Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
0, Año 1
Centro Provincial del Libro y la Literatura
Santiago de Cuba 2009
Ilustraciones Interiores:
Carlos Leandro Suárez (ps. 5, 8, 20)
Jasper Johns (p. 14)
Jan Saudeck (p. 19)
Egon Schiele (p. 22)
Gizeh Portuondo (p. 24)
Regino Rodríguez Boti (p. 38)
Redacción:
Centro de Promoción Literaria
“José Soler Puig”
Enramadas, no. 356 e/ Carnicería y San Félix.
Santiago de Cuba
I.S.S.N.: (solicitado)
2
En lo alto de una roca
He roto en líquidos mi cuerpo,
otra roca cantaba para el hijo
lo he macerado,
engendrado todavía.
trampas dispuse hechas mineral
de término ascendente.
Su voz le creaba unos pies
Y disimulo un recio andamiaje
que aplastaban de golpe la hierba
dilatando en filas un terreno
para luego ofrecerse por raíces.
sin medidas de luz.
Las manos las acertó pequeñas
Tan virtuoso el ardor
para que fuera poco lo a deber
que desprecia esto ordinario.
a la multitud de los vivientes.
Y toda analogía es repetir ademán.
Y lloraba la roca
hasta fundirle un cuerpo
Existe un lago al que se le ignora el sarmiento
de palabras deseables,
que naufraga en medio de sus aguas,
con gloria de los montes
y las reúne o esparce
y todos los ríos perpetuando su discurso.
hasta deteriorar las corrientes
que lo acercan a otra segmentación.
Pero era eterna la canción
y honda la garganta
No se ha consagrado al lodo
que estrelló a la roca.
y son otros los peces que le invaden,
Ahora se alza un cúmulo
los que alguna vez neutralizaron
bañado de la madre.
la emigración de sus orillas.
Inmenso.
Y el sarmiento se le pierde y recupera
en su sueño de islote, fecundo en ramajes
Las palabras pesan como mármol
que establece redoblado.
en progresiva alineación.
Y hasta el fondo la sorpresa demora la piel
Y el lago siempre existe,
obligada a escurrirse entre su norma
vegetal y abundante.
de estarse quieta, y aflora de imposibles.
Y el ojo yerra el giro a su reloj,
la variación del norte corta en trazos la luz
Rama de doble órbita
que acaso supe porque supe la mirada
al lento filo de tu existir
y le aproximo a otro impulso.
sin variable y abierta
hacia ningún ideal.
Hasta aventar mi flor debo la sal,
Rama de los sucesos
hasta la doble huella acontecida en músculos
creciendo en formas,
de confusión en plenitud.
índice de fe,
Caída antes de caer ofrezco y espero.
qué silente tu imagen
Porque esperar es certidumbre
en la ovación del día.
y no un madero pesando el pánico
y el granito que soy.
De qué género es esta sed hasta no poder rebasarla
en gloria de estallido, será su verdad para mí.
el apogeo de memorias sin numeración, Y que estas aguas caigan
el germen que habito. sobre los que mueven la cabeza
porque no he amado las palabras en su desarraigo,
La vida acecha extremando aptitudes y todas las abundancias me fueron funestas,
sobre el cuerpo mientras lo devora. y practicada toda forma del conocimiento.
Si alguien que no se fue
no regresa,
La materia en adopción procura el salto. cómo exculpar su declaración y jactancia
Perplejidad de la forma vencida, y con qué grito de triunfo.
registro de un pasado con desigual remate.
No es remedo del paisaje
distante en cambios y derivaciones. A qué viento de sauce pertenece esta alquimia
Se debe al agua que redime, sustraídos el fuego y el azar,
al viento que atempera. argumentado el lento sabor a nueces
Del espasmo se ocupa en frase mejor y costa que desea expandirse.
e ignora las palabras por ineficaces para sentir. A qué viento hacia el fondo se une el roce
Agotada en sí misma y del tono profano en que respiro la luz en su forma agresiva
hecha impulso donde despertó y la rompiente risa de paraje estudiado
y el amparo supera. halla morada en mí y se indefine.
Es la mudanza su otra manifestación. A qué viento en festividad del ser
y yo contradiga.
Me daba lecciones de economía familiar con sus doce años. De pequeños ahorros y obsequios de
sus amigas se había agenciado una sección de manicure con la que arreglaba a vecinas y compañeras
de escuela. Me decía: “Es fácil mamá, cuando tengo cinco pesos se los cambio a los profesores por
veinticinco centavos de dólar, así completo y vuelvo a comprar pinturas”. Todo iba bien, llegué hasta
casi sentir orgullo por lo esmerado del arreglo, por su capacidad para vincularse con los demás.
Mientras tanto mi dinero secreto para arreglos domésticos debía crecer con tanto afán de no tocarle, y
que creciera así, privándome de ganas.
Un día hurgando en donde lo guardaba sentí la falta de más de su mitad. Pregunté al padre, a los
abuelos. Mi padre padecía un ansia de cumplir sus deseos por encima de cualquier impedimento.
Debía revisar sus ahorros bajo llave y probarlo, y no inculpar sus ochenta años. Tras muchas
conversaciones con nuestro ángel, con nuestra manicure, hubo de confesarlo. Lo había tomado para
alcanzar su sueño – su negocio – y en su ingenuidad y en sus ganas o en la secreta fe que le teníamos,
confió para sacar, billete a billete, lo más considerable de un arreglo doméstico.
***
Para Lila, Andrea Mendoza (30 de noviembre de 1928 - 23 de abril de 2005)
Querida:
He sabido serena de su muerte. La más delgada, la más alta de las hermanas. En apariencia la menos
agraciada. La única que para unirse tomó un hombre casado que casi le doblaba en edad, cuando
apenas había tiempo para aquello: En su pueblo hacía la zafra, mientras las vacaciones eran para sus
hijos y su esposa acá en la Habana. Pervivían en paz aquellas dos familias, hasta que el tiempo le dio
el marido entero. Una muerte, un dolor, una herradura que arrancaban.
Una vez cada año íbamos donde ella. Si guardaba el gesto tutelar. Su ropa sucia, sus uñas tiznadas del
fogón, pero siempre la comida a su hora y el café claro. Cuando murió el abuelo, al que siempre fue la
única que cuidó, llegaron de otras urbes sus hermanas, bien tenaces, a rifarse la cadena y su reloj de
oro. Si alguien se casaba o se operaba era ella quien cuidaba a los niños. Fue el alma de sus hijos hasta
que partieron. Una hacia afuera, otro perdidamente para dentro de sí. Le quedaba la casa. Hasta que la
casa de guano y de madera comenzó a derribarse. Como sus tablas, se averiaban sus piernas, sus
deseos. Nunca quiso mudarse de aquel sitio vastísimo por el que todos los nuestros habían pasado, y
como tal era el encaje oscuro de lo que no existía. Mi permanencia y mi recuerdo eran una explanada
para su sacrificio.
Si nunca me pegó siempre me dijo: “El que intente burlarse de ti le cortaré la cabeza”, y enseñaba el
machete, espléndido, de lujo. Era cual su botín. La hoja como espejo donde dos gallos iban al son de
su pelea, con el puño de nácar y la vaina labrada en un cuero magnífico.
Si la visita era de ley no dudaba en mostrarlo, proferir la amenaza y luego repetir: “Me lo gané en la
zafra”. Tenía más de veinte. Eso le daba cuerpo a la mentira. Mi madre lo miraba callada hasta que
supe lo exacto de su fantasía. El señor de la casa donde trabajaban lo había mandado a hacer para un
regalo, y tuvieron que irse de Cuba apresuradamente. Rápido lo guardaba, seguía conversando con
estúpido orgullo. Cruzaba la amenaza por sobre la mentira.
Aún me digo: ojalá pueda llegar en un solo pedazo. Ese tiempo sigue cayendo sobre ti.
***
Eres amarga. ¿Abre algún extraño el portón del jardín? Un recuerdo apacible te ha abandonado.
Todo brillaba de nada, y ahora es tarde. Hundiendo su pie contra tu vientre vacío el mundo te trasmite
la vida. Otra corteza sin humedad o el árbol que viajaba por su ruido. Como un ciego que oye mejor
brota de ti algo intenso.
Para Yamila Cabrera
***
Con lo que hiere me oculto. En la plaza de la mente se ve tan claro. Su fuerza volcada contra mí. La
voluntad contra el discernimiento. Velocidad y ceguera en contra del sacrificio. Como si el mundo se
negara con tus ojos, has de saber en el vientre que estás: el sitio donde la esquiadora y la lisiada deben
reconocerse. Como el arrobamiento que le falta. Como el árbol del plátano que conserva sus hojas
mucho después que mueren.
Mano poderosa
2
Me levanto del sofá con una idea en la mente
al muchacho con nombre de muchacha
no se le ocurre ninguna idea
pero mi mente es un teléfono público
mi mente está pintada con un óleo verde claro
en mi mente un arquitecto diseñó dos torres góticas
al muchacho con nombre de muchacha
le sorprenden mis ideas y mi nombre de revista
y mi pubis de revista
pero no me levanto del sofá
hasta mi mente se desune del tapón
un arquitecto empotró mis tapones en la pared de su alcoba
y las patas del sofá me preguntan por un brillo
y son cuadradas
de madera y cuadradas
verde claro y cuadradas
la idea en mi mente capta una bella escena de cine
últimamente voy mucho al cine
voy mucho al taller de crítica cinematográfica
hablo de cine
me como al cine que sabe a manteca cinematográfica
me levanto del sofá con otra idea en la mente
mato al primero que pasa
cómo te llamas, le digo
Aristóteles, me dice.
3
Hay un número singular de objetos
que pudieran darme placer
pero el placer no es cosa de darse
el placer les pertenece
a las estatuas del parque de los impropios
y a las mujeres que van al cine con una flor en la oreja
y a los hombres que van al cine del brazo de un hombre joven
el placer también le pertenece al pájaro
la mandíbula de tu cara pudiera darme placer
y los verdes aguacates
y las frutas con forma de corazón
y las frutas con forma de palabra étnica
esa joya de bismuto pudiera darme placer
nos acostamos unidos bajo la sombra de las estatuas
una manta cubre su pecho
y otra manta cubre mi pecho
y la brisa convierte algodones en júbilo
cómo te llamas, le digo
Aristóteles, me dice.
La rueda de la fortuna
Hablas del compromiso del escritor con la sociedad y la literatura, de la postura del escritor, de
escribir porque necesita hacerlo. Sin embargo, al final, necesitas insertarte en el mercado para
compartir, pero creo que el escritor no debe pensar en el mercado mientras escribe.
Exactamente. Si el mercado se interesa por vos es cuestión del mercado, son sus intereses, y estos no
deben ser los intereses de un escritor, es decir, un escritor escribe, y si tiene que estar años trabajando
una novela, porque le da mucho trabajo y lo que quiere decir es algo complejo, no le va a importar que
el mercado diga: “no; hay que publicar una novela por año”.
Eso va contra natura, no se escribe una novela por año, uno necesita un tiempo de gestación, y el
lector también lo necesita. Ese bombardeo de libros que está ocurriendo en los países capitalistas, en
Argentina está ocurriendo, y ya la gente está tan confundida porque las novelas, los cuentos, se han
transformado en productos de consumo, no se sabe qué es bueno, qué es malo, promocionan, salen
grandes páginas. Los medios te buscan, como escritor, entras en eso. De pronto tu herramienta
fundamental, que es el pensamiento, la creatividad, la palabra, está degradada. Un escritor tiene que
encontrar, buscar sus formas, trabajar su obra y no preocuparse tanto por esas leyes del mercado.
Me gustaría que hablaras sobre la Liliana Heker mujer, el ser humano que se enfrenta ante la página
en blanco. ¿A qué horas te levantas a trabajar?
Soy más bien una escritora diurna, incluso cuando estoy muy embalada con algo que estoy
escribiendo me encanta levantarme a las cinco, cinco y media de la mañana y escribir a esa hora. Soy
muy desordenada para escribir, no soy de esos escritores que dicen yo escribo toda la mañana de ocho
a doce, y en la tarde de dos a cuatro. Sinceramente no, no me estoy ponderando por eso. No sé si está
bien o está mal. Por ejemplo, estoy trabajando ya en la última parte de una novela, y estoy muy
entusiasmada, y puedo escribir desde la madrugada hasta que las velas no arden, y hay otras épocas en
que no escribo. A lo mejor estoy tratando de encontrar lo que quiero escribir. Cuando esos períodos se
prolongan mucho me provocan una angustia considerable. No le tengo miedo ni me produce angustia
la página en blanco, o la pantalla en blanco, porque escribo en computadora. Cuando yo estoy ante la
página en blanco, o ante la pantalla, ya sé lo que quiero hacer. Lo que sí me produce angustias son los
períodos en blanco que existen sin dudas. Y mientras ocurre uno no sabe si se van a pasar o no. Estoy
escribiendo embalada y de pronto tengo que parar y camino, ya ves que soy muy movediza, estoy
sentada hablando con vos, y sin embargo, me muevo. Yo creo que tengo la energía creadora, bajo una
gran energía cinética. En mi caso necesito moverme.
Escribía con la máquina de escribir, que era mi herramienta, era casi una prolongación de mis manos,
y desde 1992 escribo con la computadora. Lo hago a mano si estoy en un café, corrijo a mano, necesito
imprimir y ver lo que escribí sobre el papel, pero en general, escribo en computadora porque soy muy
desprolija y no me entiendo la letra. Corrijo muchísimo, muchísimo hasta la manía, porque creo que a
nadie le sale de entrada bien nada que quiere hacer. Yo sé algo que quiero hacer, pero lo que sale está
muy lejos de lo que quiero. Siempre digo que la primera versión de algo para mí es nada más que un
mal necesario, lo necesito para seguir trabajando sobre eso, pero el verdadero acto creador es la
corrección, ir trabajando, ir buscando poco a poco ese clima que uno percibió, ese efecto que uno
quiere dar, uno lo va buscando, poco a poco se va encontrando y eso sugiere mucha corrección, es un
trabajo apasionante.
Si tuvieras que cuestionarle algo a Liliana Heker, ¿qué le cuestionarías?
Cuestionaría a veces la vagancia. Ya a estas alturas convivo también con la vagancia. De cualquier
manera el trabajo creador requiere del ocio. Hay un ocio creador que por lo menos en mi caso es
absolutamente necesario, pero a veces ese ocio se extiende más de lo que yo desearía. Eso me lo
cuestiono a mí misma, sin dudas.
Nosotros los cubanos a la hora de leer, admiramos a muchos escritores argentinos. ¿Qué escritores
cubanos se manejan en Argentina?
Alejo Carpentier ha sido uno de los grandes escritores latinoamericanos a todos los niveles, un
clásico. Para mí El siglo de las luces ha sido una novela realmente de las más bellas que he leído.
Novelas como El acoso, sus cuentos.
Lezama Lima también, debo decir que yo cuestioné muchas cosas de Paradiso, a mí me resultó una
novela excesivamente barroca, de cualquier manera reconozco al gran escritor, y lo admiro
profundamente. Después bueno, poetas como Fernández Retamar, Cintio Vitier y Miguel Barnet.
A lo largo de nuestra conversación has dado consejos a los jóvenes, pero si tuvieras que enfatizar en
alguno.
En principio la pasión, si uno no tiene pasión por lo que hace no va a trabajar con las ganas que hay que
trabajar. Saber que para hacer la literatura, se necesita una buena mezcla de humildad y arrogancia.
De humildad, pero saber que uno está escribiendo en un mundo donde ya escribió Cervantes,
Shakespeare, Thomas Mann y Rulfo y en realidad el mundo de la literatura y el mundo, se arreglan
perfectamente si uno no escribe, y ya está completo sin que uno escriba; y arrogancia para, pese a eso,
decir, bueno hay algo que yo tengo para decir, y que lo tengo que decir nada más que yo. Ahora esa
arrogancia exige una gran exigencia. Si uno acepta entrar en ese mundo donde ya han escrito los
grandes, tiene que dar algo que merezca ser leído por los otros, algo que sin duda sea mejor que el
silencio.
27 de marzo de 2008.
No es bueno
Cuando con mi madre regresaba del campo Con el pretexto de representar el cuadro de Brueghel
el día del huracán, en un poema-cosa o poema-cuadro
había árboles atravesados en el camino y pequeñas ramas William Carlos hace de Ícaro un signo
no dejaban de golpetear contra el techo del carro. de la insignificancia de los mitos.
Había diez pies de agua o más Lo reduce a la espuma de su caída en el mar
que hacían intransitables las avenidas mientras el viento casi en el margen de la tela
traía más lluvia en cortinas. Pardos torrentes espuma que no ve ninguno de los campesinos
brotaban por nuevas bocas en el concentrados en su faena
suelo del valle así que tuve que tomar el camino pues lo más importante
que se me presentaba hacia el sur y el centro es que lo cotidiano
para volver a la ciudad. Atravesé hombres que trabajan, una mujer que camina,
lugares extraordinarios, tan animados como cualquiera una ardilla que salta, un árbol seco
que hubiera visto donde la tormenta había roto donde todavía se posan los pájaros,
la barrera dejando pasar deje de ser invisible.
una extraña condición ordinaria. Avenidas largas, Pero un poema (él mismo empezó a decirlo) es
abandonadas con nombres ignorados en las esquinas una máquina de palabras
y gente que parecían borrachos con modales un artificio cuyos engranajes o transistores
completamente extraños. Monumentos, instituciones cambian sus propiedades
y también una gran masa de agua y entonces la máquina sorprende al autor
me sorprendió con un acre o más de surtidores lanzando imprevistos rayos de sentido
calientes que brotaban simétricamente de ella. Parques. y el antimito que destruyó el mito ancestral
No tenía idea de donde estaba y me prometí se apaga en su centro y su evidente superficie
volver algún día para estudiar a esta y el breve círculo de espuma
gente curiosa y laboriosa que vivía o penacho en la cabeza de un calvo cacique sumergido
en aquellos apartamentos, en aquellas angulosas funciona como signo o como anuncio
esquinas y curvas de avenidas que se cruzaban de una gloria o catástrofe
con tan poca comunicación aparente llama o alud de fango del instante.
con un mundo exterior. ¿Cómo podían quedar
aislados así de la representación en nuestros
periódicos y otros medios de publicidad
estando tan próximos a la metrópolis, rodeados
tan de cerca por lo familiar y lo famoso?
Carnavalización e irreverencia se dan las manos en estas 260 páginas y hacen trizas a caja destemplada
eso muy serio que los críticos llaman Canon literario. ¿Qué habrá dicho de esta novela Harold Bloom?
Como una radiografía hacia lo más profundo del mundillo de los que pergeñan con las letras nos
muestra esas conciencias arribistas, poetas menores y epigonales que intentan tomar la delantera y
olvidan las horas nalgas que necesita la literatura para que sea literatura. Por aquí transitan los
oportunistas de buena tinta y los hacedores de mala leche para que el prójimo sufra letras mediante.
El pivote de esta novela es una familia de apellido Berlichón (tal vez estemos rodeados de algunos
Berlichones) que como una especie de saga cultural se ha montado en el tren de las tendencias e istmos
pero aquí ha fallado la puntualidad inglesa y la mala literatura ha florecido como algunas plantas
trepadoras en tiempo de primavera.
Rafael Reig carnavaliza, desentona desde el punto de vista de la oficialidad, se ríe hasta de la madre de
los tomates y no cree en cenáculos, vacas sagradas ni en pilares o cotillos literarios.
En este Manual se le pasa la cuenta a todo el mundo. A veces cuentas duras. Tal vez el mejor parado sea
Rubén Darío donde no faltan los acercamientos como buen poeta pero también de glotón, sibarita,
fornicador y persona de humor irascible. Al susodicho Camilo José Cela lo lleva contra la pared. Atrás
no se quedan el Neruda del Chile mineral y claro que algunos conteos de protección al cholo Vallejo.
Estamos en presencia de una novela demasiado intelectual en el buen sentido de la palabra como para
dejar pasar por alto. Novela que usa a la literatura para hacer literatura. Novela de enseñanza pero a la
vez de divertimento. Paso a paso, página a página, a pura carcajada recorremos dos siglos de creación
literaria al punto de tener tristeza, lástima de esos tarados por la literatura que son esa suerte de
Cronopios Berlichón.
Sentencioso y apocalíptico se va desde un muy bien definido Romanticismo a una muy creíble
guerrita mundial con aires de guerra civil entre diferentes corrientes literarias en un no muy lejano
2012.
Novela juego. Novela pastiche. Novela collage. Novela que para rematar viene dividida en temas a la
mejor usanza de los verdaderos manuales para aprender literatura y cada capítulo o tema termina con
ejercicios prácticos y un condensado para saber más. Véase dos de estos ejercicios:
Si Cela es, en Literatura, el paralelo de Dalí, ¿quién es el Picasso de Cela? Pistas: ¿López Salinas?
¿Juan Goytisolo? ¿Acaso Gabriel García Márquez? (p. 209).
Tómese al azar un texto de Azorín. Subráyense todas las palabras desconocidas. Averígüese su
significado y, a continuación, sustitúyanse por sinónimos ordinarios. Con lápiz de otro color,
elimínense todas las repeticiones. ¿Qué le queda a usted? Ahora resuma esas tres frases en una sola
idea y expóngala en el bar como si fuera suya. Si le toman por idiota, el ejercicio ha sido realizado con
éxito. En caso de que alguien encuentre interesante lo que usted dice, vuelva a casa y repita de nuevo
el proceso. (p. 139).
Rico en referencias e intertextualidades. Este libro viene a demostrar lo elástico del género y lo que
todavía se puede aportar en materia de novela. Tesis total del sentido parricida que se debe asumir a la
hora de vivir en tiempo de literatura.
Novela que debiera ser leída por los que ignoran que el oficio de escribir es una carrera de larga
distancia. Novela que debiera ser leída por aquellos que asumen a la literatura con un espíritu de
humildad. Un Manual para escritores menores y mayores. Un Manual para los que van a tener un
puesto de primera clase en el Parnaso. Se los digo yo que la he disfrutado a plena risa, desde las
gradas, junto al menor de los Berlichón.
Por fin como un gran boquete de luz, se anunció la sabana. (…) Recogí
una flor silvestre de pétalos rosados, que es como la alegría de aquellos
parajes.
Se hizo la noche. Penetramos en lo que llaman vereda de El Vínculo, que es como un ataúd de leguas
y más leguas, abierta en medio de la selva, a esa hora, poblada de sombras, llena de precipicios, de
espantos y horrores. Yo estaba desesperado. Como que de noche no distingo nada en la oscuridad, era
la víctima de mi caballo. Iba por donde él quería.
Sarcófago de leguas,
metido en tu noche fangosa y terrorífica
todos los monstruos de la sombra salen
y agarran mi caballo por las bridas.
“La vereda”
Volvimos para atrás y llegamos a un bohío próximo. (…) Me quité la capa, que dejé para recuerdo de
aquella gente. (…) Cogí la hamaca y me la puse de bufanda. Pedí un poco de ron para reaccionar
porque me sentía enfriar por momentos. No había. Me dieron el indispensable café. Y así, empapado,
esperamos cuatro horas, de ocho a doce de la noche.
“El café”
Agradecemos a Regino Rodríguez Boti, albacea y nieto de Regino E. Boti, por habernos cedido
esta carta para su publicación.
* * *
¿Cómo ocultarte nada de lo que pasa en mi alma? Respondo a tus actitudes como sigue la sombra al
cuerpo; y alégrate de que no sepa ser hipócrita contigo. Mi sinceridad podrá hacerte daño un rato, un
momento; pero mi hipocresía te haría desdichada siempre.
Figúrate que salí de aquí angustiado, lleno de anhelos inconfesos y buscando algún pretexto para
suspender el viaje toda vez que no salimos por la madrugada como teníamos pensado. Me decidí y te
alisté los últimos versos que te tenía hechos. Te iba a escribir y a quitarme la ropa de campo, cuando
aparecieron los badulaques de la excursión. No pude contener mi contrariedad y la exterioricé en
algunas frases. Con Miguel Momparlé te mandé los versos mediante Arturo Duverger.
Salimos a las 11 y media bajo un sol fuerte. Tu recuerdo me obsedía, tu imagen no se apartaba de mi
vista. Era como un lazo que me unía a ti. Recordaba punto por punto nuestra felicísima noche
anterior, tus miradas dulces, cariñosas, llenas de promesas y de amor. Recordaba tus besos ardientes,
todo entrega, todo arrobo, todo éxtasis. El camino se me hacía penoso.
Me llamó a la realidad el paso del río Guantánamo. Estaba crecido, ancho, tendido, con aguas rojas y
turbulentas. No había que pensarlo. Y vadeamos el río. Después seguimos una marcha penosa, gris y
torpe. Tras un alto en Limones y de las charlas del caso, seguimos camino, de casa en casa y de puerta
en puerta, deteniendo a las gentes transeúntes y diciéndoles a todas la misma cosa, con monotonía
desesperante. Pasamos nuevos ríos. Visitamos enfermos. El crepúsculo nos sorprendió
deambulando sobre terrones y charcos. Puso su nota azul fuerte y nácar con mil cabrilleos y sombras.
Un momento para el ensueño que gusté con placer porque me unía a ti. ¿Será así el crepúsculo en
Guantánamo? ¿Lo estará mirando ella? Se hizo la noche. Salió la luna. La siguió nuestra marcha por
caminos solitarios y desiertos. Cominos en una cantina. Después de medianoche llegamos al punto
de nuestro destino. Y a esa hora, repetir la misma canción antes de dormir.
A la mañana siguiente, sábado, salimos tarde, como a las doce. Hubo que complacer al dueño de la
casa y “sacrificarnos”. Entonces, para adelantar, retrocedimos. Fuimos a parar al Término Municipal
del Caney. Todo estaba verde. Los campos llenos de flores silvestres. Desde lo alto de las montañas
descubrí nuevos horizontes, desconocidos valles y aspectos soberbios, majestuosos e imponentes de
nuestras montañas nativas. Y desde allá, a lo lejos, desde la alterosa cima de las serranías del Caney,
frente y ante La Tontina, la visión suprema de las montañas de El Toro, Montes Rus, alturas de Santa
Fe, Yateras, La Sierra del Maquey, y más allá las de Doña Marina y El Cristal. Todo azulino,
blancuzco, idealizado por un velo como de perlas en polvo. Y menos distantes, los “bajíos” de Santa
Rita, Limones y Jaibo Abajo. Y en medio de todo, como un listón de plata bruñida, relampagueante
bajo los rayos del sol, la bahía de Guantánamo, bella más aún porque la vestía el prestigio de la
distancia. Y tú y tu recuerdo, como un punto ideal en medio de tanta majestad.
Al bajar la pendiente pisamos tierras del Caney. En dos pasos recogí unas flores silvestres para ti,
rotos por las aguas al rodear el río Maca. Y seguí la jornada, muda, sombría. Llegamos a una cantina.
Estaba vacía, pero con políticos. Nuevos discursos y caras. Distintos aspectos de la naturaleza.
Bajamos a lo hondo del valle. Llegamos a La Tontina. Iniciando el regreso, dimos con otra cantina…
vacía, pero con nuevos políticos. No se surten porque esperan una revolución detrás de las
elecciones. Como que no había nada que ingerir, recurrí a la comida del mambí: a las guayabas de
emergencia que llevaba en las alforjas.
Conocí el nacimiento del río Maca y tuve el verdadero placer de lavarme la cara y cepillarme los
dientes aprovechando su agua. Comenzó a llover. Terminé pronto mi lavado. Me incorporé a la
comitiva y seguimos hacia el sitio de Maca (tierra sin dudas de los macacos). Y nos cayó el diluvio!
Tres horas de lluvias incesantes. Cada gota parecía un pedrusco. Pasaban mi sombrero de panamá y
poco a poco me fue calando hasta sentirme completamente invadido por el agua. Nadie decía una
palabra. Truenos y relámpagos amenizaban nuestro paso silencioso. Todo estaba cubierto de nubes.
No había esperanzas de que cesara de llover. Y así, sin término.
Se hizo la noche. Penetramos en lo que llaman vereda de El Vínculo, que es como un ataúd de leguas
y más leguas, abierta en medio de la selva; a esa hora, poblada de sombras, llena de precipicios, de
espantos y horrores. Yo estaba desesperado. Como que de noche no distingo nada en la oscuridad, era
la víctima de mi caballo. Iba por donde él quería. El guía nos dice que era una locura seguir para El
Vínculo, por los malos pasos de ríos y lo imposible del camino, que debíamos volver a su casa en
Filipinas. No habíamos comido ni almorzado. De seguir camino encontraríamos una cantina como a
dos leguas de Guantánamo. Una delicia. Decidí volver a Filipinas. Desechamos la vereda y a campo
traviesa dimos de nuevo con el río Maca y lo seguimos por una de sus orillas. Teníamos que vadearlo
de nuevo.
Estábamos sobre un farallón. El río discurría manso. De repente sentimos un ruido sonoro, como de
maderas y ramas que se quebraban, follajes que se agitaban, y de aguas en tumulto. Era la creciente
que venía de improviso, arrastrando palizadas y abatiendo los sembrados de sus márgenes. Íbamos a
cruzarlo cuando la creciente colmó las orillas. Vi con placer aquel espectáculo imponente de la
Naturaleza. Volvimos para atrás y llegamos a un bohío próximo. Había que esperar que la creciente
bajara. Me quité la capa, que dejé para recuerdo a aquella gente. Para lo que servía! Me quité la
chaqueta que manaba agua como si la hubiera sacado de un barril. Cogí la hamaca y me la puse de
bufanda. Pedí un poco de ron para reaccionar, porque me sentía enfriar por momentos. No había. Me
dieron el indispensable café. Y así, empapado, esperamos cuatro horas, de ocho a doce de la noche. Y
seguimos. Pero para esquivar el paso abandonado, que aún seguía siendo peligroso, tomamos por
desechos y por entre fincas, abriendo portillos y “quita y pones”, echando pie a tierra, llevando el
caballo de la brida. En fin, un martirio terrible. La luna fría sobre nuestras cabezas. Troncos que nos
apretujaban por donde quiera. El yerbazo lleno de agua que nos erizaba. Y yo pensativo. Siempre
pensando en ti. Repasando las horas, que seguía por el curso de los astros. Cada retraso era motivo de
una contrariedad sin nombre. Eso me apartaba de ti y retrasaba la hora de mi regreso. En todos los
casos de dudas cuando se nos consultaba para hacer altos y esperar, siempre disponía yo que
siguiéramos. El ansia de verte y tenerte a mi lado, era todo mi anhelo.
Tres nuevos pasos de río tuvimos que hacer. Y el último, en medio de la oscuridad, porque se había
nublado, a nado. Si uno hubiera dicho que no, o vacilado siquiera, nos hubiéramos detenido otras
cuatro horas esperando que bajara la corriente. Y los animé y pasamos. Se mojó mi hamaca (que
llevaba al cuello), se mojaron las alforjas y lo que es peor, se me mojaron de nuevo las piernas cuando
ya las tenía oreadas. Y después, el mismo martirio hasta salir, al cabo de una hora larga, al camino real
de Filipinas. Aunque de noche las cosas cambian tanto de aspecto en el campo, lo conocí enseguida.
Estábamos más cerca de donde pensamos salir. Llegamos. De comer, nada. Nos volvieron a dar café.
Café antes de dormir! Ya acostado, me comí otras… guayabas. No había más remedio.
Mi caballo parecía conocer mi desesperación y a pesar de lo largo del viaje, corría por cuenta propia.
Estaba fogoso. Cuando desesperaba de estar aquí a las cinco de la tarde, y sin darme cuenta de que
había devorado el camino, me encontré en la cantina de La Horqueta. Albricias! Comimos como
bestias, con las manos sucias y tomándolo todo con ellas. Era cuestión, luego, de retroceder, para
encontrar a un sujeto y ver a otro. Estaba decidido a dejarme maltraer de nuevo, cuando se dio contra
orden. A Guantánamo!
Venía jubiloso. No sentía ni el sol. Recordé todos los puntos del camino. Es decir, me fijaba ya en las
cosas. Pero, cuando ya no nos hacía falta, otra cantina. Allí fue mi desgracia. El dueño era político y la
mujer lo es también. Se traba la conversación con aquel. Llega ésta. Llegan otros. Nos dicen que en
El Caney nos esperan. Volver atrás? Eso era atroz. Nos anuncian que cerca hay un baile y que allí
están varias personas de las que deseamos ver. Pues al baile!
Y llegamos. No es para contarte. Lo notable es que desde el bohío, que está en una eminencia, se ven
a la distancia las montañas por donde nos cayó tanta agua y que se apreciaba que volvía a llover como
la tarde anterior. Mas a esa agua, respondió la del sitio y se desplomó una serie de aguaceros. Menos
mal, porque si nos coge en el camino, me vuelve a caer el chaparrón. Bullas, malos alientos,
apretones, malos olores, impertinencias; y lo que es de rigor: un mitin y un discurso! Alabado!
Me prestaron una capa y después de la lluvia seguimos marcha. No podíamos arrear. Una delicia.
Repasamos todos los sitios, ya conocidos, y otra historia al llegar al arroyo Salado. Lo pasamos. Y me
bebí el camino hasta La Unión a Guantánamo, corrí todo lo que pude. Qué hora sería? Me estarías
esperando? Tendría tiempo de verte? Apenas llegué por el cementerio castigué el caballo y de un
carrerazo llegué a mi casa. Miré el reloj. Lo hice todo volando. Probé algún bocado y me bañé.
Cogí un coche y a tu casa. Qué contento iba! Cuál no fue mi decepción. Estabas acostada! Me
desesperé tanto que no me desesperé. Hice varias cosas para distraerme y llegué a casa. Me lo
merecía. ¿Por qué afanarme tanto para regresar y verla si todo eso le era indiferente? Ni la atención de
una espera para mis afanes. Me acosté.
Llegó la noche y fui a tu casa. Estaba como tenía que estar. No era posible que después de lo ocurrido
fuera a llegar a ti como unas pascuas. Porque no soy insensible y porque ante ti no puedo mostrarme
sino como soy. Cómo negarte lo que siento? Si actitud era la que correspondía a mi dolor, dolor que tú
me habías provocado, y que por tanto sobre ti tenía que caer.
Tal el secreto de mi fría llegada y de mi fría conversación. Luego me dijiste que qué me había hecho
cambiar. Pues el tiempo. Los resentimientos y los pesares se mitigan con el tiempo. Cambié cuando
dejé de sentir dolor por tu acción. Y tu presencia contribuyó a desvanecer mi pesar. Y tu carta
amantísima, que ya supondrás que leí en el bufete, terminó por hacerme dichoso de nuevo. Se ha
desvanecido la nube de verano.
Ya ves que es así. Ayer te hice unos renglones porque no tenía tiempo para más, en correspondencia a
tu carta, y como anticipo de esta. Charlamos a mediodía y por la noche me hiciste feliz. Amo tu última
carta porque la encuentro llena de nimiedades de tu alma, de “boberías” como tú dirías. Quiero
saborear todos los pormenores de tu alma y tu pensamiento. Tu carta es un anticipo. Por qué no me
escribes así siempre? Por qué no me hablas cuando menos así como me hablaste anoche?
Quiero mucho el traje que tenías puesto anoche. Parece que te continúas en él, que tu cutis se
desprende de él o que él es parte de tu cuerpo divino. Es, además, mi cómplice, porque no se detiene
para dejarme ver tu lunar, tu precioso lunar que está como el guardián de un templo todo gloria.
Quiero tus brazos; amo tus manos; me obseden tus ojos; me enloquecen tus labios, porque son bellos
y porque me besan con desesperación. Te amo como eres, toda tú. Te recuerdo sin cesar.
P. S.- Excusa este papel, pero no tengo corto sin timbrar. Y disimula tantas correcciones.
R