Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CARLOS
PT2474
.S8
D7
1886
'I»!.UÌJ*|IHII ••U*lll^lkltB(t«l|llill|lllillll'
jllllllil.t»!ll)llllllillil»tlll!lii!l!i||lili8|ij
1080030002
d r a g a s
a . B -
L A N O V I A DE MESINA - WALLENSTEIN
TRADUCCIÓN DE
G O S E Y X A R T
ILUSTRACION DE
A !/•< n^ft/iü
B A R C E L O N ^ É I W N D O
B I B L I O T E C A « A R T E
¿ • - c s s s
XÌA X^OVIA DE (DESINA
UNIVERSITARIA
, C ;
"ALFC 0 RTYES"
OG W SALVADOR TOSCANO
OACCOR «00AVJA3
A C T O I
DOÑA ISABEL, p r i n c e s a d e M e s i n a .
ESCENA PRIMERA
DON MANUEL "I
} sus hijos.
DON CESAR J La e s c e n a r e p r e s e n t a u n v a s t o s a l ó n c o n g r a n c o l u m n a t a . P u e r -
BEATRIZ. t a s á d e r e c h a é i z q u i e r d a . Al f o r o la r i c a p o r t a d a d e u n a c a -
DIEGO. pilla.
Mensajeros.
EL CORO, f o r m a d o p o r el s é q u i t o d e l o s d o s h e r m a n o s . DOÑA ISABEL, d e r i g o r o s o l u t o . L o s a n c i a n o s d e M e s i n a , d e
pié en torno suyo.
Los ancianos de Mesina, p e r s o n a j e s q u e no h a b l a n .
DOÑA ISABEL
A C T O I
DOÑA ISABEL, p r i n c e s a d e M e s i n a .
ESCENA PRIMERA
DON MANUEL "I
} sus hijos.
DON CESAR J La e s c e n a r e p r e s e n t a u n v a s t o s a l ó n c o n g r a n c o l u m n a t a . P u e r -
BEATRIZ. t a s á d e r e c h a é i z q u i e r d a . Al f o r o la r i c a p o r t a d a d e u n a c a -
DIEGO. pilla.
Mensajeros.
EL CORO, f o r m a d o p o r el s é q u i t o d e l o s d o s h e r m a n o s . DOÑA ISABEL, d e r i g o r o s o l u t o . L o s a n c i a n o s d e M e s i n a , d e
pié en torno suyo.
Los ancianos de Mesina, p e r s o n a j e s q u e no h a b l a n .
DOÑA ISABEL
Sale EL CORO
ESCENA II
C o m p ó n e s c d e d o s m e d i o s c o r o s q u e e n t r a n al m i s m o t i e m p o en
ISABEL, DIEGO e s c e n a p o r l o s d o s l a d o s o p u e s t o s , u n o p o r el f o n d o y o t r o p o r
el p r o s c e n i o ; d a n la v u e l t a á la sala y se a l i n e a n l u é g o c a d a
u n o en d i s t i n t o lado. U n o d e l o s c o r o s lo f o r m a n c a b a l l e r o s
ISABEL.—¡ D i e g o ! a n c i a n o s , y j ó v e n e s el o t r o ; d i s t í n g u c n s c p o r s u s c o l o r e s y
DIEGO.—(Qué ordena mi soberana ? d i v i s a s . Al d e t e n e r s e , cesa la m ú s i c a , y e m p i e z a n á d i a l o g a r
ISABEL.—Acércate, fiel servidor, corazón leal; tu los c o r i f e o s .
has compartido mis inquietudes y mi dolor; comparte
ahora mi dicha. Á tu alma fiel confié m i tierno y triste 1.cr CORO - C A Y E T A N O . — C o n respeto te saludo, sala
secreto; ha llegado el m o m e n t o en que debe parecer á espléndida, cuna real de mi amo, bóveda magnífica
la luz del día. Harto he reprimido el i m p u l s o poderoso sostenida por soberbia columnata. ¡ Repose el acero en
de la naturaleza, gobernada por agena v o l u n t a d . Ahora la vaina! Sea encadenada ante esta puerta la furia de
puede su voz alzarse libremente; hoy será saciado mi la g u e r r a con su cabeza cargada de serpientes! porque
corazón, puesto que esta casa, por tanto t i e m p o desier- el u m b r a l sagrado de esta mansión hospitalaria está
ta, va á reunir cuanto me es caro. g u a r d a d o por el juramento, por el más tremendo dios
Dirige, pues, t u s pasos entorpecidos p o r la edad, al del infierno.
claustro que conoces y que me g u a r d a un precioso te- 2.° CORO-BOHEMUNDO.—Mi corazón irritado se rebela
soro. T ú , alma fiel, lo escondiste en aquel sitio hasta dentro de mi pecho; mi m a n o se apercibe al combate,
mejores d í a s ; tú me hiciste este servicio e n mi triste- porque estoy viendo la cabeza de Medusa, el odioso
za. ¡Venga á mí ahora esa p r e n d a q u e r i d a , á mí q u e rostro de mi enemigo. Apenas puedo r e p r i m i r la ar-
voy á ser feliz ! (Suenan trompetas á lo lejos.) ¡Vé, vé! diente agitación de mi sangre. ¿ Sostendré el honor de
rejuvenezca el gozo tu debilitado paso ! Oigo la trom- mi palabra, ó me abandonaré á mi ira ? ¡ Mas, a y ! que
petería q u e me anuncia la llegada de mis hijos. (Vase tiemblo ante la g u a r d a d o r a de estos lugares, ante la
Diego. Suena de nuevo la música en ambos lados y parece paz de Dios.
acercarse.) Todo Mesina está alborotado; avanza hacia i. e r CORO - C A Y E T A N O . — C u a d r a á los ancianos m á s
aquí r u m o r de voces confusas como u n t o r r e n t e . Ellos decoroso continente. Á mí, más sereno y tranquilo,
son. i Ah ! ¡Con qué viveza siento palpitar mi cora- me corresponde saludar el primero. (Al segundo coro.)
zón de m a d r e ! con sólo acercarse ellos le d a n fuerza y Sé bienvenido, t ú que compartes mis sentimientos fra-
movimiento. Ellos son. ¡ Ah, hijos míos ! hijos míos ! ternales, tú que temes y honras á los dioses protecto-
(Vase). res de este alcázar. Ya que los príncipes se hablan con
dulzura, q u e r e m o s nosotros cambiar en calma pala-
bras de p a z ; porque también la palabra es buena y
\
saludable. Cuando te encuentre en campo raso, po- darla entre los m u r o s . Las olas del m a r q u e la ciñe,
drá renovarse el combate sangriento, y probaremos la entregan á los corsarios atrevidos q u e cruzan osa-
nuestro valor espada en mano. d a m e n t e por nuestras costas, y nuestras riquezas sólo
E L CORO E N T E R O . — C u a n d o te encuentre en campo nos sirven para atraer la espada del extranjero. Asi
raso, podrá renovarse el combate sangriento y proba- somos esclavos en nuestra propia casa. No p u e d e esta
remos nuestro valor espada en mano. tierra proteger á sus propios hijos ; los dominadores
1 . " CORO-BERENGUER.—No te aborrezco ciertamen- del m u n d o no nacen en las regiones favorecidas por
te. No, no e r e s tú mi enemigo. La misma ciudad Ceres y p o r Pan, divinidad pacífica y tutelar, sino en
nos dió el sér, y en cambio ellos son de extranjera los sitios donde el hierro crece en el seno de las mon-
raza. Mas cuando combaten los principes, los servido- tañas.
res han de d a r la m u e r t e ó recibirla. Esto es lo justo. i. c r CORO - CAYETANO. — Los bienes de la vida es-
2." CORO - BOHEMUNDO. — Ellos sabrán por q u é se tán desigualmente repartidos entre la raza pasajera
aborrecen y entablan el sangriento combate. Á mí no de los h o m b r e s . Pero la naturaleza es eternamente
me atañe. En cuanto á nosotros, combatimos por sus j u s t a ; si á nosotros nos concede fértil suelo siempre
desavenencias. No es valiente, ni h o m b r e de honor, pródigo, da á otros voluntad poderosa é irresistible
quien permite que se desprecie á su caudillo. fuerza. Con su temible energía realizan sus deseos:
(Todo el coro repite los tres últimos versos.) y llenan la tierra de formidable estruendo. Pero t r a s la
U N HOMBRE DEL CORO - B E R E N G U E R . — O í d lo q u e para altura á q u e se han elevado está la caída p r o f u n d a , y
mí estaba pensando, cuando atravesaba las mieses on- espantable. Así, me felicito de permanecer en mi h u -
dulantes, t r a n q u i l a m e n t e embebecido en mis reflexio- milde condición, oculto y refugiado en mi propia debi-
nes. En el f u r o r del combate n a d a previmos, nada lidad. Los impetuosos torrentes que acrecen los apre-
examinamos, arrebatados del ardor de la sangre. ¿ No tados granos del pedrisco y las cataratas de las nubes,
son acaso n u e s t r a s aquellas mieses ? ¿ No son hijos de avanzan mugiendo, y arrollan con su oleaje puentes y
nuestro sol los olmos q u e la vid enlaza ? {No podría- diques, con el r e t u m b a r del trueno. Nada puede dete-
mos pasar días sin cuidados en medio de goces ner su m a r c h a omnipotente ; m a s d u r a n un instante,
suaves, y alegrar nuestra vida? ¿ P o r q u é d e s n u d a - y sorbe la arena las espantosas huellas de su paso de
mos con ira la espada por u n a raza extranjera, q u e destrucción. Los conquistadores extranjeros vienen y
ningún derecho tiene sobre este suelo, llegada ayer, se van ; nosotros obedecemos, pero nos q u e d a m o s .
en sus naves, de las p u r p u r i n a s playas de Occidente ? (.Ábrense las puertas del Jondo. Aparece doña Isabel entre
Nuestros padres, m u c h o s años há, la recibieron hos- sus hijos don Manuel y don César.)
pitalarios, y a h o r a nos vemos sometidos como escla-
Los DOS COROS - C A Y E T A N O . — G l o r i a y honor al sol es-
vos á ella.
plendente q u e viene hacia nosotros! Con r e s p e t ó m e
O T R O HOMBRE DEL C O R O - M A N F R E D O . — E s cierto. Habi- inclino ante t u rostro augusto.
tamos una tierra feliz, sobre la cual d e r r a m a el sol rayos 1 . " CORO - B E R E N G U E R . — C o m o es grata la suave
bienhechores. Bien podríamos gozar de ella alboroza- claridad de la luna entre el fulgor de las estrellas,
dos; mas p o r desdicha, no cabe encerrarla ni g u a r - asi la tierna majestad de la m a d r e resplandece jun-
to a la fuerza y ardor de sus hijos. ¡ Q u é imagen se-
mejante habrá sobre la tierra ? En el s u p r e m o lugar de que el mismo a m o r que os manifiesto sea nuevo aci-
donde se asienta, ofrece u n cuadro acabado. La ma- cate de vuestro odio. {Interroga á los dos con la mirada:)
dre y sus hijos forman la corona de u n m u n d o per- ¿ Q u é p u e d o esperar de vosotros? Hablad. ¿ C u á l e s
fecto. La Iglesia misma, la divina Iglesia, nada halló vuestro ánimo ? ¿ Venís, por ventura, con el mismo
superior para sentar sobre el trono celeste, y el arte, odio irreconciliable q u e traíais á la casa de vuestro
el hijo de los dioses, no ofrece imagen más sublime
que la madre y el hijo.
2.° CORO - B O H E M U N D O . — C o n gozo vi brotar de su
seno árbol florido, cuyos vástagos se renovarán eter-
namente. Concibió una raza que aventajará al sol en
su carrera y dará nombre al tiempo fugitivo.
ROGERIO.—Los pueblos se dispersan, los nombres se
extinguen, tiende el olvido sus n e g r a s alas sobre las
razas; mas por encima de todas descuella centelleando
la f r e n t e de los príncipes, y la aurora se refleja en ella
como en la enhiesta c u m b r e del m u n d o .
ESCENA IV
ona
' m ^ i j , '
por desdichado encadenamiento, las calamidades de vida p o r la del contrario, y h u n d a su puñal en el pe-
los últimos t i e m p o s ; p u e s todo lo f u n e s t o que hasta cho del h e r m a n o . No, no apacigüe la misma m u e r t e
ahora ha sucedido es f r u t o del recelo y de la vengan- vuestra discordia; la columna de fuego que se alzará
za. ¿ Queréis continuar esa querella de niños, hoy que sobre vuestra hoguera, divídase en dos mitades como
sois hombres ? (Les tomct la mano.) ¡ Oh, hijos míos ! terrible signo de vuestra vida y de vuestra m u e r t e .
venid, resolveos á anular toda explicación, porque (Vase.—Los dos hermanos permanecen alejados uno de
ambos sois culpables. Sed nobles, y perdonaos con
otro.)
dignidad grandes é insoportables ofensas. Lo más su-
blime en la victoria es el perdón. E n c e r r a d en la t u m -
ba de vuestros p a d r e s el odio a n t i g u o que surgió en
los días de vuestra infancia y comenzad una vida nue- ESCENA V
va consagrada al amor, á la reconciliación, á la con- LOS DOS HERMANOS, LOS DOS COROS
cordia.
[Da un paso atrás, como dejándoles sitio para que se EL CORO - CAYETANO.—¡ Vanas palabras! pero tales
acerquen uno á otro. Los dos bajan los ojos sin mi- que hicieron bambolear m i valor en mi pecho varonil.
rarse.) No d e r r a m é la sangre de mi h e r m a n o ; levanto al cielo
EL C O R O - C A Y E T A N O . — A t e n d e d l a s e x h o r t a c i o n e s d e las manos puras. Sois h e r m a n o s ; pensad en el fin de
vuestra m a d r e , porque, en verdad, solemnes son sus esta discordia.
palabras. Poned término á vuestros combates, ó conti- D. CÉSAR (sin mirar á D. Manuel).—Tú. eres el ma-
nuadlos, si así lo queréis. Lo que os plazca, será justo yor, habla: yo cederé sin desdoro ante el primogénito.
para mí. Vos sois el señor y yo soy el vasallo. D. MANUEL (en la misma actitud).—Pronuncia una
ISABEL [después de haber esperado inútilmente una ma- palabra generosa, y seguiré con placer el noble ejem-
nifestación de los dos hermanos, continúa, comprimiendo plo que me habrá dado mi h e r m a n o menor.
su dolor).—Ya no sé más. Agoté las a r m a s de la per- D. CÉSAR.—No quiere esto decir q u e me reconozca
suasión y el poder de las súplicas. Quien con la fuerza culpable ó que m e sienta más débil...
os domaba, yace en el sepulcro, y v u e s t r a m a d r e es D. MANUEL.—Quien conozca á don César no le acu-
impotente entre vosotros. Acabad! en vuestro po- sará jamás de cobardía. Si se sintiese él más débil, se-
der está el hacerlo. Obedeced al demonio q u e en rían aún más altaneras sus palabras.
su f u r o r os e m p u j a c i e g a m e n t e ; p r o f a n a d el santo D. CÉSAR.—¿No tienes en peor opinión á tu hermano?
altar de los dioses l a r e s ; convertid esta m i s m a sala D. MANUEL.—Eres demasiado orgulloso para h u m i -
donde nacisteis, en teatro de v u e s t r o s homicidios. llarte y yo para m e n t i r .
¡Sí.... Asesinaos en presencia de v u e s t r a m a d r e , no
D. CÉSAR.—Mi altivo corazón no tolera el despre-
por brazo ageno, sino por vuestra propia mano, y, co-
cio. En el paroxismo del combate pensabas que tu
mo los h e r m a n o s de Tebas, precipitaos el u n o con-
h e r m a n o era u n h o m b r e de honor.
tra el otro, enlazaos los dos, y luchad con rabia en ese
D. MANUEL.—No quieres tú m i m u e r t e , y de ello
abrazo de bronce. Esfuércese cada u n o en trocar su
tengo una p r u e b a : u n fraile se te ofreció para asesi-
n a r m e traidoramente y t ú le r e s p o n d i s t e castigándole D. CÉSAR.—Sorprendido te m i r o y e n c u e n t r o en ti
p o r su infamia. las facciones q u e r i d a s de m i m a d r e .
D. C É S A R (acercándosele un poco).—Si a n t e s h u b i e s e D. MANUEL.—Y yo d e s c u b r o en ti u n a s e m e j a n z a
conocido tu justicia, m u c h a s desgracias se h u b i e r a n q u e m e da e x t r a ñ a emoción.
evitado. D. CÉSAR.—¿Eres r e a l m e n t e t ú , el h o m b r e q u e t a n
D. MANUEL.—Si a n t e s h u b i e s e sabido q u e t u cora- suavemente m e acoge, y que tan blandas palabras
zón podía calmarse t a n fácilmente, m u c h a s a n g u s t i a s tiene p a r a su joven h e r m a n o ?
habría yo ahorrado á m i m a d r e . D. MANUEL.—¿Ese
D. CÉSAR.—Te me p i n t a b a n como u n h o m b r e o r g u -
lloso.
D. MANUEL.—La desdicha de los g r a n d e s consiste en
q u e s u s inferiores se a p o d e r a n de su confianza.
D . C É S A R (vivamente).—Dices bien ; toda la culpa es
de nuestros servidores.
D. MANUEL.—Ellos nos alejaban u n o d e otro, i n f u n -
diéndonos a m a r g o r e n c o r .
D. CÉSAR.—Ellos llevaron, d e u n lado á otro, enve-
n e n a d a s frases.
D. MANUEL.—Emponzoñaron n u e s t r o s m e n o r e s ac-
tos con falsas i n t e r p r e t a c i o n e s .
D. CÉSAR.—Enconaron la llaga q u e debían c u r a r .
D. MANUEL.—Alimentaban la llama q u e debían ex- D^ MANUEL. — ¿ TIE^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^
tinguir. nes i n t e r é s en q u e d á r t e l o s ? Ya no pienso en ello.
D. CÉSAR.—Estábamos e x t r a v i a d o s y e n g a ñ a d o s . D. CÉSAR.—No. T ó m a l o s . T o m a t a m b i é n la carroza
D. MANUEL.—¡Ciegos i n s t r u m e n t o s d e las pasiones d e n u e s t r o p a d r e . T ó m a l o s , te lo suplico.
agenas! D. MANUEL.—Consiento, si q u i e r e s a c e p t a r el castillo
D. CÉSAR.—Esta es la v e r d a d ; todo lo d e m á s es trai- á la orilla del m a r , por el q u e tan r u d a m e n t e h e m o s
ción... peleado.
D . M A N U E L . — Y falsedad ; m i m a d r e lo dice, p u e d e s D. CÉSAR.—No lo q u i e r o ; p e r o estaré satisfecho ha-
creerlo. bitándolo f r a t e r n a l m e n t e contigo.
D. CÉSAR.—Pues b i e n ; q u i e r o e s t r e c h a r esa m a n o D. MANUEL.—Sea. ¿ P o r q u é dividir la h a c i e n d a ,
fraternal. (Te tiende la mano.) c u a n d o los corazones están u n i d o s ?
D . M A N U E L (la coge vivamente).—La t u y a es la q u e D. CÉSAR.—¿ P o r q u é vivir s e p a r a d o s largo t i e m p o ,
m á s quiero en el m u n d o . c u a n d o con n u e s t r a u n i ó n s e r e m o s a m b o s m á s ricos ?
(Ambos permanecen cogidos por las manos, mirándose en D. MANUEL.—Ya no e s t a m o s s e p a r a d o s . Unidos es-
silencio.) tamos. (Se echa en sus brazos.)
EL I . " CORO AL 2.= - CAYETANO. — ¿ P o r qué nosotros
EL MENSAJERO.—Aquí; en Mesina se esconde, señor.
hemos de estar alejados como enemigos, cuando nues-
D. MANUEL (al primer coro).—Veo que el rostro de
tros principes se abrazan con a m o r ? Quiero seguir su
mi h e r m a n o se tiñe de brillante e n c a r n a d o ; centellean
ejemplo y te ofrezco la paz. ¿ Q u e r e m o s nosotros acaso
sus ojos, no sé p o r qué m o t i v o ; pero señal es de ale-
aborrecernos e t e r n a m e n t e ? H e r m a n o s son por los la-
gría, q u e con él comparto.
zos de la sangre, m a s nosotros ciudadanos somos é
hijos de un mismo suelo. D. CÉSAR (al mensajero).—Anda y g u í a m e . Adiós,
don M a n u e l ; volveremos á encontrarnos en los brazos
(Los dos coros se abracan.)
de nuestra m a d r e . Ahora u r g e n t e motivo me llama
fuera de aquí. (Hace que se va.)
D. MANUEL.—¡ Vé sin tardanza y que la felicidad te
ESCENA VI acompañe !
D. CÉSAR (reflexiona y luégo vuelve atrás).—Don Ma-
Sale un MENSAJERO
nuel, al verte m e i n u n d a el gozo, m á s de lo q u e expli-
carte pudiera. Sí, presiento q u e vamos á q u e r e r n o s
E L 2." CORO-BOHEMUNDO (á don César) .—Yeo de re-
como dos amigos de corazón. Nuestra inclinación, re-
greso al mensajero que enviaste. Alégrate, don César;
primida largos años, florecerá más r a d i a n t e y m á s
buenas nuevas te traen; el júbilo f u l g u r a en las pupilas
fuerte, y con nueva vida r e p a r a r e m o s los días que he-
de t u enviado.
mos perdido.
EL MENSAJERO.—¡Qué dicha p a r a m í ! ¡Qué dicha
para la ciudad libre de sus calamidades! Mis ojos son D. MANUEL.—Las flores anuncian hermosos frutos.
testigos del más hermoso espectáculo. Veo á los hijos D. CÉSAR.—Siento que no debiera (y de ello me acu-
de m i señor, á mis príncipes, en amigable coloquio, so), arrancarme ahora de t u s brazos. P e r o si abrevio
cogidos de la m a n o ; á ellos, á q u i e n e s dejé en el f u r o r tan pronto estos dulces instantes, no pienses por ello
del combate. que mi afecto sea m e n o r que el tuyo.
D. MANUEL (con visible distracción).—Obedece á la ley
D. CÉSAR.—Ves alzarse el a m o r , como fénix, de la
h o g u e r a del odio. del m o m e n t o ; desde este día toda nuestra vida perte-
nece á la amistad.
EL MENSAJERO.—Nueva felicidad voy á añadir á la
q u e ya gozáis. Mi bastón de m e n s a j e r o se corona de D. CÉSAR.—¡ Si te descubriese lo que me llama fuera
verdes guirnaldas. de aquí!...
D. MANUEL.—Déjame tu corazón y g u a r d a t u secreto.
D. CÉSAR (llevándole aparte).—Díme lo q u e h a s inda-
gado. D.CÉSAR.—No debe haber en adelante ninguno
entre nosotros. P r o n t o será levantado el ú l t i m o velo.
EL MENSAJERO.—Todas las c a u s a s del júbilo se han
(Se vuelve hacia el coro.) Os lo declaro para q u e lo se-
reunido en u n solo día. Aquella q u e perdimos, y bus-
páis: terminó la g u e r r a entre mi q u e r i d o h e r m a n o
cábamos, señor, se ha encontrado y no está lejos.
y y o ; consideraré enemigo mío y aborreceré, tanto
D. CÉSAR.—¿Se ha encontrado ? ¿Dónde está? ¡Ha-
como las p u e r t a s del infierno, al que i n t e n t e reavivar
bla!
la chispa extinguida de nuestras discordias, y encen-
der con ella nueva hoguera. No espere complacerme
que hemos reñido en tan sangrientos combates. Lle-
ni cuente con mi agradecimiento quien venga á ha-
vada en alas del júbilo, mi alma vuela por encima de
blarme mal de mi hermano, ó movido por erróneo
Jas cosas terrenales. En el océano de luz que me ro-
celo, lance la acerada flecha, aguzada por algún demo-
dea, todas las nubes, todas las fases oscuras de la vida
nio imprudente. Las palabras que deja escapar la cólera
se han desvanecido. Contemplo estas bóvedas y estas
sobrado pronta, no echan raíces en los labios; pero re-
salas, y pienso en la gratísima emoción y en la alegría
cogidas por el oído del recelo, se deslizan y se adelan-
que experimentará la que ha de ser mi esposa, cuando
tan como planta trepadora, y pegándose á la tapia, la
la haga penetrar, como princesa y como soberana,
envuelven en mil ramas tupidas. Así los mejores y
en este castillo. Aún no ama sino á su amante. Se
más puros, son arrastrados á irremediable extravío.
entregó á un extranjero, á un hombre anónimo, y no
(Da un nuevo abrazo á su hermano y vase; acompáñale el
sospecha que puede ser don Manuel, príncipe de Me-
segundo coro.)
sina, quien ha de ceñir en su hermosa frente la diade-
ma de oro. ¡Cuán dulce es dar' á la que se ama una
grandeza y una magnificencia que ella no esperó!
ESCENA Vil Largo tiempo m e he privado de ese placer, el más
grande de todos. Su belleza será siempre, es cierto, el
DON MANUEL y EL PRIMER CORO mejor de sus adornos; pero el esplendor puede realzar
la belleza, como la montura de oro acrecienta el brillo
EL CORO-CAYETANO.—Señor, con sorpresa te miro, del diamante.
y trabajo me cuesta reconocerte. Apenas respondes
E L CORO - CAYETANO. Señor, por vez primera veo
con algunas lacónicas palabras al cariñoso lenguaje de
que tus labios rompen el sello de un largo silencio De
tu hermano que se te adelanta con buenas intenciones
mucho tiempo aca te seguía con curiosa mirada, sospe-
y con el corazón abierto, mientras sigues absorto en
chando la existencia de un largo y maravilloso secre-
tus pensamientos y soñador; parece que sólo el cuerpo
to; pero no tenía audacia bastante para preguntarte lo
permanece aquí mientras vuela enajenada el alma.
que de tal modo escondías en las tinieblas. Los place-
Quien así te viese, podría fácilmente echarte en cara
res animados de la caza, las carreras de los caballos
tu frialdad y tu continente altanero y reservado; pero
las victorias del halcón, no tienen ya para ti atractivo
yo no puedo acusarte de insensibilidad, porque vuel-
alguno. Al inclinarse el sol hacia los límites del hori-
ves en torno la mirada feliz, y la sonrisa está posada
zonte, desapareces de la vista de t u s compañeros y
en tus labios.
ninguno de nosotros, que en la guerra y en la caza' te
D. MANUEL.—¿ Qué puedo decir? ¿Qué puedo res- seguimos, puede alejarse contigo por los senderos so-
ponder? Puede mi hermano encontrar palabras, sor- litarios. ¿ Por qué hasta ahora has tenido recelosamente
prendido como está, y conmovido por un sentimiento escondida la felicidad de tu a m o r ? ¿Quién fuerza al
nuevo; siente derretirse en su seno antiguos odios, y hombre fuerte á que disimule? porque no cabe temor
admira el cambio de su corazón; pero yo no guardaba en tu ánimo.
ya rencor alguno. Apenas he podido saber aún por
D. MANUEL.-La dicha tiene alas, y es difícil enea-
denarla; hay q u e tenerla encerrada bajo llave. Diósele mal, aterrado y tembloroso, tendido á los piés de una
el silencio p o r guardián, y tiende el vuelo así que la religiosa que le acaricia con dulzura. Quedé inmóvil y
indiscreción ligera le abre las p u e r t a s . P e r o ahora q u e confuso e m p u ñ a n d o el dardo y pronto á lanzarlo, mas
tan cerca estoy de la meta, puedo y q u i e r o r o m p e r ese la religiosa me dirigió u n a mirada suplicante y per-
prolongado silencio; p u e s á la luz del p r ó x i m o dia será manecimos ambos m u d o s frente á frente. ¿Cuánto
ella mía, y los demonios de los celos no t e n d r á n sobre
mí ningún poder. No estaré ya obligado á deslizarme
furtivo para robar los f r u t o s preciosos del amor, ni
me será ya necesario a p o d e r a r m e del placer á su paso.
Mañana será igual al día feliz de la víspera, y mi dicha
no se parecerá al relámpago que a l u m b r a instantáneo
y se desvanece en las tinieblas, sino al curso de u n
arroyo, á la arena que señala las h o r a s al derranfarse.
E L CORO - CAYETANO.—Entonces, señor, dinos el nom-
bre de la que te concede tan misteriosa felicidad, y
así podremos celebrar tu envidiable s u e r t e y h o n r a r
á la desposada de nuestro príncipe. Dinos dónde la ha-
llaste, en q u é lugar escondes esa intimidad silenciosa;
p o r q u e hemos recorrido en todas direcciones, yendo
de caza, los senderos más extraviados de la isla, y nin-
g u n a huella nos descubrió tu dicha, tanto que la cree-
ría envuelta en mágica nube.
D. MANUEL.—Voy á desvanecer esta magia, p o r q u e
desde ahora ha de aparecer á la luz del día cuanto es- duró aquel instante ? no lo sé, p o r q u e perdí la medi-
taba escondido. Oíd, y sabed lo q u e m e acaeció: Cinco da del tiempo. Su mirada ahondó en mi alma, y mi
meses há, reinaba aún mi p a d r e sobre esta isla, y con corazón se m u d ó de súbito. Lo q u e entonces dije, lo
poderosa m'ano doblegaba á la j u v e n t u d bajo su yugo. que m e respondió la celeste criatura no me lo pregun-
Yo no conocía más que los rudos goces de las a r m a s téis ; todo ello es para mí como un sueño de los bien-
y el bélico placer de la caza. Habíamos cazado todo el aventurados días de mi infancia. Al volver en mí, sentí
día entre la espesura del monte, c u a n d o persiguien- su corazón palpitar junto al mío. Entonces oí el'toque
do u n a blanca cervatilla me alejé de m i séquito. El argentino de una campana, q u e parecía anunciar la
tímido animal huía á través de los r e c o d o s del valle, hora de las preces, y en esto ella desapareció de re-
saltando barrancos, zarzales y setos i n f r a n q u e a b l e s . pente como una sombra que se desvanece en los aires,
Por fin salvó la puerta de un jardín, y desapareció de y no la ví más.
mi vista. Descabalgo entonces de golpe, la sigo, y E L CORO - C A Y E T A N O . — T U relato, señor, me ha llena-
blandía ya mi dardo, cuando veo con asombro al ani- do de temores. ¿ Habrás robado á Dios ? ¿ Habrás puesto
tu culpable deseo en una esposa del cielo? Los debe-
res del claustro son terribles y sagrados.
D. MANUEL.—Desde aquel m o m e n t o sólo tenía un
camino que seguir. Mis deseos hasta entonces vagos é
inquietos estaban fijados; había encontrado el móvil de
mi vida, y como el peregrino vuelve el rostro á Oriente
donde brilla el sol que le guía, también mis esperanzas
y mis deseos se dirigieron á u n solitario astro del cielo.
No se levantó un día del fondo de los mares, ni un día
se hundió en el horizonte, sin reunir á los dos felices
amantes. Nuestros corazones estaban ligados uno á
otro, y el cielo, que todo lo ve, era el discreto confi-
dente de nuestra dicha silenciosa. Nada teníamos que
pedir á los hombres. Nuestra vida era una sucesión de
instantes preciosos, de días felices, ya que mi dicha no
fué un sacrilegio, puesto que ningún voto encadenaba
aún su corazón, que se me entregó para siempre.
EL CORO-CAYETANO.—¿Era el claustro el libre asilo
de su tierna juventud y no la t u m b a de su vida?
D. MANUEL.—Era ella depósito precioso confiado á la
casa de Dios, pero depósito q u e debia ser recuperado.
E L CORO - CAYETANO. — ¿ Á q u é sangre se gloría de
pertenecer ? porque lo noble, solamente de noble raza
desciende.
D. MANUEL.—Ha crecido sin conocerse á sí m i s m a ;
no sabe cuales son su raza y su patria.
E L CORO - CAYETANO.—¿ Y ningún oscuro indicio pue-
de indicarle la ignota fuente de su existencia ?
D. MANUEL.—El único h o m b r e q u e conoce su origen
afirma que la niña es de noble sangre.
EL CORO - CAYETANO.—¿ Quién es ese h o m b r e ? No me
ocultes nada. Sólo sabiéndolo todo puedo darte útil
consejo.
D. MANUEL.—Un viejo servidor la visita de vez en
c u a n d o , y es el único intermediario entre ella y su
madre.
EL CORO - CAYETANO.—¿Y nada has podido arrancar
del anciano? La vejez se deja intimidar y habla fácil-
mente.
D. MANUEL.—Jamás me atreví á demostrarle una
curiosidad que podía declarar mi dicha misteriosa.
EL CORO - CAYETANO.—¿ Y q u é decía á la doncella ?
D. MANUEL.—De un año para otro la hizo esperar
que el tiempo descubriría el misterio.
EL CORO - CAYETANO.—¿ Y no dijo que este t i e m p o
estaba próximo?
D. MANUEL,—Hace algunos meses, el anciano la
amenazó diciendo que se m u d a r í a su suerte.
E L CORO - C A Y E T A N O . — ¿ A m e n a z a d o , dices? ¿temes
descubrir algo q u e nuble tu bienestar ?
D. MANUEL.—Un cambio cualquiera aterroriza á los
que son dichosos. Cuando no se espera nada mejor,
.tememos perderlo todo.
E L CORO - CAYETANO.—Pero el descubrimiento que
temes, puede ser favorable á tu a m o r .
D. MANUEL.—Puede también aniquilar mi felicidad.
Por ello me ha parecido más seguro prevenir ese ins-
tante.
EL CORO - CAYETANO.—¿Cómo, señor? Me das miedo:
tan pronta decisión me tiene intranquilo.
D. MANUEL.—Desde el pasado mes, el anciano dejaba
entrever con misteriosos signos que no estaba lejano
el día en que la niña volvería á sus padres. Mas ayer
habló m á s claramente, y dijo que á los primeros albo-
res de la mañana—refiriéndose a hoy—debía decidirse
su porvenir. No había m o m e n t o que p e r d e r ; mi reso-
lución f u é pronta, y p r o n t a m e n t e ejecutada. Esta no-
che he robado á la doncella y la he ocultado en Mesina.
EL CORO - C A Y E T A N O . — ¡ T e m e r a r i o y culpable rapto!
Perdona, señor, la libertad de mis reproches; ejerzo el
derecho del p r u d e n t e anciano cuando la juventud
irreflexiva se extravía.
D. MANUEL.—La he dejado cerca de un convento de
religiosas, en el silencio de un jardín retirado, donde dido en sus cabellos, envolverá como nube ligera y
no puede penetrar la curiosidad. De ella m e separé transparente su espléndida figura. Y la virginal coro-
para venir á reconciliarme con mi h e r m a n o . Allá se na de mirto completará el hermoso tocado.
quedó, sola y atemorizada, sin la m e n o r sospecha de E L CORO - CAYETANO.—Se hará, señor, como tú lo or-
que va á verse envuelta en regios esplendores, eleva- denas. Todo lo que pides, en el bazar está.
da sobre un trono de gloria y llamada á aparecer ante D. MANUEL.—Sacad de mis cuadras la más arrogante
todo Mesina; porque no me volverá á ver sino en el hacanea, blanca y brillante como los corceles del sol;
aparato de la grandeza y del poderío, solemnemente enjaezadla con una gualdrapa de p ú r p u r a , y arnés y
rodeado por vosotros, mis caballeros. No quiero q u e la brida adornadas de pedrería; p o r q u e está destinada á
desposada de don Manuel sea presentada á la m a d r e mi reina. Y vosotros estad prontos á acompañar á
que la doy, como una fugitiva de su patria. Quiero, vuestra soberana con toda la p o m p a de un cortejo ca-
sí, conducirla a la casa de mis mayores con el cortejo balleresco, y á los alegres acordes de la música. Por
de una princesa. mí mismo quiero cuidar de los preparativos; síganme
dos de vosotros y espérenme los demás. Guardad en
E L CORO-CAYETANO.—Manda, s e ñ o r ; e s p e r a m o s tus el fondo del corazón lo que os he revelado, hasta q u e
órdenes. os permita hablar.
D. MANUEL.—Aunque m e h e a r r a n c a d o d e s u s bra:
zos, de ella solamente he de ocuparme. Vais á seguir-
me al bazar, donde los moros exhiben las ricas estofas y
los encantadores objetos labrados en Oriente, y allí elegi- ESCENA VIII
réis las elegantes sandalias que deben a d o r n a r y res-
EL CORO - CAYETANO
g u a r d a r sus piés delicados; tomad para sus trajes-las
telas de la India que brillan como la nieve del Etna,
vecino del resplandor del cielo, y que envolverán, va- Ahora que ha cesado la g u e r r a entre nuestros prín-
porosas con las b r u m a s m a t u t i n a s , su cuerpo esbel- cipes, decid : ¿qué vamos á hacer para ocupar los ocios
to y juvenil. Sea la p ú r p u r a , ornada de ligeros ador- de los días y la interminable sucesión del tiempo ? El
nos de oro, el cinturón que retendrá graciosamente su hombre debe tener para m a ñ a n a una inquietud, un
vestido debajo del púdico seno. Escoged también un temor, una esperanza, si quiere soportar el peso de la
manto de seda, de radiante color p u r p ú r e o , q u e arras- existencia y la penosa monotonía de las h o r a s ; es ne-
trará pendiente de sus hombros. No olvidéis los b r a - cesario que el hálito refrigerante del viento anime la
zaletes que rodearán sus brazos hechiceros, ni las superficie inmóvil de la vida.
joyas en que se engarzan perlas y corales, dones ma- UN HOMBRE DEL CORO - MANFREDO.— Hermosa es la
ravillosos de la diosa de los mares. Ceñirá su cabeza p a z ; semeja á un mancebo q u e reposa en la margen
una diadema compuesta con las piedras más preciosas, de plácido arroyo. En torno suyo retozan alegres sus
donde el rubí, centelleante como el fuego, confundirá ovejas sobre el césped bañado por el sol, y repite en
su brillo con el de la esmeralda. Un largo velo, pren- su caramillo melodiosos cantares q u e despiertan el
eco de la montaña, m i e n t r a s el m u r m u r i o de losarro-
yuelos le i n f u n d e el sueño á los r a y o s del sol poniente.
E L SEGUNDO - B E R E N G U E R . — Ó bien confiémonos á la
Pero también la guerra tiene sus encantos, ¡la g u e r r a
divinidad azulada, siempre en movimiento, que nos
q u e impulsa con vivo movimiento el destino del hom-
ofrece riente espejo y nos llama á su imperio sin lími-
bre! Pláceme esta vida agitada; g u s t o de esta variedad,
teV
de esta incertidumbre, de esta violencia sobre las olas^
ya enhiestas, ya mansas, de la f o r t u n a . Construyámonos sobre las inquietas olas alegre y
leve edificio. Quien con la rápida proa corta las ondas
. E l h o m b r e languidece en la paz. La ociosa indolen- verdes y límpidas, es el desposado de la f o r t u n a , dueña
cia es la sepultura de su ardimiento. La ley es la ami- del m u n d o , y sus mieses florecen sin haber sembrado ;
ga del débil; todo se pone á igual nivel en la paz, y porque el m a r es el teatro de la esperanza, el imperio
hasta el m u n d o se convertiría en interminable llanura. caprichoso del azar. Allí queda el rico súbitamente
P e r o la guerra da a ¡a fuerza ocasión de mostrarse; pobre, y el pobre se alza al par de los príncipes. Como
todo lo eleva á extraordinaria altura, é i n f u n d e valor recorre el vendabal con la velocidad del pensamiento
en el más cobarde. el círculo del horizonte, así se m u d a n los decretos
O T R O HOMBRE D E L CORO - B E R E N G U E R . — ¿ N O están del destino y gira la rueda de la fortuna. Todo flota
abiertos los templos del a m o r ? ¿No corre el m u n d o al . sobre las olas, y no existe dominio ninguno en el mar.
encuentro de la h e r m o s u r a ? Allí está el temor, allí la
E L T E R C E R O - CAYETANO.—No sólo en su imperio es
esperanza; aquí el que place á la mirada, es rey. Asi
voluble la felicidad y no p u e d e detenerse ; también
el a m o r anima la vida y realza sus pálidos colores. La
se m u d a y varía en la tierra, con hallarse f u e r t e m e n t e
hija amable de la e s p u m a de las a g u a s hechiza con la
asentada en viejos y eternos cimientos. Esta nueva
ilusión nuestros felices años, y mezcla con la triste y
paz me da inquietudes, y no puedo confiarme á ella.
vulgar realidad las imágenes de los sueños de oro.
No quisiera yo construir mi cabaña sobre la lava q u e
U N T E R C E R O - CAYETANO.—Quede la flor para la pri- vomitó el volcán. Los estragos del odio f u e r o n harto
mavera. Brille la h e r m o s u r a . Teja la juventud verdes profundos, y acaecieron cosas sobrado graves para
guirnaldas: m a s al hombre m a d u r o cuadra servir á que p u e d a n ser perdonadas y olvidadas. ¡Quién dirá su
m á s grave divinidad. desenlace ! Mis reflexiones y mis presentimientos me
E L PRIMERO - M A N F R E D O . — S i g a m o s en los bosques aterran, y mis labios no se atreven á expresar lo que
salvajes á la austera Diana, la amiga de la caza: mar- preveo. Pero no m e place ese misterio, ese himeneo
chemos á los sitios donde la e n r a m a d a esparce las sin bendición, esos senderos oscuros y tortuosos del
sombras m á s tupidas, y saltan los corzos de lo alto de a m o r , el rapto temerario del claustro. Lo bueno sigue
las p e ñ a s ; p o r q u e la caza es la i m a g e n de los comba- la vía recta, y la mala semilla p r o d u c e malos frutos.
tes, y Diana la desposada feliz del severo dios de la
E L SEGUNDO - BERENGUER.—Así, p o r u n rapto, la es-
g u e r r a . Dejaremos el lecho á los p r i m e r o s albores del
posa de nuestro anciano príncipe f u é forzada á e n t r a r
día, cuando la trompa sonora nos llame al h ú m e d o
en u n lecho criminal : eligióla el padre, y el abuelo,
valle, á las montañas, al borde de los precipicios, para
encolerizado, dejó caer su t r e m e n d a maldición sobre
bañar nuestro cuerpo fatigado en las frescas ondas del
el culpable h i m e n e o . Ocúltanse en esta casa crímenes
céfiro.
sin nombre, negras infamias.
E L CORO - C A Y E T A N O . — S í , los comienzos son malos y
mala será la terminación, creedme: porque todo crimen
cometido en un arrebato de cólera debe ser expiado.
No f u é el azar, no f u é el ciego destino quien arrebató
de f u r o r á los dos h e r m a n o s . Maldecido el seno de su
madre, debía dar á luz el odio y la g u e r r a . Pero fuerza
es callar. Los dioses vengadores fabrican su obra en si-
lencio; será tiempo de deplorar esas catástrofes cuando
se acerquen y se manifiesten. (Vase el coro.)
A C T O II
ESCENA PRIMERA
M u t a c i ó n d e e s c e n a . J a r d í n c o n v i s t a al m a r
BEATRIZ s a l e d e u n p a b e l l ó n , da a l g u n o s p a s o s i n c i e r t o s c o n
i n q u i e t u d m i r a n d o á t o d o s l a d o s , y se d e t i e n e de p r o n t o .
BEATRIZ
A C T O II
ESCENA PRIMERA
M u t a c i ó n d e e s c e n a . J a r d í n c o n v i s t a al m a r
BEATRIZ s a l e d e u n p a b e l l ó n , da a l g u n o s p a s o s i n c i e r t o s c o n
i n q u i e t u d m i r a n d o á t o d o s l a d o s , y se d e t i e n e de p r o n t o .
BEATRIZ
"ALF: • "> T.
ind.) No m e atrevo á salvar las tapias tranquilas de este (Al coro.) El r u d o aspecto de vuestras a r m a s atemoriza
jardín. El t e r r o r se apoderó de mí apenas osé pene- á esta tierna doncella : retiráos, y permaneced á res-
trar en la vecina iglesia. Cuando sonaba la hora de la petuosa distancia. (A Beatriz.) Nada t e m á i s ; el tímido
oración, u n a fuerza poderosa, q u e dominaba mi alma, p u d o r y la belleza son sagrados para mí. (Retirase el
m e empujaba hacia el santo lugar, á hincar las rodillas coro. Se acerca d ella y la coge la mano.) ¿ Dónde es-
y á invocar á la m a d r e de Dios y no p u d e resis-
tirla.
¿ Y si un espía siguiese mis pasos ? El m u n d o está
lleno de enemigos. La astucia tiende en todos los sen-
deros sus r e d e s engañosas para tentar á la piadosa
inocencia. ¡ C u á n cruelmente lo experimenté el día en
que, movida por culpable atrevimiento, salí fuera del
recinto del claustro á ver una m u l t i t u d de extranje-
ros ! Era en la solemnidad de los funerales del p r í n -
cipe. Cara p a g u é mi temeridad. Dios sólo me libró
Cuando aquel mancebo, aquel extranjero se m e acercó
con inflamados ojos, y con su mirada que me aterraba,
que penetraba en mis e n t r a ñ a s y parecía leer en el
fondo de m i corazón Al recordarlo, siento a ú n el
calofrío de miedo q u e hiela mi seno. Jamás, ¡oh ! ja-
más puedo confundir mis m i r a d a s con las de mi ama-
do, cuando pienso en esa falta s e c r e t a ! (Escucha.)
¡ Voces en el jardín ! ¡ Es él, es mi amado ! es él mismo!
Ahora no es alucinación de mi oído, no. Viene ; se va
acercando. Vuelo á sus brazos.
(Echa i correr con los brazos abiertos hacia el fondo del
jardín. Don César avanza á su encuentro.)
tabas? ¿Cuál f u é el dios que te arrebató a mi vista por
tanto tiempo ? Te he buscado, te he p e r s e g u i d o ; en
ESCENA II mis ensueños y en mis vigilias, eras el único sentimien-
to q u e vibraba en mi corazón, desde el p u n t o en que
DON CÉSAR, BEATRIZ, EL CORO te vi p o r vez primera como ángel resplandeciente, en
los funerales del príncipe. No h a s podido desconocer
BEATRIZ (retrocede con terror).—¡Desgraciada! ¿Qué el imperio q u e sobre mí ejercías. Bien te lo dijeron el
veo ? (El coro se adelanta). a r d o r de mis miradas, la emoción de mi voz, y mi
D. CÉSAR.—Nada temáis, tierna y hermosa criatura. mano q u e temblaba en la tuya, a u n q u e la austera
majestad de aquel sitio m e prohibía declararlo más (Al coro.) Desde este instante honradla como á una des-
resueltamente. La celebración de la misa me llamaba posada y como á vuestra princesa. Dadle á conocer la
á la oración, y cuando m e p u s e otra vez en pié, al grandeza de su porvenir. Pronto volveré á buscarla
lanzarte la p r i m e r a m i r a d a , fuiste arrebatada á mi con aparato digno de ella y de mí. (Vase.)
vista; pero yo quedé e n c a d e n a d o á ti con todas sus
fuerzas por la magia de u n lazo inquebrantable. Des-
de aquel día, te busco sin t r e g u a en todas las iglesias,
á la p u e r t a de todos los palacios, en todos los sitios ESCENA III
públicos y secretos en q u e puede mostrarse la ino- BEATRIZ y EL CORO
cencia. Por todas partes h e d e s p a r r a m a d o mis emi-
sarios; pero todos mis cuidados han sido inútiles,
hasta este día, en que p o r fin la diligencia de u n o de E L CORO-BOHEMUNDO.—¡ Salud , doncella, amable
mis servidores, guiada sin d u d a por u n dios, te ha soberana ! ¡ Triunfaste, t u y a es la corona! Yo te sa-
descubierto en la vecina iglesia. (Beatriz, que en esto ludo, á ti que p e r p e t u a r á s esa raza; á ti, madre feliz de
futuros héroes!
ha permanecido temblorosa, vuelve la cabeza y hace un
ademán de terror.) Te e n c u e n t r o , al fin, y antes mi alma ROGER.—¡ T r e s veces salve! Con óptimos auspicios
abandonará mi cuerpo q u e te deje y o ; para encade- entras gozosa en una casa que la dicha habita, favore-
nar al azar, para libertarme del demonio, te presento cida por los dioses, ornada de las coronas de la gloria,
á todos esos testigos como esposa mía y te doy en donde el cetro de oro, por constante sucesión, pasa de
garantía mi m a n o de caballero. (La acompaña ante el los ascendientes á sus hijos.
coro.) No quiero indagar q u i é n eres, te quiero por ti, BOHEMUNDO.—Los dioses domésticos, y los a n t e p a -
y nada pido á los demás. T u primera m i r a d a me de- sados nobles y venerados de esa casa, se alegrarán por
claró q u e tu alma es p u r a como tu o r i g e n ; y no te tu amable venida. En los u m b r a l e s serás recibida por
amaría menos, a u n q u e f u e s e s de la m a s baja cuna. Hebe, la de la juventud siempre floreciente; p o r la
¡He perdido la libertad d e elegir? Sabe q u e soy victoria brillante, la diosa alada q u e descansa en la
dueño de mis acciones y bastante principal en el m a n o del Dios s u p r e m o , y q u e conduce al t r i u n f o al
m u n d o para elevar hasta m í , con brazo robusto, á la t e n d e r el vuelo.
q u e amo. Yo soy don César, y en esta ciudad de ROGER.—Jamás la corona de la h e r m o s u r a salió de
Mesina nadie más grande q u e yo. (.Beatriz se pone de esta raza. Cada princesa transmitió á la que le sucedía
nuevo á temblar: él lo nota, y continúa después de un el cinturón de las gracias y el velo de la modestia. Pero
momento de silencio.) Pláceme tu sorpresa y tu modes- el más hermoso espectáculo f u é para mí la más bella
to silencio; el p u d o r h u m i l d e corona t u s atractivos; de las hijas, junto á la m a d r e en la flor de la belleza.
la h e r m o s u r a ignora cuánto vale y se espanta de su BEATRIZ (recobrándose de su terror).—¡Desdichada!
propio poder. Voy á salir y te dejaré sola, para q u e ¿En q u é manos m e ha echado la suerte ? Entre todos
tu espíritu se recobre de su t e r r o r ; p o r q u e también los seres vivos éste es á quien debía t e m e r más. Ahora
la impresión de una dicha nueva suele causar espanto. comprendo el estremecimiento, el horror misterioso
que me hacía temblar cuando se pronunciaba el nom-
bre de esa raza terrible que se odia á sí misma, y
se desgarra, y se encarniza enfurecida contra su pro-
pio seno. ESCENA V
Con espanto he oído hablar varias veces del odio
envenenado de los dos h e r m a n o s ; y ahora el destino DOÑA ISABEL, DON MANUEL, DON CÉSAR
tremendo me lanza á m í , desgraciada y sin apoyo,
en el torbellino de semejante fatalidad. ISABEL.—Por fin llegó el día solemne y ardientemen-
(Echa á correr y desaparece en el pabellón del jardín.) te deseado; el día esperado con tal impaciencia. Veo
á mis hijos unidos por el afecto. Enlazo sus manos, y
por vez p r i m e r a r e u n i d o s en esta intimidad, puede
ESCENA IV vuestra m a d r e dichosa abriros su corazón. Alejada se
halla la grosera m u l t i t u d de testigos q u e se interpo-
E L CORO -BOHEMUNDO.— Envidio á los felices hijos de nen entre vosotros y yo, presta al combate, y no ate-
los dioses, á los señores afortunados del p o d e r ; suyo moriza mis oídos el r u m o r de las armas. Como la
es lo más precioso, y ellos recogen la flor de cuanto nocturna bandada de buhos, moradores de un edificio
estiman los mortales por h e r m o s o y g r a n d e . en ruinas, abandona sus nidos y h u y e cual negro
ROGER. — Cuando el pescador se s u m e r g e en las e n j a m b r e q u e oscurece la claridad del día, cuando •
aguas para coger perlas, les destina la más hermo- el dueño, largo tiempo desterrado, regresa con gozosa
sa; para ellos también la p a r t e mejor de la cosecha pompa á levantar un nuevo edificio; así h u y e el odio
obtenida por el trabajo c o m ú n . Conténtense los servi- antiguo acompañado de su tenebroso cortejo. La sos-
dores con su porción, p u e s la principal es para el señor. pecha de siniestra mirada, la envidia de pálido ros-
BOHEMUNDO.—No le d i s p u t o las d e m á s ventajas: m a s tro, la maldad r e p u g n a n t e , abandonan nüestras puer-
le envidio su más precioso privilegio, el de poder ele- tas para h u n d i r s e m u r m u r a n d o en el infierno, y con
gir entre las flores de la belleza. Lo que hechiza las la paz vuelven la sonriente confianza y la dulce con-
miradas de todo el m u n d o , sólo él lo posee. cordia. (Hace una pausa.) Pero no basta que este día
dé á cada u n o u n h e r m a n o ; os da también u n a her-
ROGER. — El corsario aborda á la orilla espada en
m a n a . ¡ Os asombráis me miráis con s o r p r e s a !
mano. En su nocturna algarada arrebata h o m b r e s y
mujeres, y satisface sus brutales a p e t i t o s ; m a s no se Sí, hijos míos, es tiempo de r o m p e r el silencio; es
atreve á tocar á la más bella presea real. tiempo de rasgar el sello de u n secreto m u c h o há
BOHEMUNDO.—Vamos ahora á g u a r d a r la entrada y g u a r d a d o . Yo di una hija á vuestro p a d r e ; tenéis una
Jos umbrales de este santo retiro, á fin de que ningún h e r m a n a , y hoy la estrecharéis en vuestros brazos.
profano p e n e t r e en este misterio, y así seamos mere- D. CÉSAR.—¿ Qué dices, m a d r e ? ¿ Tenemos una her-
cedores de los elogios del señor, q u e nos ha confiado mana, y jamás h e m o s oído hablar de ella ?
su m á s precioso bien. D. MANUEL.—En nuestra alegre infancia, cierto que
(Retirase el coro al fondo del teatro.—Mutación de escena. oímos decir que nos había nacido u n a , h e r m a n a ; pero
Una sala de palacio.) contaban que la m u e r t e la arrebató en f ta''%pa.
ISABEL.—Pues se equivocaron: vive.
D. CÉSAR.—¡ Vive, y nos la h a s tenido oculta ! del niño. El significado de esta visión m e lo declaró
un monje favorecido de la gracia divina, en el cual
ISABEL.—Voy á deciros los motivos de mi silencio
mi corazón ha encontrado s i e m p r e consuelo y con-
babed lo que pasó y cuales f u e r o n sus frutos. Erais
sejo en todos los pesares de este m u n d o , y quien m e
aun niños, y ya la deplorable antipatía, q u e no debe
reveló que daría la vida á una niña que t r a n s f o r -
renacer jamás, os dividía y llenaba de tristeza. En esto
maría en un sentimiento de a m o r ardiente la belicosa
vuestro padre tuvo u n día un raro s u e ñ o ; parecióle
condición de m i s hijos. En mi alma g u a r d é aquellas
ver salir de su lecho nupcial dos laureles que entrela-
palabras, fiando más en el Dios de verdad que en
zaban sus tupidas r a m a s ; entre los dos se levantaba
el espíritu de mentira. Salvé á aquella niña, divina
un l i n o que se convirtió en u n a a n t ¿ r c h a y devoró las
m e n s a j e r a ; á aquella hija de bendición, prenda de
r a m a s tupidas de los laureles, y lanzándose con f u r o r
mi esperanza, que debía ser para mí el i n s t r u m e n t o
hacia el techo, incendió el palacio y lo consumió Ate-
de la paz mientras vuestro odio se acrecentaba sin
rrado por aquella s o r p r e n d e n t e aparición, consultó
tregua.
vuestro padre á u n astrólogo árabe q u e era su orácu-
Jo, y en quien ponía m a y o r confianza de lo que yo D . M A N U E L (abrazando á su hermano).—No es ya ne-
hubiese querido. El á r a b e declaró que si yo daba á luz cesaria nuestra h e r m a n a para f o r m a r el lazo de nues-
una nina, causaría la m u e r t e á sus dos h e r m a n o s y tro amor, pero sin duda lo estrechará aún más.
por ella perecería toda su raza. En esto f u i m a d r e de ISABEL.—La oculté en un retiro seguro, donde f u é
una nina, y vuestro p a d r e dió la orden cruel de arro- cuidada, lejos de mí, por extrañas manos. Me privé
jarla al m a r : pero eludí la sentencia de m u e r t e y de la dicha á pesar de mi ardiente deseo de verla,
p o r q u e temía la severidad de su padre, quien ator-
g u a r d e mi hija, gracias á la p r u d e n t e diligencia de un
fiel servidor. mentado sin cesar por sombría desconfianza, espiaba
todos mis pasos.
D. CÉSAR.-¡Bendito sea el que te prestó auxilio! D. CÉSAR.—Tres meses hace que nuestro padre des-
Jamas falta la p r u d e n c i a al a m o r de una m a d r e
cansa en la t u m b a . ¿Qué ha podido impedirte, madre,
ISABEL. N O era tan sólo la voz del a m o r m a t e r n a l la mostrar á la luz del día á quien por tanto tiempo per-
que me impulsaba á salvar á mi h i j a ; también yo ha- maneció en un claustro, y regocijar así nuestros cora-
bía tenido maravilloso y profético ensueño cuando zones?
llevaba aquella niña en mi seno. Vi á un niño, h e r m o -
ISABEL.—¿Qué otro motivo puede ser, más que vues-
so como el dios del a m o r , que jugaba sobre el césped.
tras m a l h a d a d a s discordias, cuya violencia nada podía
En esto sale del bosque u n león, llevando en su boca
calmar, y q u e inflamadas sobre la t u m b a de vuestro
ensangrentada la presa que acababa de hacer, y viene
padre, no ofrecían m e d i o alguno de reconciliación ?
con blandura á ponerla en el seno del" niño; un águila
¿Podía yo traer á vuestra h e r m a n a entre vuestros
que se cernía en los aires, se dejó caer, con un corzo
aceros crueles ? ¿ Podíais vosotros en el fragor de la
tembloroso cogido en s u s zarpas, y lo d e p u s o tam-
tempestad oir la voz de una m a d r e , y debía expo-
bién con blandura j u n t o á él; y entonces el aguila
ner p r e m a t u r a m e n t e al f u r o r de tales odios aquella
y el león, pacíficos y sumisos, se echaron á los piés
prenda de bienhadada paz, la última áncora á que
la asían mis piadosas esperanzas ? Antes de verla ISABEL.—¡Bendito sea tres veces este día! p o r q u e
entre vosotros, semejante á un ángel de paz, fuerza en un instante me alivió de todos mis dolores... Veo
era que vinieseis ambos á daros el abrazo de herma- mi raza apoyada en sólido f u n d a m e n t o , y p u e d o ten-
nos. Ahora puedo hacerlo y voy á presentárosla. Envié der satisfecha la m i r a d a por la inmensidad del tiem-
en su busca á mi viejo servidor y espero su regreso; po. Ayer aún, cubierta con las tocas de la viudez,
él la sacará de su apacible retiro, y la traerá junto abandonada, sin hijos, semejante á un cadáver, sola
al corazón de una m a d r e y á los brazos de s u s her- me encontraba en estas salas d e s i e r t a s ; hoy t r e s
manos. hijos, en la flor de la juventud, acuden á mi lado.
D. MANUEL.—No será ella sola la que estrecharás hoy ¿Habrá, entre todas las m a d r e s , quien p u e d a com-
en tus brazos maternales. El júbilo entra por todas las pararse á m í ? ¿ P e r o cuál es el príncipe vecino de
puertas, y este palacio desierto va á convertirse en mo- nuestro país q u e nos da sus reales hijas? De ninguna
rada de las gracias encantadoras. Sabe también mi tengo noticia, y mis hijos no p u e d e n h a b e r elegido
secreto, madre mía: tú me das u n a h e r m a n a , yo quie- indignamente.
ro ofrecerte una segunda hija digna de t u amor. Sí, D. MANUEL.—No me obligues, m a d r e mía, á levantar
madre mía, bendice á t u hijo ! Mi corazón ha encon- hoy el velo de mi felicidad. Acércase el día en que todo
trado y ha elegido á la que ha de ser la compañera de debe revelarse. Mi desposada se presentará sola y está
mi vida. Antes que el sol haya abandonado el horizon- segura de que la e n c o n t r a r á s digna de ti.
te, pondré á tus plantas á la esposa de tu hijo.
ISABEL.—En ti reconozco el espíritu y el carácter de
ISABEL.—Con placer estrecharé contra mi seno á la tu padre. También él g u s t a b a de f o r m a r sus proyec-
que ha de hacer feliz á mi primogénito. Nazca el gozo tos en lo m á s hondo de su alma, y de arraigar en su
de sus huellas, y recompensen todas las flores de la corazón silencioso sus resoluciones inquebrantables.
vida al hijo que así glorifica á su m a d r e . Con placer te concedo ese breve plaz'o ; m a s estoy se-
D. CÉSAR.—No derrames, m a d r e mía, todas las ben- gura de que mi hijo César va á n o m b r a r m e su real
diciones sobre tu primogénito. Si bendices el amor, desposada.
también te traeré yo una hija, digna de ti. Ella m e D. CÉSAR.—No suelo ocultarme en el m i s t e r i o ;
enseñó á sentir nuevos afectos. Antes que el día haya llevo escritos con sinceridad m i s sentimientos en mi
espirado, don César te presentará á su esposa. rostro. Pero lo q u e deseas saber de m í — p e r m i t e , ma-
D. MANUEL.—¡Potencia soberana y divina del a m o r ! dre mía, que te lo confiese francamente,—ni yo m i s m o
Con razón eres llamada la reina de las almas. S o m e t i - lo h e p r e g u n t a d o a ú n . ¿ P r e g ú n t a s e de dónde vienen
dos á ti los elementos, puedes unir los más hostiles los rayos inflamados del sol? Harto se denuncian con
corazones; cuánto vive acata tu poder. T ú venciste alumbrar el m u n d o ; su luz atestigua q u e provienen de
la violenta naturaleza de mi hermano, que había p e r - la luz. He leído en los ojos de mi d e s p o s a d a : conozco
manecido hasta ahora inflexible. [Da un abrazo á don la perla por su brillo puro, m a s no p u e d o decirte su
César.) Ahora creo en ti y con mil dulces esperanzas nombre.
te oprimo contra mi pecho fraternal. Ya no d u d o de
ISABEL.—¡ Cómo, don César! Explícate. ¿Te abando-
tu afecto, pues eres capaz de a m a r .
naste á la fuerza de tu p r i m e r a m o r como á la voz de
Dios ? Esperaba de ti la viveza de la j u v e n t u d , m a s no
la ceguedad de un niño. Dinos lo q u e ha motivado tu
elección.
D. C É S A R . — i Mi elección, m a d r e m í a ? Cuando la
oleada del destino arrastra al h o m b r e á la hora fatal,
¿hay en ello elección? Yo no iba en busca de mi despo-
sada, ni tal idea podía o c u r r i r m e en la morada de la
m u e r t e . Allí encontré á la que no buscaba. Hasta en-
tonces, la frivola raza de las m u j e r e s m e había sido
indiferente y no logró conmoverme n u n c a , p o r q u e
no veía una sola parecida á ti, m a d r e mía, á quien
adoro y respeto como imagen de Dios. Era en los tristes
funerales de mi p a d r e ; y ocultos entre la m u l t i t u d ,
asistíamos á ella porque recordarás q u e en tu p r u d e n -
cia nos ordenaste vestir un disfraz, á fin de que la vio-
lencia de nuestro odio no turbase r u i d o s a m e n t e la dig-
nidad de la ceremonia. La nave de la iglesia estaba
tapizada con negras bayetas; veinte estatuas con antor-
chas en la mano rodeaban el altar, ante el cual habían
depositado el ataúd, que cubría la cruz blanca y el paño
mortuorio. Sobre el ataúd se veía el bastón de mando,
la corona real, las espuelas de oro, insignias del caballe-
ro, y la espada con su e m p u ñ a d u r a engarzada en dia-
m a n t e s . Todo el pueblo permanecía arrodillado con de-
voción. De lo alto del coro brotaba la música del órgano
invisible, y más de cien voces entonaron los cantos fune-
rales. Mientras resonaban los himnos, el ataúd bajó len-
t a m e n t e con el cuerpo que encerraba á la subterránea
morada, cuya abertura cubría el paño m o r t u o r i o . Los
terrestres ornamentos quedaron sobre la tierra, p u e s
no debían acompañar al difunto en su honda mansión;
mas el alma, mecida por-los cantos y sostenida por las
alas de los serafines voló á lo alto, en busca del r e f u -
gio del cielo y de la gracia divina. Renuevo este cua-
dro á tu memoria, madre mía, con p o r m e n o r e s minu- D. CÉSAR.—ERA en los tristes funerales de mi padre...
ciosos, para que veas si alimentaba en mi corazón el
m e n o r deseo, en aquel m o m e n t o , en aquella hora
grave y solemne elegida por el árbitro de mi vida
para inflamarme con u n rayo de amor. ¿Cómo acae-
ció ? En vano m e lo p r e g u n t o .
ISABEL.—Acaba. Quiero saberlo todo.
D. CÉSAR.—No m e p r e g u n t e s de dónde venía ella,
ni cómo pareció junto á mí. Cuando volví los ojos,
estaba á mi lado; al encontrarla tan cerca, me sentí
herido hasta el fondo del alma por una impresión con-
fusa, pero potente y maravillosa. No era la dulzura
hechicera de su sonrisa, ni la h e r m o s u r a de sus fac-
ciones, ni la gracia de su figura divina: era... voz ínti-
ma y p r o f u n d a que m e cautivaba con fuerza celestial,
¡poder mágico que no p u e d e comprenderse ! Pareció
que nuestras almas se tocaron sin haberse comunica-
do, ni haber proferido u n a sola palabra. Cuando res-
piré el aire que ella respiraba, m e era extraña, y sin
embargo la conocía hasta lo más h o n d o de su sér, y de
pronto oí distintamente que mi alma decía : ¿ Si ella
no, qué otra será en la tierra ?
D . M A N U E L (le interrumpe vivamente).—Este es el rayo
divino y sagrado del a m o r q u e penetra en el corazón,
le hiere, y le inflama. Cuando dos almas de igual raza
se encuentran, no es posible escoger ni resistir; el
hombre no desata lo que el cielo ató. Yo soy como mi
hermano. Lo q u e acaba de relatar es mi propia histo-
ria, y debo agradecerle esta explicación, p o r q u e le-
vantó con hábil m a n o el velo que cubría el sentimiento
confuso que experimento.
ISABEL.—Bien claro veo que mis hijos siguen su des-
tino rompiendo la vía que les estaba designada. El
torrente fogoso que se precipita de las montañas se
cava su lecho, se abre u n camino sin buscar la vía re-
gular que la prudencia le trazó. Sin duda he de some-
t e r m e ; ¿puedo acaso hacer algo ? La m a n o poderosa é
inflexible de los dioses teje el destino misterioso de
mi familia. El corazón de mis hijos es p r e n d a de mis que esperaba no volver á recorrer m á s . La alegría
esperanzas en el porvenir; noble es su cuna, y nobles me daba alas...
son sus pensamientos. D. CÉSAR.—Al c a s o .
D. MANUEL.—Habla.
DIEGO.—Llego al patio del convento, que tan bien
conocía; pregunto por vuestra hija, veo el espanto en
ESCENA VI
todas las miradas, y sé con h o r r o r la catástrofe.
ISABEL. DON MANUEL, DON CÉSAR; DIEGO a p a r e c e á la
puerta.
«
»
/
D. MANUEL (aparté).—^ Por qué p e r m a n e c e r aquí m a r -
tirizado por la duda y los temores? Voy sin p e r d e r ins-
tante al encuentro de la luz y la certidumbre. (Hace
que se va.)
D. CÉSAR (vuelve).—Espera, Manuel; quiero s e g u i r t e .
D. MANUEL.—No me sigas, a g u a r d a . Nadie m e siga!
D. CÉSAR (le mira sorprendido).—¿ Qué le ha pasado
á mi h e r m a n o ? Dímelo, madre. .
ISABEL.—Lo ignoro; ya no es el m i s m o á mis ojos.
D. CÉSAR.—Vuelvo, m a d r e mía, p o r q u e en el a r d o r A C T O III
de mi celo, olvidé pedirte una señal para d a r m e á
conocer á mi hermana. ¿ Cómo encontrar sus huellas
sin saber de qué sitio la han robado los corsarios?
N ó m b r a m e el convento en q u e estaba encerrada. ESCENA PRIMERA
ISABEL.—Es un convento consagrado á santa Cecilia.
Se oculta en el bosque que se extiende sobre las l a d e r a s La e s c e n a r e p r e s e n t a u n j a r d í n
del Etna, como para hacerle callado asilo de las almas.
D. CÉSAR.—Ten valor, m a d r e m í a ! Fía en tus hijos. LOS DOS COROS, d e s p u é s BEATRIZ.—El c o r o d e d o n Manuel
Yo te traeré á mi h e r m a n a , a u n q u e haya de buscarla a v a n z a con a p a r a t o d e fiesta, l l e v a n d o g u i r n a l d a s d e flores,
en todos los m a r e s y en todos los países! Una cosa me y el t o c a d o d e la n o v i a a n t e s descrito.—El coro d e d o n César
q u i e r e i m p e d i r l e la e n t r a d a .
aflige sin embargo, madre mía. Dejé á mi desposada
bajo extraña protección! Sólo á ti p u e d o confiar el pre-
cioso depósito : voy á presentártela, la verás, y en s u s I. ER CORO - CAYETANO •
brazos, sobre su tierno corazón, olvidarás tus inquie-
tudes y t u s sufrimientos. IEN harás en dejar este lugar.
ISABEL.—¿ Cuándo cesará la a n t i g u a maldición q u e 2.° CORO - BOHEMUNDO.—Sí, cuando más po-
pesa sobre nuestra casa? Pérfido genio burla m i s espe- deroso señor lo exija,
ranzas, y su envidiosa rabia no se ve n u n c a satisfecha. i . " CORO- CAYETANO. — Deberías compren-
Me creía cerca del puerto, confiaba con gran segu- der q u e tu presencia es i m p o r t u n a .
ridad en las que me parecían firmes p r e n d a s d e ven- 2 . ° CORO-BOHEMUNDO.—Ya q u e eso te disgusta, me
tura, y calmadas todas las borrascas, veía con alegres quedo.
ojos la tierra a l u m b r a d a por los rayos del sol poniente, 1.er CORO - C A Y E T A N O . — E s t e es mi puesto. ¿Quién se
cuando se alza una tempestad en el cielo sereno, y m e atreve á d e t e n e r m e ?
fuerza á luchar n u e v a m e n t e contra las olas. 2 . ° CORO - BOHEMUNDO.—Yo, que m a n d o aquí.
(Retirase al interior del palacio; Diego la sigue.) i. er CORO - CAYETANO. — Don Manuel, mi señor, es
quien me envía. •
»
/
2.° CORO - BOHEMUNDO. — Por orden del mío estoy BEATRIZ.—Va á venir. Esta es la hora.
aquí. 1." CORO - C A Y E T A N O . — S i no fuera mi a m o r a la paz,
i . " CORO - CAYETANO.—El m á s joven debe ceder al m e haría justicia.
mayorazgo. 2." CORO - B O H E M U N D O . — E l t e m o r y no la paz enfrena
2. 0 CORO - B O H E M U N D O . — E l m u n d o pertenece al pri- t u cólera.
mero q u e lo ocupa. BEATRIZ.—¡Oh! ¿ p o r qué no está á mil leguas de
1." CORO - C A Y E T A N O . — O h t ú , á quien aborrezco: vé; aquí ?
sal de estos lugares! 1.er C O R O - C A Y E T A N O . — T e m o la l e y ; m a s no tus ne-
2." CORO-BOHEMUNDO. — Mas no sin haber medido cias amenazas.
nuestros aceros. 2.° C O R O - B O H E M U N D O . — H a c e s b i e n : la l e y e s el re-
<
1." CORO-CAYETANO.—El p r í n c i p e ! inmaculados. Dejémoslos, pues, que busquen entre
2.° CORO - BOHEMUNDO.—Es su h e r m a n o . Haya paz! ellos un pacifico acuerdo. Pienso que es más discreto
D. MANUEL.—Sin vida dejo al p r i m e r o que quiera obedecer.
continuar el combate, ó al q u e sólo amenace con u n a (.Retirase el segundo coro, y el primero se coloca en el fondo
mirada á su adversario... ¿ E s t á i s d e m e n t e s ? ¿ Q u é de la escena. En el mismo instante aparece Beatriz y se
demonio os impele á reavivar la h o g u e r a de nues- lanza á los brazos de D. Manuel.)
tras antiguas discordias, q u e d e b e n extinguirse p a r a
s i e m p r e ? ¿Quién empezó el combate? Hablad; quiero
saberlo.
1 . " CORO - CAYETANO, B E R E N G U E R . — E s t a b a n aquí... ESCENA III
2.° CORO-ROGER, B O H E M U N D O . — V e n í a n . . .
D. MANUEL (al primer coro).—Habla tú. BEATRIZ, DON MANUEL
1. e r C O R O - C A Y E T A N O . - A q u í v e n í a m o s , p r í n c i p e , t r a -
yendo el tocado de la novia, c o m o nos habías o r d e n a - BEATRIZ.—¡ Eres tú ! Por fin vuelvo á verte. ¡Cruel!
do. Dispuestos para una fiesta, c o m o ves, y no para el ¡Cuanto tiempo me has dejado languidecer, entregada
combate, seguíamos en paz n u e s t r o camino sin p e n s a r al temor y á la angustia ! P e r o no hablemos más de
en ninguna agresión, fiados en la alianza jurada; mas ello. ¡Te veo otra vez! En tus brazos queridos está mi
hemos encontrado á esos h o m b r e s a c a m p a d o s aquí asilo, mi protección, contra todos los peligros. Ven;
como enemigos i m p i d i é n d o n o s con violencia el paso. están lejos; podemos huir. ¡ V e n ! no perdamos un
D. MANUEL. — ¡ Insensatos ! ¿ P o r v e n t u r a ningún instante. (Quiere llevarle consigo, y añade contemplándole
asilo esta al abrigo de vuestro ciego f u r o r ? ¿ Vuestro atentamente.) ¿ Pero qué tienes ? ¿ Por q u é esta expre-
odio ha de p e n e t r a r hasta la silenciosa m a n s i ó n de la sión fría y solemne ? ¡ Te arrancas de mis brazos, como
inocencia y ha de t u r b a r la paz que en ella impera? si quisieses alejarte de m í ! No te reconozco. ¿Eres el
(Al coro segundo.) R e t í r a t e ; secretos existen q u e no m i s m o Manuel, mi esposo, el a m a d o de mi corazón ?
permiten t u estancia en estos sitios. (Viendo que el coro
D . MANUEL.—¡ B e a t r i z !
vacila.) Retírate; t u señor te lo o r d e n a p o r m i boca,
BEATRIZ.—¡ No, no hables! No es tiempo de discu-
p o r q u e ahora tenemos u n alma sola y u n solo p e n s a -
rrir. ¡ P a r t a m o s p r o n t o ! Ven ; los momentos son pre-
miento. Mis órdenes son las s u y a s . Anda. (Al primer
ciosos.
coro.) T ú quédate y g u a r d a la e n t r a d a .
. D. MANUEL.—Espera. Respóndeme.
2.° CORO-BOHEMUNDO.-¿ Q u é h a c e r ? Los p r í n c i p e s BEATRIZ.—¡ P a r t a m o s ! p a r t a m o s antes que vuelvan
están reconciliados, es cierto E n t r o m e t e r s e con esos hombres.
ardor en sus violentas querellas sin ser llamado, f u é D. MANUEL.—Espera: ningún daño pueden hacer-
con frecuencia más peligroso q u e útil; p o r q u e c u a n d o nos.
los grandes están cansados d e c o m b a t i r , echan sobre BEATRIZ.—¡ O h ! ¡ n o l e s c o n o c e s ! V e n : h u y a m o s .
el hombre oscuro y confiado q u e les sirvió las s a n - D. MANUEL.—Si mi brazo te defiende, ¿ qué puedes
grientas apariencias del c r i m e n , y se m u e s t r a n ellos temer?
BEAIRIZ — IOh! ¡créeme! nos cercan enemigos po- BEATRIZ.—¿ Eres don Manuel, separado de su her-
derosos. m a n o por odio irreconciliable y perpetua lucha?
D. MANUEL.—Ninguno, a m a d a mía, es más poderoso D. MANUEL.—Estamos reconciliados. Desde hoy so-
que yo. mos h e r m a n o s , no tan sólo por el nacimiento, sino
BEATRIZ.—¡ T ú , solo, contra tantos! también por el corazón.
D. MANUEL.—Yo solo. Esos hombres á quienes te- BEATRIZ.—¿ R e c o n c i l i a d o s d e s d e h o y ?
mes... D . MANUEL.—¡ H a b l a ! ¿ Q u é h a s u c e d i d o ? ¿ P o r q u é
BEATRIZ.— N o les esta emoción ? T ú no podías conocer á mi familia más
conoces, no sabes a que por el n o m b r e . ¿No poseo yo todos t u s secretos?
quién obedecen. ¿ Nada me h a s tenido oculto ? ¿ me lo has dicho todo?
D . MANUEL. — M e BEATRIZ.—¿En q u é piensas ? ¿Qué tenía que confe-
obedecen á mi, yo sarte ?
soy su soberano. D. MANUEL.—Nada me has dicho aún de t u m a d r e .
BEATRIZ. — Tú ¿Quién e s ? ¿ L a conocerías si te la describiese, ó te la
eres... ¡ Q u é horror! mostrase ?
D. MANUEL.—Co- BEATRIZ.—¡ T ú la c o n o c e s , l a c o n o c e s , y no me lo
nóceme al fin, Bea- has dicho!
triz. Yo no soy lo D . MANUEL.—¡ D e s d i c h a d o d e m í y d e t i , si e s v e r d a d
que parecía, u n ca- que la conozco!
ballero pobre y des- BEATRIZ.—¡Oh, su aspecto es suave como la luz del
conocido, u n aman- sol! La estoy viendo. Despiertan mis recuerdos.... su
te que no pedía más celeste figura p a r e c e surgir del fondo de mi alma. Veo
que tu a m o r . Te los rizos de s u s cabellos negros q u é sombrean el noble
oculté quien era, y contorno de su cuello de marfil y el círculo de su
mi origen y poder. frente i n m a c u l a d a , y el brillo de sus g r a n d e s ojos
BEATRIZ. — ¿No
límpidos. El conmovedor sonido de su voz despierta
en mí...
eres tú don Manuel ? ¡Desdichada! ¿ Quién e r e s ?
D. MANUEL.—Don Manuel es mi nombre ; pero estoy D.MANUEL.—¡Desdichado! ¡es ella, es ella la que
por encima de los q u e así se llaman en la ciudad. Y,o estás describiendo!
soy don Manuel, principe de Mesina. B E A T R I Z — Y de ella quiero h u i r . ¡He de abandonarla
BEATRIZ.—¿Don Manuel, el h e r m a n o de don Cé- la mañana m i s m a del día que debía r e u n i r m e á ella
sar ? para siempre ! ¡ Por ti sacrifico hasta á mi m a d r e !
D. MANUEL.—Sí, m i h e r m a n o es. D. MANUEL.—La princesa de Mesina será tu madre.
BEATRIZ.—¿ T u h e r m a n o ? Voy á llevarte á su presencia. Ella te espera.
D. MANUEL.—¿Te espanta? ¿conoces á don César? BEATRIZ.—¿ Q u é d i c e s ? ¿ t u m a d r e e s l a d e don Cé-
¿ Conoces á algún otro de mi raza ? » sar ? ¿ Quieres llevarme á ella ? ¡ O h ! ¡ jamás, jamás !
D. MANUEL.—¿ Tiemblas ? ¿ Q u é significa este t e r r o r ? a d e m á n y calléme. Mas no sé q u é astro m a l h a d a d o
¿No es mi m a d r e una e x t r a ñ a para ti? me movía con f u e r z a irresistible ; y me f u é necesario
BEATRIZ.—¡Oh, triste y fatal d e s c u b r i m i e n t o ! ¡ Ah! satisfacer el a r d i e n t e i m p u l s o de mi corazón. El viejo
¿ p o r q u é h e visto este día ? criado m e prestó su a u x i l i o ; te desobedecí, y f u i á los
D. MANUEL.—¿Por q u é s e m e j a n t e a n g u s t i a , c u a n d o funerales.
e n c u e n t r a s al príncipe en el desconocido ? (Acércase cariñosa á don Manuel. Don César entra acom-
BEATRIZ.—¡ Devuélveme el desconocido! Con él sería pañado de todo el coro.)
feliz en u n a isla desierta.
D . CÉSAR (dentro).—Retiraos. ¿ Q u é m u l t i t u d es esta
aquí reunida ? ESCENA IV
BEATRIZ,—¡Dios s a n t o ! ¡esta voz! ¿ d ó n d e escon-
derme ? LOS DOS HERMANOS, LOS DOS COROS, BEATRIZ
D. MANUEL.—¿Conoces esa voz ? No, no la h a s oído
jamás, y no p u e d e s conocerla. EL 2.° CORO - BOHEMUNDO (á don César).— No q u i e r e s
BEATRIZ.—Ven. H u y a m o s . No nos d e t e n g a m o s . creernos... Cree, p u e s , á t u s ojos.
D. MANUEL.—¿Por q u é h e m o s de h u i r ? Es la voz d e D . CÉSAR (sale precipitadamente, y retrocede al ver á su
mi h e r m a n o ; viene á mi e n c u e n t r o . Y m e s o r p r e n d e hermano).—¡ Ilusión i n f e r n a l ! ¿ En sus brazos ? (Se acer-
q u e h a y a descubierto... ca á don Manuel.) ¡Víbora e n v e n e n a d a ! ¿ e s e es t u
BEATRIZ.—Por todos los santos, haz q u e no te vea. a m o r ? ¿ Así m e e n g a ñ a s con u n a falsa reconciliación ?
No te e x p o n g a s á s u s i m p e t u o s o s a r r a n q u e s . Que no ¡Oh! m i odio era la voz d e Dios. ¡ Anda á los infiernos,
te halle en este l u g a r . corazón de s e r p i e n t e ! (Le da de puñaladas.)
D. MANUEL.—Alma mía, el t e m o r te p e r t u r b a . No D. MANUEL. — ¡ Soy m u e r t o ! Beatriz!... ¡ h e r m a n o
oyes lo q u e te digo. ¡ E s t a m o s reconciliados! mío!
BEATRIZ.—¡Oh cielos! l i b r a d m e de este i n s t a n t e ! (Cae y muere. Beatriz se desploma á su lado y queda in-
D. MANUEL.—¡Qué p r e s e n t i m i e n t o ! ¡ Q u é idea m e móvil.)
e s t r e m e c e ! . . . ¿ S e r í a posible ?... ¿ E s a voz no es n u e v a 1.CR CORO • CAYETANO.—¡ Al a s e s i n o ! al asesino! Ve-
p a r a ti ?... ¡ Beatriz! estabas... T i e m b l o de i n t e r r o g a r - nid, á las a r m a s . Sea la sangre v e n g a d a con sangre.
te... ¿ E s t a b a s en los f u n e r a l e s d e mi p a d r e ? (Todos desenvainan las espadas.)
BEATRIZ.—¡ I n f e l i z d e m í ! 2.° CORO - BOHEMUNDO. — ¡ Regocijémonos! acabada
D . MANUEL.—¿ E s t a b a s ? está la contienda ! Mesina tiene a h o r a u n solo señor.
BEATRIZ.—¡ N o t e i r r i t e s ! 1 . " CORO - CAYETANO, BERENGUER, MANFREDO.—¡Ven-
D . MANUEL.—¡ D e s g r a c i a d a ! ganza! v e n g a n z a ! Caiga el fratricida! caiga p a r a expiar
BEATRIZ.—Sí e s t a b a . su c r i m e n !
D . MANUEL.—¡ H o r r o r ! 2.° CORO -BOHEMUNDO, ROGER, HIPÓLITO.—No temas,
BEATRIZ.—¡ Era t a n vivo mi d e s e o ! P e r d ó n a m e ! Yo s e ñ o r ; fieles te seremos en todas ocasiones.
te lo c o n f e s é ; t ú m e respondiste con l ú g u b r e y frío D. CÉSAR.—Retiraos. He d a d o m u e r t e á m i enemigo,
h f ^ i e o ,
A,
al que engañaba mi confiado corazón, al que convertía
en vil asechanza la amistad fraternal. Terrible y espan-
tosa parece esta acción, mas f u é sentencia del cielo.
i. cr CORO - CAYETANO.—¡ Infeliz de ti, Mesina ! infeliz
de t i ! horrible maldad se ha cometido dentro de t u s
murallas. ¡Infelices de las m a d r e s y de los hijos, de los
mozos y de los ancianos! Infelices de los que aún han
de n a c e r !
D. CÉSAR.—Tarde llegan las quejas. Socorredla! (Se-
ñalando á Beatriz.) Devolvedla á la vida! Alejadla pron-
to de este lugar de m u e r t e y de terror. No puedo
permanecer aquí m á s tiempo; mi h e r m a n a robada me
llama en su auxilio... llevadla á los brazos de mi ma-
dre, y decidla q u e su hijo César es quien la envía.
(Vase. Los hombres del coro depositan á Beatriz desmaya-
da en una camilla. El primer coro se queda junto al
cadáver de don Manuel. Los niños portadores de los
adornos nupciales se colocan en torno suyo.)
ESCENA V
EL CORO - CAYETANO
ESCENA IV
ESCENA V
BEATRIZ.—¡ I n f e l i z d e m í ! ¡ E s é l !
ISABEL (se le acerca).—¡ Oh, César, hijo m í o ! ¿ Así he ISABEL.—? Mira! ve el crimen cometido
EL CORO - CAYETANO
sencia de ese cadáver, me abandona el valor, y la d u d a libertad habita las cimas. Las exhalaciones de la t u m -
desgarra mi seno. Déjame en mi error. Llora en se- ba no se alzan en el aire puro. Donde quiera que el
creto ; no vuelvas á v e r m e jamás, j a m á s ! Yo no quiero h o m b r e no llevó sus miserias, el m u n d o es perfecto.
volver á veros, ni á ti ni á t u madre, que jamás me (El coro repite esta estrofa.)
ha q u e r i d o ! Su corazón se ha d e l a t a d o ; el dolor lo
(Et segundo coro se aleja, llevándose el cuerpo de don Ma-
ESCENA VIII nuel.)
er
EL i. CORO - CAYETANO.—¿ He de llamar á la piadosa
DON CÉSAR, EL CORO congregación de los monjes de las cercanías, para que,
según antiguos usos de la Iglesia, celebre las exequias y
D . CÉSAR {con más firme continente).—Vengo á hacer acompañe con sus cantos al cadáver el reposo eterno ?
uso por última vez de mi a u t o r i d a d de soberano. Ese D. CÉSAR.—Esos cantos religiosos podrán resonar
cuerpo precioso será depositado en la t u m b a ; allí está eternamente sobre nuestra t u m b a , á la claridad de los
la última morada de los m u e r t o s . Escuchad ahora mis cirios; hoy no es necesario su santo ministerio. El
graves resoluciones y obrad p u n t u a l m e n t e conforme
sangriento homicidio rechaza las santas ceremonias.
os ordené. Recordáis aún el t r i s t e deber que cumplis-
EL CORO - CAYETANO.—No tomes, señor, ninguna re-
teis, p o r q u e no hace m u c h o q u e llevasteis á la t u m b a
solución violenta. No te revuelvas contra ti mismo, en
el cuerpo de vuestro príncipe. Los cantos f u n e r a r i o s
la ira de la desesperación. Nadie en el mundo tiene el
han cesado apenas de oirse en estos muros, y un cadá-
derecho de castigarte, y una piadosa expiación calma
ver sigue de cerca á otro cadáver, una antorcha en
la cólera del cielo.
otra se enciende, y el l ú g u b r e cortejo alcanza al lúgu-
bre cortejo en la misma escalera subterránea. Dispo- D. CÉSAR.—Si no existe quien tenga derecho á juz-
ned, pues, una f ú n e b r e s o l e m n i d a d en la iglesia del garme y castigarme, tócame á mí cumplir este deber
castillo, donde yacen los restos de mi p a d r e ; ciérrense para conmigo. Yo sé que el cielo acepta la penitencia
las puertas y hágase todo c o m o he dicho. del pecado, pero la sangre no puede ser expiada sino
con sangre.
E L CORO - BOHEMUNDO. — Dispuestas estarán p r o n t o EL CORO - CAYETANO.— Deberías sobreponerte á las
las exequias, s e ñ o r ; p o r q u e el catafalco, m o n u m e n t o catástrofes que pesan sobre esta casa, y no amontonar
de la grave ceremonia, está a ú n en p i é ; nadie p u s o desgracia sobre desgracia.
m a n o aún en el edificio de la m u e r t e . D. CÉSAR.—Muriendo pongo fin á la antigua maldi-
D. CÉSAR,—Si la entrada del sepulcro p e r m a n e c i ó ción de esta casa. Sólo la m u e r t e voluntaria puede
abierta en la mansión de los vivos, no f u é éste feliz romper la cadena del destino.
augurio. ¿Y por qué causa no d e r r i b a r o n el triste apa- EL CORO - CAYETANO. — Debes un soberano á esta
rato después de la c e r e m o n i a ?
huérfana tierra, ya que nos has arrebatado el otro.
EL CORO - BOHEMUNDO.—Las desgracias, la deplorable D. CÉSAR.—Antes he de saldar mi deuda con los
discordia q u e á poco estalló y dividió á Mesina, alejó dioses de la m u e r t e . Otro dios cuidará de los vivos...
del m u e r t o nuestra atención, y el santuario permaneció EL CORO-CAYETANO.—Mientras n o s a l u m b r a el s o l ,
cerrado y abandonado. permanece en pié la esperanza. Sólo la m u e r t e la de-
D. CÉSAR.—Id pues á c u m p l i r p r o n t o vuestro come- rriba. Piénsalo bien.
tido. Quede terminada la f u n e s t a obra esta m i s m a D. CÉSAR.—Y tú piensa en cumplir en silencio tus
noche, y vea el sol de m a ñ a n a el palacio p u r g a d o de deberes de servidor. Déjame obedecer al espíritu terri-
crímenes, y alumbre á u n a raza mas feliz. ble que me impulsa. Ninguna dichosa criatura puede
0 f
í * * ) Z
ver el fondo de m i alma. Si no honras ni t e m e s en mí. ISABEL.—No, no he de ofenderte con reproche algu-
al soberano, t e m e al criminal sobre quien pesa la más no, ni lastimarte con m u d a ó explícita queja. Mi deso-
t r e m e n d a m a l d i c i ó n ; honra al infeliz, cuya cabeza es lación se trocará en plácida tristeza. Juntos lloraremos
sagrada hasta p a r a los dioses. Quien ha experimenta- n u e s t r a desdicha y velaremos el crimen.
do lo q u e yo s u f r o , no tiene q u e dar ninguna cuenta á D. C É S A R (la toma de la mano y le dice con voz muy
los seres terrenales. blanda).—Será tal como dices, m a d r e mía; sí, t u deso-
lación se convertirá en plácida tristeza. Mas cuando
un m i s m o cortejo r e ú n a la víctima con el asesino, y
ESCENA IX u n m i s m o sepulcro encierre sus cenizas, la maldición
caerá d e s a r m a d a y no separará m á s á t u s dos hijos.
ISABEL, DON CÉSAR, EL CORO
Las lágrimas que d e r r a m e s , m a d r e mía, correrán para
I S A B E L (sale con incierto paso y lanza á don César una el uno como para el otro. La m u e r t e es poderoso inter-
mirada vacilante; luégo se le acerca y le habla con firme- cesor. Sosiéganse entonces los ardores de la cólera,
za ).—Mis ojos no d e b í a n verte más. Eso. me p r o m e t í cálmase el odio; la dulce piedad, bajo la imagen de
en medio de mi dolor. Pero el viento arrastra las reso- una h e r m a n a , llora estrechando en sus brazos la urna
f u n e r a r i a . No me detengas, pues, m a d r e mía; d é j a m e
luciones que u n a m a d r e extraviada por el f u r o r p u e d e
que baje al sepulcro y apacigüe al destino.
t o m a r contra la voz de la naturaleza. Hijo, siniestra
noticia m e ha a r r a n c a d o de mi soledad desierta y ISABEL.—Piensa q u e la religión cristiana posee m u -
de mi dolor. ¿ Debo creerla ? ¿ Es verdad que un m i s m o chas imágenes misericordiosas á cuyos piés puede
día ha de a r r e b a t a r m e á mis dos hijos ? encontrar la calma el corazón agitado. En la casa de
E L CORO - C A Y E T A N O . — R e s u e l t o le ves á f r a n q u e a r
Loreto, más de un culpable ha sido libertado de su
con seguro paso las p u e r t a s de la m u e r t e . P r u e b a pesada carga, y junto al santo sepulcro que borró del
ahora la fuerza d e la sangre, el p o d e r de las súplicas m u n d o el pecado, reside el poder celestial. También la
oración de los fieles contiene poderoso influjo y gran
maternales. Yo h e e m p l e a d o en vano mis palabras.
mérito á los ojos de Dios. En el sitio en q u e se cometió
ISABEL.—Revoco las imprecaciones que en la locura
el crimen, puede levantarse u n templo expiatorio.
de mi desesperación h e lanzado sobre tu cabeza queri-
da. Una m a d r e n o p u e d e maldecir al hijo que llevó en D. CÉSAR.—Fácil es arrancar la flecha del corazón,
sus entrañas, al hijo que parió con dolor, ni el cielo mas es imposible cicatrizar la herida. Sométase quien
quiera á penitente vida, al aniquilamiento gradual q u e
escucha sus i m p í a s súplicas, q u e vuelven á caer de lo
p r o d u c e la rigorosa expiación de una falta e t e r n a ! yo,
alto cargadas de lágrimas. Vive, hijo mío; a n t e s quiero
madre mía, no puedo vivir con el corazón destrozado.
ver al asesino de m i hijo, q u e llorarlos á los dos.
Necesito m i r a r con alegres ojos á los alegres, necesito
D. CÉSAR.—Tú n o reflexionas, m a d r e , en lo q u e de-
lanzarme con espíritu libre al cielo etéreo. Si la envidia
seas para ti y p a r a m í . Yo no puedo p e r m a n e c e r entre
envenenaba mi existencia cuando compartíamos igual-
los vivos. A u n q u e pudieras soportar, m a d r e mía, la
m e n t e tu a m o r , ¿crees q u e soportaría yo las ventajas
vista de un hijo aborrecido por los dioses, yo no su- que tu dolor le daría sobre mí ? En cambio, madre, la
friría los m u d o s cargos de tu eterno dolor.
m u e r t e purifica; en sus moradas eternas, las cosas de rosa que la mía ? (Se dirige al fondo del teatro.) Ven,
la tierra relumbran con el brillo de la v e r d a d e r a v i r t u d ; Beatriz. Si un hermano m u e r t o le a r r a s t r a á la t u m b a
bórranse las manchas y se esfuman los defectos de la con tanta fuerza, acaso su h e r m a n a p o d r á traerle de
h u m a n i d a d . Tanto como las estrellas están p o r encima nuevo á la luz con el prestigio de las d u l c e s esperanzas
de la tierra, estaría él sobre mí. Si nos ha s e p a r a d o de la vida.
antigua envidia d u r a n t e el curso de n u e s t r a existencia,
cuando éramos iguales y hermanos, ¿no r o e r í a sin tre-
gua mi corazón, ahora que me aventaja d e toda la eter- ESCENA ÚLTIMA
nidad y que salido de las luchas de este m u n d o se per- BEATRIZ en el f o n d o del t e a t r o , ISABEL, D. C É S A R , EL CORO
petuará como un dios en la memoria de los h o m b r e s ?
ISABEL.—¿Os habré llamado á Mesina p a r a e n t e r r a - D. CÉSAR (hondamente conmovido al verla, oculta el
ros á los dos ? Os hice venir aquí para reconciliaros, y rostro).—Oh, m a d r e , m a d r e m i a ! q u é p r e t e n d e s ?
un destino funesto revuelve contra mí t o d a s m i s espe- ISABEL (acompaña á su hija).—Tu m a d r e le ha supli-
ranzas. cado en vano. Implórale, conjúrale á q u e viva.
D. CÉSAR.—No te quejes por este desenlace, m a d r e ; D. CÉSAR.—Oh, artificio m a t e r n a l ! Así me pones
cuanto estaba anunciado se ha cumplido. H e m o s pasa- á p r u e b a ! ¿Quieres que me destroce n u e v a lucha?
do esta puerta con a u g u r i o s de paz, y j u n t o s descan- ¿Quieres hacer para m í m á s preciosa la luz del sol, en
saremos pacíficamente, reconciliados para s i e m p r e en el m o m e n t o en que voy á partir para la noche eterna?
la mansión de la m u e r t e . Aqui, ante mí se m u e s t r a el ángel gracioso de la vida,
ISABEL.—Vive, hijo m í o ! No dejes á t u m a d r e en ex- esparciendo e m b a l s a m a d a s flores y d o r a d o s f r u t o s . Mi
tranjera tierra, acosada por los sarcasmos de los cora- . corazón se abre á los rayos ardientes del sol, y en mi
zones groseros, p o r q u e no la protege y a el p o d e r de seno, ya sobrecogido por la m u e r t e , despierta la espe-
sus hijos. ranza con el a m o r á la vida.
D. CÉSAR.—Si el m u n d o frío y cruel t e d e s d e ñ a , re- ISABEL—Ruégale que no nos prive de n u e s t r o apo-
fugíate en nuestro sepulcro é invoca el divino p o d e r yo. Él te escuchará, ó no escuchará á nadie.
de tus h i j o s , p o r q u e seremos seres celestiales y te B E A T R I Z . — L a m u e r t e del que f u é a m a d o exige una
o i r e m o s ; y semejantes á los astros g e m e l o s propicios víctima. Una ha de ser, m a d r e m í a ; d é j a m e que yo
al navegante, nos acercaremos á ti p a r a consolarte y lo sea. Á la m u e r t e fui consagrada a n t e s de nacer. La
devolver la fuerza á tu alma. maldición q u e persigue esta casa me reclama: mi vida
ISABEL.—Vive, hijo mío, vive para tu m a d r e ! Yo no f u é robada al cielo. P u e s yo le maté y reavivé la dormi-
puedo resignarme á perderlo todo. da f u r i a de los combates, yo he de calmar los m a n e s .
(Le estrecha en sus brazos con apasionada violencia. Él se E L CORO - C A Y E T A N O . — O h , m a d r e infeliz! t u s hijos
separa con suavidad, le tiende la mano y aparta los ojos.) corren solícitos á la m u e r t e y te dejan sola, abandona-
D . CÉSAR.—¡ A d i ó s ! da, en vida solitaria, sin alegría y sin a m o r .
ISABEL.— Ay! ahora veo con dolor q u e t u m a d r e no BEATRIZ.—Hermano, g u a r d a tu cabeza querida. Vive
tiene sobre ti ningún poder. ¿Será otra voz m á s pode- para tu m a d r e , que necesita de su hijo. Hoy h a e n c o n -
trado u n a hija por primera vez: fácilmente podrá per- (En esto se oye un canto funeral. Abrense las puertas
d e r á la q u e j a m á s ha p o s e í d o . del fondo y aparece un catajalco levantado en la iglesia,
D. CÉSAR Ccon dolor profundo).—Ya lo ves, m a d r e mía, y el ataúd rodeado de antorchas.)
n o s o t r o s p o d e m o s vivir ó m o r i r , poco i m p o r t a á D. CÉSAR (volviéndose hacia el ataúd).—No, h e r m a n o ,
ella le basta ir al e n c u e n t r o de aquel á quien a m a b a . no quiero a r r e b a t a r t e tu víctima. Desde el fondo del
BEATRIZ.—¿Tienes celos de las cenizas de tu hermano? a t a ú d , tu voz es m á s poderosa q u e las lágrimas de u n a
m a d r e y las súplicas del a m o r . En mis brazos estre-
cho cuanto igualara la vida t e r r e s t r e á la suerte de
los dioses; ¿pero yo, el asesino, podría ser feliz y dejar
sin venganza la piadosa inocencia en la t u m b a ? No; el
justo árbitro de n u e s t r o s días no p u e d e p e r m i t i r tales
diferencias en s u m u n d o . He visto las lágrimas q u e
t a m b i é n por m í se d e r r a m a b a n . Mi corazón está satis-
fecho. Ya te sigo.
(Se hunde un puñal en el pecho y cae moribundo á los piés
de su hermana, que se echa en brazos de su madre.)
E L CORO - CAYETANO (después de un profundo silen-
cio).—Aterrado estoy, y no sé si debo afligirme ó rego-
cijarme p o r su s u e r t e . Lo q u e siento, lo q u e claramen-
te veo, es q u e la vida no es el m a y o r bien, y q u e el
crimen es el m a y o r de los males.
EN LA R E A P E R T U R A DEL TEATRO DE W E I M A R
(OCTUBRE DE 1798)
¡nlHi^^iJiiíSiSilíHítirilJlilliiiiasuuiiiíii
P u e s los g r a n d e s m o d e l o s d e s p i e r t a n la e m u l a c i ó n y dictan E s t a m o s v i e n d o a c t u a l m e n t e c ó m o se d e r r u m b a n las firmes
elevadas leyes á la crítica, sea este s e n a d o c a m p o de u n n u e v o y a n t i g u a s b a s e s s o b r e las cuales d e s c a n s a b a , de ciento cin-
y m a d u r a d o talento (i). ¿ D ó n d e p o d r í a e n s a y a r m e j o r sus fuer- c u e n t a a ñ o s a c á , la paz de E u r o p a , f r u t o h a r t o caro de la de-
zas, ó renovar y reavivar su gloria ya s a n c i o n a d a , s i n o de- p l o r a b l e g u e r r a d e los T r e i n t a a ñ o s . P e r m i t i d al p o e t a q u e
lante de esta escogida a s a m b l e a s i e m p r e sensible á la magia vuelva á t r a s l a d a r o s á tan f u n e s t o s t i e m p o s , y g o z a o s en c o n -
del arte y hábil en p e r c i b i r c o n exquisita delicadeza los m á s t e m p l a r d e s d e allí c o n m a y o r satisfacción el p r e s e n t e y el le-
fugaces rasgos del i n g e n i o ? M i e n t r a s la o b r a del e s c u l t o r j a n o p o r v e n i r t a n rico en esperanzas.
y los cantos del p o e t a a l c a n z a n siglos de d u r a c i ó n , el arte El p o e t a va á c o l o c a r o s en m e d i o de aquella g u e r r a . Diez y
maravilloso del a c t o r p a s a r á p i d a m e n t e y sin d e j a r h u e l l a . E n seis a ñ o s d e p i l l a j e , d e miseria y devastación van t r a n s c u r r i -
el t e a t r o , el h e c h i z o q u e el artista ejerce, m u e r e c o n é l ; del dos, y el m u n d o e n t e r o , f e r m e n t a n d o en la aflicción y la in-
m o d o q u e su voz en el oído, se extingue en u n i n s t a n t e su q u i e t u d , n o divisa en l o n t a n a n z a el m e n o r s í n t o m a de paz.
efímera creación sin q u e n i n g ú n m o n u m e n t o d u r a b l e p e r p e - E l i m p e r i o se halla c o n v e r t i d o en a r e n a de c o m b a t e ; las ciu-
t ú e su fama. Su t a r e a es difícil, y b r e v e la r e c o m p e n s a ; la d a d e s e s t á n d e s i e r t a s ; M a c d e b u r g o , en e s c o m b r o s ; la i n d u s -
p o s t e r i d a d n o t e j e p a r a él c o r o n a s . Vese, p u e s , o b l i g a d o á tria y el c o m e r c i o , a n i q u i l a d o s ; n a d a es ya el c i u d a d a n o ; el
aprovechar el m o m e n t o p r e s e n t e su ú n i c o p a t r i m o n i o , sub- s o l d a d o lo es t o d o . L a más d e s e n f r e n a d a licencia e s c a r n e c e á
y u g a r á los que le r o d e a n , y d e j a r viviente r e c u e r d o en el co- la m o r a l , y h o r d a s g r o s e r a s y d e s n a t u r a l i z a d a s p o r la c o n t i n u a
r a z ó n de los m á s distinguidos. Sólo así se anticipa el p l a c e r guerra, a c a m p a n s o b r e la t i e r r a a s o l a d a .
d e la i n m o r t a l i d a d ; p u e s q u i e n s u p o c o m p l a c e r é i l u s t r a r á S o b r e este s o m b r í o f o n d o resalta una e m p r e s a propia de la
los m e j o r e s de su t i e m p o , vive en b r e v e espacio lo q u e l o s i n - más t e m e r a r i a p r e s u n c i ó n y de un c a r á c t e r a u d a z c o m o n i n -
mortales. g u n o . H a r t o le c o n o c é i s al o r g a n i z a d o r de un o s a d o e j é r c i t o ,
La nueva era q u e p a r a el arte de T a l í a se i n a u g u r a h o y en al ídolo del c a m p a m e n t o , azote de las n a c i o n e s , t e r r o r y sos-
este proscenio, a n i m a p o r o t r a p a r t e al p o e t a á d e j a r el tri- t é n de su e m p e r a d o r , h i j o a v e n t u r e r o de la f o r t u n a , q u e a y u -
llado camino y á t r a e r o s del e s t r e c h o círculo de la vida o r d i - d a d o y f a v o r e c i d o de las c i r c u n s t a n c i a s , alcanzó r á p i d a m e n t e
n a r i a á más s u b l i m e t e a t r o , q u e n o sea indigno del c a r á c t e r la c u m b r e d e la gloria, é insaciable en sus deseos, y g a n o s o
i m p o n e n t e d e la época en que n o s a g i t a m o s con violentos de m a y o r a l t u r a , vino á caer p o r fin víctima de su i n d o m a b l e
esfuerzos. Sólo los g r a n d e s a s u n t o s r e m u e v e n p r o f u n d a m e n t e a m b i c i ó n . E x t r a v i a d o p o r el odio y el favor d e los p a r t i d o s ,
el alma de la h u m a n i d a d ; en m e z q u i n o espacio el á n i m o se su c a r á c t e r se n o s o f r e c e en la historia con cierta v a g u e d a d ;
a p o c a ; se e n g r a n d e c e c o n sólo a s p i r a r á u n alto fin. H o y q u e mas el a r t e , a t e n t o á p i n t a r su n a t u r a l e z a h u m a n a , c u i d a r á de
a l c a n z a m o s ya el grave t é r m i n o d e n u e s t r o siglo, en el cual h a c e r l o visible á v u e s t r o s ojos, é i n t e r e s a n t e á vuestro cora-
la misma realidad se reviste d e p o e s í a ; h o y q u e v e m o s com- z ó n , p o r q u e , e n l a z a n d o y r e d u c i e n d o á sus d e b i d a s p r o p o r -
batir á nuestra vista p o d e r o s o s c a r a c t e r e s p o r g l o r i o s o l a u r o ; c i o n e s c a d a u n a d e las p a r t e s , h a c e r e t r o c e d e r t o d a a p a r i e n -
h o y que se halla e m p e ñ a d a la l u c h a e n t r e los dos m á s gran- cia á los l í m i t e s de la n a t u r a l e z a , y s o r p r e n d i e n d o al h o m b r e
des intereses de la h u m a n i d a d : la libertad y el p o d e r ; el a r t e en el t o r b e l l i n o de la vida, a t r i b u y e al influjo f u n e s t o de los
d r a m á t i c o p u e d e alzar á m a y o r altura su v u e l o ; n o sólo p u e - a s t r o s g r a n p a r t e de sus c u l p a s .
de, debe hacerlo, si n o q u i e r e palidecer c u b i e r t o d e v e r g ü e n z a No será, sin e m b a r g o , el m i s m o h é r o e q u i e n parezca h o y en
a n t e el teatro de la vida real. escena. E n t a n t o q u e la t í m i d a m u s a c o b r a aliento para pre-
s e n t a r l o en su f o r m a real, veréis flotar su s o m b r a e n t r e los
valientes e j é r c i t o s q u e rige c o n sus ó r d e n e s y a n i m a c o n su
(i) Se alude á Iffland, el célebre actor, que había representado en aquel teatro, y
que Gcethe, el director del mismo, esperaba atraerse de nuevo. espíritu; ya q u e si su p o d e r í o c o r r o m p i ó su corazón, sólo
I 20 PRÓLOGO
La e s c e n a en Pilsen, B o h e m i a .
ESCENA PRIMERA
U N CAMPESINO y su HIJO
E L HIJO
EL CORNETA.—Todo e s o n o e s n a t u r a l .
y fortuna. Tocad su c h a m a r r a ; ¿qué buen lienzo, eh?
E L SARGENTO.—Dicen q u e l e e e n l a s e s t r e l l a s lo por
EL CORNETA.—Para nosotros el mejor vestido es el
q u e nos dió el E m p e r a d o r .
venir, así lo m á s lejano como lo más próximo. P e r o
yo estoy m e j o r e n t e r a d o d é l a verdad del caso: y la EL PAISANO.—Va á h e r e d a r una fábrica de gorras.
verdad es q u e con frecuencia por las noches acude a 2." CAZADOR.—La mayor dicha consiste en hacer lo
verle u n h o m b r e gris q u e se filtra por las puertas ce- que nos acomoda.
rradas. Más d e u n a vez los centinelas le han dado el EL PAISANO.—Luégo por su abuela tendrá un alma-
cén y una t i e n d a .
quién vive, y s i e m p r e que ha aparecido el h o m b r e ha
ocurrido luégo a l g ú n suceso extraordinario. 1.er CAZADOR.—¡ Vaya!... ¿Pero á quién le acomoda
vender p a j u e l a s ?
2. 0 CAZADOR.—SÍ; está vendido al diablo; por esto
EL PAISANO.—Además de lo cual su padrino le cede-
nos d a m o s la g r a n vida.
rá una t a b e r n a y una bodega con m á s de veinte pipas
de vino.
EL CORNETA.—Que se beberá con sus c a m a r a d a s .
ESCENA VII
2.° CAZADOR. — Oye, seremos tus amigos y parro-
Dichos.—UN RECLUTA, UN PAISANO, DRAGONES quianos.
EL PAISANO.—Deja á su novia en la m a y o r tristeza.
EL RECLUTA (sale de la tienda cubierto con un casco, y 1.er CAZADOR.—¡ Bravo! Eso p r u e b a q u e tiene cora-
una botella en la mano).—¡Con Dios, padres míos ! Ya zón de hierro.
soy s o l d a d o ; ya no h e de volver á casa en mi vida. EL PAISANO.—¡Y su pobre abuelita, q u e se morirá
i. er CAZADOR.—¡Hola!... ya tenemos u n nuevo cama- de pena!
rada. 2." CAZADOR.— ¡Mejor que m e j o r ! . . . Así heredará
EL PAISANO.—Mira, Francisco, q u e vas á arrepentir- másEL pronto.
SARGENTO (se adelanta con gravedad y pone la mano
te de ello.
sobre el casco del Recluta).-;Bien p e n s a d o ! Ya te tene- y ahora es un gigante; porque, en Altdorf, cuando es-
mos convertido en otro hombre... Con ceñir el tahalí tudiaba,... era,... sea dicho sin ofenderle, u n calave
y cubrirte con el casco, e n t r a s en el c u e r p o .... un rón.... Una vez estuvo á p u n t o de m a t a r á un criado
cuerpo digno y respetable. Desde ahora debes sentirte suyo. Y los m u y nobles señores de N u r e m b e r g quisie-
como ennoblecido. ron ponerle á b u e n recaudo en la cárcel. C a b a l m e n t e ha-
i . " CAZADOR. Sobre todo ha de t i r a r el dinero. bían construido, hacía poco, la celda d o n d e le m e t i e r o n
EL SARGENTO—Hete p r o n t o á n a v e g a r e m b a r c a d o y debía c o n s e r v a r el n o m b r e del primero q u e e n t r a r a
en la nave de la fortuna.... El m u n d o se a b r e á t u s en ella. En vista de esto, ¿sabéis qué hizo Wallenstein?
ojos. A quien nada arriesga, nada le cabe esperar. P u e s dejó que pasara p r i m e r o su perro. Y desde en-
Mientras el villano indolente y simplón da vueltas en- tonces el calabozo lleva el n o m b r e del perro. ¿ Q u é
cerrado en un m i s m o círculo, como caballo de noria tal ? ¡ Qué treta de m u c h a c h o listo ! De todas sus ha-
el soldado p u e d e aspirar á todo, p o r q u e a c t u a l m e n t e zañas n i n g u n a m e hace tanta gracia como esa.
la guerra dispone de la s u e r t e del m u n d o . Mírame á (E11 esto la moza ha terminado su faena y el 2° Cazador
mi. Bajo ese uniforme q u e visto, traigo conmigo el
se entretiene bromeando con ella.)
bastón del E m p e r a d o r , y h a b é i s de saber q u e en este
UN DRAGÓN (interponiéndose entre ambos). — Vamos,
m u n d o , del bastón ha salido el m a n d o . El m i s m o cetro
real no es m a s que un b a s t ó n ; esto es cosa sabida camaradas, dejarla.
Con llegar á cabo se tiene ya u n pié en la g r a n escala 2.0 C A Z A D O R . — ¿ Q u i é n le m e t e á e s e e n lo q u e no
que lleva a los m á s altos puestos, y se p u e d e s u b i r á le importa ?
donde se quiera. EL DRAGÓN.—Tengo que advertiros que esa moza es
mía.
i . " CAZADOR.-Ya lo creo; basta q u e sepa leer y es-
cribir. i. e r CAZADOR. — ¡Cómo s u y a ! ¿ Q u é está diciendo?
¡ Está loco! ¿ P u e s no quiere poseer para sí el te-
EL S A R G E N T O . - V o y á d a r o s u n e j e m p l o q u e y o m i s -
soro... ?
mo he presenciado hace poco. El jefe del c u e r p o de 2.0 CAZADOR.—Desea vivir a p a r t e en el c a m p a m e n -
dragones se llama Buttler. P u e s bien; hara u n o s treinta to. El palmito de üna buena moza es como el sol:
anos a m b o s éramos soldados rasos, de g u a r n i c i ó n en pertenece á todo el m u n d o . (La besa.)
Colonia ; hoy él es general. Y es q u e ha llenado el
EL DRAGÓN (tirando a la muchacha del brazo).—Pues
m u n d o con su fama militar, m i e n t r a s mis servicios no repito que no lo toleraré.
h a n sido m u y sonados. ¿ Qué m á s ? El m i s m o Fried- i. c r CAZADOR.—¡Viva la b r o m a ! Ahí viene gente de
land, n u e s t r o jefe, nuestro g e n e r a l , en el día tan po- Praga.
deroso, f u é en un principio u n simple hidalgo; pero 2.0 CAZADOR.—¿ Anda buscando camorra ? Voy allá.
fio su porvenir al dios de la g u e r r a y ya veis á d ó n d e EL SARGENTO.—Haya paz, señores. Cualquiera puede
se e n c u m b r ó . Después del E m p e r a d o r él es el p r i m e - d a r un beso a u n a moza.
ro, y quién sabe lo que osará ni á d ó n d e llegará (con
malicia) p o r q u e no estamos a ú n al cabo de la calle.
i. e r CAZADOR.—Es verdad ; e m p e z ó siendo un p i g m e o
El m u n d o e n t e r o es casa de consternación ; el arca de
la Iglesia n a u f r a g a en u n m a r d e sangre, y el i m p e r i o
ESCENA VIII
r o m a n o ¡Dios t e n g a piedad d e é l ! d e b i e r a m á s bien
Dichos.—UN C A P U C H I N O . — S a l e n a l g u n o s m o n t a ñ e s e s , y t o c a n llamarse el pobre r o m a n o . Corriente de a m a r g u r a es
y b a i l a n u n valz, p r i m e r o c o n l e n t o c o m p á s , q u e v a c r e c i e n d o la c o r r i e n t e del Rhin ; vacíos los m o n a s t e r i o s , a n i q u i -
h a s t a el final. El i . " C a z a d o r b a i l a c o n la m o z a d e la c a n t i n a , ladas las diócesis, t r o c a d a s las p a r r o q u i a s en g u a r i d a s
la c a n t i n e r a c o n el r e c l u t a ; la m o z a s e e s c a p a , c o r r e t r a s e l l a
de l a d r o n e s , la t i e r r a d e Alemania, m o r a d a d e la dicha,
el c a z a d o r , y al i n t e n t a r a b r a z a r l a , a b r a z a en su l u g a r al C a p u -
chino q u e sale en a q u e l instante. se ha v u e l t o asilo d e la m i s e r i a . ¿Y cuál es la causa d e
esto ? No q u i e r o callároslo. La causa d e esto son vues-
tros p e c a d o s y v u e s t r o s crímenes, v u e s t r a vida d e
E L C A P U C H I N O ( I ) . — T r a . . . la... la... Muy bien, c o m o
paganos, los escándalos á q u e os e n t r e g á i s soldados y
hay Dios... T a m b i é n yo q u i e r o ser d e la p a r t i d a . . . ¿Es oficiales; p o r q u e el pecado es el i m á n q u e a t r a e el
éste u n ejército d e c r i s t i a n o s ? ¿ S o m o s t u r c o s ? ¿Somos hierro s o b r e ese país. T r a s el m a l viene la desdicha,
anabaptistas, p o r v e n t u r a ? ¿Nos m o f a m o s del día d e como el llanto t r a s la cebolla, como la W sigue á la V,
domingo, c o m o si Dios n u e s t r o S e ñ o r t u v i e s e la gota, en el a b e c e d a r i o . Ubi erit victoria; spes, si ofjenditur
y estuviese i m p o s i b i l i t a d o de d a r n o s u n a paliza? ¿ E s Deus? ¿ C ó m o alcanzar la victoria si no atendéis á ser-
esta ocasión d e t r a g a r y beber y a n d a r d e b u r e o ? Quid mones, n i h a c é i s caso de la misa, y sólo f r e c u e n t á i s la
hic statis oliosi? ¿ Q u é hacéis a q u í m a n o sobre m a n o ? t a b e r n a ? La m u j e r del Evangelio e n c o n t r ó la m o n e d a
Las f u r i a s d e la g u e r r a pasean d e s e n c a d e n a d a s por el q u e h a b í a p e r d i d o ; Saúl, las b u r r a s de su p a d r e ; José
Danubio, cayeron d e r r i b a d o s los b a l u a r t e s d e Baviera, á sus h e r m a n o s ; pero q u i e n buscase e n t r e los solda-
Ratisbona se halla e n t r e las g a r r a s del e n e m i g o y en dos el t e m o r d e Dios, la disciplina y el p u d o r , cierto
t a n t o el ejército p e r m a n e c e en B o h e m i a , tan t r a n q u i - q u e no h a b í a d e encontrarlos m a s q u e encendiera cien
lo, sin i m p o r t á r s e l e n a d a d e n a d a , m u y o c u p a d o en faroles. L e e m o s en el Evangelio q u e los soldados acu-
contentar la tripa, m á s a t e n t o á la botella q u e á la bata- dían t a m b i é n á oir al p r e d i c a d o r del desierto, y hacían
lla, á aguzar el pico m á s q u e el sable, p e r s i g u i e n d o mo- p e n i t e n c i a , y recibían el b a u t i s m o y le p r e g u n t a b a n :
zas y d e v o r a n d o b u e y e s en l u g a r d e d e v o r a r á O x e n s - ¿ Quid faciemus nos ? ¿ Qué h e m o s d e h a c e r p a r a e n t r a r
tiern. Y en esto, la c r i s t i a n d a d d e r r o t a d a se c u b r e d e en el s e n o d e A b r a h a m ? Et ait illis y les dijo : Nemi-
ceniza y viste el b u r d o sayal, m i e n t r a s el soldado se nem concutiatis; no a t o r m e n t é i s , no desolléis á n a d i e ;
llena los bolsillos. E s t a m o s en u n t i e m p o d e l á g r i m a s ñeque calumniara faciatis, ni c a l u m n i é i s á nadie. Con-
y miseria ; a p a r e c e n en el cielo maravillosos s i g n o s ; y tenti estote, c o n t e n t a o s , stipendiis vestris, con la p a g a ,
el S e ñ o r t i e n d e s o b r e las n u b e s el e n s a n g r e n t a d o m a n - y m a l d i t o sea todo h á b i t o pernicioso. El Decálogo dice:
to de la g u e r r a y se a s o m a á las v e n t a n a s del paraíso no jurarás el nombre de Dios en vano, ¿ y d ó n d e se oyen
e m p u ñ a n d o un c o m e t a c o m o u n v e r g a j o a m e n a z a d o r . m a s blasfemias q u e en el c a m p a m e n t o d e F r i e d l a n d ?
Si á cada r a y o y a cada t r u e n o q u e lanza la p u n t a de
v u e s t r a l e n g u a h u b i e r a q u e e c h a r á vuelo las c a m p a -
(i) El ridiculo sermón del Capuchino, y sus demás frases en este diálogo, están
entreverados de equívocos pueriles, intraducibies en nuestra lengua, y que oscurecen nas, bien p r o n t o no se hallarían sacristanes para ello;
el sentido del original en la traducción.
y si por cada mala oración que sale de vuestros labios es un rey Saúl, u n J e b ú , un Holofernes. Ha negado á
i m p u r o s , se os cayera un pelo de la cabeza, os q u e d a - su Señor, como San Pedro, y no p u e d e oir el canto
bais calvos antes de llegar la noche, así f u e s e vuestra del gallo.
cabellera m á s espesa que la de Absalón. T a m b i é n Jo- Los DOS CAZADORES.—¡Curilla ! ¡Ay de ti ! ¡ estás per-
sué era soldado, y el rey David m a t ó a Goliath, y sin dido !
e m b a r g o , ¿ dónde se lee que f u e r o n blasfemos y mal- E L C A P U C H I N O . — E S un zorro, es u n Herodes.
dicientes? Me parece que no h a y q u e a b r i r m á s la boca E L C O R N E T A Y LOS DOS CAZADORES (acometiéndole).—
para decir Dios me ayude, que p a r a echar u n taco. Pero Calla; vas á m o r i r . . .
¡claro está! cuando el vaso está m u y lleno se d e r r a m a y A L G U N O S CROATAS (interponiéndose entre ellos).—
desborda por todos lados.—Hay otro m a n d a m i e n t o q u e A g u a r d a d , no t e m á i s . Continuad vuestro sermón, con-
dice: No hurtarás, y ese lo cumplís al pié de la letra por- tadnos eso...
que robáis abiertamente cuanto cae en vuestras g a r r a s E L CAPUCHINO (á gritos).—Es un orgulloso Nabucodò-
de buitre, sin q u e nada esté al a b r i g o de vuestra r a p a - nosor, sentina de pecados, herético e m p e d e r n i d o . Se
cidad y astucia ; ni el dinero en el cofre, ni la t e r n e r i - hace llamar W a l l e n s t e i n y es verdad, p o r q u e es para
11a en el vientre de la vaca; c u a n d o pilláis un huevo, todos piedra de d o l o r y de tropiezos (1) ; y m i e n t r a s
cargáis con la gallina. ¿ Qué decía el predicador ? Con- el E m p e r a d o r le m a n t e n g a en su puesto, no habrá paz
tenti estote, contentaos con v u e s t r a ración... Mas ¿cómo en el país.
se portarán bien los s u b d i t o s , c u a n d o el escándalo
(Conforme ha dicho á gritos las anteriores palabras, se ha
viene de arriba? Á tal amo, tal criado... Ni siquiera se
ido retirando, protegido por los croatas.)
sabe cuáles son sus creencias...
ESCENA X
i . c r CAZADOR.—Que le ahorquen.
al preboste.
TIROLESES Y D R A G O N E S . — L l e v a d l e
EL SARGENTO.—Justo; esta es realmente la última
orden.
LA CANTINERA.—Véale yo ahorcado antes de u n a
hora.
EL SARGENTO.— Quien mal anda, mal acaba.
i. er ARCABUCERO.—Este es el resultado de la desespe-
ración. Se empieza por arruinarlos, y acaban p o r I CORACERO.—¿ Qué pasa con este villano ?
echarse á robar.
W A L L E N S T El N 145
ESCENA XI
Dichos.—CORACEROS
WALLENSTEIN, d u q u e d e F r i e d l a n d , g e n e r a l í s i m o d e l o s e j é r -
c i t o s del E m p e r a d o r , d u r a n t e la g u e r r a d e los T r e i n t a a ñ o s .
OCTAVIO PICCOLOMINI, t e n i e n t e g e n e r a l .
MAXIMILIANO PICCOLOMINI, su hijo, c o r o n e l d e u n r e g i m i e n -
to d e c o r a c e r o s .
EL CONDE TERZKY, c u ñ a d o d e W a l l e n s t e i n , jefe d e v a r i o s re-
gimientos.
ILLO, m a r i s c a l d e c a m p o , c o n f i d e n t e d e W a l l e n s t e i n . A C T O I
ISOLANI, g e n e r a l d e los C r o a t a s .
BUTTLER, jefe d e u n r e g i m i e n t o d e d r a g o n e s .
TIEFENBACH,
MARADAS,
GOETZ, g e n e r a l e s á las ó r d e n e s d e W a l l e n s t e i n . ESCENA PRIMERA
COLLALTO,
NEUMANN, a y u d a n t e d e T e r z k y . U n a s a l a g ó t i c a en las c a s a s c o n s i s t o r i a l e s d e P i l s c n , a d o r n a d a
QUESTEXBERG, c o n s e j e r o d e g u e r r a y e n v i a d o del E m p e r a d o r . con b a n d e r a s y a r r e o s m i l i t a r e s
BAUTISTA SENI, a s t r ó l o g o .
LA DUQUESA DE FRIEDLAND, e s p o s a d e W a l l e n s t e i n .
TECLA, p r i n c e s a d e F r i e d l a n d , su hija. ILLO,-BUTTLER, ISOLANI
LA CONDESA TERZKY, h e r m a n a d e la d u q u e s a .
UN CORNETA.
MAYORDOMO d e l c o n d e T e r z k y . ILLO.
Pajes y criados de Friedland.
Criados y músicos de Terzky. llegáis, pero llegáis al fin, y el largo tre-
Generales y coroneles.
cho excusa, conde Isolani, la tardanza.
ISOLANI.— En cambio no venimos con las
manos vacías. En Donauwoerth hemos sabi-
do q u e se dirigían hacia aquí seiscientos carros de
provisiones, y mis croatas se han apoderado de eilos;
con nosotros los hemos traído.
La e s c e n a en P i l s e n ( B o h e m i a ) .
ILLO.—Á buen p u n t o llegan para n u t r i r á la m u y
respetable asamblea.
BUTTLER.—Mucho movimiento hay, según parece.
ISOLANI.—Mucho; hasta las iglesias se hallan atesta-
ittUUHlilttHB'*1"""1*11'"5
das de t r o p a s . (Mirando en torno suyo.) Veo q u e estáis ILLO.—Verdad, g e n e r a l ; sea e n h o r a b u e n a .
m u y bien alojados en la casa consistorial. C u a n t o á los ISOLANI—General del r e g i m i e n t o que os ha cedido
soldados, se las c o m p o n e n c o m o p u e d e n . el príncipe, ¿ v e r d a d ?... El m i s m o en q u e habéis servi-
ILLO.—Se h a n r e u n i d o ya los coroneles d e t r e i n t a do de soldado raso!... Esto servirá de ejemplo y estí-
r e g i m i e n t o s . Aquí hallaréis á Terzky, á T i e f e n b a c h , á mulo al c u e r p o entero, y d e m o s t r a r á á todos cómo
Collalto, Gcetz, Maradás, H i n n e r s a m , los Piccolomi- medra el m é r i t o en la milicia.
ni, p a d r e é hijo... en s u m a , volveréis á ver á m u c h o s BUTTLER.—No sé si p u e d o aceptar vuestras felicita-
a n t i g u o s amigos. Sólo faltan Gallas y A l t r i n g e r . ciones. Falta todavía q u e el E m p e r a d o r sancione el
BUTTLER.— NO a g u a r d é i s á Gallas. nombramiento.
ILLO (sorprendido).—^ Cómo?... ¿ S a b r é i s . . . ? ISOLANI.—¡ T o m a ! . . . La m a n o q u e os ha colocado á
ISOLANI (interrumpiéndole).—i Está a q u í Max Picco- tal altura es b a s t a n t e vigorosa p a r a m a n t e n e r o s en ella
lomini ? L l e v a d m e a él. Le estoy v i e n d o t o d a v í a (y á despecho d e m i n i s t r o s y e m p e r a d o r e s .
h a r á de eso u n o s diez a ñ o s ) c o m b a t i e n d o c o n m i g o ILLO.—¡Si nos a n d u v i é r a m o s con tales escrúpulos!...
contra Mansfeld en Dessau. P a r a a c u d i r en socorro de ¿ Q u é nos da el E m p e r a d o r ? C u a n t o poseemos y espe-
su p a d r e , a r r e b a t a d o de la corriente del Elba, tuvo el ramos, todo procede del d u q u e .
arrojo de lanzarse á caballo de lo alto del p u e n t e . En- ISOLANI (á Illo).—( Os h e dicho ya, amigo mío, q u e
tonces a p e n a s le a p u n t a b a el bozo, y a h o r a , s e g ú n se e n c a r g a b a d e p a g a r a mis acreedores ?... Se empeña
m e dicen, le t e n e m o s ya convertido en un h é r o e com- en ser d e s d e hoy m i cajero, y en hacer de mí un hom-
pleto. bre o r d e n a d o . . . ¡Y esto por la tercera vez!... Ya po-
ILLO.—Iloy m i s m o le veréis. Con la d u q u e s a F r i e d - déis figuraros q u e su magnificencia, propia de un rey,
land y la princesa su hija, á q u i e n e s a c o m p a ñ a d e Ca- me salva de la r u i n a y la d e s h o n r a .
rintia acá, llegará este m e d i o día. ILLO.—¡ A h ! si pudiese o b r a r á m e d i d a de su gusto,
BUTTLER.—¿ De m o d o q u e el d u q u e llama á su lado capaz sería d e regalar al soldado d o m i n i o s enteros.
á la d u q u e s a y á su hija? M u c h a g e n t e r e ú n e a q u í . Pero en Viena hacen el diablo y m e d i o p a r a irle á la
ISOLANI.—Tanto m e j o r ; sólo a g u a r d a b a oir h a b l a r de m a n o , y cortarle las alas... Y sino, atended á lo q u e
m a r c h a s y a t a q u e s y m e e n c u e n t r o con q u e cuida d e está o c u r r i e n d o , y las p r e t e n s i o n e s con que se nos
a l e g r a r n o s la vista con g r a t a s i m á g e n e s . viene Q u e s t e n b e r g .
ILLO (que se habrá quedado pensativo, llama aparte á BUTTLER.—Algo he oído de lo que p r e t e n d e la corte,
Buttler y le dice:)— ¿ P o r d ó n d e sabéis q u e el conde Ga- pero confío en q u e el d u q u e no cederá en u n ápice.
llas no v e n d r á ? ILLO.—Ciertamente q u e no en lo tocante á sus dere-
BUTTLER (con intención).—Porque se e m p e ñ ó en re- chos... p e r o p o d r í a dejar el m a n d o .
t e n e r m e consigo. BUTTLER (sorprendido).—i Sabéis algo d e eso?... Me
ILLO (con calor).—\ Y habéis resistido con firmeza ! asustáis.
(Estrechándole la mano.) ¡Bravo, B u t t l e r ! ISOLANI.—Con eso q u e d á b a m o s a r r u i n a d o s todos.
BUTTLER.—Tras las n u e v a s d e u d a s d e g r a t i t u d con- ILLO.—¡Basta!... A q u í viene n u e s t r o h o m b r e con el
traídas con el príncipe... general Piccolomini.
BUTTLER (moviendo la cabeza).—Me temo q u e no sal-
plicar al d u q u e q u e volviera á t o m a r el m a n d o del
d r e m o s d e a q u í como h e m o s e n t r a d o .
ejército.
QUESTENBERG.—¡Tanto como suplicar, mi general!...
Que yo sepa, ni mi encargo ni mi celo llegaron á este
ESCENA II punto.
ILLO—Pues para forzarle á ello, si os parece mejor...
Dichos.—OCTAVIO PICCOLOMIN1, QUESTENBEkG
Bien lo r e c u e r d o . El conde Tilly acababa de ser derro-
tado á orillas del Lech, con lo q u e Baviera q u e d a b a
OCTAVIO (desde el fondo).—Con que, ¿ nuevos huéspe-
abierta al enemigo y f r a n c o el paso hasta el m i s m o
des t o d a v í a ? . . . Confesad, amigos, q u e sólo u n a g u e r r a
corazón d e Austria. En esto, vos con W e r d e n b e r g
t a n d e s a s t r o s a como esta podía r e u n i r en u n c a m p a -
acudisteis á n u e s t r o general suplicantes y amenazado-
m e n t o t a n t o s héroes coronados de gloria!
res para c o n j u r a r l e con el d i s g u s t o del E m p e r a d o r ,
QUESTENBERG.—No v e n g a al d e F r i e d l a n d q u i e n de-
si no se a p i a d a b a de tal desdicha.
see conservar u n mal concepto de la g u e r r a . Casi he
ISOLANI {adelantándose).—Esta es la verdad, señor mi-
olvidado yo s u s plagas v i e n d o el g r a n e s p í r i t u d e or-
nistro; ya se c o m p r e n d e que, dado v u e s t r o actual co-
den q u e r e i n a aquí, gracias al cual subsiste d e s t r u y e n -
metido. no gustéis d e acordaros del p r i m e r o .
do el m u n d o , pero t a m b i é n , p o r lo visto, realizando
QUESTENBERG.—¿Porqué no ?No existe contradicción
grandes empresas.
alguna e n t r e u n o y otro. Entonces se t r a t a b a de arran-
OCTAVIO.—Os p r e s e n t o á dos valientes q u e comple-
car á B o h e m i a d e m a n o s del e n e m i g o ; hoy debo liber-
t a n d i g n a m e n t e el círculo d e n u e s t r o s h é r o e s : el conde
tarla de sus p r o p i o s amigos y protectores.
Isolani y el coronel B u t t l e r . Aquí tenéis el secreto del
ILLO.— ¡Magnífica comisión! Después q u e a r r o j a m o s
a r t e d e la g u e r r a (señalando á Buttler y á Isolani)-. la
de Bohemia á los sajones, q u i e r e n a h o r a , por g r a t i t u d ,
f u e r z a y la p r o n t i t u d .
arrojarnos á nosotros.
QUESTENBERG (á Octavio).—Y e n t r e a m b a s cualida-
QUESTENBERG.—Como no sea q u e este desdichado
des, el consejo d e la experiencia.
país se halle condenado á trocar una calamidad por
OCTAVIO (presentando á Questenberg).—El señor con-
otra, fuerza es libertarle i g u a l m e n t e de s u s a m i g o s y
sejero d e g u e r r a y g e n t i l - h o m b r e Q u e s t e n b e r g , en
de sus e n e m i g o s .
q u i e n h o n r a m o s al enviado del E m p e r a d o r , y al abo-
ILLO.—¡Bah!... ¡buena ha sido la cosecha d e ogaño!...
g a d o y celoso p r o t e c t o r del ejército. (Todos se callan )
bien p u e d e p a g a r el labriego la contribución.
ILLO {acercándose á Questenberg).—No es esta la pri-
QUESTENBERG.—Cierto, señor mariscal, si habláis de
m e r a vez, s e ñ o r m i n i s t r o , q u e h o n r á i s el c a m p a m e n t o
pastos y g a n a d o s . . .
con v u e s t r a visita.
ISOLANI.—La g u e r r a f o m e n t a la g u e r r a . Si el E m p e -
QUESTENBERG.—Cierto; o t r a vez m e he e n c o n t r a d o
r a d o r p i e r d e en ella labradores, en cambio gana sol-
delante de estas banderas.
dados.
ILLO.— ¿ R e c o r d á i s d ó n d e ? En Z n a i m , en Moravia
Q U E S T E N B E R G . — C o n lo cual el n ú m e r o de vasallos se
f u é d o n d e f u i s t e i s enviado p o r el E m p e r a d o r p a r a su-
disminuye á proporción.
1 ..."1..
MAX.—Da gusto verle d e s p e r t a r , animar, fortificar lidad, deben ser sus consejeros, y no la letra m u e r t a
cuanto se halla en torno suyo, y cómo á su influjo de rancios papeles y polvorientas ordenanzas.
se manifiesta toda fuerza y se revela toda cualidad. OCTAVIO.—Permítenos á los viejos, hijo mío, que
¡ Cómo sabe sacar á luz las facultades p a r t i c u l a r e s y no menospreciemos por severas las antiguas ordenan-
las a u m e n t a todavía! Deja q u e cada cual luzca por lo zas, que tienen el dón inestimable de poner freno a la
que vale, cuida tan sólo de q u e todos ocupen su ver- impetuosa voluntad. S í ; la arbitrariedad f u é siempre
dadero lugar, y así se apropia y se sirve de las cuali- temible, hijo mío, mientras el camino del orden con-
dades de todos. duce siempre á término feliz, á través de sus vueltas
QUESTENBERG.—(Quién le niega el arte de conocer á y revueltas. En línea recta parte el rayo ó la bala del
los hombres y servirse de ellos ? Pero engreído con su cañón que lleva el exterminio consigo ; pero la senda
poder, se olvida de que también él es subdito y parece donde el h o m b r e encuentra la ventura, sigue el curso
creer que sólo ¿ la naturaleza debe el alto puesto q u e de los ríos, rodea los valles, serpentea á lo largo de los
ocupa. campos y viñedos, y, respetando los sagrados linde-
MAX. ¿ Y acaso no es así ? Sólo á la naturaleza debe ros de la propiedad agena, llega al término propuesto,
toda su fuerza, y con ella el p o d e r de extenderla y más tarde sí, pero con paso más seguro.
conquistar con su talento soberano su soberana jerar-
QUESTENBERG. —¡ Ah! escuchad á vuestro padre, que
quía.
es un héroe, y u n h o m b r e al propio tiempo.
QUESTENBERG.—Con que todo lo que valemos toda- OCTAVIO.—Tú, hijo mío, hablas como un hijo del
vía, todo lo que somos, lo debemos a su generosidad? campamento, que, educado en quince años de g u e r r a ,
MAX.—El hombre extraordinario requiere una con- no ha conocido los beneficios de la paz. Hay algo me-
fianza extraordinaria. Dadle espacio en q u e moverse... jor que la g u e r r a , hijo mío;' ella misma no es más que
ya fijará él mismo sus límites. un medio para alcanzar mejores bienes. Los portento-
QUESTENBERG.—Pruebas t e n e m o s de ello. sos y rápidos actos de la fuerza, las sorprendentes ma-
MAX.—En efecto; cuánto es p r o f u n d o os espanta. ravillas de un instante no engendran la dicha real,
Sólo os píace lo superficial y llano. tranquila, d u r a d e r a . Alza el soldado, deprisa y con
OCTAVIO (á Questenberg).-Excusadle, a m i g o mío; de excepcional actividad, sus ciudades de tela; ya reina
otro modo no vais a entenderos n u n c a con él. en torno suyo la animación y la vida; ábrese el m e r -
MAX.-En cuanto surge algún conflicto invocáis el cado ; ríos y caminos vacían en ellos sus mercancías y
auxilio de su genio, para t e m b l a r luégo de espanto anímalos el comercio. Pero, á lo mejor, pliéganse de
apenas aparece. ¡ Como si todo lo extraordinario y su- pronto las tiendas, y la horda se va. El campo que
blime debiese llevar el m i s m o camino q u e lo vulgar! holló con planta brutal queda asolado y m u d o como
En la g u e r r a las circunstancias suelen ser a p r e m i a n - u n cementerio, y perdida la cosecha.
tes, y hay que ver las cosas con los propios ojos y
MAX.—¡ O h ! ¡padre mío !... F i r m e la paz el Empe-
m a n d a r en persona. El general necesita poseer gran-
rador, y he de trocar con júbilo los ensangrentados
des cualidades; dejadle vivir, p u e s , en su gran esfera
laureles por la primera violeta que nazca á p e r f u m a r
Su propio oráculo, la palabra viva de la p r e s e n t e rea-
la tierra rejuvenecida.
OCTAVIO.—¿Qué te pasa? ¿ P o r qué te conmueves los m u r o s se coronan de gente victoreando; las cam-
tan p r o f u n d a m e n t e de golpe? panas á vuelo, festejan el fin de los sangrientos com-
MAX.—¡Que no conozco la paz!... ¡ Ah sí, padre bates; la m u l t i t u d , alegre, feliz, se d e r r a m a fuera de
mío!... vengo de verla. Mis piés me condujeron donde la ciudad y retarda el paso del ejército con sus mues-
la g u e r r a no ha penetrado todavía. ¡Ah, padre mío! tras de entusiasmo y de cariño... El anciano, gozoso
La vida tiene encantos que yo ignoraba. Como piratas de alcanzar semejante espectáculo, estrecha la mano
de salvajes costumbres, errantes por un m a r desierto de su hijo q u e entra de nuevo en el doméstico hogar.
sobre las sombrías tablas de despedazado navio, sólo
vimos hasta ahora las escarpadas playas de esta vida
tan hermosa, y las sombrías ensenadas donde atraca-
mos miserables y perseguidos... No, los tesoros q u e
oculta la tierra en sus valles misteriosos no parecieron
jamás á nuestra mirada en nuestras tormentosas na-
vegaciones...
O C T A V I O (con atención creciente).—,¿ Y esto es lo q u e
te ha enseñado este viaje ?
MAX.—Fué la primera distracción de mi vida... ¿Cuál
será el fin y la recompensa de la penosa tarea q u e
consume mis años juveniles y deja mi corazón vacío é
inquieto, sin a d o r n a r ni pulir mi inteligencia ? P o r q u e
en el confuso t u m u l t o de un c a m p a m e n t o , entre el re- Como extranjero vuelve á sus dominios por tanto
linchar de los caballos y el e s t r u e n d o de la trompete- tiempo a b a n d o n a d o s ; el tierno arbolillo que doblaba
ría, en la monótona regularidad del m a n d o y del ser- con la mano, le cubre a h o r a con su r a m a j e ; la niña,
vicio, nada existe q u e p u e d a satisfacer un corazón se- que dejó en brazos de la nodriza, acude á saludarle
diento de goces. El alma no e n t r a para nada en tan ruborosa... ¡ A h ! ¡Feliz aquel para quien se abren sus
áridas ocupaciones. Otra v e n t u r a , otras alegrías hay brazos con t e r n u r a !
en el m u n d o .
Q U E S T E N B E R G (conmovido). — ¡ Lástima grande q u e
OCTAVIO.—Mucho has aprendido, hijo mío, en tu estéis hablando de tiempos tan lejanos, harto lejanos,
último viaje. por desgracia, y no de lo que ocurre y ocurrirá ma-
MAX.—¡ Qué feliz, q u é hermoso el día en que el sol- ñana!
dado vuelve á la vida, á la h u m a n i d a d , y con banderas MAX (volviéndose á él con viveza).— ¿ Y quién tiene la
desplegadas al són de una m a r c h a de júbilo, torna el culpa de ello sino vosotros, los funcionarios de Viena?
ejército á su patria, cantando himnos á la paz! Ciñen Lo confieso con franqueza, Questenberg; en cuanto os
los yelmos verdes ramos, último h u r t o hecho á los he visto aquí, h e sentido singular disgusto... Vosotros
c a m p o s ; se abren por sí m i s m a s las puertas de las sois los que oponéis obstáculos á la paz; sí, vosotros.
ciudades, sin necesidad de derribarlas á cañonazos; Quien tiene q u e imponerla es el soldado. Amargáis la
vida al p r í n c i p e , creáis dificultades á s u s proyectos, le QUESTENBERG.—Explicadme t a n sólo...
c a l u m n i á i s , y todo ¿ p o r q u é ? P o r q u e prefieie el bien- OCTAVIO.—Debí p r e v e r l o ; debí i m p e d i r este viaje.
e s t a r de E u r o p a e n t e r a á u n a s c u a n t a s f a n e g a s m á s ó ¿ P o r q u é callar con él ? T e n í a i s razón ; era cosa d e ad-
m e n o s p a r a el A u s t r i a . Le m i r á i s como á un rebelde, y vertirle. A h o r a es t a r d e ya.
Dios sabe lo q u e m e d i t á i s c o n t r a él, p o r q u e t r a t a con QUESTENBERG.—¡Cómo, t a r d e ! . . . Observad q u e m e
m i r a m i e n t o s á los sajones é i n t e n t a g a n a r s e la con- estáis h a b l a n d o p o r e n i g m a s .
fianza del e n e m i g o . Y no o b s t a n t e , éste es el único OCTAVIO (más tranquilo).—Vamos á ver al d u q u e : es
m e d i o d e conseguir la paz, p o r q u e si la g u e r r a se pro- la hora fijada para la e n t r e v i s t a ; v a m o s , . . ¡Maldito
s i g u e sin t r e g u a ¿ cómo v a m o s á o b t e n e r l a ? Ah, n o , viaje ! (Se lo lleva; cae el telón.)
no... T a n t o como a m o r p o r él, siento p o r v o s o t r o s
odio, y a n t e s q u e verle caído, juro v e r t e r p o r él la
última gota de m i s a n g r e . (Se va.)
ESCENA V
QUESTENBERG, OCTAVIO
ESCENA II
'«if
p r e n d e r q u e queríais casar á n u e s t r a hija y q u e de- L A DUQUESA (enjugándose las lágrimas; después de
seábais p r e s e n t a r l a á su f u t u r o a n t e s d e e n t r a r en una pausa).—Sí, m e abrazó, pero en el m o m e n t o de
campaña. i r m e ; estaba ya en la p u e r t a , c u a n d o corrió hacia mí,
WALLENSTEIN.— ¿ S o s p e c h a n q u i é n es el elegido ? como si volviese en su a c u e r d o , y m e e s t r e c h ó con-
LA DUQUESA.—Desean v i v a m e n t e q u e no sea ni ex- tra su pecho c o n m o v i d a , m á s q u e d e afecto, de tris-
t r a n j e r o ni l u t e r a n o . teza.
W A L L E N S T E I N . — Y vos, Isabel, ¿ q u é deseáis ? WALLENSTEIN.—Tranquilizaos... ¿Cómo h a b é i s deja-
LA DUQUESA.—Ya sabéis q u e v u e s t r a v o l u n t a d ha do á E g g e n b e r g , á L i c h t e n s t e i n y á los d e m á s a m i -
sido s i e m p r e la m í a . gos ? .
W A L L E N S T E I N (después de una pausa) — Bien... P o r lo L A DUQUESA (meneando la cabeza). —A n i n g u n o d e
demás, ¿ q u é acogida habéis t e n i d o en la corte ? (La ellos he visto.
duquesa baja los ojos y calla.) Nada m e ocultéis. ¿Cómo WALLENSTEIN.—¿Y el e m b a j a d o r español q u e solía
os h a ido ? d e f e n d e r m e con t a n t o calor ?
L A D U Q U E S A . — ¡ Ah, esposo m í o ! No tan bien como LA DUQUESA.—Ya no d e s p e g a b a los labios.
a n t a ñ o . Las cosas h a n cambiado m u c h o . WALLENSTEIN.—¡Con q u e el sol no luce ya p a r a nos-
WALLENSTEIN.—¡Cómo es eso! ¿No os h a n mostrado otros! F u e r z a s e r á q u e brillemos con luz p r o p i a .
la m i s m a consideración ? L A DUQUESA. — ¿ Pero es v e r d a d q u e dicen aquí en
LA DUQUESA.—Consideración, d e s d e luego. Me reci- voz alta lo q u e se m u r m u r a en la corte?... A l g u n a s
bieron con g r a n a p a r a t o y c e r e m o n i a , eso sí; pero la p a l a b r a s de L a m o r m a i n . . .
confianza y la familiaridad se h a n t r o c a d o en f ó r m u l a s W A L L E N S T E I N (con viveza).— ¿Qué dice L a m o r m a i n ?
solemnes, y los t i e r n o s m i r a m i e n t o s q u e m e p r o d i g a - L A D U Q U E S A . — O S acusan de e x t r a l i m i t a r o s en v u e s -
ron, tenían m á s de compasivos q u e d e afectuosos... tros p o d e r e s y d e m e n o s p r e c i a r las ó r d e n e s del E m p e -
¡ Ah, n o ! . . . no m e r e c í a eso la esposa del d u q u e Alber- r a d o r . P a r t i c u l a r m e n t e los españoles, y el orgulloso
to, la noble hija del conde H a r r a c h ! d u q u e d e Baviera, se q u e j a n p ú b l i c a m e n t e de vos. Os
W A L L E N S T E I N . — Sin d u d a c e n s u r a r o n mi reciente a m a g a u n a t e m p e s t a d m á s f o r m i d a b l e todavía d e la
conducta... q u e estalló en Ratisbona... Dicen... q u e se h a b l a . . . no
LA DUQUESA.—¡Ojalá lo hicieran! Harto a c o s t u m b r a - p u e d o repetirlo.
da estoy á justificaros y á p e r s u a d i r y c a l m a r los áni- W A L L E N S T E I N (impaciente) —¿De qué?
m o s irritados contra vos... Pero, no; lejos d e criticaros, LA DUQUESA.-De una s e g u n d a . . . (Se detiene.)
todos se e n c e r r a b a n en c e r e m o n i o s o silencio q u e m e WALLENSTEIN.—¿ De u n a s e g u n d a ?
o p r i m í a . Lo q u e ha m e d i a d o no es u n d e s a c u e r d o or- LA DUQUESA.—Y a f r e n t o s a . . . destitución.
dinario, ni u n d i s g u s t o p a s a j e r o , n o , . . . algo fatal é irre- W A L L E N S T E I N . — ¡ E s t o dicen! (Sepasea agitado) ¡Ah!...
parable sucede. Antes la reina d e Hungría a c o s t u m - Q u i e r e n f o r z a r m e á ello... m e e m p u j a n a ello contra
braba l l a m a r m e s i e m p r e su querida prima... m e abra- mi v o l u n t a d . .
zaba s i e m p r e al d e s p e d i r s e . L A DUQUESA (se abraza á él m i m o s a y suplicante).-Oh.
WALLENSTEIN.—¿Y no lo hizo esta vez? esposo m í o !... Si es t i e m p o todavía.., si con la s u m í -
sión y la condescendencia podéis desviar el golpe, so- claustro, y la embellecía generosa para su brillante
meteos y dominad vuestro orgullo, os lo suplico... al destino.
fin y al cabo, cedéis á vuestro soberano, á vuestro em-
LA DUQUESA (á la princesa).—¿Verdad que no hubie-
perador... Evitad que, como hasta ahora, manche la
ras conocido á tu padre?... Ocho años tendrías cuando
perversidad vuestros nobles intentos con envenenadas
lo viste por ú l t i m a vez.
y odiosas insinuaciones, y a r m a d o con el victorioso
TECLA.—Pero aun así, m a d r e mía, le hubiese cono-
poder de la verdad, alzaos á confundir la calumnia y
cido á primera vista." P a r a mí no ha envejecido... Le
la mentira! ¡Ah! ¡tenemos tan pocos amigos verdade-
veo tan hermoso y floreciente!.... tan parecido á la
ros!... Harto lo sabéis. Nuestra rápida prosperidad nos
imagen grabada en mi a l m a !
hizo blanco del odio de los h o m b r e s : ¿ qué somos si el
WALLENSTEIN (d la duquesa).—¡Qué buena es! ¡Cuán-
Emperador nos retira su protección ?
ta gracia y discreción !... Acusaba al destino por h a -
berme negado un hijo varón, q u e heredase mi n o m b r e
y mi fortuna, q u e perpetuase mi linaje con orgullosa
ESCENA III sucesión de príncipes después de mi breve existencia,
y estaba realmente injusto. Sobre esta sonriente cabe-
Dichos. LA CONDESA TERZKY, t r a y e n d o d e la m a n o á la za de doncella d e p o n d r é mi corona de t r i u n f a d o r ; no
PRINCESA TECLA ha de parecerme inútil y perdida, si puedo trocarla un
día en diadema real con que a d o r n a r tan hermosa
LA CONDESA.—¡Cómo, h e r m a n a mía! Ya le estás ha- frente.
blando de negocios, y, por lo q u e veo, de negocios mo- (La estrecha entre sus brazos todavía, cuando sale Max.)
lestos, aun antes de regocijarle con la vista de su hija?
Los primeros m o m e n t o s se han de consagrar á la ale-
gría... Mira, papá, á tu hija.
ESCENA IV
(Tecla se acerca con timidez é intenta besarle la mano. Él
la abraza, y la contempla un momento embebecido.) Dichos.—MAX PICCOLOMINI, l u é g o EL CONDE TERZKY
WALLENSTEIN.—Ah, s í ; veo realizada mi más cara
esperanza. La recibo en mis brazos cómo prenda de LA CONDESA.—Ahí tenemos al paladín que nos ha
mayor dicha. protegido.
LA DUQUESA.—Muy niña era cuando partisteis á or- WALLENSTEIN. — Bien venido seas, Max. S i e m p r e
ganizar el ejército imperial, y á vuestro regreso de fuiste para mí mensajero de v e n t u r a ; como la estrella
Pomerania, se hallaba ya en el convento, donde ha de la m a ñ a n a , precedes al sol de mi vida.
estado hasta hoy.
.MAX.— ¡ M i g e n e r a l !
WALLENSTEIN.—En efecto, mientras g u e r r e a n d o tra- WALLENSTEIN.—Hasta a h o r a el E m p e r a d o r y no yo,
bajaba para engrandecerla, y le conquistaba los bie- te protegía por mi mano; desde hoy te quedo tierna-
nes de la tierra, la benéfica naturaleza derramaba sus mente obligado como p a d r e ; Friedland en persona ha
favores sobre mi hija q u e r i d a , entre los m u r o s del de pagar la d e u d a .
MAX.—En lo cual, príncipe, os mostráis h a r t o dili- TERZKY (llamando á Max).— No dejéis de asistir á la
gente. Casi pesaroso y confuso llego á vuestra presen- reunión.
cia, p o r q u e , apenas venido y c u a n d o no he t e n i d o
t i e m p o de poner en v u e s t r o s brazos á v u e s t r a hija y á
vuestra esposa, me e n c u e n t r o con u n magnífico tren
ESCENA V
de caza p a r a r e c o m p e n s a r m e de m i fatiga. ¡De m i
fatiga ! ¿ No f u é m á s bien u n favor, q u e m e a p r e s u r é WALLENSTEIN.-TERZKY
á aceptar, y por el cual os debo la m á s viva gratitud?...
No; no creíais por lo visto q u e s e m e j a n t e encargo e r a
W A L L E N S T E I N (abstraído profundamente, y como ha-
para mí la mayor dicha.
blando consigo mismo).—Lo ha observado todo perfec-
(Sale Terzky y entrega al duque unas cartas que éste abre t a m e n t e ; cuanto dice, concuerda con mis noticias. En
en seguida.) Viena han t o m a d o ya su resolución definitiva: ya me
L A C O N D E S A (á Max). —Él no quiere p a g a r v u e s t r o han dado sucesor. Ahora esperan su salvación del hijo
t r a b a j o sino manifestaros su alegría. Si á vos os toca del E m p e r a d o r , el rey de Hungría. Este es el n u e v o
portaros con delicadeza, á m i c u ñ a d o le c o r r e s p o n d e astro q u e amanece. Cuanto á nosotros, lo dan todo
también parecer s i e m p r e g r a n d e y magnífico. por concluido, y disponen de la herencia como si es-
TECLA.—Entonces t a m b i é n yo debiera d u d a r de su tuviera yo d i f u n t o . . . Con q u e ¡ no hay m o m e n t o q u e
cariño, p o r q u e antes q u e su t e r n u r a m e ha m o s t r a d o p e r d e r ! (Se vuelve, advierte que está allí Terzky y le da
su generosidad con mil regalos. una carta.) El conde Altringer y Gallas se excusan
MAX.—No vive sino haciendo la felicidad de los de- ¡ Malo!
m á s . (Con creciente calor, estrechando la mano á la du- TERZKY.—Prosigue vacilando y te abandonarán u n o
quesa.) ¡Todo se lo debo! ¡todo se encierra p a r a mí en tras otro.
su caro n o m b r e , F r i e d l a n d ! Esclavo suyo he de ser WALLENSTEIN.—Altringer ocupa los desfiladeros del
m i e n t r a s viva. En él se contiene toda mi v e n t u r a , toda T i r o l : conviene m a n d a r l e un enviado cualquiera para
m i esperanza, y la suerte m e e n c a d e n a con mágico q u e no vaya á d e j a r m e salir á los españoles de Milán...
poder á este n o m b r e . Senina, n u e s t r o agente ha vuelto, ¿verdad?... ¿Qué nos
L A C O N D E S A (que en tanto habrá observado al duque con trae de p a r t e del conde T h u r n ?
atención, nota que le preocupa la lectura de las cartas).— TERZKY.-El conde dice q u e f u é á ver al canciller de
Quiere estar solo; dejémosle. Suecia en Halbersttad, donde ahora se halla. Dice q u e
W A L L E N S T E I N (se vuelve rápidamente, afecta serenidad, estaba cansado de t r a t a r contigo y no quería entablar
y dice á la duquesa con calma).—Bien venida, princesa, n i n g u n a otra negociación.
lo r e p i t o ; esta es v u e s t r a corte. T ú , Max, continúa W A L L E N S T E I N . — ¿ Cómo es eso ?
ejerciendo las funciones q u e te confié, m i e n t r a s m e TERZKY.—Añade q u e nadie p u e d e fiar en tu palabra;
ocupo yo en los asuntos del m a n d o . q u e p r e t e n d e s b u r l a r á los suecos, u n i r t e con los sa-
(Max ofrece el brazo á la duquesa; la condesa se va con jones contra ellos, y á la postre despedirlos por una
Tecla).
miserable cantidad.
W
. "¿LFL- *
/V »
verdadera estrella. La única influencia maléfica que
debes t e m e r es la d u d a . los dos Piccolomini, M a r a d a s , Buttler, Forgatsch,
Deodati, Caraffa é Isolani. (Terzky se va con el paje. A
WALLENSTEIN.—Estás hablando según te es dado al-
Ilio.) ¿ Hiciste vigilar á Questenberg?... ¿Habló á al-
canzar. ¡ C u á n t a s veces te lo expliqué!... Naciste en el
guien particularmente ?
p u n t o en que tocaba á su ocaso Júpiter, el dios de la
ILLO.—Buen cuidado tuve de observarlo. Sólo ha
luz, y no te fué dado penetrar el misterio, ni salir de
visto á Octavio.
las tinieblas de la tierra donde vives sumergido como
un troglodita. T u ciega mirada sólo percibe pálidos y
tenues fulgores de subterráneo. Puedes, es v e r d a d ,
juzgar de lo vulgar y terrestre con tacto y prudencia, ESCENA Vil
y p o r eso tengo en ti confianza y me inclino siempre á
Dichos. — QUESTENBERG, los d o s PICCOLOMINI, BUTTLER,
tu parecer. Mas p a r a ver los misterios que se realizan ISOLANI, MARADAS, y o t r o s t r e s g e n e r a l e s . Á u n a señal del
en las p r o f u n d i d a d e s de la naturaleza, ó la escala de d u q u e , Q u e s t e n b e r g s e s i e n t a en f r e n t e d e él y los d e m á s se
los espíritus q u e arrancando del polvo sube hasta los colocan p o r o r d e n d e j e r a r q u í a . — P a u s a .
astros, y por donde ascienden y bajan las potencias
celestes; para abarcar los cerrados círculos q u e se es- WALLENSTEIN.—Me h e enterado perfectamente,
trechan a l r e d e d o r del sol, su centro natural; p a r a e s o t , Questenberg, de vuestra comisión, y después de ma-
hay q u e tener los ojos abiertos, hay que ser hijo pers- d u r a s reflexiones he tomado mi partido, que es irre-
picaz de J ú p i t e r . (Después de haber dado algunos pasos vocable. Conviene, sin embargo, que los generales oi-
por la sala, se detiene y continúa.) Los astros no sirven gan de vuestros labios la voluntad del E m p e r a d o r .
sólo para m e d i r el día y la noche, la primavera y el Dignaos exponer á estos nobles capitanes vuestro en-
verano, el tiempo de la siembra ó de la siega; no. cargo.
También las acciones de los hombres son como fecun- QUESTENBERG.—Estoy dispuesto á ello; m a s antes os
da simiente sembrada en los oscuros campos del por- suplico que recordéis q u e hablo sólo como r e p r e s e n -
venir, y confiada p o r la esperanza al poder de la for- tante de la soberanía y dignidad del E m p e r a d o r , y no
tuna. Fuerza es conocer, pues, el tiempo propicio de la por propio impulso.
siembra por los signos del cielo, á fin de saber si se WALLENSTEIN.—Excusad los preámbulos.
oculta en ellos con su maléfico influjo el enemigo del QUESTENBERG.—Cuando Su Majestad el E m p e r a d o r
éxito y de la prosperidad. Dejadme, pues, a g u a r d a r , confirió el m a n d o del valiente ejército al d u q u e de
y haced en tanto lo que os toca. Ahora no p u e d o de- Friedland, experto y coronado de gloria, f u é con la
ciros lo q u e haré, pero sí que no cederé, eso n o : ni yo esperanza de ver m u d a r s e bien pronto la suerte de la
cederé ni ellos m e depondrán. Partid de este s u p u e s t o . g u e r r a , y t o m a r u n sesgo mas favorable. Pareció al
principio q u e iban á realizarse sus deseos. Libertada
U N CRIADO (sale).—Los señores generales... Bohemia de los sajones, y detenida la invasión de los
WALLENSTEIN.—Que p a s e n .
suecos, este país empezaba á respirar desde el mo-
TERZKY.—¿ Quieres q u e entren todos ? mento en q u e el d u q u e obligó á reunirse sobre un solo
WALLENSTEIN.—No hay necesidad. P u e d e n entrar p u n t o al ejército enemigo disperso por Alemania, y
13
forzó al ringrave, á B e r n a r d o , á B a n n e r , a O x e n s t e r n , de los fieles católicos? De r e p e n t e , en su m a y o r a p u r o
al m i s m o rey invencible hasta entonces, á r e u n i r s e en clama por socorros el d i g n o p r í n c i p e d e Baviera. Siete
N u r e m b e r g , y t e r m i n a r la lucha con una g r a n batalla m e n s a j e s e n v i ó el E m p e r a d o r al d u q u e d e F r i e d l a n d ,
decisiva. rogándole y c o n j u r á n d o l e c u a n d o podía m a n d a r como
WALLENSTEIN.—Al g r a n o , si o s p l a c e . señor... ¡ T o d o en v a n o ! . . . El d u q u e sólo a t i e n d e en
QUESTENBERG.—Bien p r o n t o u n nuevo espíritu reveló a q u e l s u p r e m o i n s t a n t e á su r e n c o r , á sus a n t i g u o s
la p r e s e n c i a d e u n n u e v o jefe. No era ya la g u e r r a el od i o s ; sacrifica el bien público al deseo d e v e n g a r s e
c h o q u e b r u t a l d e u n f u r o r ciego contra otro f u r o r m á s de su a n t i g u o e n e m i g o , y Ratisbona s u c u m b e .
ciego todavía. En las batallas, s a b i a m e n t e dirigidas, W A L L E N S T E I N . — ¿ A q u é t i e m p o se refiere, Max?...
vióse la firmeza resistiendo á la audacia, la habilidad Lo t e n g o olvidado...
y la p r u d e n c i a f a t i g a n d o al a r r o j o . En v a n o intentaba MAX.—Habla d e c u a n d o e s t á b a m o s en Silesia.
el e n e m i g o forzar el c o m b a t e ; el jefe se p a r a p e t a b a y WALLENSTEIN.—¡ Ah!... sí... ¿A q u é había mos ido allí?
fortificaba en su c a m p o , como si h u b i e s e q u e r i d o f u n - M A X . — A batir á los sajones y á los suecos.
d a r en él su m o r a d a . E n t o n c e s , d e s e s p e r a d o el r e y , WALLENSTEIN.—Está bien. Con la descripción m e
a r r a s t r a á u n asalto á s u s t r o p a s , d i e z m a d a s p o r la olvido de toda la g u e r r a . (A Questenberg.) Continuad.
peste y el h a m b r e , y a c o s t u m b r a d o á no hallar obstá- QUESTENBERG.—Acaso iba á d e s q u i t a r s e en el O d e r
culo a l g u n o en su marcha,, i n t e n t a a b r i r s e violento de lo p e r d i d o v e r g o n z o s a m e n t e á orillas del Danubio.
paso á t r a v é s de aquellas t r i n c h e r a s q u e v o m i t a n la T o d o s e s p e r a b a n ver d e s p l e g a r s e n u e v a s maravillas
m u e r t e en t o r n o . ¡ J a m á s se había visto tal arrojo en sobre aquel nuevo teatro d e la g u e r r a , d o n d e F r i e d -
el acometer, ni tal firmeza en el resistir!... Vióse for- land en p e r s o n a , F r i e d l a n d , el rival d e Gustavo Adol-
zado á r e t i r a r s e con el ejército destrozado, y sin q u e fo, iba á e n c o n t r a r s e f r e n t e á f r e n t e con u n T h u r n y
t a m a ñ o sacrificio de g e n t e le valiera u n a sola p u l g a d a u n A r n h e i m . P e r o nada o c u r r i ó . Halláronse en efecto
de terreno. m u y cerca u n o d e otro, m a s f u é p a r a t r a t a r s e c o m o
WALLENSTEIN.—Excusadnos la relación, leída en los amigos, y c u m p l i r s e r e c í p r o c a m e n t e los d e b e r e s d e la
boletines, d e lo q u e vimos con n u e s t r o s propios ojos h o s p i t a l i d a d . Y m i e n t r a s Alemania g e m í a bajo el peso
con h o r r o r . de la g u e r r a , reinaba la paz en el c a m p a m e n t o d e W a -
QUESTENBERG.—Aunque t r a i g o la comisión d e pre- llenstein.
sentar a l g u n o s cargos, m e complace e n t r e t e n e r m e en WALLENSTEIN.—Sólo los g e n e r a l e s bisoños, necesi-
el elogio... En esto el rey de Suecia p e r d i ó su r e p u t a - t a d o s d e victorias, suelen librar batallas sin motivo
ción en N u r e m b e r g , y la vida en L u t z e n . ¿ Q u i é n no se alguno. C a b a l m e n t e la v e n t a j a de un general a c r e d i t a -
s o r p r e n d i ó viendo que. t r a s esta g r a n j o r n a d a h u í a el do consiste en q u e n a d a le obliga á c o m b a t i r p a r a
d u q u e d e F r i e d l a n d á B o h e m i a , c o m o si h u b i e s e sido m o s t r a r al m u n d o su valor y su pericia. ¿De q u é m e
d e r r o t a d o , y a b a n d o n a b a el t e a t r o d e la g u e r r a , m i e n - h u b i e r a servido ejercer con u n A r n h e i m el ascendien-
tras el joven héroe de W e i m a r avanzaba sin obstáculo te de m i f o r t u n a ? Más ventajosa h u b i e r a sido p a r a
por la F r a n c o n i a , se a b r í a c a m i n o hasta el Danubio, y Alemania m i m o d e r a c i ó n , si con ella h u b i e s e logrado
parecía d e golpe a n t e Ratisbona con espanto y t e r r o r d e s b a r a t a r la f u n e s t a alianza d e sajones y suecos!
I96 WALLENSTEIN WALLENSTEIN 197
QUESTENBERG. — P e r o no lo lograsteis, y estalló de están mis generales. Caraffa, conde Deodati, Buttler,
nuevo la g u e r r a . . . En ella justificó el principe su anti- decidle cuánto tiempo hace que las tropas no reciben
gua reputación. Sin descargar un solo golpe, el ejérci- su paga...
to sueco h u b o de d e p o n e r las a r m a s en los campos de BUTTLER.—Un año llevamos sin cobrar.
Steinau, y esta vez la justicia divina entregó á la ven- W A L L E N S T E I N — Y sin embargo, fuerza es q u e el sol-
ganza á Matías de T h u r n , el h o m b r e funesto q u e h a - dado reciba la soldada ; hasta su m i s m o n o m b r e trae
bía encendido con i m p í a m a n o la tea de la discordia... .de ella su origen.
Pero cayó en poder de un vencedor generoso. Lejos QUESTENBERG.—No era éste el lenguaje del d u q u e de
de ser castigado, otorgósele una recompensa. El prín- Friedland ocho ó nueve a ñ o s atrás.
cipe libertó y cargó d e beneficios al mortal enemigo WALLENSTEIN.—Es verdad ; he aquí mi falta; yo mis-
del E m p e r a d o r . mo he acostumbrado mal al E m p e r a d o r . Nueve años
W A L L E N S T E I N (sonriendo).—Ya sé que en Viena h a - atrás, cuando la g u e r r a de Dinamarca, p u s e en pié un
bían alquilado ya v e n t a n a s y balcones para verle pasar ejército de cuarenta ó cincuenta mil hombres sin q u e le
en la fatal carreta. Podía p e r d e r vergonzosamente la costara un ochavo. Aquellas furiosas huestes desenca-
batalla, sin que nadie alzase el grito, pero ¡ privarles d e n a r o n la g u e r r a sobre Sajonia, é hicieron r e t e m b l a r
de semejante espectáculo!... eso no me lo p e r d o n a n las orillas del Relt con el n o m b r e del E m p e r a d o r . ¡Qué
nunca. tiempos aquellos! En todo el imperio no había enton-
QUESTENBERG.—Libre ya Silesia, todo llamaba al du- ces n o m b r e m á s aclamado y más honrado que el mío.
q u e á Baviera o p r i m i d a . E m p r e n d e en efecto la m a r - Alberto de Wallenstein era el tercer d i a m a n t e de la
cha, y atraviesa l e n t a m e n t e Bohemia t o m a n d o el ca- corona imperial. Pero vino la dieta de los Príncipes
mino m á s largo. P e r o , súbitamente, antes de h a b e r en Ratisbona, y todo cesó. Allí descubrieron de qué
visto al enemigo, retrocede á toda prisa á sus cuarteles fondos me habia valido. < Y cuál f u é mi recompensa
de invierno, y viene á o p r i m i r el territorio del Empe- por mi comportamiento de fiel vasallo, por h a b e r m e
rador con los mismos ejércitos imperiales. atraído la maldición de los pueblos, y haber hecho pa-
WALLENSTEIN.—Lástima daba verlos, necesitados de gar á los principes los gastos de u n a g u e r r a q u e sólo
todo, víctimas de las mayores privaciones, y con el al E m p e r a d o r e n g r a n d e c í a ? Sacrificarme á sus que-
invierno en perspectiva. ¿ Qué idea se ha formado Su jas... d e p o n e r m e !
Majestad de sus t r o p a s ? ¿ Acaso no somos h o m b r e s de Q U E S T E N B E R G . — V u e c e n c i a no ignora cuánto coartó
carne y hueso como los demás, y s u j e t o s por tanto á la libertad del E m p e r a d o r aquel desdichado congreso.
los rigores del frío y de la lluvia, y á todo género de W A L L E N S T E I N . — ¡ Mil rayos!... En mis m a n o s estaba
padecimientos ? ¡ Q u é suerte tan condenada la del sol- el poder de devolvérsela... No, señor, no. Desde q u e
dado ! Donde quiera que va, todos h u y e n delante de me salió tan mal servir al trono á expensas del país,
él; en cuanto se retira, todos le maldicen. Forzado á he aprendido á pensar de otro modo. Es verdad que
tomárselo todo por su mano, puesto q u e nadie le da del E m p e r a d o r he recibido el m a n d o , pero como ge-
nada, acaba por ser objeto de h o r r o r de los mismos neral del imperio lo empleo en el bien y la salvación
que se lo niegan todo y que le obligan al despojo. Aquí de todos, no en el engrandecimiento de uno solo...
Mas v e n g a m o s á lo q u e i m p o r t a . ¿ Q u é q u i e r e n d e mí? QUESTENBERG.—Entonces, nada m e resta q u e a ñ a d i r
QUESTENBERG.—Ante todo, q u i e r e el E m p e r a d o r q u e WALLENSTEIN. — Y o no acepté el m a n d o sino con
el ejército salga sin dilación d e B o h e m i a . ciertas c o n d i c i o n e s : f u é la p r i m e r a , q u e nadie, absolu-
VALLENSTEIN.—¿En la a c t u a l e s t a c i ó n ? ¿ Y hacia t a m e n t e nadie, ni s i q u i e r a el E m p e r a d o r , p u d i e s e d a r
d ó n d e q u i e r e q u e nos d i r i j a m o s ? u n a sola orden al ejército, en m e n o s c a b o de m i s a t r i -
QUESTENBERG.—Al e n c u e n t r o del enemigo. P o r q u e buciones, p u e s t o q u e si r e s p o n d o d e todo con mi ho-
Su Majestad q u i e r e q u e se p u r g u e d e ellos R a t i s b o n a n o r y m i cabeza, justo es q u e sea el d u e ñ o . ¿ P o r q u e
antes de Pascua, y cesen d e r e s o n a r en s u s catedrales f u é irresistible é invencible Gustavo ? P o r q u e era el
las predicaciones l u t e r a n a s y las a b o m i n a c i o n e s d e la rey d e su ejército, y al h o m b r e q u e es r e a l m e n t e rey,
herejía, q u e p r o f a n a n la s a n t i d a d d e aquellas fiestas. sólo p u e d e n vencerle s u s iguales. Pero volvamos al
WALLENSTEIN.—¿Es posible, s e ñ o r e s ? h e c h o ; falta lo m e j o r .
ILLO.—No, no es posible. Q U E S T E N B E R G . — E l C a r d e n a l - i n f a n t e desalojará Milán
WALLENSTEIN [viendo que los demás reflexionan, dice réis q u e e n t i e n d a q u e están cansados d e v e r e n t r e m i s
alzando la voz).—Conde Piccolomini, ¿ q u é ha m e r e - m a n o s la espada del p o d e r , y a p r o v e c h a n el m á s insig-
cido ? nificante p r e t e x t o p a r a d e s m e m b r a r m i ejército y se
IVIAX (tras largo silencio).—Según la ley, la m u e r t e . valen del n o m b r e e s p a ñ o l p a r a t r a e r a q u í n u e v a s f u e r -
ISOLANI.—La m u e r t e . zas no s o m e t i d a s á m i m a n d o ?... P e r o soy m u y f u e r t e
BUTTLER.—Con arreglo á o r d e n a n z a , la m u e r t e . todavía p a r a q u e m e d é n d e lado. En m i convenio se
('Questenberg se levanta, Wallenstein hace luego lo propio, establece q u e t o d o s los ejércitos del E m p e r a d o r esta-
y los demás le imitan.) rán s u j e t o s á m i m a n d o , en t o d a la extensión del terri-
torio a l e m á n , pero no se h a b l a ¡ claro esta ! de t r o p a s
WALLENSTEIN.—Le c o n d e n a la l e y , n o y o . S i le in-
españolas, ni de i n f a n t e s q u e atraviesan Alemania de
dulto, agradézcalo á la consideración q u e m e m e r e c e
paso, c o m o viajeros... Asi t r a b a j a n secretamente y en
el E m p e r a d o r .
silencio en la obra de debilitar mi poder de día en día,
hasta inutilizarme del todo y sentenciarme luégo...
Pero, ¿á q u é semejantes rodeos, señor ministro >
Hablad con toda f r a n q u e z a . El pacto que el Emperador
concluyó conmigo, le pesa, y quisiera que m e retira-
se ¿ no es esto ? P u e s yo le daré este gusto. Antes de
vuestra llegada lo había resuelto y a . (Gran agitación
entre los generales, que se aumenta por grados.) Por mis
capitanes lo siento, p o r q u e no veo cómo obtendrán el
dinero q u e anticiparon, ni las recompensas q u e tan
merecidas tienen. Un nuevo jefe se acompaña siempre
de hombres nuevos, y envejecen pronto los antiguos
servicios. Además, en el ejército figuran m u c h o s ex-
tranjeros, y si á m í m e bastaba q u e el soldado fuese
hábil y valiente, sin a t e n d e r para nada ni á su proce-
dencia ni á su religión, en lo f u t u r o será de otro
modo ; pero esto ya no m e concierne. (Se sienta.)
MAX.—Dios nos libre de llegar á tal extremo. El ejér-
cito entero se sublevaría con espantoso t u m u l t o . . . Sin
d u d a s e abusa del n o m b r e del Emperador... Esto no
es posible.
ISOLANI.—Es i m p o s i b l e ; todo se desplomaría de una
vez.
WALLENSTEIN.—Pues así será, mi fiel Isolani: cuan-
to alzamos con n u e s t r a p r u d e n c i a se h u n d i r á en es-
combros. Pero ya encontrarán otro general y otro
ejército para r e u n i r s e en torno del imperio, en cuanto
suene el t a m b o r .
MAX (agitado, apasionado, va de uno á otro para apa-
ciguarlos).— Oídme, g e n e r a l ; oídme, señores. ¡ Calma,
príncipe! Nada resolváis hasta q u e h a y a m o s celebrado
consejo y dirigido nuestras representaciones... Venid,
amigos ; creo que aún estamos á tiempo de repararlo
todo.
TERZKY.—Venid, venid; á fuera encontraremos á los WALLENSTEIN.—¡Señor de Questenberg !
d e m á s oficiales. (Se m n )
BurrLER(á Questenberg).—Si queréis seguir un buen
consejo, no os presentéis en público a h o r a ; podría ser
m u y bien que vuestra llave de oro no os preservara
de la violencia, (Suenan rumores dentro.)
WALLENSTEIN.—El consejo es oportuno. Octavio, tú
me respondes de la seguridad de mi huésped. ¡ Señor
de Questenberg!... (Saludándole; Questenberg intenta
hablar.) No, ni una palabra más sobre este odioso
asunto. Cumplisteis vuestro deber, y sé distinguir per-
fectamente el h o m b r e de su cargo.
(Questenbergy Octavio intentan retirarse en el punto en
que salen Gcetz, Tiefenbach y Collalto, segiádos de otros
comandantes.)
GCETZ.—¿ Dónde está quien á nuestro general... ?
TIEFENBACH (al mismo tiempo)...—¿ Qué acabamos de
oir ?... ¿ Quieres... ?
COLLALTO.—Queremos vivir y morir contigo.
W A L L E N S T E I N (señalando á lito con dignidad).—El ma-
riscal de campo conoce mi voluntad, (Vase.)
ILLO.—Bah, c u a n d o estén c o m p r o m e t i d o s , ya p u e d e n
y chillar lo q u e g u s t e n . En la corte d a r á n m á s crédito á
s u s firmas q u e á s u s s a g r a d a s protestas, y una vez de-
clarados t r a i d o r e s , se verán forzados á s e r l o ; con q u e
h a r á n d e la necesidad v i r t u d .
TERZKY.—Perfectamente; m e parece bien. Acerte-
m o s el golpe, y a d e l a n t e .
ILLO.—Además, lo q u e nos i m p o r t a sobre todo, no
A C T O III es el éxito con los generales, sino p e r s u a d i r al jefe d e
q u e están á su disposición. Obre él r e s u e l t a m e n t e
como si d i s p u s i e r a d e ellos, y s u y o s serán y los lleva-
rá d o n d e q u i e r a .
ESCENA I TERZKY.—Ocasiones h a y en q u e no le c o m p r e n d o . A
veces a t i e n d e al e n e m i g o , m e hace escribir á T h u r n , ó
Una habitación á A r n h e i m , habla con absoluta confianza d e Sesina,
y m e e n t r e t i e n e h o r a s e n t e r a s desarrollando s u s pla-
ÍLLO, TERZKY n e s ; y c u a n d o m e figuro ser d u e ñ o absoluto d e su se-
creto, se m e e s c u r r e - d e e n t r e las m a n o s . Me parece
q u e p o r a h o r a sólo desea c o n t i n u a r como antes.
TERZKY
ILLO.—¡ R e n u n c i a r él á s u s a n t i g u o s p r o y e c t o s ! Os
a s e g u r o q u e ni d o r m i d o ni en vela se o c u p a en otra
I I ® E L B ^ ^ E P P E N S Á Í S H A C E R C 0 D , 0 S
>'EFES - cosa. D i a r i a m e n t e consulta los a s t r o s acerca del
asunto.
W col!;L^~RedaCtaremOS Un acta
' en la
cual TERZKY.—Ah, sí; ¿sabéis q u e esta noche se encierra
con el d o c t o r en la t o r r e para h a c e r observaciones?
Según dicen, esta noche es de g r a n trascendencia, y
lde, i d í d s is vo
E:;er;r
rso
0b
e
; i u
Teato de h a n d e o c u r r i r en el cielo g r a n d e s f e n ó m e n o s , espera-
dos m u c h o t i e m p o há.
% u
a s í A r r ^ » r r ILLO.—¡Ojalá o c u r r i e r a n t a m b i é n en la tierra! Ahora
los generales deliran p o r él y h a r á n c u a n t o sea dable
por no p r i v a r s e de su jefe. ¡ Q u é ocasión t a n p r o p i c i a !
V a m o s á f o r m a r u n a alianza estrecha contra la corte
p a r a conservarle el m a n d o , y a u n q u e el p r e t e x t o es
inocente, ya sabéis q u e en el calor de la acción bien
p r o n t o p e r d e m o s d e vista el p u n t o d e p a r t i d a . Si el
p r í n c i p e los halla d i s p u e s t o s á seguir adelante con u n a
r
ILLO.—Bah, c u a n d o estén c o m p r o m e t i d o s , ya p u e d e n
y chillar lo q u e g u s t e n . En la corte d a r á n m á s crédito á
s u s firmas q u e á s u s s a g r a d a s protestas, y una vez de-
clarados t r a i d o r e s , se verán forzados á s e r l o ; con q u e
h a r á n d e la necesidad v i r t u d .
TERZKY.—Perfectamente; m e parece bien. Acerte-
m o s el golpe, y a d e l a n t e .
ILLO.—Además, lo q u e nos i m p o r t a sobre todo, no
A C T O III es el éxito con los generales, sino p e r s u a d i r al jefe d e
q u e están á su disposición. Obre él r e s u e l t a m e n t e
como si d i s p u s i e r a d e ellos, y s u y o s serán y los lleva-
rá d o n d e q u i e r a .
ESCENA I TERZKY.—Ocasiones h a y en q u e no le c o m p r e n d o . A
veces a t i e n d e al e n e m i g o , m e hace escribir á T h u r n , ó
Una habitación á A r n h e i m , habla con absoluta confianza d e Sesina,
y m e e n t r e t i e n e h o r a s e n t e r a s desarrollando s u s pla-
ÍLLO, TERZKY n e s ; y c u a n d o m e figuro ser d u e ñ o absoluto d e su se-
creto, se m e e s c u r r e - d e e n t r e las m a n o s . Me parece
q u e p o r a h o r a sólo desea c o n t i n u a r como antes.
TERZKY
ILLO.—¡ R e n u n c i a r él á s u s a n t i g u o s p r o y e c t o s ! Os
a s e g u r o q u e ni d o r m i d o ni en vela se o c u p a en otra
PenSáÍS h a c e r C0D ,0S
I I ® elb^^ep >' efes - cosa. D i a r i a m e n t e consulta los a s t r o s acerca del
asunto.
W col!;L^~RedaCtaremOS Un acta
' en la
cual TERZKY.—Ah, sí; ¿sabéis q u e esta noche se encierra
con el d o c t o r en la t o r r e para h a c e r observaciones?
Según dicen, esta noche es de g r a n trascendencia, y
ide,iddaedsParSos X n e rr so 0b i iureato de h a n d e o c u r r i r en el cielo g r a n d e s f e n ó m e n o s , espera-
dos m u c h o t i e m p o há.
fl ra
a s í rr ^ » r r ILLO.—¡Ojalá o c u r r i e r a n t a m b i é n en la tierra! Ahora
los generales deliran p o r él y h a r á n c u a n t o sea dable
por no p r i v a r s e de su jefe. ¡ Q u é ocasión t a n p r o p i c i a !
V a m o s á f o r m a r u n a alianza estrecha contra la corte
p a r a conservarle el m a n d o , y a u n q u e el p r e t e x t o es
inocente, ya sabéis q u e en el calor de la acción bien
p r o n t o p e r d e m o s d e vista el p u n t o d e p a r t i d a . Si el
p r í n c i p e los halla d i s p u e s t o s á seguir adelante con u n a
r
empresa audaz, la ocasión le s e d u c i r á ; una vez haya
dado el p r i m e r paso, q u e Viena no podrá perdonarle
nunca, la fuerza de las circunstancias le a r r e b a t a r á en ESCENA II
su camino. Para él lo m á s difícil es decidirse; pero en
cuanto a p r e m i a el m o m e n t o , recobra todo su vigor y EL CONDE y LA CONDESA TERZKY saliendo de su gabinete.
su buen golpe de vista. Luégo u n criado.—ILLO luégo
TERZKY.—Esto es lo q u e a g u a r d a t a m b i é n el enemi-
go para e n v i a r n o s un ejército. TERZKY.—¿ Viene ella ? No p u e d o d e t e n e r l e más.
ILLO.—¡ Vamos !... Hay q u e h a c e r m á s a h o r a q u e no LA CONDESA.—Pronto estará aquí. Dile q u e venga.
hicimos d u r a n t e años enteros. Si van las cosas de la TERZKY.—No sé si el príncipe nos agradecerá lo q u e
tierra como deseamos, ya a p a r e c e r á n las o p o r t u n a s hacemos. Sobre esto, no dijo n u n c a su opinión de un
estrellas. V a m o s á v e r á los generales. M a c h a q u e m o s m o d o claro. T ú m e has p e r s u a d i d o , y sabes hasta dón-
el hierro a h o r a q u e está a r d i e n d o . de p u e d e s a v e n t u r a r t e .
TERZKY.—Id vos, Illo... yo m e q u e d o á a g u a r d a r á LA CONDESA.—Respondo de todo. (Aparte ) No nece-
la condesa. No d u d é i s de q u e no estaré yo ocioso. Si se sito yo plenos poderes... sin hablar nos c o m p r e n d e m o s
r o m p e una c u e r d a , ya tengo otra p r e p a r a d a . m i h e r m a n o y yo. ¿No he adivinado por q u é hizo ve -
ILLO.—Cierto... vi q u e la condesa sonreía con mali- nir á su hija, y eligió cabalmente á Piccolomini p a r a
cia: ¿ q u é os p r o p o n é i s ? acompañarla ? Los p r e t e n d i d o s c o m p r o m i s o s con u n
TERZKY.—Es u n secreto.., ¡Silencio!... Ella sale. novio, á q u i e n n a d i e conoce, p u e d e n d e s l u m h r a r á
(Se va Illo.) o t r o s ; p e r o yo adivino s u intento. A él no le corres-
ponde mezclarse en estas negociaciones. No, sin d u d a . . .
T o d o lo fía á m i perspicacia... q u i e r o p r o b a r l e q u e no
se e n g a ñ a conmigo.
UN CRIADO (sale).—Los generales. (Vase.)
TERZKY. — C u i d a de exaltarle y p r e o c u p a r su áni-
m o . . . Q u e no vacile en firmar c u a n d o se siente á la
mesa.
LA CONDESA.—Atiende tú á los convidados, y t r á e -
melo.
TERZKY.—Mira q u e todo d e p e n d e de su firma.
LA CONDESA.—Vé...
ILLO (volviendo).—¿ Qué estáis haciendo, Terzky ? La
sala esta llena, y todos os a g u a r d a n .
TERZKY.—Voy, voy. (A la condesa.) Q u e no t a r d e . . .
El p a d r e podría sospechar...
LA CONDESA—Inútil solicitud. (Terzky é Illo se van.)
q u é decirle; el servicio... las a r m a s . . . todo me i m p o r -
t u n a . . . Me pasa e x a c t a m e n t e lo m i s m o q u e á un alma
E S C E N A III
b i e n a v e n t u r a d a q u e volviese del paraíso á sus juegos
y pueriles preocupaciones, á s u s deseos, á s u s amista-
LA CONDESA TERZKY, MAX PICCOLOMINI
des, á todas las m i s e r i a s de la h u m a n i d a d .
LA CONDESA.—OS r u e g o , sin e m b a r g o , q u e dirijáis
MAX (asomando tímidamente).—¿Puedo e n t r a r ? . . . (Se alguna m i r a d a á este mísero m u n d o , d o n d e cabalmen-
adelanta hasta el centro de la szla y mira en derredor con te o c u r r e en este m o m e n t o algo i m p o r t a n t í s i m o .
inquietud.) ¡ No está! ¿ Dónde está ?
MAX.—Veo en efecto q u e algo pasa; lo infiero de
LA CONDESA.—Buscad bien... quizás se oculta d e t r á s cierta animación y actividad i n u s i t a d a s q u e noto á m i
de aquella m a m p a r a .
alrededor. Ya lo sabré sin d u d a , c u a n d o h a y a t e r m i -
MAX.—Ahí están s u s g u a n t e s . (Intenta cogerlos y la nado... ¿Dónde diréis q u e estuve, tía ?... No os burléis
condesa se lo impide.) ¡ Q u é mala!.. ¿Me rehusáis...? Os de mí... Me p e s a b a n de tal m o d o el t u m u l t o del cam-
complacéis en a t o r m e n t a r m e . p a m e n t o , la i m p o r t u n a m u l t i t u d de amigos, s u s necias
LA CONDESA.—¿ASÍ agradecéis m i solicitud ? chanzas, sus vanas conversaciones, q u e f u i á buscar el
MAX.—¡Oh!... Haceos cargo de m i i n t r a n q u i l i d a d ! . . . silencio y un asilo p a r a m i dicha... no os riáis... he
Desde q u e estamos aquí... ¡tanto cumplido! no a v e n t u - estado en la iglesia. Cerca de a q u í h a y un monasterio;
rar u n a sola palabra!... ni u n a m i r a d a ! . . . No p u e d o e n t r é en el s a n t u a r i o y m e hallé cabalmente solo. Hay
a c o s t u m b r a r m e á ello. en el altar u n a i m a g e n p i n t a d a de la Virgen, y a u n q u e
LA CONDESA.—Pues á otros r i g o r e s habéis de acos- bastante mala, f u é p a r a mí la amiga q u e buscaba en
t u m b r a r o s todavía, mi b u e n amigo. Debo poner á a q u e l m o m e n t o . . . ¡ C u á n t a s veces h e visto á Dios con
p r u e b a v u e s t r a docilidad. Sólo con esta condición todo su esplendor, y observé el fervor de los fieles!
p u e d o i n t e r v e n i r en este asunto. pero n u n c a s e m e j a n t e espectáculo m e había c o n m o -
MAX.—Pero ¿ d ó n d e está ella?... ¿ P o r q u é no viene? vido como a h o r a . . . No sé cómo, vengo á c o m p r e n -
LA CONDESA.—ES preciso q u e lo fiéis todo á m i car- d e r a h o r a s ú b i t a m e n t e la devoción lo m i s m o q u e el
go... ¿ A quién hallaréis m e j o r dispuesto en vuestro amor.
favor? Nadie ha de saber y m e n o s vuestro p a d r e . . . LA CONDESA.—Gozad de v u e s t r a v e n t u r a , y olvidad
MAX.—Es inútil la recomendación, p o r q u e no hay el m u n d o q u e os rodea, m i e n t r a s vela y obra p o r vos
a q u í ni una cara simpática á quien p u d i e r a confiarme. la a m i s t a d . P e r o obedeced dócilmente á q u i e n os
¡Ay, tía m í a ! O ellos ó yo h e m o s cambiado m u c h o m u e s t r e el camino de la dicha.
Me siento en m e d i o de ellos como extranjero, y no
MAX.—¿Dónde está Tecla? ¡Oh felices t i e m p o s a q u e -
hallo en p a r t e a l g u n a el m e n o r r a s t r o de m i s a n t i -
llos de n u e s t r o viaje en q u e el alba naciente nos r e u n í a ,
g u o s deseos y alegrías... ¿A dónde han ido a p a r a r ?
y sólo la noche nos s e p a r a b a ! Ni caía la a r e n a en el
Antes g u s t a b a de esa gente, ¡ y ahora m e parece
reloj, ni sonaban las c a m p a n a s . Parecía q u e el t i e m p o
todo tan v u l g a r y tan vacío! A m i s c o m p a ñ e r o s los
había detenido p a r a nosotros, como p a r a los bienaven-
e n c u e n t r o i n s o p o r t a b l e s ; á mi p r o p i o p a d r e no sé
turados, su eterna c a r r e r a . . . ¡Ah, verse forzado á con-
14
tar las horas, es ya caer del cielo; la c a m p a n a no sue-
na n u n c a para los d i c h o s o s !
LA CONDESA. — ¿ C u á n t o hace q u e le h a b é i s dicho
ESCENA IV
v u e s t r o afecto ?
MAX.—Esta m a ñ a n a h e a v e n t u r a d o la p r i m e r a pa-
Dichos.— TECLA, a d e l a n t á n d o s e r á p i d a m e n t e
labra.
LA CONDESA.—¡Cómo!... ¡hasta esta m a ñ a n a , d e s p u é s
de veinte días d e verla !... TECLA.—No os molestéis, t í a ; m e j o r lo oirá d e ' m i s
MAX.—Nos h a l l á b a m o s e n el castillo d o n d e nos ha- labios.
béis alcanzado, m á s acá d e N e p o m u c k , ú l t i m a esta- MAX (retrocediendo).—¡ S e ñ o r i t a ! . . . ¡ por q u é m e ha-
ción de n u e s t r o viaje, y e s t á b a m o s silenciosos y en béis dejado hablar, Condésa !
pié c o n t e m p l a n d o d e s d e u n a v e n t a n a la vasta c a m p i - TECLA (á la Condesa).— ¿ Hace rato q u e está a q u í ?
ña, por d o n d e g a l o p a b a n los d r a g o n e s de la escolta. LA CONDESA. — Sí, y no p u e d e p e r m a n e c e r m u c h o
A n g u s t i a d o con la p r o x i m i d a d de n u e s t r a s e p a r a c i ó n , con nosotras... ¿ Dónde h a s estado t a n t o t i e m p o ?
osé p r o n u n c i a r estas p a l a b r a s : « T o d o esto m e ad- TECLA.—Mi m a d r e volvió á llorar... Veo c u á n t o pa-
vierte, señorita, q u e he d e d e s p e d i r m e d e m i felici- dece... y á pesar de todo, m e siento dichosa.
d a d . Dentro de b r e v e s h o r a s os hallaréis junto á MAX (contemplándola extasiado).—¡ A h ! p u e d o volver
v u e s t r o p a d r e , y r o d e a d a de n u e v o s amigos; ya sólo á m i r a r o s ! Esta m a ñ a n a m e era imposible... El brillo
seré para vos u n e x t r a ñ o p e r d i d o e n t r e la m u l t i t u d . » d e v u e s t r o s a d e r e z o s m e ocultaba á m i a m a d a .
«Hablad á m i tía,» m e dijo r á p i d a m e n t e . Su voz t e m -
TECLA. — ¡ S e r á q u e e n t o n c e s m e m i r a b a i s con los
b l a b a ; se r u b o r i z ó , y alzando l e n t a m e n t e los ojos
ojos, y no con el c o r a z ó n !
chocaron con los míos.... Ya no f u i d u e ñ o d e mi....
MAX.—¡ A h ! Esta m a ñ a n a , c u a n d o os vi r o d e a d a d e
(Sale la Princesa y se detiene en la puerta, sin que la
los vuestros, y en brazos d e v u e s t r o p a d r e ; c u a n d o m e
vea Max, pero si la Condesa.) La e s t r e c h é con audacia
h e sentido e x t r a ñ o á vos, t e n t a c i o n e s m e dieron de
e n t r e m i s brazos, y mis labios r o z a r o n los suyos....
e c h a r m e á su cuello llamándole p a d r e t a m b i é n ! . . . P e r o
pero sonó r u i d o en la sala vecina; erais vos... Ya sabéis
su severa m i r a d a i m p o n í a silencio á m i s a r d i e n t e s y
todo lo o c u r r i d o .
vivas sensaciones, y me i n s p i r a b a n r e s p e t o aquellos
LA CONDESA (tras un momento de silencio, y mirando d i a m a n t e s q u e os ceñían la f r e n t e c o m o u n a corona
de soslayo á Tecla)...—¿ Y tan r e s e r v a d o ó tan poco cu- d e estrellas. ¿ P o r q u é v u e s t r o p a d r e , al recibiros,
rioso sois q u e no m e p r e g u n t á i s m i secreto ? parecía t r a z a r en t o r n o v u e s t r o u n círculo m á g i c o ?
MAX.—¿ V u e s t r o secreto ? ¿ P o r q u é a d o r n a r al ángel-como u n a víctima, é i m p o n e r
LA CONDESA.—¡Claro q u e sí!... E n t r é en la sala in- á v u e s t r o corazón r i s u e ñ o el triste peso de la jerar-
m e d i a t a m e n t e d e s p u é s d e haber salido vos, y mi sobri- quía? El a m o r osa dirigirse al a m o r , p e r o sólo u n r e y
na, en aquel p r i m e r m o m e n t o de sorpresa, m e dijo... se a t r e v i e r a á a c e r c a r s e viéndoos r o d e a d a de s e m e j a n t e
MAX (con viveza)...—Hablad... aureola !
TECLA.—¡No h a b l e m o s d e ese disfraz!... Ya veis
cuán p r o n t o lo arrojé ! (A la Condesa.) P a r e c e agitado é había nacido, en q u é año, en q u é m e s ; si f u é d e día,
intranquilo. ¿ P o r q u é , tía ? ¿ Le habéis afligido ? Era si f u é d e noche...
otro h o m b r e d u r a n t e el v i a j e . . . ¡Estaba t a n sereno, t a n LA CONDESA.—Quería hacer t u horóscopo.
parlanchín...! Así q u i s i e r a verle s i e m p r e . TECLA.—Después m e ha m i r a d o las m a n o s y ha m o -
MAX.—En brazos d e v u e s t r o p a d r e , en u n m u n d o vido la cabeza, pensativo. Me h a parecido q u e las ra-
nuevo q u e os acata y reverencia , la n o v e d a d del c a m - yas no le dejaban m u y satisfecho.
bio, p o r lo menos, d e s l u m h r a r á v u e s t r o s ojos. L A C O N D E S A . — ¿ Y c ó m o estaba la sala?... Nunca la
TECLA.—Confieso, en efecto, q u e h a y aquí m u c h a s advertí sino d e paso.
cosas q u e m e e n c a n t a n . Me g u s t a esa vida y esa ani- TECLA.—De p r o n t o m e ha causado e x t r a ñ a emoción
mación, ese a p a r a t o bélico q u e r e n u e v a en m í m i s pasar, de golpe, de la clara luz del día á las p r o f u n d a s
ideas predilectas, y p r e s t a c u e r p o y realidad á lo q u e tinieblas, a l u m b r a d a s t a n sólo d é b i l m e n t e por tibios y
hasta a h o r a m e apareció c o m o u n s u e ñ o . singulares f u l g o r e s . En t o r n o mío, y f o r m a n d o semi-
MAX.—En cambio yo, c o m o u n s u e ñ o veo desvane- círculo, h e visto colocadas en fila seis ó siete g r a n d e s
cerse mi positiva v e n t u r a . De la e t é r e a región en q u e e s t a t u a s de reyes, con u n cetro en la m a n o , y una es-
he vivido estos últimos días, caigo o t r a vez á la tierra; trella en la f r e n t e , y esas estrellas parecían a l u m b r a r
el c a m i n o q u e m e c o n d u c e á m i s a n t i g u o s hábitos, m e la habitación. « Son—ha dicho mi guía—los p l a n e t a s
separa del cielo. q u e rigen el destino d e los h o m b r e s , y por eso están
TECLA.—Tales m u d a n z a s p a r e c e n m á s suaves cuan- r e p r e s e n t a d o s en figura de r e y e s . El d e m á s allá, el
do llevamos en el corazón u n tesoro s e g u r o . En cuanto viejo afligido y c e ñ u d o , q u e lleva u n a estrella amarilla
á mí, c u a n d o m e fijo en el e x t e r i o r , vuelvo á gozar con oscura, es S a t u r n o ; el d e e n f r e n t e , con la estrella roji-
m a y o r e n c a n t o m i m a y o r posesión... ¡ Q u é de cosas za y revestido d e u n a a r m a d u r a , es M a r t e . A m b o s
e x t r a o r d i n a r i a s y n u e v a s h e visto aquí en poco tiem- son poco propicios a los h o m b r e s . La del lado, en figu-
po, y sin e m b a r g o n a d a s e r á n c o m p a r a d a s con las ma- r a de u n a m u j e r h e r m o s a cuya f r e n t e r e s p l a n d e c e con
ravillas q u e encierra este castillo misterioso ! suavísimos f u l g o r e s , es V e n u s , el astro del placer. La
d e la izquierda, M e r c u r i o con alas en los piés. La de
L A C O N D E S A (reflexionando).—¿ Q u é h a y ?... Yo conoz-
en medio, d e s e r e n a f r e n t e , de c o n t i n e n t e regio y ce-
co los más oscuros rincones d e esta habitación.
ñido d e u n a a u r e o l a de plata, J ú p i t e r , el p a d r e de los
T E C L A (sonriendo).—Á é s t a le p r o t e g e n los e s p í r i t u s ;
astros, a c o m p a ñ a d o del sol y d e la luna.»
dos viejos están d e centinela j u n t o á la p u e r t a .
L A C O N D E S A (riendo).—Ah! s í ; la t o r r e del astrólogo. MAX.—¡ Oh ! No seré yo q u i e n le r e p r o c h e su creen-
¿Y cómo h a s podido e n t r a r d e s d e luego en este santua- cia en los a s t r o s y el p o d e r de los espíritus. No puebla
rio custodiado con tal s e v e r i d a d ? el h o m b r e d e f u e r z a s m i s t e r i o s a s el espacio cediendo
TECLA.—Un viejecito d e blanca cabellera y benévolo sólo al orgullo ; p a r a el corazón q u e a m a , la vida ordi-
aspecto, m e h a m o s t r a d o cierta predilección y m e ha n a r i a parece e s t r e c h a y m e z q u i n a ; los cuentos con
abierto la p u e r t a . q u e mecieron m i infancia encierran u n sentido m á s
MAX.—Es S e n i ; el a s t r ó l o g o del d u q u e . p r o f u n d o q u e la m i s m a experiencia. Sólo el m u n d o d e
TECLA.—¡ C u á n t a s p r e g u n t a s m e h a h e c h o ! C u á n d o lo maravilloso r e s p o n d e á m i corazón embelesado, y
me a b r e los espacios infinitos, y extiende en torno mil
f e c u n d o s r a m o s q u e mecen en éxtasis mi e s p í r i t u em- con eso no le basta para saciar su actividad incesante,
briagado. S i ; el m u n d o de la fantasía es la v e r d a d e r a l u c h a r con los e l e m e n t o s , desviar los ríos, volar las
patria del a m o r , q u e se complace en h a b i t a r con las peñas y a b r i r al comercio n u e v a s y c ó m o d a s vías... En
h a d a s y entre talismanes, y cree en los dioses, p o r q u e las largas veladas del invierno c o n t a r e m o s n u e s t r a s
se siente de n a t u r a l e z a divina. P a s a r o n los d e la anti- c a m p a ñ a s y...
g u a f á b u l a y se desvaneció t r a s ellos su hechizo, m a s LA CONDESA.—No obstante, os aconsejo, caro p r i m o ,
c u a n d o habla el corazón r e a p a r e c e n evocados sus n o m - q u e no d e p o n g á i s tan p r o n t o las a r m a s . Una esposa
bres, y si un t i e m p o se asociaron con a m o r á la vida como Tecla m e r e c e ser c o n q u i s t a d a con la p u n t a del
h u m a n a , hoy colocados en la región d e los astros, se acero.
comunican con los q u e a m a n : a ú n J ú p i t e r nos trans- MAX.—¡Ojalá p u d i e s e hacerlo a s í !
mite su p o d e r , y V e n u s su belleza. LA CONDESA.—¿Qué pasa ?... ¿No oís?... Me parece
q u e oigo r u m o r e s y d i s p u t a s en la sala del b a n q u e t e . . .
TECLA.—Si en esto consiste la astrología, m e con-
(Se va.)
vierto d e b u e n g r a d o á t a n risueña religión. ¡Qué g r a t o
es p e n s a r q u e en la a l t u r a , allá en la esfera infinita,
las f ú l g i d a s estrellas tejieron las g u i r n a l d a s d e n u e s t r o
a m o r en el m i s m o p u n t o en q u e n a c i m o s ! ESCENA V
TECLA, t a ñ e y c a n t a tanto. , ^ . • J
TECLA.—Su p a d r e le a m a ; el conde Octavio nada
«Ruge el viento en el b o s q u e ; las nubes se a m o n t o - opondrá.
n a n en el cielo; la ola agitada se estrella en las rocas. LA C O N D E S A . - ¡ Su p a d r e ! . . . . ¡su padre!.... ¿y el
»La doncella se adelanta p o r la orilla, y con los ojos tuyo ? .
»llenos de lágrimas canta en medio de la noche som- TECLA.—Creí que temíais al suyo, en vista de v u e s -
»bria: m u e r t o está mi corazón, vacío para mí el mun- tra conducta misteriosa con el hijo.
LA CONDESA (contemplándola con mirada inquisitiva).
»do; ningún deseo me inspira. ¡Oh santa m a d r e !
»Acuérdate de tu hija. P r o b é la dicha de la t i e r r a ; —Sobrina, t ú no eres f r a n c a .
»viví, amé.» TECLA.—¡Ah tía mía!... lo tomáis á mal, tía; sed
buena. , , .. ,
LA CONDESA. — O S figuráis haber ganado la partida,
ISOLANI (á Max)
TECLA sola
T E R Z K Y , ISOLANI, MAX
ISOLANI (á Max)
H a m i g o m í o ! ¿ D ó n d e os habíais metido?...
V a m o s . . . v a m o s á la mesa. T e r z k y nos re-
gala con su m e j o r v i n o . . . Se bebe aquí c o m o
en el castillo de Heidelberg... Habéis perdi-
do y a lo m e j o r . En aquella mesa se reparten las coronas
de los principados de E g g e n b e r g , Slawata y Lichtens-
tein ; ya están a d j u d i c a d o s los dominios de S t e r n b e r g
25
y los m e j o r e s f e u d o s d e B o h e m i a . . . D a o s p r i s a . . . qui-
zás os t o q u e a l g o t o d a v í a . . . V a m o s ; s e n t a o s .
ESCENA II
C O L L A L T O Y GOETZ (llamándole desde la segunda mesa).
—¡ Conde Piccolomini!
TERZKY, NEUMANN
TERZKY.—Pronto será con v o s o t r o s . . . L e e d esta f ó r -
m u l a de j u r a m e n t o , y v e d si os g u s t a s u redacción.
T E R Z K Y (hace señas á Neumann, que está cerca del apa-
T o d o s la h a n leído y a , y están d i s p u e s t o s á firmarla.
rador. Neumann se adelanta).—¿ T r a é i s ese papel, Neu-
MAX (leyendo).—«Ingratis servire nefas.»
m a n n ? . . . D a d m e ; ¿ e s t á escrito d e m o d o q u e p u e d a
ISOLANI.—Eso p a r e c e un a x i o m a latino. Camarada,
s u s t i t u i r s e f á c i l m e n t e sin q u e lo noten ?
¿ q u é q u i e r e d e c i r en a l e m á n ?
TERZKY.—Que un h o m b r e h o n r a d o no d e b e s e r v i r á
ingratos.
M A X . — « H a b i é n d o n o s m a n i f e s t a d o n u e s t r o poderoso
»general, S u Alteza el p r í n c i p e d e F r i e d l a n d , q u e se
»hallaba d i s p u e s t o á dejar el servicio d e l E m p e r a d o r
ȇ consecuencia d e n u m e r o s a s d i f i c u l t a d e s , y h a b i e n -
»do desistido de sus p r o p ó s i t o s p e r s u a d i d o d e n u e s t r a s
»súplicas, c o n s i n t i e n d o p o r el contrario en p e r m a n e -
»cer al f r e n t e del ejército y no s e p a r a r s e d e n o s o t r o s
»sin n u e s t r o a s e n t i m i e n t o ; nos c o m p r o m e t e m o s en
»justa r e c i p r o c i d a d , j u n t o s y cada u n o en p a r t i c u l a r , á NEUMANN.—Lo he c o p i a d o línea p o r línea, y sólo he
»seguir fielmente á sus ó r d e n e s , á no s e p a r a r n o s de él q u i t a d o la f r a s e relativa al j u r a m e n t o , c o n f o r m e m e
»en m o d o a l g u n o y á v e r t e r p o r él hasta la ú l t i m a g o t a ordenó V . E.
»de s a n g r e , si n e c e s a r i o f u e r e , salvo sin e m b a r g o el T E R Z K Y . — P e r f e c t a m e n t e . P o n e d l o ahí, y e c h a d al
» j u r a m e n t o p r e s t a d o al E m p e r a d o r . (Isolani repite estas f u e g o éste ; y a hizo s u oficio.
últimas palabras.) «Y si c u a l q u i e r a d e n o s o t r o s , fal- (Neumann coloca la copia encima de la mesa, y luego
»tando al p r e s e n t e contrato, se separase d e la c a u s a vuelve al aparador.)
»común, n o s o b l i g a m o s á d e c l a r a r l e t r a i d o r y á casti-
»gar s u deslealtad así en s u p e r s o n a c o m o en s u s bie-
»nes. E n fe d e lo cual firmamos el p r e s e n t e escrito.» ESCENA III
ningún seglar. L o s utraquistas estiman el cáliz más 2 . 0 P A J E (acudiendo precipitadamente).—¿ Habéis oído?
que t o d o ; es su precioso t e s o r o ; por él ha v e r t i d o ¡ Brindan por el de W e i m a r !
Bohemia su sangre. 3.CR PAJE.—El e n e m i g o de A u s t r i a .
I.CR PAJE.—El luterano.
NEUMANN.—Y qué significa ese rollo ?
E L M A Y O R D O M O . — E S la real carta que a r r a n c a m o s al
2.0 PAJE.—Y hace poco el señor Deodati ha brindado
e m p e r a d o r Rodolfo, y con la cual se a s e g u r ó al n u e v o por el E m p e r a d o r y todos se han callado c o m o ratas.
culto el derecho de las c a m p a n a s y de cantar en pú- EL MAYORDOMO.—El vino hace decir m u c h a s cosas.
blico. Pero desde que nos gobierna el a r c h i d u q u e de En estos casos, un b u e n criado debe ser s o r d o .
Gratz, eso concluyó. Después de la batalla d e P r a g a , 3 . " P A J E (llamando aparte á otro).—Observa bien todo
donde perdió la corona imperial el palatino F e d e r i c o ! lo que pasa, J u a n ; q u e luégo lo c o n t a r e m o s al padre
nos han privado de nuestros púlpitos y altares, nues- Q u i r o g a y nos dará b u e n a s i n d u l g e n c i a s .
tros padres abandonaron la patria, y el m i s m o Empe- 4. 0 PAJE.—No m e m u e v o en lo posible de cerca de
rador rasgó nuestros privilegios. Illo, q u e dice u n a s cosazas! (Vuelven á las mesas).
E L MAYORDOMO (á Neumann).—.¿ Quién es aquel ca-
NEUMANN.—¡ Y cómo sabéis todo eso ) Se ve que co-
nocéis á fondo las crónicas de vuestro país, señor Ma- ballero vestido de negro, y condecorado, q u e habla
yordomo. confidencialmente con el conde P a l f í y ?
NEUMANN.—Ese es u n o en quien fían d e m a s i a d o . E s
EL MAYORDOMO.—Mis abuelos eran taboritas y estu-
Maradas, un español.
vieron al servicio de Ziska y Procopio. ¡ Q u e en paz
descansen !... Combatieron por una buena causa... (A EL MAYORDOMO.—Pues no hay que contar m u c h o
los criados.) L l e v a o s la copa. con los españoles. L o s m e r i d i o n a l e s no v a l e n nada,
creedme.
NEUMANN.—Dejadme ver todavía el otro e s c u d o . A q u í
NEUMANN.—Bah, v o s no debiérais hablar así. Cabal-
m e parece q u e figuran los consejeros del E m p e r a d o r
mente son los generales en quienes más confía el d u -
Martimtz y Slawata, precipitados de lo alto del casti-
que.
llo de Praga... Sí, s í ; eso es. Este es el conde de T h u r n
(Terzky se adelanta con un papel en la mano. Movimiento).
que da la orden. (Un criado se lleva la copa)
E L MAYORDOMO (á los criados).—El teniente g e n e r a l
E L MAYORDOMO.—¡ A h !... N o h a b l e m o s d e e s e d í a
se levanta... A t e n c i ó n . . . Y a dejan la mesa... Retirad
Era el 23 de M a y o de 1 6 1 8 . . . y m e parece h o y . . . En
las sillas.
aquel desdichado punto e m p e z a r o n las c a l a m i d a d e s
de nuestro país. Diez y seis años hace, y a ú n no ha (Los criados se retiran hacia el fondo del teatro: algunos
vuelto á haber paz en esta tierra. convidados se adelantan).
(Música).
GCETZ.—Tampoco ; excusadme.
TIEFENBACH [sentándose].—Dispensadme, s e ñ o r e s ; el
ESCENA VI estar en p i é m e f a t i g a .
TERZKY.—Como gustéis, general.
O C T A V I O PICCOLOMINI se adelanta h a b l a n d o con Maradas, y TIEFENBACH.—Tengo la c a b e z a libre, y el e s t ó m a g o
a m b o s se c o l o c a n á un lado del proscenio. Por el l a d o o p u e s t o
b u e n o , p e r o las p i e r n a s m e r e h u s a n s u s s e r v i c i o s .
sale MAX, solo, p e n s a t i v o y sin tomar parte en la a n i m a c i ó n
g e n e r a l . En el centro, pero a l g u n o s pasos atrás, figuran a g r u - ISOLANI ( p o r la obesidad de Tiefenbach).—¡Como las
pados de dos e n d o s BUTTLER, ISOLANI, GOETZ, TIEFEN- h a b é i s c a r g a d o c o n tan g r a v e p e s o !
BACH, C O L L A L T O , y poco d e s p u é s , el CONDE T E R Z K Y . (Después de haber firmado, Octavio entrega el papel á
Terzky y éste á Isolani, quien se acerca á una mesa
ISOLANI (mientras se adelantan los generales).—Buenas para firmar á su vez).
noches, buenas noches, Collalto; buenas noches, ge- TIEFENBACH.—Así m e p u s o la g u e r r a de P o m e r a n i a . . .
neral, ó m e j o r d i c h o , ¡ b u e n o s d í a s ! . . . ¡ C o m o habla q u e m a r c h a r s o b r e el h i e l o , y á p e s a r de
GOETZ (á Tiefenbach).—Amigo, ¡que aproveche! la n i e v e ! . . . Y a no v o l v e r é á ser lo q u e f u i .
TIEFENBACH.—Ha sido u n b a n q u e t e r e g i o . G C E T Z . — ¡ A h ! . . . r e a l m e n t e . . . á los s u e c o s no les p r e -
GOETZ.—La C o n d e s a lo e n t i e n d e ; es d i g n a d i s c í p u l a o c u p a b a m u c h o la e s t a c i ó n .
d e s u s e ñ o r a s u e g r a , q u e e n p a z d e s c a n s e . ¡ A q u e l l a sí (Terzky presenta el papel á Maradas, y éste firma).
q u e e r a u n a g r a n a m a de g o b i e r n o ! OCTAVIO (acercándose á Buttler).— N o g u s t á i s m u c h o
ISOLANI (hace que se va).—¡ L u z ! . . . ¡ l u z ! de f e s t e j a r á B a c o , s e ñ o r c o r o n e l . . . L o h e e s t a d o ob-
T E R Z K Y (con un papel). — A g u a r d a d dos m i n u t o s , s e r v a n d o . M e p a r e c e q u e os c o m p l a c e r í a m á s e l tu-
c o m p a ñ e r o s . H a y algo q u e firmar. m u l t o d e u n a batalla q u e el d e u n b a n q u e t e .
ISOLANI.—Firmaré lo q u e q u e r á i s . P e r o ahorradme B U T T L E R — S í , lo c o n f i e s o ; los f e s t i n e s no se han
la l e c t u r a . hecho para mí.
TERZKY.—No p e n s a b a f a s t i d i a r o s con e l l a ; es el c o m - OCTAVIO (confidencialmente) — Ni p a r a m í t a m p o c o ,
p r o m i s o q u e y a conocéis. B a s t a u n a p l u m a d a . (A Iso- os lo a s e g u r o . M e a l e g r a ser d e v u e s t r a o p i n i ó n s o b r e
lani que presenta el papel á Octavio.) No h a y q u e a t e n - este p a r t i c u l a r , m i d i g n o coronel B u t t l e r . M e d i a d o -
der, señores, á categorías. F i r m e cada cual como vaya c e n a de b u e n o s a m i g o s , t o d o lo m á s , al r e d e d o r de
viniendo. una m e s i t a c i r c u l a r , u n a c o p a d e t o k a y , f r a n c a cordia-
(Octavio recorre con la vista el papel, indiferente. Terzky lidad, y u n a c o n v e r s a c i ó n d i s c r e t a , h e a q u í lo que
le observa). más m e place.
GCETZ (á Terzky).—Señor C o n d e , con v u e s t r o per- B U T T L E R . — R e a l m e n t e ; si p u d i e r a eso c o n s e g u i r s e ,
miso m e retiro. de b u e n g r a d o s e r í a y o d e la p a r t i d a .
TERZKY.—No os v a y á i s tan p r o n t o . . . L a ú l t i m a co- (Entregan el papel á Buttler que va á firmarle. Despejado
pita. ¡ M u c h a c h o s ! (Llamando á los criados). el proscenio, los dos Piccolomini quedan fre?ite á frente
GCETZ.—No p u e d o . á ambos lados).
TERZKY.—¿Y e c h a r u n a p a r t i d a ? OCTAVIO (después de haber contemplado á su hijo en si-
lencio, se acerca á él).—Amigo mío, m u c h o has tardado ESCENA VII
en venir.
MAX [se vuelve, con aire de embarazo).— ¿ Y o ? . . . Asun- D i c h o s . — I L L O s a l i e n d o d e la h a b i t a c i ó n d e l f o n d o , c o n la c o p a
tos u r g e n t e s m e h a n d e t e n i d o . d e o r o en la m a n o , y e x a l t a d o p o r la b e b i d a . GOETZ y B U T T -
O C T A V I O . — Y p o r lo q u e v e o , t u p e n s a m i e n t o está a ú n LER le s i g u e n é i n t e n t a n d e t e n e r l e .
f u e r a de a q u í .
M A X . — Y a sabéis q u e el m u c h o bullicio me deja ILLO.—¿Qué m e q u e r é i s ? . . . D e j a d m e .
como embobado y mudo. GCETZ Y B U T T L E R . — B a s t a de b e b e r . . . Illo.
O C T A V I O (acercándose más á él).— ¿ N o puedo saber ILLO (se acerca á Octavio bebiendo y le abraza) —\ Oc-
y o q u é te ha d e t e n i d o t a n t o t i e m p o ? T e r z k y lo s a b e , y t a v i o !... á t u s a l u d . . . ! A n e g u e m o s n u e s t r o m u t u o re-
y o no. s e n t i m i e n t o en e s e t r a g o q u e e c h a r e m o s j u n t o s . Y a
MAX.—¿ Q u é sabe T e r z k y ? sé q u e n u n c a m e h a s q u e r i d o m u c h o , c o m o y o , Dios
m e p e r d o n e , t a m p o c o te q u i s e n u n c a á t i . . . P e r o olvi-
OCTAVIO (con intención). — E s el ú n i c o á q u i e n no
d e m o s lo p a s a d o . . . T e e s t i m o con a l m a e n t e r a (le
preocupaba tu ausencia.
abraza otra vez): soy tu m e j o r a m i g o . . . S e p a n t o d o s
ISOLANI (adelantándose).—Así, a s í ; r e s p e t a b l e p a d r e ;
q u e q u i e n le l l a m e h i p ó c r i t a t e n d r á q u e h a b é r s e l a s
m o s t r a d l e s u s y e r r o s , y m e t e d l e e n un p u ñ o . No se ha
conmigo.
p o r t a d o m u y bien.
T E R Z K Y [vuelve con el papel).—^ F a l t a a l g u i e n ? ¿ l i a n T E R Z K Y (llevándolo á un lado).—i P e r o estás loco ?...
firmado todos ? R e p a r a d ó n d e te h a l l a s , Illo.
U n a h a b i t a c i ó n d e la c a s a d e P i c c o l o m i n i . Es d e n o c h e
OCTAVIO
f ^ ^ k m v e r l e . . . ¿ Q u é hora es ?
[U^Illl EL CRIADO.—Pronto a m a n e c e r á .
IGFEG^MI O C T A V I O . — C o l o c a d allí esa luz. No he de
a c o s t a r m e ; podéis retiraros.
(Vase el criado. Octavio se pasea pensativo por la habita-
ción. Sale Max y contempla un instante á su padre en
silencio.)
MAX.—i Estáis irritado c o n m i g o , padre ? S a b e Dios
q u e no tengo la culpa de la odiosa disputa. Bien v i
que habíais firmado y harto sé t a m b i é n q u e lo q u e
para vos es conveniente debe serlo para m í ; pero en
perjurio. El que no esté contento que lo diga. A q u i
estoy y o .
TIEFENBACH.—Bah, b a h ; esto era p u r a conversa-
ción.
MAX (devolviendo el papel).—Vaya, p u e s ; hasta ma-
ñana.
ILLO (juera de si, sofocado de ira, le presenta con una
mano el papel y con la otra la espada.)—¡Firma, Judas!
ISOLANI.—¡ Demonio 1... ¡ Illo !
O C T A V I O , T E R Z K Y , B U T T L E R (d un tiempo).—] A b a j o ACTO V
la e s p a d a !
MAX (coge d Illo, le desarma y dice al conde Terzky):—
Q u e lo lleven á la cama.
(Se va. Illo, enfurecido y gritando; algunos generales le
ESCENA PRIMERA
detienen. En medio del tumulto cae el telón.)
U n a h a b i t a c i ó n d e la c a s a d e P i c c o l o m i n i . Es d e n o c h e
OCTAVIO
f ^ ^ k m v e r l e . . . ¿ Q u é hora es ?
[U^Illl EL CRIADO.—Pronto a m a n e c e r á .
IGFEG^MI O C T A V I O . — C o l o c a d allí esa luz. No he de
a c o s t a r m e ; podéis retiraros.
(Vase el criado. Octavio se pasea pensativo por la habita-
ción. Sale Max y contempla un instante d su padre en
silencio.)
MAX.—i Estáis irritado c o n m i g o , padre ? S a b e Dios
q u e no tengo la culpa de la odiosa disputa. Bien v i
que habíais firmado y harto sé t a m b i é n q u e lo q u e
para vos es conveniente debe serlo para m í ; pero en
tales a s u n t o s sólo p u e d o s e g u i r m i p r o p i o c o n s e j o y
no el a j e n o . OCTAVIO.—Si t ú t i e n e s g r a v e s m o t i v o s p a r a h u i r de
O C T A V I O (se le acerca y le abraza).—Sigue siempre la luz, y o los t e n g o t a m b i é n , y m u y p o d e r o s o s y u r -
el t u y o , h i j o m i ó ; h o y te h a g u i a d o m e j o r q u e el ejem- gentes, para mostrártela. Podría abandonarte á tu
plo d e t u p a d r e . p r o p i a i n o c e n c i a y á t u p r o p i o criterio, p e r o t u m i s m o
corazón p u e d e s e r v í c t i m a de la a s e c h a n z a , y el secreto
M A X . — E x p l i c a o s con c l a r i d a d .
q u e t ú m e o c u l t a s (mirándole fijamente)... m e obliga á
O C T A V I O . — A eso v o y . D e s p u é s d é lo o c u r r i d o esta
r e v e l a r t e el m í o . (Max intenta responder, pero luego se
n o c h e , no d e b e n e x i s t i r s e c r e t o s e n t r e a m b o s . {Ambos
detiene y baja turbado la vista. Tras breve pausa Octavio
se sientan.) D i m e , M a x ; ¿ q u é o p i n a s de ese c o m p r o -
continúa.) S á b e l o y a ; te e n g a ñ a n ; j u e g a n i n d i g n a m e n t e
m i s o q u e h e m o s firmado ?
c o n t i g o y con t o d o s n o s o t r o s . El d u q u e finge el p r o -
M A X . — O p i n o q u e no es d e n i n g ú n m o d o p e l i g r o s o ,
p ó s i t o d e a b a n d o n a r el m a n d o , m i e n t r a s , p o r otra
á p e s a r de n o c o m p l a c e r m e del t o d o la f ó r m u l a .
p a r t e , á estas h o r a s se t r a b a j a por s u s t r a e r el e j é r c i t o
O C T A V I O . — D No t i e n e s n i n g ú n o t r o m o t i v o para re-
al E m p e r a d o r p a r a e n t r e g a r l o al e n e m i g o .
h u s a r l e la firma ?
MAX.—El a s u n t o es g r a v e ; estaba d i s t r a í d o y ade- M A X . — C o n o z c o p e r f e c t a m e n t e esos c u e n t o s de sa-
m á s n o m e p a r e c i ó la cosa tan u r g e n t e . cristía, m a s n o e s p e r a b a oirlos d e v u e s t r o s labios.
OCTAVIO.—Si m i s labios los r e p i t e n , bien p u e d e s es-
OCTAVIO.—Sé f r a n c o , M a x ; ¿ n a d a s o s p e c h a b a s ?
tar s e g u r o d e q u e no s o n c u e n t o s d e sacristía.
M A X . — i Si s o s p e c h a b a ? . . . ¿ Q u é ? . . . N a d a a b s o l u t a -
mente. M A X . — E n t o n c e s se a t r i b u y e al d u q u e una g r a n lo-
c u r a . ¿ A q u i é n se le o c u r r e q u e treinta m i l h o m b r e s
OCTAVIO.—Pues b e n d i c e á t u á n g e l b u e n o . S i n sa-
p r o b a d o s y h o n r a d o s , e n t r e los c u a l e s figuran m á s d e
berlo te h a s s a l v a d o de c a e r en u n a b i s m o .
m i l n o b l e s , s e r á n c a p a c e s de faltar á su h o n o r , á su
MAX.—No entiendo qué decís.
j u r a m e n t o , á s u s d e b e r e s , p o r c o m e t e r una traición ?
OCTAVIO.—Digo q u e te h u b i e r a s h e c h o c ó m p l i c e d e
u n a acción c u l p a b l e , y con sólo u n a p l u m a d a renega- OCTAVIO.—No solicita el d u q u e s e m e j a n t e i n f a m i a .
bas de t u s d e b e r e s y de t u j u r a m e n t o . L o que de nosotros pretende tiene un nombre m á s
i n o c e n t e . S ó l o d e s e a p a c i f i c a r el i m p e r i o , y c o m o el
MAX (Ilevantándose).—¡ P a d r e !
E m p e r a d o r o d i a la paz, q u i e r e f o r z a r l e á aceptarla.
O C T A V I O — A g u a r d a ; s i é n t a t e . T e n g o q u e decirte
S ó l o a n s i a a p a c i g u a r á los p a r t i d o s y t o m a r s e , p o r
m u c h a s cosas t o d a v í a . L a r g o s a ñ o s h á , h i j o m í o , q u e
p r e c i o d e su f a t i g a , la B o h e m i a , d o n d e se halla y a
v i v e s v i c t i m a de i n c o n c e b i b l e c e g u e r a . A t u p r o p i a
instalado.
vista se t r a m a la m á s h o r r i b l e m a q u i n a c i ó n y un p o -
d e r i n f e r n a l p e r t u r b a t u s s e n t i d o s . No p u e d o callar p o r MAX.—¿ M e r e c i ó d e n o s o t r o s , p a d r e , q u e t e n g a m o s
m á s t i e m p o ; es forzoso a r r a n c a r t e d e los ojos la v e n d a . d e él tan i n d i g n a o p i n i ó n ?
E S C E N A II
D i c h o s . - U N C R I A D O ; á p o c o UN MENSAJERO
OCTAVIO.—¿ Q u é h a y ?
EL CRIADO.—A la p u e r t a a g u a r d a un propio.
OCTAVIO—¿A estas horas? ¿ Q u i é n e s ? ¿ D e dónde
viene ?
E L C R I A D O . — N O ha querido decírmelo.
OCTAVIO.—Que pase. Ni una palabra á nadie. (El
criado se va. Sale un corneta.) ; Eres tú, corneta ? ¿ V i e - EL CORNETA.—Estoy á v u e s t r a s órdenes.
nes de parte del conde Gallas ? Dame la carta. OCTAVIO—Aguarda á la tarde.
EL CORNETA.—Traigo sólo u n encargo de palabra. El
g e n e r a l temió q u e . . .
OCTAVIO.—¿ Q u é o c u r r e ?
EL CORNETA.—Me encargó q u e os dijese... ¿ P u e d o
hablar con entera libertad ?
EL CORNETA.—Es-
OCTAVIO.—Mi hijo está enterado de todo.
EL CORNETA.—¡Cayó en nuestro p o d e r !
OCTAVIO.—¿ Q u i é n ?
EL CORNETA.—El intermediario Sesina.
OCTAVIO (con viveza).—,¿Está en v u e s t r o p o d e r ?
EL CORNETA.—El capitán M o h r b r a n d le prendió ante-
ayer en el bosque de Bohemia, camino de Ratisbona, á desenlazarse pron-
donde iba con algunos d e s p a c h o s para los suecos.
OCTAVIO. ¡Por fin! ¡por fin!... ¡ Q u é gran noticia!
Ese h o m b r e es para nosotros caja preciosa q u e contie-
ne i m p o r t a n t e s noticias. ¿ L e han encontrado m u c h o
encima ?
EL CORNETA. Cinco p a q u e t e s sellados con el escudo
del conde T e r z k y . to, y antes de t e r m i n a r el día fatal que apunta ahora,
OCTAVIO.—¿Nada de m a n o del príncipe?
EL CORNETA.—Que y o sepa, nada.
OCTAVIO.—¿ Y S e s i n a ?
EL CORNETA.-Parece que se espantó m u c h o cuando
le dijeron que le llevarían á V i e n a . P e r o el conde A l - ESCENA III
tringer se ha esforzado en hacerle concebir esperanzas
el hado habrá resuelto. [Vase el Corneta.)
si lo descubría todo. O C T A V I O y MAX PICCOLOM1NI
OCTAVIO.—¿ A l t r i n g e r se halla con el general ? Me
habían dicho que estaba e n f e r m o en Linz.
OCTAVIO.—¿Y q u é dices á esto, hijo m í o ? P r o n t o se
EL CORNETA.—Hace tres días q u e está en F r a u e n b e r g aclarará el misterio, p o r q u e t e n g o sabido que todo pa-
en casa del general. Han r e u n i d o ya sesenta banderas saba por m a n o s de Sesina.
y escogidas tropas, y os anuncian que sólo a g u a r d a n
MAX (que habrá estado combatiendo consigo mismo,
vuestras órdenes.
dice con resolución): Q u i e r o a v e r i g u a r l o todo por el ca-
OCTAVIO. Muchas cosas p u e d e n suceder en poco m i n o m á s corto. Adiós.
tiempo. ¿ C u a n d o debes r e g r e s a r ?
OCTAVIO—¿Dónde v a s ? A g u a r d a .
M A X . — V o y á e n c o n t r a r al p r í n c i p e . q u e si s u c u m b e ese h o m b r e m a g n á n i m o , p r e c i p i t a r á
OCTAVIO (asustado).—¡ Qué ! u n m u n d o e n t e r o e n s u c a í d a . C o m o al i n c e n d i a r -
MAX (volviendo).—Si creísteis q u e a c e p t a r í a u n p a p e l se u n a n a v e en alta m a r , v u e l a con ella la t r i p u l a c i ó n ,
en esa t r a m a , os h a b é i s e n g a ñ a d o . Y o d e b o o b r a r c o n así p e r e c e r e m o s con él c u a n t o s v a m o s e m b a r c a d o s e n
r e c t i t u d . No p u e d o ser s i n c e r o con los l a b i o s y falso su fortuna... Obrad vos como gustéis, mas permitidme
en m i interior. No p u e d o v e r q u e u n h o m b r e se f í a d e portarme también como tenga por conveniente....
m í c o m o de u n a m i g o y a b u s a r d e m i p r o p i a c o n c i e n - F u e r z a es q u e no e x i s t a la m á s l i g e r a n u b e e n t r e él y
cia p e r s u a d i é n d o m e á q u e o b r a de s u c u e n t a y r i e s g o y o , y a n t e s q u e a n o c h e z c a h e d e s a b e r si he p e r d i d o
y q u e y o no le e n g a ñ o . Y o d e b o s e r s i e m p r e p a r a él, un padre ó un amigo. (Fase. Cae el telón).
lo q u e él s u p o n e q u e s o y . V o y á v e r al d u q u e ; hoy
m i s m o le p e r s u a d i r é á sincerarse á los o j o s del m u n d o
d e las c a l u m n i a s d i r i g i d a s c o n t r a él y á d e s b a r a t a r con
su franca conducta vuestras artificiosas maquina-
ciones.
OCTAVIO.—¡ C ó m o ! . . . Querrías...
MAX.—Sin duda alguna ; eso quiero.
OCTAVIO.—¡Ah s í ! Me e q u i v o q u é c o n t i g o . Esperé
hallar en ti al h i j o p r u d e n t e q u e b e n d e c i r í a la mano
b i e n h e c h o r a q u e le a r r a n c a b a del a b i s m o , y m e en-
c u e n t r o con u n h o m b r e c e g a d o y e x t r a v i a d o p o r la
pasión a m o r o s a , y o b s t i n a d o e n c e r r a r los o j o s á la
luz. V é ; p r e g ú n t a l e ; s é lo b a s t a n t e i n s e n s a t o p a r a li-
brarle el secreto de t u p a d r e y t u E m p e r a d o r , o b l í g a -
m e á r e ñ i r con él a b i e r t a m e n t e antes d e t i e m p o . ¡ S í !
c u a n d o p o r u n m i l a g r o del cielo m í secreto h a p e r m a -
n e c i d o o c u l t o hasta h o y , y los p e n e t r a n t e s o j o s d e l r e -
celo y la s o s p e c h a p e r m a n e c i e r o n d o r m i d o s , v e a y o
a b r u m a d o d e pesar, c ó m o m i p r o p i o h i j o a n i q u i l a , con
s u i m p r u d e n c i a y su l o c u r a , la o b r a p e n o s a de la p o -
lítica.
MAX.—¡ A h ! . . . ¡ l a p o l í t i c a ! . . . ¡ C ó m o la m a l d i g o !
C o n v u e s t r a política le e m p u j a r é i s á u n a r e s o l u c i ó n
e x t r e m a . . . S í ; p u e s t o q u e q u e r é i s q u e sea c u l p a b l e ,
bien p o d é i s h a c e r l e tal... ¡ O h ! E s t o no p u e d e p a r a r
e n b i e n . . . C u a l q u i e r a q u e sea la d e c i s i ó n de la s u e r -
te, presiento un desenlace p r ó x i m o y d e p l o r a b l e . P o r -
PARTE TERCERA
WALLENSTEIN.
O C T A V I O PICCOLOMINI.
M A X PICCOLOMINI.
TERZKY.
ILLO.
ISOLANI.
ESCENA PRIMERA
BUTTLER.
NEUMANN.
UN A Y U D A N T E . Una habitación dispuesta para e x p e r i m e n t o s astrológicos, con
W R A N G E L , c o r o n e l e n v i a d o p o r los s u e c o s . esferas, mapas, cuadrantes y otros instrumentos de astrono-
CORDON, comandante de Egra. m í a . En e l f o n d o , d e s c o r r i d o el c o r t i n a j e d e la p u e r t a , se v e
GERALDIN, comandante. u n a r o t o n d a en la c u a l se h a l l a n l a s figuras d e los s i e t e p l a n e -
DEVEROUX, \ ¡ t a n e s e n e l ejército de W a l l e n s t e i n . tas. en n i c h o s , y a l u m b r a d a s c o n e x t r a ñ o f u l g o r . SENI e s t a r á
MACDONALD, / H o b s e r v a n d o l a s e s t r e l l a s ; W A L L E N S T E I N , en p i é , a n t e u n ta-
UN C A P I T Á N s u e c o . b l e r o n e g r o d o n d e está d i b u j a d o e l a s p e c t o d e las m i s m a s .
Una Diputación de C o r a c e r o s .
CORREGIDOR d e E g r a . WALLENSTEIN—SENI
SENI.
LA D U Q U E S A DE F R I E D L A N D .
L A C O N D E S A DE T E R Z K Y . WALLENSTEIN
TECLA.
L A SEÑORITA DE N E U B R U N N , d a m a d e la p r i n c e s a .
R O S E N B E R G , c a b a l l e r i z o d e la p r i n c e s a . IEN, S e n i , b a j a . A m a n e c e y a ; la h o r a está
Dragones. b a j ó l a i n f l u e n c i a de M a r t e , . y el m o m e n t o
Criados, pajes, pueblo. n o es o p o r t u n o p a r a o p e r a r . V e n . Y a sabe-
La e s c e n a en P i l s e n d u r a n t e los t r e s p r i m e r o s a c t o s , y en
mos bastante.
E g r a en l o s r e s t a n t e s .
SENI.—Permitidme observar á Venus. Mirad cómo
d e s p u n t a y brilla p o r O r i e n t e c o m o u n sol!
WALLENSTEIN.—Sí; se halla c e r c a de la tierra y e j e r -
T ce t o d o s u p o d e r o s o i n f l u j o . ¡Oh feliz e s p e c t á c u l o ! A s i
se d i b u j a el g r a n t r i a n g u l o del cual p e n d e tan m i s t e -
rioso p o d e r ! L o s dos b e n é f i c o s astros, J ú p i t e r y V e - dad... Ahora, conviene obrar prontamente antes que
nus, traen p r e s o entre ellos al p é r f i d o M a r t e y le f u e r - se e x t i n g a n e s o s s i g n o s de d i c h a , p o r q u e las e s f e r a s
zan á s e r v i r m e á ese a n t i g u o a r t í f i c e de d e s d i c h a s . del cielo e x p e r i m e n t a n p e r p e t u a m u d a n z a . (Llaman á
¡ C u á n t o t i e m p o m e ha sido i n f a u s t o ! Y a e n posición la puerta.) L l a m a n ; m i r a d q u i é n es.
d i r e c t a ú o b l i c u a , y a con d u p l i c a d o s ó c u a d r u p l i c a d o s TERZKY (dentro).—Abrid.
r e f l e j o s , lanzaba s u s r a y o s de f u e g o s o b r e m i s astros y WALLENSTEIN.— ¿ E s T e r z k y ? ¿ Q u é o c u r r e q u e u r g e
d e s t r u í a su f a v o r a b l e i n f l u j o . . . P o r fin v e n c i e r o n á m i tanto?... Estamos ocupados.
T E R Z K Y . — D e j a d l o todo ; os lo s u p l i c o . . . No c a b e di-
lación.
WALLENSTEIN.—Abre, Seni.
(Mientras éste abre, Wallenstein corre la cortina que tapa
las figuras de los planetas.)
E S C E N A II
W A LLENSTEIN.—TERZKY
T E R Z K Y (saliendo).—^ S a b e s y a lo q u e o c u r r e ? Ha
caído p r i s i o n e r o , y f u é e n t r e g a d o p o r Gallas al E m p e -
rador.
WALLENSTEIN.—¿Quién c a y ó p r i s i o n e r o ? ¿ Q u i é n h a
sido e n t r e g a d o al E m p e r a d o r ?
T E R Z K Y . — Q u i e n p o s e e n u e s t r o secreto y f u é e n c a r -
g a d o d e n u e s t r a s n e g o c i a c i o n e s con los s a j o n e s y los
s u e c o s , y t u v o e n s u s m a n o s t o d o s los h i l o s d e la
trama.
antiguo enemigo, y m e lo t i e n e n p r i s i o n e r o e n el W A L L E N S T E I N (retrocediendo).—¿No esSesina?... Dime
cielo. q u e n o e s S e s i n a , te lo r u e g o .
S E N I . — E s a s dos g r a n d e s e s t r e l l a s no han de t e m e r T E R Z K Y . — Iba al e n c u e n t r o de los s u e c o s , c u a n d o
maleficio alguno. Saturno impotente declina. cayó en m a n o s de algunos h o m b r e s apostados por
WALLENSTEIN.—Su r e i n a d o p a s ó . ¡Sólo p r e s i d e á los Gallas, q u e le e s p i a b a n hacia t i e m p o . L l e v a b a c o n s i g o
secretos g é r m e n e s o c u l t o s en la t i e r r a , ó d o r m i d o s en m i s despachos para Kinsky, Mateo T h u r n , Exenstiern,
las p r o f u n d i d a d e s del a l m a ; á c u a n t o , en fin, h u y e de A r n h e i m . . . ¡ T o d o está e n s u p o d e r ! . . . A h o r a p o s e e n
la l u z . . . Y a no es t i e m p o d e r e f l e x i o n a r ni de m e d i t a r . y a la r e v e l a c i ó n d e c u á n t o ha o c u r r i d o .
J ú p i t e r atrae á ella la o b r a p r e p a r a d a en la o s c u r i -
E S C E N A III
Dichos. —ILLO
m i s m o . Hoy m i s m o , c u a n d o t e n g o t o d a v í a la f u e r z a á c a b o p o r q u e n o a l e j é la t e n t a c i ó n , p o r q u e a p a c e n t e
en m i p o d e r . con ella m i s s u e ñ o s , p o r q u e p r e p a r é los m e d i o s d e
ILLO.—Si es p o s i b l e , claro e s t á ; a n t e s no v u e l v a n en una ejecución incierta, porque tuve simplemente
sí del g o l p e los d e V i e n a , y a c u d a n á p r e v e n i r s e . a b i e r t o a n t e m i s o j o s el c a m i n o ? ¡ C i e l o s ! . . . ¡ P e r o si
WALLENSTEIN (;mirando las firmas del compromiso).— no f u é n u n c a este m i d e s i g n i o ! . . . \ si n u n c a m e resolví
C u e n t o con las firmas d e los g e n e r a l e s . . . ¿ P o r q u é no fijamente! M i i m a g i n a c i ó n se c o m p l a c í a e n esa idea:
está e n t r e ellos M a x ? esto era t o d o . L a l i b e r t a d . . . el p o d e r . . . m e a t r a í a n ,
TERZKY.—Fué q u e . . . creyó que... ; e r a c r i m e n , por v e n t u r a , e m b e l e s a r m e con la e s p e -
ILLO.—¡Puro afán de singularizarse! Dijo que entre r a n z a d e u n a a m b i c i ó n r e a l ? ¿ A c a s o no s e g u í a siendo
a m b o s esas f ó r m u l a s e s t á n d e m á s . libre 5 ¿ No c o n t i n u a b a a b i e r t a á m i s ojos la b u e n a sen-
WALLENSTEIN.—Tiene razón... L a s t r o p a s n o q u i e r e n da para la r e t i r a d a ? . . . j A h ! ¡ A d o n d e m e v e o l l e v a d o
ir á F l a n d e s ; m e h a n e s c r i t o y r e h u s a n o b e d e c e r . El s ú b i t a m e n t e ! C e r r ó s e á m i s e s p a l d a s t o d a salida; m i s
p r i m e r paso d e la i n s u r r e c c i ó n está d a d o . p r o p i a s o b r a s a l z a r o n en t o r n o u n m u r o q u e m e apri-
s i o n a y m e i m p i d e r e t r o c e d e r . (Permanece breve mo-
I L L O . — C r é e m e ; m á s fácil te será aliarlas con el
mento pensativo.) P a r e z c o c u l p a b l e ; esta e s la v e r d a d ;
e n e m i g o q u e p o n e r l a s á las ó r d e n e s de u n g e n e r a l es-
h a g a lo q u e q u i e r a , no p u e d o a l e j a r el c r i m e n de m i .
pañol.
P o r q u e m i v i d a se m u e s t r a b a j o d o b l e a s p e c t o q u e de-
WALLENSTEIN.—Quiero s a b e r antes q u é v i e n e á de-
n u n c i a m i f a l t a , y la s o s p e c h a e n v e n e n a r á , e n su p r o -
c i r m e ese c o r o n e l s u e c o .
pio y p u r o m a n a n t i a l , m i s m á s i n o c e n t e s a c c i o n e s ! Si
ILLO (vivamente).—¿ T e n d r é i s la b o n d a d d e llamarle,
f u e r a lo q u e p a r e z c o . . . si f u e r a t r a i d o r , v e l a r a con m e -
Terzky?... Ahí fuera está.
jores apariencias mi c o n d u c t a ; cubierto de espeso
WALLENSTEIN.—Aguardad u n p o c o . . . ¡ T a n t o m e ha
m a n t o , h u b i e r a i m p u e s t o silencio á m i s q u e j a s . P e r o ,
s o r p r e n d i d o lo q u e o c u r r e ! . . . ¡ V i n o con tal p r e c i p i t a -
firme e n m i i n o c e n c i a , s e g u r o d e m i lealtad, di suelta
c i ó n ! . . . No e s t o y a c o s t u m b r a d o á d e j a r m e d o m i n a r y
á mis caprichos y á mis pasiones; era osado m i len-
c o n d u c i r c i e g a m e n t e p o r el acaso.
g u a j e , c a b a l m e n t e p o r q u e n o lo era m i a c c i ó n . . . Y
ILLO.—Óyele p r i m e r o y r e s u e l v e d e s p u é s . a h o r a . . . a h o r a c u á n t o o c u r r e han d e a t r i b u i r l o a u n
(Vanse Illo y Terzky.) plan p r e m e d i t a d o ; c u á n t o p r o f e r í a la c ó l e r a , y des-
b o r d a b a del c o r a z ó n en u n a r r e b a t o d e ira, d e n u n -
ciará u n a h á b i l t r a m a ; y a r m a d o s d e su t e r r i b l e acu-
E S C E N A IV sación con tales indicios, h a b r é d e e n m u d e c e r a n t e ella.
Así he fabricado mi propia pérdida y he tejido mis
WALLENSTEIN p r o p i a s r e d e s . ¡ S ó l o u n acto e n é r g i c o p u e d e r o m p e r -
las ! (Se detiene de nuevo.) ¡ C ó m o o b r a r de o t r o m o d o !
WALLENSTEIN (hablando consigo mismo).—¿ E s cierto? Libremente, impulsado por mi propio valor, me arroje
¿ Me será i m p o s i b l e o b r a r con e n t e r a libertad, y retro- á bien a u d a c e s e m p r e s a s , ¡ c ó m o r e t r o c e d e r a h o r a q u e
c e d e r e n m i e m p r e s a , si tal f u e r a m i d e s e o ?¿ He d e rea- la n e c e s i d a d las i m p o n e y m i c o n s e r v a c i ó n las e x i g e .
lizarla p u e s t o q u e la h e c o n c e b i d o ? ¿ H a b r é de llevarla
P e r o ¡ a h ! ¡ que el aspecto de la necesidad es severo, y
no sin terror introduce el hombre la m a n o en la urna
misteriosa del destino! Encerradas e n ' m i alma, era ESCENA V
todavía señor de mis acciones ; una vez escapadas del
asilo donde se engendraron, lanzadas de allí á la co- WALLENSTEIN, WRANGEL
rriente de la vida, son j u g u e t e de las maléficas divini-
dades q u e nada puede ablandar. (.Atraviesa á grandes W A I . L E N S T E I N (después de haber fijado en él una mirada
pasos la escena y luego se detiene de golpe.) ¿ Y cuál es tu penetrante).—i O s llamáis W r a n g e l , no es eso ?
proyecto ? ¿ Le conoces tú m i s m o , p o r v e n t u r a ? Inten- WRANGEL.—Gustavo W r a n g e l , coronel del r e g i m i e n -
tas derribar un poder afirmado en el trono, consagra-
to azul de S ü d e r m a n n l a n d .
do por el hábito y el tiempo, a r r a i g a d o con p r o f u n d í -
WALLENSTEIN. —Un W r a n g e l f u é quien, con su vale-
simas raíces en la pía y candorosa creencia de los
rosa defensa, m e causó bastantes pérdidas en el sitio
pueblos. No es este el combate de la fuerza con la
de S t r a l s u n d , é impidió la rendición.
fuerza, que no fuera temible para mí. Con á n i m o se-
WRANGEL.—No se debió á m i valor, mas al poder de
reno arrostraré el e m p u j e de todo rival á quien pueda
los elementos q u e lucharon contra vos aquel día, se-
m i r a r frente á frente, y c u y o valor inflamaría el m í o .
ñor d u q u e . Salvó la plaza la violenta t e m p e s t a d del
No. A quien temo es al invisible e n e m i g o que se alza
Belt. El mar y la tierra no podían obedecer á u n solo
contra m í en la conciencia de los h o m b r e s : éste es el
terrible; éste quien m e acobarda. No f u é nunca real- hombre.
m e n t e peligroso el v i g o r violento y la f u e r z a vivaz, WALLENSTEIN.—Me arrebatasteis de la cabeza el som-
sino la eterna y ordinaria m a r c h a de las'cosas, lo que b r e r o de a l m i r a n t e .
siempre f u é , lo que siempre será, lo que subsistirá W R A N G E L — A h o r a v e n g o á poner sobre ella una c o -
mañana p o r q u e subsiste h o y ; el h o m b r e tuvo por no- rona.
driza la costumbre, y ¡ a y de a q u e l que pone la osada
WALLENSTEIN (le hace seña de que se siente y hace lo
m a n o en la preciosa herencia de sus m a y o r e s , en el
propio).—i T r a é i s v u e s t r a s credenciales ? < venís con
a n t i g u o y venerando depósito de sus afectos! P o r q u e
el t i e m p o ejerce una suerte de consagración, y c u a n t o plenos p o d e r e s ?
envejeció se reviste de un carácter divino. L a posesión WRANGEL (pensativo).—Quedan por aclarar a l g u n a s
lleva consigo el dominio, el respeto del v u l g o es su dudas.
s a l v a g u a r d i a . (Al paje que sale.) ¿ Está aquí el coronel W A L L E N S T E I N (después de haber leído la carta).—La
s u e c o ? Que éntre. (Vase el paje. Wallenstein-fija una carta está en r e g l a . Señor W r a n g e l , v u e s t r o soberano
mirada pensativa en la puerta.) ¡No f u é todavía profa- es h o m b r e p r u d e n t e . El canciller m e dice q u e con ayu-
nada !... T o d a v í a no... ¡El crimen no pasó aún el din- d a r m e á ceñir la corona de H u n g r í a , sólo_ cumple un
t e l ! . . . ¡ C u á n breve el límite que separa los dos cami- designio del d i f u n t o r e y .
nos de la v i d a ! WRANGEL.—Dice la v e r d a d . El r e y , de gloriosa m e -
moria, tuvo s i e m p r e alta opinión del talento militar
de V . A . Se complacía en repetir que quien sabía man-
dar debía reinar.
WALLENSTEIN 213
p r o c u r a d o r e s . No p o d í a e n v i a r m e o t r o m á s o b s t i n a d o .
(Se levanta.) B u s c a d otra c o n d i c i ó n , s e ñ o r coronel, p e r o ESCENA VI
no h a b l e m o s de P r a g a .
WRANGEL.—Mis p o d e r e s n o se e x t i e n d e n á t a n t o . W A L L E N S T E I N , T E R Z K Y , ILLO
WALLENSTEIN.—¡Entregaros m i c a p i t a l ! . . . Preferi-
ría r e c o n c i l i a r m e con el E m p e r a d o r . ILLO.—¿ Habéis c o n c l u i d o ?
WRANGEL.—Si e s t i e m p o t o d a v í a . TERZKY.—¿Estáis de acuerdo?
WALLENSTEIN. — E s tiempo ahora, y siempre que ILLO.—Salió m u y c o n t e n t o . . . S í , os h a b r é i s enten-
quiera. dido.
WRANGEL.—Tal v e z lo f u é a l g u n o s días atrás, p e r o WALLENSTEIN.—Oíd. N a d a está r e s u e l t o a ú n . T o d o
hoy n o , desde que cayó prisionero Sesina. (Wa- bien c o n s i d e r a d o , p r e f i e r o n o h a c e r n a d a .
llenstein se calla y parece estupefacto.) P r í n c i p e , no d u - TERZKY.—¡ C ó m o !... ¿ Q u é d i c e s ?
damos de vuestra sinceridad; desde ayer, estamos WALLENSTEIN.—¡Vivir p o r g r a c i a d e e s o s a r r o g a n t e s
s e g u r o s de ella. P u e s t o q u e este p a p e l nos r e s p o n d e suecos!... V a y a . . . ¡no puedo sufrirlo !
del e j é r c i t o , no h a y razón p a r a d e s c o n f i a r m a s . . . No ILLO.—¿ A c a s o les m e n d i g a s u n asilo, c o m o u n pró-
r i ñ a m o s p o r P r a g a . . . El c a n c i l l e r se c o n t e n t a con la f u g o ? M á s les d a s e n c a m b i o de lo q u e r e c i b e s .
cesión d e la p a r t e a n t i g u a de la capital, y cede á V u e s - WALLENSTEIN.—¿ C u á l h a s i d o el fin d e a q u e l con-
tra A l t e z a el R a s t s c h i n y el p e q u e ñ o b a r r i o . . . P e r o , destable d e B o r b ó n q u e se v e n d i ó á los e n e m i g o s de
a n t e t o d o , nos e n t r e g a r é i s E g r a . S i n esto sí q u e e s su p a t r i a , y volvió s u s a r m a s contra el p r o p i o p a í s ?
i m p o s i b l e llegar á un a c u e r d o . M o r i r m a l d e c i d o de t o d o s , e n j u s t o c a s t i g o d e s u des-
W A L L E N S T E I N . — P o r lo v i s t o , y o debo fiar de v o s - naturalizada y culpable conducta.
otros, y v o s o t r o s no d e m í . L o p e n s a r é .
ILLO.—Pero ¿ estás e n el m i s m o c a s o ?
WRANGEL.—Ruego á V u e s t r a Alteza que no ande
WALLENSTEIN.—Creedme; el h o m b r e r e s p e t a la fide-
r e m i s o en ello. Dos a ñ o s l l e v a m o s y a de g e s t i o n e s . S i
lidad c o m o el m á s e s t r e c h o p a r e n t e s c o q u e e x i s t e ;
esta v e z no dan n i n g ú n r e s u l t a d o , el canciller las d e -
nadie h a y q u e no se c r e a n a c i d o p a r a c a s t i g a r á los
clarará d e f i n i t i v a m e n t e t e r m i n a d a s .
q u e la u l t r a j a n . El odio d e las s e c t a s , el f u r o r d e los
W A L L E N S T E I N . — M e a p r e m i á i s h a r t o . T a n g r a v e re-
p a r t i d o s , la e n v i d i a , la r i v a l i d a d , t o d o c e d e , t o d o se
solución d e b e ser p e s a d a con t i e n t o . .
a p l a c a , t o d o s e r e c o n c i l i a para p e r s e g u i r al e n e m i g o
WRANGEL.—Es v e r d a d , A l t e z a ; p e r o sólo la p r o n t a c o m ú n de la h u m a n i d a d , á la bestia f e r o z q u e viola el
ejecución puede asegurar su éxito. (Vase.) pacífico asilo d o n d e el h o m b r e se retira en b u s c a d e
s e g u r o . P o r q u e la p r u d e n c i a i n d i v i d u a l n o le b a s t a .
N a t u r a l e z a p ú s o l e ojos d e b a j o de la f r e n t e , p e r o á su
espalda, sólo la b u e n a fe le s i r v e de e s c u d o .
ESCENA II
ILLO.—¡ P u r a c a s u a l i d a d !
W A L L E N S T E I N (con gravedad). — L a casualidad no
e x i s t e ; cuanto nos parece ciego y fatal proviene direc-
tamente de las m á s p r o f u n d a s causas. T e n g o la s e g u -
W A L L E N S T E I N . — H e r m a n o — m e dijo—no montes el caballo..
ridad de que Octavio es m i á n g e l b u e n o ; ahora, ni una
palabra más. (Se retira.)
TERZKY.—Consuélame ver q u e nos q u e d a M a x en
rehenes.
ILLO.—Y éste no saldría v i v o d e a q u í .
WALLENSTEIN (volviendo). — S o i s c o m o las m u j e r e s
que v u e l v e n s i e m p r e á lo m i s m o tras h a b e r l e s hablado
en razón d u r a n t e h o r a s e n t e r a s . L a s acciones y pensa-
mientos h u m a n o s no son c o m o las olas del m a r q u e se
agitan f a t a l m e n t e ; p a r t e n de un m u n d o interior, y
manan de él c o m o de p r o f u n d a mina ; su desenvolvi-
miento necesario es c o m o el de los árboles, sin que
pueda d e s n a t u r a l i z a r l o la s u e r t e . He p e n e t r a d o hasta
el f o n d o del a l m a h u m a n a , y conozco p e r f e c t a m e n t e
sus v o l u n t a d e s y acciones. (Vanse.)
E S C E N A IV
A p o s e n t o en la casa de P i c c o l o m i n i
OCTAVIO PICCOLOMINI, d i s p u e s t o á p a r t i r . — U n A Y U D A N T E
OCTAVIO.—Adiós, h i j o m í o !
MAX.—Adiós.
OCTAVIO.— ¡ Q u é ! . . . ni u n a m i r a d a d e afecto, ni u n
apretón de m a n o s p o r d e s p e d i d a , c u a n d o m a r c h a m o s
á u n a g u e r r a c r u e n t a d e incierto r e s u l t a d o !... N o nos
s e p a r á b a m o s así o t r a s v e c e s . ¡Entonces, es v e r d a d q u e
he p e r d i d o á m i hijo!
(Max se arroja en sus brazos, y ambos permanecen largo
tiempo abrazados en silencio. Luego se va cada cual por
diferente lado.)
ACTO III
ESCENA PRIMERA
Habitación de la d u q u e s a de Friedland
LA CONDESA
OCTAVIO.—Adiós, h i j o m í o !
MAX.—Adiós.
OCTAVIO.— ¡ Q u é ! . . . ni u n a m i r a d a d e afecto, ni u n
apretón de m a n o s p o r d e s p e d i d a , c u a n d o m a r c h a m o s
á u n a g u e r r a c r u e n t a d e incierto r e s u l t a d o !... N o nos
s e p a r á b a m o s así o t r a s v e c e s . ¡Entonces, es v e r d a d q u e
he p e r d i d o á m i hijo!
(Max se arroja en sus brazos, y ambos permanecen largo
tiempo abrazados en silencio. Luego se va cada cual por
diferente lado.)
ACTO III
ESCENA PRIMERA
Habitación de la d u q u e s a de Friedland
LA CONDESA
pañará.
L A D U Q U E S A . — ¡ L a u e n b u r g ! ¡el aliado d e los s u e - I L L O . —¿ T e ha dicho Terzky...
c o s !... ¡ el e n e m i g o del E m p e r a d o r ! T E R Z K Y . — T o d o lo sabe.
WALLENSTEIN.—Los e n e m i g o s del E m p e r a d o r y a no ILLO.—¿Sabe también que Maradas, Esterhazy,
lo son m í o s . Goetz, Collalto y K a u n i t z le a b a n d o n a r o n ?
L A D U Q U E S A (mirando con espanto al duque y á la con-
TERZKY.—¡Demonio!
desa).—] E n t o n c e s es cierto y está d e c i d i d o q u e c a í s t e
WALLENSTEIN (haciéndole una seña).— \ S i l e n c i o .
en d e s g r a c i a y p e r d i s t e el m a n d o ! ¡ Dios m í o , Dios
L A CONDESA (que los habrá observado inquieta y a dis-
mío!
tancia, se acerca á ellos).-Terzky... ¡ g r a n D i o s ! . . . ¿que
L A CONDESA (al duque).—Dejémosla e n esta idea ; y a
pasa ?
v e s q u e no p o d r í a s o p o r t a r la v e r d a d .
WALLENSTEIN.—Nada. S a l g a m o s .
TERZKY (siguiéndole).— N a d a , nada, T e r e s a .
L A CONDESA (le detiene).-] C ó m o nada ! ¡ n o v e o p o r
ESCENA V v e n t u r a q u e estás p á l i d o c o m o u n d i f u n t o y q u e m i
h e r m a n o se e s f u e r z a en parecer t r a n q u i l o •
Dichos.—EL CONDE TERZKY
UN P A J E (saliendo).-Un a y u d a n t e desea h a b l a r al
señor conde. (Terzky se va con el paje)
LA CONDESA.—¿ Q u é tienes? P a r e c e s a s o m b r a d o c o m o
WALLENSTEIN.—Vé á saber q u é q u i e r e . (A Ulo.) fcso
si a c a b a r a s d e v e r u n f a n t a s m a .
no p u d o p a s a r tan sin r u i d o , c o m o n o s e h a y a n suble-
T E R Z K Y (llevándose á Wallenstein á un lado).—¿ Orde-
v a d o t o d o s . ¿ Q u i é n está de g u a r d i a e n las p u e r t a s .
naste q u e p a r t i e r a n los c r o a t a s ?
ILLO.—Tiefenbach. .
WALLENSTEIN.—No sé n a d a . W A L L E N S T E I N . - P u e s q u e sea r e l e v a d o i n m e d i a t a -
TERZKY.—Estamos vendidos. m e n t e por los g r a n a d e r o s de T e r z k y . . . O y e ; ¿ q u e no-
WALLENSTEIN.—¡ Cómo ! ticias t e n é i s d e B u t t l e r ? ,
T E R Z K Y . — S a l i e r o n esta n o c h e . . . lo p r o p i o han h e c h o I L L 0 . - A c a b 0 d e e n c o n t r a r l e ; a q u í estara l u e g o . ese
los c a z a d o r e s . . . T o d o s los r e t e n e s están d e s a l o j a d o s . permanece adicto. ,
WALLENSTEIN.—¿ Y q u é h a c e Isolani ? (Fase Ulo. Wallenstein hace que se va tras el.)
T E R Z K Y . — T ú le m a n d a s t e q u e se f u e r a . LA CONDESA.—No le d e j e s salir, h e r m a n a . . . d e t e n i e . . .
WALLENSTEIN.—; YO !
una c a t á s t r o f e . . .
LA DUQUESA.—¡ Dios m í o ! ¿ Qaé p a s a ! (Le detiene.)
WALLENSTEIN (desprendiéndose de sus manos).—De-
j a d m e , s e r e n a o s . . . En un c a m p a m e n t o , así v a n s i e m p r e
las cosas ; el sol y la t o r m e n t a se s u c e d e n sin i n t e r r u p -
ción. T o d a esa g e n t e i m p e t u o s a e s difícil d e g o b e r n a r ,
y el g e n e r a l no p u e d e d i s f r u t a r d e u n i n s t a n t e d e re-
poso. Q u e d a o s a q u í . . . Y o s a l g o . . . los sollozos de las
m u j e r e s mal se a c u e r d a n con la a c t i v i d a d de los h o m -
bres- (Intenta irse. Vuelve Terzky).
TERZKY.—Quédate a q u í . D e s d e esta v e n t a n a p o d r á s
verlo todo.
WALLENSTEIN.—Sal, hermana.
LA CONDESA.—Jamás.
W A L L E N S T E I N . — Y o lo q u i e r o .
T E R Z K Y (se la lleva á un lado y le señala á la duquesa).
—¡ Teresa!
LA DUQUESA.—Salgamos, h e r m a n a m í a , p u e s t o q u e
así lo m a n d a . (Vanse.)
ESCENA VII
WALLENSTEIN, TERZKY
damos impedirlo. Nadie sino vos debe c o n c l u i r esa ce años há q u e arde la g u e r r a , sin que h a y a t r e g u a en
g u e r r a que dirigisteis con tanta gloria. V o s nos guiás- parte alguna. Ni alemanes, ni suecos, ni papistas ni
teis á la muerte, y sólo vos debéis llevarnos á la paz y luteranos, nadie quiere ceder, todos alzan su brazo ar-
compartir con nosotros el f r u t o de tanta f a t i g a . mado ; en todas partes, facciones, y en n i n g u n a el
WALLENSTEIN.—¡Cómo! ¿Pensáis acaso regocijar con juez: ¿ c u á n d o cesará esto? ¿ q u i é n desenredará la m a -
él vuestra vejez? ¡ Ah no lo creáis! no v e r é i s v o s o t r o s el deja que se embrolla cada vez más? No hay m á s reme-
fin de esta lucha; esta g u e r r a nos devorará á todos. El dio q u e cortarla. Me siento elegido por la suerte y con
A u s t r i a no quiere la paz. ¡ C a b a l m e n t e s u c u m b o por v u e s t r o auxilio c u m p l i r é sus decretos.
haberla querido ! ¡ Q u é le i m p o r t a al A u s t r i a q u e tan
prolongados combates d e j e n e x t e n u a d o al ejército y
desierto el m u n d o , m i e n t r a s se e n g r a n d e z c a n sus do- ESCENA XVI
minios?... V e o que eso os c o n m u e v e , y c h i s p e a la có-
lera en vuestros ojos. ¡Ah si m i hálito p u d i e r a anima- Dichos.-BUTTLER
ros como antaño cuando os llevaba al c o m b a t e ! Q u e r é i s
venir en mi a y u d a , y d e f e n d e r m i s d e r e c h o s : ¡genero- BUTTLER (sale corriendo).— Esto no está en el orden
so proceder! pero ¿qué podéis hacer por m í , siendo tan
mi general.
pocos, si os sacrificaríais en vano por v u e s t r o general? WALLENSTEIN.— ¿ Q u é ?
(En tono de confianza.) No, d e j a d m e b u s c a r a u x i l i a r e s BUTTLER.—Eso dañará v u e s t r a reputación á los ojos
para garantir mi s e g u r i d a d , y p u e s t o q u e los suecos
de los sensatos.
nos ofrecen su apoyo, a p a r e n t e m o s utilizarlo hasta WALLENSTEIN.—¿ Pero q u é es?
q u e , temibles para a m b o s partidos, y t e n i e n d o en
BUTTLER.— Á eso se le llama sublevarse abierta-
nuestras manos los destinos de E u r o p a , p o d a m o s ofre-
mente.
cer, desde el campamento, la dulce paz al m u n d o re-
WALLENSTEIN. — ¿ Q u é p a s a ?
gocijado.
BUTTLER.—Los r e g i m i e n t o s del conde de T e r z k y
EL ALFÉREZ.—De m o d o q u e vuestra alianza con los arrancan de sus banderas las á g u i l a s imperiales para
suecos es tan sólo aparente, y no f u é v u e s t r o designio p o n e r en su l u g a r v u e s t r o e s c u d o .
hacer traición al E m p e r a d o r ni hacer de nosotros sub- E L ALFÉREZ (d los coraceros). — Media v u e l t a á la de-
ditos de S u e c i a ! Es lo único que d e s e a m o s saber.
r e c h a . . . Mar...
WALLENSTEIN.—¿Qué m e i m p o r t a n los s u e c o s ? Los WALLENSTEIN.—¡Maldito acto, y maldito q u i e n lo
odio como al infierno, y con la a y u d a de Dios espero a c o n s e j ó ! (A los coraceros que se van.) Deteneos, m u -
arrojarlos m u y pronto al otro lado del Báltico... Por- chachos; es una mala inteligencia. O í d m e ; v o y á casti-
que, la verdad.... me c o n m u e v e la miseria del p u e b l o garlos severamente... a g u a r d a d ! No m e oyen. (A Illo.)
alemán... A u n q u e simples soldados, c o m o tenéis con- S e g u i d l o s , y tratad de persuadirlos y traerlos a q u í ,
ciencia de vuestro valer, s i e m p r e os he p r e f e r i d o á cueste lo q u e cueste... (Vase Illo.) ¡ Esto nos precipita;
todos, y os he juzgado d i g n o s de hablaros con toda Buttler, B u t t l e r ! . . . Sois m i á n g e l m a l o . . . ¿ P o r q u é
franqueza... voy á revelaros un secreto. V e a m o s ; quin- a n u n c i a r m e la noticia en su presencia? ya estaba todo
en b u e n c a m i n o . . . \ o s t e n i a m e d i o d e m i p a r t e . . . ¡ L o - q u e d i c e n h a l l a r s e en este castillo p r i s i o n e r o en t u
cos! ¡Oh, la suerte j u e g a c o n m i g o ! Y a no es el o d i o de poder; a m e n a z a n con l i b e r t a r l e á v i v a f u e r z a si no se
m . s e n e m i g o s , sino el celo de m i s l e a l e s q u i e n m e lo e n t r e g a s . (Sorpresa general.)
arroja al a b i s m o . TERZKY.— ¿ Q u é hacemos ?
WALLENSTEIN.—¿No lo dije? Harto lo presentía. A q u í
está a ú n , n o m e h i z o t r a i c i ó n , n o ha p o d i d o . J a m á s lo
ESCENA XVII puse en d u d a .
LA CONDESA.— ¡ E s t á a q u í ! E n t o n c e s n o s h e m o s sal-
D i c h o s . - L A DUQUESA, saliendo con precipitación: TECLA y
v a d o . . . y o s é q u i e n le d e t e n d r á e t e r n a m e n t e .
L A C O N D E S A la s i g u e n ; l u é g o ILLO
(Abraza á Tecla.)
T E R Z K Y . — E s o n o p u e d e ser. ¿ N o v e i s q u e su p a d r e
LA DUQUESA.—¿ Q u é h a s h e c h o , A l b e r t o ? nos h i z o t r a i c i ó n y se d e c l a r ó p o r el E m p e r a d o r ?
WALLENSTEIN.— ¡ E s t o m á s ! ¿ C ó m o e l h i j o osaria q u e d a r s e a q u í ?
LA CONDESA.—Perdóname, h e r m a n o m í o ; n o p u d e ILLO (á WallensteinJ.—Hace p o c o q u e vi p a s a b a n el
o b r a r d e o t r o m o d o ; t o d o lo s a b e . tren d e c a z a q u e le r e g a l a s t e .
LA DUQUESA.—¿ Q u é h a s h e c h o ? LA CONDESA.—Entonces, s o b r i n a m í a , no está muy
L A CONDESA (á Terzky).—¿No hay esperanza?... ¿To- lejos...
do está p e r d i d o ?
T E C L A (fijando los ojos en la puerta).—Helo aquí.
TERZKY. — T o d o : P r a g a c a y ó en p o d e r del E m p e r a -
dor, y las t r o p a s h a n r e n o v a d o su j u r a m e n t o d e fide-
lidad.
ESCENA XVIII
LA CONDESA.—¡ P é r f i d o O c t a v i o ! ¿Y el c o n d e M a x ha
partido ? Dichos.-MAX PICCOLOMINI
T E R Z K Y . — ¿ A dónde p o d í a ir sino con su p a d r e , al
lado del E m p e r a d o r ?
MAX (adelantándose hasta el centro de la sala).—Si, aquí
(Tecla se arroja en brazos de su madre, y oculta el rostro
e s t o y . N o p u e d o s e g u i r p o r m á s t i e m p o e r r a n d o con
en su seno.) t í m i d o p a s o e n t o r n o de esta c a s a , y e s p i a n d o á h u r -
L A DUQUESA (estrechándola en sus brazos).— ¡ A h des- tadillas u n m o m e n t o o p o r t u n o . . . N o . . . s e m e j a n t e an-
dichada hija, y más desdichada m a d r e ! s i e d a d e s s u p e r i o r á m i s f u e r z a s . . . (Se acerca á Tecla
WALLENSTEIN [llevándose aparte á Terzky). — Q u e en- que permanece abrazada á su madre.) O h , m í r a m e , n o
g a n c h e n en el s e g u n d o p a t i o u n c o c h e p a r a s a c a r l a s d e v u e l v a s los ojos, á n g e l del cielo!... confiésalo a b i e r t a -
a q u í . (Señalando á las mujeres.) S c h e r f e n b e r g , q u e es m e n t e á la v i s t a d e t o d o s , sin t e m o r á n a d i e , y s e p a
fiel, las a c o m p a ñ a r á h a s t a E g r a , d o n d e nos r e u n i r e m o s q u i e n q u i e r a oirlo, q u e n o s a m a m o s . ¿ P o r q u é o c u l -
l u é g o . (A Illo que sale.) ¿ N o los t r a é i s ? tarlo? E l s e c r e t o se hizo p a r a los d i c h o s o s , pero la des-
I L L O . — ¿ O Í S ese t u m u l t o ? T o d o el c u e r p o de P a p p e n - g r a c i a sin e s p e r a n z a no r e q u i e r e n i n g ú n v e l o y p u e d e
h e i m está a g i t a d o , y c l a m a n d o p o r su c o r o n e l M a x , obrar l i b r e m e n t e á la faz d e l m u n d o . (En esto advierte
que la Condesa dirige á su sobrina una mirada de satis- en v o s su c o n f i a n z a , y s e d u c i d o s p o r v u e s t r o afecto,
facción.) No, C o n d e s a , n a d a e s p e r é i s ; no v e n g o para afianzan e n v o s el edificio de s u d i c h a ! De s ú b i t o , en
q u e d a r m e , sino para d e s p e d i r m e . . . Esto e s h e c h o ; e s m e d i o de l a t r a n q u i l a n o c h e , á b r e n s e los a b i s m o s d e
f u e r z a q u e me s e p a r e d e ti, T e c l a , ¡ es f u e r z a ! A c u é r - f u e g o , h i e r v e el t o r r e n t e d e v a s t a d o r , y barre i m p e -
d a m e tan sólo u n a m i r a d a d e c o m p a s i ó n . . . no p u e d o t u o s o los t r a b a j o s d e los h o m b r e s .
i r m e c a r g a d o con t u odio. D i m e q u e no m e a b o r r e c e s , WALLENSTEIN.—Nos estás p i n t a n d o el corazón d e tu
d í m e l o , T e c l a . (Le coge la mano con viva emoción.) ¡Dios padre, su n e g r a hipocresía y sus malas entrañas. ¡Ah!
m í o ! ¡Dios m í o ! Me es i m p o s i b l e a b a n d o n a r estos lu- el a s t u t o i n f i e r n o m e e n g a ñ ó ; el a b i s m o m e e n v i ó al
g a r e s . . . m e es i m p o s i b l e s o l t a r esta m a n o . . . D i m e , T e - m á s p é r f i d o y e m b u s t e r o d e m o n i o y lo sentó á m i
cla, q u e m e c o m p a d e c e s , y q u e estás p e r s u a d i d a d e lado. ¡ Q u i é n p o d í a resistir á la infernal a r t e r í a ! E n mi
q u e no p u e d o o b r a r d e otro m o d o . (Tecla evita su mi- propio s e n o e s t r e c h é y a l i m e n t é al basilisco con s a n g r e
rada, y le señala al duque, á quien él no había visto aún; de m i c o r a z ó n hasta saciarle. Ni u n a sola vez s o s p e c h é
entonces se vuelve hacia él.) ¡ V o s a q u í L . . N o vine á bus- d e é l ; s o l t a n d o toda p r u d e n c i a y p r e c a u c i ó n , d e j é
caros á v o s ; ni d e b í a v e r o s otra vez, sino á v u e s t r a abierta d e p a r en p a r la p u e r t a d e m i s p e n s a m i e n t o s ,
hija; sólo á ella q u e r í a h a b l a r , sólo d e ella e s p e r a b a el y en s u s a n t u a r i o se i n t r o d u c í a el e n e m i g o , m i e n t r a s
p e r m i s o para r o m p e r e s e lazo. N a d a t e n g o que ver y o lo iba b u s c a n d o ¡ n e c i o ! p o r la b ó v e d a estrellada.
con los otros. ¡ A h ! si F e r n a n d o h u b i e s e sido para m í lo q u e y o f u i
WALLENSTEIN.—¿Crees a c a s o q u e l l e v a r é mi bondad para O c t a v i o , jamás le d e c l a r a r a la g u e r r a ; no hu-
al e x t r e m o de dejarte p a r t i r , y h a c e r del m a g n á n i m o biese p o d i d o . P e r o f u é i n j u s t o s o b e r a n o a n t e s q u e
c o n t i g o ? T u p a d r e m e hizo t r a i c i ó n i n d i g n a m e n t e , y a m i g o , y d u d o s o de m i fidelidad, c u a n d o m e d e v o l v í a
c o m o y a sólo e r e s para mí s u h i j o , no h a b r á s caído en m i bastón d e m a n d o , existía entre a m b o s la g u e r r a ¡ la
vano en m i p o d e r . S i i m a g i n a s q u e he d e respetar la g u e r r a e t e r n a entre la astucia y la sospecha ! p o r q u e
a n t i g u a a m i s t a d , tan v e r g o n z o s a m e n t e u l t r a j a d a , te sólo en la confianza y la buena fe p u e d e reinar la paz.
e n g a ñ a s t e . Pasó el t i e m p o d e la a f e c c i ó n y los m i r a - ¡ A h ! q u i e n e n v e n e n a la confianza a h o g a las f u t u r a s
m i e n t o s y le ha l l e g a d o s u v e z al o d i o y á la v e n g a n z a . razas en el m i s m o seno m a t e r n a l !
T a m b i é n y o p u e d o ser i n h u m a n o .
M A X . — N o q u i e r o d e f e n d e r á mi padre, p o r q u e , p o r
MAX.—Obrad c o n m i g o c o m o g u s t é i s ; ni desafío ni d e s g r a c i a m í a , m e es i m p o s i b l e , y o c u r r i e r o n y a a l g u -
t e m o v u e s t r a cólera. Harto s a b é i s lo q u e a q u í m e de- n o s d e s v e n t u r a d o s sucesos; q u e toda acción c r i m i n a l
tiene. (Coge la mano de Tecla.) M i r a d ; y o h u b i e s e q u e - e n g e n d r a o t r a . P e r o n o s o t r o s , ¿ á q u i é n h i c i m o s trai-
rido debéroslo todo, y r e c i b i r d e v u e s t r a m a n o pater- c i ó n ? ¿ P o r q u é las c u l p a s de los p a d r e s han de enros-
nal la eterna v e n t u r a . P o c o o s i m p o r t a h a b e r l a des- c a r s e á n u e s t r o c u e r p o c o m o sierpes ? ¿ P o r q u é nos
t r u i d o ; i n d i f e r e n t e holláis e n el p o l v o la felicidad d e separa c r u e l m e n t e s u irreconciliable odio, á nosotros
los v u e s t r o s , q u e v u e s t r o d i o s no e s dios d e c l e m e n c i a , u n i d o s p o r el a m o r ?
y como elemento ciego y terrible, desencadenado é (.Abraza á Tecla estrechamente con vivo dolor.)
i n g o b e r n a b l e , sólo o b e d e c é i s al i m p e t u o s o m o v i m i e n t o
WALLENSTEIN (le contempla en silencio y se acerca del).
de v u e s t r o corazón. ¡ D e s d i c h a d o s a q u e l l o s q u e p o n e n
— M a x , q u é d a t e ; no te v a y a s , M a x . A c u é r d a t e d e l d í a
22
q u e f u i s t e llevado á m i s c u a r t e l e s de i n v i e r n o , en el arrebatarte por la f u e r z a de s u i m p u l s i ó n con sus cír-
c a m p a m e n t o de P r a g a . E r a s a ú n e n t o n c e s t i e r n o niño culos y s u s satélites. En n u e s t r o caso, tu p e c a d o es
no a v e z a d o al f r í o del norte ; t u s m a n o s a t e r i d a s a p e - bien venial; el m u n d o , lejos d e c e n s u r a r t e , elogiará tu
nas podían sostener el estandarte q u e tú te e m p e ñ a - acto d e afecto.
bas en llevar. E n t o n c e s y o te cogí, te a r r o p é c o n mi
capa, me constituí en tu e n f e r m e r o , y no t u v e r e p a r o
en p r o d i g a r t e los m á s n i m i o s c u i d a d o s con la solicitud ESCENA XIX
de u n a m u j e r , hasta q u e , r e a n i m a d o con el calor de
mi seno, renació la a l e g r í a y la viveza d e tu e d a d ! Dichos. - NEUMANN
los r e g i m i e n t o s q u e m e confió, y c u m p l i r é m i p a l a -
bra ó s u c u m b i r é . Este es m i ú n i c o d e b e r . C u a n t o á lo LA CONDESA.— (A la Duquesa.) ¡ A p e n a s le v e a n ! . . . no
d e m á s , no h e de c o m b a t i r contra v o s si p u e d o evitar- se ha p e r d i d o toda e s p e r a n z a , h e r m a n a m í a .
LA DUQUESA.—Ninguna t e n g o y a . LA CONDESA.—Piensa en tu p a d r e .
MAX (que durante la anterior escena habrá permanecido MAX (interrumpiéndola).—No m e dirijo á la hija de
á un lado, se adelanta). — ] Ah no p u e d o s o p o r t a r más! Friedland sino á ti, á ti á quien a m o con toda m i alma.
V i n e a q u í con ánimo r e s u e l t o y firme, c r e í d o de q u e No se trata de una corona... entonces bien estaría la
m i conducta era justa é i n t a c h a b l e , y a h o r a parezco p r u d e n c i a . . . sino de la tranquilidad de t u a m a n t e , y de
odioso, i n h u m a n o , m a l d i t o , objeto de h o r r o r para los la suerte de m i l héroes que s e g u i r á n mi e j e m p l o . ¿He
m i s m o s que quiero con t o d o m i corazón. Y he de v e r de ser p e r j u r o al Emperador? ¿Dispararé contra Octa-
c ó m o los a b r u m a el d o l o r . . . á ellos que con una sola vio una bala p a r r i c i d a ? P o r q u e u n a vez disparada,
palabra podrían h a c e r m e feliz. ¡ A h ! m e s u b l e v o contra cesa la bala de ser ciego i n s t r u m e n t o de m u e r t e ; vive,
t a m a ñ o espectáculo : d o s v o c e s c o n t r a d i c t o r i a s se alzan y va dirigida por un espíritu fatal. L a s f u r i a s venga-
en m i p e c h o : perdido entre t i n i e b l a s no sé d a r con el doras del c r i m e n se apoderan de ella, y la clavan en el
verdadero camino. ¡ A h , razón t u v i s t e , p a d r e m í o ; fié m á s f u n e s t o blanco.
d e m a s i a d o en m i s p r o p i a s f u e r z a s ! . . . h e m e vacilante TECLA.—¡Oh Max!
y perplejo ignorando q u é partido tomar.
MAX (interrumpiéndola).— ¡ A h ! no, no te a p r e s u r e s
LA CONDESA.—¡Cómo! ¿ N o os lo señala v u e s t r o cora- á r e s p o n d e r ; te c o n o z c o ; tu noble corazón confundiría
zón ? P u e s y o v o y á d e c í r o s l o . V u e s t r o p a d r e c o m e t i ó el d e b e r m á s c r u e l con el m a s s a g r a d o . C u m p l a m o s
con nosotros una traición r e p u g n a n t e , a t e n t ó á la vida no lo m a g n á n i m o , sino lo más h u m a n o . P i e n s a cuánto
del príncipe, nos ha l i b r a d o á la v e r g ü e n z a ; su con- debo á t u p a d r e , y c ó m o le c o r r e s p o n d i ó el m:o; piensa
ducta os m u e s t r a bien c l a r o c u á l sea el d e b e r de su que los n o b l e s y hermosos afectos, la pía fidelidad en
h i j o : r e p a r a r tal i n f a m i a y r e s u c i t a r el e j e m p l o de la las a m i s t a d e s , son también una religión s a g r a d a cuya
fidelidad, de m o d o q u e el n o m b r e de P i c c o l o m i n i cese bárbara profanación castiga c r u e l m e n t e la naturaleza.
de ser ignominioso y m a l d i t o e t e r n a m e n t e en la f a m i - Ponió todo en la balanza, y deja q u e tu corazón pro-
lia de W a i l e n s t e i n . n u n c i e el fallo.
MAX.—¿ Dónde oir la v e r d a d ? . . . El ú n i c o m ó v i l de T E C L A . — T i e m p o ha que el t u y o ha d e c i d i d o ; sigue
todos nosotros es la p a s i ó n . ¡ C ó m o no baja un ángel su primer i m p u l s o .
del cielo para m o s t r a r m e el v e r d a d e r o c a m i n o , y a l u m - LA CONDESA. - ¡ D e s d i c h a d a !
b r a r m e con i n m a c u l a d o r a y o ! (Contempla á Tecla.) ¡ Y T E C L A . — ¿ H a b r á otro sentimiento m a s justo q u e el
qué! otro ángel busco? ¡á otro a g u a r d o ? (Se acerca á ella, p r i m e r o q u e anima á ese corazón leal ? V é : c u m p l e con
y la coge entre sus brazos.) ¡Ah!... De este corazón p u r o tu d e b e r : y o te amaré e t e r n a m e n t e . C u a l q u i e r a q u e
é infalible, a g u a r d o m i d e c i s i ó n ; tu a m o r q u i e r o inte- f u e s e tu elección, sería s i e m p r e noble y d i g n a de ti...
r r o g a r , el ú n i c o que p u e d e h a c e r m e feliz, y q u e h u i r í a pero el r e m o r d i m i e n t o no d e b e t u r b a r la paz de tu alma.
de m í si f u e s e culpable. ¿ P o d r á s tú a m a r m e , si me MAX.— ¡ E n t o n c e s he de a b a n d o n a r t e !
q u e d o ? D i m e q u e sí y m e q u e d o . T E C L A . — P e r m a n e c i e n d o fiel á ti m i s m o , s i g u e s sién-
L A CONDESA (con expresión).—Piensa... d o m e fiel á m í . Si la suerte nos s e p a r a , n o s o t r o s segui-
MAX (interrumpiéndola).—NO ; no te d e t e n g a s á pen- m o s u n i d o s . Y a u n q u e el odio d i v i d a p a r a siempre a
sar; habla s e g ú n sientas. los linajes de Friedland y P i c c o l o m i n i , nosotros no
pertenecemos á nuestra casa... vé, apresúrate á sepa-
d i s p u e s t o s á m a r c h a r h o y m i s m o . S a l d r e m o s de Pilsen
rar la b u e n a c a u s a d e n u e s t r a d e s d i c h a d a s u e r t e . L a
a n t e s d e a n o c h e c e r . (Vase Terzky). Buttler!
m a l d i c i ó n del cielo pesa s o b r e n u e s t r a s cabezas, y esta-
BUTTLER.—Mi general!
m o s c o n d e n a d o s á la p e r d i c i ó n . . . L a falta de m i p a d r e
WALLENSTEIN.—Escribid i n m e d i a t a m e n t e al c o m a n -
m e a r r a s t r a á la r u i n a ; no l l o r e s p o r m í ; p r o n t o h a b r é
d a n t e d e E g r a , v u e s t r o a m i g o y c o m p a t r i o t a , q u e se
decidido sobre m i suerte.
d i s p o n g a á r e c i b i r n o s m a ñ a n a en su f o r t a l e z a ; v o s n o s
(Max la abraza con viva emoción. Suenan dentro prolon-
a c o m p a ñ a r é i s con el r e g i m i e n t o .
gadas aclamaciones: «¡Viva Fernando/» y músicas gue-
BUTTLER.—Está b i e n , m i g e n e r a l .
rreras. Max y Tecla siguen abrazados).
W A L L E N S T E I N (interponiéndose entre Max y Tecla, que
durante esto, habrán continuado abrazados).—Separaos.
MAX.—¡Oh Dios mío!
ESCENA XXII (Salen algunos coraceros armados y se colocan en el fondo
de la sala. Suena dentro, debajo de las ventanas, la mar-
Dichos.—Terzky
cha del regimiento de Papennheim, como para advertir
á Max).
L A CONDESA {yendo d su encuentro).—¿Qué ha p a s a -
W A L L E N S T E I N (á los coraceros).—Aquí está. L i b r e es;
do ? ¿ Qué significan esos gritos ?
n o le d e t e n g o m á s . (Se dirige á un lado de la escena, de
T E R Z K Y . — T o d o esta perdido.
modo que Max no pueda acercarse ni á él ni d Tecla).
LA CONDESA.- ¡ Q u é ! ¿ N i n g u n a i m p r e s i ó n les ha cau- MAX (á Wallenstein).—Me o d i á i s , m e a r r o j á i s lleno
sado su p r e s e n c i a ?
d e c ó l e r a . R o t o s los l a z o s del a n t i g u o a f e c t o , no q u e r é i s
T E R Z K Y . — N i n g u n a ; t o d o ha sido i n ú t i l .
d e s a t a r l o s s u a v e m e n t e sino h a c e r m e m á s dolorosa la
LA DUQUESA.—Han g r i t a d o «¡viva!».
s e p a r a c i ó n , p o r q u e y o n o a p r e n d í t o d a v í a á v i v i r sin
T E R Z K Y . — S í ; p o r el Emperador.
v o s . . . R e a l m e n t e p u e d o d e c i r q u e m e v o y á un d e s i e r t o ,
LA CONDESA. ¡ Q u é m o d o de o l v i d a r s u s d e b e r e s '
y q u e d e j o a q u í c u a n t o m e es q u e r i d o . ¡Oh! y o no ceso
TERZKY. No le h a n d e j a d o p r o n u n c i a r u n a sola pa-
d e m i r a r o s ; m o s t r a d m e p o r ú l t i m a v e z s i q u i e r a ese
labra. A p e n a s e m p e z ó , le i n t e r r u m p i e r o n con u n a m ú -
r o s t r o q u e s e r á p a r a m í e t e r n a m e n t e s a g r a d o . No m e
sica g u e r r e r a . A q u í e s t á .
r e c h a c é i s . (Intenta tomarle la mano. Wallenstein la reti-
ra. Max se vuelve hacia la condesa). ¡No h a l l a r é una mi-
r a d a d e p i e d a d ! . . . S e ñ o r a . . . (á la condesa, ésta vuelve
ESCENA XXIII
también el rostro).. ¡Y v o s , m a d r e q u e r i d a !
D i c h o s - W A L L E N S T E I N , ILLO, B U T T L E R ; l u é g o a l g u n o s LA DUQUESA.—Partid, c o n d e , á d o n d e el d e b e r os
coraceros l l a m a . Q u i z á s u n día s e r é i s n u e s t r o a b o g a d o y á n g e l
b u e n o , j u n t o al t r o n o d e l E m p e r a d o r .
WALLENSTEIN (adelantándose).—¡Terzky!
M A X . — ¡ A h , s e ñ o r a ! q u e r é i s c o n s o l a r m e con d u l c e s
TERZKY.—Príncipe.
i l u s i o n e s y a r r a n c a r m e á la d e s e s p e r a c i ó n . . . ¡Ah! no
WALLENSTEIN,-Mandad q u e los r e g i m i e n t o s estén
m e e n g a ñ é i s con v a n a s p a l a b r a s ; mi d e s d i c h a es se-
g u r a ; por f o r t u n a , hay m e d i o d e a c a b a r con ella. (Sue-
na de nuevo la música, y la sala va llenándose de soldados.
Max advierte á Buttler). ¡ V o s a q u í , coronel!... ¿No q u e -
réis s e g u i r m e ? Bien está, s e d m á s fiel á v u e s t r o n u e v o
s o b e r a n o de lo q u e lo f u i s t e i s al p r i m e r o . P r o m e t e d m e
p r o t e g e r s u vida y p r e s e r v a r l a de c u a l q u i e r a t e n t a d o ;
d a d m e la m a n o en p r e n d a d e v u e s t r a p r o m e s a (Buttler
rehusa tomarla). P e s a s o b r e él la sentencia d e l E m p e r a -
dor, q u e libra s u noble c a b e z a al p r i m e r o q u e codicie
el p r e m i o . . . A h o r a m á s q u e n u n c a necesita q u i e n con ACTO IV
celo y afecto g u a r d e su v i d a . . . y los q u e v e o en torno
s u y o al dejarle... (Mira con desconfianza á Buttler y á Illo).
h e i m habían f r a n q u e a d o el p r i m e r r e d u c t o , é i m p e -
t u o s a m e n t e a t r a v e s a r o n el f o s o , p e r o su i r r e f l e x i v o
valor d i s p e r s ó los r e g i m i e n t o s , d e m o d o q u e la infan-
tería se q u e d ó r e z a g a d a , c u a n d o sólo la caballería se-
g u í a á s u t e m e r a r i o jefe. (Tecla hace un gesto; el capitán
se detiene hasta que ella le hace señas de continuar.) En
esto la n u e s t r a a c u d i ó , a g r u p a d a , p o r el flanco d e r e c h o
é i z q u i e r d o , y los r e c h a z a m o s h a s t a los f o s o s d o n d e y a
la infantería, en línea d e b a t a l l a , les o p u s o i n e x p u g n a -
ble m u r o con la p u n t a d e s u s a l a b a r d a s : así, o p r i m i d o s
por t o d o s lados en tan t e r r i b l e c e r c o , no p o d í a n retro-
c e d e r ni avanzar. E n t o n c e s el r h i n g r a v e i n t i m ó la ren-
dición... p e r o el c o r o n e l P i c c o l o m i n i . . . (Tecla vacila y se
apoya en un sillón.) L e c o n o c i m o s p o r los p l u m a j e s del
casco, y su h e r m o s a cabellera l a r g a , que, con la r a p i -
dez de la c a r r e r a , flotaba s o b r e s u s h o m b r o s . S e ñ a l a n d o
el foso, á él se lanza delante d e t o d o s , y obliga al caba-
llo á saltarlo, con q u e el r e g i m i e n t o se p r e c i p i t a t r a s él;
pero el caballo estaba h e r i d o . . . . se d e s b o c a , e s p u m a -
jea, se e n c a b r i t a y tira al j i n e t e . El r e g i m i e n t o e n t e r o ,
roto el f r e n o d e la caballería, p a s ó p o r e n c i m a d e s u
cuerpo.
él ? Nada m e h a b é i s d i c h o t o d a v í a .
E L C A P I T Á N (tras breve silencio).—Esta mañana hemos
c e l e b r a d o sus f u n e r a l e s . D o c e jóvenes d e la nobleza
llevaban el c a d á v e r , y s e g u í a d e t r á s t o d o el ejército.
El féretro iba a d o r n a d o de l a u r e l e s y el m i s m o r h i n -
g r a v e d e p u s o la victoriosa e s p a d a s o b r e él. L á g r i m a s
no le han f a l t a d o , p o r q u e m u c h o s de nosotros cono-
c í a m o s su g r a n d e z a de a l m a y s u b o n d a d o s o c a r á c t e r ,
y á t o d o s nos c o n m o v i ó su s u e r t e . El r h i n g r a v e h u b i e r a
q u e r i d o salvarle; p e r o él c o r r i ó , p o r lo v i s t o , á su per-
dición ; dicen q u e d e s e a b a m o r i r .
L A N E U B R U N N (á Tecla que oculta el rostro). — A h se-
ñ o r i t a . . . s e ñ o r i t a ; abrid los o j o s . . . ¡Por q u é , Dios m í o ,
e m p e ñ a r s e en oir esa r e l a c i ó n !
TECLA.—¿Y d ó n d e esta e n t e r r a d o ?
EL CAPITÁN.—Se halla d e p o s i t a d o en la iglesia de
u n m o n a s t e r i o , cerca de N e u s t a d t , hasta q u e d i s p o n g a
su p a d r e .
T E C L A . — ¿ C ó m o se l l a m a el m o n a s t e r i o ?
EL CAPITÁN.—Santa C a t a l i n a .
TECLA.—¿Está m u y lejos de aquí ?
EL CAPITÁN.—Siete millas.
TECLA.—¿ P o r d ó n d e se va ?
E L C A P I T Á N . — P o r T i r s c h e n r e u t y F a l k e n b e r g , pa- TECLA.—Yo q u i e r o sólo ver á quien ya no existe...
sando por n u e s t r a s avanzadas. ¿Acaso v o y á a r r o j a r m e en sus brazos?... ¡Dios mío!...
TECLA.— ,: Q u i é n las m a n d a ? Si desciendo á la t u m b a de m i a m a d o !
EL CAPITÁN.—El coronel Seckendorf. LA NEUBRUNN.—¿Solas?... ¿Sin apoyo?... Dos débiles
TECLA (acercándose á la mesa, y tomando de una ar-
mujeres...
quilla una sortija). — O s a g r a d e z c o la compasión q u e
TECLA.—Iremos armadas; m i brazo te p r o t e g e r á .
me habéis manifestado ; aceptad este recuerdo de la
LA NEUBRUNN.— ¿ En noche tan oscura ?
entrevista... Podéis r e t i r a r o s .
TECLA.—Mejor; así no s e r e m o s vistas.
E L C A P I T Á N (turbado).— ¡ Princesa !...
LA NEUBRUNN.— ¡ Con esta t o r m e n t a !
(Tecla le indica con un ademán que se retire... El capitán,
TECLA.—¿ Descansó él bajo las h e r r a d u r a s de los ca-
perplejo, intenta hablar. La señorita de Neubrunn repite
la seña, y él se va.) ballos ?
L A N E U B R U N N . — ¡ O h Dios mío! ¡ T e n i e n d o que pasar
por delante de t a n t a s g u a r d i a s ! Quizás nos lo impidan.
TECLA.—Hombres son. L a desdicha cruza libremen-
E S C E N A XI
te el m u n d o .
TECLA, LA NEUBRUNN L A N E U B R U N N . — E l viaje es largo a d e m á s .
TECLA.—¿ C a l c u l a la distancia el p e r e g r i n o , c u a n d o
T E C L A (echándose á su cuello). — P r u é b a m e ahora la se dirige al santuario lejano ?
afección que tanto m e has m a n i f e s t a d o . . . sé mi fiel L A N E U B R U N N . — ¿ Y c ó m o salir de la ciudad?
TECLA.—¿ A dónde, m e preguntas? No hay más que TECLA.¿—Quién se v a á figurar que una m u j e r , f u g i -
un lugar en el m u n d o : el de su féretro. tiva y d e s e s p e r a d a , sea la hija de F r i e d l a n d ?
L A N E U B R U N N . — ¿ Y q u é h a r é i s allí, señorita? L A N E U B R U N N . — ¿ Dónde e n c o n t r a r e m o s caballos ?
BUTTLER.—GERALDIN
ESCENA XIV
D i c h o s . — L A DUQUESA BUTTLER
BUTTLER.—GERALDIN
ESCENA XIV
D i c h o s . — L A DUQUESA BUTTLER
BUTTLER.—DEVEROUX.— MACDONALD
BUTTLER.—Pues a h o r a d e b é i s portaros c o m o h o n r a -
dos.
DEVEROUX.—Nos place.
MACDONALD.—Á la o r d e n , m i g e n e r a l . B U T T L E R . — Y alcanzar así v u e s t r a f o r t u n a .
DEVEROUX.—¿ C u á l es el santo y seña ? MACDONALD.—Eso e s m e j o r .
BUTTLER.—¡ V i v a el E m p e r a d o r !
BUTTLER.—Oídme.
AMBOS (retrocediendo).—¡ C ó m o !
BUTTLER.—¡ V i v a la casa de A u s t r i a ! BUTTLER".—^Quiere y m a n d a el E m p e r a d o r que nos
ESCENA VII
LA C O N D E S A T E R Z K Y c o n u n a l u z e n . l a m a n o
S u c u a r t o está v a c í o . . . n o la hallan en n i n g u n a p a r -
te... ni á ella, ni á la N e u b r u n n . . . ¿ Se habrá f u g a d o ?
¿ Dónde p u e d e h a b e r ido?... ¡ Hay q u e salir en su bus-
ca, y dar la voz de alarma !... ¿ C ó m o recibirá el d u q u e
la fatal.noticia ?... Si al m e n o s h u b i e s e v u e l t o m i ma-
r i d o del b a n q u e t e . . . El d u q u e está d i s p u e s t o . . . m e pa-
rece q u e oí r u m o r de pasos y de v o c e s . . . V e a m o s ; es-
c u c h a r é junto á esa p u e r t a . . . N a d a se percibe... ¿quién
llega ? S u b e n c o r r i e n d o la escalera.
E S C E N A IX
ESCENA X D i c h o s , m e n o s la C o n d e s a — O C T A V I O PICCOLOMINI, c o n su
séquito: DEVEROUX y MACDONALD, con algunos alabarde-
D i c h o s . — S E N I , EL B U R G O M A E S T R E , U N P A J E ,
r o s . T r a e n á la e s c e n a el c a d á v e r d e W a l l e n s t e i n e n v u e l t o en
UNA C A M A R E R A , V A R I O S C R I A D O S c o r r i e n d o a t e r r a d o s p o r
u n p a ñ o rojo.
la e s c e n a
E S C E N A XII
LA NOVIA DE MESINA
TRAGEDIA EN 4 ACTOS
PÁGINAS
D e l u s o del c o r o e n la t r a g e d i a . — P r e f a c i o del a u t o r . . 7
LA NOVIA DE MESINA, 17
W A L L E N S T E I N
TRILOGÍA
PARTE PRIMERA.—El C a m p a m e n t o de W a l l e n s t e i n . . . N5
PARTE SEGUNDA.—Los P i c c o l o m i n i 169
PARTE TERCERA.—La m u e r t e de W a l l e n s t e i n 259