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La Historia que nos ocultaron

La derrota del pueblo

17 de septiembre de 1861, batalla de Pavón

Por José María Rosa

Chocan cerca de la estancia de Palacios, junto al arroyo Pavón en la provincia de Santa Fe, los
ejércitos de Urquiza y Mitre. A Urquiza, a pesar de Caseros, lo rodea el pueblo entero; Mitre
representa la oligarquía porteña. Aquél es un militar de experiencia, éste ha sido derrotado hasta
por los indios en Sierra Chica. El resultado no parece dudoso, y todos suponen que pasará como
en Cepeda, en octubre de 1859, cuando el ejército federal derrotó a los libertadores.

Parece que va a ser así. La caballería de Mitre se desbanda. Ceden su izquierda y su derecha ante
las cargas federales. Apenas si el centro mantiene una débil resistencia que no puede prolongarse,
y Mitre como Aramburu en Curuzú Cuatiá, emprende la fuga. Hasta qué le llega un parte famoso:
"¡No dispare, general, que ha ganado!". Y Mitre vuelve a recoger los laureles de su primera – y
única – victoria militar.

¿Que ha pasado? .. Inexplicablemente Urquiza no ha querido coronar la victoria. Lentamente, al


tranco de sus caballos para que nadie dude que la retirada es voluntaria, ha hecho retroceder a los
invictos jinetes entrerrianos. Inútilmente los generales Virasoro y López Jordán, en partes que
fechan "en el campo de la victoria" le demuestran el triunfo obtenido. Creen en una equivocación
de Urquiza. ¡si nunca ha habido triunfo más completo! Pero Urquiza sigue su retirada, se embarca
en Rosario para Diamante, y ya no volverá de Entre Ríos.

¿Qué pasó en Pavón?.. Es un misterio no aclarado todavía. Se dice que intervino la masonería
fallando el pleito en contra del pueblo, sin que Urquiza pagara las costas (las pagó el país), que un
misterioso norteamericano de apellido Yatemon fue y vino entre uno y otro campamento la noche
antes de la batalla concertando un arreglo, que Urquiza desconfiaba del presidente Santiago
Derqui, que estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre, dejando a salvo su persona, su fortuna
y su gobierno en Entre Ríos. Todo puede conjeturarse. Menos que lo que dirá en su parte de
batalla: que abandonó la lucha "enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate".
¡Urquiza con desmayos de niña clorótica! ..
LA MASACRE DEL PUEBLO

Derqui ingenuamente intentará la resistencia. El grueso del


ejército federal está intacto y lo pone a las órdenes de Juan
Saa, mientras espera el regreso de Urquiza. Lo cree
enfermo y le escribe deseándole "un pronto
restablecimiento para que vuelva cuanto antes o ponerse al
frente de las tropas". Pero Urquiza no vuelve, no quiere
volver. A cuarenta días de la batalla, el 27 de octubre, el
inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero
interesándose por su salud y rogándole que "tome el
mando".

La trompetería oligárquica anuncia la gran victoria, aunque


Mitre no puede mover a los suyos de la estancia de
Palacios porque no tiene caballada. Sarmiento, desde
Buenos Aires, le escribe el 20 de setiembre: "No trate de
economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es
preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen
de seres humanos" (Archivo Mitre, tomo IX, pág. 363). Pero
Urquiza quiere medidas radicales "o Southampton o la
horca". En Southampton pasaba su ancianidad, pobre pero Jorge Abelardo Ramos - Las
jamás amargado, Juan Manuel de Rosas. masas y las lanzas 1810-1862.
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Ni uno ni otro. Urquiza no será un prófugo. Quedará en
Entre Ríos y no perderá ni el gobierno de esa provincia ni una sola de sus muchas vacas. Derqui,
Pedenera, Saa, el Chacho Peñaloza, Virasoro, Juan Pablo López, esperan que vuelva Urquiza de
Entre Ríos y en una sola carga desbarate las atemorizadas tropas mitristas. Por toda la República,
de Rosario al Norte, vibra el grito ¡Viva Urquiza! en desafío a los oligarcas: todos llevan al pecho la
roja divisa federal con el dístico "Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la
combaten". Urquiza tiene trece provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en la
República. Se lo espera con impaciencia. Derqui suponiendo que es el obstáculo para el regreso
del general, opta por eliminarse de la escena y en un buque inglés se va silenciosamente a
Montevideo, renunciando la presidencia. Lo reemplaza Pedernera, que tiene toda la confianza de
Urquiza. Pero Urquiza no viene.

Entonces las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas Irrazabal Flores, Paunero,
Arredondo (todos jefes extranjeros) entran implacables en el interior o cumplir el consejo de
Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es degollado; si no lo llevan es mandado a un
cantón de fronteras a pelear con los indios. No importa que tenga hijos y mujer Es gaucho, y debe
ser eliminado del mapa político. Todo el país debe "civilizarse".

Venancio Flores, antiguo presidente uruguayo, a las ordenes de los porteños, sorprende en
Cañada de Gómez el 22 de noviembre al grueso del ejército federal que sigue esperando órdenes
de Urquiza. Ahí están sin saber a quién obedecer, ni qué hacer. Flores pasa tranquilamente a
degüello a la mayoría e incorpora a los otros a sus filas. Nuestras guerras civiles no se habían
distinguido por su lenidad precisamente, pero ahora se colma la medida. Hasta Gelly y Obes,
ministro de Guerra de Mitre, se estremece con la hecatombe: "El suceso de la Cañada de Gómez –
informa – es uno de los hechos de armas que aterrorizan al vencedor... Este suceso es la segunda
edición de Villamayor, corregida y aumentada" (en Villamayor, Mitre había hecho fusilar al coronel
Gerónimo Costa y sus compañeros por el sólo delito de ser federales).

Esa limpieza de criollo que hace el ejército de la Libertad entre 1861 y 1862 es la página más
negra de nuestra historia, no por desconocida menos real. Debe ponerse el país "a un mismo
color" eliminando a los federales. Como los incorporados por Flores desertan en la primera
ocasión, en adelante no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos. No los
hace Mitre, que no se ensucia las manos con esas cosas; tampoco Paunero ni Arredondo. Serán
Flores, Sandes, Irrazabal, todos extranjeros. Y los ejecutores materiales tampoco son criollos: se
buscan mafiosos traídos de Sicilia: "En la matanza de la Cañada de Gómez – escribe José María
Roxas y Patrón a Juan Manuel de Rosas, los italianos hicieron despertar en lo otra vida a muchos
que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente" (A. Saldías: La evolución
republicana, pág. 406).

Así avanza la ola criminal, estableciendo "El reinado de la libertad", como dice La Nación
Argentina, el diario de Mitre.

Sarmiento sigue con sus aplausos: "Los


gauchos son bípedos implumes de tan
infame condición, que nada se gana con
tratarlos mejor", dice el apóstol de la
civilización. Los pobres criollos que caen
en manos de los libertadores, solo
pueden exclamar ¡Viva Urquiza! al sentir
el filo de la cuchilla. Algunos consiguen
disparar al monte a hacer una vida de
animales bravíos.

Seguirá la matanza en Córdoba, San


Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja,
mientras se oiga el ¡Viva Urquiza! en
alguna pulpería o se vea la roja cinta de la
infamia. Que viva Urquiza mientras
mueren los federales. Y Urquiza vive
tranquilo en su palacio San José de Entre
Ríos, porque ha concertado con Mitre que
se le deje su fortuna y su gobierno a
condición de abandonar a los federales.
Dentro de poco hará votar por Mitre en las
elecciones de presidente.

"Pavón no es solo una "victoria militar –


escribe Mitre o su ministro de Guerra – es
sobre todo el triunfo de la civilización
sobre los elementos de la barbarie".

EL CHACHO PEÑALOZA

Fue entonces que se alzó la noble figura Bartolomé Mitre y su ayudante de campo, José
del general Ángel Vicente Peñaloza, María Gutiérrez, después de la batalla de Pavón
llamado El Chacho por todos. Era
brigadier de la Nación y jefe del III ejército
nacional acantonado en Cuyo. Al ver que los libertadores proceden de esa manera, escribe a uno
de ellos, el general Antonino Taboada, el 8 de febrero de 1862: "¿Por qué hacen una guerra a
muerte entre hermanos con hermanos?", contraria a la hidalguía de la raza. No hay objeto porque
Urquiza ya no vuelve más y los federales han aceptado su derrota. Pero de allí a exterminarlos, va
mucho "¿No es de temer que las generaciones futuras nos imitaran tan pernicioso ejemplo?".

La carta es tomada como una provocación, y Peñaloza queda despojado de su rango militar y
declarado indigno de vestir el uniforme. Las tropelías siguen: degüellos, saqueos, raptos,
violaciones. En Guaja, Sandes ordena quemar la casa del Chacho, después de saquearla.

Peñaloza se revuelve como un jaguar herido. No tiene tropas de línea, ni armas, ni jefes, Pero su
grito de guerra resuena por todos los contrafuertes andinos, y van a reunírseles cientos, miles, de
paisanos que llegan con su caballo de monta y otro de tiro, agenciado quién sabe cómo. Con
medio tijera de esquilar fabrican una lanza acoplándola a una caña Tacuara. Y el Chacho empieza
sus victoriosas marchas y contramarchas de La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis. La
montonera crece y se hace imbatible. Poco pueden contra ella los ejércitos de línea formados por
milicos enganchados o condenados a servir las armas: las cargas de los jinetes llanistas
desbaratan a los ejércitos de la libertad.

Le ofrecen la paz, y el Chacho la acepta porque es un ingenuo. Cree en la sinceridad y buena fe de


los libertadores. El no pelea para imponerse a nadie, sino para defender a los suyos. En La
Banderita el 30 de mayo se firma el compromiso: no se perseguirá más a los criollos, y Peñaloza
desarmará su montonera. José Hernández, el autor de Martín Fierro, cuenta la entrega de los
prisioneros tomados por el Chacho: "Ustedes dirán si los he tratado bien – pregunta éste – ¡Viva el
general Peñaloza! fue la respuesta. Después el riojano pregunto: – ¿Y bien? ¿Dónde está la gente
que ustedes me apresaron? .. ¿Por qué no responden? .. ¡Qué! ¿Será verdad lo que se ha dicho?
Será verdad que los han matado a todos? .. Los jefes de Mitre se mantenían en silencio,-
humillados. Los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y se mata a las
fieras de los bosques; sus mujeres habían sido arrebatadas por los vencedores". (Vida del Chacho,
p. 176).

LA LEY MARCIAL

Todo es mentira en los libertadores. No habrá paz. Al Chacho lo han engañado valiéndose de su
buena fe de caballero y de criollo. Apenas se licencia el ejército federal, que Sarmiento - ahora
gobernador de San Juan y director de la guerra – incita o Mitre a no cumplir el compromiso:
"Sandes está saltando por llegar a La Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir
en esta emergencia? Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállese la boca".

Recomienza la persecución de la gente. "Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía – escribe
Mitre a Sarmiento –. Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos
partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es
muy sencillo..." (D. F. Sarmiento Obras Completas, XIX 292). No dice lo que es sencillo, porque
hay cosas que Mitre no escribe y debe ser entendido a medias palabras. Pero Sarmiento, que tiene
otra pasta, reúne a los jefes militares, les lee instrucciones de Mitre y acota: "Está establecido en
este documento la guerra a muerte... es permitido quitarles la vida donde se los encuentre".

Con todo hay en Mitre y Sarmiento un homenaje al derecho. Mitre debe dictar una cátedra para
decir que debe aplicarse a la gente del Chacho la guerra de policía, Sarmiento debe aclararla que
es a muerte, que Sandes y los suyos no tengan escrúpulos. Un siglo más tarde, la ley marcial se
aplicará en la Argentina – sin retorcerla, ni interpretarla, ni valerse de subterfugio alguno – a todo
prisionero vencido, aún a quienes se entregan voluntariamente, aún a los tomados antes de
iniciarse las operaciones. Pero no estoy escribiendo sobre años tan estúpidamente crueles (*), de
retroceso moral tan manifiesto, sino sobre cosas ocurridos hace un siglo cuando Sarmiento y Mitre
– algo distintos a sus sucesores de 1956 – debían explicar con razonamientos especiosos, pero
razonamientos al fin, porque aplicaban la ley marcial a los adversarios
Tiempos que Chacho con su generosidad criolla temía que llegaran si los libertadores de 1861-62
encontraban quienes los tomaran como modelo. "¿No es de temer que las generaciones futuras
nos imitarán tan pernicioso ejemplo?" ... ¿Imitarán?

(*) Rosa escribía esto en 1964

Fuente: Periódico Retorno, 5/11/1964


Orden del día
[Caricatura de Mitre: El Mosquito]

El ejército porteño, al mando del General


Mitre, entonces Gobernador de Buenos Aires,
derrota al ejército confederado argentino en la
batalla de Pavón (1861)

EL GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DE


LA CAPITAL (Bartolomé Mitre) SE DIRIGE A
LAS TROPAS QUE LA HAN SALVADO

"Soldados del Ejército de la Capital: La paz


está afianzada por la fuerza de vuestras
bayonetas. El Ejército que os amenazaba no
ha podido imponeros la ley de la violencia, ni
destruir el orden de cosas creado por vuestra
soberana voluntad, pues por el Tratado que
ha firmado, y que el Gobierno ha puesto bajo
vuestra salvaguardia, reconoce plenamente
vuestra soberanía, deja el derecho y la fuerza
en las mismas manos en que los encontró, y
se obliga a evacuar el territorio del Estado sin
pisar el recinto sagrado de la ciudad de
Buenos Aires.

Guardias Nacionales de la Capital: Habeís


probado una vez más que Buenos aires no
necesita más trincheras que los pechos de
sus hijos, pues con la mitad de la ciudad
abierta, vuestras hileras han cubierto las
avenidas, evocando los gloriosos recuerdos
del pasado sitio, llenos de fe en el triunfo de la grande y noble causa que Buenos Aires ha
sostenido por siete años, y que habeís hecho triunfar por la paz, como la habriaís hecho triunfar
por la guerra.

Veteranos y Guardias Nacionales de Cepeda: Desde el campo de batalla os conduje a la Capital,


después de quedar dueño de él, después de una retirada memorable, después de un combate
nacional glorioso en que también tomásteis parte, y vuestra presencia ha contribuído
poderosamente a salvar la Capital, cubriendo sus trincheras con la misma resolución con que en
campo abierto y uno contra cuatro derrotásteis los batallones que se midieron con vosotros.

Compañeros de armas: Si hablo de esta manera interpretando el sentimiento público, es en


nombre de la dignidad del pueblo de Buenos Aires, no estimulado por la vanagloria, ni el orgullo,
para que todos comprendan, y sepan los propios y extraños, que lo que hemos alcanzado lo
debemos a nuestros propios esfuerzos, a nuestra constancia, a la fidelidad, a los principios porque
hemos derramado nuestra sangre, y que nadie puede jactarse de habernos impuesto la ley, ni
ejercido respecto de nosotros actos de conmiseración.

Compatriotas armados: Mostraos dignos de la paz, como os habeis mostrado dignos de los
grandes y dolorosos sacrificios de la guerra. Aceptad con nobleza la posición que los sucesos nos
han creado, sin altanería, pero sin debilidad. Seamos fieles a los compromisos que hemos
contraído, mantengámonos unidos, y probemos con nuestros hechos, que al ingresar nuevamente
a la gran familia argentina, lo hacemos con nuestra bandera, con vuestros hombres, con los
mismos principios que hemos sostenido por el espacio de siete años, dispuestos a sostenerlos con
energía en las luchas pacíficas de la opinión, y a defenderlos aun a costa de nuestras vidas, si la
violencia pretendiese atacarlos.

Soldados del Ejército de la Capital: Al bendecir la paz que el cielo y nuestros esfuerzos nos han
dado, al abrir los brazos para estrechar en ellos a todos los hermanos de la familia argentina, no
olvideis que en el recinto de Buenos Aires se han salvado una vez más los inmortales principios de
la revolución de Mayo, y decid conmigo en este momento solemne: ¡Viva Buenos Aires! y que ese
grito os aliente en medio de la paz a perseverar en la virtud cívica, como os ha alentado tantas
veces en medio de las luchas sangrientas que hemos empeñado en defensa de nuestros
derechos."

Vuestro General y amigo, Bartolomé Mitre

Fuente: Archivo Guido del Archivo General de la Nación.

La falsificación de la
Historia
Por José María Rosa

El gran instrumento para


desargentinizar la Argentina y hacer
de la Patria de la Independencia y la
Restauración la colonia felíz del 80
había sido la falsificación de la
Historia.

No bastaba con la caída de Rosas ni


con las masacres que siguieron a
Pavón. Era necesario dotar a la
nueva Argentina de una conciencia
compatible con el dominio de una
clase y el tutelaje foráneo. La patria
ya no sería la tierra, o los hombres, o
la tradición sino las instituciones
copiadas, la libertad restringida, la
civilización ajena.

Pero nuestra historia era el relato del


nacimiento, formación y defensa de una nacionalidad. Había en ella -como en toda historia
nacional- emoción de pueblo, gestos de conductores, coraje de auténticos patricios.

Por eso la preocupación primera de los hombres de Caseros, aun antes de la Constitución a copiar
y los extranjeros para poblar, fue la falsificación del pasado: dotar a los argentinos de una historia
"arreglada" (la palabra es de Alberdi), de "mentiras a designio" (la frase es de Sarmiento) que
enalteciera la civilización ajena en perjuicio de la barbarie nativa.

Se amañó el pasado. Se adaptó (como en toda América) la leyenda negra de la conquista


española: Juan María Gutiérrez, el rector de la universidad de Buenos Aires, hablaría de los
crueles conquistadores y lujuriosos frailes que España nos mandó para nuestro mal. Se mostró a la
Revolución de Mayo como un complot de doctores ansiosos de libertad de comercio y
constituciones escritas; para llevar sus beneficios fueron Belgrano al Paraguay y San Martín a
Chile y el Perú. No había tierra ni tradiciones; nada de eclosión turbulenta y magnífica de un pueblo
que brega por su independencia; todo pasaba en una sola clase social; todo ocurría por móviles
extranacionales. Don Bernardino Rivadavia, de vinculaciones con empresas británicas, que
gobernó de espaldas a la realidad, dislocó el antiguo virreinato en cuatro porciones insoldables, e
hizo dictar en horas de guerra internacional una constitución que levantó contra su gobierno a todo
el país, fue presentado como el Grande Prócer de la Argentina.

El arreglo resultó fácil hasta los tiempos de Rivadavia, porque la "leyenda negra" había sido
preparada por los enemigos de España retaceando y tergiversando auténticos materiales
españoles, y la concepción minoritaria y extranjerizante de la Revolución existió realmente, sino en
los patricios de 1810, en los mayos de 1838. Era cuestión entonces de ocultar la presencia del
pueblo en las jornadas de 1810, en el grito de Asencia, en la noche del 5 al 6 de abril, y negarlo
como montonera cuando irrumpió en el litoral llegando a la plaza de la Victoria en febrero de 1820.
Se llamó anarquistas a los conductores de ese pueblo con Artigas a la cabeza, y se calificó de
próceres a quienes buscaban por Europa el dominio extranjero que asegurase el dominio de su
clase. San Martín y Belgrano no fueron como hombres de pensamiento político definido, ni
expuestas sus opiniones sobre las cosas y la gente de la tierra, sino como héroes de alto, pero
único, valor militar.

Con esos materiales se podía fabricar la historia de la primera década independiente, y avanzar en
la segunda hasta el fracaso de Rivadavia en 1827 "por las ambiciones y barbarie de los caudillos".
Fue lo que hicieron Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López. Aquél en la Historia de Belgrano y la
independencia argenta con alcance a la muerte del héroe epónimo en 1820; y éste en la Historia
de la revolución argentina que llegaba hasta los tiempos de Dorrego en 1828.

No se podía avanzar más allá. Porque más allá estaba Rosas.

Y la época de Rosas era un problema.

Había una nacionalidad enfrentando las fuerzas poderosas de ultramar, un pueblo patriota
imponiendose a una minoría extranjerizada, un jefe de extraordinarias condiciones políticas
venciendo a los interventores extranjeros y sus auxiliares nativos. Debía pasarse por alto la
creación de la Confederación Argentina, el entusiasmo y participación populares y sobre todo la
defensa de la soberanía contra las apetencias foráneas. No se podían separar los "ejércitos
libertadores" ni las "asociaciones de Mayo" de las intervenciones foráneas y su fondo de reptiles, ni
disimular el cañón de Obligado, ni la victoria de los tratados de Southern y Lepredour, ni la derrota
por Brasil cuando el Imperio adquirió al general (y con el general, el ejército) encargado de llevarle
la guerra.

No. A la época de Rosas debía borrarsela de la historia argentina, negarla en bloque, condenarla
sin juicio: tiranía y nada más.

Lo dijeron en claras palabras los legisladores que condenaron a Rosas como reo de lesa Patria. No
lo hicieron porque así lo sintieran. Lo hicieron con la esperanza de que un fallo solemne impidiera
una posterior investigación de carácter histórico por el argumento curial de la cosa juzgada. Lo dijo
el diputado Emilio Agrelo. ("No podemos dejar el juicio de Rosas a la historia ¿qué dirán las
generaciones venideras cuando sepan que el almirante Brown lo sirvió? ¿que el general San
Martín le hizo donación de su espada? ¿que grandes y poderosas naciones se inclinaron ante su
voluntad? No, señores diputados. Debemos condenar a Rosas, y condenarlo con términos tales
que nadie quiera intentar mañana su defensa"). Absurdo, pero así fue.

Para la enseñanza primaria y secundaria bastaba rellenar los años posteriores a 1829 con los
cargos contra Rosas de los escritores unitarios al servicio de los interventores europeos. Pues
como Aberdeen, Guizot y Thiers necesitaran presentar su empresa colonial como una cruzada de
la Civilización contra la Barbarie (como se presentan en todos los tiempos, todas las empresas
coloniales de todos los imperialismos), existía una abundante literatura de horrores cometidos por
Rosas, que iban desde el incesto con su hija a la venta de cabezas de unitarios como duraznos por
las calles de Buenos Aires, pasando por rostros adobados con vinagre y orejas ensartadas en
alambres que adornaban su salón de Palermo.

La presentación del monstruo, que tanto había impresionado a la clientela burguesa de Le


constitutionelle de Thiers, hasta arrancarle un apoyo a las intervenciones que llevarían la
civilización a los sauvages sudamericains (no ocurrió lo mismo en Inglaterra, pese al Manchester
Guardían y a los discursos de Peel, tal vez por el mayor sentido común de los británicos) serviría
ahora para adoctrinar a los niños argentinos en el horror al "tirano" y la repudio a sus "secuaces".
Todo lo que pudo servir contra Rosas (Tablas de sangre, novelas como Amalia, poesías
condenatorias, alegatos de resentidos, chismes de comadres) fue vertido en dosis educativas en
los libros de texto como definición de la "tiranía". Contra ella los auxiliares del imperialismo
lucharon veinte años con patriótico desinterés, pues el Catecismo de la Nueva Argentina
presentaba un gran demonio rojo –Rosas– perseguido sin tregua por unos ángeles celestes.
Finalmente el Bien se imponía sobre el Mal como debe ocurrir en todos los relatos morales.

En la Universidad el cuadro variaba. Rosas seguía siendo el monstruo y sus enemigos los hombres
de bien; pero su mayor crimen había sido postergar con argumentos fútiles por veinte años la
ansiada constitución -objeto exclusivo de la revolución de Mayo– hasta caer por uno de sus
tenientes (Urquiza) convertido oportunamente al constitucionalismo y la libertad. Llegó entonces la
Constitución de 1853; pero como Urquiza tenía resabios federales debió esperarse hasta su
derrota en Pavón para que los goces de la libertad se extendieran por toda la Argentina. El 12 de
octubre de 1862, con la asunción de la presidencia por Mitre, se detenía "la historia". Más allá no
había nada importante (fuera del corto epílogo del Paraguay para abatir a otro "tirano" monstruoso
en beneficio de su pueblo oprimido) y solamente se registraba una galería de presidentes con
fechas de su ingreso y egreso y alguna frase final sobre "los grandes destinos". Era cierto,
certísimo que más allá de Caseros no había historia: las colonias felices, como las mujeres
honestas, carecen de historia.

Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, Ed. Oriente, 1977

La
traición
de
Urquiza
Por Alberto
Lettieri.
Historiador
politica@mir
adasalsur.c
om

El 3 de
febrero de
1852, el
gobernador
de Entre
Ríos, Justo
José de Urquiza, al mando del denominado Ejército Grande Aliado de América del Sur, puso fin a
la extensa y pródiga etapa de la Federación rosista e introdujo definitivamente a la Argentina en la
senda de la dependencia y el neocolonialismo. De este modo, un general procedente del bando
federal propiciaba las condiciones para el éxito de una e1mpresa que ya habían ensayado
infructuosamente Carlos María de Alvear, Bernardino Rivadavia, Juan Lavalle y José María Paz,
entre otros: La primera enseñanza que podía extraerse de su acción era que la imposición de un
modelo de sumisión neocolonial y de entrega del patrimonio nacional sólo había sido posible en
virtud de la traición del enemigo interno, camuflado bajo una supuesta identidad nacional, ya que el
liberalismo político no tenía fuerzas suficientes, por si solo o en alianza con intereses externos,
para imponer semejante proyecto. La segunda enseñanza sería enunciada en forma premonitoria
por José Hernández, en 1863, pronosticándole a Urquiza la muerte bajo puñal federal como
consecuencia natural de su sucesión de traiciones.

En efecto, para sus contemporáneos quedaba en claro que, sin la defección de Urquiza, el
proyecto hegemónico en clave dependiente del liberalismo porteño estaba condenado al fracaso.
Durante su extensa gestión, Rosas había desarticulado cada una de las amenazas que se cernían
sobre la causa nacional. Unitarios, liberales, bloqueos externos que incluyeron la complicidad de
opositores internos –Lavalle, los denominados “Libres del Sur” y la “Coalición del Norte”, sumados
a la guerra con la Confederación Peruano-Boliviana, durante la agresión francesa de 1837; el
“manco” Paz, los gobiernos de Corrientes y de Montevideo y el dictador paraguayo Carlos Antonio
López durante la intervención anglo-francesa iniciada en 1845–, la publicística europeizante de la
generación del ’37, la nefasta acción de los exiliados en los países limítrofes… Nada de eso había
conseguido quebrar la resistencia de Rosas ni mellar su liderazgo nacional. Por esa razón,
unitarios y liberales jugaron su última carta a la ambición desmesurada de quien había forjado su
liderazgo provincial bajo la tutela del Restaurador hasta convertirse en su principal lugarteniente.
Algunas de sus acciones durante el bloqueo anglo-francés autorizaban a que los enemigos de la
Nación mantuvieran encendida la llama de la esperanza. No estaban equivocados.

El día después de la gesta de Obligado. El bloqueo anglo-francés iniciado en 1845 había sido
considerado como una especie de excursión por parte de los agresores, que descontaban una
rápida victoria de la desmesurada fuerza de choque enviada a nuestras tierras. Sin embargo, la
heroica gesta de Obligado inició una serie de combates que no sólo dilataron indefinidamente esa
resolución, sino que comenzaron a cambiar el curso de la guerra. Luego de más de tres años de
un conflicto que paralizó el comercio de exportación a través del puerto de Buenos Aires, los
acreedores británicos y franceses manifestaron inocultables señales de fastidio, ya que al
clausurarse la actividad comercial los pagos de intereses y vencimientos de la deuda pública
nacional habían sido suspendidos. Ese malestar rápidamente se tradujo en presión sobre sus
gobiernos, que se vieron forzados a solicitar la paz sin condiciones al gobierno de Rosas,
abandonando todas sus exigencias previas. Los acuerdos Arana-Mackau (1849) y Arana-
Lepredour (1850) significaron una rutilante victoria del patriotismo nacional, que inmediatamente
alcanzó dimensión internacional y convirtió a Rosas en ícono de la lucha anticolonialista.

Paradójicamente este desenlace tan favorable para los intereses de la Nación en su conjunto, en
lugar de propiciar la consolidación definitiva de la Federación rosista, significó el punto de inflexión
hacia su desmoronamiento. En efecto, una vez desarticulada la amenaza bélica, los intereses
corporativos locales pasaron a asumir la conducción de la oposición al modelo nacional, con el
auxilio del poder financiero internacional y de los Estados que garantizaban sus intereses. Por su
parte, desengañados por el fracaso de dos intervenciones fallidas de las potencias europeas, los
publicistas liberales –y, en especial, Alberdi– se esforzaron para magnificar a través de sus escritos
los perjuicios que una política sin concesiones en términos de soberanía como la sostenida por
Rosas imponía a los ganaderos del Litoral. Esa prédica encontró por entonces terreno fértil dentro
de una oligarquía que había visto mermados drásticamente sus ingresos durante el bloqueo del
puerto, y que, ante la desarticulación experimentada por la vertiente política de unitarios y liberales,
no podía temer ninguna sanción concreta de un eventual desplazamiento del Restaurador, ya que
el recambio posible sólo podría producirse al interior del Partido Federal.

En ese punto, liberales, unitarios, comerciantes y ganaderos tenían en claro que el paladín de sus
intereses egoístas y fragmentarios no podía ser otro que el gobernador de Entre Ríos, Justo José
de Urquiza. Las razones eran diversas. Por una parte, si bien Urquiza era el principal lugarteniente
de Rosas, la definición de una situación de paz sin adversarios de fuste a la vista, como la que se
generó tras la derrota del bloqueo anglo-francés, necesariamente significaría una limitación de los
aportes en ganado, armamentos y metálico que recibía del gobernador porteño. La paz no era
negocio para el entrerriano. Pero había otra cuestión aún más importante: si bien Urquiza había
mantenido su fidelidad a la Federación durante el bloqueo, el cierre del puerto de Buenos Aires y la
situación de conflicto con Montevideo habían generado una considerable demanda de alimentos en
la capital oriental, que pasó a convertirse en el mercado natural para los productos entrerrianos. El
puerto de Montevideo, protegido por la flota anglo-francesa, había pasado a ser el canal natural
para las exportaciones de los ganaderos de Entre Ríos. De este modo, Urquiza desempeñaba a la
vez los roles de enemigo militar y aliado comercial del gobierno montevideano de Fructuoso Rivera.
En la práctica, la libre navegación de los ríos interiores tenía vigencia en los ríos Paraná y
Uruguay, canjeándose manufacturas por cuero, tasajo y yerba, y propiciándose la salida de oro del
país con el aval de Urquiza, que obtenía además pingües ganancias de estas operaciones, que
violaban frontalmente las disposiciones vigentes. La firma del acuerdo Arana-Mackau en 1849, que
reconoció el monopolio portuario de Buenos Aires sobre el territorio nacional y la renuncia europea
a la libre navegación de los ríos, fue evaluada con acritud por Urquiza, ya que así desaparecían las
condiciones excepcionales que habían permitido el despegue de la economía y el comercio del
Litoral en inmoral contubernio con el enemigo, según demostró oportunamente Pepe Rosa.

Triste, solitario y final. El liderazgo de Rosas transitó del esplendor al abismo sin solución de
continuidad. Una serie de actitudes provocativas de la monarquía brasileña, avaladas por Gran
Bretaña, forzaron la ruptura de relaciones en 1851, y significaron una señal inconfundible hacia
Urquiza de que, en caso de rebelarse, contaría con apoyo externo. Hacia fines de ese mismo año,
a través de su tristemente célebre “Pronunciamiento”, el entrerriano se negó a renovar la
delegación de las RREE de la Federación a Rosas, lo cual significó en la práctica una declaración
de guerra. Inmediatamente, el gobernador rebelde pasó a territorio uruguayo con los ejércitos de
Entre Ríos y de Corrientes, a los que sumó un fabuloso aporte de tropas y recursos materiales del
Imperio Brasileño, numerosos exiliados unitarios y liberales que no querían quedar al margen del
reparto del botín de una eventual victoria, y el respaldo moral y financiero de los británicos.

Sin gloria y casi sin lucha, el 3 de febrero de 1852 Urquiza desarticuló de un plumazo el orden
federal, y entregó a precio vil los bienes y la dignidad de la Nación a sus tradicionales adversarios.
Así convertía en realidad el terrible fantasma que el Libertador José de San Martin veía cernirse
sobre nuestro futuro en tiempos del reciente bloqueo: “El deshonor que recaerá en nuestra patria si
las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia
como la de nuestra emancipación de la España”. Un nuevo orden colonial comenzaba a levantarse
en suelo patrio: Urquiza lo había hecho posible.

03/02/13 Miradas al Sur

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