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NARCISO ARÉSTEGUI
EL ÁNGEL SALVADOR
Novela de costumbres cuzqueñas
Narciso Aréstegui
EL ÁNGEL SALVADOR
Novela de costumbres cuzqueñas
Narciso Aréstegui
Ministerio de Cultura
Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco
EL ÁNGEL SALVADOR. Novela de costumbres cuzqueñas.
Narciso Aréstegui Zuzunaga
Primera edición. Cusco, 1872
Segunda edición. Cusco, 1920
Tercera edición. Cusco, 1958
© De esta edición:
Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco – Ministerio de Cultura
Avenida de la Cultura 238, Condominio Huáscar. Wanchaq, Cusco
Central telefónica (051) – 084 – 582030
Coordinación editorial:
Carmen Macedo Malpartida
Cuidado de edición:
Enrique Rosas Paravicino
Gonzalo Valderrama Escalante
Diseño y diagramación:
Nicolás Marreros Córdova
Juvenal Zamalloa Aguirre
Arte de portada:
Adolfo Reynaldo Sardón Abarca
ISBN:
Hecho el depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2017-10121
Impreso en:
GD Impacto S.A.C.
Av. Aviación Cuadra 51 - Santiago de Surco
Printed in Perú
Qosqopi ruwasqa
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación por cualquier medio o procedimiento,
sin la autorización previa, expresa y por escrito de los editores.
Presentación
Esta novela se publicó por primera vez en 1872. Luego fue reedita-
da en dos ocasiones; primero en 1920 por la tipografía del diario El
Comercio de Cusco, y después en 1958 por la editorial H.G. Rozas,
como componente del Primer Festival del Libro Cusqueño.
He aquí un libro en el que nuestra ciudad y sus gentes son los pro-
tagonistas de una historia local y regional, por lo que su autor Narciso
Aréstegui ocupa un sitial de honor en la literatura peruana y latinoa-
mericana.
¿Por qué debemos leer este libro? Por varias razones. Primero, por-
que El Ángel Salvador es un testimonio de época; en otros términos,
nos ofrece detalles de la vida social de un Cusco citadino anterior.
En segundo término, porque en los hechos de ayer laten los elemen-
tos germinales que delinearán el perfil de nuestro tiempo. Y, además,
porque es una obligación ciudadana conocer a nuestros autores y, en
consecuencia, revalorar sus propuestas creativas, para mantener siem-
pre un vínculo coloquial entre pasado y presente, en perspectiva a
construir una sólida identidad cultural y nacional.
Enrique Rosas Paravicino
I
LAS HERMANAS DE ESPÍRITU
—Le digo a usted, comadre Micaela, que cada vez que veo
a esa preciosa niña, siento mi corazón tan oprimido que no
sé qué pensar.
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con el sonido de las muchas medallas, blancas y amarillas,
que adornaban el larguísimo rosario constantemente agitado
por sus dedos.
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II
LA IDA DE BELÉN
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síguense las sonatas en que prorrumpen las originales músicas
de los fantásticos bailes, con que la humilde clase del pueblo
cumple sus votos a la Virgen de Belén.
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Apenas el niño junta las manos arrodillándose sobre su ta-
bladillo, el múltiple ruido, como un solo y confuso eco, vuel-
ve la alegría a los corazones, y pone en movimiento los incan-
sables pies de los bailarines.
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Los ch’aiñas (jilgueros) sacuden las alas llenas de cascabeles
al ver que llega el halcón de agudo pico; y los velludos osos
intentan arrebatar los niños que las amas llevan en los brazos.
En pos de las cuadrillas de coyas (jóvenes nobles), vénse imi-
tando grotescamente las figuras de contradanza que aquellos
bailan, a los traviesos monos de todos tamaños.
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III
EN QUE LOS DIABLOS CAUSAN RISA
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pies con zapatos blancos bordados de oro, tacos de madera y
brillantes hebillas sobre el alto empeine.
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—Podemos guiar nuestros pasos hacia su encantadora morada.
18
IV
¿QUIÉN ES?
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Aproximábase la comitiva de jóvenes en que iba el me-
lifluo, a la inmediata calle que conduce a la parroquia de
Santiago, cuando aquel caballero sentó el potro al frente del
grupo, dejó la montura y echó la brida al primer hombre que
vio cerca.
—¿Quién es? —se preguntaron, más que con los labios, con
los ojos, los acompañantes de las jóvenes.
La joven aceptó.
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V
EN QUE LA ESCOLTA SE RETIRA
REVENTANDO DE CÓLERA
—Nunca, Rosita.
—También yo.
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—Extraño el silencio de don Pepe.
—Cerca de ti...
—¿Y Enrique?
—¿Y tú?
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—¿Y lo estás tú?
23
VI
SON FLORES DE ROMERO
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Sobre la alfombra de una sola pieza que cubría el piso,
veíanse arrimados contra los muros, anchos escaños dorados
con colchoncillos de terciopelo carmesí, ajados por el uso.
Al pie del cuadro y sobre una repisa había una jarra de flo-
res, y otra sobre la mesa de cedro que ocupaba el centro de
la habitación.
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VII
INSTRUCCIÓN ELEMENTAL Y ARTÍSTICA
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datario de la pequeña hacienda que poseía en la quebrada
de Calca, se complacía la señora de ver logrado el fruto de sus
desvelos, y acariciándola con ternura, le decía:
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El renombre de Rosa, en poco tiempo, fue popular por
aquellos trabajos de masa, verdaderamente artísticos que
salían de Santa Catalina en grandes fuentes de plata, ya
figurando batallones de soldados con su jefe a caballo, ora
arcos triunfales llenos de banderas, ya peces dorados nadando
en un mar de almíbar, en fin, pichones rellenos de frutas en
conserva.
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vestidos y cantar a dúo los yaravíes que más gustaban a Mag-
dalena.
29
VIII
AL PIE DE LA CRUZ
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Aguardaba con impaciencia llegar a su mayor edad, para
entrar en posesión de una parte de la fortuna de sus padres,
los condes de la Oliva.
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das consideraciones con que su misma madre trataba a Pepe,
borraba de su corazón los firmes propósitos.
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IX
CONFIDENCIAS
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—¡Chist! —silbó Magdalena, y juntó por sí misma la puerta
de la habitación.
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—¿Y cómo no estarlo?... Yo presiento algo que no sé expli-
carme... Mi existencia, tranquila hasta hoy, ¿se llenará de las
densas nubes que presagia una tempestad?...
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¡Cuán hermosa estás así! Tuvo razón aquel caballero para ha-
berte preferido con su lindo ramillete, a la multitud de niñas
que vería en las ventanas, hasta llegar a Belén.
36
X
UN NIDO DE PALOMAS
Rosa fue la primera que abrió los ojos, heridos por un rayo
de luz que penetraba por las hendiduras de una ventana de
aquel nido de palomas. Levantó la cabeza, miró a Magdalena
37
profundamente dormida, tomó sin ruido sus vestidos y salió
de puntillas a la habitación exterior. Eran las ocho cuando la
rubia despertó radiante como el sol de la mañana. Impruden-
temente una criada, abrió las puertas exteriores y la curiosa
luz penetró en el dormitorio a través del blanco cortinaje de la
puerta, con suave y misteriosa claridad.
—Voy señorita.
—Muy bien.
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ramos de las flores del jardín para llevárselos a la Virgen: que
mañana es la procesión... ¿Me entiendes?
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XI
COMO LA ESTATUA DE LOT
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Habían caminado más de cuatro cuadras, aceleradamente,
ascendiendo por el insensible desnivel de las calles de la ciu-
dad.
–No comprendo.
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—He dicho... he querido decir… —balbució Enrique sin
resolverse a sostener su palabra.
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—¿Acaso sabe usted en qué consiste mi felicidad?
—No entiendo.
—¿Rosa?...
—Váyase usted...
43
Inmóvil, como la estatua de Lot, Enrique no se retiró sino des-
pués que Rosa le dirigió una última mirada de lo alto de aquella
subida.
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XII
EN QUE, DESPUÉS DE UNA PLEGARIA,
APARECE YA LA COLA DEL DIABLO
—¡Gran cosa!
45
—¡Mucho! Basta que sean tan lindas como tú y que me
viera privada de llevarlas.
—¡Habladora!...
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—Un día me encontró en la portería, y tocándome la barbi-
lla, me dijo con voz de órgano: ñata, ¿cómo estás?
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—¡Ampáranos, Señora! ¡Protégenos, Madre! Huérfanas y
solas en el mundo, nos acogemos bajo tu cariñoso manto,
seguro refugio de los atribulados corazones…
—Señora... gracias.
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—Buenas noches, señora —interrumpió Rosa que parecía
estar sobre ascuas.
—Pobre señora…
—¿Es posible?
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XIII
LAS PALOMAS SON INGRATAS
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cielo tachonado de estrellas que parecían recibir su titilante
brillo de la modesta reina de la noche.
51
aquellos gigantescos árboles. Sentía los variados gustos de
ellos en mis húmedos labios sin haberlos tocado, y estaba
como enajenada por su puniente aroma. Mil clases de plantas
trepadoras cubrían, como una red matizada de campanillas,
los troncos de los árboles y la senda que seguían mis pies
estaba llena de hojas y de yerbas frescas que figuraban una
mullida alfombra.
—¡Dios mío!
52
con la sencilla fe de su corazón cristiano—. Recordé la última
oración que pronunciaba mi abuelita al acostarse, echando
una cruz a la puerta: “¡Yo os conjuro en nombre del cielo, a
vosotros espíritus malignos, que os alejéis de este recinto de
paz!”. Exclamé con todo el poder de mi voluntad, y exten-
diendo el brazo, hice la señal de la cruz... El horrible mons-
truo describió un círculo en el espacio, lanzó un silbido extra-
ño y desapareció entre las malezas, arrastrando tras de sí las
hojas caídas de los árboles.
53
—¡Ah! Rosita: su acento era triste como un suspiro... ¡El
horrible monstruo! —exclamé al escucharla recordando la
culebra que yo había ahuyentado.
—¿De oro?
54
—De azahares.
55
—Sus luminosos rayos reflejan en tus pupilas, su transpa-
rente disco atrae como una dulce mirada, la contemplas con
amor y parece que guía tus pasos. Con el deseo te aproximas
a ella vas a tocarla... ¡Ah!... ¡pero está lejos, muy lejos de ti!…
Magdalena prosiguió:
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lo suspendí dentro de la toldilla de mi lecho. No sé cuánto
tiempo la tuve ahí... Un día, vi la paloma aletear alegremente
entre las plantas del jardín, picotear las flores, y después, ve-
nir a posarse sobre mis hombros buscando mis labios con su
oloroso pico…
57
—¿Y, en fin? —instó Rosa.
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XIV
QUEJAS AL VIENTO
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—Y el único que sé...
Recorro mi pensamiento
Durante la luz del día;
Llega la tarde sombría
Y la noche con su horror;
Siempre el mismo sentimiento
Atormenta la memoria,
Con la triste y vaga historia
¡De la ausencia de mi amor!
Las palomas son ingratas
Vuelven los ecos del valle
Y aunque el corazón estalle
De tu silencio al rigor,
No dirá que tú le matas
Si tierno aguardó tu pecho
No para pesares hecho,
¡Puro, tu primer amor!
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Puro como el soplo de la brisa en una floresta, igual como el
arrullo de la paloma al ocupar su nido, esta tranquila manifesta-
ción del dolor imaginario, excluía la desesperación que tortura
los corazones sin esperanza.
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XV
DISPLICENCIA
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Es triste pasar un día de fiesta solas.
—Te comprendo, Rosita.
—¿Sí?...
—Vamos Rosa.
………………………………………………………………..
63
el campo— ¡han muerto por lo menos diez mil en la mañana!
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Si el horizonte del meritorio se manifestaba puro y transparente,
el de Pepe estaba sombrío y nebuloso.
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—¿Y cómo has adquirido tú esas noticias? —preguntó Pepe.
66
XVI
EN QUE YA APARECIÓ AQUELLO
Las jóvenes, cuando se ven solas entre las flores que aman,
son como las aves canoras que no pueden posarse sobre las
ramas de un árbol sin trinar.
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—A usted señorita.
—¿A mí?
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Su espíritu comenzó a vagar preocupado con el sencillo te-
nor de la carta.
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—Sí… señora...
—Ya sabes que esta pobre celda siempre está abierta para ti.
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XVII
CONFIDENCIAS
71
Ciñe el esbelto talle un pequeño broche de acero, y en am-
plios pliegues se desprenden las guarnecidas faldas en que
descansa la otra mano: en el dedo anular, brilla el aro que
sujetaba aquel ramillete.
72
Magdalena hizo un esfuerzo para dominar su sorpresa: incli-
nó el esbelto talle, y con una mirada cuya expresión solo pue-
de conocer el alma, indicó al caballero depusiera sus temores.
73
Por la primera vez de su vida se encontraba al frente de un
hombre que no la hacía escuchar aquellos vulgares elogios,
que las más veces, sublevan el candor de las jóvenes.
74
—¿Cree usted en los augurios?
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porque no he conocido una esposa más humilde ni una
madre más cariñosa que lo fue la mía.
—Yo no vi a usted…
—En la tarde, monté a caballo... y tal vez cometí una im-
prudencia…
—Caballero...
76
—Al menos, como un medio que puede facilitar el descu-
brimiento de la persona que busco.
—Y este anillo...
—Sí, caballero.
77
Daniel la contemplaba en silencio.
—No sé que Rosa tenga también el nombre de Luisa —dijo
la rubia y añadió con vivo interés— ¿Y sabe usted el nombre
de la madre de la joven que busca?
—Teresa.
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—Hablaré con Rosa que conoce casi todas las familias prin-
cipales.
79
XVIII
FRENESÍ
—Así lo creo.
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Predispuesto el ánimo con tal descubrimiento, pasó a la sala
de recibo con el semblante poco amable.
81
—Hace tiempo que he dicho a usted seamos buenos
amigos.
82
—Es preciso que lo sepa usted todo —añadió Pepe con una
agitación febril que empalidecía su semblante—. El falso mar-
qués ha salido de México extrañado por el virrey: conspirador
contra la corona, mucho es que se haya librado del terrible
poder de la justicia...
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XIX
EN DONDE ROSA AFIRMA QUE HAY
LEONES DE PIEDRA QUE ASUSTAN
—¿Es posible?
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figúrate que tiene más de cien convidados de los más
notables señores. Cuando fui a entregar mis dulces, la
encontré preparando por sí misma los pasteles, cremas y
tortas que debe presentar en la mesa... ¡Aquella despensa era
un almacén de plata labrada, cristalería y confituras que daba
envidia!
85
Semejante relato hecho por la rubia con el fantástico colo-
rido con que había contado su sueño, exaltó el susceptible
corazón de Rosa, hasta el extremo de temer por la tranquili-
dad de su amiga.
—¿Oyes?...
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—¿Dónde vive el corregidor? —preguntó Magdalena.
—Las escaleras que conducen a los corredores altos, son tan an-
chas como larga es tu sala. En las paredes, se ven grandes lienzos
de figuras de caballeros vestidos de fierro y con bigotes retorcidos:
nunca me he detenido a leer sus nombres, porque hay sobre los
pasamanos disformes leones de piedra que asustan por su mirada.
87
XX
DONDE SE VE QUE PAULA, LA BEATA,
SABE LATIN.
—¿Quién es?
—Soy doña Paula, del beaterio de Belén.
—Ya voy.
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—Buenos días, señora.
—Pero en el beaterio...
89
—¿Por qué?
90
—Se me olvidaba... Que vayan a recoger tus floreros, pues
con el calor de las ceras del camarín tus ramos se han secado
como mi corazón... Hasta luego...
91
XXI
PACTO OFENSIVO.
—¿La conocías?
—Mucho.
92
La beata recibió un duro que lo contempló con las pupilas
dilatadas.
—¿Estamos?...
93
—Adiós, adiós —repitió Pepe tomando la acera—. Ya nos
veremos... trabaje usted con actividad y constancia.
—¿Quién viene?...
94
XXII
¡POBRE PEPE!
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—Un poco…
—¡Quién sabe!
—¿Por qué?
—Repito la pregunta.
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—Lo mejor que pudiera usted hacer es, Don Pepe, dejar
que el tiempo borre las malas impresiones... Quiere usted
imperar en el corazón que ha herido, y desea usted que pal-
pite con la angustia del dolor y no con la dulce confianza que
debe inspirar la vista de un amigo sincero.
97
—Nada —contestó la artista deteniéndose en la esquina de
la casa, y añadió:— aquí mismo conversaban él con la beata
de Belén; y cuando me vieron, se dispersaron.
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por los lindes de las haciendas; las blancas arquerías de los
corredores convidando a gozar en ellos, y las lejanas pobla-
ciones de San Sebastián y San Gerónimo agrupadas en lonta-
nanza, con las torres de sus iglesias perdidas entre la bruma.
99
La rubia estaba abismada en su pensamiento y Rosa la con-
templó con aire de tristeza.
100
XXIII
INICIATIVA
101
de los dulces recuerdos, y dio principio a una conversación
en que solo tendría la iniciativa.
102
Magdalena dirigió a Rosa una mirada que, sin embargo, de
expresar un reproche, armonizaba con la sonrisa que se di-
bujó en sus labios.
103
—El porvenir se presenta sombrío para quien no confía en
la esperanza —repuso Daniel— y solo la pierde el corazón
exaltado que aspira al bien que no puede alcanzar jamás...
Observe usted las flores de su jardín, vea usted a los pajarillos
que vienen a buscar las semillas que aquellas derraman, las
unas ostentan sus brillantes corolas sobre el flexible tallo que
usted regó con la esperanza de verlo florecer; y los otros
confían en que no los ahuyentará usted, puesto que no
vienen a causarle daños.
104
—Sus hechos lo confirmarán.
—Como sobre gustos cada uno tiene los suyos... más sim-
pático me parece el niño Pepe…
105
XXIV
EN DONDE PAULA EXPLICA
EL SUEÑO DE MAGDALENA
Era evidente, que allí había resuelto pasar el resto del día,
la señora beata.
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—¿Y en el Flox que ha leído usted, está aquello del pecati?
—No... de mareos.
—¿Entonces?
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—“Entre col y col lechuga” —gangueó la beata dando vuel-
tas a un trozo de fritura entre sus encías ausentes de mue-
las—. Cuéntame algo...
—¿No has tenido algún sueño? Las niñas son muy soñado-
ras... algunos he explicado y han salido ciertos.
—He leído los sueños del santo rey Faraón sobre las siete
espigas flacas que comieron siete vacas gordas... ¡Oh! Eso tie-
ne mucho que entender.
—Sin duda…
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—No ha sido más que uno.
—Diga usted.
—El viento que esparció tus cabellos al penetrar en
el bosque, era el soplo de las pasiones que dejaste pasar
sin volverte atrás... Fuerte por la voluntad de Dios, sin
miedo, como David con su piedra, que era la cruz con que
ahuyentaste al enemigo malo, salvaste tu inocencia, la blanca
paloma lastimada... Desde aquel momento brilló para ti la
estrella que guió a los reyes Magos al humilde altar de la
redención y que guiaba tus pasos a un santuario, asilo de la
virtud. Solo a los benditos claustros, donde se conserva la
pureza del corazón, podía conducir aquella senda de flores
que hollabas con tus pies, erguida con la mística corona de
la virginidad.
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por su mente con incierto rumbo, la idea que había acaricia-
do su ardiente pensamiento.
—¡No!... —se dijo— ¡Dios no ha podido darme un corazón
tan expansivo para encerrarlo palpitante en una tumba!
—Continúe usted.
—¿Qué sucederá?
110
XXV
EN DÓNDE SE VE QUE ENRIQUE
REHUSA SER DIABLO
—Extrañando de su olvido…
111
—Si tengo tiempo...
112
—Sabes que el marqués quiere ganarme la partida, y como
“quien tiene enemigos no duerme”, he revuelto el mundo.
—¿Acabarás de explicarte?
113
una noche obscura... Se le aparecerá de repente el diablo
marqués, convenientemente adornado con sus cuernos, y su
rabo, y cuando la infeliz pida al cielo que la ampare, se le
presentará su ángel salvador que seré yo.
—Serás tú.
—Pero... Pepe...
114
estocada podría librarme de su inoportuna presencia... ¡Sí...
le provocaré como caballero, y mi odio hará más profunda su
herida de muerte!
—Sé tú el ángel.
115
XXVI
LÁGRIMAS INVOLUNTARIAS
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—Entonces... es demás que venga —balbució Rosa.
—Nada, mamá.
117
—Sin duda que el señor Daniel no pertenece a la raza de
esos nobles orgullosos: yo le he oído hablar... y me ha pare-
cido muy amable.
118
supiera usted, señora Andrea, la impaciencia que tengo por
satisfacer los deseos del marqués.
—Lo siento.
—Si, viernes...
—Sí mamá.
119
Magdalena miró a la madre y a la hija con extraña curiosidad.
120
XXVII
EGOÍSMO
121
—¡Cómo no está Rosa aquí para abrazarla! —exclamó
Magdalena con viva emoción.
—¿Y quién te ha dicho que entre ella y esta joven hay algu-
na relación?
—¿Me lo prometes?
—Lo ignoro.
122
—Yo soy... es decir… yo fui su comadre; y cuando falleció
recogí algunas cosas de su pertenencia, como sus ropas que
están en esa caja y sus alhajitas que son éstas.
—No lo creas.
123
—¡Cómo se engaña el corazón! ¿Sabe usted, que creí ver
en Rosa algo de la fisonomía del marqués?
—¿Y después?
—¿Eso ha dicho?...
—Esta mañana.
124
Conozco tu corazón, tu modo de sentir… Rosa me lo ha dicho
todo... ¡mi hija! De otro modo jamás habría consentido que
pasara contigo largas horas privándome de su compañía, y
las noches últimas sin recibir sus dulces besos al retirarse a su
lecho… Bien me lo decía el corazón que el entrañable cariño
que tengo por ella me mataría. Acostumbrada a su vista desde
que nació en mis brazos, querida por mi como un presente
que me hacía el cielo para consuelo de mi soledad.... ¡oh!
¡yo no puedo separarme de ella... no lo consentiré jamás!...
125
A la vista de un dolor tan profundo, no encontró Magda-
lena una palabra consoladora; y reprimiendo el brote de su
sensibilidad, excitado por aquel sentido llanto, apenas pudo
pronunciar estas palabras entrecortadas:
126
que mi espíritu se subleva y desfallece mi corazón de angus-
tia!... ¿No es cierto, Magdalena, que debo procurar cuanto
bien sea posible para su ventura…?
—Si, señora.
127
—Viviría usted con ellos.
128
sentimientos altamente elevados: su consagración a Dios y su
amor a Rosa.
129
—¿Y con qué fin señora?
130
hacer cuanto quiera en provecho de ese matrimonio, que
espero en Dios, será muy feliz.
La rubia inclinó la cabeza en señal de asentimiento.
131
XXVIII
EN DONDE AFIRMA PAULA QUE CONOCE
A TODO EL MUNDO
132
—¿Algo de parte de Rosa? ¿La ha visto usted?... ¿Estará con
usted en la tarde?...
—¡Ave María!...
—Doña Paula...
—¿Yo?
133
—¿No conocía usted al caballero con aire de gran señor?
—¿Es posible?
—Como lo oyes.
—Daniel es mexicano.
—¿Eso ha dicho?
—Diga usted.
134
—Lo ignoraba... ¿Y a qué ha venido?
—¿Es un secreto?
—Gracias.
135
—Sé que... ese convite fue... dado con objeto de poner
en relación al señor marqués con los principales señores del
Cusco.
—¿Y el motivo?
136
—Entonces... no existe tal mandato.
137
—Al fin… —pensó con esfuerzo supremo— nada de co-
mún hay entre los dos… Él es noble y yo puro corazón. Más
sincero que el suyo, sabrán rechazar sus falsías…
138
XXIX
LOS ANILLOS
139
Al tomar la acera de Santa Clara, vio que el marqués galo-
paba por la pampa, pasando cerca de ella en su brioso caba-
llo, como un celaje.
También Enrique.
140
Interrumpidos en una conversación muy íntima, en la cual
el nombre de Rosa había sido muchas veces repetido, verla
de repente creyéndola lejos, para la señora Faustina y su hijo
fue una aparición providencial, y para la señora Andrea un
momento decisivo que no habría querido llegara todavía
141
Enrique tendió los brazos a Rosa y la estrechó con toda la
vehemencia de que era capaz su alma.
142
Enrique y su madre se miraban sin comprenderse, y la seño-
ra Andrea se pasaba los dedos por la ofuscada vista preñada
de lágrimas.
143
—En verdad, Rosa es su hija… —afirmó la señora Faustina—
Yo la conozco... es hija de ella y esposa de mi hijo.
144
y comprendiendo en confuso desorden su misma ignorada
historia.
Rosa se arrodilló.
145
hacia la puerta, y fue contenido por su madre que adivinó su
intento.
—¡Alí! ¡sigue!...
—¿Lo ignorabas?
—He escuchado todo, casi fuera de mí…
146
—Pero tu corazón...
147
XXX
LAS DAMAS
—Comprendo...
—¿Estamos?
—Cuando tú quieras.
148
Sobre la cama se veía un disfraz completo de diablo con la
horrible máscara puesta sobre las almohadas.
149
reponer la fortuna que ha disipado y seguir gozando de la
vida, ha celebrado un pacto con el diablo, cediéndole su alma
en cambio de riquezas fabulosas y de amorosos caprichos.
—Veamos.
—¿Y, en fin?
150
—¡Un alma pura en lugar de otra perdida!...
—¿Por quién?
—¿Y tú lo dices?
151
—Para llegar a ese caso, es preciso secundar los nobles
esfuerzos de Paula.
—En verdad.
—Me parece…
152
Su corazón tranquilo y apacible, estaba herido por el
desprecio del marqués; y ante el pensamiento de cruzar sus
afectuosas inclinaciones, no pensaba en el grave daño que
tal vez causaría a Magdalena con la realización de aquella
diabólica farsa.
153
—De tres, dos…
—¡Cómo!
154
—¡Pobre Enrique! Creo que has visto las orejas al lobo. ¡Já!
¡já! ¡já!
—¡Qué tonto!
—¿Así va?…
—Pues... ¡Dama!
—Está libre.
155
—En cuanto a mí... ¡No pierdo la esperanza! —exclamó el
novio de Rosa.
156
XXXI
INSOMNIO
157
Lentos se oyeron, momentos después, los vibrantes ta-
ñidos de la María Angola que anunciaba las nueve de la
noche.
—No es eso...
—¿Sino?
—¿Cómo…?
158
—Esta sala es muy fría…
159
—Entonces hasta mañana, doña Paula.
160
El sentimiento de la fidelidad, desenvolviéndose en el
pensamiento de Magdalena con la sucesión de halagüeñas
esperanzas, acabó por derramar en todo su ser, el dulce
adormecimiento que presagia un sueño tranquilo.
161
XXXII
"EL ÁNGEL SALVADOR"
162
ciente dio un supremo grito que conmovió hasta el corazón
de la cómplice del conde.
163
la pobre Paula que corría precipitadamente con dirección a
su beaterio.
164
—No la hemos visto.
165
El marqués se había despojado de sus atavíos y hallando a
mano la guitarra que servía para cantar a las palomas, invitó
a Enrique:
—¿Usted canta?
166
Deja que revelen tus dulces ojos,
¡Rayos de luz! tu hermoso corazón:
Deja que el mundo por ti sienta enojos,
Que tus gracias envidie en su ambición.
FIN
167
Índice
Presentación 7
Prólogo 9
I. Las hermanas del Espíritu 11
II. La ida de Belén 13
III. En que los diablos causan risa 17
IV. ¿Quién es? 20
V. En que la escolta se retira reventando de cólera 22
VI. Son flores de romero 25
VII. Instrucción elemental y artística 27
VIII. Al pie de la cruz 31
IX. Confidencias 34
X. Un nido de palomas 38
XI. Como la estatua de Lot 41
XII. En que, después de una plegaria, aparece el diablo 46
XIII. Las palomas son ingratas 51
XIV. Quejas al viento 60
XV. Displicencia 63
XVI. En que ya apareció aquello 68
XVII. Confidencias 72
XVIII. Frenesí 81
XIX. En donde Rosa afirma que hay leones de piedra que asustan 85
XX. Donde se ve que Paula, la beata sabe latín 89
XXI. Pacto ofensivo 93
XXII. ¡Pobre Pepe! 96
XXIII. Iniciativa 102
XXIV. En donde Paula explica el sueño de Magdalena 107
XXV. En dónde se ve que Enrique rehusa ser el diablo 112
XXVI. Lágrimas involuntarias 117
XXVII. Egoísmo 122
XXVIII. En donde afirma Paula que conoce a todo el mundo 133
XXIX. Los anillos 140
XXX. "Las damas" 149
XXXI. Insomnio 158
XXXII. "El ángel salvador" 163
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de Agosto de 2017
en la ciudad de Lima - Perú en la imprenta:
GD Impacto S.A.C.
Av. Aviación Cuadra 51 - Santiago de Surco,
con un tiraje de 5000 ejemplares.
¿Por qué debemos leer este libro? Por varias razones. Primero, porque El
Ángel Salvador es un testimonio de época; en otros términos, nos ofrece
detalles de la vida social de un Cusco citadino anterior. En segundo término,
porque en los hechos de ayer laten los elementos germinales que delinea-
rán el perfil de nuestro tiempo. Y, además, porque es una obligación ciuda-
dana conocer a nuestros autores y, en consecuencia, revalorar sus propues-
tas creativas, para mantener siempre un vínculo coloquial entre pasado y
presente, en perspectiva a construir una sólida identidad cultural y nacional.