de actividad misionera, (d) una agencia misionera, (e) el mundo no-cristiano o “campo
misionero”, o (f) la sede desde la cual los misioneros operaban en su lugar de actividad (cf. Ohm 1962:52ss). En un
contexto ligeramente distinto, el término podía referirse también a (g) una congregación local sin pastor propio,
todavía dependiente del apoyo de una iglesia más antigua y establecida, o (h) una serie de cultos especiales cuyo
propósito era profundizar la fe cristiana o propagarla generalmente en un contexto nominalmente cristiano. Si
intentamos un enfoque más teológico de “misión” en el sentido tradicional, observamos que se lo ha expresado
como (a) la propagación de la fe, (b) la expansión del Reino de Dios, (c) la conversión de los paganos, y (d) la
iniciación de nuevas iglesias (cf. Muller 1987:31-34).
Todas estas connotaciones ligadas a la palabra “misión”, por familiares que sean, son de origen reciente. Hasta el
siglo 16 el término se utilizaba exclusivamente con referencia a la doctrina de la Trinidad, es decir, al envío del Hijo
por parte del Padre, y al del Espíritu Santo por parte del Padre y el Hijo. Losprimeros en emplear la palabra en
términos de la expansión del cristianismo entre personas no católicas (también protestantes) fueron los jesuitas (cf.
Ohm 1962:37-39). Su uso en este nuevo sentido estaba íntimamente ligado a la incursión colonial del mundo
occidental en la tierras hoy conocidas como el Tercer Mundo (o más recientemente el Mundo de los Dos Tercios).
El término «misión» presupone alguien que envía, una persona o personas enviadas por él, otras a quienes ellas
son enviadas y una labor. La terminología en sentido amplio, entonces, presupone que el que envía posee la
autoridad para hacerlo. Muchas veces se presentaba el argumento de que realmente Dios era quien ejercía su
autoridad indisputable para decretar el envío de personas para ejecutar su voluntad. En la práctica, sin embargo, se
entendía una autoridad delegada a la Iglesia, una sociedad misionera o aun una autoridad civil cristiana.
En las misiones catolicorromanas, en particular, la autoridad jurídica permaneció vigente durante largo tiempo como
el elemento constitutivo de la legitimidad de la empresa misionera (cf. Rütti 1972:228). La misión llegó a ser vista en
términos de un acercamiento global caracterizado por la expansión, la ocupación de campos, la conquista de otras
religiones y cosas semejantes.
En los capítulos 10 al 13 del presente estudio argumentaré que esta interpretación tradicional de la misión se
modificó de manera gradual a través del siglo 20. Mucho de lo que sigue es una investigación de losfactores que
han dado paso a esta modificación. Algunos comentarios introductorios, sin embargo, pueden servir como
preparación para nuestra investigación, porque —hoy más que nunca en su historia— la misión cristiana está en
plena línea de fuego.
Lo que es nuevo en nuestra época, me parece, es que la misión cristiana —por lo menos como se la ha
interpretado tradicionalmente— se encuentra bajo ataque, no sólo desde afuera, sino desde adentro de sus filas.
Uno de los primeros ejemplos de este tipo de autocrítica misionera es Schütz (1930). Otra aún más aguda, espe-
cialmente porque se dio en la China, fue elaborada por Patón (1953). Siguieron publicaciones similares. En un solo
año, 1964, aparecieron cuatro libros por el estilo, todos escritos por misionólogos o ejecutivos de agencias
misioneras: R. K. Orchard, Missions in a Time of Testing (Las misiones en tiempo de prueba); James A. Scherer,
Missionary, Go Home! (¡Fuera, misionero!); Ralph Dodge, The Unpopular Missionary (El misionero impopular), y
John Carden, The Ugly Missionary (El misionero ofensivo). Más recientemente, James Heisseg (1981), escribiendo
en una revista misionera, ha descrito la misión cristiana como «la guerra egoísta».
Estas solas circunstancias requieren y justifican una reflexión sobre la misión y la ponen en la agenda permanente
de la teología. Si la teología es una «consideración reflexiva de la fe» (T. Rendtorff), es parte de la labor teológica
considerar críticamente la misión como una de las expresiones (pordistorsionada que sea en la práctica) de la fe
cristiana.
La crítica de la misión en sí no debe sorprendernos. Es, en cambio, normal para un cristiano vivir en medio de
situaciones de crisis. Nunca debería haber sido distinto. En un tomo escrito para el congreso del International
Missionary Council (Concilio Internacional Misionero) (IMC) en Tambaram en 1938, Kraemer (1947:24) formuló esta
idea en los siguientes términos: «Hablando con precisión, uno debe decir que la Iglesia permanece en estado de
crisis y que su mayor falla es que solamente se da cuenta de ello de vez en cuando.» Debe ser así, argumenta
Kraemer, debido a «la tensión constante entre la naturaleza fundamental (de la Iglesia) y su condición empírica»
(24s). ¿Cómo puede ser entonces que casi nunca nos percatamos de este elemento de crisis y tensión en la
Iglesia? Es porque, según Kraemer, la Iglesia «siempre ha requerido del aparente fracaso y del sufrimiento para
tomar conciencia de su naturaleza verdadera y su misión» (26). Y por muchos siglos la Iglesia ha sufrido muy poco
y ha aceptado creer en su propio «éxito».
Como su Señor, la Iglesia —en la medida que sea fiel a su naturaleza— siempre será controversial, una «señal que
será contradicha» (Le. 2:34). Tantos siglos libres de crisis para la Iglesia constituyen una situación de hecho
anormal. Ahora, por fin, hemos regresado a un estado normal ¡...y lo sabemos! Y si el ambiente de ausencia de
crisis persiste en muchas partes del Occidente es simplemente el resultado de unapeligrosa ilusión. Démonos
cuenta de que encontrarnos en crisis implica la posibilidad de llegar a ser verdaderamente la Iglesia. El signo en la
escritura japonesa para «crisis» se hace combinando dos signos: el primero significa «peligro» y el segundo
«oportunidad» (o promesa); la crisis, por lo tanto, no es el fin de la oportunidad sino en realidad su inicio (Koyama
1980:4), el punto donde el peligro y la oportunidad se encuentran, donde el futuro se pone en la balanza y los
eventos pueden inclinarse en cualquier dirección.
Libro:
MISIÓN EN TRANSFORMACIÓN
Por: David J. Bosch
Libros Desafío
Páginas 15 - 27
MISIÓN EN TRANSFORMACIÓN
Por: David J. Bosch
Páginas 621 – 631
¿Todo es misión?
No puede haber duda de que la última década ha visto una sorprendente escalada en el uso del término “misión”;
sorprendente a la luz del hecho de que estas décadas también se han caracterizado por su crítica aguda a la
empresa misionera. La inflación del concepto tiene implicaciones tanto positivas como negativas. Uno de los
resultados negativos ha sido la tendencia a definir la misión en términos demasiado amplios, lo cual llevó a Neil
(1959:81) a formular su famoso refrán: “Si todo es misión, nada es misión”; y a Freytag (1961:94) a referirse a “el
espectro del ‘panmisionismo’”. Aun si hay que tomar en serio estas advertencias, la tarea de determinar qué es la
misión es extremadamente difícil. La totalidad de este estudio se ha desarrollado sobre la base de la premisa que
definir la misión resulta ser un proceso de separar, probar, reformular y desechar. Misión en transformación quiere
decir, por un lado, que la misión se entiende comouna actividad que transforma la realidad, y por el otro lado, que
hay una constante necesidad de que la misión misma siga siendo transformada.
Los intentos por definir la misión son un fenómeno reciente. La Iglesia primitiva nunca emprendió semejante tarea,
por lo menos no de manera consciente. No obstante, nuestro análisis de la “teología de la misión” de Mateo, Lucas
y Pablo demostró que es posible interpretar sus escritos como proyectos cuyo propósito era definir y redefinir el
llamado de la Iglesia en su época. Más recientemente, sin embargo, ha surgido la necesidad de diseñar
definiciones de la misión de una manera más consciente y explícita. Desde el siglo 19 ha habido una multitud de
intentos en ese sentido.
Alrededor de la época de la Conferencia de Jerusalén del IMC (1928), llegó a ser claro que la mayoría de las
definiciones eran demasiado inadecuadas. De Jerusalén salió la noción de un “acercamiento comprehensivo”, que
marcó un avance significativo sobre todas las definiciones anteriores de la misión. La reunión de Whitby, convocada
por la misma entidad (1947), utilizó luego los términos kerygma y koinonía para resumir su entendimiento de la
misión. En un célebre trabajo, publicado por primera vez en 1950, Hoekendijk (1967b:23) añadió un tercer
elemento: diakonía. La conferencia de Willingen (1952) hizo de la fórmula expandida algo propio, añadiendo la
noción de “testimonio”, martyria, como el concepto abarcador: “Este testimonio se da por medio de la proclamación,
lacomunión y el servicio” (citado en Margull 1962:175). Durante las siguientes tres décadas la expresión dominó las
discusiones misionológicas como el concepto más apropiado y comprehensivo de lo que debe ser la misión. Uno lo
encuentra en casi todos los libros sobre teología de la misión después de 1952. Existen, naturalmente, algunas
variaciones en las definiciones; a veces martyria y kerygma se presentan como sinónimos (cf. Zinder 1983:267);
otros añaden leitourgia, “liturgia”, como un elemento más (cf. Bosch 1980:227-229).
La fórmula, sin embargo, aun en su forma adaptada, tiene severas limitaciones. Rütti (1972:224) admite que ha
servido para librar la misión de la camisa de fuerza que la definía únicamente en términos de proclamar el evangelio
y plantar iglesias, y que todavía podría servir ocasionalmente. No obstante, lamenta el hecho de que al fin y al cabo
sólo ayuda a iluminar ideas y actividades tradicionales. Tiendo a estar de acuerdo con Rütti. Requerimos de una
hermenéutica más radical y comprehensiva de la misión. Al intentar lograrla tal vez nos acerquemos demasiado al
punto de vista que considera que todo es misión, pero correremos el riesgo. La misión es un ministerio multifacético
respecto al testimonio, el servicio, la justicia, la sanidad, la reconciliación, la liberación, la paz, la evangelización, el
compañerismo, el establecimiento de nuevas iglesias, la contextualización y mucho más. Sin embargo, aun el
intento de elaborar una lista de algunas dimensiones de la misión espeligroso porque sugiere una vez más la
posibilidad de definir lo que es infinito. Seamos quienes seamos, estamos tentados a encarcelar la missio Dei en los
estrechos confines de nuestras propias predilecciones y, por ende, somos culpables de parcialidad y
reduccionismo. Debemos estar prevenidos frente a cualquier intento de delimitar demasiado precisamente la
misión. Y quizás no se pueda lograrlo por medio de teoría (que requiere “observación, informe, interpretación y
evaluación crítica”) sino sólo por medio de poiesis (que requiere “creación imaginativa o representación de
imágenes evocadoras”) (Stackhouse 1988:85).
Rostros de la Iglesia-en-misión
Nuestra misión debe ser multidimensional para tener credibilidad y ser fiel a sus orígenes y su carácter. Por lo tanto,
para dar alguna idea de la naturaleza y calidad de esta misión multidimensional, podríamos utilizar imágenes,
metáforas, eventos y cuadros en vez de la lógica o el análisis. Por ende, sugiero que una manera de lograr un perfil
de lo que es y lo que abarca la misión, podría ser echar un vistazo al Nuevo Testamento en términos de seis
“eventos salvíficos” principales: la encarnación de Cristo, su muerte en la cruz, su resurrección al tercer día, su
ascensión, el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés y la parusía.
1. La encarnación: Las iglesias protestantes en general poseen una teología subdesarrollada de la encarnación.
Las iglesias de oriente, la Católica Romana y la Anglicana siempre han tomado muchomás en serio la encarnación
(aunque la Iglesia oriental tiende a concentrarse en la encarnación dentro del contexto de la preexistencia, del
“origen” de Cristo). En años recientes, sin embargo, la teología de la liberación, de manera mucho más explícita que
en casos anteriores, ha concebido la misión cristiana en términos del Cristo encarnado, el Jesús de Nazaret
humano que transitaba cansado por los caminos polvorientos de Palestina, donde se compadeció de los
marginados. El es además el que hoy se coloca al lado de los que sufren en las favelas de Brasil y con las
personas recluidas en las áreas de “reubicación” en Sudáfrica. En este modelo uno no se interesa en un Cristo que
se limita a ofrecer la salvación eterna, sino en un Cristo que agoniza y suda y sangra con las víctimas de la
opresión. Uno critica la iglesia burguesa de Occidente con su tendencia doceta, para la cual la humanidad de Jesús
consiste únicamente en una especie de velo que esconde su divinidad. Esta iglesia burguesa tiene un
entendimiento idealista de sí misma, rehúsa tomar partido y cree ofrecer un hogar tanto para los amos como para
los esclavos, tanto para los ricos como para los pobres, tanto para los opresores como para los oprimidos. Debido a
que rehúsa practicar “solidaridad con las víctimas” (Lamb 1982), tal iglesia ha perdido su relevancia. Habiendo
desechado las dimensiones sociales y políticas del evangelio, lo ha “desnaturalizado” totalmente.
Nuestro análisis del entendimiento de la Iglesia primitiva (enparticular el de Lucas) ha comprobado la validez de
esta perspectiva. La Iglesia de Occidente ha sido tentada a leer los Evangelios –utilizando la frase célebre de
Kähler- como “historias de la pasión con extensas introducciones”. El reciente énfasis en el significado de la
encarnación, que el movimiento ecuménico ha aceptado por lo menos a partir de la Conferencia de Melbourne de la
CMME (1980), nos llama precisamente a fijar nuestra atención en estas “extensas introducciones” y su significado
para nuestra misión. Melbourne se concentró en gran parte en “el Jesús terrenal, el judío, el nazareno que vivió
como un hombre galileo sencillo, que sufrió y fue ejecutado, muriendo en la cruz” (J. Matthey en CMI 1980: ix). La
“práctica de Jesús”) Echegaray 1984) tiene de hecho mucho que decir sobre la naturaleza y el contenido de la
misión hoy.
2. La cruz: La frase de Kähler, citada arriba, revela la preocupación de la Iglesia de Occidente –católica y
protestante- por la pasión y la crucifixión de Jesús. A la pregunta: ¿Qué es la esencia del evangelio?, la mayoría de
cristianos occidentales probablemente responderían: “Que Cristo murió en la cruz por mis pecados”. Sin entablar
toda una discusión en torno de la doctrina de la expiación, basta decir que tal punto de vista tiene de hecho su base
bíblica. Según dichos como Marcos 10:45 y varias declaraciones de Pablo, uno puede concluir que para muchos en
la Iglesia primitiva Cristo era el nuevo “lugar de expiación” que reemplazó al templo (cf.Pesch 1982:41). Los que lo
aceptan como salvador reciben el perdón de pecados. Esto les abre camino para llegar a ser miembros de una
nueva comunidad salvada, denominada Iglesia, un cuerpo singular de personas con quienes Dios tiene una relación
especial.
Sin embargo, la muerte de Jesús en la cruz no debe aislarse de su vida. Las “extensas introducciones” a los
Evangelios son en sí historias de la pasión. La kenosis de Jesús, su autovaciarse, empezó con su nacimiento.
Debido a su identificación con los que vivían en la periferia y su negación a atenerse a las costumbres de la época,
lo crucificaron. Pero hay más: la cruz de Cristo constituye, de manera singular, el sello de distinción de la fe
cristiana (cf. Moltmann 1975:4). Y cuando el Cristo resucitado comisionó a los discípulos a emprender la misma
misión que el Padre le había encomendado a él, las cicatrices de su pasión les revelaron quién era (Jn. 20:20). Sin
la cruz va en dirección opuesta a la fibra del ser humano. No es natural. Y si en la era postmoderna la religión
vuelve a gozar de una posición aceptable y natural, como Capra y otros afirman, hay que aclarar que una religión
de la cruz no puede ser natural: la cruz constituye un peligro permanente para cualquier religiosidad (Josuttis 1988:
cf. Koyama 1984:240-261).
Las cicatrices del Señor resucitado no sólo comprueban la identidad de Jesús: constituyen, además, un modelo que
todos los que han sido comisionados por él están llamados a emular: “Como el Padre me envió a mí,así yo los
envío a ustedes” (Jn. 20.21). Es una misión donde uno se despoja a sí mismo, sirve humildemente, y aquí radica la
validez permanente de la idea de Bonhoeffer de “la Iglesia para los demás”. Todas las conferencias internacionales,
sobre todo las de Jerusalén (1928) y Willingen (1952), se realizaron bajo el signo de la cruz. Willingen se convocó
bajo el tema: “La obligación misionera de la Iglesia”; su informe, sin embargo, se publicó bajo el título: Missions
Under the Cross (Las misiones bajo la cruz). Toda misión, dice Hartenstein respecto a Willingen, es ministerio a la
verdad en humildad (citado en van´t Hof 1972:160). En la presencia de la cruz la Iglesia-en-misión ha de
arrepentirse antes de emprender la misión. En las palabras de Käsemann en su presentación ante la conferencia de
Melbourne:
Las iglesias que no se arrepienten niegan su realidad y rechazan al
Señor que también tuvo que morir por ellas. Se niegan a colocarse bajo la cruz, donde todos nuestros pecados
salen a la luz y donde nosotros en nuestra humanidad somos crucificados juntamente con él. (CMI 1980:69-
traducción libre del inglés).
Pablo descubrió que era apóstol o misionero, no a pesar de la muerte que él mismo experimentaba todos los días,
sino precisamente por razón de esa muerte (cf. 1 Co. 15.31; 2 Co. 12.10). “Cuando Cristo llama a un hombre, lo
invita a venir y morir”, escribió Bonhoeffer en medio de la lucha de la Iglesia alemana (citado en West 1971.223).
Este es el significado misionero de lacruz. “Sufrir es el modo divino de actividad en la historia… La misión de la
Iglesia en el mundo también es sufrir… es participar en la existencia de Dios en el mundo” (Schultz 1930:245).
La cruz también significa reconciliación entre individuos y grupos separados, entre los opresores y los oprimidos. La
reconciliación, por supuesto, no es una mera transacción sentimental de grupos en conflicto. Exige sacrificio, de
índole muy diferente pero muy real, tanto de parte del opresor como de parte del oprimido. Exige el fin de la
opresión y la injusticia, y un compromiso con una nueva vida de mutualidad, justicia y paz. Pero, sin restar cosa
alguna de esta afirmación, cabe añadir que puede haber ofensas imposibles de separar con medios humanos, que
no debemos dejarnos encerrar en “sentimientos de culpa, impotencia y desesperación” o en la idea de “que la única
justicia es nuestra justicia, que podemos y debemos cancelar nuestra culpa con la restitución, o… vencer nuestra
frustración con mera acción” (H. Bornowska, en CMI 1980:150).
Entre los maestros morales del mundo, sólo Cristo hace que no todo dependa del éxito moral. Además de la
reconciliación, entonces, la cruz –hablando misionológicamente- también implica un ministerio de amor al enemigo
y de perdón. Es una afirmación de “que vale la pena amar, no importa el costo en términos de autosacrificio y aun
muerte” (Segundo 1986:152; énfasis en el original). Fue por eso, sobre todo, dice Baker (1986:162), que Jesús
entregó su vida. Añadeuna cita del Staretz Silouan: “Sin amor por los enemigos no hay seguimiento a Cristo”. Es
una afirmación difícil porque elimina de manera absoluta toda forma de autojustificación. Así, la cruz es también una
categoría crítica; nos dice que la misión no puede realizarse cuando nos consideramos poderosos y confiados, sino
sólo cuando somos débiles y sin saber qué hacer. Nada de lo que hacemos está exento del juicio de la cruz. No
existe acción justa que no requiera de perdón, no menos porque el poder que obra a favor de la justicia hoy puede
volverse injusto mañana (cf. West 1071:229; Henry 1987:279).
3. La resurrección: En las iglesias orientales la resurrección de Cristo es el evento salvífico de Dios par excellence.
Los organizadores de la Conferencia de Melbourne (1980) habían asignado a la Sección IV el tema “El Cristo
crucificado desafía el poder humano”. Los participantes ortodoxos, sin embargo, criticaron la formulación. Entonces
se retrabajó el tema cambiándolo por “Cristo –crucificado y resucitado- desafía el poder humano”. La intervención
ortodoxa fue acertada. La muerte de Jesús en la cruz no tiene sentido sin la resurrección. Los primeros cristianos
consideraban el evento de Pascua como la reivindicación de Jesús. La cruz y la resurrección no están en equilibrio;
la resurrección tiene ascendencia y victoria sobre la cruz (Berkhof 1966:180). El resumen más común del mensaje
misionero de la Iglesia primitiva se daba en términos de testificar acerca de la resurrección de Cristo.Era un
mensaje de gozo, esperanza y victoria, las primicias del triunfo último de Dios sobre el enemigo. Y los creyentes ya
tienen parte en este gozo y victoria. La Iglesia oriental da expresión precisamente a esto, entre otras cosas, en su
doctrina de la theosis, de la divinización; es el principio de la “vida en incorrupción” (Clemente de Roma). En la
resurrección de Cristo las fuerzas del futuro ya fluyen en el presente transformándolo, aun si todo lo visible parece
continuar igual. La vida cristiana continúa en dos niveles, por así decirlo (Segundo 1986:159). La promesa de Dios y
nuestra esperanza ya son una realidad plena en Cristo, antes de realizarse de manera completa en la historia
humana; en Cristo la eternidad ha entrado en el tiempo, la vida ha conquistado la muerte (Memorandum 1982:463).
Misionológicamente esto significa, primero, que el tema central de nuestro mensaje misionero es que Cristo ha
resucitado y que, segundo, como consecuencia de ello, la Iglesia está llamada a vivir la resurrección en la vida aquí
y ahora y ser señal de contradicción frente a las fuerzas de la muerte y la destrucción; está llamada a
desenmascarar los ídolos modernos y los falsos absolutos (Memorandum 1982:463).
4. La ascensión: La tradición calvinista, uno podría afirmar, tiene su enfoque en la ascensión. Para Juan Calvino,
los cristianos habitan entre la ascensión y la parusía; desde esta posición buscan comprender su misión (cf. Krass
1977:1). La ascensión es, primordialmente, el símbolode la entronización del Cristo crucificado y resucitado, quien
ahora reina como Rey. Y a partir de la perspectiva del reinado presente de Cristo, miramos hacia atrás a la cruz y la
tumba vacía, y hacia delante a la consumación de todas las cosas. La fe cristiana está marcada por la escatología
inaugurada (:10). Esto es cierto no sólo de la Iglesia –como si la iglesia fuera la encarnación actual del Reino de
Dios- sino también de la sociedad y de la historia, como el escenario de la actividad de Dios (:8). La historia de la
salvación no se opone a la historia profana, ni la gracia a la naturaleza. Por ende, abandonar la sociedad civil para
edificar pequeñas islas cristianas es suscribirse a un entendimiento incompleto y disyuntivo del obrar de Dios (:5).
En la tradición calvinista existe, por tanto, una actitud positiva hacia lo que se puede lograr en la historia humana y
mundial.
Junto con el énfasis en la encarnación, uno puede decir que esta tradición teológica ha influido profundamente, más
que cualquier otra, en el movimiento ecuménico. Dicha tradición está comprometida con la perspectiva que el orden
de vida de Cristo está progresando con fuerza en todo el mundo (Berkhof 1966:170). Desde ese ángulo, la misión
significa que debería ser natural para los cristianos estar comprometidos con la justicia y la paz en la esfera social.
El reinado de Dios es real, aunque todavía incompleto. No seremos nosotros quienes lo inauguremos, pero sí
podemos contribuir a hacerlo más visible, mástangible. En este mundo de injusticia, somos llamados a ser la
comunidad de los que están comprometidos con los valores del reinado de Dios, preocupados por las víctimas de la
sociedad y proclamando el juicio de Dios sobre quienes insisten en adorar a los dioses del poder y el amor propio.
En palabras de la Sección IV.3 de la Conferencia de Melbourne: “La proclamación del reinado de Dios es el anuncio
de un nuevo orden que reta a esos poderes y estructuras que se han demonizado en un mundo corrompido por el
pecado contra Dios” (CMI 1980:210).
La gloria de la ascensión sigue vinculada estrechamente con la agonía de la cruz. Ese mismo párrafo del
documento de Melbourne (Sección IV.3) hace referencia a “la imagen más impactante… de un cordero sacrificado,
matado pero aun así viviente, compartiendo el trono… con el mismo Dios vivo”. Asimismo, las palabras de Jesús en
Juan 12:32 –“Cuando sea levantado de la tierra”- tradicionalmente han sido interpretadas como refiriéndose tanto a
“ser levantado” en la cruz como a la ascensión. El Señor que proclamamos en la misión sigue siendo el Siervo
sufriente. “El principio de amor sacrificial es… entronizado en el mismo centro de la realidad del universo” (:210).
Nuestro quehacer misionero ha de mostrar con toda transparencia este principio. No es entonces extraño que
Melbourne haya sido la conferencia que celebró tanto la debilidad del Jesús encarnado como el poder del Cristo de
la ascensión. Käsemann, en particular (en CMI 1980:61-71), enfatizó laidentidad del Crucificado con el Kyrios.
5. Pentecostés: Los movimientos pentecostales y carismáticos tienden a ver el evento de Pentecostés como la obra
de Dios por excelencia. Algunos incluso dirían que, después de una era de historia eclesiástica en la cual el énfasis
recayó en Dios el Padre, seguida por la era del Hijo, hemos entrado ahora, particularmente desde los comienzos
del siglo 20, en la era del Espíritu. En esta nueva dispensación buscamos ahora la riqueza del cielo y el éxtasis sin
fin. Así, pues, uno se encuentra en estos círculos con testimonios que dan fe de la ocurrencia de eventos
milagrosos y la maravilla de una cadena continua de experiencias incomparables.
Sin negar el elemento de validez en esta interpretación de Pentecostés, me gustaría sugerir que desde un punto de
vista misionológico hay mucho más para decir. Primero, cuando los discípulos le preguntaron al Cristo resucitado
qué sería de la restauración del reino de Israel (Hechos 1:6), él les respondió prometiéndoles el Espíritu que los
haría testigos. Nuestro estudio de los escritos de Lucas, en particular, revelan al Espíritu Santo como el Espíritu del
denuedo (parresía) frente a la adversidad y la oposición. Es así como “la Iglesia continúa la misión de Cristo en el
poder de su Espíritu” (Memorando 1982:461).
La era del Espíritu es ante todo la era de la Iglesia. Y la Iglesia en el poder del Espíritu (Moltmann 1977) es ella
misma parte del mensaje que proclama. La Iglesia es una comunidad, una koinonía, querealiza el amor de Dios en
su vida diaria, y donde la justicia y la rectitud se hacen presentes y activos. No podemos olvidar a esta comunidad;
en efecto, se nos prohíbe hacerlo (Lochman 1986:70). Se trata de una comunidad distintiva, pero no un club, ni
tampoco una sociedad tipo gueto. El Espíritu no puede ser un rehén de la Iglesia, como si su única tarea fuera
mantenerla y protegerla del mundo exterior (:71). La Iglesia existe únicamente como una parte orgánica e integral
de toda la comunidad humana, “pues tan pronto como trata de entender su propia vida como significativa sin
relación con la comunidad humana total, traiciona el único propósito que puede justificar su existencia” (Baker
1986:159).
Incluso su adoración, su celebración de la eucaristía, no se excluye de este marco de referencia. Las iglesias
ortodoxas orientales nos enseñan que la celebración de la eucaristía es la más misionera de todas las actividades
de la Iglesia (cf. Bria 1975:248). Por un lado, se trata de una celebración y un anticipo del triunfo del Dios que viene
(Moltmann 1977:191x, 196, 242-275); por el otro, es también, cada vez que la celebramos, una invitación a
compartir nuestro pan con el hambriento (cf. Melbourne, Sección III.31 [CMI 1980:206]; Memorando 1982:462).
6. La parusía: Siempre ha habido, desde el primer siglo, grupos adventistas con su lente enfocada primordialmente
en la segunda venida de Cristo. Su tendencia ha sido considerar el reinado de Dios como una realidad
exclusivamente futura yeste mundo como un valle de lágrimas en las garras del maligno. En este modelo la Iglesia
no es más que una sala de espera para la eternidad. Los ojos de los fieles están fijos en el horizonte distante y en
las nubes, de donde vendrá Cristo como Señor para cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos. La validez de esta
perspectiva es que, en la fe cristiana, el futuro en verdad tiene la primacía. La misión es entendible solamente en
tanto el mismo Cristo resucitado tenga todavía un futuro, un futuro universal para las naciones (Moltmann 1967:83).
Este entendimiento surge particularmente de nuestro repaso de la teología misionera de Pablo. La misión, para él,
era una respuesta a la visión del triunfo venidero de Dios. Juan Luis Segundo (1986:179) reconoce que la
escatología de Pablo fue fiel al énfasis de Jesús, y la describe como “el único tipo (de escatología) capaz de aportar
un significado real a la historia humana”. En una escatología auténtica la visión del reinado último de Dios, de
justicia y paz, sirve como un imán poderoso, no porque el presente esté vacío, sino precisamente porque el futuro
de Dios ya lo ha invadido.
La iglesia no es el mundo, porque el reinado de Dios ya está presente en él. Entonces, la unidad entre la Iglesia y el
mundo sólo puede reconocerse y practicarse dialécticamente en esperanza, esto es, a la luz del reinado de Dios.
(cf. Lochman 1986:68). Pero, además, la Iglesia no es el reinado de Dios. La Iglesia no goza del monopolio de
dicho reinado, ni puedetampoco pretender que lo posee, ni presentarse ella misma como el Reino de Dios realizado
en contraste con el mundo (:69). El Reino nunca estará presente totalmente en la Iglesia. Sin embargo, es en la
iglesia donde comienza la renovación de la comunidad humana (:70). Pero precisamente como la vanguardia del
reinado de Dios, de la nueva tierra y la nueva humanidad, la Iglesia no debería ni tratar de provocar la irrupción del
final ni sólo preservarse para el final de los tiempos. La misión de la Iglesia toma el lugar de ambos (Moltmann
1967:83; 1977:196). En su misión, la Iglesia afirma su propio ser preliminar y contingente (cf. Küng 1987:122). Al
practicar una “evangelización expectante” (Warren 1948:133-145), la Iglesia vive y ministra como esa fuerza en la
humanidad a través de la cual la renovación y la comunidad de toda la gente es servida (“Informe” en Limouris
1986:167).
Uno nunca jamás debe ver los seis eventos cristológicos de la salvación aislados los unos de los otros. En nuestra
misión proclamamos al Cristo encarnado, crucificado, resucitado, ascendido, presente en el Espíritu, llevándonos a
su futuro como “cautivos en su procesión de victoria” (2 Co. 2:14). Cada uno de estos eventos afecta a todos los
demás. A menos que mantengamos esta visión, seguiremos comunicando al mundo un evangelio parcial. La
sombra del hombre de Nazaret, crucificado bajo Poncio Pilato, cae sobre la gloria de su resurrección y ascensión,
sobre la llegada de su Espírituy su parusía. El que consumará la historia es el Jesús que caminó con sus discípulos,
que vive como Espíritu en su Iglesia (ver Ef. 2.20); es Aquel crucificado que se levantó de la muerte; es Aquel que
fue levantado sobre la cruz, quien fue levantado al cielo: es el Cordero inmolado pero viviente.
Pero ¿quién, cuál Iglesia, cuál cuerpo humano de personas puede hacer frente a semejante llamado? (2 Co. 2. 16).
Mott le planteó esta pregunta a Kähler justo antes de la Conferencia de Edimburgo: “¿Usted considera que ya
tenemos aquí en el frente doméstico el tipo de cristianismo que debe ser propagado por todo el mundo?” (en Kähler
1971:258). Hoy no expresaríamos la pregunta en términos tan ingenuos como lo hizo Mott. Pero sigue
inquietándonos. El cristianismo está siendo atacado por todos lados, hasta por sus propios adherentes. Para Rütti
(1972, 1974), la totalidad de la empresa misionera moderna está tan corrompida por sus orígenes en asociación
cercana con el colonialismo occidental, que ya no es redimible: tenemos que encontrar una imagen totalmente
nueva hoy. Hablando en una consulta en Kuala Lumpur, en febrero del 1971, Emerito Nacpil (1971:78) describe la
misión como “un símbolo de la universalidad del imperialismo occidental entre las generaciones emergentes del
Tercer Mundo”. La gente de Asia no ve en el misionero el rostro sufriente de Cristo sino un monstruo benéfico.
Concluye, por lo tanto: “La actual estructura de la misión moderna ha muerto. Y la primera cosa que debemos
haceres endecharla y luego enterrarla”. La misión parece ser el enemigo más grande del evangelio. En efecto, “¡el
servicio más misionero que puede ofrecer un misionero bajo el sistema actual en Asia es irse para su casa!” (:79).
En el mismo año John Gatu, de Kenya, hablando primero ante un auditorio en Nueva York, luego en una reunión de
la American Reformed Church (Iglesia Reformada de Estados Unidos) en Milwaukee, sugirió una moratoria para el
involucramiento misionero de Occidente en África. Mucho más temprano, en mayo de 1944, Bonhoeffer,
escribiendo desde una cárcel de la Gestapo y reflexionando sobre la Iglesia alemana como la había llegado a
conocer, dijo:
Nuestra Iglesia, que ha estado luchando todos estos años para
preservarse a sí misma como si esto fuera un fin en sí mismo,
no es capaz de llevar la palabra de reconciliación y redención
a la humanidad y al mundo. Nuestras palabras anteriores por
ende han de perder su fuerza y cesar, y nuestro ser cristianos
hoy se limitará a dos cosas: la oración y la acción justa entre
los hombres (1971:300).
Bonhoeffer probablemente también vería la empresa misionera de la Iglesia en el extranjero como una lucha para
preservarse a sí misma. Con menos reserva que Bonhoeffer, James Heissig (1981) ha denominado a la misión
cristiana “la guerra egoísta”.
En contra de lo que algunos de estos autores podrán sugerir, no están describiendo un fenómeno nuevo. Durante la
mayor parte de su historia, el estado empírico de la Iglesia ha sidodeplorable. Esto fue cierto aun del primer círculo
de discípulos de Jesús y no cambió después de ellos. Posiblemente hemos logrado ser medio buenos en términos
de la ortodoxia, la “fe”, pero nos ha ido mal respecto a la ortopraxis, el amor, Van der Aalst (1074:196) nos recuerda
que ha habido un sinnúmero de concilios que han deliberado sobre creencias correctas; pero hasta ahora nadie ha
convocado un concilio para tratar las implicaciones del mandamiento más grande: amarnos los unos a los otros.
Uno puede, por lo tanto, preguntar con cierta justificación si ha habido alguna vez un tiempo en el que la Iglesia
haya tenido el “derecho” a hacer obra misionera. Lo que Neill dice acerca de los misioneros ha sido cierto de los
misioneros de todos los tiempos, desde el gran apóstol, que se jactó de su debilidad, hasta los que todavía se
llaman a sí mismos “misioneros”: “Han sido en general gente débil, no muy sabia, no muy santa, no muy paciente.
Han quebrado la mayoría de los mandamientos y caído en cada error concebible” (1960:222).
Los críticos de la misión se basan en general en la presuposición que la misión consistía únicamente en lo que
hacían los misioneros occidentales para salvar almas, plantar iglesias e imponer sus costumbres y su voluntad
sobre los demás. Jamás podemos, sin embargo, limitar la misión exclusivamente a este proyecto empírico.
Tampoco, por supuesto, debe divorciarse de él. Más bien, la misión es la missio Dei que busca subsumir en sí
misma las missiones ecclesiae, losprogramas misioneros de la Iglesia. No es la Iglesia la que “emprende” la misión;
es la missio Dei la que constituye a la Iglesia. La misión de la Iglesia necesita una renovación y reconceptualización
continua. La misión no es competencia con otras religiones; ni una actividad conversionista, ni expansión de la fe, ni
edificación del Reino de Dios; tampoco es actividad social, económica y política. A la vez, hay mérito en todos estos
proyectos. Entonces la preocupación de la Iglesia es la conversión, el crecimiento de iglesias, el Reino de Dios,
economía, sociedad y política-¡pero de una manera distinta! (cf. Kohler 1974:472). La missio Dei purifica a la
Iglesia. La coloca bajo la cruz, el único lugar donde siempre está segura. La cruz es el lugar de la humillación y del
juicio, pero también un lugar de refrigerio y nuevo nacimiento (cf. Nelly 1960:223). Como la comunidad de la cruz, la
Iglesia entonces constituye la comunidad del Reino, no sólo “miembros de la Iglesia”; como la comunidad del
éxodo, no como “institución religiosa”, invita a las personas al banquete sin fin (Moltmann 1977:75).
Visto desde esta perspectiva la misión es simplemente la participación de los cristianos en la misión de Jesús
(Hering 1980:78), apostando a favor de un futuro que la experiencia verificable parece negar. Es las buenas nuevas
del amor de Dios, encarnado en el testimonio de una comunidad, para beneficio del mundo.