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Sin pilotos

Manuel Vicent, 30 Sept. 2012, El Paíís.

Los aviones de combate sin piloto, cargados con bombas de alto grado de
excelencia, reciben una orden desde el teclado de una computadora situada en un
lugar desconocido. Aceptada esta orden por el disco duro, estos aviones despegan
de alguí n punto del planeta; vuelan miles de kiloí metros y con una precisioí n
matemaí tica dejan caer su carga mortíífera sobre el objetivo, una faí brica, un
hospital, un puente o una cocina donde una madre estaí guisando un potaje para la
familia y luego vuelven al hangar con la misioí n cumplida. Ese teí cnico anoí nimo que
en el Pentaí gono o desde cualquier base militar ha pulsado la orden ya no debe
preocuparse de maí s. La maí quina realizaraí el trabajo mientras eí l se estaí tomando
un whisky en el bar con los amigos o recoge a su hijo del colegio para llevarlo a una
fiesta de cumpleanñ os. Parece que la responsabilidad hubiese sido transferida a la
informaí tica, puesto que la culpa en este caso es suplida por la aseí ptica perfeccioí n a
la hora de aniquilar al enemigo. Sucede lo mismo en el mundo de las finanzas. La
foí rmula de exterminio sin riesgo adoptado para la guerra, el Sistema la aplica
igualmente a la economíía a traveí s de los movimientos del mercado cuyos ataques
se producen tambieí n a traveí s de teclados con manos perfumadas, distantes. Los
mercados financieros operan como los aviones de guerra sin pilotos. Desde un
ordenador el ente misterioso que maneja bonos y fondos de inversioí n mueve el
dinero global con oí rdenes de compra o de venta con un intereí s que bascula
siempre entre la codicia y el paí nico. Nadie sabe de doí nde procede el primer
impulso y quieí n pasa al final la guadanñ a sobre el tapete de esta ruleta planetaria.
En la guerra moderna los militares ya no tienen rostro; en la economíía existen cada
díía menos empresarios visibles, de carne y hueso. Han sido sustituidos por
pulsiones digitales. Un agente especulador da una orden y comienzan a caer
bombas sobre la deuda, los bancos, la bolsa, la prima de riesgo mientras eí l se va
con su novia a las Maldivas a bucear entre corales. Frente a la figura fanaí tica del
suicida, que entrega su vida por un ideal o del empresario romaí ntico que monta un
negocio con su esfuerzo, el Sistema ha convertido la economíía, como la guerra, en
un videojuego mortíífero, sin riesgo ni culpa.
Barbarie

Rosa Montero 11 SEP 2012 - 00:04 CET

Una de las maí s demoledoras consecuencias de las crisis es el envilecimiento social


que a menudo provocan: la gente tiende a ser maí s egoíísta, maí s chovinista, maí s
irracional; el miedo fascistiza y los pueblos asustados reclaman recortes
democraí ticos y se avienen a perder derechos duramente conquistados. Y, asíí, veo
aumentar la inquina contra los inmigrantes, por ejemplo, o crecer un iroí nico,
petulante desdeí n hacia la ayuda internacional: “Con la de pobres que tenemos aquíí,
¿vamos a ayudar a los de fuera?”, dicen muy sobrados mientras en el Sahel
agonizan miles de personas. Y yo no puedo evitar la sospecha de que esos que
tanto parecen escandalizarse por los pobres patrios quizaí sean los que jamaí s han
movido un dedo por ellos. Lo mismo sucede con los animales: apenas estaí bamos
saliendo de la brutalidad que caracteriza a este paíís cuando la crisis ha dado
nuevas alas a los feroces. Estoy harta de escuchar en los uí ltimos meses el mismo
torpe toí pico expresado con grandilocuente engreimiento: “Con la de pobres que
hay, ¿vamos a preocuparnos de los animales?”. Pero es que el respeto a todos los
seres vivos no es algo baladíí: es una parte esencial del desarrollo cíívico y cultural
de un pueblo, del fortalecimiento de un Estado de derecho. Pese a la crisis,
debemos luchar por defender todos nuestros valores: habraí que esforzarse maí s,
pero no podemos abandonar ninguna causa. Hoy, ahora mismo, estaí n torturando
una vez maí s a un toro en Tordesillas: salvaje, saí dica, lenta y atrozmente. Imagina el
terror del animal, su sufrimiento. No es un asunto de derechas ni de izquierdas,
sino de simple eí tica. Ni siquiera es un tema de taurinos contra antitaurinos: a mi
padre, que fue torero profesional, le repugnaba. “Un paíís, una civilizacioí n se puede
juzgar por la forma en que trata a sus animales”, dijo Gandhi. Nos estamos
descivilizando. No al Toro de la Vega. No a la barbarie.
Libertad para matar

Lluíís Bassets 29 JUL 2012 - 00:00 CET

Hay un debate muy polarizado sobre el derecho a poseer y portar armas en


Estados Unidos. Estalla cada vez que se produce una matanza como la que perpetroí
James Holmes en un cine de Aurora (Colorado). Tambieí n, en cuanto se presta
atencioí n a la guerra que mantienen los ejeí rcitos del narco en Meí xico con armas de
asalto compradas en su inmensa mayoríía en el paíís vecino. Menos atencioí n
merecen las armas en la violencia cotidiana, aunque alcanza unas proporciones
alarmantes. La tasa de homicidios con arma de fuego es la maí s alta entre los paííses
desarrollados: 80 muertos al díía.

Hay un arma por cada ciudadano: 300 millones en total. Maí s que Yemen, segundo
paíís en el mundo en nuí mero de armas por ciudadano. El arsenal domeí stico crece
constantemente, pero como la riqueza: cada vez maí s en menos manos. En 1973
habíía un arma en uno de cada dos hogares; ahora en uno de cada cinco. EÉ pocas ha
habido de mayor control y otras maí s laxas. Ahora estamos en una de estas, gracias
a la accioí n del grupo de presioí n que se constituye alrededor de la Asociacioí n
Nacional del Rifle.

Todo da facilidades a los asesinos. Hay 78.000 vendedores, 26.000 tiendas y


multitud de ferias donde se venden armas sin restricciones: Las Vegas Sands, de
Sheldon Adelson, acoge una de las mayores. Hay controles, claro, pero escasos y
deí biles, a cargo de la Oficina para Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos, con sus
2.500 agentes, insuficientes para un mercado tan extenso. La revocacioí n de una
licencia, normalmente por venta a criminales, tarda 15 meses de promedio en
hacerse efectiva. Solo el 20% de las tiendas se inspecciona anualmente. Seguí n el
Journal Sentinel, “las instituciones federales de control raramente revocan una
licencia, y cuando lo hacen, los vendedores raí pidamente eluden la suspensioí n
mediante un amigo, un pariente o un conocido que obtiene una licencia nueva”.
Este diario de Milwaukee ha localizado a 35 vendedores revocados que siguen
trabajando en conexioí n con una clientela criminal.

El fundamento de esta deriva es la interpretacioí n de la segunda enmienda de la


Constitucioí n americana: “Siendo necesaria una milicia bien regulada para la
seguridad de un Estado libre, no deberaí limitarse el derecho de la gente a poseer y
portar armas”. Para los jueces progresistas es un derecho subordinado a la
pertenencia a un cuerpo armado estatal, y un derecho individual inviolable para los
conservadores. Los dos candidatos presidenciales, el titular Obama y el aspirante
Romney, prefieren ocultar sus preferencias, aunque el primero las prohibiríía si
pudiera y el segundo legisloí en contra cuando fue gobernador en Massachusetts. El
debate afecta tambieí n a la libertad de los Estados federados para legislar sin
interferencia del Gobierno federal. Pero el mercado libre conviene sobre todo a los
fabricantes, los vendedores y los asesinos.
Traficantes

Carlos Boyero 29 JUN 2012 - 20:47 CET

Buscando razones para no prescindir en tu casa de cosas inservibles que alguna


vez fueron necesarias, como ese teleí fono fijo que se ha convertido en un agresor,
me busqueí la excusa de que lo necesitaríía si me rendíía ante ese invento que me
inspira tanto miedo como pereza llamado Internet y compraba un ordenador. Al
parecer, a cambio de poder disfrutar de ese paraííso de la comunicacioí n en tu
solitario hogar era preciso disponer de líínea telefoí nica. Y tambieí n liaron mi cabeza
aseguraí ndome que igualmente tienes acceso al mundo feliz si instalas un wifi,
termino cuyo significado ni me molesto en intentar comprender.

El resultado de aquellas especulaciones es que siga manteniendo ese teleí fono fijo,
aunque solo reciba llamadas de delincuentes sin rostro, voces reales o grabadas en
las que predomina el acento sudamericano (ya seí que la vida estaí muy cruda y que
cada uno se la busca como puede) que intentan venderte algo que no compraraí s
jamaí s. Y despreciando las normas de educacioí n y de cortesíía les maldigo y
blasfemo antes de que planteen su oferta, les recuerdo que nunca les he molestado
marcando el teleí fono de su puta casa ni en horas razonables ni en intempestivas.
Imagino que piensan que al otro lado del teleí fono se han encontrado con el
habitante maí s furioso de un frenopaí tico, pero da igual. Manñ ana volveraí n a hacerlo.
En la manñ ana, en la tarde y en la noche. Y no solo invaden tu casa. Tambieí n lo hacen
en el moí vil.

Tu instinto homicida se concentra no en los pateí ticos sicarios sino en los jefes del
negocio. Te preguntas quieí n les ha proporcionado los datos para violar tu
intimidad, para jugar con el poder absoluto que proporciona la informacioí n sobre
el proí jimo. Y consecuentemente, en las redes que trafican con la intimidad, estaí n
los que tienen que estar. O sea, funcionarios del catastro, del censo, de la policíía, del
INEM, de Hacienda, de la Seguridad Social, de Movistar, de Vodafone, de Orange
etceí tera, etceí tera, vendieí ndole datos a infinitos detectives para que estos se los
vendieran a las empresas y ellas dispusieran del arma maí s temible. La corrupcioí n
jamaí s es aislada ni excepcional. El cambalache es absoluto. Y estamos todos en sus
manos. Todo aquel que tenga algo que perder.
Mascotas
MANUEL VICENT 12 ENE 2014 - 00:00 CET

Como la mascota que se entretiene royendo un hueso de plaí stico, a la que el amo lanza una
pelota y siempre se la devuelve con la boca, asíí parecen estar condenados a comportarse
los lííderes de opinioí n de este paíís ante los escaí ndalos que sacuden nuestra vida puí blica.
No importa que la mascota sea contestataria, apacible, nerviosa o una de esas que husmea
los genitales de los invitados cuando llegan a tu casa. Cualquiera que sea su caraí cter, si se
consigue educarla bien, le dices sieí ntate y se sienta, dame la patita y te la da, recoge la
pelota y obedece. Incluso iraí a hacer sus cosas en el rincoí n del siempre sobre el perioí dico
en el que firma.
Ahora mismo los medios de comunicacioí n han dejado de roer los casos de Guü rtel y de los
ERE de Andalucíía. Las mascotas parecen haberse aburrido de estos juguetes ya demasiado
mordidos o babeados y de pronto se muestran felices con otros huesos, peluches o pelotas
de todos los colores que les acaban de regalar. El quebrantamiento fíísico del Rey, la
imputacioí n de la infanta Cristina, el destino de la Monarquíía, la aventura independentista
de Catalunñ a, la neurosis religiosa aberrante del proyecto de ley sobre el aborto son los
nuevos huesos de plaí stico que los periodistas deberemos roer de aquíí al verano.
En nuestro circo mediaí tico sucede algo muy peculiar que no se da en los paííses con una
democracia maí s asentada, donde por regla general antes de que un escaí ndalo llegue a la
opinioí n puí blica, tal vez por conducir borracho, por haber defraudado al fisco, por mentir
en cualquier declaracioí n, por comprar una chocolatina con el dinero del erario o
simplemente porque un ministro ha demostrado ser un idiota, el protagonista ya ha
dimitido o le han echado a la calle con una patada en el culo o ha ido a la caí rcel o ha
decidido ahorcarse.
Aquíí el derecho a la informacioí n parece destinado a todo lo contrario. Se trata de roer y
babear el hueso, de juguetear con el peluche hasta destrozarlo, de ir una y otra vez por la
pelota y devolverla al amo del cotarro hasta que el escaí ndalo de corrupcioí n o un grave
problema políítico, disuelto en saliva, diluya toda su carga explosiva bajo una apabullante y
confusa catarata de artíículos, opiniones y tertulias, que al final no son sino una forma,
mejor o peor, de ganarse la vida.
Obsolescencia programada

No seí ustedes, pero yo no conocíía este concepto hasta hace unos meses. Por lo visto se
acunñ oí allaí por los anñ os treinta y sirve para denominar “la planificacioí n o programacioí n de
la vida uí til de un producto o servicio de modo que –tras un perííodo calculado por el
fabricante o la empresa– dicho producto se torne obsoleto e inuí til”. O, expresado en romaí n
paladino, antes te comprabas una nevera, un esmalte de unñ as, un jersey de cachemir, o lo
que fuera, y te duraba muchíísimo y ahora se estropea o se rompe en un suspiro:
obsolescencia programada.

Resulta curioso coí mo se introducen en nuestras vidas teí rminos que nunca antes habííamos
oíído pero que describen algo que hemos sufrido durante anñ os sin ponerle nombre. Y no
solo eso. Resulta que, a poco que uno reflexione sobre el asunto, se da cuenta de que esa
nueva expresioí n que hemos introducido en nuestro vocabulario sirve, ademaí s, para
describir, y muy bien, la sociedad en que vivimos.

Ahora todo tiene fecha de caducidad, desde los yogures hasta los amores. En las revistas de
corazoí n, fuente inagotable de inspiracioí n para quienes nos divierte observar la banalidad
reinante, no hay semana que no salga un famosuelo proclamando algo asíí como:
"Mengano/a es mi alma gemela, he encontrado al amor de mi vida". Sin embargo, como
vivimos en la obsolescencia programada, una semana, un mes o un par de anñ os maí s tarde
el mismo individuo aparece allíí proclamando: "Se me rompioí el amor con Mengano, suerte
que ahora he encontrado el amor de mi vida en Perengano". Y asíí van cambiando de
“amores de su vida” como de plancha a vapor o de iPhone.

Conste que no sereí yo la moralista que diga que le parece mal que la gente se descase si
cree que se ha equivocado de camino y piensa que el futuro con esa persona es una
pesadilla. Lo que digo es que, a la hora de elegir, se deberíía pensar maí s en amores que no
tengan fecha de caducidad tan corta (y eso uno lo sabe siempre). En otras palabras, buscar
un companñ ero que sea maí s un proyecto de vida que un objeto de usar y tirar, maí s una
apuesta de futuro que un kleenex. Lo malo es que actualmente la vida estaí maí s
programada para la obsolescencia que para la durabilidad, por lo que la gente no se toma
la molestia de cuidar no solo sus relaciones sino sus pertenencias.

Por eso yo, cuando veo que la crisis arrecia y el panorama en vez de mejorar se vuelve cada
díía maí s desalentador, a veces me consuelo pensando que tal vez sirva por lo menos para
desprogramar la obsolescencia de marras. No solo la de las marcas que, a poco espabiladas
que sean, veraí n un filoí n en fabricar objetos maí s duraderos, sino tambieí n la de nuestras
cabezas que hacen que todo –amores, afectos y hasta los anhelos– sea maí s perecedero que
un yogur con bifidus.

www.carmenposadas.net

1. Tema y resumen.
2. AÉ mbito de uso y modalidad discursiva.
3. – Comenta los procedimientos utilizados para formacioí n de palabras (derivacioí n,
composicioí n y parasííntesis)
- Busca rasgos de subjetividad en el texto y comeí ntalos.
4. Comentario personal: por queí las relaciones personales se han vuelto tan fraí giles
(20-25 lííneas). Prepara un guioí n previo y adjuí ntalo al comentario.
5. OPINIÓN » RICARDO DE QUEROL, EL PAÍS, 11-01-2014

Cloacas
El filoí sofo Slavoj Zizec sostiene que hay mensajes reaccionarios ocultos en
pelíículas y series. Que desde el agente 007 con licencia para matar hasta el uí ltimo
Batman nos han convencido de que es correcto que en las cloacas del Estado se
hagan cosas que es mejor que no conozcamos. De que necesitamos a alguien
saltaí ndose las leyes por nuestro bien. Todo esto forma parte, dice el pensador
esloveno, de la manipulacioí n de nuestros miedos.
Zizec destripa con sarcasmo, en el documental Guía ideológica para pervertidos (en
Canal+ Xtra), los valores que transmite Hollywood. Quizaí s exagera sugiriendo
manos negras: en la ficcioí n, de siempre lo oscuro fue maí s atractivo. Pero es cierto
que tras el 11-S cundioí la tolerancia de los abusos en nombre de la seguridad.
En la líínea de Homeland, una de las nuevas producciones que retratan esas cloacas
es The blacklist (en C+ Series). En ella el FBI pacta con un antiguo agente, ahora un
reputado y buscadíísimo criminal, que se entrega para ayudar a atrapar in fraganti
a sus colegas, los malos maí s peligrosos del planeta. A cambio, esa prodigiosa mente
vive como un pachaí en hoteles de lujo, viaja a sus anchas y mantiene el control de
sus negocios sucios.
El actor James Spader destaca en el magneí tico papel de Raymond Reddington,
quien establece una relacioí n con una investigadora novata (Megan Boone) al estilo
de El silencio de los corderos. La policíía no solo cumple las exigencias de su soploí n,
sino que mira hacia otro lado si deja alguí n cadaí ver por el camino. Queda claro que
los de la CIA son los maí s duros, que se atreven a hacer lo que el FBI no puede. Hay
cloacas peores.
Reddington funciona —queda la duda de si resistiraí varias temporadas— gracias a
la ambiguü edad de quien se mueve en el filo entre el bien y el mal. Un poco como
esos confidentes de las cloacas de hoy, comoAssange y Manning, ni heí roes ni
villanos, o como Snowden, un díía fugitivo y otro invitado al Parlamento Europeo.
Gente que vale por lo que dice y por lo que calla.
En estos tiempos cíínicos, las series se nos han llenado de antiheí roes, desde
el narco de Breaking bad hasta los mafiosos de Boardwalk Empire, de los polííticos
corruptos de House of cards a los espíías despiadados de The Americans. Seraí que es
difíícil creer en nada. Seraí que ya no sabemos quieí nes son los buenos.
OPINIÓN

La rara
Escribíí una vez que la juventud, en contra de lo que se dice, es la edad maí s seria de la vida,
pero otras observaciones me llevan a confirmar tambieí n la tesis formulada por el doctor
Juan Ignacio Peí rez Iglesias: aquella de que la juventud es tambieí n la edad maí s
conservadora. Peí rez Iglesias hizo esta declaracioí n, con tono provocador, en sus tiempos de
rector de la UPV/EHU, ante la numantina resistencia que oponíía el alumnado a cualquier
cambio en el sistema de docencia y en la oferta de tíítulos. No es cuestioí n de entrar en
aquel debate, felizmente resuelto, pero síí confirmar que, sin duda, la juventud es la edad
vital, y el estado mental, maí s conservador de la existencia.

La necesidad de integrarse en el grupo, la aceptacioí n por los iguales y, por tanto, la


sumisioí n a sus reglas, es maí s apremiante en la juventud que en cualquier otra edad. Esa
hambre de aceptacioí n no se refiere a jerarquíías externas, claro, pero síí a las leyes del
grupo, a su sistema de valores, a su modo de ver la vida, a su forma de expresarse y de
vestir. Nadie necesita de forma tan radical y desesperada formar parte de un grupo, nadie
lucha tanto por encajar en eí l y nadie se prohííbe a síí mismo, con tanta intensidad, cualquier
forma de disidencia.

Los joí venes, ademaí s de ser en el fondo muy serios, infinitamente maí s serios que los ninñ os
y no digamos ya que los viejos (los cuales han tenido tiempo de reíírse de casi todo) son
tambieí n los maí s necesitados de una integracioí n grupal. Es maí s, la disidencia que puede
mostrar un joven frente a cualquier sistema de valores parte de la radical sumisioí n a aquel
sistema en que se encuadra. La historia ofrece, a esos efectos, dolorosas ensenñ anzas: toda
ideologíía, doctrina o religioí n dotada de un poco de cinismo y un mucho de habilidad,
puede convertir una partida de joí venes en pura carne de canñ oí n.

Esta observacioí n nacíía de la contemplacioí n el otro díía de un grupo de chicas adolescentes:


iban, como casi siempre, literalmente uniformadas. No solo lucíían todas los mismos shorts,
tan de moda esta temporada, sino tambieí n la misma camisa blanca e incluso el mismo
bolso en bandolera. Pero entre ellas llamaba la atencioí n una chica distinta, la rara, la que
llevaba pantaloí n largo y camisa de otro color; la uí nica, ademaí s, que no llevaba bolso. La
fuerza psicoloí gica de aquella lolita, ajena a la presioí n del grupo, no era distinta a la de un
verdadero disidente. Y despueí s penseí , con melancolíía, que alguí n muchacho deberíía darse
cuenta de que, en medio de aquel grupo de vestales uniformadas, era ella, sin duda, la chica
que merecíía la pena.

Pedro Ugarte 21 SEP 2012 ,“El Paíís”,Paíís Vasco

1. Tema y resumen.
2. AÉ mbito de uso y modalidad discursiva.
3. – Busca prefijos y sufijos de origen griego y latino, y explica su significado.
- Busca y anota el significado en el contexto de las palabras que desconozcas.
4. Comentario personal: precio que hay que pagar por mantener la propia
personalidad (20-25 lííneas)

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