La relación del Reino Unido con la UE siempre estuvo sujeta a condiciones de
excepcionalidad, como el hecho de no pertenecer a la Eurozona y conservar su soberanía monetaria (libra esterlina), y no haberse acogido al Acuerdo Schengen. El 23 de junio de 2016 se produjo un acontecimiento que hasta ese momento nunca antes había ocurrido, que es la salida de un país del bloque; ese día los británicos, mediante una consulta nacional (referéndum) conocida como “Brexit” votaron por abandonar la UE. La diferencia entre quienes votaron por la permanencia y los que votaron por la salida fue reducida, pero evidencia un país dividido, y una transición marcada por la incertidumbre en lo económico y en lo político. Los partidarios de quedarse en el bloque argumentaban que desde el punto de vista económico, resultaría beneficioso para seguir manteniendo el libre comercio con los otros países (la UE es el principal socio comercial del Reino Unido), por las ventajas financieras, y por el prestigio internacional del Reino Unido de pertenecer a la UE, lo que redunda además, en términos de seguridad por la amenaza del terrorismo. Desde el punto de vista demográfico consideran favorable el ingreso de inmigrantes al mercado de trabajo ya que contribuirán al crecimiento económico del país y a financiar los servicios públicos y las empresas. Además, los ciudadanos británicos podrían mantener el derecho a estudiar y a trabajar en cualquier país de la unión. Los defensores de la salida sostienen, que la pertenencia a la UE frena el desarrollo del Reino Unido porque aportan más de lo que reciben; por las regulaciones excesivas del bloque, y para lograr una mayor independencia y soberanía tanto en lo económico (lograr negociar sus propios acuerdos comerciales que los favorezca) como en lo político (recuperar el control de sus fronteras en cuanto al libre movimiento de personas dentro del espacio europeo y para frenar la llegada de inmigrantes que buscan trabajo) Aunque el proceso de salida del Reino Unido es aún incierto e inédito, esta histórica decisión plantea muchos interrogantes acerca de cómo afectará al país y al conjunto de la UE. Los analistas políticos pronostican como implicancias para el Reino Unido una posible crisis económica, con la devaluación de su moneda, disminución de su PBI, pérdida de competitividad internacional, la fuga y disminución de inversiones extranjeras y de entidades bancarias y financieras con la consecuente pérdida de empleos. Las consecuencias para la UE se relacionan con una pérdida de poder a nivel internacional; caída en el PBI de países pertenecientes al bloque; profundización de las fracturas ya existentes al interior de la misma; el incremento de movimientos y partidos populistas; y el probable efecto contagio o imitación por parte de otros países. Los más optimistas plantean que el hecho podría conducir a una renovación del bloque.