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UNIVERSIDAD DE VALENCIA

MÁSTER EN GÉNERO Y POLÍTICAS DE IGUALDAD

MÓDULO: Economía y Trabajo

TITULO TRABAJO: Ensayo basado en artículo “Carne Humana”

BEATRIZ CLAUDIA DURÁN COYA

Tutora del trabajo: Yayo Herrero


Valencia 2019

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Crítica noticia “Carne humana”

La arrogancia del hombre como especie dominante cuya prepotencia ha facilitado el


acceso a los cuerpos de los otros como una propiedad, o un simple objeto utilitario. La
antropolatría –que es el culto al hombre como si fuera una divinidad- ha hecho que el
respeto hacia otras especies, o también hacía otras personas que no cumplen con un
estatus de “divinidad” –ser rico, poderoso, blanco, occidental, etc.- se vean envueltos
en la mercancía de la carne.

Como expresa Yayo Herrero, “La valoración de la vida animal como simple carne
supone la transformación de muchos seres vivos en una mercancía. Se cree que su vida
tiene sentido solo porque es útil para los seres humanos y los mercados. Pero muchos
seres humanos son considerados también carne. Carne viva con capacidad de trabajo,
carne que puede ser explotada para hacer crecer la economía y engrosar las ganancias de
otros que no se consideran carne ni cuerpo” (Herrero, 2018). El endiosamiento de un
sector poderoso de hombres considerados divinidades, utilizan la antropolatría como
perpetuador de un sistema autoritario y proclive al sacrificio de animales y humanos,
dentro de una escala jerárquica desigual para derivar en una de las convivencias más
deshumanizadas. Los sujetos antropomorfos presumen de poseer la racionalidad moral,
conciencia autorreflexiva y la capacidad para compartir emociones como la empatía y la
solidaridad; mucha/os activistas atribuyen estas características también a los sujetos no
antropomorfos como los animales y las plantas.

La aproximación condescendiente hacia otros humanos considerados no humanos por


su condición socioeconómica, se recrea en el dominio manipulador del hombre sobre
los animales. Las ecofeministas relacionan este componente destructivo y egoísta del
“hombre” con el patriarcado y la violencia que ejerce sobre el cuerpo de las mujeres. La
carne de las mujeres está envuelta en una forma cultural de canibalismo, donde unas
mujeres son comidas antes que otras, por su estatus o privilegios sociales, así como los
animales en la cadena alimenticia, son ingeridos por un orden establecido en base a las
relaciones de poder hegemónicas. Dentro de un mundo capitalista y con los límites
ecológicos in extremis, refiere Yayo Herrero que la masa de carne humana – la masa
compacta como diría Hanna Arendt- es utilizada como objeto o desecho para mantener
una malograda economía que en lugar de mantener la satisfacción de las necesidades de

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todas las personas, procura maximizar las tasas de ganancias del capital, y por ello
devora todo lo que está a su paso –minerales, petróleo, animales, plantas, tierra, agua- y
por lo demás reduce a las personas a carne, además de esto expulsa residuos, gases
contaminantes, plásticos, artefactos que ya no sirven y también carne humana. (Yayo
Herrero, 2018)

En una sociedad cínica, patriarcal y colonial como la nuestra, los esfuerzos


compensadores con los animales por la falta de humanidad hacia otros humanos, en
algunos individuos se entrelaza con la especie de tardía solidaridad entre los sujetos
traumatizados por la globalización, la tecnología y las nuevas guerras (Rossi Braidotti,
2013). Braidotti asevera que los privilegios ligados a unos valores humanistas que
radican en un movimiento generoso y desinteresado, es a veces una forma de hacer
productiva esta inclusión. Es evidente que es necesario sostener el vínculo vital entre los
seres humanos y las otras especies. El precio a pagar –según Braidotti- “es la
humanización de los animales no humanos, sobre todo en el momento histórico en que
la misma categoría de lo humano está expuesta a críticas. Antropoformizar en modo de
entender a los animales bajo el principio de igualdad moral y jurídica puede ser un gesto
noble, pero intrínsecamente defectuoso, al menos por dos motivos. En primer lugar, esta
confirma el sistema binario de distinción entre hombre y animal, imponiendo, aunque
sea con un buen fin, la categoría hegemónica de lo humano a los otros. En segundo
lugar, niega completamente las especificidades de los animales, porque los trata de
manera uniforme, como símbolos del valor transespecie, a través del mismo y universal
sentimiento de empatía”. Con esto Braidotti habla del posthumanismo que estaría
basado en la comprensión de la interrelación entre humano y animal como constitutiva
de la identidad de cada uno. Lo que propone es una relación de transformación o de
simbiosis que se hibrida y altera la “naturaleza” de cada uno para poner en el primer
plano los motivos centrales de su interacción (Braidotti, 2013). Por esto es que el debate
entre lo humano y lo no humano lleva también a la comprensión de estas divisiones
entre los humanos privilegiados y los no privilegiados, la carne humana desechable o la
que es de primer orden. Este es el continnum humano / no humano que necesita ser
explorado como un experimento abierto, no como una deducción moral descontada de
valores presuntamente universales.

Haciendo referencia a la misma problemática, pero desde un enfoque distinto, Yayo


Herrero describe que los discursos del poder recurren a deshumanizar y animalizar (en

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la cultura donde lo animal es despreciado) “Quitarles la cualidad humana, despreciarles
y reducirlos a carne, es el paso previo para poder legitimar la explotación y, en
regímenes autoritarios e inhumanos, el abandono e incluso el exterminio” (Yayo
Herrero, 2018). La filiación humana es sustituida por las marcas de empresa, los
productos patentados, donde la responsabilidad de crear vínculos transespecie y con la
especie se vuelven difusos y menguantes por las mareas de un capitalismo tardío que
siembra los posicionamientos materialistas y autoritarios sobre los seres. Por otra parte,
la mujer es considerada por el capitalismo y el patriarcado como carne, una incubadora,
un vehículo de virus, en contraparte con la realidad y lo que la conciencia feminista ha
sacado a la luz, las mujeres son lo más cercano a la madre tierra, generadoras de futuro.
El planeta tierra vive un periodo de intensas transformaciones técnico-científicas como
contrapartida de las cuales se han engendrado fenómenos de desequilibrio ecológico que
amenazan, a corto plazo, si no se le pone remedio, la implantación de la vida sobre su
superficie. Como Refiere Fèlix Guattari, paralelamente a estas conmociones, los modos
de vida humanos, individuales y colectivos, evolucionan en el sentido de un progresivo
deterioro. Las redes de parentesco tienden a reducirse al mínimo, la vida doméstica está
gangrenada por el consumo “mass-mediático”, la vida conyugal y familiar se encuentra
a menudo “osificada” por una especie de estandarización de los comportamientos, las
relaciones de vecindad quedan generalmente reducidas a su más pobre expresión.
(Guattari, 1990)

La carne femenina siempre ha estado a la deriva de todos los tipos de explotación y hoy
en día esta tendencia no parece que haya mejorado. La explotación del trabajo
femenino, correlativa a la del trabajo de los niños, no tiene nada que envidiar a los
peores períodos de la historia. Es evidente que, en menor o mayor medida, la revolución
subjetiva rampante no ha cesado de trabajar la condición femenina durante estos últimos
años. Aunque la independencia sexual de las mujeres, en relación con la disponibilidad
de medios anticonceptivos y de aborto, se haya desarrollado muy desigualmente, se
podría llegar a pensar que estas transformaciones pueden ser de larga duración, pero
hasta que las mujeres no dejen de ser consideradas ”carne humana”, los derechos
pueden ser revocables e inexistentes. De cierta forma, ante los límites de los poderes
técnico-ciéntificos de la humanidad y las sorpresas que nos puede reservar la naturaleza,
sin duda se está imponiendo en los últimos tiempos una tendencia a la imposición de la

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responsabilidad y una gestión más colectiva en asuntos que deberían estar más
orientados hacia una finalidad más humana.

Las verdaderas respuestas a las crisis ecológicas y a las crisis humanitarias solo podrá
hacerse si se realiza una auténtica revolución política, social y cultural que reoriente los
objetivos de la producción de los bienes materiales e inmateriales. De esta forma, la
revolución no solo deberá concernir a las relaciones de fuerzas visibles a gran escala,
sino también al campo de la sensibilidad, de la inteligencia y del deseo. El movimiento
de mujeres aunque esté aplastado por las relaciones económicas dominantes que le
confieren un lugar cada vez más precario y la manipulación mental por la producción de
subjetividad colectiva en los medios de comunicación; no dejará de crear su propia
resistencia a las manipulaciones de la normatividad. En el contexto de los nuevos
“elementos” de relación entre el capital y la actividad humana, las tomas de conciencia
ecológica, feministas, antirracistas, etcétera, logren alcanzar más rápidamente, como
objetivo principal, los modos de producción de conocimiento, de cultura, de
sensibilidad y de sociabilidad secuestrados por un sistema que se infiltra en las
relaciones humanas para pudrir los últimos resquicios revolucionarios destinados al
cambio.

No solo desaparecen las especies, sino también las palabras, las frases y los gestos de
solidaridad humana. Se utilizan todos los medios para aplastar bajo una capa de silencio
las luchas de emancipación de las mujeres y de los nuevos proletarios que constituyen
los parados, los inmigrantes, etc. Como dice Yayo Herrero, la situación más extrema de
“sobrecorporalidad” en el momento actual, la están viviendo las personas que
previamente expulsadas de sus territorios, buscan otro lugar para vivir (Yayo Herrero,
2018). El sistema carnicero y necropolítico, trata a las personas como “carne de cañon”
quienes son el escudo primero para sufrir las consecuencias de las irresponsabilidades
del primero mundo: cambios climático, despojo de recursos, extraactivismo. Todo esto
depara en guerras que son desencadenadas por las malas praxis de occidente, pero
donde estos conflictos son ejecutados con toda la violencia posible, es en territorios del
tercer mundo.

La carne humana también son migrantes que dejan sus países por un bien mayor, y son
tratados como carne tóxica que deben utilizar hasta que no invada la pureza de las otras
carnes. Las mujeres migrantes, en concreto, sufren una situación de exclusión mayor

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que las mujeres occidentales, ya que están condicionadas por ejes de opresión aún
mayores que cualquier ciudadana occidental.

Todos podemos llegar a ser carne humana. Cualquier persona puede verse despojada de
su humanidad teniendo que escapar de los conflictos bélicos por el mar y ver morir a
bebés, niños/as, y personas de todo tipo. Cualquier individuo puede tener una crisis
económica y ser desalojado de su hogar por más de 20 años y quedarse en la calle.
Todos/as podemos llegar a ser la diana de un sistema racista, xenófobo, clasista que
ejerce la violencia indiscriminada. Todos/as en algún momento, podemos llegar a perder
nuestros derechos o ser revocados por sistemas que nos consideran carroña con una
utilidad transitoria. Quizás estemos en un periodo de extinción, donde se nos agote el
tiempo para afrontar y repensar como enfrentarnos a las necesidades de cambio latentes.
Como dice Marina Garcés (2017): una vida vivible es la gran cuestión de nuestro
tiempo.

Referencias bibliográficas

Braidotti, Rossi. (2000). Sujetos Nómades. Buenos Aires: Paidós.

Herrero, Yayo. (2018). Carne Humana. En el Diario.es:


https://www.eldiario.es/zonacritica/Carne-humana_6_805679446.html

Garcés, Marina. (2017). Nueva Ilustración Radical. Madrid: Anagrama.

Guattari, Felix. (1989): Las Tres Ecologías. (2000). Madrid: Pre-textos.

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