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Visiones y Herramientas, 2003 – p.

29-38

Pastoreando a la pastora y al pastor


Sara Baltodano

¿Se parece usted a Juan Pérez? 1 Él es un pastor que ya tiene más de 20 años en el ministerio. Ha
tenido muchas experiencias pastorales. Unos años los ha sentido realmente buenos, con crecimiento en
la iglesia, buenas ofrendas. Otros años han sido desesperantes: grupos peleando, líderes laicos dominan-
tes, hijos e hijas rebeldes, ofrendas que no cubren el presupuesto de la iglesia. Cuando pasa esto último,
Juan se atemoriza, no sabe a quién acudir, baja de peso, se enferma, no puede dormir. Y, a veces, quisie-
ra desaparecer o dormir y no volver a despertar.

Este artículo precisamente va dirigido tanto a pastores como a pastoras que como Juan se encuen-
tran en tiempos emocionales difíciles. No tiene como objetivo tratar temas sobre la labor pastoral en sí,
sino que su contenido gira alrededor de la vida afectiva de la pastora o el pastor y las relaciones con sus
dos familias, la familia propia y la congregación como un sistema de familia. Además, se revisan algunas
ideas equivocadas (mitos) y las cargas que se les imponen como líderes. Por acotar el tema, aquí sola-
mente estaré mencionando al líder religioso dentro de una comunidad de fe, pero no estoy de acuerdo
en limitar sus labores pastorales tan sólo a las cuatro paredes de la iglesia. Su ministerio pastoral debería
estar en relación con toda la sociedad. El contenido del escrito se basa en alguna literatura, en 20 años
de experiencia como hija de pastor y en más de 25 años de experiencia profesional como psicóloga y
consejera pastoral y compañera de mi pareja en labores pastorales.

Para tratar el tema lo hemos dividido en tres partes: (1) “Crisis que enfrentan las pastoras y pasto-
res”, donde se desarrollará parte de la problemática emocional que sufren como líderes. (2) “Las mujeres
en el pastorado”, para darle reconocimiento a aquellas que, aunque son menos en número, se enfrentan
muchas veces al rechazo de su ministerio por ser mujeres. (3) “Algunos consejos generales”, teniendo en
cuenta que para problemas complejos no hay soluciones sencillas.

Crisis que enfrentan

Algunas personas creen que un pastor o una pastora, al ser llamados por Dios, no se enfrentan a
problemas como los demás mortales. Por eso se crea el mito del superhombre o la supermujer, es decir,
que “nunca se enojan, ni sufren ni lloran, y que muy pocas veces se cansan”. Pero sus familias saben muy
bien que el ministerio pastoral somete a grandes tensiones que afectan el cuerpo, el ánimo, las relacio-
nes y la vida espiritual.

Siguiendo algunos escritos que aparecen en la bibliografía, presentaremos cinco áreas en las cua-
les las pastoras y pastores pueden hacer crisis:

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Nombre ficticio
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1- Crisis de autoestima: Igual que Juan Pérez muchos ministros y ministras encuentran en la congre-
gación grupos que quisieran controlar la iglesia. A veces la lucha por el poder se parece a un en-
cuentro político-diplomático pero otras, a una lucha de boxeo. Esto crea una gran tensión porque la
pastora o el pastor se encuentra en medio de dos corrientes y no importa qué partido tome, siem-
pre perderá.

En la congregación podría haber profesionales que consideran que la posición social de pasto-
ra o pastor es inferior, por ejemplo, a la de abogado o médico que, según ellos, exige un más alto
nivel de instrucción académica. Es decir, que estos profesionales creen estar mejor preparados que
su líder religioso. Esto puede llevar a una crisis de estima propia.

2-Crisis de identidad: Es fácil decir con orgullo “soy pastora”, “soy pastor”, pero no siempre es fácil
saber el verdadero significado. Otros oficios o profesiones no tienen el mismo problema porque pa-
rece que su labor ante la sociedad es clara y precisa, por ejemplo, profesoras, enfermeros, ingenie-
ras, albañiles, etc. Decíamos antes que se crean mitos alrededor de la figura del líder religioso y que
ellas y ellos tienen muy claro lo que quieren y cómo comportarse. Popularmente se cree que siempre
intentan convertir a alguien, que no les interesa la política, que controlan muy bien sus impulsos
sexuales, que se saben la Biblia de memoria, que están disponibles las 24 horas del día.

Pero la verdad es otra. Los pastores y pastoras, como cualquier otra persona, frecuentemente
sienten confusión en lo que se refiere a sus roles profesionales, a qué grupos pueden o no pueden
pertenecer, inseguridad en las relaciones sociales, y exigencia extrema en su comportamiento
sexual. Ocasionalmente sienten la carga de sentirse “pastores” todo el tiempo y les cuesta tener una
charla informal con la feligresía sobre el próximo mundial de fútbol, sobre las elecciones presidencia-
les, o acerca de los premios Oscar, o temas similares. Es común el peso que se les exige que su len-
guaje tiene que ser “eclesiástico” o “bíblico”. En otras palabras, el título pastor o pastora les dificulta
comportarse como una persona común y corriente.

Además, la mayoría de la gente cree que la pastora o el pastor son sexualmente pasivos. Se
considera que el pecado más grande de los clérigos y clérigas es el sexo, que equivocadamente se ha
convertido en el símbolo máximo de la “naturaleza carnal”. Por eso las hermanas y hermanos prefie-
ren pensar que su líder es tranquilo en ese aspecto y no se lo pueden imaginar en actividades sexua-
les.

En este proceso de “sentirse diferentes” también participan las propias clérigas y clérigos. El
énfasis dado por otros y por sí mismos en la diferencia sociológica impide que puedan ver el papel
que desempeñan en su propia victimización.

Otra oportunidad que puede provocar una crisis de identidad es cuando cambian constante-
mente de ciudad o país. Esta situación no les permite “echar raíces” o sentirse acomodados como en
su casa. El fenómeno de no tener un lugar al cual llamar casa crea varios problemas en las familias de
ministros o ministras: falta de sentimiento de pertenencia, sensación de temporalidad (de siempre

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“estar de paso”) y percepción de ser extranjera o extranjero. La mezcla de estos sentimientos puede
ayudar a desarrollar hostilidad o dolor. Hostilidad, porque tal vez pocas veces pueden celebrar Navi-
dad con su familia de origen, que viven tan lejos. Dolor, porque quizá no han tenido vacaciones en
varios años. Rencor, porque en la casa pastoral no hay privacidad ya que constantemente se encuen-
tra invadida por gente de la iglesia. Agresividad, porque sienten que viven como en una “pecera”
donde toda la feligresía puede ver lo que hacen, comen o hablan.

3-Crisis de límites: La familia del pastor o la pastora frecuentemente se quejan que su madre/padre o
pareja “está casada o casado con la iglesia”. Es común que las fechas especiales, como cumpleaños,
aniversarios y fiestas, se vean interrumpidos por urgencias de última hora o tengan que celebrarse
sin mamá o papá porque se encuentra en una reunión hasta altas horas de la noche o porque se en-
cuentra sobrecargado de compromisos. Esto hace que el tiempo que dedica a su familia propia se
vuelve “impredecible”. Esto hiere. Esto enoja a la familia.

Hay una realidad que se manifiesta en las siguientes frases: “Hija, apaga esa música rock por-
que los hermanos de la iglesia te pueden oír y quién sabe qué van a pensar de mí”, o, “Hijo, no te va-
yas a poner arete como tus amigos del barrio, porque cómo explico eso ante los hermanos de la igle-
sia”. Esa realidad muestra la intensidad del entramado emocional y la falta de diferenciación entre el
trabajo y el hogar, donde los límites entre ambos no están clarificados. Hay ciertas frases hirientes
que todo pastor o pastora teme al máximo, por ejemplo, “Es una vergüenza que la hija del pastor se
vista de esa manera”. Es un peligro cuando la autoimagen de los padres y madres dependen del fun-
cionamiento de sus hijas e hijos.

4-Crisis de integridad: Cuando se hace público, en diarios o por televisión, que un pastor o una pas-
tora, en cualquier parte del mundo, comete adulterio o se roba el dinero de la iglesia, la congrega-
ción fija las miradas sobre su líder religioso. En los pasillos se escuchan cuchicheos sobre la hipocres-
ía de los clérigos. La pastora o el pastor empieza a sentirse juzgada o juzgado por cualquier detalle
que antes no era considerado importante, y “la pecera” se vuelve más transparente.

Otro aspecto a considerar es que el pastor o la pastora pasa por épocas áridas y secas en su
vida espiritual. A pesar de ello debe continuar predicando sobre la importancia de la oración y del es-
tudio de la Palabra como elementos importantes de crecimiento y siente que la sal ha perdido su sa-
bor. El hecho de saber que no practica lo que predica, le hace sentirse poco íntegro o íntegra. Lo
mismo sucede cuando siente que no puede manifestar los frutos del Espíritu. No siente ni paz, ni
amor, está impaciente, se vuelve egoísta.

En estas épocas crece grandemente el sentimiento de culpabilidad y empieza a tener serias


dudas de su llamado al ministerio pastoral. Esto sucede especialmente a líderes que han estado mu-
chos años en una misma congregación. Tal vez la comunidad de fe no se da cuenta de la crisis de in-
tegridad por la que atraviesa su líder religioso, pero su familia sí. ¿Cómo reaccionaría la congregación
si el pastor o la pastora les dice que ya no siente a Dios como lo sentía antes? ¿Qué haría si su clérigo
o clériga le dice que se siente aburrida o aburrido, que no siente emoción alguna en su labor?

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5-Crisis de dependencia: Este tipo de crisis afecta especialmente a aquellos clérigos que tienen suel-
dos significativamente más bajos que los dirigentes laicos de su congregación. Muchas veces las
hermanas y hermanos se dan cuenta de las dificultades financieras de su pastora o pastor y amabl e-
mente le regalan ropa usada a la familia, le compran cuadernos y lápices a sus hijas e hijos y, de vez
en cuando, un par de zapatos nuevos a su líder cuando ven que los necesita.

Otro aspecto desagradable en este asunto es la discusión pública del salario. Si su pareja o uno
de sus hijos trabaja, a veces quieren tomar en cuenta las entradas totales familiares para redondear
el sueldo. Algunos feligreses manifiestan rechazo a cualquier aumento porque creen que su líder so-
lamente trabaja los domingos, porque es el único día que lo ven y se imaginan que el resto de la se-
mana no hace nada. Estas situaciones y otras parecidas crean un fuerte sentimiento de dependencia.

Mujeres en el pastorado

Las pocas mujeres que conozco que ejercen el pastorado en América Latina, generalmente son
viudas o solteras. Varias de ellas han acompañado a sus esposos en las labores pastorales por muchos
años y cuando ellos mueren son llamadas a continuar el magnífico trabajo de su esposo. Otras han estu-
diado en seminarios, pero si se casan con un colega comúnmente se vuelven “esposas de pastor” y, la-
mentablemente, tienen más chance de ser llamadas al pastorado si optan por la soltería.

Como expusimos anteriormente, las mujeres también atraviesan por las crisis anteriormente des-
critas, pero, además, se les añade el hecho de que tienen que luchar para ser aceptadas como mujeres
en un campo que tradicionalmente ha pertenecido a los hombres. Y muchas mujeres de la congregación
las rechazan. Una vez oí a una señora comentar: “Yo no acepto mujeres como pastoras porque no me
gustaría verlas embarazadas en público”. Yo le contesté: “El embarazo es la mejor expresión de un canto
a la vida, a la vida dada por Dios”. Por supuesto no la convencí de nada.

En mi opinión, la crisis de dependencia puede agravarse aún más en las pastoras, principalmente si
el cuerpo directivo de la iglesia está formado en su mayoría por varones. Si la pastora es soltera o viuda
existe la tentación de ofrecerle un salario más bajo que un pastor casado y con familia. Me pregunto,
¿Actuarían igual si el pastor fuera soltero o viudo? Esa disparidad salarial puede profundizar la depen-
dencia y agravar la crisis de identidad de las mujeres pastoras. También es posible que la congregación
agudice sus miradas y oídos para vigilar el estilo de vida, su manera de vestir, sus relaciones íntimas y los
sermones de una pastora.

Es común pensar que las mujeres tienen un comportamiento más emocional y menos racional que
los hombres y que es mejor estar pendientes que la pastora no vaya a tomar una decisión equivocada. Es
decir, ponen en duda su competencia profesional. Hace años fui testigo de un hecho que vale la pena
analizar. La pastora de una iglesia predicó ese domingo y a la salida del culto, cuando estaba saludando a
la gente en la puerta de la iglesia, le avisaron que su hija se había caído del columpio y tenía el tobillo
gravemente lastimado. Inmediatamente, sin pensarlo dos veces, se dirigió al hospital con su hija. Esa

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mañana, mucha gente se quedó sin recibir el saludo de su pastora. No me detuve a pensar si tenía espo-
so y dónde estaba. Acostumbro a colocar este ejemplo en mis clases para hacer un buen ejercicio imagi-
nando cuáles creen que serían los comentarios de la feligresía: “La pastora abandonó su lugar de trabajo
sin detenerse a pensar en las consecuencias”; “La pastora se dejó llevar por sus emociones”; “Si tuviéra-
mos un varón de Dios como pastor, de esos asuntos familiares se encargaría su esposa”. En uno de los
ejercicios, sin embargo, alguien imaginó que, tal vez, si hubiera sido un pastor varón que corriera a soco-
rrer a su hija, posiblemente lo hubieran alabado por ser un padre tierno y cuidadoso.

Aunque las pastoras sean menos en número, es un aspecto que vale la pena tener en cuenta por-
que posiblemente, con el correr de los años, cada vez haya más mujeres ocupando estos puestos.

Algunos consejos generales

Es lamentable ver la resistencia que algunos pastores y pastoras tienen para buscar ayuda. Quizá
llegan a creer el mensaje que su congregación les envía, que son personas excepcionales. Deseo aclarar
que el primer paso, ¡muy importante!, es darse cuenta que hay una necesidad, que existe una crisis, y
que la ha tenido tal vez por años. La negación de un problema es un mecanismo de defensa que hace
que éste se perpetúe. La aceptación del mismo hace que el pastor o la pastora busque la ayuda que ne-
cesita para enfrentar y vencer las dificultades.

También es importante aclarar que el objetivo de una relación de ayuda no es eliminar todas las
tensiones en las crisis de la vida pastoral, sino buscar un balance. De hecho no es posible eliminar com-
pletamente las tensiones y, si se pudiera, la vida dejaría de tener los retos que se necesitan para em-
prender rumbos a nuevas metas. Alguna tensión es necesaria, pero no demasiada.

Algunas reflexiones para el cuidado de las


y los líderes religiosos

1-Necesita cuidarse: Las ministras y ministros tienen la carga de cuidar a mucha gente en la congre-
gación, pero descuidan su propio cuidado y el de su familia. La justificación más común es que casi
todo el tiempo se lo dedican a la congregación y que su vida debe sacrificarse enteramente a la mi-
sión de Dios. Quienes piensan así sería bueno que revisaran su concepto teológico sobre el sacrificio.
Estas personas piensan que Dios se encargará de cuidar su cuerpo, mente y espíritu. Indudablemente
que Dios tiene cuidado de sus siervas y siervos, pero debe tenerse en cuenta que a todas y todos los
creyentes se les ha dado el cuerpo, la mente y el espíritu como un regalo para ser admi nistrado (1
Pedro 4:10).

Una vez le pregunté a un pastor “¿Te amas a ti mismo?”. Se quedó mirándome, extraña-
do con la pregunta. Luego confesó que tuvo temor a contestar “sí” por miedo a ser confundido con
una persona narcisista. La demanda que Jesús hace de amar al prójimo o prójima como a sí mismo o
a sí misma es clara. Difícilmente la pastora o el pastor puede cuidar bien a su feligresía si no dedica
tiempo a su propio crecimiento integral, al fortalecimiento de las redes de afecto familiar, a hacer

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ejercicio, a comer y dormir bien. No deseo dejar la imagen que quien hace consejería pastoral debe
estar completamente bien para hacer una buena labor. Estoy completamente de acuerdo con Cline-
bell cuando dice que el acompañamiento pastoral es una labor de “heridos curando heridos”, o sea,
las personas heridas, no sanadas completamente, pueden acompañar a otras que están heridas. Por
supuesto, que no hay que permanecer con heridas, hay que buscar curarlas.

¿Cuáles pasatiempos tiene usted como pastora o pastor? ¿Tal vez le gusta leer libros no reli-
giosos como las novelas de Paulo Coelho? ¿Le gusta ver películas o pescar o montar a caballo?
¿Cuándo fue la última vez que tomó vacaciones para divertirse y relajarse con su familia?

2-Busque ayuda profesional: Hace cinco años, siendo profesora de un seminario en Brasil, se me
acercó un estudiante joven, casado hacía un año, quien tímidamente y con profundo dolor habló so-
bre sus problemas en la relación de pareja. Me dijo que le era muy difícil hablar sobre eso. Mostraba
una profunda decepción y síntomas de depresión. Por medio de la conversación descubrí que,
además de la tensión provocada por las discusiones familiares, se estaba quebrando un mito que
tenía, lo cual lo estaba agobiando fuertemente. Sinceramente y en medio de lágrimas me dijo: “Yo
me casé creyendo que las parejas creyentes y comprometidas con la misión de Dios nunca tendrían
problemas”. Mostraba tristeza y desengaño profundo y de ahí se desprendía la gran dificultad de
buscar ayuda.

Si tiene problemas con sus hijos e hijas, busque ayuda. Rompa el mito de la perfección de su
vida y la de su familia. Por ejemplo: Si alguna vez le dicen: “Sus hijos no dan para nada un buen
ejemplo”. Usted podría contestar: “Debería verlos cuando realmente se portan mal”, o “Me parece
que tendrás que vernos como los seres humanos que somos”.

Si usted cree que necesita un acompañamiento psicológico profesional, búsquelo. Mu-


cha gente piensa que los psicólogos o psicólogas trabajan únicamente con “locos”, “locas”. Esa idea
es falsa. No es necesario estar loca o loca para buscar consejo profesional. Aquí, sin embargo, se pre-
sentan varios problemas. Uno, el alto costo de las consultas. En este caso se puede acudir a los servi-
cios de los seguros sociales. Exponga seriamente su necesidad ante su médico general para que la o
lo remita al especialista. Quienes hacen consejería profesional tratarán su caso con reserva, o sea,
guardarán en secreto su crisis y no la divulgarán a nadie. Otra salida, es acudir a salas de consulta de
las facultades de psicología que ofrecen servicio comunitario. Podría también acercarse a algún ser-
vicio voluntario ofrecido en iglesias. En este caso recomendaría que fuese un servicio no ofrecido en
su propia denominación.

3-Busque la oración como al oxígeno: Cuando una persona está bajo fuerte tensión nerviosa tanto el
cuerpo como el espíritu se contraen. Deseo aclarar que no apoyo el enfoque dualista (cuerpo malo
vs. espíritu bueno), sino que me inclino más a un enfoque holístico, integral.

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Así como el suspiro profundo ayuda a recoger oxígeno, la oración bien puede colaborar a que
el ser entero se distensione y las esperanzas se añadan a las posibilidades ya existentes (Mt 19:26).
La oración es un paso de fe hacia Aquel que todo lo puede.

4-Trate de organizar grupos de pastoras y pastores: Hace muchos años las familias de los pastores
presbiterianos en Bogotá realizábamos un retiro anual de tres días. El objetivo era relajarnos de las
tensiones y fortalecer los lazos de amistad. Se hacía un devocional en las mañanas y el resto del día
era para estar en la piscina, armando rompecabezas, jugando Monopolio o cartas, hablando, con-
tando chistes. La consigna era no hablar sobre asuntos relacionados con las iglesias. Estas actividades
promovieron fuertes amistades no solamente entre los adultos sino entre las hijas e hijos de los pas-
tores que han perdurado por décadas.

Luego de haber amistad y confianza es más fácil que con el tiempo este tipo de grupo se
convierta en una comunidad de apoyo donde se puedan discutir problemas de la vida familiar, don-
de se derrumben barreras y se encuentren nuevos medios de identificación y ayuda para sobrellevar
las cargas propias y de las otras personas.

Sin embargo, vale la pena hacer dos advertencias. La primera, no permita que se cree
mucha dependencia emocional del grupo. Aunque cierta dependencia es saludable ya que facilita el
paso de la sensación de estar aislada o aislado y escondida o escondido hacia una relación más abier-
ta y disponible a otras personas. La segunda, algunos grupos pueden ser más perjudiciales que bene-
ficiosos especialmente donde no hay seguridad de confidencialidad. Por eso es bueno ir abriéndose
poco a poco con cautela hasta que el grupo sea sólido y confiable. Por experiencia sé que varios de
estos grupos han fracasado y han dejado heridas muy profundas en sus participantes.

Conclusiones

Podemos concluir que la pastora y el pastor son personas que en muchas ocasiones necesitan
ayuda, es decir, no están exentos de sufrir problemas personales y familiares. Lo importante es darse
cuenta de eso y buscar la consejería adecuada. Buscar ayuda no es un símbolo de debilidad, todo lo con-
trario, es un símbolo de preocupación por lo que Dios nos ha dado para administrar. Nuestra vida, al final
de todos los tiempos, será juzgada por lo que hizo.

Documentos consultados:

Clinebell, Howard. Asesoramiento y cuidado pastoral: Un modelo centrado en la salud integral y


el crecimiento. Buenos Aires: Nueva Creación, 1995.
Friedman, Edwin H. Generación a generación: El proceso de las familias en la iglesia y la sinago-
ga. Buenos Aires: Nueva Creación, 1985.
Harbaugh, Gary L. Caring for the Caregiver: Growth models for professional leaders and congre-
gations. New York: Alban Institute Publications, 1992.

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Hard, Archibald D. Coping with Depression in the Ministry and other Helping Professions. Waco,
TX: Word Books, 1984.
Hulme, William. E. Managing Stress in Ministry. San Francisco: Harpe & Row, 1985.
McBurney, Louis. Counseling Christian Workers. Waco, TX: Word Books, 1986.
Patton, John. “The Pastoral Care of Pastors”, The Christian Ministry, 11, 4 (1980), 15-18.
Rojas Benaute, Hilda. “Pautas de acompañamiento pastoral para el pastor y sus dos familias.
Desde un enfoque ético-bíblico y sistémico”. Tesis de licenciatura en teología, Universidad Bíblica La-
tinoamericana, San José, diciembre del 2000.

Temas pastorales – Cuidado y asesoramiento pastoral – Liderazgo – Género.

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