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Madame Kadalú La leyenda de María Lionza

(Cuarta parte)
vie., 02 may. 2014 00:06:12, theangryantihero, [post_tag: anime, post_tag: brujeria, post_tag: cazador-
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Madame Kadalú se encuentra rodeada por soldados y los pocos brujos sobrevivientes, otro grupo
de cinco nahuales baja de una de las camionetas para ir a perseguir el carro donde Mariana
escapó junto con los demás. Transformándose corren a cuatro patas, algunos se detienen a ayudar
a su líder recientemente derrotado por Arthur.
Rolando maneja a toda velocidad tratando de llegar a un camino de tierra que va hacia el
monumento natural María Lionza, lugar donde se encuentra la montaña de Sorte. Arthur divisa a
varios nahuales a los lejos, los vikingos cargan las armas y empiezan a disparar desde las
ventanas para retrasar a las bestias lo más que puedan.

Entre los soldados apostados en la hacienda sobresale un hombre de mediana estatura, de piel
bronceada, nariz prominente, ojos grandes y feroces. Su cara padece las marcas de un acné mal
cuidado y su siniestra sonrisa muestra unos dientes grandes y blancos que utiliza para intimidar a
sus contrincantes y subalternos.
— La famosa madame Kadalú, no pensé verla por aquí, he leído mucho de usted.
— ¿Y usted es? —pregunta la hechicera con aire desafiante.
— Esteban Valdez, coronel Esteban Valdez. Director del departamento bolivariano de estudios
paranormales.
— Así es que ustedes son la organización que usurpa a la DLAP en Venezuela.

Valdez empieza a reír a carcajadas, luego muda la expresión, con ira le suelta una bofetada que
es detenida en seco gracias a los poderes mentales de madame Kadalú. Paralizado el coronel no
puede emitir palabra, uno de los soldados reacciona y saca una pistola paralizadora que suelta
una potente descarga eléctrica a la hechicera.
Aturdida pero aun pudiendo moverse, madame Kadalú se levanta con dificultad. Valdez le da
una fuerte patada en el costado, luego da la orden a sus soldados de llevarla a la camioneta para
interrogarla. Seguidamente, ordena a Monsieur Mardí que reúna a los brujos restantes para que
se dediquen a buscar a Mariana y compañía por toda la selva y que no regresen sin ellos.

Desde una cueva a considerable altura, una señora de unos 80 años observa el carro de Rolando
corriendo por el camino, con ella hay al menos diez personas, todos vestidos de blanco. Ellas los
manda a bajar, todos se arman con machetes y escopetas. Rolando por su parte se da cuenta que
ha llegado al fin del camino y frena frente a un sendero por donde el minibús no podrá pasar.

Arthur saca a Mariana en brazos, Peter mira hacia atrás y se da cuenta que dos nahuales los están
alcanzando. Marcus y Thomas se preparan a disparar cargando nuevamente las armas mientras
Rolando y Peter sacan las linternas, la mochila con las armas de Arthur, una bolsa con víveres y
un botiquín.
Dos nahuales se acercan a los vikingos mientras los demás suben el camino empinado a través de
la selva. Al encontrarse con ellos Thomas golpea a uno con la culata del fusil dos veces
tumbándolo, Marcus le dispara al otro en la cabeza, luego aprovecha, pisa el cuello del que está
en el suelo y destroza la tráquea del nahual. Luego toman el resto de los maletines y suben a
encontrarse con los demás.

El grupo de Arthur va internándose en la selva, solo se escucha el sonido de su respiración, el


ruido de las hojas al pisar y el canto de las aves nocturnas, en cuestión de minutos se puede oír a
Marcus y a Thomas subir corriendo.
Luego de caminar varios kilómetros, logran divisar unas luces amarillas más adelante, sin tener
otra opción avanzan con cautela hasta encontrarse con el grupo enviado por la anciana, ellos al
verlos no dudan en sacar su armas y amenazarlos.
Al sur de la ciudad de San Felipe hay una base militar recién construida a las afueras, es ahí
donde se dirige la caravana militar. Madame Kadalú está inmovilizada por unas esposas de
aleación adamantina que no permiten que la hechicera pueda romperlas utilizando la fuerza que
le provee el cinturón de Oggún.
Escoltada por varios uniformados con su característica boina roja, madame Kadalú pasa por lo
que parece ser más una cárcel que un centro de investigación. Jóvenes, mujeres y niños son
encerrados en celdas pequeñas donde casi no hay espacio para caminar.

Viran a la derecha y ve con horror cómo experimentan con la gente ahí apresada, puede sentir el
terror de esas personas cuyos poderes psíquicos son examinados al límite de su capacidad física,
algunos soportando violentas torturas y vejaciones para ver si manifiestan su poder bajo presión.
En otro laboratorio se ve como utilizan drogas peligrosas e ilegales para medir violentas
manifestaciones psíquicas a través de electrodos. Otros son lobotomizados y expuestos a terrible
daño cerebral vía descargas eléctricas al cerebro, su crueldad es tal que incluso terminan y dejan
al paciente con el cráneo abierto y expuesto a cualquier tipo de infección.

Los que han resultado muertos durante las pruebas, son llevados a un salón especial donde un
médico inyecta una sustancia en la yugular que hace que se deshidraten en minutos emitiendo un
vapor que al disiparse, deja un fuerte olor a carne ahumada y un cuerpo cuya piel está seca pero
flexible. Luego lleva los cuerpos a una sala cuyo signo en la puerta es fácilmente reconocido por
la hechicera: Una tumba con una cruz sobre ella y a los lados dos ataúdes, el símbolo del dios
barón Samedí.

Finalmente llegan a la sala de interrogatorios donde hay toda clase de objetos de tortura. El lugar
hace tiempo que no se limpia, sangre coagulada está regada por todo el lugar haciendo que el
olor a podredumbre se vuelva insoportable. En una esquina hay una bañera llena de agua sucia.
A punta de empujones y amenazas, Arthur y los demás son llevados con los ojos vendados a la
cueva donde la señora los espera, Mariana es llevada aun inconsciente sobre un caballo. La
anciana al verlos los reconoce y se alegra, inmediatamente ordena que los suelten, efusivamente
abraza a Marcus y a Thomas mientras los demás solo miran confusos.

— Hace 20 años que no les veía mis vikingos ¿Dónde está míster Erikson? —pregunta la señora.
— Muerto doña Raiza, tuvimos que dejar su cuerpo en la hacienda, todavía no sabemos si hay
más brujos persiguiéndonos. —dice Marcus con tristeza.
— Pero al menos llegamos a tiempo para salvar a la reina. —dice Thomas poniendo la mano en
el hombro de Arthur que lleva a Mariana cargada luego de bajarla del caballo.
La señora muy atenta le indica a Arthur que lleve a Mariana a una cámara cercana,
cuidadosamente la pone sobre una cama cómoda y caliente donde la deja descansar. Luego Raiza
ordena a su gente a que preparen habitaciones para los invitados y mantengan la cueva vigilada.

Mientras los demás se ponen manos a la obra, Raiza los guía al fondo de la cueva donde se
encuentran con una cámara mucho más grande. Adentro, un centenar de personas están reunidas
con sus tiendas de campaña y al fondo, en lo alto de la caverna, una efigie de María Lionza
montada sobre un tapir.
— ¿Qué hace esta gente aquí? —pregunta Arthur.
— Vienen huyendo de ejército, nosotros les damos refugio mientras todo se calma, si es que
algún día llega la paz. —cuenta Raiza.
Tomando el té alrededor del fuego, Raíza y sus invitados conversan sobre la situación actual.
Ella les explica que es la líder del culto a la corte malandra, un grupo de espíritus que en vida
fueron delincuentes muy famosos. Se cuenta que robaban a los ricos y les daban el botín a los
pobres, desde la otra vida siguen esparciendo su bondad y protección.

La sacerdotisa cuenta que desde hace ocho años, cuando la DLAP fue sacada de Venezuela,
luego la dirección bolivariana de estudios paranormales fue instaurada. Entraron con tropas en
Yaracuy y empezaron a llevarse a todo aquel espiritista o mentalista que manifestara sus poderes
públicamente, no se ha vuelto a saber de ellos.
— ¿Pero qué puede querer el ejército venezolano con ustedes? —pregunta Peter.
— No sabemos, nosotros siempre fuimos un culto pacífico, los seguidores de la corte malandra
en este momento solo asaltamos para conseguir comida y ropa para la gente que vive aquí
escondida, nos armamos para proteger nuestra seguridad pero no queremos dañar a nadie. —dice
la señora.

Los soldados llevan más de una hora tratando de sacarle información a madame Kadalú sobre la
ubicación de sus compañeros de viaje. A pesar de los golpes y descargas que le aplican con
bastones electrificados ella no reacciona, no siente dolor y mucho menos responde a insultos y
amenazas. Valdez empieza a perder la paciencia, necesita saber la ubicación de Mariana.
— Mira vieja coño e tu madre, vas a hablar o te va a ir peor. ¿Estás viendo la bañera en esa
esquina? Ahí te vas morir desgraciada así es que, habla y nos ahorramos este relajito.
— No te diré nada, al carajo tú y tu revolución. —dice madame Kadalú soltándole un escupitajo,
Valdez la abofetea dos veces.

Un soldado llama a la puerta y avisa al coronel que las momias están listas. Valdez deja todo lo
que está haciendo y rápidamente se dirige al laboratorio. En el pasillo se encuentra con monsieur
Mardí, este le dice que fue llamado por el doctor para empezar con unas pruebas y que dejó a
Itzalcoyotl a cargo de un grupo de búsqueda.
Al entrar el calor y la humedad, producto del vapor mortuorio de los cuerpos deshidratándose, lo
abruman de forma tal que saca su pañuelo, se seca el sudor y se tapa la nariz. El médico
encargado de las momias lo observa con su mirada aterradora y agresiva, luego sonríe burlón. Es
un tipo de unos sesenta años, alto y sumamente delgado, de cabello chocolate con canas en las
sienes y barba de candado. Lleva camisa, corbata, pantalón negro y sobre todo eso una bata
chocolate que alguna fue blanca sino fuera por la cantidad de sangre coagulada y vapor que ha
absorbido durante la jornada.

— Doctor Kanoche, me dijeron que ya terminó con las primeras 20 momias.


— Knoche coronel, mi apellido se pronuncia “Noch”. En efecto, ya están listas. Si quiere
podemos hacer las pruebas.
Entran en la sala ceremonial, al fondo un altar con velas negras. Monsieur Mardí empieza a
entonar cantos impronunciables de un libro cuyo título es “De creaturis daemonum”, sus ojos se
ponen en blanco. Mientras alza su báculo, un vaho a muerte se siente mientras las momias
empiezan a temblar y a levantarse de su lecho vestidas con uniformes del ejército. El doctor
Knoche explica que para evitar el riesgo de incendio, tomó la decisión de armarlas con machetes
en vez de armas de fuego. El coronel les ordena presentar armas y las momias sacan filosos y
relucientes sus instrumentos para matar.

Algunos minutos después, el coronel regresa a la sala de interrogatorios donde siguen torturando
a la bruja. Los soldados contrariados no pueden creer como ella, totalmente en trance, pese a los
golpes no se hincha, no sangra ni se corta. Valdez entonces ordena que la maten ahogándola en
la bañera.
Madame Kadalú solo sonríe, sus ojos se iluminan con una luz blanca y una voz de ultratumba le
vaticina a Valdez una muerte aún más horrible de la que están a punto de darle. Le espeta que
nunca lo han respetado y que lo único que conseguirá de los demás es el miedo.

El coronel la agarra y él mismo se encarga de ahogarla en la bañera, ella lucha y patalea, aterrada
y asqueada por la suciedad del agua. Valdez la empuja aún más profundo hasta que finalmente
ella cede y deja de pelear, está muerta.
En las montañas el grito aterrador de una mujer rompe con la tranquilidad del bosque. Doña
Raiza corre hacia la habitación de Mariana quien llena de sudor y lágrimas despierta angustiada,
los vikingos entran con Arthur y Rolando.

— Tienen que regresar, Arthur tienes que regresar vale, algo terrible le pasó a tu madrina. —dice
Mariana.
— Pero niña allá es muy peligroso, no pueden regresar. —dice la señora Raiza.
— Si la reina dice que algo malo le pasó, es verdad ¿Qué dices Arthur? —pregunta Thomas.
— Bien, si para la mañana mi madrina no regresa entonces habrá que buscarla, ustedes
dedíquense a cuidar a Mariana.
— Yo iré contigo Arthur, necesitas a alguien que conozca la zona. —dice Rolando
comprometiéndose con el cazador.

Los soldados toman a madame Kadalú y la sacan del salón, la ponen en una de las camillas del
doctor Knoche, el científico la mira interesado a punto a inyectarle el líquido momificador. Sin
embargo otro soldado llega y le indica que las luces serán apagadas en cinco minutos. El doctor
entonces la mete en el congelador y decide dejarla para mañana, apaga las luces y la deja ahí,
sola entre la oscuridad y frío.

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