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Avances de tesis | David Blanco Cortina

HOBBES Y LA DESOBEDIENCIA CIVIL

Introducción

Parece ser lugar un común, al menos en contextos académicos colombianos, sostener que la
desobediencia según Hobbes es imposible. La soberanía absoluta que el inglés pretendía
fundamentar exige negar la posibilidad de que los súbditos desobedezcan. Esta posición,
expuesta sin matices, conlleva a omitir o restar valor a aquellos pasajes en los que Hobbes
abre el espacio para la desobediencia de los súbditos. En otros contextos se han tomado en
serio el problema que representa para la estructura del Leviatán (1651) el hecho de que los
súbditos tengan el camino abierto para la desobediencia de los mandatos del soberano. En
el capítulo 22, Hobbes afirma que “poder ilimitado es soberanía absoluta, y el soberano, en
todo Estado, es el representante absoluto de todos los súbditos”. Esta representación
absoluta implica a la sumisión de todos los que consintieron, mediante pacto, instituir un
poder soberano. Ese pacto resulta así inquebrantable: los súbditos no pueden, so pretexto de
infracción del soberano, liberarse de su sumisión por cuanto todos los actos que realiza el
soberano se hacen en nombre de los súbditos que representa. Esto es,

“[E]n virtud de la institución de un Estado, cada particular es autor de todo cuanto


hace el soberano, y, por consiguiente, quien se queja de injuria por parte del
soberano, protesta contra algo de que él mismo es autor, y de los que en definitiva
no debe acusar a nadie sino a sí mismo; ni a si mismo tampoco, porque hacerse
injuria a uno mismo es imposible. Es cierto que quienes tienen poder soberano
pueden cometer iniquidad, pero no injusticia o injuria” (capítulo 18).

No obstante lo anterior, de acuerdo Hobbes hay algunas cosas que los súbditos no pueden
ceder a través del pacto fundacional del Estado y, en tanto no pueden cedidos, los súbditos
cuenta con la libertad natural para hacer o actuar. El hombre no puede enajenar su derecho
a resistir a quien lo asalta para matarlo, lesionarlo, esclavizarlo o encarcelarlo, por ejemplo.
El derecho de protegerse a sí mismo es intransferible y cualquier pacto que estipule la
renuncia de tal derecho carece de validez (capítulo 14). En consecuencia, todo súbdito tiene
libertad para hacer aquellas cosas cuyo derecho no puede ser transferido. Así:

“Si el soberano ordena a un hombre (aunque justamente condenado) que se mate,


hiera o mutile a sí mismo, o que no resista a quienes le ataquen, o que se abstenga
del uso de alimentos, del aire, de la medicina o de cualquiera otra cosa, sin la cual
no puede vivir, ese hombre tiene libertad para desobedecer” (capítulo 21).

Pero entonces ¿en qué queda la soberanía absoluta? La sumisión al poder soberano
instituido es condicional, como todo pacto. Esto quiere decir que los súbditos obedecen,
renuncian a su libertad natural, a cambio de protección y paz. Cuando el soberano no puede
garantizarle el estado de cosas prometido, la obligación de obedecer cesa, pero no porque
los ciudadanos hayan recuperado un derecho cedido, sino porque siempre han retenido su
derecho a la autoprotección o autopreservación. Este derecho se mantiene latente, nunca se
pierde o se cede.
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La imposibilidad de renunciar a mi derecho de resistencia o autoprotección conlleva a la


paradoja del Leviatán. La soberanía no se extiende al ámbito de derechos irrenunciables de
los individuos, luego nunca es absoluta, tan solo parcial y condicional. Ese ámbito
inalienable de derechos implica la libertad de desobedecer de los súbditos. El referente
obligado para comprender esta presunta falla del Leviatán es Jean Hampton (1986). Esta
autora puso de presente que las dos ideas, el derecho intransferible de autoprotección o
resistencia y la soberanía absoluta, no pueden ir de la mano en total armonía: o se ceden
todos los derechos o la soberanía no podrá constituirse como absoluta.

El argumento de Hampton sobre la fisura en puede sintetizarse como sigue:

- Se requiere una soberanía absoluta para mantener la paz y la seguridad. Una


soberanía con la capacidad de decidir todas las cuestiones atinentes al Estado,
incluyendo la decisión de continuar detentando el poder.
- El individuo hobbesiano instituye el poder soberano para obedecer sus mandatos,
pero cuenta con la posibilidad de establecer cuándo el obedecimiento es la mejor vía
para favorecer sus intereses. De ahí se sigue que el individuo hobbesiano puede
determinar cuándo obedecer o no. Ello indica que el poder soberano no puede
decidir todas las cuestiones relacionadas con el Estado.
- Por tanto, son los individuos los que establece si poder soberano debe seguir o no en
la medida en que su continuidad dependen de que los súbditos estén prestos al
obedecimiento.
- Bajo esta comprensión, los individuos hobbesianos no pueden instituir un poder
soberano absoluto dado que no puede decidir sobre todos los aspectos del Estado.
En tal medida tampoco podría asegurar la paz y la seguridad (1999, pp. 54-55).

El problema que resalta esta lectura de Hobbes es si el Leviatán, como poder soberano
absoluto, es coherente con sus propios fundamentos o no. En esta primera parte intentaré
reconstruir algunas de las principales respuestas a esta cuestión, para luego avanzar en una
hipótesis explicativa acerca de la perplejidad que produce la desobediencia en Hobbes. En
un tercer momento, pretendo extraer de la discusión los primeros pincelazos sobre los
límites y alcances de la desobediencia civil en Hobbes.

1. Skinner: la teoría evolutiva de la libertad en Hobbes

La solución de Skinner (2010; 2006), quien asume el problema sin ninguna referencia a
Hampton, pasa por la noción de libertad y su evolución al interior de la obra política de
Hobbes. La tesis que pretende justificar es que la desobediencia admitida por Hobbes
responde a su intención de quitarle argumentos a los enemigos de la monarquía y
defensores de un gobierno popular, quienes durante el convulsionado siglo XVII inglés no
dejaban de recordar que la única libertad posible para los ciudadanos es la que se vive bajo
un régimen de gobierno popular. Pues bien, Hobbes reformuló la noción de libertad de tal
forma que fuese compatible con cualquier tipo o forma de gobierno.

En capítulo 14, Hobbes introduce la noción de libertad como ausencia de impedimentos


externos al movimiento. Luego, explicará en el capítulo 21 que un hombre libre es aquel
que puede hacer lo que desee sin que algo o alguien se lo impidan. Libertad es ausencia de
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oposición y se predica tanto de los cuerpos animados como de los inanimados. En cualquier
caso, un cuerpo libre es aquel que puede moverse sin obstáculos. Este concepto de libertad
introducido en el Leviatán difiere, según Skinner, con la presentación de la noción
efectuada en sus obras anteriores en dos aspectos fundamentales1.

En primer lugar, la libertad fue considerada, en un sentido jurídico, como ausencia


obligación. En segundo lugar, los impedimentos de actuar con libertad no sólo eran
externos, sino también internos. Es decir, la libertad se perdía tanto por la presencia de
algún obstáculo físico como por obstáculos que Hobbes denominó arbitrarios o internos.
Estos no impedían el movimiento, pero vencían la voluntad (p.ej. el temor a la muerte). El
sentido jurídico de la libertad le permitió a Hobbes en Elementos del derecho natural
(1640) y el De Cive (1642) que el ciudadano sometido a un cualquier forma de gobierno
carecía de libertad en tanto que siempre tenía la obligación política de obedecer al soberano
absoluto. Así, la condición de súbdito y la de siervo eran indistinguibles para Hobbes 2. La
única posibilidad de libertad en la sociedad civil es la que dejan los espacios no regulados
por el soberano. El silencio de la ley implica algo libertad para el ciudadano porque en esos
eventos no hay mandato que obedecer.

El segundo aspecto le permite a Hobbes describir cómo el temor a las consecuencias es un


factor decisivo a la hora de la obediencia de los individuos. Si los súbditos encuentran que
recibirán un bien mayor o un mal menor por quebrantar la ley, entonces no tendrán
miramientos en desobedecer. Pero si se les infunde el miedo necesario para que respeten los
mandatos soberanos, entonces los súbditos eliminaran por voluntad propia la posibilidad de
desobedecer3. Así se cancela por vía de impedimentos internos o arbitrarios la libertad de
los individuos para desobedecer. Lo que hace Hobbes en el Leviatán, según Skinner, es
corregir estos dos errores para poder replicar a sus críticos que:

“En las torres de la ciudad de Luca está inscrita, actualmente, en grandes caracteres,
la palabra LIBERTAS; sin embargo, nadie puede inferir de ello que un hombre
particular tenga más libertad o inmunidad, por sus servicios al Estado, en esa ciudad
que en Constantinopla. Tanto si el Estado es monárquico como si es popular, la
libertad es siempre la misma” (cap. 21).

¿Cómo llega a esa conclusión? ¿Cómo ajusta su teoría? Redefiniendo la libertad como
libertad de movimiento corporal y eliminando la categoría de impedimentos intrínsecos. Si
la libertad es solo ausencia de obstáculos para el movimiento, entonces mientras el súbdito
pueda moverse sin ninguna interferencia podrá decirse que es libre, bien sea que viva bajo
régimen demócrata o monárquico. Luego, un sistema de gobierno popular no implica
mayor que libertad que uno monárquico. Así como el agua dentro de un vaso se libera

1
Debe señalarse que en otras lecturas de Hobbes, como la de Pettit (2005), se sostiene la hipótesis contraria:
el concepto de libertad no tuvo mayores variaciones en la obra política de Hobbes.
2
Hobbes afirma que “[t]he subjection of them who institute a commonwealth amongst themselves, is no less
absolute, than the subjection of servants” (Elements, cap. 23-9).
3
En el De Cive “[i]t is of it selfe manifest, that the actions of men proceed from the will, and the will from
hope, and feare, insomuch as when they shall see a greater good, or lesse evill, likely to happen to them by the
breach, than observation of the Lawes, they'l wittingly violate them” (cap. 5-1)
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cuando se rompe el vaso, sucede que el hombre es libre siempre que pueda moverse sin
obstáculos.

La eliminación de la segunda categoría de impedimentos permite a Hobbes sostener que


miedo y libertad son coherentes (cap. 21). Es decir, que el Estado podrá infundir temor
como una de las formas de asegurar la obediencia de los súbditos, pero de allí no se sigue
que los hombres no sean libres de desobedecer. La acción realizada u omitida por miedo es
una acción libre en tanto el miedo ya no cancela la voluntad, sino que la promueve. Tanto
el miedo como la esperanza son estímulos para la acción voluntaria y, por tanto, para la
acción libre. Con ello, de nuevo, Hobbes podrá responder a los críticos de la monarquía que
el temor que alimenta el poder soberano no disminuye la libertad de los ciudadanos. Esto le
permite concluir a Skinner que:

“Es posible vivir como hombres libres estando, al mismo tiempo, sometidos a un
soberano absoluto: la razón radica, simplemente, en que, como Hobbes proclama
ahora, ‘el temor y la libertad son compatibles’ [cita omitida]. Nunca nos vemos
físicamente impedidos de desobedecer lo que mandan las leyes, de lo que se infiere
que siempre somos completamente libres de elegir si obedeceremos o
desobedeceremos” (2010, p. 134 –énfasis agregado).

Para Skinner lo que antes, en Elementos y De Cive, era una cuestión excepcional, a saber:
que la libertad natural se mantiene intacta cuando se trata del derecho de autopreservación o
resistencia; en el Leviatán se convierte en la regla general. Los individuos cuentan siempre
con la libertad física de desobedecer. Ello llevaría a pensar que para Skinner la posibilidad
de desobediencia no representa ningún problema para el Leviatán ni se trata de una
incoherencia o falla en el planteamiento hobbesiano. Todo lo contrario, en el marco de las
discusiones en las que participaba Hobbes, su concepción del poder político resulta
coherente con sus intenciones.

Ahora bien, cabría objetar que Skinner no asume el problema de fondo: la desobediencia de
los mandatos soberanos implicaría la inestabilidad de la institución soberana. Esto es, la
desobediencia mina el poder en tanto que todas las cuestiones del Estado, para decirlo con
Hampton, no son resueltas por el soberano, sino por los individuos quienes deciden que les
resulta más conveniente obedecer o desobedecer. Una alternativa de respuesta es que se
tratarían de dos problemas distintos: la posibilidad de desobediencia y la estabilidad del
régimen. Lo primero no daría al traste con lo segundo. Pero esta alternativa, creo, debería
introducir una diferencia entre libertad física y libertad civil en Hobbes. Pero Skinner niega
de modo rotundo esta opción. La tesis básica de Hobbes se mantiene imperturbable:

“[N]unca dejamos de disponer de nuestra libertad natural para elegir obedecer o


desobedecer las leyes. Este es el punto clave sobre el que regresa y que finalmente
resume en términos su distinción fundamental entre naturaleza y artificio. Las
ataduras de la ley que nos ligan a la obediencia civil no son más que ‘cadenas
artificiales’ que, para impedirnos actuar como más nos place, no disponen de mayor
fuerza que la proveniente de ‘su propia naturaleza’. […]
[L]as ataduras de la ley no tiene fuerza suficiente para sujetarnos al puntos de que
pueda considerarse que estamos genuinamente (por oposición a metafóricamente)
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atados o encadenados y, por ende, genuinamente privados de nuestra libertad en el


sentido propio del término. En todo momento conservamos la libertad de violar las
leyes y de incumplir nuestros pactos” (2010, pp. 140-141 –el énfasis es mío).

Skinner insiste: la respuesta de Hobbes a los defensores del gobierno popular guarda total
coherencia consigo misma. La libertad que se respira bajo un gobierno monárquico es la
misma con la que se vive bajo un sistema democrático. Y las preguntas persisten: ¿esa
posibilidad de desobediencia mina el pacto político al punto de dar al traste con el poder
soberano? ¿El poder absoluto no es necesario para garantizar la paz y la seguridad?
¿Hobbes está abogando por una soberanía absoluta? En caso positivo, ¿en qué consiste?
Hobbes se pregunta al cierre del capítulo 21 cuándo cesa la obligación política respecto de
sus soberanos y responde de inmediato:

“La obligación de los súbditos con respecto al soberano se comprende que no ha de


durar ni más ni menos que lo que dure el poder mediante el cual tiene capacidad
para protegerlos. En efecto, el derecho que los hombres tienen, por naturaleza, a
protegerse a sí mismos, cuando ninguno puede protegerlos, no puede ser renunciado
por ningún pacto. La soberanía es el alma del Estado, y una vez que se separa del
cuerpo los miembros ya no reciben movimiento de ella. El fin de la obediencia es la
protección, y cuando un hombre la ve, sea en su propia espada o en la de otro, por
naturaleza sitúa allí su obediencia, y su propósito de conservarla. Y aunque la
soberanía, en la intención de quienes la hacen, sea inmortal, no sólo está sujeta, por
su propia naturaleza, a una muerte violenta, a causa de una guerra con el extranjero,
sino que por la ignorancia y pasiones de los hombres tiene en sí, desde el momento
de su institución, muchas semillas de mortalidad natural, por las discordias
intestinas” (énfasis añadido).

Para Skinner no cabe duda. El poder del soberano es un pacto y como tal se rompe cuando
una de las partes no recibe lo prometido. La soberanía aunque tenga la intención de ser
inmortal, puede morir o por guerras con otros Estados o por las discordias internas. La
desobediencia civil conduce a esta última posibilidad. Quizá sea el planteamiento de
Hampton el que padece de un error interno: la soberanía del Leviatán no es absoluta o lo es
en un sentido restringido: solo mientras haya protección, puede pretenderse absoluta. Pero
la cuestión sigue siendo ¿quién decide si hay o no protección? Todo parecería indicar que
los mismos súbditos y ello legitimaría la desobediencia. Veamos otras alternativas al
problema propuesto por Hampton.

2. Elijah Weber: autopreservación y soberanía absoluta en Hobbes

Weber (2012) encara el fallo hobbesiano planteado por Hampton y, en principio, reconoce
que el hecho de que los sujetos en el Leviatán puedan retener su derecho a la
autopreservación supone un problema para el argumento más general de Hobbes que indica
que solo la soberanía absoluta puede garantizar la paz. Este derecho implicaría que los
individuos, con base en su propio juicio sobre lo que más favorece su supervivencia,
pueden decidir desobedecer los mandatos soberanos. Según Weber, la salida al problema no
puede consistir en reinterpretar la psicología hobbesiana, se requiere una explicación sobre
cómo el derecho de autopreservación es compatible con la autoridad del soberano absoluto
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(2012, p. 234). Para ello se dispone a afrontar dos cuestiones: i) la desobediencia individual
o, como los llama el autor, actos individuales de rebelión y ii) la desobediencia colectiva o
generalizada (widespread rebellion)4.

Baumgold (1988, citado por Weber) había sostenido que Hobbes admitía e, incluso,
excusaba los actos de desobediencia individuales porque eran intrascendentes a nivel
político. Es decir, no ponían en peligro la estabilidad del poder soberano y, por tanto,
resultaban insignificantes para la autoridad. Weber (2012) parece estar de acuerdo en que
los actos individuales de desobediencia no tienen la vocación de menoscabar el poder
soberano, pero en desacuerdo con la idea de que sean excusables o banales per se. Lo que
sucede, según Weber, es que estos actos se enmarcan en la concepción particular de justicia
hobbesiana y el poder soberano en dichos casos sólo actúa para castigar una vez se ha
efectuado la desobediencia. Esta tesis se fundan en dos aspectos de la filosofía política
hobbesiana: el concepto de justicia y la comprensión de los derechos. Hobbes define la
justicia en los siguientes términos:

“Qué es justicia, e injusticia. En esta ley de naturaleza consiste la fuente y origen de


la JUSTICIA. En efecto, donde no ha existido un pacto, no se ha transferido ningún
derecho, y todos los hombres tienen derecho a todas las cosas: por tanto, ninguna
acción puede ser injusta. Pero cuando se ha hecho un pacto, romperlo es injusto. La
definición de INJUSTICIA no es otra sino ésta: el incumplimiento de un pacto. En
consecuencia, lo que no es injusto es justo” (cap. 15).

Bajo esa lógica, los actos de desobediencia individual no son injustos en tanto que el
derecho de autopreservación no se transfiere con el pacto, pero eso no lo hace excusable. El
derecho de autopreservación es concebido como una libertad, la libertad de hacer lo
necesario para la conservación de la propia vida, tal como lo definiera Hobbes en el
capítulo 14. Esta forma de concebirlo implica para el soberano una obligación de no-hacer,
de no interferir con la libertad de movimiento de los individuos. Pero este deber del
soberano solo consiste en no coartar la libertad de desobedecer, antes de que el sujeto, en
efecto, desobedezca (Weber, 2012, p. 237). En este sentido, el planteamiento hobbesiano es
coherente: la libertad individual de desobedecer cabe dentro del Leviatán, pero no está
exenta de castigo y además este castigo no puede ser calificado de injusto.

Como habíamos visto arriba, para Hobbes el poder soberano nunca comete injusticia o
injuria. A lo sumo puede ser acusado de “iniquidad”. Su fin último es cumplir el pacto por
el que fue instituido, esto es, asegurar la paz. En consecuencia, si un acto de desobediencia
pone en peligro o amenaza el fin del Estado, entonces éste debe disponer toda su fuerza
para castigarlo. Ambos actos, la desobediencia y su castigo, son justos en tanto que cada
uno responde a sus propios fines. El primero a la conservación de vida, derecho al que no
se renuncia con el pacto, y el segundo a garantizar que los súbditos vivan en paz, por lo que
fue instituido.

Ello explica porque el castigo de la desobediencia es tan justo como justo es el mismo acto
de desobedecer y porque ambos caben en el Leviatán, aunque suene a paradoja. Pero es

4
Weber parece asimilar o tratar como sinónimos “desobediencia” y “rebelión”.
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solo cuando estos actos de desobediencia individuales son persuasivos que la autoridad
soberana puede verse menoscabada. Esto conllevaría a actos colectivos de desobediencia.
La desobediencia individual amenaza la soberanía, pero no la debilita (Weber, 2012, p.
240)5.

La desobediencia colectiva puede minar el poder soberano, pero de ahí no se sigue que los
súbditos tengan en sus manos la decisión de determinar si la autoridad continúa ostentando
el poder o no, como señala Hampton. Para Weber se trata de dos cuestiones de diferente
orden: una cosa es que la desobediencia extendida es suficiente para socavar o debilitar la
autoridad soberana y otra distinta es que los individuos cuenten con poder para determinar
hasta cuándo debe durar la autoridad soberana. La continuidad de la soberanía es una
cuestión de facto, un hecho del mundo (apparent fact about the world) y no corresponde a
ningún tipo de decisión. El hecho de que el poder no pueda imponer castigos a sus súbditos
indica que no es ya más soberano, pero ello no implica que los súbditos desobedientes
puedan decidir el destino o la permanencia en el tiempo de la soberanía. El argumento que
propone Weber es como sigue:

1. Si un número significativo de sujetos desobedecen los mandatos soberanos,


entonces la autoridad soberana es efectivamente debilitada.
2. Si un número suficiente de individuos deciden que obedecer los mandatos
soberanos no es el mejor modo de asegurar sus propios intereses, entonces tienen la
libertad de desobedecer al poder soberano.
3. La decisión de desobedecer no es idéntica a la decisión de que la autoridad soberana
no deba continuar regentando el poder.
4. Por tanto, si un grupo significativo decide no obedecer los mandatos del soberano,
entonces la autoridad soberana se ve debilitada.
5. Pero lo anterior no significa que la continuidad en el poder de la autoridad soberana
dependa o corresponda a la decisión de desobedecer de un grupo suficiente de
individuos (Weber, 2012, pp. 240-241).

La distinción entre estas dos decisiones resulta muy sutil, tanto que puede sonar artificial.
El respaldo de Weber consiste en que el hecho de que la mayoría obedezca las órdenes
soberanas no nos lleva a decir que la mayoría tenga la potestad para decidir si la autoridad
soberana continua o no. Asimismo, la decisión de desobedecer de un grupo significativo de
personas no nos autoriza para inferir de allí que la continuidad del poder soberano depende
de lo que decida un grupo numeroso de individuos. Esa decisión, en Hobbes, no
corresponde a los súbditos y, aún más, tampoco responde a una decisión. Se trata de un
hecho. El error de Hampton estaría en confundir estas dos cosas.

Además, sostiene Weber que la decisión de desobedecer puede estar restringida a ciertos
mandatos soberanos. Es la misma diferencia que hay entre el desobediente civil y el
anarquista, similar a la que establece Arendt (1998) entre el desobediente y el militante. El
primero reconoce la legitimidad de la autoridad soberana, pero no la justicia de algunos de
5
En palabras de Weber: “Not only is a consistent reading of Hobbes's account of self-interested disobedience
possible, there is little reason to think that such disobedience necessarily threatens the sovereign's absolute
authority because the sovereign can legitimately punish such actions. It is only when self-interested
disobedience becomes pervasive that the sovereign's authority is effectively undermined”.
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sus mandatos, los cuales pretende cambiar y el segundo no reconoce la validez ni de lo uno
ni de lo otro, por el contrario, pretende transformarlo todo. El primero es un reformista, el
segundo un revolucionario. Pero ¿cómo encaja esta distinción en el esquema hobbesiano?
Weber no dice nada al respecto. De hecho, es curioso que Hobbes no aparezca por ningún
lado mientras Weber desarrolla este argumento. En cualquier caso, el punto fuerte de
Weber es que “el poder de la ‘gente’ no puede ser yuxtapuesto al poder de la soberanía, ya
que se trata de la misma cosa en el Estado hobbesiano” (2012, p. 244) 6. Ello significa, una
vez más, que la desobediencia colectiva no implica una decisión sobre la continuidad del
poder soberano.

Ahora bien, Weber introduce un giro adicional más interesante aún, lo que pudiésemos
llamar una reformulación a la concepción del poder soberano absoluto, esto es, una
caracterización algo contra-intuituva de lo que debe ser un poder absoluto, pero que pudiese
ser una vía de solución al problema planteado por Hampton. Lo absoluto no necesita tener
poder sobre todas las cosas, sino solo sobre aquellas que le atañen. Así, no habría ninguna
contradicción en reconocer que la desobediencia generalizada puede debilitar el estado y
mantener al mismo tiempo que soberanía debe ser absoluta para asegurar la paz:

“[T]here is no inconsistency in acknowledging that the sovereign's authority is


undermined when a sufficient number of individuals decide to disobey the
sovereign's commands and maintaining that the sovereign must have absolute power
in order to secure peace. The sovereign has authority over everything in the
Commonwealth that is a governable matter of the state, but not over matters of the
state over which no one has authority. If authority over some matter of state lies in
no one's hands, it is not something that an absolute sovereign must have authority
over in order to be considered absolute. Much like an omnipotent deity need not be
able to do things that are impossible in order to be omnipotent, an absolute
sovereign need not have power over things that no one has power over to be
absolute” (2012, pp. 244-245).

Si Hobbes admitiese una soberanía absoluta de este tipo, que por demás no debería ser
denominada “absoluta”, entonces el problema estaría casi resuelto. Pero “lo absoluto” en
estos términos sería muy limitado: un Estado absoluto es un Estado dedicado sólo a sus
asuntos, a las cuestiones de Estado. La perspectiva resulta prometedora, pero habría que
considerar que tan pequeño –o que tan grande- debe ser el Estado para Hobbes, asumiendo
que su tamaño depende de los asuntos sometidos a su competencia.

3. Susane Sreedhar: la resistencia hobbesiana

El fallo de la interpretación estándar de Hobbes.


Tres principios que aseguran la coherencia: el principio de las expectativas razonables, el
principio de la fidelidad al contrato y el principio de necesidad
6
“It clearly does not lie with any one individual, since no single subject is responsible for deposing the
sovereign. But it cannot lie with the people either, since the only sense in which the people in the Hobbesian
Commonwealth are a unified entity is in the embodiment of the sovereign. The power of "the people" cannot
be juxtaposed with the power of the sovereign, since these amount to the same thing in the Hobbesian”.
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