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Contenido
Sinopsis
Introducción
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…38…
Sinopsis
Juan José Soler nunca imaginó
quedar atrapado en la trampa que él
mismo diseñó: el amor.
Desde siempre, y sabiendo que es
atractivo a las mujeres, ha jugado
con ellas a placer, pero el destino
le enseñará que hay cosas que no se
pueden evitar, que contra el amor
no se puede luchar, pero sobre
todo, no se debe callar.
Introducción
Trinidad no era más que un
pueblucho. De esos con palacio de
Gobernación justo en frente de la
plaza, la cual llevaba directo a una
inmensa iglesia católica.
Sus no más de dos mil habitantes
miraban a los forasteros con
desconfianza, las mujeres
acostumbraban usar faldas que las
cubrían muy bien, y los sitios donde
vendían licor eran frecuentados por
hombres mayores cuyas mujeres
tenían que ir a buscarlos a media
noche, con rulos en la cabeza y un
molinillo en la mano.
No era un pueblo para nada genial.
No había centros comerciales, ni
dónde ir a comer con los amigos sin
que te encontraras al papá de
fulano, y a la mamá de zutano; no
había dónde ir a bailar con la chica
que no fuera tu novia sin que ella se
enterara.
No había nada.
Su única ventaja: estaba a tres
horas de la ciudad de Bogotá, y si
bien no podía ir y venir todos los
días, los fines de semana podía
retornar a su casa, a su vida.
Juan José Soler suspiró
entrecerrando sus ojos ante la
brillante luz del sol de mediodía.
Ese sería el pueblo donde habitara
el siguiente año de su vida.
Cualquiera diría que alguien como
él no necesitaba someterse a ningún
castigo para ganar dinero, pues con
su ropa de buena marca y ademanes
refinados, daba a entender que era
un chico de buena familia. Además,
su estatura de un metro ochenta y
cuatro le hacían sobresalir de
manera digna siempre. Que además
tuviera el cabello castaño claro, y
los ojos verde avellana no eran sino
un bonus que le ayudaba en sus
cruzadas por la conquista de las
mujeres.
Era guapo y lo sabía. Las mujeres
querían tirársele encima y tocar la
que muy bien llamaban la “tableta
de chocolate”, y lo sabía. Lo que
ellas no sabían, es que venía de una
familia venida a menos, que su
madre ostentaba el dinero que ya no
tenía, que con su hermano mayor se
trataban como si se odiaran y todo a
su alrededor era una enorme
mentira. No había ni dinero ni nada,
sólo el apellido de un antiguo
Gobernador que murió en un
accidente hacía mucho tiempo.
Había ido hasta allí por petición
del mismísimo alcalde, un anciano
que había sido amigo de su abuelo y
que seguramente era igual de
corrupto, pero que se sentía en
deuda moral con él, su hermano y su
madre por haberlos dejado
abandonados cuando el viejo murió,
y por lo tanto le dio su primer
contrato importante como ingeniero
civil: la transformación del pueblo.
Claro que todo debía ser una
fachada para justificar los miles de
millones que se iban a malversar
pero, si de eso él iba a sacar una
buena tajada, qué importaba? No se
iba a poner con remilgos a estas
alturas de la vida.
—Qué tal la vista? –Preguntó
Mateo, su mejor amigo.
No iba solo; él y tres más, entre
ellos Mateo, que era ingeniero
industrial; Miguel, que ostentaba el
título de abogado (del diablo,
bromeaban ellos); y Fabián, que era
arquitecto, eran quienes
conformaban aquel cuarteto.
Amigos desde el colegio, se habían
matriculado en la misma
universidad y en diferentes
carreras. Habían mantenido el
contacto todos esos años y se
conocían cada uno al otro como si
fuesen hermanos. Tenían la misma
edad, todos eran guapos y dos de
ellos sí que tenían dinero. Conocían
su verdadera situación y no lo
criticaban, al contrario, lo
admiraban porque se había
propuesto empezar de nuevo, así
tuviera que arrasar con medio
mundo para ello.
Juan José miró a cada uno
sonriendo, y recordando que todos
y cada uno de los que montaban el
Jeep Wrangler amarillo en el que
iban habían sido salvados de
novios y maridos celosos, policías
y hasta bomberos cuando, más
jóvenes, se habían metido en
problemas. Habían llevado una
vida bastante loca, y Trinidad iba a
ser un castigo para esos corazones
tan jóvenes.
—De muerte lenta –contestó Juan
José a la pregunta de Mateo,
alargando la “e” de “lenta” hasta
hacerlo fastidioso al oído de los
demás.
—Pues aquí serás donde te
enclaustres, hijo mío –siguió
Fabián.
—Sí, soy yo quien lleva la peor
parte, no es justo.
—Quien te manda ser el amigo del
alcalde.
—Pero no me importa –dijo Juan
José tomando aire y sacando pecho
—. Este contrato me reportará una
gran ganancia, unos cuantos
milloncitos. Con ese dinero…
montaré mi propia empresa. Ya
verán.
—Siempre que no te la gastes en
trago –murmuró Miguel y los demás
rieron. Juan les echó una mirada
torva. Tontos, no sabían que cuando
se lo proponía, él podía ser
bastante terco. O tal vez sí, pero lo
olvidaban.
—Vamos –dijo Mateo, que era
quien conducía haciendo sonar el
claxon para que Juan volviera a
subir, pues se había quedado a la
orilla del camino mirando desde un
barranco el pequeño pueblo de
Trinidad—. Vamos y le damos una
vuelta a tu nuevo hogar. Lo que
hemos visto hasta ahora es bastante
descorazonador. Te traeremos
revistas de las buenas por si te
aburres.
—Y a Valentina, si el asunto es
grave –ofreció Fabián riendo,
refiriéndose a la que, desde casi la
adolescencia, era la novia de Juan.
—A Valentina no la traigas a este
mugrerío —intervino Juan—,
seguro que me la corta si la someto
a este suplicio.
Los demás rieron.
Juan José le echó una última mirada
a los techos del pueblito de
Trinidad respirando profundo. No
le gustaba nada esa sensación que
tenía en el pecho que le anunciaba
que la vida tal y como la conocía le
iba a cambiar. Pero necesitaba el
dinero que le iban a ofrecer; era
mucho, y bien ganado.
Un año se pasa volando, se dijo, un
año no es la gran cosa.
Ignoraba en aquel entonces, que una
sola noche puede cambiarle la vida
a un hombre para siempre.
...1…
—Y entonces él le dice: bésame, y
ella lo besa, así tan despacito… —
Ángela no pudo menos que tapar su
risa al oír a su amiga Eloísa
resumirle la telenovela que se veía.
Ella hacía las voces, y hasta los
gestos, y ahora que describía el
momento del beso, había estirado
los labios de un modo bastante
irrisorio.
—No te rías!
—No puedo! Lo haces demasiado
bien.
—Besar no es ninguna ciencia.
Deberías probar.
—Y tú deberías dejar de ver tantas
telenovelas.
—Tonta, las veo para poder
contártelas a ti. Con eso de que tus
padres no te dejan ver nada de nada
en la tele…
La sonrisa de Ángela se borró. Era
verdad, sus padres eran el colmo de
la sobreprotección.
Había nacido cuando ya ambos eran
bastante mayores, y no tenía
hermanos, así que no sólo era la
hija habida en la vejez, sino la
única. A eso había que sumarle que
Orlando Riveros era un hombre más
temido que respetado en el pueblo
de Trinidad, y que había anhelado
un varón… y había nacido ella.
—Me conformo con los libros. Les
cambio la portada y creen que estoy
leyendo Shakespeare, o algo así.
—Aunque si ellos leyeran
Shakespeare –dijo Eloísa, alzando
una ceja y sonriendo—, de todos
modos te lo prohibirían. Romeo y
Julieta morir por amor? Qué
demonio se les metió en el cuerpo a
ese par de niñitos?
Ángela volvió a reír. Eloísa, o Eli,
como prefería llamarla, era su
único contacto con el mundo real, la
única amiga que le habían
consentido, pues era la hija menor
del alcalde, y al parecer, de buenos
hábitos y modales, no alocada como
las jóvenes de su edad.
Pero sus padres desconocían que
ella sola hacía por todas aquellas
amigas que le habían prohibido
desde la niñez. Le contaba las
telenovelas más candentes que
salían por la televisión. Le pasaba
por debajo de la mesa novelas
románticas con escenas eróticas que
su madre, de saberlo, habría
arrojado al fuego sin
contemplaciones. Cuando tenía
quince años, incluso le había
concertado una cita con Rodrigo, un
chico que estaba enamorado de
ella.
La cita salió mal. Orlando había
llegado sin previo aviso y, con la
ayuda de García, el más siniestro
de sus hombres, la había arrastrado
hasta la casa recibiendo luego un
castigo eterno, y Rodrigo y su
familia habían tenido que salir del
pueblo casi al día siguiente. Ni
siquiera había intentado tener
contacto con otro chico desde
entonces.
Ir a la casa de Eloísa de vez en
cuando era toda la diversión que se
le permitía. No había ido a la
universidad, pues en Trinidad no
existía una, y ni por todo el oro del
mundo Orlando habría dejado que
fuera sola a Bogotá o a otra ciudad
a estudiar. En cambio, trabajaba
como cualquier otro empleado de
su padre. Le ayudaba en
contabilidad, llamadas, papeleo,
archivos, etc. Era su secretaria sin
sueldo.
No le faltaba nada, y estaría
mintiendo si dijera otra cosa, pero
todo, absolutamente todo,
incluyendo las toallas higiénicas
(no le compraban tampones, eso era
un invento del diablo y le quitaba la
virginidad a las jovencitas, pensaba
su madre), se lo elegían sus padres.
Si alguna vez había salido del
pueblo había sido acompañada por
uno de los dos, y tenía la sensación
de que, a cualquier lugar al que iba,
García, el guardaespaldas y mano
derecha de su padre, la seguía.
Así que su amiga era un símbolo;
era un milagro que la dejaran ir
sola siempre hasta su casa, así que
vivía la vida a través de ella.
Eloísa sí salía, Eloísa conocía
Bogotá, había ido al mar y usado un
bikini, Eloísa no era virgen! Y que
de eso no se enteraran sus padres o
le prohibirían también la amistad.
Pero Eloísa estaba haciendo
trámites para irse a la universidad,
en Bogotá, en los siguientes meses.
La perdería.
—Yo creo –le dijo ella poniendo el
índice sobre la respingada nariz de
Ángela, quizá intuyendo su ánimo—
que algún día conocerás a alguien
que te saque de este pueblo.
Alguien valiente que no tema la ira
de tu padre. Alguien por quien
querrás enfrentarte al mundo.
Ángela suspiró, y Eloísa no pudo
entender su falta de fe. Era una
Blancanieves, así la llamaba de vez
en cuando. Tenía un hermoso
cabello negro y largo, de esos que
perfectamente podían salir en los
comerciales de Pantene, una piel
blanca, labios rosados y ojos grises
heredados de su padre, pero que en
ella se veían bien, en Orlando
parecían ojos robados a alguien
guapo sobre la cara de alguien que
no lo era tanto.
Físicamente, tenía todo lo que una
mujer podía desear; senos
generosos, curvas donde debían
estar, y una modesta estatura de uno
sesenta. Era una lástima que sus
padres opacaran tanto su felicidad,
pues cuando Ángela sonreía, su
rostro se transformaba y la hacía
parecer más bella aún.
—Esas cosas sólo pasan en tus
telenovelas –dijo Ángela torciendo
la boca en un gesto de incredulidad.
Eloísa sonrió meneando la cabeza.
Si ella, que no era ni de cerca una
belleza como lo era Ángela había
conseguido tener uno que otro amor,
cuánto más su amiga?
—No pierdas la fe.
Pero sí la estaba perdiendo, pensó
Ángela. Aunque ni siquiera tenía
veinte. Aunque al parecer lo tenía
todo, aunque, según la insistencia
de su amiga, era guapa.
Una hora después se despidió de
Eloísa con un nuevo libro en su
mochila, bien escondido en el
fondo, pues su madre tenía la mala
costumbre de revisarle las cosas, y
salió de la casa de los padres de su
amiga.
—Eso te lo juro.
Lamentablemente, y a pesar de lo
que decían los medios acerca de la
confiabilidad del Gps, no se podía
acceder a la localización exacta de
un teléfono móvil si no era con la
ayuda y permiso de las autoridades.
El teléfono de Miguel se hallaba
fuera del rango de cobertura que un
simple programa descargado de
internet pudiese manejar.
Sin embargo, para que las
autoridades colaboraran, debían
presentar a Miguel como un posible
sospechoso con testimonios y
pruebas que pudieran implicarlo de
alguna forma para poder proceder.
Todo esto les tomó más tiempo del
que hubiesen deseado. Para cuando
todo estuvo listo y pudieron
acceder a la información del
teléfono de Miguel, ya habían
pasado varias horas, y al final,
encontraron que el teléfono había
sido abandonado en una carretera.
Lo increíble, fue que la carretera
era la que conducía a Trinidad.
No habría sido nada sorprendente,
ya que Miguel trabajaba para Julio
Vega, y quizá tenía que ir a hacer
recados al pueblo, pero entonces
estaba la mentira; por qué había
dicho que estaba en su oficina
cuando de verdad se hallaba de
camino a Trinidad?
Volvieron a llamar al teléfono de
Miguel, pero este timbraba sin que
nadie contestase.
La policía de Trinidad fue alertada
inmediatamente y ésta registró los
lugares en los que antiguamente
Miguel Ortiz había trabajado y
vivido, sin hallar nada anormal.
Nadie en el pueblo parecía haberlo
visto, y no había evidencia de que
hubiese utilizado la carretera nueva,
ni la antigua.
La policía de Bogotá consiguió la
autorización requerida y registró de
inmediato el apartamento en que
Miguel vivía. Julio Vega colaboró
con testimonio, diciendo que, por
ser domingo, su subordinado tenía
el día libre, y por lo tanto, él no
tenía modo de saber qué estaba
haciendo en Trinidad; además, él no
le había encomendado nada para
hacer allí.
Los agentes miraron en un
computador portátil hallado en uno
de los armarios y revisaron,
encontrando pruebas inquietantes:
fotografías de Ángela en la calle;
Ángela conversando con sus amigas
en el jardín de su casa; Ángela
alimentando a Carolina en la
glorieta; Ángela consintiendo o
paseando a la niña... La había
estado vigilando cercanamente
desde hacía varios días.
Era el comportamiento de un
psicópata, y varios agentes fueron
enviados de inmediato a su casa
para protegerla, impidiéndole salir
para volver al hospital.
Como no querían dejarla sola, pero
a la vez querían que los niños
pudieran ver cómo estaba Ana, fue
Carlos quien se ocupó de ir por
ellos y llevarlos al hospital,
mientras Eloísa se quedaba en casa
con Ángela, que ante el encierro, se
paseaba de un lado a otro, llamaba
cada dos minutos a Juan José, o a
Mateo, o a Fabián.
Le habían ocultado el hecho de que
Miguel estaba siendo el principal
sospechoso y no García para no
preocuparla demasiado, sin
embargo, García era igualmente
peligroso y por eso accedió a
quedarse en casa.
Carlos se había enterado de que en
Trinidad habían detenido a
Benedicto García y lo habían
interrogado, pero tenía una
demasiado buena coartada: esa
mañana, él había amanecido en una
casa de citas del pueblo en brazos
de una prostituta que era su amante,
y no sólo ella dio el testimonio de
que había estado dormido hasta las
diez de la mañana, sino todas las
mujeres del lugar, incluso el
barrendero que tuvo que limpiar su
vómito en la acera cuando este
salió, muy avanzada la mañana.
Como el secuestro de Carolina
había ocurrido a eso de las ocho de
la mañana, no había modo de que
García pudiese hacerlo, y lo
dejaron en paz, volcando así toda
su atención en la consecución de
más pruebas en contra de Miguel.
Pero la tarde empezó a caer, y no se
sabía nada. Era como si la tierra se
lo hubiese tragado.
Eloísa entró a la sala en la que
había dejado a Ángela mientras le
preparaba un té, y se asustó
tremendamente cuando no la
encontró.
—Angie? –empezó a preguntar, a
medida que subía las escaleras que
la llevaban al segundo piso—.
Angie, nena, dónde estás? –la
encontró en su baño, mirándose al
espejo. Desnuda de la cintura para
arriba y cubriendo sus pechos con
sus manos, mientras lloraba.
—Me duelen –dijo—. La nena no
ha comido nada, y me duelen.
Dónde estará, Eli? Me le están
dando de comer?
—Claro que sí, porque es una bebé
preciosa que la ves y te enamoras.
Vamos, no te pongas así, nena –
tomó una toalla blanca y la cubrió
sacándola del baño—. Qué es lo
que hacen las mamás cuando tienen
mucha leche y sus bebés no
alcanzan a bebérsela toda?
—Se ordeñan a sí mismas. Pero no
quiero hacerlo; es la comida de
Caro.
—Pero te están doliendo, nena.
—Y cuando regrese? Qué voy a
hacer si regresa y no tengo nada
para darle?
—Ah, estoy segura de que te las
arreglarás para alimentarla. Ven,
hazme caso.
En el momento se escuchó un
automóvil detenerse ante la entrada
de la casa. Juan José se había
llevado una copia de las llaves, así
que no se extrañaron cuando lo
escucharon preguntar por Ángela en
el vestíbulo.
Eloísa dio voces dando su
ubicación y enseguida estuvo en la
habitación de Ángela. Al verla en
ese estado y llorando, miró
interrogante a Eloísa, pero esta sólo
los dejó solos.
En la sala estaba Mateo, que miraba
hacia la salida con aire ausente.
Eloísa se acercó a paso lento y lo
estudió en silencio. Había estado
fuera con Juan José gran parte de la
tarde y ahora los dos volvían con
aspecto cansado y la ropa ajada.
Qué estaban haciendo? No creía
que trajeran noticias positivas, pero
entonces, qué clase de noticias
traían?
Al sentir a Eloísa, él se dio la
vuelta.
—Ah, eres tú.
—Idiota. Sabías que era yo aun
antes de girarte –él sonrió sin
desmentirla—. Qué han
averiguado? –Mateo se cruzó de
brazos mirando a otro lado.
—Es Miguel –soltó él de pronto, y
Eloísa no supo qué la sorprendió
más, si el hecho de que él le soltara
la información de una vez y sin
pedirle promesas de guardar
silencio, o que fuera Miguel Ortiz
de quien él hablaba.
—Miguel… Miguel?
—Miguel, Miguel –confirmó Mateo
—. Tenemos pruebas de que estuvo
vigilando la casa mucho tiempo.
Desarrolló alguna especie de
obsesión por Ángela, y eso
desembocó en lo que está
ocurriendo ahora…
Se dio cuenta un poco tarde de que
Eloísa se había encogido hasta
quedar agachada en el suelo. Él se
acercó preocupado.
—Hey, estás bien?
—Qué hice?
—Qué? —Preguntó él extrañado.
—Todo esto es mi responsabilidad!
–Mateo siguió mirándola ceñudo, y
Eloísa continuó— Me lo encontré
en el edificio donde papá tiene sus
oficinas hace unos pocos días. Le
hablé de Ángela y la niña, y de Juan
José. Yo sólo… sólo quería ver qué
reacción tenía cuando le hablara de
ella. Él había sido tan extraño en
Trinidad…
—De ningún modo es
responsabilidad tuya. Él es un
enfermo. Y no lo digo porque se
haya enamorado de la mujer de su
amigo, que a cualquiera le podría
suceder, sino por las extrañas
fotografías que de ella hizo.
—Fotografías? –preguntó Eloísa,
alzando su rostro para mirarlo. Él
se había agachado hasta estar casi
sentado en el suelo. Mateo suspiró.
—Cientos de ellas. En todas estaba
Ángela. Sobre todo Ángela con
Carolina –al ver la mirada
confundida de Eloísa continuó—.
Le hice una copia a un amigo que es
psiquiatra, y me hizo el análisis,
aunque bastante por encima, ya que
fue de un momento a otro. Tuve que
contarle lo que sé de su historia, y
al parecer, Miguel no soportó que
el objeto de su amor se convirtiera
en madre.
—Sí, él dejó de buscarla en cuanto
se enteró de que estaba
embarazada, pero nosotras
asumimos que era porque la bebé
era de Juan José. Vamos, creímos
que era respeto, o quién sabe.
—No, no era respeto a Juan José –
Mateo volvió a respirar profundo, y
esta vez se sentó de veras en el
suelo—. Mateo fue abandonado por
su madre cuando era bebé. Fue
encontrado en la calle, al borde de
la inanición, y llevado al Bienestar
Familiar. Allí estuvo hasta los
dieciocho, pues nadie lo adoptó. Lo
conocimos en esa época, cuando
pedía una beca en nuestra
universidad. Se la otorgaron, pues
era brillante, y pasó con amplitud
las pruebas –la miró a los ojos.
Eloísa vio que eran unos ojos
cansados, o quizá tristes por lo que
había descubierto de su antiguo
amigo—. Ahora sé que no sólo
odiaba a Juan José. Nos odiaba a
todos. Me odiaba a mí, pues aunque
mi madre murió cuando yo tenía
doce, tuve luego a mi padre y a mi
hermana; y a Fabián, pues aunque la
madre de él murió dándolo a luz,
tuvo a sus abuelos y tíos que lo
criaron. Éramos tres jóvenes que
habían tenido grandes pérdidas,
pero que aún vivíamos en un núcleo
familiar, para él lo teníamos todo.
—Y no era así?
—Aunque lo fuera, por qué nos
odiaría? Aprendimos mucho de él,
moderamos nuestras extravagancias
de niños ricos, dejamos en gran
parte la pedantería propia de los
jóvenes de nuestro estrato por él,
por respeto a él, que era un ejemplo
para nosotros, porque aun sin nada,
él había salido adelante. Nos fue
ejemplo de fuerza y tenacidad.
—Pero estaban equivocados.
Mateo se quedó en silencio por un
rato, como perdido en recuerdos, y
Eloísa lo miró tranquilamente. No
sabía que pensar por que él le
estuviera revelando todo esto, pero
se sentía cómoda con él hablando
de temas tan trascendentales. Su
mirada bajó a sus labios, tan
carnosos, tan… parpadeó
reprendiéndose a sí misma. Y sin
embargo, la pregunta no dejó de
llegar a su mente.
Cómo besaría?
—El psiquiatra me dijo que a lo
mejor él tiene un muy mal concepto
de las madres en general –siguió
Mateo, ignorando los pensamientos
de su interlocutora—. Y que Ángela
entrara en esa categoría, fue muy
duro para él.
—Por eso le quita a Carolina? Para
quitarle ese “estigma” de madre?
—Es lo que dijo el psiquiatra.
—Oh, Dios santo! Eso
perfectamente podría indicar que no
planea devolverla! Te das cuenta?
—Sí. Sólo ruego al cielo que no
tenga el corazón para hacerle daño
a una criatura tan pequeñita e
inocente como lo es Carolina. Que
sea cual sea el plan que tuviera
para ella, no implique…
—Dios! –lloró Eloísa enterrando su
rostro entre sus rodillas. Mateo se
acercó a ella y posó una mano
sobre su espalda. Lo que le acababa
de contar era demasiado crudo y
desesperanzador, pero sabía, de
algún modo, que podía confiar en
ella. Eloísa tenía que saberlo. No
conocía aún a Carolina, pues el
mismo Juan José se había enterado
de su existencia hacía sólo tres
días, pero esa bebé era su sobrina,
y no quería que nada le sucediera.
Sin embargo, se sentía demasiado
impotente, y no le gustaba esa
sensación.
De algún modo, contarle todo a
Eloísa le hacía bien.
…Fin…