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El arco de Ulises

Títulos publicados:

1. A.Gorz, Carta a D. Historia de un amor


2. A. Comte-Sponville, La feliz desesperanza
3. P. Hadot, Elogio de Sócrates
4. H. Hesse, Viaje a Oriente
5. U. Beck, Generación global
6. R. Barthes, Del deporte y los hombres
9. Dalai Lama, La compasión universal
10. H. Bloon1, El ángel caído
11. T. Todorov, El a/Juso de la memoria

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Tzvetan Todorov /,
Los abusos de la memoria

El arco de Ulises

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T639
Ej 1

l IJllll lllll lllll lllll lllll llll llllll llll llll


)

)
)
)
Una primera versión de este texto fue presentada en Bruselas,
) en noviembre de 1992, en el congreso «Historia y memoria

) de los crímenes y genocidios nazis» organizado


por la fundación Auschwitz.
)
)
Les abus de la memoire, de Tzvetan Todorov
)
T ítulo original:
Originalmente publicado en francés, en 1995,
) por Arléa, París

)
Traducción de Miguel Salazar
)
) Cubierta de Compañía

)
) Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
) o parcial de esta obra por cualquier medio o proc edimiento, comprendidos

)
la reprografía y el tratamiento informático, y Ja distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo públicos.

)
) © 1995 Arléa
© 2000 de la traducción, Miguel Salazar
_)
© 2008 de todas las ediciones en castellano,
) Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,

)
Av Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona
www.paidos.com
)
) ISBN: 978-84-493-2181-8

)
Depósito legal: M-37162-2008

) Impreso en Talleres Brosmac, S.L.

) Pl. Ind. Arroyomolinos, 1, calle C, 31- 28932 Móstoles (Madrid)

)
Impreso en España Printed in Spain
)
-

)
)
)
La memoria intenta preservar el pasa­

do sólo para que le sea útil al presente

y a los tiempos venideros. Procuremos

que la memoria colectiva sirva para la

liberación de los hombres y no para su

sometimiento.

JACQUES LE GOFF
Mi agradecimiento a:

Jean-Michel Chaumont,
Lean Wieseltier
y Gilles Lipovetsky
por sus valiosos consejos.
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Sumario

La memoria amenazad a 13
Morfología . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Entre tradición y modernidad . . 27
El bue n uso . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Memoria y justicia . . . . . . . . . . . . 47
Singular, in comparable ,
superlativo . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
La ej emplaridad . . . . . . . . . . . . . 71
El culto a la memoria . . . . . . . . . 86

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 07

11
La memoria amenazada

Los regímenes totalitarios del siglo xx


h an revelado la e xistencia de un peligro
antes insospechado: la supresión de la
m emoria. Y no es que la ignorancia no
p ertenezca a cualquie r tiempo , al igual
que la destru cción sistemática de docu­
m entos y monumentos: se sab e , por uti­
lizar un ejemplo alej ado de nosotros e n
el tiempo y el espacio , que el emperador
azteca I tzcoatl, a principios del siglo XV,

había ordenado la destrucción de todas


las estelas y de todos los libros para po­
der recompo ner la tradición a su mane-

13
)
)

)
) ra; un siglo después, los conquistadores
)
españoles se dedicaron a su vez a retirar
)

)
y quemar todos los vestigios que testi­
) moniasen la antigua grand e z a d e los
)
ven cidos. Sin e mbargo , al no ser totali­
)
) tarios, tales regímenes sólo eran hostiles
) a los sedimentos oficiales de la memo­
)
)
ria, permitiendo a é sta su supe rvivencia
) baj o otras formas; p or ejemplo, los rela­
)
tos orales o la poesía. Tras comprender

) que la conquista de las tierras y de los


) hombres pasaba por la conquista de la
)
información y la c o municación , las tira­
)
j nías del siglo xx h an sistematizado su
_)
apropiación de la memoria y han aspira­
)

) do a controlarla hasta en sus rincones


} más recónditos. Estas ten tativas han fra­
_)
casado en ocasi o n es , pero e s verdad
)
que , en otros casos (que por definición
)
)
14
)
)
somos incapaces de enumerar) , los ves­
tigios del pasado han sido eliminados
con éxito.
Los eje mplos de una apropiación me­
nos perfecta de la memoria son innu­
merables, aunque conocidos. «Toda la
historia del "Reich mile nario" puede ser
releída como una guerra contra la me­
moria» , e scribe con razón Primo Levi; 1
pero podríamos decir otro tanto de la
URSS o de la China comunista. Las hue­
llas de lo que ha existido son o bien su­
primidas , o bien maquilladas y transfor­
madas ; las m e n tiras y las inve n cione s
ocupan e l lugar de l a realidad; s e p rohí­
be la búsqueda y difusi ón de la verdad;
cualquier medio es bueno para lograr
e ste obj etivo. Los cadáveres de los cam­
pos de conce n tración son exhumados

15
para quem arlos y dispersar luego las ce­
nizas; las fotografias, que supuestamen­
te revelan la verdad, son hábilmente ma­
nipuladas a fin de evitar recuerdos
molestos; la Hi storia se reescribe con
cada cambio del cuadro dirigente y se
pide a l o s l e c tores de la e nciclopedia
que e limin e n por sí m ismos aquellas
páginas c o nve r ti das e n indeseables.
Se cuenta que en las islas Solovetskiye se
acababa a tiros con las gavio tas para que
no pudiesen llevarse consigo los mensajes
de los p risioneros. La n e cesaria o culta­
ción de acto s que , sin embargo, se con­
sideran esenciales, conduce a p osicio­
nes p aradój icas, c omo aquella que s e
resume e n la célebre frase de Himmler a
propósito d e la «solución fimal » : «Es
una página gloriosa de nuestra historia

16
que nunca ha sido escrita y que j amás lo
será» . 2
Debido a que los regímenes totalita­
rios conciben el control de la informa­
ción como una prioridad, sus e nemigos,
a su vez , se emplean a fondo para llevar
esa p olítica al fracaso. El conocimiento,
la comprensión del régimen totalitario ,
y más concretamente d e su institución
más radical, los campos, es en primer lu­
gar un modo de supervivencia para los
prisioneros. Pero hay más: informar al
mundo sobre los campos es la m ejor ma­
n era de combatirlos; l ograr e se objetivo
no tien e precio. Sin duda ésa fue la ra­
zón por la que los condenados a trabajos
forzados en Si be ria se cortaban un dedo
y lo ataban a uno de los troncos de árbol
que flotaban por el curso del río ; mejor

17
)
)
)
que una botella arrojada al mar, el dedo
) indicaba a quien lo descubría qué clase
)
de leñador había talado e 1 árbol. La di­
)
) fusión de l a informa<::i ón p ermite salvar
)
vidas humanas: la d eporta ción de los ju­
)
)
díos de Hungría c e só porque Vrba y
) Wetzler consiguieron escapar de Ausch­
)
witz y pudieron informar sobre lo que
)
_) estaba pasando. Los riesgos de una acti­
)
vidad semejante no son en modo alguno
desdeñables: a causa de su testimonio ,
)
) Anatoly Martchenko , un veterano del
)
Gulag, regresó al campo, donde encon­
)
_) traría la muerte .
__) D esde e n tonces se puede compren­
)
der fácilmente por qué la memoria se ha
)
) visto revestida de tanto prestigio a oj os
)
de todos los e n e migos d e l totalitaris­
)
mo , por qué todo acto de reminiscencia,
)
) 18
)
)
por humilde que fuese, ha sido asociado
con la resistencia antitotalitaria ( antes
de que una organización antisemita se
apropiara de ella, la palabra rusa pamjat �
memoria, servia de tí tul o a una notable
seri e publicada en sarnizdat: * la recons­
tru c c i ó n d e l p asado ya era p ercibida
como un acto de oposición al poder) .
Tal vez , baj o la influenci a de algunos es­
critores de.talento que han vivido e n paí­
ses totalitarios, el aprecio por la memo­
ria y la recriminación del olvido se han
e xtendido estos últimos años más allá de
su con texto original . Hoy en día se oye a
menudo criticar a las democracias libe­
ral e s de Europa occidental o de Nor­
teamérica, reprochando su contribución

* En la URSS, obra censurada y difundida clan­


destinamente (N. del t.)

19
al de terioro de la memoria, al reina­
do del olvido. Arroj ados a un consumo
cada vez más rápido de informaci ó n ,
nos inclinaríamos a. prescindir de ésta
de manera no menos acelerada; separa­
dos de nuestras tradiciones, embruteci­
dos por las exigencias de una sociedad
del ocio y desprovistos de curiosidad es­
piritual así como de familiaridad con las
grandes obras del pasado, estaríamos
condenados a festej ar alegremente el ol­
vido y a contentarnos con los vanos pla­
ceres del instante. En tal caso, la memo­
ria estaría ame n az ada, ya no p or la
supresión de información, sino por su
sobreabundancia. Por tanto, con menor
brutalidad pero m ás eficacia -en vez de
fortale cerse nuestra resiste ncia, sería­
mos meros age ntes que contribuyen a

20
acrecentar el olvido-, los Estados demo­
cráticos conducirían a la p oblación al
mismo destino que los regímenes totali­
tarios, es decir, al reino d e la barbarie.

Morfología

No obstante , al generalizarse hasta ese


punto , el elogio incond icional de la m e­
moria y la condena ritual del olvido aca­
ban siendo, a su vez, p roblemáticos. La
carga e m o cional de cuanto tiene que
ver con e l pasado totalitario es enorm e ,
y quienes lo han vivido desconfían de los
intentos de clarificació n , de los llama­
mientos a un análisis previo a la valora­
ción . Aun así, lo que la memoria pone
en juego es demasiado importante para

21
)

)
dej arlo a merced del entusiasmo o la có­
) lera.
)
E n prime r lugar h ay que r e c o rdar
)

) algo eviden te : que · la m e moria no se


)
o pone en absoluto al olvido . Los dos tér­
)

)
minos para contrastar son la supresión
) (el olvido) y la conservación; la memoria
)
e s, en todo momento y necesariamen te,
)
) una interacción de ambos. El restable ci­
)
miento integral del pasado es algo por
,/
supuesto imposible (pero que Borges
)
) imaginó en su historia de Punes el memo­
)
rioso), por o tra parte, espantoso ; la me­
)
_) moria, como tal, es forzosamente una
)
selección: algunos rasgos del suceso se­
)
rán conservados, otros inmediata o pro­
)
) gresivamente marginados, y luego olvi­
)
dados. Por ello resulta profundamente
)
desconcertante c uando se oye llam ar
)
) 22
)
)
« memoria» a la c apacidad que tienen
los ordenadores para conservar la infor­
mación : a esta última operación le falta
un rasgo c o n s titutivo de la memoria,
esto es, la selec ción.
Conservar sin elegir n o es una tare a
d e la memoria. Lo que reprochamos a
los verdugos hitlerianos y estalinistas no
es que rete ng an ciertos elementos del
p asado antes que o tros -de nosotros
mismos no se puede esp erar un proce­
dimiento diferente-, sino que se arro­
guen el d e r e cho de c o n trolar l a se­
l e c c i ó n d e e le m e n tos que d e b e n s e r
conservados. Ninguna institución sup e­
rior, dentro del Estado , debería p o der
decir: usted n o tiene derecho a busc ar
por sí mismo la verdad de los hechos,
aquellos que no acepten la versión ofi-

23
cial del p asado serán castigados. Es algo
sustancial a la propia definición de la
vida e n democracia: los individuos y los
grupo s tienen el derecho de saber; y por
tanto de conocer y dar a conocer su p ro­
pia historia; n o corresponde al p o der
central prohibírselo o p ermitírselo. Por
ello la ley Gayssot, * que san ciona las
e lucubracio n e s n egacionistas , no es
bienvenida, incluso si responde a bue­
nas intenciones: no corresponde a la
ley contar la Historia; le basta con casti­
gar la difamación o la incitación al o dio
racial.
A p artir de lo dicho, se impone una
primera distinción : la que hay entre la

*Ley francesa del 13 de julio de 1990, aproba­


da con el fin de sancionar todo acto racista, antise­
mita o xenófobo. (N. del t.)

24
recuperación del pasado y su subsiguien­
te utilización. Puesto que e s e sencial
constatar que ningún automatismo vin­
cula ambos gestos: la exigencia de recu­
perar el pasado� de rec ordarlo, no nos
dice todavía cuál será el uso que se hará
de él; cada uno de ambos actos tiene sus
propias características y paradoj as. Esta
distinción , p or neta que sea, no implica
aislamiento . Como la memoria es una
selecció n , h a sido prec iso escoger entre
todas l as informaciones re cibidas, en
n ombre de ciertos criterios; y esos crite­
rios, hayan sido o no c onscientes, servi­
rán también , c on toda probabilidad ,
p ara orientar la utilización que haremos
del p asado . Sin em-b argo , desde o tr o
punto d e vista, de legitimidad y n o ya d e
origen , existe una gran discontinuidad:

25
no se puede j ustific ar un uso engaño­
)
so por la necesidad de re cordar. Nada
)

)
deb e impedir la recuperación de la me­
) moria: éste es el principio que se aplica
)
al primer pro ceso . Cuando l os aconte ci­
)
) mientos vividos por e l individuo o por el
) grupo son de naturaleza excepcional o
)
)
trágica, tal derecho se convierte e n un
) d eb e r: el de acordarse, el de tes timo­
)
n iar: Existe , e n Francia, un ejemplo per­
)
) fecto de esa tarea de recuperació n : el
) memorial de los deportados judíos, crea­
)
do p o r Serge Klarsfeld. Los verdugos
)
) nazis quisieron aniquilar a sus víctimas
)
sin dejar rastro ; el memorial recupera,
j
) e on una sen cillez c onste r n adora, los
) nombres propio s , l as fe chas de n aci­
)
mien to y las de partida hacia los campos
)
) de exterminio . Así r establece a los <lesa-
)
)
26
}
)
parecidos en su dignidad humana. La
vida ha sucumbido ante la muerte , pero
la memoria sale victo riosa en su comba­
te contra la n ada.
Sin embargo , no se puede formular
algo tan sencillo en relación con el se­
gundo pro ceso, de la utilización de la
memoria; y, en consecuencia, del papel
que e l pasado debe desempeñar en el
presente .

Entre tradición y modernidad

Hay que decir a este respecto que inclu­


so l a mirada histórica más superficial
nos revela e nseguida que las diferentes
sociedades aplican a este problema unas
soluciones muy diversas . El pasado y su

27
recuerdo no pueden asumir l a misma
función en una sociedad sin e scritura,
como las antiguas civilizaciones africa­
nas, y e n una sociedád tradicional alfa­
b e tizada, c o m o la Europa de la E dad
M edia. Ahora bien; como todos sabe­
mos, desde e l Renacimien to y más aún
desde el siglo XVIII se ha creado en Eu­
ropa un tip o d e sociedad, del que no
existía ningún ejemplo anterior, que ha
dej ado de apreciar incondicionalmente
las tradicion e s y el pasado, que ha arran­
cado la edad d e oro, como decía e l uto­
pista Saint-Simon , para ubicarla en el
porvenir, que ha hecho retroceder a la
memo ria en beneficio de o tras faculta­
des. En ese sentido , quien e s deploran la
fal ta de considerac ión hacia la memoria
en las sociedades occidentales contem-

28
poráne as n o van desenc am inados : se
trata de las únicas sociedades que no se
sirven del p asad o como de un medio
privilegiado de legitimación , y no o tor­
gan u n lugar de honor a la memoria.
Aún habría que añadir que en nuestra
sociedad esta caracterís tica es constituti­
va de su misma identidad, y que por c on­
siguien te no p odríamos excluir una sin
transformar la otra en profundidad.
Por lo demás:- el lugar de la memo­
ria y el papel del pasado tampoco son
los mismos en las diferentes esferas que
c o m p o n e n nuestra vida social, sino
que participan en configuraciones dife­
rente s . En nuestra comprensión general
de la vida pública, hemos pasado, como
dicen los filósofos, de la heteronomía a
la autonomía, de una sociedad cuya legi-

29
)

) timidad procede de la tradició n , luego


) de algo que le es externo, a una sociedad
)
)
regida por el modelo del c o n trato , al
) que cada cual aporta ·-o no- su adhe­
)
sión . Ese contrato , como se sab e , carece
)
) de toda realidad históric a o antropoló­
) gica; pero nutre el modelo que regula
)
nuestras insti tu ci o ne s. El recurso a la
)
) memoria y al p asado es sustituido por el
)
que se origina en e l c onsentimiento y en
}
) la elección de l a m ayoría. Todas las hue­
) llas de legitimación mediante la tradi­
)
ción no son eliminadas, nada más lej os;
)
) pero , y esto es e sencial, es lícito oponer­
}
se a la tradición e n nombre de la volun­
}
) tad general o del bienestar común : con­
) tinuos ej emplos se p resentan a nuestra
)
vista. La memoria e s aquí destronada,
)
no en provecho del olvido , por descon-
)

)
30
)
)
tado, sino de algunos principios univer­
sales y d e la «voluntad general » . Otro
tanto se dirá del ámbito jurídico en su
conjunto .
La ciencia e s otra e sfera donde la me­
moria ha perdido muchas de sus prerro­
gativas. No sería erróneo sostener que
la ciencia m oderna se constituyó en el
Ren acimiento me diante un franquea­
mien to progresivo de la tu tela en exceso
puntillosa de la memoria. Al dej ar de re­
petirse el saber escolástico , la supuesta
sabiduría de los antiguos , dej ando de
lado e l sistema de Ptolomeo y las clasi­
ficacio n e s de Aristó tele s, las c i e n cias
pudieron emprender un nuevo vuelo. Al
decidir no pensar más en la antigua re­
presentación del mundo , se logró inte­
grar los resultados de lo s grandes descu-

31
brimien tos geográfico s e n una visión
nueva (y que sigue siendo la nuestra) .
Descartes afirmará, de manera conclu­
yen te , que es posible·progresar en el c o­
nocimiento « por medio de una redu c­
ción de las cosas a las causas » , y que , en
conse cuen cia, «no es nece saria la me­
moria para todas las ciencias» . 3 La m e­
moria es ahora rechazada en provecho
de la observación y de la experiencia, de ,
la inteligen cia y de la razón . Una vez
más, ese reinado n o es absoluto y n o
debe serlo (las mismas ciencias poseen
un pasado que no dej a de incidir sobre
su pre sen te ) , pero el predominio es in­
cuestionable: no hay más que ver el lu­
gar ocupado e n nuestra educación ge­
neral por las matemáticas, disciplina del
razonamie n to , en comparación con la

32 �(Í<A: l>'"Ji�o de -""- ,+,r lo..)


� o CAJ---\._R..o u_io.-� '.
historia, la ge ografía o las letras, discipli­
nas de la memoria.
El arte o c ci dental se distingue de las
o tras grandes tradiciones artísticas, por
ej emplo en China e India, por el lugar
re servado a l a innovación , a la inve n­
ción , a la originalidad. Hasta el punto
de que en el siglo XIX surgió la idea de
vanguardia artística, movimiento que se
articularía e n torno al futuro e n vez del
pasado; y que el criterio de n ovedad se
ha convertido en ocasiones e n la única
( por tanto , ab surda) condición de valor
artístico . En nuestros días, el viento ya
no sopla a favür de las vanguardias, y se
prefiere la e s té tica llamada p osmoder­
na, que exhibe por el contrario su cone­
xión, a veces lúdica, con el p asado y la
tradición . E n realidad, las c o sas no son

33
) tan diferentes como pre ten den los ma­
)
n ifie stos de los creadore s: hay posibi­
)

) lidades de innovación en e l seno de la


) poética medieval o de la pintura clásica
)
china, y los autores, incluso los más van­
)
) guardistas, siempre .le de ben mucho a la
)
tradición , aunque sea p orque intentan
)
) distinguirse de ella. En general, el papel
) de la memoria en la cre ación artística es
)
subestimado ; el arte realme n te olvidadi­
)
) zo con el pasado no c o nseguiría hacerse
)
comprender. Pero e s importante seña­
)
)
lar que , una vez más , la oposición no se
) da entre la memoria y el olvido, sino en­
)
tre la memoria y o tr o aspirante al lugar
)
) de honor: la creación o la originalidad.
)
La cultura, en el sentido que los e tnó­
)
)
logos atribuyen a dicha pal abra, es e sen­
) cialmente algo que atañe a la memoria:
)
)
34

)
es el conocimiento de cierto n úmero de
códigos de comportamiento , y la capaci­
dad de hacer uso de ellos. Estar en pose­
sión de la cultura francesa e s antes que
nada conocer la historia y la geografía
de Francia, sus monumentos y sus docu­
mentos, sus maneras de obrar y de pen­
sar : U n ser de sprovisto de c ultura e s
aquel que n o ha adquirido j amás l a cul­
tura de sus antepasados, o que la ha olvi­
dado y perdido. Pero las culturas occi­
dentales poseen . una especificidad más:
primero porque , a pesar d e l e tnocen­
trismo de sus miembros, han sido im­
pulsadas desde tiempo atrás a recono­
cer la existe ncia y el valor de las culturas
extranjeras, y a aceptar la m ezcla con
ellas; después, porque han valorado , al
menos desde el siglo XVIII, la capacidad

35
de desprenderse de la cultura de origen .
Los filósofo s de l a Ilustración terminan
por ver en e sa capacidad -en la perfecti­
bilidad- e l rasgo distintivo del género
humano. Los individuos que consiguen
superar las desventaj as de su entorno de
partida, las sociedades que se arroj an a
la revoluci ó n , son prej uzgados favora­
blemente . Nosotros no creemos hoy, a
diferencia de algunos de aquellos filóso­
fos, que e l espíritu del hombre sea una
tabla rasa, independiente de su cultura
de origen , y que , ente indeterminado ,
todas sus opciones sean igualmente pro­
bables; p e ro seguimos anteponiendo la
libertad a la memoria.
No vale la pena proseguir esta enu­
meració n : cualquiera que , en concreto ,
sea el lugar de la memoria en cada una

36
de e sas esferas, se desp renden algunas
certezas gene ral es. Primero , aquélla re­
feren te a la pluralidad y diversidad pro­
pias de las esferas. Desp ués, e l hecho de
que la memoria se articula con o tros
principios rectores: la voluntad, el con­
sentimiento , el razonamien to , la crea­
ción, la libertad. Queda finalmente cla­
ro que , en las sociedades occidentales,
la m emoria no o cupa, p or regla general,
una posición dominante . ¿Qué decir en­
tonces de la esfera de las conductas pú­
blicas, é ticas y p olíticas?

El buen uso

La vida afec tiva del individuo nos ofrece


a e ste respecto un paralelismo clarifica-

37
dor. Es sabido que e l psicoanálisis atri-
.
buye un lugar central a la memoria. Así,

) se considera que la neurosis descansa


) sobre ese trastorno particular en la rela­
)
ción con el pasado que consiste en la re­
)
) presión. El suj e to h a apartado de su me­
)
moria viva, de· su conciencia, algunos
j
) hechos y sucesos sobrevenidos en su pri­
) mera infancia y que le resultan , de un
)
modo u otro , inac e p tables. Su curación
)

-median te el análisis- pasa p or la re­


)
cuperación de l o s recuerdos reprimi­
)
) dos. Pero ¿qué h ará con ellos el suj eto , a
) partir del momento en que l o s h aya
)
reintegrado a su conciencia? N o tratará
)
) de atribuirles un lugar dominante -el
)
adulto no podría regular su vida según
)
)
sus recuerdos de infancia-, sino que
) más bien los hará r e troceder a una posi-
)
)
38
)
)
ción periférica donde sean inofensivos,
a fin de controlarlos y poder desactivar­
l o s . Mien tras e s taban siendo reprimi­
dos, los re cuerdos permanecían activos
(obstaculizaban la vida de l suj e to ) ; aho­
ra que h an sido recuperados, no pue­
den ser o lvidado s pero sí dej ados d e
lado . Otra forma de marginación de los
recuerdos se produce en el duelo: en un
primer momento , nos negamos a admi­
tir la pérdida que acabarnos de sufrir,
pero progre sivamen te , y sin dej ar d e
añorar a l a p ersona fallec ida, modifica­
mos el estatuto de las imágenes, y cierto
distanciamiento contribuye a atenuar e l
dolor.
La recuperación del pasado es indis­
pensable; lo cual no significa que el p a­
sado deba regir el pre sent e , sino que , al

39
contrario , éste hará del pasado el uso
que p refiera. S e ría de una ilimitada
crueldad re cordarle continuam e n te a
alguien los sucesos más dolorosos de su
vida; tambié n existe e l derecho al olvi­
do. Al final d e su asombrosa crónica
ilustrada de doce años pasados e n el Gu­
lag, Euphro sinia Kersnovskaia escribe :
. «Mamá. Tú me h abías pedido que e scri­
biera la historia de aquellos tristes "años
de aprendizaj e ". He cumplido tu última
voluntad. Pero ¿ n o hubiese sido mej or
que todo ello cayera en el olvido? » . 4 Jor­
ge Semprún ha explicado , en La escritu­
ra o la vida, cóm o , en un m o m e n to
dado , el olvido lo curó de su exp eriencia
en los campos de concentración. Cada
cual tiene derecho a decidir.
Lo cual no quiere decir que el indivi-

40
duo pueda llegar a ser completamen te
indepen diente de su pasado y disponer
de éste a su antojo, con toda libertad.
Tal cosa no será posible al e star la iden­
tidad actual y personal del suj eto cons­
truida, e n tre otras, por las imágenes que
éste posee del pasado . El yo presente e s
una e scena en l a cual i n tervienen como
person aj es activos un yo arcaico , apenas
conscien te , formado e n la primera in­
fancia, y un yo reflexivo , imagen de la
imagen que los d emás tienen de noso­
tros -o más bien de aquella que ima­
ginamos e s tará pre sente e n sus men­
tes-. La memoria no es sólo responsable
de nuestras convicciones, sino también de
nue str o s s e n timiento s . Experimentar
una tr�menda revelación sobre el pasa­
do, sintiendo la obligación de reinter-

41
pretar radicalme n te la imagen que uno
se h acía de sus allegados y de sí mismo ,
) e s una situación p eligrosa que pue de
1

hacerse insoportable · y que será rechaza­


/

)
) da con vehemencia.
)
Volvamos ahora a la vid a pública y
J
1

)
p e n semos e n aquella hi storia contada
) por el explorador del continente ameri­
)
cano Américo Ves puccio. Tras h aber
)
) descrito los encuentros de los europeos
con la población i ndígena, que oscilan
)
bien hacia la colaboración, bien hacia el
) ' ,, ,. .

) enfrentamiento, explica que los diferen-


)
tes grupos indígenas hacen a menudo la
)
) guerra e n tre e ll o s. ¿ Cuál e s la razón?
) Vespuccio propo n e la siguien te explica­
)
'
ción: «Ellos no luch an ni por e l poder ni
/

) por extender su territorio ni impulsa­


)
dos por algún otro deseo irracional , sino
)

)
42
a raíz de un odio antiguo, alojado en ellos
desde hace largo tiempo» . 5 Si Vespuccio
estaba en lo cierto , ¿no deberíamos de­
sear que tales poblacione s olvidaran un
poco el o dio para poder vivir en paz ,
que dej aran d e lado su rencor y hallaran
un m ej or uso para la ene rgía así libera­
da? Sin embargo, eso sería sin duda que­
rerlos distintos a como son.
A e ste ej emplo casi mítico de abuso
de la memoria, se pueden añadir o tros
extraídos de la actualid ad. U na de las
grandes justificacion e s de los serbios
para explicar su agresión contr a l o s
otros pueblos de l a ex Yugoslavia s e basa
en la Historia: los sufrimientos que ellos
han causado no serían más que un des­
quite por lo que los serbios han sufrido
en el pasado ; c ercano (la Segunda Gue-

43
rra Mundial) , o l ej ano (las luchas contra
.
l o s turcos musulman e s ) . Si e l pasado
debe regir el presente , ¿quiénes, entre
judíos, cristianos y músulmanes, podrían
renunciar a sus pretension e s territoria­
les sobre Jerusal én? ¿Acaso israelíes y
palestinos no tenían razón, reunidos en
torno a una m e sa, en Bruselas en marzo
de 1 988, al e xpresar e l convencimiento
de que «simplemente para comenzar a
hablar, hay que poner el pasado entre
parénte sis» ? 6 En Irlanda del Norte , has­
ta hace bien p o c o , los católicos naciona­
listas manifestaban su voluntad de « no
olvidar y no perdonar» , y sumaban cada
día nuevos n ombres a la lista de víctimas
de la violencia, l o que a su vez provocaba
una contraviolencia repre siva, una ven­
ganza inacabable que j amás podrían in-

44
terrumpir un nuevo Romeo y una nueva
Julieta. Y se escucha afirmar a voces con­
vin c e n tes que una par te no desdeñable
del infortunio de 1 os n egros americanos
proviene no de las discriminaciones que
sufren en el presente , sino de su incapa­
cidad para superar el pasado traumáti­
co de l a esclavitud y las discriminaciones
de que fueron víctimas; y de la ten ta­
ción subsiguiente , corno escribe Shelby
Ste el e , « de explotar aquel pasado de su­
frimien tos como una fuente de poder y
de privilegios» . 7
En e l mundo moderno, el culto a la
memoria no siempre sirve para las bue­
nas c ausas, algo que no tiene por qué ser
sorprendente . Co mo recuerda Jacques
Le Goff, «la conmem oración del pasado
conoce un punto culminante en la Ale-

45
mania nazi y la Italia fascista» , y se po­
J

J dría añadir a esta lista la Rusia estalinis­


J
ta: sin duda, un pasado cuidadosa� ente
)
J
sele c cionado , pero un pasado p ese a
J todo que permite reforzar el orgullo na­
J
cional y suplir la fe ideológi ca en decli-
J
J ve. En 1 881, Paul D éroulede , fundador
J
d e la Liga de patrio tas y militarista con­
J
J vencido , proclamó :
)
)
]'en sais qui croient que la haine s'apaise:
)
) Mais non! l 'oubli n 'entre pas dans nos
)
coeurs, *
_)
)
J allanando de esa forma el terreno para la
)
carnicería de Verdún. Sin saberlo , sus pa­
J
)
* Sé que creen que el odio se aplaca:
)
no
J ¡De ningún inodo! El olvido entra en nues-
) tros corazones (N. del t.)
)

) 46
)
)
labras confirmaban una formulación de
Plutarco 8 según la cual la política se defi­
ne como aquello que sustrae al odio su ca­
rácter e terno -dicho de otra inanera,
que subordina el pasado al presente .

Memoria y justicia

La simple expo sición de e stos ej em­


plos, ofrecidos desordenadamente, basta ... _

_
para mostrar, también en la esfera de la
vida pública, que no todos los recuerdos
del pasado son igualme nte admirables;
cualquiera que alimente el espíritu de
venganza o de desquite suscita, en todos
los casos, cie rtas reservas. Es legí timo
preferir el g esto del presiden te polaco
Lech Walesa de invitar a los represen-

47
tante s de los gobiernos alemán y rus?
para conmemorar el cincuenta aniversa­
rio de la insurrección de Varsovia: «El
tiempo de la división y de la confronta­
ción ha llegado a su fin» . Por tanto, la
pregunta que debemos h ac ernos e s:
¿existe un modo para distinguir de ante­
mano los buenos y los malos usos del
pasado? O , si nos remitimo s a la consti­
tución de la memoria a través de la con­
servación y, al mismo tiempo, la selec­
ción de info rmaciones, ¿ cómo definir
los criterios que nos permitan hacer una
buena selección? ¿O tenemos que afir­
mar que tales cuestiones n o pueden re­
cibir una respuesta racional, debiendo
contentarnos con suspirar por la desa­
parición de una tradición colectiva que
nos somete y que se encarga de seleccio-

48
n ar unos hechos y rechazar o tros, y re­
signándonos por consiguiente a la infi­
nita diversidad de los c asos particulares?
Una manera -que practicamos coti­
dianamente- de distinguir los buenos
usos de los abusos consiste en pregun­
tarnos sobre sus resultados y sopesar e l
bien y el mal de los actos que se preten­
den fundados sobre la memoria del pa­
sado: prefiriendo, por ej emplo , la paz a
la guerra. Pero también se puede , y es la
hipótesis que yo quisiera explorar aho-
ra, fundar la crítica de los usos de la me­
moria en una distinción entre diversas
formas de reminis c e n cia. El aconte c i­
miento recuperado puede ser leído de
manera literal o de manera ejemplar. Por
un lado, ese suceso -supongamos que 1

u n segmento doloro s o de mi pasado o i


49
)
)
)
) del grupo al que p ertenezco- e s pre­
) servado en su literalidad (lo que n o sig­
)
nifica su verdad), p e rman e c i e n d o in­
)
) transitivo y no conduciendo más allá de
)
sí mismo. En tal caso, las asociaciones
)
) que se implantan sobre él se sitúan en
) directa contigüidad: subrayo las causas y
)
las c onsecuencias d e e se acto , descubro
)
) a todas las p erso nas que puedan estar
)
vin c uladas al autor inicial de mi sufri­
)
}
miento y las acoso a su ve z, estable cien­
) do además una continuidad entre· el ser
)
que fui y el que soy ahora , o el pasado y
)
) el presente de mi p ueblo, y extiendo las
)
consecuencias del trauma inicial a todos
)
)
los instantes de la e xistencia.
) O bien, sin negar la propia singulari­
)
dad del suceso, de cido utilizarlo , una
)
) vez re cuperado , como una manife sta-
)
) 50
)
)
-

\ c)J2P-
).R ..,-t. ción entre o tras de una categoría rnás
'' �
general, y me sirvo de él como de un

V..,
� modelo
... p ara comprender situaciones
nuevas, con agente s dife rentes. La ope­
ración es dobl e : por una parte , como en
un trabaj o de psicoanáli sis o un duelo,
neutralizo el dolor causado por el re­
cuerdo , con trolándolo y marginándolo;
p ero , por o tra parte -y es e n tonces
cuando nue stra condu c ta dej a de ser
-�- - . - ,

privada y entra en la esfera pública-,


...-r-- - ..___ - - �· - ..

abro ese recuerdo a la an alogía y a la ge-


neralización, construyo un exemplum y
extraigo una lección . El pasado se con-
-- -- �...---...._ .,

vierte p o r tanto e n principio de acción


--- --
"-._..- -- ----

para el presente . En este caso, las asocia-


ciones que acuden a mi mente depen­
den de la semej anza y no de la contigüi­
dad, y más que asegurar mi propia

51
id e n ti dad, in ten to buscar explicación a
mis analogías. Se podrá decir entonces,
en una primera aproximación , que la
memoria literal, sobre todo si es llevada
al extremo , es p ortadora de rie sgos,
mientr as que la m e m oria ej e mplar es
p o te n cialmente lib e radora. Cualquier
lección no es, por supuesto , buena; sin
e mbargo , todas ell as pueden ser evalua­
das con ayuda de los criterios universa­
les y racionales que sostienen el diálogo
entre personas, lo que no es el caso de
los recuerdos literales e intransitivos, in­
comparables entre sí . El uso literal, que
convie rte en insuperable el viej o aconte­
cimiento , desemboca a fin de cuentas
en el sometimiento del pre sen te al pasa­
do . E l uso ej empl ar, por el c o n trario ,
permite utilizar el pasado con vistas al

52
prese n te , aprovechar las lecciones de las
inj u s ticias sufridas p ara luchar c o n tra
las que se producen h oy día, y separarse
del yo para ir hacia e l otro .
H e hablado de dos formas de memo­
ria porque en todo momento conserva­
mos una parte del p asado . Pero la c o s­
tumbre g e n e ral ten de ría más bien a_
den o minarlas con dos términos dis tin­
tos que serían, para la memoria literal,
m emoria a se cas, y, p ara la memoria
ej e mplar, j usti cia. La j u sticia nace cierta­
m ente d e la generali z ación de la acu­
sación p articular, . y e s por ello que s e
encarna en l a ley impersonal, adminis­
trada por un juez anó nimo y llevada a l a
práctica por unos jurados que descono­
cen tanto a la persona del acusado como
a la del acusador. Por supuesto que l as

53
)

)
! víctimas sufren al verse reducidas a no
) ser más que una m an ifes tación e n tre
J otras del mismo signo, mientras que la
)
J historia que les h a o currido es absolu-
J tamente única, y pueden , como a me­
J
nudo h acen los padre s de n iños violados
J

J o asesinados, iamentar que los crimina­


)
les escapen a la pena capital, la pena de
)
J muerte . Pero la justicia tiene ese precio ,
J y no es por casualidad que no p uede ser
)
administrada por quienes hayan sufrido
J
J el daño : es la « des-individuació n » , si así
J
se pu ede llamar, lo que permite el adve­
.J
.J nimien to de la ley.
J El individuo que no consigue com-
J
pletar e l llamado perí o do de duelo , que
J
J no logra admitir la realidad de su pérdi­
J da de sligándose del doloroso impacto
)
J
emocional que h a sufrido , que sigue vi-
)
) 54
)
)
viendo su pasado en vez de integrarlo e n
e l presente , y que está dominado por el
recue rdo sin p o der c o n trolarlo (y e s ,
c o n distin tos grados, e l caso de todos
aquellos que han vivido e n los campos
de la muerte ) , es un i ndividuo al que
evide n temente hay que c ompadecer y
ayudar: involuntariamente se condena
a sí mismo a la angustia sin re medio ,
cuando n o a la locura. El grupo que n o
c onsigue desligarse d e l a conmemora­
ción obsesiva del pasado , tanto más difi­
cil de olvidar cuan to más doloro s o , o
aquellos que , en el seno de su grupo , in­
citan a éste a vivir de ese modo , mere c e n
menos consideración: en este caso , e l
pasado sirve para reprimir e l pres e n te , y
e s ta repre sión n o e s m e nos peligr o s a
que l a anterior. Sin duda, todos tienen

55
derecho a recuperar su pasado , p ero no
hay razón para erigir un culto a la me­
moria por la m e moria; sacralizar la me­
m oria e s o tro modo de hacerla estéril .
U n a vez restablecido el pasado , la pre­
gunta debe ser: ¿para qué pued e servir,
y con qué fin?

Singular, incomparable, superlativo

Sin e mbargo , son muchos quienes re­


chazan la m emoria ej emplar. Su argu­
m ento habitual e s como sigue : e l suceso
del que e stam o s h ablando es absoluta­
m ente singular, pe rfectame n te único, y
si inte n tan c ompararlo c o n o tros, eso
sólo se puede explicar por su deseo de
profanarlo , o bien incluso d e atenuar su

56
gravedad. Este argum e nto es particular­
mente frecuente e n el debate sobre e l
genocidio de los j udíos perpetrado por
los n azis en el curso de la Segunda Gue­
rra Mun dial, sobre lo que también se
conoce , para subrayar su singularidad,
como e l h olocausto o la Shoah. Sucedió
incluso que en diciembre de 1 993 acudí
a un c ongreso organizado por el museo
d e Auschwitz , en Polonia, y donde se
sostenía «La unicidad y la incomparabi­
lidad del holocausto » .
D efender que un suceso como e l ge­
n o cidio de los judíos e s a la vez singular
e incomparable e s una afirmación que
probablemente esconde o tra, ya que , to­
mada al pie d e la letra, resulta demasia­
d o banal o absurda. En efecto , cada su­
c e so , y n o só lo el más traumático d e

57
)
)
! todos, es absolutamen te singular. Para
J seguir con e l registro de lo horrible, ¿no
)
es acaso única la destrucción casi com-
)
J ple ta de la población de todo un con ti­
) nente , América, e n e l siglo XVI? ¿No e s
)
ún ica la reducción masiva a la esclavitud
) ,,.
J de la población de otro continente, Afri-

J ca? El confinamiento de quince millo­


)
) nes de detenidos en los c ampos estali-
) nistas, ¿no es acaso único? Además, se
.)
po dría añadir que, al ser examinados
J
J con más detalle, los acontecimientos que
J llenan de j úbilo no son menos un1cos
)
j qu e las atrocidades .

J A menos que, p o r o tro lado, se en­


)
tienda por « comparación » identidad o
)
J cuan to m e n o s e quivalencia, n o se ve

J con claridad en n ombre de qué p rinci­


J
J
pio admitido en el debate público se po-
;

) 58
)
)
dría rechazar cualquier c omparación de
un hecho con o tro. Hablo de «debate
público » porque e stá claro que , en otras
circunstancias, el uso de la comparación
se puede revelar inconveniente , incluso
ofensivo . No le diremos a una p ersona
que acaba de perder a su hij o que su
pena es comparable a la de muchos otros
padres infortunados. Hay que insistir por
e n cima de todo y n o desdeñar este pun­
to de vista subj e tivo : para el individuo , la
experiencia es forzosamente singular, y,
ade m ás , la más intensa de todas . Hay
cierta arrogancia de la razón , insoporta­
ble para el individuo al verse desposeí­
do , en nombre de consideraciones que
le son aj enas, de su expe riencia y del
sentido que le atribuía. Se comprende
también que quien se halle inmerso en

59
-�
!

una e xp e ri e ncia m í stica rec h ac e , por


princ ipios, cualquier comparación apli­
cada a su experi e n c ia, e incluso cual­
quier utilización del lenguaj e con esa in­
tención . Una experiencia así es, y debe
permanecer, inefable e irrepresentable,
incomprensible e incognoscible, por ser
sagrada.
En sí mismas, tales actitudes merecen
respeto , pero son ajenas al debate racio­
nal. Para é ste la comparación, lej os de
excluir la unicidad, es, al contrario, el
único m o d o de fun darla: en efe c to ,
¿cómo afirmar que un fenómeno e s úni­
co si j amás lo he c omparado con algo?
No seamos como aquella e sposa de Us­
bek, en las Cartas persas de Montesquieu,
que le dic e e n un mismo suspiro que él
es el más bello de los hombres y que ella

60
j amás h a visto a o trü. Quien dice com­
p aración dice semejanzas y diferencias.
Hablando de los crímen e s del nazismo,
varias comparaciones acuden a la men­
te , y todas ellas nos per mite n -aunque
en grado s dife re n t e s- avanzar en su
comprensión . Algunas de sus caracterís­
ticas se repite n en el genocidio de los ar­
menios, o tras, en los campo s soviéticos,
y o tras, e n la reducción de los africanos
a la esclavitud.
Por supuesto , hay que tomar algunas
pre c aucion e s : p e ro é s tas n o contradi­
cen el gobierno del sentido común. Está
claro , por ej e mpl o , que no h ay que con­
fun dir las re alidade s h istóricas (régi­
m e n hitl eriano y régimen e stalinista,
p ara ceñirnos a este ejemplo tan parti­
cular m e n te sensible) y las represe n ta-

61
ciones ideológicas que estos regímenes
) e ligieron darse a sí mismos: una cosa es
comparar dos doctrinas , nazismo y leni­
)
) nismo , y otra, Auschwitz y Kolyma. Re­
)
cordemos tamb i é n que comp arar no
)
)
significa explicar ( mediante una rela­
) ción causal) , y mucho menos p erdonar:
)
los crímenes n azis no se explican por los
)
) crí menes estalinistas, como tampoco al
.)
revés, y, ya se h a dicho a menudo , la exis­

)
ten cia de unos no convierte de ningún
) modo en menos culpable la perp e tra­
ción de los o tros. La apertura de los ar­
)
..) chivos secre tos soviéticos, de los cuales
. .
)
ya se posee una primera impres1on, nos
_)
)
en señará sin duda mucho sobre la com­
) pli cidad secreta que unía a ambos regí­
)
menes en los años treinta del siglo xx;
)
) la conde nación de cada uno de sus crí-
)
)
62
)
)
m e n e s n o sigue siendo m e n o s abso­
luta.
Si realmente se creyera que un suceso
como el genocidio de los judíos se ca­
racteriza por su « singularidad única» ,
que sería incomparable a « cu alquier
otro suceso pasado , presente o futuro » ,
estaríamos en e l dere cho de denunciar
las equiparaciones llevadas a cabo en to­
d as partes; pero no de utiliz ar aquel ge­
n ocidio como ej emplo de esa iniquidad
cuyas o tras manife staciones también
h ay que re chazar -lo que , sin embargo ,
no deja de hacerse- . Es imposible afir­
mar a la vez que el p asado ha de servir­
nos de lec ción y que es incomparable
c on el presente : aquello que es singular
no nos enseña nada para e l porvenir. Si
el suceso es único , podemos conservar-

63
lo en la memoria y actuar en función de
ese recuerdo, pero no podrá ser utiliza­
do como clave p ara otra ocasión ; igual­
mente , si desciframos en un suceso pa­
sado una lección para e l prese n te , es
que reconocemos en ambos unas carac­
terísticas comun e s . Para que la colectivi­
dad pueda sacar p rovecho de la expe­
riencia individual , debe rec o n o c e r lo
que é sta puede t e n e r en común con
otras. Proust, gran conocedor de la me­
moria, había señalado claramente esta
relación : «Pero no hay lección que apro­
veche -escribía-, porque no se sabe
descender hasta lo general y siempre se
figura uno que se encuentra ante una
experiencia que no tiene pre c e d entes
en el p asado» . 9
Estos principios parecen obvios; pero

64
todos sab e mos que cuando son aplica­
dos al nazismo se desencadenan las pa­
siones y h ay una legión de desacuerdos .
Por un lado se afirma, como leí recien­
temente e n un pequeño texto difundi­
do por una federación d e deportados
en Fran c i a : «El si stem a nazi no tie n e
equivale n te en la Historia. N o puede ser
comparado con ningún o tro régimen,
por "totalitario " e incluso sanguinario
que é ste s ea» . Por el otro , la posibilidad
de la comparación es e sgrimida, como si
se tratase de una justificación, de una
minimización de lo sucedido . No se tra­
ta, evidentemente , de una discusión abs­
tracta sobre la metodologí a científica.
¿De qué , e n tonces?
Cuan d o se habla de una cualidad
« singular » , lo que ha sido visto más a

U M�\ c�-0� 65
O Qu;,HA -
'

� � vol\e-\o c
menudo es, en realidad, una cualidad
superlativa: se afirma que es el m ayor o
e l peor crimen de l a historia de la hu­
)
manidad; lo cual, dicho sea de p aso , es
)
) un juicio que n o puede resultar más que
)
de una comparació n . En nuestra época,
}
) el hitlerismo apareció como una encar­
) nación perfecta del mal ; como también
)
se afirma al respecto en el mismo texto
)
) de la federació n d e deportados, «sigue
.J
siendo el símbolo del horror absoluto » .
)
)
Un privilegio tan triste hace que cual­
) quier otro suceso comparable sea per­
)
cibido a su vez en relación con aquel
)

) mal absoluto . Lo cual, segú n sea el pun­


)
to de vista en que nos situemos, el del hi­
)
)
tle rismo o el del estalinismo , toma dos
) significados o puestos: por parte hitl e­
)
riana, toda comparación e s p e rcibida
)

)
) 66
)
)
como una j ustificación; por p arte esta­

linista, c o m o una acusaci ó n . En rea­


lidad las cosas son un p oc o más com­
p l ej as , p orque h ay que distinguir, en
cada campo , a los verdugos y a las vícti­
mas; o , más exactamente, porque el paso
del tiempo p rovoca que nosotros ten­
gamos cada vez menor relación con
las víctimas y los verdugos reales, con los
grupos que , p or razones de p ertenen­
cia nacional o ideológica, se reconocen,
aunque sea inconscientemente , en uno
u otro papel. Lo que nos lleva a distin­
guir cuatro reacciones tí picas frente a la
comparación entre Auschwitz y Kolyma,
hallándose p aradójicamente próximos
los verdugos de un lado y las víctimas
del otro.

67
l . Los «verdugo s» del lado hitleriano
están a favor de la comparación, porque
les sirve de justificación.
2 . Las «víctimas» del lado hitleriano
están en contra de la comparación, por­
que ven e n ella una justificación.
3. Los «verdugos» del lado estalinista
están en contra de la comparación, por­
que ven e n ella una acusación .
4. Las «víctimas» del l ado estalinista
están a favor d e la comparación, porque
les sirve de acusación.

Naturalmente hay excepciones a este


determinismo psicopolí tic o , y volveré a
ello . Sin e mb argo =' en una primera apro­
ximación , existen muchas posibilidades
de que p odamos adivin ar la opinión de
una persona sobre el tema si sabemos en

68
qué grupo se re c onoc e . P ara los disi­

dentes y o positores del régimen comu­


nista en l o s d e c e nios anteriore s , por
eje mplo, l a comparación era evidente,
hasta el punto de que quie n luego fue
presidente de Bulgaria, Jéliu Jélev, a la
sazón oscuro inve stigador de historia y
ciencias políticas, se había limitado a es­
cribir, para combatir al régimen comu­
nista en Bulgaria, una obra titulada Le
Fascisme, dedicada a los movimientos po­
líticos de la década de 1 930 en Europa
occidental. La censura oficial había com­
prendido perfectame n te su contenido
implícito y prohibió el libro; Jélev fue ,
además, despedido de su empleo ! E n su
prefacio a la re edició n del libro , e n
1 989, tras la caída de los regímenes co­
munistas, J élev, pudiendo ya llamar a las

69
cos as por su nombre , continúa hablan­
do de la « c oincidencia absoluta de las
)

)
dos variantes del régimen totalitario, la
(_)

) versión fascista y la nuestra, comunista» ;


)
si es nece sario señalar a toda costa una
)

) diferencia, ésta será a favor del fascismo :


) «No solamente perecieron antes los re­
)
gímenes fascistas, sino que fueron ins­
)
) taurados más tarde , lo que demuestra
)
qu e no son más que una pálida imita­
)

) ción, un plagio del régimen totalitario


) verdadero , auténtico , p erfe c to y logra­
)
do » . 10
)
) Aquellos que se sienten cercanos a las
)
tesis o a los poderes comunistas, en el
)
) este y en el oeste, están en contra de la
) comparación; igual que quienes se reco­
)
nocen en las víctimas judías del hitleris­
)
) mo. Los alemanes, por su parte, se pue-
)
)
70
)
)
den proyectar en los dos tip os de actitud
p rovocada por el hitlerismo Y valorar,
como ha mostrado el reciente « debate
de los histori adores» , bien las semejan­
zas, bien las diferencias entre los dos re­
gímenes. Los mencionados grupos 2 y 3
e stán, por tanto, a favor de la memoria
literal; los grupos 1 y 4, de la memoria
ej emplar.

La ejemplaridad

An te todo , digamos una palabra sobre


esa reivindicación del superlativo . Está
p ermitido , cre o , no intere sarse por los
hit-parades del. sufrimiento , por las jer�r-
. �. BT .. ,
B
· . tfríá"'.�
, ,, "

quías exactas e n el martir ·

vez superado cierto umbr �os críme- '

E-
Ul
nes contra la hum anidad se e sfuerzan
innecesariamente por seguir siendo es­
pecíficos, por conducir al horror sin ma­
tices que suscitan y a la condenación ab­
soluta que mere c e n ; algo igualmente
válido , e n mi opinión, tanto para el ex­
terminio de los am erindios o para el so­
metimiento a la esclavitud de los africa­
nos, como para los horrores del Gulag y
de los c ampos nazis .
Entonces, ¿para qué la ej emplaridad?
Ello obedece a que no hay mérito algu­
no e n ponerse e n el lado acertado de la
barricada, una vez que el consenso so­
cial ha establecido firmemente dónde
e stá el bien y dónde el mal; dar leccio­
nes de moral nunca h a sido una prue­
ba de virtud. Sin embargo , hay un méri­
to indiscutible en dar el paso desde la

72
propia d e s dicha, o de la de quiene s
nos rodean, a la de los o tros, sin recla­
mar p ara uno el estatuto exclusivo de
an tigu a víc tima. Quisie ra ilustrar m i
propu e s ta a favor d e la ej emplaridad
mediante algunas figuras, que son eje m­
plares no únicamente por haber sabido
luchar contra l as injusti cias actuale s ,
sino también por haberse elevado por
e ncima del determinism o un poco limi­
tado a que me referí a n te s , el de la p e r­
tenencia.
-� D avid Rousset fue un prisionero po­
lítico d e p ortado a B u c h e nwald; tuvo
l a for tu n a de s obrevivir y regre sar a
Francia. Pero no se c o n tentó con ello :
escribió varios libros en los cuales se e s­
forzaba p o r analizar y c omprender e l
universo de los campos de concentr a-

73
ción; esos libros le proporci onaron no­
) to riedad. Y no se quedó en eso: el 1 2 de
)
noviembre de 1 949 hace público un lla­
)
)
m amiento a los antigu o s deportados
) de los campos nazis para que se encar­
)
gue n de la investigación sobre los cam­
)
) pos soviéticos todavía en actividad. Ese
)
llamamiento produce el efecto de una
)
)
bo mba: los c omunistas están fue rte­
) mente representados entre l o s antiguos
)
dep or tados y la ele cción entre ambas
)
) lealtades en conflicto no es fácil. Des­
)
pué s de este llamamiento , numerosas
)
_)
federaciones de deportados se escinden
) en dos. La prensa comunista cubre de
)
inj urias a Rousset, lo que lleva a é ste a
J
) emprender, con éxito , un proceso por
)
difamación. Dedica entonces varios años
)

)
de su vida a luchar contra los campos
)
) 74
)
de concentración comuni s tas, reunien­
do y publican do informaciones sobre
ellos.
Si se hubiera inclinado por la memo­
ria literal, Rousset habría p asado el re sto
de su vida sumergiéndose en su pasado,
restañando sus propias heridas, y ali­
mentando su resentimien to hacia quie­
nes le habían infligido un dolor inolvi­
dable . Al i n c linarse p o r la m e m o ria
ej emplar, escogió utilizar la lección del
pasado para actuar en el presente , den­
tro de una situación en la que él n o es
actor, y que no conoce más que por ana­
logía o desde el exterior. Es así como él
en tiende su deber de antiguo deporta­
do , y por ello se dirige antes que n ada,
esto es ese ncial, a otros antiguos depor­
tados. «Vosotros no po déis rechazar este

75
papel de j uez -es cribe-- . P ara voso­
tros, an tiguos deportados políticos, es
precisamente la labor más importante .
Los demás, aquellos que no fueron nun­
c a re cluidos e n c ampos de concentra­
c i ó n , pueden argüir la pobreza de la
imaginación , l a -incompetencia. Noso­
tros somos uno s profesionales, unos es­
pecialistas . E s e l precio que h emos de
pagar el resto de vida que nos ha sido
concedida. » 1 1
No hay otro deber para los antiguos
deportados que inves tigar sobre los
campos existentes.
lJna e l e c c i ó n así implica evidente­
mente que se acepta la comparación en­
tre los campos nazis y los campos sovié­
ticos. Rousset c onoce los rie sgos de la
operación . Algunas diferencias son irre-

76
ductible s ; n o hubo e n la URSS ni e n
o tro lugar campo s d e exterminio ; éstos
no se prestan a ninguna extrapolación,
a ninguna generalización. Pero , al mis­
mo tiempo, tampoco motivan ninguna
acción e n el pre sente ; solamente des­
piertan un estupor mudo y una compa­
sión sin fin por sus víctimas. Ahora bie n ,
el fen ómeno de los campos de concen­
tración es, éste sí , común a ambos regí­
menes, y las otras dife rencias, reales a
p esar d e todo, no justifican el abandono
de la comparación. Cabe entonces una
segunda cuestión : ¿no deberíamos aca­
so gen eralizar y asimilar los sufrimien­
tos en los campo s al « universal lamen to
secular de los pueblos » , a toda desgra­
cia, a t o d a injusticia? Existe efec tiva­
mente el peligro para la memoria eje m-

77
plar de quedar diluida e n la analogía
universal , donde todos lo s gatos de la
miseria son pardos. E sto sería no sola­
)
) mente condenarse a la parálisis ante la
) e normidad de la tarea; sería, además ,
)
)
ignorar e l hecho d e que los campo s
) n o representan una injusticia entre las
)
otras , sino el mayor e nvi le cimiento a
)
) que el ser humano haya sido conducido
) en el siglo xx. Como dijo Rousse t en su
_)
c ausa: <<La catástrofe de los campos de
)

) c on centración no tiene p arangón con


)
ninguna otra» . 1 2 La m emoria ejemplar
_)
_) gen e raliza, pero de manera limitada, no
)
hace desaparecer la identidad de los he­
)
cho s , solamente los relaciona entre sí ,
)
) estableciendo comparaciones que per­
)
miten destacar las semejanzas y las dife­
)

) rencias . Y «sin parangón» no quiere de-


)
) 78
)
cir « sin relación » : lo extremo cohabita
e n germen con lo cotidiano. Hay que sa­
b e r distinguir, n o obstante , entre ger­
m e n y fruto .
En 1 95 7 u n funcionario francés, Paul
Teitgen, tambi é n un antiguo deportado
de D achau, dimitió de su puesto de se­
cretario de la prefe ctura de Argel; un
gesto, explicó , motivado por el parecido
e n tre las señales de tortura que observa­
b a en el cuerpo de los prisioneros arge­
linos y las de los malos tratos que él mis­
m o había sufrido en los só tanos de la
Gestapo de Nancy ¿ Se trataba de una
c omparación abusiva?
Quisiera rec ordar también la figura
de Vassily Grossman , el gran escritor j u­
dío soviético . É l debía tener much o s
problemas para elegir entre las víctimas

79
de los dos regímenes y para reconocerse
entre unas víctim as antes que entre las
otras : vivía en la URSS y poco a poco
había adquirido un conocimiento pro­
fundo de sus crímenes; pero su propia
madre había sido asesinada por su con­
dición de judía · por los Einsatzkomr::an­
dos que operaban detrás del frente ger­
mano-ruso ; con los primeros batallones
del ej ército roj o , Grossman vio ante sus
ojos el campo d e Treblinka. Describió ,
en Vie et destin, la abominación d e ambos
sistemas, sus puntos comunes y sus dife­
rencias. Sin embargo, en otro momento
de su vida, tuvo oportunidad de tomar
partido : fue al marchar a Eriván y cono­
cer, con todo detalle, el genocidio arme­
nio . Explicó ento nces su encuentro con
un ancian o , emocionado porque un ju-

80
dío también se interesara vivamente por
la tragedia de o tro pueblo y quisiera
e scribir la historia. « É l quería que fuese
un hijo del pueblo armenio mártir quien
escribiera sobre los judíos. » 1 3 Grossman
fue secundado en su ele c ción , aproxima­
damente en la misma época, por otro
gran escritor de origen judío , el francés
André S chwarz-Bart, que explicaba de
e ste modo por qué se h abía in tere sa­
do , a partir de Le Dernier desjustes, por el
mundo de los esclavos negros: «Un gran
rabino a quien preguntaban : "¿Por qué
si l a cigüeña, e n hebreo , fue llamada
Hassida (piadosa) porque amaba a los
suyos, está situada, sin embargo , en la
categoría de las aves impuras? ". Respon­
dió : Porque sólo dispensa su amor a los
suyos» . 14

81
Mencionaré finalmente a un polaco
célebre , Marek Edelman , que fue , como
se sabe, uno de los líderes del levanta­
miento del gue to , en ·varsovia. Quisiera
recordar ahora su comentario lapidario
acerca de la reciente guerra en Bosnia­
Herzegovina: «Es una vic toria póstuma
de Hitler» . ¿Habría que reprochar al hé­
) roe de 1 943 haber caído e n la trampa de
)
la equiparación? No le retiremos nues­
)

) tra confianza porque n o se trata en ab­


) solu to de eso . Sin embargo , antes que
)
)
insistir en su papel de víc tima del hitle­
) rismo (o del estalinismo ) , Edelman ha
)
preferido recordar el nexo común, la
)
) limpieza étnica, puesto que eso es lo que
) permite actuar en el presente .
)

)
E s superfluo , lo hemos visto , pregun­
) tars e si es o no nece sario conocer la ver-

)
82
)
)
dad sobre e l pasado : la r e spue sta es
siempre afir m ativa . Sin emb arg o , n o
s o n coinciden te s l o s obj e tivos a los
que se inte n ta servir con ayuda de la
evocación del pasado ; nuestro juicio al
respecto pro cede de una selección de
valores, en lugar de derivar de la investi­
gación de la verdad; hay que aceptar la
co mparación e n tre los beneficios pre­
tendidos a través de cada utilización par­
tic ular del pasado . Recordemos de nue­
vo el proceso de David Rousset: quienes
se oponían a s u tentativa de luchar con­
tra los campo s existentes no habían ol­
vidado su experiencia p asada. Pierre
Daix, Marie-Claude Vaillant-Couturier,
los otros antiguos deportados comunis­
tas, habían vivido el infierno de Maut­
hause n o de Auschwitz y el recuerdo de

83
los campos estaba muy presente en sus
memorias. Si se negaban a combatir el
Gulag, no era debido a una pérdida de
memoria, sino a que sus principios ideo­
lógicos se lo prohibían . Como decía la
diputada c omunista, ella se negaba a
considerar la cue s tión p o rque sabía
«: que n o existen campos de concentra­
ción e n l a U nión Soviética» . D e e ste
modo , e s o s antiguo s deportados se
transformaban en verdaderos negacio­
nistas, aún más peligrosos que quienes
niegan hoy día l a existencia de cámaras
de gas, porque los c ampos soviéticos es­
taban por entonces e n plena actividad y
denunciarlos públicamente era el único
modo de combatirlos.
Y no se trata tan sólo de accione s
abiertamente poiíticas, sino también de

84
aquellas que se ufanan de los logros de
la ciencia. No basta recomendar a los in­
vestigadores que se dej en guiar por la
sola búsqueda de la verdad, sin preocu­
parse de ningún interés; p o r tanto , que
establezcan tranquilame n te sus compa­
raciones, para apreciar las semej anzas y
las diferencias, y que ignoren el uso que
se hará de sus descubrimie n tos. Ouien
..._

crea que e sto e s posible sufre un anhelo


de pureza extre ma y está p ostulando un
contraste ilusorio . El trabaj o del histo­
riador, como cualquier trabajo sobre el
pasado , no consiste solamente en esta­
ble cer u n o s h echos, sino también e n
elegir alguno s de ellos p o r ser más des­
tacados y m ás significativos que otros,
relacionándolos despué s e n tre sí; ahora
bie n , semej an te trabaj o d e selección y

85
de combinación e stá orientado necesa­
riamente por la búsqueda n o de la ver­
dad sino del bie n . La auténtica oposi­
)
) c ión no se dará, por consiguiente , entre
) la ausencia o la presencia de un obj e ti­
)
vo exterior a la propia búsqueda, sino
)

) entre los propios y diferentes objetivos


)
de ésta; h abrá oposición no entre cien­
)
) cia y política, sino entre una buena y una
) mala política.
)
)
)
J
El culto a la memoria
)
)

) En este fin de milenio, los europeos, y


)
en particular los franceses , están obse­
)
) sionados por un n uevo culto , a la me­
) moria. Como si estuviesen embargados
)
por la nostalgia de un pasado que se ale-

) 86
)
)
j a inevitablemente , se entregan con fer­
vor a ritos de conjuración con la inten­
ción de conservarlo vivo . Por lo que pa­
rec e , un museo es inaugurado a diario
e n Europa, y actividades que antes tuvie­
ron c arácter utilitario han sido converti­
das ahora en obj e to de contemplación:
s e habla de un museo de la crepe en Bre­
taña, de un museo del oro en Berry. . . No
pasa un mes sin que se conmemore al­
gún hecho destacable , hasta el punto de
que cabe preguntarse si quedan bastan­
tes días disponibles para que se produz­
c an nuevo s aconte c imientos . . . que se
c onmemoren en el siglo XXI . Entre sus
mismos vec in o s , Francia se distingue
por su « delirio conmemorativo » , su
«frenesí de liturgias históricas» 1 5 Los re­
cientes procesos por crímenes contra la

87
humanidad, así como las revelaciones
sobre el p asado de algunos hombres de
E stado, incitan a pronunciar cada vez
más llamamientos a fa «vigilancia» y al
«deber d e guardar m e moria» ; se nos
dice que ésta « tiene derechos impre s­
criptibles» y que debemos constituirnos
en «: militantes de la memoria» .
Esa preocupación compulsiva por el
p asado p u e de ser inte rpre tada c o m o
signo d e salud d e un país pacífico don­
de no sucede, felizmente , nada ( la His­
toria se hace todos los días en la ex Yu­
goslavia: ¿quién q uerría vivir allí? ) , o
como la nostalgia por una época que ya
no existe cuando Francia era una poten­
cia mundial; sin e mb argo , puesto que
ahora sabemos que estos llamamientos
a la m e moria no poseen en sí mismos le-

88
gitimidad alguna mientras no sea preci­
sado con qué fin s e pretende utilizarlos,
también p o demos preguntarnos sobre
las mo tivac i o n e s específicas de tales
«militante s» . Algo que n o han dej ado de
hacer, recientemente , varios comenta­
ristas aten tos ( como Alfred Grosser,
,,.

Paul Thibaud, Alain Finkielkraut, Eric


Conan y Henry Rousso ) ; dentro del mis­
mo marco se inscriben las observacio-
nes que siguen .
E n primer lugar, hay que señalar que
la representación del p asado es consti­
tutiva no sólo de la identidad individual
-la persona está hecha de sus propias
imágenes acerca de sí misma-, sino
también d e la ide ntidad colectiva. Aho­
ra bien, guste o no, l a mayoría de los
seres humanos experim entan la necesi-

89
)

)
)
dad de sentir su pertenencia a un gru­
) p o : así es como encuentran el medio
)
más inmediato de obtener el reconoci-
)
) miento de su existencia, indispensable
)
par a todos y cada uno . Yo soy católic o , o
)
de Berry, o campesino, o comunista: soy
)
) alguien, no corro el riesgo de ser engu­
)
llid o por la nada.
)
) I ncluso si no som o s particularmente
)
perspicac e s , no podemos n o dar n o s
)
cuenta de que e l mundo contemporá­
)
) neo evoluciona hacia una mayor homo­
)
geneidad y uniformidad, y que e sta
.)
.) evolución perjudica a las identidades y
) pertenencias tradicion al es . Homoge­
_)
neización en el inte rior de nuestras so-
)
) .. ciedades debida, en primer lugar, a un
)
aumento de la clase media, a la necesa­
)
) ria movilidad social y geográfica de sus
)
) 90
)
)
miembros, y a la extinción de la guerra
civil ideológica (los « excluidos» , por su
parte , no desean reivindicar su nueva
identidad ) . Pero también u niformidad
en tre sociedades, a consecuencia de la
circulación internacional acelerada de
las informaciones, de los bienes de con­
sumo cultural ( emisiones de radio y te­
levisión) y de las personas. La combina­
ción de las dos condicione s -ne cesidad
de una identidad colectiva, destrucción
de identidad e s tradicionales- es res­
p o nsable, en parte, del nuevo culto a la
memoria: al c on stituir un p as ado co­
mún, podemos beneficiarnos del reco­
nocimiento debido al grupo . El recurso
del pasado es e specialmente útil cuando
las pertenencias son reivindicadas por
primera vez : «yo me declaro de la raza

91
negra, del género femenino, de la co­
munidad homosexual , sien do por tanto
preciso que yo sepa quiénes son » . Las
nuevas reivindicacion e s serán tanto más
veh e m en tes cuanto m ás se sie n ta que
van a contracorriente .
Otra razón para preocuparse por e l
pasado es que ello n o s permite desen­
tendernos del presente , procurándonos
además los beneficios de la buena con­
ciencia. Recordar ahora con minuciosi­
dad los sufrimientos pasados, nos hace
quizá vigilantes en relación con Hitler o
Petain , pero adem ás nos permite igno­
rar las amenazas actuales -ya que éstas
no cuentan con los mismos actores ni to­
m an las mismas formas-. D enunciar
las debilidade s de un hombre baj o
Vichy me hace aparecer como un bravo

92
combatiente por la memoria y por la jus­
ticia, sin exponerme a p eligro alguno ni
obligarme a asumir mis eventuales res­
ponsabilidades frente a las miserias ac­
tuales. Conmemorar a las víctimas del
pasado es gratificador, mientras que re­
sulta incóm odo ocuparse de las de hoy
en día: «A falta de emprender una ac­
ción real contra el "fascismo " actual, sea
real o fantasmagórico , el ataque se diri­
ge resueltamente contra el fascismo de
ayer» . 1 6 Esta exoneración de las preocu­
pacione s actuales mediante la memoria
del p asado puede ir más lej os incluso :
como escribe Rezvani e n una de sus no­
velas , « la memoria de nuestros duel os
nos impide prestar aten ción a los sufri­
mien to s de los demás, j ustificando nues­
tros actos de ahora en nombre de los p a-

93
)
)
)
J sados sufrimien tos» . 1 7 Los serbios, en
) Croacia y en Bosnia, recuerdan de muy
)
J
buen grado las injusticias de las que fue-
J ron víctimas sus antep asado s, porque
)
ese recuerdo les permite olvidar -eso
)
J esperan- las agresiones por las que se
J
convierten ahora en culpables; y no son
)
) los únicos en actuar de ese modo .
J Una última razón p ara el nuevo culto
)
a la memoria sería que sus practicantes
)
J se aseguran así algunos privilegios en el
J seno de la sociedad. Un antiguo comba­
)
J
tiente , un antiguo miembro de la Resis-
_) tencia, un antiguo héroe n o desea que
_) su pasado heroísmo sea ignorado, algo
_)
_; muy normal después de todo. Lo que sí
J es más sorprendente , al menos a prime­
J
_) ra vista, es la necesidad experimen tada
J por otros individuos o grupos de reco­
J

) 94
)
)
n o c e rse en el papel de víctimas p asa­
das, y de querer asumirlo en el presente .
¿Qué podría p arecer agradable e n e l he­
cho de ser víctima? Nada , en realidad.
Pero si nadie quiere ser una víctima, to­
dos, en cambio , quieren haberlo sido ,
sin serlo más; aspiran al es tatuto de vícti­
ma. La vid a privada con o ce bien ese
guió n : un miembro de la familia hace
suyo el p apel de víctima porque , en con­
se cuencia, puede atribuir a quienes le
rodean el papel mucho menos envidia­
ble de culpables. Haber sido víctima da
derecho a quej arse , a protestar y a pedir;
excepto si queda roto cualquier vínculo ,
los demás se sien ten oblig ad os a satisfa­
cer nuestras peticiones. Es más ventajo­
so seguir en el papel de víctima que re­
cibir una reparación por el daño sufrido

95
(suponiendo que el daño sea real) : en
lugar de una satisfacción puntual, con­
servamos un privilegio permanente , ase­
gurándonos la atención y, por tanto, el
reconocimiento de los demás .
Algo cierto e n el caso de los indivi­
duos y más aún e n el de los grupos. Si se
consigue e s table cer de manera convin­
cente que un grupo fue víctima de la in-
j usticia en el pasado , esto le abre en el
presente una línea de crédito inagota­
ble . Como la sociedad reconoce que los
grupos, y no sólo los individuos, poseen
derechos, hay que sacar provecho; aho­
ra bien, cuanto mayor fuese el daño en
e l pasado, mayare s serán los derechos
en el presente . En vez de tener que lu­
char para obte n er un privilegio, éste es
recibido de oficio por la sola pertenen.;.

96
,,

cia al grupo antes desfavorecido . De ahí


la d e s enfrenada comp e tición para lo- _

grar no la cláusula de n ación más favo­


recida, como e n tre países, sino la del
grup o m ás desfavorecido . Los negros
americanos suministran un ej emplo elo­
cuen te de semej ante conducta. Víctimas
sin discusión de la esclavitud y de sus
secuelas, com o la discriminación racial ,
y deseosos de salir de esa situación, se
niegan e n cambio a abandonar el papel
de víctimas que les asegura un privile­
gio moral y político duradero . ¡ Qué son
seis millones de j udíos muertos, además
fuera de América ! , parece preguntarse
Louis Farrakhan, líder de la Nación del
Islam, cuando exclama: «El holocausto
de l a población n egra ha sido cien veces
peor que el holocausto de los judíos» .

97
)

)
Cada grup o se c on si dera la principal
)
) víctima.
) Es importante advertir que las gratifi­
)
cacion es obtenidas mediante el estatuto
)
) de víctima no tienen p or qué ser mate­
)
rial e s ; al contrario , l as reparaciones
)
)
acordadas por el respo nsable del infor-
J tunio , o por sus descendientes, permi­
J
ten extender la deuda simbólica . Eso e s
)
J lo que cuenta y, a su lado, las ventajas ma-
J
teriales son irrisorias. Los beneficios o b­
J
J
tenido s por el miembro del grupo que
J ha adquirido el estatuto de víctima son
)
de una naturaleza dis tinta, como ha sa­
J
J bido apreciar Alain Finkielkraut: «Otros
) habían sufrido, y como yo era su deseen­
)
J
diente� recogía todo e l beneficio moral .
J [ ]
• • • El linaje me convertía en el conce-
J
sionario del genocidio , en su testigo y
)
)
) 98
)
)
casi en su víc tima. [ ]
. . . Comparado con
dicha investidura, cualquier otro título
me parecía miserable o ridículo » . 18
El culto a la memoria no siempre sir­
ve a la justicia; tampoco es forzosamente
favorable para la propia memoria. Ha
habido en Francia, estos últimos años,
'
un ó s procesos j udiciales p or crímenes
contra la humanidad, que , al p arecer y
según se nos d ecía, reanimarían la me­
moria nacional . Sin embargo , algunas
voces, como la de Simone Veil o Georges
Kiejman , se han alzado para preguntar-
.

se -me parece que con razon- s1 eran


.,

absolutamente necesarios los procesos


judiciales para mantener viva la memo­
ria. Además d e que existe el riesgo de
hacer justicia p ara servir d e ej empl o ,
por l a enseñanza que pudiese derivarse ,

99
hay o tros lugares donde la memoria se
.
preserva: en las conmemoraciones ofi­
ciales, la enseñanza escolar, los medios
de comunicación de masas, los libros de
historia. El desembarco de 1 944 fue ce­
lebrado estruendosamente , estando pre­
sente en to das las m e morias; ¿ h abría
sido necesario que hubiese, además, un
pro c e so judicial p ara que nos acorde­
mos mejor?
Pero , sobre todo, n o es seguro que ta­
les procesos judiciales sean muy útiles
para la memoria, que ofrezcan una ima­
gen precisa y matizada del pasado : los
tribunal e s son menos adecuados p ara
esa labor que los libros de histo ria. Al
aceptar el procesamiento de Barbie por
sus acciones contra los miembros de la
Resistencia, no sólo se tergiversaba el

1 00
,,

Derecho, que distingue entre crímenes


de guerra y crímenes contra la humani­
dad; tampoco se hacía ningún servicio a
la memoria: es un hecho que Barbi e tor­
turaba a los miembros de la Resistencia,
p ero éstos h acían otro tanto cuan do se
apoderaban de un oficial de la Gestapo .
Además, la tortura fue usada sistemáti­
camente por el ejército francés, de spués
de 1 944, por ejemplo e n Argelia, y sin
embargo nadie ha sido condenado por
esa razón por crímenes contra la huma­
nidad. Por o tra parte, la elección <le un
policía alemán para el primer proceso
de ese tipo hacía menos visible la impli­
cac i ón de los fran c e s e s en la política
n azi, en un tiempo en que los milicianos
eran, al decir de numerosos testigo s, peo­
res que l os alemanes.

1 01
J Finalmente , ¿no había sido enturbia­
) da la significación histórica de esos actos
)
J
por la presencia de testigos como Marie-
J Claude Vaillant-Couturier, antigua de­
J portada de Auschwitz, que también se
)
) había distinguido por su lucha contra
J las revelaciones sobre el Gulag? En el
)
proceso Touvier, la presencia del letra-
J

J do Nordmann entre los abogado s de las


J partes civiles tenía un efecto del mismo
)
J orden : este jurista, defensor designado
J por el PCF durante largos años , había
� ganado fama por un c omportamiento
) particularmente agresivo en e l curso de
J los procesos Kravchen ko y Rousset, en
)
J 1 948 y 1 949 , cuando era cuestión de ne-
J gar la existencia de campos en la URSS.
)
¿Se pueden condenar los campos en un
J
J sitio , defendiéndolos en o tro lugar?
)
) 1 02
)
)
¿Para esto debe servir la memoria? Es
cierto que en el tribunal de Nuremberg
los representantes de Stalin participa­
ban en el juicio a los colaboradores de
Hitler, situación p articularmente obsce­
na puesto que unos y otros eran culpa­
bles de crímenes igualmente atroces.
En la actualidad ya no hay redadas de
j udíos ni c am p o s de exterminio . No
obstante , tenemos que conservar viva la
memoria del p asado : no para pedir una
rep aración p o r el daño sufrido , sino
para estar ale rta fren te a situacio n e s
nuevas y sin embargo análogas. E l racis­
mo , la xenofobia, la exclusión que su­
fren los otros hoy en día n o son iguales
que hace cincuenta, cien o doscientos
años; precisamente , en nombre de ese
p asado no debemos actuar en menor

1 03
medida sobre el presente . H oy mismo ,
la memoria de la Segunda Guerra Mun­
dial permanece viva en Europa, conser­
vada mediante innumerable s conme­
moraciones, publicaciones y emisiones
de radio o televisi ó n ; pero la rep e ti­
ción ritual del «no hay que olvidar» no
repercute con ninguna conse cuencia vi­
sible sobre los pro c e sos de limpieza ét­
n ic a , de torturas y de ej e cuciones en
masa que se producen al mismo tiempo,
dentro de la propia Europa. Alain Fin­
kielkraut señaló no hace mucho que la
mej or manera de conmemorar el quin­
cuagésimo aniversario de la redada de
Vel' d ' Hiv' sería, más que clamando una
tardía solidaridad con las víc timas de
antañ o , combatiendo los crímenes co­
metidos por Serbia contra sus vecinos.

1 04
Aquellos que , por una u otra razón, co­
nocen el horror del p asado tienen el de­
ber de alzar su voz c ontra otro h orror,
muy presente , que se desarrolla a unos
cientos de kiló metr o s , incluso a unas
pocas decenas de metros de sus hogares .
Lej os de seguir siendo prisioneros del
pasad o , lo h abremos puesto al servicio
del p re sente , como la memoria -y el
olvido- se h an de p oner al servicio de
la justicia.

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Notas

l . Primo Levi, Les Naufragés et les rescapés,

París, Gallimard, 1 989 , pág. 3 1 ( trad. cast. : Los


hundidos y los salvados, Barcelona, Muchnik,
1 989, pág. 28) .

2 . Himmle r, en Proces des grands criminels de

guerre devant le tribunal militaire international,


Nuremberg, 1 947, tomo III, pág. 1 45 .

3 . Citado en J . Le Goff, Histoire et mémoire,

París, Gallimard, 1 988, pág. 1 54.

4. E. Kersnovskaia, Coupable de rien, París,

Pion, 1 994, p ág. 253.

5 . A. Vespuccio y otros, Le Nouveau Monde,

París, Les Belles Lettres, 1 99 2 , pág. 90.

6. Citado e n N . Loraux, « Pour quel cansen-

1 07
sus? » , Politiques de l 'oubli, Le Genre humain, 1 8 ,
París, Seuil, 1 98 8 .

7. S h . Steele, The Content of Our Character,

Nueva York, Harper Pere°:nial, 1 99 1 , pág. 1 1 8 .

8. Citada e n N . Loraux, Usages de l 'oubli, Pa­

rís, Seuil, 1 988.

9 . M . Proust, A la recherche du temps perdu,

Gallimard, Bibliotheque de la Pleiade , 1 98 7,

tomo II, pág. 7 1 3 ( trad. cast. : En busca del tiem­


po perdido, tomo III: El mundo de Guermantes,
Madrid , Alianza, 1 998, págs. 5 24-5 2 5 ) .

1 0. J. Jélev, Le Fascisme, Ginebra, Rousseau,

1 993, págs. 1 2- 1 5 .

1 1 . E . Copfermann, David Rousset, París,

Plon, 1 99 1 , págs. 1 99 , 2 0 8 .

1 2. David Rousset y o tros, Pour la vérité sur

les camps concentrationnaires, París , Ramsay,


. 1 990, pág. 244.

1 3 . V. Grossman , Doh'ro vam!, Moscú, Sovets­

kij Pisatel' , 1 967, pág. 270.

1 08
1 4. Citado en Alfred Grosser, Le Crime et la
mémoire, París, Flammarion , 1989, pág. 239.
15. Como las llama Je an-Claude Guille­

baud, La Trahison des Lumieres, París , Seuil ,


1 995, pág. 21 .

16. Eric Conan y Henry Rousso, Vichy, un


passé qui ne passe pas, P arís, Fayard , 1 994,
pág. 280.
1 7. S . Rezvani , La Traversée des Monts Noirs,
París, Stock, 1 992, pág. 264.
18. Alain Finkielkraut, Le]uif imagi,naire, Pa­
rís, Seuil , 1980, pág. 18 ( trad. cast. : El judío

imagi,nario, Barcelona, Anagrama, 1982, pág s .


1 9-20) .

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