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Capítulo XVII.

Familias del futuro

En este capítulo, el autor da su visión de lo que debería ser la familia, para que
funcione. Piensa que la familia tradicional —lo que él llama la familia de la
segunda ola, o familia nuclear—, fue algo que esa ola "idealizó", hizo dominante
y extendió por todo el mundo (cfr. p. 210). Pero la tercera ola requiere un nuevo
tipo de familia.

Toffler admite la posibilidad de que, al lado de la llamada familia nuclear —


típica, como se ha visto, de la segunda ola—, puedan darse, y de hecho sería muy
beneficioso, muchos tipos de familias —familias múltiples, familias de cónyuges
homosexuales, familias de "polipadres", poligamia simultánea, etc—. Será
deseable una reestructuración de las familias según nuevos patrones: "qué formas
concretas desaparecerán y cuáles otras proliferarán, dependerá menos de las
admoniciones lanzadas desde el púlpito sobre la 'santidad de la familia' que de las
decisiones que tomemos respecto a la tecnología y al trabajo" (p. 217). Todo esto
supone cambios "desde la moralidad y los impuestos, hasta las prácticas de empleo.
En el terreno de los valores necesitamos empezar a eliminar el injustificado
sentimiento que acompaña a la ruptura y reestructuración de las familias. En vez
de exacerbar ese injustificado sentimiento de culpabilidad, los medios de
comunicación, la Iglesia, los tribunales y el sistema político deberían esforzarse en
reducir el nivel de culpabilidad" (p. 224).

Capítulo XVIII. La crisis de identidad de la corporación

Toffler afirma que la corporación de la segunda ola ha quedado anticuada con


los cambios profundos que se están dando (p. 243): hay ahora una completa
reconceptualización del significado de la producción y de la corporación. Y esta
transformación "forma parte de la transformación, más amplia, de la sociosfera
considerada como un todo, y ésta, a su vez, encuentra un paralelismo en los
dramáticos cambios operados en la tecnosfera y la infosfera" (p. 243). Las nuevas
corporaciones tendrán que tener objetivos transeconómicos, entendiendo por ello
objetivos que están orientados no necesariamente a la producción, sino más bien
objetivos de contenido social, de bienestar, etc.: "en las nuevas condiciones, la
corporación no puede ya funcionar como una máquina para maximizar alguna
función económica, ya se trate de la producción o del beneficio. La definición
misma de 'producción' está siendo drásticamente ampliada para incluir los efectos
marginales además de los centrales, los efectos a largo plazo además de los efectos
inmediatos, de la acción de las corporaciones. En otras palabras, toda corporación
tiene más 'productos' (y se le hace ahora responsable de más), de los que jamás
hubieron de tener en cuenta los directores de la segunda ola (...), productos,
ambientales, sociales, informacionales, políticos y morales, no sólo productos
económicos" (p. 238).

Capítulo XIX. Descifrando las nuevas reglas

Al "código" que impuso la segunda ola —principios o normas que regían el


comportamiento cotidiano (p. 246)—, corresponde en la tercera ola un
"contracódigo", o sea, nuevas reglas básicas para la nueva vida que se basa en una
economía desmasificada, en medios de comunicación desmasificados, nuevas
estructuras familiares y corporativas. Las luchas que a veces se originan entre
jóvenes y viejos son, en el fondo, contrastes entre estos dos códigos. Las distintas
empresas están adoptando horarios flexibles, acabando con el sistema 'de 9 a 5'. Se
está extendiendo el trabajo de jornada parcial: en Estados Unidos hay hoy un
trabajador de jornada reducida por cada cinco de jornada completa. Y esto está
produciendo también cambios en el horario de los compradores. Se desmasifican
los horarios: esto altera los horarios de la 'amistad': "nos estamos moviendo ahora
de una puntualidad genérica a una puntualidad selectiva o situacional" (p. 254).
(Llegar a tiempo no significa ahora lo que antes). "El resultado es menos presión
para que se llegue 'a tiempo' y la difusión entre los jóvenes de actitudes más
despreocupadas con relación al tiempo. La puntualidad, como la moralidad, se
torna situacional" (p. 254).

La tercera ola ataca la uniformización, característica básica de la vida


industrial. Al disminuir la producción en serie, se desmasifica el consumo, el
mercado, el tráfico comercial: "los consumidores empiezan a realizar sus
elecciones no sólo porque un producto cumple una específica función material o
psicológica, sino también por la forma en que se adecúa a la configuración, más
amplia, de los productos y servicios que ellos exigen. Estas configuraciones
acusadamente individualizadas son transitorias, como lo son los estilos de vida que
contribuyen a definir. El consumo, como la producción, se torna configuracional.
La producción postuniformizada trae consigo el consumo postuniformizado" (p.
255). Los precios, la política, la mentalidad de las masas se desuniformizan:
asistimos al "surgimiento de una 'mente postuniformizada' y de un 'público
postuniformizado'" (p. 256). Esto, sin embargo, no está sucediendo sin lucha, pues
hay mentalidades que siguen aferradas al mundo de la segunda ola: "no es extraño
que los padres —esencialmente ligados todavía al código de la Era Industrial— se
encuentren en conflicto con, los hijos que, conscientes de la irrelevancia de las
viejas reglas, se hallan inseguros, si no completamente ignorantes, de las nuevas"
(p. 264).

Capítulo XX. El resurgimiento del prosumidor


"Durante la primera ola, la mayoría de las personas consumían lo que ellas
mismas producían. No eran ni productores ni consumidores en el sentido habitual.
Eran, en su lugar, lo que podría denominarse 'prosumidores'. Fue la revolución
industrial lo que, al introducir una cuña en la sociedad, separó estas dos funciones,
y dio lugar al nacimiento de lo que ahora llamamos productores y consumidores.
Esta escisión condujo a la rápida extensión del mercado o red de intercambio (...),
ese dédalo de canales a cuyo través las mercancías o servicios producidos por usted
llegan hasta mí, y viceversa" (p. 266). Ahora "vemos un progresivo difuminarse
de la línea que separa al productor del consumidor. Vemos la creciente importancia
del prosumidor. Y, más allá de eso, vemos aproximarse un impresionante cambio
que transformará incluso la función del mercado mismo en nuestras vidas y en el
sistema mundial: millones están empezando a efectuar por sí mismas servicios que
otrora realizaban personas cualificadas: están "prosumiendo" (p. 267).

El autor produce estadísticas que muestran cambios interesantes: en Estados


Unidos hace 10 años se vendía un 30% de herramientas a aficionados, mientras el
70% se vendían a carpinteros y otros profesionales; hoy, como consecuencia de la
filosofía del "hágalo usted mismo", la proporción es exactamente la inversa. Y es
que el precio de muchos servicios se está disparando, y a medida que estos precios
aumentan "podemos esperar que la gente vaya haciendo por sí misma cada vez más
trabajos" (p. 272). "Al final —dice Toffler— el consumidor, no simplemente
suministrando las especificaciones, sino también oprimiendo el botón que pone en
marcha todo este proceso, se convertirá en parte tan importante del proceso de
producción como lo era el obrero de la cadena de montaje en el mundo que ahora
agoniza" (p. 273). El estilo de vida del prosumidor será, en consecuencia, distinto.
Y aunque aún es muy pronto para predecir estos cambios, Toffler piensa que ellos
transformarán nuestros valores y nuestro sistema económico (cfr. p. 278).

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