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GRIEGO

Idioma en que se escribió el Nuevo Testamento. El rey de Macedonia, [


ALEJANDRO MAGNO, abrió un área enorme a la influencia de la
cultura griega cuando, entre 334 y 320 a.C., marchó hasta la frontera
de la India e introdujo como medio de comunicación el idioma de
Aristóteles y Plutarco en muchos pueblos que solo conocían sus lenguas
particulares. Militares, comerciantes y obreros se servían de la nueva
lengua, modificándola con expresiones vernáculas. Tal vehículo de
relaciones humanas recibió el nombre de koineŒ o lenguaje cotidiano
y por ende común.
Un grupo de judíos helenizados tradujo al griego coiné Œ el Antiguo
Testamento ca. 250 a.C. en Alejandría, capital de Egipto VERSIONES).
Esta versión de los "setenta intérpretes" (la LXX) expresó, entonces, en
lengua vulgar, los términos religiosos y éticos de los hebreos, cuya
civilización era tan distinta. Para tal efecto, crearon locuciones con
sabor hebreo, por ejemplo, "toda carne" y "fruto de las entrañas", y en
vocabulario y sintaxis enriquecieron la lengua franca.
El mismo proceso continuó en el Nuevo Testamento. Jesús supo hablar
arameo y griego porque Galilea era bilingüe, necesitó del griego en
Tiro, Sidón y Decápolis y frente a Pilato. A su vez, los apóstoles, galileos
todos, tradujeron su mensaje al koineΠcuando salieron de Judea;
desde un principio la iglesia de Jerusalén era bilingüe (Hch 6.1) y esto
facilitaba esta traducción. El estilo de los libros del Nuevo Testamento
es variadísimo, y oscila entre lo literario pulido de Santiago, Lucas,
Hechos, Hebreos y 1 Pedro; lo vernáculo de Pablo, lo sencillo y solemne
de Juan y lo dificultoso de Apocalipsis. Es muy posible que de todos los
autores solo los de la primera categoría (o sus amanuenses) usaran el
griego como lengua materna; los demás "piensan en semítico" aun
cuando escriben en griego.
El Imperio Romano, aunque heredó militarmente las regiones
conquistadas por Alejandro, fue conquistado culturalmente por el
helenismo. Por tanto, cuando ca. 57 d.C. Pablo quiso enviar una carta a
los creyentes de Roma, la capital del mundo, la escribió en griego y no
en latín. El koineŒ, cuya historia se extiende hasta 500 d.C., es el
idioma de toda la literatura cristiana, aun en el Occidente, hasta 225.
Es un factor más en la preparación del mundo para la venida de
Jesucristo (Gl 4.4), y un instrumento sutil para la expresión adecuada
de la Palabra de Dios.
CRISTIANISMO

Cristianismo, religión monoteísta basada en las enseñanzas de Jesucristo


según se recogen en los Evangelios, que ha marcado profundamente la cultura
occidental y es actualmente la más extendida del mundo. Está ampliamente
presente en todos los continentes del globo y la profesan más de 1.700
millones de personas.

El cristianismo, en muchos sentidos y como cualquier otro sistema de


creencias y de valores, se comprende sólo desde “el interior” entre aquellos
que comparten la creencia y se esfuerzan por vivir de acuerdo con esos
valores. Cualquier descripción de la religión que ignorara estas concepciones
internas, no sería fiel en el orden histórico. Sin embargo, un aspecto que los
que profesan esta fe no reconocen por regla general es que semejante sistema
de creencias y de valores también puede ser descrito de una forma que tenga
sentido para un observador interesado, aunque no comparta, o no pueda
compartir

I- DOCTRINA Y PRÁCTICA
Una comunidad, un modo de vida, un sistema de creencias, una observancia
litúrgica, una tradición; el cristianismo es todo eso y más. Cada uno de estos
aspectos del cristianismo tiene afinidades con otras creencias, aunque cada
una de éstas también muestra señas particulares, consecuencia de su origen y
evolución. Teniendo en cuenta esto, es una ayuda, y de hecho se hace
inevitable, estudiar las ideas e instituciones del cristianismo de forma
comparativa, relacionándolas con las afinidades que tienen con otras
religiones. Sin embargo, resulta asimismo importante el estudio de los rasgos
distintivos que son exclusivos del cristianismo.

a) Principales enseñanzas

Un fenómeno tan complejo y vital como el cristianismo resulta más fácil


describirlo desde una perspectiva histórica que definirlo de una forma lógica,
aunque esta descripción histórica incluya concepciones interiorizadas por los
creyentes y que son también características esenciales de la religión. Uno de
los elementos esenciales lo constituye el protagonismo de la figura de
Jesucristo. Ese protagonismo es, de uno u otro modo, el rasgo distintivo de
todas las variantes históricas de la creencia y práctica del cristianismo. Los
cristianos no han logrado llegar a un acuerdo sobre la comprensión ni sobre la
definición de qué es lo que hace que Cristo sea tan característico y único.
Desde luego, todos coinciden en que su vida y su ejemplo deberían ser
seguidos y que sus enseñanzas referentes al amor y a la fraternidad deberían
sentar las bases de todas las relaciones humanas. Gran parte de sus enseñanzas
encuentran su equivalencia en la predicación de los rabinos, después de todo
Jesús era uno de ellos, o en las enseñanzas de Sócrates y de Confucio. En las
enseñanzas del cristianismo, Jesús no puede ser menos que el supremo
predicador y ejemplo de vida moral, pero, para la mayoría de los cristianos,
eso, por sí mismo, no hace justicia al significado de su vida y obra.

Todas las referencias históricas que se tienen de Jesús se encuentran en los


Evangelios, parte del Nuevo Testamento englobada en la Biblia. Otros libros
del Nuevo Testamento resumen las creencias de la Iglesia cristiana primitiva.
Tanto san Pablo como otros autores de las Sagradas Escrituras creían que
Jesús fue el revelador no sólo de la vida humana en su máxima perfección,
sino también de la realidad divina en sí misma.

El misterio fundamental del Universo, llamado de muchas formas en las


distintas religiones, en palabras de Jesús se llamaba “Padre”, y por eso los
cristianos llaman a Jesús, “Hijo de Dios”. En todo caso, tanto en su lenguaje
como en su vida, existía una profunda intimidad con Dios y un anhelo por
acceder a Él, así como la promesa de que, a través de todo lo que Jesús fue e
hizo, sus seguidores podrían participar en la vida del Padre en el cielo y
podrían hacerse hijos de Dios. La crucifixión y resurrección de Jesucristo, a la
que los primeros cristianos se refieren cuando hablan de Él como de aquel que
reconcilió a la humanidad con Dios, hicieron de la cruz el principal centro de
atención de la fe y devoción cristianas, y el símbolo más importante del amor
salvador de Dios Padre.

En el Nuevo Testamento, y por lo tanto en la doctrina cristiana, este amor es el


atributo más importante de Dios. Los cristianos enseñan que Dios es
omnipotente en su dominio sobre todo lo que está en la tierra y en el cielo,
recto a la hora de juzgar lo bueno y lo malo, se encuentra más allá del tiempo,
del espacio y del cambio, pero sobre todo enseñan que “Dios es amor”. La
creación del mundo a partir de la nada así como de la especie humana fueron
expresiones de ese amor, como también lo fue la venida de Jesús a la Tierra.
La manifestación clásica de esta confianza en el amor de Dios viene dada por
las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: “Mirad cómo las
aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mat. 6,26). Los
primeros cristianos descubrían en estas palabras una demostración de la
privilegiada posición que tienen los hombres y las mujeres por ser hijos de un
padre celestial como Él, y del lugar aún más especial que ocupa Cristo. Esa
posición de excepción llevó a que las primeras generaciones de creyentes le
otorgaran la misma categoría que al Padre, y a que más tarde utilizaran la
expresión “el Espíritu Santo, a quien el Padre envió en el nombre de Cristo”,
como parte de la fórmula que se utiliza en la administración del bautismo y en
los diversos credos de los primeros siglos. Después de numerosas
controversias y reflexiones, aquella expresión se transformó en la doctrina de
Dios como Santísima Trinidad.

Desde un principio, el camino para iniciarse en el cristianismo ha sido el


bautismo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” o a veces,
más simplemente, “en el nombre de Cristo”. En un comienzo, parece ser que
el bautismo les era administrado sobre todo a los adultos, después de haber
hecho manifiesta su fe y de haber prometido corregir sus vidas. La práctica del
bautismo se generalizó más al extenderse también a los niños. Otro rito que es
aceptado por todos los cristianos es el de la eucaristía o cena del Señor, en la
que se comparten pan y vino, expresando y reconociendo así la realidad de la
presencia de Cristo, tal como se conmemora en la comunión de unos con otros
en la misa. La forma que fue adquiriendo la eucaristía a medida que
evolucionó fue la de una cuidada ceremonia de consagración y de adoración, a
partir de textos eucarísticos escritos sobre todo en los primeros siglos del
cristianismo. La eucaristía también se ha transformado en uno de los
principales motivos de conflicto entre las distintas iglesias cristianas, pues no
todas están de acuerdo con la presencia de Cristo en el pan y en el vino
consagrado y con el efecto que produce esta presencia en los que lo reciben.

La comunidad cristiana misma, es decir, la Iglesia, es otro componente


fundamental dentro de la fe y las prácticas del cristianismo. Algunos
estudiosos cuestionan el hecho de que se pretenda asumir que Jesús intentó
fundar una iglesia (la palabra iglesia se menciona sólo dos veces en los
Evangelios), pero sus seguidores siempre estuvieron convencidos de que su
promesa de estar con ellos “siempre, hasta el fin de los días” se hizo realidad
mediante su “cuerpo místico en la tierra”, es decir, la santa Iglesia católica
(universal). La relación que mantiene esta santa Iglesia universal con las
distintas organizaciones eclesiásticas que existen por toda la cristiandad es la
causa de las principales divisiones entre ellas. El catolicismo ha tendido a
equiparar su propia estructura institucional con la Iglesia universal, mientras
que algunos grupos protestantes extremistas han estado prontos a reclamar que
ellos, y sólo ellos, representan la verdadera Iglesia visible. Sin embargo, cada
vez un mayor número de cristianos de todos los sectores han comenzado a
reconocer que no existe un único grupo que tenga el derecho de apropiarse el
concepto de Iglesia, y han empezado más bien a trabajar para lograr la unión
de todos los cristianos. Véase Movimiento ecuménico; Protestantismo; Iglesia
católica apostólica romana.

b) Culto
Cualquiera que sea su organización institucional, la comunidad de fe dentro de
la Iglesia es la primera condición para proceder al culto cristiano. Todos los
cristianos de las distintas tradiciones han subrayado el papel trascendente de la
devoción y de la oración individual, tal y como lo indicó Jesús. Pero él
también instituyó una oración universal, el Padrenuestro, cuyas primeras
palabras subrayan la naturaleza y el sentido de comunidad que tiene el culto:
“Padre Nuestro que estás en el cielo”. A partir del Nuevo Testamento, se
estableció que el día que toda la comunidad cristiana destinaría a la adoración
sería “el primer día de la semana”, el domingo, en conmemoración de la
resurrección de Cristo. Lo mismo que el shabat judío, el domingo se destina al
descanso. También es el día en que los creyentes se reúnen para oír la lectura
y la predicación de la palabra de Dios recogida en la Biblia, para participar en
los sacramentos y para rezar, alabar al Señor y darle gracias. Las necesidades
del culto en comunidad han motivado la creación de miles de himnos, coros y
cantos, así como de música instrumental, en especial para órgano. Desde el
siglo IV, las comunidades cristianas han edificado construcciones especiales
destinadas al culto, un hecho decisivo en la historia de la arquitectura y del
arte en general. Véase Basílica; Iglesia (arquitectura); Arte y arquitectura
paleocristianas; Himno; Oración.

c) Vida cristiana

El mandato y la exhortación de la predicación y las enseñanzas cristianas


abarcan todos los temas referentes a la doctrina y a la moral. Los dos
mandamientos más importantes del mensaje ético de Jesús (Mt. 22,34-40) son
el amor a Dios y el amor al prójimo. La aplicación de estos mandamientos a
situaciones concretas de la vida, ya sea en el orden personal o en el social, no
genera uniformidad en el comportamiento moral ni en el social. Por ejemplo,
hay cristianos que consideran pecaminosas las bebidas alcohólicas, pero los
hay que no opinan igual. Existen cristianos que adoptan diferentes posturas
sobre temas de actualidad, ya sea desde puntos de vista de extrema derecha, de
extrema izquierda o de centro. A pesar de ello, es posible hablar de un modo
de vida cristiano, aquel que participa de la llamada al servicio y a convertirse
en discípulo de Cristo. El valor inherente a cada persona creada a la imagen de
Dios, la santidad de la vida humana, así como el matrimonio y la familia, el
esfuerzo por alcanzar la justicia, aunque sea en un mundo caído en la
desgracia, son compromisos morales dinámicos que los cristianos deberían
aceptar; sin embargo, sus conductas pueden no conseguir las metas que
imponen estas normas. Ya desde las páginas del Nuevo Testamento se hace
patente que siempre ha sido difícil la tarea de desarrollar las implicaciones o el
alcance que puede tener una ética del amor, bajo las condiciones de la
existencia cotidiana, y que en realidad nunca ha existido una ‘época dorada’
en la que haya sucedido lo contrario.

d) Escatología
Sin embargo, dentro de la doctrina cristiana late la idea de esta época de oro,
representada en la esperanza cristiana de una vida eterna. Jesús se refirió a esta
esperanza con tanta insistencia que muchos de sus seguidores estaban a la
espera del fin del mundo de un modo declarado y abierto, pues con ese fin sus
vidas alcanzarían el reino de la eternidad. Desde el siglo I, esta expectación
creó una actitud de flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran
intensidad, y otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus formas
más crueles. Los credos de la Iglesia se refieren a esta esperanza usando el
lenguaje de la resurrección, de una nueva vida, participando de la gloria de
Cristo resucitado. Teniendo estos símbolos en cuenta, el cristianismo debería
considerarse como una religión espiritual, y en ocasiones se ha limitado
exclusivamente a cumplir este papel. Pero, a través de la historia de la Iglesia,
la esperanza cristiana también ha servido para motivar el desarrollo de una
vida terrenal más conforme a los deseos de Dios según fue revelado por
Cristo.

II- Historia del cristianismo

Casi toda la información de la que se dispone sobre la vida de Jesús y los


orígenes del cristianismo, proviene de aquellos que proclamaban ser sus
discípulos. Considerando que escribieron más para convencer a los creyentes
que para satisfacer la curiosidad histórica, esta información consta por lo
común de más preguntas que respuestas, y nunca se ha podido armonizar
dentro de un coherente y satisfactorio orden cronológico. Dada la naturaleza
de las fuentes, es imposible, excepto de un modo especulativo, distinguir entre
las enseñanzas originales de Jesús y el desarrollo que tuvo este magisterio
dentro de las primeras comunidades cristianas.
Lo que sí se sabe es que tanto la persona como el mensaje de Jesús de Nazaret,
desde épocas muy tempranas, logró tener seguidores que creían en él como en
un nuevo profeta. Sus palabras y hechos se interpretan a la luz del milagro de
su resurrección. Los primeros cristianos concluyeron que lo que Él había
demostrado ser, a través de su resurrección, ya lo debía haber sido antes,
cuando caminaba entre los habitantes de Palestina e incluso antes de haber
nacido del vientre de María de acuerdo con su condición divina y, por tanto,
eterna. Se inspiraron en el lenguaje de las Sagradas Escrituras (la Biblia
hebrea, que los cristianos llamaron Antiguo Testamento) para componer un
relato de la realidad “siempre antigua, siempre nueva”, que habían aprendido a
conocer como apóstoles de Jesucristo. Creyendo que era deseo y mandato de
Jesús el que se unieran y formaran una nueva comunidad de lo que aún
quedaba rescatable del pueblo de Israel, estos judíos cristianos formaron la
primera Iglesia en Jerusalén. Consideraban que ése era el lugar más apropiado
para recibir lo prometido: el don del Espíritu Santo y de una innovación
espiritual

1- LOS COMIENZOS DE LA IGLESIA

Jerusalén era el núcleo del movimiento cristiano; al menos lo fue hasta su


destrucción a manos de los ejércitos de Roma en el 70 d.C. Desde este centro,
el cristianismo se desplazó a otras ciudades y pueblos de Palestina, e incluso
más lejos. En un principio, la mayoría de las personas que se unían a la nueva
fe eran seguidores del judaísmo, para quienes sus doctrinas representaban algo
nuevo, no en el sentido de algo novedoso por completo y distinto, sino en el
sentido de ser la continuación y realización de lo que Dios había prometido a
Abraham, Isaac y Jacob. Por lo tanto, ya en un principio, el cristianismo
manifestó una relación dual con la fe judía: una relación de continuidad y al
mismo tiempo de realización, de antítesis, y también de afirmación. La
conversión forzada de los judíos durante la edad media y la historia del
antisemitismo (a pesar de que los dirigentes de la Iglesia condenaban ambas
actitudes) constituyen una prueba de que la antítesis podía ensombrecer con
facilidad a la afirmación. Sin embargo, la ruptura con el judaísmo nunca ha
sido total, sobre todo porque la Biblia cristiana incluye muchos elementos del
judaísmo. Esto ha logrado que los cristianos no olviden que aquel al que
adoran como Señor era judío y que el Nuevo Testamento no surgió de la nada,
sino que es una continuación del Antiguo Testamento.
Una importante causa del alejamiento del cristianismo de sus raíces judías fue
el cambio en la composición de la Iglesia, que tuvo lugar más o menos a fines
del siglo II (es difícil precisar cómo se produjo y en qué periodo de una forma
concreta). En un momento dado, los cristianos con un pasado no judío
comenzaron a superar en número a los judíos cristianos. En este sentido, el
trabajo del apóstol Pablo tuvo una poderosa influencia. Pablo era judío de
nacimiento y estuvo relacionado de una forma muy profunda con el destino
del judaísmo, pero, a causa de su conversión, se sintió el “instrumento
elegido” para difundir la palabra de Cristo a los gentiles, es decir, a todos
aquellos que no tenían un pasado judío. Fue él quien, en sus epístolas a varias
de las primeras congregaciones cristianas, formuló muchas de las ideas y creó
la terminología que más tarde constituirían el eje de la fe cristiana; merece el
título de primer teólogo cristiano. Muchos teólogos posteriores basaron sus
conceptos y sistemas en sus cartas, que ahora están recopiladas y codificadas
en el Nuevo Testamento.

De las epístolas ya consideradas y de otras fuentes que provienen de los dos


primeros siglos de nuestra era, es posible obtener información sobre la
organización de las primeras congregaciones. Las epístolas que Pablo habría
enviado a Timoteo y a Tito (a pesar de que muchos estudiosos actuales no se
arriesgan a afirmar que el autor de esas cartas haya sido Pablo), muestran los
comienzos de una organización basada en el traspaso metódico del mando de
la primera generación de apóstoles, entre los que se incluye a Pablo, a sus
continuadores, los obispos. Dado el frecuente uso de términos tales como
obispo, presbítero y diácono en los documentos, se hace imposible la
identificación de una política única y uniforme. Hacia el siglo III se hizo
general el acuerdo respecto a la autoridad de los obispos como continuadores
de la labor de los apóstoles. Sin embargo, este acuerdo era generalizado sólo
en los casos en que sus vidas y comportamientos asumían las enseñanzas de
los apóstoles, tal como estaba estipulado en el Nuevo Testamento y en los
principios doctrinales que fundamentaban las diferentes comunidades
cristianas.

2- CONCILIOS Y CREDOS

Se hizo necesario aclarar las cuestiones doctrinales cuando surgieron


interpretaciones del mensaje de Cristo que vendrían a considerarse erróneas.
Las desviaciones más importantes o herejías tenían que ver con la persona de
Cristo. Algunos teólogos buscaban proteger su santidad, negando su
naturaleza humana, mientras otros buscaban proteger la fe monoteísta,
haciendo de Cristo una figura divina de rango inferior a Dios, el Padre.

En respuesta a estas dos tendencias, en los credos comenzó, en época muy


temprana, un proceso para especificar la condición divina de Cristo, en
relación con la divinidad del Padre. Las formulaciones definitivas de estas
relaciones se establecieron durante los siglos IV y V, en una serie de concilios
oficiales de la Iglesia; dos de los más destacados fueron el de Nicea en el 325,
y el de Calcedonia en el 451, en los que se acuñaron las doctrinas de la
Santísima Trinidad y de la doble naturaleza de Cristo, en la forma aún
aceptada por la mayoría de los cristianos (véase Concilio de Calcedonia;
Credo de Nicea). Para que pudieran exponerse estos principios, el cristianismo
tuvo que refinar su pensamiento y su lenguaje, proceso en el que se fue
creando una teología filosófica, tanto en latín como en griego. Durante más de
mil años, éste fue el sistema de pensamiento con más influencia en Europa. El
principal artífice de la teología en Occidente fue san Agustín de Hipona, cuya
producción de textos literarios, dentro de los que se incluyen los textos
clásicos Confesiones y La ciudad de Dios, hizo más que cualquier otro grupo
de escritos, exceptuando los autores de la Biblia, para dar forma a este
sistema.

3- PERSECUCIÓN

Sin embargo, el cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden
político. Dentro del Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia cristiana
primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero antes de la
muerte del emperador Nerón en el 68 ya se le consideraba rival de la religión
imperial romana. Las causas de esta hostilidad hacia los cristianos no eran
siempre las mismas y, por lo general, la oposición y las persecuciones tenían
causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los cristianos mostraban
hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración que existía hacia el
emperador como deidad, y los emperadores como Trajano y Marco Aurelio,
que estaban comprometidos de manera más profunda con mantener la unidad
ideológica del Imperio, veían en los cristianos una amenaza para sus
propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la amenaza. Al igual
que en la historia de otras religiones, en especial la del islam, la oposición a la
nueva religión creaba el efecto inverso al que se pretendía y, como señaló el
epigrama de Tertuliano, miembro de la Iglesia del norte de África, “la sangre
de los mártires se transformará en la semilla de cristianos”. A comienzos del
siglo IV el mundo cristiano había crecido tanto en número y en fuerza, que
para Roma era preciso tomar una decisión: erradicarlo o aceptarlo. El
emperador Diocleciano trató de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el
emperador Constantino I el Grande optó por contemporizar, y acabó creando
un imperio cristiano.

4- LA ACEPTACIÓN OFICIAL

La conversión del emperador Constantino situó al cristianismo en una


posición privilegiada dentro del Imperio; se hizo más fácil ser cristiano que no
serlo. Como resultado, los cristianos comenzaron a sentir que se estaba
rebajando el grado de exigencia y sinceridad de la conducta cristiana y que el
único modo de cumplir con los imperativos morales de Cristo era huir del
mundo (y de la Iglesia que estaba en el mundo), y ejercer una profesión de
disciplina cristiana como monje. Desde sus comienzos en el desierto egipcio,
con el eremitorio de san Antonio, el monaquismo cristiano se propagó durante
los siglos IV y V por muchas zonas del Imperio romano. Los monjes
cristianos se entregaron al rezo y a la observación de una vida ascética, pero
no sólo en la parte griega o latina del Imperio romano, sino incluso más allá de
sus fronteras orientales, en el interior de Asia. Durante el inicio de la edad
media, estos monjes se transformaron en la fuerza más poderosa del proceso
de cristianización de los no creyentes, de la renovación del culto y de la
oración y, a pesar del anti- intelectualismo que en reiteradas ocasiones trató de
hacer valer sus derechos entre ellos, del campo de la teología y la erudición.

5- EL CRISTIANISMO EN ORIENTE

Uno de los actos del emperador Constantino que tuvo más repercusión dentro
del mundo cristiano, fue su decisión, en el año 330, de trasladar la capital del
Imperio desde Roma hasta una “Nueva Roma”, la ciudad de Bizancio, en el
punto más oriental del mar Mediterráneo. La nueva capital, Constantinopla
(actual Estambul), así llamada en honor del emperador, se transformó también
en el centro intelectual y religioso del mundo cristiano de Oriente. Mientras
que el mundo cristiano de Occidente se fue centralizando de forma progresiva:
una pirámide cuya cima la constituía el papa de Roma (véase Papado), los
principales centros del mundo oriental, Constantinopla, Jerusalén, Antioquía y
Alejandría, se desarrollaron de forma autónoma. El emperador de
Constantinopla tenía una posición muy destacada en la vida de la Iglesia. Por
ejemplo, él era quien convocaba y presidía los concilios generales de la
Iglesia, órganos supremos de la legislación eclesiástica con respecto a la fe y a
los códigos morales. Esta relación especial que surgió entre la Iglesia y el
Estado se denominó, con una simplificación excesiva, cesar o papismo.
Fomentó una cultura cristiana (como lo atestigua la gran basílica de Santa
Sofía en Constantinopla, erigida por el emperador Justiniano I), que unió y
sintetizó elementos cristianos y de la antigüedad clásica.

El problema radicaba en que esta simbiosis podía significar que la Iglesia se


subordinara a la autoridad del Estado. La crisis del siglo VIII respecto a la
legitimidad del uso de imágenes en las iglesias cristianas significó también un
choque entre la Iglesia y el poder imperial. El emperador León III el Isaurio
las prohibió, precipitando así un conflicto en el que los monjes de Oriente se
convirtieron en los principales defensores de los iconos. Más adelante, se
restauró el culto a los iconos, lo que supuso una medida de independencia para
la Iglesia respecto al Estado (véase Iconoclasia). Durante los siglos VII y VIII,
tres de los cuatro centros orientales cayeron bajo la influencia expansiva del
islam; el único núcleo que quedó sin conquistar fue Constantinopla, que fue
sitiada en repetidas ocasiones, hasta que cayó en manos de los turcos en 1453.
Sin embargo, la lucha con los musulmanes no era tan sólo de carácter militar.
Tanto los cristianos de Oriente como los seguidores del profeta Mahoma
trataban de aumentar su mutua influencia en aspectos de índole intelectual,
filosófica, científica e incluso teológica.

El conflicto con respecto a la adoración de las imágenes resultó ser tan grave
porque amenazaba un rasgo fundamental de la Iglesia de Oriente: su liturgia.
El cristianismo de Oriente era, y sigue siendo, una forma de culto a partir del
cual surge una forma de vivir y de pensar. La palabra griega ortodoxia (junto
con su sinónimo, en esloveno, pravoslavie) se refiere a la manera correcta de
alabar a Dios, lo cual resulta indisociable del modo correcto de proclamar la
verdadera doctrina de Dios y de vivir de acuerdo con su voluntad. Este énfasis
aportó a la liturgia y a la teología de Oriente una categoría que los
observadores occidentales, incluso durante la edad media, caracterizarían
como mística, categoría que se intensificó por la fuerte influencia que ejercía
el neoplatonismo sobre la filosofía bizantina. A pesar de que el monaquismo
de Oriente, por lo general, se mostraba hostil ante estas corrientes filosóficas
de pensamiento, se llevaba a la práctica una vida de devoción bajo la
influencia de los escritos de los padres de la Iglesia y de teólogos, como san
Basilio, que habían asumido un cristianismo helenístico del que partían
muchas de esas ideas filosóficas.

Todos los rasgos distintivos del cristianismo de Oriente, como la ausencia de


una autoridad eclesiástica central, la estrecha relación con el Imperio, la
tradición litúrgica y mística, el uso continuado de la lengua y de otros
elementos de la cultura griega, así como su aislamiento a causa de la
expansión musulmana, contribuyeron a su alejamiento de Occidente, lo que
por último desembocó en el cisma entre las iglesias occidental y oriental. De
modo general, los historiadores fechan el Gran Cisma a partir de 1054, cuando
Roma y Constantinopla se excomulgaron mutuamente, aunque también se
puede decir que la fecha fue 1204, cuando ejércitos procedentes de Occidente,
de camino para arrebatar la Tierra Santa del dominio otomano (véase
Cruzadas), atacaron y arrasaron la ciudad cristiana de Constantinopla.
Cualquiera que sea la fecha, la ruptura entre el cristianismo oriental y el
occidental se ha mantenido hasta hoy, a pesar de los repetidos esfuerzos por
lograr la reconciliación.

Uno de los puntos de conflicto entre Constantinopla y Roma, a comienzos del


siglo IX, fue el relativo a la evangelización de los eslavos. Pese a que muchas
tribus eslavas, como los polacos, moravos, checos, eslovacos, croatas y
eslovenos terminaron envueltas en la órbita de la Iglesia de Occidente, la gran
mayoría de la población eslava se convirtió al cristianismo de acuerdo a las
normativas de la Iglesia oriental (bizantina). Desde su temprana fundación en
Kíev, la ortodoxia eslava impregnó Rusia, donde los rasgos distintivos del
cristianismo de Oriente, ya descritos, enraizaron con mucha fuerza. La
autoridad autocrática del zar moscovita imitó algunas de las atribuciones del
cesaropapismo bizantino; el monaquismo ruso se dejó influir por el ascetismo
y la devoción cultivada en los monasterios griegos del monte Athos. El énfasis
en la autonomía cultural y étnica hizo evidente, desde muy temprano, que el
cristianismo eslavo tenía su propio lenguaje litúrgico (conocido aún como
antigua Iglesia eslava). Por otra parte, esta Iglesia fue incorporando los estilos
artísticos y arquitectónicos importados de los centros ortodoxos de las zonas
de habla griega. En la Iglesia de Oriente también había algunos grupos eslavos
de los Balcanes (serbios, montenegrinos, bosnios, macedonios y búlgaros),
albaneses, descendientes de los antiguos ilirios, y rumanos, un pueblo de
lengua romance. A lo largo de los siglos de dominio turco en los Balcanes,
algunas de las poblaciones cristianas locales fueron forzadas a convertirse al
islam, como en el caso de algunos bosnios, búlgaros y albaneses.
6- EL CRISTIANISMO EN OCCIDENTE

A pesar de que el cristianismo de Oriente era en muchos sentidos el heredero


directo de la Iglesia primitiva, una parte del desarrollo más dinámico se dio en
la zona occidental del Imperio romano. De las muchas razones que hubo para
ese desarrollo, merecen mención especial dos causas relacionadas de una
forma directa: el crecimiento del poder del Papado y la migración de los
pueblos germanos. Cuando se trasladó la capital del Imperio a Constantinopla,
la fuerza más poderosa que quedó en Roma fue la de los obispos. La antigua
ciudad, capital de la Iglesia de Occidente, desde la que se podía seguir la
huella de la fe cristiana a partir de la obra de los apóstoles Pablo y Pedro, en
reiteradas ocasiones actuó como árbitro de la ortodoxia mientras otros centros,
incluida Constantinopla, caían en la herejía o en los cismas. Roma sostenía
esta posición cuando las sucesivas oleadas de tribus, en lo que fue llamado el
periodo de las invasiones bárbaras, asolaron Europa. La conversión de los
invasores al cristianismo, como en el caso del rey de los francos, Clodoveo I,
significó al mismo tiempo su incorporación a una institución presidida por el
obispo de Roma. A medida que fue decayendo el poder de Constantinopla
sobre las provincias del oeste, se fueron creando reinos germánicos
autónomos, hasta que en el 800 nació un nuevo imperio soberano en
Occidente, cuando el papa León III coronó emperador a Carlomagno.

Por lo tanto, el cristianismo occidental durante la edad media, al contrario de


su réplica oriental, era una entidad única, o por lo menos eso trataba de ser.
Cuando alguno de los pueblos se convertía al cristianismo adoptaba como
lengua oficial el latín, proceso en el que, por lo común (como fue el caso de
los francos y los visigodos en la península Ibérica), perdían incluso su propia
lengua. Así fue como el lenguaje de la antigua Roma se transformó en la
lengua litúrgica, literaria y cultural de Europa occidental. Si bien los
arzobispos, los obispos y los abades ejercían gran poder sobre sus regiones,
estaban subordinados a la autoridad del papa, a pesar de que con bastante
frecuencia éste era incapaz de satisfacer sus peticiones. Durante los primeros
siglos de la edad media, en Europa occidental hubo largas controversias
teológicas, aunque nunca llegaron a las enormes proporciones que alcanzaron
en Europa oriental. La teología occidental no pudo, al menos hasta después del
siglo XI, alcanzar los extremos de complejidad filosófica de Oriente. La
sombra de san Agustín continuó dominando durante mucho tiempo la teología
latina, y había dificultades para acceder a los textos de las meditaciones
doctrinales de los antiguos pensadores cristianos.
La imagen de cooperación que existía entre Iglesia y Estado, simbolizada por
la coronación de Carlomagno por el Papa, no debe interpretarse como que no
hubo problemas entre ellos durante la edad media. Muy al contrario, con
frecuencia surgían conflictos con respecto a sus respectivas esferas de
autoridad. El desacuerdo más común era el referente al derecho del soberano a
nombrar obispos en sus dominios (investidura laica), problema que llevó al
papa Gregorio VII y al emperador Enrique IV a un callejón sin salida en 1075.
El Papa excomulgó al Emperador y éste se negó a reconocer la autoridad
papal. Estuvieron un tiempo reconciliados cuando el mismo Enrique se
sometió en Canosa a la penitencia que le impuso el pontífice en 1077, pero la
tensión continuó. Poco tiempo después, se estaba discutiendo un asunto muy
parecido con respecto a la excomunión del rey Juan Sin Tierra, de Inglaterra,
dictada por el papa Inocencio III en 1209, controversia que terminó cuatro
años más tarde, cuando el Rey aceptó los dictámenes del Papa. La causa de
estas disputas estaba en la compleja implicación de la Iglesia en la sociedad
feudal. Los obispos y abades administraban grandes extensiones de terrenos y
otros bienes, constituyendo así una gran fuerza económica y política, sobre la
que el rey tenía que ejercer un cierto control si quería hacer valer su autoridad
sobre la nobleza secular que estaba bajo su potestad. Por otro lado, el Papado
no podía permitir que la Iglesia del país se transformara en el títere de un
régimen político.

A pesar de lo referido, sí existió cooperación entre la Iglesia y el Estado


cuando, durante las Cruzadas, cerraron filas contra el enemigo común. La
conquista musulmana de Jerusalén significó que los Santos Lugares
vinculados a la vida de Jesús quedaron bajo el control de un poder no
cristiano, aunque se debe reconocer que las noticias que llegaban referentes a
las molestias que sufrían los peregrinos a manos de los musulmanes eran
sumamente exageradas. El hecho es que en el exaltado ambiente medieval del
cristianismo fue intensificándose la certeza de que era deseo de Dios organizar
un ejército cristiano para liberar Tierra Santa. Al emprender la primera
Cruzada en 1095, las tropas cristianas lograron formar un reino latino y un
patriarcado en Jerusalén, aunque un siglo más tarde la ciudad volvió a caer
bajo dominio musulmán; en el plazo de 200 años ya había sucumbido hasta el
último reducto cristiano. En este sentido, las Cruzadas fueron un fracaso, o
incluso, como ocurrió en el curso de la cuarta Cruzada (1202-1204), un
verdadero desastre. No sirvieron para restaurar el cristianismo de forma
permanente en Tierra Santa, ni tampoco para unificar Occidente, ni en el plano
eclesiástico ni en el orden político. Al contrario, aumentaron los rencores entre
los cristianos orientales y occidentales, ahondando más en sus diferencias.
No obstante, la Iglesia medieval sí logró un triunfo muy importante durante
este periodo, que fue el desarrollo de la filosofía y la teología escolásticas.
Partiendo siempre del sustrato doctrinal de las enseñanzas expuestas por san
Agustín, los teólogos latinos volcaron su interés en la relación entre el
conocimiento de Dios alcanzable por la razón humana por sí misma, y el
conocimiento que se adquiere a través de la revelación. Se adoptó el lema de
san Anselmo: “Creo en aquello que puedo entender”, y se buscó una prueba
concluyente para demostrar la existencia de Dios basada en la estructura
misma del pensamiento humano (el argumento ontológico). En esa época,
Pedro Abelardo estudió las contradicciones que existían entre las distintas
tendencias de la tradición doctrinal de la Iglesia, con la idea de desarrollar
métodos para lograr armonizarlas. Esos dos cometidos dominaron el
pensamiento de los siglos XII y XIII, hasta que la recuperación de las obras
perdidas de Aristóteles hizo posible el acceso a un conjunto de definiciones y
de matices que pudieron ser aplicados en ambos casos. La teología filosófica
de san Agustín buscó hacer justicia al conocimiento natural de Dios, a la vez
que exaltaba las enseñanzas reveladas en los Evangelios, y entrelazó las partes
dispersas de la tradición formando una sola unidad. San Agustín, junto con sus
contemporáneos, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, representaba el
ideal intelectual del cristianismo medieval.

Sin embargo, coincidiendo con la muerte de santo Tomás de Aquino,


aparecieron nubes que amenazaron tormenta en la Iglesia de Occidente. En
1309, el Papado se trasladó de Roma a Aviñón, donde se mantuvo hasta 1377
en la denominada cautividad de Babilonia de la Iglesia. A estos
acontecimientos siguió el Gran Cisma de Occidente, durante el cual hubo dos,
y a veces hasta tres, aspirantes al solio pontificio. Este litigio no se resolvió
hasta 1417, cuando se volvió a unir el Papado, aunque jamás logró recuperar
el férreo control ni la autoridad anterior.

7. LA REFORMA Y LA CONTRARREFORMA

Hubo reformadores de distintas tendencias, como por ejemplo John Wycliffe,


Jan Hus y Girolamo Savonarola, que denunciaron públicamente el
relajamiento moral y la corrupción económica que existían dentro de la Iglesia
“en sus miembros y en sus mentes”; buscaban provocar un giro radical de la
situación. Al mismo tiempo, se estaban produciendo profundos cambios de
tipo social y político, producto del despertar de la conciencia nacional y de la
fuerza e importancia cada vez mayores que iban adquiriendo las ciudades, en
las que surgió con gran poder una nueva clase social sostenida por el
comercio. La Reforma protestante podría ser considerada producto de la
convergencia de dichas fuerzas: un movimiento para introducir cambios
dentro de la Iglesia, el ascenso del nacionalismo y el avance del “espíritu del
capitalismo”.

El reformador Martín Lutero fue la figura catalizadora que aceleró el nuevo


movimiento. Su lucha personal por buscar la certeza religiosa lo condujo, en
contra de sus deseos, a cuestionar el sistema medieval de salvación, e incluso
la propia autoridad de la Iglesia; su excomunión por el papa León X fue un
paso adelante hacia la irreversible división del mundo cristiano en Occidente.
El proceso tampoco se limitó a la Alemania de Lutero. Hubo movimientos
reformistas en Suiza, que pronto encontraron el apoyo y liderato de Ulrico
Zuinglio y en especial de Juan Calvino, cuya obra Institutio christianae
religionis se transformó en el más influyente compendio de la nueva teología.
La Reforma inglesa, desencadenada por los problemas personales del rey
Enrique VIII, evidenció la fuerte influencia que tenían los reformadores en
Inglaterra. La Reforma en Inglaterra tomó su propia vía, manteniendo algunos
elementos procedentes de la religión católica, como el episcopado histórico,
con otros rasgos protestantes, como el reconocimiento de la exclusiva
autoridad de la Biblia. El pensamiento de Calvino ayudó en Francia al avance
de los hugonotes, grupo que era rechazado con violencia tanto por la Iglesia
como por el Estado, aunque al final logró ser reconocido por el Edicto de
Nantes en 1598 (revocado en 1685). Los grupos reformadores más radicales,
entre los que destacaban los anabaptistas, se pusieron en contra tanto de otros
grupos protestantes como de Roma, rechazando prácticas tan antiguas como el
bautismo infantil e incluso dogmas como el de la Santísima Trinidad; también
estaban en contra de la alianza entre Iglesia y Estado.

La confluencia de la Reforma religiosa con el creciente nacionalismo ayudó a


determinar su éxito allí donde logró contar con el respaldo de los nuevos
estados nacionales. Como consecuencia de estos lazos, la Reforma ayudó a
fomentar las lenguas vernáculas, en especial a través de traducciones de la
Biblia, que contribuyeron a modelar el lenguaje y el espíritu nacional de los
pueblos. También otorgó un nuevo impulso a las predicaciones bíblicas y al
culto en lengua vernácula, en la que se compusieron himnos nuevos. Dada la
importancia que se concedió a que todos los creyentes participaran en el culto
y en las oraciones, la Reforma desarrolló sistemas para enseñar y difundir la
doctrina y la ética, presentados en forma de catecismos.
La Reforma protestante no fue suficiente para agotar el espíritu renovador que
existía dentro de la Iglesia católica. Como respuesta al desafío protestante, y
en función de sus propias necesidades, la Iglesia convocó el Concilio de
Trento, que se prolongó desde 1545 hasta 1563, año en que se logró dar una
formulación definitiva a las doctrinas que se debatían, y asimismo instituir
reformas legislativas prácticas respecto a la liturgia, la administración de la
Iglesia y la enseñanza de la fe. La responsabilidad de llevar a cabo las
decisiones tomadas en el Concilio recayó sobre todo en la Compañía de Jesús,
fundada por san Ignacio de Loyola. Considerando que estos cambios
religiosos coincidieron con el descubrimiento del Nuevo Mundo, el hecho fue
contemplado como una oportunidad providencial para evangelizar a quienes
jamás habían oído el anuncio evangélico. El hecho de que el Concilio de
Trento no tomara en consideración ninguna de las propuestas de los
reformistas y reafirmara las de la Iglesia católica tuvo el efecto de hacer de la
división de la Iglesia algo permanente.

Nuevas divisiones continuaron surgiendo en las iglesias. En un plano


histórico, es probable que las más destacadas fueran las de la Iglesia de
Inglaterra. Los puritanos se oponían a los “remanentes del papismo” que
existían aún en la vida litúrgica e institucional del anglicanismo, y presionaron
para lograr su eliminación total. Dada la unión anglicana entre la Corona y la
Iglesia, este problema adquirió, a medida que se fue desarrollando,
consecuencias políticas violentas, que culminaron con el estallido de la Guerra
Civil inglesa y la ejecución del rey Carlos I en 1649. El puritanismo encontró
su más completa expresión en Estados Unidos, tanto en el aspecto político
como en el teológico. Los pietistas de las Iglesias calvinistas y luteranas de
Europa permanecían como un grupo dentro de la organización, en vez de
formar una Iglesia independiente. Pero en Estados Unidos el pietismo
representó los puntos de vista y las perspectivas de futuro de muchos de los
grupos llegados de Europa. El pietismo europeo también tuvo eco en
Inglaterra, gracias a las doctrinas de John Wesley, fundador del movimiento
metodista.
8. EL PERIODO MODERNO

Ya durante el siglo XVI, cuando se produjo la Reforma, e incluso de forma


más marcada durante los siglos XVII y XVIII, se hizo notorio que el
cristianismo estaba obligado a definirse ante el auge de la ciencia y la filosofía
modernas. Este problema se hizo presente en todas las Iglesias, aunque de
distinto modo. El hecho de que Galileo hubiera sido condenado por la
Inquisición, acusado de herejía, encontró más tarde su equivalente en las
controversias protestantes acerca de las consecuencias de la teoría de la
evolución en el relato bíblico de la creación. El cristianismo, por lo general,
también actuaba a la defensiva frente a otros movimientos modernos. El
método crítico histórico que se empleaba para estudiar la Biblia, y que había
comenzado a utilizarse en el siglo XVII, parecía estar amenazando la
autoridad de las Escrituras, por lo que se condenó el racionalismo del Siglo de
las Luces por considerarse una fuente de indiferencia religiosa y de
anticlericalismo (véase Ciencia bíblica). Considerando la importancia que se
concedía a la capacidad del hombre para determinar el destino de la
humanidad, incluso la democracia podía ser condenada por la Iglesia. El
incremento de la secularización de la sociedad hizo que la Iglesia perdiera el
control de muchos aspectos de la vida cotidiana, como por ejemplo la
enseñanza.

A resultas de esta situación, el cristianismo tuvo que redefinir su relación con


el orden civil. La tolerancia religiosa para con los grupos religiosos
minoritarios, y luego la gradual separación entre la Iglesia y el Estado,
representaron una ruptura con el sistema que, entre multitud de altibajos, había
prevalecido desde la conversión de Constantino, y constituyó, según la
opinión de los estudiosos, el cambio de mayor alcance en la historia moderna
del cristianismo. Llevada a una conclusión lógica, a muchos les pareció que
implicaba tanto la reconsideración de cómo los distintos grupos y sus
tradiciones que se hacían llamar cristianos estaban interrelacionados, como
una revisión de la forma en que, tomados en conjunto, se hallaban vinculados
a otras tradiciones religiosas. El estudio de la trascendencia de estos dos
conflictos ha desempeñado un papel muy importante durante los siglos XIX y
XX.

El movimiento ecuménico ha sido la organización que con más empeño ha


intentado unir, o al menos llevar a un acuerdo más estrecho, a grupos
cristianos que han estado distanciados durante largos periodos. En el Concilio
Vaticano II, la Iglesia católica dio importantes pasos en favor de lograr una
reconciliación tanto con la Iglesia de Oriente como con los protestantes.
Asimismo, durante este concilio se reconoció por primera vez en un foro
oficial lo positivo que era el genuino poder espiritual presente en otras
religiones del mundo. El vínculo existente entre el cristianismo y el judaísmo
representa un caso especial. Después de muchos siglos de hostilidad e incluso
de persecuciones, ambas confesiones han hecho un esfuerzo por llegar a un
entendimiento común, acercamiento que no se producía desde el siglo I. Véase
Concilio Vaticano II.

La reacción que han tenido las iglesias ante su incorporación a un mundo más
moderno y cambiante, también ha producido el hecho sin precedentes que
supone el incremento en el interés por los asuntos teológicos. Los teólogos
protestantes Jonathan Edwards y Friedrich Schleiermacher y los pensadores
católicos Blaise Pascal y John Henry Newman tomaron en sus manos la
misión de reorientar las tradicionales apologías de la fe, basándose en
experiencias religiosas propias, como una forma de hacer válida la realidad de
Dios. En el siglo XIX fue cuando se realizaron más investigaciones históricas
acerca del desarrollo de las ideas e instituciones cristianas. Este estudio
subrayó que no había una modalidad en particular de doctrina o estructura
eclesiástica que pudiera afirmar ser absoluta y última. Estos estudios también
sirvieron a otros teólogos para reinterpretar el mensaje de Cristo. A pesar de
que la investigación literaria de los textos bíblicos era contemplada con mucho
recelo por los más conservadores, sirvió para obtener nuevos datos sobre
cómo se habían compuesto y reunido las distintas partes de la Biblia. El
estudio de la liturgia, junto con el reconocimiento de que las formas antiguas
no siempre tenían sentido en la era moderna, estimuló la reforma del culto.

La relación ambivalente que existe entre la fe cristiana y la cultura moderna,


que se hace notoria en todas estas tendencias, se reconoce también en el papel
que ha representado el cristianismo en la historia social y política.
Encontramos a los cristianos divididos en las discusiones que tuvieron lugar a
lo largo del siglo XIX a raíz del tema de la esclavitud, y las distintas
tendencias utilizaron argumentos procedentes de la Biblia. El surgimiento de
ideologías que propiciaron diversas revoluciones políticas y sociales en los
siglos XIX y XX tuvo su repercusión entre los grupos cristianos, generalmente
tachados de reaccionarios, en especial bajo los regímenes de inspiración
marxista del siglo XX. No obstante, también surgieron tendencias que
buscaban conciliar el cristianismo con los cambios sociales, y en algunos
casos la fe revolucionaria ha surgido de fuentes cristianas. Mohandas
Karamchand Gandhi sostenía que actuaba en el espíritu de Jesucristo, y Martin
Luther King fundamentó sus enseñanzas y su programa político en el Sermón
de la Montaña. Igualmente, han sido personalidades cristianas las encargadas
de denunciar las enormes desigualdades existentes en determinadas zonas del
Tercer Mundo, costándoles la vida en varias ocasiones, como fue el caso de
monseñor Romero en El Salvador.

Durante los últimos 25 años del siglo XX, los movimientos misioneros de la
Iglesia llevaron la fe cristiana por todo el mundo. La adaptación de las
costumbres nativas plantea problemas teológicos y de tradición, como, por
ejemplo, conseguir que las tribus africanas polígamas adopten una vida
familiar cristiana.

BIBLIA (Dicc. Teológico)


Es el nombre con el cual se designan desde muy antiguo las Sagradas
Escrituras de la Iglesia Cristiana. Una exposición de su contenido y un
estudio profundo de su texto y mensaje ocuparían mucho espacio, y
precisamente todos los artículos de este diccionario iluminan un poco
el texto de ese Libro por excelencia que es la Palabra de Dios. (a)
Nombre. Biblia viene del griego a través del latín, y significa «Los
Libros». La designación bíblica es de «la/s Escritura/s» y, en un lugar,
«Las Santas Escrituras» (Rom_1:2). La ausencia de adjetivo delante de
la palabra Biblia revela que los que lo empleaban consideraban que
estos escritos: (A) Formaban por sí mismos un conjunto concreto y
determinado y (B) que eran superiores a todas las otras obras literarias.
Estos escritos sin par son, pues, los libros por excelencia. La etimología
del nombre Escritura, en singular como en plural, permite hacer la
misma constatación, hecho tanto más notable cuanto que aparece
frecuentemente en el NT con el sentido implícito del término griego
Biblia (Mat_21:42; Act_8:32). Por otra parte, el plural neutro de este
último término tiene un sentido colectivo, marcando el importante
hecho de que la Biblia no es meramente un libro, sino una gran
cantidad de libros. Al mismo tiempo, el empleo en singular del término
«Escritura» destaca el hecho de que la diversidad de redactores recubre
una maravillosa unidad que revela una conducción inteligente, que no
dejó de operar durante los más de mil años de su redacción. Se cree que
el primero en usar este término fue Juan Crisóstomo (347-407 d.C.).
No se halla ese título en la Biblia misma, donde dichos escritos se
llaman simplemente la Escritura o las Escrituras (Act_8:32; 2
Tit_3:16). Sólo el Antiguo Testamento es aceptado por los judíos,
quienes no incluían en su Canon los Libros Apócrifos (véase
APÓCRIFOS) que figuran en las versiones católicas, y lo dividían en
tres secciones: la «Ley», o sea el Pentateuco; los «Profetas», en que
ponían algunos de los libros históricos, los profetas mayores (menos
Daniel y Lamentaciones) y los doce profetas menores; y los «Escritos»,
donde colocaban todos los demás. Se atribuye a Esdras haber dado su
forma final al Canon judío, con un total de 39 libros. Los 27 del Nuevo
Testamento fueron escritos por los apóstoles o por autores
íntimamente asociados con ellos. Los nombres «Antiguo Testamento»
y «Nuevo Testamento» se usan desde el final del siglo II, con el fin de
distinguir entre las Escrituras cristianas y las judías. La mayor parte del
Antiguo Testamento fue escrito en hebreo, pero algunas porciones
pequeñas están en arameo (Ezr_4:8-7:18; 7:12-26; Jer_10:11;
Dan_2:4-7:28). El Nuevo Testamento, con excepción de unas pocas
palabras y oraciones que se escribieron en arameo, fue escrito en el
griego común del mundo helénico. La Biblia protestante contiene 66
libros, 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento. El
Antiguo Testamento católico-romano contiene 46 libros y adiciones a
los libros de Ester y Daniel. Los protestantes aceptan solamente como
canónicos los 39 libros del Antiguo Testamento de los judíos. Los libros
adicionales se conocen entre los protestantes como «apócrifos».
Formaban parte de la versión griega del Antiguo Testamento conocida
como la Septuaginta o LXX, o también de los Setenta. (b) Conservación
y transmisión de texto. A pesar de que fue escrita a través de un
período de más de mil años, la Biblia ha llegado hasta nosotros en un
admirable estado de preservación. El descubrimiento reciente de los
rollos del mar Muerto, algunos de los cuales datan del segundo y tercer
siglos a.C., corroboró la sorprendente exactitud del texto hebreo que
poseemos hoy. En cuanto a la exactitud del Nuevo Testamento, existen
4.500 manuscritos griegos que datan desde 125 d.C. hasta la invención
de la imprenta, versiones que se remontan en antigüedad al 150 d.C., y
citas de porciones del Antiguo y del Nuevo Testamento de los Padres de
la Iglesia desde las postrimerías del primer siglo. Las divisiones por
capítulos y versículos es relativamente moderna: se inició en el siglo XI,
según se cree, por el erudito Lanfranco, y fue completada en su forma
actual por R. Estienne, en 1551. De todos los libros que la Humanidad
ha conocido, ninguno ha ejercido tanta influencia como la Biblia. El
primer libro editado en la imprenta fue la Biblia, marcando así el paso
a la Era Moderna. Autores famosos han tomado de ella tema para
realizar sus creaciones. Obras de teatro, grandes músicos y literatos,
programas de cine y televisión tienen por tema la Biblia o en ella
encuentran inspiración. Complejos movimientos filosóficos se basan en
la Biblia, libro inmortal que ha enjugado las lágrimas del triste e
iluminado la risa del alegre. Ella ha dado el material para las grandes
catedrales de la Edad Media y ha sido la base de innumerables
empresas misioneras alrededor del mundo. Completa o en parte, ha
sido traducida a más de mil idiomas, y provee la base doctrinal a
centenares de iglesias en culturas y situaciones muy diversas. (c)
Traducciones de la Biblia. Las traducciones de la Biblia comenzaron a
aparecer desde muy temprano. La Septuaginta data del año 250 al 150
a.C.; el Nuevo Testamento fue traducido al latín y siríaco hacia el año
150 de nuestra Era. La antiquísima versión al latín llamada «Vetus
Latina» es anterior a S. Jerónimo y fue hecha cuando ya muchos no
entendían el griego, que se había convertido en la lengua culta del
imperio. Los estudiosos datan esta versión hacia los últimos años del
siglo II o principios del III de nuestra Era. De esta versión se conservan
algunos ejemplares o códices incompletos en diversas universidades,
bibliotecas y museos. «La Vulgata». En el siglo IV el obispo de Roma,
Dámaso, pidió a su consejero Jerónimo que hiciese una versión
completa de la Biblia al latín vulgar. Jerónimo se marchó a Palestina, y
allí, usando fragmentos latinos, hizo una traducción desde el hebreo y
el griego, lenguas que conocía por haberlas estudiado a propósito; sin
embargo, su revisión tiene muchos errores, aunque sea un verdadero
monumento de erudición. La Iglesia Católica Romana hizo de la
Vulgata el texto oficial y normativo para su uso, en el Concilio de
Trento. Doctrina que aún no ha cambiado de manera oficial. «La Biblia
alemana». Uno de los grandes acontecimientos en la historia de la
traducción de la Biblia es la aparición de la versión alemana de Lutero.
Todos los críticos están de acuerdo en afirmar que la influencia de esta
traducción en el pueblo alemán, en sus costumbres y en su cultura es
de importancia trascendental. Al traducir la Biblia al alemán, Lutero se
convirtió en el padre del idioma alemán moderno, como también del
movimiento que ha llevado a un estudio profundo de la Iglesia
primitiva y a una purificación de la vida, liturgias, costumbres y
disciplina de las iglesias cristianas. «Versiones castellanas». Alfonso X,
rey de Castilla y León, interesado en las Escrituras, mandó que se
tradujera la «Vulgata Latina» al castellano. La obra salió a la luz en
1280 y algunos la consideran la primera versión completa en idioma
moderno. También podemos hablar de una Biblia judía que había sido
hecha en cuatro versiones diferentes en el siglo XIV, siguiendo el canon
judío; fue hecha para judíos y por judíos. En 1430 el judío español
Moisés Arrajel tradujo el Antiguo Testamento, y en 1490 Juan López
tradujo el Nuevo Testamento. En 1530 apareció la «Vita Cristi», que es
una versión de los evangelios. Casi todos los manuscritos conservados
en la Biblioteca de El Escorial revelan que las versiones a «lengua
romance» fueron numerosas, si bien parciales, y que salieron de las
plumas de estudiosos que trabajaban con o para las comunidades
hispano-judías, casi siempre. Pero en la época de los Reyes Católicos
esta actividad desaparece casi totalmente ante las prohibiciones de las
ediciones castellanas, por miedo a doctrinas no aprobadas. Cuando
llega la Reforma, España cierra sus puertas a toda idea que pueda
parecer provenir de ella. Así vemos a un arzobispo de Toledo en la
cárcel, condenado por ideas luteranas, y los reformadores españoles,
que los había, tienen que escapar y los que permanecen son víctimas de
la Inquisición. La literatura de nuestro Siglo de Oro produjo las
llamadas «Biblias del exilio», que si bien no figuran en las antologías
oficiales, han sido, según el mismo don Marcelino Menéndez y Pelayo
reconoce, de exquisito valor literario y, alguna, de «lo mejor de la prosa
castellana». En 1534, Juan de Valdés, reformador español, tradujo los
salmos, los evangelios y las epístolas. En 1543, Francisco de Enzinas,
también reformador, tradujo el Nuevo Testamento basado en la edición
crítica del texto griego de Erasmo de Rotterdam. En 1553, un judío
(Yom Tob Atias) publicó en Ferrara (Italia) una versión castellana del
Antiguo Testamento para los judíos españoles expatriados. En 1557,
Juan Pérez revisó el Nuevo Testamento de Enzinas y añadió una
traducción suya de los salmos. En 1569, Casiodoro de Reina, evangélico
español exiliado en Basilea, por primera vez en la historia sacó a la luz
una versión castellana directamente del hebreo y del griego, con ayuda
de las versiones latina y las parciales españolas. Cipriano de Valera la
revisó y la publicó de nuevo en 1602. Esta obra ha sido revisada varias
veces para adaptarla a las transformaciones del idioma, usándose en la
actualidad las revisiones de 1909, 1960, 1977, 1995, RVR y 1998. La
Biblia se ha traducido a unas mil lenguas y dialectos. Las Sociedades
Bíblicas Unidas, en colaboración con instituciones católico romanas,
están preparando una versión «interconfesional» de las Escrituras
Cristianas. Este proyecto ha encontrado mucha polémica porque se
tiene la intención de incluir en él los libros apócrifos llamados por
algunos deuterocanónicos. (Véase APÓCRIFOS). Las Iglesias
Protestantes reconocen que estos libros contienen enseñanzas morales
y religiosas y en algún caso pueden tener un valor altamente
importante para la devoción personal, como otros libros antiguos y
modernos salidos de la pluma de hombres religiosos, pero no los
admiten como libros canónicos y por tanto no les dan la misma
autoridad en materia de doctrina, moral o disciplina. Es importante
hacer notar aquí que muchos doctores católicos de antes de la Reforma
tampoco les dan la misma importancia a estos libros deuterocanónicos
como a los demás libros que la Iglesia de Roma hoy admite dentro de
su lista canónica. Las versiones católico romanas (Scio, Torres Amat,
etc.) son traducciones de la versión latina llamada Vulgata. La llamada
«Biblia de Jerusalén», que es una traducción de una versión francesa, y
la Biblia Nácar-Colunga, son los mejores esfuerzos por parte católica
para poner en castellano la Palabra de Dios. Los jesuitas españoles
Juan Mateos y Luis Alonso Schôkel han publicado últimamente una
nueva traducción de la Biblia basada en los métodos más actuales de
las ciencias bíblicas. La traducción es bastante ágil, pero se separa
bastante de los idiomas originales en algunos pasajes para poder ser
«la Biblia de la nueva sensibilidad religiosa», como dicen sus
traductores en la presentación. En 1977 se publicó una nueva revisión
de la antigua versión Reina-Valera, con acentuación de nombres
propios según el hebreo, aclaración de las figuras en los libros poéticos,
con referencia al original y cuidadosamente cotejada con los textos
originales hebreo y griego, lo cual la hace la más fiel y a la vez la más
actual de las traducciones existentes en nuestra lengua. En este
importante trabajo intervinieron eruditos en lingüística y traducción
bíblica de las distintas iglesias protestantes de España y de
Hispanoamérica. El trabajo de revisión ha sido muy apreciado por su
fidelidad a las lenguas originales y por la claridad que introduce en
algunos pasajes de la Biblia clásica de lengua castellana. Esta revisión
lleva el nombre de REVISIÓN '77.

BIBLIA (Dicc. Certesa)


Palabra derivada del gr.gr. griego biblia (‘libros’) a través del latín; los
libros que se reconocen como canónicos por la iglesia cristiana. El uso
cristiano más antiguo de ta biblia (‘los libros’) en este sentido se
encuentra, según se cree, en 2 Clemente 14:2 (ca.ca. circa (lat.),
aproximadamente, alrededor de 150 d.C.): “los libros y los apóstoles
declaran que la iglesia… ha existido desde el principio.” Cf. Dn. 9.2, “yo
Daniel miré atentamente en los libros” (heb.heb. hebreo
bassƒfaµréÆm), donde la referencia está vinculada al corpus de
escritos proféticos del AT. El gr. biblion (del que biblia es el plural) es
un diminutivo de biblos, que en la práctica denota cualquier tipo de
documento escrito, pero originalmente un documento escrito sobre
papiro (gr. byblos; cf. (lat.), compárese el puerto fenicio(s) de Biblos,
por el que en la antigüedad se importaba el papiro desde Egipto).

Un término sinónimo de “la Biblia” es “los escritos” o “las Escrituras”


(gr. hai grafai, ta grammata), usado frecuentemente en el NT para
hacer referencia a los documentos del AT en conjunto o en parte; cf.cf.
confer (lat.), compárese Mt. 21.42, “¿Nunca leísteis en las Escrituras?”
(en tais grafais); el pasaje paralelo de Mr. 12.10 tiene el singular,
referido al texto particular que se cita, “¿Ni aun esta escritura habéis
leído?” (teµn grafeµn tauteµn); 2 Ti. 3.15, “las Sagradas Escrituras” (ta
hiera grammata), vv.vv. versículo(s) 16, “toda la Escritura es inspirada
por Dios” (pasa grafeµ theopneustos). En 2 P. 3.16 “todas” las epístolas
de Pablo están incluidas junto con “las otras Escrituras” (tas loipas
grafas), expresión que incluye los escritos del ATAT Antiguo
Testamento, y probablemente también los evangelios.

Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento—la tawrat


(del heb.heb. hebreo toÆraÆ) y el injé÷l (del gr.gr. griego
euangelion)—se reconocen en el Corán (Sura 3) como revelaciones
divinas anteriores. El ATAT Antiguo Testamento en hebreo es la Biblia
judía. El Pentateuco en hebreo es la Biblia samaritana.

I. Contenido y autoridad

Entre los cristianos, para quienes el ATAT Antiguo Testamento y el


NTNT Nuevo Testamento constituyen juntamente la Biblia, no hay
acuerdo completo en cuanto a su contenido. Algunas ramas de la iglesia
siriaca no incluyen 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas, ni Apocalipsis en el
NTNT Nuevo Testamento. Las confesiones romana y griega incluyen
varios libros en el ATAT Antiguo Testamento además de los que
forman la Biblia hebrea; estos libros adicionales formaban parte de la
Septuaginta cristiana.

Aunque se incluyen, junto con uno o dos libros más, en la Biblia


protestante inglesa completa, la Iglesia de Inglaterra (igual que la
iglesia luterana) sigue a Jerónimo cuando sostiene que pueden ser
leídos “para ejemplo de vida e instrucción de costumbres; pero no se
aplican para establecer ninguna doctrina” (Artículo VI). Otras iglesias
reformadas no les acuerdan valor canónico alguno (* Apócrifos). La
Biblia etíope incluye 1 Enoc y el libro de Jubileos.

En las confesiones romana y griega, y en otras confesiones antiguas, la


Biblia, juntamente con la tradición viviente de la iglesia en algún
sentido, constituyen la autoridad última. En las iglesias de la Reforma,
por otra parte, la Biblia sola es la corte final de apelación en asuntos de
doctrina y práctica. Así el Artículo VI de la Iglesia de Inglaterra afirma:
“La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación: de
manera que nada de lo que no se lee en ella, ni pueda. probarse
mediante ella, debe exigírsele a ningún hombre para que sea aceptado
como artículo de la fe, ni considerarse como requisito o como necesario
para la salvación.” En este mismo sentido la Confesión de fe de
Westminster (1. 2) enumera los 39 libros del ATAT Antiguo
Testamento y los 27 del NTNT Nuevo Testamento como “todos …
dados por inspiración de Dios, para ser la regla de fe y vida”.

II. Los dos testamentos

La palabra “testamento” en las designaciones “Antiguo Testamento” y


“Nuevo Testamento”, que se dan a las dos divisiones de la Biblia,
retrocede a través del latín testamentum al gr.gr. griego diutbeke, que
en la mayoría de las instancias significa en la Biblia griega “pacto” más
que “testamento”. En Jer. 31.31ss se predice que habrá un nuevo pacto
(heb.heb. hebreo bƒréÆt_, LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT)
diatbeµkeµ) que remplazará al que hizo Yahvéh con Israel en el
desierto (cf.cf. confer (lat.), compárese Ex. 24.7s). “Al decir: Nuevo
pacto, ha dado por viejo al primero” (Hc. 8.13). Los escritores del
NTNT Nuevo Testamento ven el cumplimiento de la profecía del nuevo
pacto en el nuevo orden inaugurado por la obra de Cristo; sus propias
palabras de institución (1 Co. 11.25) proporcionan la autoridad
correspondiente para dicha interpretación. Los libros del ATAT
Antiguo Testamento, luego, se llaman así por su íntima relación con la
historia del “pacto viejo”; los libros del NTNT Nuevo Testamento se
llaman así porque constituyen los documentos básicos del “nuevo
pacto”. Una perspectiva sobre el uso ordinario del término “Antiguo
Testamento” aparece en 2 Co. 3.14, “cuando leen el antiguo pacto”, si
bien Pablo probablemente quiere decir aquí la ley, la base del antiguo
pacto, más bien que todo el conjunto de la Escritura hebrea. Los
términos “Antiguo Testamento” (palaia diatheµkeµ) y “ Nuevo
Testamento” (kaineµ diatheµkeµ) para las dos colecciones de libros se
generalizaron en los círculos cristianos en la última parte del ss.ss.
siglo(s) II; en occidente, Tertuliano tradujo diatheµkeµ al latín a veces
como instrumentum (documento legal) y a veces como testamentum;
lamentablemente fue esta última palabra la que sobrevivió, ya que
ninguna de las dos partes de la Biblia es un “testamento” en el sentido
común del término.

III. El Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea los libros están dispuestos en tres divisiones: la Ley


(toÆraÆ), los Profetas (nƒb_éÆ<éÆm), y los Escritos
(kƒt_uÆb_éÆm). La Ley comprende el Pentateuco, los cinco “libros de
Moisés”. Los Profetas se subdividen en dos partes: los “Primeros
Profetas” (nƒb_éÆ<éÆm réÆ<sûonéÆm), que comprenden Josué,
Jueces, Samuel, y Reyes, y los “Últimos Profetas” (nƒb_éÆ<éÆm
>ab‡roÆnéÆm), que comprenden Isaías, Jeremías, Ezequiel, y “El
libro de los doce Profetas”. Los Escritos contienen el resto de los libros:
primero, Salmos, Proverbios, y Job; luego los cinco “rollos”
(mƒg÷illoÆt_), a saber Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, y
Ester; y finalmente Daniel, Esdras-Nehemías y Crónicas. El total se
considera tradicionalmente 24, pero estos 24 corresponden
exactamente a nuestros 39, por cuanto en nuestra forma de contarlos
los profetas menores constituyen doce libros, y Samuel, Reyes,
Crónicas, y Esdras-Nehemías se componen de dos libros cada uno.
Había en la antigüedad otras formas de agrupar o contar estos mismos
24 libros; en una de ellas (comprobada por Josefo) el total se reducía a
22; en otra (conocida por Jerónimo) se elevaba a 27.

El origen de la disposición de los libros adoptada en la Biblia hebrea no


puede verificarse; con frecuencia se piensa que la división en tres
partes corresponde a las tres etapas en las que los libros fueron
recibiendo el reconocimiento canónico, pero no hay pruebas directas de
esto (* Canon del Antiguo Testamento).

En la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) los libros están dispuestos
según la semejanza de su contenido. Al Pentateuco siguen los libros
históricos, y estos van seguidos por los libros poéticos y sapienciales, y
estos a su vez por los profetas. Es este orden el que, en sus aspectos
esenciales, se ha adoptado (a través de la Vg.Vg. Vulgata latina) en la
mayoría de las ediciones cristianas de la Biblia. En algunos aspectos
este orden respeta mejor el orden cronológico del contenido narrativo
que el de la Biblia hebrea; por ejemplo, Rut aparece inmediatamente
después de Jueces (ya que registra cosas que ocurrieron “en los días en
que gobernaban los jueces”), y la obra del Cronista aparece en el
siguiente orden: Crónicas, Esdras, Nehemías.

La triple división de la Biblia hebrea se refleja en la fraseología de Lc.


24.44 (“la ley de Moisés… los profetas… los salmos”); más comúnmente
el NTNT Nuevo Testamento se refiere a “la ley y los profetas” (véase
Mt. 5.17, etc.) o a “Moisés y los profetas” (Lc. 16.29, etc.).

La revelación divina que conserva el ATAT Antiguo Testamento fue


transmitida de dos modos principales: mediante obras portentosas y
palabras proféticas. Estos dos modos de revelación están
indisolublemente ligados. Los actos de misericordia y juicio, por los
que el Dios de Israel se dio a conocer al pueblo del pacto, no hubiesen
podido transmitir su mensaje preciso si no les hubieran sido
interpretados por los profetas, los portavoces de Dios que recibían y
comunicaban su palabra. Por ejemplo, los acontecimientos del éxodo
no hubiesen adquirido su significación permanente para los israelitas si
Moisés nos les hubiese dicho que en esos acontecimientos el Dios de
sus padres estaba obrando para lograr su liberación, de conformidad
con sus antiguas promesas, a fin de que ellos fuesen en adelante su
pueblo y él fuese su Dios. Por otra parte, las palabras de Moisés
hubieran sido inútiles si no las hubiesen vindicado los acontecimientos
del éxodo. Podemos comparar el papel similarmente significativo de
Samuel en la época de la amenaza filistea, el de los grandes profetas del
ss.ss. siglo(s) VIII, cuando Asiria arrasaba con todo lo que encontraba a
su paso, el de Jeremías y Ezequiel cuando el reino de Judá se vino
abajo, etc.

Esta interacción de obras portentosas y palabras proféticas en el ATAT


Antiguo Testamento explica por qué la historia y la profecía están tan
entrelazadas en sus páginas; sin duda fue cierta comprensión de este
hecho lo que llevó a los judíos a incluir los principales libros históricos
entre los Profetas.

Pero los escritos del ATAT Antiguo Testamento no sólo registran esta
doble revelación progresiva de Dios; al mismo tiempo registran la
respuesta del hombre a esa revelación de Dios, respuesta que a veces es
de obediencia, pero con demasiada frecuencia de desobediencia;
expresada tanto en hechos como en palabras. En este antiguo registro
de la respuesta de aquellos a quienes llegó la palabra de Dios, el NTNT
Nuevo Testamento encuentra instrucciones prácticas para el cristiano;
de la rebelión de los israelitas en el desierto y los desastres a que esto
dio lugar escribe Pablo: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y
están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos” (1 Co. 10.11).

En cuanto a su lugar en la Biblia cristiana, el ATAT Antiguo


Testamento cumple un papel preparatorio: lo que Dios habló “muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas” esperaba su cumplimiento en la palabra que “en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1.1s). Mas el ATAT
Antiguo Testamento era la Biblia que los apóstoles y otros predicadores
del evangelio en los primeros días del cristianismo llevaban consigo
cuando proclamaban a Jesús como Mesías, Señor, y Salvador
divinamente enviado; encontraban en él un claro testimonio de Cristo
(Jn. 5.39) y una clara explicación del camino de salvación por la fe en él
(Ro. 3.21; 2 Ti. 3.15). Para este uso del ATAT Antiguo Testamento
tenían la autoridad y el ejemplo de Cristo mismo; y desde entonces la
iglesia ha obrado bien cuando a seguido el precedente sentado por él y
sus apóstoles, y ha reconocido al ATAT Antiguo Testamento como parte
de las Escrituras cristianas. “Lo que era indispensable para el Redentor
tiene que ser siempre indispensable para el redimido” (G. A. Smith).

IV. El Nuevo Testamento

La relación entre el NTNT Nuevo Testamento y el ATAT Antiguo


Testamento es la del cumplimiento de la promesa. Si el ATAT Antiguo
Testamento relata lo que Dios habló “en otro tiempo a los padres por
los profetas”, el NTNT Nuevo Testamento relata esa palabra final que
habló en su Hijo, en la que toda la revelación anterior quedó resumida,
confirmada, y adquirió trascendencia. Las portentosas obras de la
revelación en el ATAT Antiguo Testamento culminan en la obra
redentora de Cristo; las palabras de los profetas del ATAT Antiguo
Testamento reciben su cumplimiento en él. Pero Cristo no constituye
únicamente la revelación culminante de Dios al hombre; es también la
perfecta respuesta del hombre a Dios, el sumo sacerdote a la vez que el
apóstol de nuestra confesión (He. 3.1). Si el ATAT Antiguo Testamento
registra el testimonio de los que vieron el día de Cristo antes que
amaneciera, el NTNT Nuevo Testamento registra el testimonio de los
que lo vieron y lo oyeron en los días de su carne, y que llegaron a
comprender y a proclamar el sentido de su venida más plenamente, por
el poder de su Espíritu, después de su resurrección de entre los
muertos.

El NTNT Nuevo Testamento ha sido aceptado por la gran mayoría de


los cristianos, en los últimos 1.600 años, con sus 27 libros. Estos 27
libros se distribuyen en forma natural en cuatro divisiones: (a) los
cuatro evangelios, (b) los Hechos de los Apóstoles, (c) 21 cartas escritas
por apóstoles y “hombres apostólicos”, (d) el Apocalipsis. Este orden no
sólo es lógico, sino aproximadamente cronológico en cuanto se refiere
al contenido de los documentos; no corresponde, sin embargo, al orden
en que fueron escritos.

Los primeros documentos neotestamentarios que se escribieron fueron


las primeras epístolas de Pablo. Estas (juntamente, tal vez, con la
Epístola de Santiago) fueron escritas entre el 48 y el 60 d.C.d.C.
después de Cristo, antes que se escribiese el más primitivo de los
evangelios. Los cuatro evangelios pertenecen a las décadas entre el año
60 y el 100, y todos (o casi todos) los demás escritos del NTNT Nuevo
Testamento deben ubicarse también dentro de dichas décadas.
Mientras que la preparación del ATAT Antiguo Testamento abarca un
período de 1.000 años o más, los libros del NTNT Nuevo Testamento se
escribieron en menos de un siglo.

Los escritos del NTNT Nuevo Testamento no fueron reunidos en la


forma en que los conocemos ahora inmediatamente después de que
fueran escritos. Al principio cada uno de los *evangelios tuvo una
existencia local e independiente en los distritos para los cuales fueron
compuestos originalmente. A comienzos del ss.ss. siglo(s) II, empero,
fueron reunidos y comenzaron a circular como un solo relato
cuádruple. Cuando así ocurrió, *Hechos fue separado de Lucas, con el
que había formado hasta ese momento una sola obra en dos tomos, e
inició así su carrera separada, pero no por ello menos importante.

Las cartas de Pablo fueron conservadas al principio por las


comunidades o individuos a quienes fueron escritas. Pero hacia fines
del ss.ss. siglo(s) I hay indicios que sugieren que la correspondencia
paulina que se conservaba comenzó a ser reunida en un corpus paulino,
que rápidamente circuló entre las iglesias: primeramente un corpus
reducido de 10 cartas y, poco después, uno más completo con 13 cartas,
que se aumentó con la inclusión de las tres *epístolas pastorales.
Dentro del corpus paulino parecería que las cartas han sido ordenadas
no cronológicamente sino en un orden descendente según su extensión.
Este principio puede verse todavía en el orden en que aparecen en la
mayoría de las ediciones del NTNT Nuevo Testamento hoy en día: las
cartas dirigidas a iglesias vienen antes que las que están dirigidas a
individuos, y dentro de estas dos subdivisiones están dispuestas de
modo que las más largas vienen primero y las más cortas al final. (El
único caso en que no se cumple esta disposición es el de Gálatas, que
viene antes de Efesios, a pesar de que Efesios es ligeramente más larga
que la otra.)

Con la colección de los evangelios y el corpus paulino, y Hechos para


hacer de puente entre ambos grupos, tenemos el comienzo del *canon
del NTNT Nuevo Testamento como lo conocemos hoy. La iglesia
primitiva, que heredó la Biblia hebrea (o la vss.vss. versión, versiones
gr.gr. griego de la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT)) como sus
Escrituras sagradas, no tardó mucho en colocar los nuevos escritos
evangélicos y apostólicos a la par de la Ley y los Profetas, y en usarlos
para la propagación y la defensa del evangelio, como así también en el
culto cristiano. Así, Justino Mártir, alrededor de la mitad del ss.ss.
siglo(s) II, describe cómo los cristianos en sus reuniones dominicales
leían “las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas”
(Apología 1. 67). Era natural, por lo tanto, que cuando el cristianismo
se extendió entre pueblos que hablaban lenguas que no fuera el griego,
el NTNT Nuevo Testamento fuese traducido del griego a dichas lenguas
para beneficio de los nuevos conversos. Para el año 200 d.C.d.C.
después de Cristo había ya versiones latinas y siriacas, y dentro del
siglo siguiente ya existía una versión copta también.

V. El mensaje de la Biblia

La Biblia ha representado, y sigue representando hoy, un papel notable


en la historia de la civilización. Muchas lenguas tienen forma escrita
gracias al hecho de que se les ha ideado un alfabeto a fin de que la
Biblia, en su totalidad o en parte, pudiese ser traducida a dichas
lenguas y publicada en forma escrita. Y esto no es más que una
pequeña muestra de la misión civilizadora de la Biblia en el mundo.
Esta misión civilizadora es resultado directo del mensaje central de la
Biblia. Puede parecer sorprendente que se pueda hablar de un mensaje
central en una colección de escritos que refleja la historia de la
civilización en el Cercano Oriente a lo largo de varios milenios. Pero
tiene un mensaje central en efecto, y es el reconocimiento de este hecho
lo que ha llevado a considerar a la Biblia como un libro, y no
simplemente una colección de libros (así como el plural griego biblia
(“libros”) se convirtió en el singular latino biblia (“el libro”).

El mensaje central de la Biblia es la historia de la salvación, y a través


de ambos testamentos tres hilos pueden distinguirse en el
desenvolvimiento de dicha historia: el portador de la salvación, el
camino de salvación, y los herederos de la salvación. Esto podría
expresarse en función del concepto del pacto, diciendo que el mensaje
central de la Biblia es el pacto de Dios con los hombres, y que los hilos
lo constituyen el mediador del pacto, la base del pacto, y el pueblo del
pacto. Dios mismo es el Salvador de su pueblo; es él quien confirma su
misericordia para con ellos de conformidad con el pacto. El portador de
la salvación, el mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios. El
camino de salvación, la base del pacto, es la gracia de Dios, que provoca
en su pueblo una respuesta de fe y obediencia. Los herederos de la
salvación, el pueblo del pacto, están constituidos por la Israel de Dios,
la iglesia de Dios.

La continuidad del pueblo del pacto entre el ATAT Antiguo Testamento


y el NTNT Nuevo Testamento está oscurecida para el lector de las
versiones bíblicas corrientes, porque “iglesia” es una palabra
exclusivamente neotestamentaria y, naturalmente, el lector piensa que
se trata de algo que comenzó en el período del NTNT Nuevo
Testamento. Pero el lector de la Biblia griega no se encontraba con
ninguna palabra nueva cuando leía ekkleµsiaen el NTNT Nuevo
Testamento; ya la había visto en la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del
AT) como una de las palabras utilizadas para denotar a Israel como la
“asamblea” de Yahvéh. Por cierto que en el NTNT Nuevo Testamento
tiene un significado nuevo y mas completo. Jesús dijo “edificaré mi
iglesia” (Mt. 16.18), porque el pueblo del pacto viejo tenía que morir
con él a fin de resucitar con él a nueva vida, vida nueva en la que
desaparecían las restricciones nacionales. Pero él provee en sí mismo la
continuidad vital entre la vieja Israel y la nueva, y sus fieles seguidores
eran tanto el remanente justo de la antigua como el núcleo de la nueva.
El Yahvéh-siervo y su pueblo-siervo ligan entre sí los dos testamentos
(* Iglesia, * Israel de dios).

El mensaje de la Biblia es el mensaje de Dios al hombre, comunicado


“muchas veces y de muchas maneras” (He. 1.1), y finalmente encarnado
en Cristo. Así, “la autoridad de la sagrada escritura, por la que debe ser
aceptada y obedecida, no depende del testimonio de ningún hombre o
iglesia, sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el autor
de ella; y por lo tanto ha de ser recibida, porque es la palabra de Dios”
(Confesión de fe de Westminster, 1. 4). (* Crítica Biblica; *Canon del
Nuevo Testamento; *Canon del Antiguo Testamento; *Versiones
castellanas de la biblica; *Inspiración; *Interpretacion biblica;
*Lenguas de los apocrifos; *Revelacion; *Escrituras; *Textos y
versiones )

CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO


I. El término “canon”

El término “canon” proviene del griego, en el cual kanoµn denota regla.


Desde el siglo IV kanoµn se ha utilizado por los cristianos para
significar una lista autorizada de los libros pertenecientes al ATAT
Antiguo Testamento y al NTNT Nuevo Testamento. Durante mucho
tiempo ha habido diferencias de opinión acerca de los libros que deben
incluirse en el ATAT Antiguo Testamento. Aun en tiempos anteriores al
cristianismo, los samaritanos rechazaron todos los libros excepto el
Pentateuco, mientras que, desde el ss.ss. siglo(s) II a.C.a.C. antes de
Cristo más o menos en adelante, obras seudónimas, usualmente de
carácter apocalíptico, pretendían pasar por escritos inspirados, y
fueron aceptados en ciertos círculos. En la literatura rabínica se relata
que en los primeros siglos de la era cristiana algunos sabios disputaron,
basándose en evidencias internas, la canonicidad de cinco libros del
ATAT Antiguo Testamento (Ezequiel, Proverbios, Cantar de los
Cantares, Eclesiastés, Ester). En el período patrístico hubo cierta
incertidumbre entre los cristianos sobre si se debía aceptar o no los
apócrifos de las Biblias latina y griega como inspirados. Las diferencias
sobre esta última cuestion llegaron a su punto culminante durante la
Reforma, cuando la iglesia de Roma insistió en que los apócrifos
formaban parte del ATAT Antiguo Testamento, en pie de igualdad con
los demás, mientras que las iglesias protestantes no aceptaron este
criterio. Si bien algunas iglesias protestantes consideraron los apócrifos
como lectura edificante (la Iglesia de Inglaterra, por ejemplo, continúa
incluyéndolos en su leccionario “para ejemplo de vida pero no para
establecer doctrina alguna”), todas concordaban en que, estrictamente
hablando, el canon del ATAT Antiguo Testamento consistía solamente
en los libros de la Biblia hebrea, o sea los libros aceptados por los
judíos y avalados por la enseñanza del NTNT Nuevo Testamento. La
iglesia ortodoxa oriental estuvo dividida durante un tiempo sobre este
punto, pero últimamente ha tendido a adoptar en forma creciente el
criterio protestante.

Lo que legitima un libro para que pueda formar parte del canon del
ATAT Antiguo Testamento o el NTNT Nuevo Testamento no es
solamente el que sea antiguo, informativo, y útil, y que durante mucho
tiempo el pueblo de Dios lo haya leído y valorado, sino el hecho de
contar con la autoridad de Dios para lo que dice. Dios habló a través del
autor humano para enseñar a su pueblo lo que debe creer y cómo debe
comportarse. No es solamente un registro de revelaciones, sino la
forma escrita permanente de la revelación. Es esto lo que queremos
expresar cuando decimos que la Biblia es “inspirada” (véase *
Inspiración), y esto hace que los libros de la Biblia sean diferentes de
todos los demás libros en este sentido.

II. La primera aparición del canon

La doctrina de la inspiración bíblica está completamente formulada


sólo en las páginas del NTNT Nuevo Testamento. Pero ya mucho antes,
en la historia de Israel, encontramos que ciertos escritos se reconocían
como dotados de autoridad divina, y como reglas escritas de fe y
práctica para el pueblo de Dios. Esto se ve en la respuesta del pueblo
cuando Moisés les lee el libro del pacto (Ex. 24.7), o cuando se lee el
libro de la ley encontrado por Hilcías, primero al rey y luego a la
congregación (2 R. 22–23; 2 Cr. 34), o cuando Esdras lee el libro de la
ley al pueblo (Neh. 8.9, 14–17; 10.28–39; 13.1–3). Los escritos
mencionados son parte o la totalidad del Pentateuco; en el primer caso
una parte muy pequeña de Éxodo, probablemente los cap(s).cap(s).
capítulo(s) 20–23. Se trata al Pentateuco con la misma reverencia en
Jos. 1.7s; 8.31; 23.6–8; 1 R. 2.3; 2 R. 14.6; 17.37; Os. 8.12; Dn. 9.11, 13;
Esd. 3.2, 4; 1 Cr. 16.40; 2 Cr. 17.9; 23.18; 30.5, 18; 31.3; 35.26.
El Pentateuco se nos presenta básicamente como la obra de Moisés,
uno de los primeros, y ciertamente el más grande, de los profetas del
ATAT Antiguo Testamento (Nm. 12.6–8; Dt. 34.10–12). Dios a menudo
se comunicó oralmente a través de Moisés, como lo hizo también por
medio de profetas posteriores, pero la actividad de Moisés como
escritor también se menciona frecuentemente (Ex. 17.14; 24.4, 7; 34.27;
Nm. 33.2; Dt. 28.58, 61; 29.20s, 27; 30.10; 31.9–13, 19, 22, 24–26).
Hubo otros profetas durante la vida de Moisés, y se esperaba la
aparición de otros (Ex. 15.20; Nm. 12.6; Dt. 18.15–22; 34.10), como
efectivamente sucedió (Jue. 4.4; 6.8), aunque el gran impulso de la
actividad profética se dio con Samuel. La obra literaria de estos
profetas empezó, según entendemos, con Samuel (1 S. 10.25; 1 Cr.
29.29), y el tipo más primitivo de escritos en los que aparentemente
incursionaron extensamente fueron los históricos, que después
sirvieron de base a los libros de Crónicas (1 Cr. 29.29; 2 Cr. 9.29; 12.15;
13.22; 20.34; 26.22; 32.32; 33.18s), y probablemente también de
Samuel y Reyes, que tanto material en común tienen con Crónicas. No
sabemos si Josué y Jueces también se basan en historias proféticas de
este tipo, pero es muy posible que así haya sido. También es evidente
que los profetas escribieron oráculos ocasionalmente, como lo sugieren
Is. 30.8; Jer. 25.13; 29.1; 30.2; 36.1–32; 51.60–64; Ez. 43.11; Hab. 2.2;
Dn. 7.1; 2 Cr. 21.12. Afirmarlo, naturalmente, significa aceptar prima
facie el aporte de los libros del ATAT Antiguo Testamento como
históricos: para una discusión de otros puntos de vista, véase *
Pentateuco; * Deuteronomio; * Crónicas, etc.

La razón por la cual Moisés y los demás profetas escribieron los


mensajes de Dios, en lugar de contentarse con trasmitirlos oralmente
es que a veces debían enviarlos a otro lugar (Jer. 29.1; 36.1–8; 51.60s; 2
Cr. 21.12); pero con igual frecuencia era para preservarlos para el
futuro, de modo que no se los olvidara (Ex. 17.14), o como testimonio
(Dt. 31.24–26), a fin de que perdurasen para siempre (Is. 30.8). Los
escritores del ATAT Antiguo Testamento sabían que no podían confiar
en la tradición oral. Una lección objetiva la tenemos en la pérdida del
libro de la ley durante los perversos reinados de Manasés y Amón:
cuando Hilcías lo volvió a encontrar, su enseñanza produjo una gran
conmoción, porque había sido olvidada (2 R. 22–23; 2 Cr. 34). Por lo
tanto, la forma permanente y perdurable del mensaje de Dios no fue la
oral sino la escrita, y esto explica la formación del canon del ATAT
Antiguo Testamento.

No sabemos con seguridad cuánto tiempo pasó hasta que el


*Pentateuco adquirió su forma final. No obstante, en el caso del libro
del pacto a que se hace referencia en Ex. 24, vimos que era posible que
un breve documento como Ex. 20–23 adquiriese carácter canónico
antes de que el libro llegara a la extensión que tiene actualmente. El
libro de Génesis también incluye documentos anteriores (Gn. 5.1), en
Números hay un elemento tomado de una antigua colección de poemas
(Nm. 21.14s), y la parte principal del libro de Deuteronomio se depositó
como canónica al lado del arca cuando todavía vivía Moisés (Dt. 31.24–
26), antes de que se le hubiese podido añadir el relato de su muerte. La
analogía entre los *pactos de Ex. 24; Dt. 29–30, y los antiguos tratados
del Cercano Oriente es sugestiva, ya que a menudo se colocaban los
documentos que contenían tratados en un lugar sagrado, como las
tablas de los Diez Mandamientos y el libro de Deuteronomio; y esto se
hacía cuando se formulaba el tratado. La época adecuada para la
formulación de los pactos entre Dios e Israel fue indudablemente
aquella en la que el Pentateuco nos dice que fueron concertados; o sea
durante el éxodo, cuando Dios hizo de Israel una nación; de modo que
debe considerarse que durante este período se colocaron el Decálogo y
Deuteronomio en el santuario, de conformidad con el relato del
Pentateuco, lo que significa que el reconocimiento de su canonicidad
también debe remontarse a esa época.

Es natural que mientras hubo una sucesión de profetas fuera posible


que se añadiera a los escritos sagrados anteriores, y que se los editase
en la forma ya indicada sin cometer el sacrilegio que mencionan Dt.
4.2; 12.32; Pr. 30.6. Lo mismo se aplica a otras partes del ATAT
Antiguo Testamento. Josué incorpora el pacto de su último capítulo,
vv.vv. versículo(s) 1–25, originalmente escrito por Josué mismo (v.v.
versículo(s) 26). Samuel incorpora el documento sobre las
características del reino (1 S. 8.11–18), originalmente escrito por
Samuel (1 S. 10.25), Estos dos documentos fueron canónicos desde el
principio, habiéndose escrito el primero de ellos en el propio libro de la
Ley, en el santuario de Siquem; el segundo fue guardado delante del
Señor en Mizpa. En Sal. 72.20 y Pr. 25.1 encontramos indicios de cómo
se formaron los libros de Salmos y Proverbios. En Josué (10.12s),
Samuel (2 S. 1.17–27), y Reyes (1 R. 8.53, LXXLXX Septuaginta (vs. gr.
del AT)), se incluyen elementos provenientes de una antigua colección
de poemas. El libro de Reyes menciona como sus fuentes el Libro de los
hechos de Salomón, el Libro de las crónicas de los reyes de Israel y el
Libro de las crónicas de los reyes de Judá ( 1 R. 11.41; 14.19, 29, etc.; 2
R. 1.18; 8.23, etc.). La combinación de estas dos últimas obras
probablemente formó el Libro de los reyes de Judá y de Israel, a
menudo mencionado como fuente por los libros canónicos de Crónicas
(2 Cr. 16.11; 25.26; 27.7; 28.26; 35.27; 36.8; y, en forma abreviada, 1 Cr.
9.1; 2 Cr. 24.27). Pareciera que esta fuente incorporó muchas de las
historias proféticas que también figuran como fuentes en Crónicas (2
Cr. 20.34; 32.32).

No todos los escritores del ATAT Antiguo Testamento fueron profetas,


en el sentido estricto de la palabra; algunos fueron reyes y sabios. Pero
su experiencia en cuanto a inspiración hizo que sus escritos también
encontraran lugar en el canon. En 2 S. 23.1–3 y 1 Cr. 25.1 se habla de la
inspiración de los salmistas; en Ec. 12.11s, de la de los sabios. Nótense
también las revelaciones que Dios hace en Job (38.1; 40.6), y la
sugerencia de Pr. 8.1–9.6 de que el libro de Proverbios es obra de la
sabiduría divina.

III. El cierre de la primera sección (la Ley)

Las referencias al Pentateuco como libro canónico (parcial o


totalmente), que vimos en los otros libros del ATAT Antiguo
Testamento, y que continúan en la literatura intertestamentaria, son
extraordinariamente numerosas. Indudablemente esto se debe, en
parte, a su fundamental importancia. Las referencias a otros libros
como inspirados o canónicos, dentro del ATAT Antiguo Testamento, en
gran parte están limitadas a sus autores: las principales excepciones
son, probablemente, Is. 34.16; Sal. 149.9; Dn. 9.2. Otra razón de la
frecuencia con que se hace referencia al Pentateuco puede ser, no
obstante, que fue la primera sección del ATAT Antiguo Testamento que
se escribió y reconoció como canónica. Esta posibilidad surge del hecho
de que se trataba básicamente de la obra de un solo profeta de muy
temprana data, que se editó después de su muerte, pero que no se
mantuvo abierta a nuevos agregados, mientras que las otras secciones
del ATAT Antiguo Testamento provinieron de autores posteriores, cuyo
número no se completó hasta después del retorno del exilio. Nadie
duda de que el Pentateuco estaba completo y se aceptaba como
canónico en la época de Esdras y Nehemías, en el ss.ss. siglo(s) V
a.C.a.C. antes de Cristo, y quizás mucho antes también. En el ss.ss.
siglo(s) III a.C.a.C. antes de Cristo se lo tradujo al gr.gr. griego,
convirtiéndose, de ese modo, en la primera parte de la LXXLXX
Septuaginta (vs. gr. del AT). A mediados del ss.ss. siglo(s) II a.C.a.C.
antes de Cristo hay pruebas de que los cinco libros, incluyendo Génesis,
ya se atribuían a Moisés (véase Aristóbulo, citado por Eusebio,
Preparación para el evangelio 13.12). Posteriormente, en el mismo
siglo, parece haberse completado la división entre judíos y samaritanos,
y la preservación del Pentateuco hebreo por ambas partes desde
entonces prueba que ya era propiedad común. Todo esto evidencia que
ya estaba cerrada la primera sección del canon, que consistía en los
cinco libros conocidos, ni uno más ni uno menos, solamente con
variantes textuales menores que perduraron.

IV. La evolución de la segunda y tercera secciones (los Profetas y los


Hagiógrafos)

El resto de la Biblia heb.heb. hebreo tiene una estructura diferente de la


castellana. Se divide en dos secciones: los Profetas y los Hagiógrafos u
(otras) Escrituras. Los Profetas se compone de ocho libros: los libros
históricos de Josué, Jueces, Samuel, y Reyes, y los libros oraculares de
Jeremías, Ezequiel, Isaías, y los Doce (profetas menores). Los
Hagiógrafos comprende 11 libros: los líricos y los de sabiduría, Salmos,
Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, y Lamentaciones;
y los libros históricos: Daniel (véase más adelante), Ester, Esdras-
Nehemías, y Crónicas. Este es el orden tradicional, de acuerdo con el
cual el libro restante de los Hagiógrafos, Rut, sirve de prólogo a los
Salmos, porque termina con la genealogía del salmista David, aunque
en la edad media se lo colocó más adelante, junto con los otros cuatro
libros igualmente breves (Cantar de los Cantares, Eclesiastés,
Lamentaciones, y Ester). Es de notar que la tradición judía considera
que Samuel, Reyes, los profetas menores, Esdras-Nehemías, y Crónicas
forman un solo libro cada uno. Esto puede indicar la capacidad
promedio de cada rollo hebreo en la época en que los libros canónicos
se enumeraron y se contaron por primera vez.

A veces se ha dudado, por razones inadecuadas, de la antigüedad de


este método de agrupar los libros del ATAT Antiguo Testamento. Más
comúnmente, pero por razones igualmente endebles, se ha supuesto
que refleja la formación gradual del canon del ATAT Antiguo
Testamento, o sea que el agrupamiento fue un accidente histórico, y
que el canon de los Profetas se cerró alrededor del ss.ss. siglo(s) III
a.C.a.C. antes de Cristo, antes de que se hubieran reconocido como
inspiradas, o quizás antes de que hubieran sido escritas una historia
como la de Crónicas y una profecía como la de Daniel (que, según se
afirma, naturalmente pertenecen allí). El canon de los Hagiógrafos,
según esta popular hipótesis, no se cerro hasta el sínodo judío de
Jamnia o Jabnia, alrededor del 90 d.C.d.C. después de Cristo, cuando
la iglesia cristiana ya había adoptado un canon abierto del ATAT
Antiguo Testamento. Además, los judíos de habla griega de Alejandría
habían aceptado un canon mas amplio, que contenía muchos de los
apócrifos. Este canon estaba comprendido en la LXXLXX Septuaginta
(vs. gr. del AT), que era el ATAT Antiguo Testamento de la iglesia
cristiana primitiva. Estos dos hechos, junto, quizás, con la
predisposición esenia hacia los apocalipsis seudónimos, son los
responsables de la fluidez del canon del ATAT Antiguo Testamento en
la cristiandad patrística. Tal es la teoría.

La realidad es bastante diferente. El agrupamiento de los libros no es


arbitrario, sino que se hace de acuerdo con su carácter literario. Daniel
es en parte narrativo, y en los Hagiógrafos, tal como los ubica el orden
tradicional, da la impresión de estar ubicado con las historias. Hay
historias en la Ley (que cubren el período comprendido entre la
creación y Moisés) y en los Profetas (que cubren el período
comprendido entre Josué y el final de la monarquía). ¿Por qué,
entonces, no puede haber también historias en los Hagiógrafos
relacionadas con el tercer período, el del exilio y el retorno? Crónicas va
al final, entre las historias, como resumen de toda la narración bíblica
desde Adán hasta el retorno. Es evidente que el canon de los Profetas
no se cerró completamente cuando se escribió Crónicas, porque las
fuentes que cita no son Samuel y Reyes, sino las historias proféticas
más completas que también parecen haber servido de fuentes a dichos
libros. Los elementos más primitivos en los Profetas, incorporados en
libros como Josué y Samuel, son muy antiguos por cierto, pero también
lo son los elementos más primitivos en los Hagiógrafos, incorporados
en libros como Salmos, Proverbios, y Crónicas. Estos elementos pueden
haberse reconocido como canónicos antes, incluso, de que se
completara definitivamente la primera sección del canon. Los últimos
elementos en los Hagiógrafos, como Daniel, Ester, y Esdras-Nehemías,
pertenecen al final de la historia del ATAT Antiguo Testamento. Pero lo
mismo ocurre con los últimos elementos de los Profetas, como
Ezequiel, Hageo, Zacarías, y Malaquías. Aun cuando los libros
hagiográficos en general son posteriores a los proféticos, es solamente
una tendencia, y la superposición es considerable. Por cierto que la sola
suposición de que los hagiográficos constituyen una colección tardía
puede haber hecho que a sus libros se les haya asignado fechas
posteriores a las que normalmente les hubiera correspondido.

Como los libros en ambas secciones fueron escritos por una variedad de
autores, y generalmente son independientes entre sí, bien puede haber
ocurrido que se los haya reconocido como canónicos individualmente,
en épocas diferentes, y que al principio hayan formado una sola
colección miscelánea. Luego, cuando ya hacía tiempo que habían
desaparecido los dones proféticos, y se vio que su número se había
completado, se los clasificó más cuidadosamente, y se los dividió en dos
secciones diferentes. “Los libros” a que se refiere Dn. 9.2 pueden haber
sido un cuerpo de obras en formación, poco organizado, que contenía,
no solamente obras de profetas como Jeremías, sino también de
salmistas como David. La tradición que vemos en 2 Mac. 2.13, referente
a la biblioteca de Nehemías, refleja la existencia de una colección
mixta: “había reunido una biblioteca y puesto en ella los libros de los
reyes, los de los profetas y los libros de David y las cartas de los reyes
sobre las ofrendas” (°nc°nc E. Nácar Fuster, A. Colunga, Sagrada
Biblia, 5ª eds. 1953). La antigüedad de esta tradición se ve, no
solamente en la posibilidad de que tal acción haya sido necesaria
después de la calamidad del exilio, sino también por el hecho de que
“las cartas de los reyes sobre las ofrendas” simplemente se preservaban
a causa de su importancia, y todavía no se habían incluido en el libro de
Esdras (6.3–12; 7.12–26). Tenía que pasar cierto tiempo para que se
completaran libros como el de Esdras, para que se reconocieran como
canónicos los últimos libros, y para comprender que el don profético
había cesado; y sólo cuando todo esto ocurrió pudo hacerse una firme
división entre Profetas y Hagiógrafos, como también el ordenamiento
cuidadoso de sus respectivos contenidos. La división ya se había hecho
hacia fines del ss.ss. siglo(s) II a.C.a.C. antes de Cristo, cuando se
compuso el prólogo a la versión gr.gr. griego de Eclesiástico. Esto se
evidencia porque en repetidas oportunidades dicho prólogo se refiere a
las tres secciones del canon. Pero parece probable que la división
databa de mucho tiempo atrás, porque aún no se le había dado nombre
a la tercera sección del canon: el escritor llama a la primera sección “la
Ley”, a la segunda (en razón de su contenido) “los Profetas” o “las
Profecías”; pero simplemente describe la tercera sección como “los
otros que han seguido sus pasos”, “los otros libros ancestrales”, “el
resto de los libros”. Este lenguaje sugiere un grupo de libros fijo y
completo, pero menos antiguo y no tan bien establecido como los libros
que contiene. También Filón (De Vita Contemplativa 25) y Cristo (Lc.
24.44), ya en el ss.ss. siglo(s) I d.C.d.C. después de Cristo, se refieren a
las tres secciones; ambos llaman a la tercera sección por su nombre
primitivo de “los Salmos”.

V. El cierre de la segunda y tercera secciones

La fecha en la que se organizaron los Profetas y los Hagiógrafos en sus


secciones separadas fue probablemente alrededor del 165 a.C.a.C. antes
de Cristo Porque la tradición de 2 Mac.Mac. Macabeos (apcr.) que
acabamos de citar continúa hablando de la segunda gran crisis en la
historia del canon: “Así también Judas (Macabeo) reunió todos los
libros dispersos por la guerra que hubimos de sufrir que ahora se
hallan en nuestro poder” (2 Mac. 2.14, °nc°nc E. Nácar Fuster, A.
Colunga, Sagrada Biblia, 5ª eds. 1953). La “guerra” que se menciona es
la guerra de liberación que dirigieron los macabeos contra el
perseguidor sirio Antíoco Epífanes. La hostilidad de Antíoco contra las
Escrituras está registrada (1 Mac. 1.56s), y por cierto es probable que
Judas haya necesitado reunir copias de ellas cuando terminó la
persecución. Judas sabía que el don profético había cesado hacía
tiempo (1 Mac. 9.27). ¿Acaso no es lo más probable, entonces, que, al
juntar las Escrituras esparcidas, haya arreglado y enumerado la
colección ya completada, en la forma que en esa época era tradicional?
Como los libros se encontraban todavía en rollos separados que tenían
que ser “reunidos”, lo que él habría producido no sería un volumen sino
una colección, y una lista de los libros que integraban la colección,
dividida en tres.

Al confeccionar la lista, Judas probablemente estableció no solamente


una clara división entre Profetas y Hagiógrafos, sino también el orden
tradicional y el número de libros de cada grupo. Una lista de libros
tiene que tener un orden y un número, y el orden tradicional,
registrado como una baraita basada en una fuente más antigua en el
Talmud babilónico (Baba Bathra 14b–15a), es el que se menciona
anteriormente en este artículo, con Crónicas como el último libro
hagiográfico. Esta ubicación del libro de Crónicas se remonta al ss.ss.
siglo(s) I d.C.d.C. después de Cristo, ya que está reflejada en un dicho
de Cristo en Mt. 23.35 y Lc. 11.51, donde la frase “desde la sangre de
Abel hasta la sangre de Zacarías” probablemente significa todos los
profetas martirizados desde un extremo del canon hasta el otro, desde
Gn. 4.3–15 hasta 2 Cr. 24.19–22. El número tradicional de los libros
canónicos es 24 (los 5 libros de la Ley, junto con los 8 libros de los
Profetas y los 11 libros de los Hagiógrafos ya mencionados), o 22
(añadiéndose en este caso Rut a Jueces, y Lamentaciones a Jeremías, a
fin de concordar con el número de letras del alfabeto heb.heb. hebreo).
El número 24 aparece por primera vez en 2 Esd. 14.44–48, alrededor
del año 100 d.C.d.C. después de Cristo, pero también puede haber una
referencia en Ap. 4.4, 10, etc., debido a que la baraita en Baba Bathra
parece indicar que el número de escritores y de libros del ATAT
Antiguo Testamento era 24, como los ancianos de Apocalipsis. El
número 22 aparece primero en Josefo (Contra PelagContra Pelag
Jerónimo, Contra Pelagium Apión 1.8), poco antes del año 100 d.C.d.C.
después de Cristo, pero también, probablemente, en los fragmentos de
la traducción griega del libro de Jubileos (s.s. siglo(s) I a.C.a.C. antes de
Cristo [?]). Si el número 22 se remonta al ss.ss. siglo(s) I a.C.a.C. antes
de Cristo, también ocurre lo mismo con el número 24, porque el
primero es una adaptación de este último al número de letras en el
alfabeto. Y como el número 24, que combina algunos de los libros
menores en un solo tomo pero no otros, parece haber sido influido en
esto por el orden tradicional, también el orden debe ser igualmente
antiguo. No hay duda sobre la identidad de los 24 ó 22 libros: son los
libros de la Biblia hebrea. Josefo afirma que fueron todos aceptados
como canónicos desde tiempo inmemorial. Los escritos del ss.ss.
siglo(s) I d.C.d.C. después de Cristo, y aun anteriores, avalan la
canonicidad individual de casi todos. Esto se aplica también a 4 de los 5
libros que disputan algunos rabinos: solamente Cantar de los Cantares,
quizás a causa de su brevedad, carece de corroboración individual.

Tales elementos probatorios indican que a comienzos de la era cristiana


se conocía bien y se aceptaba generalmente la identidad de todos los
libros canónicos. ¿Cómo es posible, entonces, que se haya llegado a
pensar que la tercera sección del canon no se había cerrado todavía
cuando se realizó el sínodo de Jamnia, varias décadas después del
nacimiento de la iglesia cristiana? Las razones principales son que la
literatura rabínica registra disputas entorno a cinco de los libros, sobre
algunos de los cuales se llegó a un acuerdo durante la reunión de
Jamnia; que muchos de los ms(s).ms(s). manuscrito(s) de la LXXLXX
Septuaginta (vs. gr. del AT) mezclan libros apócrifos y canónicos,
alentando así la teoría de un canon alejandrino más amplio; y que los
descubrimientos de Qumrán demuestran que los seudoepigráficos
apocalípticos eran atesorados por los esenios, que posiblemente los
consideraban canónicos. Pero en la literatura rabínica se encuentran
objeciones académicas semejantes, aunque más fáciles de contestar, a
muchos otros libros canónicos, de modo que debe haber sido cuestión
de eliminar libros de la lista (de haber sido posible), en lugar de
añadirlos. Además, uno de los cinco libros disputados (Ezequiel)
pertenece a la segunda sección del canon, que se reconoce que se cerró
mucho antes de la era cristiana. Con respecto al canon alejandrino, los
escritos de Filón de Alejandría demuestran que era el mismo que el
palestino. Este autor se refiere a las tres secciones conocidas, y atribuye
inspiración a muchos de los libros que cada una de ellas contiene, pero
en ningún caso a los apócrifos. En los ms(s).ms(s). manuscrito(s) de la
LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) los Profetas y los Hagiógrafos
fueron reordenados por manos cristianas en forma diferente a lo que
habían hecho los judíos, y la colocación de los apócrifos entre ellos es
un fenómeno cristiano y no judío. En Qumrán los apocalipsis
seudónimos se consideraban, muy probablemente, como apéndice
esenio al canon judío corriente, más que como parte integral del
mismo. En el relato de Filón sobre los terapeutas (De Vita
Contemplativa 25) y en 2 Esd. 14.44–48 se menciona este apéndice. Un
hecho igualmente significativo, descubierto en Qumrán, es que los
esenios, aunque en desacuerdo con el judaísmo del tronco principal
desde el ss.ss. siglo(s) II a.C.a.C. antes de Cristo, reconocían como
canónicos algunos de los Hagiógrafos por lo menos, y,
presumiblemente, ya desde antes del comienzo del desacuerdo.

VI. Desde el canon judío hasta el cristiano

Los ms(s).ms(s). manuscrito(s) de la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del


AT) tienen su paralelo en los escritos de los Padres de la iglesia
primitiva, quienes, por lo menos fuera de Palestina y Siria,
generalmente utilizaban la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) o la
antigua versión latina derivada de ella. En sus escritos hay un canon
amplio y uno restringido. El primero comprende los libros anteriores a
la época de Cristo, que generalmente se leían y estimaban en la iglesia
(incluyendo los apócrifos), pero el segundo se limita a los libros de la
Biblia judía, que algunos entendidos como Melitón, Orígenes, Epifanio,
y Jerónimo distinguen de los demás como los únicos que eran
inspirados. Desde un principio la iglesia conoció apócrifos, pero cuanto
más nos remontamos hacia atrás tanto más descubrimos que raras
veces se los trata como inspirados. En el NTNT Nuevo Testamento
vemos que Cristo reconoce las Escrituras judías, mediante algunos de
los diversos títulos conocidos, y que acepta las tres secciones del canon
judío y el orden tradicional de sus libros; encontramos que Apocalipsis
posiblemente alude a su número; y que hace referencia a la autoridad
divina de la mayoría de los libros; pero no así en el caso de los
apócrifos. La única excepción aparente es la referencia a 1 Enoc en Jud.
14s, que puede ser solamente un argumentum ad hominen para los
convertidos de la escuela de pensamiento apocalíptica, que en haber
sido numerosos.

Lo que evidentemente ocurrió en los primeros del cristianismo es lo


siguiente. Cristo pasó seguidores, como Escritura sagrada, la Biblia él
mismo había recibido, y que contenía los mismos libros que la Biblia
hebrea actual. Los primeros cristianos compartían con los judíos de su
época el pleno conocimiento de la identidad de los libros canónicos. No
obstante, la Biblia no era todavía un libro impreso sino una lista de
rollos conocida de memoria. La divergencia con la tradición oral judía
(en algunos aspectos muy necesaria), la separación entre judíos y
cristianos, y la ignorancia general en cuanto a los idiomas semíticos en
la iglesia fuera de Palestina y Siria, fueron las causas de que entre los
cristianos aumentaran las dudas con respecto al canon, lo cual se
acentuó con la preparación de nuevas listas libros bíblicos siguiendo
otros principios, y la introducción de nuevos leccionarios. Las dudas el
canon sólo pudieron resolverse, y sólo pueden resolverse en la
actualidad, en la forma en que se solucionaron en la época de la
Reforma: volviendo a la enseñanza del NTNT Nuevo Testamento y al
fondo judío que debe servir de base para su entendimiento.

CANON DEL NUEVO TESTAMENTO


I. El período más antiguo
La teología bíblica exige como su presuposición una cantidad fija de
literatura bíblica; su número ha sido fijado, desde la era de las grandes
controversias teológicas, por el canon del NTNT Nuevo Testamento. El
vocablo “canon” es aquí la forma latinizada del gr.gr. griego kanoµn,
‘cana’, que, dados los diversos usos a que se destinaba dicha planta
para medir y marcar líneas, ha llegado a significar regla, línea trazada,
la columna encerrada por la línea, y, por lo tanto, la lista anotada
dentro de la columna. Canon es la lista de libros que la iglesia utiliza
para el culto público. kanoµn también significa regla o norma: de ahí
que un significado secundario del vocablo canon es la lista de libros
reconocidos por la iglesia como Escrituras inspiradas, normativas de la
fe y la práctica. Nuestra comprensión, pues, de aquello que constituye
inspiración requiere no sólo que fijemos el texto de la Escritura y que
analicemos la historia interna de los libros sagrados, sino que, a la vez,
determinemos con la mayor exactitud posible la evolución del concepto
de canon y la del canon mismo.

Al realizar dicha investigación, especialmente tratándose del período


más antiguo, se deben distinguir claramente tres cuestiones: el
conocimiento de un libro dado a conocer por un determinado Padre de
la iglesia o fuente; la actitud asumida hacia dicho libro como Escritura
inspirada por parte de dicho Padre o fuente (lo cual puede deducirse
por las fórmulas introductorias que se utilizan, como ser, “Escrito está”
o “Como dice la Escritura”); y la existencia del concepto de una lista o
canon donde figura la obra citada (lo que se verá, no solamente por las
listas mismas, sino también por la referencia a “los libros” o a “los
apóstoles” cuando se trata de un corpus literario). Esta distinción no
siempre se ha tenido en cuenta, con la consiguiente confusión. Aun en
el período más antiguo se pueden descubrir citas; pero la
determinación de si la existencia de citas supone calidad de Escritura
inspirada es otra cuestión, para la que a menudo se carece de criterios
precisos. Siendo así, no ha de sorprender el que la decisión en cuanto a
la existencia de una lista canónica o de un concepto de canon muchas
veces no logra encontrar prueba directa alguna, y dependa enteramente
de inferencias.

Las epístolas paulinas probablemente fueron reunidas en un solo


corpus alrededor del 80–85 d.C.d.C. después de Cristo
Algunas de las etapas principales en la aceptación del canon del Nuevo
Testamento. El canon actual (derecha) fue aceptado en Occidente en el
397 d.C.d.C. después de Cristo

El punto inicial para el comienzo de la investigación lo tenemos en los


datos que se pueden obtener del NTNT Nuevo Testamento mismo. La
iglesia apostólica no carecía de Escrituras: buscaba su doctrina en el
ATAT Antiguo Testamento, generalmente en gr.gr. griego, aun cuando
algunos escritores parecen haber utilizado el texto heb.heb. hebreo En
algunos círculos también se hacía uso de los apócrifos, tales como I
Enoc. Resulta debatible, en este caso, el que se deba aplicar o no el
término “canónico”, puesto que el canon judío aun no se había
establecido, por los menos de jure, y cuando por fin lo fue, sufrió la
influencia de las controversias anticristianas, además de otros factores.
En lo referente al culto, la iglesia ya había adoptado algunas de sus
tradiciones peculiares: en la Cena del Señor se “proclamaba” la muerte
del Señor (1 Co. 11.26), probablemente con palabras (a saber, la antigua
narración de la pasión), como también en los símbolos de la ordenanza.
El relato mismo de la Cena del Señor se considera como recibido “del
Señor”, tradición celosamente conservada; también encontramos esta
terminología en lugares donde la conducta ética se basa en dichos
atributos a Jesús (cf.cf. confer (lat.), compárese 1 Co. 7.10, 12, 25; Hch.
20.35). Se trata mayormente de materiales orales, frase que, como ha
demostrado la crítica de las formas de ninguna manera intenta sugerir
imprecisión ya sea de las líneas generales o del contenido. Los
repositorios escritos de la tradición cristiana en la primitiva era
apostólica son, en el mejor de los casos, hipotéticos; porque, aun
cuando se ha propuesto que la frase “conforme a las Escrituras” (1 Co.
15.3–4) sea una referencia a documentación existente en esos primeros
tiempos, no se ha considerado muy aceptable este criterio. Por lo tanto,
en estos materiales, sean orales o escritos, encontramos en esta época
temprana una iglesia que conserva conscientemente sus tradiciones
acerca de la vida (cf.cf. confer (lat.), compárese Hch. 10.36–40) y
enseñanzas de Jesús, como también las de pasión y resurrección. Es
muy evidente, sin embargo, que lo que una persona conoció y conservó
no excluía, en su parecer, la validez y el valor de las tradiciones
conservadas por otros. En esta etapa “prehistórica” de la formación de
las Escrituras cristianas la conservación de las mismas se llevó a cabo
en buena medida con la mayor naturalidad. Prosigue luego con la
preparación de los evangelios, donde se puede notar corrientes dos
principales que se desenvuelven independientemente la una de la otra.
Parecería que muy poco ha quedado sin ser incluido en ellas.

Los materiales epistolares en el NTNT Nuevo Testamento también


evidencian desde el principio cierto derecho, si no a la inspiración, por
lo menos a constituir enseñanza autorizada y adecuada en asuntos de
doctrina y conducta; no obstante, resulta igualmente claro que cada
una de las epístolas se escribió para destinatarios concretos en
situaciones históricas específicas. Evidentemente la reunión de un
corpus de epístolas fue posterior a la muerte Pablo: el corpus paulino es
textualmente homogéneo, y existen pruebas más convincentes a favor
de la sugerencia (muy bien planteada por E. J. Goodspeed) de que la
recopilación del mismo se llevó a cabo de una sola vez en una fecha
concreta (probablemente alrededor del 80–85 d.C.d.C. después de
Cristo), que para el criterio sostenido anteriormente por Harnack de
que este corpus epistolar creció gradualmente. Desde el principio el
corpus había de ser aceptado como un conjunto de literatura cristiana
altamente autorizada. El impacto que hizo sobre la iglesia hacia el final
del ss.ss. siglo(s) I y principios del II está claramente indicado por la
doctrina, el lenguaje, y la forma literaria de los escritos del período. No
existen pruebas semejantes de ningún corpus similar de escritos no
paulinos en fecha tan temprana; y en lo que se refiere a Hechos, no
parece que este documento haya sido redactado primordialmente con
fines de enseñanza. En cambio, el Apocalipsis de Juan es el documento
neotestamentario que más claramente reivindica para sí el derecho a
ser considerado como de inspiración directa, y constituye el único
ejemplo en esta literatura de los pronunciamientos y visiones de los
profetas de la iglesia del NTNT Nuevo Testamento. Es así que tenemos,
en el NTNT Nuevo Testamento mismo, varios ejemplos claros de
material cristiano, aun en su fase oral, que eran considerados
plenamente autorizados y en algún sentido sagrados; y, sin embargo,
en ningún caso encontramos que alguno de estos escritos se reserve
explícitamente el derecho a ser el único que conserva la tradición. No
se advierte ninguna idea, a esta altura, de un canon de las Escrituras,
una lista completa de libros a la cual no se permite hacer ningún
agregado. Parecería ser que esto se debe a dos factores: la existencia de
una tradición oral y la presencia de apóstoles, discípulos apostólicos, y
profetas, que eran los focos y los intérpretes de las tradiciones relativas
al Señor.
II. Los Padres apostólicos

Los mismos factores se evidencian en la época de los denominados


Padres apostólicos, lo cual se refleja en la información provista por
ellos para los estudios del canon. En lo que respecta a los evangelios,
Clemente (Primera epístola, ca.ca. circa (lat.), aproximadamente,
alrededor de 90 d.C.d.C. después de Cristo) cita ciertos materiales
semejantes al de los sinópticos, pero presentado de una forma que no
concuerda estrictamente con ninguno de los evangelios en particular;
tampoco presenta las palabras con fórmulas de citación de las
Escrituras. Juan le es desconocido. Ignacio de Antioquía (sometido al
martirio ca.ca. circa (lat.), aproximadamente, alrededor de 115 d.C.d.C.
después de Cristo) hace referencia muchas veces al “evangelio”, no
obstante lo cual, en todos los casos, sus palabras indican claramente
que se está refiriendo al mensaje y no a un documento. Las frecuentes
afinidades con Mateo podrían indicar que se ha utilizado dicha fuente,
aun cuando son posibles otras explicaciones. El que haya conocido o no
a Juan sigue siendo un punto debatible, aunque el argumento más
fuerte indicaría que no lo conocía. Papías, del cual algunos escritos se
han conservado en forma fragmentaria por Eusebio y otros, nos da
alguna información sobre los evangelios, información cuya importancia
resulta algo incierta o controvertible; en forma específica afirma su
preferencia por “la voz viva y permanente”, en contraste con la
enseñanza de los libros. La carta de Policarpo de Esmirna dirigida a los
filipenses demuestra claramente que conocía a Mateo y a Lucas.
Policarpo constituye, pues, la primerísima prueba carente de
ambigüedad en cuanto a su uso, pero si, como es lo más probable, su
carta es en realidad la combinación de dos cartas escritas en distintas
oportunidades (a saber, cap(s).cap(s). capítulo(s) 13–14 ca.ca. circa
(lat.), aproximadamente, alrededor de 115 d.C.d.C. después de Cristo; y
el resto ca.ca. circa (lat.), aproximadamente, alrededor de 135 d.C.d.C.
después de Cristo) su carta no sería tan antigua como en un tiempo se
pensaba. 2 Clemente y la Epístola de Bernabé están fechadas ambas
alrededor del año 130 d.C.d.C. después de Cristo Ambas se valen de
mucho material oral, pero también atestiguan la utilización de los
sinópticos; y ambas contienen una frase de los evangelios
acompañándola con una fórmula de citación escritural.

En los Padres apostólicos descubrimos un considerable y amplio


conocimiento del corpus paulino; en el lenguaje que utilizan se advierte
la fuerte influencia de las palabras del apóstol. Sin embargo, a pesar del
alto valor que se le asigna a sus epístolas, existen pocas indicaciones de
que las citas que se hacen de ellas se consideran escritos sagrados.
Varios pasajes sugieren que se hacía una diferencia en todos los
círculos cristianos entre el ATAT Antiguo Testamento y los escritos de
procedencia cristiana. Los filadelfos juzgaban el “evangelio” por los
“archivos” (Ignacio, Filad. 8. 2): 2 Clemente habla de “los libros (biblia)
y los apóstoles” (14.2), contraste que probablemente equivale a
“Antiguo y Nuevo Testamentos”. Aun en casos en que el evangelio era
altamente apreciado (p. ej.p. ej. por ejemplo Ignacio o Papías)
aparentemente se trataba de la forma oral más bien que de la escrita.
La preocupación de Bernabé era principalmente la exposición del
ATAT Antiguo Testamento; la DidajeŒ, material didáctico y ético
común tanto a judíos como a cristianos. Juntamente con material
proveniente de los evangelios canónicos u otros paralelos a ellos, la
mayoría de los Padres apostólicos utilizan lo que nosotros
anacrónicamente llamamos material “apócrifo” o “extracanónico”: para
ellos evidentemente no lo era. Todavía estamos en un período en que
los escritos del NTNT Nuevo Testamento no están claramente
diferenciados de otros materiales edificantes. En realidad esta situación
se prolonga aun más, hasta el ss.ss. siglo(s) II, y puede observarse en
Justino Mártir y Taciano. Justino registra en sus escritos que las
“memorias de los apóstoles” denominadas evangelios se leían en los
cultos cristianos; sus citas y alusiones, no obstante, evidencian que
estas memorias no tenían la amplitud de los cuatro evangelios, pero sí
contenían material apócrifo. Este mismo material fue utilizado por
Taciano en su armonía de los evangelios conocida como el
DiatesaroŒn, o, como aparece en una fuente, quizás más exactamente,
Diapente.

III. La influencia de Marción

Hacia fines del ss.ss. siglo(s) II empezó a perfilarse en el pensamiento y


en la actividad de los cristianos el concepto de un canon y de una
categoría escrituraria, lo cual fue en gran parte resultado del desafío de
ciertos maestros heréticos. Prominente entre estos fue un tal Marción
de Sínope que se separó de la iglesia en Roma alrededor del año 150
d.C.d.C. después de Cristo, pero que probablemente estuvo activo
algunos años antes en Asia Menor. Creyéndose intérprete de Pablo,
comenzó a predicar la doctrina de la existencia de dos Dioses: el ATAT
Antiguo Testamento era obra del Dios justo, el Creador, juez severo de
los hombres; Jesús era el emisario del Dios bueno (o bondadoso),
superior al Dios justo, enviado para liberar a los hombres de la
servidumbre impuesta por aquel otro Dios. Crucificado por la malicia
del Dios justo, pasó su evangelio, primeramente a los Doce, quienes no
lograron mantenerlo libre de la corrupción, y luego a Pablo, el único
predicador de este mensaje. Como Marción rechazaba el ATAT Antiguo
Testamento, de acuerdo a este plan, sintió la necesidad de una
Escritura definidamente cristiana, de manera que creó un canon
definido de Escrituras cristianas: un evangelio, con cierta relación a
nuestro Evangelio de Lucas actual, y las diez epístolas de Pablo
(excluyendo Hebreos y las cartas pastorales), que constituían el
Apostolos.

Ciertos aspectos del crecimiento del canon católico, que siguió a la


época de Justino y Taciano, aparecen debido al desafío que
representaron para la iglesia estas enseñanzas marcionitas,
especialmente la posición dominante que ocupaba Pablo en las
mismas, a pesar de su relativo descuido a mediados del ss.ss. siglo(s) II.
Generaciones anteriores de eruditos, guiándose por las teorías de
Harnack, han visto también este factor en dos fuentes documentales, a
saber, una serie de prólogos a las epístolas paulinas en algunos
manuscritos latinos, que para de Bruyne mostraban señales de la
enseñanza tendenciosa de Marción, por lo cual se llamaron prólogos
marcionitas, además de ciertos prólogos a los evangelios de Marcos,
Lucas, y Juan (existentes principalmente en latín), que han sido
denominados antimarcionitas, en la suposición de que figuraban como
prefacio del evangelio cuádruple en el momento de su creación como
unidad. Últimamente, sin embargo, estas hipótesis, que con frecuencia
han sido aceptadas como hechos, han sido criticadas en forma mordaz
y ya no se consideran totalmente aceptables.

La otra enseñanza herética principal, contra la cual se utilizó el


naciente concepto de canon, la constituyeron los diversos gnósticos. A
raíz de los descubrimientos de Nag-Hammadi (* Quenoboskión),
actualmente, podemos conocer mejor estas enseñanzas que lo que
pudieron hacerlo las generaciones pasadas. Parece evidente que la
mayoría de los libros que posteriormente fueron incorporados al NTNT
Nuevo Testamento se conocían en los círculos gnósticos. Por ejemplo,
algunos conmovedores pasajes que contiene el denominado Evangelio
de la verdad se nutren de Apocalipsis, Hebreos, Hechos, y los
evangelios. También, el Evangelio de Tomás contiene mucho material
parecido a los sinópticos, derivado de estos o de alguna tradición oral
paralela. Pero lo más significativo es que este último mezcla estos
dichos comunes a la tradición sinóptica con otros acerca de los cuales
los libros canónicos no hacen mención alguna; mientras que el título
del primero revela que la doctrina de un maestro gnóstico se presenta
como si estuviera a un mismo nivel que otros documentos relacionados
con los evangelios. La aparición del canon del NTNT Nuevo
Testamento constituye la cristalización del concepto de que había una
nítida distinción entre las enseñanzas trasmitidas en documentos de
reconocida antigüedad como de origen apostólico, y enseñanzas
recientes que no podían por ello ser validadas, aun cuando se aseverara
que sus fuentes se remontaban a tradiciones o a revelaciones
esotéricas.

IV. Ireneo a Eusebio

En la segunda mitad del ss.ss. siglo(s) II, como ya se ha indicado,


aparecen claras evidencias del concepto de un canon, aunque no todos
los libros hoy incluidos en el canon eran aceptados en todas las iglesias
por igual. Ireneo de Lyon, en su obra Contra PelagContra Pelag
Jerónimo, Contra Pelagium las herejías, exhibe suficientes pruebas de
que ya para su época, el evangelio cuádruple era algo axiomático,
comparable con los cuatro puntos cardinales y los cuatro vientos. Cita
el libro de Hechos, a veces explícitamente, como Escritura sagrada. Las
epístolas paulinas, el libro de Apocalipsis, y algunas epístolas
universales se consideran, aun cuando no con frecuencia
explícitamente, como Escrituras sagradas; sin embargo (especialmente
en los dos primeros casos) se les da suficiente importancia como para
indicar que aquí hay una fuente primaria de doctrina y autoridad a la
cual se debe recurrir como referencia en casos de controversia.
Contrariando el denominado conocimiento esotérico de sus
antagonistas, Ireneo destaca las tradiciones de la iglesia como
derivadas de los apóstoles. En estas tradiciones, las Escrituras del
NTNT Nuevo Testamento ocupan su lugar. Sabemos, sin embargo, que
Ireneo rechazó Hebreos como no paulino.

Conocemos a Hipólito de Roma, contemporáneo de Ireneo, a través de


escritos existentes en forma parcial. Cita la mayoría de los libros del
NTNT Nuevo Testamento, y habla explícitamente de dos testamentos y
de un evangelio cuádruple. Muchos críticos están dispuestos a
adjudicarle la lista fragmentaria de Escrituras canónicas conservada en
latín en un ms(s).ms(s). manuscrito(s) de Milán, conocido como el
canon muratorio (por haber sido su primer editor Ludovico Muratori).
Sin embargo, no debe aceptarse como debidamente comprobada esta
adjudicación; el latín que aparece en dicha lista no es necesariamente
una traducción. Una referencia al origen reciente del Pastor de Hermas
lo coloca entre los años 170 y 210 d.C.d.C. después de Cristo
aprox.aprox. aproximadamente La parte que queda del documento
contiene una lista de escritos del NTNT Nuevo Testamento, con
algunas observaciones referentes a su origen y alcance. Aquí también
nos encontramos con un evangelio cuádruple, el reconocimiento de las
epístolas paulinas, el conocimiento de algunas epístolas universales, los
Hechos de los Apóstoles, y Apocalipsis de Juan; también se incluyen
cómo canónicos el Apocalipsis de Pedro (no hay niguna referencia a las
epístolas de Pedro) y, extrañamente, la Subiduría de Salomón. Se
menciona al Pastor, pero sin considerarlo adecuado para ser utilizado
en el culto público. Resulta altamente significativa la fecha de este
documento, no sólo por ser prueba de la existencia en esa época de un
concepto de amplias proyecciones en cuanto al canon, sino también de
las incertidumbres marginales, las omisiones, y la inclusión de escritos
posteriormente rechazados como apócrifos.

La situación reinante que demuestran estas fuentes era general y


continuó hasta el ss.ss. siglo(s) III. Tanto Tertuliano como Clemente de
Alejandría y Orígenes, todos hacen amplio uso de las Escrituras del
NTNT Nuevo Testamento, ya sea para las controversias, para las
discusiones doctrinales, o en el simple comentario de los libros que la
componen. Conocían la mayoría de los libros del canon actual, y les
dieron autoridad canónica; pero perdura cierta duda con respecto a
Hebreos, algunas de las epístolas universales, y el Apocalipsis de Juan.
Se citan evangelios no incluidos en el canon, agrafa citados como
palabras auténticas del Señor, y algunas obras de los Padres
apostólicos, tales como la Epístola de Bernabé, el Pastor, y la Primera
Epístola de Clemente, se citan como canónicas o escriturales.
Encontramos grandes códices, hasta de los ss.ss. siglo(s) IV y V d.C.d.C.
después de Cristo, que incluyen algunas de estas últimas: el códice
sinaítico incluye Bernabé y Hermas; el códice alejandrino incluye la
Primera y la Segunda Epístolas de Clemente. Claromontano contiene
un catálogo de escritos canónicos en el que no aparece Hebreos, y, no
obstante, figuran Bernabé, el Pastor, los Hechos de Pablo, y el
Apocalipsis de Pedro. Para resumir, se ha establecido plenamente la
idea de un canon definido, y se han fijado sus líneas generales; el
problema pendiente es saber cuáles de un cierto número de libros
marginales corresponde incluir. La posición de la iglesia en el ss.ss.
siglo(s) III ha sido bien resumida por Eusebio (HEHE Eusebio,
Historia eclesiástica 3. 25). Hace la discriminación entre libros
reconocidos (homologoumena), los libros discutidos (antilegomena), y
libros espurios (notha). En la primera clase figuran los cuatro
evangelios, Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, y (según
algunos) el Apocalipsis de Juan; en la segunda clase coloca (como
“discutidos pero no obstante conocidos por la mayoría”) Santiago,
Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan; y en la tercera clase ubica Hechos de Pablo,
el Pastor, el Apocalipsis de Pedro, la Epístola de Bernabé, la DidajeŒ,
el Evangelio según los hebreos, y (según otros) el Apocalipsis de Juan.
Estos otros, según sugiere Eusebio, bien podrían estar entre los de la
segunda clase, a no ser por la necesidad de prevenirse contra
deliberadas fálsificaciones de los evangelios y Hechos en nombre de los
apóstoles, efectuadas con intereses estrictamente heréticos. Como
ejemplos de estos menciona los Evangelios de Tomás, Pedro, y Matías,
y los Hechos de Andrés y de Juan. Estos “no deberían ser reconocidos
ni siquiera entre los libros espurios, sino evitados como totalmente
malos e impíos”.

V. Fijación del canon

En el ss.ss. siglo(s) IV quedó establecido el canon dentro de los límites


que hoy conocemos, tanto en el sector occidental como en el oriental
del cristianismo. En el EE este (punto cardinal); elohísta, el punto
definitivo lo constituye la trigesimonovena carta pascual de Atanasio en
367 d.C.d.C. después de Cristo Aquí encontramos por vez primera un
NTNT Nuevo Testamento limitado exactamente a lo que conocemos
hoy. Se traza una línea definida entre las obras incluidas en el canon,
que se describen como fuente única de instrucción religiosa, y otras que
se permiten leer, a saber, la DidajeŒ y el Pastor. Los apócrifos de la
herejía se denuncian como falsificaciones deliberadas con la intención
de engañar. En el OO oeste, el canon se estableció por decisión del
concilio de Cartago en el año 397, cuando se convino en aceptar una
lista similar a la de Atanasio. Alrededor de la misma época varios
autores latinos demostraron interés en el establecimiento de los límites
del canon del NTNT Nuevo Testamento: Prisciliano en España, Rufino
de Aquilea en la Galia, Agustín en África del NN norte (cuyas opiniones
contribuyeron a las decisiones en Cartago), Inocente I, obispo de
Roma, y el autor del decreto seudogelasiano. Todos sostienen las
mismas ideas.

VI. El canon siriaco

La formación del canon en las iglesias de habla siriaca fue


notablemente distinta. Es probable que las primeras Escrituras
conocidas en dichos círculos fueran, además del ATAT Antiguo
Testamento, el Evangelio según los hebreros, que dejó su marca sobre
el DiatesaroŒn cuando este ocupó su lugar como el evangelio del
cristianismo siriaco. Es probable que Taciano también introdujera las
epístolas paulinas, y quizás, incluso, Hechos: estas tres se mencionan
como las Escrituras de la iglesia siriaca primitiva por la Doctrina de
Addai, documento del ss.ss. siglo(s) V que en sus relatos de los
comienzos del cristianismo en Edesa mezcla leyendas con la tradición
fidedigna. La etapa siguiente en la tarea de lograr una mejor alineación
del canon siriaco con el griego fue la reparación de los “evangelios
separados” Evangelion da-Mefarreshe) para reemplazar al
DiatesaroŒn, aunque esto no se llevó a cabo con mucha facilidad. La
Peshitta (textualmente una edición parcialmente corregida del
Evangelion da-Mefarreshe) apareció en algún momento del ss.ss.
siglo(s) IV; contiene, además del cuádruple evangelio, las epístolas
paulinas y Hechos, las epístolas de Santiago, 1 Pedro y 1 Juan, e. d.e. d.
es decir lo que equivale al canon básico aceptado por las iglesias griegas
alrededor de un siglo antes. Dos versiones de los libros que quedaban
del canon que finalmente fue aceptado aparecieron entre los
monofisitas siriacos: la de Filóxeno probablemente se conserva en las
denominadas “Epístolas de Pococke” y el “Apocalipsis de Crawford”,
mientras que la posterior versión de Tomás de Harkel también
contiene 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas, y la versión de Apocalipsis
publicada por de Dieu proviene, casi seguramente, de esta traducción.
Ambas demuestran por su servil imitación del texto y del lenguaje
griegos, además del mero hecho de su producción, la asimilación cada
vez mayor del cristianismo siriaco a un modo griego.

VII. Recapitulación
Podemos hacer una recapitulación siguiendo individualmente los
vaivenes de cada uno de los libros del NTNT Nuevo Testamento. Los
cuatro evangelios circularon con relativa independencia hasta la
formación del canon cuádruple. Marcos fue aparentemente eclipsado
por sus dos “expansiones”, pero no sumergido. Lucas, a pesar de los
auspicios de Marción, no parece haber encontrado oposición. Mateo
desde muy temprano adquirió aquella posición predominante que
ocupó hasta la moderna era de erudición. Juan fue un caso algo
diferente, pues a fines del ss.ss. siglo(s) II tuvo bastante oposición,
entre los cuales se pueden mencionar los denominados Alogoi y el
presbítero romano Gayo como ejemplos; esto, sin duda, se debió a
algunas dificultades que aún subsisten en torno a ciertos aspectos de su
trasfondo, origen, y circulación inicial. Una vez aceptado, su prestigio
aumentó constantemente, y llegó a ser de inmenso valor para dilucidar
las grandes controversias y definiciones doctrinales. Los Hechos de los
Apóstoles no se prestaba para ser utilizado en la liturgia o la
controversia; no aparece con mucha frecuencia hasta después de la
época de Ireneo; desde ahí en adelante ocupa su lugar firmemente
como parte integrante de las sagradas Escrituras. El corpus paulino fue
reconocido ampliamente como parte de las Escrituras desde los
primeros tiempos. Aparentemente Marción no aceptaba las epístolas
pastorales; aparte de esta objeción no tenemos noticias de ninguna
duda respecto a ellas, y ya Policarpo las considera autorizadas. Por otra
parte, Hebreos siguió siendo objeto de disputa por varios siglos. En el
EE este (punto cardinal); elohísta, se sabe que Panteno y Clemente de
Alejandría discutieron los problemas críticos de su paternidad literaria;
Orígenes solucionó la cuestión dando por sentado que aquí el
pensamiento paulino fue expresado por un autor anónimo; Eusebio y
algunos otros informaron acerca de las dudas de occidente, pero
después de Orígenes la carta fue aceptada en el E. Es de notar que la
carta ocupa el primer lugar después de Romanos en el papiro (p46) de
Chester Beatty perteneciente al ss.ss. siglo(s) III. En occidente
persistieron las dudas desde los primeros tiempos: Ireneo no la aceptó
como paulina, Tertuliano y otras fuentes africanas le dan poca
importancia, “Ambrosiáster” no escribió ningún comentario sobre ella,
actitud que fue seguida por Pelagio. Los concilios de Hipona y Cartago
separan Hebreos del resto de las epístolas paulinas en su enumeración
canónica, y Jerónimo informa que en sus días la opinión de Roma
seguía siendo contraria a su autenticidad. La cuestión no se consideró
solucionada hasta un siglo después aprox.aprox. aproximadamente El
corpus de las epístolas universales es, evidentemente, una creación
tardía, posterior al establecimiento de la estructura esencial del canon a
fines del ss.ss. siglo(s) II. La constitución exacta del mismo varía de
iglesia en iglesia, y de un Padre de la iglesia a otro. La primera epístola
de Juan ocupa un lugar seguro desde los tiempos de Ireneo; la segunda
y la tercera se mencionan poco, y a veces (como en el canon muratorio)
persiste la duda sobre si se hace referencia a ambas. Por supuesto que
esto podría atribuirse a su poco volumen o aparente falta de valor
teológico. La primera epístola de Pedro también tiene su lugar, aunque
menos seguro (nótense, sin embargo, las ambigüedades del canon
muratorio); la segunda todavía figuraba entre los “libros discutidos” en
la época de Eusebio. La posición de Santiago y Judas fluctúa según la
iglesia, la época, y el discernimiento individual. (Aquí podemos
observar que Judas y 2 Pedro están agrupadas en una desigual
colección de literatura religiosa en un solo volumen en un papiro de la
colección de Bodmer.) Para ser incluidos en este corpus parecerían
haber rivalizado con todas ellas obras tales como el Pastor, Bernabé, la
Didajé, la “correspondencia” elementina, todas las cuales parecen
haber sido reconocidas y utilizadas esporádicamente como escriturales.
El Apocalipsis de Juan sufrió oposición en dos oportunidades: una vez
en el ss.ss. siglo(s) II por su aparente apoyo a las pretensiones de
Montano a la inspiración profética, y otra vez al final del ss.ss. siglo(s)
III por razones críticas, por comparación con el Evangelio de Juan, en
la controversia entre los Dionisios de Roma y Alejandría. Ambas
especies de dudas contribuyeron a mantener la desconfianza en que fue
tenido por las iglesias griegas, y su muy tardía aceptación en las iglesias
siriaca y armenia. En el OO oeste, contrariamente, muy pronto se le
acordó un lugar prominente; fue traducido al latín en por lo menos tres
ocasiones, y se le dedicaron numerosos comentarios a partir de
Victorino de Pettau (martirizado en el 304).

VIII. La posición actual

Así creció y se fijó el canon del NTNT Nuevo Testamento en la forma en


que ahora lo conocemos. En el ss.ss. siglo(s) XVI, tanto el cristianismo
romano como el protestante, después de debatir la cuestión,
reafirmaron su adhesión a las tradiciones, y la iglesia romana aun más
recientemente ha recalcado su plena adhesión a ellas. También el
protestantismo conservador sigue utilizando el canon tradicional, y los
representantes de la teología liberal generalmente se ajustan al mismo
también. Es indudable que, frente a las investigaciones bíblicas
modernas, y al nuevo reconocimiento de paternidad literaria no
apostólica que algunos entendidos, por lo menos, se sienten obligados a
hacer tocante a algunos de los documentos del Nuevo Testamento, se
requiere una nueva comprensión de los factores y motivos que sirven
de base a los procesos históricos aquí bosquejados. La inclusión de
documentos en el canon representa el reconocimiento de la autoridad
de los mismos por parte de la iglesia cristiana. No hubo ningún canon
en los primeros tiempos debido a la presencia de los apóstoles o sus
discípulos, y porque estaban las tradiciones orales vivientes. Ya para
mediados del ss.ss. siglo(s) II los apóstoles han fallecido, pero sus
memorias y otros monumentos atestiguan su mensaje;
simultáneamente han aparecido herejías, y porque estas invocan
teorías teológicas o nuevas inspiraciones, se hizo indispensable una
renovada apelación a la autoridad de la ortodoxia, y una más ajustada
definición de lo que se entendía por libros autorizados. Así el evangelio
cuádruple y el corpus paulino, que ya tenían amplia difusión, se
declaran escriturales, juntamente con algunas otras obras de
pretendida paternidad apostólica. El proceso de reconocimiento
continúa mediante la discusión doctrinal y erudita hasta que, en la gran
era de la cristalización intelectual y eclesiástica del cristianismo, queda
completado el canon. Se utilizaron tres criterios, sea en el ss.ss. siglo(s)
II o en el IV, para establecer que los documentos escritos constituyen el
verdadero testimonio de la voz y del mensaje apostólicos. En primer
lugar, su atribución a los apóstoles: esto no resuelve todos los casos; los
evangelios de Marcos y Lucas se aceptaban como obras de hombres
íntimamente asociados con los apóstoles. En segundo lugar, el uso
eclesiástico: vale decir, el reconocimiento por una iglesia destacada o
por una mayoría de iglesias. Por este método fueron rechazados
muchos apócrifos, algunos posiblemente inocuos, y que quizás
contenían auténticas tradiciones de las palabras de Jesús, aunque
muchos más eran meras invenciones; pero ninguno de ellos, hasta
donde pudiera establecerse habían sido aceptados por la mayoría de las
iglesias. En tercer lugar, congruencia con los postulados de la sana
doctrina: sobre esta base, el cuarto evangelio al principio despertó
ciertas dudas, pero finalmente fue aceptado; o, para citar un caso
inverso, el Evangelio de Pedro es rechazado por Serapión de Antioquía
debido a sus tendencias docéticas, a pesar de atribuirse autoridad
apostólica. De esta manera, la historia de la evolución canónica de las
Escrituras del NTNT Nuevo Testamento demuestra que dicho canon
resulta ser una colección atribuída a los apóstoles o sus discípulos,
colección que en el concepto de la iglesia en los primeros cuatro siglos
de la era cristiana recibió así correctamente esa atribución, porque
declaraba y definía adecuadamente la doctrina apostólica, de manera
que sus partes integrantes habían sido o eran consideradas adecuadas
para ser leídas públicamente en el culto divino. Cuando se comprende
esto, con el crecimiento gradual y el carácter heterogéneo del canon,
podemos discernir fácilmente por qué hubo, y hay todavía, problemas y
dudas acerca de ciertas obras incluidas en el mismo. Pero aceptando
estos tres criterios como suficientes, el cristianismo protestante
ortodoxo no halla razones hoy para rechazar las decisiones de
generaciones anteriores, y acepta el NTNT Nuevo Testamento como un
registro completo y autorizado de revelación divina, tal como fue
declarada desde tiempos remotos por hombres elegidos, dedicados, e
inspirados.

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