El mar

Caracoleando su rumor milenario,

imponente emerge el mar
por entre oscuras rocas
que bordean la costa y me rodean
las mujeres de mi vida.
Sus cuerpos se encrespan,
estallan aquí cerca, a mi lado,
y en la distancia muere el atardecer.
Pequeñas olas llegan suavemente
tras formarse afuera
e irrumpir ahora, palabras
que ya no sé quién dijo
ni cuándo ni su razón de ser.
Líquida caricia me lame los pies,
el pensamiento, casquivana, insistente.
Hacia su origen enfilan residuos
en dulce postración.
El mar: esponja de recuerdos,
cambiante espejo, flujo
y reflujo de otras vidas,
de mi existencia metamorfosis
y resurrección.

Autor: Enrique Jaramillo Levi. Poeta, cuentista y ensayista panameño nacido en

Colón en 1944.
 Alrededor del fogón

Reunidas para conversar las viejas,

bajo una luna pálida, menguante,
repasan una a una sus consejas:
contemplando el fogón agonizante.

Y una de ellas me tapa las orejas,

acaso porque teme que no aguante
fábulas que no tienen moraleja,
historias sin final edificante.

Como si un toro muerto se lanzara

al ruedo a perseguirme, y me alcanzara
con la letal navaja de sus cuernos,

y gracias a un descuido de la vieja

se deslizó en mi ser la Tulivieja
a prepararme para el fuego eterno.

Autor: Tristán Solarte (Bocas del Toro, Panamá, 1924-2019).

 ¡DARIÉN!

Te quedaste de pie
en los charcos internos de mis ojos
y se quedó la pleamar ausente
de la mirada que te eché. 
Quedaste como un claro a medio martillar
en el tablón más viril de los macanos.
Donde se agarraban ansiosas
las pelusas y briznas requemadas
a las costras pequeñas o grandotas
de mis dos mudas y torcidas piernas.
 
Recuerdo cuando miré tu ciudad
bajo el palio de ese verde sexual y transparente
que tan oscuro como de revés puede ser
revolcándose entre humus y mantillo,
zarandeando sus vahos en la espesura
y cambiando sus tonos indecentes.
 
 
Habitación del trópico escondida,
es nada más fermentación de edén.
La selva más histórica del mundo. 
Esa es la Selva del DARIÉN

Autor: Justo Aldú.