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El mago y la hoguera...

jue., 28 nov. 2013 18:36:42, theangryantihero, [category: sin-categoria]

La multitud esperaba impaciente en la plaza del pueblo, como siempre la santa inquisición tratando de
hacer sentir su autoridad, realizaba sus horrendas ejecuciones a la vista de todos, como ejemplo para
cualquiera que se atreva a pensar diferente al clero. El condenado no era más que un joven ilusionista y
prestidigitador cuyos trucos de magia habían asombrado a grandes y chicos. Poco se sabe de su origen o
de sus padres, la gente cuenta que un alquimista francés lo encontró siendo un infante en medio de los
caminos asturianos cerca de un campamento de gitanos, abandonado a su suerte a la luz de la luna
llena y envuelto en una manta manchada de sangre ajena.

El anciano lo crió como si fuera propio y le enseñó el secreto de los elementos, las mezclas y las hierbas
curativas. A la edad de nueve años ya sabía de memoria las obras de Nicolás Flamel, los grimorios de
Hermes Trimegisto, el libro de San Cipriano y las clavículas de Salomón. A los doce se convirtió en
experto desatador de nudos y un año después demostró que no había cerradura capaz de mantenerlo
cautivo.

Corre el año 1495 y será incinerado por brujería, acusado por el celoso prometido de doña Lucía de los
Caballeros e Inclán, una noble joven y hermosa mujer con quién trabó amistad gracias a sus habilidades,
el padre de la joven solía llevarlo a entretener a la familia durante las aburridas tardes del domingo. Un
día en presencia de don Pedro, el prometido, hizo el truco favorito su futura esposa.
—Y como siguiente acto, demostraré que la belleza de una mujer es capaz de transmutar el más sucio
de los elementos en la más hermosa de las flores. —acto seguido tomó carbón y lo sostuvo con ambas
manos. Luego le pidió a doña Lucía que lo tapara con su pañuelo.

—Pero se va a ensuciar, lo que decís es imposible...

—No lo es vuestra merced, le garantizo que el poder de su hermosura convertirá este carbón en la flor
que usted desee, venga intentadlo.

La joven puso el pañuelo sobre el carbón y en cuestión de segundos, el chico había sacado una rosa que
galantemente entregó a la dama. Como se conocían desde jóvenes un destello de confianza y
complicidad brilló en sus ojos, cosa que no pasó desapercibida por don Pedro. Al acabar su acto, el noble
caballero herido en su orgullo siguió al joven hasta su casa a las afueras del pueblo.

—¡Me vais a decir como has hecho ese truco o te pesará! No creas que no me he dado cuenta de como
os miráis mi prometida y vos.

—Yo no revelo mis trucos, además si vuestra merced se cree tan merecedor del amor de doña Lucía no
necesitaríais venir a molestar a un pobre artista como yo. Si ella lo quiere de verdad no hay magia que
valga.

—Entonces si no me lo decís por las buenas tal vez la espada os afloje la lengua... —El hidalgo sacó la
espada y atacó al joven que con gran agilidad esquivó la primera estocada.

—Vamos, por lo menos muere con honor y sacad vuestra espada...

—No necesito nada de eso, además yo no mancho mis manos con la sangre de mujer u hombre alguno.

El chico se pone un guante con extrañas placas de metal, extiende la mano y atrae como por arte de
magia una vara de hierro con la que se defiende con gran maestría, el hidalgo no para de tirar
mandobles y estocadas que son bloqueadas sin problemas, luego el chico corre hacia un árbol mientras
es perseguido por su adversario, el hidalgo pretende atacar de nuevo pero el chico da unos pasos sobre
el tronco y hace una voltereta hacia atrás haciendo que el contrincante trabe la espada en el árbol.
Quedando detrás de él oprime un botón y de la vara sale una pequeña cuchilla con la que pica las nalgas
del hidalgo que salta de dolor y cae aparatosamente al suelo.

—¿Satisfecho está mi señor? Valla en paz y que sea muy feliz en su matrimonio...

—¡Plebeyo inmundo! Esta afrenta no quedará así, os he visto volar por lo aires y hacer magia extraña, el
santo oficio se enterará, caro lo vas a pagar.

—Traed al inquisidor entonces, aquí lo espero.

Y así fue, que el santo oficio llegó al día siguiente y se lo llevó para hacerle el juicio por brujería. Sin
embargo fue tanta la mala suerte del hidalgo don Pedro que al quedar la familia de doña Lucía en el
enredo su compromiso fue cancelado. El poder y las riquezas que esperaba obtener don Pedro se habían
esfumado. Por otro lado, poco pudo hacer don Juan de los Caballeros para salvar al muchacho, lo único
que pudo lograr es evitar que lo torturaran ya que si presionaba más, quedaría compartiendo la pira con
él y el resto de su familia completa.

Al mediodía estaban los guardias llevando al muchacho entre la multitud, alguno se santiguaban al verlo
pasar o lo maldecían. Poca cosa eran en comparación con los gritaban por piedad, mucha era la gente a
la que había ayudado y era casi un héroes popular, lo que ganaba entreteniendo a los ricos o en su
defecto engañándolos con sus apuestas lo repartía entre los necesitados, encontraba niños perdidos en
el bosque e incluso se decía que podía alejar a los malos espíritus.
Sabiendo como era, lo amarraron con los nudos más justos e intrincados poniendo la cuerda alrededor
de un candado.Lo exhibieron ante la gente, parado a un paso de la muerte con una tranquilidad sin
precedente estaba aquel joven de cabellera larga y negra, gitano en sus rasgos faciales pero blanco
como el lomo de un armiño y con los ojos grises en vez de aceituna.

Luego de enumerar los crímenes y razones de su castigo el verdugo procedió a encender el fuego, el
humo y el calor comenzaron a sofocar al joven que respiraba con dificultad. Todo transcurrió con
normalidad, entre las llamas solo se alcanzaba ver apenas la silueta del chico. Al ver que ya no había
forma de que se salvara, la gente fue desalojando el lugar quedando el inquisidor y los guardias solo con
el cadaver en llamas.

De repente el cielo se oscureció y cayó un aguacero que apagó el fuego. Para sorpresa de todos el
cuerpo estaba intacto, ni una sola quemadura en su cuerpo. Sin embargo ya no respiraba y pudieron
constatar que finalmente había muerto. Cuando lo iban a desatar la leña empezó a echar un humo
espeso del que tuvieron que alejarse para no ahogarse con el mismo. Al rato se escucha el relinchar de
un caballo y el golpe de unos cascos que corren a toda velocidad al grito de "¡Adelante Crisaor!".

Cuando se disipó el humo él ya no estaba, el inquisidor cayó al suelo de la impresión. Los guardias
rápidamente montaron en sus caballos para perseguirlo pero el funcionario del santo oficio los detuvo,
si se había salvado obrando semejante milagro más valía no meterse con alguien así de protegido por
Dios. Luego recordó: como último deseo pidió que le permitieran asearse, al menos morir limpio y
elegante para que cuando fuera juzgado por sus pecados Dios no lo encontrara oliendo a leña y hollín,
en ese tiempo algo hizo que lo ayudó a salvarse. El inquisidor sabiéndose burlado solo alcanzó a sonreír
y como buen perdedor decidió no hacer nada más y declararlo muerto.

Galopando a toda velocidad, el chico iba por los caminos asturianos corriendo sin detenerse, aún
sabiendo que no lo perseguían prefería no arriesgar el pellejo dado que, si estaba vivo era por astuto y
no por lento. Extraña cosa es la que sucedería luego, a la distancia una carroza le bloqueaba el camino.
Sin otra opción tuvo que detenerse y con resignación bajó del caballo y levantó las manos como signo de
rendición.

—Así que es cierto lo que dicen los gitanos, que sois inmortal por ser hijo de la luna. —dijo la hermosa y
esbelta joven de ojos azules, cabellos rubios como el sol y labios rosa que harían al más casto caer en la
tentación, doña Lucía de los Caballeros e Inclán que salía del carro acompañada por dos sirvientas.

—¡Ah menudo susto me ha dado! —dice bajando las manos —Os prometí libraros de su tonto
prometido y de paso hacer para usted mi señora, el truco más grande que haya visto, por lo demás nada
mágico o sobrenatural he hecho...

—Pero no al costo de ser prófugo de la inquisición, casi muero de la tristeza por vuestra culpa —dice ella
acariciando cariñosamente el rostro de Salomón.

—Que no os turbe mi condición, que todo tiene solución en la vida menos la muerte... —dicho esto
Salomón intenta subir de nuevo al caballo pero es detenido por doña Lucía.

—Encima os marcháis, no es justo por lo menos...

Salomón la toma por la cintura y la calla con beso, minutos más tarde despierta en el coche con sus dos
sirvientas:

—¿Podréis jurar por Dios, la virgen y todos sus muertos que no se ha aprovechado de mi?

—Podemos y lo hacemos mi señora, que se ha desmayado usted y el joven Salomón la ha cargado y


dejado con nosotras. —dice una de las sirvientas.

—No puede ser y yo confiando que despertaría con él en su cabaña, no es justo...

—¡Mi señora! Una cosa es estar enamorada y una muy diferente es desplegar tal lujuria castigada por
nuestro Señor.

—¡Callaos ya! Ya nos veremos algún día, lo sé.

Caída la noche Salomón está frente a una fogata, recostado de un árbol corta su larga cabellera negra
que ya empieza a sacar las raíces blancas producto de su albinismo. Pese a sus veinte años no parece
haber envejecido mucho desde los quince, se mira al espejo y satisfecho ve que se ha hecho el corte
bien y parejo. Procede a sacar el conejo que estaba asando del fuego y se dispone a cenar
tranquilamente ¿Cuánto tiempo pasará para poder regresar a la Asturias que lo vio crecer? No se sabe,
por ahora le tocará vagar por esta España rara y volátil donde seguramente le espera el peligro, la intriga
y la aventura en cada rincón.
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