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Tzvetan Todorov /,
Los abusos de la memoria
El arco de Ulises
900.1
59241-1
T639
Ej 1
)
)
)
Una primera versión de este texto fue presentada en Bruselas,
) en noviembre de 1992, en el congreso «Historia y memoria
)
Traducción de Miguel Salazar
)
) Cubierta de Compañía
)
) Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
) o parcial de esta obra por cualquier medio o proc edimiento, comprendidos
)
la reprografía y el tratamiento informático, y Ja distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo públicos.
)
) © 1995 Arléa
© 2000 de la traducción, Miguel Salazar
_)
© 2008 de todas las ediciones en castellano,
) Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
)
Av Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona
www.paidos.com
)
) ISBN: 978-84-493-2181-8
)
Depósito legal: M-37162-2008
)
Impreso en España Printed in Spain
)
-
)
)
)
La memoria intenta preservar el pasa
sometimiento.
JACQUES LE GOFF
Mi agradecimiento a:
Jean-Michel Chaumont,
Lean Wieseltier
y Gilles Lipovetsky
por sus valiosos consejos.
)
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_)
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Sumario
La memoria amenazad a 13
Morfología . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Entre tradición y modernidad . . 27
El bue n uso . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Memoria y justicia . . . . . . . . . . . . 47
Singular, in comparable ,
superlativo . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
La ej emplaridad . . . . . . . . . . . . . 71
El culto a la memoria . . . . . . . . . 86
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 07
11
La memoria amenazada
13
)
)
)
) ra; un siglo después, los conquistadores
)
españoles se dedicaron a su vez a retirar
)
)
y quemar todos los vestigios que testi
) moniasen la antigua grand e z a d e los
)
ven cidos. Sin e mbargo , al no ser totali
)
) tarios, tales regímenes sólo eran hostiles
) a los sedimentos oficiales de la memo
)
)
ria, permitiendo a é sta su supe rvivencia
) baj o otras formas; p or ejemplo, los rela
)
tos orales o la poesía. Tras comprender
15
para quem arlos y dispersar luego las ce
nizas; las fotografias, que supuestamen
te revelan la verdad, son hábilmente ma
nipuladas a fin de evitar recuerdos
molestos; la Hi storia se reescribe con
cada cambio del cuadro dirigente y se
pide a l o s l e c tores de la e nciclopedia
que e limin e n por sí m ismos aquellas
páginas c o nve r ti das e n indeseables.
Se cuenta que en las islas Solovetskiye se
acababa a tiros con las gavio tas para que
no pudiesen llevarse consigo los mensajes
de los p risioneros. La n e cesaria o culta
ción de acto s que , sin embargo, se con
sideran esenciales, conduce a p osicio
nes p aradój icas, c omo aquella que s e
resume e n la célebre frase de Himmler a
propósito d e la «solución fimal » : «Es
una página gloriosa de nuestra historia
16
que nunca ha sido escrita y que j amás lo
será» . 2
Debido a que los regímenes totalita
rios conciben el control de la informa
ción como una prioridad, sus e nemigos,
a su vez , se emplean a fondo para llevar
esa p olítica al fracaso. El conocimiento,
la comprensión del régimen totalitario ,
y más concretamente d e su institución
más radical, los campos, es en primer lu
gar un modo de supervivencia para los
prisioneros. Pero hay más: informar al
mundo sobre los campos es la m ejor ma
n era de combatirlos; l ograr e se objetivo
no tien e precio. Sin duda ésa fue la ra
zón por la que los condenados a trabajos
forzados en Si be ria se cortaban un dedo
y lo ataban a uno de los troncos de árbol
que flotaban por el curso del río ; mejor
17
)
)
)
que una botella arrojada al mar, el dedo
) indicaba a quien lo descubría qué clase
)
de leñador había talado e 1 árbol. La di
)
) fusión de l a informa<::i ón p ermite salvar
)
vidas humanas: la d eporta ción de los ju
)
)
díos de Hungría c e só porque Vrba y
) Wetzler consiguieron escapar de Ausch
)
witz y pudieron informar sobre lo que
)
_) estaba pasando. Los riesgos de una acti
)
vidad semejante no son en modo alguno
desdeñables: a causa de su testimonio ,
)
) Anatoly Martchenko , un veterano del
)
Gulag, regresó al campo, donde encon
)
_) traría la muerte .
__) D esde e n tonces se puede compren
)
der fácilmente por qué la memoria se ha
)
) visto revestida de tanto prestigio a oj os
)
de todos los e n e migos d e l totalitaris
)
mo , por qué todo acto de reminiscencia,
)
) 18
)
)
por humilde que fuese, ha sido asociado
con la resistencia antitotalitaria ( antes
de que una organización antisemita se
apropiara de ella, la palabra rusa pamjat �
memoria, servia de tí tul o a una notable
seri e publicada en sarnizdat: * la recons
tru c c i ó n d e l p asado ya era p ercibida
como un acto de oposición al poder) .
Tal vez , baj o la influenci a de algunos es
critores de.talento que han vivido e n paí
ses totalitarios, el aprecio por la memo
ria y la recriminación del olvido se han
e xtendido estos últimos años más allá de
su con texto original . Hoy en día se oye a
menudo criticar a las democracias libe
ral e s de Europa occidental o de Nor
teamérica, reprochando su contribución
19
al de terioro de la memoria, al reina
do del olvido. Arroj ados a un consumo
cada vez más rápido de informaci ó n ,
nos inclinaríamos a. prescindir de ésta
de manera no menos acelerada; separa
dos de nuestras tradiciones, embruteci
dos por las exigencias de una sociedad
del ocio y desprovistos de curiosidad es
piritual así como de familiaridad con las
grandes obras del pasado, estaríamos
condenados a festej ar alegremente el ol
vido y a contentarnos con los vanos pla
ceres del instante. En tal caso, la memo
ria estaría ame n az ada, ya no p or la
supresión de información, sino por su
sobreabundancia. Por tanto, con menor
brutalidad pero m ás eficacia -en vez de
fortale cerse nuestra resiste ncia, sería
mos meros age ntes que contribuyen a
20
acrecentar el olvido-, los Estados demo
cráticos conducirían a la p oblación al
mismo destino que los regímenes totali
tarios, es decir, al reino d e la barbarie.
Morfología
21
)
)
dej arlo a merced del entusiasmo o la có
) lera.
)
E n prime r lugar h ay que r e c o rdar
)
)
minos para contrastar son la supresión
) (el olvido) y la conservación; la memoria
)
e s, en todo momento y necesariamen te,
)
) una interacción de ambos. El restable ci
)
miento integral del pasado es algo por
,/
supuesto imposible (pero que Borges
)
) imaginó en su historia de Punes el memo
)
rioso), por o tra parte, espantoso ; la me
)
_) moria, como tal, es forzosamente una
)
selección: algunos rasgos del suceso se
)
rán conservados, otros inmediata o pro
)
) gresivamente marginados, y luego olvi
)
dados. Por ello resulta profundamente
)
desconcertante c uando se oye llam ar
)
) 22
)
)
« memoria» a la c apacidad que tienen
los ordenadores para conservar la infor
mación : a esta última operación le falta
un rasgo c o n s titutivo de la memoria,
esto es, la selec ción.
Conservar sin elegir n o es una tare a
d e la memoria. Lo que reprochamos a
los verdugos hitlerianos y estalinistas no
es que rete ng an ciertos elementos del
p asado antes que o tros -de nosotros
mismos no se puede esp erar un proce
dimiento diferente-, sino que se arro
guen el d e r e cho de c o n trolar l a se
l e c c i ó n d e e le m e n tos que d e b e n s e r
conservados. Ninguna institución sup e
rior, dentro del Estado , debería p o der
decir: usted n o tiene derecho a busc ar
por sí mismo la verdad de los hechos,
aquellos que no acepten la versión ofi-
23
cial del p asado serán castigados. Es algo
sustancial a la propia definición de la
vida e n democracia: los individuos y los
grupo s tienen el derecho de saber; y por
tanto de conocer y dar a conocer su p ro
pia historia; n o corresponde al p o der
central prohibírselo o p ermitírselo. Por
ello la ley Gayssot, * que san ciona las
e lucubracio n e s n egacionistas , no es
bienvenida, incluso si responde a bue
nas intenciones: no corresponde a la
ley contar la Historia; le basta con casti
gar la difamación o la incitación al o dio
racial.
A p artir de lo dicho, se impone una
primera distinción : la que hay entre la
24
recuperación del pasado y su subsiguien
te utilización. Puesto que e s e sencial
constatar que ningún automatismo vin
cula ambos gestos: la exigencia de recu
perar el pasado� de rec ordarlo, no nos
dice todavía cuál será el uso que se hará
de él; cada uno de ambos actos tiene sus
propias características y paradoj as. Esta
distinción , p or neta que sea, no implica
aislamiento . Como la memoria es una
selecció n , h a sido prec iso escoger entre
todas l as informaciones re cibidas, en
n ombre de ciertos criterios; y esos crite
rios, hayan sido o no c onscientes, servi
rán también , c on toda probabilidad ,
p ara orientar la utilización que haremos
del p asado . Sin em-b argo , desde o tr o
punto d e vista, de legitimidad y n o ya d e
origen , existe una gran discontinuidad:
25
no se puede j ustific ar un uso engaño
)
so por la necesidad de re cordar. Nada
)
)
deb e impedir la recuperación de la me
) moria: éste es el principio que se aplica
)
al primer pro ceso . Cuando l os aconte ci
)
) mientos vividos por e l individuo o por el
) grupo son de naturaleza excepcional o
)
)
trágica, tal derecho se convierte e n un
) d eb e r: el de acordarse, el de tes timo
)
n iar: Existe , e n Francia, un ejemplo per
)
) fecto de esa tarea de recuperació n : el
) memorial de los deportados judíos, crea
)
do p o r Serge Klarsfeld. Los verdugos
)
) nazis quisieron aniquilar a sus víctimas
)
sin dejar rastro ; el memorial recupera,
j
) e on una sen cillez c onste r n adora, los
) nombres propio s , l as fe chas de n aci
)
mien to y las de partida hacia los campos
)
) de exterminio . Así r establece a los <lesa-
)
)
26
}
)
parecidos en su dignidad humana. La
vida ha sucumbido ante la muerte , pero
la memoria sale victo riosa en su comba
te contra la n ada.
Sin embargo , no se puede formular
algo tan sencillo en relación con el se
gundo pro ceso, de la utilización de la
memoria; y, en consecuencia, del papel
que e l pasado debe desempeñar en el
presente .
27
recuerdo no pueden asumir l a misma
función en una sociedad sin e scritura,
como las antiguas civilizaciones africa
nas, y e n una sociedád tradicional alfa
b e tizada, c o m o la Europa de la E dad
M edia. Ahora bien; como todos sabe
mos, desde e l Renacimien to y más aún
desde el siglo XVIII se ha creado en Eu
ropa un tip o d e sociedad, del que no
existía ningún ejemplo anterior, que ha
dej ado de apreciar incondicionalmente
las tradicion e s y el pasado, que ha arran
cado la edad d e oro, como decía e l uto
pista Saint-Simon , para ubicarla en el
porvenir, que ha hecho retroceder a la
memo ria en beneficio de o tras faculta
des. En ese sentido , quien e s deploran la
fal ta de considerac ión hacia la memoria
en las sociedades occidentales contem-
28
poráne as n o van desenc am inados : se
trata de las únicas sociedades que no se
sirven del p asad o como de un medio
privilegiado de legitimación , y no o tor
gan u n lugar de honor a la memoria.
Aún habría que añadir que en nuestra
sociedad esta caracterís tica es constituti
va de su misma identidad, y que por c on
siguien te no p odríamos excluir una sin
transformar la otra en profundidad.
Por lo demás:- el lugar de la memo
ria y el papel del pasado tampoco son
los mismos en las diferentes esferas que
c o m p o n e n nuestra vida social, sino
que participan en configuraciones dife
rente s . En nuestra comprensión general
de la vida pública, hemos pasado, como
dicen los filósofos, de la heteronomía a
la autonomía, de una sociedad cuya legi-
29
)
)
30
)
)
tado, sino de algunos principios univer
sales y d e la «voluntad general » . Otro
tanto se dirá del ámbito jurídico en su
conjunto .
La ciencia e s otra e sfera donde la me
moria ha perdido muchas de sus prerro
gativas. No sería erróneo sostener que
la ciencia m oderna se constituyó en el
Ren acimiento me diante un franquea
mien to progresivo de la tu tela en exceso
puntillosa de la memoria. Al dej ar de re
petirse el saber escolástico , la supuesta
sabiduría de los antiguos , dej ando de
lado e l sistema de Ptolomeo y las clasi
ficacio n e s de Aristó tele s, las c i e n cias
pudieron emprender un nuevo vuelo. Al
decidir no pensar más en la antigua re
presentación del mundo , se logró inte
grar los resultados de lo s grandes descu-
31
brimien tos geográfico s e n una visión
nueva (y que sigue siendo la nuestra) .
Descartes afirmará, de manera conclu
yen te , que es posible·progresar en el c o
nocimiento « por medio de una redu c
ción de las cosas a las causas » , y que , en
conse cuen cia, «no es nece saria la me
moria para todas las ciencias» . 3 La m e
moria es ahora rechazada en provecho
de la observación y de la experiencia, de ,
la inteligen cia y de la razón . Una vez
más, ese reinado n o es absoluto y n o
debe serlo (las mismas ciencias poseen
un pasado que no dej a de incidir sobre
su pre sen te ) , pero el predominio es in
cuestionable: no hay más que ver el lu
gar ocupado e n nuestra educación ge
neral por las matemáticas, disciplina del
razonamie n to , en comparación con la
33
) tan diferentes como pre ten den los ma
)
n ifie stos de los creadore s: hay posibi
)
)
es el conocimiento de cierto n úmero de
códigos de comportamiento , y la capaci
dad de hacer uso de ellos. Estar en pose
sión de la cultura francesa e s antes que
nada conocer la historia y la geografía
de Francia, sus monumentos y sus docu
mentos, sus maneras de obrar y de pen
sar : U n ser de sprovisto de c ultura e s
aquel que n o ha adquirido j amás l a cul
tura de sus antepasados, o que la ha olvi
dado y perdido. Pero las culturas occi
dentales poseen . una especificidad más:
primero porque , a pesar d e l e tnocen
trismo de sus miembros, han sido im
pulsadas desde tiempo atrás a recono
cer la existe ncia y el valor de las culturas
extranjeras, y a aceptar la m ezcla con
ellas; después, porque han valorado , al
menos desde el siglo XVIII, la capacidad
35
de desprenderse de la cultura de origen .
Los filósofo s de l a Ilustración terminan
por ver en e sa capacidad -en la perfecti
bilidad- e l rasgo distintivo del género
humano. Los individuos que consiguen
superar las desventaj as de su entorno de
partida, las sociedades que se arroj an a
la revoluci ó n , son prej uzgados favora
blemente . Nosotros no creemos hoy, a
diferencia de algunos de aquellos filóso
fos, que e l espíritu del hombre sea una
tabla rasa, independiente de su cultura
de origen , y que , ente indeterminado ,
todas sus opciones sean igualmente pro
bables; p e ro seguimos anteponiendo la
libertad a la memoria.
No vale la pena proseguir esta enu
meració n : cualquiera que , en concreto ,
sea el lugar de la memoria en cada una
36
de e sas esferas, se desp renden algunas
certezas gene ral es. Primero , aquélla re
feren te a la pluralidad y diversidad pro
pias de las esferas. Desp ués, e l hecho de
que la memoria se articula con o tros
principios rectores: la voluntad, el con
sentimiento , el razonamien to , la crea
ción, la libertad. Queda finalmente cla
ro que , en las sociedades occidentales,
la m emoria no o cupa, p or regla general,
una posición dominante . ¿Qué decir en
tonces de la esfera de las conductas pú
blicas, é ticas y p olíticas?
El buen uso
37
dor. Es sabido que e l psicoanálisis atri-
.
buye un lugar central a la memoria. Así,
39
contrario , éste hará del pasado el uso
que p refiera. S e ría de una ilimitada
crueldad re cordarle continuam e n te a
alguien los sucesos más dolorosos de su
vida; tambié n existe e l derecho al olvi
do. Al final d e su asombrosa crónica
ilustrada de doce años pasados e n el Gu
lag, Euphro sinia Kersnovskaia escribe :
. «Mamá. Tú me h abías pedido que e scri
biera la historia de aquellos tristes "años
de aprendizaj e ". He cumplido tu última
voluntad. Pero ¿ n o hubiese sido mej or
que todo ello cayera en el olvido? » . 4 Jor
ge Semprún ha explicado , en La escritu
ra o la vida, cóm o , en un m o m e n to
dado , el olvido lo curó de su exp eriencia
en los campos de concentración. Cada
cual tiene derecho a decidir.
Lo cual no quiere decir que el indivi-
40
duo pueda llegar a ser completamen te
indepen diente de su pasado y disponer
de éste a su antojo, con toda libertad.
Tal cosa no será posible al e star la iden
tidad actual y personal del suj eto cons
truida, e n tre otras, por las imágenes que
éste posee del pasado . El yo presente e s
una e scena en l a cual i n tervienen como
person aj es activos un yo arcaico , apenas
conscien te , formado e n la primera in
fancia, y un yo reflexivo , imagen de la
imagen que los d emás tienen de noso
tros -o más bien de aquella que ima
ginamos e s tará pre sente e n sus men
tes-. La memoria no es sólo responsable
de nuestras convicciones, sino también de
nue str o s s e n timiento s . Experimentar
una tr�menda revelación sobre el pasa
do, sintiendo la obligación de reinter-
41
pretar radicalme n te la imagen que uno
se h acía de sus allegados y de sí mismo ,
) e s una situación p eligrosa que pue de
1
)
) da con vehemencia.
)
Volvamos ahora a la vid a pública y
J
1
)
p e n semos e n aquella hi storia contada
) por el explorador del continente ameri
)
cano Américo Ves puccio. Tras h aber
)
) descrito los encuentros de los europeos
con la población i ndígena, que oscilan
)
bien hacia la colaboración, bien hacia el
) ' ,, ,. .
)
42
a raíz de un odio antiguo, alojado en ellos
desde hace largo tiempo» . 5 Si Vespuccio
estaba en lo cierto , ¿no deberíamos de
sear que tales poblacione s olvidaran un
poco el o dio para poder vivir en paz ,
que dej aran d e lado su rencor y hallaran
un m ej or uso para la ene rgía así libera
da? Sin embargo, eso sería sin duda que
rerlos distintos a como son.
A e ste ej emplo casi mítico de abuso
de la memoria, se pueden añadir o tros
extraídos de la actualid ad. U na de las
grandes justificacion e s de los serbios
para explicar su agresión contr a l o s
otros pueblos de l a ex Yugoslavia s e basa
en la Historia: los sufrimientos que ellos
han causado no serían más que un des
quite por lo que los serbios han sufrido
en el pasado ; c ercano (la Segunda Gue-
43
rra Mundial) , o l ej ano (las luchas contra
.
l o s turcos musulman e s ) . Si e l pasado
debe regir el presente , ¿quiénes, entre
judíos, cristianos y músulmanes, podrían
renunciar a sus pretension e s territoria
les sobre Jerusal én? ¿Acaso israelíes y
palestinos no tenían razón, reunidos en
torno a una m e sa, en Bruselas en marzo
de 1 988, al e xpresar e l convencimiento
de que «simplemente para comenzar a
hablar, hay que poner el pasado entre
parénte sis» ? 6 En Irlanda del Norte , has
ta hace bien p o c o , los católicos naciona
listas manifestaban su voluntad de « no
olvidar y no perdonar» , y sumaban cada
día nuevos n ombres a la lista de víctimas
de la violencia, l o que a su vez provocaba
una contraviolencia repre siva, una ven
ganza inacabable que j amás podrían in-
44
terrumpir un nuevo Romeo y una nueva
Julieta. Y se escucha afirmar a voces con
vin c e n tes que una par te no desdeñable
del infortunio de 1 os n egros americanos
proviene no de las discriminaciones que
sufren en el presente , sino de su incapa
cidad para superar el pasado traumáti
co de l a esclavitud y las discriminaciones
de que fueron víctimas; y de la ten ta
ción subsiguiente , corno escribe Shelby
Ste el e , « de explotar aquel pasado de su
frimien tos como una fuente de poder y
de privilegios» . 7
En e l mundo moderno, el culto a la
memoria no siempre sirve para las bue
nas c ausas, algo que no tiene por qué ser
sorprendente . Co mo recuerda Jacques
Le Goff, «la conmem oración del pasado
conoce un punto culminante en la Ale-
45
mania nazi y la Italia fascista» , y se po
J
) 46
)
)
labras confirmaban una formulación de
Plutarco 8 según la cual la política se defi
ne como aquello que sustrae al odio su ca
rácter e terno -dicho de otra inanera,
que subordina el pasado al presente .
Memoria y justicia
_
para mostrar, también en la esfera de la
vida pública, que no todos los recuerdos
del pasado son igualme nte admirables;
cualquiera que alimente el espíritu de
venganza o de desquite suscita, en todos
los casos, cie rtas reservas. Es legí timo
preferir el g esto del presiden te polaco
Lech Walesa de invitar a los represen-
47
tante s de los gobiernos alemán y rus?
para conmemorar el cincuenta aniversa
rio de la insurrección de Varsovia: «El
tiempo de la división y de la confronta
ción ha llegado a su fin» . Por tanto, la
pregunta que debemos h ac ernos e s:
¿existe un modo para distinguir de ante
mano los buenos y los malos usos del
pasado? O , si nos remitimo s a la consti
tución de la memoria a través de la con
servación y, al mismo tiempo, la selec
ción de info rmaciones, ¿ cómo definir
los criterios que nos permitan hacer una
buena selección? ¿O tenemos que afir
mar que tales cuestiones n o pueden re
cibir una respuesta racional, debiendo
contentarnos con suspirar por la desa
parición de una tradición colectiva que
nos somete y que se encarga de seleccio-
48
n ar unos hechos y rechazar o tros, y re
signándonos por consiguiente a la infi
nita diversidad de los c asos particulares?
Una manera -que practicamos coti
dianamente- de distinguir los buenos
usos de los abusos consiste en pregun
tarnos sobre sus resultados y sopesar e l
bien y el mal de los actos que se preten
den fundados sobre la memoria del pa
sado: prefiriendo, por ej emplo , la paz a
la guerra. Pero también se puede , y es la
hipótesis que yo quisiera explorar aho-
ra, fundar la crítica de los usos de la me
moria en una distinción entre diversas
formas de reminis c e n cia. El aconte c i
miento recuperado puede ser leído de
manera literal o de manera ejemplar. Por
un lado, ese suceso -supongamos que 1
\ c)J2P-
).R ..,-t. ción entre o tras de una categoría rnás
'' �
general, y me sirvo de él como de un
V..,
� modelo
... p ara comprender situaciones
nuevas, con agente s dife rentes. La ope
ración es dobl e : por una parte , como en
un trabaj o de psicoanáli sis o un duelo,
neutralizo el dolor causado por el re
cuerdo , con trolándolo y marginándolo;
p ero , por o tra parte -y es e n tonces
cuando nue stra condu c ta dej a de ser
-�- - . - ,
51
id e n ti dad, in ten to buscar explicación a
mis analogías. Se podrá decir entonces,
en una primera aproximación , que la
memoria literal, sobre todo si es llevada
al extremo , es p ortadora de rie sgos,
mientr as que la m e m oria ej e mplar es
p o te n cialmente lib e radora. Cualquier
lección no es, por supuesto , buena; sin
e mbargo , todas ell as pueden ser evalua
das con ayuda de los criterios universa
les y racionales que sostienen el diálogo
entre personas, lo que no es el caso de
los recuerdos literales e intransitivos, in
comparables entre sí . El uso literal, que
convie rte en insuperable el viej o aconte
cimiento , desemboca a fin de cuentas
en el sometimiento del pre sen te al pasa
do . E l uso ej empl ar, por el c o n trario ,
permite utilizar el pasado con vistas al
52
prese n te , aprovechar las lecciones de las
inj u s ticias sufridas p ara luchar c o n tra
las que se producen h oy día, y separarse
del yo para ir hacia e l otro .
H e hablado de dos formas de memo
ria porque en todo momento conserva
mos una parte del p asado . Pero la c o s
tumbre g e n e ral ten de ría más bien a_
den o minarlas con dos términos dis tin
tos que serían, para la memoria literal,
m emoria a se cas, y, p ara la memoria
ej e mplar, j usti cia. La j u sticia nace cierta
m ente d e la generali z ación de la acu
sación p articular, . y e s por ello que s e
encarna en l a ley impersonal, adminis
trada por un juez anó nimo y llevada a l a
práctica por unos jurados que descono
cen tanto a la persona del acusado como
a la del acusador. Por supuesto que l as
53
)
)
! víctimas sufren al verse reducidas a no
) ser más que una m an ifes tación e n tre
J otras del mismo signo, mientras que la
)
J historia que les h a o currido es absolu-
J tamente única, y pueden , como a me
J
nudo h acen los padre s de n iños violados
J
55
derecho a recuperar su pasado , p ero no
hay razón para erigir un culto a la me
moria por la m e moria; sacralizar la me
m oria e s o tro modo de hacerla estéril .
U n a vez restablecido el pasado , la pre
gunta debe ser: ¿para qué pued e servir,
y con qué fin?
56
gravedad. Este argum e nto es particular
mente frecuente e n el debate sobre e l
genocidio de los j udíos perpetrado por
los n azis en el curso de la Segunda Gue
rra Mun dial, sobre lo que también se
conoce , para subrayar su singularidad,
como e l h olocausto o la Shoah. Sucedió
incluso que en diciembre de 1 993 acudí
a un c ongreso organizado por el museo
d e Auschwitz , en Polonia, y donde se
sostenía «La unicidad y la incomparabi
lidad del holocausto » .
D efender que un suceso como e l ge
n o cidio de los judíos e s a la vez singular
e incomparable e s una afirmación que
probablemente esconde o tra, ya que , to
mada al pie d e la letra, resulta demasia
d o banal o absurda. En efecto , cada su
c e so , y n o só lo el más traumático d e
57
)
)
! todos, es absolutamen te singular. Para
J seguir con e l registro de lo horrible, ¿no
)
es acaso única la destrucción casi com-
)
J ple ta de la población de todo un con ti
) nente , América, e n e l siglo XVI? ¿No e s
)
ún ica la reducción masiva a la esclavitud
) ,,.
J de la población de otro continente, Afri-
) 58
)
)
dría rechazar cualquier c omparación de
un hecho con o tro. Hablo de «debate
público » porque e stá claro que , en otras
circunstancias, el uso de la comparación
se puede revelar inconveniente , incluso
ofensivo . No le diremos a una p ersona
que acaba de perder a su hij o que su
pena es comparable a la de muchos otros
padres infortunados. Hay que insistir por
e n cima de todo y n o desdeñar este pun
to de vista subj e tivo : para el individuo , la
experiencia es forzosamente singular, y,
ade m ás , la más intensa de todas . Hay
cierta arrogancia de la razón , insoporta
ble para el individuo al verse desposeí
do , en nombre de consideraciones que
le son aj enas, de su expe riencia y del
sentido que le atribuía. Se comprende
también que quien se halle inmerso en
59
-�
!
60
j amás h a visto a o trü. Quien dice com
p aración dice semejanzas y diferencias.
Hablando de los crímen e s del nazismo,
varias comparaciones acuden a la men
te , y todas ellas nos per mite n -aunque
en grado s dife re n t e s- avanzar en su
comprensión . Algunas de sus caracterís
ticas se repite n en el genocidio de los ar
menios, o tras, en los campo s soviéticos,
y o tras, e n la reducción de los africanos
a la esclavitud.
Por supuesto , hay que tomar algunas
pre c aucion e s : p e ro é s tas n o contradi
cen el gobierno del sentido común. Está
claro , por ej e mpl o , que no h ay que con
fun dir las re alidade s h istóricas (régi
m e n hitl eriano y régimen e stalinista,
p ara ceñirnos a este ejemplo tan parti
cular m e n te sensible) y las represe n ta-
61
ciones ideológicas que estos regímenes
) e ligieron darse a sí mismos: una cosa es
comparar dos doctrinas , nazismo y leni
)
) nismo , y otra, Auschwitz y Kolyma. Re
)
cordemos tamb i é n que comp arar no
)
)
significa explicar ( mediante una rela
) ción causal) , y mucho menos p erdonar:
)
los crímenes n azis no se explican por los
)
) crí menes estalinistas, como tampoco al
.)
revés, y, ya se h a dicho a menudo , la exis
)
ten cia de unos no convierte de ningún
) modo en menos culpable la perp e tra
ción de los o tros. La apertura de los ar
)
..) chivos secre tos soviéticos, de los cuales
. .
)
ya se posee una primera impres1on, nos
_)
)
en señará sin duda mucho sobre la com
) pli cidad secreta que unía a ambos regí
)
menes en los años treinta del siglo xx;
)
) la conde nación de cada uno de sus crí-
)
)
62
)
)
m e n e s n o sigue siendo m e n o s abso
luta.
Si realmente se creyera que un suceso
como el genocidio de los judíos se ca
racteriza por su « singularidad única» ,
que sería incomparable a « cu alquier
otro suceso pasado , presente o futuro » ,
estaríamos en e l dere cho de denunciar
las equiparaciones llevadas a cabo en to
d as partes; pero no de utiliz ar aquel ge
n ocidio como ej emplo de esa iniquidad
cuyas o tras manife staciones también
h ay que re chazar -lo que , sin embargo ,
no deja de hacerse- . Es imposible afir
mar a la vez que el p asado ha de servir
nos de lec ción y que es incomparable
c on el presente : aquello que es singular
no nos enseña nada para e l porvenir. Si
el suceso es único , podemos conservar-
63
lo en la memoria y actuar en función de
ese recuerdo, pero no podrá ser utiliza
do como clave p ara otra ocasión ; igual
mente , si desciframos en un suceso pa
sado una lección para e l prese n te , es
que reconocemos en ambos unas carac
terísticas comun e s . Para que la colectivi
dad pueda sacar p rovecho de la expe
riencia individual , debe rec o n o c e r lo
que é sta puede t e n e r en común con
otras. Proust, gran conocedor de la me
moria, había señalado claramente esta
relación : «Pero no hay lección que apro
veche -escribía-, porque no se sabe
descender hasta lo general y siempre se
figura uno que se encuentra ante una
experiencia que no tiene pre c e d entes
en el p asado» . 9
Estos principios parecen obvios; pero
64
todos sab e mos que cuando son aplica
dos al nazismo se desencadenan las pa
siones y h ay una legión de desacuerdos .
Por un lado se afirma, como leí recien
temente e n un pequeño texto difundi
do por una federación d e deportados
en Fran c i a : «El si stem a nazi no tie n e
equivale n te en la Historia. N o puede ser
comparado con ningún o tro régimen,
por "totalitario " e incluso sanguinario
que é ste s ea» . Por el otro , la posibilidad
de la comparación es e sgrimida, como si
se tratase de una justificación, de una
minimización de lo sucedido . No se tra
ta, evidentemente , de una discusión abs
tracta sobre la metodologí a científica.
¿De qué , e n tonces?
Cuan d o se habla de una cualidad
« singular » , lo que ha sido visto más a
U M�\ c�-0� 65
O Qu;,HA -
'
� � vol\e-\o c
menudo es, en realidad, una cualidad
superlativa: se afirma que es el m ayor o
e l peor crimen de l a historia de la hu
)
manidad; lo cual, dicho sea de p aso , es
)
) un juicio que n o puede resultar más que
)
de una comparació n . En nuestra época,
}
) el hitlerismo apareció como una encar
) nación perfecta del mal ; como también
)
se afirma al respecto en el mismo texto
)
) de la federació n d e deportados, «sigue
.J
siendo el símbolo del horror absoluto » .
)
)
Un privilegio tan triste hace que cual
) quier otro suceso comparable sea per
)
cibido a su vez en relación con aquel
)
)
) 66
)
)
como una j ustificación; por p arte esta
67
l . Los «verdugo s» del lado hitleriano
están a favor de la comparación, porque
les sirve de justificación.
2 . Las «víctimas» del lado hitleriano
están en contra de la comparación, por
que ven e n ella una justificación.
3. Los «verdugos» del lado estalinista
están en contra de la comparación, por
que ven e n ella una acusación .
4. Las «víctimas» del l ado estalinista
están a favor d e la comparación, porque
les sirve de acusación.
68
qué grupo se re c onoc e . P ara los disi
69
cos as por su nombre , continúa hablan
do de la « c oincidencia absoluta de las
)
)
dos variantes del régimen totalitario, la
(_)
La ejemplaridad
E-
Ul
nes contra la hum anidad se e sfuerzan
innecesariamente por seguir siendo es
pecíficos, por conducir al horror sin ma
tices que suscitan y a la condenación ab
soluta que mere c e n ; algo igualmente
válido , e n mi opinión, tanto para el ex
terminio de los am erindios o para el so
metimiento a la esclavitud de los africa
nos, como para los horrores del Gulag y
de los c ampos nazis .
Entonces, ¿para qué la ej emplaridad?
Ello obedece a que no hay mérito algu
no e n ponerse e n el lado acertado de la
barricada, una vez que el consenso so
cial ha establecido firmemente dónde
e stá el bien y dónde el mal; dar leccio
nes de moral nunca h a sido una prue
ba de virtud. Sin embargo , hay un méri
to indiscutible en dar el paso desde la
72
propia d e s dicha, o de la de quiene s
nos rodean, a la de los o tros, sin recla
mar p ara uno el estatuto exclusivo de
an tigu a víc tima. Quisie ra ilustrar m i
propu e s ta a favor d e la ej emplaridad
mediante algunas figuras, que son eje m
plares no únicamente por haber sabido
luchar contra l as injusti cias actuale s ,
sino también por haberse elevado por
e ncima del determinism o un poco limi
tado a que me referí a n te s , el de la p e r
tenencia.
-� D avid Rousset fue un prisionero po
lítico d e p ortado a B u c h e nwald; tuvo
l a for tu n a de s obrevivir y regre sar a
Francia. Pero no se c o n tentó con ello :
escribió varios libros en los cuales se e s
forzaba p o r analizar y c omprender e l
universo de los campos de concentr a-
73
ción; esos libros le proporci onaron no
) to riedad. Y no se quedó en eso: el 1 2 de
)
noviembre de 1 949 hace público un lla
)
)
m amiento a los antigu o s deportados
) de los campos nazis para que se encar
)
gue n de la investigación sobre los cam
)
) pos soviéticos todavía en actividad. Ese
)
llamamiento produce el efecto de una
)
)
bo mba: los c omunistas están fue rte
) mente representados entre l o s antiguos
)
dep or tados y la ele cción entre ambas
)
) lealtades en conflicto no es fácil. Des
)
pué s de este llamamiento , numerosas
)
_)
federaciones de deportados se escinden
) en dos. La prensa comunista cubre de
)
inj urias a Rousset, lo que lleva a é ste a
J
) emprender, con éxito , un proceso por
)
difamación. Dedica entonces varios años
)
)
de su vida a luchar contra los campos
)
) 74
)
de concentración comuni s tas, reunien
do y publican do informaciones sobre
ellos.
Si se hubiera inclinado por la memo
ria literal, Rousset habría p asado el re sto
de su vida sumergiéndose en su pasado,
restañando sus propias heridas, y ali
mentando su resentimien to hacia quie
nes le habían infligido un dolor inolvi
dable . Al i n c linarse p o r la m e m o ria
ej emplar, escogió utilizar la lección del
pasado para actuar en el presente , den
tro de una situación en la que él n o es
actor, y que no conoce más que por ana
logía o desde el exterior. Es así como él
en tiende su deber de antiguo deporta
do , y por ello se dirige antes que n ada,
esto es ese ncial, a otros antiguos depor
tados. «Vosotros no po déis rechazar este
75
papel de j uez -es cribe-- . P ara voso
tros, an tiguos deportados políticos, es
precisamente la labor más importante .
Los demás, aquellos que no fueron nun
c a re cluidos e n c ampos de concentra
c i ó n , pueden argüir la pobreza de la
imaginación , l a -incompetencia. Noso
tros somos uno s profesionales, unos es
pecialistas . E s e l precio que h emos de
pagar el resto de vida que nos ha sido
concedida. » 1 1
No hay otro deber para los antiguos
deportados que inves tigar sobre los
campos existentes.
lJna e l e c c i ó n así implica evidente
mente que se acepta la comparación en
tre los campos nazis y los campos sovié
ticos. Rousset c onoce los rie sgos de la
operación . Algunas diferencias son irre-
76
ductible s ; n o hubo e n la URSS ni e n
o tro lugar campo s d e exterminio ; éstos
no se prestan a ninguna extrapolación,
a ninguna generalización. Pero , al mis
mo tiempo, tampoco motivan ninguna
acción e n el pre sente ; solamente des
piertan un estupor mudo y una compa
sión sin fin por sus víctimas. Ahora bie n ,
el fen ómeno de los campos de concen
tración es, éste sí , común a ambos regí
menes, y las otras dife rencias, reales a
p esar d e todo, no justifican el abandono
de la comparación. Cabe entonces una
segunda cuestión : ¿no deberíamos aca
so gen eralizar y asimilar los sufrimien
tos en los campo s al « universal lamen to
secular de los pueblos » , a toda desgra
cia, a t o d a injusticia? Existe efec tiva
mente el peligro para la memoria eje m-
77
plar de quedar diluida e n la analogía
universal , donde todos lo s gatos de la
miseria son pardos. E sto sería no sola
)
) mente condenarse a la parálisis ante la
) e normidad de la tarea; sería, además ,
)
)
ignorar e l hecho d e que los campo s
) n o representan una injusticia entre las
)
otras , sino el mayor e nvi le cimiento a
)
) que el ser humano haya sido conducido
) en el siglo xx. Como dijo Rousse t en su
_)
c ausa: <<La catástrofe de los campos de
)
79
de los dos regímenes y para reconocerse
entre unas víctim as antes que entre las
otras : vivía en la URSS y poco a poco
había adquirido un conocimiento pro
fundo de sus crímenes; pero su propia
madre había sido asesinada por su con
dición de judía · por los Einsatzkomr::an
dos que operaban detrás del frente ger
mano-ruso ; con los primeros batallones
del ej ército roj o , Grossman vio ante sus
ojos el campo d e Treblinka. Describió ,
en Vie et destin, la abominación d e ambos
sistemas, sus puntos comunes y sus dife
rencias. Sin embargo, en otro momento
de su vida, tuvo oportunidad de tomar
partido : fue al marchar a Eriván y cono
cer, con todo detalle, el genocidio arme
nio . Explicó ento nces su encuentro con
un ancian o , emocionado porque un ju-
80
dío también se interesara vivamente por
la tragedia de o tro pueblo y quisiera
e scribir la historia. « É l quería que fuese
un hijo del pueblo armenio mártir quien
escribiera sobre los judíos. » 1 3 Grossman
fue secundado en su ele c ción , aproxima
damente en la misma época, por otro
gran escritor de origen judío , el francés
André S chwarz-Bart, que explicaba de
e ste modo por qué se h abía in tere sa
do , a partir de Le Dernier desjustes, por el
mundo de los esclavos negros: «Un gran
rabino a quien preguntaban : "¿Por qué
si l a cigüeña, e n hebreo , fue llamada
Hassida (piadosa) porque amaba a los
suyos, está situada, sin embargo , en la
categoría de las aves impuras? ". Respon
dió : Porque sólo dispensa su amor a los
suyos» . 14
81
Mencionaré finalmente a un polaco
célebre , Marek Edelman , que fue , como
se sabe, uno de los líderes del levanta
miento del gue to , en ·varsovia. Quisiera
recordar ahora su comentario lapidario
acerca de la reciente guerra en Bosnia
Herzegovina: «Es una vic toria póstuma
de Hitler» . ¿Habría que reprochar al hé
) roe de 1 943 haber caído e n la trampa de
)
la equiparación? No le retiremos nues
)
)
E s superfluo , lo hemos visto , pregun
) tars e si es o no nece sario conocer la ver-
)
82
)
)
dad sobre e l pasado : la r e spue sta es
siempre afir m ativa . Sin emb arg o , n o
s o n coinciden te s l o s obj e tivos a los
que se inte n ta servir con ayuda de la
evocación del pasado ; nuestro juicio al
respecto pro cede de una selección de
valores, en lugar de derivar de la investi
gación de la verdad; hay que aceptar la
co mparación e n tre los beneficios pre
tendidos a través de cada utilización par
tic ular del pasado . Recordemos de nue
vo el proceso de David Rousset: quienes
se oponían a s u tentativa de luchar con
tra los campo s existentes no habían ol
vidado su experiencia p asada. Pierre
Daix, Marie-Claude Vaillant-Couturier,
los otros antiguos deportados comunis
tas, habían vivido el infierno de Maut
hause n o de Auschwitz y el recuerdo de
83
los campos estaba muy presente en sus
memorias. Si se negaban a combatir el
Gulag, no era debido a una pérdida de
memoria, sino a que sus principios ideo
lógicos se lo prohibían . Como decía la
diputada c omunista, ella se negaba a
considerar la cue s tión p o rque sabía
«: que n o existen campos de concentra
ción e n l a U nión Soviética» . D e e ste
modo , e s o s antiguo s deportados se
transformaban en verdaderos negacio
nistas, aún más peligrosos que quienes
niegan hoy día l a existencia de cámaras
de gas, porque los c ampos soviéticos es
taban por entonces e n plena actividad y
denunciarlos públicamente era el único
modo de combatirlos.
Y no se trata tan sólo de accione s
abiertamente poiíticas, sino también de
84
aquellas que se ufanan de los logros de
la ciencia. No basta recomendar a los in
vestigadores que se dej en guiar por la
sola búsqueda de la verdad, sin preocu
parse de ningún interés; p o r tanto , que
establezcan tranquilame n te sus compa
raciones, para apreciar las semej anzas y
las diferencias, y que ignoren el uso que
se hará de sus descubrimie n tos. Ouien
..._
85
de combinación e stá orientado necesa
riamente por la búsqueda n o de la ver
dad sino del bie n . La auténtica oposi
)
) c ión no se dará, por consiguiente , entre
) la ausencia o la presencia de un obj e ti
)
vo exterior a la propia búsqueda, sino
)
) 86
)
)
j a inevitablemente , se entregan con fer
vor a ritos de conjuración con la inten
ción de conservarlo vivo . Por lo que pa
rec e , un museo es inaugurado a diario
e n Europa, y actividades que antes tuvie
ron c arácter utilitario han sido converti
das ahora en obj e to de contemplación:
s e habla de un museo de la crepe en Bre
taña, de un museo del oro en Berry. . . No
pasa un mes sin que se conmemore al
gún hecho destacable , hasta el punto de
que cabe preguntarse si quedan bastan
tes días disponibles para que se produz
c an nuevo s aconte c imientos . . . que se
c onmemoren en el siglo XXI . Entre sus
mismos vec in o s , Francia se distingue
por su « delirio conmemorativo » , su
«frenesí de liturgias históricas» 1 5 Los re
cientes procesos por crímenes contra la
87
humanidad, así como las revelaciones
sobre el p asado de algunos hombres de
E stado, incitan a pronunciar cada vez
más llamamientos a fa «vigilancia» y al
«deber d e guardar m e moria» ; se nos
dice que ésta « tiene derechos impre s
criptibles» y que debemos constituirnos
en «: militantes de la memoria» .
Esa preocupación compulsiva por el
p asado p u e de ser inte rpre tada c o m o
signo d e salud d e un país pacífico don
de no sucede, felizmente , nada ( la His
toria se hace todos los días en la ex Yu
goslavia: ¿quién q uerría vivir allí? ) , o
como la nostalgia por una época que ya
no existe cuando Francia era una poten
cia mundial; sin e mb argo , puesto que
ahora sabemos que estos llamamientos
a la m e moria no poseen en sí mismos le-
88
gitimidad alguna mientras no sea preci
sado con qué fin s e pretende utilizarlos,
también p o demos preguntarnos sobre
las mo tivac i o n e s específicas de tales
«militante s» . Algo que n o han dej ado de
hacer, recientemente , varios comenta
ristas aten tos ( como Alfred Grosser,
,,.
89
)
)
)
dad de sentir su pertenencia a un gru
) p o : así es como encuentran el medio
)
más inmediato de obtener el reconoci-
)
) miento de su existencia, indispensable
)
par a todos y cada uno . Yo soy católic o , o
)
de Berry, o campesino, o comunista: soy
)
) alguien, no corro el riesgo de ser engu
)
llid o por la nada.
)
) I ncluso si no som o s particularmente
)
perspicac e s , no podemos n o dar n o s
)
cuenta de que e l mundo contemporá
)
) neo evoluciona hacia una mayor homo
)
geneidad y uniformidad, y que e sta
.)
.) evolución perjudica a las identidades y
) pertenencias tradicion al es . Homoge
_)
neización en el inte rior de nuestras so-
)
) .. ciedades debida, en primer lugar, a un
)
aumento de la clase media, a la necesa
)
) ria movilidad social y geográfica de sus
)
) 90
)
)
miembros, y a la extinción de la guerra
civil ideológica (los « excluidos» , por su
parte , no desean reivindicar su nueva
identidad ) . Pero también u niformidad
en tre sociedades, a consecuencia de la
circulación internacional acelerada de
las informaciones, de los bienes de con
sumo cultural ( emisiones de radio y te
levisión) y de las personas. La combina
ción de las dos condicione s -ne cesidad
de una identidad colectiva, destrucción
de identidad e s tradicionales- es res
p o nsable, en parte, del nuevo culto a la
memoria: al c on stituir un p as ado co
mún, podemos beneficiarnos del reco
nocimiento debido al grupo . El recurso
del pasado es e specialmente útil cuando
las pertenencias son reivindicadas por
primera vez : «yo me declaro de la raza
91
negra, del género femenino, de la co
munidad homosexual , sien do por tanto
preciso que yo sepa quiénes son » . Las
nuevas reivindicacion e s serán tanto más
veh e m en tes cuanto m ás se sie n ta que
van a contracorriente .
Otra razón para preocuparse por e l
pasado es que ello n o s permite desen
tendernos del presente , procurándonos
además los beneficios de la buena con
ciencia. Recordar ahora con minuciosi
dad los sufrimientos pasados, nos hace
quizá vigilantes en relación con Hitler o
Petain , pero adem ás nos permite igno
rar las amenazas actuales -ya que éstas
no cuentan con los mismos actores ni to
m an las mismas formas-. D enunciar
las debilidade s de un hombre baj o
Vichy me hace aparecer como un bravo
92
combatiente por la memoria y por la jus
ticia, sin exponerme a p eligro alguno ni
obligarme a asumir mis eventuales res
ponsabilidades frente a las miserias ac
tuales. Conmemorar a las víctimas del
pasado es gratificador, mientras que re
sulta incóm odo ocuparse de las de hoy
en día: «A falta de emprender una ac
ción real contra el "fascismo " actual, sea
real o fantasmagórico , el ataque se diri
ge resueltamente contra el fascismo de
ayer» . 1 6 Esta exoneración de las preocu
pacione s actuales mediante la memoria
del p asado puede ir más lej os incluso :
como escribe Rezvani e n una de sus no
velas , « la memoria de nuestros duel os
nos impide prestar aten ción a los sufri
mien to s de los demás, j ustificando nues
tros actos de ahora en nombre de los p a-
93
)
)
)
J sados sufrimien tos» . 1 7 Los serbios, en
) Croacia y en Bosnia, recuerdan de muy
)
J
buen grado las injusticias de las que fue-
J ron víctimas sus antep asado s, porque
)
ese recuerdo les permite olvidar -eso
)
J esperan- las agresiones por las que se
J
convierten ahora en culpables; y no son
)
) los únicos en actuar de ese modo .
J Una última razón p ara el nuevo culto
)
a la memoria sería que sus practicantes
)
J se aseguran así algunos privilegios en el
J seno de la sociedad. Un antiguo comba
)
J
tiente , un antiguo miembro de la Resis-
_) tencia, un antiguo héroe n o desea que
_) su pasado heroísmo sea ignorado, algo
_)
_; muy normal después de todo. Lo que sí
J es más sorprendente , al menos a prime
J
_) ra vista, es la necesidad experimen tada
J por otros individuos o grupos de reco
J
) 94
)
)
n o c e rse en el papel de víctimas p asa
das, y de querer asumirlo en el presente .
¿Qué podría p arecer agradable e n e l he
cho de ser víctima? Nada , en realidad.
Pero si nadie quiere ser una víctima, to
dos, en cambio , quieren haberlo sido ,
sin serlo más; aspiran al es tatuto de vícti
ma. La vid a privada con o ce bien ese
guió n : un miembro de la familia hace
suyo el p apel de víctima porque , en con
se cuencia, puede atribuir a quienes le
rodean el papel mucho menos envidia
ble de culpables. Haber sido víctima da
derecho a quej arse , a protestar y a pedir;
excepto si queda roto cualquier vínculo ,
los demás se sien ten oblig ad os a satisfa
cer nuestras peticiones. Es más ventajo
so seguir en el papel de víctima que re
cibir una reparación por el daño sufrido
95
(suponiendo que el daño sea real) : en
lugar de una satisfacción puntual, con
servamos un privilegio permanente , ase
gurándonos la atención y, por tanto, el
reconocimiento de los demás .
Algo cierto e n el caso de los indivi
duos y más aún e n el de los grupos. Si se
consigue e s table cer de manera convin
cente que un grupo fue víctima de la in-
j usticia en el pasado , esto le abre en el
presente una línea de crédito inagota
ble . Como la sociedad reconoce que los
grupos, y no sólo los individuos, poseen
derechos, hay que sacar provecho; aho
ra bien, cuanto mayor fuese el daño en
e l pasado, mayare s serán los derechos
en el presente . En vez de tener que lu
char para obte n er un privilegio, éste es
recibido de oficio por la sola pertenen.;.
96
,,
97
)
)
Cada grup o se c on si dera la principal
)
) víctima.
) Es importante advertir que las gratifi
)
cacion es obtenidas mediante el estatuto
)
) de víctima no tienen p or qué ser mate
)
rial e s ; al contrario , l as reparaciones
)
)
acordadas por el respo nsable del infor-
J tunio , o por sus descendientes, permi
J
ten extender la deuda simbólica . Eso e s
)
J lo que cuenta y, a su lado, las ventajas ma-
J
teriales son irrisorias. Los beneficios o b
J
J
tenido s por el miembro del grupo que
J ha adquirido el estatuto de víctima son
)
de una naturaleza dis tinta, como ha sa
J
J bido apreciar Alain Finkielkraut: «Otros
) habían sufrido, y como yo era su deseen
)
J
diente� recogía todo e l beneficio moral .
J [ ]
• • • El linaje me convertía en el conce-
J
sionario del genocidio , en su testigo y
)
)
) 98
)
)
casi en su víc tima. [ ]
. . . Comparado con
dicha investidura, cualquier otro título
me parecía miserable o ridículo » . 18
El culto a la memoria no siempre sir
ve a la justicia; tampoco es forzosamente
favorable para la propia memoria. Ha
habido en Francia, estos últimos años,
'
un ó s procesos j udiciales p or crímenes
contra la humanidad, que , al p arecer y
según se nos d ecía, reanimarían la me
moria nacional . Sin embargo , algunas
voces, como la de Simone Veil o Georges
Kiejman , se han alzado para preguntar-
.
99
hay o tros lugares donde la memoria se
.
preserva: en las conmemoraciones ofi
ciales, la enseñanza escolar, los medios
de comunicación de masas, los libros de
historia. El desembarco de 1 944 fue ce
lebrado estruendosamente , estando pre
sente en to das las m e morias; ¿ h abría
sido necesario que hubiese, además, un
pro c e so judicial p ara que nos acorde
mos mejor?
Pero , sobre todo, n o es seguro que ta
les procesos judiciales sean muy útiles
para la memoria, que ofrezcan una ima
gen precisa y matizada del pasado : los
tribunal e s son menos adecuados p ara
esa labor que los libros de histo ria. Al
aceptar el procesamiento de Barbie por
sus acciones contra los miembros de la
Resistencia, no sólo se tergiversaba el
1 00
,,
1 01
J Finalmente , ¿no había sido enturbia
) da la significación histórica de esos actos
)
J
por la presencia de testigos como Marie-
J Claude Vaillant-Couturier, antigua de
J portada de Auschwitz, que también se
)
) había distinguido por su lucha contra
J las revelaciones sobre el Gulag? En el
)
proceso Touvier, la presencia del letra-
J
1 03
medida sobre el presente . H oy mismo ,
la memoria de la Segunda Guerra Mun
dial permanece viva en Europa, conser
vada mediante innumerable s conme
moraciones, publicaciones y emisiones
de radio o televisi ó n ; pero la rep e ti
ción ritual del «no hay que olvidar» no
repercute con ninguna conse cuencia vi
sible sobre los pro c e sos de limpieza ét
n ic a , de torturas y de ej e cuciones en
masa que se producen al mismo tiempo,
dentro de la propia Europa. Alain Fin
kielkraut señaló no hace mucho que la
mej or manera de conmemorar el quin
cuagésimo aniversario de la redada de
Vel' d ' Hiv' sería, más que clamando una
tardía solidaridad con las víc timas de
antañ o , combatiendo los crímenes co
metidos por Serbia contra sus vecinos.
1 04
Aquellos que , por una u otra razón, co
nocen el horror del p asado tienen el de
ber de alzar su voz c ontra otro h orror,
muy presente , que se desarrolla a unos
cientos de kiló metr o s , incluso a unas
pocas decenas de metros de sus hogares .
Lej os de seguir siendo prisioneros del
pasad o , lo h abremos puesto al servicio
del p re sente , como la memoria -y el
olvido- se h an de p oner al servicio de
la justicia.
1 05
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Notas
1 07
sus? » , Politiques de l 'oubli, Le Genre humain, 1 8 ,
París, Seuil, 1 98 8 .
1 993, págs. 1 2- 1 5 .
Plon, 1 99 1 , págs. 1 99 , 2 0 8 .
1 08
1 4. Citado en Alfred Grosser, Le Crime et la
mémoire, París, Flammarion , 1989, pág. 239.
15. Como las llama Je an-Claude Guille
.. -- - -- _,