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Álvarez Vázquez Isaac

¿Cuáles son las características del estado de naturaleza según Hobbes?

En el Leviatán1 no encontramos como tal el concepto de estado de naturaleza, a lo mucho se menciona

“condición de naturaleza” o “guerra de todos contra todos”; sin embargo, éstas son tres maneras distintas

de nombrar un mismo acontecimiento, tal que, como se verá, el control de la vida humana dado en una

sociedad cualquiera, es decir, con un poder coercitivo cuya perpetuación se basa en el miedo, sea

totalmente cedido, debido a circunstancias peculiares, al poder que manifiesta la Naturaleza a través de

nosotros para preservarse a sí misma en nuestra preservación. Este acontecimiento ha de mostrarnos la

necesidad del Estado.

La particularidad de este acontecimiento es no poder ser ubicado en un espacio y un tiempo anterior a la

fundación de cualquier orden social, no es algo que “ocurrió generalmente así, en el mundo entero”2,

pues se trata de un abismo al que necesariamente se cae una vez éste, sea cual sea, se desplome. Es un

abismo tal que el humano ya no es dueño de sí mismo, se convierte en marioneta de los mecanismos

naturales que tienden a la propia conservación del animal humano, es decir, en esta miserable condición

todo sucede “por obra simple de la naturaleza”3, ni nuestros actos, ni las cosas (tierras, animales,

minerales, etc.), nos pertenecen.

Una vez se da este acontecimiento, la pérdida de un orden coercitivo que “mantenga a todos a

raya”4, se está en lo que suele denominarse estado de naturaleza; aquí, todos son iguales física e

intelectualmente, a pesar de las múltiples diferencias que se puedan observar, primero porque cada uno

tiene la capacidad de dar muerte a otro, sea “mediante maquinaciones secretas o confederándose con

otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra”5, y segundo por compartir la capacidad de

1
Thomas Hobbs, La materia, forma y poder, de una República Eclesiástica y Civil, Leviatán. Trad., de Jorge Valencia.
Colombia, Skla, 1982. 306pp. Colección Clásicos.
2
Ibid., p. 12
3
Ibid., p. 110
4
Ibid., p. 126
5
Ibid., p. 105
Álvarez Vázquez Isaac
llegar a las mismas conclusiones a través de razonamientos, pues es la razón igualmente distribuida por

naturaleza, debido a que cada cual está conforme con la parte que le ha tocado.

Estas dos potencialidades son susceptibles de ser actualizadas en este estado de naturaleza, si y

sólo si hay escasez en los objetos a lo que todos tienden para preservarse a sí mismos. En este punto

entramos en el incansable juego de la naturaleza, esa aberrante posibilidad llamada “guerra de todos

contra todos”, en la que la competencia, la desconfianza y la gloria se siguen por necesidad una de otra.

La primera es inevitable y desencadena a las otras dos, pues al ser todos iguales y necesitar lo mismo

para sobrevivir, se lucha con el otro por las mismas cosas, pero una vez que se tienen, no se puede

confiar en nadie que desee lo mismo, son de uno mientras se puedan conservar y para lograrlo se ha de

ser lo suficientemente temido ante los demás.

En esta guerra de todos contra todos, se desata, de manera mecánica, la voluntad o disposición de

guerra; aquí está implícito que una vez que se garantice un Estado, como poder coercitivo, no sólo

seremos dueños de cosas, inicio de la propiedad privada, también seremos dueños de nosotros mismos y

de nuestros actos, mientras que en esta situación todo se vale y por esto cesa toda actividad que tienda al

desarrollo común del humano, debido a que no hay “oportunidad para la industria, ya que su fruto es

incierto […], ni conocimiento […], ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad […], la vida

del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”6, además se vive con miedo a una muerte

violenta.

Este estado ha de ser el más aberrante para una consciencia progresista que eleva la razón y

descarta la posibilidad de un orden moral inherente “al cuerpo [o al] espíritu”7, no hay Justicia, sino

justicia, pues si se aceptase la primera, no podría ser necesario un orden coercitivo basado en la razón.

De aquí que se siga con necesidad que la moral no es más que un contrato, convención, cese al fuego, al

6
Ibid., p. 108
7
Ibid., p. 110
Álvarez Vázquez Isaac
ceder derechos, entre iguales; aquí, las personas ya pueden ser acusadas de sus actos, la culpa ya es del

individuo, ya comienza la justicia y la injusticia. Siguiendo esta visión de progreso, resulta

imprescindible mencionar que el autor considera que esta misma Naturaleza nos muestra la posibilidad,

a través ciertos dictados de la razón, de abandonar sus dominios, de emanciparnos y tomar las riendas de

nuestro destino, generando así, una aparente disociación con ella, un momento histórico en el que las

cosas puedan pertenecernos, aunque la culpa de la totalidad de las malas acciones recaiga en el individuo

como ser plenamente racional.

Como producto o posible camino de la misma Naturaleza, que lleva a cada creatura a su propia

perfección (y el supuesto es que la nuestra es ser entes racionales), se dan a través del ente humano, “en

parte por sus pasiones, en parte por su razón”8, ciertas leyes eternas. La razón es el medio por el que se

dictan estos eternos mandatos de la naturaleza, que o bien pueden ser impulso para emanciparse de ella o

ser consejos para permanecer en ella por más tiempo; la primera opción se da, sólo si hay seguridad de

por medio, si no, intentar realizarlas a voluntad (esto es, aun con miedo), es no seguir la segunda opción

y convertirse en carnada de los demás. Estas leyes se vuelven necesarias ya sea para escapar de este

estado de guerra, o para sobrevivir en él o para perpetuar, naturalizar y justificar el orden Estatal, una

vez se ceden los derechos de la mayoría a todo.

El estado de naturaleza postulado por Hobbs, como se vio, es un acontecimiento que se da de manera

necesaria, una vez que el orden coercitivo que controla la vida humana en cualquier sociedad, se cae;

aunque sea necesario que haya escasez en este estado, para entrar en una condición de guerra de todos

contra todos. Se trata de la totalidad del poder de la Naturaleza que vuelve hacia ella solamente, pues el

humano queda despojado de toda voluntad y se convierte en marioneta de sus impulsos y su razón;

aunque la misma Naturaleza abre el camino al humano para liberarse de sus dominios, a través de ciertos

mandatos eternos por medio de la misma razón, todo con el fin de mostrar la necesidad del Estado.

8
Ibid., p. 110

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