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Varios Educacion Estetica PDF
Varios Educacion Estetica PDF
ESTÉTICA
Poeta y filósofo:
FRIEDRICH SCHILLER (1759-1805)
Bicentenario de su muerte
Revista
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Año 2005
Rector
Ramón Fayad
Director
Pablo Castellanos
Comité editorial
Alexander Caro
Fernando Urueta
Camila Bordamalo
William Ballén
Julián Nossa
Agradecimientos
María del Rosario Acosta, Departamento de Filosofía U. N.
Antje Ruger, Departamento de Lenguas Extranjeras (Área de Alemán) U. N.
Impresión
Sección Publicaciones
Dirección Nacional de Divulgación Cultural.
Correspondencia
Revista EDUCACIÓN ESTÉTICA
Departamento de Literatura
Edificio Manuel Ancizar oficina 3055
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
Teléfono: 3165229
e-mail: eduestetica_bog@unal.edu.co
EDUCACIÓN ESTÉTICA es una revista de los estudiantes de la carrera de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia.
DERECHOS RESERVADOS. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin autorización expresa de los editores y sin citar la fuente.
Las opiniones de los autores no expresan necesariamente la posición de los editores. Distribución Gratuita.
Un prólogo -según Hegel- es una explicación “acerca del fin que el autor se ha
propuesto en [su obra], así como acerca de sus motivos y de la relación en que
cree estar respecto de otros modos, anteriores o contemporáneos, de tratar el
mismo asunto”1; también, una indicación del contenido general y de los resulta-
dos obtenidos en la obra.
Prólogo
Siguiendo la definición que da Hegel de prólogo, presentamos al lector una nueva
publicación, Educación estética, la cual aspira permitir a los lectores acceder a
la obra de destacados artistas, pensadores, teóricos y críticos, quienes con sus
trabajos nos siguen convenciendo -de una u otra forma- de la importancia del arte
en y para la vida de los hombres. He ahí la motivación que nos llevó a emprender
tal empresa: un interés por el arte. De otro lado, el resultado que esperamos con
Educación estética es poder contribuir en la formación (en materias de arte y a
través del arte mismo) de los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia
Friedrich Schiller
y de todo aquél que lea el presente trabajo. Hemos pensado que tal contribución
podría ser considerada valiosa, en la medida en que son diversos los enfoques
que se desea albergue la revista; creemos que perspectivas diversas en materia
estética como las provenientes de la filosofía, la literatura, la historia, etc., desde
donde se han venido contemplando las creaciones artísticas y, por ende, con-
cibiendo los análisis sobre las mismas, harán que el lector construya un panorama
de reflexiones amplio, que, seguramente, le permitirá agudizar más su sentido
crítico e intervendrá en la formación de su gusto.
Así es que este volumen pondrá en contacto al lector con la obra artística y
reflexiva de Schiller.
Por último, dos ensayos de este número se concentrarán en los escritos sobre
estética más conocidos de Schiller.
estética y política”, escrito por Ximena Gama, trata de uno de los aspectos que
más interesó al artista, como lo fue (y que sirve, valga decirlo, como herramienta
para establecer periodizaciones literarias) el establecer claras distinciones entre
los poetas antiguos y los poetas modernos. Es así como la autora nos sigue
ampliando el marco de las categorías schillerianas, para el caso, lo concerniente
a “lo ingenuo” y a “lo sentimental”, conceptos éstos que hacen parte integral de
la columna vertebral de las reflexiones de Schiller sobre la modernidad. Luego de
ubicarnos en el contexto de la poesía moderna, la ponente se dedica a mostrar las
problemáticas que encierra la propuesta del idilio, que, como forma privilegiada
de la poesía sentimental, contendría en su trasfondo el proyecto político schilleriano.
Para finalizar, quiero aprovechar este espacio para expresar nuestro agradecimiento
a todos los autores que participaron en el presente número en homenaje a Schiller.
De forma similar, dar las gracias a la Vicedecanatura de Bienestar de la Facultad
Prólogo
de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, como también a los departa-
mentos de Literatura, Filosofía y Lenguas Extranjeras (Área de Alemán) por la
ayuda y orientación.
Pablo Castellanos
Friedrich Schiller
1 Hegel, G. W. F. Fenomenología del espíritu. Prólogo (trad. Jorge Aurelio Díaz). Bogotá: Editorial el Búho.
11 INTRODUCCIÓN
Schiller: filósofo y poeta
23 PATRICIA SIMONSON
El personaje trágico y la intertextualidad: Los ladrones de Schiller
entre Shakespeare, Milton y los románticos ingleses
43 MARTA KOVACSICS
Don Carlos: traición y libertad
51 ALEXANDER CARO
Providencia y nihilismo en el drama histórico de Schiller
89 ROCH LITTLE
La visión de la historia en Schiller desde la trilogía sobre
Wallenstein
19/01/2006, 23:39
Friedrich Schiller Introducción a Schiller
EDUCACIÓN ESTÉTICA
12
Introducción a Schiller
duque, la Karlschule, para estudiar derecho, y luego viajar a Stuttgart a estudiar
medicina. De sus estudios de medicina nos quedan su disertación sobre la
Filosofía de la fisiología y su trabajo de grado Ensayo sobre la relación de la
naturaleza animal con la naturaleza espiritual en el hombre. Ya allí, como en sus
escritos filosóficos posteriores, Schiller comenzaría a mostrar su preocupación
por comprender al hombre como una unidad de mente y cuerpo, pensamiento e
inclinaciones, racionalidad y sensibilidad; preocupación que se transformaría en
el motor de sus reflexiones estéticas y en el punto de partida de sus críticas a la
Ilustración.
Desde joven, Schiller había empezado a escribir sus primeros intentos de dramas
Friedrich Schiller
-el primero, de hecho, a los 13 años-, pero el primero en ser puesto en escena
-convirtiéndose pronto, además, en un gran éxito- fue Los bandidos en 1781,
a sus 22 años de edad. Le seguirían La conjuración de Fiesco, Intriga y amor
(1783) y, el más importante de esta primera época de producción dramática, Don
Carlos (1787), en el que Schiller se preocupaba por mostrar la tensión entre los
ideales juveniles y las ansias de transformar el mundo, por un lado, y sugerir el
peso agobiante de las instituciones políticas, por el otro. El Schiller maduro será
crítico de ambas instancias. Tanto la acción irreflexiva como la ausencia completa
de acción y la acogida sin más de la tradición, serán caminos que no conducirán
al hombre, en opinión de Schiller, a la instauración de una verdadera cultura, es
decir, aquella en la que los ciudadanos son libres por su propia voluntad, y donde
la ley y la libertad no tienen que aparecer como imperativos. Por estas mismas
razones, Schiller será un crítico profundo del peso de las instituciones en
Alemania -como lo serían después todos los jóvenes de la generación romántica
en su etapa de entusiasmo revolucionario- y uno de los primeros autores alemanes
en criticar fuertemente a la Revolución francesa, la cual se le aparecería desde
sus comienzos como el signo más claro de la barbarie moderna: la imposición
violenta de las ideas sobre una realidad que no está lista para recibirlas. Podría
decirse que Schiller inaugura en Alemania, en este sentido, un tipo de pen-
samiento político reaccionario a la Revolución, pero no obstante defensor de
una tradición liberal, al estilo de Burke en Inglaterra. Su ideal de una educación
estética será el núcleo de esta propuesta alternativa schilleriana.
13
Usted hace feliz a un pueblo entero y probablemente raras veces repara en ello. Por este
motivo, tal vez no le parecerá fútil del todo ver surgir, en alguien que le honra totalmente,
una nueva alegría de vivir.1
No sobra tampoco citar aquí lo que diría el Hegel de las Lecciones sobre estética
acerca de Schiller, ya que resume muy bien el sentimiento que toda esta joven
generación de pensadores y poetas alemanes profesaría por el dramaturgo:
14
Introducción a Schiller
constatación de la imposibilidad de realización del ideal. Esta actitud desencan-
tada del Schiller tardío habría quedado muy bien resumida en uno de sus últimos
versos: “la libertad no existe más que en el imperio de los sueños”. Sin embargo,
y en medio de su escepticismo con respecto a las posibilidades que la realidad
misma podía ofrecer, los dramas tardíos muestran también a ese Schiller de las
Cartas sobre la educación estética del hombre, esperanzado en la posibilidad de
una regeneración de la humanidad como un proyecto por realizar. Entre estos
dramas tardíos se encuentran la trilogía de Wallenstein (1799), María Estuardo
(1800), La Doncella de Orleáns (1801) y Guillermo Tell (1803).
Friedrich Schiller
ria- sus escritos sobre historia, producidos durante el tiempo en que fue profesor
de historia en la Universidad de Jena (desde 1788): ¿Qué es y con qué fin debe
estudiarse la historia universal?, Historia de la guerra de los treinta años e His-
toria de la insurrección de los países bajos son los principales.
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El Schiller poeta. La poesía temprana de Schiller está marcada por una nostalgia
por la Antigüedad. Tal nostalgia, como la palabra misma lo denota, no es simple-
mente anhelo de regreso a la patria perdida, sino conciencia de que esa pérdida es
irrecuperable. El dolor de la pérdida queda expresado en algunos de sus mejores
poemas:
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Introducción a Schiller
Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigo
todo lo bello, todo lo grande,
todos los colores, todos los tonos de la vida,
y sólo nos quedó la palabra sin alma.
Arrancados del curso del tiempo, flotan
a salvo en las alturas del Pindo;
lo que ha de vivir inmortal en el canto,
debe perecer en la vida.4
Esta nostalgia, nostalgia por la belleza, por la unidad representada por la cultura
clásica -unidad entre sensibilidad y razón, entre naturaleza y libertad: tales serán
las dicotomías características de la modernidad para Schiller-, será el impulso,
por un lado, que configurará su pensamiento filosófico, y traerá consigo, por
Friedrich Schiller
otro, la esperanza en la relación especial del arte -guardián de la belleza- con
dicha verdadera unidad perdida en la historia. Para Schiller, el arte, en especial la
poesía y el drama, tendrá una relación especial con la verdad:
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Introducción a Schiller
pregunta por cómo el arte y la estética en general ayudan en esa tarea. Pretenderá,
desde la filosofía, lo mismo que su poesía anunciaba en el canto: la presentación
de la idea de un futuro en el que verdad y arte, naturaleza y libertad, vayan de
la mano; la constatación de la posibilidad de instituir una nueva cultura que abra
las puertas al hombre sensible tanto como al racional, y los conjugue en el ciu-
dadano, libre en su estado estético, como lo propondrá finalmente en las Cartas
sobre la educación estética del hombre.
Friedrich Schiller
tos del espíritu, poesía y filosofía, y se dedicarán a mostrar la pertinencia de la
estética para la educación del hombre para lo político -tal y como lo reclamaba
Platón-, sino que pondrán en escena la confluencia de ambas perspectivas: en
sus escritos filosóficos se verá cómo el Schiller poeta se enfrenta una y otra vez,
reacciona y busca conciliarse con el Schiller filósofo. El artista, el dramaturgo,
aparece dialogando con el pensador crítico: la nostalgia impulsora de la crea-
tividad del primero busca ser formulada a través de las reflexiones del segundo,
haciendo de cada uno de los textos una búsqueda permanente de la resolución
de un drama personal, y convirtiendo al lector en un espectador más de dicha
representación dramática.
19
El objetivo de Schiller fue así, siguiendo, como Goethe, la tradición del expre-
sionismo alemán de mediados del s. XVIII y la influencia del Sturm und Drang
y la Vereinigungsphilosophie, traer de vuelta al arte -a la perspectiva poética, a la
sensibilidad- como parte integral y necesaria que es en nuestras relaciones con el
mundo, como configuradora de nuestro pensamiento y comportamiento moral, y
educadora de nuestra situación política. El Schiller dramaturgo, amigo de Goethe
y poeta del clasicismo alemán, se combina de esta manera con el lector y admi-
rador profundo de la filosofía kantiana, para dar lugar a una propuesta estética
original, digna de ser estudiada, y precursora del idealismo y romanticismo ale-
manes de finales del s. XVIII en Alemania.
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Introducción a Schiller
2 (1989) Lecciones sobre la estética (trad. Alfredo Brotons Muñoz). Madrid: Akal.
3 23 de mayo de 2005.
4 (1998) Schiller, Friedrich. “Los dioses de Grecia”. En: Poesía filosófica (trad. Daniel Innerarity). Madrid:
Hiperión.
5 (1998) “La repartición de la tierra”.
6 (1998) “El metafísico”.
Friedrich Schiller
21
Ponencia 1
Friedrich Schiller
Ansicht eines Hafens, um 1815, Öl auf Leinwand, 90 x 71 cm, Potsdam, Verwaltung der Staatl. Schlösser und Gärten.
23
Patricia Simonson
Nació en Estados Unidos (Chicago, III.). Muy temprano se radicó en Francia, donde hizo sus estu-
dios secundarios y superiores. Tiene una Maestría en Traducción Literaria y un Doctorado en
Literatura Norteamericana de la Universidad de París III. Está radicada en Colombia desde el
año 1999, y es profesora asociada de tiempo completo en el Departamento de Literatura de la
Universidad Nacional de Colombia, desde agosto de 2000. Ha publicado traducciones y artículos
de crítica literaria en revistas internacionales. Realiza investigación en el área de la literatura
anglosajona, principalmente del s. XIX, y últimamente en el área de la literatura comparada (en
literatura inglesa, norteamericana y alemana).
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Ponencia 1
literatura nacional. Así que el presente texto es menos una conferencia acabada
que un avance de investigación que escoge enfocar una lectura de la primera
pieza de Schiller, Los ladrones (1781), desde la literatura inglesa de los siglos
XVI a XIX1 . Este enfoque tiene una pertinencia especial para el análisis de ese
autor, así como Schiller tiene una pertinencia especial para la noción misma de
literatura comparada, en tensión con las literaturas nacionales.
Friedrich Schiller
nacionales: son las ambigüedades de ese proceso lo que constituye una buena
parte del interés que suscita este autor para mi tema. Estamos en plena formación
de una conciencia europea (Dupront, 1996: 20-21), entre esos dos fenómenos
culturales propiamente transnacionales que fueron la Ilustración y el Roman-
ticismo. Al mismo tiempo, la coyuntura histórica de la Alemania de los años
1760-70 -políticamente fragmentada y todavía desprovista de una literatura que
pudiera rivalizar con el prestigio del omnipresente clasicismo francés- exige de
sus escritores una postura nacionalista, casi “proteccionista”, que va a contribuir,
se supone, a crear una conciencia nacional alemana. Al menos así concibieron
su papel los que dejaron huellas notables en las generaciones posteriores. Herder
recoge las Voces del pueblo (alemán), anticipando el trabajo de los hermanos
Grimm o de Arnim y Brentano a comienzos del siglo XIX. Lessing declara en
el Laocoonte que es preciso liberar a la nación alemana de las influencias extran-
jeras (Berlin, 1999)2 . En la práctica, sin embargo, las influencias “extranjeras”
opresoras son las francesas, mientras que la salvación de la literatura alemana
vendrá, no sólo de la tradición medieval germánica, sino del ejemplo griego
(Laocoonte está saturado de referencias a Homero y a los trágicos griegos)
(Lessing, 1934: 43-48)3 , y de modelos más cercanos en el tiempo como lo son
Shakespeare y Milton, ambos mencionados (al lado de Klopstock y de la Medea
griega) en el prefacio de Schiller a Los ladrones (Schiller, 1950: 5). Podemos
citar también un texto de Schiller publicado en 1793, “Sobre lo patético”, en
el cual hace eco a la crítica del teatro francés formulada por Lessing, contrapo-
niendo de la misma manera a ese teatro las virtudes de la tragedia griega (1990:
66-68); más tarde en el mismo texto, menciona al Lucifer de Milton y a la Medea
de los griegos como modelos de lo sublime en el arte (84).
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Para desarrollar los temas que me interesan aquí, empezaré examinando breve-
EDUCACIÓN ESTÉTICA
mente la noción de literatura comparada: es una noción problemática pero (o, tal
vez, entonces) indispensable, y es el punto de partida de esta exposición. Luego,
me preguntaré ¿qué es lo que Schiller (o el texto de Schiller) está haciendo aquí?
¿Cómo le va a servir el recurso a Shakespeare y a Milton?
Para responder esa pregunta, intentaré un análisis del personaje de Franz Moor
en relación con los dos personajes shakesperianos de Iago y Edmundo: veremos
que allí precisamente donde Schiller está más cerca del gran modelo, le va peor,
resultando un personaje a mi juicio poco convincente, y mucho menos
interesante que los originales. Pero esto, probablemente, se debe en gran parte
(y será mi último punto) al hecho de que el antagonista de ese personaje supera en
mucho a los opositores de Iago y Edmundo en las dos tragedias de Shakespeare;
además, es en ese antagonista que se van a expresar las tensiones plasmadas ante-
riormente en personajes como Iago. Se puede decir también que la problemática
que encarnaban las figuras shakespereanas -el surgimiento del individualismo
26
Ponencia 1
pone en evidencia lo no dicho del texto inglés mucho antes de que los románti-
cos ingleses tomen la figura de Satán como modelo), para desembocar en una
creación nueva.
¿Qué es lo que hace legítimo mirar a Schiller, por ejemplo, en relación con
otros autores y otras obras pertenecientes a literaturas “nacionales” diferentes, y
a veces a épocas diferentes? ¿Cuál es el beneficio que ese tipo de acercamiento
Friedrich Schiller
puede aportarnos en una reflexión más general sobre la literatura? Primero, no
sólo es legítimo explorar a un autor a la luz de otras literaturas y épocas; a
menudo el texto exige tal lectura. Los ladrones, por ejemplo, es un texto donde
la presencia de Shakespeare es insistente e imposible de ignorar, precisamente
por el contexto ideológico del Sturm und Drang y su rechazo al neoclasicismo
francés. Esto plantea preguntas importantes para el estudio de la literatura, pre-
guntas como la naturaleza misma del proceso creativo, y la validez de la noción
de literatura “nacional”5 . Tal vez la categoría “literatura comparada” no sea per-
tinente: toda literatura sería por definición “comparada”, en el sentido en que la
creación artística no está subordinada a las fronteras administrativas, y ningún
artista puede crear en un vacío. Lo quiera o no, siempre tiene precursores de
cuyas obras se alimenta y con las cuales dialoga, en términos más o menos cordiales.
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se está dando en esas últimas décadas del siglo XVIII: la búsqueda de una
nueva manera de concebir al individuo, su naturaleza, sus derechos y deberes,
su relación con Dios y/o con la ley; es decir, la búsqueda de una nueva manera de
pensar la libertad humana dentro del marco social. Vale la pena resaltar que
este fenómeno empieza desde el Renacimiento (si no antes), y que tanto los per-
sonajes de Shakespeare como los de Milton se pueden leer como momentos en el
proceso (lo que podría explicar su fertilidad para los autores de finales del siglo
XVIII, cuando el fenómeno parecería estar intensificándose). Podemos incluso
arriesgarnos a decir que se trata de un solo largo movimiento de cambio en la
sociedad, y la manera como la sociedad se concibe a sí misma, que desembocará
en la Revolución francesa6 .
En este contexto, no es una casualidad que Los ladrones sea una obra obsesionada
con nociones como la ley, la ilegalidad, la obediencia y desobediencia, la relación
entre ley (social) y naturaleza, y, por fin, el problema clave de la libertad. Durante
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Ponencia 1
problemático, por encima del Bien y del Mal.
Ésta, sin embargo, me parece una lectura superficial del texto. En realidad, nunca
se está por encima, o más allá, del Bien y del Mal; al contrario, estas nociones
están muy presentes a lo largo de la obra, y la búsqueda de pautas éticas para
la acción constituye visiblemente una de sus preocupaciones centrales. Lo que
se estaría buscando entonces es cuestionar unas ideas falsas de esas nociones
de Bien y de Mal -las que impone la Iglesia y el Estado en tanto instituciones
corruptas- para acceder a una concepción de esas ideas como ideales que guían
Friedrich Schiller
la acción del ser humano, pero ideales no estáticos, sino en constante proceso
de construcción, frutos de la reflexión y autodeterminación de un individuo real-
mente individual y autónomo, y como tal, llamado a actuar moralmente como ser
social.
Claro, ya se está sugiriendo entre líneas que eso no es libertad: Karl Moor no
toma su decisión libremente, sino que está siendo manipulado por su hermano
Franz, a través de la carta en la que este último le miente sobre la actitud del viejo
Moor. Los compañeros de Karl tampoco están libres, ya que están prisioneros
de sus vicios; además, al aceptar la propuesta de volverse ladrones, propuesta
hecha primero por su compañero Spiegelberg (cuyo nombre -montaña-espejo o
espejismo- parece encapsular el dilema), aparecen como seres que venden sus
almas al diablo (51). En otras palabras, la verdadera cárcel está adentro, y la espe-
ranza de una liberación violenta y antisocial es una ilusión.
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a su manera, el mismo error que hubieran cometido sus compañeros, al final del
segundo acto, al aceptar el indulto y regresar a la sociedad con sus crímenes
“perdonados” (pero por el Estado, no por la justicia divina). Y los ladrones pre-
cisamente se encargan de recordarle que al rechazar ese indulto, ellos lo han com-
prado con sus vidas en los bosques de Bohemia, y que él ya no tiene el derecho de
creerse libre o inocente (144-145). Hablan en ese instante como la voz de la propia
conciencia de Moor, recordándole que las lecciones aprendidas con sus crímenes
no se pueden desaprender, ni puede recobrarse la inocencia perdida. Es entonces
que la pieza, y el personaje, dan un último paso. Al comienzo de la obra, eran las
leyes artificiales y corruptas de la sociedad las que encerraban a los personajes,
incitándolos a una primera, falsa liberación, con la huida al monte. Ahora, después
de matar él mismo a su amada, cortando así todos los lazos afectivos y liberándose
simbólicamente de todas las obligaciones humanas, tanto hacia su familia como
hacia sus compañeros, el mismo Karl se vuelve la voz de la ley divina para enun-
ciar lo que ha aprendido a través de sus crímenes y sufrimientos:
30
Ponencia 1
desorden. Exige una víctima... una víctima, que haga ostentarse ante la humanidad entera,
su inviolable majestad... Yo mismo soy esta víctima. Yo mismo sufriré la muerte por ella.
(147)8
Friedrich Schiller
enunciado por Karl Moor no está en una supuesta originalidad de contenido, sino
en el hecho de que es el fruto de un proceso de formación. Es una moral auto-
construida y autoasumida, la culminación de la educación moral de un sujeto
individual, que asume libremente la ley desde adentro, y se asume en consecuen-
cia, desde la individualidad conquistada, como ser social: la majestad del orden
divino debe “ostentarse ante la humanidad entera”, y Moor va a utilizar su sacri-
ficio para dar la recompensa de mil luises a un pobre campesino que lucha por
mantener a once hijos (148).
31
Los ladrones es una etapa más en esa evolución: la educación moral del protago-
nista (y del lector) exige una reflexión crítica sobre las nociones de Bien y de
Mal, y sobre el mismo sujeto. Esta reflexión va a ser alimentada por la reescritura
que hace Schiller de sus precursores ingleses. Los ladrones retoma, a través
de sus protagonistas, algunos de los personajes problemáticos plasmados por
Shakespeare y Milton, para aprovechar los planteamientos de esos autores e ir
más allá, reivindicando mucho más explícitamente los derechos del sujeto indi-
vidual.
Ricardo III (mencionado en el Prefacio del autor) (Schiller, 1950: 5)11, el diabólico
Iago de la tragedia Otelo y Edmundo, el hermano traidor de El rey Lear. Aquí voy
a ocuparme principalmente de estos dos últimos, por la importancia que asumen en
una reflexión sobre las mutaciones del sujeto, y por la analogía que existe entre sus
respectivas funciones dramáticas y la de Franz en Los ladrones.
Frente a los héroes trágicos que son Otelo y Lear, Iago y Edmundo son,
como Franz Moor, figuras secundarias (aunque Iago, por su omnipresencia y su
dominio sobre la intriga, es casi un segundo protagonista). Son también figuras
claramente negativas: cada uno engaña y manipula a los demás personajes para
lograr sus fines egoístas, causando muchas muertes, incluyendo la suya propia.
Ambos encarnan así una individualidad anárquica y destructora, que representa
de cierta manera un aspecto del sujeto renacentista y de su nueva autonomía, pero
bajo la forma de los miedos que esa autonomía puede despertar en una sociedad
todavía marcada por el ideal medieval de cohesión y jerarquía social. Al mismo
32
Franz Moor está directamente inspirado en esos dos personajes. Esto se manifiesta
a nivel de la intriga, por la manera en que es caracterizado y el papel que cumple
Ponencia 1
en la pieza: su principal característica, que tiene en común a la vez con Edmundo
y con Iago, es la envidia; su principal talento es el engaño, lo que le permite
calumniar a su hermano mayor ante el padre a través de una carta falsa, como
lo hace Edmundo en El rey Lear, para apropiarse la herencia paterna (Schiller,
1949: Los ladrones, acto I, escena 1). Luego, en la segunda escena, Karl recibe
de él otra carta, que distorsiona la posición del padre frente al libertinaje de su
hijo mayor, a fin de separarlos y tomar el control de los asuntos familiares. Logra
su meta, ya que su hermano engañado, al desesperar por no recibir el perdón
paterno, acepta volverse capitán de ladrones en los bosques de Bohemia.
Friedrich Schiller
Más allá de la acción de la pieza, la semejanza entre Franz, Edmundo y Iago es
también perceptible a nivel de los monólogos; encontramos en los monólogos de
Franz ecos explícitos (aunque no siempre completamente fieles) de los discursos
de los dos personajes de Shakespeare. El primer monólogo de Franz, en la pri-
mera escena del primer acto, recuerda el primer monólogo de Edmundo, en el
que éste afirma que su diosa es la naturaleza, ya que la sociedad lo margina
y le niega el acceso a la fortuna paterna por ser menor que su hermano Edgar
y además ilegítimo. Declara que va a recurrir a su propia astucia para superar
esos obstáculos artificiales y apropiarse de los bienes destinados a su hermano
(Shakespeare, 1997: 2332-2333, I, 2, 1-22). En seguida empieza a poner en prác-
tica sus planes, con una carta falsa en la cual Edgar supuestamente le propone
asesinar al padre y dividir el patrimonio. El padre demasiado ingenuo cae en la
trampa y manda a detener a su hijo mayor; Edmundo logra manipular a su her-
mano y llevarlo a huir bajo sospecha de conspiración (I, 2; II, 2).
33
34
Ponencia 1
románticos ingleses.
Friedrich Schiller
realmente negativos hacia Karl14 son las dos figuras más despreciables de la
obra, Franz Moor y Spiegelberg. Los demás personajes, en especial la angelical
Amalia, el fiel servidor Daniel y el padre de los dos hermanos, muestran
constantemente amor y admiración por el carácter fuera de lo común de Karl,
descrito en varias ocasiones, incluso por Franz, como un alma “celestial”, un
“ángel” (Schiller, 1949: 65-71, 144), o incluso, en palabras de Amalia, un “reflejo
de la divinidad” (118). No es precisamente una casualidad que ese personaje
resulte también el portavoz del mismo autor en la protesta contra los valores
(tanto éticos como estéticos) del neoclasicismo. Nuestro primer contacto con
Karl es a través del discurso de Franz, quien describe las cualidades de su her-
mano -”ardor”, “franqueza”, “compasión”, valentía- en contraste con su propio
carácter: “el seco, el vulgar, el frío, el alma de cántaro, Franz” (35-36): parece
una parábola de la oposición entre el naciente ideal romántico y la crítica román-
tica al racionalismo ilustrado. Cuando Karl aparece por primera vez en carne y
hueso, en la siguiente escena, su identificación con el rechazo al neoclasicismo
es aún más explícita. En las primeras palabras que pronuncia en la obra protesta
contra su época, que ha abandonado todos los valores heroicos: “¡Pobre siglo de
superficiales cómicos, útil sólo para mascar los hechos de los tiempos pasados,
rebajar con sus comentarios a los héroes de la antigüedad, y desfigurarlos en
sus tragedias.” Acaba de evocar con desprecio a “un abad francés” y “un autor
trágico francés”; se sobreentiende que ellos son quienes “aprisionan la sana natu-
raleza en insípidas convenciones”. Esta opresión estética es indisociable de la
corrupción social y política contra la cual el personaje protesta en las siguientes
frases: “Condenan al saduceo que no visita la iglesia a menudo, y calculan junto
al altar sus usuras ...” (podría estar hablando de Franz); “He de encerrar mi
35
Algo que era implícito en el poema de Milton -el protagonismo subyacente del
rebelde, a pesar de la ideología consciente del autor, quien nos presenta a Cristo
como el personaje principal de la obra- aparece ahora explícito en la pieza de
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Schiller. Y la figura de Karl Moor es aún más compleja que la de Satán, y lleva
más lejos la representación del sujeto que prefigura confusamente el texto de
Milton. En Los ladrones, el individuo volcánico, a la vez destructor y
prometeico, pecador y al final redentor de sí mismo, fusiona de cierta manera
los tres personajes claves de El paraíso perdido: Satán, el rebelde, Adán, el
hombre caído y redimido, y Cristo, el sacrificio redentor. O más bien, y esto
prefigura la reinterpretación del cristianismo por el romanticismo, el hombre es
Cristo, el mismo Adán es a la vez el rebelde heroico, y luego, después de un
proceso de iniciación purificadora, su propio redentor, el sacrificio libremente
hecho de sí mismo para reivindicar el orden y la justicia de Dios.
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Ponencia 1
directa de la presencia de Dios en la obra: la voz divina es la de este Prometeo
auto-justificado.
Este último punto queda para las conclusiones ya que no pasa por ahora de ser
un esbozo, el embrión de un trabajo futuro donde habrá que sacar conclusiones
más elaboradas a partir de un hecho que sobresale de la lectura de Los ladrones:
Schiller está adelantándose aquí, de manera magistral, a la apropiación del Satán
Friedrich Schiller
de Milton por los escritores del romanticismo inglés, en especial Blake, Byron
o Mary Shelley. En estos escritores posteriores encontramos múltiples relecturas
de la obra de Milton, que implican interpretaciones diversas. Blake, por ejemplo,
en Las bodas del cielo y del infierno y en un poema místico-épico posterior, titu-
lado Milton, hace explícita la identificación entre Milton y Satán que quedaba
como potencial en El paraíso perdido. En ese sentido, Satán se vuelve un modelo
de energía creadora, cuya transgresión de la ley divina es una necesidad de la
imaginación humana.
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38
Ponencia 1
3 Un ejemplo muy característico del rechazo a la influencia francesa por parte de alemanes como Lessing
o Schiller se encuentra en la comparación que hace Lessing en Laocoonte entre el Filoctetes de Sófocles
y la versión del dramaturgo francés Châteaubrun (hoy día merecidamente olvidado). Se lee: “¡Oh francés!
¡Cómo no has tenido inteligencia para comprender esto [el espíritu del texto griego] o corazón para sentirlo!,
o si lo has tenido ¡cómo has sido tan bajo que has sacrificado todo ello al gusto mezquino de tu nación!”
4 La construcción de una obra de ficción (dramática o narrativa) depende en gran medida de la manera
como el lector construye los personajes de la obra, siguiendo la orientación dada por el texto, pero también
por sus propias premisas culturales. Por ese motivo hablo aquí de una semántica, y no de una semiótica
del personaje, a pesar de los aportes de la semiótica o semiología al análisis de los personajes. Pero este
elemento literario no se puede reducir a una pura función estructural: el “efecto-personaje”, como prefiere
llamarlo el crítico estructuralista Philippe Hamon (1977: 119), o la “casi-persona”, como lo llaman Ducrot y
Friedrich Schiller
Schaeffer en el artículo “Personaje” de su Nueva enciclopedia de las ciencias del lenguaje (1995: 753), son
la concretización de una multitud de significaciones y expectativas culturales, en parte acerca de la noción
misma de sujeto (noción que tiende a cambiar de una época a otra). Antes de internarse en la selva de oposi-
ciones binarias donde el estructuralista se siente en casa (y donde no nos interesa aventurarnos), Hamon
reconoce que la “etiqueta semántica” del personaje es una construcción hecha a lo largo de la lectura, y que
su contenido depende de todo un contexto, intra- y extra-textual, incluyendo la historia y la cultura (1977:
126). Por su lado, Ducrot y Schaeffer mencionan la forma como las obras se reinterpretan en función de los
códigos culturales que predominan en cada época, códigos que se encarnan de manera cada vez diferente en
los personajes ficticios. Además, hablando de las funciones meta-narrativas de los personajes, y citando un
trabajo posterior de Hamon (“Personnage et Evaluation”, in Texte et Idéologie, París, 1984), subrayan que
los personajes no se limitan a simples funciones estructurales, porque son los principales vehículos de las
orientaciones axiológicas de la obra, en la medida en que no pueden existir normas sin la existencia de algún
tipo de sujeto (1995: 756-757). Me parece que tales reflexiones justifican ampliamente la importancia que
atribuyo aquí a los personajes como soporte del análisis comparativo.
5 Para una reflexión más detallada sobre el problema de las literaturas “nacionales”, en especial en el
momento de su surgimiento como tal, ver Claudio Guillén (1998). El capítulo 5 (“Mundos en formación: los
comienzos de las literaturas nacionales”) es especialmente relevante, y contiene numerosas referencias a la
situación alemana en la época de Goethe y Schiller (1998: 299-335).
6 Encontramos estudios útiles sobre ese nacimiento del individuo en la sociedad occidental en Louis
Dumont (1987), sobre todo en los capítulos 1, 2 y 4; y en Ian Watt (1996), sobre todo en el capítulo 5
(“Renaissance Individualism and the Counter-Reformation”).
7 Esta combinación paradójica es ya una transgresión a los modelos éticos establecidos que hubiera sido
inimaginable una generación antes, pero que fue preparada por Milton (muy a pesar suyo) con el personaje
de Satán en El paraíso perdido.
8 En ese punto la versión original de las últimas frases es mucho más clara que la traducción, que al sustituir
la expresión “orden malherido” (misshandelte Ordnung) del texto alemán por “obra infausta del desorden”,
deja poco claro qué o quién es el receptor de la ofrenda expiatoria: “Aber noch blieb mir etwas übrig, womit
ich die beleidigte Gesetze versöhnen und die misshandelte Ordnung wiederum heilen kann... [literalmente,
“Pero todavía me quedó algún resto con que expiar la ofensa hecha a las leyes y sanar el orden malherido.”]
Sie bedarf eines Opfers, - eines Opfers, das ihre unvertletzbare Majestät vor der ganzen Menschheit entfaltet
- dies Opfer bin ich selbst. Ich selbst muss für sie des Todes sterben.” (Schiller 1950: 129). La construcción
sintáctica de esta última frase indica que el destinatario del sacrificio es el orden, cuya “inviolable majestad”
es la majestad divina.
9 Para una descripción de ese mundo medieval, y la forma como afecta la literatura de Shakespeare, ver E.
39
obra moralmente ambigua. Schiller se está poniendo en el lugar de un lector poco preparado para identificarse
con un ladrón y un asesino, y está fingiendo compartir sus escrúpulos para superarlos más eficazmente. Esta
lectura encuentra un apoyo en un texto más tardío del autor (ya mencionado arriba), el ensayo “Sobre lo
patético” (1990), donde Schiller retoma ciertas ideas ya esbozadas en su prefacio a Los ladrones (1949).
Además, todo el contenido del ensayo demuestra que sigue sacando lecciones de esa obra temprana: formula
aquí una reflexión sobre la moralidad y el placer estético como dos necesidades humanas opuestas (“El
interés de la imaginación es [...] conservarse en el juego, libre de leyes. [...] un objeto perderá aptitud para
un uso estético justo en el grado en que se cualifique para un uso moral”, (1990, 88, 91)), que ilustra muy
bien, retroactivamente, su práctica en Los ladrones. Y la referencia al Satán de Milton hace eco directamente
a la frase escrita más de diez años antes en el prefacio de su primera obra dramática: en el prefacio de Los
ladrones decía: “Con un asombro lleno de terror seguimos al Satán de Milton a través del caos inexplorado”
(1950: 5; trad. mía); en “Sobre lo patético” expresa una visión más positiva: “por esta fortaleza de ánimo el
propio Lucifer de Milton nos deja admirados hasta lo más hondo de nuestro ser cuando recorre el infierno,
su residencia futura, por primera vez” (1990: 84). Agrega además una de las citas de El paraíso Perdido
que acabo de mencionar arriba (ver nota 15), y que muy seguramente está detrás del personaje de Karl
Moor: se trata del pasaje del primer libro donde Satán exclama: “aquí al menos, tendremos libertad.” (1986:
80). Parecería que Schiller, ahora que está escribiendo un texto más teórico, y ahora que, además, tiene un
público asegurado, se siente más libre de expresar su aprobación por el personaje de Milton.
40
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Ponencia 1
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EDUCACIÓN ESTÉTICA
42
19/01/2006, 23:39
Friedrich Schiller Ponencia 2
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Marta Kovacsics
Nació en Hungría y se educó en Austria. Estudió Historia del Arte y Germanística en la Universidad
de Viena. Se especializó en Arte en Klimt, Schiele y Kokoschka y, por otro lado, en Literatura Aus-
triaca de nales del siglo XIX (Schnitzler, Musil, Roth), así como también en Literatura Comparada.
Es traductora especializada en losofía y literatura. Se han publicado sus traducciones de La
metamorfosis y otros cuentos de Kafka, El anticristo de Nietzsche y Tonio Kröger de Thomas Mann.
En la actualidad trabaja en la Ópera de Colombia como traductora y coordinadora musical de
Escena. Finalmente, es colaboradora de la revista Pie de página, para la cual escribe artículos y
reseñas literarias.
44
Ponencia 2
la libertad para poder traicionar, o se necesita de la traición para poder ser libre?
Friedrich Schiller
La cercanía y el compromiso de Schiller frente a la libertad estaban fuertemente
influidos por todo el estremecimiento que causó la Revolución francesa, y que
se vivía en Europa en ese momento. Friedrich Schiller se entrega en cuerpo y
alma a este tema y, auxiliado por su juventud e ímpetu, logra una obra maestra
precisamente porque no la vuelve una historia entre buenos y malos, entre héroes
y antihéroes, sino porque muestra cómo el ser humano siempre está expuesto a
lo imprevisible (a lo cual tiene derecho), que es, a su vez, donde se encuentra el
éxito o el fracaso. Schiller pone a caminar a sus protagonistas sobre el ineludible
filo entre la libertad y la traición. ¿Pero cómo se manifiesta este malabarismo?
Habría que ir primero a un simple recuento de la historia:
45
46
Ponencia 2
es la libertad. El rey traiciona a su esposa y también la amistad que tanto anhe-
laba con el Marqués de Posa, debido a que, a pesar de saber y conocer sus pen-
samientos, no es capaz de entenderlo y menos perdonarlo. Finalmente, ¿a quién
traiciona Don Carlos?: a sí mismo. No logra asimilar la libertad como una reali-
dad vivida. Teniendo en cuenta las tres personalidades antes mencionadas, es evi-
dente que la tercera, es decir, la llena de bondades pero débil, es la de Don Carlos.
El no logra ir más allá de lo deseado, no lo vive, no lo experimenta. No lucha
por su amor ni por la liberación de Flandes, ni siquiera por la amistad de Posa.
Esencialmente no vive ninguna de estas experiencias, realidad ésta que no lo hace
Friedrich Schiller
acreedor de la libertad. Posa, el de las virtudes y el fuerte, naufraga cuando no es
capaz de entender la libertad como consecuencia de lo imprevisible. Este hecho
lo debilita y no le permite reaccionar frente a su propia experiencia. Posa no sabe
cómo tratar la libertad política. Y sólo la halla al final, en su castigo, porque en él
se encuentra también la libertad y, con ella, la dignidad, como dice Hegel
al determinar que el castigo es un cumplido para el delincuente. Por último, el
rey, aquél de la personalidad maligna y muy fuerte, no tiene acceso hacia lo
imprevisible porque es cruel. La crueldad no lleva nunca a la libertad vivida. Sin
embargo, también lo vemos sensible en su único momento honesto, cuando se
siente infinitamente solo, cuando realiza que existen otros personajes, otros seres
que no necesariamente deben seguir su misma ideología para que sea posible
quererlos.
Para Schiller la libertad es una realidad vivida y, además, una exigencia, una
norma. Tanto en su obra anterior Die Räuber (Los bandidos) como en las pos-
teriores, como Wallenstein, él la postula. Habla de la realidad vivida, de sus
vivencias y sus paradojas. Lo ambiguo en el sentimiento humano es el reto para
Schiller. El escoge figuras que son tan libres, que amparan ambas posibilidades;
aquél que es tirano y aquél que los libera de la tiranía. Schiller entiende que los
caracteres definidos no existen en la realidad, son pura ficción. Es aquí donde
Schiller teje su hilo conductor, y que hace de Don Carlos una obra maestra,
porque lo imprevisible de la libre acción se vuelve un tema complejo, en el que
la libertad y la traición estarán siempre entre ese peligroso margen del abismo.
No hay una determinación suficiente para determinar con facilidad hacia donde
se lanza el personaje: hacia la aventura de la libertad o de la traición. El misterio
47
48
Alt, Peter-André.
(2000) Schiller. Leben - Werk - Zeit. 2 Bände. München: Verlag C.H.Beck.
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(1998) Don Carlos, Infant von Spanien. (Hamburger Lesehefte Nr. 80).
Hamburg: Hamburger Lesehefte-Verlag.
49
Por
ALEXANDER CARO
Ponencia 3
Friedrich Schiller
Auf dem Segler, um 1819, Öl auf Leinwand, 71 x 56 cm, Leningrad, Staatl. Eremitage.
51
Alexander Caro
52
Ponencia 3
poema juvenil “Fantasía a Laura”:
¿Sonríes de la armonía?
Yo por ella lloro.
¿Pues acaso el imperio de la Noche
no socavó ya hace la base de la tierra?
Los palacios que se alzan orgullosos,
El brillo majestuoso de las ciudades,
Descansan sobre huesos podridos.
El dulce olor de sus claveles emerge
De lo que se descompone
Friedrich Schiller
Y tus fuentes lloran desde el aljibe
De la tumba de un hombre. (Schiller; citado por Villacañas, 1990: 130)
En medio del reino de las ruinas de la historia, la poesía parece ser la única huella
de ese ideal o el lugar donde éste se ha refugiado. Aun en un poema como “Los
dioses de Grecia” se expresa una ambivalencia. El universo de los dioses es aquel
en que “la poesía envolvía aún graciosamente la verdad” (Schiller, 1991a: 103).
De ese universo sólo tenemos una idea que, sin embargo, tiene que decir lo que en
Grecia fue una verdad efectiva. Por tanto, se trata de una aproximación alegórica
en tono elegíaco que, en cuanto intenta convertir ideas filosóficas en intuiciones
sensibles, termina recordando el adiós a esa época: “¿Quién quiere conformarse
con imágenes de sombras / que encubren la realidad con una falsa apariencia /
y anular la esperanza con una engañosa posesión?” (105). Es más, si la poesía y
el arte son los lugares donde se refugia el ideal, entonces la contemplación de la
belleza en la obra debe rebajar todas las cosas del mundo a la categoría inferior
de apariencia, mientras el presente se marca por un nihilismo del mundo sensi-
ble. Aquí se alza la interpretación de Marcuse sobre el clasicismo en su ensayo
“Sobre el carácter afirmativo de la cultura”, cuando este autor habla del “carácter
impúdico de la belleza” (Marcuse, 1970: 65). La reconciliación entre arte y
vida sólo puede consistir en que el mundo, caracterizado como una procesión
de ruinas sin sentido, sea redimido por un velo de apariencia que irradia la pleni-
tud de la forma. Así se describe esta experiencia en el poema “Los dioses de
Grecia”: “A las regiones serenas donde habitan las formas puras ya no se escucha
la ofuscada tempestad de los lamentos, aquí el dolor ya no puede romper el alma”
(1991a: 71). La abundancia de apariencia viene así acompañada por una conciencia
53
[…]
54
Ponencia 3
Esto es el arte para el hombre del norte, quien ejemplifica en mayor grado la
escisión entre realidad e ideal: un artificio que sirve para la conservación del
hombre y que se opone a lo natural, en el sentido de lo que es libre con respecto
al sí mismo de la conciencia. Este estado de naturaleza, que en Rousseau cumple
la función hipotética de perfilar los vicios y la ruindad del presente, no puede ser
ya la verdad del poema, sino en cuanto él mismo se separa de la vida. “Lo que ha
de vivir inmortal en el canto, debe perecer en la vida” (Schiller, 1991a: 65).
Friedrich Schiller
Aquél tiempo glorioso no se hace efectivo en el poema más que en la referencia
de la primera estrofa en el saludo “amigos: hubo un mejor tiempo que el pre-
sente”. Y en la última estrofa aparece como “lo que no vive en parte alguna”. Es
lo que jamás perece y bajo los sellos de su omnipresencia se define la Historia
en virtud de una pura negatividad. En este devenir, nada nuevo aparece y todo es
eternamente lo mismo, mas sólo la fantasía nos envía a crear un nuevo mundo
allí donde toda ilusión de grandeza se ha acabado. También aquí la oposición es
doble, por cuanto lo que ha sido grande producto de la historia no guarda ningún
mérito para el presente en ruinas, sino que pasa a formar parte de la galería
de la descomposición de los trozos de la historia. A quien mira así el pasado
histórico, todo lo que es grande, como los detalles de su concreción, le parecerá
una serie aburrida de repeticiones. La fantasía es un reactivo contra este prema-
turo envejecimiento del mundo en el que no aparece nada nuevo.
Pero Schiller, consciente de las paradojas de su arte, se pregunta con más fuerza
por la posibilidad de un resurgimiento en el tiempo presente. Después de su
adhesión al Sturm und Drang, el desarrollo del pensamiento de Schiller puede ser
visto como una progresión en que el ideal y la vida buscan su unidad, sin evadir
la realidad del presente y el carácter histórico de toda producción y recepción
de obras, sino más bien contribuyendo a la afirmación de las propias tendencias
creadoras del hombre moderno y, de allí, al cultivo de su sensibilidad. El arte
es la potencia capaz de efectuar tal reconstrucción y, por ello, esta búsqueda es
la raíz de utopías posteriores que exigen una reintegración del arte al mundo de
la praxis; mas para ello se tiene que superar el clasicismo que, según Benjamin,
“buscaba lo humano en cuanto la suprema ‘plenitud del ser’ y, movido por este
55
A mi modo de ver, siempre queda algo del primer Schiller hasta en sus obras de
madurez. Parece que a medida que él piensa la idea de la unidad entre lo ideal
y lo real, el artificio de la forma se apropia de tal unidad, de modo que al final
la falsedad de la apariencia vuelve a romperla. Por ello la labor de construir la
unidad significa limitar la artificialidad de la forma, su carácter “impúdico”, al
tiempo que legitimarla, en tanto que arte, como potencia reconstructora de tal
56
Se ha subrayado que la expectativa por esta unificación entre ideal y vida com-
parte ciertas premisas con el romanticismo, entendido, en sentido amplio, como
nostalgia del origen. Esto, debido a que tal anhelo de unificación viene asegurado
Ponencia 3
por la posibilidad de un renacimiento, reforzado en la creencia de que tal estado
de armonía fue efectivo en el pasado. En esta búsqueda, como Lukács dice del
joven Hegel, “cuanto más cerca se cree de la ‘ansiada reconciliación’ con la reali-
dad, tanto más profundamente descubre las contradicciones internas del mate-
rial que trabaja con ese fin” (1963: 162). Y, en ello, Schiller es un antecesor
directo de Hegel. El hombre capta su relación con el mundo desde el ideal, pero
para plantear su verdadera unidad se necesitaría desdoblar el ideal y convertirlo
en devenir contradictorio; en su teoría madura del drama, tal sería la crítica de
Schiller al fanático, desde la relación que él plantea, en su Ensayo Sobre poesía
Friedrich Schiller
ingenua y sentimental, entre el carácter idealista y el realista. Hegel dijo que una
vez el hombre capta la realidad en el concepto, ésta se vuelve racional y, por
tanto, deviene unidad con la idea en el proceso contradictorio de su realización.
En tanto el concepto se descubre finalmente como fundamento último de todo lo
real, existe una asimilación unilateral del proceso por la teoría, mientras, de otra
parte, la idea de la unidad entre lo real y lo ideal viene a ser la parte positiva
que critica toda unilateralidad. Así nace el problema hermenéutico de la moder-
nidad: cómo en la explicación de todo proceso, su significación parece volcarse
hacia un origen que se fundamenta en el concepto. Este fue el trabajo del joven
Marx, quien pretendió desarrollar la idea de la unidad realidad-idealidad desple-
gando una crítica a la unilateralidad del concepto, en medio de lo que se llamó
la subversión del idealismo y que en su juventud habría sido una confrontación
concreta con los postulados de Bruno Bauer, Feuerbach y Moses Hess (Dieter,
1994).
Esto mismo habría hecho Schiller con la unilateralidad del ideal, entendido como
una potencia suprasensible que se habría secularizado luego y se habría com-
prendido como producto de la historia, donde se configuraría en una perma-
nente tensión entre idealismo y realismo. Antes de la emergencia marxiana de tal
subversión, la época de que nos ocupamos ya intentaba sentar esta idea de unidad
en una crítica al idealismo por medio de la estética y, por eso, Schiller ha sido tan
caro a un pensador como Marcuse.
La crítica de Marx a Feuerbach dice que el hombre no tiene una esencia pre-
existente que se pierde en una alineación en la conciencia religiosa, de la que
57
Esta ruta que siguen los poetas modernos es, por lo demás, la misma que el hombre debe
tomar siempre, tanto en lo particular como en lo general. La naturaleza lo pone de acuerdo
consigo mismo; el arte lo divide y desgarra; por el ideal vuelve a la unidad, pero como el
ideal es infinito, y el hombre cultivado nunca lo alcanza, tampoco puede nunca alcanzar la
perfección dentro de su propia índole, mientras que el hombre natural sí lo puede, dentro
de la suya...
Ahora bien: como el fin último de la humanidad no puede alcanzarse sino mediante
este progreso, y como el hombre en estado natural no puede progresar de otro modo que
cultivándose y pasando por consiguiente al otro estado, no puede haber duda sobre a cuál
de los dos, en consideración a ese fin último, corresponde la preferencia. (Schiller, 1963a:
92)
El problema central del paso de Kant a Hegel es la unidad entre lo ideal y lo real,
y el problema es postular tal unidad como cumplimiento de una potencia externa
a la historia, la Providencia, o como comprensión realista de la historicidad de
todo proyecto utópico. Y tal aventura parece entretejida como el argumento de
58
Ponencia 3
de Schiller. Finalmente, drama es una parte de la verdad literaria e histórico
es una parte de la verdad histórica. Desde la teoría madura de Schiller, frente
a la posibilidad de sensibilización de la libertad en la obra, el problema es
uno: el idilio no puede pretender elevar simplemente lo real a lo ideal en una
sobreidealización vertida en cualquier materia y, sin embargo, la imaginación
del poeta tiene que acudir a acrecentar la creencia del público en su posible
realización. En el desplazamiento a la verosimilitud y la verdad poética de la obra
se concentra todo el desarrollo anterior.
Friedrich Schiller
Apertura al drama histórico
59
su relación con la naturaleza cuando la tenga o cuando la haya perdido, Karl tiene
que verse como su testigo o como el vengador de la naturaleza. Esto último es
lo que delinea su carácter sentimental, desde el que se convierte en la fuente de
la anarquía y la destrucción de todo orden legal, con la convicción de que por
su brazo habla una naturaleza opuesta a todo lo artificial que envicia la sociedad
civil. Ese es el carácter de Karl, descrito por de Razmann. Karl “no mata por
robar, como nosotros... poco le importa el dinero, por mucho que haya, y hasta
la tercera parte del botín, que le corresponde por derecho, la gasta en niños huér-
fanos [...]. Pero si se trata de despojar a algún gentil hombre campesino, que
explota a sus colonos como animales... entonces se encuentra en su elemento
natural, y ni el demonio lo iguala” (1913).
En contraposición a esta nueva versión del hombre natural, está Franz, represen-
tante de la sociedad burguesa con todos sus vicios. Un fragmento del Discurso
sobre el origen de la desigualdad entre los hombres sirve aquí como el mejor
60
He aquí todas las condiciones naturales puestas en acción, establecida la situación y suerte
de cada hombre, no sólo por la cantidad de bienes y el poder de servir o dañar, sino sobre
el espíritu, la belleza, la fuerza, la destreza, el mérito o el talento; y siendo estas cualidades
las únicas que podrían atraer consideración, fue muy pronto necesario tenerlas o fingirlas;
fue necesario para su provecho, parecer muy distinto de lo que en verdad se era. Ser y
parecer llegaron a convertirse en cosas desde luego distintas, y de esta distinción salieron
el imponente orgullo, la engañosa astucia y todos los vicios que forman su séquito (...)
Ponencia 3
Por fin la voraz ambición, el ardor en acrecer su relativa fortuna, no tanto por verdadera
necesidad como por colocarse encima de los demás, inspiró a los hombres la idea de perju-
dicarse astutamente; secreta envidia, tanto más peligrosa cuanto que, para herir con mayor
seguridad, adaptó frecuentemente la máscara de la benevolencia. (Rousseau, 1966: 82,
subrayado mío)
Eso mismo es Franz, un ser que tiene que fingir lo que la naturaleza no le dio
y que, en su resentimiento, experimenta la apariencia como imposición de una
valoración que emerge en su conciencia desgraciada; el saberse a sí mismo el más
Friedrich Schiller
despreciado y, por lo mismo, aquél que tiene que dominar por medio de la fuerza
del ingenio y el artificio: “ya veis que yo también puedo ser ingenioso” (Schiller,
1913: 39). Esto lo hace parecerse a Yago de Otelo, personaje caracterizado por
las intrigas y maquinaciones perversas que se convierten en el hilo conductor
del drama; pero estamos en el esquema de Rousseau para quien la falsedad de
las apariencias y la propiedad privada es el origen tanto de la desigualdad como
del mal. La dualidad que menciona este aparte de Rousseau, Ser-parecer, está
en la base de la conciencia atávica de Franz. Pero en analogía con la dialéctica
de Rousseau, sólo aquél quien sea víctima de esa apariencia es quien está en
condición de desentrañar todo el artificio de la sociedad civil en la medida en
que pretende justificar sus propios derechos. Franz muestra en la verdad de su
resentimiento, la verdad que instaura la propiedad privada: ¿por qué Zeus antes
de irse y repartir el mundo tuvo que haberle dejado precisamente sin nada? Y lo
decía Rousseau: “el primero a quien, después de cercar un terreno, se le ocurrió
decir, “esto es mío”, y halló personas bastante sencillas para creerle, ese fue el
verdadero fundador de la sociedad civil” (1966). Franz, al intentar afirmarse en el
orden social saboteando este sentido de propiedad privada, universaliza la crítica
provocando la emergencia de una subversión de los valores. Si la fealdad es pro-
ducto de semejante arbitrariedad, así mismo también lo es la belleza de Karl.
Ante tal arbitrariedad no queda más que afirmarse en la sociedad acentuando el
impulso en la consecución de riqueza, no por verdadera necesidad sino por estar
encima de Karl. A diferencia de éste, Franz no opone la naturaleza a la apariencia
sino el propio mecanismo del poder que ha propiciado su fealdad, para dirigirlo
contra la naturaleza caprichosa en cuyo seno él creció como un hijo bastardo; por
ello, Franz se vuelca contra la familia.
61
62
Ponencia 3
La diferencia entre la valoración de los hermanos se determinará con los presu-
puestos desde los que ambos reconozcan el mal civil y quieran actuar frente a
este reconocimiento, terminando consecuentemente con sus muertes, cada una
con un sentido distinto. Franz denuncia lo bello y lo feo, el ideal heroico de Karl
y su bajeza ruin como producto de una naturaleza bruta, y a esa desigualdad pri-
mordial él opone otra violencia invocando su perversidad. A este estado en el
que el hombre sentimental opone la arbitrariedad de sus propias pasiones y afec-
tos sensibles a la arbitrariedad de la naturaleza, Schiller lo llamará después el
Friedrich Schiller
estado físico. También es el estado inicial de Karl. La génesis de este estado
tiene que ver con las mismas condiciones en las que aparece la libertad. Estas
condiciones vienen determinadas en las Cartas sobre la educación estética del
hombre adecuando la naturaleza intermedia del hombre escindido entre la moral
y los instintos a una división hipotética de las facultades del hombre acorde con
la reconstrucción de una experiencia filosófica y estética. Si para Rousseau, en el
hombre natural la inclinación pasional redunda en el bien es porque la naturaleza
no le ha opuesto una fuerza tal que descompense su sistema económico animal.
Mas el hombre se independizará de la naturaleza cuando el instinto se separe de
lo inmediato por medio de la imaginación y así él sienta que todo cuanto ve tiene
un fin en él. Este fin se descubrirá luego como la idea de felicidad que promete
la razón y que no está sometida a la sensibilidad como tampoco depende de la
materia. Así dice Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del hombre:
“pero mientras la imaginación y la facultad de forma lo manda a la imagen de
lo infinito, su corazón no ha cesado aún de vivir en lo particular y de servir al
instante transitorio. El impulso hacia lo absoluto sorprende al hombre en plena
animalidad, y, en este estado nebuloso, todas sus aspiraciones se dirigen a lo
material, a lo temporal y se ciñen al individuo” (1963b: 138). Así, el sacrificio de
Karl en cuanto reconstrucción del desorden civil no sirve y es estéril, pues es el
sacrificio de “una animalidad que tiende hacia lo absoluto”, pero desde el punto
de vista de la entrega a la ley moral es el primer paso en la supresión del estado
físico.
El final del drama pone ya algunas de las ideas posteriores de Schiller en su texto
Sobre lo sublime y lo patético, donde se lee: “[en] la representación del
63
Otra conclusión se extraerá de Los bandidos para el proyecto del futuro drama
histórico. En Los bandidos, el estudio de las disposiciones naturales del héroe
no sirve para ajustar la ocasión en que éstas se despliegan a la Providencia. La
pasión de Karl Moor no es ni buena ni mala en sí misma y por lo tanto de su
fracaso no depende el fracaso de la libertad, sino más bien el comienzo de la
64
Ponencia 3
de Dios, la historia de la libertad con mal, pues es la obra del hombre” (1979:
35). El mal consiste no en el acto de dar un valor sino de intentar hacerlo
naturaleza confiando en la potencia de la Divina Providencia. Ahora bien,
Schiller acuña en su teoría del drama el término “fanatismo” para indicar un
entusiasmo idealista cuya raíz se encuentra en su sensibilidad voluble y nos-
tálgica. Para Schiller es claro que la corrección de las tendencias destructivas y
la armonización del hombre físico con el moral tiene que darse al nivel de la
reorganización de su pasionalidad, pues ésta es una dimensión constitutiva de
la totalidad de su experiencia y su elemento determinante. Mas tal pasionalidad
Friedrich Schiller
no es un impulso ahistórico sino, parafraseando a Villacañas, es la historia de lo
que la historia ha hecho de la sensibilidad y en adelante, según la exigencia de
superación de su estado corrupto, será la historia de lo que el arte y la filosofía
harán nuevamente de ella, en una obra cuya perfección radique en que la
inclinación del hombre pueda coincidir con los más altos principios de la ética.
Si esas son las conclusiones desde las que se puede leer el desarrollo del drama
siguiendo Los bandidos, como el vengador de la naturaleza que se despide de su
ideal de naturaleza abriendo paso a la historia, una lectura de sus dramas poste-
riores consistiría en ver cómo este ideal se despliega en la forma de Providencia
secularizada. También se podría leer esta progresión de la obra de Schiller como
el avance hacia la feliz realización del idilio. Según tal lectura, Los bandidos, a
través de la muerte de Karl, podrían ser la puerta de entrada a la idea de repre-
sentar el idilio en el drama, idea que atravesaría múltiples rupturas que tienden
a superar la unilateralidad de todo arte sentimental hasta que el proyecto se con-
sumara felizmente con su última obra Guillermo Tell. Pero esta lectura tendría
que tener en cuenta el movimiento inverso, según el cual cada nueva conquista de
la estética es un nuevo desencanto de la realidad. Rudolf Malter se expresa con
claridad sobre esta cuestión: frente al optimismo de sus primeros escritos sobre
filosofía de la historia, aparece un pesimismo frente a las posibilidades reales de
su presente. Por eso la necesidad de la mediación estética: “resulta difícil decidir
si Schiller, también en los años posteriores a la redacción de las Cartas sobre
la educación estética, continuó en general aferrado a la creencia del progreso,
entendido como una humanización que se realiza política y moralmente en una
dimensión histórico-universal. El peso que Wallenstein otorga al azar en la vida
65
66
Ponencia 3
y de Dios, y donde las antinomias necesidad-libertad, sujeto-objeto, se dan por
clausuradas. Estos son los terrenos propios de Schelling y los albores del ide-
alismo3. Sin embargo, esta filosofía prometeica representa la conciencia de muerte de
Franz Moor, pues el imperativo moral “anúlate a ti mismo” es el de una subje-
tividad que, finalmente, tanto para el dogmático como para el idealista, se quiere
entregar a lo Absoluto. Es la voluntad de afirmación prometeica en la historia en
la que querer serlo todo es en su expresión práctica mera voluntad de autoaniqui-
lamiento.
Friedrich Schiller
Ahora intentaremos revisar la manera en que los hermanos Moor se pelean entre
sí y se congracian en la labor del drama schilleriano, desde el punto de vista de
la escritura. Se trata de las tensiones que la tarea de representación del idilio deja
a la propia teoría del escritor, en torno a la relación entre ficcionalidad e historia,
en la búsqueda de escribir un auténtico drama histórico.
Contradicción de la cual nacen todos los males que pesan sobre la vida humana y todos
los vicios que la deshonran; habiéndose de tener presente que las incitaciones al vicio a
las que se echa la culpa, son en sí mismas buenas y, como estas disposiciones estaban
preparadas para el estado natural sufren violencia con el avance de la cultura, y ésta sufre
con ellas, hasta que el arte perfecto se convierte en naturaleza; que es en lo que consiste la
meta final del destino moral de la especie humana. (80)
Las bases del proyecto del futuro drama histórico se desprenden del papel del
arte perfecto como mediador entre naturaleza y cultura. Si el mal, como Kant lo
67
68
Ponencia 3
libre ficción basada en la conjetura de un hipotético estado natural, subsidiaria de
una imitación natural del objeto. Precisamente, en un pasaje de su Ensayo Sobre
poesía ingenua y sentimental, Schiller advertiría la diferencia entre ambas clases
de poetas, describiendo las diferencias que habrían entre el relato de la vida pas-
toril inocente y la idea que tiene él de un verdadero Idilio como realización plena
del hombre en la armonía entre el ideal y la realidad:
El ingenuo no puede errar, pues, en el contenido, con tal que se atenga fielmente a la natu-
raleza, que es siempre y en todo aspecto limitada [...] En cambio, al sentimental le estorba
la naturaleza con su permanente limitación, pues ha de poner en su objeto un contenido
Friedrich Schiller
absoluto. El sentimental, por lo tanto, no sabe aprovechar bien su ventaja cuando toma
prestados del ingenuo sus objetos, que en sí mismos son por completo indiferentes y que
sólo por la manera de ser tratados se vuelven poéticos. Se impone así, sin ninguna necesi-
dad, los mismos límites que el ingenuo, pero sin tener la posibilidad de realizar plena-
mente la limitación, ni competir con él en el carácter absolutamente determinado de la
exposición, cuando debería más bien alejarse del poeta ingenuo en lo tocante al objetivo,
ya que sólo mediante el objeto puede compensar las ventajas que el ingenuo le lleva en la
forma.
Si aplicamos ahora lo dicho al idilio pastoril de los poetas sentimentales, quedará
aclarado por qué estos poemas, a pesar de todo su despliegue de genio y arte, no pueden
satisfacer completamente al corazón y al espíritu [...] Persiguen el ideal hasta el punto
justo en que la representación pierde en cuanto a su verdad individual, y por otro lado
alcanzan tal grado de individualidad que el contenido real resulta perjudicado. (1963a:
124)
69
como artificio y ficción libre, en una progresión que llegase a mostrar finalmente
la posibilidad real de unificación.
Esa “ficción pura” que resulta ser el estado natural, si bien no puede convertirse en
la narración que cuente la historia de la realización de la libertad, es evidente que se
torna un estado hipotético necesario para el proyecto de idilio del escritor sentimental,
en tanto que la ficción es el elemento constitutivo de todo proyecto literario. También
es cierto que la imaginación del artista no puede operar como un Deux ex machina
que inyecte una solución exterior a la asimetría entre naturaleza y cultura, pero sólo
la creencia en que el ideal fue efectivo de manera natural alguna vez sobre la faz de
la tierra puede alimentar su proyecto. Aquí está la base de la idea de Schiller como
historiador monumental. Si algo es posible en el futuro y se tiene la idea de ello, es
porque ya alguna vez existió. Así también, lo que una vez fue posible puede volver a
nacer y en ello se demuestra que ciertas cosas pueden repetirse en la historia.
70
Ponencia 3
sentimental, es el papel de la ficcionalidad en la obra y su relación con la histo-
ria, comprendida como un todo que articula sus partes con determinadas lógicas
tanto en lo particular como en lo general. La idea de una posible repetición en la
historia, paradójicamente, parece ser la que llama a Schiller a volverse un obser-
vador introspectivo de los acontecimientos particulares en su nacimiento (los
antecedentes de un acontecimiento) y su relación con los demás acontecimientos,
con la idea de sustraer una ley general de desarrollo. Pues la idea de reconstruir el nuevo
idilio lo llama a investigar cuidadosamente las condiciones de un renacimiento, a
volverse un historiador que, como el Adamás del Hyperion de Hölderlin, husmea
Friedrich Schiller
entre las ruinas del pasado buscando en el presente algún indicio, alguna huella
que asegure una conexión con el espíritu de los antiguos. Lo particular así, en
Schiller, se define en contraposición a una ley general que atenderá a la diferencia
entre antiguos y modernos. Pero la ficción es la manera en que el artista que estu-
dia la historia recompone por medio del propio juego del arte los acontecimientos
en su particularidad, para que la idea del idilio pueda ser pensada como posible.
Sólo en el arte lo particular atiende a una conexión tal con el todo que es capaz de
iluminar ese destino, sacar de sí esa posibilidad, oscilando en el límite impreciso
entre lo real y lo verosímil. Esto, porque la historia no es sólo lo que ocurrió sino
también la manera en que se organiza en la forma para contarlo. Esta forma tiene
su propia inteligencia y sus propias leyes, que son, de hecho, las de la narración
y el drama. El autor no imita hechos sino que capta una ley interna que vincule
el carácter del héroe con esos hechos y muestre, a través de la demanda interna
de verosimilitud de la obra, la verdadera cadena de motivaciones que rigen la
acción. En este punto, como comenta Villacañas sobre el legado de Lessing para
Schiller, “el mundo real no es ontológicamente más real que el mundo posible de
la escena, a condición de que éste sea propiamente mundo” (1993: 81).
71
dominar la acción. Para el historiador que pregunta por las condiciones para la
realización de la belleza, el problema es justamente preguntarse por aquello que
se repite en la historia y si hay alguna ley que garantice la conexión interna entre
el pasado y el presente; y 4) en la acción del héroe (si bien éste parte de una
posición realista que implica el conocimiento de la historia como un todo), él
siempre termina en inevitables fracasos y fanatismos que no reconocen la reali-
dad; los héroes del drama se entregan a una pura ficción, a un destino trágico.
Cuando se trata del drama histórico, ficción, así, es el destino del ideal una de las
formas de sátira que limita la realización del idilio. Pero no solamente es esto. La
manera como el ideal se torna en ficción siempre puede obedecer a un por qué,
cuya explicación enviará al escritor a otra nueva introspección en la historia en
la relación pasado-presente y acción-cadena de acontecimientos, lo que redunda
en el conocimiento de esas leyes inherentes a toda ficcionalidad con las que, jus-
tamente, se puede comprender la historia en su decurso.
72
Ponencia 3
historia se aprehenda por medio de las categorías de la narración y del drama
y que sólo allí se ilumine la posibilidad de la libertad como utopía histórica.
Pero está implícito en esta progresión racional hacia la libertad, en el decurso del
drama, el problema metodológico del historiador que, apegado a la filosofía de la
historia Ilustrada, quiere ver en el cause de sus acontecimientos una teleología.
¿Pertenece esta teleología, este plan de la Providencia a la misma historia o es
una mera representación del historiador? Y si fuese así ¿qué valor tiene entonces
esta representación o qué significa eso de la mediación estética?
Friedrich Schiller
En el texto de 1791 ¿Qué significa y con qué fin se estudia la historia universal?
Schiller reflexiona como historiador sobre la metodología para abordar su objeto
y los fines con que se estudia la historia. El texto trae una posición ambivalente
de Schiller, que contrastará con el desarrollo del drama. Mientras el escrito de
filosofía sobre el tema “historia” se muestra optimista, ya la experiencia de Don
Carlos unos años atrás había limitado drásticamente ese optimismo, y sin embargo
ambos respectos de pensamiento se complementan en la conformación del drama.
Metodológicamente, Schiller habla sobre la posibilidad de reconstrucción de los
vacíos que la historia pasada deja al presente, ya por falta de documentos, ya por
falta de testigos autorizados. Pero en el fondo se trata de la necesidad de una
historia universal que viene a converger en la justificación ideológica de un pre-
sente caracterizado por la confianza en el progreso racional. “¡Cuantas guerras
tuvieron que ocurrir, cuántas uniones pactar, romper y de nuevo realizarse para
llevar a Europa finalmente al principio de paz que posibilita estados y ciudadanos
a dirigir su atención a ellos mismos y reunir sus fuerzas para un fin razonable!”
(Schiller, 1991b: 12). Ese fin puede dotar al historiador de los principios de la
filosofía para ser aplicados a su recomposición del pasado. Así se expresa Rudolf
Malter sobre el texto mencionado: “como la inmutabilidad de las leyes que rigen
de modo estricto la naturaleza garantiza la recurrencia regular de los acon-
tecimientos, el entendimiento filosófico, en virtud de la unidad de la naturaleza y
la subjetividad humana (establecida sin haber sido cuestionada), deduce a partir
de la situación actual las causas que la han hecho posible” (XI).
73
verdad histórica. Sin embargo, en las Cartas sobre Don Carlos, Schiller habla
de “fidelidad a los hechos”. En qué consiste esta fidelidad es algo que se puede
entender sólo acudiendo a la verdad poética que enuncia lo universal por sobre
la verdad histórica que se queda en lo particular. Si don Carlos es pintado con
ideales de un hombre que no puede existir sino dos siglos después del tiempo
que transcurre la acción y si Felipe II aparece como representante de las tenden-
cias de su época, entonces la objetividad del poeta significa que los ideales de
Don Carlos no tenían cabida en esa época. Para el presente de Schiller, cuando la
burguesía todavía lucha contra el feudalismo, esto quiere decir algo importante:
la obra comienza con un análisis del choque entre ideales burgueses y feudales,
apoyado en un conocimiento de la posibilidad de su realización en medio del
todo de las circunstancias y en el juego con la inclinación subjetiva. El resultado
de ambas es la acción.
Cuando el lector intenta saber por qué los ideales del Marqués Posa, en un primer
74
Ponencia 3
amorosa hacia Isabel de Valois, quien parece ser el único personaje incapaz de
volverse fanático a causa de su gracia o su alma bella, por lo que luego tendrá
que morir. Es en la mentalidad ingeniosa de Posa que la liberación de los Países
Bajos comienza a trabajar planeando cada uno de los detalles que han cifrado
su atención en Don Carlos. Para ello, Don Carlos debe sobreponerse a su propia
pasión y dirigir su mirada hacia la república. Así el Marqués lo reprende: “sí,
antes era completamente distinto. Tú eras tan rico, tan cálido. ¡Todo el mundo
tenía sitio en el amplio espacio de tu pecho! Todo eso ha desaparecido, devorado
por un mezquino amor propio, por una pasión” (Schiller, 1999: 72). Posa se ve
Friedrich Schiller
a sí mismo como la razón operante detrás del proceso de emancipación de los
Países Bajos: “y nunca olvides Carlos que un plan engendrado por una razón
superior y que urge en vista de los sufrimientos de la humanidad, aunque fra-
casara diez mil veces, no puede ser abandonado nunca” (73).
Posa debe dominar el entramado de situaciones y acciones en las que cobra sen-
tido la acción revolucionaria desde el punto de vista del todo. El héroe, Don
Carlos, debe seguir esta relación con el todo: la producción de su carácter, el
momento en que asume los ideales de Posa, debe captar cada parte anteponiendo
los fines y analizando los medios con respecto a las posibilidades que lo acer-
quen a su meta libertaria. Pero en ese seguimiento de la posibilidad del ideal,
la traición de Posa sobre el Rey se ha revelado como un mecanismo no apto
para conseguir el ideal republicano; es un medio de acción que se ha separado
del desarrollo consecuente de su plan. El mismo Posa parece un fanático porque
incluso su amigo Carlos se convirtió para él en una pieza más. Paulus Stelingis,
en su análisis de la obra, dice que el drama centra su acción así en la expectativa
sobre la edificación de un héroe-caudillo: “aunque (Posa) representa el ideal
humano de libertad, busca poder y corre el peligro de endiosarse a sí mismo
y caer en las redes de la intriga” (1967: 108). Frente a la concatenación de la
intriga, aquí se muestra en Schiller la idea de que es indiferente si la narración en
sí misma tiene verdad histórica o no. Pero la teleología, el arreglo de los detalles
con fin orgánico e inteligible, tiene una función regulativa porque es la mediación
del arte entre el pasado y el presente y también, para el presente, entre los ideales
y la realidad.
75
El hombre debe ser guiado en su actuar moral por medio de leyes prácticas y no por
medio de partos artificiales de la razón teorética. Ya nada más esto, que cada ideal moral o
construcción artística no es más que una idea que, igual que todas las demás ideas, forma
parte del limitado punto de vista del individuo al que pertenece, y en su aplicación, tam-
poco es capaz de la generalización en la que el hombre se cuida de usarla; ya nada más
esto -digo yo-, debería convertir tal idea en un instrumento extremadamente peligroso en
sus manos: pero aun más peligrosa se vuelve cuando entra rápidamente en relación con
ciertas pasiones, que se encuentran más o menos en todos los corazones humanos: afán de
dominio -pienso yo-, vanidad y orgullo, que la capturan momentáneamente y se mezclan
inseparablemente con ella4.
Por eso, antes de exponer un ideal existente de por sí, el drama muestra el sujeto
que lleva ese ideal entrando en conflicto con la pasión. Este conflicto debe ser
resuelto a favor de la creación artificial del carácter. Y en verdad, antes de la
escena final, vemos a un Carlos transformado, en quien ha convergido felizmente
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Se trató de mostrar a ese príncipe, de hacer dominante en él, a través de una acción,
un estado de ánimo determinado, y de elevar su posibilidad subjetiva a un alto grado de
76
El arte pone en escena los ideales desde una subjetividad afectada por la pasión.
Pero como el arte ha sido catalogado previamente como algo artificial en virtud
de su sentido regulativo, entonces estos motivos no son naturalizados por el
mismo fundamento de lo artístico. El fundamento del arte, así entendido, no natu-
raliza el ideal sino sólo sirve para analizar la pasionalidad del héroe, concebir la
Ponencia 3
posibilidad de un sujeto que pueda albergar un ideal de libertad, pues este sujeto
no se puede dejar a la obra del curso espontáneo de la historia. En otras palabras,
el arte muestra el surgimiento del fanatismo y de la abstracción desmedida y sólo
sirve en tanto ésta pueda ser criticada. Así, toda teleología se pone en función de
analizar desde un fundamento casi antropológico la subjetividad del héroe y en
ello muestra su sentido regulativo, en fidelidad al sentido de la filosofía crítica
kantiana. Schiller agrega en las Cartas sobre Don Carlos: “no me parece inútil
el ensayo de traer al ámbito de las bellas artes verdades que tienen que ser las
más sagradas para cualquiera que tenga una buena opinión del género humano,
Friedrich Schiller
y que hasta ahora eran propiedad de las ciencias, animarlas con luz y calor, e,
implantarlas con motivos vivos activos en el corazón humano, mostrarlas en una
lucha poderosa con la pasión” (249). Y, por su parte, señala Stelingis una impor-
tante variación frente a Los bandidos: “en esta obra empieza la lucha por la
libertad en la obra dramática: no con la destructiva negación de todo lo establecido,
sino con la conquista de su propio corazón para los ideales más altos de la vida,
que son aquí la liberación de Flandes y la subordinación de los sentimientos al
deber” (1967: 103).
Por ello, ante la falta de una humanidad noble, el arte tiene que fabricar al
hombre. En su estado físico, un hombre que tiene grandes ideales puede con-
vertirse fácilmente en un Karl Moor y Schiller vio esos ejemplos en la Francia
de la época del Terror. Este proyecto de formación se cristaliza con las Cartas
sobre la educación estética del hombre, y aunque en este espacio no podemos
desarrollarlas es importante subrayar que el hecho de que Schiller no sustrajera
su material poético del presente en la Revolución Francesa quiere decir algo
importante. Este acontecimiento trajo la idea de una organización racional en el
Estado, pero el diagnóstico del poeta dice que ni en la idea de moralidad, que
para el hombre físico es todavía una ley positiva, ni en la naturaleza degenerada
de los hombres fragmentados, existen las bases para tal libertad. Sin la mediación
del arte, aquélla sucumbiría nuevamente ante la fuerza despótica del fanatismo.
Y esto no ocurre porque el arte sea una potencia exterior a la propia naturaleza
humana, sino porque en él los abusos y la acción pueden ser orientados hacia
la belleza. Este diagnóstico ya se había hecho dos años antes al estallido de la
Revolución con Don Carlos, cuando en una de las Cartas sobre Don Carlos
77
78
Wallenstein
Ponencia 3
El proyecto del drama histórico oscila ahora entre la posibilidad subjetiva y la
objetiva. No sólo se trata de fabricar el sujeto sino de construir, desde el punto de
vista del todo, el entramado de circunstancias en las que el ideal puede realizarse,
renunciando a la ficción libre. Schiller no muestra el extravío de los personajes en
la aplicación práctica de su noble ideal, para dejar luego al lector un mensaje de
renuncia a todo ideal. En sus Cartas sobre Don Carlos, Schiller dice que “nada
que no sea natural conduce a lo bueno”. La frase analiza las efusiones idealistas
de los héroes, pero también deja ver ya el problema de la realización practica del
Friedrich Schiller
ideal; esta se tiene que dar de manera natural. En este punto, el problema de la
validez de la teleología interna en el fin moral de la historia tiene que ser nueva-
mente encarado, para pensar qué significa la objetividad de la acción. Schiller
ahora analiza la historia como un todo que es concreto e individual en la medida
en que es la síntesis de muchas abstracciones; se convierte en el dramaturgo que
analiza las posibilidades de un resurgimiento en la Europa moderna, guiado por
las categorías del drama de tiempo, lugar, carácter y acción.
Ahora, al término de nuestro siglo, en que lo real es poesía, y hay lucha de naturalezas
poderosas, teniendo ante los ojos propósitos elevados y lidiándose por alcanzarlos, sin
perderse de vista lo que constituye la aspiración suprema humana, el afán de libertad y de
poder; ahora el arte también ha de levantarse de la tierra con vuelo más potente, y debe
hacerlo, aunque no sea por otra causa, por no avergonzarse a su vez del teatro de la vida.
Inerte contemplamos hoy la forma antigua y vigorosa, que, ha ciento cincuenta años,
79
A mi juicio, aquí Schiller enuncia la expectativa de una respuesta que el arte debe
dar a los requerimientos de la época en el problema que el idealismo alemán ha
captado como el más crucial de todos, a saber, la pregunta por la esencia del
hombre como un ser destinado para la libertad. Napoleón ya se ve cabalgando
por toda Europa y la guerra permanente aparece en una roja alborada como único
medio para restablecer la paz. Si el arte presenta una época tenebrosa para traer
esperanza en lo venidero es porque la visión de lo tenebroso sin la mediación del
arte es fatalista. A lo que tiene que responder el arte es a una fuerza que cuestiona
la esencia del hombre como ser destinado para la libertad y que, de todos modos,
sólo se puede captar desde cierto sentido de la dimensión histórica de todas las
utopías de los hombres. El problema del determinismo y el fatalismo de la histo-
ria es el nuevo rival de la libertad. Esa es la importancia del arte y de que Schiller
reaparezca para el público en la escena.
80
Ponencia 3
fuerzas ciegas que convierten rápidamente su propia opción en obra de una pavo-
rosa necesidad”. Aquí, Wallenstein llama necesidad al azar, pero también a la
significación del mecanismo por el cual él mismo ha decidido voltear su fe hacia
las estrellas y su curso. Cuando la idea de libertad quiere interpelar al mundo
real “éste se muestra como un sedimento de acciones guiadas por la astucia, por
las componendas, por la lucha. Y estas acciones generan siempre acciones del
mismo tipo, ya sea para contrarrestarlas, ya para mantenerlas” (1993).
Friedrich Schiller
mado de fuerzas que ya no se puede distinguir con el artificio de la obra y, por
ello, el autor de este entramado no es plenamente Schiller. En el drama parece
identificarse la razón extrema del historiador que arma artificialmente un todo
tras la rigurosa concatenación de las acciones para encontrar la libertad y el azar
con que él mismo se tropieza como descubrimiento de la historicidad de toda
acción humana. Esto es lo que Hegel llamó la historia de la toma de una decisión
y la reacción que provoca. Así escribió Hegel sobre Wallenstein en 1800: “la
impresión inmediata que deja la lectura del Wallenstein es de triste silencio por la
caída de un hombre poderoso bajo un destino sordo y muerto. Al acabar el drama
se ha acabado todo; el reino de la nada, de la muerte ha triunfado. No es un final
de teodicea” (1978: 435). La lectura de Hegel expresa una situación general del
pensamiento alemán de finales de siglo XVIII, donde el prometeísmo se las ha de
ver de frente con la nada, como el punto más álgido en su intento de independen-
cia de toda conducción ajena.
81
Conclusiones
Nietzsche ha dicho por qué el historiador Monumental no espera nada del azar.
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Puesto que este historiador está en la certeza de que el pasado fue realmente
grandioso, aumenta la creencia en el futuro renacimiento de todo lo grande con
la idea de que lo que una vez fue efectivo podrá repetirse. Aunque para ello debe
haber una conexión interior, un espíritu atemporal que permita encarnar una y
otra vez lo universal en lo particular. Pero para Nietzsche esto se logra sólo a
costa de aniquilar la particularidad de cada época y abstraer una fuerza general
que inyecta poder y voluntad a los héroes construidos así artificialmente. Este
historiador “atenúa las diferencias entre los motivos e intenciones con el fin de,
y a costa de las causae, presentar los efectos de forma monumental, esto es, de
manera ejemplar y digna de imitación”. Pero quien viera la presencia del azar en
la historia se llevaría muy otra lección: “esto es lo que impide a los ambiciosos
dormir, esto es lo que los héroes emprendedores llevan como un amuleto en su
corazón, pero éste no es el verdadero conexus histórico de causas y efectos, que, si
fuera conocido en su conjunto, sólo demostraría que nunca puede salir del juego de
dados del porvenir y del azar nada absolutamente idéntico” (Nietzsche, 1945: 22).
82
Ponencia 3
Obviando el conservadurismo que demuestran estas líneas de Nietzsche, en
Schiller lo artificial a ultranza deviene más bien cierto sentido de finitud y
fidelidad al mundo. El problema de fondo sería la interpretación de la idea
de idilio, desde la cual se puede entender la posibilidad o imposibilidad de su
proyecto.
Friedrich Schiller
unas leyes generales para el decurso histórico (antecedentes del acontecimiento,
su regularidad en la historia y su intelección conforme a un fin), y si bien el
acontecimiento en su drama se perfila en tanto se concreta en la oposición
generalidad-particularidad, su propuesta dramática no termina en una propuesta
predictiva de la historia; antes bien, muestra el carácter abierto de la experiencia
histórica. Ante esta relación en que ninguna expectativa puede ser derivada ya del
horizonte limitado de una experiencia (cf. Koselleck), el lector ve la necesidad
de rechazar un idilio ilusorio y un mundo trascendente que redima el presente.
El lector entra así en la concepción trágica que critica a las filosofías de lo abso-
luto.
Esta crítica hace que el ideal se configure como tensión inmanente en la historia
y que se trasponga la creencia en un paraíso primigenio en una refracción
ideológica del presente de la burguesía, lo que sería el indicio para hallar una
lúcida conciencia de las contradicciones de la época. Sin embargo, tal crítica no
centra su acción en argumentos filosóficos o logicistas sino, principalmente, en
argumentos psicológicos, casi antropológicos, sobre la evolución de los per-
sonajes. El hecho de que el Dios personal de la teodicea haya sido reemplazado
por la historia, se concreta en el drama en que el nacimiento y la muerte de Dios
sean evidenciados por medio de ese entramado de relaciones psicológicas en que
el azar se convierte en lo necesario y en el que se sustituyen permanentemente,
por analogía con las figuras de dicción del lenguaje, las causas por los efectos y
viceversa. Para Schiller el lugar de esta actividad destructivo-creativa del hombre
es la historia, pero ésta sólo puede ser entendida como un todo a partir de la razón
narrativa.
83
Me he sentido aplastado por el atroz fatalismo de la historia. Veo una horrible igualdad en
la naturaleza humana, en las condiciones de los hombres, una violencia ineluctable, con-
ferida a todos y a nadie. El individuo no es sino mera espuma de olas, la grandeza, mero
azar, la preponderancia del genio, un teatro de marionetas, una lucha irrisoria contra una
ley de hierro, conocerla es lo más que se puede alcanzar, dominarla es imposible. (1992:
15)
Tal vez eso que se llamó clasicismo consistió en contemplar con la mirada del
Laocoonte el fondo propio en que vive el hombre y expresarlo con palabra clara y
tranquila, escribiendo con sangre la palabra llama al hombre a mirar el fondo en
que vive. “¡Oye! El bárbaro ataca las murallas, cíñeme, pues, la espada y deja el
llanto; mi amor no morirá ni en el Leteo”. Así se despedía Héctor de Andrómaca
antes de salir a enfrentar a Aquiles, o lo que quiera que el León significara.
EDUCACIÓN ESTÉTICA
84
Ponencia 3
versia sobre panteísmo surgida en la antesala del idealismo alemán en el primer Schelling, Jacobi y Fichte,
a su vez una reedición del problema entre Jacobi y Lessing, pero no para pensar el desarrollo de la poética
de un escritor como Hölderlin, quien, precisamente construyó su más alto sentido de elegía superando el
spinosismo, un tanto a la manera como lo haría más tarde Hegel en la Fenomenología, cuando él dice que
la sustancia tiene que ser pensada igualmente como sujeto y que el verdadero absoluto no es la unidad
primigenia sino el Espíritu. El arte que esté anclado en estas filosofías de lo absoluto intentaría así imitar al
artista ingenuo, pero condenándose a una mala concepción de lo infinito y de la naturaleza. La afirmación
de la naturaleza por el poeta sentimental se tiene que dar, no al margen de la historia, sino por medio de ella.
Naturalmente, esta diferenciación entre la manera de observar la naturaleza como anhelo, reincide directa-
mente en la forma en que se interprete la tragedia como género y las grandes tragedias de la historia. Lo
trágico en Schiller es la manera como él descubre la historicidad de todo ideal, mostrando el choque entre
ideal y realidad y uniendo ambos términos en un proyecto educativo que será el del drama histórico.
Friedrich Schiller
2 Schiller distingue dos maneras de conciliación entre el hombre y la naturaleza llamada idilio. Pero según
el idilio esté situado en el pasado o en el futuro, recibe distinto nombre. Arcadia es el idilio que fue efectivo
en el pasado del esplendor helénico. El Elíseo es la nueva unidad entre hombre y naturaleza que el poeta
sentimental vislumbra en su canto.
3 Así escribe Schelling a Hegel en 1795: “para mí el supremo principio de toda filosofía es el Yo puro,
absoluto, es decir, el Yo en cuanto mero Yo, todavía sin condicionar por ningún objeto, sino puesto por la
libertad. El A y O de toda filosofía es Libertad” (Hegel, Escritos de juventud, p. 59). Schelling exige echar
abajo el ámbito de la conciencia como conciencia limitada frente al objeto: “destrucción de la finitud, nos
conduce así al mundo suprasensible” (Ibid). Desde este punto de vista la suprema libertad para la conciencia
es igual a la nada, pues para el Yo absoluto-Dios de Schelling “no hay objeto ninguno, pues si no dejaría de
ser absoluto” (Ibid, p. 60).
4 Traducción inédita de Camila Bordamalo (2005), estudiante de Filología (Alemán) de la Universidad
Nacional de Colombia.
5 Ibid.
85
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Stelingis, Paulus.
(1967) La idea de libertad en la obra dramática de Schiller. Santiago de
Chile: Editorial Universitaria.
Friedrich Schiller
Villacañas, José Luís.
(1993) Tragedia y teodicea, el destino de los ideales en Lessing y Schiller.
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(1990) Quiebra de la razón ilustrada: idealismo y romanticismo. Madrid:
Cincel.
Del autor
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(1913) Obras completas. Madrid: Librería de Perlado Páez.
(1963a) Poesía ingenua y poesía sentimental. Buenos Aires: Editorial
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(1963b) Cartas sobre la educación estética del hombre. Madrid: Aguilar.
(1991a) Poesía filosófica. Madrid: Hiperion.
(1991b) Escritos sobre filosofía de la historia. Murcia: Universidad de
Murcia.
(1992) Lo sublime: (de lo sublime y sobre lo sublime). Málaga: Editorial
Librería Agora.
(1999) Don Carlos. Barcelona: Planeta.
87
Por
ROCH LITTLE
Ponencia 4
Friedrich Schiller
Mann und Frau den Mond betrachtend, um 1830-35, Öl auf Leinwand, 34 x 44 cm, Berlin, Nationalgalerie.
89
Roch Little
90
Ponencia 4
tensiones de Fernando II (1578-1637) al trono de Bohemia, y en contra del elector
palatino Federico V (1596-1632), elegido rey por la Dieta después de la muerte de
Mateo II (1557-1619)1.
Friedrich Schiller
protestantes que habían osado apoyar al palatino, usurpador de la corona
bohemia. Apoyándose en los ejércitos de la Santa Liga3, al mando de Johann
T’Serclaes -conde de Tilly (1559-1632)-, general belga éste al servicio del elec-
tor de Baviera Maximiliano I (1573-1651), Fernando extendió la guerra a los
estados protestantes del norte de Alemania, provocando así un conflicto a escala
europea. Entonces el rey de Dinamarca, Cristián IV (1577-1648), considerando a
sí mismo como el adalid de los protestantes alemanes, y siendo príncipe alemán
por la posesión del ducado de Holstein y de algunos principados eclesiásticos,
decide intervenir en el conflicto, apoyado por subsidios ingleses, franceses y
holandeses.
91
que, liderada por sus propios oficiales, lo obliga a huir de Pilsen a Egen, lugar en
donde será asesinado6. Así murió este singular personaje, considerado por más de
uno como el más grande jefe militar de la Guerra de los Treinta Años7.
92
Ponencia 4
especulación de alto vuelo sobre el sentido de los procesos históricos, a la manera
de Rousseau o de Kant. Más bien, los dos enfoques debían complementarse,
si bien tal complementación podía sólo darse a partir de una actitud poética
frente a la historia, así como las tragedias históricas de Shakespeare. En efecto,
una actitud poética hacia la historia sería lo que permitiría “simpatizar” con
los personajes y resaltar su verdadera dimensión histórica; tal actitud posibili-
taría el “adentrase” en los hechos, para exponer así la historia como un proceso
(Collingwood, 1952: 109-110).
Friedrich Schiller
Estudio No. 2: el Wallenstein como drama histórico
93
El poema dramático Wallenstein (Schiller, 1963) está compuesto por tres dramas
escritos entre 1794 y 1798. Estos son: “El campamento de Wallenstein”, “Los
Piccolomini” y “La muerte de Wallenstein”.
Esta ansia de libertad del soldado sirve a Schiller de tela de fondo para pin-
tarnos retratos históricos de los ejércitos implicados en esta devastadora guerra
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Con los ejércitos de la Santa Liga las cosas serían diferentes: su general Tilly es
el protagonista característico de la guerre en dentelles, practicada por la nobleza
del siglo XVII: para él, la guerra es un juego, lo cual constituye una ocasión para
94
Ponencia 4
una dimensión pura. Y es en esta dimensión de guerra pura, de guerra por la
guerra, en donde el soldado vive la quintaesencia de la libertad.
Friedrich Schiller
causa imperial. Y es precisamente, al parecer, porque se ha vuelto muy indispen-
sable para la causa imperial que se independiza de ella. Ahora, nutrirá sus propias
ambiciones y tendrá sus propios planes. Por lo tanto se convierte en una persona
incómoda y peligrosa, y más aún cuando el genial soldado, según parece, ha
caído en la megalomanía: se cree el caudillo de la paz y el salvador de Alemania,
lo cual es ir demasiado lejos. Tan incómodo personaje tiene que ser eliminado.
95
fesen poco le importa. La guerra no tiene otro fin que la guerra misma. Es un
negocio para amasar riquezas (Wallenstein sacaría de la guerra su inmensa for-
tuna). Generoso, es considerado por su ejército como un padre. Comandar hom-
bres es su segunda naturaleza. Objeto de respeto, sabe mantener la disciplina y
el orden en un ejército compuesto por mercenarios ávidos y sin escrúpulos. Por
estas razones Wallenstein es definitivamente -a los ojos de Schiller- el guerrero
innato.
96
Ponencia 4
el emperador, su señor y amo. Entonces, Wallenstein, por traicionar a Fernando
II, será traicionado asimismo por su general: el traidor termina traicionado. Es
absuelta la traición cuando se traiciona al traidor, lo que es confirmado por el
destino pues -al final del drama- el emperador lo nombra príncipe.
Friedrich Schiller
fogosa pasión, lo que hace que se cierre completamente a la exhortación de su
padre cuando le dice que Wallenstein no es más que un personaje ambicioso y
traidor. Es más, cuando Octavio revela sus propios planes de traición, Max rompe
con su padre, desobedeciendo las reglas más indiscutibles del respeto filial, por
seguir los sentimientos dictados por su corazón. Es así como Max Piccolomini
se dirige hacia un destino trágico, característico del héroe romántico: cuando es
frustrado su amor (por el mismo Wallenstein, quien tiene a su hija como instru-
mento para sus ambiciones de grandeza), y se da cuenta de que su padre tenía
razón, Max se refugia en la muerte, preservando su honor y llevando intacto a la
tumba su amor hacia Tecla.
Como se ha mencionado atrás, los soldados del ejército de Wallenstein son mer-
cenarios que lo respetan y veneran, claro, siempre y cuando la paga sea buena
y llegue a tiempo. Pero por tener personalidades primarias, su fidelidad es más
sólida que la de los oficiales porque, además de riquezas, éstos persiguen sus
propios sueños de gloria y poderío. No obstante, los oficiales que componen el
séquito de Wallenstein se dividen en dos grupos: los que están atados a su destino
como Terzky, Illo e Isolani, y los que lo siguen en los azares de la fortuna, como
sus capitanes Buttler, Gordon, MacDonald y Deveroux.
97
perseguir sus sueños de grandeza, aun cuando es cada vez más evidente que la
fortuna lo ha abandonado. En el drama, cumple la función arquetípica de Eva: es
la tentadora que precipita a Wallenstein hacia su caída. Por otra parte, la duquesa
de Friedland, en cambio, juega en el drama un papel pasivo: típica víctima de un
matrimonio por conveniencia, no es más que un juguete en manos de la ambición
de su marido. Ingenua, ignora todo lo que se trama a sus alrededores y hace poco
por enterarse. Su felicidad radica en la ignorancia. Finalmente, Tecla, quien es
el complemento femenino de Max Piccolomini, persona a la que le comparte su
amor. Ella es una joven mujer de carácter, una hija rebelde que se niega a ser el
instrumento de la política de su padre, lo que se constata en la reacción que tiene
cuando le llega la noticia de la muerte de su amante, una reacción -por cierto-
característica de la mujer romántica que se hunde en llanto eterno ante la tumba
del amado.
98
Ponencia 4
hace en la Semblanza de Wallenstein), resaltando así las implicaciones filosóficas
de un periodo histórico con la ayuda de la poesía.
Friedrich Schiller
da a esta historia su valor trágico más allá del bien y del mal (de la época), más
allá de tantas reflexiones que, precisamente, son las que limitan y hasta impiden
una reflexión de índole específicamente histórica. Según esto, pareciera que para
Schiller la reflexión histórica stricto sensu resulta insuficiente, paradójicamente
insuficiente para captar lo esencialmente histórico de las figuras del pasado, para
nuestro caso, de Albrecht von Wallenstein.
De esta manera, Schiller nos invita a explorar un sendero hacia una forma espe-
cial de hacer historia, acto éste que, a nuestro modo de ver, ha perdido su esencia
en cuanto conocimiento, es decir: en cuanto saber y reflexión con fines estéticos,
en fin de cuetas: en cuanto historia al servicio de la vida.
99
100
Rovan, Joseph.
(1998) Histoire de l’Allemaqne. París: Seuil.
Ponencia 4
Schiller, Friedrich.
(1963) Wallenstein (trad. Rafael Cansinos Assens). Madrid: Editorial Aguilar.
Friedrich Schiller
101
Por
MARÍA DEL ROSARIO ACOSTA LÓPEZ
Ponencia 5
Friedrich Schiller
.Der Abschied, 1819, Öl auf Leinwand, 21 x 29,5 cm, ehem. Gotha, Schloßmuseum, 1931 Verbrannt
103
104
Hablar de lo trágico en Schiller implica hablar de algo que va más allá de las
meras consideraciones sobre la tragedia como género poético. En esto, Schiller
ejercerá una gran influencia sobre muchos de los autores del idealismo y roman-
ticismo alemanes, que convertirán a la tragedia en punto de partida para pensar
las relaciones del hombre con el mundo; e incluso, como sucederá en el joven
Ponencia 5
Hegel, para pensar la estructura misma de la historia y del pensamiento. Algo de
todo esto ya está en Schiller. En el corto tiempo que tengo hoy ante ustedes, me
gustaría poder explicar, a grandes rasgos, cómo es que la tragedia, en Schiller,
se convierte en el marco conceptual adecuado para entender, por un lado, y
enfrentarse, por el otro, a la situación del hombre moderno, a su relación con la
naturaleza y a la lucha entre su racionalidad y su sensibilidad. Esta lucha será
justamente lo que, para Schiller, caracteriza al hombre moderno a diferencia del
hombre antiguo, de los griegos. La lectura que Schiller realizará de la moderni-
dad estará siempre mediada por -y tomará siempre como punto de partida- su
Friedrich Schiller
mirada y comprensión de la Antigüedad, influida sobre todo por el neoclasicismo
de Winckelmann y la visión poética de Goethe.
105
ducido en el debate como una realidad que no podía ser simplemente negada2. No
obstante, a lo que me refiero aquí como el paso de Schiller a lo sentimental, es
al hecho de que sus primeras reflexiones filosóficas son un tanto ingenuas en lo
que se refiere a la facilidad con la que cree poder plantear la reconciliación entre
las escisiones propias de la modernidad, y que él ve representadas en la filosofía
kantiana. La tragedia, como quisiera al menos dejar señalado aquí, cumple un
papel fundamental en el resquebrajamiento de esta ingenuidad inicial.
Es diciente, en primer lugar, que los primeros escritos schillerianos sobre estética
hayan estado dedicados sobre todo a la belleza. En sus cartas a Körner, conocidas
como Kallias, y en la primera parte del ensayo Sobre la gracia y la dignidad
(ambos escritos en la primera mitad de 1793), Schiller se dedicará a mostrar cómo
la reflexión kantiana en la Crítica del juicio será el punto de partida adecuado
para entender la función del arte en particular y de la experiencia estética en
general: la belleza es el lugar de encuentro entre el hombre y el mundo, donde
106
Pero quien lea escritos posteriores de Schiller, encontrará en este tipo de descrip-
ciones las características que Schiller le atribuiría posteriormente sólo al hombre
Ponencia 5
ingenuo y al momento de la Antigüedad griega en la historia. Para el Schiller de
estos primeros ensayos, la Arcadia perdida en la historia se ha conservado en el
arte; el Elíseo está más cerca de lo que se cree: las reconciliaciones para la
modernidad se encuentran aún en el santuario del arte, de la poesía, de la experiencia
estética, que ha logrado conservarlas a lo largo de la historia. Así lo expresaba
Schiller en su poema “Los Artistas” de 1788:
Friedrich Schiller
y los abrace con un inmenso placer,
cuanto más se hayan abierto las ideas y los sentimientos
al espléndido juego de las armonías;
al abundante torrente de la belleza; […]
más rico será el mundo que él abarca,
más débil será el ciego poder del destino […]
107
108
Ponencia 5
drama de Karl Moor en Los bandidos: alejado del hogar paterno, creyendo para
siempre haber perdido ese amor, se introduce en el exilio permanente:
Mi inocencia, mi inocencia […] [-exclama Moor-] ¡Ojalá que yo pudiera volver al seno
maternal! […] ¡Escenas del Elíseo de mi niñez! ¡Jamás volveréis! ¡Jamás, con vuestro
soplo vivificante, aliviaréis el ardor de mi pecho! ¡Llora conmigo, Naturaleza! ¡Perdidas,
perdidas para siempre!5
El drama del hombre moderno queda expresado en el exilio al que la razón parece
haberlo condenado. Nuevamente, en palabras de Moor: “Es tan divina la armonía
Friedrich Schiller
que reina en la naturaleza inanimada, ¿por qué debe haber tal desacuerdo en los
dominios de la razón?”6. Y, sin embargo, antes que imitar a la naturaleza, es la
razón la que debe imponerse, porque es la única manera de asegurar la digni-
dad. La tragedia moderna termina, en todo caso -y así sucede en los primeros
dramas schillerianos7- con la imposición de la razón sobre la naturaleza: es la
única manera como puede terminar la lucha: lo moral debe imponerse sobre lo
instintivo; el héroe trágico moderno, Moor, se entrega a la ley dejando de lado lo
que había creído como su libertad, pero que no era otra cosa que la condena a la
vida en el exilio, en la naturaleza, en la barbarie.
109
110
Ponencia 5
(ii) La segunda ley es, por consiguiente, la capacidad del héroe para resistirse a
dicho poder -éste es el sentimiento de lo sublime, tal y como Kant lo describe-.
En su resistencia, en medio de la lucha, al destino, el héroe descubre -y también
así el espectador- su capacidad de resistencia moral frente al padecimiento, su
independencia racional. Este es el sentimiento de lo sublime kantiano, que en
Schiller, sin embargo, encuentra un desarrollo diferente. Lo sublime debe com-
binarse con lo bello. Lo sublime, como emoción de lo trágico, se interpreta de
una manera sutilmente distinta; pero esta sutileza introduce la diferencia en la
Friedrich Schiller
interpretación schilleriana.
(iii) Porque para Schiller tal independencia racional tiene una característica espe-
cial en medio del sentimiento estético que pone en escena y despierta la trage-
dia en el espectador: lo que se da aquí no es una imposición de la razón sobre
la voluntad, sino el descubrimiento de que el querer mismo puede ser racional,
de que el hombre, cuando siente, “siente racionalmente” (1991: 68b)12, y que su
razón sólo es posible en la medida en que está inmerso en su sensibilidad, en un
conflicto permanente con la naturaleza como la otra parte esencial de sí mismo.
Así, dice Schiller, la dimensión ética (así llama Schiller en este ensayo la
dimensión despertada por la conciencia de racionalidad que lo sublime trae con-
sigo) se hace posible, y ello se hace explícito justamente en lo trágico, gracias y
solamente gracias a la dimensión estética. La distancia racional sólo es posible
gracias al padecimiento, y la libertad sólo se hace visible -y por lo tanto, dirá
Schiller, realizable- gracias a su conexión con la sensibilidad.
111
112
Ponencia 5
lo transforme en una obra libre de nuestro espíritu. (Schiller, 1991: 240c)
Friedrich Schiller
La tragedia le abre las puertas a Schiller para pensar, más allá del género
trágico como poesía, en un movimiento general que le permitirá leer la historia
misma como un proceso (interminable y, por consiguiente, perpetuo) hacia la
reconciliación de las dualidades abiertas por la modernidad. La tragedia en
Schiller se extiende por eso a una visión trágica del mundo y orienta un estilo de
pensamiento que tendrá su mayor influencia y encontrará sus ecos más exitosos
en la filosofía del romanticismo e idealismo alemanes. Lo que pide Schiller, a
lo largo de sus escritos, en medio de su búsqueda estética, o en sus dramas
posteriores, es no olvidar que la tragedia del hombre moderno trae consigo, al
menos en su representación, las posibilidades de su reconciliación; y que la dig-
nidad humana no será instaurada en el mundo hasta que la cultura, la sociedad y
la política no le permitan al hombre reconocer, en su tragedia, las posibilidades
mismas de su superación.
113
9 Estoy pensando aquí, sobre todo, en algunas de las versiones previas de Hiperión de Hölderlin, donde el
poeta menciona varias veces esta cuestión de la armonía en la disonancia, así como también en el Funda-
mento para el Empédocles. En el caso del joven Hegel, el desarrollo del concepto de tragedia y de destino
trágico se da principalmente en El espíritu del cristianismo y su destino, y en la manera como el autor com-
para el movimiento de la eticidad con Las Euménides de Esquilo en el ensayo Sobre las maneras de tratar
científicamente el derecho natural.
10 (HA: Tomo II, 425).
11 (Ibid).
12 (Ibid, 427).
13 (Ibid, 426).
14 (Ibid).
15 Es en este sentido justamente que Schiller justifica a Kant (1985), después de haberlo calificado de “rigo-
rista moral”. Kant se vio en la necesidad de serlo, dice Schiller, “por las circunstancias de la época […]
dirigió la mayor fuerza de sus razones hacia donde más declarado era el peligro y más urgente la reforma,
y se impuso como ley perseguir sin cuartel la sensorialidad, tanto allí donde con frente atrevida escarnece
al sentimiento moral, como en la impotente envoltura de los fines moralmente loables en que sabe ocultarla
especialmente cierto entusiasta espíritu de comunidad. […] Fue el Dracón de su época, porque consideró
que no era aún digna de un Solón ni estaba en disposición de acogerlo. Del sagrario de la razón pura trajo
la ley moral, extraña y sin embargo tan conocida; la expuso en toda su santidad ante el siglo deshonrado, y
poco se preocupó de si hay ojos que no pueden soportar su resplandor” (43). (HA: Tomo II, 407).
114
Ponencia 5
Friedrich Schiller
115
Jauss, H. R.
(2000) “La réplica de la querelle des anciens et des modernes en Schlegel
y Schiller”. En: La historia de la literatura como provocación. Barcelona:
Península.
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(1990) “Carta IX”, Cartas sobre la educación estética del hombre (trad.
Jaime Feijoo. De las edición de las obras de Schiller en alemán Hanser
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(1998) Poesía filosófica (trad. Daniel Innerarity). Madrid: Hiperión.
(1985) Sobre la gracia y la dignidad (trad. Juan Probst y Raimundo Lida).
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(1991) “Sobre lo sublime” (a); “Sobre lo patético” (b); “Sobre el uso del
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Hernanz y Jesús González Fisac). Madrid: Tecnos.
Szondi, Peter
(1992) “Antigüedad clásica y Modernidad en la estética de la época de
Goethe”. En: Poética y filosofía de la historia. Madrid: Visor.
116
Por
XIMENA GAMA CHIROLLA
Ponencia 6
Friedrich Schiller
Ruine Eldena, 1836, Aquarell, 22,7 x 23,5 cm, Dresden, Kupferstichkabinett.
117
Ximena Gama
118
Ponencia 6
de la cercanía que mantuvieron estos dos poetas (no sólo por la época en que
vivieron, plena Revolución francesa, sino por muchos otros factores como la
influencia de Winckelmann y Kant, entre otros) en tanto que predecesores del
Romanticismo, difieren, desde mi punto de vista, en una cosa: Schiller no niega la
función, utilidad o beneficio del poeta en tiempos de penuria. Por el contrario, lo
que el autor de las Cartas sobre la educación estética del hombre pudiese haber
afirmado sería: ¿para qué poetas en tiempos de idilio o de felicidad?; ¿para qué
poetas cuando se ha obtenido la libertad?
Friedrich Schiller
Para Schiller la poesía debe ser el camino, en tanto que testigo y reflejo de la his-
toria, para conseguir la libertad y la felicidad humanas, el Elíseo o lugar en el que
se manifestará la humanidad completa. Así queda declarado en las cartas, aunque
se haría más evidente en un escrito posterior a ellas: Sobre poesía ingenua y
poesía sentimental, texto del cual me ocuparé de aquí en adelante.
Antes de iniciar con la exposición, será importante aclarar que la discusión que
atraviesa a Sobre poesía ingenua y poesía sentimental es la consecuencia de la
querelle de los antiguos y los modernos, que desembocó en Francia -luego del
gran período clasicista- a finales del siglo XVII. No es posible entender a caba-
lidad este último ensayo filosófico de Schiller, sin antes contextualizarlo en tal
discusión, razón ésta por la que me tomaré unos minutos para explicar los ante-
cedentes por los cuales el autor lo escribió.
La querella de los antiguos y los modernos tuvo lugar en Francia a finales del
s. XVII y principios del s. XVIII, marcando el cambio del Clasicismo a la
119
finalidad específica, los modernos, en tanto que más cercanos a esa meta o estado,
serían mejores que sus predecesores, los antiguos.
Schiller puede ser considerado como uno de los primeros pensadores que sometió
los análisis estéticos en razón de una postura política o, al menos, del esta-
blecimiento de un proyecto como tal. Ensayos suyos sobre arte como Sobre
poesía ingenua y poesía sentimental tienen constantes alusiones y críticas a
hechos como la Revolución francesa, el liberalismo y el utilitarismo, haciendo
evidente que toda manifestación artística va de la mano de un hecho político,
cultural o social, y en vista de que no sólo refleja sino que también representa el
espíritu de su época, en el caso específico de los modernos, el espíritu moral.
A su vez, en las primeras Cartas sobre la educación estética del hombre, el autor
afirma que el arte debe ser el instrumento que genere una reforma política, pues
es el único medio a través del cual se puede ennoblecer el carácter degenerado
120
Ponencia 6
especialmente en Sobre poesía ingenua y poesía sentimental, deberá girar en
torno a dos ejes: 1. a la manera cómo se plantea la relación entre arte e historia,
a través de las categorías ingenuo/antiguo y moderno/sentimental, y 2. al hecho
de establecer (a partir de la dicotomía de esas dos parejas) a lo antiguo como
representante del estado natural, y a lo moderno como representante del estado
moral. La conjunción de lo antiguo y lo moderno generará el estado estético o
estado que dará lugar al ideal de humanidad.
Friedrich Schiller
Schiller poseía una conciencia de su ser histórico, a saber: su condición de
moderno. Esta conciencia le permitió ver a Grecia como una época pasada e
irrecuperable, lo que le produjo en un principio un sentimiento de nostalgia (tris-
teza), generado por la pérdida de la antigua Grecia.
121
Leemos en Schiller:
Ellos [los antiguos] sentían naturalmente; nosotros sentimos lo natural. [...] Nuestro modo
de conmovernos ante la naturaleza se parece a la sensación que el enfermo tiene de la
salud.
Así como la naturaleza fue poco a poco desapareciendo de la vida humana en cuanto
experiencia y en cuanto sujeto (sujeto que obra y siente), así la vemos surgir en el mundo
de los poetas como idea y como objeto. (1985: 85)
Los griegos al mantener una unidad con la naturaleza, y los modernos al ser
aquellos que buscan tal unidad, encarnan, respectivamente, lo que Schiller ha
categorizado como ingenuo y sentimental: lo ingenuo está mediado por la expe-
riencia; lo sentimental está mediado por la reflexión. Si bien estas categorías son
empleadas por Schiller para distinguir las creaciones poéticas de su época de las
de los antiguos, paralelamente, el autor no excluye que la poesía ingenua pueda
darse en la modernidad, ni tampoco que la poesía de algunos poetas antiguos
haya sido sentimental. Lo que es evidente, es que para Schiller cada poeta es hijo
de su época, ya sea la antigua natural (ingenua) o la moderna artificial (sentimental).
general y en su estado de ánimo transitorio- sea a los ingenuos, sea a los sentimentales.
(1985: 86)
Para Schiller, la creación poética (y, por lo tanto, el artista) está determinada
por la naturaleza. “La naturaleza es la única llama que nutre al genio poético”.
Entonces el poeta “o es naturaleza o la buscará” (1985: 90), convirtiéndose así en
testigo o vengador de ella.
Por estar determinado el temperamento poético por la relación que tiene el sujeto
con el mundo, es que Schiller manifiesta que, en el caso de la poesía ingenua, las
acciones nobles y dignas de una naturaleza verdadera son consideradas, no sola-
mente algo cotidiano sino también una expresión necesaria de la misma natu-
raleza. Es decir: es normal que en los cantos griegos las acciones “morales”
o, mejor, aquellos actos considerados por un griego moralmente dignos fuesen
naturales en todo el sentido de la palabra. Toda acción hermosa es determinada
122
Escribe Schiller:
Ponencia 6
tampoco podía asombrarse de ella fuera de la humanidad ni sentir tan urgente necesidad de
objetos donde volver a encontrarla. Acorde consigo mismo y feliz en el sentimiento de su
humanidad, debía detenerse en ella como en su destino supremo y esforzarse en acercarle
toda otra cosa […]. (1985: 85)
Pero por el contrario, los modernos jamás podrían tener una poesía de esa clase
(sólo en la medida en que un espíritu esté lo suficientemente resagado de las
determinaciones de su propia cultura es posible ver la ingenuidad del poeta
moderno), pues la relación entre el sujeto y la naturaleza se encuentra determi-
Friedrich Schiller
nada ya no por la libre necesidad de ésta, sino por el sentimiento frente a la
cultura de aquél, en últimas, por el artificio. Ante esta situación, la poesía sen-
timental intentaría no recuperar, pero sí entablar una relación con la naturaleza
(distinta a la de la poesía ingenua, claro está) y con el pasado, relación que, como
ya se dijo, estaría fijada a través del anhelo y de la nostalgia.
123
En tanto que la naturaleza no era objeto del hombre sino el hombre mismo, su
realidad, es evidente el hecho de que en la antigüedad no existió la posibilidad de
la reflexión del sujeto ante el objeto ni ante sí mismo. Como el hombre antiguo
era de por sí un ser completo, en tanto regido por una naturaleza necesaria y
real, no manifestó ningún impulso hacia el cuestionamiento. Pero esto último
no quiere decir que el hombre tuviera un espíritu servil hacia la naturaleza (si
bien intentaba imitarla en tanto perfecta), todo lo contrario: el hombre era de por
sí naturaleza; estaba tan imbuido en ella, que no había espacio alguno para la
reflexión ni para su separación de ella. Tanto el hombre como la naturaleza antiguos
fueron perfectos, constituyeron de manera natural el absoluto, sin divisarse aún
un interés por el progreso: todo radicó en la experiencia de la realidad perfecta,
de la naturaleza verdadera.
La naturaleza [...] no radica en otra cosa que en ser espontáneamente, en subsistir las cosas
por sí mismas, en existir según leyes propias e invariables.
Es indispensable que admitamos tal concepción si hemos de tomar interés en seme-
jantes fenómenos. Aunque a una flor artificial pudiera dársele la más acabada y engañosa
apariencia de naturaleza, aunque la ilusión de lo ingenuo en las costumbres pudiera llevarse
hasta el máximo grado, al descubrir que era una imitación quedaría sin embargo anulado
el sentimiento a que nos referimos.
De esto se desprende que tal manera de complacencia en la naturaleza [es] moral; porque
no es producida directamente por la contemplación, sino por el intermedio de una idea.
124
Ponencia 6
lo moral, de la anterior cita se puede deducir que: lo moral es la complacencia
producida por una idea y ya no por la naturaleza. En pocas palabras: lo moral
es la complacencia directa por la idea. Pareciera aquí, en un principio, que esa
complacencia jamás puede estar referida al objeto real de la misma manera a
como sucedía en la armonía ingenua, pues allí el sujeto se complacía en la
contemplación del objeto, determinada por un espíritu sensorial.
Friedrich Schiller
de la cual, pareciera, entra el autor a determinar el espíritu moderno. Escribe:
[...] siempre vemos en ellos aquello de que carecemos, pero por lo que somos impulsa-
dos a luchar, y a lo cual, aunque nunca lo alcancemos, debemos esperar acercarnos, sin
embargo, en progreso infinito. Vemos en nosotros una ventaja que a ellos les falta, y de la
cual no pueden participar nunca (así en el caso de los irracionales) a lo sumo (como en el
caso de los niños) no de otro modo que siguiendo nuestro propio camino. Nos procuran
por lo tanto el más dulce goce de nuestra humanidad como idea [...]. (1985: 69)
[...] tiene grados y progreso, el valor relativo del hombre en estado de cultura, tomado en
general, no es nunca determinable, aunque, considero individualmente, se encuentra en
necesaria desventaja con respecto a aquel en que la naturaleza obra en toda su perfección.
Ahora bien: como el fin último de la humanidad no puede alcanzarse sino mediante este
progreso, y como el hombre en estado natural no puede progresar de otro modo que cul-
tivándose y pasando por consiguiente al otro estado, no puede haber duda sobre a cuál de
los dos, en consideración a ese fin último, corresponde la preferencia. (1985: 92)
Esta idea de progreso infinito, generada por la reflexión propia del hombre
moderno ante lo ingenuo, tiene una importancia mayor dentro de las posiciones
schillerianas. En este punto, se ve cómo la nostalgia, categoría por completo
moderna, no es el único sentimiento que determina el temperamento sentimental.
A partir de la tristeza por la naturaleza perdida, el deber del poeta sentimental
es entablar una relación con aquella pérdida, construyendo un ideal de armonía
desde el que se intentará alcanzar (no recuperar) aquella unidad. El mismo ideal,
generado por la reflexión infinita, será el que estimule al hombre para que se
125
[El poeta sentimental, escribe Schiller] medita en la impresión que le producen los objetos,
y sólo en ese meditar se funda la emoción en que el poeta mismo se sume y en que
nos sume a nosotros. El objeto es referido aquí a una idea, y su fuerza poética se basa
únicamente en esa relación. Así el poeta sentimental tiene siempre que vérselas con dos
representaciones y sentimientos en pugna, con la realidad como límite y con su idea como
lo infinito, y la emoción mixta que provoca dará siempre testimonio de esa doble fuente.
(1985: 95)
2. Función política
La armonía entre su sentir y su pensar [Schiller se refiere aquí al “hombre que ha entrado
en la etapa de la cultura”], que en el primer estado se cumplía realmente, ahora sólo existe
idealmente ya que no está en él, sino fuera de él; como un pensamiento por realizarse,
no ya como un hecho positivo de su vida. Ahora bien, si se aplica a uno y otro estado
el concepto de poesía, que no es otro que el de dar a la humanidad su expresión más
completa, resulta que allí, en el estado de sencillez natural -en que el hombre todavía
obra con todas sus fuerzas a la vez, como unidad armónica en que, por lo tanto, la totali-
dad de su naturaleza se expresa plenamente en la realidad-, lo que hace al poeta debe
ser la imitación, lo más acabado posible, de la realidad; mientras que aquí, en el estado
de cultura, en que esa colaboración armónica de toda su naturaleza no es más que una
idea, lo que hace al poeta debe ser el elevar la realidad a ideal o, en otras palabras, la
representación del ideal. Y son precisamente ésas las dos únicas formas que pueda exte-
riorizarse el genio poético. Son, como se ve, en extremo diversas; pero hay un concepto
más alto que las abraza a ambas, y no tiene nada de extraño el que ese concepto coincida
con la idea de humanidad. (1985: 91)
126
Ponencia 6
raleza, tal armonía tenga que ser distinta: en el hombre moderno se trata de una
armonía que expresa una unidad moral; en el hombre antiguo se trató de una
unidad que era natural o real, positiva.
A continuación explicaré por qué la conjunción entre esas dos unidades formará
el ideal de humanidad, ideal que configurará, de paso, todo el proyecto político
de Schiller.
Friedrich Schiller
El idilio es un tipo de poesía sentimental (al igual que la sátira y la elegía) y se
refiere a una idea; es decir, en él se aplica la idea a lo real, transponiéndolo a otro
plano. El idilio, aunque parece referirse a lo ideal como tal, se centra ya no en la
pérdida ni en la inalcanzabilidad de lo perdido (como sí lo hace la elegía), sino
en la expresión del ideal como una verdad: en el idilio se representa como real
todo aquello que es ideal. De manera que, al mostrar la idea como algo realizable,
se transporta la humanidad a ese estado perfecto y verdadero. Su finalidad no
será otra pues que “representar al hombre en estado de inocencia, es decir, en una
situación de armonía y de paz consigo mismo y con lo exterior” (1985: 121).
La armonía entre esa infinitud (el ideal) y la limitación sensorial (la realidad de
ese mundo sensible) se confirma en el siguiente pasaje:
127
El idilio logra aquello que la sátira y la elegía no podían. Estas lo que hacen
es poner en evidencia el estado real de las cosas en contraposición a un ideal.
El poeta satírico y el elegíaco nunca resuelven lo uno ni lo otro; por el contra-
rio, alejan más el ideal de la realidad y, por tal motivo, la armonía deseada (la
reconciliación entre lo exterior limitado y lo interior ilimitado) se convierte en
algo inalcanzable. El idilio en cambio, al reconciliar la naturaleza con lo moral
y representar el ideal como algo real, no sólo se aparta de la poesía sentimental
(posibilitando una nueva etapa), sino que permite que esa posibilidad se haga
visible ante los ojos de los hombres. He allí su importancia política.
En esta última parte del texto se desarrollarán tres puntos que se pueden des-
EDUCACIÓN ESTÉTICA
128
Ponencia 6
aprecia claramente el problema, que desemboca, desde mi punto de vista, en el
fracaso de la propuesta política de Schiller.
De nuevo el idilio
Friedrich Schiller
¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!”. (Schiller, 1998)
Una de las estrofa del himno a la alegría, escrito por Schiller alrededor del año
1785, y uno de sus primeros temas de juventud, evidencia cómo a través de la
reconciliación de aquello que está separado (naturaleza/moralidad, sujeto/objeto)
se llega a ese paraíso anhelado que es el Elíseo, lugar no sólo de la reconciliación
sino también de la hermandad, en últimas, de los dioses. Aquí, como nos recuerda
Schiller en la carta 27, únicamente la belleza es capaz de hacernos felices, porque
es a través de ella que se llega a la libertad (1990: 377).
En la figura del idilio es en donde se hace más evidente la relación existente entre
el arte (la poesía) y política. Para Schiller, la poesía tiene un estatuto de verdad;
gracias a ella el ideal se hace realizable en la medida en que lo convierte en una
posibilidad.
129
Luego de haber descrito los tres estados por los cuales ha transcurrido la historia
(ya se vio que el primero fue el griego, ingenuo, y el segundo fue el moderno,
sentimental), diremos que al tercer estado se llega a partir de la reconciliación del
espíritu moderno con el espíritu natural, es decir, de lo moral con lo natural. Y
como la poesía es la representación de cada uno de los espíritus (es testigo, en
tanto reflejo de la época), también poseerá un sentido teleológico. No obstante,
la pregunta que es válido hacerse, y que Schiller tampoco pasó por alto, es si es
posible hacer efectivo tal estado, si es posible el idilio.
Las primeras cartas afirman que el arte (el impulso formal y material) es el medio
por el cual se debe educar al hombre para lograr su reconciliación interna, y en
donde éste pueda ser libre a través de la razón y la ‘sensación’. Sin embargo,
EDUCACIÓN ESTÉTICA
en las últimas cartas Schiller afirma que la belleza es, en últimas, la unidad
reconciliada del hombre (la forma viva). Ahora bien: ¿cómo entender el hecho de
que lo estético sea tanto medio como fin? En pocas palabras: ¿cómo resolver la
paradoja de la belleza como condición misma para la belleza? Tal paradoja sería
resuelta en el ensayo de Schiller en cuestión, si bien no positivamente porque el
ideal no se hace efectivo, sino que, por el contrario, se lo deja en el mero plano
de la posibilidad. Es precisamente a esto último a lo que me refiero cuando hablo
del posible fracaso de la teoría política de Schiller.
A lo largo de este ensayo se ha dicho que los géneros poéticos son el reflejo de
la historia, y también se ha manifestado que el idilio es la representación poética
del estado estético. Pero no hay que olvidar que este último género es también
un hijo de la poesía sentimental, y aunque represente el ideal como real, lo hace
130
Ponencia 6
momento- para hacer tangible el ideal. Es por ello que el estado estético sólo
puede mostrarse desde su posibilidad, en este caso, poética. Sólo así se resuelve
la paradoja y entendiendo que el estado estético es una idea regulativa, en donde
lo dicho por Fichte: “el perfeccionamiento es el camino, no la perfección”, nos
sirve para expresarla.
Friedrich Schiller
del hombre, ¿para qué poesía en época de idilio y de felicidad? ¿Para qué poetas
cuando se obtiene la libertad?
131
132
Assunto, Rosario.
(1990) La antigüedad como futuro. Barcelona: Visor.
Jauss, H.R.
(2000) “La réplica de la ‘Querelle des anciens et des modernes’ en Schlegel
Ponencia 6
y Schiller”. En: La historia de la literatura como provocación. Madird:
Península.
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(1985) Sobre poesía ingenua y poesía sentimental (trad. J. Probst y R.
Lida). Barcelona: Icaria.
(1990) Cartas sobre la educación estética del hombre (trad. J. Feijoo).
Barcelona: Anthropos.
(1998) Poesía filosófica (trad. Daniel Innerarity). Madrid: Hiperión.
Friedrich Schiller
Szondi, P.
(1992) Poética y filosofía de la historia I. Madrid: Visor.
133
Por
CARMEN NEIRA FERNÁNDEZ
Ponencia 7
Friedrich Schiller
Grabado de “Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister” de Goethe, edición de 1837.
135
136
Ponencia 7
7. El temple estético y sus etapas
8. Propuesta para una educación estética y sus consecuencias morales y políticas
1. Introducción
Friedrich Schiller
Sabemos que Schiller es uno de los grandes representantes -junto con Goethe-
de la llamada segunda generación de la Ilustración alemana. En su obra Vida y
poesía Dilthey, después de describir el ideario de los representantes de la primera
generación: Lessing, Wieland, Klopstock y Winkelmann, afirma: “una nueva
onda trajo dos hombres destinados a desarrollar este ideal de la vida y esta visión
del mundo: Goethe y Schiller” (Dilthey, 1963: 352). Este ideal de vida, según
Dilthey, consiste “en una concepción en la cual este nuestro yo se imagina una
totalidad valiosa y que le satisface”. En esa época despuntó, y no sólo en algunas
personalidades destacadas sino en las clases cultas de la nación, el afán por plas-
mar este nuevo ideal de vida, de interrogarse por el destino del hombre, por el
contenido de una vida verdaderamente valiosa, de buscar una educación auténtica
(349).
Goethe, refiriéndose al encuentro con Schiller, afirmaba: “fue para mí una dicha
tener a Schiller. Pues aunque nuestras naturalezas fueran distintas, nuestras
aspiraciones coincidían, lo que hizo tan íntima nuestra amistad, que el uno no
podía vivir sin el otro” (Eckermann: 517-518).
137
138
Ponencia 7
de paradigma mecanicista por el organicista. Acepta que la historia es progreso,
maneja la analogía del desarrollo de los pueblos con el desarrollo orgánico del
individuo; utiliza metáforas como la de la semilla, la minoría de edad y el edificio
en ruinas.
Friedrich Schiller
su vez a tres etapas del desarrollo de la humanidad: la física, la estética y la moral.
Esta última es la etapa de la filosofía práctica, pero no sólo de los hallazgos de
una ética individual, sino de la noción de Estado como construido por un sujeto
colectivo que, al alcanzar la mayoría de edad, es el sujeto de lo que él denomina
estado de derecho.
3. Tesis
Desde el comienzo plantea que la obra de arte más perfecta es “el establecimiento
de una libertad política” (Schiller, 1920: Carta II, 12). Y formula su tesis en estos
términos: “para resolver en la experiencia el problema político, es preciso
tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza”
(14).
139
A partir de este momento, procede como si comenzara una nueva vida y como si, con
claras luces y libre voluntad, trocara el estado de la dependencia por un Estado de mutuos
contratos. Tal es el origen y justificación del ensayo que hace un pueblo consciente de sí
mismo, de transformar su estado natural en un Estado moral. (Carta III, 15)
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Continúa Schiller:
El estado natural -que así puede llamarse todo cuerpo político que no se deriva en su
origen de leyes, sino de fuerzas- es ciertamente, contrario al hombre moral, para quien la
legalidad debe ser ley, pero es suficiente para el hombre físico, que se recibe leyes para
someterse a la fuerza. (16)
Esta oposición de estado natural, el que se instaura por la fuerza versus estado
de derecho, el que se instaura por medio de contratos y leyes, permite a Schiller
hacer alusión a la contradicción tan grande de la revolución francesa, que en
nombre de la Ilustración cae en la imprudencia y el inmediatismo de querer
imponer por la fuerza un estado donde se respeten los derechos del pueblo.
Estos son sus argumentos: el hombre físico, empero, es real, y el hombre moral
es sólo problemático. Si la razón destruye el estado natural, arriesga al hombre
140
Ponencia 7
El reloj viviente de un estado no puede suspender su marcha, hay que componerlo, sin
pararlo y cambiar la rueda sin interrumpir el movimiento de la rotación. (Carta III, 17)
Friedrich Schiller
Cuartéase el edificio del estado natural; sus débiles cimientos flaquean y parece ofrecerse
una posibilidad física de sentar en el trono la ley, de honrar al hombre como fin propio, de
instaurar en libertad los fundamentos de la unión política. ¡Vana esperanza! Falta la posi-
bilidad moral. El instante generoso cae sobre una humanidad incapaz de acogerlo. En sus
hazañas se pinta el hombre. ¡Y qué figuras se ven en el retablo de los tiempos presentes!
¡Salvajismo por un lado, molicie por el otro, los dos extremos de la miseria humana en una
misma época! La cultura lejos da darnos la libertad, desarrolla en nosotros, con cada nueva
potencia que evoca, una nueva necesidad, los lazos de la constricción física nos oprimen
cada vez más amenazadores; el miedo de perder nos oprime cada vez más amenazadores;
el miedo de perder apaga el ardiente deseo de mejorar, y la máxima de la obediencia pasiva
se convierte en suprema sabiduría de la vida. (Carta V, 24-27)
En esto coincide con Kant, quien en el texto ya citado, diagnostica que Alemania
está en una etapa de Ilustración todavía bajo tutores, y por eso no puede califi-
carla de etapa ilustrada.
141
Parte del hombre como individuo. Opone en él lo que permanece ante lo mudable,
el yo a sus determinaciones.
Trata esta oposición también desde las categorías de materia y forma. La forma
es la impronta de la persona y la materia es la experiencia sensible de la sucesión
en el tiempo. Con persona alude a la interioridad, y con materia a la exterioridad.
La tarea que propone Schiller es neutralizar la una con la otra.
EDUCACIÓN ESTÉTICA
Al expresar en otros términos esta misma oposición, Schiller trata de dos fuerzas
contrarias que coexisten, en donde no puede la una anular a la otra: la fuerza de la
sensibilidad y la fuerza de la razón. La relación de estas dos fuerzas genera una
tercera: la del impulso del juego, la que crea la libertad, la que hace del hombre
físico un hombre estético. Es como la chispa de fuego que surge del choque de
dos pedernales. Si no se logra esta chispa, no hay manera de convertir al hombre
físico, natural en un sujeto moral. Solamente a través de la síntesis de la expe-
riencia estética, logra el hombre físico acceder a lo universal y constituirse en
142
Schiller expone esta dialéctica en las Cartas XII y XIII, con los siguientes argu-
mentos: el impulso sensible parte de la existencia física del hombre, es su misma
naturaleza sensible, está situado dentro de las limitaciones del tiempo. Lo llama
también materia o sensación2.
Ponencia 7
Como está limitado por la sucesión del tiempo, al actuar, excluye las otras posi-
bilidades. Es pertinente la comparación con el sonido de un instrumento: si un
instrumento produce un sonido, es éste, de todos los sonidos posibles, el único
real. Esto lleva a una conclusión: si es el impulso sensible el que actúa exclusi-
vamente, nos hallamos ante la máxima limitación; es tal el extremo que queda
suprimida la personalidad mientras la sensación domina. Tanto que en lenguaje
ordinario decimos: “está fuera de sí”.
Friedrich Schiller
busca afirmar la persona frente a los cambios. Cuando domina el impulso formal,
pero sin anular la sensibilidad ponemos en acto la libertad.
El hombre, antes preso en las trabas de la sensación mezquina, se torna unidad ideal, que
comprende en sí el reino de todos los fenómenos. Al hacer esta operación no estamos en
el tiempo, es el tiempo el que está en nosotros. Ya no somos individuos, somos especie;
nuestro acto es la decisión de todos los corazones. (Carta XII, 66)
143
fuerza que nos permite superar sin anular las otras dos? Es la manifestación de
esa fuerza la que nos lleva a afirmarnos en el ser propio de la humanidad. Y esa
fuerza se llama voluntad, fuente de goce estético, de libertad y de ley.
Pero ¿cómo se va a dar el tránsito entre el sentir y el pensar, si entre los dos
hay un abismo infinito? La manifestación de la acción inmediata de la voluntad
es ocasionada por los sentidos, pero esa manifestación no depende de la sensi-
bilidad sino que se anuncia como contraposición, como libertad ante sus deter-
minaciones, como posibilidad de actuar con leyes propias, más universales y no
solamente respuestas de la sensibilidad. “Es pues, la voluntad la que se conduce
frente a los dos impulsos, como una fuerza, pero ninguno de los dos impulsos
puede por sí conducirse como una fuerza frente al otro” (Carta XIX, 99-102).
144
7. El temple estético
Ponencia 7
Ya hemos indicado que Schiller trata paralelamente las etapas del desarrollo del
individuo y las etapas del desarrollo de la humanidad. Entonces distingue tres
momentos diferentes o grados de la evolución que “no sólo el hombre aislado,
sino la especie entera tienen que recorrer necesariamente en determinado orden,
si han de cerrar por completo el círculo de su destino” (Carta XXIV, 125). La
primera etapa la natural o física; la segunda la estética; y la tercera la moral y
política.
Friedrich Schiller
etapa física a la moral. Es necesario que pase por la estética, que le da la expe-
riencia del juego y de la libertad y le ayuda a tener conciencia de especie y no
sólo de individuo. Y afirma que es más fácil el paso de la experiencia estética a la
moral, que el de la experiencia física a la estética.
El hombre físico
Es egoísta, sin poseerse a sí mismo; está desasido de todo, sin ser libre; vive esclavo sin
servir a una regla. El mundo es para él azar, ni siquiera objeto. Toda variación es para él
una creación del ahora, porque junto a lo necesario en él, le falta la necesidad fuera de él.
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El hombre racional
Pero sin estética esta razón se puede desviar, el hombre se puede equivocar.
Sobre las alas de la imaginación abandona el hombre los estrechos límites del presente y se
lanza a la conquista de un ilimitado futuro. Mientras en su imaginación se alza la imagen
de lo infinito, su corazón sigue viviendo en lo particular y no cesa de servir al instante
transitorio. (Carta XXIV, 129)
Fruto de esta equivocación son los sistemas absolutos que basan la moralidad en
el miedo y los cuidados. Así el hombre no gana, sino que pierde hasta la felicidad
de la bestia. En este estado el hombre siente solo las cadenas de la ley y no la
infinita liberación que la ley otorga.
EDUCACIÓN ESTÉTICA
El hombre estético
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Ponencia 7
El germen de la belleza necesita condiciones y tiene sus manifestaciones. Para
que se cultive es necesario un alto grado de cultura. La educación estética no
puede esperarse en el ambiente de los trogloditas, aislados en sus cuevas, ni
en el de los nómadas, sin espacios propios, condenados a moverse en rebaños
humanos. Sólo podrá desarrollarse cuando el hombre tenga “su cabaña propia,
donde converse consigo mismo y al salir pueda dialogar con sus semejantes”
(Carta XXVI, 141).
Friedrich Schiller
del hombre: el goce de la apariencia, la capacidad de juego y la tendencia al
adorno.
147
Pero al hombre no le basta con tener satisfechas las necesidades naturales, ni que
las cosas le agraden, quiere agradar él mismo. No contento con añadir a lo
necesario una estética superfluidad, el hombre se adorna.
El libre placer entra a formar parte de sus necesidades, y lo innecesario llega pronto a ser
la mejor parte de sus alegrías. Poco a poco ha ido la forma acercándose desde fuera y con-
quistando su habitación, los útiles domésticos, el traje; comienza por fin a adueñarse de sí
mismo y a transformarse: primero en lo externo; luego también en lo íntimo. […] Además,
cuanto posee debe reflejar el ingenioso entendimiento que lo pensó, la mano amorosa que
lo labró, el alegre y libre espíritu que lo eligió. (Carta XXVII, 157)
No sólo sus cosas, él mismo, su forma de arreglarse, sus gestos. El salto se torna
danza; los ademanes se tornan lenguaje. Hasta el amor y el odio se transforman.
Libre de los hierros que el apetito impone, el alma bulle en el alma y en lugar de
un egoísta trueque de placeres, nace un magnánimo cambio de aficiones. “El odio
mismo escucha atentamente la voz del honor y hace que la espada del victorioso
perdone al enemigo desarmado, y un hogar hospitalario caliente al extranjero
extraviado en lejanas comarcas. Se abre un tercer reino, el reino alegre del juego
y la apariencia bella” (Carta XXVII, 158).
del impulso sensible y del impulso racional, de tal manera que sean una fuente
de armonía. Personas que estimen los detalles, que aprecien las formas de las
cosas, que valoren el lenguaje del arte. En una palabra, personas con educación
estética.
148
Ponencia 7
2. referidas al intelecto; esta es su cualidad lógica.
3. referidas a nuestra voluntad, como objetos de elección; esta es su cualidad moral
4. referidas al conjunto total de nuestras diferentes potencias, sin ser objeto determinado para ninguna; esta es su cualidad
estética.
Friedrich Schiller
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Dilthey, Wilhelm.
(1963) “Vida y poesía”. En: Obras Completas, T. III. México: FCE.
Hauser, Arnold.
(1993) Historia social de la literatura y el arte, T. III. Barcelona: Ed.
Labor.
Kant, Immanuel.
(2002) Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (trad. Rubén
Jaramillo Vélez). En: Señal que cabalgamos No. 5, 5-13.
Schiller, Federico.
(1920) La educación estética del hombre (trad. García Morente). Madrid:
Ed. Calpe.
EDUCACIÓN ESTÉTICA
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