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El hombre virtuoso de Rand: libertad y obediencia neoliberal.

Fernando Sabanés Del Barco

El fenómeno neoliberal ha sido atendido recientemente por una variedad de autores de varias corrientes
y disciplinas. La imposición paulatina de políticas económicas neoliberales desde los años 2000 se ha
visto, sorprendentemente, acelerada durante la crisis mundial. Muchos autores y figuras políticas
vaticinaron, tras la crisis financiera, el declive del neoliberalismo, pues se podía observar que la causa
de dicha crisis se debía a las desregularizaciones del mercado. Sin duda, parece que el descontrol en
los mecanismos de mercado, la desvinculación del patrón oro, la comercialización de la deuda a través
de títulos, el “fraude” de las sub-prime entre otras acciones defendidas desde posiciones neoliberales,
han sido las causantes de dicha crisis: la libertad desbocada nos ha sentenciado. Sin embargo, siguen
sugiriéndose desde las grandes instituciones económicas como el FMI la aplicación de acciones
neoliberales sobre los estados. ¿Acaso no hemos observado ya la irracionalidad de las acciones del
mercado libre y sin restricciones?

En mi opinión, la crítica a la libertad negativa neoliberal y a las desregulaciones como optimización


del mercado es sólo una crítica parcial, una comprensión sobre este fenómeno actual que deja de lado
un componente esencial para el neoliberalismo: la obediencia a la realidad. Por ello, para comprender
de forma completa el neoliberalismo actual, sugiero que observemos de nuevo la filosofía de Ayn
Rand. A diferencia de la mayoría, Rand es una neoliberal con una filosofía y una ética propia, la cual
nos enseña cómo debe ser el hombre virtuoso neoliberal. En este trabajo observaremos cómo se forma
este individuo virtuoso. Veremos, a la vez, cómo la libertad emprendedora de este individuo virtuoso
va acompañada de una obediencia necesaria a la realidad -que no una simple adecuación al medio,
como ya veremos. Para que este punto sobre la obediencia a la realidad acabe de entenderse
examinaremos, junto con algunos de Rand, los escritos de Nathaniel Branden sobre la crítica al
subjetivismo. Con estos dos autores podremos acabar de detallar cuál es la naturaleza concreta de la
libertad y de la obediencia a la realidad que un individuo debe tener para su propia supervivencia. Para
finalizar, y retomando nuestra incomprensión sobre políticas desreguladoras del mercado, tomaremos,
junto con las palabras de Rand, las de Milton y Rose Friedman sobre las interferencias producidas por
las políticas reguladoras estatales sobre la información de los precios. Tal crítica a las interferencias,
como acabaremos de concluir, no solo se manifiesta como una defensa a la libertad de acción, ni como

1
una simple optimización económica, sino también como exigencia moral, como necesidad vital del ser
humano para poder obedecer a la realidad y, así, no propiciar su propia destrucción.

Así empezaremos con Ayn Rand y su ética, la cual llama ética objetivista. Tanto su novela El
manantial como La rebelión de Atlas dan cuenta de esta ética a través de discursos de los personajes
principales. Sin embargo, nosotros nos fijaremos más atentamente en el ensayo La ética objetivista,
donde condensa su ética.

Al formular su ética, Rand deja claro que, antes de ello, debemos preguntarnos “¿Es la ética un lujo
subjetivo o una necesidad objetiva?”1. A Rand no le interesa alcanzar una ética que sea rechazable por
alguno de sus principios abstractos y, por ello, busca una cuyos principios deban ser de forma necesaria
aceptados, inevitables para cualquier hombre. De esa forma, toda ética que se mantenga por principios
abstractos, esto es, principios no positivos y sin claros referentes, debe ser desechable. Así Rand busca
los fundamentos que harían de la conducta correcta del hombre una necesidad para él mismo.

Rand entiende que el objetivo del ser humano, como el de cualquier organismo, es mantenerse en vida,
por lo que una conducta correcta es aquella que mantiene con vida al individuo, y aquella incorrecta
es la que lo acerca a su propia destrucción. De esta forma, Rand consigue que se haga necesaria la
búsqueda de unos valores y un código ético. Al basar sus principios de su ética en la supervivencia,
Rand cree resolver el problema que siempre ha tenido la filosofía al hablar sobre ética. Ya no hablamos
de un bien moral que se fundamente en una noción de sociedad, ni en la de Dios, ni en ninguna noción
demasiado abstracta y manipulable como para fiarse de ella (curioso es que la crítica a las nociones
abstractas o metafísicas como verdades necesarias se formula en los mismos términos en los que lo
hace Vattimo en su diálogo con Ferraris). La vinculación de la conducta correcta con la supervivencia
del hombre, con mantenerse en la vida, obliga al individuo, de forma ya implícita, a aceptar el código
de valores que promueve el objetivismo de Rand.

De modo que, si un valor es aquello que vale la pena obtener y conservar y, como hemos dicho, aquello
que vale la pena conservar es la propia vida, entonces las acciones virtuosas son aquellas que obtienen
y retienen los valores que mantienen al hombre con vida. ¿Pero cuáles son esos valores? Sabemos que
estarán determinados por la supervivencia del individuo, pero ¿cuáles son concretamente? La
explicación de los valores éticos que debe perseguir el hombre nos llevará a conocer las virtudes del
individuo que modela Rand, pudiendo así ahondar en la comprensión de la relación entre la libertad
del individuo y su obediencia a la realidad.

1
Rand, Ayn, “La ética objetivista”. La virtud del egoísmo, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2009, pg. 20.

2
Para conocer cuáles son los valores que debe perseguir el hombre, Rand observa que, si estos deben
de ser necesarios para la vida del hombre, esto es, para que el hombre se mantenga siendo hombre,
entonces, primero, deberemos saber qué es el hombre, qué lo distingue del resto de organismos y cuáles
son sus acciones específicas para sobrevivir.

Procediendo de una manera un tanto aristotélica, Rand observa que tanto plantas como animales
precisan de un código de valores automático: saben de forma inmediata qué acciones deben realizar
para retener aquello que los mantiene con vida (como las plantas buscar el sol o las aves emigrar). En
cambio, el ser humano carece de ese código automático, por el contrario, el ser humano precisa de
voluntad, la cual nos lleva a decidir qué código de valores es el más adecuado.

Aquí ya vemos un primer contacto con la libertad y la obediencia del hombre virtuoso de Rand. La
voluntad del ser humano es en parte una desventaja y en parte una ventaja respecto al resto de
organismos. La falta de un código automático de valores posibilita la destrucción del propio individuo
si no sabe, o no intenta, elegir cuál es el código de valores adecuado para su supervivencia (necesaria
obediencia a la realidad); sin embargo, esta voluntad le permite moldear su código de valores a la
realidad cambiante, pudiendo elegir la acción adecuada en cada circunstancia para obtener nuestros
fines, mientras que animales y plantas no pueden adecuarse a aquello que su código de valores
automático no contempla (como una fuerte nevada para un girasol). Como vemos, la libertad del ser
humano lo capacita para adecuar sus intereses a los imperativos que la realidad vaya exigiendo,
pudiendo alcanzar sus metas.

Como podemos imaginar, la voluntad no es lo único que distingue al ser humano del resto de
organismos. La voluntad por sí sola nos otorga libertad de acción, pero, como hemos dicho, esa libertad
debe estar sometida a los imperativos de la realidad para que la acción del individuo no se vuelva un
simple capricho que haga flaquear su supervivencia. Así, Rand observa que el hombre requiere, para
mantenerse en su naturaleza, principalmente, su racionalidad. La voluntad debe despertar la
racionalidad del individuo encarándola sobre la realidad y, tras ello, debe obedecer los dictados de
esta, que comprende el mundo y sabe qué es bueno para el individuo. Para Rand, la razón del individuo
es la que le posibilita focalizar su mente para lograr una total conciencia de la realidad. Que podamos
aprehender la realidad, conocer el mundo que nos envuelve, es para Rand la principal característica
del individuo para su supervivencia, y así nos lo reafirma al decir que “para el hombre, el medio básico

3
de supervivencia es la razón”2. Más adelante retomaremos esta primacía del conocimiento de la
realidad con el pensamiento de Milton y Rose Friedman.

Siendo la razón el medio básico de supervivencia ser humano, Rand advierte de su falibilidad. El
individuo, aun tener la voluntad de conocer la realidad y actuar en consecuencia, puede equivocarse.
La capacidad de errar da pie a Rand a defender una responsabilidad total de los actos propios y a
rechazar el colectivismo. Como el individuo puede fallar en su predicción, cada individuo debe estar
advertido de los peligros que conlleva seguir ciegamente al resto, pues en tal caso uno siempre está a
expensas de los demás de forma voluntaria, sin poder quejarse a nadie en caso de desgracia. De igual
modo, no se puede contar de forma necesaria con la ayuda del resto cuando uno falle, pues entonces
actuarían como si también hubiesen fallado en su comprensión de la realidad y debiesen peligrar por
ello -algo que, al alejarlos de la supervivencia, les alejaría de actuar conforme a su naturaleza. Para
Rand todo colectivismo arrastra a los individuos contra su supervivencia al responsabilizarse de los
errores del resto.

Que el hombre deba responsabilizarse de sus actos también supone que todo acto realizado sea
beneficioso para el individuo. Al depender sólo de sí mismo para la supervivencia en cualquier
circunstancia, los propósitos que debe el individuo alcanzar, a través de sus acciones meditadas
racionalmente, deben ser productivas. El individuo se mantiene en el mundo siendo productivo, esto
es, actuando de forma tal que pueda acomodarse sobre la realidad elaborándola. En este sentido, como
vemos, la obediencia a la realidad no conlleva una separación sustancial entre individuo y realidad. La
realidad a la que el individuo debe obedecer es también, en parte, producto de la acción del individuo,
que va elaborando la realidad en tanto que realiza su propósito productivo. Por ello, ya entendemos
que no debemos identificar realidad con naturaleza, a pesar del carácter darwiniano que parece
impregnar la construcción del sujeto moral de Rand. Los mercados económicos, donde los precios
fluctúan tanto por fenómenos naturales como por acciones humanas son, por ejemplo, parte de esta
realidad.

¿Es necesario que el individuo actúe de forma racional y productiva? Así parece demandarlo la ética
de Rand. Por supuesto no nos estamos refiriendo a la incapacidad del hombre a actuar de forma
irracional e improductiva, sino a la necesidad de no comportarse así si quiere mantenerse con vida. Al
vincular el bien moral a la supervivencia, la ética objetivista consigue hacer de la aceptación de sus
principios una necesidad para el individuo. De tal modo Rand nos dice “para una conciencia viviente

2
Ibid., pg. 31.

4
todo ‘es’ implica un ‘debe’. El hombre es libre para elegir no ser consciente, pero no es libre para
escapar a la sanción que merece la falta de conciencia: su destrucción”3.

El colectivismo, según Rand, tampoco es una cualidad para la supervivencia del individuo: todo ser
humano debe intentar actuar de forma racional y productiva con independencia de los demás. Todo
colectivismo, donde unos ayudan a otros para sobrevivir, muestra la imposibilidad de algunos
individuos para actuar respecto a su propia naturaleza, dependiendo de aquellos que sí pueden y saben
hacerlo. Para Rand todo colectivismo crea inevitables lazos de ayuda, que se acaban estableciendo
como necesarios y que sólo debilitan la capacidad del individuo para su supervivencia, acomodándose
en el esfuerzo de los otros. En este sentido, Rand cree que toda colectividad tiende a su propia
destrucción, donde solo los cabecillas resistirán al imponer una tiranía. En el mejor de los casos, donde
aún no haya caído la desgracia sobre el colectivo o donde la tiranía se mantenga estable, Rand mantiene
su discurso: no deja de ser verdad que, si dicha colectividad funciona en algún sentido, será por las
acciones correctas de ciertos individuos en particular. Sobre tales casos Rand muestra el ejemplo de la
imitación: “Aun si algunos hombres, que eligen no pensar, sobreviven imitando, […] sin hacer un
esfuerzo para entender el trabajo que realizan, sigue siendo cierto que su supervivencia sólo es posible
debido a aquellos que han elegido pensar y descubrir”4.

Podemos pensar que, si nos encontramos en algún tipo de darwinismo ético, la violencia, la fuerza
física, sería una forma de supervivencia aceptable que no pasaría por ser un individuo racional y
productivo. Si aceptara esto Rand debería también aceptar como moralmente aceptable las tiranías y
tanto a los individuos como a las asociaciones criminales. No obstante, en este sentido, Rand nos dice
también que “si algunos hombres intentan sobrevivir por medio de la fuerza bruta o del fraude,
saqueando, robando, estafando o esclavizando a los que producen, sigue siendo cierto que su
supervivencia sólo es posible por el esfuerzo que han realizado sus víctimas”5.

Habiendo observado ya la naturaleza del hombre, conociendo qué facultades y habilidades lo


distinguen del resto de organismos para mantenerse en vida -su objetivo principal y valor supremo-,
Rand tiene suficiente información para formular cuales son los valores a los que debe el individuo
tender; y conociendo los valores se conocerán las virtudes que el individuo necesita para alcanzarlos.
Aclarados tanto los valores como las virtudes tendremos una concepción detallada del hombre virtuoso
de Rand y cómo este actúa en el mundo que vivimos.

3
Ibid., pg. 32.
4
Ibid., pg. 34.
5
Ibid., pg.34.

5
Rand afirma que el hombre requiere tender a tres valores básicos para realizar y mantener el valor
supremo, que es su propia vida: la razón, el propósito (productivo) y la autoestima. El propósito, la
meta escogida individuo, es el valor central que jerarquiza el resto de valores. Tal meta es entendida
de forma productiva, es decir, como la producción sobre la realidad de aquello que a uno le interesa.
Para alcanzar el propósito y que éste esté en harmonía con la naturaleza del ser humano, el individuo
necesita obtener la razón, la posibilidad de conocer y comprender la realidad para obedecerla. De esta
forma el propósito será, por un lado, posible alcanzarlo sin tender a la propia destrucción del individuo
y, por otro lado, será de tal naturaleza racional que, su propia obtención, supondrá la supervivencia del
individuo. Como ya empezamos a vislumbrar, la obediencia y aceptación de la realidad no supone la
renuncia al interés final del individuo: siempre y cuando sea posible formularlo de forma racional, el
propósito del individuo se mantendrá como el eje central de la vida de éste, siendo sólo necesario elegir
bien los medios para alcanzarlo.

El tercer valor básico que debe obtenerse es, como hemos dicho, la autoestima. Tal valor se obtiene
como la consecuencia de la realización del propósito, por lo que podríamos entender que funciona
como la satisfacción o felicidad a la que tiende el individuo y que se encarna en el propósito. La
elección de la noción de autoestima sobre la de felicidad o satisfacción da cuenta de la naturaleza
propia del hombre que configura Rand. El hombre que vive para satisfacerse con los placeres simples
o que busca la felicidad en algo que no suponga la supervivencia del propio individuo -tal como sí
hace el propósito productivo- está obrando de forma contraria a su propia naturaleza, tendiendo a su
propia destrucción. Por ello la autoestima, consecuencia del trabajo bien hecho, de verse realizado
productivamente, es para Rand el valor básico que suplanta la satisfacción, la felicidad o el placer.

Tras el conocimiento de los valores a los que debe tender el hombre para mantenerse en su propia
naturaleza, podemos ahora describir las virtudes de las que éste requiere para alcanzar y retener dichos
valores. Rand describe una virtud por valor mostrado, esto es, que por cada valor que se quiera obtener
y mantener hay una forma de actuar virtuosamente para lograrlo.

Con el valor de la razón, de la comprensión de la realidad, uno debe actuar de forma racional para
alcanzarla, es decir, aceptando “la razón como la única fuente de conocimientos que un hombre puede
poseer, su único juez de valores y la única guía para sus acciones”6. Por ello Rand afirma que la virtud
que debe impregnar nuestras acciones para alcanzar y mantener la razón es la racionalidad, que debe
entenderse como compromiso y aceptación de la realidad.

6
Ibid., pg.37.

6
Cabe destacar que la racionalidad como aceptación, por parte del individuo, de la realidad, de que “no
hay valor o consideración alguna que deba situarse por encima de su propia percepción de la realidad” 7,
puede, como virtud, desglosarse en un conjunto de virtudes menores que la componen. Este conjunto
de virtudes puede ayudarnos a agotar todo lo que significa para Rand la virtud de la racionalidad. Tales
virtudes son la virtud de la independencia, que significa aceptar la responsabilidad personal de realizar
los propios juicios y ser consecuentes con ellos; la virtud de la integridad, que significa no sacrificar
la convicciones personales por la opinión pública; la virtud de la honestidad, que significa no querer
falsear la realidad; y la virtud de la justicia, la cual significa rechazar y no desear lo inmerecido.

Para el propósito, valor central, Rand afirma que la virtud que lo obtiene es la productividad. Como ya
habíamos dicho antes, Rand comprende este propósito del hombre, sea cual sea concretamente, de
forma productiva, pues solo de esta forma puede concebirse como un valor para la supervivencia. Por
ello, la acción productiva, el trabajo productivo, es la única forma de alcanzar el propósito que haya
elegido realizar cada uno.

Para finalizar está el valor de la autoestima, el cual, si bien es alcanzado tras obtener o irse realizando
el propósito, necesita algo más que la realización productiva para alcanzarse. Para Rand, en este
sentido, la autoestima tiene como condición principal para alcanzarse el orgullo del propio individuo.
Rand describe la noción de orgullo que utiliza como ambición moral y, parafraseando La rebelión de
Atlas, significa “el reconocimiento del hecho de que uno es su mayor valor y que, como todos los
valores del hombre, debe ser ganado”8. Sin actuar con orgullo el individuo jamás podrá tener el
autoestima merecido por sus metas alcanzadas, por lo que la virtud que debe residir en las acciones
que obtienen la autoestima es el orgullo.

Tras la descripción de las virtudes ya tenemos configurado el hombre ideal neoliberal, el hombre
virtuoso de Rand. Tal individuo se forma a sí mismo de manera tal que sus capacidades y sus acciones
suponen su propia supervivencia sin la ayuda de nadie. Hace uso de su racionalidad para alcanzar la
mayor comprensión de la realidad, debiendo ser para ello un individuo honesto, independiente, íntegro
y justo. Adecúa sus metas, su propósito final, a la realidad de la que ha tomado conciencia, sin
renunciar a dichos fines por mucho que otros individuos se opongan; realizándose a sí mismo de forma
tal que alcance esos fines de manera racional, como si lo exigiera la realidad. Alcanza, además, dicho
propósito sólo de forma productiva, creando realidad. Construye un mundo mejor y se realiza a sí
mismo de forma excelente -obteniendo el valor supremo-, sintiéndose orgulloso del resultado.

7
Ibid., pg37.
8
Ibid., pg. 38- 39.

7
Ya conocemos al hombre virtuoso de Rand. Como hemos visto, tal individuo se maneja de forma libre
y obediente sobre la realidad. Sus virtudes dan cuenta de ello: mientras la productividad del individuo,
su elección de su propósito y su elaboración, dan cuenta de la libertad requerida sobre la realidad, la
racionalidad y comprensión de las circunstancias para la supervivencia dan cuenta de la obediencia
sobre la realidad. Pensar que el individuo no requiere tanto obediencia como libertad es no comprender
el fenómeno neoliberal del todo. Por ello, seguiremos ahondando ahora en cómo estas dos nociones
son requeridas para el hombre neoliberal, resolviendo algunas dudas que se nos pueden aparecer.

Muchos autores centran sus críticas al neoliberalismo fijándose en su noción de libertad. Observan que
tanto la filosofía como las estrategias económicas del neoliberalismo buscan una mayor
implementación de la libertad negativa del individuo, esto es, una menor obstaculización a las acciones
que quiera realizar el individuo. Sin duda, tales críticas tienen sentido, pero olvidan la búsqueda
neoliberal de la obediencia a la realidad. Por ello primero nos centraremos a explicar con más detalle
la necesidad de obedecer a la realidad en el neoliberalismo.

Para que acabemos de entender la necesidad de esa obediencia y la distancia que toma el
neoliberalismo de la defensa de la libertad negativa radical, observaremos el ensayo de Nathaniel
Branden titulado El individualismo falsificado. En dicho ensayo, Branden -cónyuge durante varios
años de Rand y perteneciente a su filosofía objetivista- nos da una crítica de aquellos que defienden la
libertad de los individuos sin el componente de racionalidad al que deben obedecer.

En dicho ensayo, Branden observa que el individualismo que defiende el objetivismo se ha


malinterpretado por la defensa del individualismo que profesan otras corrientes que se autodenominan
“individualistas”. El individualismo, la capacidad de acción sin restricciones colectivas sobre el
individuo, sólo es válido si se practica con el objetivo de la supervivencia del individuo como ser
racional, esto es, obedeciendo a la realidad. El individualismo no puede defender la posibilidad de
hacer todo lo que uno necesite pisando los derechos de los demás, como tampoco puede defender, en
nombre de la libertad, dar la posibilidad a todo individuo de tener todo aquello que desee.

Como ya hemos dicho antes, el hombre neoliberal no puede usar la violencia para su propia
supervivencia, pues estaría sobreviviendo gracias a las acciones de otro, siendo así un individuo
dependiente. Por ello entendemos que ningún individuo puede violar los derechos de otro para alcanzar
sus metas: uno no puede actuar de cualquier forma para sobrevivir; debe hacerlo de acuerdo con su
propia naturaleza racional. Esta limitación de la libertad respecto a la violación de los derechos es lo
que Branden nombra el significado ético-político del individualismo. Así, para aclarar el malentendido
ético-político del término nos dice que “aquel que busca rehuir la responsabilidad de sustentar su vida

8
por su propio pensamiento y esfuerzo, que desea sobrevivir mediante la conquista, el dominio y la
explotación de los demás no es un individualista. Individualista es el que vive para sí mismo y por el
esfuerzo y producto de su propia mente; no se sacrifica por los otros ni sacrifica a éstos en su
beneficio”9.

La otra malinterpretación que se hace del individualismo es sobre su significado ético-psicológico.


Branden observa que se ha equiparado el individualismo con la posibilidad del individuo de ser
irracional, de tener la posibilidad de regirse de forma que uno crea más adecuada, sin tener en cuenta
que debe obrar de acuerdo con su naturaleza. Tales individuos no son nombrados por Branden como
individualistas, sino como subjetivistas. Al desobedecer a la realidad, el subjetivista configura la
naturaleza y el modo de obtención del propósito de manera tal que transforma a éste en un mero
capricho, en algo que se desea sin que ello sea una exigencia de la razón, un acercamiento a la propia
supervivencia correcta. En este sentido, Branden nos dice que “no es individualista el que dice: Es
cierto porque yo lo creo. Un individualista afirma: Yo lo sostengo porque la razón me demuestra que
es cierto"10.

La obediencia a la realidad es un requisito indispensable para el hombre virtuoso de Rand. Como


vemos, el propósito de cada individuo no debe estar incondicionado, afirmando una libertad radical.
La concepción general que se tiene del neoliberalismo es la de una corriente que defiende, para el
individuo, una libertad negativa tal que sólo queda restringido el uso de la violencia. Ello se debe
seguramente a la noción de Estado mínimo que conciben los neoliberales, los cuales atribuyen a éste
poco más que una función policial. Lo cierto es que, para los neoliberales, parte de la obediencia que
actualmente se le rinde al Estado pasa a rendirse a la realidad, la cual “configura” a los individuos para
que actúen de acuerdo con su propia naturaleza de forma necesaria, a no ser que quieran destruirse.

No estamos frente a un tipo de liberalismo político propio de las actuales socialdemocracias europeas
ni de un liberalismo igualitario anglosajón, como tampoco estamos, aunque se aproxime más, frente a
una defensa de algunos sectores del libertarismo norteamericano. El neoliberalismo objetivista de Rand
y Branden ni defiende una libertad radical incondicionada, ni defiende la posibilidad de adecuar la
sociedad de forma tal que todos puedan vivir del modo que más deseen. La realidad es producible pero
no puede ser forzada, por lo que el individuo debe regirse necesariamente por su propia naturaleza,
adecuándose y aceptando las circunstancias que debe vivir. Todo apoyo al individualismo no
neoliberal es un subjetivismo, porque “el irracional, el idólatra del capricho que considera el

9
Branden, Nathaniel, “El individualismo falsificado”. La virtud del egoísmo, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2009. pg.
196.
10
Ibid., pg. 198.

9
conocimiento y la objetividad como ‘restricciones’ de su libertad, el hedonista que solo vive el
momento y que actúa de acuerdo con sus sentimientos particulares, no son individualistas”11.

Tras haber observado con más detalle el requisito de la obediencia a la realidad para el individuo
neoliberal, podemos aclarar ahora algunos puntos sobre la libertad que también requiere éste.
Podríamos, tras lo visto, preguntarnos si esta obediencia a la realidad obliga al individuo a dejar de
lado sus sueños, intentando sobrevivir con propósitos productivos modestos, sin intención de modificar
aquello que funciona mal ni sin abrir nuevos caminos innovadores.

Como hemos ido diciendo, el objetivismo de Rand tampoco está hablando de una obediencia a la
realidad que anulara nuestras elecciones libres. Ya hemos visto que no todo vale para la supervivencia
moral del hombre: la violencia, pero también la imitación, solo demuestran la incapacidad de los
individuos que emplean dichas acciones para poder regirse por su propia naturaleza, siendo muy
susceptibles a su propia destrucción. En este mismo sentido, observando ahora la otra cara de la
moneda, la capacidad de obrar libremente es un elemento necesario para la supervivencia del hombre,
por lo que su desuso o prohibición podrían costarle su propia vida. No obstante, podemos seguir
teniendo dudas del carácter de esta libertad. Para entender con más detalle la necesidad de esta libertad
que requerimos para la supervivencia y que, sin embargo, no se puede reducir a una voluntad adaptativa
sobre el medio, podemos observar el ensayo de Rand titulado Los “conflictos” de intereses entre los
hombres.

En dicho ensayo, Rand trata el problema de cómo adecuar los fines últimos deseados por los individuos
de forma racional, eliminando así (u observándolos como mera ilusión) todos los conflictos de
intereses entre individuos, liberando la noción de competencia de ser un conflicto. No hablaremos en
extensión de este ensayo; sin embargo, es interesante ver cómo Rand no restringe en ningún momento
los propósitos racionales que cada uno quiera alcanzar, sino que da una lista de consideraciones que
se deben tener en cuenta para que el individuo no dé la espalda a la realidad y racionalice los medios
para obtener el propósito que se propone y compita por ellos.

Una de las consideraciones que Rand contempla es el contexto del individuo, donde vemos una primera
crítica a la obediencia ciega a la realidad. Pareciera que la consideración del contexto supusiese una
afirmación de Rand sobre la necesidad de adecuarse a la realidad. No obstante, ya aquí Rand matiza
sobre esa obediencia a las circunstancias. El individuo racional no solo capta y comprende la realidad
del momento para obrar respecto a ella, sino que contextualiza las circunstancias actuales en una línea

11
Ibid., pg. 197.

10
temporal mayor. Si uno solo se fijase en el momento actual, su propósito iría cambiando respecto a las
circunstancias, siendo modificado constantemente. Rand no defiende tal cosa y, por ello, aclara que el
individuo que se rige por su propia naturaleza y que intenta sobrevivir de forma correcta “no vive su
vida por trechos ni anda errante como un vagabundo, empujado por la necesidad del momento.
Significa que no considera un momento dado separado del contexto del resto de su vida, y que no
permite conflictos o contradicciones entre sus intereses a corto y a largo plazo”12. El individuo requiere
ejercer su libertad para evitar esas contradicciones, pues debe poder distanciarse de las necesidades del
momento que le alejan de su propósito.

La otra consideración que Rand propone y que nos puede ayudar a aclarar la libertad del individuo es
la responsabilidad que debe acompañar al propósito escogido. Tal requisito nos da una muestra de
cómo el individuo no debe simplemente adecuarse a la supervivencia, ya sea a corto o a largo plazo,
sino que debe responsabilizarse de la realidad en la que vive, produciendo de forma tal sobre ella que
pueda mejorarla. El propósito que escoja el individuo neoliberal puede ser un propósito atrevido,
innovador, incluso uno que la opinión pública juzgue como imposible: siempre que se configure su
realización a través de la racionalidad, del entendimiento de la realidad, Rand no negará la posibilidad
de escogerlo.

Rand no solo no niega la posibilidad de escoger propósitos atrevidos o no vulgares, sino que para ella
tales propósitos son, en la mayoría de los casos, la forma adecuada para alcanzar el valor supremo de
la vida, evitando la destrucción y alcanzando la perfección moral. Por ello, critica a aquellos individuos
que buscan la mera adecuación o que tuercen sus metas finales por presión exterior. El individuo que
evita tener un pensamiento crítico sobre la realidad en la que vive y no intenta mejorarla (que no
forzarla) está favoreciendo la posibilidad de su propia destrucción. Para ella, la mayoría de individuos
“toman el mundo como dado. La esencia más profunda de su actitud es Éste es un mundo que yo no
hice, y sólo buscan adecuarse sin críticas a los incomprensibles requerimientos de los incognoscibles
otros que hicieron el mundo. […]En la disposición a ponerse ciegamente a merced de los demás se
halla implícito el privilegio de hacer ciegas demandas a sus amos”13.

Estas últimas líneas pueden recordarnos al personaje Howard Roark, de la novela El manantial, cuyo
propósito de ser un arquitecto innovador no queda truncado por las exigencias que las corrientes
dominantes del momento le imponen. Tal “sueño” que persigue Howard ni lo olvida por seguir
ciegamente la opinión pública, ni lo persigue ciegamente como irracionalidad: ese es el punto que

12
Rand, Ayn, “Los ‘conflictos’ de intereses entre los hombres”. La virtud del egoísmo, Buenos Aires, Grito Sagrado,
2009. pg. 74.
13
Ibid., pg. 76.

11
quiere mostrar Rand en su novela. En el caso de este ensayo, Rand también utiliza la imagen de un
arquitecto -ahora como ejemplo negativo- el cual siendo éste alguien que sabe las maravillas que podría
construir en Puerto Rico, no se preocupa por encontrar inversionistas que paguen la construcción, pues
no es el trabajo de un arquitecto. Así queda sin alcanzar su sueño y pierde la posibilidad de mejorar el
mundo.

Cabe destacar que, para Rand, igual que para la mayoría de neoliberales, la producción libre sobre la
realidad para alcanzar el propósito propio de cada individuo es la única forma de estar “ayudando” -
como beneficio- a los demás. El rechazo del altruismo y la apología al egoísmo encuentra, en este
punto, la forma de ayudar a los demás sin dejar de regirse por la propia naturaleza del hombre. Así,
Rand nos dice que “al abandonar la responsabilidad sobre los propios intereses y la propia vida, se
abandona la responsabilidad de tener que considerar los intereses y las vidas de otros, de aquellos otros
que, en cierta forma, proveerán la satisfacción de nuestros propios deseos”14.

Como vemos la libertad negativa que necesita el individuo es muy relevante en el pensamiento
objetivista. La prohibición o los impedimentos que los mecanismos del Estado o la sociedad implantan
para impedir la realización del propósito del individuo no sólo pueden llevar al propio individuo a su
destrucción, sino que también inhabilitan la posibilidad de mejorar la realidad. El único juez que puede
decidir si un propósito es válido o no es la propia realidad.

Así podemos concluir: ¿mantearse racional y obediente a la realidad significa no perseguir los propios
sueños y vivir simplemente adecuándose a las oportunidades que vayan apareciendo? No, no mientras
el sueño del individuo pueda alcanzarse de forma racional. La obediencia a la realidad le exige al
individuo un conjunto de acciones basadas en la racionalidad, junto con una adecuación del fin deseado
a los principios de la propia naturaleza humana. No quiere decir que uno deje de lado su sueño, sino
que sea cual sea ese sueño debe realizarse de forma adecuada a la realidad. Es más, dejar de elegir
libremente los propósitos a cambio de la mera supervivencia casi animal es, en verdad, ir contra la
propia naturaleza humana y contra la posibilidad de sobrevivir, pues se está dejando de lado el valor
más importante: el propósito.

Llegados a este punto podemos concluir sin problemas que para el hombre virtuoso de Rand tanto la
obediencia a la realidad como la libertad negativa son requisitos indispensables para su supervivencia.
Además, hemos podido ver cómo tales requisitos no se limitan entre ellos de la forma que

14
Ibid., pg. 77.

12
ingenuamente podríamos pensar. Ni la libertad individual del individuo cae en una defensa del
subjetivismo, ni la obediencia a la realidad cae en una mera adecuación a las circunstancias actuales.

Hemos visto ya cómo se configura el hombre virtuoso de Rand y cómo es indispensable para este los
requisitos de obediencia a la realidad y de libertad de elección. Ahora, encarando nuestro mundo actual
que lleva años de políticas neoliberales, podemos ver cómo Rand y otros neoliberales -como el
matrimonio Friedman- creen que deberían materializarse en la sociedad estos dos requisitos para
adecuar el mundo a las acciones del individuo neoliberal. Con esto no quiero decir que Rand busque
transformar el mundo para adecuarlo a su ideal de individuo sino, más bien, desmantelar aquellas
adecuaciones a nociones de bien abstractas que se han forjado y que van contra la realidad, dejando
así el hombre libre de escoger su propio destino y poder no ser destruido -ya sabemos que el
objetivismo defiende que lo que debe ser es lo que en realidad es. Recordemos que, para Rand, los
colectivismos nos alejan tanto de la obediencia a la realidad como de la libertad, siendo así que, aunque
sus intenciones sean salvar a todos, en verdad abocan a todo el colectivo a su destrucción; mejor sería
así una sociedad que no dé la espalda a estos requisitos que son propios de la naturaleza del hombre y
que pueden llegar a salvar a bastantes individuos.

Para empezar a ver esta transformación observaremos el ensayo de Rand Los derechos del hombre,
donde vemos de qué forma se constituye una sociedad que habilite -y exija- al individuo a obedecer la
realidad y elegir sin restricciones su propósito racional y productivo. Para Rand, una sociedad es libre
-capitalista- cuando se comprende que “su fundamento indispensable es el principio de los derechos
del individuo”15. Como vemos Rand cree que las modificaciones necesarias para una sociedad
neoliberal son aquellas que harían de tal sociedad una que defienda los verdaderos derechos del
individuo y, por lo tanto, una que esté sometida a la ley moral: “los derechos del individuo son el
medio para subordinar la sociedad a la ley moral”16.

Tal ley moral podemos, tras este recorrido por la obra de Rand, entenderlo desde la perspectiva
objetivista. La ley moral a la que se refiere Rand es la de poder regirse por la naturaleza del hombre,
poder sustentar la propia vida, mantenerse en ella tanto como sea posible y evitar la propia destrucción.
Por ello se entiende que los derechos que deben sustentar la sociedad son aquellos que posibilitan al
individuo poder alcanzar los valores que le permitan la supervivencia. En este sentido, como nos
encontramos en un ámbito de interacción entre individuos, Rand hace una defensa de la libertad, que
es necesitada por cada individuo para no ser forzado a no poder alcanzar la forma que él cree correcta

15
Rand, Ayn, “Los derechos del hombre”. La virtud del egoísmo, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2009. pg. 133.
16
Ibid., pg.133.

13
de supervivencia. Por ello nos dice que “la vida es un proceso de acción autogenerada destinada a la
propia sustentación; el derecho a la vida implica el derecho a entregarse a esa acción”17.

De esta última afirmación se entiende que, entonces, respecto al individuo que debe buscar su propia
supervivencia, al resto de conciudadanos “los derechos de un individuo no les imponen obligación
alguna, salvo de índole negativa: abstenerse de violar sus derechos”18. Toda intervención humana
sobre el individuo que modifique o altere sus acciones libres - aquellas que no violan los derechos de
los otros- se entiende como una violación de sus derechos. Esta violación de los derechos Rand la
concreta principalmente como violación de la propiedad privada, pues ella entiende que el individuo
que actúa productivamente para su supervivencia debe tener derecho al resultado de sus esfuerzos, esto
es, a la propiedad de lo que produce. En este sentido, quien toma una porción de esa propiedad de
forma no comercial -como todo sistema de impuestos estatales- no solo está violando, como afirma
Nozick, la dignidad del individuo, sino que esta encadenando al individuo a no actuar de acuerdo con
su naturaleza y a su posible destrucción.

Podríamos pensar que, si la meta es la propia vida, un sistema de redistribución haría posible que todo
el mundo pudiese alcanzar sus metas sin necesidad de hacer uso de tanta libertad negativa. Para Rand
este sistema de redistribución viola tanto el requisito a la libertad como el de obediencia a la realidad.
Para que uno pueda regirse por su propia naturaleza debe poder responsabilizarse de sus acciones y
obrar, tras comprender la realidad, de la forma más adecuada para sus intereses. Un colectivo no puede
actuar al unísono sin limitar los intereses concretos de los individuos particulares ni sin responsabilizar
de los fallos de unos a todos.

Rand observa sobre esta cuestión una malinterpretación. El individuo no tiene derecho a su propósito
final, sino a alcanzar dicho propósito. Para Rand el derecho a la propiedad, de la que hemos hablado,
“no es el derecho a un objeto sino a la acción y a las consecuencias para producir o ganar ese objeto”19.
El individuo que obtiene su propósito sin haberse esforzado para alcanzarlo no está actuando conforme
a su propia naturaleza, sino que está debilitando a aquél que sí ha actuado conforme a su propia
naturaleza y está perdiendo parte de su recompensa.

Tal malinterpretación, propia de los colectivismos, es la que ha llevado a desplazar los derechos de un
campo político a uno económico. Lo que antes -en época de la creación de la Declaración de Derechos
de los Estados Unidos- era el derecho a la búsqueda libre de cada individuo de la propia felicidad,

17
Ibid., pg. 135.
18
Ibid., pg. 136.
19
Ibid., pg. 136.

14
ahora es el derecho del individuo a la propia felicidad. Rand, sorprendentemente, critica la
“economización” de la política y de los derechos, la cual va paralela al auge de los subjetivistas frente
a los individualistas, como dice Branden. Los derechos que ella defiende son los de que cada individuo
tenga derecho a ser dueño del producto de su trabajo y de sus ganancias (derecho de propiedad); de
sustentar su vida a través de su esfuerzo (derecho a la vida) y de expresarse libremente (derecho a la
libertad de expresión). En cambio, los colectivismos defienden otros que ella considera puramente
económicos y que no obedecen a la realidad, sino al capricho, como el derecho a un empleo útil o a
una casa decente. Para Rand estos derechos económicos son irracionales y comprometen la integridad
(la posible supervivencia) de los que más se la merecen, pues “los empleos, los alimentos, la
vestimenta, la recreación (!), las casas, el cuidado médico, la educación, etc., no surgen
espontáneamente en la naturaleza. Son valores (bienes y servicios) por el hombre. ¿Quién debe
proporcionarlos? Para que algunos hombres tengan derechos sobre lo que produce el trabajo de otros
es preciso que a estos últimos se les quiten sus derechos y se los condene a trabajar como esclavos”20.

La eliminación de estos derechos económicos sería una de las formas de cómo se puede ir
implementando una sociedad neoliberal que, como hemos visto, es entendida para Rand como la única
que se merece el hombre en tanto que hombre. Sin duda uno de los fenómenos actuales son los recortes
de estos derechos económicos, recortes sugeridos desde organizaciones económicas y ejecutados por
los estados. Ahora entendemos con mayor claridad que esa libertad que los neoliberales buscan
extender para estimular el mercado no se basa en una creencia de los caprichos de los individuos o de
una búsqueda del perfeccionamiento utópico de éste de manera económica (idolatrando al dios dinero);
sino, más bien, se basa en la necesidad del individuo a actuar respecto a su naturaleza. Para los
neoliberales el mundo neoliberal no es sólo el mejor mundo posible, sino que es aquél donde las cosas
son tal y como son.

No obstante, llegados a este punto, podríamos pensar que hemos estado identificando el pensamiento
de Rand con el neoliberalismo, y que tanto la libertad como la obediencia a la realidad que van de la
mano en el pensamiento objetivista, junto con el ideal de hombre virtuosos de Rand, puede que no se
den en el resto de neoliberales, sobre todo en aquellos que son economistas y no filósofos. Por ello, y
siguiendo con mi explicación de la razón neoliberal para defender políticas neoliberales como las
desregulaciones económicas tomaré la obra Libertad de elegir de Milton y Rose Friedman. Veremos
cómo lo dicho por Rand se encuentra acorde con lo dicho por los Friedman, concretando aquello de lo
que hemos ido hablando desde un plano más económico.

20
Ibid., pg. 140.

15
Como hemos ido diciendo, el hombre neoliberal, para vivir acorde a su naturaleza, requiere tanto de
libertad como de obediencia a la realidad. Los derechos del individuo de Rand nos han mostrado la
libertad que los individuos necesitan en la sociedad para que puedan obrar conforme a sí mismos,
conforme a la realidad que perciben, y para que puedan buscar su valor final. Ahora, vista la razón a
favor del desmantelamiento del Estado del bienestar, observaremos la defensa de la desregulación del
mercado. No obstante, y para defender lo que hemos ido diciendo, enfocaremos tal desregulación no
tanto como mayor posibilidad de acción, sino como mayor posibilidad de obedecer a la realidad. Por
ello nos enfocaremos en lo que los Friedman nos dicen sobre el sistema de precios y su transmisión
informativa.

Los Friedman arguyen que el sistema de precios que defendía ya Adam Smith sigue siendo eficaz y
puede coordinar la actividad de millones de personas: los individuos al realizar transacciones
voluntarias entre ellos establecen unos precios sobre las cosas, y tales precios son el resultado de los
intereses que cada individuo busca para sí. Por ello conocer el precio que tienen las cosas, esto es, los
diferentes componentes de la realidad, posibilita al individuo conocer, si quiere, tanto los intereses de
los individuos respecto a diferentes ámbitos, como el valor que tiene lo que para sí le interesa. De esta
forma puede obrar, respecto al propósito deseado, consecuentemente con la realidad. Conociendo la
realidad uno puede actuar libremente, buscando su propósito y produciendo sobre la realidad;
alcanzando en algún momento -o no, dependiendo de si ha comprendido bien la realidad- su propósito
final.

Como vemos, el individuo debe actuar libremente, pero debe obedecer a la realidad para alcanzar su
propósito. Es un elemento muy importante para la teoría de los Friedman, los cuales creen que las
regulaciones del Estado obstaculizan tal posibilidad, mientras que el libre mercado la promueve. Para
ellos la transmisión de la información de los precios “se ve enormemente facilitada en la actualidad
por mercados organizados y por posibilidades de comunicación especializada”21; sin embargo, hay
ciertos fenómenos que impiden que los precios expresen la información correcta sobre la real oferta y
demanda. Uno de estos fenómenos son los monopolios, que pueden establecer el precio que quieran
sin que éste sea fruto de los intereses reales de los individuos. El otro fenómeno y el más problemático
es el Estado, el cual “es el principal foco de interferencias con el sistema de mercado libre, por medio
de los aranceles y de otros obstáculos al comercio internacional, por las medidas de política
internacional tendentes a fijar o a afectar determinados precios, incluyendo los salarios”22.

21
Friedman, Milton y Rose, Libertad de elegir, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1993. pg. 34.
22
Ibid., pg. 35-36.

16
Aquello que busca regular el mercado, el cual expresa parte de la realidad, está impidiendo que el
individuo pueda comprender las circunstancias reales, llevándole a obrar de forma irracional si hace
uso de su libertad para alcanzar el propósito que desee. Además, para los Friedman, las regulaciones
sobre el mercado no solo impiden la obediencia a la realidad al interferir sobre el sistema de precios,
sino que, como consecuencia de ello, los individuos, cuyo propósito final o ya no es racionalmente
alcanzable o, al menos, es dado sin usar sus esfuerzos, pierden el incentivo para actuar libre y
racionalmente. Eso lleva o a un estancamiento de la economía o a su descontrol; además de una pérdida
de saber cómo actuar en el mundo, con todo lo que ello supone.

Podemos así concluir que lo que hemos visto de Rand y Branden está en consonancia con los Friedman
y los neoliberales: la desregulación del mercado y las políticas de desmantelamiento del Estado del
Bienestar son necesarias para una mayor libertad y obediencia a la realidad por parte del individuo, el
cual podrá así actuar respecto a su propia naturaleza, debiendo elegir entre configurarse como ideal
neoliberal o vivir en la desgracia. Realidad solo hay una, y naturaleza humana también, por lo que solo
hay uno modelo de vida adecuado a seguir: el modelo del hombre virtuoso de Rand.

Creo que a estas alturas no es descabellado sentenciar que los neoliberales pueden afirmar que
desregularizar el mercado es una exigencia moral. El individuo cae en la irracionalidad si no puede
comprender de forma clara la realidad del mercado, inclinándose a actuar ciegamente contra su propio
beneficio. La libertad del individuo puede llevar a fallos del mercado, por supuesto, pero si atendemos
a nuestro trabajo veremos que, para los neoliberales, la realidad misma resuelve o, más bien, suprime
esos fallos del individuo al cabo de un tiempo, castigando a cada individuo de sus fallos irracionales,
de su comprensión desacertada de la realidad. Cualquier acción gubernamental empeoraría las cosas y
obligaría al individuo a no regirse por su naturaleza. Para los neoliberales, el mundo real puede ser un
lugar devastador para el individuo que no se ajuste al perfil del hombre virtuoso de Rand, pudiendo
llegar incluso a su propia destrucción; sin embargo, como dijo, Margaret Thatcher, “there is no
alternative”.

Bibliografía
Friedman, Milton y Rose, Libertad de elegir, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1993.

Kymlicka, Will, Filosofía política contemporánea, Barcelona, Ariel, 1995.

Rand, Ayn, El manantial, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2008.

Rand, Ayn, & Branden, Nathaniel, La virtud del egoísmo, Buenos Aires, Grito Sagrado, 2009.

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