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Los aviones de combate sin piloto, cargados con bombas de alto grado de
excelencia, reciben una orden desde el teclado de una computadora situada en un
lugar desconocido. Aceptada esta orden por el disco duro, estos aviones despegan
de alguí n punto del planeta; vuelan miles de kiloí metros y con una precisioí n
matemaí tica dejan caer su carga mortíífera sobre el objetivo, una faí brica, un
hospital, un puente o una cocina donde una madre estaí guisando un potaje para la
familia y luego vuelven al hangar con la misioí n cumplida. Ese teí cnico anoí nimo que
en el Pentaí gono o desde cualquier base militar ha pulsado la orden ya no debe
preocuparse de maí s. La maí quina realizaraí el trabajo mientras eí l se estaí tomando
un whisky en el bar con los amigos o recoge a su hijo del colegio para llevarlo a una
fiesta de cumpleanñ os. Parece que la responsabilidad hubiese sido transferida a la
informaí tica, puesto que la culpa en este caso es suplida por la aseí ptica perfeccioí n a
la hora de aniquilar al enemigo. Sucede lo mismo en el mundo de las finanzas. La
foí rmula de exterminio sin riesgo adoptado para la guerra, el Sistema la aplica
igualmente a la economíía a traveí s de los movimientos del mercado cuyos ataques
se producen tambieí n a traveí s de teclados con manos perfumadas, distantes. Los
mercados financieros operan como los aviones de guerra sin pilotos. Desde un
ordenador el ente misterioso que maneja bonos y fondos de inversioí n mueve el
dinero global con oí rdenes de compra o de venta con un intereí s que bascula
siempre entre la codicia y el paí nico. Nadie sabe de doí nde procede el primer
impulso y quieí n pasa al final la guadanñ a sobre el tapete de esta ruleta planetaria.
En la guerra moderna los militares ya no tienen rostro; en la economíía existen cada
díía menos empresarios visibles, de carne y hueso. Han sido sustituidos por
pulsiones digitales. Un agente especulador da una orden y comienzan a caer
bombas sobre la deuda, los bancos, la bolsa, la prima de riesgo mientras eí l se va
con su novia a las Maldivas a bucear entre corales. Frente a la figura fanaí tica del
suicida, que entrega su vida por un ideal o del empresario romaí ntico que monta un
negocio con su esfuerzo, el Sistema ha convertido la economíía, como la guerra, en
un videojuego mortíífero, sin riesgo ni culpa.
Barbarie
Hay un arma por cada ciudadano: 300 millones en total. Maí s que Yemen, segundo
paíís en el mundo en nuí mero de armas por ciudadano. El arsenal domeí stico crece
constantemente, pero como la riqueza: cada vez maí s en menos manos. En 1973
habíía un arma en uno de cada dos hogares; ahora en uno de cada cinco. EÉ pocas ha
habido de mayor control y otras maí s laxas. Ahora estamos en una de estas, gracias
a la accioí n del grupo de presioí n que se constituye alrededor de la Asociacioí n
Nacional del Rifle.
El resultado de aquellas especulaciones es que siga manteniendo ese teleí fono fijo,
aunque solo reciba llamadas de delincuentes sin rostro, voces reales o grabadas en
las que predomina el acento sudamericano (ya seí que la vida estaí muy cruda y que
cada uno se la busca como puede) que intentan venderte algo que no compraraí s
jamaí s. Y despreciando las normas de educacioí n y de cortesíía les maldigo y
blasfemo antes de que planteen su oferta, les recuerdo que nunca les he molestado
marcando el teleí fono de su puta casa ni en horas razonables ni en intempestivas.
Imagino que piensan que al otro lado del teleí fono se han encontrado con el
habitante maí s furioso de un frenopaí tico, pero da igual. Manñ ana volveraí n a hacerlo.
En la manñ ana, en la tarde y en la noche. Y no solo invaden tu casa. Tambieí n lo hacen
en el moí vil.
Tu instinto homicida se concentra no en los pateí ticos sicarios sino en los jefes del
negocio. Te preguntas quieí n les ha proporcionado los datos para violar tu
intimidad, para jugar con el poder absoluto que proporciona la informacioí n sobre
el proí jimo. Y consecuentemente, en las redes que trafican con la intimidad, estaí n
los que tienen que estar. O sea, funcionarios del catastro, del censo, de la policíía, del
INEM, de Hacienda, de la Seguridad Social, de Movistar, de Vodafone, de Orange
etceí tera, etceí tera, vendieí ndole datos a infinitos detectives para que estos se los
vendieran a las empresas y ellas dispusieran del arma maí s temible. La corrupcioí n
jamaí s es aislada ni excepcional. El cambalache es absoluto. Y estamos todos en sus
manos. Todo aquel que tenga algo que perder.
Mascotas
MANUEL VICENT 12 ENE 2014 - 00:00 CET
Como la mascota que se entretiene royendo un hueso de plaí stico, a la que el amo lanza una
pelota y siempre se la devuelve con la boca, asíí parecen estar condenados a comportarse
los lííderes de opinioí n de este paíís ante los escaí ndalos que sacuden nuestra vida puí blica.
No importa que la mascota sea contestataria, apacible, nerviosa o una de esas que husmea
los genitales de los invitados cuando llegan a tu casa. Cualquiera que sea su caraí cter, si se
consigue educarla bien, le dices sieí ntate y se sienta, dame la patita y te la da, recoge la
pelota y obedece. Incluso iraí a hacer sus cosas en el rincoí n del siempre sobre el perioí dico
en el que firma.
Ahora mismo los medios de comunicacioí n han dejado de roer los casos de Guü rtel y de los
ERE de Andalucíía. Las mascotas parecen haberse aburrido de estos juguetes ya demasiado
mordidos o babeados y de pronto se muestran felices con otros huesos, peluches o pelotas
de todos los colores que les acaban de regalar. El quebrantamiento fíísico del Rey, la
imputacioí n de la infanta Cristina, el destino de la Monarquíía, la aventura independentista
de Catalunñ a, la neurosis religiosa aberrante del proyecto de ley sobre el aborto son los
nuevos huesos de plaí stico que los periodistas deberemos roer de aquíí al verano.
En nuestro circo mediaí tico sucede algo muy peculiar que no se da en los paííses con una
democracia maí s asentada, donde por regla general antes de que un escaí ndalo llegue a la
opinioí n puí blica, tal vez por conducir borracho, por haber defraudado al fisco, por mentir
en cualquier declaracioí n, por comprar una chocolatina con el dinero del erario o
simplemente porque un ministro ha demostrado ser un idiota, el protagonista ya ha
dimitido o le han echado a la calle con una patada en el culo o ha ido a la caí rcel o ha
decidido ahorcarse.
Aquíí el derecho a la informacioí n parece destinado a todo lo contrario. Se trata de roer y
babear el hueso, de juguetear con el peluche hasta destrozarlo, de ir una y otra vez por la
pelota y devolverla al amo del cotarro hasta que el escaí ndalo de corrupcioí n o un grave
problema políítico, disuelto en saliva, diluya toda su carga explosiva bajo una apabullante y
confusa catarata de artíículos, opiniones y tertulias, que al final no son sino una forma,
mejor o peor, de ganarse la vida.
Obsolescencia programada
No seí ustedes, pero yo no conocíía este concepto hasta hace unos meses. Por lo visto se
acunñ oí allaí por los anñ os treinta y sirve para denominar “la planificacioí n o programacioí n de
la vida uí til de un producto o servicio de modo que –tras un perííodo calculado por el
fabricante o la empresa– dicho producto se torne obsoleto e inuí til”. O, expresado en romaí n
paladino, antes te comprabas una nevera, un esmalte de unñ as, un jersey de cachemir, o lo
que fuera, y te duraba muchíísimo y ahora se estropea o se rompe en un suspiro:
obsolescencia programada.
Resulta curioso coí mo se introducen en nuestras vidas teí rminos que nunca antes habííamos
oíído pero que describen algo que hemos sufrido durante anñ os sin ponerle nombre. Y no
solo eso. Resulta que, a poco que uno reflexione sobre el asunto, se da cuenta de que esa
nueva expresioí n que hemos introducido en nuestro vocabulario sirve, ademaí s, para
describir, y muy bien, la sociedad en que vivimos.
Ahora todo tiene fecha de caducidad, desde los yogures hasta los amores. En las revistas de
corazoí n, fuente inagotable de inspiracioí n para quienes nos divierte observar la banalidad
reinante, no hay semana que no salga un famosuelo proclamando algo asíí como:
"Mengano/a es mi alma gemela, he encontrado al amor de mi vida". Sin embargo, como
vivimos en la obsolescencia programada, una semana, un mes o un par de anñ os maí s tarde
el mismo individuo aparece allíí proclamando: "Se me rompioí el amor con Mengano, suerte
que ahora he encontrado el amor de mi vida en Perengano". Y asíí van cambiando de
“amores de su vida” como de plancha a vapor o de iPhone.
Conste que no sereí yo la moralista que diga que le parece mal que la gente se descase si
cree que se ha equivocado de camino y piensa que el futuro con esa persona es una
pesadilla. Lo que digo es que, a la hora de elegir, se deberíía pensar maí s en amores que no
tengan fecha de caducidad tan corta (y eso uno lo sabe siempre). En otras palabras, buscar
un companñ ero que sea maí s un proyecto de vida que un objeto de usar y tirar, maí s una
apuesta de futuro que un kleenex. Lo malo es que actualmente la vida estaí maí s
programada para la obsolescencia que para la durabilidad, por lo que la gente no se toma
la molestia de cuidar no solo sus relaciones sino sus pertenencias.
Por eso yo, cuando veo que la crisis arrecia y el panorama en vez de mejorar se vuelve cada
díía maí s desalentador, a veces me consuelo pensando que tal vez sirva por lo menos para
desprogramar la obsolescencia de marras. No solo la de las marcas que, a poco espabiladas
que sean, veraí n un filoí n en fabricar objetos maí s duraderos, sino tambieí n la de nuestras
cabezas que hacen que todo –amores, afectos y hasta los anhelos– sea maí s perecedero que
un yogur con bifidus.
www.carmenposadas.net
1. Tema y resumen.
2. AÉ mbito de uso y modalidad discursiva.
3. – Comenta los procedimientos utilizados para formacioí n de palabras (derivacioí n,
composicioí n y parasííntesis)
- Busca rasgos de subjetividad en el texto y comeí ntalos.
4. Comentario personal: por queí las relaciones personales se han vuelto tan fraí giles
(20-25 lííneas). Prepara un guioí n previo y adjuí ntalo al comentario.
5. OPINIÓN » RICARDO DE QUEROL, EL PAÍS, 11-01-2014
Cloacas
El filoí sofo Slavoj Zizec sostiene que hay mensajes reaccionarios ocultos en
pelíículas y series. Que desde el agente 007 con licencia para matar hasta el uí ltimo
Batman nos han convencido de que es correcto que en las cloacas del Estado se
hagan cosas que es mejor que no conozcamos. De que necesitamos a alguien
saltaí ndose las leyes por nuestro bien. Todo esto forma parte, dice el pensador
esloveno, de la manipulacioí n de nuestros miedos.
Zizec destripa con sarcasmo, en el documental Guía ideológica para pervertidos (en
Canal+ Xtra), los valores que transmite Hollywood. Quizaí s exagera sugiriendo
manos negras: en la ficcioí n, de siempre lo oscuro fue maí s atractivo. Pero es cierto
que tras el 11-S cundioí la tolerancia de los abusos en nombre de la seguridad.
En la líínea de Homeland, una de las nuevas producciones que retratan esas cloacas
es The blacklist (en C+ Series). En ella el FBI pacta con un antiguo agente, ahora un
reputado y buscadíísimo criminal, que se entrega para ayudar a atrapar in fraganti
a sus colegas, los malos maí s peligrosos del planeta. A cambio, esa prodigiosa mente
vive como un pachaí en hoteles de lujo, viaja a sus anchas y mantiene el control de
sus negocios sucios.
El actor James Spader destaca en el magneí tico papel de Raymond Reddington,
quien establece una relacioí n con una investigadora novata (Megan Boone) al estilo
de El silencio de los corderos. La policíía no solo cumple las exigencias de su soploí n,
sino que mira hacia otro lado si deja alguí n cadaí ver por el camino. Queda claro que
los de la CIA son los maí s duros, que se atreven a hacer lo que el FBI no puede. Hay
cloacas peores.
Reddington funciona —queda la duda de si resistiraí varias temporadas— gracias a
la ambiguü edad de quien se mueve en el filo entre el bien y el mal. Un poco como
esos confidentes de las cloacas de hoy, comoAssange y Manning, ni heí roes ni
villanos, o como Snowden, un díía fugitivo y otro invitado al Parlamento Europeo.
Gente que vale por lo que dice y por lo que calla.
En estos tiempos cíínicos, las series se nos han llenado de antiheí roes, desde
el narco de Breaking bad hasta los mafiosos de Boardwalk Empire, de los polííticos
corruptos de House of cards a los espíías despiadados de The Americans. Seraí que es
difíícil creer en nada. Seraí que ya no sabemos quieí nes son los buenos.
OPINIÓN
La rara
Escribíí una vez que la juventud, en contra de lo que se dice, es la edad maí s seria de la vida,
pero otras observaciones me llevan a confirmar tambieí n la tesis formulada por el doctor
Juan Ignacio Peí rez Iglesias: aquella de que la juventud es tambieí n la edad maí s
conservadora. Peí rez Iglesias hizo esta declaracioí n, con tono provocador, en sus tiempos de
rector de la UPV/EHU, ante la numantina resistencia que oponíía el alumnado a cualquier
cambio en el sistema de docencia y en la oferta de tíítulos. No es cuestioí n de entrar en
aquel debate, felizmente resuelto, pero síí confirmar que, sin duda, la juventud es la edad
vital, y el estado mental, maí s conservador de la existencia.
Los joí venes, ademaí s de ser en el fondo muy serios, infinitamente maí s serios que los ninñ os
y no digamos ya que los viejos (los cuales han tenido tiempo de reíírse de casi todo) son
tambieí n los maí s necesitados de una integracioí n grupal. Es maí s, la disidencia que puede
mostrar un joven frente a cualquier sistema de valores parte de la radical sumisioí n a aquel
sistema en que se encuadra. La historia ofrece, a esos efectos, dolorosas ensenñ anzas: toda
ideologíía, doctrina o religioí n dotada de un poco de cinismo y un mucho de habilidad,
puede convertir una partida de joí venes en pura carne de canñ oí n.
1. Tema y resumen.
2. AÉ mbito de uso y modalidad discursiva.
3. – Busca prefijos y sufijos de origen griego y latino, y explica su significado.
- Busca y anota el significado en el contexto de las palabras que desconozcas.
4. Comentario personal: precio que hay que pagar por mantener la propia
personalidad (20-25 lííneas)