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Desvíos (no muy) doctrinales

en materia de disposición de bienes


sociales por uno solo de los cónyuges
El supuesto de hecho contenido
en el artículo 315 del Código Civil

César MORENO MORE(*)

I. INTRODUCCIÓN
Con ocasión de, no solo, el pleno jurisdiccional objeto de las presentes
reflexiones, sino también, y con mayor razón del último pleno casatorio (el
VIII), el artículo 315 y el problema subyacente al mismo han estado en el ojo
de la tormenta. No es de sorprender que propios y extraños se hayan pronun-
ciado sobre el tema en cuestión. No está de más decir que algunos comenta-
rios hayan sido más atinados que otros. A fin de cuentas, la búsqueda de legi-
timidad(1) por parte de la doctrina se hace más frenética cuando temas como
este son puestos a discusión.

Como no podía ser de otra forma, la doctrina en su mayoría se inclinó


hacía una solución, mientras que los magistrados –aún no sabemos bien cuál
será el pronunciamiento del último pleno casatorio– se inclinaron hacia otra.
Ello es natural, ya que es común (sorprendentemente común) que en los
ordenamientos jurídicos los formantes se encuentren disociados(2).

(*) Adjunto de docencia en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Candidato a la Maestría con
mención en Derecho Civil y Comercial por la misma casa de estudios. Becario del Programa Visi-
ting Research 2016 por la Università degli Studi di Sassari.
(1) Cfr. MONATERI, Pier Giuseppe. “The Weak Law: Contaminations and Legal Cultures”. En: Trans-
national Law & Contemporary Problems. Vol. 13, 2003, p. 583; SACCO, Rodolfo. Introduzione
al diritto comparato. Turín, 1992, p. 73.
(2) Para la teoría de la disociación de formantes vide SACCO, Rodolfo. Ob. cit., pp. 61-63.

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Pero lo que es más sorprendente aún es que en los análisis dedicados al


tema (y el análisis del presente pleno jurisdiccional no es la excepción) hayan
pasado por alto adquisiciones doctrinales bastante sólidas, que ya forman
parte del bagaje cultural común de los sistemas romanistas. Sorprende, por
ejemplo, que el presente pleno haya desviado la teoría subyacente a las cau-
sales de la nulidad, creando ex nihilo una propia teoría al respecto. Pues bien,
las presentes reflexiones tienen por objeto estos y otros desvíos cometidos
por nuestro Derecho Civil a la peruana.

II. UNA PREMISA ANALÍTICA SOBRE EL ARTÍCULO 315


DEL CÓDIGO CIVIL
Como decíamos anteriormente, el artículo 315 ha sido objeto de distin-
tos comentarios por parte de la doctrina peruana. Sin embargo, nadie ha par-
tido por identificar la norma que se desprende de este. Tal como veremos a
continuación, si se hubiese procedido de tal forma, la solución habría aflo-
rado con mayor nitidez y evidencia. Por tanto, las presentes reflexiones ini-
ciarán con un estudio analítico del artículo 315.

Para comprender bien el contenido normativo del artículo 315, debemos


distinguir entre disposición y norma (o regla(3)), punto crucial sobre el cual
(los magistrados, por lo general) no se tiene consciencia al momento de invo-
car normas para justificar internamente la solución de los casos(4).

(3) Para fines prácticos, aquí identificaremos a la norma con la regla. A pesar de ello, si se parte de
una perspectiva semántica de la norma “la imagen tradicional de la norma, definida principalmente
como regla que presenta una estructura hipotético-condicional que vincula a determinado com-
portamiento, determinadas consecuencias previstas en vía general y abstracta, se revela como una
representación excesivamente simplificada y reductiva si es que por norma se entiende el signifi-
cado de una o más expresiones preceptivas. En esta reelaboración, la estructura clásica de la norma
(supuesto de hecho, modalidad deóntica, consecuencia jurídica) es reconocida como un carácter
propio únicamente de algunos tipos de prescripciones, pero no representa la estructura general de
todas las tipologías normativas” (BERTEA, Stefano. Certezza del diritto e argomentazione giuri-
dica. Catanzaro, 2002, pp. 100-101).
(4) Para la diferenciación entre justificación interna y externa, cfr. WRÓBLEWSKI, Jerzy. “Justi-
fication of legal decisions”. En: Revue internationale de Philosophie. Vol. 33, Nºs 127/128, 1979,
pp. 281-282: “La justificación interna (referida de aquí en adelante como justificación-In) atiene a la
racionalidad interna de la decisión jurídica. Una decisión está justificada-In si esta es inferida de sus
premisas en función de reglas de inferencia aceptadas. La condición de justificación-In es la exis-
tencia de la regla con la cual uno puede analizar la racionalidad interna de la decisión. La validez de
las premisas se da por sentado.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

El artículo 315, 1er párrafo, es (o mejor contiene) una disposición nor-


mativa, no es una norma(5). Aclaremos el punto. Por lo general, el término
norma es usado en dos acepciones distintas: en ocasiones, se denomina
norma a un enunciado presente en las fuentes normativas; otras, al signifi-
cado de un enunciado normativo(6). Si partimos del hecho de que la interpre-
tación puede asumir dos acepciones (como actividad y producto)(7), debemos
identificar cuál es el objeto de la interpretación-actividad y de la interpreta-
ción-producto, teniendo presente desde ya que el objeto de cada una de estas
no puede ser el mismo. La lógica más elemental lo impediría.

El objeto de la interpretación-actividad podría ser una norma, siempre


que se asigne a dicho término el primer significado indicado en el párrafo
anterior. Por otra parte, el objeto de la interpretación-producto también podría
ser la norma, siempre que se le asigne el segundo de los significados indica-
dos. Como el término norma no puede ser usado para significar ambas cosas
a la vez, por comodidad al primero de ellos denominaremos disposición y
al segundo norma. Así, objeto de la interpretación-actividad será la dispo-
sición, mientras que el objeto de la interpretación-producto será la norma(8).
De aquí se deduce que el objeto de la interpretación (entendida como activi-
dad) jamás podría ser la norma, ya que esta constituye su producto. De esta
forma, mientras que la disposición es un enunciado lingüístico contenido en
las fuentes del derecho sujeto a interpretación y pendiente de ser interpretado,

La justificación externa (referida de aquí en adelante como justificación-Ex) atiene a la racionalidad


externa de la decisión jurídica. Una decisión está justificada-Ex si sus premisas son calificadas como
buenas en función de los estándares usados por la persona que realiza la calificación”.
Cfr. también MORESO, Jose Juan y VILAJOSANA, Josep María. Introducción a la teoría del
Derecho. Madrid, 2004, pp. 176-179.
(5) Aquí estamos asumiendo el marco semántico-conceptual de Riccardo Guastini, ya que, de hecho,
otros autores distinguen, además de las disposiciones y normas, las formulaciones legislativas. Así,
por ejemplo, para DICIOTTI, Enrico. Interpretazione della legge e discorso razionale. Turín, 1999,
pp. 170-171, mientras que las normas consisten en el significado de los enunciados prescriptivos,
la disposición lo que es establecido jurídicamente mediante enunciados individuales o conjunto de
enunciados contenidos en los textos legales, las formulaciones legislativas consisten en las pala-
bras y enunciados contenidos en los textos legales.
(6) GUASTINI, Riccardo. Interpretare e argomentare. Ob. cit., p. 65; Id., Las fuentes del Derecho.
Fundamentos teóricos. Trad. César Moreno y Luis Cárdenas, Lima, 2016, p. 85.
(7) TARELLO, Giovanni. L’interpretazione della legge. Milán, 1980, p. 39.
(8) GUASTINI, Riccardo. Ob. cit., p. 86.

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la norma es una disposición interpretada(9). En otros términos, la norma(10)


es la atribución de sentido que el intérprete otorga a una disposición(11).

De esta distinción se pueden obtener ulteriores conclusiones. En princi-


pio, puede ocurrir que una misma disposición normativa exprese varias nor-
mas a la vez. Segundo, que dichas normas, dado el carácter ambiguo de la
disposición, sean contradictorias. Tercero, que dos disposiciones sean sinó-
nimas, vale decir, que expresen la misma norma. Cuarto, puede darse el caso
de que la disposición no exprese ninguna norma. Quinto, que una norma sea
extraída de varias disposiciones. Y, por último, que existan normas carentes
de disposición(12).

Detengámonos sobre la quinta posibilidad. No siempre es posible obte-


ner la norma del caso de una sola disposición. En ocasiones será necesario
echar mano a distintas disposiciones relativas a los hechos y circunstancias
del caso para lograr dicho objetivo. Siguiendo a Diciotti, será necesario reali-
zar una reformulación de una norma legal completa(13).

Analicemos el artículo 315. Este artículo contiene diversas disposicio-


nes. Vayamos con la primera.

En principio, el artículo 315 establece que para la disposición o grava-


men de bienes sociales se requiere la intervención de ambos cónyuges. La
traducción del dispositivo a norma puede ocurrir de distintas formas, ensaye-
mos una de ellas:

(9) Ibídem, pp. 86-87. En palabras de TEXEIRA DE SOUSA, Miguel. Introdução ao direito. Coímbra,
2015, p. 316: “La interpretación permite pasar de la fuente a la regla”.
(10) La norma es una prescripción, dotada de estructura condicional y de contenido general y abstracto,
así GUASTINI, Riccardo. Las fuentes del derecho. Fundamentos teóricos. p. 90. No obstante,
MORESO, José Juan; VILAJOSANA, Josep María. Ob. cit., pp. 72-73, distinguen dos tipos de
normas: las normas prescriptivas (a las que hace referencia Guastini) y las normas constitutivas.
Por otra parte, sobre la discusión en torno a la concepción semántica y pragmática de la norma,
cfr. GUASTINI, Riccardo. Distinguendo ancora. Madrid, 2013, p. 137 y ss.
(11) AARNIO, Aulis. Essays on the doctrinal study of law. Londres, 2011, p. 113: “La tarea de la inter-
pretación jurídica consiste en otorgar significado al texto legal”; Conforme: TARELLO, Giovanni.
L’interpretazione della legge. Ob. cit., pp. 63-64; TEXEIRA DE SOUSA, Miguel. Ob. cit., p. 315;
ÁVILA, Humberto. “Função da ciência do direito tributário: do formalismo epistemológico ao
estruturalismo argumentativo”. En: Revista direito tributário atual. N° 29, 2013, p. 181 y ss.
(12) GUASTINI, Riccardo. Interpretare e argomentare. Ob. cit., p. 63 y. ss.; Id., Las fuentes del Dere-
cho. Fundamentos teóricos. Ob. cit., p. 87 y ss.
(13) DICIOTTI, Enrico. Ob. cit., p. 173.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

N1: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar bienes socia-


les, tendrá que concurrir la intervención del otro cónyuge.

Adviértase que el calificativo deóntico utilizado por la norma así cons-


truida es de deber. El deber impuesto consiste en la concurrencia de ambos
cónyuges para la disposición o gravamen de un bien social. Pero, reformule-
mos la norma. El segundo párrafo del artículo mencionado contiene una dis-
posición que es útil para precisar aún más la norma. Este nos dice que lo dis-
puesto en el primer parágrafo no rige para los actos de adquisición de bienes
muebles(14). En otras palabras, establece una excepción. A continuación la
norma reformulada:

N1a: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar bienes


sociales, siempre que no se trate de la adquisición de bienes mue-
bles, tendrá que concurrir la intervención del otro cónyuge.

Pasemos a la siguiente disposición contenida en el primer párrafo. Esta


establece otra excepción a la regla: la regla anterior no se aplica si el cónyuge
que pretende disponer o gravar el bien social cuenta con poder especial del
otro. En términos normativos:

N2: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar bienes socia-


les y cuenta con poder especial del otro cónyuge, no tendrá que con-
currir la intervención del otro cónyuge.

Al parecer las cosas estarían claras. La exigencia de concurrencia de la


intervención del otro cónyuge está en función de la existencia o no de poder
especial. Así podemos conjugar ambas normas (N1a y N2) y establecer la
siguiente y, hasta el momento, definitiva:

N3: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar bienes socia-


les, siempre que no se trate de la adquisición de bienes muebles y no
cuente con poder especial del otro cónyuge, tendrá que concurrir la
intervención del otro cónyuge.

(14) Si añadimos la otra excepción, la norma quedaría como sigue: “Si uno de los cónyuges pretende dis-
poner o gravar bienes sociales, siempre que no se trate de la adquisición de bienes muebles o la ley
disponga en contrario, tendrá que concurrir la intervención del otro cónyuge”.

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El problema se plantea, precisamente, en determinar los efectos de la


vulneración de la norma N3.

Para ello, debemos preguntarnos en específico, qué implicancias tiene la


calificación deóntica de deber en el caso de la celebración de un contrato de
disposición o gravamen; y, más en general, qué implicancias tiene la califi-
cación deóntica de deber respecto a una conducta implicada en la formación
de un contrato. Adviértase que estamos tratando con normas que, en general,
regulan la validez y/o eficacia de los contratos. Antes de solucionar este pro-
blema, abramos un paréntesis que nos servirá para justificar la posición asu-
mida en torno a la calificación deóntica de deber del comportamiento regu-
lado por las normas de validez/eficacia de los contratos.

¿Podemos hablar de deber, en este contexto, como calificación deóntica


del comportamiento previsto por la norma? En otras palabras, ¿las normas
que regulan la validez y/o eficacia –que es al tipo de normas que pertenece la
norma en cuestión– de los contratos, establecen deberes?

Hart sugiere al respecto que las normas que definen los modos en que se
celebran los contratos, testamentos o matrimonios, no exigen que las perso-
nas actúen de determinada forma; dichas normas no imponen deberes u obli-
gaciones, solo proveen a los particulares determinadas facilidades para reali-
zar su voluntad, confiriéndoles poderes jurídicos destinados a crear, mediante
procedimientos específicos y sujetos a determinadas condiciones, estructuras
de derechos y deberes contenidos en el marco coercitivo del derecho(15). Hart
se sirve de esto para afirmar luego que la inobservancia de aquellas normas
que regulan la validez de aquellos actos no implica el incumplimiento o vio-
lación de ninguna obligación, sino que solo implica el desconocimiento por
parte del ordenamiento de la fuerza legal o efectos de aquel acto(16). De allí
que, siguiendo a Hart en este punto, algún autor concluya que la nulidad no
es una sanción(17).

Según esta doctrina, la conducta de los sujetos en la celebración del con-


trato se enmarca en la categoría del poder; en última instancia, en la categoría

(15) HART, H.L.A. The concept of law. Oxford, 1994, pp. 27-28.
(16) Ibídem, p. 28.
(17) IRTI, Natalino. La nulidad como sanción civil. Trad. Nélvar Carreteros y Rómulo Morales.
En: Cathedra. N° 11, 2004, pp. 26-27.

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del agere licere y, por definición, aquello que es libre no puede ser vulnerado
por una conducta contraria(18). Estos autores llegan a esta conclusión gracias
a la comparación que hacen con las normas prohibitivas. Pero cabe observar
que la aprobación o desaprobación de una conducta dista mucho del resul-
tado de su calificación deóntica. Lo que ocurre es que estos autores pasan por
alto que la categoría del deber puede ser de dos tipos: puede ser una obliga-
ción (deber de comisión) o una prohibición (deber de omisión). Ya que, por
definición, toda norma de comportamiento instituye un deber de comporta-
miento(19), lo determinante para que una calificación deóntica sea un deber
es que el comportamiento objeto de calificación deóntica presente el carácter
de necesidad para la consecución de los efectos que la norma prevé(20). Si la
norma establece que para la validez de un contrato se requieren los elementos
a, b y c; está estableciendo ya un deber de concurrencia de los tres elemen-
tos para la consecución de determinado efecto. La no consecución de dichos
efectos por defecto de alguno de dichos elementos constituye una sanción y
presupone, por ende, la vulneración de dicho deber.

Dadas así las cosas, la repuesta a la pregunta, tal como puede eviden-
ciarse, es afirmativa.

Llegados a este punto y habiendo aclarado las premisas de la investi-


gación, pasemos a abordar el problema, el cual puede ser planteado de la
siguiente manera: ¿cuál es la sanción jurídica de la vulneración del deber
establecido por la norma N3? Como puede apreciarse, el artículo 315 no dis-
pone nada al respecto, por lo que la reformulación de la norma del caso ten-
drá que servirse de otros dispositivos. A continuación concentraremos nues-
tros esfuerzos para tratar de dar respuesta a esta interrogante.

(18) Ibídem, p. 27.


(19) Aquí es prístino el pensamiento de SCARPELLI, Uberto. “Il permeso, il dovere e la completezza
degli ordinamenti normativi. A proposito di un libro di Amedeo G. Conte”. En: Rivista trimestrale
di diritto e procedura civile., 1963, p. 1647: “Por definición, toda norma de comportamiento insti-
tuye un deber de comportamiento”.
(20) Si la premisa es correcta, la discusión dogmática en torno a la naturaleza de la categoría de la carga
sería un sinsentido teórico, ya que las calificaciones deónticas pueden ser de dos tipos, o son deberes
o son permisos, tertium non datur. Respecto a esto último, SCARPELLI, Uberto. Ob. cit., p. 1647
ss., quien advierte, no obstante, que la aplicabilidad o no del principio del tercero excluido depende
de las relaciones lógicas de los conceptos que empleamos en nuestros juicios.

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III. LA CONCLUSIÓN DEL PLENO JURISDICCIONAL: LA NULIDAD


DEL CONTRATO
La vulneración de un deber cualquiera genera distintas consecuencias.
Así, por ejemplo, si se incumple una obligación (un deber contractual), el
ordenamiento responderá de distintas formas; respuestas que variarán, pre-
cisamente, según la especificidad del caso. En ocasiones, la respuesta será el
otorgamiento de un poder de disolución del vínculo (i.e. resolución, desisti-
miento); otras, la suspensión de la contraprestación (i.e. excepción de incum-
plimiento). Sin embargo, cuando se trata de la vulneración de un deber de
conducta establecido para la formación del contrato, la respuesta será la inva-
lidez o la ineficacia. Lo que se trata de determinar es cuál de estas sanciones
es la que prevé el ordenamiento jurídico para el caso en específico.

Para los magistrados del pleno jurisdiccional comentado la respuesta es


tajante: el contrato es nulo. Evidentemente, nos hubiese encantado una fun-
damentación de su respuesta, la cual solo se da de manera precaria. Pues bien
trabajemos con lo tenemos.

Debemos aclarar, ante todo, qué se debe entender por nulidad o, más en
general, por invalidez del negocio(21) y las implicancias que tiene que asumir
esta posición como solución al problema.

La doctrina nacional suele identificar el concepto de invalidez (nulidad


y anulabilidad) con el concepto de ineficacia estructural u originaria(22). Esto
no es más que decir que la idea de invalidez gira en torno a la defectuosidad
del supuesto de hecho negocial; en otros términos, un contrato inválido es
aquel que carece de algún elemento estructural exigido por la norma para la
atribución de efectos negociales(23). Pero con esto no se dice qué es un con-

(21) Para una exposición histórica de la categoría de la ineficacia en general cfr. MENEZES COR-
DEIRO, António. “Da ineficácia civil: reflexões críticas”. En: Estudos em honra do professor dou-
tor José de Oliveira Ascensão. Vol. 1, Coímbra, 2008, p. 233 y ss.; Id., Tratado de direito civil. II:
Parte general. Negócio jurídico. Coímbra, 2014, p. 911 y ss.
(22) LOHMAN LUCA DE TENA, Guillermo. El negocio jurídico. Lima, 1994, p. 525, TABOADA
CÓRDOVA, Lizardo. Acto jurídico, negocio jurídico y contrato. Lima, 2002, p. 298 y ss.; ESPI-
NOZA ESPINOZA, Juan. El acto jurídico negocial. Lima, 2008, p. 484; MORALES HERVIAS,
Rómulo. Estudios sobre teoría general del negocio jurídico. Lima, 2002, p. 246; ESCOBAR
ROZAS, Freddy. “Comentario sub artículo 219”. En: AA.VV., Código Civil comentado. Tomo 1,
Lima, 2007, p. 675.
(23) BETTI, Emilio. Teoría general del negocio jurídico. Trad. Antonio Martín Pérez, Granada,
2000, pp. 404-405; STOLFI, Giuseppe. Teoria del negozio giuridico. Padua, 1961, p. 61 y ss.;

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trato inválido, sino en qué consiste o cuándo se da. Demás está decir que pro-
cediendo de esta forma se adopta un criterio que corresponde a una intuición
muy correcta de los fenómenos jurídicos, pero que a pesar de ello no es satis-
factoria, ya que es empírica, imprecisa y arbitraria, debido a que el legisla-
dor puede decidir qué vicios del fenómeno negocial dan lugar a la invalidez
del mismo(24). Aquellas posturas que hacen girar la idea de invalidez en torno
al concepto de esencialidad de los elementos del negocio, caen en una crítica
similar.

Si se quiere tener una concepción clara de la invalidez, se tiene que ana-


lizar la figura en términos normativos. En términos normativos, la invali-
dez “constituye una consecuencia negativa que las normas reguladoras del
negocio disponen ante su transgresión”(25). Así, mientras que desde una pers-
pectiva ontológica la invalidez constituye una calificación –entendida como
resultado– negativa del fenómeno negocial(26) (que no implica su irrelevancia
jurídica, sino la negación de relevancia negocial), desde una perspectiva nor-
mativa esta calificación no es más que una sanción de la actividad negocial
de los particulares, “sanción que tiene por finalidad garantizar la observancia
de normas reguladoras”(27).

SANTORO-PASSARELLI, Francesco. Doctrinas generales del Derecho Civil. Trad. Agustín Luna
Serrano, Madrid, 1964, pp. 297-298; MESSINEO, Francesco. Il contratto in genere. Tomo 2, Milán,
1972, p. 169.
(24) Aquí seguimos las ideas trazadas por SCOGNAMIGLIO, Renato. Contributo alla teoria del nego-
zio giuridico, Nápoles, 1969, p. 356. Y continúa el autor: “Los conceptos de carácter intrínseco o
extrínseco, a los que se recurre, son demasiado relativos y vagos como para poder llegar a resultados
satisfactorios: en esencia, que un vicio sea intrínseco al negocio depende de la noción que se acoja
del negocio y, además, respecto a la noción idéntica, del juicio de cada sujeto. Naturalmente, dicho
juicio no puede ser considerado vinculante para el legislador, quien no impone la invalidez (…) por-
que se presenta un vicio intrínseco, sino en función de una valoración práctica propia de la situación
que se determina en la hipótesis. En otras palabras, lo que queremos decir es que existe invalidez
cuando así lo dispone el legislador, no cuando ella debería existir en función del criterio lógico cri-
ticado” (pp. 356-357, nota 41). Cfr. al respecto, las reflexiones en ese sentido, relativas al presunto
carácter externo del vicio que da lugar a la rescisión, de SACCO, Rodolfo y DE NOVA, Giorgio.
Il contratto. Tomo 2, Turín, 1993, pp. 480-481.
(25) SCOGNAMIGLIO, Renato. Ob. cit., p. 365.
(26) CARRESI, Franco. Il contratto. Tomo 2, Milán, 1987, p. 616: “La invalidez del contrato expresa
un juicio de desvalor del ordenamiento, diversamente graduado, que incide sobre la eficacia del
contrato”.
(27) SCOGNAMIGLIO, Renato. Ob. cit., p. 366.

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¿Qué implica esta calificación negativa? Pues bien, la invalidez implica


que el contrato no produzca sus efectos típicos(28), lo cual no impide que este
produzca efectos de otro tipo(29) o como supuesto de hecho no negocial(30).
En otras palabras, cuando se da un supuesto de invalidez, los efectos que la
norma reconducía al supuesto de hecho jamás se imputan (ex tunc)(31). Es pre-
cisamente por esto que algunos autores califican a la invalidez como una defi-
ciencia genética(32). Si se sigue la teoría de la vigencia, se podría decir que un
negocio inválido no llega a cobrar vigencia(33).

Por lo general, para distinguir al negocio inválido del ineficaz, se afirma


que los supuestos de invalidez están constituidos por aquellas hipótesis en las
que la causal afecta a algún elemento estructural(34). Empero, las causales de
invalidez pueden ser de la más variadas(35), no dependiendo su sanción de un
mero juicio lógico, sino de lo dispuesto por la ley(36).

(28) BIANCA, Cesare Massimo. Diritto civile. III: Il contratto. Milán, 1998, p. 576; SACCO, Rodolfo
y DE NOVA, Giorgio. Ob. cit., p. 494; ROPPO, Enzo. O contrato. Trad. Ana Coimbra y M. Januá-
rio C. Gomes, Coímbra, 2009, p. 204.
(29) Aquí hacemos referencia al fenómeno de la conversión, que en nuestro ordenamiento no aplica al
contrato y se reduce al caso de la restitución del testamento cerrado que, en tanto cumpla los requi-
sitos del artículo 707, valdrá como testamento ológrafo (art. 700).
(30) PAIS DE VASCONCELOS, Pedro. Teoria geral do direito civil. Coímbra, 2015, p. 646: “El negocio
jurídico inválido no llega a crear derecho, no genera derecho interprivado, no pone en vigencia una
regulación negocial. Por el contrario, es considerado como simple hecho jurídico, de cuyas conse-
cuencias jurídicas constituye mero soporte inerte. Las consecuencias jurídicas del negocio inválido
no son aquellas que sus autores le quisieron atribuir, sino más bien las que la ley determina”.
(31) En nuestro sistema, tanto el acto nulo como el anulable (este último por efecto de la sentencia que
así lo declare, ex art. 222 cód. civ.) no producen efectos desde su origen.
(32) Así, HÖRSTER, Heinrich Ewald. A parte geral do Código Civil português. Teoria geral do direito
civil. Coímbra, 2012, p. 515.
(33) FLUME, Werner. El negocio jurídico. Trad. José María Miquel y Esther Gómez, Madrid, 1998,
p. 643; PAIS DE VASCONCELOS, Pedro. Ob. cit., p. 648.
(34) Cfr. la doctrina cit. en notas 22 y 23.
(35) Al respecto, CATAUDELLA, Antonino. I contratti. Parte generale. Turín, 2000, p. 256, observa
que la distinción entre invalidez e ineficacia en sentido estricto, no puede girar en torno a la presen-
cia de vicios intrínsecos o extrínsecos, respectivamente, ya que la nulidad también es dispuesta en
relación a vicios que afectan elementos extrínsecos y la ineficacia en sentido estricto también puede
encontrar fundamento en circunstancias que inciden en elementos del contrato o vinculados a ellos.
(36) SCOGNAMIGLIO, Renato. Teoría general del contrato. Trad. Fernando Hinestrosa, Bogotá, 1996,
p. 231.
Se pueden establecer como ejemplos, entre otros: artículo 757 (que sanciona con invalidez el legado
de bien determinado que no es de propiedad del testador); artículo 1398 (que sanciona con invali-
dez, en los contratos de adhesión y los celebrados a cláusulas generales no aprobadas administrati-
vamente, las estipulaciones que establezcan a favor del predisponente exoneraciones o limitaciones
de responsabilidad, facultades de suspender la ejecución del contrato, de rescindirlo o resolverlo y
de prohibir a la otra parte el derecho de oponer excepciones o prorrogar o renovar tácitamente el
contrato); 1629 (que sanciona con invalidez al contrato de donación que exceda la cuota de libre

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

Dadas así las cosas, si bien la distinción entre los planos de existencia,
validez y eficacia(37), puede ser ilustrativa para exponer de manera didáctica
el fenómeno negocial, el régimen de la invalidez no se adecúa estrictamente
a este esquema mental. De allí que algunos, no sin resignación, afirmen que
formular una doctrina unitaria de la invalidez del contrato sea aún más difí-
cil que formular una doctrina unitaria de los vicios del contrato que dan lugar
a esta(38).

En resumidas cuentas, lo que tenemos que tener presente es que, de con-


formidad con el dictado del Código Civil, el negocio nulo es aquel que así es
establecido por la ley, jamás produce efectos y no puede ser convalidado.

Como habíamos adelantado, los magistrados del pleno bajo comentario


concluyeron que la sanción dispuesta para el caso de la enajenación del bien
social por uno solo de los cónyuges era la nulidad. Así, este contrato de dis-
posición sería nulo por tres causales: a) por falta de manifestación de volun-
tad; b) por contener un objeto jurídicamente imposible; y, c) por presentar un
fin ilícito. La subsunción del caso bajo cada una de estas tres causales –debe-
mos advertirlo desde ya– no es correcta, en principio, porque no se parte de
la determinación del supuesto de hecho concreto identificable en la norma
extraíble del artículo 315 y, segundo, porque se asume una concepción poco
clara de lo que se entiende por cada una de estas causales. Lo que a fin de
cuentas han hecho los magistrados es trastocar los logros que la doctrina ha
alcanzado en la comprensión de estas causales, elaborando una doctrina poco
ortodoxa de las causales de nulidad. Pasemos a analizar cada una de las solu-
ciones propuestas.

disposición). Como se puede apreciar, en estos negocios no existe un vicio en la estructura del
mismo. Tanto el legado, como el contrato predispuesto y la donación son perfectos estructuralmente
de conformidad con el artículo 140. Es el legislador quien, según la política legislativa aplicada, ha
establecido estas causales específicas que no se condicen estrictamente con un juicio lógico basado
en el artículo 140, como si la categoría del negocio inválido fuese simplemente una categoría que
se determinase por exclusión.
(37) Para esta diferencia véase por todos: DE MIRANDA, Pontes. Tratado de direito privado. Parte
geral. Tomo I. Introdução. Pessoas físicas e jurídicas. Rio de Janeiro, 1970; BERNARDES DE
MELLO, Marcos. Teoria do fato jurídico: Plano da existencia. São Paulo, 2013; Id., Teoria do fato
jurídico: Plano da validade. São Paulo, 2013; Id., Teoria do fato jurídico: Plano da eficácia, São
Paulo, 2013.
(38) SACCO, Rodolfo y DE NOVA, Giorgio. Ob. cit., p. 500.

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César Moreno More

1. Supuestas causales
a) Por falta de manifestación de voluntad
Como primera causal se afirma la dispuesta en el numeral 1 del artículo
219: la falta de manifestación de voluntad. En breve, se dice que el contrato
celebrado entre el cónyuge disponente y el comprador carecería de la mani-
festación de voluntad del cónyuge preterido, afectando así la validez del
contrato.

Para comenzar, podemos advertir que la postura de los magistrados es,


en determinada medida, comprensible (mas no justificable). Esto se debe
a que el Código Civil peruano regula la categoría general del negocio jurí-
dico y como lógica consecuencia el nivel de abstracción de las reglas es fun-
cional a la abstracción de esta figura. Si no se regulase la validez del nego-
cio jurídico y, en su lugar –tal como hace el Código Civil italiano– sí la de
la figura del contrato en general, las cosas hubiesen sido más claras para los
magistrados.

Cuando se analiza la invalidez de un contrato en función del artículo


219, su primer numeral debe ser entendido como comprensivo de la falta de
acuerdo o consentimiento. En otras palabras, según dicho numeral, un con-
trato es nulo cuando carece de acuerdo. En el caso en específico, el contrato
de enajenación se perfeccionó por la conjunción entre la oferta del cónyuge-
vendedor y la aceptación del aceptante-comprador. Existió acuerdo y el con-
trato es válido. El hecho de que el cónyuge disponente no haya tenido poder
especial del otro, no hace que el contrato carezca de consentimiento. Los
casos de falta de acuerdo se dan cuando falta la pluralidad de centros de inte-
rés, cuando falta la pluralidad de las declaraciones o porque una de ellas pro-
viene de una persona que ha actuado bajo nombre falso, ha falsificado la sus-
cripción del contrato o proviene de persona no legitimada para hacerlo (casos
en los que no coinciden la identidad de los sujetos destinatarios de las decla-
raciones, sea la oferta o la aceptación), cuando las declaraciones contractua-
les no coinciden o cuando coincidiendo son consideradas tardías(39).

En cambio, los magistrados creen que la falta de manifestación de


voluntad del cónyuge preterido puede afectar la validez del contrato de

(39) CARRESI, Franco. Ob. cit., pp. 620-621.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

enajenación. Una posición similar es aducida en doctrina. Según esta, el


artículo 315 requeriría con carácter imperativo la actuación conjunta conyu-
gal, cuyo defecto determina la inexistencia de manifestación de voluntad(40).
Como se puede apreciar, la referencia general a los elementos de validez del
negocio jurídico en general juega en contra de la interpretación que se le
puede dar al artículo 315, más aún cuando no se parte por identificar la norma
contenida en dicho dispositivo y, haciendo un salto lógico, se afirma sin más
que la exigencia de la participación conjunta es imperativa, justificando este
carácter en un dudoso principio de protección de la familia y de promoción
del matrimonio que no es reconducido a regla para su aplicación. Así las
cosas uno podría llenar de cualquier contenido dichos (presuntos) principios
y afirmar cualquier arbitrariedad en aras de la protección de la familia y la
promoción del matrimonio.

b) Por objeto jurídicamente imposible


La segunda causal invocada por los magistrados para afirmar la nuli-
dad del contrato es la contenida en el numeral 3 del artículo 219. Según los
magistrados, el objeto del contrato de disposición de un bien social por uno
solo de los cónyuges es nulo porque presenta un objeto jurídicamente imposi-
ble, ya que el artículo 315 (la ley, en palabras de los magistrados) establecería
que para disponer bienes de la sociedad de gananciales se necesita el consen-
timiento de ambos cónyuges.

Aquí el razonamiento es un poco dudoso. ¿Cómo se llega a la conclu-


sión de que el objeto (entendido aquí como el bien social objeto de dispo-
sición) es jurídicamente imposible cuando la ley establece que para su dis-
posición se requiere la intervención de ambos cónyuges? En otras palabras,
¿cómo de una exigencia sobre la intervención de los sujetos del negocio se
llega a concluir que el objeto es jurídicamente imposible? Las preguntas, evi-
dentemente, son retóricas.

Para comenzar, debemos advertir que el concepto de objeto de con-


trato que acoge el código no es unitario, este puede estar referido al bien o
actividad objeto de la operación económica, o al resultado que se pretende

(40) PLÁCIDO VILCACHAGUA, Alex. “La ineficacia estructural o invalidez de los actos de disposi-
ción de bienes por un solo cónyuge”. En: Gaceta Civil & Procesal Civil. N° 31, Gaceta Jurídica,
Lima, 2016, p. 205.

97
César Moreno More

alcanzar(41). Tomando como premisa ello, un objeto será jurídicamente impo-


sible cuando no sea un bien en sentido jurídico (es decir, no puede formar
parte del tráfico jurídico), su titularidad no pueda ser asignada a los particu-
lares o el objetivo perseguido constituya un sinsentido jurídico (como en el
caso de la venta de un bien del propietario al mismo propietario o la hipoteca
de un bien mueble)(42).

De nuevo, los magistrados habrían innovado en la teoría del objeto del


contrato, ideando una nueva hipótesis de imposibilidad jurídica del objeto
deducida de la exigencia de la intervención conjunta de ambos cónyuges.
Esta postura –hasta donde sabemos– no ha sido secundada por nuestra doc-
trina, aunque, a estas alturas, ya nada nos sorprendería.

c) Por fin ilícito
Por último, los magistrados apelan al numeral 4 del artículo 219. Según
los magistrados, el contrato en cuestión contendría un fin ilícito al existir la
voluntad de engañar y perjudicar al cónyuge preterido.

Respecto al fin, tal parece que los magistrados han asumido que se
entiende por tal los motivos de las partes y no así la causa del contrato(43).
Se debe advertir que para que los motivos cobren relevancia, estos deben ser
comunes, pertenecer a ambas partes(44). Ahora, el hecho de que un contrato
produzca daños a terceros no hace que el mismo sea ilícito. Es más, es natu-
ral que en un mercado regido por las reglas de la competencia esto ocurra. El
contrato será nulo cuando las partes busquen obtener un resultado prohibido

(41) Sobre el objeto del contrato, es útil la consulta de GABRIELLI, Enrico. Il contenuto e l’oggetto,
en Id., (bajo el cuidado de). I contratti in generale. Turín, 2006, p. 695 y ss.; DE NOVA, Giorgio.
L’oggetto del contratto: considerazioni di metodo. en Id., Il contratto. Dal contratto atipico al con-
tratto alieno. Padua, 2011, p. 485 y ss.; y de último, CAPOBIANCO, Ernesto. Lezioni sul contratto.
Turín, 2014, p. 71 y ss.
(42) Al respecto, cfr. OSTI, Guiseppe. “Contratto”. En: Novissimo digesto italiano. Vol. IV, Turín, 1957,
y ahora en Id., Scritti giuridici. Vol. II, Milán, 1973, pp. 791-792; GALGANO, Francesco. El nego-
cio jurídico. Trad. Francisco de P. Blasco y Lorenzo Prats, Valencia, 1992, p. 126.
(43) Sobre el problema de la causa del contrato, cfr. ROLLI, Rita. Causa in astratto e causa in concreto.
Padua, 2008, en esp. Cap. II, p. 45 y ss.
(44) El Código Civil peruano no contiene un dispositivo como el artículo 1345 del Código Civil ita-
liano (“El contrato es ilícito cuando las partes decidieron celebrarlo exclusivamente para un motivo
ilícito común a ambas”), pero se puede arribar a la misma solución en vía interpretativa, partiendo
de la relevancia del motivo en materia de error (arts. 205, 208) y asumiendo que el concepto de fin
abarca tanto los conceptos de motivo y causa. Afirmación que aún está por demostrarse, pero dados
los límites del presente escrito solo nos limitamos a enunciarla.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

por las normas. Y, de buenas a primeras, el dañar a alguien no está prohibido


por las normas(45).

Menos plausible aún es aquella postura doctrinal que se mueve en una


línea semejante. Según esta, si el comprador tenía pleno conocimiento de
que el bien pertenecía a la sociedad conyugal, en otras palabras, sabía que el
bien era ajeno, el contrato estaría viciado de fin ilícito(46). Si esto fuese cierto,
todos los contratos de venta de bien ajeno serían nulos. No obstante, el propio
Código Civil los ampara (art. 1537) reconduciéndoles las reglas dispuestas
para la promesa de la obligación o del hecho de un tercero (arts. 1470-1472).
De esta forma, en este caso, la mala fe del comprador no tiene incidencia
alguna en la validez o invalidez del contrato.

IV. LA FALTA DE LEGITIMACIÓN COMO SOLUCIÓN DEL PRO-


BLEMA. APRECIACIONES CRÍTICAS
Luego de haber analizado las innovaciones (no muy) doctrinales rea-
lizadas por la judicatura en materia de nulidad del contrato, toca el turno de
hacer lo propio respecto a lo que dice la doctrina sobre el tema. La casi totali-
dad de los autores han concluido unísonamente en que el remedio dispuesto
por el ordenamiento para la hipótesis contenida en el artículo 315 es la inefi-
cacia (en sentido estricto), cuya causal sería la falta de legitimación(47).

(45) En la época posindustrial, el daño se considera como una constante probabilísticamente necesaria
del desarrollo tecnológico. Al respecto, cfr. SCHREIBER, Anderson. Novos paradigmas da respon-
sabilidade civil. Da erosão dos filtros da reparação à diluição dos danos. São Paulo, 2013, p. 8.
(46) En palabras de los autores, manifiestamente ilícito: VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique; TORRES
MALDONADO, Marco. “El lado oscuro del artículo 315 del Código Civil. La disposición de los
bienes sociales por un solo cónyuge”. En: Gaceta civil & Procesal Civil. N° 31, Gaceta Jurídica,
Lima, 2016, p. 115.
(47) MORALES HERVIAS, Rómulo. Validez y eficacia de los actos de disposición y de gravamen en
la sociedad de gananciales. El concepto oculto en el artículo 315 del Código Civil, en I ., Estu-
dios sobre teoría general del contrato. Lima, 2006, pp. 512-513; PRIORI POSADA, Giovanni. “La
legitimación como presupuesto de eficacia de los negocios jurídicos. Su aplicación en la disposi-
ción de un bien de la sociedad conyugal por parte de uno de los cónyuges”. En: Gaceta Civil & Pro-
cesal Civil. N° 31, 2016, p. 157; FERNÁNDEZ CRUZ, Gastón. “Reflexiones sobre dos institucio-
nes encontradas. La nulidad y la ineficacia sobre la venta de bienes conyugales”. En: Gaceta Civil
& Procesal Civil. N° 31, Gaceta Jurídica, Lima, 2016, p. 122 y ss.; BARCHI VELAOCHAGA,
Luciano. “Derecho Civil Patrimonial vs. Derecho de familia. La disposición de un bien social por
uno solo de los cónyuges sin la intervención del otro”. En: Gaceta Civil & Procesal Civil. N° 31,
Gaceta Jurídica, Lima, 2016, p. 233; VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique; TORRES MALDONADO,
Marco. Ob. cit., p. 114, entre otros.

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César Moreno More

Ese es el punto en común de las distintas posturas. Sin embargo, estas


posturas difieren en identificar la norma aplicable al caso. Algunos creen que
el régimen aplicable será el dispuesto por el artículo 161 del Código Civil,
vale decir, la regla aplicable en materia de falsus procuratur(48); otros, que el
régimen aplicable será el dispuesto por el artículo 1537 del Código Civil, el
relativo a la compraventa de bien ajeno(49).

Efectivamente, la doctrina cae en la confusión de no saber qué efectos


reconducirle al supuesto de hecho contenido en el artículo 315, al no haber
prestado atención a la reformulación normativa del mismo y al afirmar sim-
plemente que se trata de un supuesto de falta de legitimación.

Cabe advertir además que el concepto de legitimación negocial es un


concepto repetitivo, implícito ya en el de autonomía privada(50). Si bien con-
ceptualmente puede ser útil para la didáctica, normativamente se puede pres-
cindir de él sin mayor repercusión para el ordenamiento jurídico, ya que
carece de contenido semántico.

Nos explicamos. Si se dijese que el supuesto de hecho contenido en el


artículo 315 es un caso de falta de legitimación y que cuando se está ante
un caso de falta de legitimación se aplica el efecto jurídico contenido en el
artículo 161 (o el del art. 1537), la única función que cumpliría el concepto
de falta de legitimación sería vincular un antecedente fáctico con una conse-
cuencia normativa. Tal es su falta de contenido semántico que se lo podría
reemplazar con cualquier otro concepto y el resultado sería el mismo(51). Pero

(48) VARSI ROSPIGLIOSI, Enrique y TORRES MALDONADO, Marco. Ob. cit., p. 114.
(49) MORALES HERVIAS, Rómulo. Ob. cit., pp. 512-513; BARCHI VELAOCHAGA, Luciano.
Ob. cit., p. 233.
(50) Cfr. SCOGNAMIGLIO, Renato. Ob. cit., p. 37: “La noción de legitimación así estructurada no
aporta nada nuevo y se reduce, desde este ángulo del poder, a una repetición del concepto del auto-
nomía negocial”; y continúa luego en p. 40: “El planteamiento de la legitimación como requisito
unitario y autónomo corresponde sin duda a un formidable esfuerzo lógico de la doctrina, pero no a
las varias y discordantes soluciones que la realidad normativa ofrece a las diferentes hipótesis que
se alinean bajo esa noción, que por tales razones debe ser rechazada. Por el contrario, y este es el
aspecto positivo de la discusión aquí relacionada, aparece de manifiesto que el problema de la com-
petencia de los estipulantes para regular los intereses que son objeto del contrato y para recibir los
efectos jurídicos de este, es una cuestión básica dentro del tema de la autonomía contractual, y que
en torno a dicho problema, el ordenamiento se encuentra en la necesidad de asumir posiciones dife-
rentes según las normas que se han detallado, resolviendo así, como supremo ordenador de las rela-
ciones jurídicas, los conflictos de intereses que al respecto se plantean con singular intensidad”.
(51) Hemos llegado a esta conclusión gracias a la lectura de ROSS, Alf. “Tû-Tû”. En: Harvard Law
Review. Vol. 70, 1957, p. 812 y ss.; y GUASTINI, Riccardo. Lecciones de teoría constitucional.
Trad. César Moreno, Lima, 2016, Cap. III.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

lo más alarmante es que las hipótesis que la doctrina reconduce al supuesto


de falta de legitimación son tan variadas, que considerar que cuando se está
ante uno de los casos catalogados en este concepto se le aplica automática-
mente un régimen único, sería reductivo y simplista.

Por fortuna, la doctrina ha advertido correctamente que el supuesto


de hecho contenido en la norma que se desprende de la interpretación del
artículo 315 nada tiene que ver con el supuesto de hecho de la compraventa
de bien ajeno(52). En el caso del artículo 315 (tal como se puede advertir de la
reformulación de la norma efectuada en el § 2), el cónyuge actúa en nom-
bre propio y en nombre ajeno, arrogándose un poder de representación. En
cambio, en el caso del artículo 1537, dadas las circunstancias (publicidad
registral, por ejemplo), el cónyuge solo actúa en nombre propio, sin arro-
garse poder de representación alguno. En conclusión, el caso regulado en el
artículo 315 es un caso típico de falsus procuratur.

Ahora, si es un caso de falsus procuratur, cabe determinar quién es el


dominus. Esta interrogante cobra relevancia a efectos de saber frente a quién
no es oponible el contrato de disposición del bien social. En este punto, la
mayoría de los autores yerran. Consideran que el dominus es la sociedad con-
yugal(53). Para eso o se sirven del artículo 301 del Código Civil o del artículo
65 del Código Procesal Civil.

Sin ahondar mucho sobre el tema, valgan las siguientes reflexiones. En


principio, el artículo 301 puede ser objeto de dos interpretaciones distintas.
Al indicar que en el régimen de sociedad de gananciales puede haber bienes
propios de cada cónyuge y bienes de la sociedad, se puede entender: a) que
los bienes que no son propios y, por ende, son sociales, pertenecen a ambos
cónyuges en común (esto es, sin atribución de cuotas ideales); o, b) que los
bienes sociales pertenecen a un sujeto distinto de los cónyuges, constituido
precisamente por el patrimonio autónomo conocido como sociedad conyu-
gal. Ambas interpretaciones pueden ser afirmadas y ambas tendrán el mismo

(52) NINAMANCCO CÓRDOVA, Fort. “Los ‘puntos ciegos’ de la jurisprudencia y la doctrina sobre
los actos de disposición de bienes sociales (apuntes críticos en torno al art. 315 del Código Civil)”.
En: Gaceta Civil & Procesal Civil. N° 30, Gaceta Jurídica, Lima, 2015, p. 66. Cfr., en cambio, FER-
NÁNDEZ CRUZ, Gastón. Ob. cit., p. 122, quien considera que el artículo 315 contiene dos supues-
tos de hecho diferenciados, referidos uno al fasus procurator, el otro a la compraventa de bien ajeno.
(53) MORALES HERVIAS, Rómulo. Ob. cit., p. 511; NINAMANCCO CÓRDOVA, Fort. Ob. cit.,
p. 68; PRIORI POSADA, Giovanni. Ob. cit., p. 156; en contra, BARCHI VELAOCHAGA,
Luciano. Ob. cit., p. 233.

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César Moreno More

valor. No obstante, de la sola interpretación del artículo 301 no se puede ir


más allá.

Por su parte, el artículo 65 del Código Procesal Civil, establece como


un sujeto procesal a la sociedad conyugal, regulando su representación en el
proceso. Sin embargo, este artículo regula quién puede ser parte de la rela-
ción procesal, no quién puede ser considerado sujeto de derecho material(54).
De allí que afirmar que la sociedad conyugal es sujeto de derecho porque el
artículo 65 del Código Procesal Civil lo considera como parte de la relación
jurídica procesal, no es muy coherente que digamos.

Para determinar si la sociedad conyugal es un sujeto de derechos o no,


se tendría que disponer de más espacio del que disponemos en esta sede, de
modo que por comodidad asumiremos que no lo es. No obstante, no está
demás advertir que si se asume que sí lo es, el supuesto de hecho contenido
en el artículo 315 cambiaría en cierta medida, ya que no se trataría de un caso
de representación entre cónyuges, sino de uno de representación conjunta de
la sociedad conyugal(55).

V. RECONDUCCIÓN NORMATIVA DE LA SOLUCIÓN. CONCLUSIÓN


Luego de haber puesto en evidencia aquellos desvíos en la teoría de la
nulidad propuesta por nuestros magistrados y la opinión de la doctrina sobre
el tema, corresponde ahora dar una solución normativa a la pregunta plan-
teada al cierre del segundo parágrafo: ¿Cuál es la sanción jurídica de la vul-
neración del deber establecido por la norma N3?

Como ya hemos indicado, el artículo 315 no dispone nada al respecto,


pero nos brinda los elementos de juicio necesarios para construir la norma
definitiva. Recordemos la norma N3:

N3: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar bienes socia-


les, siempre que no se trate de la adquisición de bienes muebles y no

(54) Cfr. PRIORI POSADA, Giovanni. “Partes y terceros en el proceso civil peruano”. En: Gaceta Civil
& Procesal Civil. N° 18, Gaceta Jurídica, Lima, 2014, p. 207 y ss.
(55) Tal como, en efecto, cree una parte de la doctrina, así por ejemplo NINAMANCCO CÓRDOVA,
Fort. Ob. cit., p. 68.

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Disposición de bienes sociales por uno solo de los cónyuges

cuente con poder especial del otro cónyuge, tendrá que concurrir la
intervención del otro cónyuge.

Recordemos, además, que habíamos dicho que la concurrencia de la


intervención del otro cónyuge giraba en función de la existencia del poder
especial. Si esto es así, nos preguntamos, ¿qué norma regula el defecto de
poderes? Pues bien, a estas alturas la respuesta es obvia: la norma conte-
nida en el artículo 161. Según este dispositivo, cuando un representante cele-
bra negocios jurídicos excediendo, violando o careciendo de poder para ello,
estos son ineficaces respecto al representado. En términos normativos:

N4: Si un representante celebra negocios jurídicos, excediendo, vio-


lando o careciendo de poder para ello, el negocio jurídico celebrado
será ineficaz frente al representado.

Conjugando ambas normas, lograremos la reformulación normativa


requerida para la resolución del caso, al subsumir(56) el supuesto de hecho de
la N3 en la N4:

N5: Si uno de los cónyuges pretende disponer o gravar los bienes


sociales y no cuenta con poder especial del otro cónyuge, dicho
negocio será ineficaz frente a este último.

Como puede apreciarse, solo aplicando un método analítico se puede


llegar a poner en evidencia la solución correcta al problema, que en este caso
giraba en torno a la interpretación del artículo 315 y a su reformulación nor-
mativa. La determinación exacta del supuesto de hecho, como uno de insufi-
ciencia o carencia de poderes, descarta de plano la aplicación del régimen de
la compraventa de bien ajeno, que no supone la intervención de uno de los
cónyuges por cuenta ajena, sino solo y exclusivamente, al servirse de las cir-
cunstancias fácticas y jurídicas (publicidad registral, en algunos casos), su
intervención en nombre propio.

(56) Sobre el concepto de subsunción aquí utilizado, remitimos a GUASTINI, Riccardo. Las fuentes del
derecho. Fundamentos teóricos. Ob. cit., p. 338 y ss.

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