Está en la página 1de 25

Las claves de la historia de El Salvador

Carlos Gregorio López Bernal

En El Salvador. Historia contemporánea, 1808-2010,


(Ed.) Carlos Gregorio López Bernal, 27-52. San
Salvador: Fundación Mapfre / Editorial
Universitaria, Universidad de El Salvador, 2015.

El Salvador emergió a la vida independiente en condiciones


particulares. El país está situado en una zona geográfica-
mente privilegiada para ser punto de encuentro con el
mundo, pero no tiene costas en el Atlántico. En el siglo XIX
esta condición era una gran desventaja que reducía sus po-
sibilidades de desarrollo económico, al menos durante la
primera mitad de la centuria. Esa limitación se superó; y
gracias al ferrocarril y el canal en Panamá, el país pudo ex-
portar de manera más rápida y barata, de tal manera que su
vinculación con el mundo se intensificó.
Otros condicionantes fueron más difíciles de manejar. El
territorio es de alta sismicidad y ha sido abatido por terre-
motos en múltiples ocasiones; la capital, situada en una re-
gión altamente vulnerable, ha debido reconstruirse varias
veces. Y aunque no está de lleno en la zona de huracanes,
cuando estos lo alcanzan pueden ser altamente destructi-
vos. El territorio no tiene mayores recursos mineros, y aun-
que cuenta con riqueza marina, esta ha sido muy poco ex-
plotada; sus habitantes nunca desarrollaron una vocación
marítima. Estos inconvenientes son compensados por las
bondades del clima y la feracidad de sus tierras de origen

27
volcánico; no es extraño entonces que la agricultura haya
sido muy importante desde épocas remotas. Quizá esto ex-
plique, al menos en parte, la alta densidad poblacional de
ese territorio, ya evidente desde el periodo precolombino.
La pequeñez territorial parecía favorecer una temprana
y efectiva integración territorial, pero no fue así. El desa-
rrollo territorial fue desigual; el auge y decadencia de de-
terminados cultivos de exportación marcaron el desarrollo
de ciertas regiones y el atraso de otras. Hasta bien entrado
el siglo XX, la franja costera y las cordilleras del norte eran
territorios poco poblados, con limitadas opciones de creci-
miento económico y con altos déficits de cobertura de ser-
vicios básicos, una tendencia que solo comenzó a revertirse
en la década de 1990.
Ser el país más pequeño de Centroamérica, el más den-
samente poblado y con una posición geográfica poco favo-
recida —en una región que no logra escapar a los determi-
nantes asociados a su condición ístmica—, ha marcado su
evolución histórica. Desde un primer momento quedó claro
que tierra y población eran el principal recurso disponible,
y así fue hasta la guerra civil de la década de 1980. En las
últimas tres décadas, el decaimiento de la agricultura, la
creciente urbanización, que ha invertido los tradicionales
patrones de poblamiento, y la intensa emigración han deja-
do la tierra en segundo término y colocado al recurso hu-
mano en primer plano.
Quizá por su pequeñez y posición geográfica, y a dife-
rencia del resto de la región, en el siglo XIX El Salvador se
mantuvo bastante alejado de las ambiciones geopolíticas y
económicas de las grandes potencias. Pero en la segunda
mitad del XX cayó fatalmente en la órbita de influencia de

28 Las claves de la historia de El Salvador


los Estados Unidos: primero se convirtió en una pieza esen-
cial de la Guerra Fría en la región y luego se vinculó inten-
samente con el país del norte por la emigración de millones
de salvadoreños que buscaron allá la seguridad y las opor-
tunidades que no encontraban en su tierra natal. El cre-
ciente flujo de remesas y la mejora de la calidad de vida de
emigrantes exitosos son la cara positiva de ese proceso; la
desintegración familiar y proliferación de pandillas debido a
la deportación son la faceta más negativa y trágica de esos
cambios.

De la utopía unionista al Estado nacional

La independencia de España llegó a Centroamérica sin que


esta se hubiera esforzado mucho por lograrla; es más, hubo
que hacerla porque de lo contrario se corría el riesgo de
que fuera impuesta desde México, o la asumieran los secto-
res populares, dándole un radicalismo peligroso para los in-
tereses de las elites provinciales. Las peculiaridades del he-
cho independentista quedaron claramente plasmadas en el
Acta de Independencia firmada el 15 de septiembre de
1821. Esta denotaba un tono claramente preventivo, ya que
se declaraba la independencia para «para prevenir las
consecuencias, que serían temibles en el caso de que la
proclamase de hecho el mismo pueblo»; igualmente había
una pretensión de continuidad en el ejercicio del poder po-
lítico —«Que entre tanto, no haciéndose novedad entre
las autoridades establecidas, sigan éstas ejerciendo sus
atribuciones respectivas»—; pero, de modo más sugerente
y preocupante, se mostraba poca claridad sobre el rumbo a

Carlos Gregorio López Bernal 29


seguir en cuanto a forma de gobierno; se convocaría a un
Congreso para «decidir el punto de Independencia general
absoluta, y fijar, en caso de acordarla, la forma de Gobierno
y Ley fundamental que debe regir».
Los términos del acta de independencia no auguraban
transformaciones dramáticas, pero una vez roto el vínculo
con la monarquía, Centroamérica se encontró inmersa en
una serie de situaciones políticas que trastocaron la estabi-
lidad que hasta entonces había gozado. La elite salvadoreña
tuvo un alto protagonismo en el proceso de declaración de
independencia; sin arriesgarse demasiado y manteniendo
prudente distancia de posiciones más radicales, cuando
hubo oportunidad optó por la independencia, que en su
caso implicaba romper con la monarquía española, pero
también con el dominio económico y político ejercido por
Guatemala. En el fondo, era más importante lo segundo
que lo primero: España estaba muy lejos y se hacía sentir
poco y pausadamente, Guatemala estaba muy cerca y sus
acciones golpeaban fuerte y de inmediato. Y es que desde
hacía décadas los productores de añil resentían que los co-
merciantes guatemaltecos les sacaban mucha ventaja, fi-
nanciando y comercializando su producción de tinte; de
igual manera, a San Salvador le incomodaba estar sometido
a la diócesis de Guatemala, cuando su población y recursos
justificaban tener un obispado propio.
Ya desde los albores de la vida republicana la sociedad
salvadoreña manifestaba ciertos rasgos que la distinguían del
resto de la región y la oponían a Guatemala. El Salvador era
el Estado más densamente poblado y con una temprana ten-
dencia al mestizaje. Su economía se mostraba dinámica y
presta a aprovechar las oportunidades que el mercado inter-

30 Las claves de la historia de El Salvador


nacional ofreciera, como efectivamente ya había sucedido
con el cacao y el añil. Su pequeñez territorial aún no era vista
como un problema, aunque el país se resentía de la falta de
costas en el Atlántico, para entonces la principal ruta comer-
cial hacia Europa y el este de los Estados Unidos.
Igualmente, ya era evidente el poder y la habilidad polí-
tica de la elite blanca ubicada en las tres ciudades más im-
portantes, principalmente en San Salvador. Sin haberse
comprometido excesivamente con la causa independentis-
ta, dicha elite logró afianzar el poder cuando la indepen-
dencia se consumó; distanciándose convenientemente de
los radicalismos populares, se dio a la tarea de gobernar y
construir un Estado a la medida de sus gustos y necesida-
des. Este proceso pasó por dos momentos; en el primero,
las recién independizadas provincias del Reino de Guate-
mala intentaron mantenerse unidas bajo un pacto federal,
pero cuando la Federación fracasó, cada provincia constru-
yó un Estado nacional.
La Federación fue víctima de la inexperiencia política,
de las ambiciones y disputas entre las elites provinciales y
de la debilidad del Ejecutivo para colectar impuestos y ma-
nejar el ejército, condición así establecida en la constitu-
ción para evitar abusos centralistas. Cuando los conflictos
se desbordaron, estalló la guerra civil, que desangró a la re-
gión centroamericana. El Salvador estuvo en el centro de
las confrontaciones, a menudo directamente involucrado,
otras veces simplemente porque su posición geográfica lo
convertía en punto de encuentro de los ejércitos en lucha.
En vez de dedicar sus energías a empujar y consolidar
un proyecto nacional, los primeros gobernantes de Centro-
américa debieron enfrentar la ingrata tarea de neutralizar

Carlos Gregorio López Bernal 31


las tendencias disgregantes preexistentes. Paradójicamen-
te, esa tarea solo podía ser asumida por Guatemala o San
Salvador, cunas de los recelos. Sin embargo, ninguno de los
dos pudo imponerse y los años de la Federación se consu-
mieron en constantes e infructuosos conflictos. Guatemala
tenía el antecedente de su dominio colonial, que generaba
desconfianzas hasta cierto punto válidas. No obstante su
crecimiento económico, su densidad poblacional y el empu-
je de la elite local, El Salvador nunca estuvo en capacidad
de anular el poderío económico y político guatemalteco.
Ambos estados se desgastaron en una cadena de conflictos
que desangraron la región y condenaron al fracaso el pro-
yecto federal.
El Salvador pagó un alto costo por la debacle federal.
John Baily, un viajero inglés que recorrió Centroamérica en
la década de 1840, no dudó en afirmar que el país poseía
condiciones para prosperar, pero estaba postrado: «Pocas
partes de Centroamérica han sufrido más los efectos de la
discordia civil. Grandes extensiones de tierra han dejado de
cultivarse, propiedades valiosas están en ruinas». Quizá sin
proponérselo, Baily apuntaba a una salida: «Unos pocos
años de paz ininterrumpida podrían permitir al Estado le-
vantarse de su depresión (…) y alcanzar un alto grado de
prosperidad».
El colapso de la Federación no significó el fin de los con-
flictos bélicos, pero los interludios de paz, y sobre todo al-
gunos cambios externos favorables, coadyuvaron a una re-
cuperación de la economía y a sentar las bases del Estado
nacional. Costa Rica, que se había mantenido conveniente-
mente al margen de la espiral de violencia que golpeaba a la
región, había encontrado en el café la clave para salir de su

32 Las claves de la historia de El Salvador


pobreza; El Salvador intentaba emularla, legislando para
estimular nuevos cultivos, pero su posición geográfica difi-
cultaba la exportación del grano. La construcción del ferro-
carril en Panamá (1855) hizo viable el cultivo del café, en
tanto acortó la duración de los viajes y bajó significativa-
mente los costos. Los beneficios de estos cambios, aunados
a la relativa estabilidad política de la década de 1860, per-
mitieron el desarrollo de la caficultura. En las siguientes
tres décadas la economía salvadoreña tendría dos pilares:
añil y café, el primero en declive, pero aún rentable, y el
segundo en franco ascenso.
Pero el desarrollo de la economía requería la acción de
las elites dirigentes a través del Estado. La tierra era abun-
dante, pero su acceso estaba constreñido por diversas for-
mas de propiedad; inicialmente se vendieron a particulares
las tierras nacionales, y a inicios de la década de 1880 se
extinguieron las tierras ejidales y comunales, con lo cual es-
tas pasaron a manos privadas y entraron al mercado. Desde
la colonia, ejidos y tierras comunales habían sido usados
por vecinos de los pueblos e indígenas, pero la privatización
abrió las puertas para que a la larga perdieran las tierras
por no tener los recursos como crédito y educación, muy
necesarios para competir en el mercado.
Asimismo, se legisló para aumentar la oferta de mano de
obra, castigando la «vagancia» y obligando a todo hombre y
mujer mayor de quince años a demostrar una ocupación u
oficio; de no hacerlo, las autoridades podían entregarlos a
quien los necesitara, sin preocuparse mucho de derechos,
paga y condiciones de trabajo. También se construyó una
mínima pero funcional infraestructura que favoreció a la
agricultura y el comercio, y que además le daba al país un

Carlos Gregorio López Bernal 33


aura de progreso y modernidad que satisfacía sobremanera
a la elite gobernante.
Fue también durante esos años cuando en San Salvador
se construyeron importantes edificios públicos y plazas que
aún hoy son parte central del paisaje urbano; por ejemplo,
el Palacio Nacional, el Teatro Nacional, la Plaza Morazán, la
Plaza Libertad, el Campo de Marte, entre otros. Para inicios
del siglo XX, infraestructura y paisaje urbano daban una
imagen de modernidad y progreso que satisfacía amplia-
mente a las clases dirigentes y aun a los grupos subalternos
urbanos —como los artesanos—, impresión compartida por
los viajeros de la época.
Añil y café proveyeron la base económica con la que se
construyó el Estado salvadoreño; el tinte decayó definitiva-
mente a finales del XIX, pero el café se mantuvo como prin-
cipal producto de exportación hasta la década de 1970. En
cierto modo, añil y café también modelaron la sociedad en
la medida en que la economía crecía y había más recursos
disponibles, las diferencias sociales aumentaban. El tinte y
el «grano de oro» fueron el primer escalón de un proceso
de diferenciación social que se acentuó en el siglo XX a tra-
vés del comercio, la banca y la industria.
Como era común en el siglo XIX, el Estado salvadoreño
captaba los recursos económicos que requería para finan-
ciar su actuación a partir de una estructura fiscal regresi-
va. Se gravaba principalmente el consumo, mediante im-
puestos a las importaciones y la renta de licores; no se
cobraban impuestos a las exportaciones y las rentas, o se
cobraba muy poco. Esta tendencia dio lugar a que los gru-
pos económicos dominantes prácticamente se acostum-
braran a no pagar impuestos, o a pagar lo mínimo, una

34 Las claves de la historia de El Salvador


tendencia que se prolongó al siglo XX y se mantiene hasta
la actualidad.
La expansión de la agricultura de exportación favoreció
la intensificación de intercambios con el exterior, incluyendo
el ámbito de la cultura y las ideas. Aunque en buena parte de
la población persistía un imaginario social tradicional en el
que la religión católica y las tradiciones indígenas pesaban
mucho, al menos entre las elites económicas e ilustradas se
estaban dando cambios que tendrían fuerte impacto en la so-
ciedad. Versiones «tropicalizadas» del liberalismo, positivis-
mo y un cierto «darwinismo social» orientaban y simultánea-
mente justificaban los cambios que se impulsaban. Una
relativa expansión de los medios impresos —periódicos, re-
vistas y en menor medida libros— permitían la circulación de
nuevas ideas. Universidad, academias, teatro, tertulias, fies-
tas y otros espacios de interacción social estimulaban la so-
ciabilidad y facilitaban acercamientos entre gobernantes, in-
telectuales e incluso artesanos.
Las crónicas de la época dan la impresión de una socie-
dad dinámica que permitía la interacción de conspicuos re-
presentantes de sectores sociales diferentes que compar-
tían un ideario liberal y progresista, sin que las barreras
sociales bloquearan demasiado las posibilidades de convi-
vencia social. Si la mirada se restringía al espacio urbano, la
realidad parecía confirmar tan optimista imagen. Diferente
era la situación en el campo, en donde el progreso no en-
contraba asidero, el ritmo de los cambios era más lento y
los prejuicios sociales más intensos. Algunos intelectuales
eran conscientes de ello. Hacia 1883, Francisco E. Galindo
escribía: «Frente a nuestra casa cómoda y elegante el indio
protesta en nombre de sus antepasados, levantando su ran-

Carlos Gregorio López Bernal 35


cho pajizo con una sala única que es a la vez locutorio, alco-
ba, cocina, despensa y con una sola puerta de entrada y
otra de salida; nuestras elegantes damas se visten a la euro-
pea, la ladina se engalana con la fantasía de una andaluza, y
la india sigue vistiendo un refajo azul». Galindo no solo con-
trastaba pasado y presente; sin proponérselo también deja-
ba ver la oposición entre la opulencia de unos y la miseria
de otros.
El desarrollo del país y el crecimiento de la economía
implicaron también un aumento de la diferenciación social.
Las tensiones aumentaban según se ampliaban las brechas
sociales. El Estado, en lugar de mediar, fungía más bien
como garante de los intereses de los poderosos, con lo que
las posibilidades de conflictividad aumentaban. Se pueden
citar múltiples ejemplos al respecto:; la independencia po-
tenció las contradicciones entre indígenas y ladinos (mesti-
zos); cincuenta años después de las reformas liberales del
último cuarto del XIX, la distancia socio-económica entre los
cafetaleros y campesinos y jornaleros empujaba a los últi-
mos a emigrar a las ciudades en busca de las oportunidades
que el campo les negaba. La crisis económica de 1929 mos-
tró cuán vulnerable era la economía a la dependencia exce-
siva del café: cuando los precios del grano se derrumbaron,
el país los siguió. Con la miseria cebándose en los más vulne-
rables, las prédicas de los agitadores de izquierda encontra-
ron temprano eco en el campo y en los suburbios urbanos,
provocando un levantamiento en 1932 que fue reprimido im-
placablemente.
Esta represión del año 32 se impuso como la salida fácil
a los problemas nacionales. De allí en adelante, con pocas
excepciones, los dirigentes del país —una insana mezcla de

36 Las claves de la historia de El Salvador


poder militar y poder económico— conjuraron cualquier
amenaza al status quo, real o imaginada, mediante la repre-
sión y un estricto control social. Pero el recurso no podía
funcionar por siempre. A finales de la década de 1970
emergieron una serie de movimientos muy diversos, pero
dispuestos a quebrar el sistema de dominación hasta enton-
ces vigente. Quizá no tenían mucha claridad sobre los cam-
bios a realizar, pero sí estaban muy seguros de lo que ya no
querían. Intelectuales, religiosos, obreros y estudiantes se
movilizaron en la ciudad, pero algunos organizaron núcleos
en el campo. Muy importante fue la movilización campesi-
na. Las ideas revolucionarias llegaron al campo no tanto en
los manuales marxistas, sino en los Evangelios con la Teolo-
gía de la Liberación; quizá por esto encontraron tanto eco
en los campesinos, seguramente más familiarizados y re-
ceptivos con Jesús que con Marx.
Si hay un rasgo que ha caracterizado la política salvado-
reña es una tradición autoritaria de ejercicio del poder polí-
tico, cuyas raíces pueden rastrearse en la colonia. Aunque
la independencia supuso adoptar un sistema republicano
bajo un orden constitucional, las prácticas políticas pocas
veces se ajustaron a los modernos postulados que las cons-
tituciones establecían. El autoritarismo dio poco espacio a
la participación política de los sectores sociales subalter-
nos: las decisiones más trascendentales fueron tomadas por
las elites sin consultar o tomar en cuenta los intereses y as-
piraciones de los otros.
No ser tomados en cuenta no significó quedarse al mar-
gen. Los sectores populares urbanos y rurales se hicieron
sentir cuando percibían que sus intereses eran amenaza-
dos. Sin embargo, en pocas oportunidades sus voces fueron

Carlos Gregorio López Bernal 37


escuchadas, de manera que debieron buscar otras opciones
que a veces chocaban con el orden legal establecido. Ape-
nas once años después de la independencia, los nonualcos
se levantaron en contra del gobierno, iniciando una serie de
movilizaciones indígenas que marcaron el siglo XIX; un ciclo
que se cerró trágicamente en 1932, cuando ejército y para-
militares diezmaron a los rebeldes, la mayoría de ellos in-
dios y campesinos. La drástica represión y el estricto siste-
ma de control de la población y la oposición mantuvo una
engañosa calma de los trabajadores y campesinos hasta me-
diados de la década de 1970, cuando de nuevo una oleada
de protestas dejó ver que no era posible ocultar el descon-
tento en contra de un orden político, económico y social
marcadamente excluyente.

Militares, desarrollo y democracia: Oportunidades


perdidas

En el siglo XIX el sistema político fue dominado por caudi-


llos, terratenientes, comerciantes y cafetaleros. En 1931 el
poder político pasó a manos de militares, condición que se
prolongó hasta la década de 1980 con la apariencia de un
régimen democrático. Sin embargo, el ejercicio del poder
militar no fue homogéneo. El general Maximiliano Hernán-
dez Martínez gobernó de 1931 a 1944 haciendo de la con-
servación del orden su mayor preocupación; para ello limitó
drásticamente las libertades políticas.
El derrocamiento de Martínez en 1944 no supuso un cam-
bio significativo en la forma de gobierno. Pero en 1948, un gru-
po de jóvenes militares se hizo con el poder y comenzó una

38 Las claves de la historia de El Salvador


serie de reformas de amplio alcance. El líder era el mayor Ós-
car Osorio, que conocía de cerca las experiencias de gobierno
de Mussolini en Italia y del Partido Revolucionario Institucio-
nal (PRI) en México. Aunque los más críticos vieron a estos
militares como simples guardianes de los intereses oligárqui-
cos, lo cierto es que en los hombres de verde olivo no faltaron
impulsos reformistas y democratizadores, combinados con
nacionalismo y anticomunismo. Entre 1948 y la primera mitad
de la década de 1970, esa peculiar mezcla dio lugar a intere-
santes proyectos de modernización y controladas aperturas
democráticas, cuyos límites fueron arbitrariamente definidos
por los grupos en el poder. El periodo de predominio militar se
desarrolló en una secuencia de golpes y contragolpes de Esta-
do, a cuya sombra las libertades políticas se ampliaban o se
anulaban sin garantía de continuidad.
La segunda mitad del siglo XX se inició con buenos aus-
picios; los proyectos reformistas buscaban modernizar la
economía y la política simultáneamente. Durante dos déca-
das pareció que el país había encontrado el camino del de-
sarrollo en el marco de un autoritarismo militar moderniza-
dor. Sin embargo, pronto se hizo evidente que en el campo
político los cambios no irían muy lejos. Ciertamente, las po-
sibilidades de participación e incidencia de la oposición se
ampliaron después de 1948, a tal punto que esta llegó a
ocupar espacios antes fuera de su alcance, por ejemplo go-
bernar la capital o tener representación proporcional en la
Asamblea Legislativa, pero el acceso al poder ejecutivo le
fue vedado sin más. Es decir, los militares y sus aliados civi-
les, toleraban el juego democrático en la medida en que pu-
dieran conservar su capacidad de veto. Este modelo funcio-
nó mediante una compleja articulación de concesiones y

Carlos Gregorio López Bernal 39


represión en diversos grados, pero se atascó cuando las
contradicciones políticas aumentaron y sobre todo, cuando
la oposición política aumentó y se unificó.
La formalidad democrática funcionó en las décadas de
1950 y 60, pero se agotó en la siguiente. A las demandas de
libertades políticas y respeto a la voluntad popular expresa-
da en las urnas, se respondió con represión y el cierre de
los mínimos espacios políticos vigentes. Estas medidas die-
ron un resultado contrario a lo esperado: en lugar de debili-
tar a la oposición, la fortalecieron. Cuando se agotaron las
vías legales, la lucha armada pareció ser la alternativa.
Efectivamente, la mayor parte de los que optaron por las
armas habían participado activamente en la oposición polí-
tica, pero terminaron desilusionados. Ese desencanto facili-
tó su tránsito hacia planteamientos político-ideológicos más
radicales, hasta llegar a las organizaciones guerrilleras de
izquierda.
En el ámbito económico, los vientos de modernización
soplaron con más fuerza y duraron más gracias a una com-
binación de circunstancias favorables. Por una parte, hay
que reconocer la visión de quienes diseñaron la estrategia
de desarrollo; haciendo eco a las ideas de Raúl Prebisch y la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), pugnaron por la industrialización de sustitución
de importaciones, pero en lugar de apostar a una ruptura
con la tradición agroexportadora del país, trabajaron simul-
táneamente en ambas vías. Por un lado promovieron la in-
dustria, lo cual implicó la intervención directa del Estado
en rubros como construcción de infraestructura, genera-
ción de energía eléctrica y educación, y por otro, se apostó
por la diversificación de la agricultura de exportación, im-

40 Las claves de la historia de El Salvador


pulsando, además del café, el algodón, la caña de azúcar y
la ganadería.
Esta apuesta se dio en un momento en que los productos
de exportación tenían buenos precios en el mercado interna-
cional. Tal circunstancia permitió que se aumentaran los im-
puestos a la exportación y la renta, sin mayor resistencia por
parte de los grupos de poder. Con más ingresos fiscales, el
Estado pudo invertir en infraestructuras, crear nuevas insti-
tuciones, financiar algunas políticas sociales e iniciar una re-
forma educativa diseñada básicamente para proveer de
mano de obra cualificada a la industria. A su vez, los produc-
tores de café, algodón y otros productos de exportación in-
virtieron parte de sus ganancias en la industria y la banca.
Las reformas de los años 50 y 60 fueron producto de
una preocupación compartida por importantes grupos de
militares y civiles, incluyendo empresarios progresistas y
profesionales que tenían un proyecto de desarrollo nacional
enmarcado en una visión de modernización de la economía
y democratización del sistema político. Dicho proyecto fue
cobijado con la constitución de 1950 —la más progresista y
de más hondo contenido social que ha tenido el país—, que
hacía del Estado el principal promotor del desarrollo eco-
nómico, a la vez que asumía los principios de justicia social.
Esto último dio lugar a la creación de instituciones orienta-
das a impulsar las primeras políticas sociales de Estado
realmente funcionales en la historia nacional, por ejemplo
el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), el Insti-
tuto de Vivienda Urbana (IVU) y el Instituto de Coloniza-
ción Rural (ICR).
La industrialización no tenía mucho sentido en un país
con una población trabajadora cuyos bajos niveles de ingresos

Carlos Gregorio López Bernal 41


limitaban drásticamente su capacidad de consumo, y donde
no estaba en la mente de los terratenientes pagar a sus tra-
bajadores más de lo mínimo acostumbrado. El problema se
solucionó, al menos aparentemente, apostando a la integra-
ción económica de la región centroamericana, un acciden-
tado proceso que condujo a la creación del Mercado Común
Centroamericano (MERCOMUN), una interesante, pero
problemática, apuesta regional que buscaba una cierta es-
pecialización productiva con miras a la complementariedad
que rompería la lógica de competencia entre las economías
nacionales centroamericanas, como acontecía con el café,
el banano y el algodón. A pesar de sus dificultades, el MER-
COMUN elevó significativamente el intercambio comercial
regional, pero colapsó en 1969, cuando la guerra entre El
Salvador y Honduras marcó su desintegración.
Para El Salvador esa guerra fue una experiencia aciaga.
Se invadió Honduras para defender a los salvadoreños resi-
dentes en dicho país, pero no se pudo evitar la expulsión de
decenas de miles de ellos. Militarmente fue un fracaso, y en
términos económicos un desastre, pues se perdió el princi-
pal mercado de la región. La expulsión de miles de campe-
sinos agudizó la problemática social, en tanto que puso so-
bre la mesa la necesidad de impulsar una reforma agraria,
tema tabú para los obtusos terratenientes que acaparaban
la tierra.
La guerra del 69 marcó el agotamiento del proyecto mo-
dernizante iniciado en 1948. El país cayó en una espiral de
problemas que las elites dirigentes no fueron capaces de
entender y enfrentar adecuadamente. Por primera vez en
décadas, el bloque dominante mostró fisuras imposibles de
disimular. Por ejemplo, el manejo del conflicto dividió a los

42 Las claves de la historia de El Salvador


militares, al punto que el general Carlos Alberto Medrano,
«héroe» de la guerra, fue destituido. Más grave aún, las in-
sinuaciones del PCN y ciertos grupos militares de impulsar
una reforma agraria erosionaron la confianza del capital en
estos. Las consecuencias se vieron en las elecciones presi-
denciales de 1972. La derecha apareció dividida en tres
partidos, mientras que la oposición se unificó en la Unión
Nacional Opositora (UNO); la evidencia disponible sugiere
que la oposición ganó las elecciones presidenciales de 1972
y 1977, en ambos casos fue víctima del fraude.
Al agotarse la tendencia reformista que con altibajos ve-
nía impulsándose desde los años cincuenta, el país vivió un
periodo de acumulación de tensiones que llevaron a la pola-
rización político-ideológica que precedió a la radicalización
de opciones y que fatalmente conducirían a la vorágine de
la violencia política y la guerra civil. El gobierno de Arturo
Armando Molina (1972-77) intentó un tímido proyecto de
reforma agraria que fue tozudamente rechazado por el ca-
pital. Aún tuvo fuerza para construir las últimas grandes
obras de infraestructura anteriores a la guerra civil, pero no
pudo cambiar el rumbo político; la represión apenas conte-
nía a las cada vez más radicales organizaciones de obreros,
estudiantes y campesinos. Las organizaciones guerrilleras
aumentaban su acción y se vinculaban con los movimientos
sociales de los cuales engrosaban sus filas. A Molina, lo su-
cedió Carlos Humberto Romero, cuya ineptitud política no
le permitió ensayar otro tipo de respuestas a los problemas
del país; insistió en la represión y simplemente perdió el
control de la situación. Para entonces, las denuncias contra
el Estado salvadoreño por violaciones a los derechos huma-
nos eran nota común.

Carlos Gregorio López Bernal 43


Durante casi dos años, Romero intentó mantenerse a
flote; la violencia política aumentaba, y las demandas de los
movimientos sociales crecían proporcionalmente a la repre-
sión que sufrían. La guerrilla también aumentó los secues-
tros de empresarios y funcionarios con un doble objetivo:
obtener fondos para financiarse y exigir la liberación de
presos políticos; varios de esos casos terminaron en asesi-
natos, lo que justificó la ya desmesurada intransigencia de
la derecha más reaccionaria. Por supuesto, la economía se
derrumbaba.
En cierto momento, estuvo claro que Romero iba a ser
depuesto; lo que no se sabía era cuándo y por quiénes. La
incógnita se develó el 15 de octubre de 1979, cuando un
grupo de civiles progresistas y militares jóvenes derrocó a
Romero y lo envió al exilio. Este movimiento político lanzó
una proclama que mostraba la gravedad de los problemas
que se vivían. Era una especie de mea culpa de los milita-
res —pues bajo su dominio el país había llegado a tal si-
tuación—, y una angustiosa hoja de ruta para capear la
tormenta: libertades políticas, respeto a los derechos hu-
manos y la realización de importantes reformas socio-eco-
nómicas, entre ellas la reforma agraria, la nacionalización
de la banca y del comercio exterior. Inmediatamente, se
creó una «Junta Revolucionaria de Gobierno» conformada
por tres civiles y dos militares, que se disolvió pocos me-
ses después en medio de agrias disputas por la continui-
dad de la represión en contra de los movimientos sociales;
los miembros más progresistas del gabinete renunciaron
ante la incapacidad del gobierno para controlar a la Fuer-
za Armada y los grupos paramilitares. Hubo otras dos Jun-
tas más, hasta que el gobierno fue dominado por el con-

44 Las claves de la historia de El Salvador


servadurismo, cuya fachada democrática era provista por
la Democracia Cristiana.
El proyecto reformista de 1979 era realmente ambicio-
so; sus pretensiones se correspondían con la magnitud de
la crisis que buscaba enfrentar: el país estaba al borde de la
guerra civil. Basta con revisar la «Proclama de la Fuerza Ar-
mada» del 15 de octubre de 1979 para caer en la cuenta de
la magnitud de los cambios que se trataba de impulsar. Ni el
Acuerdo de paz de 1992, ni ninguno de los planes de go-
bierno de derecha o de izquierda de la postguerra preten-
dieron transformaciones tan profundas como las de 1979.
Lastimosamente, su implementación se vio obstaculizada
por la derecha más recalcitrante, que vio en las reformas un
atentado contra sus intereses económicos. La izquierda,
por su parte, primeramente cuestionó las reformas y luego
las rechazó, hasta calificarlas de simples medidas contrain-
surgentes; apreciación que algún sentido tenía, pues cuan-
do las reformas comenzaron a aplicarse el país ya estaba
sumido en la guerra civil.
Para 1980, el escenario en el que se montaba la tragedia
de los años ochenta estaba casi completo, solo le faltaban
detalles de coreografía. El asesinato de monseñor Óscar Ar-
nulfo Romero, el 24 de marzo de ese año, el secuestro y
atroz asesinato de dirigentes del moderado Frente Demo-
crático Revolucionario (FDR) o las matanzas de civiles sim-
patizantes de la guerrilla, o simplemente sospechosos de
serlo, confirmaban la irracionalidad de la derecha; la iz-
quierda armada respondía sin tanta barbarie, pero con igual
vehemencia. Para entonces, la izquierda tenía dos grandes
urgencias: unificarse y reunir recursos para lanzar una
ofensiva militar que provocara una insurrección popular si-

Carlos Gregorio López Bernal 45


milar a la que había acabado con el gobierno de Anastasio
Somoza, en la vecina Nicaragua en julio de 1979. En octu-
bre de 1980, se fundó el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN) apadrinado por La Habana; en
los meses siguientes se aceleraron los preparativos milita-
res. La llamada «ofensiva general», que se lanzó en los pri-
meros días de enero de 1981, buscaba definir la lucha antes
de que el tenaz anticomunista, Ronald Reagan, tomara po-
sesión de la presidencia de los Estados Unidos.
Para 1981, izquierda y derecha radicales (incluido en
esta el sector reaccionario que dominaba a la Fuerza Arma-
da) habían apostado a la derrota de su contrario. En ambos
bandos hubo convicción y determinación; pero igualmente
soberbia y falta de visión. La ofensiva de enero de 1981 no
logró sus objetivos; las fuerzas guerrilleras aún eran débi-
les, y la insurrección popular no ocurrió. De allí en adelan-
te, el país vivió la angustia de una sangrienta guerra que se
prolongó destruyendo la poca infraestructura del país, se-
gando la vida de miles de salvadoreños, desplazando a cen-
tenares de miles de sus lugares de orígenes y llevando a
otros allende las fronteras en búsqueda de seguridad pri-
mero y de oportunidades después. Para entonces, El Salva-
dor estaba inmerso en la dinámica de la «guerra fría» y se
había convertido en campo de disputa entre intereses
geopolíticos de los que no podía escapar.
Luego de una década de ingentes esfuerzos, con costos
económicos y humanos altísimos para el tamaño del país, se
cayó en la cuenta de que prolongar el conflicto solo acre-
centaría los daños sin que pudiese haber una victoria mili-
tar para ninguno de los bandos. Estos debieron transigir en
una mesa de negociación, única salida viable a la crisis. Sin

46 Las claves de la historia de El Salvador


embargo, el FMLN hizo su último gran esfuerzo militar en
noviembre de 1989. Justamente en los días en que caía el
«Muro de Berlín», columnas guerrilleras avanzaron hacia
las principales ciudades del país. La Fuerza Armada, sor-
prendida al principio, reaccionó y trató de aprovechar el
momento para liquidar la contienda. Tampoco esta vez fue
posible una victoria militar, lo que obligó a que ambos ban-
dos tomaran en serio las negociaciones de paz que culmina-
ron en 1992 con la firma del Acuerdo de Paz, en México.
El Acuerdo de Paz no solo paró la guerra, sino que dio
lugar a una transformación del país, al menos en términos
de democratización, creación o rediseño de instituciones,
libertades políticas, respeto a los derechos humanos y, so-
bre todo, negativa de la injerencia de la Fuerza Armada en
la política. Por su parte, el FMLN desmovilizó sus fuerzas
militares y se convirtió en partido político.
La paz fue celebrada con una fiesta y había razones de
sobra. Pocas veces en su historia, los salvadoreños habían
sido tan efusivos al manifestar su júbilo públicamente. Iz-
quierda y derecha celebraron por separado, pero escasa-
mente con una manzana de por medio; no obstante, no
hubo altercados. Parecía que se había aprendido la lección,
renunciando a la violencia aunque persistieran las diferen-
cias político-ideológicas. En términos generales, esa ha sido
la tónica hasta hoy. La democracia, profusamente abonada
con sangre, parece haber arraigado en el país; la derecha
representada en ARENA se mantuvo en el poder desde
1989 hasta 2009.
El Acuerdo de Paz de 1992 significa mucho para la de-
mocracia salvadoreña contemporánea, pero esta comenzó a
construirse antes, en medio del fragor de la guerra. Fue en-

Carlos Gregorio López Bernal 47


tonces cuando las elecciones dejaron de ser mera formali-
dad, y si bien es cierto que solo competían partidos de de-
recha o a lo sumo centro-derecha, el partido en el poder ya
no podía dar por sentado su triunfo. Por ejemplo, la Demo-
cracia Cristiana cogobernó con los militares desde 1980; en
1984 logró que su líder histórico, José Napoleón Duarte,
ganara las presidenciales, pero perdió las elecciones de
1989 y entregó la presidencia a la derechista ARENA, que
si bien gobernó durante veinte años, debió enfrentar reñi-
dos procesos electorales, cada vez más competitivos, hasta
que el FMLN ganó las elecciones presidenciales de 2009.
Obviamente, el Acuerdo de Paz, con sus reformas al siste-
ma electoral y judicial y con la creación del Tribunal Supre-
mo Electoral, fortaleció la democracia e hizo más confiables
los procesos electorales. De todas maneras, los dos princi-
pales partidos políticos debieron no solo acomodarse al
nuevo escenario, hasta verse como adversarios y no como
enemigos, sino que debieron además ganarse la confianza
de la población que no estuvo directamente involucrada en
la guerra civil. Quizá eso explique por qué el FMLN demoró
tanto en ganar la presidencia.
La guerra civil finalizó. La lucha que antes se libraba en
los campos de batalla, hoy se libra en las urnas y en la me-
moria colectiva. Con su estilo propio, cada bando reivindi-
ca su causa; construye monumentos, realiza conmemora-
ciones, nomina espacios, publica memorias y testimonios
en diferentes formatos. La nación salvadoreña sigue divi-
dida; todavía hay heridas sin sanar y cualquier alusión al
pasado inmediato amenaza reabrirlas. Hay quienes hablan
de olvido a secas; otros de justicia, perdón y olvido. Nin-
guna solución será fácil, y seguramente ninguna dejará sa-

48 Las claves de la historia de El Salvador


tisfechos a todos. Quizá quienes han hecho de la memoria
un punto de honor debieran ser más humildes y ver hacia
lo que llaman el «pueblo», y reconocer que sin tanto ruido
y aspavientos, muchos salvadoreños, protagonistas y vícti-
mas a la vez de la epopeya y la tragedia de la guerra civil,
han resuelto el problema dejando atrás el pasado —que
no significa olvidarlo— y concentrando sus energías en el
trabajo diario, la solidaridad y la construcción de un futu-
ro mejor para todos.

La paz soñada y las lecciones pendientes

En los primeros años de la postguerra, El Salvador vivió


con la ilusión de recuperar el tiempo perdido: la economía
creció, fluyó la ayuda internacional para la reconstrucción y
la democratización. Pero fue un espejismo que duró poco.
La emigración hacia los Estados Unidos apuntaló la débil
economía nacional con el flujo constante y creciente de re-
mesas, pero a la vez provocó la fragmentación de las fami-
lias; miles de niños y niñas crecieron sin uno de sus padres,
a veces sin ninguno. Muchos jóvenes emigraron y fueron
deportados, trayendo consigo el germen de las pandillas,
que al desarrollarse llevó al país a una nueva vorágine de
violencia.
No se tuvo la capacidad de entender y contener el fenó-
meno pandilleril cuando comenzaba a manifestarse. Las
pandillas crecieron y sus acciones fueron cada vez más vio-
lentas; controlan territorios, extorsionan, y asesinan a pan-
dilleros rivales, a aquellos que no se someten a sus deman-
das o simplemente tienen la desgracia de encontrarse

Carlos Gregorio López Bernal 49


donde no deben. Cuando el Estado trató de enfrentarlas,
reapareció la tentación autoritaria, que solo sirvió para
acrecentar el problema. Cada año, el país recibe más de
cuatro mil millones de dólares como remesas que envían los
salvadoreños residentes en el extranjero: mucho dinero
para un país pequeño, y que paga caro por ello. Bien puede
afirmarse que las pandillas son el costo social que El Salva-
dor paga por los dólares que recibe.
Pero la emigración también cambió el país en sentido
positivo; provocó profundas transformaciones en la socie-
dad, especialmente en el ámbito cultural. Millones de salva-
doreños cambiaron su forma de vida al margen de la acción
estatal y gubernamental. La principal conexión de El Salva-
dor con el primer mundo y la globalización ha sido la emi-
gración. Al menos 2,5 millones de salvadoreños viven en el
exterior, buena parte de ellos en los Estados Unidos. Aún
no es posible medir el impacto de este fenómeno que hizo
que, en cuestión de semanas, un salvadoreño pueda pasar
de vivir en un remoto caserío del interior sumido en la po-
breza, a experimentar el intenso estilo de vida de una ciu-
dad norteamericana, y que aun así, no rompa sus vínculos
con su lugar de origen. La solidaridad y las facilidades de
las telecomunicaciones han permitido que una parte impor-
tante de la población viva en el exilio, pero interactuando
con aquellos que dejó.
Esta paradójica condición podría expresar los retos y
oportunidades del futuro. El Salvador deberá romper las
trabas del pasado que lo atan, sin perder en el esfuerzo sus
raíces. Sin proponérselo, millones de salvadoreños emigra-
dos le ofrecen su ejemplo a las elites dirigentes. El país ne-
cesita romper con una parte de su pasado, aquella ligada a

50 Las claves de la historia de El Salvador


la exclusión, el autoritarismo, la intolerancia y la falta de
visión a largo plazo. Pero igualmente, debe retomar y ateso-
rar su tradición de esfuerzo, laboriosidad y solidaridad. Los
dos siglos de historia apretujados en este libro abundan en
ejemplos y lecciones. Toca hoy aprender de ello.

Carlos Gregorio López Bernal 51

También podría gustarte