Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sumario
5.1 Más allá de las innovaciones periféricas. Una reforma sistémica y crítica
5.2 Una estrategia integrada. El caso de las Comunidades de Aprendizaje
5.3 El primer año del grado: el valor de una perspectiva de conjunto
Bibliografía
Una atención que en ciertos países posee una trayectoria considerable. Sobre todo,
es el caso de Estados Unidos, que exhibe una tradición prolongada y sólida en la materia. En
efecto, tuvo origen ya a comienzos de los años 80, y dio lugar a un movimiento académico
vigoroso. Por un lado, un movimiento integral, que abarca tanto estudios e investigaciones,
con una producción muy amplia, cuanto dispositivos de intervención ad hoc, diseñados para
primer año – cuestión que se aborda más adelante. Por otra parte, un movimiento sostenido
por un soporte institucional robusto, con algunos think tanks especializados de gran
envergadura, como el National Resource Center for the First Year Experience and
Students in Transition, de la Universidad de Carolina del Sur, entre otros. Adicionalmente,
un movimiento de alcance nacional, que además puso y aún coloca un énfasis intenso en la
deserción, al punto que la dupla persistencia y abandono fue y es eje del movimiento, con
una investigación empírica copiosa y una construcción teórica de envergadura (Ezcurra,
2007).
Así, y en el caso de Estados Unidos, en los últimos veinte años se dio un alza notable
en el acceso a la Educación Superior. En efecto, entre 1980 y 2004 hubo una suba rotunda
de inscripciones, del 25.0% aproximadamente, y la proporción de egresados de la escuela
media que entraban al nivel superior inmediatamente después de su graduación aumentó de
alrededor del 49.0% al 66.7%. Un proceso que benefició, en especial, a estudiantes de
bajos ingresos y, en general, de un status socioeconómico desfavorecido (Engstrom y Tinto,
2007, Choy, 2002).
Al respecto, cabe señalar que en Estados Unidos durante los años 90 surgió un
corpus de evidencia sobre el tema asociado, en particular, con diagnósticos longitudinales
de alcance nacional a cargo del National Center for Education Statistics, que hizo análisis
sobre persistencia y graduación en ese tipo de alumnos, en contraste con aquellos cuyos
padres tuvieron alguna exposición a la Educación Superior o concluyeron un grado. Tales
análisis dejaron claro que esos alumnos de primera generación suelen padecer desventajas
fuertes y variadas como una preparación académica más baja, mayores dudas sobre sí
mismos y un menor conocimiento de la vida universitaria. Una experiencia difícil y hasta
amenazante (Pascarella y Terenzini, 2005). En fin, un conjunto de obstáculos que vulneran
la permanencia y terminación del grado (Choy, 2002).
1
También apunta que ese beneficio fue más notable en niveles previos del sistema educativo.
2007). En definitiva, una inclusión excluyente, un proceso que también se
observa en Estados Unidos.
Por otro lado, Vincent Tinto argumenta que buena parte de esas divergencias en la
graduación deriva de disparidades en el primer año (Tinto, 2004). En efecto, el abandono se
concentra allí (Crissman y Upcraft, 2005), aunque en América Latina hay problemas serios
de información estadística sobre la Educación Superior, a nivel institucional y agregado
(IESALC, 2006). Por consiguiente, un tramo crítico, que por ello demanda una atención
específica y prioritaria.
¿Por qué aquella exclusión? ¿Cuáles son sus factores condicionantes primarios? Un
interrogante, pues, de orden causal.
2
Un concepto en construcción, que por eso requiere investigación empírica y trabajo teórico.
2. PERFIL DEL ALUMNADO: UNA DESIGUALDAD CULTURAL
SOCIALMENTE CONDICIONADA
Desde una perspectiva causal, esas dificultades académicas devienen, por un lado,
de aquellos cambios en el perfil del alumnado.
Ello también fue corroborado por varias investigaciones. Así, Patrick Terenzini,
Alberto Cabrera y Elena Bernal (2001) confirman que la relación es directa y lineal: a menor
status, menor preparación, con disparidades fortísimas. Por su lado, un trabajo de Alberto
Cabrera, Steven La Nasa y Kurt Burkum (2001), que efectuó el seguimiento de una cohorte
de alumnos que egresó de la escuela media en 1982, también muestra que los recursos
académicos3 tienen una distribución notablemente disímil según condición social. Así, sólo el
23.0% de los estudiantes de status más bajo exhibe recursos altos, una proporción que
sube al 66.0% en los estratos superiores. Por lo tanto, y nuevamente, una desigualdad, sí,
pero contundente, con diferencias sustantivas.
En esa línea, y en dos indagaciones muy influyentes, Clifford Adelman (2006, 1999),
del Departamento de Educación, verificó que tal preparación es el factor preponderante, el
más eficaz en la terminación del grado – siempre en la esfera del perfil del alumnado. En
efecto, en ambas investigaciones el autor llevó a cabo el seguimiento de una cohorte
nacional de graduados del nivel medio que ingresaron al tramo superior. En el primer
3
El concepto es usado por los autores según la construcción de Clifford Adelman (2006, 1999), tema
que se aborda enseguida.
4
Ante ello, y entre otros autores, George Kuh (et al, 2005) advierte que se debe evitar la tentación
asociada, y muy frecuente, de redoblar la selectividad en el ingreso y reclutar a los mejores y más
brillantes.
trabajo, el análisis longitudinal inició cuando los alumnos cursaban décimo grado, en 1980, y
fueron examinados hasta 1993. Por su lado, el segundo comenzó en 1988, con los
estudiantes en octavo grado, luego seguidos hasta el año 2000. En los dos casos, el autor
buscó identificar qué factores contribuyen más a la graduación. Y encontró que el más
importante son, precisamente, los recursos académicos que los alumnos tienen al ingresar al
ciclo – Academic Resources (ACRES), una medida agregada, un índice construido por el
autor.5
En América Latina, ese lazo causal entre preparación académica, escuela media y
status social, se reforzó en la década de 1990. En efecto, y por una parte, aquel período de
masificación en la Educación Superior fue corolario, en buena medida, de avances
considerables en el nivel secundario. Así, la CEPAL (2007) observa que entre 1990 y 2005
se registró una suba firme en el ingreso: del 53.3% en el primer ciclo (o “baja secundaria”),
y del 74.5% en el segundo (o “alta secundaria”). Un alza aún más potente en el egreso: del
83.0%, con la consiguiente caída en la deserción. Progresos que beneficiaron, en especial, a
clases sociales desfavorecidas. Así, en ese lapso el aumento en la graduación que se dio en
el segmento más bajo de ingresos monetarios, el Quintil 1,7 fue muy destacado: del 159.4%,
mucho mayor que el promedio (83.0%). Por ende, una mayor inclusión escolar.
5
La noción incluye el currículo de la escuela media, su intensidad y calidad, así como ciertas
habilidades cognitivas y las notas logradas en el ciclo secundario (promedio y ranking).
6
Así, y dentro del concepto de recursos académicos, Clifford Adelman halló que el currículo del
tramo medio, su intensidad y calidad, constituye la determinación prevalente, la variable crítica.
7
Corresponde al 20.0% de los hogares con menor ingreso per cápita, los más pobres.
Así pues, se subraya la noción de capital cultural, concepto planteado por el
sociólogo francés Pierre Bourdieu, un autor clave en el esquema teórico aquí propuesto,
pero que hasta el momento ha estado prácticamente ausente en el campo de los estudios
sobre Educación Superior - como señala José Brunner (2008). Capital cultural que es
concebido como un principio de diferenciación social poderoso, al igual que el capital
económico. Un factor crítico, pues, que tiene una distribución desigual según clases
sociales, a las que constituye. Por otro lado, una categoría en construcción, que exige más
trabajo teórico e investigación empírica.
Además del perfil del alumnado, aquellas dificultades académicas tienen otro
condicionante: las propias universidades. Un factor muy destacado por ese movimiento
estadounidense, que coloca un foco muy fuerte en las instituciones.
Por otro lado, un status que es convalidado por algunas investigaciones que tomaron
como objeto ciertas mejoras de la enseñanza, y su impacto en el desempeño y la
persistencia.
Por último, también es el caso del proyecto Institutions of Excellence in the First
College Year, que el Policy Center on the First Year of College, un think tank especializado,
emprendió a fines de 2001, de dos años de duración y multi-institucional, que pretendió
ubicar y seleccionar colleges y universidades con programas muy destacados en el tramo, y
describirlos (Barefoot et al, 2005). Así, eligió e hizo estudios a fondo en trece
establecimientos, conceptuados como “ejemplo de excelencia”. Otra vez, la conclusión fue
que ello deriva de algunos rasgos institucionales, y sobre todo de la enseñanza – conclusión
que se retoma más adelante.
Sin embargo, a pesar de aquel status, y tal como acentúa Vincent Tinto (1997), la
enseñanza y el aula han cumplido un papel marginal en las teorías sobre la permanencia
estudiantil, así como en las acciones en el rubro. En esa línea, comenta que resulta
asombroso que la experiencia del salón de clase haya sido virtualmente ignorada tanto en
los análisis empíricos como en las teorías sobre deserción. Por ello, plantea que hay que
8
El concepto de implicación se aborda posteriormente.
9
En dos áreas: tasas de graduación e implicación de los alumnos, medida según un cuestionario, el
National Survey of Student Engagement.
reconstruir los modelos teóricos e incluir al aula, sí, pero también a los docentes y la
pedagogía (Tinto, 2000). Así pues, una revisión sustancial.
Al respecto, cabe consignar que en Estados Unidos los estudios sobre retención en
Educación Superior tienen una larga trayectoria y se inscriben en varias perspectivas
disciplinarias (Braxton y Hirschy, 2005). En ese marco, John Braxton, de la Universidad
Vanderbilt, anota que desde 1975 la teoría logró un gran progreso, ya que se publicó el
primer esbozo del modelo “interaccionista” de Vincent Tinto,10 con acento en los conceptos
de integración académica y social, y basado en William Spady.11 Un modelo que contempló el
rol causal de los establecimientos. Además, un modelo que el autor luego refinó en otros
trabajos,12 y que como ya se señaló, fue y es notablemente influyente en Estados Unidos y a
escala internacional – al punto que según John Braxton alcanzó estatura paradigmática. No
obstante, en los últimos años se da un debate (sobre) y una revisión del modelo, que incluso
está siendo ajustado por su propio autor, quien desde fines de los años 90, y como ya se
apuntó, recalca el carácter educativo de la permanencia y el abandono – y no sólo su índole
institucional.
Entonces, plataformas implícitas. Hay más. Así, otro supuesto, por lo regular
dominante en las universidades, es la llamada aproximación “hundirse o nadar”, que adjudica
a los alumnos la responsabilidad primaria, si no exclusiva, de su desempeño. Nadan o se
hunden. Así, el establecimiento y, por ende, la enseñanza, son descartados de hecho como
condicionantes de peso (Barefoot et al, 2005).
10
Tinto, Vincent (1975). “Dropouts from higher education: a theoretical synthesis of recent
research”. Review of Educational Research, 45 (1).
11
Spady, William (1970). “Dropouts from higher education: an interdisciplinary review and synthesis”.
Interchange, 1 (1).
12
Y en 1987 en su libro Living college: rethinking the causes and cures of student attrition (1993).
13
En la misma línea, Emilio Tenti (2007) señala que existe una distancia variable entre el capital
cultural acumulado y el supuesto por el currículo escolar.
Otro caso es la “ideología carismática” (Bourdieu y Passeron, 2003). En ella, las
desigualdades sociales aparecen como disparidad de talentos individuales. El privilegio es
convertido en mérito. Una visión que también penetra a alumnos de clases desfavorecidas
que, ante dificultades académicas, suelen inculparse a sí mismos. En esa línea, Pierre
Bourdieu y Jean Claude Passeron agregan que, por ello, esos estudiantes se consideran “un
simple producto de lo que son y el presentimiento de su destino oscuro no hace más que
reforzar las posibilidades de fracaso, según la lógica de la profecía que contribuye a su
propio cumplimiento”.
En ese marco, y dado aquel status primario, aquí se propone el concepto de habitus
académico – de manera muy preliminar. En la misma línea, Joseph Berger (2000) coincide y
consigna que dimensiones como el currículo, las estrategias y prácticas pedagógicas, el
vínculo de los docentes con los alumnos y el tipo de apoyo académico, expresan (a) y son
moldeados por el habitus más general de la institución. Más aún, añade que por lo general
privilegian a ciertos estudiantes, aquellos con mayor capital cultural, mientras marginan a
otros con menor capital y status en desventaja.
14
Formaciones cuya identificación, descripción y análisis requieren más investigación empírica, así
como trabajo teórico.
15
P. Bourdieu concibe al habitus como una estructura de esquemas o disposiciones perdurables,
capaces de sobrevivir a las condiciones económicas y sociales de su propia producción. A la vez, una
estructura que funciona como una matriz o principio generador de prácticas (percepciones,
aspiraciones, acciones). Es decir, una estructura estructurante, con poder causal, y además de orden
colectivo. Por otro lado, una estructura estructurada, socialmente condicionada. Aquí, por lo tanto,
con la noción de habitus se pretende retomar la idea de una estructura estructurada y estructurante
de carácter colectivo, pero se la reformula con la categoría de formación o configuración de sentido,
tomada de la teoría del discurso. Entonces, y como ya se anotó, formaciones colectivas, latentes,
socialmente condicionadas (estructuradas) y eficaces (estructurantes). Por otra parte, cabe destacar
que el concepto de habitus es central en la teoría de la práctica de Pierre Bourdieu, y apunta a una
ruptura con el “objetivismo” (la acción como resultado de determinaciones inexorables, “sin agente”) y
el “subjetivismo” (la acción como producto de una intención conciente y racional).
Una hipótesis asociada, y también esencial, es que esa brecha es
causa de dificultades académicas, serias. Por eso produce exclusión,
tiende a excluir a los estudiantes sin el capital cultural correcto,
esperado (Berger, 2000). Y así plasma la eficacia de la universidad, de
tales formaciones de sentido, de aquel habitus, en la construcción de
fracaso académico.
Por último, y desde una óptica causal, cabe agregar que aquellas dificultades
académicas también se asocian con el advenimiento de una transición (Ezcurra, 2007). Es
que los alumnos de primer ingreso son novatos, inexpertos, que por lo regular tienen poca
idea de qué esperar, y que además deben afrontar una auto-dirección considerable, en
general sin antecedentes (Banning, 1989, Dwyer, 1989). Por ello se desencadena una
transición, un proceso de ajuste. Un ajuste social, sí, dado que los alumnos suelen sufrir
cierto aislamiento inicial, pero sobre todo académico, el más desafiante para población de
status en desventaja. Un ajuste que algunos autores han categorizado como el aprendizaje
de un oficio, el oficio de estudiante (Cols, 2008).
Entre otros, saber estudiar y saber aprender. Por ejemplo, y según algunas
investigaciones institucionales,18 cómo estudiar mucha bibliografía y comprenderla, cómo
16
Según Erin Horvat (2003), el concepto de capital cultural sólo adquiere sentido en campos
específicos; en este caso, el universitario y, en particular, el de los estudiantes.
17
Una noción todavía en construcción. En efecto, existe una considerable diversidad de enfoques.
Más aún, se suelen emplear términos diversos, como habilidades, competencias y procedimientos. En
una investigación empírica, que tuvo lugar en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS,
Argentina) y que diagnosticó el punto de partida de alumnos de primer ingreso en habilidades de
comprensión lectora y expresión escrita, así como en matemática, se llevó a cabo una revisión
preliminar de esas categorías y una propuesta conceptual, también inicial (Ezcurra et al, 1996).
tomar apuntes en clase, cómo planificar, organizar y aprovechar el tiempo de estudio, cómo
preparar exámenes (Cols, 2008, Ezcurra, 2003). Un conjunto que Pierre Bourdieu llama
técnicas del trabajo intelectual y arte de organizar el aprendizaje, un saber en el que
engloba conocimientos como hacer una ficha, utilizar el diccionario, estructurar un fichero,
crear un índice, usar la biblioteca y herramientas informáticas, y leer cuadros estadísticos
y gráficos, entre otros.
Por lo tanto, y por lo regular, se perfila una enseñanza omitida, en los programas de
las asignaturas, sí, pero también en los planes de estudio, que usualmente no prevén
unidades ad hoc, orientadas al desarrollo progresivo de esas habilidades y hábitos críticos.
No obstante, ello no ocurre en Estados Unidos, donde se propagan los llamados Seminarios
de Primer Año, un dispositivo dirigido a ese desarrollo – tema que se aborda luego. Por
consiguiente, y en materia de alternativas, se trata de enseñar lo omitido. En palabras de
Pierre Bourdieu (2005), “hay que velar porque la enseñanza no deje lagunas inadmisibles”.
Además, el capital cultural también abarca la imagen sobre el capital cultural del
que se dispone (Perrenoud, 1995). En particular, y en el caso de alumnos universitarios,
engloba las expectativas sobre el propio desempeño, que siguen patrones de clase social. En
efecto, estudiantes de primera generación, de entornos socioeconómicos desfavorecidos,
generalmente tienen poca confianza en sí mismos, en sus aptitudes académicas. Es decir,
poseen una imagen negativa y expectativas bajas. Domina el temor al fracaso.
Ello fue corroborado ya hace años por Patrick Terenzini, de la Universidad Estatal
de Pensilvania, quien con un equipo llevó adelante una investigación cualitativa con
estudiantes de primer ingreso en cuatro establecimientos – de características variadas en
términos de tipo institucional y perfil del alumnado (Terenzini et al, 1994). El estudio se
propuso analizar la transición de la escuela media o el trabajo al college o universidad, y un
aporte, entre otros, es su distinción entre alumnos “tradicionales” y de primera generación,
que llevaría a procesos de transición enteramente distintos. Así, y respecto de aquellas
expectativas, los estudiantes “tradicionales” no recelaban de sus capacidades académicas
y, por eso, sus preocupaciones se ligaban, más bien, con retos de orden social, como hacer
nuevos amigos. En cambio, los alumnos de primera generación no se creían preparados,
padecían una autoestima baja, con fortísimas dudas sobre sí mismos y, por ello, la dimensión
académica, y no tanto la social, resultaba muy desafiante.
Por otro lado, un déficit de preparación que los estudiantes suelen atribuir a la
educación media. Ello fue convalidado por el proyecto Pathways to College Success, antes
18
También llevadas adelante en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
19
Dificultades que no suelen darse en alumnos con alguna experiencia a nivel superior.
citado, sobre Comunidades de Aprendizaje dirigidas precisamente a alumnos con baja
preparación. En efecto, los jóvenes allí entrevistados critican con fuerza a sus escuelas
secundarias, opinan que tuvieron experiencias irrelevantes, que aprendieron poco y
perdieron el tiempo, y que dedicaron muy pocas horas al estudio.
Por eso, en virtud de esa imagen adversa, varios autores recalcan el valor de la
denominada validación académica – además, temprana. Un componente catalogado como vital
para una transición exitosa e, incluso, para la persistencia, sobre todo en población de
status desfavorecido (Braxton y Hirschy, 2005). En definitiva, se trata de que los alumnos
reciban señales que confirmen que pueden ser capaces de aprender y lograr un buen
desempeño en la universidad, que merecen un lugar allí, y que los docentes y la institución
están para ayudar (Kuh et al, 2005b, Terenzini et al, 1994). En esa línea, el rector de la
Universidad Estatal de Fayetteville, en el contexto del proyecto Documenting Effective
Educational Practice, DEEP, ya aludido, argumenta que “debemos inculcar en los estudiantes
una actitud de no fracaso. Por ello quiero decir que necesitamos asistir a los alumnos para
que desarrollen la confianza en sí mismos y el compromiso con la excelencia que los
ayudarán a ver que el éxito sí está a su alcance, y que el fracaso no es una opción” (Kuh et
al, 2005b).
A la vez, otras indagaciones revelan que los estudiantes de primer año dedican un
tiempo escaso. Según Vincent Tinto, “perturbadoramente bajo”, “simplemente, no estudian
lo suficiente” (Tinto, 2005). Un problema que se agudiza en población de franjas en
desventaja, ya sea porque se trata de trabajadores con poco tiempo disponible, o porque
cuentan con tiempo, pero carecen de ese hábito crítico, propio del saber estudiar – un
déficit de capital cultural, como vimos. Por ende, la implicación tiene un condicionamiento
social, de clase.
Vincent Tinto indica que hasta ahora se ha prestado poca atención a una “teoría de
la acción” que provea a los establecimientos una guía para el desarrollo de políticas y
prácticas orientadas a fomentar la persistencia y, en general, el desempeño académico de
los estudiantes – en especial, de estratos desfavorecidos y en primer año. Añade que, sin
embargo, ya hay un cuerpo de investigación amplio que permite deslindar ciertas políticas,
pocas, generales y centrales, así como algunos dispositivos de acción (Tinto y Pusser, 2006,
Tinto, 2005).
Así, los Seminarios, en su abrumadora mayoría, forman parte del Plan de Estudios.
Es decir, se trata de un dispositivo curricular. En efecto, y según dicha encuesta, el 92.2%
otorga créditos académicos (NRC, 2006). Por otra parte, y en términos de objetivos,
prevalece el desarrollo de habilidades académicas (64.2%), críticas para la supervivencia y
el éxito (Kuh et al, 2005b). También el aporte de información sobre recursos y servicios
del establecimiento (52.9%). Por ello, en virtud de esos objetivos, predomina un tipo, los
denominados Seminarios de Orientación (57.9%), que apuntan a ambos propósitos.20 También
por eso, y en el rubro contenidos, dominan tópicos como habilidades de estudio,
pensamiento crítico, planificación académica y manejo del tiempo. Por otra parte, y
respecto de la dinámica, congregan a grupos relativamente pequeños (84.9%, entre 10 y 25
alumnos), estimulan una participación activa y se organizan en torno a debates (Stuart y
Linder, 2005). Además, en general los que enseñan son docentes del establecimiento
(90.0%), y en menor proporción personal de asuntos académicos (45.2%), que por lo regular
reciben una capacitación ad hoc (76.8%).
Entonces, los Seminarios de Primer Año son el dispositivo más usual. Sin embargo,
hay otros, como la llamada Instrucción Suplementaria (programas de apoyo a cursos
tradicionalmente difíciles), servicios de información y programas de orientación, tutores,
consejeros y mentores, y seminarios de escritura (Cols, 2007 y 2007b).
¿Por qué? Es que por lo regular se trata de programas añadidos a los cursos
regulares y poco conectados con ellos, focalizados sólo en ciertos alumnos necesitados de
asistencia (económica, académica) y considerados en riesgo, dirigidos a los estudiantes y no
a los docentes, y que se ciñen a funciones de información, orientación y apoyo académicos.
Por consiguiente, no involucran la enseñanza en las aulas, las experiencias cotidianas. En
consecuencia, y según diversos autores, muchos, si no la mayoría de esos esfuerzos,
transcurren en los márgenes del sistema académico. Así pues, son innovaciones periféricas.
Innovaciones que incluso pueden tener la función objetiva de frenar reformas más
sustanciales. En esa línea, el equipo del proyecto Institutions of Excellence in the First
College Year cita a Kay McClenney, de la Universidad de Texas, quien declara que
innovación no es igual a transformación, que incluso múltiples innovaciones no equivalen a un
viraje fundamental y que, más aún, pueden ser un medio para contenerlo. Es que las
20
Hay otras variantes, menos frecuentes; por ejemplo, de tipo académico, sobre ciertos temas
(25.7%), o dirigidas sólo al desarrollo de habilidades básicas de estudio (21.6%).
innovaciones en los márgenes podrían aliviar las presiones sobre la institución para generar
un giro más medular; es decir, en la enseñanza (Barefoot et al, 2005).
En definitiva, una reforma educativa. Una reforma educativa que además entrañe
una ruptura con el habitus académico dominante - así, una reforma sistémica. Por ende,
ante la aproximación “hundirse o nadar”, propia de ese habitus, se ha de contraponer una
política de compromiso con los estudiantes, con su logro. Entonces, los establecimientos son
considerados responsables de asegurar que los alumnos tengan la oportunidad de
desarrollar los conocimientos y habilidades suficientes para afrontar las demandas
académicas de la institución (Crissman y Upcraft, 2005, Kuh et al, 2005b). Es el caso de los
colleges y universidades estudiados en el proyecto Institutions of Excellence in the First
College Year. En efecto, se señala que aunque en la actualidad seguramente muchos campus
reivindicarían ese compromiso, el proyecto permitió ver qué pasa cuando las organizaciones
hacen lo que dicen (Barefoot et al, 2005). También es el caso de los establecimientos
analizados en Documenting Effective Educational Practice, DEEP. Más aún, aquí lo “notable”
sería precisamente la centralidad que el objetivo del éxito estudiantil alcanzó en la vida de
esas instituciones, una “cultura” centrada en el logro de los alumnos (Kuh et al, 2006,
2005).
Por otro lado, y frente a la brecha académica, clasista y excluyente, también propia
de ese habitus, se ha de animar una “pedagogía racional”, fundada en una sociología de las
desigualdades culturales (Bourdieu, 2005). Así pues, y en ese sentido, una enseñanza
crítica. Entonces, un compromiso institucional, sí, pero con el alumnado real y, por lo tanto,
con población que sufre límites de preparación académica. Ello se da, nuevamente, en las
organizaciones de Documenting Effective Educational Practice, que trabajan con los
estudiantes que tienen, en contraste con la obsesión, tan extendida, de reclutar a los
mejores y más brillantes. Por eso, suponen un mensaje muy importante: las instituciones y
los alumnos pueden tener éxito, a pesar de las desigualdades. Además es el caso, otra vez,
de los establecimientos abordados por Institutions of Excellence in the First College Year,
que también aceptan, respetan y valoran a los estudiantes que tienen, tal como son.
Su versión contemporánea emergió hacia fines de los años 60, con la formación del
Evergreen State College, y su Coordinated Studies Program, en la ciudad de Olympia,
Estado de Washington, y con el inicio de diversas e importantes experiencias como las de
La Guardia Community College, de Nueva York (Malnarich y Decker, 2003). Luego, en las
décadas siguientes, el dispositivo tuvo una diseminación notable, y cobró un impulso intenso
con la instauración en 1985 del Washington Center for Undergraduate Education, en The
Evergreen State College, que operó como un foco de difusión crucial. Así, en octubre de
2000 el Policy Center on the First Year of College llevó adelante una encuesta: National
Survey of First Year Curricular Practices, que mostró la fuerte penetración de esas
Comunidades en la Educación Superior de Estados Unidos (Levine Laufgraben, 2005).
Posteriormente, en 2002, aquel think tank lanzó otro instrumento: Second National Survey
of First Year Academic Practices, que ratificó la tendencia – el 62.0% de las instituciones
participantes (1.000) había incorporado dichas Comunidades.
Por otro lado, y como ya se anotó, desde la década de 1990 Vincent Tinto emprendió
los primeros estudios sobre Comunidades de Aprendizaje, orientados a diagnosticar en qué
medida y cómo influencian la persistencia y la implicación. Se eligieron Comunidades de
primer año, que además fueran relevantes en la vida institucional y que abarcaran a una
porción significativa de alumnos del tramo, entre otras notas distintivas. Así, se investigó
el programa Freshman Interest Groups, de la Universidad de Washington (Tinto y Goodsell,
1993), La Guardia Community College (Tinto y Goodsell, 1995, Tinto, 1998), y el Coordinated
Studies Program, del Seattle Central Community College (Tinto, 1997). En todos los casos,
esas Comunidades conllevan impactos favorables en la persistencia (en segundo año).
También en la implicación, ya que los alumnos participantes dedican más tiempo y esfuerzo
a las tareas académicas, y asumen mayor responsabilidad por su propio aprendizaje, un
resultado corroborado por otros estudios (Zhao y Kuh, 2004).
Además, el estudio provee, sobre todo, un aporte clave en términos causales, ya que
circunscribe qué facetas de enseñanza ocasionan esos resultados. Así, demarca una
dimensión crítica, general, que conceptúa como ambiente de aprendizaje. Entonces, estas
Comunidades contienen, ante todo, un ambiente positivo, que da apoyo y valida y, a la vez,
estimula. Una dimensión que, a su turno, se desagrega en cuatro factores básicos.
Por una parte, los docentes, que detentan un papel concluyente, decisivo, con tres
rasgos nodales: a) un compromiso con los alumnos, con su logro, que plasma en aliento y
apoyo y, a la vez, en expectativas altas, así como en un elevado tiempo de dedicación a los
estudiantes; b) un realce de las estrategias de enseñanza y, en ese marco, de pedagogías
activas y en colaboración, que según un corpus de investigación consistente, y entre otros
resultados, fomentan la implicación estudiantil, también el “tiempo en tarea” (Kuh et al,
2006); c) y una interacción intensa entre profesores y alumnos, un ingrediente benéfico ya
probado, con un rol positivo e independiente en la persistencia y la graduación (Pascarella y
Terenzini, 2005, Chickering y Gamson, 1987).
21
Para ello, se llevó adelante un seguimiento académico de los alumnos a través de registros, y se
aplicó una versión modificada del Community College Survey of Student Engagement, de la
Universidad de Texas.
22
Se trató de estudios de caso: grupos focales y entrevistas individuales en tres establecimientos.
Por último, el trabajo recorta otros dos componentes: cursos conectados y, por eso,
más integración curricular, que según los alumnos participantes facilitaría aprendizajes más
profundos y una motivación e implicación mayores; y la inclusión de unidades de apoyo
académico, como Seminarios de Primer Año.
Así pues, una reforma educativa sistémica y crítica. Además, una reforma educativa
con eje en primer año. Al respecto, y como ya se apuntó, a fines de 2001 el Policy Center on
the First Year of College inició el proyecto Institutions of Excellence in the First College
Year, que llevó adelante estudios de caso en trece colleges y universidades considerados
“ejemplos de excelencia” en el tramo. En ese contexto, el proyecto localizó ciertos rasgos
compartidos – que se enuncian parcialmente a continuación (Barefoot et al, 2005, Ezcurra,
2007).
I) En primer término, los establecimientos dan al primer año una alta prioridad real,
que trasciende las declaraciones y procede a una asignación sustancial de recursos,
humanos y financieros – respecto de otras prioridades en competencia.
II) Además, las organizaciones van más allá de programas aislados, y encuadran al
primer año como un todo, como una unidad de análisis e intervención, con eje en la
enseñanza y las aulas.
III) Por ello, por tal perspectiva de conjunto, se busca un currículo de primer año
ad hoc, intencional, con estructuras de apoyo también curriculares – por lo regular,
Seminarios de Primer Año, que suelen formar parte de Comunidades de Aprendizaje.
IV) Por añadidura, se hace hincapié en la “pedagogía” de los cursos. Así, se trata de
instituciones que desplazan las innovaciones de la periferia al centro, y las aulas son ese
centro.
VII) Por otro lado, prevalece una cultura que anima la generación de ideas, los
proyectos piloto, la experimentación, aunque en un marco riguroso, que también realza los
estudios institucionales, sistemáticos y continuos, como un componente fundamental - una
“firme mirada interna”, orientada al mejoramiento.