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grandes mitos de la
psicología popular
Confusiones generalizadas e ideas erróneas
sobre el comportamiento humano
OCEANO
15
* En esta definición debe entenderse ficción como algo que es más bien producto de nuestra imagi-
nación. (N. del editor)
poseen significado simbólico (véase mito #20), son intentos por desentrañar algunos
de los misterios imperecederos de la existencia, en este caso, la significación que
subyace a nuestros mundos mentales nocturnos.
Este libro es el primero en inspeccionar el panorama completo de la psi-
cología popular modema, y en poner comunes malas interpretaciones psicológicas
bajo el microscopio de las evidencias científicas. De esta manera esperamos disipar
juicios frecuentes pero falsos y armar a los lectores de conocimientos acertados que
puedan usar para tomar mejores decisiones en su vida. Nuestro tono es informal,
ameno y a veces irreverente. Nos hemos esmerado en particular en que este libro sea
accesible para estudiantes que empiezan y para legos, y suponemos una ausencia de
conocimientos fonnales del psicología. Por tanto, hemos usado mínima terminología
técnica. Así, especialistas y no especialistas podrán disfrutar por igual de este libro.
La obra comienza con un recorrido por el vasto mundo de la psicología popu-
lar, los peligros representados por los mitos de la psicología y diez de sus fuentes
principales. Luego, en el cuerpo del libro, examinamos 50 mitos extendidos de
la psicología popular. En cada caso exponemos el grado de difusión que tienen en la
población en general, ejemplos ilustrativos del amplio mundo de la psicología popu-
lar, su posible origen y las evidencias de investigación que existen alrededor de ellos.
Aunque una de nuestras metas más importantes es destruir mitos, vamos más lejos
aún. En cada caso exponemos también “la verdad” comprobada de cada tema, para
transmitir conocimientos psicológicos genuinos que los lectores puedan incorporar y
aplicar en su vida diaria. A varios de los 50 mitos los acompañan breves recuadros
relacionados con la “Destrucción de mitos: una mirada más atenta”, en los que se
examina un mito afín. Cada capítulo concluye con una serie de mitos adicionales
por explorar -250 en total-, junto con recomendaciones de referencias útiles para
rastrearlos. Muchos de estos mitos adicionales podrían servir a los profesores de
psicología como temas de exposición o de trabajos de fin de curso por asignar a sus
alumnos. Para insistir en que, en psicología, la verdad suele ser tan fascinante, si no
más, que el mito, en el epílogo se ofrece una lista (como la de “Los diez mejores. . .”)
de hallazgos psicológicos notables que, aunque parecen mitos, son conocimientos
verdaderos. El libro concluye con un apéndice que contiene recomendaciones de
fuentes en internet para explorar diversos mitos de la psicología.
Este volumen, creemos, atraerá a varios tipos de público. Alumnos y maes-
tros de cursos de introducción a y métodos de investigación en psicología lo hallarán
de particular interés. Muchos estudiantes llegan a esos cursos con ideas falsas sobre
innumerables temas psicológicos, así que hacer frente a esas ideas suele ser un paso
esencial para transmitir conocimientos atinados. Dado que hemos organizado el libro
en tomo a once áreas tradicionalmente cubiertas en los cursos de introducción a la
psicología, tales como funcionamiento cerebral y percepción, memoria, aprendizaje e
inteligencia, emociones y motivación, psicología social, personalidad, psicopatología
y psicoterapia, esta obra puede servir de libro de texto formal o complementario en
tales cursos. Los profesores que la empleen junto con un libro de texto estándar de
introducción a la psicología pueden asignar fácilmente, como tarea para sus alumnos,
algunos o todos los mitos de cada capítulo junto con el capítulo correspondiente
del libro de texto.
Los legos interesados en saber más de psicología descubrirán en este libro
un recurso invaluable y fácil de usar, así como un entretenido compendio de co-
nocimientos psicológicos. Para los psicólogos en activo y otros profesionales de la
salud mental (como psiquiatras, enfermeros psiquiátricos, orientadores y trabajadores
sociales), divulgadores, investigadores y estudiantes de licenciatura y posgrado en
psicología, este libro será también de agradable lectura _y, más todavía, una valio-
sa fuente de consulta. Por último, modestamente creemos que la lectura de esta
obra debe recomendarse ( ¿nos atreveríamos a decir “exigirse”?) a los periodistas,
escritores, educadores y abogados vinculados con la psicología. Este libro impedirá
que caigan presa justo de los errores psicológicos contra los que tan vigorosamente
prevenimos a nuestros lectores.
Este proyecto no habría fructificado sin la ayuda de varias personas esmeradas
y talentosas. Ante todo, gracias sinceras a nuestra editora en Wiley-Blackwell, Chris-
tine Cardone, a quien nunca podríamos elogiar lo suficiente. Chris guió de manera
invaluable este proyecto, y estamos en deuda con ella por su apoyo y estímulo. Nos
sentimos muy afortunados de haber trabajado con una persona tan competente,
amable y paciente. En segundo término, gracias a Sean O'Hagen por su excelente
ayuda en la sección de “Bibliografía” y en el mito sobre el envejecimiento, a Alison
Cole por auxiliamos en el mito sobre la crisis de los cuarenta, a Otto Wahl por
su colaboración en el mito sobre la esquizofrenia y a Fern Pritikin Lynn, Ayelet
Meron Ruscio y Susan Himes por sus útiles sugerencias acerca de diversos mitos.
En tercero, gracias a Constance Adler, Hannah Rolls y Annette Abel, de Wiley-
Blackwell, por su asistencia y por realizar la corrección editorial.
En cuarto término, gracias a los revisores de los borradores del libro y de
varios capítulos, cuyos comentarios, sugerencias y criticas constructivas nos fueron
de gran utilidad para mejorar nuestras primeras versiones. Estamos especialmente
en deuda con los siguientes revisores, por sus sabios consejos: David R. Barkmeier,
Northeastem University; Barney Beins, lthaca College; ]ohn Bickford, University
of Massachusetts-Amherst; Stephen E Davis, Momingside College; Sergio Della
Sala, University of Edinburgh; Dana Dunn, Moravian College; Brandon Gaudiano,
Brown University; Eric Landrum, Boise State University; Dap Louw, University of
the Free State; Loreto Prieto, lowa State University; ]eff Ricker, Scottsdale Commu-
nity College, y los numerosos profesores que respondieron a nuestro sondeo inicial.
Nos honra dedicar este libro a la memoria de nuestro querido amigo, colega
y coautor Barry Beyerstein. Aunque su contribución a este volumen fue interrumpida
por su prematura muerte en 2007, a los sesenta anos de edad, el manuscrito lleva
impresa la huella de su mente aguda y su aptitud para comunicar ideas complejas
a un público amplio. Sabemos que Barry estaría muy orgulloso de este volumen, el
cual encarna su misión de educar al público sobre el compromiso de la psicología
científica de enriquecer nuestro conocimiento sobre lo que significa que alguien sea
un ser humano, y sobre los peligros de la seudociencia. Recordamos con cariño la
pasión de Barry Beyerstein por la vida y su compasión por los demás, y le dedica-
mos este libro para celebrar su perdurable legado a la divulgación de la psicología
científica.
Como autores, esperamos que leer esta obra resulte tan grato para ustedes
como fue para nosotros escribirla. Recibiremos con gusto todo comentario y, más
aún, cualquier sugerencia de mitos adicionales por tratar en ediciones futuras.
¡Que empiece la destrucción de mitos!
s probable que hayas oído muchas veces estos cuatro proverbios. Además, como
el derecho a la vida, “la libertad” y la búsqueda de la felicidad, tal vez los con-
sideres obvios. Nuestros padres y maestros nos aseguraron que son correctos,
y nuestra intuición y experiencia de vida lo confirman.
Pero las investigaciones psicológicas demuestran que, tal como se acostum-
bra interpretarlos, esos cuatro proverbios son en gran parte o en su totalidad fal-
sos. Los opuestos no se atraen en las relaciones sentimentales; al contrario, tien-
de a atraemos gente parecida a nosotros, en su personalidad, actitudes y valores
(véase mito #27). No necesariamente la letra con sangre entra; más aún, el castigo
físico no suele tener efectos positivos en la conducta (véase p. 113). Tampoco es
forzoso que perdamos algo para apreciarlo; por lo general valoramos más lo que
tenemos que lo que no tenemos (véase p. 146). Por último, cuantos más seamos,
habitualmente no es menor, sino mayor el peligro (véase mito #28): un solo es-
pectador, en vez de muchos, aumenta la probabilidad de que se nos rescate en una
emergencia.
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Pero en este libro nos enteraremos de que esos seis “supuestos” son incorrec-
tos. Aunque la industria de la psicología popular puede ser un invaluable recurso
de información sobre la conducta humana, contiene al menos tanta desinformación
como información (Stanovich, 2007; Uttal, 2003). Nosotros llamamos psicomitolo-
gía a ese enorme conjunto de desinformación, porque se compone de ideas falsas,
leyendas modernas y cuentos de viejas sobre psicología. Sorprendentemente, pocos
libros de gran popularidad dedican más de un puñado de páginas a desacreditar
la psicomitología. Lo mismo puede decirse de las fuentes populares que brindan
a los lectores procedimientos cientificos para distinguir los enunciados verdaderos
de los falsos en la psicología popular. En consecuencia, buena parte de lo que mu-
chas personas -aun egresadas de la carrera de psicología- saben sobre la conducta
humana es cierto, pero otro tanto es falso (Chew, 2004; Della Sala, 1999, 2007;
Herculano-Houzel, 2002; Lilienfeld, 2005b).
Antes de continuar, sin embargo, es nuestro deber tranquilizarte. Si creíste
ciertos todos los mitos antes citados, no tienes por qué avergonzarte, porque no eres
el único, ni mucho menos. Las encuestas revelan que gran parte, si no es que la
mayoría, tanto de la población de Estados Unidos (Furnham, Callahan y Rawles,
2003; Wilson, Greene y Loftus, 1986) como de los estudiantes de primer ingreso
a psicología* (Brown, 1983; Chew, 2004; Gardner y Dalsing, 1986; Lamal, 1979;
McCutcheon, 1991; Taylor y Kowalski, 2004; Vaughan, 1977) creen esos y otros
mitos de la psicología. Incluso profesores de psicología pertenecen a este mismo
grupo (Gardner y Hund, 1983).
Si aun así te sientes algo inseguro de tu “coeficiente intelectual (intelligence
quotient, CI) en psicología”, debes saber que el filósofo griego Aristóteles (384-322
a.C.), considerado ampliamente como uno de los seres humanos más inteligentes
que hayan existido sobre la faz de la Tierra, creía que las emociones se originan
en el corazón, no en el cerebro, ye que las mujeres son menos inteligentes que los
hombres. ¡También creía que ellas tienen menos dientes que ellos! Estas meteduras
de pata nos recuerdan que ni siquiera una elevada capacidad intelectual es inmune
a la psicomitología. De hecho, uno de los temas centrales de este libro es que todos
podemos caer presa de enunciados psicológicos erróneos si no estamos armados de
conocimientos exactos. Esto es tan cierto hoy como lo fue hace siglos.
Es más durante gran parte del siglo XIX, la disciplina psicológica de la “fre-
nología” causó furor en Europa y Estados Unidos (Greenblatt, 1995; Leahy y Leahy,
1983). Los frenólogos creían que capacidades psicológicas específicas, como el ta-
lento poético, el amor a los niños, la apreciación de los colores y la religiosidad,
se localizaban en regiones cerebrales distintivas, y que ellos podían detectar rasgos
de personalidad mediante la valoración del patrón de protuberancias en el cráneo
Psicología de café
Como señaló el teórico de la personalidad George Kelly (1955), todos somos psi-
cólogos de café. Queremos saber sin excepción qué mueve a nuestros amigos, fami-
liares y parejas sentimentales, y aun a desconocidos, y nos obstinamos en entender
por qué hacen lo que hacen. Además, la psicología es parte ineludible de la vida
diaria. Así se trate de nuestras relaciones amorosas, amistades, fallas de memoria,
arranques emocionales, problemas de sueño, rendimiento en exámenes o dificultades
de ajuste, la psicología nos rodea por todos lados. La prensa popular nos bombardea
casi a diario con juicios sobre desarrollo cerebral, paternidad, educación, sexualidad,
pruebas de inteligencia, memoria, crimen, consumo de drogas, trastornos mentales,
psicoterapia y una serie apabullante de temas adicionales. En la mayoría de los casos,
nos vemos obligados a aceptar esos juicios por pura fe, porque no hemos adquirido
las habilidades de pensamiento científico necesarias para evaluarlos. Como recordó
Sergio Della Sala (1999), destructor de mitos neurocientíficos: “Abundan los libros
para crédulos, y se venden como pan caliente” (p. xiv).
Esto es lamentable, porque, aunque algunos de ellos están sólidamente fun-
damentados, muchos otros enunciados de la psicología popular no lo están (Furn-
ham, 1996). En efecto, gran parte de la psicología común se compone de lo que
el psicólogo Paul Meehl (1993) llamó “inducciones informales": conjeturas sobre
la conducta basadas únicamente en la intuición. Pero la historia de la psicología
nos enseña una verdad innegable: que aunque la intuición puede ser muy útil para
generar hipótesis suceptibles de probarse con rigurosos métodos de investigación,
suele ser deplorablemente poco confiable para determinar si esas hipótesis son co-
rrectas o no (Myers, 2002; Stanovich, 2007). Quizá esto se deba en ,gran medida
a que el cerebro humano evolucionó para comprender el mundo que lo rodea, no
a sí mismo, dilema que el divulgador científico ]acob Bronowski ( 1966) llamó “re-
flexividad”. Peor todavía, solemos inventar explicaciones aparentemente razonables
pero falsas de nuestros actos después de los hechos (Nisbett y Wilson, 1977). En
consecuencia, podemos convencernos de que entendemos las causas de nuestros
actos aun si no es así.
Una razón por la que la psicomitología nos seduce tan fácilmente es que armoniza
con el sentido común: nuestras corazonadas, intuiciones y primeras impresiones.
De hecho, quizá hayas oído decir que la psicología “se reduce a sentido común”
(Furnham, 1983; Houston, 1985; Murphy, 1990). Muchas autoridades destacadas
están de acuerdo con eso, y nos instan a confiar en nuestro sentido común al evaluar
cualquier juicio. Dennis Prager, popular conductor estadunidense de programas de
entrevistas en la radio, gusta informar a sus oyentes que “en el mundo existen dos
tipos de estudios: los que confirman nuestro sentido común y los que están equivo-
cados”. Es probable que buena parte del público comparta esta opinión:
Usa tu sentido común. Cada vez que oigas las palabras “los estudios demues-
tran” -fuera del campo de las ciencias naturales- y veas que esos estudios
demuestran lo contrario a lo que sugiere el sentido común, desconfía. No
conozco un solo estudio válido que contradiga el sentido común (Prager,
2ooz,p.1).
Durante siglos, muchos eminentes filósofos, científicos y divulgadores de la
ciencia nos han exhortado a confiar en el sentido común (Furnham, 1996; Gen-
dreau, Goggin, Cullen y Paparozzi, 2002). Thomas Reid, filósofo escocés del siglo
XVIII, argumentó que todos nacemos con intuiciones llenas de sentido común, y que
esas intuiciones son el mejor medio para arribar a verdades fundamentales sobre el
mundo. En fecha más reciente, en un editorial publicado en el New York Times, el
conocido divulgador científico, ]ohn Horgan (2005) llamó a recuperar el sentido
común en la evaluación de las teorías científicas, las de la psicología entre ellas. Para
este autor, demasiadas teorías de la física y otras disciplinas de la ciencia moderna
contradicen el sentido común, tendencia que juzga preocupante. Además, en los úl-
timos años hemos presenciado una proliferación de libros populares, algunos de gran
venta, que defienden el poder de la intuición y el juicio instantáneo (Gigerenzer,
2007; Gladwell, 2005). La mayoría de ellos reconocen las limitaciones del sentido
común para evaluar la veracidad de los enunciados científicos, pero sostienen que,
tradicionalmente, los psicólogos han subestimado el tino de nuestras corazonadas.
No obstante, como señaló el escritor francés Voltaire (1764): “El sentido
común es poco común”. Contra lo que afirma Dennis Prager, los estudios psicoló-
gicos que invalidan el sentido común a veces están en lo correcto. De hecho, una
de nuestras metas primordiales en este libro es incitarte a desconfiar de tu sentido
común al evaluar enunciados psicológicos. Por regla general, debes consultar evi-
dencias de investigación, no tus intuiciones, para decidir si un postulado científico
es correcto o no. Las investigaciones indican que los juicios instantáneos suelen ser
útiles para evaluar a la gente y pronosticar nuestros gustos y aversiones (Ambady
y Rosenthal, 1992; Lehrer, 2009; Wilson, 2004), pero pueden ser muy inexactos al
momento de valorar la veracidad de las teorías o aseveraciones psicológicas. Pronto
veremos por qué.
Como han observado diversos divulgadores científicos, entre ellos Lewis
Wolpert (1992) y Alan Cromer (1993), la ciencia es sentido poco común. En otras
palabras, nos obliga a dejar de lado el sentido común al evaluar evidencias (Flagel
y Gendreau, 2008; Gendreau et al., 2002). Para entender la ciencia, incluida la
psicología, debemos seguir el consejo del gran humorista estadunidense Mark Twain
de abandonar viejas maneras de pensar al menos tanto como adquirimos nuevas. En
particular, debemos abandonar una tendencia natural en nosotros: la de suponer
que nuestras corazonadas son correctas (Beins, 2008).
Nada podía ser más obvio sino que la Tierra está fija e inmóvil y nosotros
somos el centro del universo. Pero la ciencia occidental moderna nació de
la negación de este axioma, lleno de sentido común [. ..] El sentido común,
fundamento de la vida diaria, no podía seguir gobernando el mundo (p. 294).
Figura 1.1 Diagrama de un estudio de Michael McClosl<ey ( 1983). ¿Qué trayectoria seguirá la pelota al
salir de la espiral? Fuente: McClosl<ey (1983).
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1) Los mitos de la psicología pueden ser nocivos. Por ejemplo, los miembros de
un jurado equivocadamente seguros de que la memoria opera como una
cinta de video, podrían votar por condenar a un acusado con base en
la inexacta declaración de un testigo presencial rendida con elocuencia
(véase mito #11). De igual forma, los padres que creen erróneamente
que el castigo es un medio eficaz para una modificación perdurable de
la conducta pueden pegarles a sus hijos cada vez que se portan mal,
sólo para descubrir que los actos indeseables de éstos se vuelven más
frecuentes (véase _p. 113).
2) Los mitos de la psicología pueden causar daños indirectos. Aun las falsedades
inofensivas son capaces de infligir daños significativos indirectos. Los
economistas emplean el término costo de oportunidad para aludir al hecho
de que quienes siguen un tratamiento poco efectivo pueden perder la
oportunidad de obtener la ayuda que relmente necesitan. Por ejemplo,
quienes creen equivocadamente que las cintas de autoayuda subliminal
son eficaces para bajar de peso podrían invertir mucho tiempo, dinero y
esfuerzo en un tratamiento inútil (Moore, 1992; véase mito #5). También
podrían dejar de lado programas para bajar de peso con fundamentos
científicos que podrían darles mucho mejores resultados.
3) Aceptar los mitos de la psicología puede obstruir el pensamiento crítico en
otras áreas. Como observó el astrónomo Carl Sagan (1995), si no distin-
guimos entre mito y realidad en un campo del conocimiento científico,
como en la psicología, también podríamos dejar de hacerlo fácilmente
en otras áreas muy importantes de la sociedad moderna. Estas incluyen la
ingeniería genética, la investigación de células madre, el calentamiento
global, la contaminación, la prevención de delitos, la educación, los
servicios de guardería infantil y la sobrepoblación, por mencionar unas
cuantas. En consecuencia, podríamos vemos a merced de responsables
de políticas públicas que toman decisiones sobre ciencia y tecnología
imprudentes, y hasta peligrosas. Como recordó Francis Bacon, saber es
poder. La ignorancia tiene importancia.
temente verosímiles pero falsos. Es esencial entender que todos somos vulnerables
a esas diez fuentes de error, que nos engañan de vez en cuando.
Para aprender a pensar científicamente debemos conocer esas fuentes de
error y saber cómo contrarrestarlas. Los buenos científicos están tan expuestos a
ellas como el individuo promedio (Mahoney y DeMonbreun, 1977). Pero ellos han
adoptado una serie de prevenciones -llamadas método científico- para protegerse. El
método cienttfico consiste en una serie de habilidades ideada para impedir a los científicos
engañarse. Si conoces las diez fuentes principales de la psicomitología, será mucho
menos probable que caigas en la trampa de aceptar enunciados erróneos sobre la
naturaleza humana.
Presta mucha atención a estas diez fuentes de error, porque a lo largo de
este libro volveremos a ellas periódicamente. Además, te servirán para evaluar en
la vida diaria gran cantidad de enunciados de la psicología tradicional. lmagínalas
como tu “equipo antimitos” permanente. ~
1) Tradición oral
Admitámoslo: la vida diaria no es fácil, ni siquiera para los más adaptablgs. Mu-
chos nos vemos en apuros para bajar de peso, dormir lo suficiente, salir bien en
los exámenes, disfrutar de nuestro trabajo y encontrar una pareja estable. No es de
sorprender entonces que nos apeguemos a técnicas que brindan esperanzas com-
probadas de cambios de conducta rápidos e indoloros. Las dietas, por ejemplo, son
muy populares, aun cuando las investigaciones demuestran que la gran mayoría de
quienes las siguen recuperan todo lo que bajaron en cuestión de años (Brownell
y Rodin, 1994). Igualmente populares son los cursos de lectura rápida, muchos de
los cuales ofrecen incrementar la velocidad de lectura de 100 O 200 palabras por
minuto a diez mil o hasta veinticinco mil (Carroll, 2003). No obstante, las inves-
tigaciones han confirmado que ninguno de esos cursos aumenta la velocidad sin
reducir la comprensión de la lectura (Carver, 1987). Más todavía, la velocidad que
anuncian excede la máxima que es capaz de desarrollar el globo ocular humano, de
unas 300 palabras por minuto (Carroll, 2003). A buen entendedor. . . si algo parece
demasiado bello para ser verdad, es probable que así sea (Sagan, 1995).
Como ya se dijo, es raro, si acaso, que percibamos la realidad tal como es. Más
bien la vemos a través de una serie propia de lentes deformantes. Estos lentes están
moldeados por nuestros prejuicios y expectativas, mismos que nos inducen a inter-
pretar el mundo de acuerdo con ideas preconcebidas. Sin embargo, la mayoría ni
cuenta nos damos de que esas ideas influyen en nuestras percepciones. Lee Ross y
otros psicólogos llamaron realismo ingenuo a la incorrecta suposición de que vemos
el mundo tal como es (Ross y Ward, 1996). El realismo ingenuo no sólo nos vuel-
ve vulnerables a los mitos de la psicología, sino que también nos incapacita para
reconocerlos como mitos en primer término.
Un magnífico ejemplo de percepción y memoria selectivas es nuestra ten-
dencia a fijarnos en los “aciertos” -ocurrencia simultánea de dos O más hechos, fácil
de recordar- antes que en los “errores”, la falta de una ocurrencia de ese tipo. Para
entender esto, observa la figura 1.3, donde encontrarás lo que nosotros llamamos
“la gran tabla cuádruple de la vida”. Muchos escenarios de la vida diaria pueden
disponerse en una tabla cuádruple como ésta. lndaguemos, por ejemplo, la cuestión
de si la luna llena se asocia con más ingresos a hospitales psiquiátricos, como Suelen
asegurar médicos y enfermeras de los servicios de urgencias (véase mito #42). Para
responder a esta pregunta, tenemos que examinar las cuatro celdas de la gran tabla
cuádruple de la vida: la celda A, que consta de casos en que hay luna llena y un
ingreso a hospitales psiquiátricos; la celda B, que consta de casos en que hay luna
Figura 1.3 La gran tabla cuádruple de la vida. En la mayoría de los casos, concedemos. demasiada
atención a la celda A, lo que puede resultar en una correlación ilusoria.
llena pero ningún ingreso a hospitales psiquiátricos; la celda C, que consta de casos
en que no hay luna llena y un ingreso a hospitales psiquiátricos, y la celda D, que
consta de casos en que no hay luna llena ni ingresos a hospitales psiquiátricos. El
uso de las cuatro celdas permite calcular la correlación entre luna llena y número
de ingresos a hospitales psquiátricos; una correlación es una medida estadística del
grado de asociación entre dos variables (y una variable, lógicamente, cualquier cosa
que varía, como altura, color de pelo, CI O extroversión).
Y ahí está el problema. En la realidad, solemos ser muy malos para estimar
correlaciones con base en la gran tabla cuádruple de la vida, porque acostumbramos
prestar demasiada atención a ciertas celdas e insuficiente a otras. En particular, las
investigaciones demuestran que habitualmente prestamos mucha más atención a
la celda A, y no lo suficiente a la celda B (Gilovich, 1991). Esto es comprensible,
porque la celda A suele ser más interesante y digna de recordar que la B. Después
de todo, cuando hay luna llena y muchas personas van a dar a hospitales psiquiá-
tricos, nuestras expectativas iniciales se confirman, por lo que tendemos a notarlo,
recordarlo y hacerlo saber a los demás. La celda A es un “acierto”, una llamativa
ocurrencia simultánea. Cuando, en cambio, hay luna llena y nadie va a dar a hos-
pitales psiquiátricos, apenas si notamos o recordamos este "fiasco". Y es improbable
que corramos a decir entusiasmados a nuestros amigos: “Anoche hubo luna llena,
y ¿saben qué pasó? ¡Nada!”. La celda B es un “fiasco”, la falta de una llamativa
ocurrencia simultánea.
La tendencia a recordar nuestros aciertos y a olvidar nuestros errores deriva
a menudo en un fenómeno extraordinario llamado correlación ilusoria, la percepción
incorrecta de que dos sucesos sin relación estadística entre sí están relacionados
(Chapman y Chapman, 1967). La supuesta relación entre la luna llena y los ingresos
a hospitales psiquiátricos es un buen ejemplo de correlación ilusoria. Muchos están
convencidos de que esta correlación existe, pero las investigaciones demuestran lo
contrario (Rotton y Kelly, 1985; véase mito #42). La creencia en el efecto de la
luna llena es una ilusión cognitiva.
Las correlaciones ilusorias pueden inducirnos a “ver” una extensa variedad de
asociaciones inexistentes. Por ejemplo, muchas personas con artritis insisten en que
las articulaciones les duelen más cuando llueve que cuando no llueve. Pero los estudios
Resulta tentador pero incorrecto concluir que si estadísticamente dos cosas Ocu-
rren en forma simultánea (es decir, se “correlacionan”), deben estar causalmente
relacionadas entre sí. Como dicen los psicólogos, correlación no significa causalidad.
Así, si las variables A y B están correlacionadas, podría haber tres explicaciones
fundamentales de esa correlación: a) A puede causar B, b) B puede causar A o c)
una tercera variable, C, puede causar tanto A como B. Este último escenario se
conoce como problema de la tercera variable, porque C es una tercera variable que
puede contribuir a la asociación entre las variables A y B. El problema es que los
investigadores que hicieron el estudio quizá no midieron C, y hasta desconocen la
existencia de C.
Pongamos un ejemplo concreto. Numerosos estudios demuestran que una
historia de abuso físico en la infancia eleva la posibilidad de que una persona sea
agresiva en la edad adulta (Widom, 1989). Muchos investigadores han interpretado
esta asociación estadística como que el abuso físico en la infancia causa agresividad
física años después, interpretación a la que se conoce como hipótesis del “ciclo de
violencia”. Los investigadores suponen en este caso que el abuso físico en la infan-
cia (A) causa violencia en la edad adulta (B). ¿Esta explicación es necesariamente
cierta?
Post hoc, ergo propter hoc es una locución latina que significa: “tras ello, luego por
ello”. Muchos nos precipitamos a la conclusión de que como A precede a B, debe
causar B. Pero incontables sucesos anteriores a otros no son su causa. Por ejem-
plo, el hecho de que prácticamente todos los asesinos múltiples O en serie coman
cereal cuando niños no significa que comer cereal produzca asesinos de ese tipo (y
ni siquiera asesinos “por cereal”, si se nos perdona la broma) en la edad adulta.*
Tampoco el hecho de que algunas personas se sientan menos deprimidas después de
tomar un remedio a base de hierbas significa que éste haya causado O contribuido
siquiera a su mejoría. Esas personas pueden haberse sentido menos deprimidas aun
sin el remedio a base de hierbas, o haber buscado otras alternativas eficaces (como
hablar con un terapeuta, O hasta con un amigo comprensivo) casi al mismo tiempo.
O bien, tomar ese remedio tal vez les inspiró una sensación de esperanza, lo que
resultó en lo que los psicólogos llaman el efecto placebo: una mejoría derivada de la
mera expectativa de mejorar.
Incluso los científicos calificados pueden caer presa del razonamiento post
hoc, ergo propter hoc. En la revista Medical Hypotheses, Flensmark (2004) observó
que la aparición de zapatos en el mundo occidental, hace unos mil años, fue se-
guida poco después por la de los primeros casos de esquizofrenia. A partir de estos
hallazgos, propuso que los zapatos tienen algo que ver con el surgimiento de la
esquizofrenia. Pero quizá los zapatos aparecieron en coincidencia con otros cambios,
*juego homofónico intraducible: “serial” que significa “en serie” con “cereal” que en el contexto
significa “de” O “por cereal”. (N. del t.)
representa -es similar -a- los ladrones de bancos que hemos visto en la televisión
y el cine. Claro que podría tratarse de una broma, o del rodaje de una película de
acción, pero más vale prevenir que lamentar. En este caso, confiamos en un atajo
mental, quizá con razón.
Pero a veces aplicamos la heurística de la representatividad cuando no
deberíamos. No todas las cosas parecidas superficialmente se relacionan entre sí, de
modo quela heurística de la representatividad nos confunde en ocasiones (Gilovich
y Savitsky, 1996). Esta vez, el sentido común está en lo cierto: no siempre podemos
juzgar un libro por su portada. De hecho, es probable que muchos mitos de la psi-
cología se desprendan de una mala aplicación de la representatividad. Por ejemplo,
algunos grafólogos (analistas de la letra manuscrita) afirman que las personas cuya
escritura es muy espaciada poseen una necesidad enorme de distancia interperso-
nal, O que las que cruzan la te y la efe con líneas en forma de látigo tienden a ser
sádicas. Esos grafólogos suponen que dos cosas superficialmente parecidas entre
sí, con letras muy espaciadas y la necesidad de espacio interpersonal, se asocian
estadísticamente. Pero ninguna investigación confirma este postulado (Beyerstein
y Beyerstein, 1992; véase mito #36).
Otro ejemplo proviene de los dibujos de figuras humanas, que muchos psi-
cólogos clínicos usan para detectar rasgos de personalidad y trastornos psicológicos
en sus pacientes (Watkins, Campbell, Nieberding y Hallmark, 1995). En las acti-
vidades de dibujo de figuras humanas, entre ellas un test muy conocido, “Dibujo
de una persona": se pide a la gente dibujar como le plazca a alguien (O a dos, de
sexo opuesto). Psicólogos clínicos que recurren a estos tests aseguran que quienes
dibujan a personas con ojos grandes son paranoicos, y que quienes las dibujan con
cabeza grande son narcisistas (egocéntricos), e incluso que quienes las trazan con
una corbata larga están muy preocupados por el sexo (la corbata larga es uno de
los símbolos freudianos por excelencia del órgano sexual masculino). Todas estas
afirmaciones se basan en un parecido superficial entre “signos” específicos de dibujos
de figuras humanas y características psicológicas específicas. Pero las investigaciones
no confirman estas supuestas asociaciones (Lilienfeld, Wood y Garb, 2000; Motta,
Little y Tobin, 1993).
Algunos mitos de la psicología no son del todo falsos. Son exageraciones de enuncia-
dos con una pizca de verdad. Por ejemplo, es casi indudable que muchos no desarrolla-
mos al máximo nuestro potencial intelectual. Pero esto no quiere decir que la mayoría
sólo usemos el 10% de nuestra capacidad mental, como creen incorrectamente mu-
chas personas (Beyerstein, 1999; Della Sala, 1999; véase mito #1). De igual forma,
quizá sea cierto que al menos algunas diferencias de intereses y rasgos de personalidad
entre los miembros de una pareja den “sabor” a una relación. Esto se debe a que
compartir la vida con alguien que siempre está de acuerdo con uno puede volver
armónica la vida amorosa, pero también irremediablemente aburrida. Sin embargo,
esto no implica que los opuestos Se atraen (véase mito #27). Otros mitos suponen una
magnificación de las pequeñas diferencias. Por ejemplo, aunque hombres y mujeres
diferimos ligeramente en nuestros estilos de comunicación, algunos psicólogos popu-
lares, en especial, ]ohn Gray, han llevado al extremo esta pizca de verdad, afirmando
que “los hombres son de Marte” y “las mujeres son de Venus” (véase mito #29).
En este libro encontrarás cincuenta mitos muy comunes del mundo de la psicolo-
gía popular. Esos mitos abarcan gran parte del extenso panorama de la psicología
moderna: funcionamiento cerebral, percepción, desarrollo, memoria, inteligencia,
aprendizaje, estados alterados de conciencia, emociones, conducta interpersonal,
personalidad, enfermedades mentales, tribunales y psicoterapia. Te enterarás de los
orígenes psicológicos y sociales de cada mito, descubrirás cómo ha determinado cada
uno el pensamiento popular sobre la conducta humana y sabrás qué tiene que decir
sobre ellos la investigación científica. Al final de cada capítulo te proporcionaremos
una lista de mitos adicionales de la psicología por explorar en cada área. En el epílogo
te ofreceremos una lista de hallazgos fascinantes que, aunque parecen ficticios, son
reales, para recordarte que la psicología genuina suele ser más asombrosa -y difícil
de creer- que la psicomitología.