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Fragmentos del 701 al 720

La menor variación de temperatura vuelve a poner en cuestión todos


mis proyectos, no me atrevo a decir que todas mis convicciones. Este
tipo de dependencia, la más humillante que existe, no deja de
desesperarme, al tiempo que arruina las pocas ilusiones que aún me
quedan relacionadas con la posibilidad de ser libre, y con la libertad en
general. ¿De qué sirve pavonearse cuando se está a merced de la
Humedad y la Sequedad? Desearía una tiranía menos lamentable,
dioses de otra calaña.

701 (Pág. 88 – 4)

El remordimiento es mi vitalidad, y mi gran recurso.

702 (Pág. 88 – 5)

Mi incapacidad para coincidir con aquel que soy aumenta día tras día el
intervalo que me separa de las cosas; a decir verdad, es la causa de
que se opere en mí un constante engorde, una generación de
intervalos.

703 (Pág. 88 – 6)

En filosofía y en todo, la originalidad se reduce a las definiciones


incompletas.
Todo punto de vista original es un punto de vista parcial, y
voluntariamente insuficiente.

704 (Pág. 88 – 7)

Yo sé que todo es irreal, pero no se cómo probarlo.

705 (Pág. 88 – 8)
Sensaciones de asesino elegíaco.

706 (Pág. 88 – 9)

Renunciar a todo, incluso al papel de espectador.

707 (Pág. 88 – 10)

No comprendo como puede escribirse un libro cualquiera; y sin


embargo...

708 (Pág. 89 – 1)

Llega un momento en que no se puede sacrificar lo esencial, y en que


justamente escribir se convierte en una faena, e incluso un examen.

709 (Pág. 89 – 2)

31 de mayo de 1962.
Mi humor constantemente sombrío viene de mi incapacidad de
trabajar, del espectáculo de mis días desperdiciados, de la atmósfera
de remordimientos difusos en que vivo. Soy infiel a la imagen que de
mí mismo me he hecho, he traicionado y destruido todas las
esperanzas que había depositado en mí.

710 (Pág. 89 – 3)

El hombre ha sido creado para vivir bajo la protección –y la


complicidad- de los dioses. Liberado a sí mismo, parece ahora una
cosa asustadiza y lamentable a la vez. Un monstruo fulminado.

711 (Pág. 89 – 4)
Quienquiera que produzca más allá de sus recursos y capacidades está
poseído por una pasión inconfesable. Envidio y desprecio a todo aquel
que, habiendo dado con su medida, se ensaña todavía más y quiere
superarse. La desgracia del escritor (y de todo hombre enfrascado en
una obra) es no saber detenerse a tiempo.

712 (Pág. 89 – 5)

Yo he nacido para el trabajo manual, para vivir al aire libre, para


moverme y afanarme en el campo, junto a las bestias, y no para estar
encerrado en una habitación, encadenado a una mesa de “trabajo”,
inclinado sobre un papel eternamente en blanco.

713 (Pág. 89 – 6)

Vivimos en un siglo que ha visto desaparecer al hombre del universo


pictórico. Cuanto más retrato, más rostro. El proceso ha sido fatal. De
todos modos, nada se podía sacar ya del rostro humano: después de
haber enseñado sus secretos, sus trazos no interesan a nadie.
¿Tendrá esa ventaja la pintura sobre el resto de las artes? ¿Reflejará
mejor que las demás el proceso de cambio en el que estamos
inmersos? Una vez abolido el rostro del hombre, ¿no le tocará ahora el
turno al hombre mismo?
Decididamente, este siglo es más importante de lo que creemos.

714 (Pág. 89 – 7)

Correspondencia de Hegel..., ¡qué decepción! Decididamente, mi


desencuentro con la filosofía se agrava. ¡Y además, vaya una idea leer
las cartas de un Profesor!

715 (Pág. 89 – 8)
Ayer, domingo 3 de junio, en el tren que me traía de Compiegne a
París. Delante de mí, una muchacha (¿diecinueve años?) y un joven.
Intento combatir el interés que he tomado por la chica, por su encanto
y, para engañarlo, me la imagino muerta, como un cadáver ya
avanzado, sus ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, todo en plena
descomposición. Nada que hacer. El encanto que ella emanaba se me
imponía constantemente . Ese es el milagro de la vida.

716 (Pág. 90 – 1)

Llega un momento en que es necesario poner las ideas en práctica. Yo


no he vencido nunca de hecho la contradicción con las mías; temo no
obstante llegar a conformarme un día y sacar las últimas
consecuencias. Pero mis ideas me excluyen.
Desde los diecisiete años arrastro dudas bajo las cuales otros, más
fuertes que yo, habrían sucumbido. Pero poseo cierta debilidad
obstinada que viene a reemplazar el vigor y que se acomoda a todo lo
que contraría a la vida.

717 (Pág. 90 – 2)

De nuevo un resfriado. ¡Seis meses al año resfriado! Fenomenología


del constipado..., bonito título para una tesis doctoral.
No tengo dolor de cabeza, sino algo mejor: una pesadez constante
sobre el cerebro, una nota fúnebre sobre el espíritu.

718 (Pág. 90 – 3)

He visto la Sonata de los espectros (en sueco) en el Teatro de las


Naciones. Es inadmisible que conozca tan mal a Strindberg, uno de los
pocos que todavía pueden enseñarme algo sobre el horror de la vida.
719 (Pág. 90 – 4)

A lo más mínimo que hago para tender a la “perfección” me encuentro


prisionero de la cólera. No falla, en cuanto que lo hago, soy su súbdito.
Reconozco que es degradante no poder librarse de ella, pero no puedo
hacerlo. Si..., llego al punto de no hacer nada de nada, a no sacar
siquiera las conclusiones a las que tales “accesos” inevitablemente me
conducen. A la obsesión de inanidad universal debo que deje de
cometer algún acto irreparable. Pues no he vencido a la cólera y, sobre
todo, a sus secuelas sino por el beneficioso método del ¿qué tal va la
cosa?

720 (Pág. 90 – 5)
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MIÉRCOLES, DICIEMBRE 06, 2006

Fragmentos del 681 al 700


En aquellos tiempos en que me paseaba por toda Francia en bicicleta
durante meses, me acuerdo del gran placer que me producía meterme
en los cementerios de la campiña para fumar...

681 (Pág. 86 – 1)

Poseo algo más que talento, tengo el instinto de la nostalgia.

682 (Pág. 86 – 2)

“... La esperanza sin objeto no puede vivir” (Coleridge, Work without


Hope, 1828).

683 (Pág. 86 – 3)

No creo que haya nadie más intrínsecamente sólo que yo.


684 (Pág. 86 – 4)

La nostalgia..., bálsamo y veneno de mis días. Me disuelvo


literalmente en otra parte. Sabe Dios tras qué paraíso ando
suspirando. Poseo la melodía, el ritmo del Excluido, y paso el tiempo
tarareando mi desconcierto y mi exilio terrenal.

685 (Pág. 86 – 5)

Si se pudiera devenir loco por el puro desarrollo -“lógico”- de la


tristeza, habría perdido la razón hace tiempo.

686 (Pág. 86 – 6)

Si el dolor es la esencia de la existencia, ¿cómo explicar que tan pocos


consigan librarse y que la búsqueda de la salud sea tan rara? La
esencia de la existencia es el apego a la existencia, por así decirlo la
existencia misma. Que este cariño lleve en última instancia al dolor,
cada cual lo decide sin querer sacar sus consecuencias. En el fondo, el
grito de la humanidad es: “¡Antes el dolor que la liberación!”. Es
porque el dolor es todavía existencia, mientras que la liberación no es
más que una felicidad vacía.

687 (Pág. 86 – 7)

Nadie en Occidente se atreve a hablar como de una evidencia del


“abismo del nacimiento”, expresión que encuentro a menudo en los
escritos budístas. Sin embargo, el nacimiento más que un abismo es
un precipicio.

688 (Pág. 86 – 8)

Una paradoja curiosa: estoy a punto de preparar un ensayo sobre... la


gloria, en el preciso momento en que mi ineficacia, mi abulia y mi
decadencia han alcanzado su punto máximo, en que he agotado hasta
mis posibilidades de despreciar, en que, en una palabra, me rechazo a
mi mismo y me considero un indeseable.

689 (Pág. 86 – 9)

La inocencia, la inocencia..., no se puede vivir sin inocencia.

690 (Pág. 86 – 10)


El diablo no es un escéptico: él niega, no duda nunca. Puede querer
inspirar la duda, pero a él mismo no le afecta. Es un espíritu activo,
porque toda negación implica acción.
Se puede hablar de los abismos de la duda, pero no de los de la
negación.
La postura del escéptico es menos cómoda que la del demonio.

691 (Pág. 87 – 1)

No debería firmar lo que escribo. Cuando se busca la verdad ¿qué


importa el nombre? Sólo importan, en definitiva, la poesía y el
pensamiento anónimo, las creaciones de las que se han llamado
“épocas sinceras”, anteriores a la literatura.

692 (Pág. 87 – 2)

Sólo los escritores menores se interrogan constantemente sobre el


destino de su obra. Todo libro es perecedero, sólo la búsqueda de lo
esencial no lo es.

693 (Pág. 87 – 3)

Lo trágico de los asuntos humanos se evapora cuando se los


contempla un poco desde arriba. De hecho, la tragedia sólo existe para
el hombre de acción.

694 (Pág. 87 – 4)

Cada día que pasa se perfila cada vez más netamente el mal que
padezco: incapacidad de trabajar, una perpetua distracción, laxitud del
esfuerzo que se extiende al cabo de una hora, bloqueo en una palabra.
Tuve la lucidez suficiente de percibir hace tiempo los signos de mi
precoz decrepitud, hace ya unos treinta años...

695 (Pág. 87 – 5)

El descontento conmigo mismo confina con la religión.

696 (Pág. 87 – 6)

Cambio de mesa, de silla, de habitación cada cinco minutos –digamos,


para no exagerar, cada hora-, como si buscara un entorno ideal para
trabajar, porque allí donde estoy nunca me parece el bueno; esta
agitación risible me avergüenza hasta lo indecible. ¡A lo que he
llegado, Señor! ¡Y a la edad en que los demás se lanzan con alborozo a
sus empresas de largo aliento! Antes reventar que seguir así (7 de
mayo de 1962).

697 (Pág. 87 – 7)

Que el diablo no sea un escéptico lo prueba el rol que se le ha


atribuido en el curso del tiempo. Si estuviera sumido en la duda o
dedicado a la conversión de los hombres, su importancia hubiera sido
considerablemente menor. Se le asignó el imperio del mal,
infinitamente más vasto que el de la duda. Reina sobre toda la
humanidad, lejos de limitarse a soñar solamente las incertidumbres de
algunos. Y tras la duda, lejos de conducir la actividad, se aleja de ella
por contra: por así decirlo es el peor peso para el que le sigue y le
propaga. Mientras que la negación es, de una manera u otra, siempre
cómplice del acto. “El que siempre dice no” está casi tan lejos del
escepticismo como un ángel. Y es casualidad que con anterioridad
haya sido un ángel.

698 (Pág. 87 – 8) (Pág. 88 – 1)

Cuando no se cree en el amor, todavía es posible amar, del mismo


modo que se puede combatir sin convicciones. Sin embargo, tanto en
uno como en el otro caso, algo se ha roto. Un edificio en el que la
fisura tiene algo de estilo.

699 (Pág. 88 – 2)

Ningún sujeto me parece tan importante como para que me tome la


molestia de tratarle. Es un defecto de mi carácter que, para restarle
trascendencia, llamaría “frivolidad desesperada”. Se presenta como
una imposibilidad de centrarme y, al mismo tiempo, ofrece todos los
síntomas de un obseso gravemente atento, por así decirlo, como
totalmente inadaptado para salir de un círculo restringido, siempre el
mismo, ¡precisamente de sujetos!

700 (Pág. 88 – 3)
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VIERNES, NOVIEMBRE 10, 2006

Fragmentos del 661 al 680


7 de abril de 1962.

Escucho en la radio algo de música zíngara húngara. Hace años que no


la oía. Una vulgaridad desgarradora. Recuerdos de borracheras en
Transilvania. Un inmenso aburrimiento que me empujaba a beber con
cualquiera. En el fondo, soy un “sentimental” como todos los tipos de
la Europa central.

661 (Pág. 83 – 5)

8 de abril (mi cumpleaños). He estado vagando por la Quinta: calle


Ratud, donde vive Eveline, calle Lhomond, donde viví durante un mes
en 1935, y todas esas viejas callejuelas que me recuerdan mi
“juventud”: la calle de Pot-de-Fer, la de Amyot, el alto de la calle
Cardinal-Lemoine, etc. Un paseo fúnebre, con mi espíritu de duelo.

662 (Pág. 83 – 6)

Un regalo de aniversario: la vieja idea del suicidio, que vuelve a


atacarme cada cierto tiempo, y la ha tomado conmigo especialmente
hoy. Reaccionemos, aguantemos todavía en pié.

663 (Pág. 83 – 7)

Pienso en Sibiu, el pueblo que más quiero del mundo, y en las terribles
crisis de aburrimiento que allí conocí. En esas tardes de domingo en
que vagaba por las calles desiertas de entonces, solo, o por el bosque
o en el campo... Es el entorno lo que me hace volver tanto a esos
momentos. Tengo alma de pueblerino

664 (Pág. 83 – 8) (Pág. 84 – 1)

En una época en que era capaz de explosiones líricas, creí saber lo que
era la desesperación; pero, a decir verdad, cuando lo he sabido
realmente es después de caer en esta triste y fría sequía, en esta
horrible vacación de todas mis facultades, en la perfecta nada de mi
ser entero.
665 (Pág. 84 – 2)

Ha sido gracias a mis miserias y no a mis virtudes que he hecho


algunos progresos en la indiferencia. “Sabio” por necesidad antes que
por mérito. Y quizás por ello para mí son tan amargos los frutos de la
sensatez, desde el momento en que ésta puede hacer que germine y
se ilumine aquel que soy.

666 (Pág. 84 – 3)

9 de abril de 1962.
¿De qué sirve haber seguido a los sabios si sus enseñanzas no os
ayudan a superar la pena? Pero es que desconocen la tristeza, y están
mal preparados para mostrarnos como arrancarla.
Toda nuestra alegría deriva del cariño, y nuestra desgracia también. La
Salud y la Perdición proceden de otros seres. La felicidad es deseable,
e imposible.

667 (Pág. 84 – 4)

Si el cristianismo, en lugar de la caridad, hubiera colocado a la


Indiferencia, cuanto más soportable nos hubiera vuelto la existencia.

668 (Pág. 84 – 5)

La única manera de afrontar nuestros sufrimientos sin perecer es


considerar que todo lo que nos ocurre aquí abajo es, en el fondo,
irreal, y que todo se desvanecerá sin rastro, incluso nuestros dolores.

669 (Pág. 84 – 6)

La locura no puede ser más que una pena que nunca cambia.
670 (Pág. 84 – 7)

Desde hace algunos días me atormenta un motete de Bach, “Jesu,


meine Freude”, escuchado en Saint-Severin. La música vuelve a contar
en mi vida, señal siempre de un imperioso deseo de consuelo.

671 (Pág. 84 – 8)

He dejado otra vez de fumar. Durante la noche, me he despertado con


tal odio hacia el tabaco que, al levantarme, he hecho trizas el paquete
de cigarrillos que me quedaba, la boquilla y todo el pequeño arsenal
de la más grotesca de las intoxicaciones que existe.

672 (Pág. 84 – 9)

Es inútil querer deshacerse de una costumbre por la voluntad; es el


punto de saturación, el disgusto y la exasperación los que permiten
desacostumbrarse. No se vence hasta que no se odia..., después de
haber amado.
... Si yo persisto en lo mismo, es porque mi horror por este mundo es
insuficiente y para nada sincero.

673 (Pág. 85 – 1)

¿Cómo quienes son conscientes de no ser nada quieren obstinarse en


ser cualquier cosa? No he hallado en libro alguno el menor argumento
que refute la evidencia de la inanidad universal.
Lo que salva a los hombres es que desconocen cuán bien poco
representan. Maldición o privilegio, yo siempre he sentido hasta
vértigo de mi propia irrealidad, y de la de todos.

674 (Pág. 85 – 2)
La tristeza, que ha devenido en mi en un estado permanente, es el
gran obstáculo para mi “salud”. Y en tanto que dura y no logro
librarme de ella, me deja clavado a las miserias de aquí abajo. Pues tal
es la paradoja de la tristeza, que nos hunde en este mundo en la
misma medida en que nos separa de él. Se complace tanto en el
desgarrón como en el desconsuelo.

675 (Pág. 85 – 3)

En este universo donde la vida está manchada.

676 (Pág. 85 – 4)

10 de abril de 1962.
En un banco un hombre, del tipo “meteco”, molesto y burlón, y una
mujer de aire crispado, asolada. Me pareció entender, cuando pasé
ante ellos, que ella le decía: “Se ha acabó”.
Y eso es exactamente lo que esperaba oír por su expresión.

677 (Pág. 85 – 5)

Pascua.
No puedo escribir si no es para atacar o lamentarme.
Si las fuentes de la violencia y de la tristeza se agotaran en mí, dejaría
para siempre la pluma.

678 (Pág. 85 – 6)

Herodoto..., cuando le leo me parece estar frente a un paisano mío, un


“filósofo” rumano (no es casual que llegase a viajar al país de los
escitas).

679 (Pág. 85 – 7)
“No está permitido aquí que cualquiera haga palabras nuevas, ni
siquiera el soberano” (Vaugelas, en 1649).

680 (Pág. 85 – 8)
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SÁBADO, OCTUBRE 28, 2006

Fragmentos del 641 al 660


Qué error cometí al responder a las cartas de Dinu [Constantin Noica,
familiarmente “Dinu”, 1909-1897, filósofo amigo de Cioran; publicó en
1991 en Francia, en Criterion, “Seis enfermedades del espíritu
contemporáneo” y, con Cioran, “El amigo lejano”, también en 1991. La
correspondencia que mantuvo con Cioran le valió ser condenado a 25
años de prisión en Rumanía]. Le escribía..., por piedad de su soledad,
y también por un deber de amigo. Sin saberlo, he armado a sus
enemigos y contribuido a su ruina.

641 (Pág. 81 – 3)

El Maestro Eckhart: “Si posees una firme voluntad y sólo el poder te


fuese negado, en la contemplación de Dios estarás totalmente
realizado”.

642 (Pág. 81 – 3)

Este tiempo que pasa, que se deshilacha ante mi mirada, y que no


lleno con nada como no sea con mi remordimiento..., el remordimiento
de no hacer nada. La desgarradora consciencia de mi inutilidad es mi
único contenido positivo.
El trasfondo de mi remordimiento..., una mezcla de miedo y
vergüenza.

643 (Pág. 81 – 4)
El empeño de Lucrecio por demostrar que el alma es mortal, el encono
de Lutero contra la libertad..., habría que buscar qué razones hay por
debajo. Voluntad de autodestrucción, apetito de humillación. Adoro
toda forma de violencia contra uno mismo.

644 (Pág. 81 – 5)

Oído en el mercado. Dos viejas marujas en el momento en que están


despidiéndose, una de ellas dice a la otra: “Para estar tranquila, no
hay que salirse de la vida normal”.

645 (Pág. 81 – 6)

En Saint-Severin, un coro italiano canta la Missa Brevis de Palestrina y


las admirables Lamentations de Jérémie de Cavalieri.
Cómo me conmueve esta música del siglo XVI. Y entonces mi atención
se relaja un instante, justo lo suficiente para recordar que es preciso
que abofetee a X... Ya he hecho notar que la mayoría de mis
emociones son puras, pues no suscitan en mí por instinto más que
envidias ridículas, horrorosas e innombrables. Y al final de todo
siempre, la consabida vergüenza.

646 (Pág. 81 – 7)

Una extraña sensación en una vieja iglesia: ¿dónde habrán ido todas
las plegarias allí depositadas durante siglos? Es terrorífico pensar que
no hayan servido para nada a quienes las dijeron, a sus espíritus y
ansiedades.

647 (Pág. 82 – 1)

No se acerca a la esencia del Tiempo más que quien sabe


desperdiciarlo. El hombre sin utilidad alguna.

648 (Pág. 82 – 2)

Diferir el encuentro con lo irreparable.

649 (Pág. 82 – 3)

4 de abril de 1962.
Sé que la tristeza es un pecado; pero nada puedo hacer, no encuentro
la forma de defenderme de ella y superarla. Además, cuando viene sin
razón aparente se alimenta de sí misma, bebe de sus propias fuentes.
A decir verdad, no es un pecado..., sino un vicio. ¿Será el resultado de
una costumbre? ¿Y si estoy predestinado a esa costumbre?

650 (Pág. 82 – 4)

Todo lo que pienso, todo lo que escribo está impregnado de una


terrible monotonía. No sabría ser de otra forma: la idea de que hemos
sido todos proyectados a un universo fallido vuelve a mí como una
obsesión.

651 (Pág. 82 – 5)
En mi caso toda posibilidad de estar triste deviene en tristeza

652 (Pág. 82 – 6)

Resulta significativo que uno de los enemigos más virulentos de Buda


fuese alguien que le conoció bien, algo así como un amigo de la
infancia. ¿Cómo admitir la gloria (y, con mayor razón, la santidad) en
alguien que era tan desconocido como nosotros?

653 (Pág. 82 – 7)
Poseo todos los defectos de los hombres, y por tanto todo lo que ellos
hacen me resulta incomprensible.

654 (Pág. 82 – 8)

“Aunque todas las montañas estuvieran en los libros, y todos los lagos
en el tintero, y todos los árboles en las plumas, nada de esto sería
suficiente para describir todo el dolor del mundo” (Jakob Böhme).

655 (Pág. 82 – 9)

Estoy sólo en la terraza, extasiado al sol; de golpe, la idea de que todo


acaba sobre la tierra, en plena podredumbre, me deja helado. La
muerte es inadmisible.
La inconveniencia de morir...

656 (Pág. 82 – 10)

Por contemplar las cosas según la naturaleza, el hombre ha estado


viviendo volcado únicamente hacia el exterior. Para mirar en sí mismo,
necesita cerrar los ojos, renunciar a la acción, salir de la corriente... Lo
que se llama “vida interior” es un fenómeno tardío, posible únicamente
gracias a una atenuación sistemática de nuestras funciones vitales, de
suerte que el “alma” no ha podido surgir más que a expensas de
nuestros órganos.

657 (Pág. 83 – 1)

Mi fuerza consiste en no haber encontrado respuesta a nada.

658 (Pág. 83 – 2)
¡A decir verdad, yo no hubiera podido ser feliz en otra civilización y en
otra época más que en la India, durante el tiempo de los vedas, etc.,
etc., en China, en Japón!
Hay en mi un sustrato oriental que encuentro cada vez que me canso
del intolerable mundo moderno.
El Oriente, ese universo intemporal, esa provincia absoluta..., objeto
de todos mis nostalgias.

659 (Pág. 83 – 3)

Llevo exactamente tres meses volviendo a posponer sucesivamente


para el día siguiente el comienzo de un trabajo preciso. Pero es que
realmente no puedo empezar. He desaprendido a escribir, y todas las
palabras me rehuyen. Estoy fuera de las lenguas, de todas las lenguas.

660 (Pág. 83 – 4)
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DOMINGO, OCTUBRE 08, 2006

Fragmentos del 621 al 640


Escribir una “Metafísica del adiós”.

621 (Pág. 78 – 10)

Entrar en el sueño como en un matadero.

622 (Pág. 78 – 11)

Ese filósofo griego (¿Diodoro?) que hizo de sus cinco hijas otras tantas
dialécticas poniéndoles nombres masculinos, y que designaba a sus
criados por conjunciones: porque, pero, etc.
Poder soberano sobre el lenguaje, menosprecio también por lo que
tiene de arbitrario..
623 (Pág. 79 – 1)

8 de enero de 1962.
No tiene límites la experiencia propia del horror. Caer cada vez más
bajo..., en el infinito negativo del alma.

624 (Pág. 79 – 2)

Mi “vocación” era vivir al aire libre, desempeñar un trabajo manual,


afanarme en un taller, en un jardín, y no leer ni escribir. En el fondo,
la decisión más drástica que jamás he tomado tuvo lugar en 1920,
cuando salí de mi pueblo natal, en los Cárpatos, para ir al Liceo, en
Sibiu. Más de cuarenta años han transcurrido desde entonces, y sin
embargo no consigo olvidar el desgarro que me produjo ese cambio de
ambiente, y que de alguna forma todavía puedo sentir.

625 (Pág. 79 – 3)

17 de enero de 1962. Hace dos semanas que he dejado de fumar: dos


semanas de suplicio. De ahora en adelante seré más indulgente con
los “intoxicados”.

626 (Pág. 79 – 4)

He vuelto a coger un cigarrillo... ¡Qué vergüenza!

627 (Pág. 79 – 5)

Ningún escritor soporta la menor crítica a lo que hace. Bastantes


dudas propias tiene, como para afrontar aquellas que los demás
conciben en torno a él.

628 (Pág. 78 – 6)
Nunca he escrito una línea sin sentir después una molestia, un
malestar intolerable, sin dudar radicalmente de mis capacidades y de
mi “misión”. Ningún espíritu clarividente debería tomar la pluma..., a
menos que le guste torturarse. La confianza en uno mismo equivale a
la posesión de la “gracia”. Que Dios me ayude a creer en mí mismo.
¿No se deberán las conversiones a la imposibilidad de soportar por
más tiempo la lucidez? ¿No serán como propias de desollados..., de
sus demasiado frecuentes revolcones sobre si mismos? El infierno de
conocerse uno mismo, que ni el oráculo ni Sócrates llegaron a
adivinar.

629 (Pág. 79 – 7)

A mis ojos, toda soledad es demasiado pequeña, incluso la de la Vacío,


incluso la de Dios. Qué terrible exigencia se ha insinuado en mis
nostalgias.

630 (Pág. 79 – 8)

¡Suprimir todos los deseos! ¡Tal es mi propósito, mi deseo absoluto!

631 (Pág. 80 – 1)

12 de febrero de 1962.
Me siento fuera de todo, de lo que se dice todo. Han debido echarme
mal de ojo. Estoy hechizado. Me sostienen. Pero, ¿quiénes me
sostienen?

632 (Pág. 80 – 2)

Días, semanas enteras sin escribir una palabra, sin cruzar palabra con
nadie, ni conmigo mismo.
Esta mañana miraba pasar las nubes, me parecía que tocaban, que
envolvían mi cabeza. Es preciso que salga de ésta, que empiece a
rezar...

633 (Pág. 80 – 3)

Lermontov..., me gusta este hombre. Sus consideraciones sobre el


matrimonio... Un Byron ruso que nos hace olvidar al otro –
afortunadamente-, al que eclipsa.

634 (Pág. 80 – 4)

El escéptico es el hombre menos misterioso que existe y, sin embargo,


a partir de determinado momento, no pertenece a este mundo.

635 (Pág. 80 – 5)

Cada vez que me acerco a Bach me digo que es imposible que todo
sea apariencia. Es preciso que exista algo más. Y después, reaparece
nuevamente la duda.

636 (Pág. 80 – 6)

Obtenía una gran vanidad de la ventaja de ser desconocido.

637 (Pág. 80 – 7)

Esterilidad sin nombre. Imposibilidad de escribir, de pasar del proyecto


a la acción. Una impresión de sequedad e inutilidad cercana a la
enfermedad. Un síntoma grave: cada vez tengo, por así decirlo, menos
ambición. Y la ambición es, con toda evidencia, el resorte de la
actividad.
Para producir es preciso después ser sensible a la opinión de los
demás. Ahora soy cada vez más indiferente. Y esto es grave, porque
mi soledad no se nutre del orgullo, sino de la indiferencia y de la
frialdad en torno a todo –en torno a mí mismo, en primer lugar-.
Los seres vivos no me apasionan. ¿Y si esta pasión sólo estuviera
dormida? Eso espero. ¿Pero quién sabe?
Un deslizamiento funesto hacia la sensatez...

638 (Pág. 80 – 8)

Sócrates a Critón, antes de morir: “Nunca hay que hablar


impropiamente; pues no se ofende solamente a la gramática, sino
también a las almas”.
(Acerca de las palabras de Arvers en su lecho de muerte..., y citar el
comentario de Rilke: “Era un poeta, no le gustaba el más o menos”.)

639 (Pág. 80 – 9) (Pág. 81 – 1)

Si analizamos nuestros actos, no hay ninguno, por generoso que sea


que, de alguna forma, no sea sancionable y hasta dañino; y hasta es
natural que nos inspire el arrepentimiento de haberlo ejecutado, de
forma que, en el fondo, no se nos deja otra opción que la abstención y
el remordimiento universal.

640 (Pág. 81 – 2)
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SÁBADO, SEPTIEMBRE 23, 2006

Fragmentos del 601 al 620


Creo que prescindiría antes del pan y el agua que de la tristeza. Es
para mí una necesidad, ¿como diría?..., sobrenatural.

601 (Pág. 76 – 4)
Hay noches en blanco que ni el más capaz de los torturadores podría
imaginar. Se sale de ellas hecho polvo, alucinado, estúpido, sin
recuerdos ni presentimientos, sin saber quién eres. Y entonces hasta la
luz parece tan inútil como perniciosa, peor incluso que la noche.

602 (Pág. 76 – 5)

2 de septiembre. A las 4 de la madrugada.


Imposible dormir.. Todo me sienta mal. ¡Mi cuerpo! Acabo de salir de
la terraza: me parece que es la primera vez que contemplo de ese
modo las estrellas, sin nostalgia ni esperanza alguna. Sensación
absoluta de no querer pensar, por miedo sin duda a reflexionar sobre
el drama que viven mis huesos, prestos seguramente a romperse para
siempre con el nuevo día.

603 (Pág. 76 – 6)

5 de septiembre. Despertar alocado, sensación de envenenamiento


repentino. He salido a la calle; imposible mirar a los demás a los ojos:
en la farmacia, no he podido evitar un comentario hiriente para el
vendedor. Un furor desesperado e inútil, desencadenado contra todo el
mundo. Sensación de que tengo veneno en las venas, de haber llegado
más lejos aún que no se qué demonio.
Para poder dominarme necesitaría unos cuantos siglos de educación
inglesa; pero vengo de un país en el que se aúlla a los entierros...

604 (Pág. 76 – 7)

En las montañas de Santander, en medio de un paisaje soberbio, las


vacas con su aire triste, al decir de mi amigo Nuñez Morante:
- ¿Y porqué están así?, -le dije yo-. Tienen todo aquello con lo que yo
sueño: el silencio, el cielo...
- Tienen tristeza de ser, por ser [en español, en el original] -me
respondió él-.

605 (Pág. 77 – 1)

Fue él [Nuñez Morante] quien me dijo el otro día una cosa que bien
podría ser verdad: “El obrero no quiere mejorar su condición, lo que
quiere es mandar”.

606 (Pág. 77 – 2)

En las montañas de Santander igualmente, una aldea perdida. En el


bar, algunos pastores se animan a cantar. En la Europa occidental,
España es el último país que aún tiene alma.
Todas las hazañas y desengaños de España han pasado a sus
canciones. Su secreto: la nostalgia como saber, la ciencia de la
añoranza.

607 (Pág. 77 – 3)

Querría encontrar algo que me reconciliase con la vida, pero sé que la


solución está fuera de ella, por encima o por debajo. Aquí abajo es
donde todas las esperanzas enferman y son abolidas, donde ninguna
posibilidad de respuesta se dibuja, y donde la interrogación sería
perniciosa si no fuera vana.

608 (Pág. 77 – 4)

Un periodista inglés me telefoneó el otro día para preguntarme mi


opinión sobre Dios y el siglo XX. Estaba preparándome justamente
para salir y así se lo dije, tras añadir que no me encontraba en ese
momento en disposición de discutir un problema tan extravagante.
Cuando más tiempo pasa, más se degradan ciertos problemas y toman
el aspecto de la época.
609 (Pág. 77 – 5)

No puedo interesarme apasionadamente más que ante Dios y ante lo


infinitamente mezquino. Lo que hay entre ambos, los asuntos serios,
se me antojan improbables e inútiles.

610 (Pág. 77 – 6)

Chejov..., el escritor más desesperado que jamás haya existido.


Durante la guerra presté sus libros a Picky P., a la sazón gravemente
enfermo, que me suplicó que dejara de llevárselos, porque con sólo
leerlos perdía el coraje para resistir sus males.
Mi Breviario de podredumbre no es otra cosa que el mundo de Chejov
degradado a la categoría de ensayo.

611 (Pág. 77 – 7)

Siempre he estado, en lo que llevo vivido, enamorado del mal tiempo.


Las nubes me tranquilizan; cuando, al levantarme, las veo pasar desde
mi cama me siento con fuerzas para afrontar la jornada. Nunca he
podido acostumbrarme al sol; carezco de la suficiente luz en mi
interior como para poder llegar a un acuerdo con él. No hace otra cosa
que despertarme, que remover mis tinieblas. Diez días soleados me
ponen en un estado cercano a la locura.

612 (Pág. 77 – 8) (Pág. 78 – 1)

Todo hombre quiere ser otro que no es. En mi juventud me soñé


hombre de acción, después filósofo... Me siento delirar por el acto, y
desesperar por el pensamiento. ¿A qué me inclino? A mirar y
aburrirme, a esperar el estallido de las horas.
613 (Pág. 78 – 2)

Viví durante quince años en la buhardilla de un hotel, similar a la que


ahora ocupo en un “apartamento”. Siempre he vivido bajo el tejado.
Soy el hombre del último piso, el tío de las goteras.

614 (Pág. 78 – 3)

El “civilizado” muere cuando se deja fascinar por el bárbaro. Es


entonces cuando empieza a esperar de lo que le niega, definitivamente
seducido por la venida del otro.
Salvien, en el siglo V, no encontró más que virtudes entre los Godos.

615 (Pág. 78 – 4)

Esas épocas en que el civilizado y el bárbaro se miraban a la cara,


ante la última “explicación”.

616 (Pág. 78 – 5)

Cenar fuera de casa, ¡vaya un despilfarro! Al día siguiente, imposible


trabajar. Buscar el eco de las palabras que hemos cruzado o
entendido, volver a masticar durante toda la jornada los temas de una
conversación frenética e inútil. Así nace la costumbre de saltar de un
tema a otro, esa mancilla para el espíritu.

617 (Pág. 78 – 6)

Todo me invita a abandonar la partida, pero no quiero, me he


empeñado.

618 (Pág. 78 – 7)
Una piedad delirante: puedo imaginarme hasta los sufrimientos de un
mineral.

619 (Pág. 78 – 8)

Si todo sigue, es porque los hombre no tienen ni el coraje de


desesperar.

620 (Pág. 78 – 9)
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DOMINGO, SEPTIEMBRE 17, 2006

Fragmentos del 581 al 600


La civilización sería inmunda, si no estuviera condenada.

581 (Pág. 74 – 6)

Pese a las reservas que abrigo frente al creyente cristiano, no puedo


negar que en un punto –capital donde los haya- tiene razón: el
hombre no es dueño de su destino, y si por él tiene que justificarlo
todo, no puede hacerlo. Cada vez más se abre camino en mi espíritu la
idea de una providencia maldita; y a ella hay que recurrir si se quiere
comprender la desconcertante trayectoria del hombre

582 (Pág. 74 – 7)

Ha dejado de escribir: no tiene nada que esconder.

583 (Pág. 74 – 8)
El patrimonio de un escritor son sus secretos, sus derrotas clamorosas
e inconfesables; y la fermentación de sus vergüenzas es la prueba de
su fecundidad.
584 (Pág. 74 – 9)

17 de julio de 1961.
He pasado la mañana preguntándome si habrá habido locos en mi
familia, entre mis más lejanos ancestros...

585 (Pág. 74 – 10)

Todo el “misterio” de la vida reside en tenerle apego, en esa


obnubilación casi milagrosa que nos impide discernir nuestra
precariedad de nuestras ilusiones.

586 (Pág. 75 – 1)

Todas las naciones occidentales..., esos cadáveres opulentos.

587 (Pág. 75 – 2)

Ha sido Sieyès, si no me equivoco, quien ha dicho que hace falta estar


borracho o loco para creer que puede expresarse lo que uno es en una
lengua conocida.

588 (Pág. 75 – 3)

De entre los escritores sólo puedo leer a los grandes enfermos: sus
males iluminan cada una de sus páginas, cada línea. Me gusta la salud
querida, no la salud hereditaria o adquirida.

589 (Pág. 75 – 4)

Cuando escribo, si dejo de atacar y maldecir, me aburro y dejo la


pluma.
A veces me pregunto si, dejando a un lado mis frenesíes, existo
realmente. Si éstos me abandonaran, vegetaría y estaría tirado como
un trapo.

590 (Pág. 75 – 5)

He leído un número apreciable de memorias sobre el estado de cosas


antes de la Revolución: todos esos libros me convencieron de que era
tan necesaria como inevitable. Poco después he leído tanto sobre la
Revolución misma, que la he execrado..., con pesar.

591 (Pág. 75 – 6)

Todo lo que me da miedo me estimula.

592 (Pág. 75 – 7)

Muerte de N. J. H. - Resulta imposible “asimilar” la muerte de un


amigo. Es una noticia terrible que se queda fuera de nuestra mente,
que no puede entrar..., pero que lentamente se insinúa a nuestro
corazón, como una pena inconsciente.

593 (Pág. 75 – 8)

Cada muerte vuelve a ponerlo todo en cuestión, obligándonos a


replantear y como a recomenzar nuestra vida.

594 (Pág. 75 – 9)

Los Españoles tienen corazón, como todos los pueblos crueles...

595 (Pág. 75 – 10)

La increíble indiscreción de la muerte...


596 (Pág. 75 – 11)

La creencia en la irrealidad del mundo no acaba con el miedo.

597 (Pág. 75 – 12)

Para algunos, entre los que me cuento, alejarse de España es como


enajenarse.

598 (Pág. 76 – 1)

Siento en mí la nostalgia de ciertas cosas que no se encuentran en la


vida, ni en la muerte tampoco, como un deseo que nada aquí abajo
puede saciar..., excepto la música, en esos momentos en que evoca
los desgarros de otro mundo.

599 (Pág. 76 – 2)

Este universo desperdiciado, veo su reflejo en esa mezcla de duda y


ensueño que adorna algunos de mis momentos. ¿Cómo pudieron
unirlos en una misma alma los escépticos griegos y los románticos
alemanes? Atormentarse en medio de aporías líricas...

600 (Pág. 76 – 3)

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